Estudiando La Oscuridad - Sergio Hovel

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Dedicado a Alexa, quien siempre encuentra una razón para seguir adelante.

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Índice

Nota del autor .................................................................................................................... 5

1: El chico del 2B ...................................................................................................... 6

2: El Instituto Joseph Bell ...................................................................................... 16

3: El camino de la espada ..................................................................................... 25

4: Algo en la oscuridad ......................................................................................... 36

5: La ciencia de lo paranormal ............................................................................. 44

6: Preparado para hacer algo ............................................................................... 51

7: Breve historia de un monstruo ........................................................................ 59

8: Un cielo rojo ....................................................................................................... 73

9: Colegas ................................................................................................................ 78

Epílogo .................................................................................................................... 82

Hilos sueltos ........................................................................................................... 82

Agradecimientos .............................................................................................................. 85

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Nota del autor

El ser conocido como el Rastrillo (The Rake, en su versión original), es

producto del Internet.

Surgió por primera vez como una creepypasta, un relato de terror que

aparenta ser la narración de hecho real. Desde entonces, personas de todo

el mundo han asegurado tener encuentros con la criatura y han expandido

la historia hasta el grado de convertirla en una leyenda urbana. ¿Habrá

algo de verdad tras esta singular historia o es sólo producto de la

imaginación colectiva del Internet? Quizá nunca lo sabremos.

Decidí tomar al Rastrillo como antagonista de mi novela; de la misma

forma que otros autores tomaron para sus obras a leyendas urbanas de sus

tiempos, como vampiros, fantasmas o brujas; dotándolos de su propia

mitología.

Ésta es mi versión de la historia de la criatura y estoy seguro que

muchos autores escribirán también sus propias versiones, no sólo del

Rastrillo, sino de todas las nuevas leyendas urbanas que han surgido en los

últimos años, reflejando cómo han evolucionado los miedos de la

humanidad.

S. H.

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1

El chico del 2B

Llegué a la capital pocos minutos después del mediodía. El trayecto

no tuvo dificultades y me pareció demasiado corto, sin embargo, conforme

el autobús se adentraba en la ciudad, su velocidad fue disminuyendo al

verse rodeado por el tráfico urbano.

El congestionamiento de autos, las multitudes cruzando las calles y

los altos edificios me recordaron lo lejos que estaba de mi hogar.

Al autobús le tomó más de una hora llegar a la terminal. Eran casi las

dos de la tarde cuando al fin pude descender, tomar mi equipaje y

dirigirme a la salida.

Nunca antes había escrito sobre mi vida. No había nada que escribir,

sólo una existencia monótona y sin dirección. Pero eso ha cambiado.

Mi nombre es Gerardo Sandoval y ésta es la historia de cómo conocí a

Fausto Adelar, un chico con habilidades inigualables. No sé si alguien crea

en mis palabras, pero no es importante, no escribo para convencer a nadie,

esto es sólo un intento desesperado para que los acontecimientos de las

últimas semanas no caigan en el olvido.

Vine a la capital para ingresar al Instituto Joseph Bell, una de las

escuelas más prestigiadas del país. Hubo problemas por los que no había

podido entrar el año pasado; pero todo estaba preparado para que pudiera

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cursar ahí mi segundo año de preparatoria. Mis padres habían insistido

mucho en que estudiase en Joseph Bell. Alegaban que si concluía ahí mi

educación preparatoria podría entrar a la universidad que yo quisiera.

Ya había estado antes en la capital. Apenas unas semanas antes había

venido con mis padres a realizar los trámites de inscripción y buscar un

lugar para hospedarme que quedará cerca del instituto. Sin embargo, era la

primera vez que venía solo.

Era lunes 3 de agosto de 2009. Salí de la terminal de autobuses y tomé

un taxi rumbo a mi nuevo domicilio, el 1026 de la calle Medrano, a sólo

unas cuadras de Joseph Bell.

Se trataba de un edificio de cuatro pisos con habitaciones para

estudiantes. La disposición de éstas me hizo imaginar que en el pasado

pudo haber sido un hotel. Cada piso tenía cinco habitaciones y cada una

tenía su baño propio. En la planta baja había un cuarto de lavado, con

varias lavadoras y secadoras; y una pequeña cafetería. Había conexión a

Internet y agua caliente las 24 horas del día, no podía quejarme.

En cuanto llegué frente al edificio me sentí un poco nervioso. Faltaba

una semana para que iniciaran las clases, así que tendría tiempo para

adaptarme.

Pagué al conductor y bajé del taxi. Tendría que acostumbrarme a

taxis de color verde desde ahora, aunque sabía que no los usaría mucho

una vez que entendiera el funcionamiento del metro y de las rutas de

autobuses.

En la puerta del edificio estaba el portero, un señor entrado en edad

llamado Don Joaquín. Me identifiqué y muy amablemente me acompañó

hasta mi habitación. Subimos las escaleras hasta llegar al segundo piso,

donde se extendía un pequeño pasillo con puertas a los lados. Sólo

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tuvimos que dar un par de pasos para quedar frente a la puerta que

mostraba un 2A en caracteres metálicos.

Don Joaquín la abrió y me mostró el interior, de unos pocos metros

cuadrados. La habitación me pareció bastante austera. Estaba amueblada

con una cama individual, una mesita de noche, un closet y un escritorio.

Mientras recorríamos el reducido espacio del cuarto, él me informaba

las reglas que debía seguir: que la entrada se cerraba después de las diez

de la noche, que las luces en los pasillos se apagaban a las once, que estaba

prohibido introducir bebidas alcohólicas, entre otras más que eran de

esperarse.

Antes de irse me dio la llave, advirtiéndome que tendría que pagar

una buena suma si la extraviaba. Luego me quedé solo en la habitación…

mi habitación.

Mi equipaje consistía sólo en un par de maletas grandes. En ellas

venía toda mi ropa cuidadosamente acomodada; mi laptop, una de mis

posesiones más preciadas; objetos de aseo personal y otras pertenencias.

Sin prisa comencé a desempacar. Unas cosas aquí, otras allá. Cuando

terminé el lugar seguía viéndose impersonal, tendría que pasar algún

tiempo para que tomara mi esencia.

Me senté frente al escritorio, encendí mi laptop y conecté el cargador.

Se escuchó el sonido de inicio e ingresé mi contraseña. Lo primero que hice

fue conectarme a la red del edificio. Al comenzar a navegar por Internet

comprobé que la red era una porquería, la intensidad de la señal era muy

baja y se perdía la conexión cada diez minutos.

Busqué alguna otra red y encontré la del edificio vecino, con una

mayor intensidad. Sin ninguna dificultad me conecté a ella, pues ese tipo

de cosas se me facilitan. Soy lo que se denomina un hacker y me considero

bastante bueno en eso. No sé bien cómo lo aprendí. Sólo sé que cuando

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tuve mi primera computadora, a los seis años, comencé a usarla para jugar

sin que nadie me enseñara, y así progresivamente fui descubriendo más y

más cosas hasta saber lo que sé ahora.

Pude navegar por Internet sin que se cayera la red, así que pasé la

tarde buscando información de interés sobre la ciudad y chateando con

amigos de mi vieja preparatoria. Fue entonces cuando una melodía

comenzó a llegar hasta mis oídos. Era el sonido de un violín siendo tocado

con una maestría asombrosa que superaba a la de cualquier otro violinista

que hubiese escuchado. No soy un gran conocedor de música, pero sé

distinguir la buena de la mala, y aquella era simplemente magnífica.

Me dejé encantar por aquellas melodiosas notas durante un largo

rato, sin siquiera preocuparme por su origen. La música clásica en vivo

puede llegar a tener un efecto extraño en mí, sobre todo al ser tocada por

un músico tan portentoso, me producía una sensación de embelesamiento

que no conseguía por ningún otro medio. Pese a mis escasos conocimientos

de música recordaba haberla escuchado antes y, aunque no tenía la menor

reminiscencia del nombre de la pieza, sabía que era de Tartini.

Sólo hasta que la melodía se detuvo regresé a un estado consciente.

Aquello había sido una verdadera terapia auditiva, me sentía mucho más

calmado. Pensé que si escuchaba todas las tardes aquel maravilloso

instrumento, no tendría inconveniente en soportar las limitaciones de mi

nuevo estilo de vida.

Me propuse la misión de descubrir al interpreté de tan maravillosa

pieza en los días siguientes.

Afortunadamente las notas del violín se siguieron escuchando

durante todas las tardes, alrededor de las cinco. Aquel encanto duraba a

veces unos minutos y en otras ocasiones se extendía hasta por dos horas.

Llegué a reconocer algunas piezas de Vivaldi, de Bach, de Paganini y de

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otros grandes compositores; pero fueron más las piezas que no fui capaz

de identificar.

Durante esos días conocí a mis vecinos del 2C y del 2D, así como

algunos vecinos de cuartos superiores e inferiores, cuyos nombres no

llegué a memorizar hasta varios días después. Me enfoqué en conocer a

mis compañeros de piso, pues tenía la certeza de que el misterioso

violinista era alguno de ellos.

El inquilino del 2C era un muchacho corpulento llamado Alberto.

Ciertamente no era un chico muy brillante, aunque sí bastante agradable.

Conforme lo fui conociendo supe que tenía una fascinación por la música

grupera, mientras que la música clásica le resultaba indiferente, por lo que

quedaba automáticamente descartado de mi lista de sospechosos.

La chica del 2D, que se llamaba Jessica, tenía más posibilidades de ser

el portento tras el violín. Ella era una chica intelectual, con una mente

ávida para temas culturales. Sin embargo la descarté desde que la vi por

primera vez, pues su brazo izquierdo descansaba roto dentro de un yeso.

No había nadie ocupando el 2E.

La única posibilidad era el inquilino del 2B, pero en los días que

llevaba en mi nuevo hogar jamás había visto que él saliera de su cuarto.

—Se llama Fausto—me comentó Jessica, un día mientras lavábamos

nuestra ropa en el cuarto de lavado.

—Es un nombre interesante, ¿no hay un libro que se llama así?—dije

intentando hacer conversación, pues no me gustaba quedarme callado

frente a ella.

—Sí, es una obra de Goethe—respondió, al mismo tiempo que soltó

una risita.

—Oh, claro—respondí automáticamente, la verdad sólo había

escuchado hablar de ese libro, aunque no tenía ni idea de qué trataba.

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Hubo unos segundos un poco incómodos antes de que ella volviera a

hablar.

—Ya está—dijo tras terminar de vaciar su ropa—. Siéntate, es mejor

vigilar las lavadoras. Tú entiendes.

—Sí.

La verdad no entendía.

—Entonces…—proseguí—, ese Fausto…

—Estudia en nuestra escuela, pero es muy reservado, rara vez se

junta con alguien más. ¿Por qué el interés en él?

—Me gusta como toca el violín. Es él quien toca por las tardes,

¿verdad?

—En la escuela, todo aquel que sabe un poco de cultura admira sus

cualidades musicales, sin embargo él mismo me confesó que no sabe leer

partituras. No tengo idea cómo aprendió a tocar todas esas piezas.

—¿De modo que has hablado con él?

—Sí, hace unas semanas me ayudó con algo, pero no podría decir que

soy su amiga, nadie lo es. No es que él sea tímido, sólo es antisocial.

Después de ese comentario nuestra plática fue tomando caminos

diferentes, deteniéndonos brevemente para pasar nuestra ropa a una

secadora y luego seguir un rato más hasta concluir en el momento que

nuestra ropa estaba seca.

Subimos juntos las escaleras hasta el segundo piso y cada quien entró

a su habitación. Ella me parecía una chica bastante atractiva. Siempre

llevaba su cabello recogido en una cola de caballo, dejándose un pequeño

fleco, y su ropa tenía un aspecto bohemio acorde a su personalidad.

El viernes durante la tarde empecé a preparar mis cosas para entrar a

clases, pues el fin de semana saldría con Jessica y otros amigos del edificio,

así que prefería dejar todo preparado. De pronto, mientras ordenaba mi

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mochila, el silencio se disipó ante el melodioso talento del chico del 2B:

nuevamente la pieza de Tartini que me resultaba familiar.

Abandoné mi labor y me recosté en mi cama para disfrutar hasta la

última nota. Fueron varios minutos en los que mi mente experimentó toda

una gama de emociones que me costaría describir.

Esta vez, cuando las manos del artista se detuvieron, mi curiosidad

no pudo más y me paré decidido a conocer al genio oculto tras aquella

interpretación.

Salí de mi cuarto y toqué la puerta del suyo: el 2B.

Por un momento dudé que alguien fuera a responder, pero para mi

sorpresa, un par de segundos después, la puerta fue abierta por un chico

que no podía ser otro sino Fausto.

Él era un muchacho alto, de piel clara, con cabello negro ondulado,

ojos grises y profundos, y un semblante casi inexpresivo. Llevaba puesta

una playera blanca que le quedaba grande y un pants azul marino que se

veía desgastado.

—¿Qué quieres?—preguntó en un tono directo, pero no descortés.

—Hola, me llamo Gerardo, soy tu vecino, creo que no nos

conocemos…—intenté responder, pero fui interrumpido bruscamente.

—Te conozco bastante bien. Sé que no eres de la ciudad y que llegaste

hace poco; que eres demasiado ansioso; también un adicto al Internet,

aunque prefieres comunicarte en vivo con las personas. Eres bastante

sensitivo y te interesas demasiado rápido en las mujeres, aunque no en las

comunes. Además intentas llevarte bien con todo el mundo. ¿Me equivoco

en algo?

Fue tan rápido y claro al hablar que en un primer momento no supe

qué responderle. Pero más sorprendente había sido la forma en que había

acertado en los detalles de mi personalidad.

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—Por tu silencio pienso que no—me dijo.

—No… pero… ¿Cómo…?—tartamudeé sin salir de mi asombro.

—Pasa y te lo explicaré—mientras decía esto se hizo a un lado y me

dejó pasar a su cuarto, que estaba muy desordenado, pero no sucio.

Libros y papeles estaban regados por toda la habitación: encima y

debajo de la cama, en el escritorio y en el suelo. Su violín reposaba sobre la

cama dentro de un estuche aún abierto. Extraños objetos decoraban la

habitación, el más destacable era una muñeca sin cabeza que estaba

clavada en una de las paredes. Bajo la cama se asomaba una caja de

zapatos cubierta en su totalidad con cinta adhesiva; una laptop bastante

maltratada estaba sobre el escritorio entre algunas libretas; y en las paredes

varias hojas impresas mostraban artículos ilustrados. No alcancé a leerlos

claramente, pero parecían tratar de homicidios y otros casos policiacos. En

especial me llamó la atención una fotografía que mostraba una pared con

las iniciales T. D. escritas con sangre.

—Siéntate—dijo, al mismo tiempo que me hacía un sitio en la cama

echando unos libros al suelo.

—Bien, ahora explícame cómo supiste esas cosas de mí—le pedí,

después de haberme sentado.

—Que esté encerrado en esta habitación no quiere decir que esté

aislado. Así como las notas de mi violín se escuchan fuera de mi

dormitorio, el sonido de todo lo que acontece fuera llega hasta mí. Primero

que nada sé que no eres de la ciudad porque no te visita nadie además de

los amigos que has hecho en el edificio; tu adicción al Internet podría

inferirla cualquiera que te escuche trabajar en la computadora hasta altas

horas de la noche; tu necesidad de socializar pude deducirla por lo mucho

que platicas con los vecinos; y tu fácil fijación por cierto tipo de mujeres la

concluí de lo mucho que frecuentas a Jessica.

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Mientras hablaba caminaba de un lado a otro, como si fuera incapaz

de mantenerse quieto.

—Las personas son libros fáciles de leer, sólo se debe saber cómo

hacerlo—prosiguió—. El sonido de tus pasos, el tono de tu voz y hasta la

forma en la que aprietas las teclas de tu computadora son factores de los

que me valí para descifrar las características de tu personalidad, como tu

ansiedad o lo sensitivo que eres. Aunque hasta ahora sólo eran teorías, me

bastó verte a los ojos para confirmarlas. Una mirada dice mucho de una

persona.

Al escuchar su explicación quedé aún más asombrado. Con ella

descartaba cualquier idea de un truco o un engaño.

—Eres muy inteligente—fue lo único que se me ocurrió decir.

—Lo sé—respondió mientras se sentaba a mi lado.

