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8/7/2019 ENRIQUE PUPO-WALKER La Florida, del Inca Garcilaso: notas sobre la problematización del discurso histórico en los … http://slidepdf.com/reader/full/enrique-pupo-walker-la-florida-del-inca-garcilaso-notas-sobre-la-problematizacion 1/21 La Florida, del Inca Garcilaso: notas sobre la problematización del discurso histórico en los siglos XVI y XVII Los datos más elementales confirman en seguida que la obra del Inca Garcilaso de la Vega (15 36-1616) ha despertado, a lo largo de muchos años, el interés de investigadores y comentaristas de todas las latitudes í . Con toda seguridad, ese creciente interés de tantos alude a la inmensa riqueza de sus textos. Pero desafortuna damente en muchos casos el afán de contradecirle ha sido más pertinaz que el deseo de comprenderle. Sabemos, por otra parte, que mucho de lo que se ha escrito sobre las obras del Inca ha derivado en polémicas ingenuas que niegan o reivindican las aportaciones muy disímiles que recogen La Florida (1605) y los Comentarios reales (1609-1617) 2 . Y si califico de ingenuas muchas de las controversias gestadas por las narraciones de Garcilaso, es porque suelen ser el producto de lecturas que rara vez trascienden la epidermis semántica de sus textos; y han sido, por lo general, apreciaciones parciales de sus textos motivadas, con frecuencia, por un trasnochado positivismo histórico que para nada figuró en los propósitos del Inca Garcilaso. Por su parte, la historiografía tradicional, con una desorientada obsesión clasificatoria, más de una vez ha relegado los textos del Inca a la marginaüdad que usualmente corresponde a cronistas regionales 3 . Pero ocurre que los rangos ilusorios que a menudo resultan de esas clasificaciones son sintomáticos, en muchos sentidos, de la arbitrariedad interpretativa que se ha gestado en torno a otras obras seminales que relatan el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo 4 . Es sorprendente, por 1 La bibliografía sobre la obra y la persona del Inca es ya muy extensa. Sin embargo, la información más significativa se resume en las obras siguientes: John Greer Varner, El Inca: The Ltfe and Times of Garcilaso de la Vega (Austin: University of Texas Press, 1968); Aurelio Miró Quesada, El Inca, Garcilaso j otros estudiosgarcilacistas (Madrid: Instituto de Cultura Hispánica, 1971); José Durand, El Inca Garcilaso clásico de América (México: Colección Sept-Setentas, 1976). Sobre la dimensión creativa de los textos puede consultarse mi estudio: Historia, creación y profecía en los textos del Inca Garcilaso de la Vega (Madrid: Editorial Porrúa Turanzas, 1982). En ese libro se recogen, a su vez, los datos bibliográficos más recientes sobre el Inca y sus escritos. Agradezco la ayuda que recibí del University Research Cornal de Vanderbilt University cuando iniciaba las investigaciones resumidas en este trabajo. 2 Esa dimensión polémica, casi siempre de poca utilidad, asoma repetidamente en varios estudios e intervenciones recogidos en: Nuevos estudios sobre ehlnca Garcilaso de la Vega (Lima: Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú, 1955). Otras desavenencias sobre sus textos las resume Francisco Esteve Barba en su Historiografía indiana (Madrid: Editorial Gredos, 1964), págs, 470-475. 3 Esteve Barba, en el estudio antes citado le ubica, caprichosamente, entre los «historiadores de interés indígena en el Perú», pág. 470. 4 Algunas de esas lecturas arbitrarias se exponen en el excelente ensayo de Roberto González-Eche varría, «Humanismo, retórica y las crónicas de la Conquista», en Isla a su vuelo fugitivo: ensayos críticos sobre literatura hispanoamericana (Madrid: Editorial Porrúa Turanzas, 1983), págs. 9-26. Véase, además, mi estudio: JLd vocación literaria del pensamiento histórico en América (Madrid: Editorial Gredos, 1982), págs. 15-92. 9 1

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La Florida, del Inca Garcilaso: notas sobrela problem at ización del d iscurso h is tór ico

en los siglos XVI y XVII

Los datos más e lementales conf i rman en seguida que la obra del Inca Garci laso de

la Vega (15 36-1616) ha des per ta do, a lo largo de mu cho s a ños, e l in terés de

invest igadores y com entar is tas de todas las la t itudesí. Con toda segur idad, ese

creciente in terés de tantos a lude a la inmensa r iqueza de sus textos . Per o desafor tuna

dam ente en m uch os casos e l afán de contradeci r le ha s ido más per t inaz qu e el deseo

de comprend er l e . Sabemos , por o t r a pa r t e , que m uch o de lo que se ha esc r ito sobrelas obras del Inca ha der ivado en polémicas ingenu as qu e niegan o re iv indican las

apor tac iones muy d is ími les que r ecogen La Florida (1605) y los Com entarios reales

(1609-1617)2. Y si cal if ico de ingenuas muchas de las controversias gestadas por las

nar raciones de Garci laso , es po rqu e suelen ser e l pro du cto de lecturas qu e rara vez

t rascienden la epidermis semánt ica de sus textos; y han s ido, po r lo general ,

apreciaciones parcia les de sus textos mot ivad as, con f recuencia , po r un t rasno chad o

posi t iv ism o his tór ico que para nada f iguró en los pro pós i tos del Inca Garci laso . P or

su par te , la h is toriograf ía t radic ional , con una desor ientada obsesión c lasi ficatoria , m ás

de una vez ha re legado los textos del Inca a la ma rginaü dad que usualm ente

cor respond e a c ron is t as r eg ionales3. Pero ocurre que los rangos i lusorios que a

m en ud o resul tan de esas c las if icaciones son s in tom át icos , en mu cho s sent idos, de la

arbi t rar iedad in terpreta t iva que se ha gestad o en to rn o a o t ras obras seminales qu e

re la t an e l descubr imien to y la conqu i s t a de l N ue vo M un do4. Es so rp renden te , po r

1La bibliografía sobre la obra y la persona del Inca es ya muy extensa. Sin embargo, la información

más significativa se resume en las obras siguientes: John Gree r Var ner, El Inca: The Ltfe and Times of

Garcilaso de la Vega (Austin: University of Texas Press, 1968); Aurelio Miró Quesada, El Inca, Garcilaso jotros estudiosgarcilacistas (Madrid: Instituto de Cultura Hispánica, 1971); José Durand, El Inca Garcilaso clásico

de América (México: Colección Sept-Setentas, 1976). Sobre la dimensión creativa de los textos puede

consultarse mi es tudio: Historia, creación y profecía en los textos d el Inca Garcilaso de la Vega (Madrid: Editorial

Por rúa Tura nzas, 1982). En ese libro se recoge n, a su vez, los datos bibliográficos m ás recientes sobre el

Inca y sus escritos. Agradezco la ayuda que recibí del University Research Cornal de Vanderbilt University

cuando iniciaba las investigaciones resumidas en este trabajo.2

Esa dimensión polémica, casi siempre de poca utilidad, asoma repetidamente en varios estudios e

intervenciones recogidos en: Nuevos estudios sobre ehlnca Garcilaso de la Vega (Lima: Centro de Estudios

Histórico-M ilitares del Perú , 1955). Otra s desavenencias sobre sus textos las resume Francisco Esteve Barba

en su Historiografía indiana (Madrid: Editorial Gredos, 1964), págs, 470-475.3 Esteve Barba, en el estudio antes citado le ubica, caprichosamente, entre los «historiadores de interés

indígena en el Perú», pág. 470.4

Algunas de esas lecturas arbitrarias se exponen en el excelente ensayo de Roberto González-Eche

varría, «H um anism o, retórica y las crónicas de la Conquista», en Isla a su vuelo fugitivo: ensayos críticos sobre

literatura hispanoamericana (Madrid: Editorial Porrúa Turanzas, 1983), págs. 9-26. Véase, además, mi estudio:

JLd vocación literaria de l pensamiento histórico en América (Madrid: Editorial Gredos, 1982), págs. 15-92.

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ejemplo, que no se haya adv er t ido antes que los Comentarios reales exh iben , en muchos

órde nes , e l t razado m onu m enta l y el a lcance descr ip t ivo que caracter iza a las gran des

his torias naturales y morales de Indias que nos legaron Fe rnánd ez de O vie do , Las

Casas y e l agudo padre Acos ta5.

S in abu nda r sobre esos equívo cos de la gest ión in terpreta t iva , me parece necesar io

aludi r , brev em ente , a o t ras cuest iones que inciden negat iv am ente en nuest ra aprecia

c ión de los textos del Inca y de las crónicas en general . Es inevi table reconocer qu e

para mu chos l ec to res la des ignac ión crónica, uti l izada por igual en los estudios l i terar ios

co m o his tor iográf icos , nos remite , de hec ho, a un legado arcaizante caracter izado po r

la estol idez dogm ática ; es decir , a textos en los que el discu rso suele carecer de un

re la to r ind iv idua li zado y que se o rgan izan a manera de inven ta r ios m onova len tes y

c if rados en c rono log ías p r imar ias6. Pero obsérvese que si insisto en estas dist inciones

g lobales es porq ue e l vocab le crónica asignado a textos , ext raordinar iamente d ispares

( c o m o l o so n , e n e fe c to , L,a verdadera historia, de Bernal Díaz; los Naufragios, de AlvarN ú ñ e z Ca be za d e V a c a, o El carnero, de Juan Rodr íguez Freyle) , no sólo opaca los

rasgos d is t in t ivos de los textos en cuest ión , s ino qu e además desvi r túa la inusi tada

mod ern idad que a m enu do p royec tan las na r r ac iones que he men c ionado7. A la vez,

la supervivencia de o t ras nom encla turas desfasadas tamb ién oscurece la tensión

especulativa y teór ica que subyace en las pr incipales nar raciones que sob re A mér ica

se escribiero n en los siglos XVI y XVII; siglos, por lo d em ás, en los que se l levó a ca bo

— sob re tod o en e l ám bi to de las cu l tu ras med i t e r r áneas— un p ro fundo cues t iona-

m i e n t o d e l d i sc u r so h is t ó ri c o8. Consta tar ese hecho me parece indispensable , en par te ,

po rqu e la creciente la t itud informat iva y am bigüe dad formal que en los sig los XVy XVI asume la nar ración his tór ica debe verse com o el con texto referencia l inm ediato

en e l que se conf igura co m o t ipología innov ado ra , e l d iscurso h is tór ico sobre el

N ue v o M u n do9.

