El Zen en Las Artes Marciales - Joe Hyams - Pp - 1 - 97

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E L Z E N E N L A S A R T E S M A R C I A L E S Joc IIyams Las artes marciales, en su expresión más refinada, son mucho más que una competencia física entre dos oponentes. Para el verdadero maestro zen, las artes marciales son caminos por los que puede arribar a la serenidad espiritual, a la tranquilidad mental y a la más profunda confianza en sí mismo. E L Z E N E N L A S A R T E S M A R C I A L E S e s u n l i b r o d o n d e u s t e d puede aprender a aplicar a su propia vida los principios del Zen, a fin de abrir una fuente potencial de fortaleza interior que jamás había sospechado desarrollar. Alcanzar la meta espiritual de las artes marciales, cambiará su vida en forma radical y enriquecerá sus relaciones con los demás. Comprenderá que el esclarecimiento significa sencillamente reconocer la armonía inherente a la vida cotidiana. JOlí HYAMS nos lleva a través del camino de la filosofía Zen, que no sólo abarca las artes marciales, sino también el amor por la vida. E L Z E N E N L A S A R T E S M A R C I A L E S e s u n l i b r o e s c r i t o c o n sencillez que lleva un mensaje de paz espiritual para todos los lectores. JOE HYAMS EL ZEN EN LAS ARTES MARCIALES

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Acallar el grito de la mente, comprender que lo esencial está en el proceso, no en el resultado, vivir en el presente para no extraviarnos en los laberintos del tiempo, enseñar a los más jóvenes que el enojo no exige acción y que debemos dejar que "la mente fluya", enseñarles que perder y equivocarse no es causa de verguenza sino oportunidad para aceptarnos y crecer aún más. Esto es la búsqueda del Zen. Zen es la busqueda de nuestras insatisfacciones más profundas en el ámbito de nuestra naturaleza humana. Una lectura valiosa y formativa, un texto que intenta explicar lo que se espera de la mentalidad marcial. Recomendable a los nuevos estudiosos de las Artes Marciales e inspiradora para nuestros maestros Hispano-americanos.

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E L Z E N E N L A S A R T E S M A R C I A L E S

J o c I Iyams

Las artes marc ia les , en su e x p r e s i ó n más re f inada , son m u c h o

más que una c o m p e t e n c i a f í s ica entre dos o p o n e n t e s . Para e l verdadero

maestro z e n , las artes marc ia les son c a m i n o s p o r los que puede arr ibar

a la serenidad e s p i r i t u a l , a la t r a n q u i l i d a d m e n t a l y a la más p r o f u n d a

c o n f i a n z a en s í m i s m o .

E L Z E N E N L A S A R T E S M A R C I A L E S e s u n l i b r o d o n d e usted

puede aprender a ap l i car a su p r o p i a v ida los p r i n c i p i o s del Z e n , a fin

de abr i r una fuente p o t e n c i a l de for ta leza i n t e r i o r que j a m á s h a b í a

sospechado desarrol lar . A l c a n z a r la m e t a e s p i r i t u a l de las artes marc ia les ,

c a m b i a r á su v ida en f o r m a r a d i c a l y e n r i q u e c e r á sus re lac iones c o n los

d e m á s . C o m p r e n d e r á que e l e s c l a r e c i m i e n t o s igni f ica senc i l l amente

r e c o n o c e r la a r m o n í a i n h e r e n t e a la v ida c o t i d i a n a .

J O l í H Y A M S nos l leva a través de l c a m i n o de l a f i loso f ía Z e n , que

no só lo abarca las artes marc ia les , s i n o t a m b i é n el a m o r por la v i d a .

E L Z E N E N L A S A R T E S M A R C I A L E S e s u n l i b r o escr i to c o n

senci l lez que l leva un mensaje de paz esp i r i tua l para t o d o s los lectores .

JOE HYAMS

EL ZEN EN LAS ARTES

MARCIALES

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A Pat Strong, quien, en l o r m a paciente y sabia, me guió durante muchos años en todas y c a d a una de las etapas de mi aprendizaje de las artes mar­ciales y siempre fue p a r a mí un ejemplo de lo que debe ser el artista completo de las artes marciales.

Y para mi esposa, E l k e , q u i e n j a m á s ha c o m p r e n d i d o plenamente el por­

qué de mi absorción en las artes marciales, aunque, no obstante, s iempre ha

sido para mi u n a fuente de al iento.

JOE HYAMS

EL ZEN EN LAS ARTES

MARCIALES

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l a . Edición, Noviembre de 1987 4a. Impresión, Diciembre de 1990

I S B N 968-35-0287-3

D E R E C H O S R E S E R V A D O S ©

Título original: Z E N I N T H E M A R T I A L A R T S Traducción: Jaime Vázquez V. Copyright © 1979 by Joe Hyams

A r t Director : J o h n Brogna

Copyright © 1987, por Editor ial Universo, S. A, de C. V. Cerezas N o . 89 C o l . del Valle México, D. F. C. P. 03100

Prohibida la reproducción total de esta obra o de alguna de sus partes por cualquier medio, fotográfico o mecánico, sin autorización por escrito de esta Editorial.

I M P R E S O E N M E X I C O - P R I N T E D I N M E X I C O

C O N T E N I D O

Reconocimientos 7

El Zen en las Artes Marciales 10

Vacíe su Taza 18

Es el Proceso, No el Resultado 24

Viva el Momento 28

Supere la Precipitación 32

Conozca sus Limitaciones 34

Hasta los Maestros Tienen sus Propios Maestros 40

Alargue su Línea 44

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No Molestar 48

La Inactividad Activa 52

La Actividad Inactiva 56

Extienda su Ki 62

La Respiración Zen 68

Déjese Llevar por la Corriente 74

Enojo Sin Acción 78

Cómo Reconocer una Amenaza Real 82

Kime: Apriete su Mente 86

Mushin:

Deje Que su Mente Fluya 90

La Acción Instintiva 98

El Dolor Que no Piensa 102

Un Esfuerzo sin Esfuerzo ' 107

Convierta al Miedo en un Amigo 113

Cómo Mirar con Confianza 118

El Poder de la Concentración 124

Opciones Múltiples 128

Artes Marciales sin Zen 133

El Karate sin Armas 137

Ganar Perdiendo 144

RECONOCIMIENTOS

En el texto de este libro presento a la mayoría de los maestros con los que estudié durante las últimas dos décadas y media, pero sería muy ingrato si no expresara mi reconocimiento muy especial a las siguientes personas: A George Waite por sus con­sejos, el entrenamiento especial que me dio y su sincera amis­tad; a Bob Phillips, quien, aunque no es un artista de las artes marciales, tiene el espíritu, la habilidad combativa y la buena ética deportiva típica de todos los atletas verdaderamente pro­fesionales; a Bernie Bernheim, el cual, habiendo empezado a estudiar karate a la edad de cincuenta y siete años, llegó al gra­do de cinta negra a los sesenta y uno, y es toda una inspiración para aquellos que piensan que las artes marciales son única­mente para los ñsicamente jóvenes; a Emile Farkas, por sus consejos y comentarios acerca del texto del presente libro; a Stan Schmidt, de Johannesburg, quien, en el corazón de Su-dáfrica, maneja un dojo tradicional que ya ha producido muchos campeones mundiales; y a Larry Tatum, quien, con

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toda galantería, me ha permitido entrenarme de vez en cuando junto con sus alumnos en el dojo de Ed Parker en Santa Móni-ca. California.

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EL ZEN EN LAS

ARTES MARCIALES

Se han escrito cientos de libros sobre la práctica de las artes marciales oriéntales, pero sólo en unos cuantos se hace men­ción al significado del Zen en las mismas. Ésa es una lamen­table omisión, ya que las artes marciales, en su expresión más refinada, son mucho más que una competencia física entre dos oponentes. . . un medio de imponer la propia voluntad ó de infligirle daño al contrario. En vez de eso, para el verdadero maestro, el karate, el kung-fu, el aikido, el wing-chum y todas las demás artes marciales son esencialmente caminos por los que puede arribar a la serenidad espiritual, a la tranquilidad mental y a la más profunda confianza en sí mismo.

No obstante, yo tuve que estudiar las artes marciales durante varios años antes de percatarme de tal cosa. En las primeras etapas de mi aprendizaje, como la mayoría de los estudiantes, me pasé mucho tiempo aprendiendo y refinando técnicas y mo­vimientos técnicos y físicos muy complejos. Sólo de vez en cuan­do el sifu ("instructor" en chino) mencionaba que había otras lecciones que debía yo aprender.

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Por supuesto, cuando en 1952, empecé a estudiar Karate, no tenía la menor intención de involucrarme con el Zen o con cualquiera otra disciplina espiritual. De hecho, nada podía ha­ber estado más lejos de mi mente. Si alguien me hubiera dicho adonde me llevaría mi senda a final de cuentas, lo más probable es que hubiera rechazado esa idea como una tontería, pues yo asociaba el Zen con el misticismo y me enorgullecía de ser una persona completamente pragmática. Sólo después de largos años de práctica llegué al convencimiento de que el propósito más profundo de las artes marciales es servir de vehículo para el desarrollo espiritual personal.

Las artes marciales empezaron a desarrollar ese énfasis en el crecimiento espiritual del practicante en el siglo dieciséis, cuando en el lejano Oriente disminuyó la necesidad de hom­bres diestros para el combate. En ese entonces, las artes mar­ciales se transformaron de un medio práctico de combatir a muerte, a un entrenamiento educativo espiritual que hacía hincapié en el desarrollo personal del participante. De esta ma­nera, el arte de combatir con la espada, kenjutsu, se transfor­mó en "el camino de la, espada", kendo. Muy pronto, a otras artes marciales se les aplicó la terminación — do, que significa "el camino", o, más completamente, "el camino al esclareci­miento, a la autorrealización y a la comprensión", y ese ele­mento Zen se refleja en grados diferentes en el aikido, el judo, el karate-do, el tae-kwon-do,. el hapkido y el jeet-kune-do entre otros.

El papel que desempeña el Zen en las artes marciales desafía a cualquier definición fácil porque no tiene ninguna teoría, si­no que es un conocimiento íntimo para el que no hay ningún dogma claramente establecido. El Zen de las artes marciales le quita el énfasis a la potencia del intelecto y exalta el de la ac­ción intuitiva, siendo su objetivo último el de libertar al indivi­duo del enojo, la ilusión y la falsa pasión.

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Al estudiante le es posible ponerse en contacto con el Zen en las artes marciales sólo paulatinamente y dando un rodeo. Una vez que llegue a comprenderlo así, algo con lo que están fami­liarizados todos los que son verdaderos maestros de las artes marciales, empecé a tomar nota de mis descubrimientos. Du­rante la última década, El Zen en las Artes Marciales ha sido la gran historia de mi horizonte, el libro que con mayor anhelo deseaba escribir. Sin embargo, siempre había algún otro maes­tro con quién estudiar u otra disciplina qué aprender antes de que me sintiera listo para emprender la tarea.

No obstante, éste no es un libro para el lector que desea do minar el Zen, ya que los conceptos centrales a esa tradición ciertamente no pueden adquirirse a través de la palabra escri­ta. Este libro tampoco es para aquellos que esperan aprender a realizar las sorprendentes proezas de los artistas marciales, que rompen tablas y ladrillos con las manos desnudas y que con to­da facilidad derrotan a varios contrincantes al mismo tiempo. El lector al que le interese aprender únicamente los conceptos físicos de las artes marciales puede aventurarse, solo, en ese ti­po de literatura sin necesidad de que yo lo guíe. En vez de eso, éste es un libro en el que los lectores pueden aprender a aplicar a su propia vida los principios del Zen, cómo éstos se reflejan en las artes marciales, a fin de abrir una fuente potencial de forta­leza interior que jamás habrían sospechado que poseyeran.

Mi interés formal en las artes marciales empezó en 1952, cuando era columnista de Hollywood para el New York Herald Tribune. En esa época era un hombre sedentario, excedido de peso, inquieto, que se aburría fácilmente y andaba constante­mente en busca de nuevas aventuras. No tenía conciencia ple­na de quién era ni adonde se dirigían mi carrera o mi vida. Pa­ra empeorar las cosas me sentía ansioso, intimidado por la autoridad, inseguro y hostil para compensar mi inseguridad. Diariamente entrevistaba a luminarias de la pantalla, muchas

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de las cuales eran más jóvenes que yo. Como con frecuencia en­vidiaba su éxito, mi técnica de entrevistar consistía en aguijo­nearlas hasta que respondían con algo digno de ponerse en letras de molde.

