Enrique Arancibia Clavel: represores, taxiboys y puñaladas

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[ Sociedad ] 112 5 de mayo de 2011 El homicidio del ex agente de inteligencia Arancibia Clavel, asesinado por odio Los investigadores sospechan que el ex espía de Pinochet fue ultimado por un joven amante. De su departamento desaparecieron 34 mil dólares que iba a usar para comprar un taxi. Primero se pensó en un crimen político. A ires de misterio se respiran en la ciudad. Es la misma ciudad a la que Enrique Arancibia Clavel, ahora muerto, le hizo respirar aires de te- rror mucho tiempo atrás, en una mañana calurosa de septiembre de 1974, cuando el Fiat 125 del comandante Carlos Prats, el último jefe del ejército chileno antes del derrocamiento de Salvador Allende, voló por los aires en una operación por la que la Justicia argentina acusó y condenó a Clavel muchos años más tarde. En aquella mañana calurosa de 1974, Prats y su espo- sa, Sofía Cuthbert, que vivían su exilio en un departamento de Palermo, murieron en el acto. Aquel ex espía de Augusto Pinochet, que se animó a cometer uno de los atentados más audaces y sangrientos de tiempos de por sí muy audaces y muy sangrientos – atentado en el cual Clavel siempre negó su participación–, se había convertido luego de cuatro décadas en un hombre de 66 años que administraba una pequeña flota de tres taxis, que tenía un amante de 21 al que solía pasar a buscar por su casa de Burzaco, y que recibía cada tarde a sus peones taxistas, que le acercaban la recaudación diaria a su casa en la zona de Tribunales. Tenía una vida tranquila, ensombrecida por unos cuantos años de proceso judicial y de cárcel con los que le había caído encima la democracia por el homicidio de Prats, pero, luego de haberle sido concedida la libertad condicional en el año 2007, después de 11 tras las rejas cumpliendo una pena de reclusión per- petua, la rutina –que era lo que importa- ba– se le daba como a un tipo cualquiera. Hasta que un buen día, el jueves 28 de abril, su vida se acabó de un modo violen- to y sangriento. Como hacía tiempo ya no pensaba que ocurriría. Clavel fue asesinado a 34 cuchillazos –con profundos cortes sobre su cuello, rostro, manos y abdomen– en su departamento del 1ºB de Lavalle 1438 varias horas antes de que su amante entrara y descubriera la escena regada ya de sangre seca (un detalle con el que los investigadores se apasionaron a tal punto que lo repitieron a los cuatro vientos). Los detectives des- cubrirían, más tarde, que todo estaba en orden, pero faltaba el dinero que el ex es- pía recibía de sus taxistas, convertidos en ese momento en sospechosos. Se trata de 34 mil dólares –un millar por cada puña- lada–, que el chileno guardaba en un cajón e iba a usar para comprar un nuevo taxi. A eso también hay que sumar una denuncia por la desaparición de los documentos de uno de los taxis, efectuada por Clavel el día anterior a su muerte, que podría lle- gar a ser un detonador de un crimen en venganza. El acusado en ese asunto es uno de sus peones, un paraguayo que se quedó dormido al volante y que chocó el auto de su patrón. La pesquisa quedó a cargo del fiscal Mar- celo Roma –de la Fiscalía de Instrucción nº 13–, e incluso la viceministra de Segu- ridad, Cristina Caamaño, se acercó a la es- cena del crimen para ver cómo se desarro- llaban las pericias, poniendo al Ministerio a controlar el desarrollo del caso. “Como ex servicio de inteligencia, Clavel era una personalidad prominente y su muerte me- rece nuestra atención”, explican desde las oficinas de Garré. Es que el pasado nunca había abandonado al chileno. En esa primavera pesada de 1974, un tal Michael Townley, ex agente de la CIA re- convertido en hombre de la DINA –la Di- rección de Inteligencia Nacional, la policía secreta de Pinochet–, se había introducido en el garaje de la residencia porteña de Prats, en Malabia 3305, para colocar la bomba que lo haría saltar por los aires. Se- gún la Justicia argentina, el yanqui no iba solo: contaba con apoyo logístico de Cla- vel. En Buenos Aires, el chileno pudo tejer buenos vínculos con José López Rega, el secretario del presidente argentino Juan D. Perón que llegó al poder en 1973, el mis- mo año en que Clavel se puso al servicio de la DINA y Pinochet se hizo con el gobier- no. En los juicios que le siguieron quedó demostrado que Clavel no era el insignifi- cante agregado de prensa de la embajada chilena que decía ser, encargado de recor- tar noticias de los diarios para informar a la Cancillería de su país, sino un agente duro que, por ejemplo, podía ejecutar el plan Colombo –por el cual en 1975 apare- cieron cinco cadáveres irreconocibles en Buenos Aires– con documentos chilenos, para presentar ante la ONU y demostrar falazmente que los 119 desaparecidos que por entonces se denunciaban en Chile Escribe Javier Sinay La viceministra de Seguridad, Cristina Caamaño, se acercó a la escena del crimen pero luego se desinteresó del caso. PDF compression, OCR, web optimization using a watermarked evaluation copy of CVISION PDFCompressor