5Lo afirmo así porque en La Florida y más aún en los Comentarios reales, se expone un gran registro de

conocim ientos antr opo lógi cos, lingüísticos y económ icos, así com o extensas reflexiones sobre la historia y

los procesos culturales que ésta relata. Los textos del Inca retienen, inclusive, la prop ensió n enum erativa

que, con perspectivas diferentes, despliegan Las Casas, Oviedo y Acosta.6 Esas precisiones se establecen en dos ensayos ejemplares de Hayden White: «The Valué of Narrativity

in the Representation of Reality», Criticai Inquiry, Vol . 7 {1980), págs. 5-28; «Burden of H istory », History and

Theory, Vol. 5, núm. 2 (1966), págs. 122-135.7

Me refiero a la problematización reflexiva de la escritura que se hace evidente en La verdadera historia,

de Bernal Díaz, así como en los Naufragios, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y aún en las amplias secciones

introductorias con que Fernández de Oviedo encabeza numeroso s capítulos de su Historia general j natural

d e las Ind ias, Otros linajes de narraciones históricas, la aportación —mal conocida— de los preceptistas y el

legado forense en la historiografía de Indias lo trato con mayor amplitud en mi libro: El discurso cultural de

América: sus configuraciones primarias (siglos xvi-xvu) que en breve publicaré.8

Ver: Nancy Struever, The Language of History in the Renaissance: Rhetoric and Consciousness in Florentine

Humanism (Princeton, N. J.: Princeton University Press, 1970) y mi La vocación literaria del pensamien

histórico, págs. 80-92. Interesa, además, el estudio de Mariano Usón Sesé, «El concepto de la historia en Luis

Vives», en Revista de la Universidad (Zaragoza), núm. 3 (1925), págs. 501-535.9

Consúltese el estudio preliminar de Santiago Montero Díaz que se recoge en su edición de la obra de

Luis Cabre ra de Córdoba , De historia para entenderla y escribirla (1611) (Madrid: Instituto de Estudios

Políticos, 1948), págs. XI- LV I.

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Esas re laciones que divulga ron las pr imeras imágenes del m un do am er icano ser ían ,

casi s iempre, l ibros concebidos desde una razo nada perspect iva in terdisc ip linar ia y

do tado s de un ampl io apara to r e tó r i co10

; y paradój icam ente esos textos em prend ían

— c o n n o p o ca in c e r t i d u m b r e — l a d e scr ip c ió n d e u n m u n d o d e sc o n o c i d o c u ya

solvencia referencia l tuv o que ser es tablecida med iante recursos exposi t ivos m uydispares . P iénsese , por o t ra pa r te , que en aquel los años, escr ib i r sobre e l N ue vo

M un do e ra por de fin ic ión — tan to en la cons t rucc ión nar r at iva como en o t ros

ó r de n es — u n a cto ex pe rim en ta lH

. En aquellas circunstancias ser ían, por necesidad,

ot ros los proced imiento s que empleaba e l re la tor y o t ras tendr ían que ser sus

conc epcion es de la perfect ibi l idad discu rsiva. Co n frecuencia, las mism as dim ensio nes

colosales de los temas a tratar harían ineludible un sistema proliferante e ins eg uro de

referencias de nt ro del que aparecen aunad os, datos veri f icables , un ampl io temar io de

asuntos contencioso s y la presencia s iempre cont igu a de lecturas mu y diversas12

. E n

otras ocasiones, sin em ba rgo, e l texto sería e l pro du cto insufic iente de tes t imon ios

desiguales y de breves re laciones individual izadas que a duras penas se avenían con la

ampl i tud concep tua l e imag ina tiva que p rocurab a e l r e l a to r13

. Esa , es , a propósi to , la

capr ichosa d isyunt iva en que se redacta La Florida, del Inca . Texto que, por múl t ip les

razon es, eli jo co m o foco prim ario de este trabajo, aun qu e he de refer irme inevitable

me nte a o t ros escr i tos de Garci laso . Y si hag o hincapié en mi e lección, es po rqu e La

Florida i lustra, como pocas obras de su t iempo, esa referencial idad proliferante y

confl ict iva que se gesta en la histor iografía del hu m an ism o renacentista; referenciali

dad que se problem at izará , aún más, debid o a la in tensa proyección individual izadaque e l Inca impo ne a sectores cruciales del texto . La suya es , a l mis mo t iem po, una

nar ración que — sigu iend o los pr incipios rectores de la h is tor iograf ía renacent is ta—

se esforzará po r revelar cor respo ndenc ias sut i les ent re la naturaleza del proceso

históric o que se describe y la gest ión creativa de exposición que se gene ra en el seno

de l d i scur so com o ta l . La Florida es , en mu cho s sent idos, un texto e jecutado a par t i r

de o t ra suer te de conocim ientos . La e laboración m isma del d iscurso deja impl íc ita la

noc ión de que ot ra realidad — la amer icana en este cas o— presu pon e, en var ias

med idas , o t ra ordenación del saber , y específ icamente del saber h is tór ico . Son,

pr incipalm ente , esas d imen siones s ingular izadas de la nar ración las qu e examino en las

páginas s iguientes . Y aun que ya en o t ra ocasión me he ocu pad o, en deta l le , de la

10Ciertamente, no todas las relaciones importantes escritas en el siglo xvi sobre el Nuevo Mundo,

acusan el mismo g rado de refinamiento comp ositivo. Esa característica prevalece, sobre todo , en las

narraciones que nos legó el hum anism o historiográfico que se inicia con Her nán Pérez de Oliva , Luis Vives

y Páez de Castro, entre otros historiadores-preceptistas.11

Recordemos que los historiadores de Indias no sólo tuvieron que documentar un registro vasto de

objetos, sitios y experiencias desconocidos , sino que además se vieron oblig ados a construir un discurso

que se nutría ta nto de la historiografía clásica y medieval com o de la retórica forense; serán, además, textosredactado s, con frecuencia, desde una vertiente autobiográfica y que fueron escritos muchas veces por

personas sin formación histórica previa y a veces impu lsados más que nada por un afán de reivindicación

individual.12

Algunas implicaciones de ese proceso se exponen en mi Historia, creación j profecía, págs. 74-8}.1J

José Durand aporta detalles de interés sobre esto en su trabajo: «Las enigmáticas fuentes de La

Florida», Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 168 (1963), págs. 597-609.

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compos ic ión y c i rcuns tanc ias en que se esc rib ió ha Florida, quie ro , no obs tan te ,destacar , en el co nte xto m ás restr in gid o de este trabajo , la pecu liar gestación de laobra y los p roced imien tos im agina t ivos que Garc i l aso empleó para dar una conf iguración sat isfactoria y a la vez atractiva a su texto 14 .

E l caudal , un tan to dispe rso , de not ic ias que a luden a la preparación de LaFlorida

15 , sugiere que Garci laso tenía aproximadamente veint icuat ro años cuandoempezó a r eun i r los p r imeros apun tes sobre la desgrac iada exped ic ión que H erna ndode So to l levó a F lo r ida 16 . De el lo, se deduce entonces que lo que el Inca nos relatar íamu cho s años después en su extensa nar ración , era un tema que se rem onta a suspr imeras inquietude s in te lectuales; época — y esto vale la pena su bray ar lo— en queno eran precisam ente sus lecturas predi lectas í 7 . Por muchas razones cabe preguntarseentonces po r qué le in teresaro n, de ta l ma nera , acontecimientos ya a lgo remo tos y quedebieron verse , en aquel los años, com o capí tu los marginales en la conqu ista del

N ue vo M un do . Para responde r a esa p regun ta la inves t igac ión h i stó ri ca ha ideado unaserie de razones general izados y un ta nto endeb les que no se a justasn a l carácterindividual izado ni a l gra do de e laboración creat iva qu e identi fica a l d iscurso d eGarci laso 18 . Creo, en todo caso, que para expücitar sat isfactoriamente la génesis de laobra — así com o su p ro funda r aíz imag ina t iva— es p rec iso r emonta r se a una e tapapr imar ia y germina l ; a una suer te de inventio aristotél ica, que nos remite directamentea la infancia y adolescencia del Inca en Cuzc o. P ienso que es indispensable re to rnar aaquel las c i rcunstancias in ic ia les po r dos razones centra les: en pr im er térm ino, po rqu eson las v ivencias de esa pr ime ra juve ntud las que de manera sat i sfactor ia nosexpl icarán e l cur ioso nex o individual izado que se establece ent re Garci laso y las

14La Florida, del Inca, se publicó en Lisboa en marzo de 1605. Bajo la protección'de la Casa de

Braganca el texto fue sometido a la inquisición portu guesa y una vez aprobado fue puesto en manos delfamoso impresor flamenco Ped ro Craesbeeck; impren ta en la que se publicó !a tercera edición del Q uijote,El título de la obra reza: La Floridajáé. Ynca/Historia del Adelantando Hernando de Soto, Governador ycapi-/tan general del Reyn o de la Florida, y de/o tros h eroicos cavalleros Españoles é/Ind ios; escrita por elYnca Garcilaso/de la Vega , capitán de Su Majestad,/natural de la gran ciuda d del Coz-/co, cabera de losReynos y provincias del Perú. . . Obras completas, Edición de padre Carmelo Sienz de Santa María, S. I.

(Ma drid: B. A. E., 1965). To das las citas pro vien en d e esta edición. E n toda s las referencias a La Florida ylos Comentarios se indican, según la obra de que se trate, la parte, libro y capítulo.

15 De todas las relaciones conocidas, el texto dei Inca es, en todos los órdenes, ei más completo; en sunarración Garcilaso integró casi todo lo que hasta entonces se sabía sobre aquellos hechos. Su obra no sóloes la más cuidada, sino además la que mejor adapta su disposición formal a la secuencia histórica qu e serelata. Según se verá en la redacción, como tal, La Florida está orientada por los cánones artísticos de lahistoriografía humanista.

16 Los datos a nuestro alcance indican que el proyecto de La Florida quizá se remonta a 1563 ó 1564.Obsé rvese que cuan do el libro se publicó , Garcilaso tensa sesenta y seis año s. Ya en 1586, en la dedicatoriaque precede a su traducción de los Diálogos de amor, Garcilaso habla de La Florida. Y en 1589 está aún en

el proceso de reelaboración y «esperando sacarla en limpio». Ver: Miró Q uesada, El Inca Garcilaso,págs. 146-147.17 Como es bien sabido, Garcilaso confesará en varias ocasiones que en sus años jóvenes leyó con gran

interés obras de ficción, muchas de las cuales conserv ó hasta el fin de sus días. Ver: Historia, creación y

profecía, págs. 120-132.18 Ver: Miró Quesada, «Creación y elaboración de La Florida del Inca» en Nuevos estudias sobre el Inca

Garcilaso de la Vega (Lima: Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú, 195 j), pág. 101.

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desven turadas exploraciones que tan lejos del Perú l levó a cabo He rna nd o de Soto .Ad em ás, obsérvese que he de refer irme a v ivencias que e l Inca evocará nostá lgicam ente y que é l comen zará a reconst rui r en años cuando le seducían — acaso po r p r imeravez— las a rmonías concep tua les de l pensam ien to neop la tón ico y una v i s ión de l pasado

centrada en el ideal ismo his tór ico y cabal leresco. Creo que éstas son consideracionesde in terés porq ue i luminan, en más de un sen t ido, ese notab le a l iento épico de L,a

Florida, así como las suti les gradaciones expresivas que amplían el signif icado de losh ec ho s r e la ta d o s1 9 .

