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EL SACRIFICIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA JOSÉ R. VILLAR INTRODUCCIÓN El sacrificio de Cristo en la Cruz no fue un suceso clausurado en la his- toria, sino que culminó con la resurrección, ascensión y glorificación del Señor, es decir, con su perfecta consumación trascendente y eterna en el ámbito celes- tial. De este modo, la muerte en la Cruz —irrepetible, en cuanto aconteci- miento histórico— puede actualizarse en el tiempo en cuanto a su esencia sal- vífica. «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (LG 3; SC 2). El Sacrificio eucarístico es el memorial sacramental del Misterio pascual. Es necesaria su presencia eficaz in mysterio, en signos celebrados en el tiempo y el espacio. En efecto, el Sacrificio de la Cruz, por sí mismo suficiente y com- pleto, no alcanzaría su pleno sentido salvífico si quedara aislado como factum del pasado. «Este sacrificio —dice la reciente Encíclica de Juan Pablo II, Eccle- sia de Eucharistia— es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él» (n. 11). En este sentido, el Sacrificio eucarístico existe en razón de la Iglesia, para que Ella actualice y participe del Sacrificio de la Cruz bajo signos visibles: ut dilectae sponsae suae Ecclesiae visibile... relinque- ret sacrificium... (Conc. de Trento, cfr. DS 1740). El Concilio Vaticano II am- plía la idea: «Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traiciona- ban, instituyó el Sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección» (SC 47). 111 SCRIPTA THEOLOGICA 36 (2004/1) 111-130 ISSN 0036-9764

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EL SACRIFICIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA

JOSÉ R. VILLAR

INTRODUCCIÓN

El sacrificio de Cristo en la Cruz no fue un suceso clausurado en la his-toria, sino que culminó con la resurrección, ascensión y glorificación del Señor,es decir, con su perfecta consumación trascendente y eterna en el ámbito celes-tial. De este modo, la muerte en la Cruz —irrepetible, en cuanto aconteci-miento histórico— puede actualizarse en el tiempo en cuanto a su esencia sal-vífica. «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en elaltar el sacrificio de la cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua,ha sido inmolado» (LG 3; SC 2).

El Sacrificio eucarístico es el memorial sacramental del Misterio pascual.Es necesaria su presencia eficaz in mysterio, en signos celebrados en el tiempo yel espacio. En efecto, el Sacrificio de la Cruz, por sí mismo suficiente y com-pleto, no alcanzaría su pleno sentido salvífico si quedara aislado como factumdel pasado. «Este sacrificio —dice la reciente Encíclica de Juan Pablo II, Eccle-sia de Eucharistia— es tan decisivo para la salvación del género humano, queJesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado elmedio para participar de él» (n. 11). En este sentido, el Sacrificio eucarísticoexiste en razón de la Iglesia, para que Ella actualice y participe del Sacrificio dela Cruz bajo signos visibles: ut dilectae sponsae suae Ecclesiae visibile... relinque-ret sacrificium... (Conc. de Trento, cfr. DS 1740). El Concilio Vaticano II am-plía la idea: «Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traiciona-ban, instituyó el Sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba aperpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a suEsposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección» (SC 47).

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El Sacrificio de la Misa es «verdadero sacrificio», sin ser «otro» distintodel de la Cruz; Cristo no repite su inmolación, ni pone un nuevo acto sacrifi-cial 1. Es idéntica la Víctima y el Oferente, que ahora se ofrece según un mododiferente (diversa ratio offerendi, Conc. de Trento; DS 1743). Esta «diferencia»del Sacrificio eucarístico respecto de la Cruz no proviene de Cristo, sino de laIglesia. Existe, en efecto, multiplicidad en la oblación sacramental del único Sa-crificio en y por la Iglesia «hasta que Él vuelva» 2.

La intervención de la Iglesia en el Sacrificio eucarístico sucede bajo undoble aspecto.

En primer lugar, Cristo muerto y resucitado se sirve del ministerio sa-cerdotal de la Iglesia para hacer perenne su sacrificio: «El sumo y eterno Sacer-dote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelveal Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministeriosacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad» (Ecclesia de Eu-charistia, n. 8). En la Cruz, Cristo se ofreció solo. En el Sacrificio eucarístico seofrece asociando a la Iglesia, su Cuerpo, como oferente junto con Él.

