Espiritualidad en el servicio de la pastoral de la salud

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1 ESPIRITUALIDAD EN EL SERVICIO DE LA PASTORAL DE LA SALUD La Pastoral de la salud La Pastoral de la salud es la acción evangelizadora de todo el pueblo de Dios, comprometido en promover, cuidar, defender y celebrar la vida, haciendo presente la misión liberadora y salvífica de Jesús en el mundo de la salud (Discípulos y Misioneros en el mundo de la Salud, CELAM, no. 65). La Pastoral de la Salud es la respuesta a los grandes interrogantes de la vida, como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor” (Aparecida, 418). Otros hablan del servicio pastoral sanitario, Son todas las actividades desarrolladas en el mundo del sufrimiento y de la salud, que tienen por objetivo no solo la asistencia física y pastoral de los enfermos, sino también la promoción de la salud del hombre en todas sus dimensiones, el progreso científico y la investigación ética y bioética” (Diccionario Pastoral de la Salud y Bioética, p. 610). Sujetos y protagonistas de la pastoral de la salud Las Directrices para la Pastoral de la Salud en México, cuando habla de los sujetos y protagonistas de la Pastoral de la salud, coloca a la Iglesia, a la comunidad cristiana como el “sujeto originario”, de cualquier pastoral y de la pastoral de la salud. La comunidad parroquial asume la promoción humana, el cuidado y preservación de la salud, el acompañamiento pastoral a enfermos y ancianos en fidelidad a su misión de construir el Reino de Dios. (nº 69). El enfermo es “sujeto de evangelización”, pero también es sujeto responsable y activo de la obra de la evangelización y salvación (nº 70). También tiene que ver la familia del enfermo, el agente de pastoral de la salud, las religiosas y religiosos, los ministros extraordinarios de la Comunión, los diáconos, los sacerdotes, los obispos, las instituciones educativas, grupos y asociaciones de enfermos, los voluntariados, etc. Hablar de agentes de pastoral de la salud es hablar de “los discípulos misioneros de Jesucristo y de su iglesia, de su misión de curación y de salvación”. En la Iglesia, comunidad sanante, todos son agentes de pastoral (Discípulos Misioneros en el mundo de la salud, CELAM, nº 95-96)

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ESPIRITUALIDAD EN EL SERVICIO DE LA PASTORAL DE LA SALUD

La Pastoral de la salud

“La Pastoral de la salud es la acción evangelizadora de todo el pueblo de Dios,

comprometido en promover, cuidar, defender y celebrar la vida, haciendo presente la misión liberadora y salvífica de Jesús en el mundo de la salud (Discípulos y Misioneros en el mundo de la Salud, CELAM, no. 65).

“La Pastoral de la Salud es la respuesta a los grandes interrogantes de la vida,

como son el sufrimiento y la muerte, a la luz de la muerte y resurrección del Señor” (Aparecida, 418).

Otros hablan del servicio pastoral sanitario, “Son todas las actividades

desarrolladas en el mundo del sufrimiento y de la salud, que tienen por objetivo no solo la asistencia física y pastoral de los enfermos, sino también la promoción de la salud del hombre en todas sus dimensiones, el progreso científico y la investigación ética y bioética” (Diccionario Pastoral de la Salud y Bioética, p. 610).

Sujetos y protagonistas de la pastoral de la salud

Las Directrices para la Pastoral de la Salud en México, cuando habla de los

sujetos y protagonistas de la Pastoral de la salud, coloca a la Iglesia, a la comunidad cristiana como el “sujeto originario”, de cualquier pastoral y de la pastoral de la salud. La comunidad parroquial asume la promoción humana, el cuidado y preservación de la salud, el acompañamiento pastoral a enfermos y ancianos en fidelidad a su misión de construir el Reino de Dios. (nº 69).

El enfermo es “sujeto de evangelización”, pero también es sujeto responsable y

activo de la obra de la evangelización y salvación (nº 70). También tiene que ver la familia del enfermo, el agente de pastoral de la salud, las religiosas y religiosos, los ministros extraordinarios de la Comunión, los diáconos, los sacerdotes, los obispos, las instituciones educativas, grupos y asociaciones de enfermos, los voluntariados, etc.