Co m o se verá , las razones que m e l levan a enfocar de ese m od o la gestación de laobra , son, al parecer , simples , pero de una val ide? que aum enta a medida queexaminamos la conf iguración de l t ex to . Da to s numeroso s r ecog idos por Jo hn G.Va rner y o t ros garci lacis tas indican que las pr imeras not ic ias que Garci laso tuv o acercade la expedición que org anizó de Soto deb ieron re latarse en la casa de su pad re , en

Cuzco 20. Sabido es también que el capitán Garcilaso gustaba de reunir , en ocasionesde sobreme sa, a conq uistadore s y v ia jeros que t ra ían consigo re la tos de t r iunfos ydesven tu ras 21. Otros datos cor roboran, además, que después de la espectacular bata l lade Hu ar ina, fueron huésp edes en la casa del capi tán Garci laso soldados y mar inero sque habían sobrevivido la expedición de H ern an do de Soto . Ref i r iéndose, conc retame nte , a esas c i rcunstancias , Va rner — el más s is temát ico de los b iógrafos del Inc a—a p u n t a l o s ig u ie n te :

Antes de abandonar los llanos en que se había celebrado la batalla de Huarina , Pizarro había

puesto los heridos de sus enemigos al cuidado de personas destacadas y con amplios recursoseconóm icos; el hecho de que el capitán Garcilaso tuviese que asumir ese tipo de responsabilidades, nos Índica cuál era su situación económica y que de hecho había logrado el favor de loscírculos oficiales. E ntre los personajes más notables que que daron al cuidado del capitánGarcilaso figuraba D iego de Tapia, quien había sobrevivido la catastrófica expedición de Sotoa la Florida; hom bre que en varias opo rtunida des quiso dem ostrar su gratitud al capitánGarcilaso y que en más de una ocasión deb ió fascinar al hijo mestizo del capitán c ontándo le aln iño sus aventuras 22 .

Es lógico ant ic ipar , entonc es, que las reminiscencias que mo t ivó aquel la expedi

ción trágica se hub iesen relatado en la casa del capitán y que los ecos de esos relatos

19. Interesa en ese contexto el estudio de W illiam D . Ilgen, «La configuración mítica de la historia enlos Comentarios reales del Inca Garcilaso», en Estudios de literatura hispanoamericana, en honor a José J . Arrom(Chapel Hill: University of N or th Carolina Studies in Rom ance L anguages and Literatu res, 1974). págs.37-46. Es curioso que un o de los textos que u tilizó el Inca al escribir La Florida tiene un notable sesgoantiheroico ; me refiero a los Naufragios, de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

20 Varner, indirectamente, documenta esas posibilidades, contactos y referencias. El Inca, págs. 81-82.21 Dice Varner sobre aquellas circunstancias familiares del capitán Garcilaso: «En la casa del Corregidor,

se observaba a hora, aún más que antes, una extraña colección de aventurero s, que habían lograd o acceso ala casa debido a su expresa lealtad (al Cap itán) y po r las facultades que poseían com o narrad ores.» El Inca,

págs. 83-84. Las traducciones de Varner son m ías.22 Obsérvese, de paso, que más de una vez en La Florida el Inca establece curiosas correspondencias

semánticas entre el quechua y las lenguas que hablaban los indios que conocieron Cabeza de Vaca yHern ando de Soto (III , cap. V). Otros pun tos de contacto entre La Florida y la historia peruana los elucidaVarner, Ibt'd., pág. 80.

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le s i rv ieran a Garci laso com o inspi ración, cuan do él , mu cho s años después, se d ispusoa redactar las version es iniciales de La Florida

23 . Al considerar ahora esos hechostamp oco debemos o lv idar que e l mism o Hernan do de So to , así com o Gon za loSi lvestre — inform ante p r imo rdial del Inca— y ot ras person as que destacan en lasp ág in as d e La Florida, part iciparon, de manera activa en la conquista y colonización

del Perú; aquel los hom bres eran, por tanto , par te in tegral del proces o his tór icoper uan o y com o ta les eran par te de una secuencia h is tór ica en torn o a la que el Incamedi tó a lo l a rgo de toda su v ida 24. Al ubicar los hechos de ese modo propongo queLa Florida debe verse , básicamente , como una ramif icación lógica del pensamientohis tór ico del Inca. Es c ier tamente un área la tera l de ese vasto p roceso his tór ico , pe rouna, en todo caso, en la que Garci laso no se veía rest r ingido p or fuentes docum entalesnum erosas y de a lta precis ión informat iva. Aqu el los eran, en var ios órdenes, episodiosen los qu e él disp ond ría de amplia lat i tud descriptiva y qu e le servir ían para ejerci tarse

en los r igores propios de la exposic ión his toriográf ica . Hay , según lo hem os vis to ya ,num erosas secuencias analógicas en La Florida que t ienden a cor roborar lo que heapu ntad o aquí . Si a lgo resulta obv io en los textos del Inca es que é l se preo cu póobsesivam ente po r todo lo que estuviese v incu lado a la h is tor ia y contex tos cul turalesd el P e rú 25.

M uy apar te de ot ras referencias n um erosa s , ya en su expl íc i to Proem io a La Florida

— texto capita l en mucho s órde nes — , Garci laso nos avisará que con «el mism o deleitequ ed ó fabricand o, forjando y l im and o la [historia] del Pe rú, del or ig en de los reyesincas, sus antiguallas, idolatr ías y con quis tas, sus leyes y el ord en de su go bie rn o, en

p az y g u er ra » 26. Sin exagerar en modo alguno la signif icación del texto, La Florida

no sólo se concibe en la me nte del Inca com o un espacio comp leme ntar io de la h is tor iaperuana, s ino que esa nar ración se cons t i tuye, adem ás, com o un proceso de incubaciónqu e alcanzará sus posibil idad es más sat isfactorias en los Comentarios reales. Con estoqu ie ro dec ir , a la vez , que La Florida aparece hoy ante nosotros como un enunciado

23 El interés de Garcilaso por ilustrar todo americano a través de referencias al Perú lo verificaremosen (II, I, cap. XX IV ). Son muy notab les, además, las referencias al Perú en el primer capítulo del primer libro.

24 En el contexto de estas relaciones, adviértase que Garcilaso casi siempre distinguirá en su narracióna los expedicionarios que estuvieron en el Perú (III, cap. V I).

25 Ya en la dedicatoria misma que Garcilaso ofrece a Felipe II, y que precede a su traducción de losDiálog os, el genial mestizo insiste en que su obra es «ofrenda singular que se os debe po r vue stros vasallos,los naturales del Nu evo M un do , en especial por los del Pirú (sic). Y en esa misa dedicatoria dirá tambiénq u e e sc rib e La Florida para "dar con ella ejemplo a los del Pirú (sic) donde yo nací". Sobre la referencia a"P irú " véase el estudio de José Dur and . "D os notas sobre el Inca Garcilaso: Alderete y el Inca. Perú yP i rú . "» , en Nueva Revista de Filología Hispánica III (1949), págs. 278-290.

26 Y en ese primer prólogo a su traducción de los Diálogos dirá, además:«Pero con mis pocas fuerzas, si el divino favor y el de V.M . no me faltan, espero, para mayo r indicio de

este afecto, ofreceros presto ot ro semejante, que será la jornada que el adelantado He rnan do de Soto hizoa la Florida, que hasta ahora está sepultada en las tinieblas del olvido . Y con el mismo favor preten do pasaradelante a tratar sumariamente de la conquista de mi tierra, alargándo me más en las costum bres, ritos yceremonias de ellas, y en sus antiguallas, las cuales, como prop io hijo podré decir mejor qu e otro que nolo sea ...»

Nótese la interrelación persistente qu e él establece entre los diferentes estadios de su obra histórica.

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que asume ent re sus referentes pr im ordiales , un o que aún estaba disuel to en laimaginac ión de l Inca Garc il aso 21 . Sin mayores esfuerzos adver t i remos repet idamenteque a l nar rar las c i rcunstancias y cond ucta desplegadas imaginat ivam ente po r losind ígenas de Nor teamér ica , e l Inca toma rá , por lo genera l , e l an teceden te peruanocom o med ida impl íci ta de lo que a l lí nos re la ta . «En to do el Perú — no s indica é l a lcom entar hábi tos de los indios en Nor tea mé r ica— la gente com ún casaba con una solamujer , y el qu e toma ba do s tenía pena de m ue rte . Los incas, que son los de la san grereal , y los curacas, qu e eran seño res de vasallos, tenían l icencias para tener todas lasque quis ieran o pudiesen man tener , em per o, con la d is t inción ar riba dicha de la m ujerlegí tima a las conductas» ( I , cap. IV) .

Lo que en t razos generales he ap un tado hasta aquí , nos hace reparar en que La

Florida muy probablemente germinó en la imaginación adolescente del Inca y comotal fue , en un orden pr im ordial , pro du cto de una dinámica asociativa que al cabo d e

los años asimilar ía referencias, dato s y textos que en algu nos de los casos sóloexis t ieron en la imaginación de Garci laso . La obse rvación q ue destaco no es excesivasi se tom a en cuen ta que el texto del Inca está cifrado en las version es orales que enM adr id y en la a ldea cordobesa de Las Posad as, le pro po rcio nó Go nza lo Si lvest re a lInca Ga rcilaso. Sob re el alcance y min ucios idade s de esas noticias , qu e así recibió elInca, no sabem os más que lo que é l nos quiso deci r . Pe ro e l examen met iculoso desus textos nos revela que Garci laso no só lo t ranscr ib ía los recuerdos d e Si lvestre , s inoqu e además* es factible conc luir que fue el Inca qu ien de term inó , a la po stre , el grad ode e laboración exposi t iva que merecer ían aquel los datos; y más aún, e l mism o

Garci laso in terven drá en la fase pr imar ia , es deci r , la oral . Esa doble responsabi l idadestá verificada en pasajes de singular interés que el Inca incluye en su Pr oe m io. E s all ído nd e, con su habi tual d iscreción él se presenta c om o el supue sto «escr ib iente», sujetoal «autor» . Per o véase que es é l , com o inter lo cutor , q uien cata l iza , desde un p r incipio ,el f lujo de la narra ción ; ad ve rt ire m os, al m ism o t iem po , cuan cons ciente está el Incade la e laboración re tór ica qu e su texto debe incorp orar .

To do esto —n os avisa Garcilaso—, com o lo he dicho, rae pasó con mi autor, y yo lo p ong oaquí para que se entienda y crea que presu mim os escribir la verdad, antes con la falta de elegancia

y r etór ica necesaria para poner las hazañas en su puntó qm con sobra de encarecimiento, porque nú alcanzoy porque adelante, en otras cosas tan grandtsy mayores que veremos, será necesario reforjar la reputación de

nuestro crédito, no diré ahora más sino que volvamos a nuestra historia. (II, I, cap- XXVII.)

