Ese General Belgrano (poema)

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ESE GENERAL BELGRANO a mis hijos Antonio y Ángel 1

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Poema de Aldo Oliva del libro "Ese general Belgrano y otros poemas" (2014)

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ESE GENERAL BELGRANOa mis hijos Antonio y Ángel

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CUADRO 1

CONSULADO

En un principio fue la imagen, doliente

en las esquivas oscilaciones de la visión.

Era, entonces, caso de cercar el foco, que,

a través de la ventana, insinuaba una

semiluz vacilante, en la esfera exterior,

renuente por la tenacidad de la tiniebla.

Era, entonces, la ocasión temeraria

de translucir esas viejas paredes

dinásticas, quizá, de las escasas

mutaciones urbanas del coloniaje.

Sírvanme, entonces, el elixir, en copa,

por favor,

de cristal ceñido a esta hora impenetrable.

Poca cosa, al fin: el barrunto del perfil

de un hombre:

cabellos claros, ojos tenues, esclarecidos

sobre un tomo incierto y un sinuoso

leve temblor de labios insinuando palabras

en la pieza nebulada de gris.

No nos concedamos

un viaje, en placentero travelling, a

la calidez de la ensenada de penumbra

que colma la cámara: una puerta

cerrada, un hálito lábil en las flexiones

de la vigilia en pensamiento,

contraponiéndose, hablándose.

Ahora, Manuel Belgrano, funcionario

de mano fértil en el Consulado,

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sentado frente a su mesa,

enciende una vela; la mezquina llama

exhibe la dorada inscripción

de la tapa pulcra del libro:

Dupont de Nemours

DEL ORIGEN Y DE LOS PROGRESOS

DE UNA CIENCIA NUEVA

(1768)

Las palabras vuelven, luminosas

y agitadas, a su mente desde la intensa

lectura de la víspera.

Nombres ilustres, François Quesnay,

Mirabeau, Mercier de la Riviére,

Le Trosne, danzan en la coreografía

de la seducción del movimiento crítico.

Antes de cultivar hay que talar

los bosques, hay que desbrozar el terreno,

hay que extirpar las raíces, hay

que procurar una salida a las aguas

estancadas o que corren entre

dos tierras, hay que preparar edificios

para amontonar y conservar las cosechas,

etcétera, etcétera.

Al emplear su persona y sus riquezas

mobiliarias en los trabajos y en los gastos

preparativos del cultivo, el hombre adquiere

la propiedad territorial del terreno

sobre el cual ha trabajado. Privarle

de ese terreno sería arrebatarle el trabajo

y las riquezas consumidas en su

explotación, sería violar su propiedad

personal y su propiedad mobiliaria.

Al adquirir la propiedad del fundo,

el hombre adquiere la propiedad de

los frutos producidos por ese fundo.

…………………………………………….

Sin ellas nadie haría esos gastos ni esos

trabajos, no habría propietarios territoriales

y la tierra permanecería yerma con gran

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detrimento de la población existente

o por existir.

Magnífico, DuPont (se dice Manuel con registro

agudo, entrecortado y cauto), usted sostiene

la trinidad hipostática de la propiedad

en la esencia del hombre. Un rosario de

cuentas coordinadas como en la voz

omnicreativa de Dios: como si la viera.

¿Quién se negaría a aspirar

el embriagante aroma imaginario

de esta certeza conjetural

de lo que fue?

Pero las multitudes de hombres,

de pueblos, excluyen al Hombre.

¿Los romanos, los hombres que fueron

sus procónsules, sus legiones,

no excluyen al hombre íbero?

¿Los señores de la propiedad feudal

no excluyeron al siervo Hombre?

¿Dónde y cuándo se instala

la unicidad humana

en la sustancia de la propiedad territorial?

¿Cómo ensamblar, entonces,

en un proceso de esfuerzo iluminante,

ciertos testimonios, que algunos

exhumaron y que cursan

el sobresalto de la historia?

Buenos Ayres es una lucecita

que, iluminando, apenumbra el duro

ajetreo contra el monopolio.