Hablar de agentes de pastoral de la salud es hablar de “los discípulos misioneros

de Jesucristo y de su iglesia, de su misión de curación y de salvación”. En la Iglesia, comunidad sanante, todos son agentes de pastoral (Discípulos Misioneros en el mundo de la salud, CELAM, nº 95-96)

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Espiritualidad en la Pastoral de la salud Es importante reflexionar frecuentemente sobre la espiritualidad de todos los

que trabajan y se mueven en esta pastoral. El Diccionario de la Pastoral de la Salud y Bioética (p. 611) nos hace esta presentación de la espiritualidad:

La espiritualidad es un estilo o un modo de vivir la vida cristiana, que es vida en

Cristo y en el Espíritu que se acoge en la fe y en el amor, y se vive en la esperanza dentro de la comunidad eclesial…. Hablar de espiritualidad no es hablar de una parte de la vida, sino de toda la vida. Significa referirse a una cualidad que el Espíritu imprime en el hombre y trata acerca de la acción que se realiza bajo el impulso del Espíritu.

San Pablo afirma que en el creyente, la presencia de Cristo se convierte en el

principio unificador de la existencia “Ya no vivo yo, pues es Cristo en que vive en mi” (Gal 2,20). Ello implica que todo el comportamiento de la persona (sus deseos, sentimientos, aspiraciones, etc.) está llamado a relacionarse con el centro vital constituido por el Señor que habita en su corazón. “El que me ama guardará mi doctrina, mi Padre lo amará y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él” (Jn 14, 23).

El verdadero fin de la vida espiritual del cristiano consiste en una progresiva

apertura a la presencia y a la acción del Señor, de modo que toda la vida, la creatividad, los actos y las actitudes estén impregnados por ellas. Cuando una persona está habitada por el Señor y abierta a su gracia, su vida es asumida en el amor y vivida en el servicio del amor. Porque Dios es amor.

Al entrar en el amor, todas las realidades de la vida se unen entre sí, se tornan

una narración del amor, que es único y que, por tanto, logra unirlas todas. La vida espiritual es una vida en la que cada cosa se torna en una palabra del Creador y Salvador. Por eso el creyente está llamado a vivir su espiritualidad, no solo cuando va a la iglesia o cuando ora en el secreto de su habitación, sino en y a través de cada rasgo de su comportamiento.

Vivir el amor al Señor a través del servicio al enfermo es una manera particular

de vivir la vida del Espíritu. La espiritualidad cristiana, considerada en su fuente originaria, es única, puesto que es único el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, y porque es único el Espíritu santificador que nos transforma en creaturas nueva. Desde la perspectiva existencial, hay diferentes expresiones de vida cristiana, y por tanto hay modos diferentes de vivir la propia vida espiritual, porque el Espíritu Santo distribuye dones diversos y complementarios a los miembros de la comunidad eclesial.

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El ministerio que se ejerce en el mundo del sufrimiento y de la salud, puede ser

una especial fuente de espiritualidad para los cristianos (sacerdotes, religiosos, laicos) que actúan en ese mundo

Palabra de Dios: fuente permanente de espiritualidad

La respuesta del hombre al Dios que habla: Llamados a entrar en la Alianza con

Dios. Verbum Domini

22. Al subrayar la pluriformidad de la Palabra, hemos podido contemplar que Dios habla y viene al encuentro del hombre de muy diversos modos, dándose a conocer en el diálogo. Como han afirmado los Padres sinodales, «el diálogo, cuando se refiere a la Revelación, comporta el primado de la Palabra de Dios dirigida al hombre». El misterio de la Alianza expresa esta relación entre Dios que llama con su Palabra y el hombre que responde, siendo claramente consciente de que no se trata de un encuentro entre dos que están al mismo nivel; lo que llamamos Antigua y Nueva Alianza no es un acuerdo entre dos partes iguales, sino puro don de Dios. Mediante este don de su amor, supera toda distancia y nos convierte en sus «partners», llevando a cabo así el misterio nupcial de amor entre Cristo y la Iglesia. En esta visión, cada hombre se presenta como el destinatario de la Palabra, interpelado y llamado a entrar en este diálogo de amor mediante su respuesta libre. Dios nos ha hecho a cada uno capaces de escuchar y responder a la Palabra divina. El hombre ha sido creado en la Palabra y vive en ella; no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo. La Palabra de Dios revela la naturaleza filial y relacional de nuestra vida. Estamos verdaderamente llamados por gracia a conformarnos con Cristo, el Hijo del Padre, y a ser transformados en Él.