En cierta ocasión Bronislaw Kaper, el compositor de música para películas, laureado por la Academia, reconoció mi técni­ca precisamente por cómo era y me sugirió que estudiara kara-te. " E l ejercicio podría ayudarte a bajar de peso y te permitiría despojarte de alguna de tus hostilidades", sugirió. En ese tiem­po el karate era algo nuevo en la escena de Hollywood y se le consideraba simplemente una forma de combate oriental exó­tica. Conceptos tales como el de la elevación de la conciencia, el de adquirir el control de la propia vida y el de intensificar la percepción propia, eran cosas de las que jamás se había oído hablar. Sólo hasta hace poco hemos llegado a darnos cuenta de la relación que existe entre los deportes y el crecimiento perso­nal o espiritual.

Cuando Kaper hizo los arreglos para que recibiera mi prime­ra lección con el maestro de karate Ed Parker, acepté pensan­do que, aunque no aprendiera yo nada, no obstante reuniría material suficiente para llenar varias columnas del periódico, pues un puñado de estrellas, entre ellas Elvis Presley, estu­diaban con Parker en ese tiempo.

En esos días Parker enseñaba kempo-karate, una forma esta­dounidense de boxeo chino, en la sala de pesaje del Club Atlé-tico de Beverly Hills. En nuestro primer encuentro, me dijo:

— No voy a demostrarte mi arte, sino compartirlo contigo. Si te lo demuestro, eso sería una exhibición y, con el tiempo, irías retrocediendo tanto en tus recuerdos que acabarías por perder­te. Por otra parte, si lo comparto, no sólo lo recordarás siem­pre, sino que, al mismo tiempo, yo también mejoraré.

Pronto aprendí que el concepto de que el maestro aprenda de la lección misma, es algo básico en toda buena enseñanza de

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las artes marciales. Por dicha razón, quizá a la sala de prácticas — el dojo (en japonés), el dojang (en coreano), el kwoon (en chino)— donde se estudian las artes marciales, se le llama tra-dicionalmente " E l lugar del Esclarecimiento".

Un dojo es un cosmos en miniatura, donde nos ponemos en contacto con nosotros mismos. . . con nuestros temores, an­siedades, reacciones y hábitos. Es también una arena de conflictos confinados donde nos enfrentamos a un oponente que no es un oponente, sino más bien un camarada decidido a ayudarnos a que nos comprendamos más plenamente nosotros mismos. Es un sitio en el que podemos aprender mucho en un tiempo muy corto acerca de quiénes somos y cómo reacciona­mos en el mundo. Los conflictos que tienen lugar dentro del dojo nos ayudan a manejar los conflictos que se nos presentan fuera de él. La concentración y disciplina totales que se re­quieren para estudiar las artes marciales, se traspasan a la vida diaria. La actividad que tiene lugar en el dojo nos obliga a in­tentar constantemente nuevas cosas, por lo que también es una fuente de aprendizaje. . . En la terminología Zen, una fuente de esclarecimiento propio.

Dice un refrán budista que cualquier lugar puede ser un do­jo. Yo he estudiado karate shodokan en un hermoso edificio moderno, en Johannesburg, Sudáfrica; judo en la bodega de un restaurante japonés, en Londres, Inglaterra; jujiysu en un sport halle en Munich, Alemania. Sin embargo, la mayor parte de mi estudio del hapkido, aikido, tae-kwon-do y wing-chun la he hecho en Los Ángeles, donde las tiendas con frecuencia se convierten en estudios de artes marciales.

Todo dojo está dirigido por un sifu, o sensei(en japonés), lo cual significa maestro. Sen significa "antes" y sei "nacido"; por lo tanto, aquel que ha nacido antes que uno es su maestro, y eso se refiere menos a la edad cronológica (algunos de los maes­tros que he tenido eran lo bastante jóvenes como para ser mis

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hijos) que a la sabiduría del maestro. En términos espirituales, él o ella (si es una mujer) es mi superior y, por lo tanto, mi maestro. Bruce Lee-nos enseñó jeet-kwon-do al argumentista Stirling Silliphant y a mí en la calzada de la puerta cochera de mi casa.

El sensei de las artes marciales es en gran medida como el maestro de Zen: él no ha salido a buscar al estudiante ni le im­pide que se vaya. Si él desea a alguien que lo guíe para subir la empinada cuesta de la pericia, el instructor está dispuesto a servirle de guía. . . con la condición de que el estudiante esté preparado para cuidarse él mismo a lo largo del camino. La función del instructor es la de delegar en el estudiante exacta­mente aquellas tareas que es capaz de dominar, y luego dejarlo atenido tanto como sea posible a sus recursos y habilidades in­ternas. El estudiante puede seguir los pasos de su guía o escoger alguna otra senda. . . la elección es suya.

El instructor enseña primeramente la técnica (waza) sin dis­cutir su significado; él desea que el estudiante lo descubra por sí mismo. Si el estudiante posee la dedicación necesaria y el maestro suministra la inspiración espiritual apropiada, el signi­ficado y esencia de las artes marciales se le revelarán finalmen­te al primero.

Aunque uno puede leer algo acerca del Zen en las artes mar­ciales, el verdadero conocimiento de éste es experimental. ¿Có­mo podemos explicar el sabor del azúcar? Las explicaciones verbales no nos dan la sensación. Para conocer el sabor uno tiene que experimentarlo. La filosofía de las artes no es para meditarse ni razonarse, sino para experimentarse. Por eso mis­mo, de manera inevitable, las palabras sólo pueden darnos parte de su significado.

En más de veinte años de estudiar las artes marciales, toda­vía no me he retirado a un monasterio Zen ni he retrocedido ante las presiones de trabajar y vivir en una sociedad de compe-

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tencia. No obstante, sí he descubierto que, cuando alcanzo las metas espirituales de las artes marciales, la calidad de mi vida cambia en forma dramática. . . al enriquecer mis relaciones con los demás así como al conservarme en un contacto mucho más estrecho conmigo mismo. Y he llegado a comprender que el esclarecimiento significa sencillamente reconocer la armonía inherente a la vida diaria.

Por lo tanto, le ofrezco al lector este libro con la intención de compartir con él lo que he aprendido y con la esperanza de que algunos de ellos deseen recorrer un camino semejante. Ta l vez, al compartir mis experiencias, yo aprenda más, ya que eso también, está en el camino del Zen.

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VACÍE SU TAZA

Ese d ía de verano de 1964, el aire era bochornoso y fét ido en Xa A r e n a de los Deportes de L o n g Beach . El sistema del aire acondicionado no funcionaba b ien y la mu l t i t ud asistente al Torneo Internacional de Kara te empezaba a inquietarse des­p u é s de largas horas de ver los encuentros. Luego, Ed Parker, organizador del evento anual , t o m ó el m i c r ó f o n o e hizo la pre­s e n t a c i ó n de Bruce Lee, quien h a r í a una d e m o s t r a c i ó n de jeet-kune-do. H u b o un m u r m u l l o i n s t a n t á n e o y todas las cabezas se estiraron hacia adelante. Antes de in ic iar su carrera en el cine, Bruce Lee era ya toda una leyenda entre los artistas marciales.

Bruce hizo su entrada a la plataforma elevada del cuadr i l á ­tero de boxeo luciendo un sencillo uniforme de kung-fu negro, hecho a la medida . Duran te unos cuantos momentos h a b l ó tranquilamente acerca de su arte y luego inic ió su demostra­ción. Siempre es algo impresionante observar a un hombre grande y robusto hacer una d e m o s t r a c i ó n de karate, apabu­l lando al espectador con el despliegue de una potencia vibrante y cabal . S i n embargo, para mí es algo todav ía m á s impresio-

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nante ver a un hombre de cons t i tuc ión l iviana ejecutar técnicas con una rapidez cegadora, y con unos movimientos tan veloces y elegantes como los de un pá j a ro en vuelo. Cuando Bruce termi­nó hubo un momento de silencio y luego un aplauso atronador.

Algunas semanas después , un amigo m í o me a r reg ló una en­trevista con Bruce , de quien deseaba yo recibir clases particu­lares. Bruce escogía con todo cuidado a los estudiantes a los que acced ía a enseña r , y esa entrevista sería para mí una espe­cie de a u d i c i ó n .

C o m o él daba solamente lecciones particulares y no t en í a un estudio formal, la r e u n i ó n se ce l eb ra r í a en mi casa. L legó con toda puntua l idad y salí al patio del frente para recibir lo. A pri­mera vista p a r e c í a todav ía m á s p e q u e ñ o que como se veía en el escenario. L levaba puestos unos pants de entrenamiento ajus­tados que le c u b r í a n las piernas hasta los tobillos y una sudade­ra verde, debajo de la cual se le s e ñ a l a b a n los múscu los . Sonr ió cuando nos saludamos, pero casi inmediatamente fue al grano.

¿Por q u é deseas estudiar conmigo? — p r e g u n t ó .

— Porque me i m p r e s i o n ó mucho tu d e m o s t r a c i ó n y porque me han dicho que eres el mejor.

— ¿Ya has estudiado artes marciales? — Durante años —con te s t é—, pero dejé de hacerlo hace al­

g ú n tiempo y ahora quiero volver a empezar. Bruce as int ió en silencio y luego me p id ió que le demostrara

algunas de las t écn icas que yo supiera. Salimos a la calzadita que daba a la cochera y me estuvo observando atentamente mientras yo realizaba las diferentes katas o ejercicios de otras disciplinas. Luego me pid ió que ejecutara algunas patadas bá­sicas y bloqueos y que golpeara el costal que t en ía en la coche­ra, pendiente de una viga.

— ¿ T e das cuenta de que t e n d r í a s que olvidarte de todo lo que has aprendido y empezar de nuevo? —in te r rogó .

— No — repuse.

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Bruce sonr ió y, suavemente, me puso una mano en el hom­bro.

— P e r m í t e m e relatarte una historia que me c o n t ó mi sifu* — dijo. Es acerca de un maestro j a p o n é s de Zen, el cual rec ib ió a un profesor universitario que fue a hacerle preguntas acerca del Zen.

"Desde el in ic io de la conversac ión , resul tó obvio para el maestro que el profesor no estaba tan interesado en aprender algo sobre el Zen como de impresionar al maestro con sus pro­pias opiniones y conocimientos. El maestro lo e scuchó pacien­temente y al f inal sugir ió que tomaran un poco de té . El maes­tro, entonces, le sirvió té a su visitante hasta que la taza de éste se l lenó, pero siguió virtiendo té en ella. El profesor c o n t e m p l ó c ó m o su taza se l lenaba hasta que ya no pudo contenerse.

— La taza se está desbordando — dijo. Ya no le cabe m á s . — Al igual que esta taza —repuso el maestro—, estás lleno

de tus propias opiniones y especulaciones ¿ C ó m o puedo ense­ñ a r t e Zen a menos que previamente vacíes tu taza?"

Bruce se me q u e d ó mirando. — ¿ C o m p r e n d e s ahora lo que quiero decirte? —finalizó. — Sí —repuse. Lo que quieres es que yo vacíe mi mente de

los conocimientos pasados y de mis viejos h á b i t o s a f in de que esté abierto al nuevo conocimiento.

— Exactamente — c o n c e d i ó Bruce . Y, ahora, ya estamos lis­tos para la pr imera lecc ión .

Lo anterior no significa que Bruce me hubiera impedido en­ju ic ia r con una mente cr í t ica sus enseñanzas . De hecho, él aceptaba con gusto cualquier d iscus ión y hasta la argumenta­c ión . S in embargo, cuando se le d i scu t ía demasiado tiempo al­g ú n punto, replicaba siempre:

— Por lo menos, vacía tu taza y has un esfuerzo.

* Sifu: maestro (N. del T.).

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Posteriormente supe que Bruce siempre p o n í a en p r á c t i c a lo que e n s e ñ a b a . De joven, en H o n g K o n g , h a b í a estudiado wing-chun, una de las ramas de kung-fu, con el cé lebre maestro Y i p M a n . Cuando , siendo un adolescente, l legó a los Estados U n i ­dos, observó el kenpo-karate de Ed Parker y t o m ó de él muchas t écn icas manuales que le gustaron. D e l tae-kwon-do a d o p t ó las devastadoras patadas que hacen que el estilo coreano sea algo tan formidable. Es tud ió t a m b i é n otros estilos de las artes mar­ciales, tomando de todos ellos lo que juzgaba út i l . A u n q u e lo consideraron uno de los mejores artistas marciales de su tiem­po, estaba siempre aprendiendo, siempre en un proceso cons­tante de cambio y mejoramiento. C o n toda certeza, él siempre mantuvo vac ía su taza.

Bruce no sólo h a b í a desarrollado sus habilidades físicas has­ta un grado de perfecc ión, sino que t a m b i é n agud izó la mente con el estudio del Zen. En Los Ánge les , el estudio de su casa es­taba atestado hasta el techo con gastados v o l ú m e n e s de los maestros del Zen escritos en chino y en inglés .