Mas, ¿qué son las vastísimas tierras

de estas colonias? Sus desiertos;

sus selvas insondables; sus desmesuradas

médulas de casi inconcebibles emergencias

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de rocas que eternizan sus hielos y sus nubes;

sus aguas, que sólo ellas, parecen

conocer el intrincado desborde

de lo infinito?

Intentar generar la matriz de un país

cuando sólo puedo escribir: tal es el caso.

Sé que pagaré por ello.

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CUADRO II

MAYO PLUVIAL, 1810

Ahora lo recuerdo, nítidamente.

Estoy tendido en la noche, en

mi cama: nítida como la efigie

de mi Santa María en su cuadro,

en el dulce rostro ilumina

el marco.

Apenas fue ayer, pero el recuerdo,

conmovido, es como una flor perenne,

un hálito de tenacidad que, al azar,

regresa.

La buena gente, los Patricios,

la voz, sin duda perdurable, de

mi primo Juan José, buscábamos,

Buscábamos, una palabra que abriera,

Como una madre, su fecundidad;

Y, quizás torpemente, hallamos Patria.

La verdad de ese hablar, su trémulo

Murmullo, es posible que sólo

Se moviera en las bocas y en las

Manos agitadas en la Plaza,

En el saber de la ausencia

Alzado en sus fuerzas,

En la apetición de su ser

necesario.

Yo, un hombre de servicio,

no profanaré la hincadura

de mi destino:

si juré, como firme madera sin tiempo,

ahora me adormezco;

trazo, por siempre,

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los sibilantes hilos del sueño,

hasta que la ceñida urdimbre

de mi fe se desgarre.

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CUADRO III

BANDERA PROHIBIDA

Siendo preciso enarbolar una bandera, y no

teniéndola, la mandé hacer celeste y blanca

conforme a la escarapela. Espero que sea de

la aprobación de V.E.

Manuel Belgrano

Documentos del archivo de Belgrano II

Al gobierno de Buenos Aires.

Yesca, alimento que nutre,

Nutrida por el fuego,

Este trapo que, en trocitos,

Los cuchilleros de ese inquietante

French, agitaron en la Plaza.

Ahora flamea porque el leve

Viento lo inflama. Esa brisa

Insuflada en la costa de este

Conjeturable mar (que aún creemos río),

Bordado, exaltado por islas

De innúmera emergencia, de verde

Turbio y de inciertos canales

Que, amenazantes, tal vez lo miman:

Una exótica y fluida esmeralda,

Se diría, de fango de esplendor convulsivo,

De aparente y sinuoso misterio.

Ciertos hombres, ordenados

En confuso cuadro de formación

(así llamado por la supersticiosa

jactancia de la “ciencia militar”

o su idea, empastada por la asfixia

en su “mar de los sargazos”, la apetencia

de los cuerpos)

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absorbían

ávidos reverberos de tajadas de sol,

de hambre de hembras.

Pero hay que ver cuando es imposible

ver. Puede cualquier turbia

palabra llamarla visión.

Así sea.

Paisanos que se con-movieron:

eran de variada pinta y

diverso lugar. Era la tropa.

De sí, sólo sabían que estaban, que estaban…

De lo que fluía de sí, deseaban

lo que desconocían;

mi voz, tal vez, o mi silencio,

o la acción que alterara la calma,

la pavada de la consumación de sus vidas.

Yo, a quien llamaron

General; mi fe; mis pocas lecturas,

todo, dice: enarbolar:

que se alce el trapo:

y se elevó la yesca.

Después marchamos.

Nadie sabrá lo que pasará

(pensamos)

con ella, con nosotros.

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MOVIMIENTO

AL PARAGUAY

¿Qué ocultará la confusión de esa maraña

Que se anuncia en Oriente? Qué fieras; qué

Hombres la estremecen; quiénes, ahora, como

Visajes delirantes, agitan, ocultos, el curso temerario

De esta marcha: porque, casi desamparados,

Bogamos por el mismo litoral de este río

Grande como la ceñida certeza de morir,

Ávida y vivaz frente a lo incógnito.