Dios escucha al hombre y responde a sus interrogantes 23. En este diálogo con Dios nos comprendemos a nosotros mismos y encontramos respuesta a

las cuestiones más profundas que anidan en nuestro corazón. La Palabra de Dios, en efecto, no se contrapone al hombre, ni acalla sus deseos auténticos, sino que más bien los ilumina, purificándolos y perfeccionándolos. Qué importante es descubrir en la actualidad que sólo Dios responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano. En nuestra época se ha difundido lamentablemente, sobre todo en Occidente, la idea de que Dios es extraño a la vida y a los problemas del hombre y, más aún, de que su presencia puede ser incluso una amenaza para su autonomía. En realidad, toda la economía de la salvación nos muestra que Dios habla e interviene en la historia en favor del hombre y de su salvación integral. Por tanto, es decisivo desde el punto de vista pastoral mostrar la capacidad que tiene la Palabra de Dios para dialogar con los problemas que el hombre ha de afrontar en la vida cotidiana. Jesús se presenta precisamente como Aquel que ha venido para que tengamos vida en abundancia (cf. Jn 10,10). Por eso, debemos hacer cualquier esfuerzo para mostrar la Palabra de Dios como una apertura a los propios problemas, una respuesta a nuestros interrogantes, un ensanchamiento de los propios valores y, a la vez, como una satisfacción de las propias aspiraciones. La pastoral de la Iglesia debe saber mostrar que Dios escucha la necesidad del hombre y su clamor. Dice san Buenaventura en el Breviloquium: «El fruto de la Sagrada Escritura no es uno cualquiera, sino la plenitud de la felicidad eterna. En efecto, la Sagrada Escritura es precisamente el libro en el que están escritas palabras de vida eterna para que no sólo creamos, sino que poseamos también la vida eterna, en la que veremos, amaremos y serán colmados todos nuestros deseos».

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Descubrir a Cristo en el enfermo nos llama a estar atentos a su Palabra: Es el pan de vida para alimentarnos Tener una actitud contemplativa y orante Lectio Divina El Agente de pastoral, está a la escucha de la Palabra de Dios: Aprende a leer, desde la fe, la experiencia del sufrimiento y del dolor Descubre la acción de Dios Vivir con esperanza Sin esta referencia al Señor y su Palabra: Nuestro anuncio perdería su horizonte y eficacia

Una espiritualidad del crucificado Cristo ha transformado el propio sufrimiento en fuente de curación integral para

los hombres. El dolor (que ha alcanzado su cumbre en la muerte de cruz) ha sido comino eficaz de expresión de su amor. Es el sentido evangélico del texto de Isaías 53,4-5:

“Eran nuestros sufrimientos los que llevaba, nuestros dolores los que le pesaban, mientras nosotros le creíamos azotado, herido por Dios y humillado. Ha sido traspasado por nuestros pecados, triturado por nuestras iniquidades; el castigo, precio de nuestra paz, cae sobre Él, y a causa de sus llagas hemos sido curados”.

Salvifici doloris, 18: “El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor, a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva.(52) En ella debemos plantearnos también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante”.

Esta polarización hacia el crucificado es una exigencia para las personas que se dedican al servicio de los enfermos. Más que nunca en la cruz, Jesús se coloca de parte de los débiles, de los enfermos, de los pobres. En la cruz él no está solamente junto a las enfermedades o por encima de ellas, está dentro de ellas, las conoce y las revive en cada uno de los enfermos, habiendo recorrido el camino del sufrimiento hasta un final trágico:

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Filipenses 2, 6-8: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Para seguir el camino recorrido por Cristo crucificado, el cristiano comprometido en el mundo de la salud está llamado a tomar conciencia de las propias heridas, a aceptarlas e integrarlas apelando a los recursos humanos y sobrenaturales presentes en su interior. Es un camino difícil que haya su culminación en la capacidad de asociar los propios sufrimientos a los de Cristo. Pero es un camino que se ha hecho posible gracias a la misericordia del Señor fuente de consuelo, como afirma San pablo: 2Corintios 1,3-4:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios.

