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11 Profesor e investigador delDepartamento de Humanidadesde la UAM-Azcapotzaico, Ymaestro del Posgrado de laFacultad de Filosofía y Letras dela UNAM
EL SIGNIFICADO DE LA ENVOLTURAEL BAÚL DE RECUERDOS DE EDUARDO ME]fA
Víctor Diaz Arciniega*
Eduardo Mejla se fascina con la trivía. Su entusiasmo con y por la invocación
de detalles en apariencia fútiles es admirable, tanto por el gusto con que los
reconstruye, como por la calidad, precisión y minucia de sus caracteristicas.
También sorprende por la amplitud de su registro, la espontaneidad de su expre·
sión, la viveza de su memoria y la relación que establece entre elementos en apa·
riencia dísímbolos. Más aún, a la menor insinuación, activa la asociación instantánea
entre un presente vivo y un recuerdo que todavía mantiene intensos sus rasgos vita·
les. Así es en su conversación y, en sus textos, su memoria testimonial se conforma de
una rica colección de recuerdos, que opera como una suerte de almanaque, prono
tuario y álbum, todo a la vez; en io individual, la piezas de su colección son vaiiosas
y, como conjunto, permiten integrar y reconstruir una sensibílidad dentro de un
periodo histórico específico. Tal es la propuesta de su Baúl de recuerdos (Océano,
2001), compilación antologada de sus notas periodísticas publicadas en El Financie
ro a lo largo de cinco años.
En su nota introductoria justifica la compilación:
La desmemoría se agrava, aparte de las causas naturales, tiene su origen en
nuestra escasa memoria colectiva. No hay libros en México, como sí los hay
en Estados Unidos y algunos paises de Europa, donde se perpetuan modas,
peinados, discos, juguetes, manjares, personajes tipicos de una época que no
dirían nada a quienes no la vivieron, de no ser porque uno puede reviviríos,
aunque sea momentáneamente, o conocerlos, aunque sea por referencia.
Como es evidente, Eduardo Mejía no se propone ni la memoria testimonial
de una experiencia (individual o colectiva), ni la reconstrucción de un proceso histórico
dentro de un periodo en ei cual se expresa y conforma la educación de una sensibilidad
y un gusto. La suya es una tarea modesta: rescatar del olvido muchos detalles de la
vida cotidiana que son en sí mismos deleznables, como las envolturas de una tablilla
de chocolate o los olores que identificaban a un barrio de la ciudad porque dentro de
él estaba La Azteca, o La Cubana, o la Larín, ellas tres fábricas de chocolates.
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Sin que sea tal, quiero considerar emblemática la nota "Sitios de refe
rencia". Desde su titulo se advierten los motivos de la justificación del libro, porque
con él el autor desea invertir los términos citados: él "dirá algo a quienes si lo vivie
ron". En otras palabras, con sus notas semanales en el periódico convocaba a la
reconstrucción y rescate de una memoria colectiva, cuyas coordenadas son relativa
mente simples: la dinámica de ciertos usos y costumbres dentro de nuestra ciudad.
Sin embargo, de ahi la calificación de relativamente simples, Mejia pretende el res
cate y la reconstrucción de algo cotidiano y desechable, eso que en si mismo es muy
dificil aprehender y que, contrariamente, ese algo marcó en su momento a quienes
lo vivieron como algo rutinario. El ejemplo del autor es elocuente: "-Nos vemos en
la Larin"-, era la expresión con que muchos referían un lugar de encuentro dentro de la
ciudad en los años cuarenta. A partir de aquí, del encuentro (espacial y temporal,
para su representación simbólica), empezaban los desplazamientos hacia los dife
rentes puntos de la urbe (de los recuerdos, ahora en la reconstrucción).