H a n pasado muchos años desde mi pr imera lección con B r u ­ce y a la fecha me encuentro a la mi t ad de la cincuentena. C o n medio siglo de experiencia a mis espaldas, en ocasiones a ú n me impaciento con alguna nueva idea o t écn ica . S in embargo, cuando a c t ú o con impaciencia o d o g m á t i c a m e n t e seguro de mí mismo, recuerdo la lecc ión que Bruce me dio y trato de vaciar mi taza para hacerle lugar a los nuevos m é t o d o s e ideas.

Ésa fue mi pr imera lecc ión verdadera del Zen en las artes marciales y de su ap l i cac ión a la vida. . . aunque en ese enton­ces no la r econoc í como Zen. Para m í , era simplemente buen sentido. . . que es precisamente lo que el Zen es.

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ES EL PROCESO, NO EL RESULTADO

El maestro Bong Woo Han es un coreano de mediana estatu­ra cuya cabeza está completamente llena de cabello gris. Hay una calmada autoridad en todo lo que dice y hace. Ninguna de sus palabras o movimientos es superfluo. Es el tradicional artis­ta marcial que aprendió el hapkido con su maestro de Corea, el cual, a su vez, lo aprendió con su maestro, al que habían ense­ñado toda una larga y continua fila de otros maestros. Una se­sión con el maestro Han no es solamente un entrenamiento, si­no también una lección de la vida. Siempre que salgo de su do-jang me siento enriquecido.

Tenía yo cincuenta años de edad cuando inicié el estudio del hapkido con el maestro Han. Desde el principio, el proceso del aprendizaje fue lento y con frecuencia difícil para mí, ya que el hapkido exige un cuerpo extremadamente flexible. El mío se había endurecido con la edad y tenía problemas con la espal­da, los cuales afectaban mi equilibrio y hacían que cualquier patada que tirara más arriba del nivel de la cintura me produ­jera un dolor intenso. Mi aprendizaje se complicaba todavía

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más por la presencia de hombres mucho más jóvenes que po­dían hacer con toda facilidad lo que a mí me costaba un es­fuerzo tremendo y una gran concentración. Hubo muchas oca­siones en las que estuve a punto de abandonarlo todo, hecho que el maestro Han reconocía.

Una tarde, después de una sesión de práctica, el maestro Han me invitó a tomar el té con él. Una vez que hubo llenado las tazas, empezó a decirme:

— Nunca aprenderás a hacer apropiadamente ningún es­fuerzo a menos que estés dispuesto a darte tiempo a ti mismo. Me imagino que estás acostumbrado a que todo se te haga fá­cil , pero ésa no es la forma de vida en las artes marciales.

— Soy paciente —repuse. — No estamos hablando ahora de paciencia —contestó él.

Ser paciente es tener la capacidad de una resistencia calmada. El darte tiempo a ti mismo es trabajar activamente hacia un objetivo sin fijarte un límite a cuánto tiempo deberás emplear.

Había puesto el dedo en la llaga. Yo me había fijado una de­terminada cantidad de tiempo para llegar a ser razonablemen­te eficiente en su estilo y me estaba frustrando yo mismo por­que, al parecer, no iba a alcanzar la meta con la prontitud ne­cesaria. Una vez eliminado el fin del plazo que me había fija­do, sería como quitarme un gran peso de encima. Sin embar­go, ahora podía ver que mi enfoque estaba equivocado. Esta­ba haciendo lo mismo que había hecho con el hapkido. Debía concentrarme en el proceso de trabajar en el libro en vez de en su terminación. Una vez que liberara mi mente del apremio del tiempo y atacara la tarea del libro sin un límite arbitrario, po­dría dedicarme a escribirlo y a trabajar sin ansiedad alguna.

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VIVA EL MOMENTO

Un día, mientras practicaba en el dojang del maestro Han, ejecutaba los movimientos del hapkido en forma mecánica, ha­ciendo de forma muy deficiente aquello que sabía hacer bien y volteando a ver el reloj a cada momento.

— Tu mente está en otra parte —observó el maestro Han, al cabo de unos minutos.

Tuve que admitir que, en realidad, mi mente estaba lejos de ahí. Apenas si me las había arreglado para hacerle lugar a mi lección entre dos citas de negocios.

El maestro Han me hizo una reverencia, significando con eso que la lección había terminado.

Una vez vestido con ropa de calle, iba a salir del dojang cuando me lo encontré en la puerta, esperándome.

— Debes aprender a vivir en el presente —me aconsejó—, no en el futuro ni en el pasado. El Zen enseña que la vida debe vi­virse en el momento. Al vivir en el presente estás en contacto completo contigo mismo y con tu medio ambiente, tu energía no se disipa y siempre la tienes a tu disposición. En el presente

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no hay remordimientos, como en el pasado; por otra parte, al pensar en el futuro diluyes el presente. El tiempo para vivir es ahora.

"Mientras lo que hagas en el presente sea exactamente lo que estás haciendo en ese momento y nada más, eres uno conti­go mismo y con lo que estás haciendo. . . y eso es el Zen, el ha­cer lo que estás haciendo en toda su plenitud."

Reflexioné luego en lo que el maestro Han había dicho. Una de las razones principales por las que me gustan las artes mar­ciales, es porque exigen una concentración total. Durante unas horas cada semana puedo aislarme de todos los problemas y presiones de mi vida diaria. La rapidez con que tiene lugar un encuentro o sesión de práctica de las artes marciales, no deja lugar o tiempo entre dos "puntos" para la reflexión.

Pero ese día yo me había permitido distraerme y mis pensa­mientos estaban divididos entre la junta que acababa de termi­nar y la que iba a tener lugar dentro de pocos minutos. Mi mente no había estado en la actividad del momento.

Entonces recordé con cuánta frecuencia, al estar trabajan­do, dejaba que mi mente divagara de esa manera, disipando al mismo tiempo energía y concentración, y tomé la decisión de que me entrenaría yo mismo para que tal cosa no volviera a ocurrir. A cada una de mis actividades le daría mi concentra­ción más absoluta. Cuando regresé a mi oficina, escribí en una pequeña tarjeta de archivo "Vive el Momento" y, con una chinche, la clavé en mi escritorio.

Hasta la fecha esa tarjeta sigue donde la clavé, y vuelvo a leerla cada vez que me percato de que me estoy distrayendo. Desde ese día, continuamente recuerdo concentrarme en el momento en lugar de dejar que mi mente divague en el pasado o hacia el futuro.

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SUPERE LA PRECIPITACIÓN

Estaba tomando té con el maestro Han en su oficina, cuando llegó el cartero trayendo una carta que enviaba la familia del maestro desde Corea.

Sabiendo que él había aguardado ansiosamente esa carta, hice una pausa en nuestra conversación, esperando que él abriera el sobre y se precipitara a leer su contenido. En vez de eso, el maestro hizo la carta a un lado, se volvió hacia mí y con­tinuó con nuestra conversación.

Al día siguiente le comenté el gran control de sí mismo que poseía, y le comenté que yo me hubiera puesto a leer la carta ai instante.

Hice lo que hubiera hecho si hubiera estado solo - repu­so. Hice la carta a un lado hasta haber superado la precipita­ción. Luego, cuando le puse la mano encima, la abrí como si I uera algo precioso.

Durante unos momentos, quedé intrigado con su comentario labiendo que su intención era la de que eso fuera una lección para mí. Finalmente declaré que no comprendía a qué condu-< i .1 i anta paciencia.

Conduce a esto —me contestó. Los que son pacientes en las cosas triviales de la vida y saben controlarse, un día tendrán el mismo dominio en las cosas grandes e importantes.

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CONOZCA SUS

LIMITACIONES

Después de una lección, Bruce Lee y yo estábamos tomando dim sum, un desayuno tradicional chino consistente en paste­lillos rellenos de carne, en un restaurante del centro de Los Án­geles. Yo aproveché la oportunidad para confesarle que me sen­tía desanimado. A los cuarenta y cinco años de edad, me consi­deraba un viejo y sentía el cuerpo demasiado rígido para lograr una verdadera habilidad en el jeet-kune-do.

—Nunca aprenderás nada nuevo a menos que estés dispuesto a aceptarte con tus propias limitaciones —repuso Bruce. Tie­nes que aceptar el hecho de que estás capacitado en algunas direcciones y limitado en otras, y debes desarrollar tus habili­dades.

— Sin embargo, hace diez años podía tirar una patada por encima de mi cabeza con toda facilidad —repuse. Ahora, ne­cesito media hora de calentamiento para poder hacerlo.

Bruce colocó sus platillos para comer junto al plato, se puso las manos en los muslos y me sonrió:

— Eso fue hace diez años —me dijo tranquilamente. Ahora

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eres más viejo y tu cuerpo ha cambiado. Todos tenemos limita­

ciones físicas qué superar. — Para ti es fácil decir eso — repliqué. Si alguien ha nacido

con habilidad natural para las artes marciales, ese alguien eres tú.

Bruce se rió. — Voy a decirte algo que muy pocos saben — me confió. Yo

llegué a ser artista marcial a pesar de mis limitaciones. Me quedé asombrado. En mi opinión, Bruce era un espéci­

men físico perfecto y así se lo dije. — Probablemente no te has dado cuenta — prosiguió— , pero

mi pierna derecha es un poco más de dos centímetros más corta

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que la izquierda. Ese defecto fue el que me impuso la mejor postura para mí. . . con la pierna izquierda adelantada. Des­pués descubrí que, por tener la pierna derecha más corta, tenía una ventaja con cierto tipo de patadas, ya que un paso desigual me daba un ímpetu mayor.

"Además uso lentes de contacto. Desde mi niñez he sido cor­to de vista, lo cual significa que, cuando todavía no usaba len­tes, me costaba trabajo ver al oponente si éste no estaba cerca. Originalmente empecé a estudiar wing-chun porque ésa es una técnica ideal para el combate cuerpo a cuerpo.

"Acepté mis limitaciones por lo que eran y les saqué pro­vecho. Y eso es lo que tú tienes que aprender a hacer. Dices

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que no puedes patear a una altura mayor que la de tu cabeza sin un calentamiento largo, pero la pregunta fundamental es ésta: ¿Es realmente necesario patear a esa altura? En realidad, sólo hasta hace muy poco tiempo los artistas marciales empeza­ron a patear a una altura superior a la de la rodilla. Las pata­das a la cabeza son principalmente para exhibición. Así es que perfecciona tus patadas a la altura de la cintura y serán tan formidables que nunca necesitarás patear más arriba.

"En lugar de tratar de hacer todo bien, has perfectamente las cosas que seas capaz de hacer. Aunque la mayoría de los ar­tistas marciales expertos se han pasado largos años practicando cientos de técnicas y movimientos, en un encuentro, o kumite, un campeón puede en realidad usar únicamente cuatro o cinco técnicas una y otra vez. Esas son las técnicas que él ha perfec­cionado y de las que sabe que puede depender."

Yo protesté:

— Pero el hecho sigue siendo que mi adversario real es el pa­so de los años.

— Deja ya de compararte a ti mismo a los cuarenta y cinco años, con el que eras a los veinte o a los treinta — contestó Bru­ce. El pasado es una ilusión. Debes aprender a vivir en el pre­sente y aceptarte a ti mismo como eres actualmente. Y lo que te falta en agilidad y flexibilidad, debes compensarlo con conoci­mientos y una práctica continua.

En los meses siguientes, en vez de gastar el tiempo tratando de hacerme tan flexible como para poder patear a la altura de la cabeza, me puse a trabajar en las patadas a la altura de la cintura hasta que incluso Bruce se mostró satisfecho con mi de­sempeño.

Luego, un día, a fines de 1965, me fue a visitar para despe­dirse antes de salir para Hong Kong donde, según me dijo, se iba a convertir en la estrella más grande del cine.

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— ¿Recuerdas nuestra conversación acerca de las limita­ciones? — preguntó. Yo estoy limitado por mi estatura y mi di­ficultad con el inglés, además del hecho de que soy chino, pues nunca ha habido una gran estrella china en las pantallas norte­americanas. No obstante, he dedicado los tres últimos años a estudiar películas y pienso que el tiempo es propicio para una buena película sobre las artes marciales. . . y yo soy el mejor equipado para ser la estrella. Mis aptitudes sobrepasan a mis li­mitaciones.

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HASTA LOS MAESTROS TIENEN SUS

PROPIOS MAESTROS

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Ed Parker, por ejemplo, se considera un novicio si se compa­ra con Wil l iam Chow, su maestro de Hawaii; el maestro Bong Soo Han habla con reverencia de la habilidad de su maestro de Corea, Yong Sul Choi; Bruce Lee siempre hablaba con asom­bro de su maestro de Hong Kong, Y ip Man, quien fue también el sifu de J im Lau; Stan Schmidt, de Sudáfrica, atraviesa la mi­tad del mundo hasta Los Ángeles una vez al año para estudiar con su maestro, Nishyama; mientras que Camilla Fluxman, de Los Angeles, vuelve a su hogar, en Sudáfrica, cada vez que pue­de, para estudiar nuevamente con su maestro, Stan Schmidt. Ese interminable círculo de estudiante y maestro les da a am­bos, maestro y estudiante, la sensación de que forman parte de un continuo de aprendizaje.