Las palabras del apóstol ayudan a comprender el motivo por el cual la integración de las propias heridas puede convertirse en fuente de curación para otros. A través de la conciencia y de la aceptación de la dimensión negativa de la vida, se desarrollan en los individuos sentimientos de comprensión, de participación, de compasión; sentimientos que acercan al otro con la intención de ayudarlo a recorrer el mismo camino de curación. Quien sigue directa o indirectamente al enfermo, siguiendo la línea indicada por el Crucificado, no solo explica la propia experiencia de la misericordia divina y está también llamado a responder a ella procurando comunicarla a cuantos encuentra en el camino. Espiritualidad Encarnada

Es una espiritualidad vivida desde lo cotidiano: se nos pide dar razón de nuestra

esperanza, ser luz y sal de la tierra. Exige una actitud de disponibilidad y apertura para escuchar inquietudes, problemas, angustias, sufrimientos y esperanzas.

Anuncio de la Palabra de Dios y los que sufren.

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Verbum Domini. 106. Durante los trabajos sinodales, los Padres han puesto su atención también en la necesidad

de anunciar la Palabra de Dios a todos los que padecen sufrimiento físico, psíquico o espiritual. En efecto, en el momento del dolor es cuando surgen de manera más aguda en el corazón del hombre las preguntas últimas sobre el sentido de la propia vida. Mientras la palabra del hombre parece enmudecer ante el misterio del mal y del dolor, y nuestra sociedad parece valorar la existencia sólo cuando ésta tiene un cierto grado de eficiencia y bienestar, la Palabra de Dios nos revela que también las circunstancias adversas son misteriosamente «abrazadas» por la ternura de Dios. La fe que nace del encuentro con la divina Palabra nos ayuda a considerar la vida humana como digna de ser vivida en plenitud también cuando está aquejada por el mal. Dios ha creado al hombre para la felicidad y para la vida, mientras que la enfermedad y la muerte han entrado en el mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2,23-24). Pero el Padre de la vida es el médico del hombre por excelencia y no deja de inclinarse amorosamente sobre la humanidad afligida. El culmen de la cercanía de Dios al sufrimiento del hombre lo contemplamos en Jesús mismo, que es «Palabra encarnada. Sufrió con nosotros y murió. Con su pasión y muerte asumió y transformó hasta el fondo nuestra debilidad».

La cercanía de Jesús a los que sufren no se ha interrumpido, se prolonga en el tiempo por la acción del Espíritu Santo en la misión de la Iglesia, en la Palabra y en los sacramentos, en los hombres de buena voluntad, en las actividades de asistencia que las comunidades promueven con caridad fraterna, enseñando así el verdadero rostro de Dios y su amor. El Sínodo da gracias a Dios por estos testimonios espléndidos, a menudo escondidos, de tantos cristianos –sacerdotes, religiosos y laicos– que han prestado y siguen prestando sus manos, sus ojos y su corazón a Cristo, verdadero médico de los cuerpos y las almas. El Sínodo exhorta a continuar prestando ayuda a las personas enfermas, llevándoles la presencia vivificante del Señor Jesús en la Palabra y en la Eucaristía. Que se les ayude a leer la Escritura y a descubrir que, precisamente en su condición, pueden participar de manera particular en el sufrimiento redentor de Cristo para la salvación del mundo (2 Co 4,8-11.14).

En el artículo del Diccionario de la Pastoral de la Salud y Bioética (p. 615) nos

invita a la identificación con Cristo, “Divino Samaritano de las almas y de los cuerpos”. La integración de las propias heridas, la visión de Jesús presente en el enfermo, determinan en el cristiano comprometido en el mundo sanitario la capacidad de “detenerse” frente al que sufre, superando la tendencia a la indiferencia defensiva.

El Buen Samaritano inspira un conjunto de actitudes que no sólo hacen del

individuo un “prójimo” del mismo hermano que sufre, sino que también lo enriquecen con un conjunto de cualidades indispensable para establecer una relación de ayuda, como las del respeto, comprensión, aceptación, ternura, etc.