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El agente chileno de Pinochet que atentó contra el General Prats en 1974 fue asesinado a puñaladas en Buenos Aires. El crimen, muy misterioso, implicaría a un taxiboy. Este artículo fue publicado en la edición del 5 de mayo de 2011 en la revista El Guardián.

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[ Sociedad ]

112 5 de mayo de 2011

El homicidio del ex agente de inteligencia

Arancibia Clavel,asesinado por odioLos investigadores sospechan que el ex espía de Pinochet fue ultimado por un joven amante. De su departamento desaparecieron 34 mil dólares que iba a usar para comprar un taxi. Primero se pensó en un crimen político.

Aires de misterio se respiran en la ciudad. Es la misma ciudad a la que Enrique Arancibia Clavel,

ahora muerto, le hizo respirar aires de te-rror mucho tiempo atrás, en una mañana calurosa de septiembre de 1974, cuando el Fiat 125 del comandante Carlos Prats, el último jefe del ejército chileno antes del derrocamiento de Salvador Allende, voló por los aires en una operación por la que la Justicia argentina acusó y condenó a Clavel muchos años más tarde. En aquella mañana calurosa de 1974, Prats y su espo-sa, Sofía Cuthbert, que vivían su exilio en un departamento de Palermo, murieron en el acto. Aquel ex espía de Augusto Pinochet, que se animó a cometer uno de los atentados más audaces y sangrientos de tiempos de por sí muy audaces y muy sangrientos –atentado en el cual Clavel siempre negó su participación–, se había convertido luego de cuatro décadas en un hombre de 66 años que administraba una pequeña f lota de tres taxis, que tenía un amante de 21 al que solía pasar a buscar por su casa de Burzaco, y que recibía cada tarde a sus peones taxistas, que le acercaban la recaudación diaria a su casa en la zona de Tribunales. Tenía una vida tranquila, ensombrecida por unos cuantos años de proceso judicial y de cárcel con los que le había caído encima la democracia por el homicidio de Prats, pero, luego de haberle sido concedida la libertad condicional en el año 2007, después de 11 tras las rejas cumpliendo una pena de reclusión per-petua, la rutina –que era lo que importa-ba– se le daba como a un tipo cualquiera. Hasta que un buen día, el jueves 28 de abril, su vida se acabó de un modo violen-to y sangriento. Como hacía tiempo ya no pensaba que ocurriría. Clavel fue asesinado a 34 cuchillazos –con

profundos cortes sobre su cuello, rostro, manos y abdomen– en su departamento del 1ºB de Lavalle 1438 varias horas antes de que su amante entrara y descubriera la escena regada ya de sangre seca (un detalle con el que los investigadores se apasionaron a tal punto que lo repitieron a los cuatro vientos). Los detectives des-cubrirían, más tarde, que todo estaba en orden, pero faltaba el dinero que el ex es-pía recibía de sus taxistas, convertidos en ese momento en sospechosos. Se trata de 34 mil dólares –un millar por cada puña-lada–, que el chileno guardaba en un cajón e iba a usar para comprar un nuevo taxi. A eso también hay que sumar una denuncia por la desaparición de los documentos de uno de los taxis, efectuada por Clavel el día anterior a su muerte, que podría lle-gar a ser un detonador de un crimen en venganza. El acusado en ese asunto es uno de sus peones, un paraguayo que se quedó dormido al volante y que chocó el auto de su patrón.La pesquisa quedó a cargo del fiscal Mar-

celo Roma –de la Fiscalía de Instrucción nº 13–, e incluso la viceministra de Segu-ridad, Cristina Caamaño, se acercó a la es-cena del crimen para ver cómo se desarro-llaban las pericias, poniendo al Ministerio a controlar el desarrollo del caso. “Como ex servicio de inteligencia, Clavel era una personalidad prominente y su muerte me-rece nuestra atención”, explican desde las oficinas de Garré. Es que el pasado nunca había abandonado al chileno.En esa primavera pesada de 1974, un tal