Mi propia experiencia del aprendizaje de las artes marciales ha sido siempre como una escalera con incontables descansos. Con cada paso hacia arriba, la meta —la unificación espiritual y física de cuerpo y mente— parece estar más cercana, pero siempre hay descansos, o altiplanos, en los que el aprendizaje parece detenerse, con la escalera subiendo interminablemente hacia lo alto. En esas ocasiones, muchas veces me he sentido frustrado y desalentado. Les he mencionado esa experiencia a diferentes amigos de las artes marciales y cada uno de ellos ha admitido que él, también, ha arribado a ese altiplano de vez en cuando. Dicha experiencia es común a todos nosotros.

George Waite, mi buen amigo y mentor, recordaba los días cuando su cinta era café y cómo se desanimaba cuando veía a alguien mucho mejor que él, a pesar de que él se consideraba bueno.

— Cuando ocurría eso —decía—, acostumbraba ir al dojo a observar a los de cinta blanca. Veía entonces que, comparado con ellos, yo era bueno. Regresaba después a observar a los de cinta negra y volvía a inspirarme viendo cuan mejor me era po­sible llegar a ser. Cuando al fin llegué a ser cinta negra, com-

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En la mayoría de las disciplinas de las artes marciales, el es­tudiante novato usa una cinta blanca que, de acuerdo con la tradición, simboliza la inocencia. Con el paso del tiempo la cinta se ensucia con el manejo y el uso, por lo que la segunda etapa del aprendizaje se simboliza por medio de una cinta café. Pasa el tiempo y la cinta se va oscureciendo más hasta que se pone negra. . . y ésa es la etapa de la cinta negra. Con todavía más uso, la cinta negra empieza a raerse y se va poniendo casi blanca, significando con eso que su dueño está regresando a la 'inocencia. .*. una característica Zen de la perfección humana.

Muchos sistemas de artes marciales tienen cintas de varios colores entre el blanco y el café, así como diferentes grados de café y de negro, lo cual es un constante recordatorio para el es­tudiante de que todavía hay mucho más qué aprender más allá de cualquier grado de eficiencia que él o ella pueda haber ad­quirido hasta esos momentos. Y ese recordatorio se extiende (hasta con los maestros, cada uno de los cuales tiene un maestro antes que él.

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prendí que realmente no sabía yo nada comparado con mi sifu, y me desanimé hasta que éste me dijo cuan grande había sido su maestro.

A pesar de mis muchos años de estudio de las artes mar­ciales, reconozco lo poco que sé realmente comparado con los maestros de los mismos. Sólo comparándome constantemente con alguien mejor que yo he podido ir mejorando. Realmente, es algo inspirador saber que hasta los maestros tienen maestros y que todos somos aprendices.

El rey Hsuan, de Chou, oyó hablar de Po Kimg-i , quien era con­siderado el hombre más fuerte de su reino. El rey se decepcionó al conocerlo, pues Po se veía débil. Cuando el rey le preguntó qué tan fuerte era, Po dijo humildemente: "Puedo romperle una pata a un saltamontes de primavera y resisto el viento que produce una cigarra en el otoño". Estupefacto, el rey exclamó: "Yo puedo desgarrar cueros de rinoceronte y arrastrar a nueve búfalos por la cola y, no obstante, me avergüenzo de mi debili­dad. ¿Cómo puedes entonces ser tan famoso?" Po sonrió y res­pondió tranquilamente: " M i maestro fue Tzu Shang-Chi'ui, cu­ya fuerza no tenía igual en el mundo, pero ni sus parientes lo sabían porque él nunca la usó".

ANÓNIMO

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ALARGUE SU LINEA

Me encontré por primera vez con el maestro de kenpo-karate, Ed Parker, en 1952, en un gimnasio de Beverly Hills donde le rentaban espacio. Ed es un hawaiano bien parecido de 1.83 m de estatura y una cabeza coronada por una tupida mata de cabello negro. A primera vista me hizo pensar en un frondoso árbol, con sus brazos como gruesas ramas y sus pies descalzos firmemente anclados en un tapete de lona. (A pesar de su gran estatura, es un torbellino en movimiento). Llevaba puesto un delgado uniforme de algodón de dos piezas al que son muy afectos los artistas marciales. El uniforme, al igual que su cinta negra, blanqueaba ya en varios sitios a fuerza de uso y de repetidas lavadas. El rostro de Ed era sereno y pacífi­co, como si acabara de meditar.

Aún recuerdo una de mis sesiones iniciales en su dojo de Los Ángeles, donde estaba yo practicando kumite (entrenamiento) con un oponente más hábil. Para compensar mi falta de conoci­mientos y experiencia, probaba movimientos súbitos y engaño­sos que eran fácilmente anulados. El otro era sencillamente su-

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perior a mí y Parker observaba la vapuleada que me estaba dan­do. Al terminar el encuentro yo estaba sencillamente abatido.

Parker me invitó a su oficina, un cuarto pequeño escasamen­te amueblado, con sólo un escritorio maltratado y unas sillas viejas.

— ¿Por qué estás tan turbado? —me preguntó. — Porque no pude hacer nada. Parker se puso en pie detrás del escritorio y con un gis trazó

una línea blanca en el suelo como de metro y medio de largo. — ¿Cómo puedes acortar esa línea? —me preguntó. Me quedé observando la línea y le ofrecí varias respuestas,

entre ellas la de cortar la línea en varios pedazos. Él movió la cabeza y trazó una segunda línea, esta vez más

larga que la primera. — ¿Y ahora, cómo se ve la primera línea? —preguntó. — Más corta —contesté. Parker asintió en silencio. — Siempre es preferible mejorar y robustecer la propia línea

y conocimientos que tratar de cortar la del oponente. Me acompañó hasta la puerta y agregó: — Piensa en lo que acabo de decirte. Lo pensé y estudié con ahínco los meses siguientes, desarro­

llando más mis capacidades y ampliando mis conocimientos y mi habilidad. La siguiente vez que me encontré en la lona con el mismo oponente, él también había mejorado, pero lo hice mucho mejor que la vez anterior, porque ya había ampliado mis conocimientos y desarrollado más mis habilidades.

No mucho después comprobé que podía aplicar el principio que Ed me había enseñado, a mi manera de jugar tenis. Como ávido jugador de tenis de fines de semana, con frecuencia me veía enfrentado a jugadores mejores que yo y, cuando las cosas me empezaban a pintar mal, muchas veces echaba mano de trucos. . . como rebanar la bola, tratar de golpearla con efecto

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o recurrir a toda clase de artimañas. Sin embargo, invariable­mente me derrotaban y me sentía frustrado. Y era que, en lu­gar de tratar de mejorar mi juego, trataba de "acortarles su línea" a los contrarios. Hasta que reconocí que tenía que jugar a mi máxima capacidad en lugar de tratar de ech?r a perder el juego de mis contrincantes. Teniendo siempre presente el con­sejo de Parker, mi juego pronto mejoró.

Han pasado casi treinta años desde aquello y, mientras tan­to, Parker les ha enseñado su arte a miles de estudiantes. Aun después de que han dejado de verse, ellos siguen considerándo­lo un buen amigo. . . y como a un sabio y amable sifu que en­carna el espíritu y la filosofía de las artes marciales.

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NO MOLESTAR

Muchas de mis lecciones de jeet-kune-do con Bruce Lee las compartí con Stirling Silliphant, uno de los argumentistas de mayor éxito en Estados Unidos. Muchas veces, después de las lecciones, los tres íbamos al patio trasero de mi casa y, armados con sendos jugos de frutas, nos sentábamos a conversar. Esos momentos eran preciosos para mí porque, invariablemente, obtenía un panorama interno de uno de ellos o de mis dos ami­gos.

En una de esas ocasiones hablamos de la diferencia que hay entre desperdiciar el tiempo y gastar el tiempo. Bruce fue el primero en hablar.

— Gastar el tiempo es pasarlo de una manera específica — dijo. Estamos gastándolo durante las lecciones del mismo modo como lo estamos gastando ahora en la conversación. Des­perdiciar el tiempo es gastarlo en forma irreflexiva o sin el me­nor cuidado. Todos tenemos tiempo para gastar o desperdiciar y nos corresponde a nosotros decidir qué hacer con él. Sin em­bargo, una vez pasado, el tiempo se ha ido para siempre.

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— Es el bien más precioso que poseemos — comentó Stirling. Yo siempre considero mi tiempo como si estuviera dividido en infinitos momentos o transacciones o contactos. Cualquiera que robe mi tiempo me está robando la vida porque me está quitando mi existencia. Conforme voy envejeciendo compren­do que el tiempo es lo único que me queda. Así pues, cuando alguien me aborda con algún proyecto, calculo el tiempo que me costará realizarlo y luego me pregunto a mí mismo, "¿Deseo gastar semanas o meses del poco tiempo que me queda en este proyecto? ¿Vale la pena o simplemente estoy desperdiciando mi tiempo?" Si considero que el proyecto tiene su valor, lo llevo a cabo.

"Aplico la misma medida a las relaciones sociales. No voy a permitir que nadie me robe mi tiempo. He limitado mis amis­tades a aquellas personas con quienes el tiempo se pasa feliz­mente. Hay momentos en mi vida — momentos necesarios— en los que no hago nada, pero ésa es decisión mía. La decisión de cómo gasto mi tiempo es sólo mía y no la dictan las conven­ciones sociales."

Una vez que Stirling terminó de hablai, Bruce se quedó mi­rando el espacio durante unos momentos. Cuando al fin habló, fue para preguntar si podía usar el teléfono.

Cuando regresó, Bruce venía sonriendo. — Acabo de cancelar una cita —dijo. Era con alguien que

quería desperdiciar mi tiempo, no ayudarme a gastarlo. Al marcharse, Bruce se volvió hacia Stirling y le dijo: — Hoy fuiste el maestro. Por vez primera me di cuenta de

cuánto tiempo he desperdiciado con ciertas personas. Nunca antes se me había ocurrido que estuvieran robándome la exis­tencia, pero así era.

En esa época de mi vida, tenía muchos amigos que acos­tumbraban llegar de visita o llamarme por teléfono a cualquier hora. Porque soy escritor y trabajo en mi casa, ellos suponían 49

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LA INACTIVIDAD ACTIVA

Bronislaw Kaper, quien me inició en las artes marciales hace más de veinte años, me introdujo también a otra noción intere­sante. . . la de no hacer nada de una manera consciente. Bronny es cortesano, elegante y todo un caballero a la manera euopea. Nacido en Polonia y educado en Varsovia y Berlín, fue campeón juvenil de sable cuando tenía dieciocho años y si-, fue siendo considerado uno de los mejores espadachines con sable de la costa occidental, aunque ya anda cerca de los setenta años

Un día lo llamé por teléfono para invitarlo a almorzar. - Lo siento — dijo Bronny — , pero hoy es mi día de no hacer nada.

Yo protesté.

Es que almorzar es no hacer nada sino comer —le argüí. Bronny soltó la risa.

Si hago una cita para almorzar contigo, mi querido amigo repuso— , debo hacer algo, y hoy es mi día de no hacer nada.

Explícate, por favor —le rogué.

— En nuestra vida moderna —me explicó— no dejamos campo para espacios vacíos, para no hacer nada. Ese concepto de no hacer nada, que no tiene relación con simplemente no hacer algo, es también una actividad y un ejercicio.

"Comparemos el no hacer nada con una pausa en la música — prosiguió. Esa pausa no es una ausencia de música, sino par­te integrante de la composición. Si un director no mantiene una pausa en su valor completo, es como si estuviera haciendo un corte en la carne. Ya lo dijo Claudio Debussy, 'La música es el espacio entre las notas'. Los maestros del buen fraseo, como los artistas marciales, son hombres que les prestan tanta aten­ción a las pausas y a los silencios (inactividad) como a la acción misma."

Lo que Bronny parecía querer decir era que' ana pausa signi­ficativa le permitía a uno evaluar dónde se encontraba. La si­guiente vez que vi a Bruce Lee, le referí mi conversación con Bronny.

Bruce echó a reír y dijo: — Está en lo cierto, ¿sabes? La pausa, a la mitad de la ac­

ción, es también uno de mis secretos. Muchos artistas marciales atacan con la fuerza de un huracán, sin detenerse a observar cuál es el efecto de su ataque sobre el oponente. Cuando yo ataco, trato siempre de hacer una pausa —una acción deteni­da— para estudiar a mi oponente y sus reacciones antes de vol­ver a entrar en acción. Yo incluyo pausa y silencio junto con la actividad, dándome así tiempo para sentir mis propios proce­sos internos así como los de mi oponente.

