En cualquier día de nuestra vida siempre hay una Navidad · 2019-02-21 · En cualquier día de...

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F ieles como siempre a la cita navideña, aunque también como siempre con el añadido conso- lador de decir que tenemos un año más de experiencia, quizás no todos gusten par- ticipar de esa mejora a cam- bio de un año de vida gasta- do. Pero no es hora de ha- cer contabilidades; quisiera contaros algo que pudo ser un sueño o lo que de verdad es una realidad. Cuántas ve- ces, a nosotros, a lo largo de nuestra vida nos ha pasa- do lo mismo. Hemos tenido sueños, hemos creído vivir otras vidas. Algunas veces los hemos confundido con lo que pudo haber sido rea- lidad y, otras siendo realidad, hemos creído que todo fue un sueño por la brevedad de su existencia. Vosotros mismos al final del relato sabréis de verdad si es lo uno o lo otro. Pueda que lo que os diga pertenezca al cuerpo litera- rio de cuentos, de reflexio- nes o de verdades en forma de esos cuentos que tanto nos gustaron cuando éramos niños y no leíamos ni perió- dicos, ni escuchábamos ra- dios, ni veíamos teles porque no las había, ni play station, ni IPOD, ni teléfonos que sacan fotos, ni pensábamos que la luna podría ser pisada algún día. Las gentes de habla sajona tienen la costumbre de co- menzar siempre sus historias intemporales diciendo «Once upon a time... Nosotros hoy comenzaremos de otra ma- nera más nuestra. Dicen que un buen día, un hermoso día de esos que sa- len para ricos y pobres, bue- nos y malos; desde que el En cualquier día de nuestra vida Porque en medio de la desolación siempre habrá un niño que nos mirará, esperando y, aún en medio de una tormenta, por algún lado saldrá el sol y en medio del desierto crecerá una planta. Siempre habrá la sonrisa de un niño y una mariposa que nos brinde su belleza, por eso seguiré construyendo donde otros destruyen y seguiré sembrando aunque otros pisen la cosecha. Texto y Fotos de Jesús Mª Lizarraga 22 · MÁS NAVÍOS ARTÍCULO

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Fieles como siempre a la cita navideña, aunque también como siempre con el añadido conso-

lador de decir que tenemos un año más de experiencia, quizás no todos gusten par-

ticipar de esa mejora a cam-bio de un año de vida gasta-do. Pero no es hora de ha-cer contabilidades; quisiera contaros algo que pudo ser un sueño o lo que de verdad es una realidad. Cuántas ve-

ces, a nosotros, a lo largo de nuestra vida nos ha pasa-do lo mismo. Hemos tenido sueños, hemos creído vivir otras vidas. Algunas veces los hemos confundido con lo que pudo haber sido rea-

lidad y, otras siendo realidad, hemos creído que todo fue un sueño por la brevedad de su existencia.

Vosotros mismos al final del relato sabréis de verdad si es lo uno o lo otro.

Pueda que lo que os diga pertenezca al cuerpo litera-rio de cuentos, de reflexio-nes o de verdades en forma de esos cuentos que tanto nos gustaron cuando éramos niños y no leíamos ni perió-dicos, ni escuchábamos ra-dios, ni veíamos teles porque no las había, ni play station, ni IPOD, ni teléfonos que sacan fotos, ni pensábamos que la luna podría ser pisada algún día.

Las gentes de habla sajona tienen la costumbre de co-menzar siempre sus historias intemporales diciendo «Once upon a time... Nosotros hoy comenzaremos de otra ma-nera más nuestra.

Dicen que un buen día, un hermoso día de esos que sa-len para ricos y pobres, bue-nos y malos; desde que el

En cualquier día de nuestra vida siempre hay una NavidadPorque en medio de la desolación siempre habrá un niño que nos mirará, esperando y, aún en medio de una tormenta, por algún lado saldrá el sol y en medio del desierto crecerá una planta. Siempre habrá la sonrisa de un niño y una mariposa que nos brinde su belleza, por eso seguiré construyendo donde otros destruyen y seguiré sembrando aunque otros pisen la cosecha.

Texto y Fotos de Jesús Mª Lizarraga

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En cualquier día de nuestra vida siempre hay una Navidad

sol despuntó por el horizon-te, en una humilde hacienda construida en adobe, de te-chos achaparrados, una jo-ven mujer se afanaba en es-parcir por el suelo de tierra, puñados de agua que cogía con su mano de un cánta-ro que abrazado a su cuerpo lo reposaba en su cintura. Había que refrescar el patio interior ante el caluroso día que se avecinaba. Volvió al interior de la casa para se-guir con el trajín de encen-der el fuego, cortar verduras, calentar piedras para intro-ducirlas en el barreño donde elevarían la temperatura del

agua para proceder a la lenta cocción de la comida.