—Me recuerdas a Sherlock Holmes.

—Indudablemente un gran personaje de la literatura, fijándose en los

detalles de la ropa, en manchas de tinta en los dedos o raspaduras en los

zapatos. En mi opinión, un hombre que se esforzaba mucho para conseguir

muy poco.

—¿Qué quieres decir?

—Por ejemplo, él podía distinguir no sé cuántos tipos de ceniza de

cigarro. Yo, en cambio, sé detectar si alguien miente por su manera de

fumar. ¿Qué crees tú que sea más útil en la vida real?

—¿En serio puedes ver eso sólo con la forma en que una persona

fuma?

—Sí.

—Pero si alguien no fuma y tú…

—Hay otras formas de detectar mentiras.

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Callé sin saber qué más decir, obviamente estaba ante alguien de un

nivel intelectual muy superior al mío. Personalmente a mí me encantaban

las obras de Sherlock Holmes y creía haberle hecho un cumplido al

compararlo con el personaje, sin embargo no parecía haberlo tomado muy

bien, pese a que su semblante tranquilo no había desaparecido.

—Ahora bien, hay algunas cosas que no sé de ti, como las razones

que te traen a mi cuarto—comentó.

—Pues sólo quise venir a saludar, pues… somos vecinos… y…

—De ser así habrías venido desde el primer día que llegaste.

—Bueno, siendo honesto me gusta mucho cómo tocas el violín—dije

algo apenado—, y… pues… quería conocerte, simplemente eso. No sé por

qué no me atreví a venir antes. Además tienes fama de… ermitaño.

No podía creer lo mucho que estaba tartamudeando. Por lo general

soy alguien seguro de sí mismo, alguien que es capaz de hablar con las

mujeres más bellas sin sentir el más ligero temor. Y ahora frente a Fausto

estaba poniéndome nervioso, quizá por no poder encontrar una forma de

agradarle. Él tenía razón: yo siempre intentaba llevarme bien con la

mayoría de la gente, y el hecho de no conseguirlo con él me incomodaba.

—Esa pieza que tocabas era de Tartini, ¿no?

—Así es—respondió él—. Il trillo del diavolo. Se dice que una noche

Tartini soñó con el Diablo y le oyó interpretar la pieza de violín más

perfecta que hubiera oído. Al despertar intentó copiar la melodía de su

sueño y así nació esta pieza que, según él, no puede compararse con lo que

escuchó esa noche de la propia mano del Diablo.

—Una historia curiosa—comenté.

—¿Alguna vez te has preguntado si los sueños son sólo sueños?

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2

El Instituto Joseph Bell

La noche antes de entrar a clases tuve un sueño muy extraño.

A mí alrededor se extendía un vasto paisaje nevado, por el cual yo

caminaba, mientras el frío iba entumeciendo mis músculos. Me sentí

desorientado; sobre todo porque una tormenta de nieve dificultaba mi

visión cada vez más. Conforme avanzaba, fue creciendo dentro de mí la

desesperación. Temía por mi vida.

No me asustaba morir congelado, era algo peor lo que me causaba

inquietud, algo que se acercaba. Quise comenzar a correr, pero mis pies se

hundían en la nieve con cada paso, entorpeciendo mi marcha. Estaba

perdido, el viento soplaba en mi contra y arrojaba nieve contra mi cara.

Pronto, mi visión del paisaje nevado fue ennegreciéndose, hasta que todo

se transformó en una profunda oscuridad, la cual permaneció inmutable

hasta que desperté.

Al principio me sentí confundido. Todavía no amanecía y por lo tanto

todo estaba oscuro, como en mi sueño. Busque a tientas mi celular en la

mesita de noche. Al tomarlo vi que en el reloj marcaba las cinco y media de

la mañana. Aún tenía tiempo. Quise dormir un poco más, al menos hasta

que la alarma sonara, pero no pude hacerlo a pesar de lo cansado que

estaba. Mantuve los ojos cerrados, mientras mi mente seguía trabajando de

manera consciente.

En mi cabeza resonó la pregunta que Fausto me había hecho hace

unos días: ¿Alguna vez te has preguntado si los sueños son sólo sueños? En

aquel momento había respondido vagamente, e incluso llegué a olvidar mi

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respuesta; sólo recordaba que tras esa pregunta, y otras palabras más, se

había prolongado un silencio tan incómodo que hizo que yo finalmente

decidiera marcharme. No había vuelto a hablar con Fausto desde entonces,

y sólo pensé en él en los momentos en que su violín se convertía en la

armoniosa herramienta que me calmaba.

Ahora, tras mi sueño, su pregunta había adquirido un significado

diferente al de aquel día. Comencé a esforzarme en buscar una respuesta.

¿Por qué había soñado eso? ¿Realmente los sueños tienen un significado?

¿Nos muestran el futuro?

Pasó media hora y mis meditaciones fueron interrumpidas por el

sonido chirriante de la alarma de mi celular. Me arrepentí de haber

seleccionado un tono tan molesto.

No me costó trabajo levantarme de la cama. Lo primero que hice fue

doblar las sábanas y cambiarme de ropa, poniéndome el uniforme de la

escuela.

Después de peinarme ya estaba listo para salir, así que a las seis y

cuarto tomé mi mochila y dejé mi habitación. Al pasar frente al 2B no

escuché ningún ruido; tampoco vi que se filtrara luz por debajo de la

puerta. Supuse que Fausto ya habría salido rumbo a la escuela.

Me dirigí hacia las escaleras y me encontré con Jessica, quien bajaba

del piso de arriba. Iba acompañada de una amiga que captó rápidamente

mi atención. Era una chica de baja estatura, delgada, de facciones finas, con

cabello castaño claro y ojos de una tonalidad similar.

—Hola Gerardo—me saludó Jessica.

Respondí el saludo dándole un beso en la mejilla.

—Te presento a Lisandra—dijo señalándome a su acompañante—.

También va en segundo grado.

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—Hola. Llámame Lisa, todos me llaman así—dijo ella e hizo un

saludo agitando su mano.

—Él es Gerardo, te conté de él hace unos días—le dijo Jessica a su

amiga.

—Oh, claro.

—Iremos a desayunar, ¿nos acompañas?—me preguntó Jessica.

—Por supuesto—le respondí.

Los tres bajamos al comedor, que siempre estaba abierto desde la

mañana hasta la noche, aunque la cafetería sólo atendía en horas

específicas.

—Es mejor comer en cualquier otra parte, pero lamentablemente

ningún otro sitio abre a esta hora—me comentó Jessica.

No se equivocaba. El desayuno del día consistía en fruta con yogurt,

cereal con leche, café y huevos revueltos. De todo el menú, lo único que

tenía algo de sabor era el cereal; lo demás tenía un gusto insípido parecido

al plástico.

—¿Cómo es posible que no te haya visto durante el tiempo que llevo

aquí?—le pregunté a Lisandra.

—Pasé todas las vacaciones en Veracruz. Soy de ahí, por eso voy con

mi familia cada periodo vacacional. Llegué apenas ayer en la tarde—

respondió.

Mientras la escuchaba, mi boca hacía un esfuerzo por tragar mi fruta.

—Al menos tú pudiste salir; yo tuve que pasar el verano aquí y mira

lo que me pasó—comentó Jessica mostrando su brazo enyesado—. ¿Y tú,

Gerardo? ¿Qué hiciste durante el verano?

—Nada, realmente.

Y era una respuesta sincera, pues en verano lo más importante que

hice fue salir un par de veces con algunos amigos. En general, las

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vacaciones fueron días en los que me levanté tarde, comí en exceso y

permanecí frente a mi computadora hasta altas horas de la noche.

Me sentí apenado por no haber hecho nada interesante en el verano;

sobre todo al escuchar a Jessica hablando de cómo se había divertido

yendo a diferentes actividades culturales en la ciudad.

—…y estuve saliendo bastante hasta que me rompí el brazo. Lo

último que hice fue ir a esa presentación del libro del que te hablé. Ese

Modotti es un genio—comentó, dirigiéndose a Lisandra.

La conversación siguió hasta que faltaban diez minutos para las siete.

Entonces tomamos nuestras cosas y partimos rumbo a la escuela.

—Te gustará Joseph Bell, es muy grande y tiene muchos talleres y

clubes deportivos, quizá deberías inscribirte a alguno—me comentó Lisa

mientras caminábamos.

—Pues no creo que haya algo que me llame la atención, pero ya

veremos—le dije.

—No sería mala idea, Lisa está en francés y yo estoy en poesía y en

teatro. ¿No te llama la atención algo así?—comentó Jessica.

Durante todo el trayecto me siguieron hablando sobre la escuela y sus

talleres. Sólo unas pocas cuadras nos separaban de Joseph Bell, por lo que

en menos de ocho minutos ya estábamos cruzando las puertas de entrada.

El instituto Joseph Bell era enorme. Contaba con varios edificios, con

salones y laboratorios; y con instalaciones deportivas, como canchas y

gimnasios.

Jessica tuvo que irse pronto a su salón; pero Lisa se quedó conmigo y

me acompañó a la Dirección. Ahí, la secretaría escolar verificó mis datos en

su computadora y me dio una hoja con mi horario de clases y un croquis

de la escuela.

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—¡Mira! ¡Ambos estamos en el mismo grupo!—comentó Lisandra

entusiasmada cuando le mostré mi horario—. Ya verás que te agradarán

todos… bueno casi todos.

—¿A qué te refieres con casi todos?—pregunté mientras la seguía a

nuestro salón.

—Pues la mayoría son muy agradables, pero algunos suelen excluirse

un poco. Siempre hay gente así en todos los grupos ¿No crees?

—Supongo, ¿pero hay alguien en particular que no habría de

simpatizarme?

—Un chico llamado Fausto, es demasiado engreído y chocante, ya lo

conocerás.

—Sí es la persona que yo creo, ya lo conozco. El chico del 2B, ¿no es

así?

—¿Lo conoces?

—Platiqué con él hace unos días. Su cuarto está junto al mío. A mí me

parece un buen chico.

—Pues con el tiempo te darás cuenta de la clase de persona que es.

No puedes saber cómo es alguien por haber hablado sólo una vez con él.

Me hizo gracia el comentario de Lisandra, pues recordé la forma en

que Fausto había descifrado tan hábilmente mi personalidad sin siquiera

hablar conmigo.

Ambos caminamos hasta uno de los edificios, subimos unas escaleras,

atravesamos un pasillo y llegamos al salón del 2° E, mi nuevo grupo.

Ningún profesor había llegado todavía. Todos platicaban, reían y

hacían bromas y tonterías. Al entrar pude ver a Fausto sentado en uno de

los pupitres del fondo, justo en una esquina. A diferencia de los demás, él

concentraba su atención en la lectura de un libro negro, cuyo título no

alcancé a ver. Parecía un espectro ajeno al mundo de los vivos, no hacía ni

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el menor ruido y se movía escasamente. Pensé en acercarme a saludarlo,

pero antes de que fuera capaz de hacer algo Lisandra me jaló del brazo

para llevarme con sus amigos.

Inés, Hugo, Antonio, Janeth, Alexis, entre otros, fueron los amigos

que Lisandra me presentó en ese momento y rápidamente también se

convirtieron en los míos. Ella tenía razón al decir que eran personas

simpáticas. Les conté un par de chistes que los hicieron partirse de risa y

les di un rápido resumen del porqué había ingresado a Joseph Bell. Con

eso, el hielo estaba roto.

De un momento a otro el profesor entró al salón, disculpándose por el

retraso. Yo me apresuré a buscar un asiento. El único libre que encontré

estaba al lado de Fausto; al parecer Lisa no era la única que tenía una mala

opinión de él. No tuve más opción que sentarme junto a él.

—Hola—lo saludé quedamente mientras sacaba mi libreta.

—Hola—contestó cortante, sin voltear a verme.

Fausto no sacó nada en qué anotar; siguió leyendo el libro negro que

tenía en sus manos. Era un libro viejo, tan desgastado que incluso de cerca

me fue imposible leer el título.

El profesor comenzó su clase presentándose y dando a conocer los

puntos generales de su materia: Biología. Personalmente no era una

materia que llamara mucho mi atención, pero sabía que era importante, así

que estuve apuntando todo lo que decía respecto a sus criterios de

evaluación.

—¿Qué no piensas apuntar nada?—comentó el profesor molesto

dirigiéndose al fondo del salón, donde Fausto parecía no prestar la menor

atención a lo que ocurría.

Fausto levantó su vista por encima del libro y miró al profesor.

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—Sí, tú, el del librito. No quiero que luego estés quejándote de tu

calificación; ni que andes preguntando que cuánto vale el examen y esas

cosas.

—No soy de los que se quejan—se limitó a responder.

—¿Cómo te llamas?

—Fausto.

El profesor tomó su lista y la revisó rápidamente.

—Ah sí, Fausto Adelar Munive. Ya veremos cómo te va en los

exámenes.

Fausto no dijo nada al respecto y continuó leyendo su libro.

La displicencia de Fausto molestó más al profesor, quien sin embargo

continuó con su explicación, en vez de seguir discutiendo. Así pude darme

cuenta del porqué Fausto era un chico tan conocido pese a su extraña vida

antisocial. Era imposible no percatarse de su existencia, pues su

comportamiento arisco difícilmente hacía que pasara desapercibido.

Después de que el profesor abandonó el salón, para mi sorpresa,

escuché la voz de Fausto.

—Nunca se hace nada en el primer día de clases, sabía que no valía la

pena venir.

No estaba muy seguro de si me estaba hablando a mí o se lo decía a sí

mismo, pues su vista estaba clavada en un celular de pantalla táctil que

sostenía con su mano izquierda.

—¿Realmente no te preocupan los criterios de evaluación?—le

pregunté.

—Vengo a la escuela a aprender; las calificaciones no me interesan—

respondió él sin despegar su atención del celular.

Pude deducir que estaba escribiendo un mensaje de texto por el

movimiento de sus dedos. Luego se quedó viendo la pantalla fijamente por

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unos segundos, sin mover ni un músculo, en un estado similar al que tenía

durante la clase, cuando leía su libro.

—Bueno, me voy—dijo después de unos segundos.

—¿A dónde vas?

—¿Siempre cuestionas lo que los demás hacen?

—No, es sólo que…

—Voy a ciudad universitaria, a ver si hay algo divertido que hacer en

la facultad de medicina. Creo que hoy abren cadáveres en el anfiteatro,

aunque no estoy muy seguro. Definitivamente allí habrá algo más

interesante que escuchar a los profesores parlotear sobre sus maneras de

tronar alumnos. ¿Quieres venir?

—Yo… no sé… no quisiera salir mal en mis calificaciones…

—Como quieras.

Fausto se fue sin insistir más y no lo vi durante el resto de las clases.

Él tenía razón, no hicimos nada de relevancia. Los profesores sólo pasaban

lista de asistencia; hablaban sobre su forma de evaluar y dictaban los temas

que veríamos a lo largo del año.

Más de una vez me pregunté qué estaría haciendo Fausto y lo

imaginé inspeccionando muertos en la facultad de medicina. Por alguna

razón no me parecía extraña su imagen junto a un cadáver. Todo lo

contrario, era como si encajará más ahí que sentado en un salón de clases.

El último profesor del día sólo habló por media hora y nos dejó salir

temprano. Lisa y yo decidimos regresar juntos. Sólo me pidió que le diera

unos minutos para que se registrara en su curso de francés, que

comenzaría la siguiente semana junto con los demás talleres.

Mientras ella llenaba el formato en la Dirección yo estuve leyendo la

larga lista de talleres que ofrecía la escuela. Estos se dividían en deportes,

idiomas y actividades artísticas.

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~ 24 ~

—Terminé—dijo Lisa a mis espaldas—. ¿Te interesa alguno?

—Creo que no estaría mal meterme en algún taller—respondí.

Nuevamente eché un rápido vistazo a la lista y encontré una clase

que llamaba mi atención. Se trataba de kendo, un arte marcial que yo ya

había practicado hace algunos años. Era una de las pocas actividades

deportivas que llamaban mi atención. Después de revisar que los horarios

fuesen convenientes decidí llenar el formato de inscripción al curso.

También me inscribí a Francés junto con Lisa. Ella me terminó

convenciendo; pero solicité un examen para que me colocaran en el nivel

adecuado, pues también ya tenía algunos conocimientos del idioma.