Michael Townley, ex agente de la CIA re-convertido en hombre de la DINA –la Di-rección de Inteligencia Nacional, la policía secreta de Pinochet–, se había introducido en el garaje de la residencia porteña de Prats, en Malabia 3305, para colocar la bomba que lo haría saltar por los aires. Se-gún la Justicia argentina, el yanqui no iba solo: contaba con apoyo logístico de Cla-vel. En Buenos Aires, el chileno pudo tejer buenos vínculos con José López Rega, el secretario del presidente argentino Juan D. Perón que llegó al poder en 1973, el mis-mo año en que Clavel se puso al servicio de la DINA y Pinochet se hizo con el gobier-no. En los juicios que le siguieron quedó demostrado que Clavel no era el insignifi-cante agregado de prensa de la embajada chilena que decía ser, encargado de recor-tar noticias de los diarios para informar a la Cancillería de su país, sino un agente duro que, por ejemplo, podía ejecutar el plan Colombo –por el cual en 1975 apare-cieron cinco cadáveres irreconocibles en Buenos Aires– con documentos chilenos, para presentar ante la ONU y demostrar falazmente que los 119 desaparecidos que por entonces se denunciaban en Chile

Escribe Javier Sinay

La viceministra de Seguridad, Cristina Caamaño, se acercó a la escena del crimen pero luegose desinteresó del caso.

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>> Arancibia Clavel. Recibió dos condenas de la Justicia argentina, pero se encontraba en libertad.

estaban del otro lado de los Andes, cons-pirando. Aunque pasó aquellos años con cierta comodidad, el chileno debió justi-ficarse cuando los horizontes de paz se volvieron negros y la guerra con Chile por el canal de Beagle parecía inminente, en 1978. Entonces fue detenido y tuvo que

aclarar que su trabajo no era el de espiar en la Argentina. Sus tareas ya eran conoci-das por los militares argentinos: de hecho, Clavel enviaba información a través de un aparato de télex instalado en una oficina de la SIDE. “En su juicio es llamativo cómo se lo llega a procesar y a condenar. El homicidio de Prats y de su mujer fue el 30 de septiembre de 1974, pero está probado que Clavel llegó a la Argentina el 8 de octubre. ¿Qué tuvo que ver en el hecho? Es muy simple: el ar-gumento fue que a Prats lo mató la DINA,

que Clavel integraba la DINA y que por lo tanto el responsable es él. ¿Y por qué él? También muy simple: porque era el único chileno que estaba en Buenos Aires”, sos-tiene su abogado, Eduardo Gerome, que, además, resalta la condición polémica de las sentencias de primera instancia y de Casación, ambas votadas en disidencia. Gerome agrega que el americano Town-ley contó que apenas si había escuchado mencionar el nombre de Clavel. “Desde antes del fallo, mi cliente supo que iba a ser condenado”, cierra. Casi 40 años más tarde, la rutina de los taxis hacía olvidarse por momentos al ex DINA de la sangre que se había derrama-do durante los años 70. Pero el regreso a la cárcel siempre era posible. En el año 2004 había sido condenado de nuevo. Esta vez, a 12 años de prisión por el secuestro –en 1977 y en el marco del Plan Cóndor– de Sonia Díaz Ureta y Laura Elgueta Díaz, dos chilenas refugiadas en la Argentina. La Corte Suprema debía aún fallar sobre su régimen de libertad (el procurador ge-neral de la Nación, Esteban Righi, soste-nía que estaba mal hecho el cómputo de la pena y que tenía que ir preso; en cambio, el abogado Francisco Balart, cuñado del chileno, sostenía que todo era correcto) y también sobre un pedido de extradición de la Justicia trasandina. Pero su destino, el menos pensado, se impuso.La pista política se desvirtuó en pocos días. Los que siguen de cerca la causa di-cen que las puñaladas no fueron por una venganza de los años de plomo. Un vocero del gobierno explica, con cierto desen-canto, que “la viceministra Caamaño fue

>> Prats. Fue asesinado con un coche bomba.

Casos resonantes>> Eduardo Balles-ter. El productor agro-pecuario fue hallado en ropa interior, atado a la cama, en agosto de 2006. Se sospechó de un joven de 25 años como homicida.

>> Luis Emilio Mitre. El hermano del director del diario La Nación fue asesinado en 2006. Un amante suyo estuvo entre los sospechosos de ser el entregador.

>> Lanzavecchia. El decorador de Susana

Giménez fue mania-tado de pies y manos y echado a una pileta por un “amigo”, en fe-brero de 2009. Hubo

dos condenados.

>> Ángel Jiménez Hernández. El director financiero de Telefónica de Argentina fue en-contrado con tres puñaladas en el corazón. Dos jóvenes de una villa de Quilmes están presos.