Terminada la labor, pasa por el pequeño huerto ado-sado a la casa y recoge con mimo unos pocos higos, los que están más maduros, aquellos que se los están ya disputando las abejas que han madrugado. Los depo-sita sobre un plato de arcilla que previamente lo ha cu-bierto con fino paño de lino decorado con unas floreci-llas. Los higos de un verde lujurioso en algunos puntos, ocre en otros y reventados en su base, tendidos sobre el paño componen un deli-

cioso obsequio para la vista y el paladar.

Se traslada al patio que ha-ce unas horas regó con sus manos; ahora y hasta el ano-checer eso será el taller de su esposo José. En esos días es-taba reparando una embarca-ción que uno de sus primos, los hijos de Tadeo, habían es-tropeado al hacerla encallar sobre unas rocas. Era una sencilla embarcación de pes-ca fluvial o de ribera de lago, de esas que adentran la proa entre los cañizos cuando lle-gan a la orilla. La joven mujer deja el plato sobre el banco de trabajo y le da un cariñoso be-

so a su esposo. Se retira hacia un rincón donde se sienta en una pequeña banqueta junto a un cesto con ropa para arre-glar. José mira con extrañeza el presente que le han dejado y piensa que será el prólogo de algo. Después de un largo silencio y ante la mirada un tanto extraña de José, María levanta la cabeza y dice:

—Anoche José tuve un sueño, no lo pude compren-der, pero en él se veía el na-cimiento de nuestro hijo... Sí, estoy segura de que era así.

José interrumpe el trabajo, toma un higo, lo aprieta

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con los dedos hasta que éste se abre ofreciendo su jugoso interior, se lo lleva a la boca. Es el silencio quien habla.

—¿Y qué es lo que viste en ese sueño mujer?

—Gente y más gente de rara vestimenta decorando el interior de las casas, hacien-do preparativos para una fiesta que no vi anunciada ni pregonada en ningún sitio. Decoraban tiendas, calles, compraban ropa muy boni-ta, salían de unas para entrar en otras y, muchas veces se paraban en tiendas que nun-ca vi, donde había regalos de orfebres muy elaborados.

—¿Y eso que significa, ... qué era?

—Lo más extraño es que, en lo que parecía la entrada a una sinagoga, anunciaban el nacimiento de nuestro hi-jo. Aquellas gentes; envol-vían todo en papeles llenos de colorines y frases en idio-mas varios que no conozco y luego todo eso vi que lo co-locaban debajo de un árbol.

—¿Debajo de un árbol y dentro de una casa?

—Sí un árbol José y, den-tro de la casa; toda esa gente estaba decorando un árbol, colocaban esferas de colores que brillaban mucho y en la punta del árbol alguien había colocado una figura de un án-gel... ¡Era todo tan hermoso!

Toda la gente estaba feliz, sonriente; muy emocionados con los regalos que se inter-cambiaban unos con otros...

pero al final todo el suelo se llenó de papeles arrugados y para nuestro Hijo no hu-bo nada.

—Extraño sueño mujer, ¿no crees?

—Creo que ni siquiera le conocen, pues allí nadie mencionaba su nombre.

—¿Y? ...—¿No te parece extraño

que la gente se meta en tan-tos gastos y creen entre sí tantos problemas para ce-lebrar el cumpleaños de al-guien a quien ni siquiera co-nocen?

—¡Gente extraña María, gente extraña!

—Tuve por unos momen-tos la extraña sensación de

que si nuestro Hijo hubiera estado en la celebración hu-biese sido un intruso...Pero todo estaba tan hermoso y todo el mundo parecía tan fe-liz; sentí ganas de llorar. Qué tristeza para Jesús, no querer ser invitado ni deseado en su propia fiesta de cumpleaños.

—No le des más vueltas mujer; piensa que tan sólo fue un sueño.

—Tienes razón José, es-toy contenta, porque como tú dices sólo fue un sueño. Pero, ¡qué terrible querido esposo, si eso hubiese sido realidad!.

Este año os presento un Belén, como los anteriores,

hecho en su totalidad en po-rexpan, lo ha realizado un sacerdote de la Iglesia del Buen Pastor de mi ciudad, también Catedral, pero co-mo dicen los cánones sólo ostenta este nombre cuando está el Sr. Obispo ocupando la cátedra. El padre Añorga lleva años realizando Bele-nes siempre en solitario, sin ayuda alguna, excepto la es-piritualidad que le acompaña mientras trabaja en silencio. Sus temas siempre dedica-dos a alguna efeméride pro-vincial de ámbito religiosos, amablemente me ha permi-tido colocar el ala en su taller haciéndonos a los modelistas navales partícipes de la gran

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fiesta que para todos es la Navidad.

Pero el ala o gabarra tam-bién tiene su historia, la ha realizado aquél niño, Mattin Otxoa de Eribe, que en la Revista Más Navíos nº 58, en Junio de este año os sor-prendió haciendo un Txin-txorro de cartón. Como los que leísteis aquel artículo ya conocéis el proceso y no queriendo robar espacio al tema de la Navidad solamen-te os acompañaré con las fo-tos de su construcción y el plano de la embarcación.