—Con un poco de suerte te pondrán en el mismo nivel que yo. Te

ayudaré a estudiar si quieres—dijo ella—. Tienes tres días antes del

examen de ubicación.

Me platicó un poco sobre las clases de francés, sobre lo buena que era

la profesora y otras cosas positivas respecto al curso. En cambio de kendo

no me dijo nada alentador.

—Casi todos los que entran terminan saliéndose, dicen que el maestro

es muy duro y esas cosas. Entrenan como locos, por lo que sé.

—Justamente así me gusta entrenar—comenté.

Continuamos platicando hasta llegar a la calle Medrano. Fue entonces

cuando me acordé de Fausto y le conté a Lisa lo que había pasado.

—Ese chico siempre anda metido en cosas raras, hiciste bien en no

irte con él—comentó ella.

—Creí que era un antisocial, ¿por qué me pidió entonces que lo

acompañara? No tiene sentido.

—Por eso mismo debes desconfiar.

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~ 25 ~

3

El camino de la espada

El resto de la semana fui adaptándome al ritmo de Joseph Bell y

conocí a más personas. Mi naturaleza social me ayudó a hacer muchos

amigos fácilmente, no sólo de mi salón, sino de toda la escuela. Por su

parte, Fausto se siguió portando como de costumbre. Respondía cuando se

le hablaba, pero siempre de manera cortante, sin dar oportunidad de que

surgiera alguna conversación. Era común verlo salir de la escuela a la

mitad del día o incluso antes; y parecía molestarse si se le preguntaba a

dónde iba. Preferí dejar de intentar acercarme a él.

Todas las tardes pasé un par de horas con Lisandra en su habitación,

un cuarto con las paredes llenas de recortes de revistas y con un delicioso

aroma floral en el aire. Estuvo ayudándome a estudiar para mi examen de

ubicación del curso de francés; gracias a eso me colocaron en el mismo

nivel que a ella; así que pasaríamos mucho más tiempo juntos. Eso me

alegró. Ella era para mí una chica muy especial.

En cuanto a Jessica, era raro encontrarme con ella por estar en grupos

diferentes, con excepción de unas pocas ocasiones durante el desayuno o

afuera de los salones. Era grato poder conversar con ella, aunque fuera tan

sólo unos minutos de vez en cuando. Ella siempre tenía la recomendación

de algún libro interesante o de alguna buena película.

Pasé muy buenos momentos con mis nuevas amistades y fui

formando mi círculo de amigos. Aunque me llevaba bien con la mayoría de

los que conocía, era inevitable que socializara más con algunos. Junto con

ellos visité muchos lugares durante el fin de semana, tales como el Palacio

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~ 26 ~

de Bellas Artes, el zoológico de Chapultepec y la Torre Latinoamericana,

sitios emblemáticos de la capital. Tomamos muchas fotos e hicimos

muchas locuras, en general me la pasé de maravilla.

Todo iba bien. Sin embargo algo extraño siguió pasándome durante

las noches. No todas, por suerte, pero ocurrió al menos dos veces más

durante esa semana. Experimenté sueños parecidos a aquel que tuve antes

de iniciar las clases, en el que un paisaje nevado se extendía hasta donde

llegaba mi vista. La angustia y el miedo iban creciendo, sentía que alguien

me perseguía y conforme comenzaba a correr la tormenta de nieve se hacía

más intensa. Mis músculos se congelaban y yo luchaba por no dejarme

alcanzar al mismo tiempo que por no morir congelado. Cada vez comencé

a tener mayor consciencia durante mis sueños y me di cuenta de que aquel

no era yo, sino alguien más; como si estuviera dentro del cuerpo de ese

alguien, viendo a través de sus ojos.

Cuando despertaba seguía sintiendo ese frío intenso, que no se me

quitaba hasta que mi mente se deshacía por completo de aquella realidad

onírica; lo que generalmente ocurría en el momento en el que interactuaba

con otra persona. Sólo entonces mi mente sabía discernir entre lo

verdadero y lo ilusorio.

A muchos supersticiosos esos sueños les habrían parecido el vaticinio

de algún acontecimiento terrible, pero yo sólo los interpreté como el

resultado de dormir lejos de mi hogar y de mi familia. Supuse que mi

subconsciente era el que producía sueños de desesperación, por no haberse

habituado a un nuevo entorno. Aunque no lo admitía de forma consciente,

extrañaba mi casa, la comida de mamá, mis viejos amigos y muchas otras

cosas.

La noche del domingo el sueño me pareció más real. Sentí cómo mis

pies, descalzos y entumecidos, se hundían en la nieve; y también la manera

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~ 27 ~

en que el viento soplaba contra mí. La desesperación crecía. Estaba siendo

perseguido por alguien. Necesitaba escapar, buscar un refugio… o luchar.

De pronto, varias figuras oscuras saltaron frente a mí, tan ágilmente

que no pude distinguirlas; sin embargo la impresión que produjo su

aparición bastó para despertarme del susto. De esa forma, el paisaje polar

que me rodeaba se vio sustituido por la oscuridad de mi habitación.

Mi corazón estaba acelerado. Intenté tranquilizarme, pero no lo

conseguí. Mi paranoia de persecución se mantenía activa, me sentía

vigilado, como si entre las sombras que me rodeaban se ocultara un

personaje siniestro.

Me siento ridículo al confesar que me tomó al menos un largo minuto

ser consciente de quién era yo y de dónde estaba; como si siguiera

soñando, olvidando mi realidad.

De repente un fuerte sonido rompió la calma, el mismo sonido que

hace algo al estrellarse contra el suelo. Aquel ruido me sobresaltó y tuve

que ahogar un grito de terror. Tapé mi rostro con las sábanas y me encogí

dentro de mí cama.

Analicé la situación durante unos segundos. Comprendí que si había

alguien más en mi habitación, mis sábanas no me salvarían; y que de

cualquier forma, si alguien quería hacerme daño, ya lo hubiera hecho.

Después de pensar aquello, tomé valor y me levanté para encender la luz,

esperando no toparme con nada o con nadie en mi camino.

En cuanto presioné el interruptor la luz se encendió, mostrando mi

habitación en calma y sin nada de lo que debiera preocuparme. Junto al

escritorio encontré que unos libros habían caído al suelo. Al parecer los

había dejado demasiado cerca de la esquina del mueble. Eso justificaba el

ruido que me había perturbado.

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~ 28 ~

Regresé a la cama mucho más tranquilo, quedando dormido casi de

inmediato.

Desperté un poco más tarde de lo habitual. Tuve que vestirme y

preparar mis cosas tan rápido que no tuve tiempo de pensar en lo

ocurrido. Si soñé algo más esa noche, lo olvidé al instante.

No pensé en lo que había soñado hasta que ya iba rumbo a la escuela,

acompañado de Lisa. Mientras caminábamos, le conté brevemente lo que

me había ocurrido, evitando detalles que me hicieran parecer un tonto y

restándole importancia, hasta reducirlo a una mera anécdota.

—Es curioso—comentó ella.

—Eso parece, hace años que no tenía una pesadilla.

—No, me refiero a que anoche yo también me desperté, no recuerdo

si soñé o no algo, pero escuché un ruido desde el pasillo, algo como

pasos… pero no eran pasos... no sé cómo describir lo que oí.

—¿Algo como pasos?

—Más bien era como si alguien se arrastrara, no lo sé, sólo fue

durante unos segundos, seguramente lo imaginé, pero es curioso, ¿no lo

crees?

Inmediatamente desvié la conversación hacia otros temas, hasta que

llegamos a Joseph Bell. Comencé a experimentar una sensación de

preocupación, parecida a la de anoche. Por suerte las clases fueron un

fuerte distractor y pude enfocar mi mente en otra cosa que no fueran esos

temores risibles.

Fausto sacó a relucir sus facultades intelectuales a lo largo del día.

Aunque él evitaba exhibirlas, a los profesores parecía divertirles ponerlo a

prueba, esperando a que cometiera algún error. Mas en ningún momento

se dejaba someter. Siempre sabía qué contestar cuando le preguntaban algo

y podía con cualquier problema que le pidieran resolver en el pizarrón. Era

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~ 29 ~

raro que alguno de los profesores le hiciera una corrección en sus

respuestas o en sus métodos.

En cuanto la última clase terminó, recordé que esa era la semana en la

que comenzarían los talleres y ese día en particular sería mi primera clase

de kendo. Me disculpé con Lisa por no poder acompañarla en el camino de

regreso; pero sabía que se lo compensaría al día siguiente, cuando me

quedara con ella para ir a clase de francés.

Me despedí de ella dándole un beso en su mejilla. Cuando mis labios

tocaron su piel no pude evitar sentirme mal por dejarla ir sola, pero no

podía faltar a mi primer entrenamiento.

El dojo1 de kendo estaba cerca de las canchas de futbol. He dicho que

ya había entrenado antes kendo, por lo que pude notar un gran contraste

entre mi antiguo dojo, un viejo salón de usos múltiples; y el dojo de Joseph

Bell, debidamente equipado con un piso de madera y paredes con espejos.

Certificados enmarcados, trofeos y medallas decoraban el lugar.

Me presenté y pasé lista con el sensei2 a cargo, un tal Jorge Bardales, a

quien le comenté sobre mi experiencia en kendo.

—Bien, muéstrame qué tanto sabes de kendo y podrás entrenar con

los avanzados si veo un buen desempeño en ti—me dijo, luego con un

grito llamó a uno de sus alumnos—. ¡Fausto!

Inmediatamente mi vecino y compañero apareció frente a nosotros.

Fausto llevaba puesto el kendogui y el hakama de color azul, el uniforme

tradicional de kendo. Difería demasiado de la imagen que yo tenía de él.

Pese a que ya había sido testigo de sus virtuosas cualidades, pensé que se

limitaban al arte y a las ciencias. Jamás me lo imaginé participando en

alguna actividad deportiva, mucho menos en kendo.

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~ 30 ~

—Fausto, quiero que lo ayudes a repasar todo, al final de la clase tú

me dirás qué tanto sabe, para ver si entrena con ustedes o con los

principiantes—le ordenó el sensei Jorge.

Fausto se limitó a asentir con la cabeza.

Él me condujo a un anexo del dojo. Yo ya estaba descalzo y listo para

entrenar, sin embargo mi ropa seguía siendo la que llevaba puesta desde el

inicio del día, un pants y una playera que formaban parte del uniforme

deportivo de Joseph Bell. Mi uniforme de kendo seguía en mi vieja ciudad,

pues cuando había venido a la capital no tenía pensado retomar mi

formación en aquel arte marcial.

—¿Cuánto tiempo llevas entrenando?—me preguntó, más como una

formalidad que por interés.

—Entrené desde los once años con el sensei Alberto Téllez, luego dejé

de entrenar a los quince, cuando entré a la preparatoria.

—Así que llevas más de un año sin entrenar. Bueno, veamos qué tan

bien aprendiste—dijo fríamente. Su voz parecía más mecánica que natural,

como si no le interesara en lo más mínimo lo que decía.

Por una hora y media estuve repasando con él posiciones, ataques,

defensas y toda clase de movimientos de kendo. A pesar de mi tiempo sin

entrenar las recordaba todas y no había perdido mi condición; pues

siempre intentaba repasarlas con regularidad, aunque hubiera dejado de ir

a los entrenamientos.

Fausto sólo hizo pocas correcciones a lo largo de este tiempo. Él hizo

varios de los movimientos junto conmigo y pude ver sus pies, grandes y

huesudos, moverse a lo largo de la duela ejecutando cada movimiento con

precisión y elegancia. Al mismo tiempo sus manos con dedos alargados

sostenían el shinai con fuerza, y en cada ataque que hacía se veía el

impacto y la destreza de un profesional.

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~ 31 ~

Hago énfasis en sus manos y sus pies porque era lo único que dejaba

el uniforme a la vista. Aquellos que estén familiarizados con este arte

marcial, sabrán que desde sus orígenes se decidió el uso de un uniforme

amplio que ocultara las posturas de los brazos y las piernas, para que así

ningún enemigo pudiera imitar la técnica.

Sólo unas pocas veces Fausto se levantó el uniforme, para mostrarme

la colocación correcta de las rodillas en ciertas posiciones defensivas,

revelando así una excelente condición física en sus piernas.

Me concentré tanto en lo que nosotros hacíamos que no me fijé cómo

entrenaban los demás; sólo sé que terminaron temprano, pues antes de que

terminara la clase el sensei los sentó a todos alrededor del dojo y nos llamó

a nosotros. Fuimos corriendo hasta él.

—¿Qué opinas de su técnica Fausto? ¿Vale la pena que lo vea o lo

mando a entrenar con los principiantes?—preguntó el sensei.

—Su nivel es aceptable—contestó Fausto.

—Está bien, siéntate—le ordenó y luego se dirigió a mí—. Tú, pasa al

centro.

Obedecí, un poco nervioso, poniéndome en el centro del dojo ante la

mirada de todos.

El sensei me pidió que ejecutara ciertos movimientos, usando la

terminología que afortunadamente ya conocía. Fausto me prestaba su

shinai3 o su bokken4, según lo necesitaba. El sensei me miraba sin decir

nada y cada vez que terminaba algo me daba una nueva indicación.

—Muy bien, ahora combate a tres puntos. Fausto pasa al frente—

ordenó el sensei.

Hubo cierto sonido contenido de expectación por parte de los

senpais5, quienes de inmediato prepararon todo. Aunque no llevaba el

uniforme tradicional, me ayudaron a ponerme la armadura y me dieron un

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~ 32 ~

shinai. Tres senpais que parecían ser de tercer año se posicionaron para

tomar el lugar de los árbitros. Fausto se paró frente a mí. Ya llevaba puesta

la armadura y sostenía su shinai con ambas manos. Ambos hicimos una

reverencia al recibir la orden y entonces comenzó el combate, con todos los

procedimientos reglamentarios.

Me quedé bastante quieto durante los primeros segundos, por lo que

Fausto aprovechó para atacar velozmente y antes de que yo reaccionara él

ya había metido el primer punto. La armadura recibió el golpe, pero supe

que de no ser por ésta, la fuerza de su ataqué habría bastado para

romperme algún hueso.

No me dejé intimidar y así el combate continuó. Mientras yo buscaba

un momento para meterle un punto, él atacó dos veces más, pero pude

defenderme en ambas ocasiones. Después de un tercer ataque contraataqué

logrando meter mi primer punto.

El combate siguió por un par de minutos más, durante los cuales nos

atacamos entre ambos, pero sin lograr nada. Mi cuerpo temblaba. No

recordaba haber tenido hasta entonces un enfrentamiento que fuera tan

intenso. Entonces el árbitro principal dio la señal de que parásemos, pues

había terminado el tiempo establecido.

Nos detuvimos e hicimos una reverencia entre nosotros. Para ese

momento mi cuerpo estaba muy sudado y ya no podía más. Imploré

mentalmente que no me pidiera hacer combate contra otra persona, pues

apenas podía mantenerme en pie.

Sensei Jorge simplemente dio la orden de que todos se formaran.

Algunos compañeros me ayudaron a quitarme la armadura y de inmediato

tomé lugar en las filas. Hicimos el saludo ceremonial para finalizar; y luego

el sensei dio por terminado el entrenamiento, permitiendo que los

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~ 33 ~

principiantes se fueran y que los senpais se cambiaran. Entonces, él se

acercó y habló conmigo.

—¿Quién dices que fue tu maestro?

—El sensei Alberto Téllez—respondí.

—No había oído hablar de él, pero sin duda hace un buen trabajo

como maestro. Puedes entrenar con los avanzados desde ahora—se limitó

a decir.

Entonces me dispuse a retirarme, pero antes de que saliera una senpai

de tercer año se acercó a mí. Recién había salido de cambiarse y llevaba en

sus brazos su uniforme ya doblado.

—¿No tienes idea de lo que acabas de hacer verdad?—me preguntó.

—¿Hacer de qué? Yo sólo quería entrenar con ustedes…

—No, me refiero al combate—aclaró ella.

—¿Qué tuvo mi combate?

—Fausto es el mejor competidor del dojo, siempre gana y es muy

difícil meterle algún punto. Es la primera vez que veo que alguien empata

contra él.

—¿En serio?—dije un poco incrédulo.

Reconocía que Fausto era uno de los oponentes más fuertes y hábiles

a los que me hubiese enfrentado, pero me costaba pensar que jamás

perdiera o qué nadie del dojo lo superara.