Lo que distingue el comportamiento del cristiano es el hecho de que tales

características son asumidas en el “Ágape”, en el amor sobrenatural, que lleva a amar al otro por amor de Dios. Es un don del Señor que penetra el corazón que le acoge y vitaliza las semillas que ya existen en él de acogida, de paciencia, de comprensión, de fidelidad, de perdón, de devoción, de solidaridad, hasta de amor por el enemigo, al necesitado, al alejado, al confundido. El Ágape tiene las características de incondicionalidad, de gratuidad, de universalidad y de libertad. Pero no es un camino

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breve ni fácil. Papa Benedicto XVI propone el programa del BUEN SAMARITANO: “un corazón

que ve”. Deus caritas est 31b:

b) La actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas, sino que es la actualización aquí y ahora del amor que el hombre siempre necesita. Los tiempos modernos, sobre todo desde el siglo XIX, están dominados por una filosofía del progreso con diversas variantes, cuya forma más radical es el marxismo. Una parte de la estrategia marxista es la teoría del empobrecimiento: quien en una situación de poder injusto ayuda al hombre con iniciativas de caridad —afirma— se pone de hecho al servicio de ese sistema injusto, haciéndolo aparecer soportable, al menos hasta cierto punto. Se frena así el potencial revolucionario y, por tanto, se paraliza la insurrección hacia un mundo mejor. De aquí el rechazo y el ataque a la caridad como un sistema conservador del statu quo. En realidad, ésta es una filosofía inhumana. El hombre que vive en el presente es sacrificado al Moloc del futuro, un futuro cuya efectiva realización resulta por lo menos dudosa. La verdad es que no se puede promover la humanización del mundo renunciando, por el momento, a comportarse de manera humana. A un mundo mejor se contribuye solamente haciendo el bien ahora y en primera persona, con pasión y donde sea posible, independientemente de estrategias y programas de partido. El programa del cristiano —el programa del buen Samaritano, el programa de Jesús— es un «corazón que ve». Este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia. Obviamente, cuando la actividad caritativa es asumida por la Iglesia como iniciativa comunitaria, a la espontaneidad del individuo debe añadirse también la programación, la previsión, la colaboración con otras instituciones similares.

De nuevo su Santidad nos propone la figura emblemática del Buen Samaritano,

en su Mensaje de la próxima Jornada Mundial del Enfermo 2. Para acompañaros en la peregrinación espiritual que desde Lourdes, lugar y símbolo de

esperanza y gracia, nos conduce hacia el Santuario de Altötting, quisiera proponer a vuestra consideración la figura emblemática del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37). La parábola evangélica narrada por san Lucas forma parte de una serie de imágenes y narraciones extraídas de la vida cotidiana, con las que Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor. Pero además, con las palabras finales de la parábola del Buen Samaritano, «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37), el Señor nos señala cuál es la actitud que todo discípulo suyo ha de tener hacia los demás, especialmente hacia los que están necesitados de atención. Se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos. Esto no sólo vale para los agentes pastorales y sanitarios, sino para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe: «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (Enc., 37).

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3. Varios Padres de la Iglesia han visto en la figura del Buen Samaritano al mismo Jesús, y en el hombre caído en manos de los ladrones a Adán, a la humanidad perdida y herida por el propio pecado (cf. Orígenes, Homilía sobre el Evangelio de Lucas XXXIV, 1-9; Ambrosio, Comentario al Evangelio de san Lucas, 71-84; Agustín, Sermón 171). Jesús es el Hijo de Dios, que hace presente el amor del Padre, amor fiel, eterno, sin barreras ni límites. Pero Jesús es también aquel que «se despoja» de su «vestidura divina», que se rebaja de su «condición» divina, para asumir la forma humana (Flp 2,6-8) y acercarse al dolor del hombre, hasta bajar a los infiernos, como recitamos en el Credo, y llevar esperanza y luz. Él no retiene con avidez el ser igual a Dios (cf. Flp 6,6), sino que se inclina, lleno de misericordia, sobre el abismo del sufrimiento humano, para derramar el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.

Juan Pablo II, nos dice que el buen samaritano es aquel que sabe: Detenerse: pararse, encontrar tiempo y espacio, no pasar de largo, estar

dispuestos a cambiar de programa, no permanecer indiferentes.