D e esa manera se descubre an te noso t ros un su t il desdob lamien to de la persona

narrat iva que hay que tom ar en conside ración. Se t ra ta de un rico doblez qu e, con uncar iz cerv ant in o, ant ic ipa los desplazam ientos imaginat ivos del d iscurso . Enfocada

27 Me parece evidente que La Florida, en general, representa un proceso de incubación que encontrarásu plenitud formal y temática en los Comentarios reaks. Con ello quiero decir que La Florida se define, en

parte, como una realización expositiva q ue tiene su tazón de ser y su más íntima dim ensión referencial enun texto definitivo qu e entonces existía, en gran medida, como conte xto imaginario en la mem oria del Inca.Más adelante se ver i la significación global de ese proceso de relaciones textuales que se opera, en la obrade Garc il aso.

28 La cita me parece un tanto irónica ya que las matizaciones que el Inca ofrece correspondían, por

igual, a los hábitos sexuales que co mpartían el mona rca incaico y el español.

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desde su ampl ía s igni ficación re tór ica , la pos tura na r ra t iva que ado pta e l Inca y queacabam os de ver en e l pasaje c i tado increm enta la tensión in te lectual del enunciad o asuscitarse en la m ente del lector una des pro por ción n otable ent re lo qu e se sup oneque haga e l re la tor ( transcr ib i r ) y lo que en efecto hace. Esa postu ra dual izada

drama t iza obl icuam ente la imagen del re la tor ; y es , de pas o, esa m anio bra la qu e leperm ite abarcar una realidad global en la que están com pre ndid os los aspectosexternos o h is tór icos , as í com o la in ter ior idad misma del proce so nar ra t iv o 10>

. Lo quehe señalado nos revela enton ces un na r rado r que se identi f ica co m o «escr ib iente», peroque es , en g rados d iver sos , generado r p r imar io de l d i scur so ; hecho qu e a lt e ra , deinm ediato , las d is tancias que habi tualm ente e stablecemos ent re e l re la tor y e l texto queés te p rodu ce , así com o Jas que d e o rd inar io ex is ten €ntre lectores y relator 3D.

Las precis iones que ofrezco bre vem ente sobre la organiza ción re tór ica del d iscursoen L,a Florida nos s i rven, a pr imera vis ta , para cor roborar la r iqueza imaginat iva del

texto; pe ro , desde ot ro á ngu lo , esa conf iguración re tór ica pon e al descu bier to lareferencial idad plural y ref lexiva de un texto qu e, en un pr im er p lan o, designa antetod o una secuencia de hechos y un espac io geográf i co . Am bos pu n to s de r eferenc ia ,s in em bargo , fueron ver if icados — ima gina t iva me nte— a t ravés de una se ri e muydesigual de docum ento s e informaciones que G arci laso recopi ló en si tios y ocasionesm uy var iados . Ref i r iéndose en el Pro em io a textos que sólo él cono ció nos d i rá :

Conversando muc ho t iempo y en muchos lugares con un caballero, grande amigo mío, quese halló en esta jornada Jen la expedición De Soto] y oyéndole much as y muy grand es hazañas

que en etía hicieron así los españoles com o indios, me parescíó cosa indigna y de mucha íástimaque obras tan heroicas que en el mun do han pasado quedasen en perpetuo olvido. Por lo cual ,viéndome obligado de ambas naciones, porqu e soy hijo de un español y de una india, im portunémuchas veces a aquel cavallero, escriviésemos esta historia, sirviendo yo de escribiente.

Lue go aludirá , s in descr ib ir las min uciosam ente , a o t ras notic ias que sobre aq uel losacon tec imien tos l legaron a sus manos .

Y sin la autoridad de mi autor [Gonzalo Silvestre] , tengo la contestación de otros soldados,testigos de vista que se hallaron en la misma jornada. El un o se dice Alon so de Carmon a, naturalde la Villa de Priego. Él cual, habien do pere grinad o p or la Florida los seis años de estedescubrimiento, y después otros muchos en t\ Perú, y habiéndose vuelto a su patria por el gustoque recibía con la recordación de los trabajos pas ados, escribió estas dos peregrinaciones suyas,y así tas llamó. Y sin sabet qu e yo escribía esta historia, me las envió ambas para q ue [as viese.Con las cuales me holgué mucho, porque la relación de la Florida, aunque muy breve j sin orden de

tiempo ni de los hechos, y sin nombrar provincias, sino muy pocas, cuenta, saltando de unas partes a otras,

los hechos más notables de nuestra historia31.

E n ot ros pasajes, Garci laso se refer irá por igual a do cum ent os excepcionales que

29 Pero es necesario tener presente que ese afán por controlar a la vez los aspectos internos y externosde la narración, se conv irtió en rasgo distintivo de la historiografía huma nista e incluso de la prosa deficción. Ver Nancy Struever, The Language of History..., págs. 40-63.

30 Dicho con mayor precisión, la latitud imaginativa del discurso en ha Florida permitirá —según lascircunstancias— que el lector de Garcilaso sea, por ejemplo, «el desocupado lector» de Cervantes o lapersona que objetiva su lectura en coord enad as temporo-espacíales muy precisas.

31 El subrayado es mío.

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redactaron soldados que acom paña ron a D e Soto . Esos hal lazgos tamb ién se veri ficanen el P ro e m io d e La Florida.

El otro soldado se dice Juan Coles, natural de la Villa de Zafra, el cual escribió otradesordenada y breve relación de este mismo descu brimien to, y cuenta las cosas más hazañosas

que en él pasaron. Excribiólas a pedim ento de un p rovincial de la provincia de Santa Fe, en lasIndia s, llamado fray Pe dro A gu ad o, de la religión del seráfico pad re San Francisco 32 .

Y en porciones adicionales de este texto Uminar nos d i rá que e l padre A gu adohabía conf iado aquel las re laciones a un im preso r cordo bés y es a ll í do nd e dice haber lasenc ontra do el Inca. «Yo las v ide, y estaban muy m al t ra tadas, comidas las medias depol il las y ra tone s. Tenían más de una resma de pape l en cuad ernos divid idos, co m olos había escri to su relator , y entre el las hallé la que dig o de Ju an de Coles; y esto fuepoc o después que Alonso Carm ona me había enviad o la suya.» Pero es indispensable

anota r que e l man uscr i to de Coles — a juzgar po r las aclaraciones que so bre e l textonos hace a ll í Ga rci laso— bien pu do de berse a var ios re la tores; lo cual inser ta c om opos ib les r efe ren tes de La Florida una plural idad aún mayor de fuentes que disuelvenla especificidad escri tural de los textos ap rov ech ado s p or el Inca. «Y así va la relacióne sc rit a e n m o d o p r o c esa l, que parece qu e escribía otro lo que él decía, porque unas vecesdice: "Este test igo dice esto y esto", y otras veces dice "Este declarante dice que viota l y ta l cos a" , y en ot ras par tes habla com o si é l m ism o lo hubiese escr i to , d ic iendo"v im os es to y h ic imos es to " , etc .»

En re lación a estos textos que aprov ech ó el Inca, me parece l íci to aceptar la

ins inuac ión que ha hecho Miró Quesada —y creo que con sobradas r azones— a lsuger i r que esos manuscr i tos hal lados por e l Inca — pe ro de lo que no hay ot rasno t i c i as— pudie ro n se r p re tex tos que cumplen una func ión r e tó r ica y , por t an to ,imaginar ia : a ludo aquí a l recurso , tan a t ract ivo para la nar ra t iva renacent is ta , me dianteel que se a lude a nar raciones o manu scr i tos de proced encia m ister iosa 33 . Sabemos,por o t r a par t e , que Garc i laso mane jó con sum o cu idado los Naufragios (i 542) de AlvarNú ñez Cabeza de Vaca y que pud o consu l t a r o t ros t ex tos que obraban en poder desu p ro tec to r , e l c ron is t a imper ia l, Am bros io M ora les M . En general , la información

brev em ente resum ida hasta aquí se con oce en sus aspectos fáct icos , pe ro no se hareflexionado con suficiente ampli tu d cr ít ica sob re las implicacione s que t iene eseproceso de convergenc ias e in teracc ión t ex tua l en La Florida. Es tal el registro detextos incom pletos y vacíos informa t ivos q ue inciden sobre la nar ración del Inca, queél, directa e indi rectamente , pondrá de manif ies to , una y o t ra vez, su propia ansiedadan te mu cho de lo que nos r el at a; ans iedad mot ivada , m uy p robab lem ente , por l a

3 2 El texto de Fray Pedro Aguado a que alude el Inca es la Recopilación Historial Kesolutaria de Santa

M arta j N ue vo R ein o d e G ra na da d e la s In dia s d el M ar Océano (Madrid: Academia de la Historia, 1930).Francisco Esteve Barba ofrece copiosos datos sobre este curioso libro en su ya citada Historiografía indiana,p á g s . 292-29^ .

33 Ver: Miró Quesada, El Inca Garcilaso, pág. 147.34 Es probable que Ambrosio Morales —como cronista imperial— tuviese entre sus papeles las

relaciones que el marq ués de Cañete env ió a España y que le fueron en tregadas por A lvar Núñ ez Cabezade Vaca y también por supervivientes de la expedición de Hernan do de Soto.

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desconfianza que pued e suscitar la espléndida r iqueza imaginat iva de ha Florida;

r iqueza que deriva de la sensibil idad li teraria del Inca, pero qu e en términ os m ásespecíf icos se prod uce objet ivam ente co m o ejercicio comp ens anto r io para equi l ibrar— a nivel de la persu asión— la pobre za, casi e lemental , que en mu cho s casos le

comu nican sus p rop ias fuen tes .N o olvidem os en el conte xto de estas ref lexiones que , desde un pr inc ipio , la deGa rcüaso es una vocación nar ra t iva fer ti lizada por e l pens am iento utó pico e inclinadaal pres agio; voc ación q ue sólo pod ía sentirse sat isfecha al darle un sesgo m em ora blea lo acon tec ido , aun cuand o aque llos hechos humi ldes fueron , en verdad , padec idosen las más desoladoras c i rcunstancias de escasez y f rustración i 5 . Son, a menudo, lospasajes de a lta tensión expresiva, ios que hacen pau sar aJ mis mo G ar ci ks o; y los quele indu cen a reflexiones q ue al m ism o t iemp o le sirven com o aparen te just if icación,pero que dela tan , desde ot ros ángu los, su percepción un tanto ansiosa de sectores en

los que se revela su gu sto po r la fabulación. A nte la elocuencia exagerad a que atr ibuy ea indios de No r teamé r ica , Garci laso añadirá con a lguna incer t idu mb re: «Según lareputación universal en que los indios están , no h an de creer que son suyas estasr az on es» ( I, I I , c ap , X X V I I ) 3 Ó . Y allí , en otro momento, el Inca sacará a relucir suextenso bagaje cul tural para indicar , a d is tancia , a lgunos referentes prest ig iosos de sustextos y su propia reacción ante e l con tenid o imag inat ivo qu e caracteriza a l d iscurso .

Y muchos españoles leídos en historias, cuando los oyeron, di jeron que parecían habermilitado los capitanes entre los mis famosos de Roma cuando ella imperaba en el mundo con las

armas y que los mozos señores de vasallos parecían haber estudiado en A tenas cuando ellaf lo recía en l etr as m ora le s. Po r l o cual , l uego que re spond ie ron y e l gobe rnador los huboabrazado, no que dó capitán ni soldado de cuenta que con grandísima fiesta no los abrazase,aficionado de haberles oído (I , II , cap. XX VI I) .