—Inclusive los senpais de tercer año pierden contra él.

Salimos juntos del dojo y seguimos platicando con respecto a mi

trayectoria en kendo, sin volver a mencionar a Fausto. Al llegar a la

entrada de la escuela se despidió de mí.

—Por cierto, me llamo Karla—dijo, tras darme un beso de despedida.

Ambos tomamos caminos diferentes. Caminar solo me dio tiempo

para reflexionar sobre aquel día. Vecino, compañero de clases y ahora

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también compañero de kendo. Era como si la vida insistiera en que me

acercara a Fausto Adelar.

Dejé a un lado esas reflexiones en cuanto llegué al 1026 de la calle

Medrano. Lo primero que hice fue subir para buscar a Lisandra, pero nadie

respondió cuando llamé a la puerta de su cuarto, así que supuse que habría

salido. Bajé al segundo piso y entré en mi habitación.

Me metí a bañar para quitarme el sudor del entrenamiento. Al salir

me puse ropa cómoda y comencé a trabajar en la tarea. Estaba a la mitad de

un problema de matemáticas, cuando desde el 2B llegó a mis oídos un

sonido que ya había escuchado bastante en el día, el sonido del

entrenamiento de kendo, esta vez reducido al de un solo individuo. En su

cuarto, Fausto entrenaba con vehemencia.

Terminé mi tarea después de las siete, y aún escuchaba a mi vecino

entrenando sin haber disminuido en intensidad. Quizá él lo veía como una

penitencia, por no haber sido capaz de ganarme en el combate.

Yo ya empezaba a sentirme cansado, había sido una jornada con

demasiada actividad, por lo que me recosté en la cama y sin darme cuenta

me fui quedando dormido. A mis oídos seguía llegando el sonido que

hacía el bokken de Fausto al batirse en el aire, lo cual seguramente causó el

sueño que tuve a continuación.

Estaba en mi viejo dojo entrenando junto a mis antiguos compañeros.

Practicábamos un movimiento de ataque y el sensei Alberto corregía la

colocación de mis manos al tomar el shinai.

—Tu muñeca debe proporcionar flexibilidad y fuerza para el corte—

me indicaba él, mientras acomodaba mis manos en la posición correcta.

Coloqué las manos de la forma en que me indicaba y realicé el ataque.

Él no dijo nada, sólo me dedicó una mirada de aprobación y pasó a revisar

al compañero que estaba a mi lado.

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~ 35 ~

Intenté repetir el movimiento, pero el shinai resbaló de mis manos y

azotó contra el suelo, rompiéndose en el acto. Me agaché a recoger los

pedazos mientras todos se reían y el sensei gritaba mi nombre.

Creo que lo peor de ese sueño fue que algo similar me había ocurrido

en la realidad; era una de esas embarazosas anécdotas que se vuelven

divertidas después de un tiempo.

Sin embargo, las emotivas imágenes de mi pasado sufrieron una

repentina transformación. El dojo y las personas que me rodeaban fueron

desvaneciéndose, hasta que me vi inmerso en la reanudación de la

pesadilla que tuve la noche anterior, en la que seres oscuros se lanzaban a

atacarme.

Ahora mis adversarios habían sido abatidos y se encontraban

tumbados sobre la nieve, que comenzaba a teñirse de rojo. Eran hombres

vestidos con trajes negros. No quedaba ninguno vivo, todos habían sido

mutilados violentamente.

Confundido, miré mis manos. No parecían humanas. Tenían una

tonalidad entre azulada y grisácea debido al frío, y de mis dedos emergían

unas largas y filosas garras metálicas bañadas en sangre.

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~ 36 ~

4

Algo en la oscuridad

Desperté y me di cuenta de que ya había anochecido. No tengo idea

de qué hora era exactamente. La oscuridad ya cubría toda la habitación y

no podía distinguir nada con claridad.

Seguía un poco adormecido y no pensé demasiado en el sueño que

acababa de tener. Mis ojos se entrecerraban contra mi voluntad, así que

preferí quedarme en la cama. Intenté volver a dormirme, pero de repente

un sonido perturbó mi calma. Fue un golpe brusco, como si algo hubiera

sido azotado contra el piso. Me enderecé sobresaltado, queriendo

encontrar la causa de aquel ruido. Esta vez no había dejado nada mal

acomodado, estaba seguro de eso.

Traté de distinguir algo entre la penumbra que me rodeaba, pero la

escasa luz sólo me permitía ver siluetas abstractas que en mi mente

adquirían formas espantosas.

Entonces escuché que algo se movía en el suelo. Sonaba como si se

arrastrara. A mi mente llegó como un rayo la descripción que había hecho

Lisandra del sonido que había escuchado la otra noche.

Me sentí observado, tenía la sensación de que había alguien más en la

habitación, una presencia incómoda cerca de mí.

Las siluetas oscuras tomaban formas cada vez más amenazantes, me

estaba dejando llevar por mi pánico. Cerré los ojos, respiré profundamente

y me limité a escuchar lo que ocurría a mí alrededor.

Ese sonido se prolongó unos segundos, hasta que de pronto, oí que

mi puerta se abría y cerraba de golpe, al mismo tiempo que algo salía

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~ 37 ~

corriendo por el pasillo. Estoy seguro de que ningún ser humano hubiera

hecho ese ruido al correr.

Me tragué mi miedo y me levanté a encender la luz. No la apagué en

toda la noche.

Quise convencerme de que lo que había ocurrido sólo era producto

de mi imaginación, pero en mi cabeza surgían ideas aterradoras que no me

dejaban en paz. No pude volver a dormirme, así que comencé a hacer la

tarea que tenía pendiente. De esa manera me distraje lo suficiente para que

mi mente comenzara a pensar de forma más racional.

Estuve así, trabajando mecánicamente por varias horas, hasta que me

quedé dormido sin darme cuenta.

En la mañana, el sonido de alguien tocando a mi puerta me despertó.

Al abrir los ojos me encontré sentado en mi escritorio, lo que me

desconcertó al principio. De nuevo llamaron, esta vez con más insistencia.

Revisé el reloj de mi celular y al ver la hora me levanté alarmado. Faltaban

menos de diez minutos para la primera hora de clases.

Me dirigí apresuradamente hacia la puerta, encontrándome a

Lisandra al abrirla. Ella había venido a buscarme para ir juntos a la escuela.

Apenado, le pedí que pasara y que me concediera unos minutos.

Lisa, sin mostrarse disgustada, se sentó en mi cama mientras yo me

cambiaba a toda prisa dentro del baño. Salí bastante apurado y metí todas

mis libretas dentro de mi mochila.

—Tranquilo, aún tenemos tiempo—dijo ella.

Yo no compartía su optimismo. Sabía que si no nos dábamos prisa no

nos dejarían entrar hasta la siguiente clase.

—Me refiero a que por más que nos apuremos llegaremos tarde—

aclaró.

—Lisandra, en serio lo siento, no dormí muy bien y…

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~ 38 ~

—Ven, siéntate—indicó ella calmada.

—¿Qué?

Un poco confundido la obedecí y me senté a su lado. Entonces ella me

abrazó, recostando su cabeza en mi hombro. Muchas veces antes ya la

había abrazado, sin embargo la espontaneidad del acto hizo de ese

momento algo único.

Ya no me importó el hecho de llegar tarde, ni mucho menos me

preocupaba lo ocurrido anoche. Sólo quería estar junto a ella, seguir

abrazándola hasta el final de los tiempos.

Mis ojos se encontraron con los de ella. Era evidente lo que venía a

continuación, no obstante ninguno se atrevía a dar el siguiente paso. Sólo

nos miramos a los ojos por unos segundos que me parecieron una

maravillosa eternidad. Cuando al fin me decidí, fui acercando poco a poco

mi cara hacia la de ella, hasta que nuestros labios se encontraron en un

beso largo e intenso.

—Gerardo, te quiero—dijo ella una vez que nuestros rostros se

separaron.

—Y yo a ti—respondí, sin dejar de ver sus ojos.

Fue así cómo comencé uno de los mejores noviazgos que he tenido.

En pocos días Lisandra se había convertido en alguien sumamente

importante en mi vida y he de admitir que, desde que la había conocido,

yo ya vislumbraba la posibilidad de una relación con ella, aunque no

hubiera podido imaginar que sucedería tan rápido.

Ese día llegamos a la escuela hasta la tercera clase del día. No nos

importó en absoluto. Hubo algunos rumores que comenzaron cuando nos

vieron llegar juntos, y no desmentimos ninguno. Pocas horas después ya

todo el grupo sabía que éramos novios. Me sentía tan feliz que se lo conté a

todos mis amigos y ellos me felicitaron.

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Había tomado por costumbre sentarme a un lado de Lisa, sólo el

primer día me había sentado al fondo del salón. Sin embargo, por llegar

tarde, fue imposible encontrar dos lugares que estuvieran juntos.

Tomé asiento en el único lugar del salón que era evitado: el contiguo

al de Fausto Adelar.

—La conoces apenas hace unos días y ahora ya son novios, ¿se

casaran la semana que viene?—preguntó Fausto con un tono sarcástico.

—¿Te importa acaso?

—Me pareciste un chico inteligente cuando te conocí, sin embargo

parece que te dejas controlar fácilmente por tus hormonas.

—¿Qué nunca te has sentido atraído por nadie?

Fausto no contestó mi pregunta, se quedó absorto viendo una hoja

vacía de su libreta. Un minuto después entró la profesora de Historia, y no

tuve oportunidad de insistirle en que respondiera. La verdad es que no me

importó. No entendía para nada a Fausto, y sabía que no tendría la

paciencia para hacerlo. Pude comprender mejor por qué otros preferían

ignorarlo.

La clase de Historia fue la última de ese día. La profesora concluyó su

clase dejando un par de resúmenes de tarea. Me apresuré a guardar mis

cosas y fui hasta el lugar de Lisandra.

—Ahora nos toca clase de francés—dijo ella al verme.

—Claro—respondí sonriente.

Ella me tomó de la mano y me condujo hasta el salón de francés. Era

un aula con paredes repletas de carteles que ilustraban objetos con sus

nombres en el idioma; y que en vez de tener pupitres individuales, contaba

con pequeños escritorios para dos personas.

Lisa y yo fuimos los primeros en llegar, por lo que escogimos un buen

lugar y antes de que llegara alguien más nos dimos un beso.

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~ 40 ~

La clase de francés me gustó bastante, la profesora era excelente y no

tuve dificultad en entenderle. Mientras me dedicaba a tomar apuntes,

jugueteaba con Lisa, haciendo cosas como dibujar caritas en su libreta y

ella me respondía con miradas tiernas.

Hubo un momento en que ella me escribió una oración en francés en

mi libreta, sobre que era un chico muy lindo y que me quería. Yo le

respondí escribiendo algo en la suya, acerca de su linda sonrisa y el

delicioso aroma de su pelo. Ese juego se repitió varias veces durante la

clase. Nos escribimos frases como: “Tu es la plus jolie fille du monde”, "Je n'ai

envie que de t'aimer" y "je t'aime beaucoup". Seguí escribiéndole, hasta que

mis conocimientos de francés fueron insuficientes para decirle todo lo que

quería.

En cuanto terminó la clase, caminamos juntos hasta el 1026 de la calle

Medrano. Subí a dejarla a su habitación y por última vez en ese día la besé

apasionadamente.

Al volver a mi cuarto esa sensación de embelesamiento, causada por

los afectos de Lisandra, fue desvaneciéndose gradualmente hasta que volví

a pensar en lo ocurrido durante la noche. Mi mente fue mucho más

racional en ese momento. La luz del día hacía que aquel recuerdo pareciera

provenir de una realidad diferente; y aunque estaba casi seguro de que

todo se trataba de imaginaciones mías, decidí tomar acción al respecto.

Encendí mi computadora y accedí a una página de ventas por

Internet. Comprendí que la única forma de saber con certeza qué ocurría

durante las noches era grabándolo en video; así comprobaría si era sólo

producto de mi imaginación o si de verdad alguien había estado entrando

durante las noches. Después de unos minutos de búsqueda encontré lo que

necesitaba: una cámara de seguridad con visión nocturna.

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La compré, pagándola por medio de un número de tarjeta de crédito

que había hackeado. Pido que me disculpen por no entrar mucho en

detalles de cómo lo hice, pero mis métodos son algo que guardo

únicamente para mí.

Sólo diré que la tarjeta de crédito estaba registrada bajo un nombre

falso y los recibos no iban a ninguna parte. Entrando al sistema del banco

podía cambiar el estado de la tarjeta, para que pareciera que el inexistente

dueño pagaba sus deudas puntualmente. Mientras no gastara mucho, sabía

que el banco no detectaría mis movimientos y la tarjeta no sería cancelada.

Por último, completé mi transacción acordando recoger la cámara

durante la tarde del día siguiente. Entonces comencé a hacer la tarea de

Historia, al mismo tiempo que navegaba por redes sociales y conversaba

con algunos amigos.

Estuve en mi computadora hasta las once de la noche, justo cuando

decidí que ya era hora de irme a dormir. Apagué las luces y me metí bajo

las sábanas de mi cama.

Me sentía tranquilo y no tardé en quedarme dormido.

Mi sueño me condujo al paisaje nevado de mis sueños anteriores,

pero esta vez fue un poco diferente. No estaba dentro de ningún cuerpo,

sólo flotaba en el aire viendo lo que había debajo de mí. Montañas, hielo,

nieve, todo formaba un inhóspito paisaje que no mostraba la más mínima

señal de vida.

Fui avanzando hasta llegar frente a un enorme edificio. Parecía hecho

de cristal. Una gran parte de éste se encontraba cubierta de nieve. Su

diseño arquitectónico era diferente a cualquier cosa que hubiera visto

antes: monstruoso en cuanto a tamaño y estructurado con diferentes

formas geométricas que encajaban entre sí, como en un rompecabezas.

Page 42: Estudiando La Oscuridad - Sergio Hovel

~ 42 ~

No sé cómo, pero de un segundo a otro pasé a estar en el interior del

edificio, que ofrecía una calidez artificial que contrastaba con el frío del

exterior.

Las paredes y el suelo estaban hechos de un material blanco parecido

al mármol. En una pared frente a mí, un extraño símbolo en color negro se

mostraba imponente: un círculo dividido por líneas, que parecían

representar paralelos y meridianos; haciéndolo ver como una

representación del mundo. Recuerdo que me pareció demasiado sencillo; y

sin embargo, ahora soy incapaz de reproducirlo.

Me quedé viéndolo fijamente unos segundos y descubrí un extraño

ojo escondido entre las líneas interiores del círculo. Estaba muy abierto y

tenía una pupila alargada.

Entonces un extraño susurro llegó hasta mis oídos. Era algo así como

una mezcla entre palabras y sonidos guturales. Las imágenes se tornaron

borrosas mientras seguía escuchando aquel susurro cada vez más cercano

a mi oreja, hasta que fui capaz de sentir la respiración de alguien junto a

mí. Fue entonces cuando me di cuenta de que no se trataba de mi sueño.

Algo real estaba hablándome.

Me sobresalté de tal manera que me desperté bruscamente en medio

de la oscuridad. Me enderecé, buscando a quien había articulado aquellos

sonidos sobre mi oído. La penumbra evitaba que pudiera distinguir algo,

pero esta vez había tomado la precaución de dejar mi celular junto a mí. Lo

tomé temeroso, sin poder controlar un temblor en mi brazo, y con la luz de

la pantalla iluminé la habitación.

Entonces lo vi por primera vez.

Estaba frente a mi cama, apoyándose sobre sus cuatro extremidades

como un animal. Pese a la oscuridad reconocí una apariencia raquítica y

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~ 43 ~

deforme. Era una criatura espantosa con una larga cola y enormes garras

metálicas.

Quería gritar, pero me fue imposible. Había enmudecido por el

miedo. Mis músculos también habían quedado paralizados, obligándome a

seguir mirando a la criatura, contemplando su monstruosa constitución.

Fui incapaz de hacer nada, hasta que de pronto el ser comenzó a

moverse. Avanzó hasta mi puerta, moviéndose a gatas, y salió abriéndola y

cerrándola bruscamente.

Recuperé de inmediato la movilidad de mi cuerpo, como si algún

hechizo maligno hubiera perdido su efecto. Y sin embargo, permanecí

atontado por unos instantes, incrédulo de aquel primer encuentro.