Pero avanzamos, bandeando las riberas donde

Me sobresaltan las palabras que diré,

El apagón donde haga resonar el signo

Solidario de mi silencio en que se ilustre

El hábito andrajoso que enmascara los cuerpos

Luminosos de esta empresa, donde haga procrear

El fuego libre de mi decisión, afiebrar mis

Manos yertas, transfigurar en fuego la cómplice

Palidez de la página en blanco.

Animales del río, coriáceos como troncos

Añosos merodean: ojos turbios de fuego de ansia rapaz,

Fauces voraces, profundas como una pesadilla

De la que no podremos más despertar: llámeseles

Yacarés, si la entereza de la voz se atreve;

y la infinita disonancia de las aves en el bosque,

Estremeciendo el magma verde

que en cada rama lo oculta

como magnética saeta.

Imagino vuelos iluminantes

En el chisporroteo de un críptico

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Entrecruzamiento, roces de alucinadas etopeyas1

Que la fuerza rasante de los pueblos,

Que se funden con la espesura,

Potencian en la matriz del futuro.

Tal vez, en la trampa de una certera imagen

Se yerga el barro donde la libertad

Sustancie el sueño pervertido en la vigilia.

Santa Fe fue un amparo, pero

La profusa emergencia insular

En el brazo inmenso del fluido

Diorama2 que tejía la expansión

De la corriente, amenazaba el cruce

Hacia una ribera receptiva.

Para ahí, dije, es la Bajada del Paraná,

Una barranca fangosa, declinada, florida.

Y subimos hasta entre ríos

De las Corrientes, hacia el centro,

Que se insinuaba ya (por mi ignorancia), como

Una amenaza cernida en el Este.

No era tal: un precario y escaso rancherío,

A quien llaman Curuzú Cuatiá,

Con cierta aprehensión, divisamos.

No nos cerraron sus puertas (que

Siempre vimos abiertas):

Un paisaje de pobreza fecunda

Le daba alama de aprehensión

De vago sentido a la, tal vez,

Insensatez de la empresa.

De ahí, digamos, comencé mis

Operaciones: envié brigadas ligeras1La etopeya es una figura literaria que consiste en la descripción de rasgos psicológicos o morales de una persona, como son el carácter, cualidades,

virtudes o costumbres de uno o varios personajes comunes o célebres. 2 El diorama es un medio de enseñanza que representa, en tres dimensiones, una figura cualquiera. En los dioramas las figuras tienen alto y ancho. La tercera dimensión, la profundidad o grosor, es muy pequeña comparada con las otras dos.

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Hacia el norte, de imprecisos accesos

A Asunción (debo confesar que

Un tanto ingenuas); mientras

Mis hombres y la población soportaban.

Ahora sé: en cada hora que

Alucinamos como transcurso del tiempo

Viborea el estruendo de la derrota,

El pasaje al principio del movimiento,

El pensarse ser emergente en el acto,

La perennidad creativa en la fuerza

Material de la idea,

Desengañémonos señor Paisano, no es

el Rey desgraciado nuestro deseado

Fernando VII por quien se mira

ni se combate: los conatos se dirigen

a nuestra destrucción

y esto no lo consentirá jamás nuestro justo

gobierno ni los que dependamos de él,

aunque perdamos nuestra existencia en

la demanda.

¿Cómo abordar el litoral epónimo

del inconmensurable litoral

que abra las vías a las tierras

para la emancipación de las fuerzas

creadoras de sus hombres?

Desde las marismas del Iberá nos sometimos

a la tracción primigenia del limo,

llevados, sin embargo, por la fatal dinámica

del cruce del Paraná, incubadora de la furia tropical.

Desde Candelaria, Itapuá, el Tebicuarí,

Tacuarí, Paraguarí el sesgo de un diluvio

de líquidas alambres de fiebre y alimañas

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nos cribaron mas no nos detuvieron.