Si to m am os en consideración cóm o fue redactada La Florida y el carácterdef ic iente y equ ívoco de ks fuentes con que t rabajó el Incu^ c o m p r e n d e r e m o s p o r q u éla nar r ac ión —d ad o su a l to n ive l de r e finamien to expos i t ivo y a rgum enta l— debecons idera rse , p r inc ipa lmente , com o obra suya 37 . Aun cuando las experiencias de losespaño les, en aquella exp edición , haya n sido muc has , lo qu e al Inca le fue da do

com unicar era poc o; y era mater ia l recopi lado po r ho mb res con una formaciónelemen tal y desp oseíd os de los cr i ter ios selectivos necesarios para el histo riado r. Es

35 No obstante, en La Florida él verá aquellos hechos de otra manera:«Los que faltaren —dice Garcilaso, refiriéndose a los nom bres que pud o haber olvidado — , me perdon en

y reciban mi buena volu ntad, q ue yo quisiera tener noticia, no solamente de ellos, sino de todos los quefueron en conquistas y ganar el Nu evo Mu nd o (si c), y quisiera alcanzar juntamente la fecundia historialdel grandísim o César, para gastar toda una vida contando y celebrando sus grande s hazañas, que c uantoellas han sido mayores que las de los griegos, roman os y otras naciones tanto mi s desdichadas han sido iosespañoles en faltarles quien las escriba.» (II, I, cap. VII),

36 Garcilaso conoció ese recurso retórico en la historiografía clásica y principalmente en Tucídid es. Ve r:José Du rand, «La biblioteca del Inca», Nueva Revista de Fi/ologia Hispánica, II, núm. 3 (1948), págs. 239-264.

37 Sobre las implicaciones que presupone el proceso de elaboración en La Florida debe consultarse— aunque en relación a otros textos— el estudio de Roberto Go nzález-Echevarría, «José Arrom , autor dela Rtísáw aceña de las antigüedades dt las Indias: picaresca e historia», Rehcturas (Caracas: Monte Avila, 1976),p á g s . 17-31.

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p o r e ll o q u e e n L,a Florida, la elaboración narrat iva, como tal , no sólo se cult iva paraembel lecer y o torg ar dec oro a l texto , s ino que s i rve , conc retam ente , para mi t igar laausencia de un materia l informat ivo a utor izad o. Es com prensible enton ces, que lau t il izac ión de un hab ían te imag inar io [un ind io doc to en los cód igos de l ho no r

caballeresco y la oratoria] se ofrezca, no sólo co m o paréntesis espectacu lar , sino,adem ás, com o inst ru m ento re tór ico que pue de evi tar ser ios desniveles expresivos ydocum entales en la organización del texto; y lo que es más impo r tan te aún, hablantesde esa naturaleza le ofrecen al relator -—desde la especulac ión retórica , co m o ta l—prer ro gat iv as tes t imon iales qu e en c ircunstancias habi tuales sólo perm it i r ía la obser vación di recta . Es esa proyec ción expresiva la que el enunciado alcanza en lasin tervencion es que apor tan t res jóvenes indígenas de la región de Vi tacuc ho.

El principal intento que nos sacó de las casas de nuestros pad res, cuyos hijos primo génito ssomo s y herederos habíamos de ser de sus estados y señorías, no fue derecham ente el deseo detu muerte, ni la destrucción d e tus capitanes y ejércitos, aunq ue no se podía conse guir n uestraintención sin daño tuyo y de todos ellos. Ta mp oc o nos mo vió el interés que en la guerra se sueledar a los que en ella militan, ni la ganancia de los sacos que en ella suele haber de los pu eblo sy ejércitos vencidos, ni salimos por servir a nuestros príncipes para que agradados y obligadoscon nuestros servicios, adelante nos hiciesen mercedes conforme a nuestros mé ritos (II, I,c ap . X X V I ) 38.

Vista en re lación a o t ras nar raciones que le prece dieron . La Florida del Inca sóloasum e tod o el caudal inform at ivo q ue cont ienen re laciones anter iores , s ino que lassupera , con m uc ho , en lo que se refiere a organización informat iva y ref inamientoexpresivo. En casi todos los órdene s, ese grad o de e laboración es s in tomát ico de lahis toriograf ía hum anista redactada, casi s iempre, a par t i r del cote jo textual y despro vis ta de la inmediatez forense a qu e recurr ían los cronis tas conq uistad ores 39. Muydist in ta será , tam bién, la pos tura q ue Garci laso adopta , años después, a l redactar susComentarios reales. Favorecido por conocimientos inmediatos , Garci laso consta tará lohechos much as veces con objet iv idad no tar ia l : «Pasando yo — no s dice e l Inca — po rel año de mi l y quinien tos sesenta , v in iéndo me a Esp aña , me l levó a su casa un vezinoque se decía Garcí Vázquez , que había s ido cr iado de mi padre y dán do m e el cenar

m e d i x o : " c o m e d d e e sse p a n .. .1

' » ( I , IX , cap . XIX)4 5

. Además , en sus Comentariosreconst ruye aún con ma yor objetiv idad e l proce so mis m o de recaudación informat iva.

. .. porq ue luego qu e pro puse escribir esta historia, escribí a los condiscípulos de escuela ygramática encargándoles que cada uno me ayudase con la relación que pudiese haber de lasparticularidades y conquistas qu e los Incas hicieron de las provincias de sus madres; porq ue cadaprovincia tiene sus cuentas y ñu do s con sus historias, anales y k tradición de elks... Los

38 Esa intervención del hablante imaginario es, en los códigos de la verosimilitud, utilizados en lossiglos XVI y XVII, una forma d e corro bor ació n imag inativa, qu e se efectúa a nivel retóric o. En esastransposiciones imaginarias, Garcilaso peca de las mismas aberraciones informativas qu e en otros contextosle censura a los historiadores españoles.

39 Distinciones muy útiles sobre estos procedimientos se ofrecen en la obra de Alfonso García Gallo,Estudios dt historia del derecho indiano (Madrid: Instituto Nacional de Estudios Jurídicos, 197Z), págs. 123-299.

40 Esas confirmaciones fáctícas que asociamos con los procedimientos forenses son más frecuentes enla segunda par te de los Comentarios. Ver, por ejemplo: (VI, caps. XVII, XVIII).

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condiscípulos, tom and o de veras lo que les pedí, cada cual de ellos dio cuenta de mi intencióna su madre y parientes, los cuales, sabiendo qu e un ind io, hijo de su tierra, quería escribir lossucesos de ella, sacaron de sus arch ivos las relaciones que tenía n de sus historias y me lasenviaron ( I , I , cap . XIX ) .

Es cier to que una vez en España G arci laso se verá envue l to en reclamacioneseconóm icas y de mé r i to que fueron s in tomát icas de la cond ucta adop tada po rinnum erables conq uistado res a l regresar a la península . Pero esos y mu cho s rasgo sque Garc il aso tuvo en comú n con o t ros hom bres de su época no desf igura l as ingular idad de su ta lento y sensibil idad his tór ica , n i e l comp lejo proy ecto cul turalqu e se desar rolla , gradu alm ente , en evolución misma de sus textos . La inspeccióncrí tica de sus obra s po ne en evidencia su afán por alcanzar otros elem entos de juicio,d is t in tos , c ier tamen te , de las categor ías in terpreta t ivas qu e los h is tor iadores europ eospon ían en práct ica al doc um enta r las sociedades prehis tóricas y sus legados cu l turales .

Si bien esas aspiraciones se manif iestan e n los escri tos de G arcilaso, en térm ino s desu me todología ex posi t iva , las nar raciones del Inca no dif ieren no tablem ente de susmo delos . Lo que ocurre es que aspectos formal izados y conve ncional ism os deld i scur so h i s to r iográ f i co asumen o t r as conno tac iones cu l tu ra les en L,a Florida y mása ún en los Comentarios reales. Así , por e jemplo, Bernal Díaz, Cieza de León y HernánPérez de Ol iva pondrá n m ás de una vez en boca de ind ios amer icanos p ronunc iam ientos que sólo podían em it ir personas formadas en c í rculos cul t ivados de la t radic ióncul tural med i ter ránea. Ese acto de violencia l ingüís tica — pres ente ya en Tucídide s y

en la h is toriografía rom ana — para Garci laso será un e jercicio imag inat ivo, al parecerconven cional , pero que en verd ad conl leva ot ros prop ósi to s . En los textos del Incaesos pasajes indirecta me nte exaltan, en iguald ad de con dicio nes , las facultadesinte lectuales del ho m bre ame r icano. Y al hacer le auto r imagina r io de réplicas ypanegír icos , Garci laso tamb ién le hace al indio responsable d e un acto verba l ; le as ignaun corpus textual , conservada en la memoria colect iva , pero propio de una organización cul tural avanzada. Esa gest ión reconocida en e l d iscurso his tór ico a lude, en un

plano gestativo, al esfuerzo intelectual que se ha mantenido vigente en la culturahispanoam er icana desde el s ig lo XVI. Me refiero a la bús que da de un cód igo pro pio

q u e , sin desvincularse de la cultura europea, designa y alcanza ese espacio culturalamer icano que ha de ser redescub ier to en función de vivencias d i ferenciadas. Creo queestos pasajes del Inca, a pr ime ra vis ta ingenu os o exage rados, encarnan ya, de a lgúnm od o , esa asp ir ac ión .

Y a lo que decían de dar la obediencia al rey de Españ a, respondía el indio que él era rey ensu tierra y que no tenía necesidad de hacerse vasallo de otr o quien tanto s tenía como él; que p ormuy viles y apocados tenían a los que se meían debajo de yugo ajeno pud tendo vivir Hbres; qu eél y todos los suyos protestab an morir cien muertes po r sustentar su libertad y la de su tierra;que aquella respuesta daban entonces y para siempre. A lo del vasallaje y a lo que decían qu eeran criados del empe rador y rey de Castilla y que andab an co nquis tando nuevas tierras para suimperio respondían lo fuesen muy enhorab uena , que ahora los tenían en menos, pues confesabanser criados de otro y que trabajaban y ganaban reinos para que otros los señoreasen y gozasendel fruto de sus trabajos; que ya que en semejantes empresas pasaban ha mbre y cansancio y losdemás afanes y aventu raban a perder sus vidas, les fuera m ejor, más honro so y prov echo so gan ary adquirir para sí y para sus descendientes, que n o para los ajenos; y que, pues eran tan viles

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que estando tan lejos no perdían el no mb re de criados, no esperasen amistad en tiempo alg uno,

que no podía em plearla tan vilmente ni quería saber el orden de su rey, que él sabía lo que había

de hacer en su tiecca. y de la man eta qu e los había de tratar; por tanto, qu e se fuesen lo m is

preste» que pudiesen si no querían m orir todo s a sus manos.