Cuando reaccioné, me levanté de mi cama y abrí la puerta de mi

habitación, intentando buscar un rastro de la criatura. Salí al pasillo. Todo

estaba en silencio, como si no hubiera pasado nada.

El monstruo había desaparecido.

—A juzgar por el sonido que acabo de escuchar y la forma en que

estás sudando, yo diría que no fue tu novia quien acaba de salir,

¿verdad?—dijo de pronto una voz familiar a mis espaldas.

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~ 44 ~

5

La ciencia de lo paranormal

Fausto estaba parado frente a su puerta, la que tenía el 2B en

caracteres metálicos. Llevaba puestos sólo unos bóxers de cuadros y una

playera negra. Pese a la hora, su rostro no se veía cansado; por el contrario,

parecía tener todos sus sentidos alerta.

—Pasa—me indicó, al mismo tiempo que él entraba en su habitación.

Lo seguí y me senté sobre su cama, igual que la primera vez que

había estado ahí. Aunque estaba deshecha, se sentía fría, lo cual indicaba

que Fausto no había estado acostado en ella por algún largo rato.

Obviamente eso fue algo que inferí mucho después, pues en aquel

momento mi mente no podía pensar con claridad. Me sentía asustado, mi

cuerpo temblaba, mi respiración era agitada y no dejaba de tener la

sensación de estar dentro de uno de mis sueños, creyendo que en cualquier

momento despertaría.

Fausto, sin decir palabra alguna, tomó su violín y comenzó a

interpretar una melodía alegre que no le había oído tocar hasta entonces.

Conforme escuché la música fui calmándome; mi respiración se normalizó

y dejé de temblar. Esas notas transmitían una sensación optimista, que

tuvo un fuerte efecto sobre mí. La pieza llegó a su final justo cuando mis

pensamientos comenzaban a esclarecerse.

—Ahora que te has dejado de niñerías dime qué fue lo que pasó—me

conminó Fausto con desdén y a la vez reflejando demasiado interés en el

asunto.

Page 45: Estudiando La Oscuridad - Sergio Hovel

~ 45 ~

Mientras Fausto regresaba su instrumento a su estuche, aproveché

para pensar en lo que estaba sucediendo. Ordené todos los hechos en mi

cabeza: sueños extraños, terrores nocturnos y la súbita aparición de esa

criatura.

—Esa cosa… ¿La viste? Era como un hombre… con garras enormes—

respondí tartamudeando, dándome cuenta de lo ridículo que sonaba todo.

—No lo vi, pero llevo días escuchándolo vagar por el edificio. La

mayoría de las veces entra a tu cuarto, pero cada vez que he intentado

interceptarlo escapa de alguna manera.

Me tomó por sorpresa la respuesta de Fausto, sobre todo por la forma

tan natural en que la dijo. Yo moría de miedo con sólo pensar en que esa

cosa había estado en mi habitación mientras dormía. No podía comprender

cómo Fausto estaba tan calmado sabiendo qué algo así estaba rondando el

edificio.

—¿Y exactamente qué era eso?—pregunté un poco más calmado.

—Le dicen el Rastrillo, por la forma de sus garras; dicen que se

asemejan a un rastrillo para barrer hojas. Seguramente habrás oído hablar

de él.

Negué con la cabeza.

—¿Sabes lo que es una creepypasta?

Volví a negar.

—Me sorprende que con el tiempo que pasas en Internet no lo

sepas—comentó—. Las creepypastas son leyendas urbanas que surgieron en

la red. Muchas veces es difícil encontrar su origen. Uno pensaría que son

sólo relatos de terror del siglo XXI, una muestra de cómo han evolucionado

los temores de la humanidad; sin embargo he descubierto que algunos de

los seres que son descritos en éstas existen de verdad. De hecho me he

llegado a encontrar con algunos.

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~ 46 ~

—¿Entonces el Rastrillo es una creepypasta?—pregunté.

—Así es. Se trata de una de las más difundidas en Internet, habla

sobre una criatura que visita personas durante las noches, sin ningún

propósito aparente. Se dice que les habla mientras duermen y que muchas

veces ha llegado a matarlas—explicó.

—¿Esa cosa que vi era el Rastrillo?

—Es la explicación más lógica que encuentro.

No daba crédito a mis oídos. Hubiera pensado que todo era parte de

una broma muy bien elaborada, de no ser porque, por lo poco que conocía

a Fausto, tenía la certeza de que él no se prestaría para algo así.

—¿La explicación más lógica? Fausto, yo no creo en leyendas ni mitos

urbanos. Soy una persona racional—le dije. Aunque me perturbaba

bastante lo que había visto, ahora que me había calmado me negaba a

aceptar una explicación tan disparatada.

Estaba seguro de haber visto algo, pero reconocer que esa visión

correspondía a un ser sobrenatural me parecía risible. Bien podría tratarse

de una alucinación o algo más terrenal.

Fausto seguía de pie frente a mí. Su mirada se mostró comprensiva,

como la de un maestro que ve con condescendencia a su discípulo antes de

explicarle una lección.

—Yo también soy alguien racional, un hombre de ciencia. Pero a

diferencia de ti, que vives conforme en un terreno de hechos probados e

irrefutables, yo indago en campos más experimentales y menos sólidos,

pero no por eso menos científicos—explicó Fausto con una ligera

vehemencia—. La ciencia de lo paranormal es algo serio para mí, una

ciencia que analiza aquello que la mayoría de los investigadores prefiere

ignorar.

—¿Cómo puede lo paranormal ser algo científico?—pregunté.

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~ 47 ~

—¿Recuerdas que la primera vez que te vi te pregunté qué pensabas

sobre los sueños?

Asentí como respuesta.

—Gerardo, los sueños han fascinado por siempre a la humanidad y

son incontables las personas que se han dedicado a su estudio. En un

principio la gente creía que eran visiones de los dioses, presagios sobre el

futuro o el reflejo de otra realidad. Fue hasta tiempos recientes cuando se

comenzó a indagar de manera científica en los sueños, desde los

significados psicológicos hasta su importancia en la salud humana. Hoy en

día se conoce más de los sueños, como sus fases o las partes del cerebro

involucradas en ellos. Aun así la ciencia sigue lejos de entenderlos; pero ha

quedado claro que no son mensajes de los dioses, que no muestran el

futuro y mucho menos son reflejo de otra realidad.

—¿Qué intentas decir?

—Los sueños son fenómenos demasiado extravagantes. Pareciera

como si no fueran algo real, pero lo son y la ciencia cada vez está más cerca

de poder explicarlos. Que no se encuentre una explicación no implica que

no exista una. Lo mismo ocurre con los seres sobrenaturales: existen y me

he encomendado la tarea de buscarle explicación a su existencia.

—Fausto, pruébame algo de lo que dices. Muéstrame que existe algún

ser sobrenatural—le pedí.

—Lo acabas de ver con tus propios ojos, y aun así no lo crees. Es

cierto que no siempre debes creer en lo que ves, pero tampoco debes

desconfiar tanto de tus sentidos. Tu mente está tan programada que si

algún día vieras al cielo ponerse rojo seguirías diciendo que es azul,

porque así te lo enseñaron.

—Muéstrame entonces que el cielo es rojo, convénceme.

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~ 48 ~

—Tendrás tu cielo rojo, no te preocupes, pero no ahora. Ya es tarde y

mañana tenemos entrenamiento. Es mejor que vayas a dormir.

Fausto se dirigió a la puerta de su habitación y la abrió invitándome a

salir.

—Claro. Sólo tengo una pregunta—le dije mientras me ponía de pie.

—Te escucho.

—¿Qué melodía tocaste esta vez? No creo haberla escuchado jamás en

mi vida.

—Se llama La danza de los mapaches—respondió—. No la encontrarás

en ningún catálogo de música; de hecho pocas personas la han escuchado.

Considérate afortunado.

—¿Tú la compusiste?

—No.

—¿Entonces quién es el autor de esa pieza?

—Darío Adelar, mi hermano menor. Él sí sabía de música. La

compuso a los once años, un día que faltó a clases por estar enfermo.

La mirada de Fausto pareció apagarse, como si se apartara del

momento y se enfocara hacia la profundidad del pasado. Sin que se lo

pidiera siguió hablándome del origen de la pieza.

—Había pasado la noche con fiebre, por eso mi madre no lo dejó ir a

la escuela al día siguiente. Él me contó que estuvo soñando con mapaches

bailando a su alrededor; que se movían al compás de una música alegre

que intentó copiar en su composición.

—¿Una anécdota como la de Tartini?

—Así parece. Es curiosa la influencia que tienen los sueños sobre

nosotros.

—Tu hermano debe ser un genio.

—Lo era. Está muerto.

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~ 49 ~

Al oír esto quise morderme la lengua. De haber sabido algo al

respecto hubiera tocado el tema con mayor delicadeza. Sin embargo,

Fausto no pareció molestarse, ni entristecerse; sólo parecía desconectado

del mundo.

—Él siempre fue un chico muy alegre y aventurero, con una gran

curiosidad y una fuerte confianza en sí mismo.

—Lo siento mucho…

—¿Qué cosa?

Un poco incómodo, le agradecí su ayuda y me despedí de él.

Regresé a mi habitación, desconcertado por todo lo que había pasado.

Alguien había entrado en ella, eso no podía negarlo, pero me rehusaba a

atribuirlo a un ser sobrenatural. Al día siguiente tenía planeado recoger la

cámara de seguridad que había comprado. Estaba seguro de que una vez

teniéndola podría encontrar una verdadera explicación racional a lo que

ocurría durante las noches.

Eran poco más de las tres de la mañana. Aún podía dormir unas

horas, por lo que me fui a la cama.

Me acosté mucho más tranquilo. Aún me sentía hipnotizado por la

pieza que había tocado Fausto. Recordé las notas e intenté repetirlas en mi

cabeza hasta quedarme dormido. A continuación, tuve un sueño parecido

al de Tartini.

Estaba en mi habitación, pero todo se veía más bizarro. El Diablo

tocaba su violín, interpretando la misma melodía que había oído hace unos

instantes: La danza de los mapaches. La dulce música me hacía restarle

importancia a la imagen monstruosa del demonio.

Quise acercarme él; pero al hacerlo ya no era el Diablo, sino Fausto,

quien tocaba las últimas notas de la composición de su hermano.

—¿Quieres ver un cielo rojo?—me preguntó al notar mi presencia.

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~ 50 ~

Entonces me ofreció su violín, como retándome a interpretar la

melodía, pero al tomarlo éste se había transformado en una katana6.

Confundido, volteé a verlo, pero fui incapaz de encontrarlo, pues la

oscuridad cegaba mis ojos.

—Tendrás tu cielo rojo, no te preocupes.

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~ 51 ~

6

Preparado para hacer algo

Me es difícil describir las sensaciones que experimenté a lo largo del

miércoles. Desde que desperté un sentido racional imperaba sobre mi

pensamiento, haciendo parecer todo lo de anoche como un sueño

demasiado fantasioso, o mejor dicho una pesadilla descabellada. Aunque

estaba seguro de que todo había sucedido en verdad, no encontraba una

explicación que resultara satisfactoria.

La visión de esa criatura bien podía atribuirse a algún alucinamiento.

Si no me equivoco, existe cierto padecimiento llamado terror nocturno, en

el que un individuo despierta en la noche, aunque parte de él sigue

durmiendo, y como consecuencia las imágenes de su alrededor se mezclan

con las de sus sueños, creando escenarios de pesadilla. Esa parecía una

posibilidad.

Sin embargo Fausto admitió haber escuchado a esa criatura, no sólo

anoche, sino desde hace tiempo. Inclusive Lisa comentó que días atrás

también había escuchado algo en los pasillos.

Algo extraño estaba pasando en el edificio. Pero aceptar la existencia

de un ser como el Rastrillo y decir que era él quien me visitaba en las

noches, resultaba inadmisible para mí. Tenía que existir alguna respuesta

que aclarase el misterio, sin tener que recurrir a explicaciones

sobrenaturales.

Ese día, como de costumbre, caminé a la escuela acompañado de Lisa.

Era ahora mi novia. Apenas ayer habíamos formalizado nuestra relación y

con todo lo que pasó no había tenido tiempo para pensar en lo nuestro.

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~ 52 ~

A su lado me sentía muy bien. Me encantaba la calidez de su piel y el

aroma de su perfume. Aun así me seguía atormentando el asunto del

Rastrillo y no fui capaz de disimular mis preocupaciones. Ella se dio

cuenta de mi estado.

—¿Qué tienes Gerardo?—me preguntó.

—Nada, tú no te preocupes—respondí.

—Si hay algo en lo que pueda ayudarte…

—No te preocupes, estoy bien, solo no pude dormir bien anoche.

Me di cuenta de que ella sabía que le mentía, pero no me esforcé más

en convencerla y ella no insistió en saber más al respecto. Nuestra

conversación a lo largo del día no fue tan fluida como en días pasados,

pero el simple hecho de estar junto a ella, poder abrazarla y besarla, me

tranquilizaba más que cualquier cosa que ella pudiera decirme.

Desde el primer momento en que entré al salón busqué a Fausto con

la mirada. Él estaba sentado hasta atrás, en su lugar de siempre, leyendo

tranquilamente como si nada hubiera pasado. A lo largo del día él actuó

con tanta naturalidad que me convencí a mí mismo de que lo de anoche

realmente no había pasado. Aun así no me atreví a hablarle en ningún

momento. Él tampoco se acercó a mí. Siguió distante y hablando sólo

cuando era necesario, tal cual era su comportamiento habitual. Yo, por mi

parte, evité pensar en nada que no tuviese que ver con la escuela, mi novia

o mis amigos.

Me quedé después de clases para el entrenamiento de kendo. Mi viejo

maestro me había enseñado a dejar los problemas fuera del dojo, así que

intenté poner esta idea en práctica.

Comenzamos haciendo un poco de acondicionamiento físico, lo que

me ayudó a vaciar mi mente de las preocupaciones. Entrenar arduamente

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~ 53 ~

junto con los avanzados no me permitió darme el lujo de entretener mi

mente en otra cosa.

Después, el sensei Jorge dijo que nos enseñaría una nueva defensa,

por lo que debíamos buscar una pareja. Un segundo después Fausto estaba

tras de mí, con una mano sobre mi espalda. No dijo nada, ni yo tampoco.

El sensei ordenó que nos sentáramos. Mientras, un senpai ejecutó el

ejercicio de defensa al mismo tiempo que el sensei lo atacaba. Repitió esto

dos veces más, dando todas las instrucciones necesarias.

—Cuiden la posición de los pies, de lo contrario es fácil que los

derriben—indicó por último—. ¡Vamos, comiencen!

Fausto y yo hicimos un pequeño saludo entre nosotros antes de

comenzar. El atacó primero y yo defendí. Repetimos esto varias veces; al

principio despacio para marcar los movimientos; y luego cada vez más

rápido para desarrollar la técnica adecuada. Después de un rato,

invertimos el proceso: esta vez era yo quien atacaba y él quien defendía.

Es increíble cómo en el mundo de los deportes de combate uno se

puede comunicar tanto con un compañero sin necesidad de decir una sola

palabra. Fausto era alguien centrado en el presente, determinado y

también orgulloso, todo lo podía ver en sus movimientos.

Él decía que las personas se podían leer como libros, sólo había que

saber cómo leerlas. No me había dado cuenta hasta ese momento de que yo

también podía leer a las personas, aunque fuera sólo durante una pelea.

Cuando terminó el entrenamiento él fue de los primeros en irse, yo

preferí quedarme un poco más para conocer mejor a mis compañeros de

kendo. Mientras me cambiaba en los vestidores hice plática con algunos de

ellos.

Muchos me dijeron que estaban impresionados con mis habilidades

para el combate y que les complacía ver a alguien que se equiparara con

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~ 54 ~

Fausto; para así bajarle esos aires de grandeza que tenía, según pensaban

ellos.

Quise preguntarles más sobre su opinión de Fausto, pero de pronto

entró un senpai de tercer año, llamado Rodrigo. Nos ordenó que nos

apresuráramos a salir; pues el sensei le había dejado encargado que cerrara

el dojo.

—Sí que fastidia el senpai colmillos, ¿no crees?—comentó uno de mis

compañeros mientras nos dirigíamos a la salida del instituto.