La de hoy es una embarca-ción ya perdida y arrumbada en algún almacén aspirante a convertirse en Museo Na-val el día de mañana cuan-do las subvenciones oficiales se acuerden de que la cultu-ra existe y se manifiesta de muchas maneras en la vida local. Estas alas o gabarras fluviales de las cuencas de nuestros ríos norteños se em-pleaban para llevar carga de mineral, arena, materiales de construcción y en las épocas de las angulas para capturar ese oro resbaladizo en el que se han convertido las crías de estos peces, ya que su precio llega a ser tan caro como el caviar. Lo malo es lo de siem-pre, en esta tormentosa vida siempre se inventa el suce-dáneo de todo; hasta el del amor sincero. Y lo auténtico es siempre lo auténtico y el resto o es foto, o xerocopia,

o genérico. Nuestras vidas deseo que sean auténticas al menos en estas fechas.

Nuestros ríos de hoy no son los de ayer, aquellos ríos que o bien inspiraban a los poetas o bien inundaban las tierras que trataban de en-cauzarlos, unas veces se lle-vaban lo sembrado otras nos hacían pensar en que ocupá-bamos espacio de otro. Ellos siempre fueron así, salvajes. Hace años así fueron, bron-cos y, el hombre con santa paciencia comenzó a ense-ñarles eso tan difícil de en-tender entre humanos que es la convivencia; de un buen entender se sacan provechos

inmensos aunque el contra-rio sea fuerte. Años atrás en nuestros ríos había una ac-tividad que hoy no existe; pueda que en otras naciones los ríos sean hoy verdade-ras autopistas de comercio. Aquí en el Norte no, quizás cuando llegó la industrializa-ción llegó también el espíritu medieval y los ríos se convir-tieron en aliviaderos o vomi-torios de las fábricas que se instalaban en sus orillas tra-tando de crear riqueza que-mando y envenenando los ríos de nuestros abuelos.

Poco aprendimos de aque-llo, hoy los ríos son los me-dios de comunicación y so-bre ellos seguimos vertiendo toda la porquería que nos sobra, envenenado a quien la recibe. Será que estamos condenados a no entender-nos, es Navidad. Si esta pa-labra tampoco nos dice ya nada, no es necesario que apaguemos la luz y nos vaya-mos a la cama; ya estábamos dormidos hace tiempo.

Pero volvamos a aquellos extraños artefactos, existieron y de ello quedan restos pero siempre se consideraron em-barcaciones menores que sus-

tituían al tren, a la camioneta, al camión o al carro con caba-llo. Eran pequeñas embarca-ciones casi todas iguales pero con diferentes nombres; alas, chanelas, gabarras. Todas de fondo plano, mínimo puntal ya que las aguas de nuestros ríos no son bravas salvo ex-cepciones de lluvias torrencia-les y, como medio impulsor, una larga pértiga que hincada en el río, el navegante la iba impulsando mientras recorría toda la eslora por una de las bandas, la más conveniente.

Poco a poco se fueron ten-diendo puentes entre las ribe-ras y, ya no se necesitó que alguien nos pasase el río, el motor entró en las carreteras y el desplazamiento de mer-cancías usó de estos nuevos adelantos. El uso dado a estas embarcaciones no solo fue el transporte sino el de favorecer el dragado de los ríos como en el Urumea en San Sebas-tián y el posterior aprovecha-miento de esa arena un poco salobre en la construcción, no era lo más conveniente pero era lo que se hacía.

El ala que hoy se incluye en el reportaje es una embarca-ción que también se utilizó

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para la pesca de la angula. En la cuenca del Oria muchos caseríos estaban cerca de las riberas, contaban con tierras de labranza, pero otras fa-milias no tan afortunadas te-nían el río como proveedor del sustento, bien sea traba-

jando como conductor de es-tas simples barcazas o con la mediana pesca que pudiesen obtener. Siempre a la espera de la hoy codiciada angula, esas pequeñas crías de an-guila que desde el lejano mar de los Sargazos, llegan por

millares hasta nuestras costas buscando las bocas de nues-tros ríos. Un largo camino de casi tres años en el que arras-tradas por las corrientes ma-rinas se adentrarán río arriba aprovechando la oscuridad de la noche buscando sitios

en el curso alto donde seguir creciendo. Por eso, el hom-bre, conociendo esa costum-bre, recurre a capturarlas de noche con todos los incon-venientes de frío, lluvia, vien-tos del norte y posturas poco o nada recomendables, pen-sando que a una mala con el fruto de la venta le llegue jus-to para una copa en la taber-na y para un antiinflamatorio de los genéricos.

Hoy en el Portal de Belén rendimos homenaje a aque-llas gentes que pescaron no para comer ellas, sino para que comiesen los ricos, pues los precios que por ellas se sacan compensan; es un de-cir, los madrugones, las ar-tritis y los lumbagos. La vida es así de dura o nosotros la hacemos así.

Pero hoy es Navidad y que todos los días de nuestra vida sean una continua Navidad.

Zorionak eta urte berri on

Jesús María Lizarraga

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