Con la referencia emblemática Eduardo Mejía convoca a sus lectores al
sano ejercicio de recordar. Su muestrario abarca, como indica el subtítulo del libro,
"Sabores, aromas, miradas, sonidos y texturas de la ciudad de México". Por lo tanto,
las tres diferentes tiendas de la Larín -según el autor- ubican tres diferentes zonas
de la ciudad y cada una de ellas posee sus particularidades: la de San Juan de Letrán
con el centro, incluido el ciego vendedor de mapas (acompañado de su respetable
perro) en la puerta de la tienda; la de la Guerrero, con su división por zonas entre tranquila
y peligrosa; la de Chapultepec, con los compradores que salian del parque y entraban
a la tienda a comprar estas y aquellas golosinas, más los circuitos de los trolebuses,
que permiten al autor nuevas y complementarias evocaciones en nuevos puntos de
la ciudad. Y concluye con un detalle menor, no menos significativo: la Larín vino a
menos ante la competencia chocolatera, que en sus anuncios publicitarios tenía
como eslogan la frase "esa sabrosa mordida", que decía la actriz italiana de moda,
Silvana Pampanini, contratada para el anuncio.
Si atendemos con mirada de historiador el Baúl de recuerdos de Eduar
do Mejia podemos encontrar un enorme cúmulo de pequeños detalles indispensa
bles para identificar ciertas, significativas referencias de identidad de más de una
generación de individuos. En sentido estricto, doy por hecho que ninguna caló hon
do en la memoria; imposible reconocerlas como marca en el tiempo dentro de la
identidad de los hombres. No obstante, si hacemos caso omiso a los aspectos
sentimentales de la evocación, el cúmulo de ellas revela la paulatina aparición y
desaparición de ciertos usos y costumbres de, por ejemplo, los alimentos que se
consumían como tentempié en la calle, a la hora del recreo o a la hora de salida en
la escuela, o como almuerzo los domingos. Los ejemplos se multiplican, aunque el
repertorio está delimitado a los sentídos del hombre y, algo más intrincado, a sus
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manías: desde la colección de envoltorios grabados en
papel oro hasta 105 tratamientos de algunos malestares
comunes, como la grípa o el "dolor de costado".
Es lugar común: la trivia es una puesta a prue
ba ociosa; en sí misma, carece de valor. No obstante, sor
prende, más cuando el dato aislado y curioso, que en si
mismo parece estéril, despliega su importancia y significa
do en el momento que se relaciona con otros datos com
plementarios y se contextualiza en el tiempo y espacio.
Aquí, Eduardo Mejía muestra su mejor condición, como
ilustra en sus notas sobre, por ejemplo, TIn Tán, los vílla
nos y vaqueros de 105 cuentos, o las malas y buenas pala
bras, con sus respectívos y suspicaces juegos. Pero la
sorpresa no sólo radíca en la relación y contextualización
sino, sobre todo, en la manera de ver, leer y registrar la
realidad (filmes, cuentos, libros, conversaciones) para, con
esa retacería de datos pulverizados, elaborar significados
nuevos o, por lo menos, proponer vías para proseguir pes
quisas similares.
La memoria de experiencias personales, tan co
munes y corrientes como el recorrido en el circuito 2 del
trolebús; el deambular por su barrio de la infancia y juven
tud por la zona norte de la ciudad; 105 programas de radio y
televisión, sus conductores, actores y anuncios publicitarios; 105 envoltorios de golosínas
y chocolates, más que su contenido; 105 juegos, juguetes y rutinas de una infancia
citadína en 105 años cuarenta; las fíestas, ropas, peínados, lociones, músicas... de los
jóvenes de 105 años cincuenta y sesenta; las diferencias entre los calendarios escolares
en la cíudad y la provincia; los refranes, las expresiones lingüísticas, 105 modismos y
tanto más del lenguaje vivo que todos 105 días se renueva; las tortas, fritangas, tamales
y tanto más que se comía al paso aquíyallá; el "san lunes", el "qué bueno que es viernes",
el "sabadito aiegre" y la "semana santa" como parte de una dinámica social, y así hasta
sumar casi una centena de estampas del pasado no del todo olvidado.