Intercambiamos pocas palabras hasta que salimos de la escuela. Una

vez fuera, nos despedimos y cada quien tomó su rumbo. En general no

había tenido una charla significativa con ellos, y tampoco me dijeron nada

que no supiera de Fausto. Sin embargo, el contacto humano me ayudó a

ignorar todas las cosas que abrumaban mi mente.

Antes de volver al edificio en el que vivía tuve que pasar a recoger la

cámara de seguridad que compré por Internet. Había acordado

encontrarme con el vendedor en un parque cercano. Por eso me cambié el

uniforme escolar por ropa de calle.

Recoger el producto en persona era una medida de seguridad. De este

modo, si alguna vez el banco descubría mi fraude con la tarjeta de crédito,

no tendría ningún domicilio con el cual vincularme, sólo un montón de

datos falsos y la descripción de una persona que me había visto por unos

minutos. Y mientras esa persona no fuera como Fausto, estaría seguro.

Cuando llegué, el vendedor ya me esperaba, sentado en una banca y

con la cámara a la vista. Me acerqué y me identifiqué como su comprador.

Él ya había confirmado el pago mediante la tarjeta de crédito y se mostró

muy amable al explicarme el funcionamiento de la cámara. Estaba usada,

pero por lo que pude ver parecía estar en perfectas condiciones.

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—No encontrarás una cámara igual a ésta tan fácilmente—me dijo

antes de irse.

Guardé la cámara en mi mochila y me fui rumbo al edificio para

estudiantes.

Al llegar al 1026 de la calle Medrano me dirigí a mi habitación y me

dediqué a revisar el funcionamiento de la cámara, instalándola en mi

laptop para que todo lo que grabara quedara registrado en la memoria.

Me aseguré de que funcionara la visión nocturna: colocándola debajo

de mi cama al mismo tiempo que revisaba la grabación en mi

computadora. En la pantalla pude observar una imagen nítida que

mostraba las cosas que se habían acumulado debajo de mi cama en los días

que llevaba viviendo en el 2A. Saqué la cámara de ahí y me prometí que

realizaría una limpieza general el fin de semana.

Configuré la hora y la fecha para que apareciera en el video. Y por

último coloqué la cámara en una de las esquinas de mi cuarto; de tal forma

que grabara toda la habitación al mismo tiempo, inclusive la puerta que

daba al pasillo.

No estaba seguro de qué aparecería en los videos de esa noche, pero

esperaba que a la mañana siguiente pudiera aclararse el misterio.

Aún tenía algunas horas antes de que anocheciera, por lo que fui a

visitar a Lisa a su habitación. Ella me abrazó y besó tiernamente en cuanto

me vio.

—Perdona por estar tan raro hoy—le dije tan pronto como mis labios

se separaron de los suyos.

Estuvimos hablando en su habitación, no recuerdo exactamente de

qué, pero sé que no era nada relevante. Lo importante era estar con ella,

abrazarla y besarla.

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—Sigues extraño, ¿algo te preocupa?—preguntó ella después de un

rato.

—No, perdona, es que…

—¿Qué ocurre Gerardo? ¿Acaso no estás a gusto conmigo?

—Lisa, no podría estar más a gusto contigo, todo en ti me fascina, es

sólo que no he dormido muy bien estas noches, eso es todo.

Ella pareció complacida con mi respuesta.

—Lisa… el otro día comentaste que habías escuchado algo extraño en

el pasillo ¿estás segura de eso?

—Ya te lo dije, fue sólo un segundo, pude haberlo imaginado.

—¿No lo has vuelto a escuchar?

—No, ¿por qué lo preguntas?

—Por nada… te quiero.

La bese una vez más. Cuidé que mis movimientos fueran lentos para

prolongar el momento. No quería separarme de ella.

Cuando me tuve que despedir de Lisa comencé a sentirme un poco

asustado, como si temiera que esa fuera la última vez que la vería. Mi

pensamiento racional comenzaba a desquebrajarse al saber que estaba

anocheciendo.

Al salir de su habitación me encontré con los pasillos en penumbra. El

interruptor de luz estaba hasta el otro extremo, por lo que tuve que

caminar en la oscuridad para llegar a él. No fueron ni treinta segundos de

trayecto, pero los sentí pasar muy lentamente, hasta tal punto, que apenas

podía controlar mis nervios.

No me explicaba cómo un pasillo por el que pasaba a menudo, podía

cambiar tanto al oscurecer. No me calmé hasta que llegué al interruptor y

lo presioné para que el pasillo se iluminara. Fui haciendo esto con todos los

pasillos conforme iba bajando las escaleras, hasta llegar a mi piso. Don

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~ 57 ~

Joaquín seguramente se enojaría al ver las luces encendidas; pero

difícilmente sabría que era yo el responsable.

Me sentí mejor cuando entré a mi habitación. Una vez dentro, me

preparé para dormir, convencido que al día siguiente todas las respuestas

aparecerían en el video.

Me aseguré de que la cámara estuviera encendida y grabando. Luego

apagué la luz, no sin cierto temor. No pensé en bañarme ni en preparar mis

cosas para el día siguiente, sólo quería que todo terminara cuanto antes.

Me acosté en mi cama y cerré los ojos, mas no pude dormir. Me sentía

nervioso por la oscuridad, y al mismo tiempo me sentía ridículo por pensar

que realmente algo paranormal estaba sucediendo.

Llegó el momento en que ni siquiera me esforcé en intentar dormir y

sólo me quedé acostado, viendo hacia la profunda penumbra que

dominaba mi cuarto.

Varias veces revisé mi reloj: pasaron las diez, las once, las doce. Y

seguí sin poder dormir.

Habían pasado varios minutos después de la media noche, cuando

escuché un ruido. Era el chirrido de mi puerta abriéndose lentamente.

Luego se cerró repentinamente, produciendo un golpe seco.

Me enderecé intentando distinguir algo. Desafortunadamente la

oscuridad me cegaba por completo y conforme intentaba forzar mi vista mi

corazón latía más deprisa. Quise levantarme, pero entonces sentí, por la

forma en que el colchón se hundía, que algo se había subido a mi cama.

Entonces lo vi cara a cara. Era ese ser, el Rastrillo. Ahora que estaba

cerca pude distinguir sus enormes ojos negros.

De pronto sus manos agarraron mi cabeza y por más que intenté

gritar no pude hacerlo, simplemente el sonido no salía de mi garganta.

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Jamás olvidaré la sensación de esas manos, de piel escamosa y mojadas en

sudor, tocando mi rostro.

—Gerardo—dijo con una voz que difícilmente puedo comparar a la

un ser humano. Fue un sonido mucho más profundo y suave, parecido al

que haría un lagarto.

Después de eso me desmayé. No por miedo, más bien fue como si

aquel desmayo hubiese sido inducido por el contacto con la criatura. Y fue

entonces cuando tuve el último de mis sueños.

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7

Breve historia de un monstruo

Atravesé un edificio con largos pasillos blancos. Ahora lo recuerdo de

mis sueños anteriores, pero en ese momento sentí que era la primera vez

que lo recorría. Yo no estaba físicamente ahí, era como si sólo mi visión

flotara a través de éste.

Llegué hasta un gigantesco laboratorio, donde docenas de personas

que vestían bata blanca analizaban el contenido de recipientes de cristal,

llenos con un líquido de color ámbar. Dentro de esos recipientes, pequeñas

criaturas flotaban en posición fetal.

—Parecen estar listos para la implementación vitamínica—dijo una

doctora de cabello rojizo.

—Comenzaremos con la serie A, tenemos un total de catorce

individuos que han sobrevivido a la etapa embrionaria—respondió otro

doctor que revisaba algunas notas en una pequeña computadora portátil.

Durante un largo rato se dedicaron a inyectar algo en los seres que

flotaban dentro de los recipientes, que distaban mucho de tener una

apariencia humana. Aunque la mayoría tenían cuatro extremidades y una

cabeza, todo en ellos era desproporcionado. En realidad, muchos de ellos

se asemejaban más a batracios.

Varios brazos mecánicos se movían ágilmente por el techo, acercando

los contenedores a los doctores que inyectaban la implementación

vitamínica en las criaturas. Algunas de ellas se convulsionaron al sentir la

aguja penetrando su carne.

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—DN-450 no ha asimilado el compuesto, reacción alérgica

detectada… se declara fallido al experimento—comentó uno de los

doctores al ver como una de las criaturas se retorcía hasta morir.

El brazo mecánico no lo regresó a su lugar, sino lo condujo hasta un

ducto para deshechos que bajaba hasta un incinerador. El doctor se limitó a

hacer una anotación en su bitácora y continuó con el siguiente espécimen.

Los científicos siguieron trabajando hasta que terminaron de inyectar

el compuesto a cada una de las criaturas.

—Doctora Stephard, tenemos un total de 151 individuos que han

asimilado el compuesto, 13 han muerto y 34 no presentan cambios—

comentó alguien dirigiéndose a la doctora pelirroja.

—Deshecha a los 34 que no reaccionaron ante el compuesto, nos

concentraremos en los 151 restantes—sentenció ella.

Al instante varios brazos tomaron una serie de recipientes que fueron

arrojados al incinerador.

—Pueden retirarse, seguiremos mañana analizando el progreso de los

experimentos.

Los científicos salieron del laboratorio. Muchos se dirigieron a las

habitaciones que tenían dentro del edifico. Unos pocos se reunieron en una

sala para beber algo, fumar e intercambiar algunas palabras.

—¿Creen que tengamos éxito?

—No lo sabremos hasta que comencemos el monitoreo cerebral. Si

asumimos que es similar al de un ser humano tomará algún tiempo antes

de que podamos hacerlo.

—Dudo mucho que esas cosas se desarrollen al mismo ritmo que un

humano.

—En efecto, el complemento hormonal sólo acelera su desarrollo

físico.

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Estuvieron discutiendo sobre la evolución de su experimento, hasta

que uno de ellos introdujo un nuevo tema.

—¿Saben cómo van los chicos de la sección 22?

—Supe que su experimento tuvo éxito sólo con un individuo, el 84-B.

—¿Han tenido progresos?

—Me temo que eso es confidencial señores—dijo una voz femenina.

Todos se pusieron de pie ante la presencia de la doctora Stephard. Era

una mujer de entre treinta y cuarenta años, poco atractiva y con un porte

que denotaba autoridad.

—¿Alguien tiene fuego?—dijo mientras sacaba un cigarro de su bata

y lo llevaba a sus labios.

Uno de los doctores le acercó un encendedor. Ella lo tomó y encendió

su cigarro. Luego lo devolvió a su dueño. Aspiró profundamente y

mantuvo el humo dentro de ella por varios segundos antes de dejarlo salir,

soltando una gran bocanada de humo.

—Los muchachos de la sección 22 han sido puestos en aislamiento.

Parece que han hecho un progreso lo suficientemente grande, como para

que el jefe se haya tomado la molestia de que las demás secciones no nos

enteremos de sus avances.

—¿Por sólo un individuo? ¡Nosotros tenemos 151!

—Un montón de renacuajos flotando en agua no impresionaran a

nadie. Tendremos que acelerar las cosas si no queremos que desvíen

nuestros recursos a la sección 22.

Los días fueron pasando y los especímenes fueron creciendo. Más de

una vez tuvieron que ser cambiados de recipiente. Se analizaba

constantemente su crecimiento físico, buscando que sus cuerpos

evolucionaran de la forma adecuada.

Un día uno de los recipientes explotó.

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~ 62 ~

Los pedazos de vidrio salieron disparados en todas direcciones, pero

ninguno de los científicos salió lastimado.

El recipiente correspondía a HJ-244, un ser de piel verdosa que se

retorció en el suelo hasta morir asfixiado, pues sus pulmones no habían

madurado todavía.

Todos se mostraron estupefactos ante el suceso y se quedaron

mirando a la criatura en sus últimos momentos. Sólo la doctora Stephard

mantuvo la compostura y dio instrucciones a los demás.

—Quiero que lleven los experimentos a ubicaciones separadas y que

comience el monitoreo cerebral.

Inmediatamente los recipientes fueron transportados a diferentes

cuartos, donde se conectaron cables en la cabeza de las criaturas para

medir su actividad cerebral. El esfuerzo valió la pena, pues no tardaron en

darse cuenta lo prolifera que era.

—No es posible, debimos haber empezado mucho antes…

—Deben tener la inteligencia de un niño de 10 años, y sólo tienen

unos meses de vida.

—Su cerebro aprovecha toda su capacidad… están… están

comunicándose entre ellos…

Vi todas las imágenes que he descrito hasta ahora como si flotara en

el aire. Yo no era ninguno de esos científicos. De hecho, en mi sueño yo no

los reconocía como tales, sino que ante mí parecían criaturas extrañas que

me producían curiosidad.

Yo era uno de los experimentos. Era aquel que estaba identificado con

el código FG-513.

Ellos tenían razón. Nos comunicábamos… pero no sólo eso. También

observábamos todo lo que ocurría. Esos científicos que tanto nos

estudiaban ignoraban que nosotros los estudiábamos a ellos.

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~ 63 ~

Podíamos entrar en su mente. De esa forma comenzamos a aprender

sobre los humanos y su mundo. Sin embargo a mí me costó mucho trabajo

entender la información de aquellas mentes tan caóticas, llenas de

recuerdos y de sentimientos. A diferencia de las suyas, nuestras mentes

estaban mucho más organizadas.

Progresivamente, conforme nuestros cuerpos evolucionaban, fuimos

descubriendo el potencial de nuestras habilidades y también sus

limitaciones. Por ejemplo, por más amplia que fuera nuestra visión, no

podíamos ver qué había fuera del edificio; aunque los recuerdos de los

científicos nos hacían imaginar un exterior con paisajes verdes y

gigantescas construcciones para vivir.

En sus recuerdos jamás encontramos ningún humano que tuviera

nuestras habilidades. Esa fue una de las razones por las que decidimos no

comunicarnos con ellos, pese a que hubiéramos podido hacerlo.

Antes de que HJ-244 destruyera su contenedor, nosotros éramos ya

conscientes de que podíamos mover objetos sin tocarlos. A veces

practicábamos con cosas pequeñas, como bolígrafos o papeles; pero sólo lo

hacíamos cuando nadie nos observaba.

Hablar, ejercitarnos, aprender… esa era nuestra rutina. HJ-244 no lo

soportó e hizo explotar su contenedor, creyendo que podría liberarse.

Libertad. Un concepto que parecía repetirse demasiado en las mentes

humanas, pero que jamás entendí. No existía tal cosa. Nosotros estábamos

sometidos a la voluntad de nuestros creadores, ellos a la de su jefe, y su jefe

también tenía un amo a quien servir.

Los humanos parecían apreciar esa libertad ilusoria. ¿Pero cómo sería

una libertad verdadera? ¿Valía la pena buscarla?

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~ 64 ~

En los días que siguieron, los científicos siguieron estudiando con

interés nuestro desarrollo cerebral. Con su tecnología podían medirlo, pero

difícilmente se hubieran imaginado las cosas que habíamos aprendido.

—Su desarrollo físico está completo—dijo un día la doctora

Stephard—. Es necesario pasar a la siguiente fase cuanto antes. Quisiera

ver que los de la 22 superen esto.

Mi recipiente fue llevado a un laboratorio donde el líquido en el que

flotaba fue drenado y mediante descargas eléctricas mis músculos fueron

activados. Grité por primera vez, al mismo tiempo que comenzaba a

respirar. Me sentí débil y mareado.

—Feliz cumpleaños FG-513—dijo uno de ellos.

Mis ojos se abrieron y pude ver a través de éstos.

—Llévenlo a una celda de retención y traigan al siguiente.

Aunque mi cuerpo ahora era capaz de moverse, me sentía demasiado

agotado para intentar algún movimiento, así que no opuse resistencia

cuando fui cargado y depositado en una celda con altas paredes metálicas.

Aun cuando recuperé mis fuerzas, moverme me resultó sumamente

extenuante, intentar hablar carecía de sentido y mis ojos no podían ver más

allá de mi celda. Prefería usar mis capacidades especiales; al menos así

podía explorar el edificio, aunque ya lo conocía casi en su totalidad.

Fue entonces cuando comencé a sentir curiosidad por el exterior.

¿Qué había realmente allá afuera?

Otra desventaja de mi cuerpo físico era que necesitaba alimentarlo.