Años más tarde, mucho después de que Bruce se fue a Hong Kong a hacer películas, comprendí finalmente cuan importan­te era esa "acción detenida" para su arte. La mayoría de los ar­tistas marciales emplean un patrón fijo de técnicas una y otra vez, pero Bruce Lee nunca se encerró en una rutina. El, en cierto sentido, llevaba constantemente un registro del impacto

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medioambiental de su propia actividad. . . haciendo una pau­sa para evaluar, ajustar y corregir de acuerdo con las exigen­cias de la situación. El nunca permitió que fuera el oponente el que dictara sus acciones. En vez de eso, él forzaba al oponente a reaccionar de acuerdo con él, haciendo pausas frecuentes pa­ra reagrupar y reformar su enfoque.

Recientemente encontré una manera de hacer encajar esa idea abstracta de la "acción detenida" en mi propia vida. Du­rante algún tiempo permití que fuera mi programa de trabajo el que gobernara mi vida. Luego, un día, me sentí abrumado por la presión y me di cuenta de que había cierto paralelo con mis experiencias en la estera de combate cuando me las tenía que ver con un oponente irresistible. En esas ocasiones, recor­daba las palabras de Bruce y hacía una pausa para reagrupar mis propios medios y luego intentaba tomar la iniciativa ¿Por qué no habría de dar resultado ese método con mi problema actual?

A pesar de todas las presiones, decidí tomar un día libre, ha­cer una pausa durante la cual aceptaría no hacer nada y estu­diar la situación. Dicha pausa obró maravillas en mi caso. Pu­de evaluar el predicamento en que me encontraba, decidí qué curso de acción emprender y me dije a mí mismo que tomaría la iniciativa para determinar el programa de mi propia vida. Había descubierto que el no hacer nada a veces puede ser algo más importante que hacer algo.

La mente no debe estar en ninguna parte en particular

TAKUAN

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LA ACTIVIDAD INACTIVA

J im Lau, mi sifu en wing-chun, tiene veintiocho años de edad y fue fundido en el mismo molde que Bruce Lee. De jo­ven, Lau estudió wing-chun en Hong Kong con el maestro de Mruce Lee, el legendario Yip Man. Lau es esbelto y de estatura mediana, con unos brazos y piernas como de acero templado, pero es tan flexible como una vara de sauce. Puede tener la frente pegada a la de su oponente y, aun así, patearle a éste la quijada.

Cuando fui a visitar la academia de wing-chun que J im Lau tiene en Los Angeles, en lo que antiguamente era una tienda, me sorprendió observar que todos los estudiantes estaban en topas de calle. Lau mismo lucía una camiseta roja de manga corta, con un dibujo del ratón Miguelito, y pants azules de entrenamiento. Cuando nos presentaron le hice una reverencia,

como se acostumbra cuando uno conoce a un artista marcial de alto rango,

pero él lo ignoró, me estrechó la mano e insistió en que lo llamara Jim.

Ese aire de informalidad es típico del wing-chun, al que también llaman "pugilismo chino", el cual es actualmente uno de los estilos de artes marciales más populares en Hong Kong y en Europa, y que está ganando una rápida popularidad en Es­tados Unidos por su simplicidad y enfoque realista en el com­bate. En el wing-chun no hay sistemas de rangos ni cintas de colores para distinguir al novato del instructor. Cuando un es­tudiante ha alcanzado cierto nivel de eficiencia, el sifu puede darle un pequeño medallón o algún regalo personal como muestra de aprecio.

A diferencia de Bruce, quien había decidido llegar a ser estrella de cine, la ambición principal de J im Lau es la de tras­mitirle su arte a un número cada vez mayor de devotos seguido­res, la mayoría de los cuales le han llegado con cierta experien­cia en otras artes marciales. A pesar del estilo informal de ense­ña r que posee Jim, éste siente una gran responsabilidad por el progreso y bienestar de cada uno de sus alumnos.

Un día estábamos practicando "manos pegadas", un ejerci­cio en el que ias manos de uno parecen estar pegadas a las del oponente. . . de ahí su nombre. A lo largo de su entrenamien­to, los estudiantes de wing-chun aprenden a interpretar los mensajes silenciosos que telegrafían las manos de su compañe­ro. La manera como una mano se retira puede indicar un cam­bio en el peso del cuerpo, un cambio de postura y/o la pro­bable dirección del golpe siguiente. Eso puede ofrecer una pis­ta de si el siguiente golpe será un uppercut*, un golpe volado de casa redonda o un golpe recto. El perder contacto con la mano del compañero le permite a éste golpearlo a uno. El

empujar contra la mano del adversario lo extiende demasiado a uno y puede perder el equilibrio fácilmente.

* Golpe corto hacia arriba.

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E n ese e j e r c i c i o , a m b o s compañeros t r a t a n d e i n t e r p r e t a r l a s

señales de l o t ro y de d i s i m u l a r las p r o p i a s . La técnica le enseña

a u n o a p a r a r un a t a q u e i n m i n e n t e y , a u n así, m a n t e n e r s e

c e n t r a d o y en c o n t r o l de la situación, s i n r e a c c i o n a r en exceso

n i q u e d a r s e co r t o . E l r e s u l t a d o , c o n f r e c u e n c i a , e s u n es tanca ­

m i e n t o .

Ese e j e r c i c i o m e f r u s t r a b a p o r q u e J i m podía leer m i s i n t e n ­

c iones en m i s m a n o s a través de la s e n s i b i l i d a d de su t o q u e , casi

c o m o u n s u p e r d o t a d o m e n t a l lee las m e n t e s d e o t ras personas .

Con frecuencia me impacientaba e intentaba descargar un golpe,

pero Jim sentía mi intención cada vez y contrarrestaba el

m o v i m i e n t o a u n antes d e q u e y o l o h i c i e r a , sorprendiéndome

s i e m p r e fue ra de e q u i l i b r i o . F i n a l m e n t e , d a b a un paso atrás y

l e v a n t a b a u n a m a n o , i n d i c a n d o c o n eso q u e l a lección había

t e r m i n a d o .

U n a vez t e r m i n a d a l a lección, l o acompañé has t a s u automó­

v i l y me d i j o :

" D e b e s a p r e n d e r a de j a r q u e la p a c i e n c i a y la i n m o v i l i d a d se

s o b r e p o n g a n a la a n s i e d a d y a la a c t i v i d a d f u r i o s a p o r e l a n s i a

de h a c e r a l go . E n t r e los ar t i s tas m a r c i a l e s de l g r a d o más a l t o ,

n o hay c a b i d a más q u e p a r a u n a so la equivocación. A n t e s d e u n

i n t e r c a m b i o d e go lpes p u e d e n t r a n s c u r r i r va r i os m i n u t o s d e

paciencia controlada y de planeamiento mientras cada continuante,

respectivamente, observa a su oponente, estudiando

su posición o pos tura , v i g i l a n d o , c o n c i b i e n d o ideas y c a r g a n d o su

energía. Cuando uno de ellos piensa que va a atacar, su oponente

puede cambiar de postura rápidamente. Si ha reaccionado

de más, su oponente toma nota de eso mentalmente, ya que

e sa e s u n a d e b i l i d a d q u e más t a rde intentará a p r o v e c h a r en

Ventaja s u y a .

"Un b u e n j u g a d o r r e c onoce esos m o v i m i e n t o s p o r l o q u e son :

un proceso de sondeo y exper imentación. El b u e n j u g a d o r es

p a c i e n t e . Se m a n t i e n e o b s e r v a n d o , c o n t r o l a n d o su p a c i e n c i a y

o r g a n i z a n d o s u c o m p o s t u r a . C u a n d o v e u n a o p o r t u n i d a d , ex­

p l o t a " .

T i e m p o después tuve o p o r t u n i d a d d e p r e s e n c i a r u n " c r u z a ­

m i e n t o de m a n o s " o c o m b a t e e n t r e dos maes t r o s de las artes

m a r c i a l e s . Y o asistí e s p e r a n d o ve r e l d e sp l i e gue magní f i co d e

u n o s acróbatas r e l a m p a g u e a n t e s y de u n o s m i e m b r o s c o m o dos

t o r b e l l i n o s . En vez d e eso, v i a dos h o m b r e s en p o s t u r a de c o m ­

b a t e estudiándose m u t u a m e n t e c o n t o d a atención d u r a n t e va­

r ios m i n u t o s . A d i f e r e n c i a d e l b o x e o , no había f in tas n i a m a g o s 59

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t en ta t i vos . D u r a n t e cas i t o d o e l t i e m p o , los maes t r o s s e m a n t u ­

v i e r o n inmóviles, c o m o estatuas . De r e p e n t e , u n o d e e l los ex­

plotó e n m o v i m i e n t o t a n rápidamente, q u e n i s i q u i e r a p u d e

p e r c i b i r l o q u e había s u c e d i d o , a u n q u e s í v i q u e su o p o n e n t e

saltó h a c i a atrás. E l c o m b a t e había t e r m i n a d o y los maes t r o s se

h i c i e r o n m u t u a m e n t e u n a r e v e r e n c i a .

E n m i s i gu i en t e lección l e conté a J i m l o q u e había v is to .

— A h o r a ya has v is to e l p o d e r de l a p a c i e n c i a c o n t r o l a d a so­

b r e l a es tera — d i j o él. Lo m i s m o se a p l i c a a los p r o b l e m a s de la

v i d a . C u a n d o sur j a u n p r o b l e m a , n o c o m b a t a s c o n é l n i t rates

de n e g a r l o . Acép ta l o y reconócelo. Sé p a c i e n t e en la búsqueda

de u n a solución o a p e r t u r a y l u e g o entrégate p l e n a m e n t e a la

solución q u e j u z g u e s más a d e c u a d a .

Usted y su oponente son uno. Entre ustedes hay una relación coexistente. Usted coexiste con su oponente y se convierte en su complemento' absorbiendo sus ataques y usando la fuerza de él para dominarlo.

BRUCE LEE

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EXTIENDA SU Kl

Llegué tarde al aikido, "el arte suave", en mis estudios de las artes marciales. Ya conocía el aikido, por supuesto, y me inte­resaba aprenderlo algún día, pero estaba enfrascado en el ka-rate y pensé que podría esperar. Luego, durante una visita que hice a Londres hace algunos años, me fijé en un cartel donde anunciaban una conferencia sobre aikido y decidí asistir a ella.

La conferencia tuvo lugar en una tienda que habían conver­tido en un pequeño dojo a la sombra de la torre de la oficina de correos de Londres. El salón de prácticas estaba abarrotado de espectadores sentados con las piernas cruzadas en una estera, observando al maestro, un japonés joven que lucía una blusa blanca y una hekama, o falda negra, que es la vestimenta de los maestros de aikido.

El joven se veía frágil y vulnerable cuando se enfrentó a me­dia docena de jóvenes fornidos que lo rodearon en forma ame­nazante. Cuando empezaron a acercársele, el maestro se man­tuvo inmóvil, calmado y sereno, de pie en el ojo del huracán. Repentinamente, con fuertes gritos, lo atacaron al unísono.

Lo que sucedió entonces fue algo magnífico. Pareció como que el maestro fluía como una corriente de agua sobre los hom-

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bres. Remolineando entre ellos, su falda negra parecía rodear­los. Cada vez que alguno de ellos descargaba un golpe en su cuerpo, él ya no estaba ahí. Del mismo modo como cuando un giroscopio gira cada vez más aprisa, su movimiento parece más calmado, sucedía lo mismo con el maestro mientras desviaba la energía de sus atacantes y los iba proyectando, uno tras otro, fuera de la melée.

Todo terminó en unos momentos. El maestro, aún calmado, con una leve sonrisa en los labios, se volvió hacia el auditorio e hizo una reverencia bajo una catarata de aplausos. Luego, se inclinó humildemente ante los estudiantes atacantes, quienes, a su vez, se inclinaron respetuosamente ante él.

Las acciones del maestro se habían visto tan sin esfuerzo que yo sabía que había algo bajo la superficie que no podía verse, que no podía explicarse. Así era, confirmó él. Era el ki, la energía o fuerza invisible de la vida que no puede verse, pero que la mayoría de los artistas marciales, especialmente los aikidoístas, tratan de desarrollar.