Salvifici doloris: 22. A la perspectiva del reino de Dios está unida la esperanza de aquella gloria, cuyo comienzo

está en la cruz de Cristo. La resurrección ha revelado esta gloria —la gloria escatológica— que en la cruz de Cristo estaba completamente ofuscada por la inmensidad del sufrimiento. Quienes participan en los sufrimientos de Cristo están también llamados, mediante sus propios sufrimientos, a tomar parte en la gloria. Pablo expresa esto en diversos puntos. Escribe a los Romanos: « Somos... coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con Él para ser con Él glorificados. Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros ». En la segunda carta a los Corintios leemos: « Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable, y no ponemos los ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles ». El apóstol Pedro expresará esta verdad en las siguientes palabras de su primera carta: « Antes habéis de alegraros en la medida en que participáis en los padecimientos de Cristo, para que en la revelación de su gloria exultéis de gozo ».

El motivo del sufrimiento y de la gloria tiene una característica estrictamente evangélica, que se aclara mediante la referencia a la cruz y a la resurrección. La resurrección es ante todo la manifestación de la gloria, que corresponde a la elevación de Cristo por medio de la cruz. En efecto, si la cruz ha sido a los ojos de los hombres la expoliación de Cristo, al mismo tiempo ésta ha sido a los ojos de Dios su elevación. En la cruz Cristo ha alcanzado y realizado con teda plenitud su misión: cumpliendo la voluntad del Padre, se realizó a la vez a sí mismo. En la debilidad manifestó su poder, y en la humillación toda su grandeza mesiánica. ¿No son quizás una prueba de esta grandeza todas las palabras pronunciadas durante la agonía en el Gólgota y, especialmente, las referidas a los autores de la crucifixión: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen »? A quienes participan de los sufrimientos de Cristo estas palabras se imponen con la fuerza de un ejempló supremo El sufrimiento es también una llamada a manifestar la grandeza moral del hombre, su madurez espiritual. De esto han dado prueba, en las diversas generaciones, los mártires y confesores de Cristo, fieles a las palabras: « No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que el alma no pueden matarla ».

La resurrección de Cristo ha revelado « la gloria del siglo futuro » y, contemporáneamente, ha confirmado « el honor de la Cruz »: aquella gloria que está contenida en el sufrimiento mismo de Cristo, y que muchas veces se ha reflejado y se refleja en el sufrimiento del hombre, como expresión de su grandeza espiritual. Hay que reconocer el testimonio glorioso no sólo de los mártires de la fe, sino

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también de otros numerosos hombres que a veces, aun sin la fe en Cristo, sufren y dan la vida por la verdad y por una justa causa. En los sufrimientos de todos éstos es confirmada de modo particular la gran dignidad del hombre.

Acercarse: para escuchar, comprender, compartir, acompañar. Darse: hacerse don, cargar y cuidar; hacerse prójimo, vendar heridas con

óleo y vino. Hospedar al hermano en nuestro corazón, para que se sienta en su casa. Ser compañía silenciosa y cariñosa, presencia maternal de la Iglesia.

Aparecida nos dice:

420. En las visitas a los enfermos en los Centros de salud, en la compañía silenciosa al enfermo, en el cariñoso trato, en la delicada atención a los requerimientos de la enfermedad, se manifiesta, a través de los profesionales y voluntarios discípulos del Señor, la maternidad de la Iglesia que arropa con su ternura, fortalece el corazón y, en el caso del moribundo, lo acompaña en el tránsito definitivo. El enfermo recibe con amor la Palabra, el perdón, el sacramento de la Unción y los gestos de caridad de los hermanos. El sufrimiento humano es una experiencia especial de la cruz y de la resurrección del Señor.

Espiritualidad como estilo de vida

Ya hemos hablado de la Espiritualidad como forma de vivir la vida cristiana. No

se trata una acción, o actividad, o por un tiempo, sino siempre, constante, toda la vida. Vivir según las exigencias del Evangelio. Como dice Aparecida “Una

espiritualidad trinitaria del encuentro con Jesucristo” 240. Una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el sólido

fundamento de la Trinidad-Amor. La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro. La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad.

241. Es Dios Padre quien nos atrae por medio de la entrega eucarística de su Hijo (cf. Jn 6, 44), don de amor con el que salió al encuentro de sus hijos, para que, renovados por la fuerza del Espíritu, lo podamos llamar Padre: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo el dominio de la ley, para liberarnos del dominio de la ley y hacer que recibiéramos la condición de hijos adoptivos de Dios. Y porque ya somos sus hijos, Dios mandó el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, y el Espíritu clama: ¡Abbá! ¡Padre!” (Gal 4, 4-5). Se trata de una nueva creación, donde el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, renueva la vida de las criaturas.