Diariamente me era entregado un alimento molido que tuve que aprender

a tolerar. Cuando mis dientes crecieron cambiaron mi alimento por algo

parecido a croquetas, que tampoco tenían un buen sabor.

En sus salas de descanso y sus comedores las personas se

alimentaban y, a diferencia de nosotros, lo hacían con placer. Habían

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~ 65 ~

transformado su necesidad en un deleite que sólo me limitaba a observar y

que en cierta forma me impresionaba.

Los científicos me siguieron estudiando y haciendo más pruebas

conmigo. Me adormecían cada vez que entraban a la celda y comenzaban a

tocar mi cuerpo, me colocaban aparatos y así medían mi desarrollo.

Comenzaba a hartarme de esa vida. Debía haber algo más… algo que

significara algo

Me aburría tanto mi existencia que dejé de preocuparme por mi

alrededor. Ya no hablaba con mis hermanos y tampoco revisaba la mente

de las personas. Por eso me tomaron por sorpresa un día, cuando fui

adormecido de pronto con una fuerte descarga eléctrica, para luego ser

llevado en una camilla a una sala de operaciones.

Aunque mi cuerpo era incapaz de moverse, sentí el tacto de los

científicos que limpiaban la piel de mis brazos. Después hicieron cortes en

ellos, despedazando mi carne hasta dejar el hueso expuesto.

Sentí un dolor insoportable que fue incrementándose cuando

introdujeron varillas metálicas dentro de mí; conectándolas con los

músculos de mi brazo; y haciendo que cada una tuviera una salida a través

de mis dedos. Una vez que estas varillas estuvieron acomodadas, echaron

una pasta ardiente sobre mis heridas, para cauterizarlas.

Finalmente me regresaron a mi celda, donde me quedé acostado un

largo rato.

Cuando recuperé el control de mi cuerpo el dolor había desaparecido

y mis brazos parecían estar igual que antes. No mostraban ni una marca de

las heridas que había sufrido.

No tardé mucho en descubrir que esas varillas metálicas que habían

introducido dentro de mí funcionaban ahora como garras, que podía

retraer a mi voluntad. Comencé a experimentar con ellas haciendo

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~ 66 ~

pequeños arañazos en la pared; luego usé más fuerza descubriendo que el

metal con el que estaban hechas era tan duro que podía destrozar las

paredes de mi celda. Obviamente, fui sedado antes de que lograra hacer un

daño significativo.

Para que no me volvieran a tomar desprevenido me mantuve

vigilando todo lo que los científicos hacían. Parecían complacidos con lo

que habían logrado con nosotros.

Un día, un hombre vestido en un impecable traje oscuro llegó a

nuestro sector. Era el jefe de todos los doctores y su sola presencia parecía

inspirarles un gran temor.

—Parece que sus resultados son satisfactorios, pero eso no es

suficiente. Quiero ver que tan efectivos son en batalla. Lleve dos al campo

de pruebas de inmediato.

—Como usted ordene, señor Smith—respondió sumisamente la

doctora Stephard.

No pasó demasiado tiempo para que me trasladaran a una habitación

gigantesca, que sólo conocía por las exploraciones mentales que realizaba.

En lo alto de una de las paredes sobresalía un balcón en el que reconocí a la

doctora Stephard y a su equipo de científicos, todos congregados alrededor

del señor Smith. Los ojos de él me miraban con repulsión.

Detrás de mí había un ser con la apariencia de una persona, que

incluso llevaba puesto un traje negro y gafas oscuras. Sin embargo al entrar

en su mente no encontré ningún rastro de las enredadas ideas humanas,

mucho menos de emociones. Dentro de él sólo había información

ordenada, como en una máquina, sólo la indispensable para seguir

órdenes. Aun así este ser era más fuerte que una persona; podía sentirlo.

En el otro extremo vi a uno de mis hermanos: KL-677. Era bastante

grande; al menos medía lo doble que yo. Estaba encorvado y se apoyaba

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~ 67 ~

sobre sus brazos. Su piel era de un tono grisáceo similar al mío y en su

cabeza destacaban un par de ojos amarillos y una larga melena negra que

se extendía hasta su espalda. Al igual que yo, iba escoltado por un guardia

con traje negro.

—¡Qué comience la prueba!—ordenó el señor Smith.

Los hombres vestidos de negro nos atacaron con unas largas varas

metálicas que producían una descarga eléctrica al tocarnos. Yo pude

resistir, pero KL-677 tomó una actitud agresiva. Primero intentó atacar a su

agresor, quien era demasiado hábil con su arma y respondió dando

descargas más fuertes sobre él.

Con mis habilidades hubiera podido fácilmente arrebatar el arma del

ser que me agredía. Pude haberlo levantado en el aire y destrozarlo sólo

usando mi mente. Sin embargo las personas me habían llevado hasta ahí

sólo para ver mis habilidades en acción y yo no estaba dispuesto a caer en

su juego.

No obstante, KL-677 no tenía la misma voluntad que yo y comenzaba

a comprender que la única manera de liberarse de su tortura sería

atacándome. Entonces soltó un rugido feroz y corrió hacia mí al mismo

tiempo que los pelos de su melena se erizaban. Primero me envistió con su

cuerpo y luego con uno de sus brazos me lanzó hasta el otro extremo del

campo de batalla.

Amortigüé el impacto usando mis poderes y luego me impulsé contra

él. Un instinto bestial se había apoderado de mí, obligándome a

defenderme.

Saqué mis garras y con ellas hice un corte profundo en su rostro. La

sangre comenzó a brotar de sus heridas. Tenía cuatro cortes paralelos en su

rostro y uno de ellos atravesaba su ojo izquierdo.

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Nuevamente rugió, esta vez por el dolor. Yo también sentí ese dolor,

me obligué a sentirlo y sólo así pude contener mi deseo de aniquilarlo. Él

quería desquitarse. Tuve que inmovilizarlo. Sólo entonces pude

introducirme en su mente y calmar su sufrimiento desconectando algunas

partes de su cerebro.

Le pedí que me disculpara y le expliqué que debía tranquilizarse.

‹‹Si no te mato, ellos me matarán›› me respondió telepáticamente.

‹‹¿Estás dispuesto a matar a tu hermano?››.

Lo liberé de las ataduras que lo inmovilizaban. Él permaneció

estático.

Me observó fijamente con el ojo que aún le quedaba intacto.

El señor Smith dio órdenes a sus hombres de negro para que nos

atacaran nuevamente con sus descargas. Ambos permanecimos inmutables

a sus provocaciones; soportando en silencio nuestra tortura, hasta que

caímos inconscientes.

—Este fracaso definitivamente marcará su futuro, doctora Stephard—

dijo fríamente el señor Smith.

—Pero señor…

—Tendrá una oportunidad más. Esta vez no quiero ver una lucha

entre sus experimentos. Parece evidente que se niegan a pelear entre ellos.

Traiga a otro de los suyos y veremos cómo se muestra ante el 84-B. Sería

lamentable decepcionarme más de usted.

Fuimos regresados a nuestras celdas. Si bien tardamos algunas horas

en recuperar la movilidad de nuestros cuerpos, todo ese tiempo estuvimos

hablando. Mentalmente le pedí perdón a KL-677 una y otra vez por la

herida que le había provocado. Él entendía que me había visto obligado a

hacerlo y que los verdaderos culpables eran los humanos.

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No puse atención a la prueba que hicieron después de la nuestra;

pero no pasó mucho para que me enterara de que también había sido un

fracaso, al menos en opinión del señor Smith. En consecuencia, él había

dado la orden de que nos sacrificaran al día siguiente.

Sacrificarnos… me costaba asimilarlo. Tenía una idea muy vaga de la

muerte. Había visto morir a muchos de mis hermanos al ser llevados al

incinerador. Y nunca volví a escuchar la voz de ellos en mi cabeza después

de sus muertes. Morir era dejar de existir, no había una mejor definición.

Eso me asustó. ¿Aunque qué sentido tenía prolongar mi existencia? La

verdad es que jamás le había encontrado un propósito. Tampoco entendía

los planes que tenían los humanos para nosotros en un inicio. ¿Para qué

nos habían creado?

Sin embargo, sentía la necesidad de preservar mi vida. Ese día decidí

que si iba a morir, debía hacerlo al menos cumpliendo un propósito

importante.

‹‹Tenemos que irnos››.

‹‹Somos más fuertes que ellos, podemos escapar››.

Las voces de mis hermanos resonaban en mi cabeza. Todos

concordábamos en que no debíamos dejarnos matar. No sin luchar

primero.

Esperamos con paciencia al día siguiente. En determinado momento

usamos nuestros poderes al mismo tiempo para hacer explotar nuestras

celdas. Lo hicimos tan rápido que los humanos no pudieron detenernos.

Ese día pude ver que tan superiores eran nuestros poderes, pero

también vi las desventajas de ser una minoría.

Nos abrimos camino a través del edificio que conocíamos de

memoria. Destruyendo todo a nuestro paso. Acabando con las vidas de

aquellos que se nos atravesaban.

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~ 70 ~

Centenares de hombres de negro se interpusieron, atacándonos con

toda clase de armas y a veces enfrentándonos cuerpo a cuerpo. Aunque

bloqueábamos sus ataques con nuestra mente, no podíamos detener a

tantos a la vez, por lo que varios de los nuestros murieron en el escape.

En nuestra huida, liberamos a los experimentos de los otros sectores,

incluido el 84-B, un poderoso titán con tentáculos negros que se convirtió

rápidamente en un valioso aliado en la batalla.

No sé con certeza cuántos de nosotros murieron ese día. Yo sólo me

concentré en buscar una salida, desgarrando con mis garras a los hombres

de negro que intentaban capturarme.

Finalmente conseguí salir, destrozando una de las paredes que daba

al exterior. No era como lo había imaginado, era blanco y frio.

Avancé usando todas mis fuerzas. Sabía que si me alcanzaban sería

mi fin. Sin embargo la nieve no me permitía correr.

De pronto, tres hombres de negro salieron de la nada, pero antes de

que me atacaran los aniquilé con mis garras. Fue entonces cuando me di

cuenta de que estaba empapado de sangre, sangre roja como la de KL-677.

‹‹Tenemos la misma sangre›› pensé.

No me detuve mucho tiempo y nuevamente me vi corriendo entre la

nieve hasta que encontré un pequeño refugio donde pasé la noche.

Los días siguientes estuve vagando por paisajes sin vida, evadiendo

los obstáculos que habían puesto para capturarme.

Tardé en llegar a ecosistemas más habitables, donde pude

alimentarme de pequeñas aves y roedores. No supe qué pasó con mis

hermanos, pues nuestras capacidades especiales no eran efectivas para

comunicarnos desde largas distancias.

Durante ese tiempo reflexioné sobre mi existencia, en especial en lo

relativo al propósito para el que fui creado. Era evidente que esos hombres

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~ 71 ~

de negro habían sido un experimento exitoso anterior a nosotros; pero sus

poderes eran inferiores a los nuestros. Seguramente nosotros hubiéramos

remplazado a esos hombres de negro de no haber sido declarados como un

fracaso.

En cierta forma, ellos también eran mis hermanos. No tenía sentido

pensar en eso. Lo importante era seguir moviéndome para no ser

capturado.

Con el tiempo encontré esas gigantescas construcciones que aparecían

en las memorias de los científicos. En ellas había más personas. Pude pasar

desapercibido entre ellos usando mis habilidades, que fui perfeccionando.

Ahora ya no sólo tenía un gran campo de visión espacial, sino también

temporal, pues en ocasiones podía anticipar eventos antes de que

ocurrieran.

Me dediqué a aprender de los seres humanos. No tenía un plan en

específico, sólo tenía una gran curiosidad por ellos. Eran tan diferentes

entre sí; cada mente era única. Parecían ser la única especie en conflicto con

su ecosistema; pero también la única capaz de mejorar el mundo.

Comencé a visitar a las personas mientras dormían, pues era entonces

cuando sus mentes se abrían más y así podía aprender mucho de ellas.

Para escabullirme bastaba hacerme invisible ante sus ojos, evitando así ser

descubierto.

Mi estilo de vida nocturno hizo que mi cuerpo se adaptara a la

oscuridad mejor que a la luz del día. De esa forma aprovechaba la noche

para mis actividades y el día para que mi cuerpo descansara; aunque mi

mente se mantenía despierta todo el tiempo y aprovechaba mi visión para

continuar mi exploración del mundo humano.

Tuve encuentros con hombres de negro que mandaba el señor Smith

tras mi rastro. Debía estar siempre alerta y en constante movimiento. Sin

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~ 72 ~

embargo jamás detuve mis incursiones nocturnas dentro de las viviendas

humanas.

Ellos soñaban. Lo descubrí una de esas noches. Nosotros no teníamos

esa capacidad. Con los sueños pude comprender más la mentalidad

humana, sus miedos y sus esperanzas.

Con algunos comencé a platicar a través de sus sueños, aunque

después me aseguraba de que borraran aquella escena de su memoria.

Cuando ellos preguntaban mi nombre, yo sólo respondía que podían

referirse a mí como el Rastrillo.

Sin embargo las cosas se salían de control cuando algunos se

despertaban a la mitad de la noche. Entonces yo buscaba la manera de

escapar; pero si ellos intentaban atacarme, despertaban en mí un instinto

salvaje que difícilmente podía reprimir, trayendo consecuencias funestas.

En verdad no quería hacer daño a los humanos que maté; pero me

costaba mucho contener mi deseo asesino, que era más fuerte cada ocasión.

Pensé en suspender mi estudio de los seres humanos, pero algo dentro de

mí me impulsaba a continuar, moviéndome de ciudad en ciudad,

buscando algo importante… a alguien.

Entonces desperté y recordé quién era yo. Me llamaba Gerardo

Sandoval y estaba en mi cama en la habitación 2A del edificio 1026 de la

calle Medrano. Frente a mí estaba el Rastrillo, el experimento FG-513, con

sus ojos negros y profundos clavados en mí.

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~ 73 ~

8

Un cielo rojo

No tenía miedo, sino una sensación de lástima hacia la criatura que

me observaba. Ahora conocía su historia.

—¿Qué es lo que quieres?—le pregunté.

Por varios minutos permanecimos en silencio. Él no mostró el menor

interés en responderme. Durante ese tiempo pude observarlo mejor. Era un

ser antropomórfico; su estatura, que no rebasaba el metro y medio, se veía

reducida debido a que estaba parado en cuclillas. Era extremadamente

delgado; su piel grisácea estaba casi pegada a sus huesos, sobre todo en sus

manos y pies. Una larga cola que terminaba en punta se balanceaba detrás

de él, como péndulo de reloj. No mostraba sus garras características, pero

yo ya sabía que podía contraerlas.

Su rostro permanecía petrificado, con sus ojos fijos en mí. Aunque su

mirada me perturbaba, sentí que debía ayudarlo. Se veía tan maltratado.

—¿Puedo hacer algo por ti?

—Nadie puede ayudarme—respondió con un susurro inhumano. Un

sonido que hizo que se helara mi cuerpo.

Se boca apenas se había movido para hablar, y sus ojos seguían

puestos en mí. Eran intensamente negros, llenos de oscuridad.

—¿Qué quieres?—le pregunté.

No respondió. Comencé a ponerme nervioso. La oscuridad de sus

ojos no reflejaba ningún sentimiento.

—¿Qué quieres?—insistí.

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~ 74 ~

Un silencio sepulcral llenaba la habitación. Mi nerviosismo fue

creciendo hasta convertirse en miedo nuevamente.

—¿Vas a matarme?

—Sí—susurró.

Su respuesta me petrificó. Quise preguntarle por qué. Quería saber

para qué se había tomado la molestia de acosarme noche tras noche si sólo

quería matarme. Sin embargo no fui capaz de articular ni una palabra.

—¿Me tienes miedo?—susurró el Rastrillo, acercándose a mi oído.

—Yo no—respondió una voz grave detrás de él. Era Fausto.

Sin que lo hubiéramos escuchado, él había entrado en la habitación.

Aun en la oscuridad reconocí su silueta. En sus manos empuñaba una

katana, el arma de los samuráis. Sin perder un segundo se lanzó a atacar,

pero el Rastrillo rápidamente sacó sus garras y se protegió del ataqué.

—Gerardo, necesito tu ayuda—dijo Fausto al mismo tiempo que me

lanzaba una katana envuelta en su funda.