Como una demostración adicional del ki , el maestro invitó a cualquiera de los espectadores que así lo deseara, a que intenta­ra levantarlo de la estera. Eso me pareció algo relativamente fá­ci l , así es que me ofrecí. Sujeté firmemente al joven alrededor de la cintura y traté de levantarlo, pero ni siquiera pude moverlo. Aunque yo pesaba por lo menos veinte kilos más que él, parecía haber echado raíces en el suelo. Él me pidió entonces que lo gol­peara pero, aun antes de que mi puño viajara la mitad de la dis­tancia que nos separaba, me sentí respetuosa, pero firmemente llevado a la estera. Nunca me habían derribado tan rápidamen­te ni había sentido jamás una fuerza tan suave.

— Éste es un ejemplo del ki — me dijo, mientras me ayudaba a incorporarme.

— ¿Y cómo puedo desarrollarlo? —pregunté.

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— Sólo con la práctica y una actitud mental apropiada —me contestó enigmáticamente.

Mentalmente tomé nota de que, en cuanto regresara a Los Ángeles, investigaría más acerca del aikido.

A mi regreso, busqué y encontré una escuela de aikido y em­pecé a estudiar ese arte, que para mí era nuevo. Constante­mente oía mencionar el ki y, después de una de mis primeras lecciones, le pedí a una ayudante del instructor, una esbelta morena, que me lo explicara.

—Realmente nadie puede explicarlo, Joe —dijo — , pero sí puedes sentirlo. Me voy a colocar al borde de la estera con mi bra­zo extendido y tú caminarás hacia mí, en dirección de mi brazo.

Hice lo que me pedía y caminé hacia su brazo, el cual detuvo mi avance.

— Bien — dijo ella. Ahora, quiero que pienses en un objeto que esté frente a ti, más atrás de mi brazo, y camines hacia él.

Nuevamente seguí sus instrucciones y caminé "a través de" y más allá de su brazo extendido.

— Esta vez estabas proyectando tu energía hacia adelante en la forma apropiada —comentó ella. Ahora, extiende tu brazo en línea recta a partir del hombro y ponme una mano en el hombro. Pon rígido el brazo.

Presionando con las manos en la parte interna del codo, me flexionó el brazo con toda facilidad.

— Ahora flexiona el brazo ligeramente por el codo y relájalo sin quitarlo de mi hombro. Imagínate que tu brazo es una manguera por la que fluye el agua, la cual te sale por los dedos en un chorro, que mentalmente has apuntado al infinito.

Esta vez se colgó con ambas manos de mi brazo, pero, a pe­sar de sus esfuerzos y de que trató de hacer palanca, no pudo flexionarlo más.

— Ése es un ejemplo del ki —dijo. Todo el mundo lo tiene hasta cierto grado. . . hasta un bebé. ¿Has tratado alguna vez

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de levantar a un niño o a un perro que no quería que lo levan­taran? El niño parece más pesado cuando no está cooperando, pero cuando quiere que lo levanten se hace más liviano. Y eso se debe a que la mente es en realidad una fuente de potencia, y cuando se coordinan la mente y el cuerpo, el ki se manifiesta. Con la práctica podrás conectar el ki a voluntad.

— ¿Y de dónde proviene ese ki? —pregunté. — El centro del ki es el "punto" o tai-ten —repuso ella, seña­

lando un sitio como a unos tres centímetros abajo del ombligo. Aquí es, más o menos, donde se encuentra el centro de grave­dad del cuerpo humano. El ki se define como una energía o fuerza interior que puede dirigirse desde el "punto" tai-ten, por medio de la visualización, a lugares fuera del cuerpo. Pue­de combinarse con la gravedad para producir un peso muerto y una pesadez extrema dentro del cuerpo, como en el caso del ni­ño que no quiere que lo levanten.

"Los aikidoístas, así como la mayoría de los artistas mar­ciales y los practicantes del Zen, creen que todo el ki o energía del universo fluye a través de ellos por ese 'punto', viajando eternamente en todas direcciones. No importa dónde estés, siempre eres el centro del universo. Sosteniendo tu 'punto' y manteniéndote controlado, te sientes uno con el universo y, al mismo tiempo, totalmente consciente de tu relación corporal con el universo."

Sacudí la cabeza. — Eso es demasiado esotérico para mí —observé. — Hay otra manera de comprenderlo — continuó ella. Pien­

sa en el vientre como en una válvula que envía agua (o ki) por todas las extremidades. Cuando la válvula se abre, se genera más agua (o energía) a través de los brazos y las piernas.

"Si te imaginas que toda tu energía le está llegando a tu cuerpo por un punto de tu parte media, que fluye hacia abajo por tus piernas y hacia arriba por tu tronco, por tus brazos y

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más arriba hasta tu cabeza —y luego, con la mente, proyectas esa energía por tu cuerpo en la dirección que quieras —, puede decirse que estás extendiendo tu k i . El ki puede enviarse en cualquier dirección, dependiendo de lo que intentes hacer."

Ese es un concepto especialmente difícil de comprender. Sin embargo, en raras ocasiones he podido percatarme de un flujo espontáneo de fuerza constante (o energía) que fluye por todo mi cuerpo sin que yo lo pretenda en forma consciente.

Todo el mundo, incluso los que no son artistas marciales, son capaces de jalar de ese superpoder o fuerza interior. Por ejemplo, la frágil mujer que derriba una pesada puerta porque su niño se quedó encerrado en un cuarto que se está incendian­do, el marido que es capaz de levantar un automóvil porque una de las piernas de su esposa quedó atrapada debajo de él. . . en circunstancias normales, esas personas no hubieran podido realizar esas proezas de fuerza. Sin embargo, en una emergencia, la mente trabaja velozmente y coordina su fuerza con la del cuerpo, técnica que los artistas marciales desarrollan a base de práctica y que se les convierte en algo mecánico y, posteriormente, espontáneo.

Para mí, la lección de eso puede resumirse en una asevera­ción simple: es suficiente saber que existe una cosa tal como el ki , una fuerza interior disponible que amplía el concepto de los propios recursos con que uno cuenta. El simple hecho de saber que el ki existe en todos iiosotros es, en sí mismo, algo que nos confiere poder.

Fluye con cualquier cosa que pueda suceder y deja que tu mente quede libre. Mantente centrado aceptando cualquier cosa que estés haciendo. Eso es lo último.

CHUANG-TZU

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LA RESPIRACION

ZEN

Hacía un frío tremendo. Mi respiración se convertía en va­por frente a mis ojos y mi delgado gi estaba húmedo al tacto. Afuera estaba oscuro todavía, ya que el sol tardaría por lo me­nos media hora en salir. Dentro del dojo éramos cerca de veinte ocupantes. De rodillas en nuestras esteras, con las espaldas erectas, mirando al instructor.

El también se encontraba de rodillas, frente a nosotros, con un bloque de madera en cada mano que descansaban en las ro­dillas. Habló con suavidad y, aunque parecía estar mirando al espacio, yo estaba seguro de que nos veía a cada uno de no­sotros con toda claridad.

—Cuando respiren deben llenar completamente de aire sus pulmones —dijo: La mayoría de las personas usan únicamente la parte superior de sus pulmones, pero nunca llenan la parte in­ferior. Si respiran correctamente, ustedes emplearán la parte inferior de los pulmones lo mismo que la superior, de la misma manera como respiran automáticamente cuando duermen.

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"Imagínense que el aire que están respirando es niebla y vi­sualícenla entrándoles por la nariz y la garganta hasta la parte inferior del abdomen. Dejen que circulen ahí y por todo su cuerpo y sus miembros, visualizándola mientras viaja por los diversos canales y meridianos de su cuerpo. Al exhalar, vean cómo la niebla les sale por la boca.

" A l principio pueden volverse excesivamente conscientes de su respiración y empezar a jadear como si estuvieran haciendo un ejercicio violento. Cuando suceda eso, vuelvan a empezar."

Las manos del sensei se arquearon con gracia al unirse frente a su rostro cuando hizo resonar los bloques, al juntarlos de un golpe. Al sonido del choque, inhalé lenta y sostenidamente por la nariz, con la boca cerrada suavemente, de tal modo que se expandieran las paredes del abdomen, dejando que la respira­ción circulara dentro de mi cuerpo durante más o menos diez segundos, hasta que volvió dejarse oír el chasquido de la made­ra contra la madera.

Hubo un suave sonido de exhalación cuando todos dejamos escapar el resuello, al exhalar como las tres cuartas partes del aire por la boca. Luego, el seco chasquido resonó en la sala y todos volvimos a inhalar.

Pronto quedó establecido cierto ritmo: el chasquido, un so­nido sibilante cuando todos inhalábamos, y luego otro chas­quido y un ruido como el de un gran suspiro cuando exhalába­mos al unísono.

Durante los primeros minutos seguí helado, con el cuerpo rígido, que se rebelaba contra la postura y el duro piso. Sin em­bargo, según fue avanzando el ejercicio de respiración, fui entrando en calor y mi cuerpo se relajó por completo. Cuando las primeras luces del día iluminaron la sala, sudaba copiosa­mente y estaba listo para empezar la lección.

El ejercicio de inspirar y expirar no es tan sencillo como pare­ce. Al principio me parecía que era el único de la clase que no

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podía mantenerse al ritmo de los demás. O inspiraba demasiado aire o dejaba escapar demasiado poco, o terminaba sin aliento en unos cuantos momentos y tenía que empezar de nuevo.

Con el tiempo comprendí la sabiduría de la imagen del sen-sei. Al tratar de visualizar la respiración como una niebla, los demás pensamientos se mantenían fuera de mi mente y obtenía una concentración total en la respiración. Mi mente estaba cal­mada, pero alerta, y mi ser físico sereno. Estaba listo para ir a la estera porque podía fluir fácilmente en cualquier dirección, como el agua, y, si era yo derribado, aterrizaría suavemente, co­mo un infante al que arrojan a un colchón.

Recuerdo cuan fascinado estaba por el hecho de que hasta una cosa tan sencilla como el respirar, fuera una materia que tuviera que volver a aprenderse y a dominarse como parte del entrenamiento en las artes marciales. En ese tiempo, no tenía la menor idea de que llegaría un día en que la técnica de la res­piración controlada que había aprendido, me salvaría la vida.

Tiempo después, en octubre de 1972, andaba yo de vaca­ciones con mi esposa, Elke, en Europa. Una hermosa mañana de verano íbamos en automóvil a través de la campiña vitiviní­cola de Francia cuando de pronto sentí un dolor agudísimo en el abdomen, combinado con un espantoso dolor de cabeza. Muy pronto, mi cuerpo entero era un solo e insufrible dolor. Al cabo de una hora., me retorcía en el asiento mientras me des­mayaba y recuperaba el sentido intermitentemente. Los dien­tes me castañeaban y el cuerpo se me sacudía en convulsiones causadas por la tos. Tuve que pedirle a Elke (quien, afortuna­damente, iba al volante) un pañuelo desechable para limpiar­me la boca, pues me sentía tan débil que yo no podía tomarlo de la caja. Elke me lo arrebató inmediatamente, le echó una mirada y luego lo arrojó por la ventanilla. Después supe que es­taba lleno de sangre.

Elke aceleró el automóvil furiosamente, metiéndose por ca-

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minos de tierra y subiéndose a las banquetas para ganar tiem­po. Sabía que había una clínica en una universidad, precisa­mente al cruzar la frontera con Alemania, y que podríamos lle­gar allí en cuestión de minutos. Yo entraba y salía de la incons­ciencia como en una pesadilla.

Para cuando llegamos a Freiburg, el dolor llenaba hasta el último rincón de mi cuerpo. Cuando Elke localizó a un médi­co, éste vino al automóvil e inmediatamente ordenó que traje­ran una camilla. Actualmente tengo sólo un vago recuerdo de que me metieron en una sala y me hicieron algunas pruebas.

Sin embargo, lo que sí recuerdo con claridad es que los mé­dicos le dijeron a Elke en alemán que no sólo estaba yo vomi­tando sangre, sino que también la estaba evacuando. Oí luego que le preguntaban si conocía a algún familiar mío al cual no­tificarle, y entonces supe que debía estarme muriendo. El páni­co me invadió, el corazón empezó a palpitarme con fuerza y ca­da latido me sacudía el cuerpo. El médico que me atendía pen­só que me estaba dando un ataque cardíaco e hizo preparar un fibrilador para regular mis palpitaciones.

En ese momento pensé, "Esto es algo absurdo. Estoy ya bas­tante malo como para además agregar un ataque al corazón a mis problemas". Con la respiración entrecortada, el corazón palpitante y el cuerpo tenso, empecé a obligarme a mí mismo a regular mi respiración haciendo profundas inspiraciones ven­trales (el estómago se infla durante la inspiración), reteniéndo­las durante uno, dos o tres segundos, y luego expeliendo todo el aire con fuerza. Repetí el proceso hasta que afirmé una relaja­da respiración ventral que exigió toda mi concentración inha­lando por la nariz y contando hasta cuatro y exhalando por la boca durante el mismo conteo. Esa técnica, la cual me habían enseñado como preludio para el aikido, es un aspecto de la prác­tica Zen que lo hace a uno olvidarse de las impresiones externas. Mientras más me concentraba en la respiración, más inmune

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me volvía al miedo de morir. Al cabo de unos cuantos minutos estaba nuevamente en control de mí mismo y de mi cuerpo.