Clavel fue condenado por segunda vez en 2004, por el secuestro de dos jóvenes chilenas que se habían refugiado en la Argentina.

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[ Sociedad ]

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fiscal y tiene reflejos para ir y supervisar el trabajo, pero el Ministerio de Seguridad ya no tiene intervención: la causa sigue ahora una investigación típica”. Entre los móviles del homicidio se alza con fuerza la pista pasional. Los vecinos cuen-tan que el jueves por la tarde fueron vistas algunas personas extrañas en el edificio: el joven de 21 años que halló el cuerpo (que en público decía ser ahijado de Cla-vel, pero a quien el secretario del chileno señaló como su pareja); y otro hombre, un tal Ortigosa, que salió a la tarde para ha-cerle algunos mandados a Clavel. Se habla, también, de un taxiboy. Un vecino de Cla-vel, el abogado Guillermo Eisler, admitió que alguna vez, en las charlas cotidianas que compartían, el chileno podría haber expresado su gusto por los muchachos. A partir de la declaración del joven amante y del secuestro de la computadora de Clavel, los investigadores buscan ahora el rastro en los sitios web para gays. Sospechan, además, que el asesino podría haber con-tado con la colaboración de algún conoci-do íntimo que habría traicionado a Clavel.

Crímenes de odioEl de Clavel no es el primer caso en el que un taxiboy está señalado como el asesino de un hombre mayor. En el discurso de género hay un término claro para referirse a los asesinatos relacionados con la orientación sexual: son “crímenes de odio”. En América Latina, Brasil y México (países en los que se cuantifican hasta 800 homicidios por año) ocupan los primeros lugares de su triste

ránking. En la Argentina, en cambio, no hay estadísticas claras. “Hay muchos casos, pero son invisibilizados y eso repercute en la falta de políticas públicas”, considera Pedro Paradiso Sotile, secretario y coordinador del área jurídica de la Comunidad Homo-sexual Argentina (CHA), que recibe unas 1.500 denuncias de conflictos por año. “El silencio se debe a que los medios o la policía venden estos casos como otra cosa”, sigue, “o incluso la propia familia puede ocultar la condición de su víctima”. El criminalista

Raúl Torre y el psiquiatra forense Osvaldo Raffo, en el capítulo “Los asesinos de gays”, del libro Homicidios Seriales, dicen que los gays que no tienen una pareja estable, que son solitarios, que tienen cierta edad y que cuentan con una buena economía, corren riesgo cuando llevan gente nueva para in-timar a su casa. Según Torre, “el taxiboy es una persona joven, apuesta, que por lo ge-neral disfruta de la relación heterosexual, pero se dedica a lo que se dedica por dinero. Nosotros hablamos de personalidad psico-pática porque hemos visto decenas de casos en los que les pegan brutalmente a sus vícti-mas, las atan e incluso les ponen las bolsas en la cabeza para que digan dónde tienen sus bienes”.

Algunos crímenes que se dieron bajo estas reglas causaron una rápida im-presión en la opinión pública. El de Luis Emilio Mitre –el hermano del director del diario La Nación– ocurrió en enero de 2006. Mitre fue hallado sin vida en su departamento, asfixiado con una bolsa de plástico, en medio de una casa revuel-ta de donde se habían llevado objetos y dinero. Como sospechoso se habló de un joven con quien Mitre habría mantenido una relación. Gustavo Lanzavecchia, el decorador de Susana Giménez arrojado a la pileta y ahogado, también murió a manos de un “amigo”, Roberto Leiva, de 29 años, que en el mes de abril fue condenado a prisión perpetua junto a un cómplice, Chena Paredes, que recibió menos pena. Eduardo Ballester, produc-tor agropecuario de 60 años oriundo de Trenque Lauquen y miembro de la So-ciedad Rural, fue asesinado en agosto de 2006 y hallado en ropa interior, con sus pies y sus manos atados a la cama. Un joven de 25 años se convirtió rápida-mente en el principal sospechoso. Otro recordado caso es el del español Ángel Jiménez Hernández, jefe de finanzas de Telefónica de Argentina, muerto en su lujoso departamento de Retiro, en mayo de 2006. Jiménez Hernández apareció cerca de su cama, con sus manos atadas con cinta adhesiva y tres puñaladas en el corazón. Dos jóvenes fueron detenidos a pocos meses del crimen de odio.

En la Argentina no hay estadísticas sobre crímenes de homosexuales, porque en general la policía vende los casos como otra cosa.

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>> Escena del crimen. El abogado Guillermo Eisler, vecino de Arancibia Clavel, dijo que el chileno le insinuó que le gustaban los muchachos.

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