Agua, todas las aguas, esa difusión

que exhumó, tal vez, el delirio de la creación infinita,

que incide en la perpetración del ser

y de la tierra y de la carne,

¿por qué no devela, entonces, sino en el vaivén

de sus leves, dulces movimientos,

ateridos o cálidos; o en la ominosa

orden secreta de su furia?

Por qué, al inclinar su urna cósmica,

después, rebautizamos, sin saberlo, sin

óleos santos, de margen a margen, el Desaguadero.

Emulantes, quebradas en las mutaciones

de un sueño; declinante en imágenes

que aspiraron a palabras genésicas, sólo,

al parecer, permanecen, hondamente,

suscitaciones que pretenden negar la muerte

(esa negación) que no es más que la última ira

que en vilo se sostiene y grita.

Hora es de volver, casi fantasmales

desde la zona de la siembra de convicción y sangre

hacia la metrópolis donde se gesta

el mando equívoco: para alzar la irradiante:

tenacidad, el aura de zonas insurgentes.

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CUADRO IV

DE JUJUY A TUCUMÁN

De Belgrano a Rivadavia:

Algo es preciso aventurar y esta es la ocasión

De hacerlo.

DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE BELGRANO IV, 2224-2258-2830

…es necesario hacer una defensa honrosa;

Si se pierde, habrá sido en regla, pero siempre

Existe la posibilidad de un resultado feliz.

DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE BELGRANO IV, 229

De Rivadavia y Pueyrredón a Belgrano:

…por última vez la falta de cumplimiento

De ella (de la retirada de Jujuy hasta Córdoba)

Le deberá producir a V.E. los más cargos de

Responsabilidad.

ARCHIVO GENERAL DE LA GOBERNACIÓN

Nota del Gobierno a Belgrano del 20/9/1812

Sí, esa ondulación que parece

oscilar, pétrea, desde el norte, donde

semeja, simula trazar el paralelo equívoco

que incide en Tucumán; así, lo aísla, anaranjado,

frágil y tenaz de la muralla de la arboleda

de los citrus; esplendorosa, sin embargo.

Y se ampara, se enmascara en el urgente reclamo

forestal de flor real, en el turbión de la verdad

inmutable.

La curva es Campo de las Carreras, descendiendo

anchamente hacia el sur, regada en riachos,

en un avance de orla sigilosa y seductora donde

se abre la regustación de la aventura, ese regodeo

virtualmente mortal.

La ansiamos, pero la ausencia, en una altura

más allá del deseo, se muta, escinde el tiempo, tal vez

andante, se transfigura en lo que, sin serlo, llamamos

muerte.

Hay, en el delirio, un pífano acechante que, oculto

en la maleza de la mente, estremece, en horas,

la amable sintaxis en la celebrada persuasión de la

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verdad. No es artero, en una puñalada, desatando

terror: es un canto impregnante de vivaces conocimientos

seminales hacia la lejanísima matriz de lo verdadero:

esplende, a veces. Y si no, conciban el pánico límite de

este instante.

Percibo, claramente, que nos vienen pisando los garrones.

También percibo el olor agrio y exultante de mugre,

sangre y miedo, que guardaré, porque no sé cual es

la pasta angustiosa que explosiona la furia

temeraria de esa flor ignota.

Es una tropa despojada

de la moral con que se amasa

el pan diario que deberían devorar,

y el agujero de hambre y angustia

que se abre en la deserción,

los ritmos de los espectros andrajosos.

Y un pueblo detrás, doliente,

habiendo abandonado su terruño;

solidario, a la vez, al seguimiento

de un sino de cambio desconocido

del dolor o la fortuna, más al sur.

Aquí estoy, en un altozano, ya percibiendo

el ostentoso avance de las fuerzas envanecidas

de Tristán, como entrando por la puerta

de la masacre de la gloria.

De improviso, mi pobre caballito

comienza lentamente a elevarse,

oprimido por mis

piernas hinchadas por la hidropesía

hacia las alturas de la batalla

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que ha comenzado por los fogonazos

de la artillería de Holmberg, ese mágico

bricoleur que creó, con restos metálicos,

el receptáculo y la furia del fuego.