Y , en un pasaje anter io r , Ga rcilaso transcrib e así otras declaracione s de aqu el cacique:

Ya por o tros castellanos, que años antes habían ido a aquella tierra, tenía larga noticia de

quien ellos eran y sabía muy bien su vida y costum bres, que era tener por oficio andar

vagabund os de tierra en tierra, vivien do de rohar y saquear y marar a los e^ue no les habían hes ho

ofe rta alguna; que, con gente tal, en n»nguri& manera quería amistad ni paz, sino guerra mo rtal

y perpe tua ( II , cap . XVI) .

Pe ro en trances en los que e l Inca g losa el con tenido de su prop io texto ,

adve r t i remo s hasta qué pun to está consciente de las impl icaciones de sus escr i tos y e l

alcance qu e para el lector pued en tene t las amplif icaciones retóricas que se asign an a

u n h a b la n te i m a g in a r io .

Antes de que pase adelante — nos dice el Inca— en nuestra historia, será bien respon der a

una objeción que se nos podría p one r, diciendo que en otras historias de las Indias Occidentales

no se hallan cosas hechas ni dichas por los indios com o aquí las escribimos, porqu e com únm ente

son tenidos por gente simple, sin razón ni entend imien to, y que en paz y en guerra se han (sic)

poc o más. que bestias, y q*¿e conforme a ti to , n o pudieron hacer ni decu cosas dignas de

mem oria y encarecimiento, como algunas que hasta aquí parece que se han dicho, y adelante con

el favor del Cielo diremo s; y que lo hacemos o por presum ir de com pon er o por loar nuestra

nación, que, aunque las regiones y tierras estén tan distantes, parece que todas son Indias( I I, I , cap . XX VII) .

U n efecto s imi lar, aun qu e re tór icamen te m is com plejo , t ienen las instancias en crue

aparece la fabulación intercalada en el discurso de la histor ia41

; tabulaciones, que como

los d iscursos imaginar ios exaltan a l indio com o ser capaz de razonam ientos que

manif ies tan su predi lección po r una cond ucta ho nora ble y po r actos de generosa

com pasión; son valores de esa índole los que se t ransparen tan en la nar ración t i tu lada

«De los torm ento s que un cacique daba a un español» . Un os pasajes brevís imos ser ían

sufi ci en tes pa ra compro bar lo .

Cua ndo quisieron sacar el cua rto [de aquellos prisioneros) que era mo zo que apenas llegaba

a los dieciocho añ os, natural de Sevilla, llamado Ju an Ort iz, salió la mujer del caciqu e, y en su

compañía sacó tres hijas suyas mo zas, y, puestas delante del marid o, le dijo que le suplicaba se

contentase con los tres castellanos mu ertos y que perdonase aquel moz o, que ni él ni sus

compañeros habían tenido culpa de la maldad que los pasadas h ib k n hecho..- y pedía

misericordia, que bastaba quedase por esclavo y que no lo matasen tan cruelmen te, sin haber

deli to ( I I, I, cap . XI) .

N o estar ía demás insis ti r en que muchas de esas cual idades admirables qu e

resum en los textos c itados en páginas anter iores , se ref le jan p osi t ivam ente sobre u n

re la to r que ya en el P roem io de L,a Florida se describía enfát icam ente co m o «hijo d e

un español y de una india» y que dota a su persona de un vasto con tenido s imból ico

41Ver mí Historia, creación y profecía, págs. 164-199.

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— en términos culturales: visión ésa de sí mismo que adquiere una importancia

excepcional en sus textos al conv ertir a Gard laso en una entidad referencial primaria.

Esa dilatada contem plación de su persona se hace evidente, una vez más, en el

importante Proemio de La Florida.

Y llevando más adelante esta piadosa consideración, sería

noble artificio y generosa industria favorecer en m í,

aunque yo no lo merezca, a todos los indios, mestizos y

criollos del Perú, para que, viendo ellos el favor y merced

que los discretos sabios hacían a su princip iante, se animasen

a pasar adelante en cosas semejantes, sacadas de sus no cu ltivados in genios.

Al examinar el texto citado, desde la perspectiva q ue he sug erido, adve rtimos, en

primer término , que en su declaración G arcilaso llega a contemplarse com o ente

representativo de toda una colectividad indígena y criolla; es decir, como símbolo de

todo un nuevo contexto cultural e histórico que él ya discernía, de algún mo do , como

fundamento genuino de la realidad social americana42

. La suya pretende ser, pues,

otra voz emisora y acaso responsable a la vez de un corpus textual en gestación que

había perman ecido en la mem oria de sus antepasados americanos. E n esa gestión

idealizada, pe ro culturalm ente significativa, la labor de Garcilaso no será intrínseca

mente diferente de la de otros im portantes cronistas indígenas. Sólo que en el caso

del Inca nos enfrentamos a un escritor cultivado en extremo y en fina sintonía con los

aspectos más exquisitos de la cultura renacentista 43 . La voz y autoridad que se asigna

Garcilaso emana, simultáneamente de sus conocim ientos privilegiados del quechu a, desu condición mestiza y oblicuamente del repertorio conceptual y expresivo que n os

transmiten sus obras . Pe ro es una autoridad q ue se consagra no sólo para establecer

las bases de una escritura propia, sino, además, para socavar en su base el discurso

insti tuido por europeos que desfiguraba — según él, en un orden interpretativo— lo

americano al concebirlo en función de imágenes y creencias derivadas del Viejo

M un do . Es a esas insuficiencias, en tre otr as, a las que se refiere al decirnos c on falsa

humildad en sus Comentarios reales:

Sólo serviré de com ento para declarar y ampliar muchas cosasque ellos (los historiadores españoles) asomaron a decir y

las dejaron im perfectas por haberles faltado relación entera.

Otras much as se añadirán qu e faltan de sus historias y pasaron

en hecho de verdad y algunas se quitarán que sobran por falsa

relación que tuvieron po r no saberla pedir en español con

distinción de t iempos y edades. . . o por n o entender al indio

que se las daba (I , I , cap. XIX).

42Prueba-de su interés en ese sentido es su intento por definir la naturaleza del hombre americano.

Afanes de esa índole le llevan, por ejemplo, a catalogar formas del mestizaje que figuran entr e los prim eros

esfuerzos de su tipo que ofrece la historiografía de Indias (I, II , cap. XII I).43

El sistema referencial de sus escritos repetidamente pone en evidencia el registro de sus lecturas. Pero

Garcilaso pondr á en juego — con obv io sesgo neoplatónico— tod o su trasunto cultural al formular

conceptuak zacioness históricas qu e equiparan el cont enid o de la cultura incaica con la óc i mundo occidental.

Ver: (I , I , cap. XV III) y (I , VI, cap. II) .

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Claro que esas refutaciones de Garci laso — má s ta jantes c ier tame nte en los

Comentarios — son un a rma de dob le filo , ya que en num erosas ocas iones Garc i l

t endrá que r ecur r i r metod o lóg icam ente , e inc lus ive en aras de in fo rmac ión , a buena

par te de los escr i tos que más de una vez rechaza en término s vehem entesu

. En ese

sent ido, com o en ot ros , Garci laso no sólo par t ic ipa de la re tór ica del desagravio , s ino

que instaura una gest ión cr í tica en la que e l enun ciado , mediante var iantes re i teradas

de la g losa , va ponie ndo en te la de ju ic io su propia val idez .

Consciente de esa d imen sión excepcional presente en las nar raciones del Inca , Ju l io

Or tega ha señalado en un análisi s cer tero qu e «los Comentarios del Inca se generan en

el in ter ior de un discu rso esta tu ido —el de la pol í tica com o norm a o rdena t r iz , de ra íz

neop la tón ica— para cons t ru i r desde é l la imagen confluen te de una moderna r espuesta

amer icana». Y para mat izar esa apreciación añade: «Pero no solam ente porq ue var ias

fuentes co nv erg en en la escr i tura [de Ga rcilaso ] , sino po rq ue ésta cr istal iza el pres ente

del acto del iberat ivo de escr ib i r—, ya que los Comentarios actualizan su ocurrencia, sonu n a c o n te c i m ie n t o de la e sc r i tu r a »

4 5. Es evidente que la magni tud del proyecto

cultura l que im pele a la escr i tura del Inca es con sidera ble; y el adv ert ir lo n o es

necesar io exagerar la m ode rnida d de sus prop ósi to s . Ante los textos del Inca

observarem os que su em peño t r asc iende , en var ios ó rdenes , los ob je t ivos que en

gen eral se si tuó la histor iografía indiana . L o que se insinúa, má s de una vez , en las

nar r ac iones de l Inca es una vari edad de p ropós i tos que dup l i can — en nues t r a

op in ión— las imágenes de l t ex to y que est ablecen , de hecho , una comple ja r ef erenc ia -

l idad in terna en su escr i tura . Es m ás, pued e deci rse que a par t i r de L,a Florida, las

nar raciones de Garci laso pretende n dota r de una corpore idad escr i tura l a la t radic ión

oral del ho m bre amer icano y en par ticular a la del incar io . Pero , además, su o bra

in ten ta r eesc rib ir —c om o ya v im os — e l d i scur so l e t rado que p roduc ían c ron is t as y

co nta do res of iciales. E n su proy ecció n más básica esa labor implica, a mi en tend er , la

f ruic ión pr imar ia de un texto más autént ico en tan to que es capaz de designar s in e l

las tre de aber raciones nom inales y t ransposic iones que iban qu eda nd o insti tu idas po r

las relaciones oficiales. Ev alu ada d esde ese áng ulo la escr i tura del Inca se pres enta

com o un discurso que asume el presente de la act iv idad escr itura l en función de un

fu tu ro ; e sc r itu ra incómod a para mu chos en tonces — au nq ue n o en todos sus secto res ^ — po rqu e re iv indica , ent re o t ras cosas , una sensib il idad amer icana di ferenciada

po r e l ac to de percepción. A dem ás, en o t ros órden es, en e l l i terar io , po r e jemplo, la

observac ión in tensa , a m enu do t r ansfo rma la r ea lidad ob je tiva , p e rmi t i éndono s

intui rla g lobalm ente con ot r o s ignif icado; proceso a través del cual la supu esta

44Uno de sus pasajes más sugestivos, en la primera parte de los Comentarios, alude a ese diálogo

conflictivo que el Inca ma ntu vo con los historiado res españoles que escribieron sobre la historia del imperio

incaico, la conquista y las guerras civiles del Perú. Véase: (I, I, cap. X IX ).45

«El Inca Garcilaso y el discurso de la cultura», Prisma 1 (1977), págs. 5-7.46

Ciertamente, la postura de Garcilaso es tradicional y hasta conservadora en lo que se refiere a la

teología histórica y formulaciones políticas del imp erio. Eso no le impedirá, sin em barg o, desarrollar una

perspectiva crítica que a la postr e le lleva a ver el proceso d e la conquista com o un escenario trá gico

(ü, VIII , cap . XIX).

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ma terial idad con textu al a qu e remite el texto pasa a ser un a presencia f luida, u n e spacio

v i r tua l de l d i scurso4 7

.