Antes de que el fibrilador llegara junto a mi cama, los lati­dos de mi corazón habían vuelto a la normalidad.

— "Unglaublich" —dijo el médico en alemán. "¡Increíble!" Volví a caer en la inconsciencia y me llevaron a la unidad de

terapia intensiva de la clínica, donde me tuvieron cinco días. Dos veces, durante ese tiempo, la fiebre me subió a tal grado que los médicos le dijeron a Elke que ya no podían hacer nada. De esos momentos lo único que recuerdo es que flotaba en un capullo cálido que se deslizaba por un túnel, a cuyo final estaría yo libre del dolor. A u n así, podía oír a la distancia la voz de Elke rogándome que no me muriera.

Cada vez que sucedía eso, empezaba a regular mi respira­ción. Tres semanas más tarde me dieron de alta en el hospital. Había sobrevivido a la enfermedad de Weil l , un raro virus que generalmente es fatal. (Yo fui, en más de cuarenta años, el pri­mer caso que hubo en Alemania). De acuerdo con el Instituto de Enfermedades Tropicales, lo contraje por beber agua con­taminada en España.

Si ese incidente me hubiera ocurrido unos años antes, cierta­mente me hubiera muerto, porque todavía no hubiera conoci­do la técnica de respiración Zen. Desde entonces, he descubier­to que dicha técnica es especialmente útil en situaciones de tensión o que provocan ansiedad, cuando mi respiración se tor­na irregular y el miedo distorsiona los procesos de pensamiento ordenados, lo cual tiende a inmovilizar tanto mi cuerpo como mi mente.

Antes de ciertas citas de negocios o enfrentamientos persona­les; trato de ponerme en un estado de relajamiento controlan­do mi respiración; eso me relaja y me refresca, al mismo tiem­po que calma mi mente. La respiración controlada restaura la calma, la confianza y el vigor.

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DÉJESE LLEVAR POR LA

CORRIENTE

Mi compañero y yo estábamos practicando shomen-ate, el primer movimiento del randori no kata, en la clase de aikido. El ejercicio exigía que yo, como el defensor, evitara un golpe recto a la cara moviéndome por dentro del brazo atacante y proyectando al contrincante hacia atrás, poniéndole la mano en el mentón y empujando con el cuerpo.

Me acerqué a mi compañero varias veces, pero no pude mo­verlo. Finalmente, ya un poco desesperado, apliqué la fuerza física y mi compañero fue a dar a la estera. Sentí entonces un ligero golpecito en el hombro y, al volverme, me encontré a la asistente del instructor, que me miraba con el ceño fruncido.

— Se opuso usted de frente a la fuerza de su ataque — me di­jo en tono de reprobación. Como es fuerte, se salió con la suya, pero todo lo que hizo fue detener su fuerza, no su intención de atacar.

"Cuando alguien lo golpea, extiende su ki hacia usted y éste empieza a fluir cuando él piensa que lo golpeará. . . aun antes de que su cuerpo se mueva. La acción de él está dirigida por su

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mente. Usted no necesita entendérselas con su cuerpo en lo ab­soluto, si puede redirigir su mente y el flujo de su k i . Ése es el secreto: desvíele la mente lejos de usted y el cuerpo la seguirá."

— ¿Y cómo puedo desviarle la mente de mí? — pregunté. — No trastornando el flujo de su ki ni haciéndole saber su in­

tención. Usted no tiene que jalar, empujar ni golpear. Simple­mente tóquele el cuerpo con suavidad y gentileza y guíelo adonde usted quiera. De esa manera la mente del otro no se trastorna y su cuerpo la seguirá.

" E l principio básico del aikido — prosiguió la muchacha— es ceder a la fuerza atacante de tal manera que sea incapaz de las­timarlo a uno y, al mismo tiempo, hacer que cambie de direc­ción empujándola por detrás, en lugar de tratar de resistirla de frente. El aikidoísta jamás va contra la fuerza de su oponente. En vez de eso, redirige esa fuerza lejos de él.

" E l principio de evitar el conflicto y jamás oponerse a la fuerza de un agresor frente a frente, es la esencia del aikido. Nosotros aplicamos ese mismo principio a los problemas que surgen en la vida. El aikidoísta diestro es tan elusivo como la verdad del Zen. Él mismo se convierte en un koan, en un enig­ma que más nos elude mientras más tratamos de resolverlo. Se parece al agua en el sentido de que se le escapa entre los dedos al que trata de sujetarla. El agua no titubea antes de ceder, porque en el momento en que los dedos empiezan a cerrarse so­bre ella, se retira, no por su propia fuerza, sino aprovechando la presión que se le aplica. Es por esa razón, tal vez, por la que uno de los símbolos del aikido es el agua."

Poco después de esa lección tuve oportunidad de poner a prueba algunos de los principios del aikido que la instructora me había ofrecido. Durante una reunión de negocios, me di cuenta de que era inminente un enfrentamiento con uno de mis socios. Decidido a sacarle la vuelta si era posible, evité con­testar a su ataque inicial a fin de no dar lugar a un choque de

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frente. Cuando la disputa prosiguió, yo reconocí que sus argu­mentos tenían cierto mérito y, al mismo tiempo, traté de des­viar su enojo en otra dirección. Dándole a mi "oponente" una oportunidad de descargar su energía y enojo y no respondién­dole ni ofreciéndole ningún punto de apoyo, pude evitar la confrontación. Al poco rato, se encogió de hombros y se retiró.

La blandura triunfa sobre la dureza, la debilidad sobre la fuerza. Lo que es más maleable es siempre superior a lo que es inconmovible. Ése es el principio de controlar las cosas deján­dose llevar por ellas, de la maestría por medio de la adapta­ción.

LA O TZU

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ENOJO SIN

ACCION

Las prácticas del wing-chun se realizan con frecuencia cuer­po a cuerpo, por lo que pronto me acostumbré a sentir las ráfa­gas de aire cuando manos y puños me pasaban peligrosamente cerca de los ojos y del rostro. De vez en cuando, algún compa­ñero hacía contacto accidentalmente y, en esas ocasiones, sen­tía a veces una oleada de enojo.

Un día, después de una práctica, J im Lau me llamó aparte. — Cuando te golpean, te pones tenso —dijo— y siento en ti

el enojo y el deseo de golpear en represalia. Me sentí avergonzado, pues había captado mis reacciones

demasiado bien. — Sé que no debo enojarme — repuse— , pero no puedo evi­

tarlo. J im sonrió. — No es malo abrigar pensamientos y sentimientos agresi­

vos u hostiles hacia los demás — dijo. Cuando tú reconoces esos sentimientos, ya no tienes que fingir que es aquello que no es y puedes aprender a aceptar esos estados de ánimo. Lo que sí es malo, sin embargo, es dejar que ellos dicten tu naturaleza.

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Cuando desatas tu agresión u hostilidad sobre otra persona, tal cosa inspira agresión y hostilidad en respuesta. El resultado, en esos casos, es un conflicto, que todos los que son verdaderos ar­tistas marciales tratan de evitar. El enojo no exige acción. Cuando uno actúa bajo el enojo, pierde el control de sí mismo.

Jim se me quedó mirando pensativamente; luego, volvió a hablar:

— ¿Cómo puedes esperar controlar a alguien si no puedes controlarte a ti mismo? Piensa en eso como en una cualidad de las artes marciales.

El siguiente fin de semana tuve que ir a Nueva York a una reunión de negocios. Después de un vuelo nocturno, llegué a mi hotel a las siete de la mañana para encontrarme con que te­nía que esperar cuatro horas para que me entregaran mi habi­tación. Me sentía cansado y había esperado ansiosamente po­der descansar un poco antes de mis compromisos.

Pedí hablar con el gerente, enfureciéndome cada momento más y repasando mentalmente todo lo que iba a decirle si él (o ella) no me daba un cuarto a la mayor brevedad.

Cuando la encargada llegó, estaba furioso y le hablé en tér­minos violentos. Mi antagonismo hizo que ella también se eno­jara y pronto nos vimos enfrascados en una acalorada discu­sión. Yo había olvidado las palabras de J im Lau y había inspi­rado un conflicto frente a frente.

Posteriormente, ya más calmado, le ofrecí excusas a la en­cargada por mis bruscos modales.

— Realmente me sorprendió usted —repuso ella. Tenía la intención de hacer por usted lo que pudiera, pero, por la ma­nera como me habló, olvidé mis buenas intenciones y decidí no hacer ningún esfuerzo por ayudarlo.

Nuevamente vi la aplicación de las artes marciales a la vida diaria. La experiencia me había dado una lección que recorda­ría por mucho tiempo. El enojo rara vez da buenos resultados.

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Cuando uno pierde la compostura, se pierde a sí mismo. . . lo mismo en la estera que en la vida diaria.

Controla tu emoción o ella te controlará a ti.

ADAGIO CHINO

El hombre que se enoja se derrotará a sí mismo en el combale

lo mismo que en la vida.

MÁXIMA SAMURAI

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COMO RECONOCER UNA

AMENAZA REAL

Antes de que empezara a estudiar artes marciales, me inti­midaban fácilmente con imágenes falsas de fuerza. . . fan­farrones agresivos, personas tercas, fortachones, intelectuales arrogantes, camareros altaneros, vendedores insistentes, desde­ñosos vendedores de automóviles, etcétera. En algún enfrenta-miento con alguna de esas personas, o me retiraba del campo rápidamente, sintiéndome inadecuado, avergonzado y enojado conmigo mismo, o reaccionaba con enojo, colocándome en un

conflicto directo. Mi reacción en la estera en contra de un oponente amena­

zante y agresivo generalmente era la misma, lo mismo que los síntomas. Me ponía tenso, acalorado, y tendía a reaccionar en exceso.

Un día, Bruce Lee me sacó a la calzadita que conducía a la co­chera de mi casa. Ya ahí, me dijo que me mantuviera en pie y estirara hacia adelante una pierna lo más que pudiera. Luego hizo que girara lentamente con la pierna extendida mientras él, con tiza, trazaba un círculo a mi alrededor, cuyo radio era la longitud de mi pierna extendida. H2

Bruce, entonces, se paró a cierta distancia de mí, al borde del círculo, y empezó a hacer fintas y movimientos agresivos. Yo me puse tenso, en espera de su ataque.

— Estás tenso —me dijo—, pero, ¿por qué? Desde esta dis­tancia no puedo causarte daño alguno.

Redujo entonces la distancia ligeramente hasta que tocó la circunferencia de mi círculo con los pies. Nuevamente, me pu­se rígido y otra vez Bruce me llamó la atención:

— Todavía no me acerco tanto como para poder tocarte. ¿Por qué no te relajas?

Súbitamente, Bruce penetró en mi círculo de un salto. Ins­tintivamente me eché atrás.

— ¡Bien! —dijo. Has echado atrás tu círculo, de manera que no soy una amenaza. Ahora bien, supongamos que me quedo en la orilla del círculo, ¿sigo siendo una amenaza para ti?

Negué con la cabeza.

— No, realmente no — contesté. ¿Pero supongamos que soy ñsicamente amenazado dentro del círculo?

— Cuando tu oponente entre a tu círculo y tú no quieras o no puedas retroceder más, deberás combatir. Pero, hasta enton­ces, deberás mantener tu control y tu distancia.

Según fue aumentando mi habilidad en las artes marciales, sucedió lo mismo con mi propia confianza. Ya podía retroce­der calmadamente y dejar que un oponente se desgastara con fintas o intentos por intimidarme, porque poseía la confianza de que, si era necesario, yo podría dominarlo.

Pronto tuve la oportunidad de trasladar esa actitud a mi vi­da diaria. Un día, durante una junta, me vi enfrentado a una persona agresiva, acostumbrada a ganar en sus argumenta­ciones al poner a sus subordinados a la defensiva. Yo compren­dí inmediatamente que, puesto que sus intentos por intimidar­me no significaban para mí ninguna amenaza real —después de todo, no trabajaba para él—, no tenía ninguna necesidad

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de reaccionar en forma agresiva, además, tenía la confianza de que mi trabajo estaba bien hecho. Él trataba de provocarme únicamente con palabras, así es que, si podía mantenerlo al borde de mi círculo mental, pronto agotaría toda la energía hostil que pudiera reunir sin que hubiera recibido ningún estí­mulo de mi parte.