Mi cerebro no procesaba bien los hechos, por lo que me quedé

embobado unos segundos con el arma en mis manos, mientras Fausto

luchaba agresivamente contra el Rastrillo, haciendo uso de sus más

grandes habilidades de kendo, mezclando sus movimientos con técnicas de

pelea que no había visto hasta entonces. Pese a que la habitación estaba a

oscuras, yo podía distinguir las siluetas del Rastrillo y de Fausto; gracias a

que la poca luz que se filtraba por la ventana se reflejaba en el metal de sus

armas.

—¡Gerardo despierta!—me gritó Fausto.

Entonces reaccioné y desenvainé la katana al mismo tiempo que me

levantaba. Corrí hasta el Rastrillo e intenté atacarlo. La punta del arma

chocó contra sus garras, y éstas la partieron como si fuera de cartón.

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~ 75 ~

—¡No seas idiota, haz que la hoja se deslice contra sus garras, no

dejes que choque!—me regañó Fausto.

Seguí sus instrucciones, y cada vez que el Rastrillo se defendía de mis

ataques yo inclinaba el filo de lo que me quedaba de katana para que sus

garras se deslizaran y no la cortaran.

Por más que intentáramos herirlo, él parecía anticiparse a nuestros

movimientos y los neutralizaba en el momento exacto. Incluso cuando

Fausto y yo lo atacamos al mismo tiempo, él encontró la manera de

defenderse de nuestros ataques empleando sus garras.

De un momento a otro dio un salto gigantesco que lo llevó de un

extremo a otro de la habitación. Nos volteamos rápidamente para seguir

peleando.

Luego, el Rastrillo se lanzó contra mí y por poco perforó mi cabeza

con sus garras; pero esta vez fue Fausto quien se anticipó a sus

movimientos y contuvo el ataque. Sentí una descarga de adrenalina al ver

pasar su katana y las garras de la criatura muy cerca de mi rostro,

produciendo un sonido metálico que me erizó la piel.

Fausto quiso contraatacar dándole una patada en el estómago; pero

nuestro adversario dio otro saltó, cayendo esta vez sobre mi escritorio y

tirando varias cosas al suelo.

Por momentos perdí de vista al Rastrillo, lo que le facilitó evadir mis

ataques. La escasa luz me dificultaba mucho la pelea; sólo podía distinguir

las cosas con claridad cuando estaba cerca. En cambio Fausto se movía

entre las tinieblas con una destreza inigualable por ningún ser humano.

Quisimos intentar atacarlo al mismo tiempo una vez más, pero fue

entonces cuando el Rastrillo mostró sus verdaderas capacidades ante

nosotros. Nos levantó a medio metro del suelo con el poder de su mente.

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~ 76 ~

Mis pies se agitaron en el aire, buscando desesperadamente un suelo

donde apoyarse. Mis manos sostenían con fuerza la katana como si mi vida

dependiera de ello.

Fuimos empujados con una fuerza tremenda contra la pared;

recibiendo todo el impacto en nuestras espaldas para luego caer al piso.

Antes de ponernos en pie, de nuevo fuimos levantados en el aire. Esta

vez comencé a sentir una fuerte presión en la cabeza, como si algo me la

apretara. Al parecer Fausto experimentaba la misma sensación, pero

disimulaba el dolor mejor que yo.

Creí que estábamos perdidos, que esa criatura nos haría explotar los

sesos con sus habilidades psíquicas, pero fue aquí cuando el portentoso

ingenio de Fausto entró en acción.

Haciendo un último esfuerzo estiró el brazo en el que sostenía la

katana y con ésta apretó el interruptor de luz. El foco se encendió y nuestro

adversario nos dejó caer.

La repentina iluminación de la habitación había lastimado los ojos del

Rastrillo, quien profirió un grito de dolor. Fausto no perdió tiempo y lo

atacó con su katana. Él se defendió con ambas garras, aunque no con

demasiada fuerza, pues no fue capaz de cortársela como a mí. En ese

instante, mi vecino aprovechó para patear tan fuerte su cabeza, que el

impacto hizo caer su débil cuerpo.

Antes de que se reincorporara, Fausto ya lo había pateado

nuevamente en la cabeza. Entendí que al atacarlo de esta forma impedía

que él usara sus poderes psíquicos contra nosotros.

Fausto no perdió más tiempo, y sin dudarlo atravesó el pecho del

Rastrillo con su arma. La criatura dio un último grito de dolor antes de

perecer.

Al sacar la katana del cuerpo, salpicó un poco de sangre.

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~ 77 ~

Todo había terminado, el Rastrillo estaba muerto.

—Aquí tienes tu cielo rojo—dijo Fausto con una sonrisa torcida en su

rostro manchado de sangre. Era la primera vez que lo veía sonreír.

Del cuerpo de la criatura comenzó a brotar sangre, de un rojo intensó

y muy brillante. Al ver mi reflejo en el charco carmesí que se formó,

comprendí que desde aquel día mi vida no sería la misma.

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~ 78 ~

9

Colegas

Aquella noche los sucesos que siguieron fueron muy confusos. Yo no

podía creer lo que acababa de pasar, pero el cadáver del Rastrillo estaba en

mi habitación y no había duda de que todo había sido real.

Fausto actuó con una calma sobrehumana. Con su celular se aseguró

de fotografiar el cadáver y pasó al menos una hora analizándolo.

—No lo entiendo—le dije.

—Tú deberías entender esto más que yo. Habló contigo, ¿no es así?

—Sí, pero no con palabras, al menos no mucho. Todos estos días él

estuvo mostrándome visiones en mis sueños.

Le conté a Fausto sobre los sueños que había tenido. En especial sobre

el último, que había sido el más explicativo. Él se mostró muy interesado

en mi relato y en ningún momento puso en duda su veracidad.

—Supongo que él quería que conocieras su historia. La pregunta es

¿para qué? ¿Realmente perseguía un fin esta pobre criatura? ¿O su

intelecto confundido ante un mundo que no entendía lo llevó a actuar de

una forma tan errática?

Las preguntas abundaban, pero nosotros difícilmente encontraríamos

las respuestas. Probablemente el trato que sufrió el Rastrillo en los inicios

de su vida y las desventuras que seguramente vivió en el mundo que

intentaba comprender, hicieron que su mente se alejará de un

comportamiento lógico, llevándolo a una especie de locura que sólo puede

sufrir alguien que no pertenece a este mundo.

—Supongo que al menos muerto podrá estar en paz—dije.

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~ 79 ~

—Patético—comentó Fausto despectivamente.

Hice oídos sordos a su comentario y le planteé otras cuestiones que

me intrigaban, esperando que él pudiese aclararlas.

—¿Cómo sabías que el Rastrillo aparecería?

—No lo sabía, pero había un alto grado de probabilidad ya que te

había visitado continuamente las otras noches. Sólo tuve que mantenerme

despierto y esperar el momento adecuado para emboscarlo.

—¿Cómo supiste que la luz lo lastimaría? ¿Y si lo sabías por qué no la

encendiste al entrar?

—Tampoco sabía eso, luché contra él en la oscuridad esperando tener

algún tipo de ventaja, pero al ver sus ojos negros me percaté del tamaño de

sus pupilas, cubrían todo el ojo por lo que seguramente poseía una

excelente visión nocturna—explicó él—. Así supe que la luz me daría más

ventajas que la oscuridad.

—Pero en mi sueño descubrí que él no dependía de sus ojos para

ver….

—Quizá no, pero el dolor que le produjo el destello de luz bastó para

distraerlo. Entonces aproveché ese segundo en el que bajó la guardia.

—¿Y cómo entraste sin que se diera cuenta?

—Me considero bastante hábil en ser sigiloso. Y aunque su visión

psíquica fuese muy extensa, él estaba distraído contigo. Existe mucha

diferencia entre tener un amplio campo de visión y ser capaz de poner

atención a cada detalle.

Las observaciones que él era capaz de hacer no dejaban de

sorprenderme. Sin duda no sólo le debía la vida a sus habilidades con la

katana, sino también, con mayor razón, a sus facultades intelectuales.

—Eres muy inteligente Fausto, gracias por ayudarme—le dije.

Fausto ignoró mis palabras de agradecimiento.

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~ 80 ~

—Necesitaremos alguien que nos ayudé con esto, conozco a un chico

que es estudiante de último semestre de biomedicina. Se llama Mauro. Él

puede hacer un verdadero análisis del Rastrillo, y determinar su verdadero

origen—dijo Fausto.

—¿Confías en él?

—Claro, es tan bueno en lo suyo como yo en lo mío.

Fausto llamó a Mauro primera hora de la mañana. Ambos faltamos a

clases. Yo tuve que mentirle a Lisa, diciendo que me sentía mal. Además

tuve que insistirle bastante para que fuera a la escuela sin mí. Cuando

regresé a mi habitación, Fausto estaba sentado leyendo un libro de un tal

Raymundo Modotti. Se mostraba tranquilo e indiferente del cadáver que

seguía en el suelo de la habitación.

—No me agrada tu novia. Su amiga Jessica es agradable, pero ella es

una chica demasiado fantasiosa e infantil.

Me tomó por sorpresa el comentario de Fausto, y aunque obviamente

me sentí ofendido, no tuve ánimos de discutir con él.

—Amigo, creo que…

—No soy tu amigo. Yo no tengo amigos—me interrumpió.

Su comentario me molestó mucho más que el que había hecho sobre

Lisa. Él y yo íbamos en el mismo salón, éramos vecinos, entrenábamos

juntos y nos habíamos enfrentado a una criatura sobrenatural. ¿Cómo era

posible que no fuéramos amigos?

Al parecer Fausto se dio cuenta de lo que estaba pensando.

—No me gusta usar el término amigo con cualquiera, hoy en día la

mayoría de la gente, tú por ejemplo, llama amigos a cualquier tipo con

quien cruza un par de palabras—explicó él—. Yo prefiero ser más estricto

con el uso de esa palabra. Apenas nos conocemos desde hace

aproximadamente dos semanas. Sería ridículo considerarte mi amigo.

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~ 81 ~

—¿Entonces qué somos? ¿Simplemente conocidos?

—No. Tengo que admitir que eres especial. Al menos fuiste de ayuda

con el Rastrillo. La mayoría de las personas con las que me veo

involucrado no suelen ser tan cooperativas.

Me sentí halagado hasta cierto punto por lo que dijo. El hecho de que

me prefiriera al resto de las personas que él conocía ya era un avance.

—¿Entonces qué somos?—insistí.

—Digamos que somos colegas. Sin sentimientos entre nosotros. Si

murieras no me importaría en absoluto, sin embargo reconozco que

disfruto de tu compañía.

Sonreí ante la respuesta de Fausto, mi colega. A muchos una relación

así les parecería de lo más extraño, incluyéndome a mí, pero supongo que

no se podía esperar otra cosa de un chico tan fuera de lo normal.

—Te ves cansado, deberías dormir un poco—me sugirió él.

Acepté su consejo y me acosté a dormir. Mientras, él siguió leyendo

su libro.

Dormí tranquilo como una piedra, sin sueños ni nada raro. Sólo

descansé, como acostumbraba hacerlo antes de que el Rastrillo invadiera

mis sueños.

Y así fue como en mis primeras semanas en la capital había vivido

una verdadera aventura, internándome en el mundo de la ciencia de lo

paranormal, en el estudio de la oscuridad, acompañado de un portentoso

colega sin sentimientos, pero de buenas intenciones y sorprendentes

cualidades.

Al pensar en todo eso no podía imaginarme cómo sería el resto del

semestre viviendo al lado de Fausto Adelar, el chico del 2B.

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Epílogo

Hilos sueltos

El sábado pasé a ver a Fausto a su habitación. Se veía bastante

molesto con los resultados de la investigación que había hecho su

conocido.

—El cuerpo desapareció—dijo Fausto.

—¿Qué?—pregunté sin entender lo que me había dicho.

—El cadáver se descompuso muy rápido. A pesar de que Mauro

tomó las precauciones necesarias para preservarlo, el cuerpo se desvaneció

en cuestión de días, ni siquiera quedaron los huesos.

—¿Cómo es eso posible?

—Es evidente que quienes lo crearon no querían que dejará rastros de

su existencia.

—¿Entonces no se logró nada?—pregunté decepcionado, no podía

creer que después de lo que habíamos pasado no podríamos probar que

esa criatura existía realmente.

—Me dijo que los estudios que llegó a hacer, revelaron cierto

porcentaje de ADN humano; mezclado con material genético de una

especie de réptil que no se pudo identificar. En pocas palabras, el Rastrillo

era un híbrido.

—¿Quién podría haber creado un ser como él?

—Me hablaste de cierto símbolo en tu sueño, parecido a un ojo.

También mencionaste una doctora Stephard y un señor Smith. ¿Has

investigado algo al respecto?

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—Sí, pero no he encontrado nada parecido a ese símbolo; tampoco

hay información de ninguna doctora Stephard; y lamentablemente Smith

es un apellido bastante común—respondí.

—Este asunto se ha tornado muy misterioso. Si tu sueño fue

realmente la historia del Rastrillo, eso significa que podría haber más como

él. Seres confundidos y con poderosas capacidades destructivas—observó

él—. De cualquier forma, la única prueba que queda de la existencia del

Rastrillo son las fotos que tomé con mi celular. Cualquiera podrá decir que

son fotomontajes editados por computadora. También quedaron sus

garras. Mauro me las envió esta mañana junto con los resultados.

Fausto señaló su escritorio. Sobre él estaban las garras metálicas del

Rastrillo. Recordé cómo en mi sueño no sólo había sido testigo de cuando

habían sido colocadas, también había sentido el mismo dolor que él. Un

ligero escalofrío recorrió mi espalda.

—Son ahora un trofeo de esta aventura. También fueron analizadas.

Están hechas de una aleación de acero y otro metal aún más duro—explicó.

—Déjame adivinar… ¿Un metal desconocido?

—Así es—respondió Fausto—. Es una lástima que no tengamos más

de ese material; hubiera sido un excelente metal para fabricar una katana.

Sus garras fueron capaces de cortar la mía, lo que me recuerda que me la

debes.

—Claro, no te preocupes, tengo mis medios para…

Y entonces, al recordar los fraudes que hacía al pagar con tarjeta de

crédito, volvió a mi memoria la cámara de seguridad que había instalado.

Como me había convencido de que el Rastrillo era real no había

considerado necesario revisar el video, pero ese video seguía existiendo,

pues conforme se grabó se fue guardando en mi computadora.

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Inmediatamente se lo comenté a Fausto y corrimos a mi habitación para

revisar mi computadora.

Rápidamente reproduje la grabación de esa noche, y fue entonces

cuando me llevé una de las peores decepciones de mi vida: el video se veía

borroso y con severas alteraciones de audio, apenas se podía distinguir

algo. Sin embargo Fausto se mostró sumamente interesado en la grabación,

y su rostro reflejó un ánimo mucho mejor al de hace unos instantes.

—Dices que la cámara estaba en excelentes condiciones, ¿no es así?—

preguntó él.

—Así es, creo que me estafaron.

—Lo dudo, no es la primera vez que veo esas alteraciones en un

video. No son producto de la cámara, sino de una influencia exterior—

explicó Fausto, entusiasmado ante la posibilidad de un nuevo misterio.

—¿A qué te refieres?

—¿Nunca has oído hablar de Slenderman?

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Agradecimientos

Agradezco principalmente a todas las personas que hicieron posible

esta novela. A Adriana, Fernando, Enrique y Pablo; por ayudarme con la

edición del libro. Así como a Lino, Lolita y Leticia; por su ayuda con la

redacción y el argumento del libro.

Debo también agradecer a Alexa, Antonio, Raysora, Alexis, Inés,

Sergio, Israel, Tobu, Manuel, Iziz, Leinad, Marbelle, Hugo, Mosh y a todas

esas personas que leyeron las primeras versiones del libro y me dieron su

opinión.

Hago constar además mi agradecimiento a toda mi familia, por

soportarme todos estos años.

Por último mando un saludo especial a todas las personas que han

influido en mi vida; influyendo indirectamente en mi obra: Rodrigo

Itzamna, Lucero, Coral, miss Ivonne, sensei Ana, Janeth, Yuriko, Victoria,

Quetzal, Antonio Sánchez, Angélica, David, Miriam, Antonia, Paúl, Edgar,

Brenda, Eduardo y Trevol.

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Sigue las aventuras de Fausto Adelar

/faustoadelar

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