Par t ien do de esa observa ción es factible conclui r que G arci laso buscó en la

exper iencia nar ra t iva — tan m ul ti facét ica en su cas o— tod o un cúmu lo de v ivencias

amer icanas que en su v ida adul ta conoció pr incipa lmen te a t ravés de las nar raciones

d e o t r o s . E so e s m u c h o m á s e vi d e n te en La Florida, por supuesto , pero lo que me

interesa destacar es que a l ver sus textos com o expone ntes de v ivencias cul tura les mu y

diversas , Garc il aso admi t i r á sus esc ri tos — impl íc i t am ente— com o agregados genu i -

nos que enr iquecen y ampl if ican la naciente cul tura h ispanoam er icana48

. La dificultad

que esa percepción individual izada sup one , radica en que porcione s m uy ampl ias del

discurso h is toric is ta e labora do p or G arci laso incide más a llá de lo ver if icable . Po r

razones de su vocación, Garci laso sup o ext raer , com o poco s re la tores de su época, esa

fuerza pr im ordia l y casi a távica que co nt iene e l m i to y la mater ia anecdót ica; y supo,

tamb ién — co n f ina in tu ic ión his tór ica— q ue las creencias y lo legendar io a lcanzama yor perdura bi l idad — inclusive en una cul tura le t rada— que la c if ra y e l dato .

Co noc edo r , adem ás, de los conv encional ism os más prest ig iosos que en su época

regían la act ividad intelec tual , el Inca inser tó, con frecuencia, en sus escri tos la

reflexión serena que deriva en mat izaciones de cor te epigramát ico49

. Tal es lo que

o cu rre en La Florida al concluir la narración en que se relatan las torpezas de Juan

T er ró n. Es un pasaje que ilustra ese to no g rav e y ref inado qu e resal ta tantas veces en

los escri tos del Inca. «Tales son los que la prod igalid ad incita a sus siervos, qu e

después de haber las hecho der r am ar en van idad sus hac iendas , l es p rovo ca a

desesperaciones. La l iberal idad, co m o vi r tud tan excelente , recrea con gran suavidad

a los que abrazan y usan de e lla» ( I I I , X X )5 0

.

Per o no son esas e laboraciones cul t ivadas las que establecerán e l carácter excep

cional de la escr i tura del Inca . M ás s igni ficativa es — com o ya lo he sug er id o— esa

doble ver t iente de rechazo y acatam iento que conl leva su d iscurso . Para sa lvar esas

divergencias que é l s iente ent re los tes t imonios y opinione s emit idas po r cronis tas

oficiales y e l recon ocim iento qu e a la vez les deb e, Garci laso tendrá q ue recu r r i r a dos

opciones que for ta lecen su autor id ad. E n pr imer térm ino insis t irá en que los er rores

e incomprens ión de c ron is t as an te r io res fue ron mot ivad os por e l desconoc im ien to delas lenguas indígenas; razon am iento que a la larga le l levará a postu lar — co m o un

cr i ter io renacent is ta— qu e en la act iv idad l ingüís t ica se of rece e l índice pr im ordia l de

u na c ultu ra51

. Superar esas desavenencias inter iores de su discurso implicaba, por

47Esa valoración se ve sustentada en particular cuando analizamos los frecuentes episodios Accionados

que el Inca insertó tanto en La Florida como en sus Comentarios reales. Ver: Historia, creación y profecía,

págs. 149-199-48

Me refiero aquí al sentido de protagonismo que el Inca inserta en sus narraciones, al contemplarlas

com o un tipo de valoración histórica y cultural que no representa una mera continuación de la culturapeninsular y tampo co un regreso a la mitología histórica del incario.49

Se trata de un recurso que en su base se remonta a las más primitivas formas de la retórica decorativa

que pro sper ó en la historiografía rom ana y que Cicerón refutó tantas veces, aun que sin dejar de aplicarla.50

Luis Loayza ha comentado con agudeza ese relato en su libro El sol de Lima (Lima: Mosca Azul,

1974), págs. 48-50.51

Para un análisis informado de ese aspecto de la obra del Inca interesa el estudio de Margarita Zamora

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necesidad, un acto de subl imación conce ptual , por as í deci r lo , que , desde los cánones

del hum anism o his tor iográf ico , só lo podía a lcanzarse a n ivel re tór ico . La d iscon t inui

dad que se opera ent re su percepción cada vez más individual izada de los hecho s y

los cr i terios represivos qu e imp onía e l d iscurso h is tor iográf ico inst i tucional izado,

tendr ía que resolverse en la conf iguración misma del texto; es deci r , me diante un sut ile jerc ic io de ampl i ficación expresiva que oto rgab a un deco ro excepcional a la nar ración

y que l a d i s t ingue co mo tex to que asum e y supera a sus p redecesores52

. Acción esa

q u e , desd e otro án gu lo, reivindica la ' ma rginalida d ig no ta qu e a part ir d el siglo XVI

se confer ía a lo amer icano y que e l pro pio Inca padeció en innumerables ocasiones53

.

E n con junto , esas proyecciones conf lic tivas que surgen ya en La Florida y que se

e x p a n de n n o t a b le m e n t e en lo s Comentarios reales, aluden a un deseo de repensar la

his tor ia amer icana en o t ros térm inos , l ibrándola acaso de una marginal idad q ue la

const i tu ía com o espacio excéntr ico de la cul tura occidental . En su d ime nsión más

ínt ima, pues , la escr i tura de Garci laso se def ine , en gran m edida, co m o un espaciosem ánt ico señal izado po r ruptur as , anta gon ism os y d i ferencias a par t i r de los qu e la

refutación se desdobla para asum ir necesar iamente una porción de lo que n iega.

El d iá logo mút ip le que ma nt ienen sus textos con los que produje ron cronis tas

anter iores po ne en evidencia ese es t ra to antagón ico a que me he refer ido. Lo s escr i tos

de Fernánd ez de O vied o, Lópe z de G om ara y , en par t icular , los de Cieza de L eón,

Zara te y e l Palent ino const i tu ían un legado que Garci laso af rontó s imul táne ame nte

c o m o m o d e l o s y ri va le s54

. Por su si tuación contextual el Inca estaba obligado a

defender la concepción im per ia l , europe izante y teocéntr ica que man tenía la C oron aespaño la; y si en general lo hace con ap aren te fervor , e n otras ocasiones esa

com pl ic idad le resul tará ingrata . Para resolver sa ti sfactor iamente v is iones contrap ues

tas de los mism os hechos era preciso entonces logra r un discurso c if rado en o t ro

reg i s t ro de conoc im ien tos ; pe ro conoc im ien tos au to r izados , p r inc ipa lmen te , po r un

orden más secreto de exper iencias l ingüís t icas pr iv ilegiadas55

. Sólo que la enunciación

de ese saber requer ía , adem ás, un n ivel de in te lección r ico en conceptual izaciones

nov edo sas y conf i rm ado, a su vez, po r una escri tura señalada por su ref inamiento formal .

Estas d is t inciones son necesarias sobre tod o a l evaluar La Florida del Inca, en los

t é rminos que d ic t a la conf igurac ión misma de l t ex to . Recordem os , com o ac la rac ión

pe rt ine nte , qu e para la ma yoría de sus lectores eur op eo s del siglo XVI la Florida y sus

«Language and Authority in the Comentarios reales», Modern Language Quarterly, vol. 43, núm. 3 (1982),

p á g s . 228-241.52

En esa vertiente es casi tan sugestivo lo que el Inca suprime como lo que relata. Poco se ha estudiado

ese cont enido tácito que incrementa la expresividad y tensión intelectual de sus textos .53

La marginalidad y el rechazo a lo americano los elucida John H. Elliot en su importante estudio El

Viejo Mundo y el Nuevo: 1492-16)0 (Madrid: Alianza Editorial, T970), págs. 30-70.54

No es así, curiosamente, como el Inca contemplará el contenido histórico de L.a Araucana, de Alonsode Ercilla, acaso porqu e en el poema resplandece una visión épica y artística de la historia que era afín a la

sensibilidad narrativa del Inca. Véase el interesante estudio de Alejandro Bernal, «La Araucana, de Alonso

de Ercil la , y los Comentarios reales, del Inca Garcilaso de la Vega», Revista Iberoamericana, núms. 120-121

(1982), págs. 549-562.55

En última instancia, el Inca reclama el quechua —y con razón— como lengua materna para

consolidar su autoridad testimonial.

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ter r i tor ios adyacentes eran un espacio imag inar io ; un espacio inclusive m uc ho más

d i s t an te y r em oto de lo que en tonces pod ían se r los v i r r e ina tos de l Perú o Nu eva

Esp aña. E n un plano inme diato e l referente más persuas ivo que ofrecía la nar ración

radicaba, no en la supu esta m aterial idad d e los hec hos o de la geografía, sino en el

d i s eñ o r e tó r ic o d e la n a r ra c i ó n .Cen trándo se en las caracter íst icas propias del enu nciad o pu ede af irmarse que La

Florida del Inca obedece, en términos generales, a los cánones de la histor iografía

h u m a n i s ta q u e e n el Quattrocento se consagró en textos célebres de Leonardo" Bruni,

F rancesco Pog g io B racc iol in i y Eneas S ilvio P icco lomin i , en t r e o t ros56

. En lo

me dular de ese pens am iento h is tór ico se imp uso gradu alm ente un ideal re tór ico del

pas ado ; idea qu e Nan cy St ruever ha def in ido con precis ión ad mirable .

Si la elocuencia era, en efecto, una preocu apción central para el histor iador hum anista, su

propó sito sería, desde luego, demostrar q ue las conceptualizaciones retóricas eran base prim or

dial de su labor. La retórica, como tal, determ inaba entonces los aspectos más eficaces y

laboriosos de la pesquisa. En u n sentido más concreto, las preocu pacione s retóricas se percibían

— en el pensamiento histórico de los humanistas— com o un impulso innovad or que, lejos de

obstruir, liberaba y esclarecía la percepción del pasado que exaltaba el humanismo historicista57

.

A t r avés de fo rmulac iones comple jas lo que ese nue vo d i scur so se p rop on ía e ra

superar una v is ión del pasad o resum ida en las crónicas medievales; v is ión en la que

la v ida y la act iv idad cul tura l , aparecen com o un indiscr iminado c onc urso de o bje tos

y acontecim ientos qu e era preciso rescatar de la d is t racción y e l o lv id o. S in extender

la s imi l itud en m od o ext re m o, esa es la s i tuación del Inca en La Florida; sobre todosi consideram os e l pr im i t iv ismo de los textos precu rsores y la pe nu m bra en que

permanec ían aque l los hechos . Pero más que sobre el acop io de da tos , el h i s to r i ador

hum anista reflexionará s obre un acontecer prol iferante , in ter ior izado en la cul tura y

r ico en causalidades polí t icas y económ icas; y en ese acontecer se d is t ingu irán las

experi enc ias que se t r ansmu tan en em anac ión conno ta t iva y que r eg i s t r an t an to e l

hecho com o las impl icac iones p rop ias del azar . N o pued e so rp rende rnos en tonces q ue

ese sea un discurso en el que acontecim ientos prev ios se i lust ran s imból icam ente en

la organización com posi t iva de la nar ración . Se creyó a par t i r de esas nociones qu e a l

con templa r e l pasado a t ravés de l p r i sma l ingü í s ti co — co m o m at r iz cu l tu ra l— podr ían

elucidarse los h ia tos y enigmas q ue suelen oscurecer e l verd ade ro s ignif icado de los

hechos h is tór icos . Y al qued ar es tablecida de ese m od o la pr imacía del d iscurso com o

conf iguración s imból ica del proce so his tór ico , era de esperar qu e la nar ració n acogiera

con facil idad un am pl io bagaje de reminiscencias l i terar ias ; hech o que explica po r q ué

56Ver: José Durand, «La biblioteca del Inca», págs. 259-264; y Eugenio Asencio, «Dos cartas

desconocidas del Inca Garcilaso», Nueva Revista de Filología Hispánica VII (1949), págs. 585-593.57

The Language of History in the Renaissance (Princeton, N. J.: Princeton University Press, 1970, pág. 63.