El que trata de intimidar se crece si recibe alguna respuesta de su supuesta víctima, pero, si no recibe ninguna, pronto se apaga, lo cual sucedió en ese caso. Finalmente, el hombre se encogió de hombros y abandonó el escenario. Aunque no hubo ningún conflicto verdadero entre nosotros, él había perdido la partida.

He aquí el consejo del maestro Han para librarse de personas y de situaciones que tratan de intimidarlo a uno. "Jamás tomes una decisión instantánea, aunque sea entre amigos", me dijo una vez. " E l mejor sistema es el de pensarlo dos veces, y la pa­ciencia forma parte de él. Para evitar que lo intimiden a uno, hay que pensarlo más y reaccionar menos".

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Puedo derrotar físicamente con o sin razón, pero sólo puedo derrotar tu mente con alguna razón

JIM LAU

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KIME: APRIETE

SU MENTE

Probablemente era un espectáculo ridículo: dos bombres maduros, con cascos protectores y guantes de boxeo, aporreán­dose mutuamente frente a la cocbera de una casa en los subur­bios. Sin embargo, Stirling Silliphant y yo estábamos tratando de poner en práctica algunas de las técnicas de jeet-kune-do que Bruce Lee nos había enseñado.

Estaba tan decidido a demostrarle a Bruce cuánto había aprendido, que mi atención estaba dispersa. Había estado tra­tando de anticipar los movimientos de Stirling en vez de res­ponder a ellos, me preocupaba mi movimiento de pies en lugar de dejar que mi mente me condujera en forma natural a la pos­tura correcta, me preocupaba todo, menos el objetivo inme­diato. . . penetrar en su guardia y anotarme algún tanto.

¡Bien, bien! Eso es todo — exclamó Bruce, quien había es­tado actuando como arbitro y entrenador. Se mueven ustedes como elefantes. Patean como caballos de tiro y telegrafían sus golpes como Samuel Morse.

Bruce se volvió entonces hacia mí.

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—Joe —dijo—, estás pensando en bloquear los golpes de Stirling en lugar de interceptar sus puños y acertar algunos tú mismo. No sé dónde está tu mente, pero no está donde de­biera. Lo que te debería importar es aplicarle tal presión a Stirling, que le desbarataras su juego de piernas, su equilibrio y su habilidad para moverse. Y fíjate cuan agotado estás y no has conseguido nada.

Ése fue sólo el principio de una crítica devastadora que ter­minó con:

— ¿Cuántas veces les he dicho que concentren toda la ener­gía del cuerpo y de la mente en un blanco o meta específica ca­da vez? El secreto del kime (apretar la mente) es el de excluir todos los pensamientos extraños, los pensamientos que no tienen nada qué ver con el logro de la meta inmediata.

Más tarde, B ruce conversó a solas conmigo durante unos mi­nutos.

— Un buen artista marcial pone la mente en una sola cosa cada vez — me dijo. Acepta cada cosa según viene, termina con ella y pasa a la siguiente. Como un maestro del Zen, a él no le preocupa el pasado ni el futuro, sino únicamente lo que hace en ese momento. Como su mente está en lo correcto, él está cal­mado y puede mantener fuerzas en reserva. Después habrá campo para sólo un pensamiento, el cual llenará todo su ser co­mo el agua llena una jarra. Tú desperdiciaste una enorme can­tidad de energía porque no ubicabas ni enfocabas tu mente. Recuerda siempre: en la vida, al igual que en la estera, una mente desenfocada o "suelta" desperdicia energía.

— Y si no puedo vaciar mi mente de otros pensamientos, ¿en­tonces qué hago?

Bruce se echo a reír.

— Entonces, tu mente no anda bien — contestó un tanto tor­tuosamente.

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Me ha costado largo tiempo llegar a dominar el kime y toda­vía me falta mucho, pero he descubierto que, cuando mi men­te está apretada, mis energías físicas y mentales se unen y se en­focan. Los días que he podido trabajar con una concentración total, he realizado más cosas y he terminado el día menos can­sado que aquellos en que fácilmente me distraigo.

Puedes practicar durante un tiempo muy largo, pero si simple­mente mueves las manos y los pies y saltas y brincas como un títere, aprender karate no será para ti muy diferente de apren­der a bailar y jamás llegarás al corazón del asunto, pues habrás fracasado en captar la quintaesencia del karate-do.

GICHIN FUNAKOSHI

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MUSHIN: DEJE QUE SU

MENTE FLUYA

Después de un vigoroso entrenamiento bajo el sol, Bruce Lee y yo estábamos tomando jugo de frutas en el jardín. Él se veía calmado y a mí me pareció un buen momento para hacerle una pregunta que desde hacía tiempo tenía en mente.

— ¿Qué sucedería en un combate real —le pregunté— en el que te vieras obligado a pelear por tu vida? ¿Cómo responde­rías y qué harías?

Bruce se puso serio, dejó su vaso en la mesa y ahuecó las ma­nos bajo el mentón, señal de que estaba considerando cuidado­samente mi pregunta.

— Con frecuencia he pensado en eso —dijo al fin. Si fuera un combate de verdad, estoy seguro de que lastimaría a mi asaltan­te lo más posible. . . quizá lo mataría. Si sucediera eso y me viera obligado a que un tribunal me enjuiciara, me declararía irresponsable de mis actos. Diría que yo había respondido a un ataque sin estar plenamente consciente. Que "ello" lo había matado, no yo.

— ¿ Q u é quieres dr< i i con "rilo"? interroguft.

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— "El lo" es cuando actúas sin estar plenamente consciente, cuando simplemente actúas. Como cuando me arrojas*üna pe­lota y yo, sin pensarlo, levanto las manos y la atrapo. O como cuando un niño o un animal sale corriendo frente a tu automó­vil y, automáticamente, tú aplicas los frenos. Cuando me lan­zas un golpe, yo lo intercepto y contesto con otro, pero sin pen­sarlo. "Ello" simplemente sucede.

Notó que estaba yo intrigado y se echó a reír. — Esto es algo más para ese libro que siempre estás diciendo

que vas a escribir — agregó. "Ello" es un estado mental al que los japoneses llaman mushin, lo cual, literalmente, quiere de­cir "no-mente". Según los maestros del Zen, el mushin entra en acción cuando el actor se separa de la actuación y ningún pen-

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Sarniento interfiere con la acción, porque el acto inconsciente está de lo más libre y sin inhibiciones. Cuando el mushin está en funcionamiento, la mente pasa de una actividad a otra, flu­yendo como una corriente de agua y llenando todos los huecos.

— ¿Y cómo adquiere uno ese estado de no-mente? -^pregun

té. - S ó l o por medio de práctica y más práctica, hasta que

puedas hacerlo sin un esfuerzo consciente. Entonces, tus reac­ciones se vuelven automáticas.

— Voy a mi oficina por una grabadora —dije. - M u y bien —dijo Bruce. Mientras tanto, yo voy al auto a

traer un libro. Cuando regresé al jardín, Bruce tenía frente a él un volumen

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que se veía muy gastado. Era un libro cuyo autor había sido el gran maestro de Zen y famoso espadachín, Takuan, quien fue uno de los primeros en aplicar la psicología al arte de combatir con la espada. Bruce abrió el libro y empezó a leer en voz alta:

"La mente siempre debe estar en el estado de 'estar fluyendo' por­que, cuando se detiene en cualquier parte, eso significa que el flu­jo se ha interrumpido, y esta interrupción es nociva para el bienes­tar de la mente. En el caso del espadachín, significa la muerte.

"Cuando el espadachín se enfrenta a su oponente, no debe pen­sar en él, ni en sí mismo ni en los movimientos de la espada de su enemigo. El simplemente está ahí con su espada que, exenta de to­da técnica, está lista solamente para seguir los dictados del incons­ciente. El hombre se ha superado a sí mismo como esgrimidor de la espada. Cuando golpea, no es el hombre, sino la espada en la ma­no del inconsciente, la que golpea".

Bruce hizo una pausa. — ¿Comprendes ahora lo que quiero decir con "ello' ? Comprendí el concepto intelectualmente, pero tuvieron que

pasar años para que lo comprendiera en toda su profundidad. Después de muchos meses de practicar un movimiento particu­lar de wing-chun con J im Lau, llegó un día en que el codo voló hacia arriba súbitamente, sin ningún pensamiento consciente.

— Muy bien —dijo J im. Ni siquiera lo pensaste, pero tu bong-sao fue perfecto.

Con el tiempo, muchos otros de mis movimientos sencilla­mente ocurrían en forma correcta. El mushin estaba empezan­do a funcionar. Comprendí que estaba dejando fluir mi mente en vez de confinarla en los pensamientos acerca de lo que esta­ba haciendo. Mis respuestas se estaban volviendo instintivas e inmediatas. . . el resultado de largas horas de práctica y de la confianza en el maestro y en sus enseñanzas.

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Poco después de que pensé que ya había aprendido el mushin, entré a la estera para otro encuentro de wing-chun lle­no de confianza, seguro de que era yo, si no invencible, por lo menos formidable. El "ello" estaba listo para funcionar para mí.

Sin embargo, desde el principio mismo las cosas empezaron a pintarme mal; mi oponente se anotó fácilmente un tanto mientras yo esperaba que el "ello" apareciera, lo cual nunca sucedió. Mientras más pensaba en el "ello', más confundido me sentía.

Cuando le conté a J im Lau lo de mi derrota, él se echó a reír. — Pensaste que habías aprendido una lección —dijo— y

luego, al igual que todos, te olvidaste del espíritu de la lección. Tú mismo te bloqueaste. Cuando estás pensando en demostrar tu habilidad o en derrotar a un oponente, tu conciencia de ti mismo interferirá con tu desempeño y cometerás errores. Tiene que haber la ausencia de sensación de lo que estás haciendo. La autoconciencia debe subordinarse a la concentración. La mente debe moverse libremente y responder a cada situación inmediatamente para que tu propia conciencia no se vea impli­cada.

"Por ejemplo, si tienes miedo, tu mente se congelará, el mo­vimiento se detendrá y serás derrotado. Si tu mente está fija en la victoria o en derrotar a tu oponente, no podrás funcionar automáticamente. Debes permitir que tu mente flote en entera libertad. En el instante en que estés consciente de que buscas la armonía y hagas un esfuerzo por obtenerla, ese mismo pensa­miento interrumpe el flujo, y la mente queda bloqueada.

"Ahora tienes ya la clave del antiguo acertijo Zen: 'Cuando lo buscas, no puedes encontrarlo'.

" T u mente se detendrá invariablemente si diriges tu aten­ción al pensamiento del ataque o la defensa. Esos pensamientos crean una apertura llamada un suki, un intervalo, y le dan a tu

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oponente la ventaja porque no puedes responder lo suficiente­mente aprisa para contrarrestar su movimiento."

— ¿Y cómo puedo desbloquear el bloqueo? —interrogué. — Lo peor que se puede hacer es tratar de bloquear el blo­

queo. Lo mejor que hay qué hacer es simplemente aceptarlo cuando ocurre. Descubrirás que, generalmente, se disuelve él mismo.

— ¿No hay ninguna otra manera de desbloquear mis pensa­mientos?

— Sí —repuso J im. Prosigue con tu entrenamiento para que actúes inconscientemente en lugar de intelectualmente.

— Hemos llegado de nuevo al mushin —dije. —Así es —confirmó él. ¿Has notado alguna vez con qué sen­

cillez se desempeña un atleta profesional? El entrenamiento y la práctica toman el lugar del esfuerzo consciente y eso es lo que el atleta hace. Estoy seguro de que Jimmy Connors no piensa en golpear la pelota de tenis más de lo que a Arnold Pal­mer le preocupa el dirigir bien la pelota de golf. ^Ellos simple­mente se proveen. Los esquiadores sienten el terreno sobre el que están y, cuando les es necesario hacer un ajuste, éste es automático, sin pensarlo. . . es mushin.

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HAY QUE INTENTARLO MÁS SUAVEMENTE

Un joven atravesó el Japón y arribó a la escuela de un famo­so artista marcial. Cuando llegó al dojo, el sensei le concedió audiencia.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó el maestro. — Quiero ser alumno tuyo y llegar a ser el mejor karateka de

esta tierra —respondió el joven.— ¿Cuánto tiempo tengo qué estudiar?

—Diez años por lo menos —dijo el maestro. —Diez años es un tiempo muy largo —repuso el muchacho.

¿Y qué tal si estudio dos veces más duro que tus demás estu­diantes?

— Veinte años —repuso el maestro. —¡Veinte años.'¿Y qué tal si estudio día y noche, poniendo

todo mi empeño? — Treinta años —fue la contestación que le dio el maestro. —¿Cómo es que cada vez que digo que trabajaré más duro,

tú me dices que tardaré más? —interrogó el muchacho. —La respuesta es clara. Cuando un ojo está fijo en la meta,

sólo queda el otro para encontrar el camino.

A N O N I M O

SO

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