242. En la historia de amor trinitario, Jesús de Nazaret, hombre como nosotros y Dios con nosotros, muerto y resucitado, nos es dado como Camino, Verdad y Vida. En el encuentro de fe con el inaudito realismo de su Encarnación, hemos podido oír, ver con nuestros ojos, contemplar y palpar con nuestras manos la Palabra de vida (cf. 1Jn 1, 1), experimentamos que “el propio Dios va tras la oveja perdida, la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca la dracma, del padre que sale al encuentro de su hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino de la explicación de su propio ser y actuar. Esta prueba definitiva de amor tiene el carácter de un anonadamiento radical (kénosis),

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porque Cristo “se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 8).

Presencia del Señor en nuestra vida: De manera personal. Ya que hemos

experimentado un amor gratuito e incondicional de parte de Dios, en el encuentro con Cristo resucitado:

Aparecida nos dice:

145. Cuando crece la conciencia de pertenencia a Cristo, en razón de la gratitud y alegría que produce, crece también el ímpetu de comunicar a todos el don de ese encuentro. La misión no se limita a un programa o proyecto, sino que es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo (cf. Hch 1,8).

Y es quien nos lanza a vivir el sentido comunitario. Comunicarlo a cuantos nos

rodean. Aparecida No. 362, nos invita a hacer de nuestras comunidades centros de

irradiación de la vida en Cristo para que el mundo crea: “Asumimos el compromiso de una gran misión en todo el Continente, que nos exigirá

profundizar y enriquecer todas las razones y motivaciones que permitan convertir a cada creyente en un discípulo misionero. Necesitamos desarrollar la dimensión misionera de la vida en Cristo. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza. Por eso se volverá imperioso asegurar cálidos espacios de oración comunitaria que alimenten el fuego de un ardor incontenible y hagan posible un atractivo testimonio de unidad “para que el mundo crea” (Jn 17, 21).

Para el Agente de Pastoral de la Salud, es fundamental vivir según el espíritu de

Jesús misericordioso. Está llamado a una continua conformación a Cristo misericordioso. Esto se irá concretando según el estado al que pertenezca el cristiano: laico, religioso/a, ordenado.

El cristiano comprometido en el mundo de la salud está llamado a articular la

propia espiritualidad teniendo la mirada fija en Jesús misericordioso (expresión del amor del Padre que se nos ha comunicado en el Espíritu) y procurando reproducir sus actitudes

Hech. 10, 38. El discurso de Pedro:

“cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y curando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba

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con él”.

Aparecida nos dice:

147. Jesús salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y mujeres, pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores…, invitándolos a todos a su seguimiento. Hoy sigue invitando a encontrar en Él el amor del Padre. Por esto mismo, el discípulo misionero ha de ser un hombre o una mujer que hace visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y pecadores

Jesús mismo nos pide ser misericordiosos como su Padre: Lucas 6,36

“Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso”

Jesús nos muestra claramente el camino: Se conmueve frente al dolor y el

sufrimiento. Vivir este estilo de vida para el agente es hacer presente el amor y la ternura de

Dios, junto a los que sufren: con actitudes, gesto y palabras. En el servicio a ellos. Es una manera muy particular de vivir la vida en el espíritu

Espiritualidad generadora de esperanza de vida El Dios que ha resucitado a Jesús, es un Dios que da la vida, que ofrece vida a los

hombres, en donde el hombre causa muerte…

Aparecida: 143. Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, con palabras y acciones, con su muerte y

resurrección, inaugura en medio de nosotros el Reino de vida del Padre, que alcanzará su plenitud allí donde no habrá más “muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido” (Ap 21,4). Durante su vida y con su muerte en cruz, Jesús permanece fiel a su Padre y a su voluntad (cf. Lc 22,42). Durante su ministerio, los discípulos no fueron capaces de comprender que el sentido de su vida sellaba el sentido de su muerte. Mucho menos podían comprender que, según el designio del Padre, la muerte del Hijo era fuente de vida fecunda para todos (cf. Jn 12, 23-24). El Misterio Pascual de Jesús es el acto de obediencia y amor al Padre y de entrega por todos sus hermanos, mediante el cual el Mesías dona plenamente aquella vida que ofrecía en caminos y aldeas de Palestina. Por su sacrificio voluntario, el Cordero de Dios pone su vida ofrecida en las manos del Padre (cf. Lc 23,46), quien lo hace salvación “para nosotros” (1 Cor 1,30). Por el Misterio Pascual, el Padre sella la nueva alianza y genera un nuevo pueblo, que tiene por fundamento su amor gratuito de Padre que salva.