Félix Gilbert, por su parte, en su importante estudio Machiavelli and Guicciardini: Politics and History in

Sixteenth Century Florence (Princeton, N, J.: Princeton University Press, 1965), destaca que «Las investig

ciones históricas de los humanistas eran parte integral de un vasto corpus de obras destinadas a salvar para

la posteridad los hechos del pasado. Para el humanista, pues, la historia era un géne ro literario, pero que

incorporaba objetivos muy diversos.», pág. 276. Ambas traducciones son mías.

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en esa moda l idad de i d i scur so h i s tó r i co , e l enunc iado usurpa , con £&cilid&.dJ io sregis t ros habi tuales del proces o de scr ip t ivo, para incidi r en impl icaciones suti les q ueder ivan de una secuencia de acon tec imien tos ; es ese m od o de p roceder — ent reo t ro s— e l que de te rmina , por asoc iac ión , la d ig res ión c reat iva en e l d i scurso h i s tó r icodesde la antig üed ad clásica hasta el siglo XVIII.

En España , y más concre tamente , en la nov í s ima empresa qu e se p ropon ía lahis toriografía de Indias , e l pensam iento his tór ico de los hum anistas o tor gó unainmensa la t itud a l d iscurso que gestó el desc ubr im iento y la conqu ista 58. Las nuevasposibi l idades descr ip tivas que señalo son evidentes ya en el Opus epistolarum de PedroM ár t ir de Angle rí a , pe ro sobre todo en sus Décadas de Orbe Novo (153 o) 59 , ^ a e s a

f ina t radición le t rada per tenecen p or igual buena pa r te de la Historia general y natural

de Indias, de Gonza lo Fernández de Oviedo 6Ó; la Historia de las Indias y conquista de

México, de Francisco López de Gomara; la Historia natural y moral de Indias, de l agudo

pad re José de Acosta , así com o Los textos oscuros que Ju an G inés de Sepúlveda nosd ejó en su De rebus hispanorum gestis ad Novum Orbem; es a ese amplio linaje de textoscu idadosamente e l aborados a l que per tenece de l leno La Florida del Inca, tan distanteya, en muc hos ó rdenes, de los tes t imo nios de leguleyos com o el Palent ino o de lascorrob oracion es deta l li s tas e inventaría les de un Bernal Día2 o de un Ro dr ígue zFreyle 61. Para e l quehacer más complejo que proponía e l humanismo his tór ico , nobastaba con la supuesta cor ro bora ción de los hechos ta l y com o entonces se pract icaba,s ino que in teresa más a l hum anista v is lumbra r cóm o debía conf igurarse e l conoc imiento h is tór ico . T o do el lo impl ica , po r supu esto , la formulación de un discurso q ue

admi te com o com pone n te cen t ra l una d imens ión a rgumenta t iva que — sob re lam a r c h a — e st ab le ce y c u e st io n a su s p r o p i as o p c i o n e s.

Hay , por ú l t imo , o t r a d imens ión r a iga l e in tensamente p rob lemat izada q uerecon ocem os en e l d iscurso de la h is toriograf ía h um anista consa grada , en las Décadas,

d e P e d r o Má r t ir ; e n la Historia de las Indias, de Gomara, y creo que más in tensamenteaú n en La Florida, del Inca. Lo que deseo subrayar ahora es que Garcííaso —sin ¡aautor ida d del tes t imon io di recto y en posesión de fuentes m uy incom pletas — se veen una d isyun tiva m uy similar a la del nove lista; es decir , se ve ante la necesidad de

crear , ante todo , un espacio de lectura que designa, en gran medida, su propiasingular idad y que tiene com o base una in ter textual idad imaginat iva . Conce bido así,e l texto se logra medíante un e jercic io re tór ico di r ig ido tanto hacia la persu asióncreativa com o hacia la orden ación de conocim ientos fáct icos . Con esa perspect iva , larealidad contextual , entonces remota y desco nocida, se conf igura en los s ignosespecíf icos del texto 62.

58 Latitud que corroboraríamos en La (roñica de la Nueva España, de Francisco Cervantes de Salazar, ym ucho después en la Historia de Ja Nueva España (1684), de Antonio Soh's.

59 La vasta significación de esa obra se elucida en el estudio de María de tas Nieves Olmediílas de

Pereiras, Pedro Mártir de Anglería j la mentalidad exoticista (Madrid: Editorial Gredos, 1975).60 Sobre todo las reflexiones que enuncia Oviedo, sobre la actividad política, y la naturaleza misma de

la historia en el comienzo y terminación de su gran Historia general.61 Ver mi Votamn literaria del pensamiento histórico en América, págs. 123-155.62 Nociones éstas cjue enuncia en detalle Marcel Bataillon en su Erasmo en España (México: Fondo de

Cul tura , 19!^), págs . 6 n y ss .

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Pero obse rvem os que la realidad amer icana — co m o espacio cul tural d i ferenciad o — a que se alude en La Florida, en las Décadas, de Pedro Már t i r , y en Historia, deG om ara , perm anece , en úl t ima instancia , s in una designación autént ica . Esa conf igurac ión imaginari a , u tóp ica de l ám bi to amer icano , l e conver t i r á g radua lm ente en unespacio- texto que en diversas prop orcio nes radicará más allá de los mecan ismos

nominal is tas de qu e disponía entonces la h is tor iograf ía del hum anis mo renacent is ta .Am ér ica , com o invención exis ti rá, pue s, co m o ent idad desf igurada por e l pro piodiscurso que preten de identi ficarla ; será e l texto que se ve desp rovis to de designaciones sa ti sfactor ias y que , con f recuencia , será contrad ecido p or su prop ia g lo sa 6 3 .C o n te m p l ad a d e es e m o d o , La Florida aparece, en par te , como un s is tema argumenta t ivo de be ll eza incues tionab le pero que desv ir túa — co m o d i scur so h i s tó r i co— supro pia validez referencial , ya que la escri tura, com o tal , se con sti tuye co m o signif icante p r imar io de lo r e la t ado . En lúa Florida —y en la historiografía humanista de

Ind ias— e l d i scurso conceb ido com o ges t ión u t il it a ri a se consagra , s in em barg o , com oac t iv idad poé t ica ; ac tiv idad que p re tende nomb rar — co m o acción r eve ladora— eseespacio cul tural amer icano qu e se hal laba más a llá de los s is temas descr ip t ivosvige ntes . Es en la revelación de ese espacio do nd e reside, en definit iva, la pos ibil idadde un d i scurso genu in o ; d iscur so que se p royec ta como tex to idea l y p rob lem at izadoy q u e p a rt ie n do d e La Florida, Garci laso quer rá consol idar def in i t ivamente en susComentarios reales; texto, además, del que en últ ima instancia, dependía la legit imde su persona y de la naciente cul tura h ispanoame r icana q ue é l sentía ya aunqu e ent ren o p o c o s e q u ív o c os c o m o s u ya .

Hay , en tonces , impl íci t amente en La Florida e l comienzo —acaso p r imigen io— deuna búsqu eda, de una in te lección capaz de lograr e l texto que asimi la y designaplenam ente v ivencias cul turales que perm anecían s in expresión adecuada. Se suger íaenton ces la necesidad de un texto en el que que daría n resueltas sat isfactoriamen te laspercepciones desdobladas de nuest ras aparentes anom al ías , esplend or y ext remo sculturales; y en esa escri tura se manifestará, cier ta me nte, un rep ud io de jerarquíasajenas a nue st ro acontecer , pero más que nada, se expresará la necesidad de ot rassuer tes de descu br imien tos y lecturas que debían l levarse a cabo en e l seno mism o dela t radic ión textual que ha establecido la act iv idad cul tural en Hispan oam ér ica a lol ar g o d e s ig lo s 64. El texto primordial e i l imitado a que he aludido es el que en losdos úl t imos s ig los ha cr is ta l izado prog resivam ente en el Facundo, de Sarmiento; en La

vorágine, de José Eustasio Rivera; en Doña Bárbara, de Rómulo Gal l egos , y t ambiénel texto que m agist ra lme nte se expl íc i ta en Paradiso, de José Lezama Lima; en Concierto

barroco, de Alejo Carpentier ; en Cien años de soledad, y más recientemente aún en Ter

nostra, de Car los Fuentes 65 . No creo que haya en lo que he af irmado hasta aquí, una

63 Sabemos, por ejemplo, que B ernal Díaz refutará c om o inexactas las descripciones que ofrece Go ma ra,

pero al intentar enmendarle terminará —en varias ocasiones— por con struir una parodia inconsciente delas descripciones seductoras que Go mara imaginativamente hace de T enochti t lán.

64 En parte, son esos descubrimientos los que efectúan viajeros y exploradores en los siglos xvm y xix;en este último siglo destacará, por su pues to, otro régimen de lecturas evidentes en el Facundo, de Sarmiento,y d iversos textos de José E. Rod ó.

65 Obra esta última en la que se dramatiza en instancias muy diversas la ausencia de esos textos que, al

i i o

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Recipiente ritual fabricado en madera.

sobrevaloración de la mo dern idad p roblemát ica qu e exhiben los textos del Inca. Loque he señalado lo enuncia , sin má s, su prop ia escr i tura . Más aún, sus textos y supersona aparecen hoy com o una dime nsión pr imar ia , pero dinámica de nuest ra h is tor ia

cultural ; dim ens ión ubica da, entre las codif icaciones ab solutistas de la historiografíateocéntr ica e imper ia l y e l u top ism o conf l ic t ivo que ya señalizaba — co m o ape r tura—e l p o r v e n i r a m e r i ca n o .

E N RIQ U E P UP O -W A LK ERC enter for Latín Am erican and Iberian Studies

Vanderbilt UniversityNASHVILLE, TENNESSEE j72jj (U S

no resumir genuinam ente la significación de un pasado , no podían , po r supuesto, respond er a los enigmasdel futuro. V er: Carlos Fuentes, «La novela en español hoy», Revista Iberoamericana, vol. 47, núms. 115-117(1981), págs. 312 y ss.

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