Galopo entonces, sobre la altura de la

lucha, por una parábola cósmica:

una especie de diadema de auroras

que nos ciñe sobre el norte.

¿Cabalgo en lo ilusorio de la fiebre terciana?

¿Me levito en la curvatura de la sífilis?

Pero mis ojos están límpidos

Y mis manos claras.

Preveo que Díaz Vélez, esa bandera

férrea que cubría a los desbandados

de Huaqui, pronto estará aquí.

No acepto la caída de Lamadrid,

que nunca se amparó en la humillación

ante la inminencia de la muerte.

No veo decaer el circuito

de la celeridad de las maniobras certeras de Yáñez.

No abdicará Paz de la luminosidad de su estrategia.

Lentamente, así lo creo, descendí

Al seño del combate. La humareda

de la fusilería no pudo ocultar la visión. Las chuzas del paisanaje

tucumano abrieron grietas sulfurosas,

gemidos de espanto encarnizado resonando

en las fumarolas que surgían,

ardiendo de los pechos; la exhalación

de la sangre tiñó de carmín el verde

ámbito que implosionó el sometimiento.

Después de evacuada la mortandad, descansaron.

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Y yo, ése, llamado General Belgrano,

a veces escarnecido, siempre sobre mi caballito,

reuní la tropa y a los hombres solidarios,

levanté el dedo índice y, señalando al norte,

dije: “Aquel es el rumbo;

Llegó el asalto a Salta”. Marchó la gente,

y volví a desobedecer.

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MOVIMIENTO

LA DESOBEDIENCIA DE VIDA

Tal vez algunos, que se decían

solidarios de la Revolución,

marcaron mi ruta, como

un plural designio de este diagrama

de corpúsculos que mi ser asumió.

Así, ¿nada sabían de sus

acechanzas de poder, que, en el vértigo

demencial de mi itinerario,

era un orden y no una orden de

las fantasías del Poder? A esto obedecí.

La revolución que, algunos pensamos

fundaría una patria, fue iluminándose

de la furia (a veces tácita) de

tenebrosas contraposiciones.

¿Cuál, de los polos, entonces,

obedecer?

De ahí que la desobediencia,

una vez discernido el sentido

de la lucha,

esté cerniendo la certeza

de la fuerza troncal del sector,

que en múltiple unicidad,

y aún sin saberlo, impulsan los

Pueblos.

De ahí: reverdecer o asumir la muerte.

De ahí, la creación de un poema

que lo escriba y lo diga.

de ahí la historia de un poema

sin historia. De ahí la grandeza

de los que abdicaron de la Grandeza.

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MOVIMIENTO FINAL

ANÁBASIS HACIA EL TURBIO SUR

Esta endiablada perdición, esta

apenumbrada dilución del vuelo

del momento

no inhibirá el saber

de que tenemos toda

la muerte por delante,

y que cada extinción

es un aliento póstumo,

una sagaz sonrisa del ser.

Pero todo, a la altura de mi cuerpo,

me consume en el otoño

se mi exhausto itinerario,

como la mustia floración ocluida

por un circuito sangriento

de extraviada alevosía.

No es que el porvenir lo recoja,

tan sólo,

sino que eso, que afirmamos vida

es ser el contemporáneo del futuro:

esa oculta furia

asediando lo desconocido

llamado presente.

En las constelaciones de la ausencia

esplende, ya, la explosión

de lo que llaman imposible.

Y ahora viajo en esta carroza

fantasmal –negada por la mezquindad

De Aráoz; iluminada por la fraterna

oferencia de Ortiz y Lamadrid–

hacia el ludibrio de la metrópolis del Sur,

hacia la escoria sombría del poder

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y, tal vez, hacia el aroma de

mi último momento. Pero

no eres muerte, quien por nombre de misterio,

pueda a mi mente hacer pálida

cual a los cuerpos haces.

VERRÁ LA MORTE E AVRÁ TUOI OCCHI3,

Patria inexistente.

3 Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

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