El agente de pastoral está llamado a ser presencia pascual al lado de los que

sufren. Es orientar nuestra vida hacia: - Un amor creador

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- Una solidaridad generadora de vida Aparecida nos dice:

110. Ante el subjetivismo hedonista, Jesús propone entregar la vida para ganarla, porque “quien aprecie su vida terrena, la perderá” (Jn 12,25). Es propio del discípulo de Cristo gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo. Ante el individualismo, Jesús convoca a vivir y caminar juntos. La vida cristiana sólo se profundiza y se desarrolla en la comunión fraterna. Jesús nos dice “uno es su maestro, y todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Ante la despersonalización, Jesús ayuda a construir identidades integradas.

112. Ante la exclusión, Jesús defiende los derechos de los débiles y la vida digna de todo ser humano. De su Maestro, el discípulo ha aprendido a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona humana48. Sólo el Señor es autor y dueño de la vida. El ser humano, su imagen viviente, es siempre sagrado, desde su concepción hasta su muerte natural; en todas las circunstancias y condiciones de su vida. Ante las estructuras de muerte, Jesús hace presente la vida plena. “Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud” (Jn 10,10). Por ello, sana a los enfermos, expulsa los demonios y compromete a los discípulos en la promoción de la dignidad humana y de relaciones sociales fundadas en la justicia.

Llamado a ser fiel a la misión de comunicar vida y estar al servicio de la vida. Aparecida:

353. Jesús, el Buen Pastor, quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la vida. Lo vemos cuando se acerca al ciego del camino (cf. Mc 10, 46-52), cuando dignifica a la samaritana (cf. Jn 4, 7-26), cuando sana a los enfermos (cf. Mt 11, 2-6), cuando alimenta al pueblo hambriento (cf. Mc 6, 30-44), cuando libera a los endemoniados (cf. Mc 5, 1-20). En su Reino de vida, Jesús incluye a todos: come y bebe con los pecadores (cf. Mc 2,16), sin importarle que lo traten de comilón y borracho (cf. Mt 11,19); toca leprosos (cf. Lc 5,13), deja que una mujer prostituta unja sus pies (cf. Lc 7, 36-50) y, de noche, recibe a Nicodemo para invitarlo a nacer de nuevo (cf. Jn 3, 1-15). Igualmente, invita a sus discípulos a la reconciliación (cf. Mt 5,24), al amor a los enemigos (cf. Mt 5,44), a optar por los más pobres (cf. Lc 14, 15-24).

María modelo en el servicio

Para alimentar su espiritualidad, el agente de pastoral recurrirá a María, Salud de

los enfermos, tomando el ejemplo de la Madre de Jesús, su capacidad de servir a los enfermos con cuidado y fidelidad, con disponibilidad y gratuidad, con ternura y compasión.

María, la Madre de Jesús, se presenta como modelo en el cuidado y en el servicio

de caridad a su prima Isabel….. Deus Caritas est:

41. Entre los Santos, sobresale María, Madre del Señor y espejo de toda santidad. El Evangelio de Lucas la muestra atareada en un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual permaneció «unos tres meses» (1, 56) para atenderla durante el embarazo. «Magnificat anima mea Dominum»,

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dice con ocasión de esta visita —«proclama mi alma la grandeza del Señor»— (Lc 1, 46), y con ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno. María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a sí misma. Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1, 38. 48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios. Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presentarse a ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una mujer de fe: «¡Dichosa tú, que has creído!», le dice Isabel (Lc 1, 45). El Magníficat —un retrato de su alma, por decirlo así— está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios. Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada. María es, en fin, una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama. Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran los esposos, y lo hace presente a Jesús. Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cf. Jn 2, 4; 13, 1). Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14).