Es natural que toda memoria tenga jerarquías y sesgos, consecuentes a las
preferencias y antipatías del individuo. Eduardo Mejía ni oculta sus preferencias ni pre
tende enmascararlas. En su Baúl de recuerdos es común encontrar frases calificativas
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que díbujan sus simpatías y, por supuesto, lo contrario. Aquí alcanzo a percibir cierto
aire de nostalgia, no por 105 objetos o situaciones externas que se quedaron en el pasado,
sino por la transformación del "asombro" que distinguía al niño de ayerfrente al hombre
de hoy. Es muy elocuente un párrafo que, significativamente, encierra entre paréntesis:
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(Igual uno corría a la esquina para ver pasar el tren, o dirigía la
vista al cielo para admirar los no tan frecuentes aviones, y los
aún más raros helicópteros. Pero era un asombro que se ha
perdido en la actualidad o lo dedicamos hacia los adelantos
tecnológicos. Con la mísma inocencia con que miramos alelados
la rapidez del correo electrónico o la información desplegada
en unos cuantos segundos por Internet, antes veíamos al negro
de la bicicleta o al viejo del oso.)
Junto a las símpatías/antipatías asoman los análisis
e ínterpretaciones. En la memoria es inevítable una selección,
que conlleva un análisis y una ponderación. Eduardo Mejla,
atento crítico y sagaz edítor, apela a las valoraciones históricas
para ubicar ciertos fenómenos sociales y económicos indis
pensables para observar el cambio en ciertos usos y costumbres
de los individuos. Por ejemplo, la rutina de ir al mercado a la
compra diaria cambia con la aparición del refrigerador y, años
más tarde, con la creación y aceptación de los supermercados:
"se transformó la economia y se modernizaron las costumbres",
además "se acabaron las paletas de anís, las colaciones, las
monedas de dulce y las Usher de sabores". Consecuentemente, el autor deja entre
ver las partes de un proceso de cambio dentro de la historia y apunta tenuemente
algunas coordenadas interpretativas, sin duda útiles para el historiador y sociólogo.
Simultáneas a estas sugerentes interpretaciones también ocupan su lu
gar los hábitos y los prejuicios, ambos gruesos filtros de valoración. En su Intención
Eduardo Mejia lo escribe con puntualidad: "No se trata de ver el pasado como un
tiempo ideal que se ha ido para siempre." Sin embargo, en forma inmediata se
contradice: "La mayoría de los artlculos intenta demostrar que, contra la tendencia
general de hacer ciertas las impresiones de Jorge Manrique [...l, uno tiende a idealizar
los recuerdos... " Le ganó el inconsciente, qué duda cabe, y iqué bueno! El suyo no
es un libro de historia de los usos y costumbres cotidianas, sino una colección de
impresiones personales donde se exponen gustos y disgustos. Y esto es tan claro que
el lector no es llevado a engaño. Por ejemplo, si la aparición del supermercado
transformó las costumbres, la llegada de Bimbo acabó con "el santo olor de la pana
deria" y pondera: "La industrializacíón e hígiene a cambio del sabor y la espon
taneidad." La nota "El retorno del pasado" obvia los prejuicios tlpicos del autor en
su condición de coleccionista, cuando tras una documentada descripción de los
tocadiscos, discos y algunos músicos, hace una categórica afírmación: "los CO son
para oirse, no para presumir".
12\Sepftembre 2002 • UNIVERSIDAO DE MÉXICO
Finalmente, considero que el Baúl de recuerdos de Eduardo Mejía nos
coloca ante una delicada, peligrosa disyuntiva para recuperar el pasado a través de
la memoria viva. Lo más riesgoso aparece en la última afirmación citada del autor,
donde él se muestra -en número es la parte más exigua- como el coleccionista de
recuerdos (donde se mezclan los datos informativos con las impresiones vivencia les)
a los que rinde culto y conserva como fetiches; según su propia fórmula, los recuer
dos se exhiben y presumen, tal como suele hacerlo el aficionado a la trivia. El otro
lado de la disyuntiva es más sano para la historia, aunque sin duda muy frágil para
operar con él. Me refiero a las asociaciones ponderadas y contextualizadas de los
datos informativos e impresiones vivencia les con que Mejia nutre la memoria; no
obstante su aparente despersonalización y paradoja, esos datos valen por la perso
na, porque es a través de ella que vive su memoria viva. En ambas vertientes de la
disyuntiva, los recuerdos del individuo como tal pasarán a ser parte de la comunidad
sólo a través de su capacidad para relatarlos. La palabra los fija; la palabra los hace
trascender; por la palabra cobra vida el pasado. ~
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