En segundo lugar, en la celebración sacramental del Sacrificio, la Iglesiaacoge la entrega de Cristo como propia, y Cristo asume la ofrenda de la Iglesiacomo suya: «Al entregar su sacrificio a la Iglesia, Cristo ha querido además ha-cer suyo el sacrificio espiritual de la Iglesia, llamada a ofrecerse también a símisma unida al sacrificio de Cristo. Por lo que concierne a todos los fieles, elConcilio Vaticano II enseña que “al participar en el sacrificio eucarístico, fuen-te y cima de la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismoscon ella” (LG 11)» (Ecclesia de Eucharistia, n. 13).

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1. «Celebrando y al mismo tiempo participando en la Eucaristía, nosotros nos uni-mos a Cristo terrestre y celestial que intercede por nosotros al Padre, pero nos unimos,siempre por medio del acto redentor de su sacrificio, por medio del cual El nos ha re-dimido» (JUAN PABLO II, Enc. Redemptor hominis, n. 20). Sobre las discusiones en tor-no a la «identidad numérica» del acto sacrificial de Cristo en la Cruz y en la Misa, vid.las distintas soluciones teológicas en B. NEUNHEUSER, Die numerische Identität vonKreuzsopfer und Messopfer, en o.c., 139-151. Cuando aquí decimos «el mismo sacrificio»se entiende: desprovisto de las circunstancias históricas de la Cruz; esto es, aquel acto«histórico» de la ofrenda de Cristo que ya pertenece al ámbito eterno del Cristo escato-lógico. Es Cristo glorificado ut nunc est in coelo quien se ofrece en la Misa incruenter,sin ser otra ofrenda distinta de aquella ut passus de la Cruz. No sólo porque el pasadose halla incorporado a su vida personal, sino porque la ofrenda histórica en la Cruz par-ticipa de la eternidad del Logos encarnado. La «representación» in mysterio de aquellaofrenda «histórica» de la Cruz —la Misa— nos sitúa ante la ofrenda (eterna) de Cristoglorificado.

2. Cfr. J.A. JUNGMANN, Oblatio und Sacrificium, en «Zeitschrift für katholischeTheologie» 92 (1976) 349.

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Esto explica que, durante la celebración, se dirija al Padre la petición —expresada de modos diversos— de que acepte la ofrenda que la Iglesia pre-senta, y que ella misma se transforme en ofrenda por la intervención de su San-to Espíritu. No puede tratarse de pedir al Padre la aceptación de la ofrenda delHijo amado, ya aceptada definitivamente con la resurrección. No puede pedirseal Padre que acepte «otra» ofrenda distinta de aquella del Hijo. Se pide, más bien,que acepte benevolente la inclusión de la Iglesia en el Sacrificio del Hijo. Lo pi-de la Iglesia, pero a través de Cristo que, como Cabeza, presenta al Padre laofrenda de su Cuerpo (Cristo ya presentó por Él mismo de una vez por todas suofrenda única y eterna al Padre).

El Sacrificio eucarístico es, pues, sacrificio de la Iglesia en ese doble sen-tido: 1) Cristo resucitado y glorificado se sirve del ministerio sacerdotal de laIglesia para ofrecer de modo perenne su Sacrificio; 2) Cristo asume en la cele-bración sacramental la ofrenda de la Iglesia como suya, y la Iglesia acoge el sa-crificio de Cristo como propio.

El Concilio Vaticano II, recogiendo la enseñanza de la Enc. Mediator Dei(1947) de Pío XII, sintetiza esta participación de la Iglesia en el Sacrificio del Se-ñor con las siguientes palabras: todos los fieles, «en virtud de su sacerdocio real(vi regalis sui sacerdotii), concurren (concurrunt) en la oblación de la Eucaristía»(Const. dogm. Lumen gentium, n. 10); «(los cristianos) aprendan a ofrecerse a símismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino jun-tamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión conDios y entre sí» (Const. Sacrosanctum Concilium, n. 48; subrayados nuestros).

Las siguientes páginas desean ahondar en esta consideración de la Iglesiaen cuanto asociada a Cristo como «oferente» y como «ofrenda» del Sacrificio.

I. CRISTO Y LA IGLESIA EN EL SACRIFICIO EUCARÍSTICO

«La Iglesia —dice Pablo VI— al desempeñar la función de sacerdote yvíctima juntamente con Cristo, ofrece toda entera el sacrificio de la Misa y to-da entera se ofrece en él» 3. En el Sacrificio de la Misa, Cristo asocia a la Iglesia—como oferente y ofrenda— a su obra sacerdotal de glorificación del Padre yde santificación de los hombres. En la celebración eucarística sucede de modoparadigmático lo propio de toda acción litúrgica, a saber, que es «obra de Cris-to sacerdote y de su cuerpo que es la Iglesia» (cfr. SC 7).

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3. PABLO VI, Enc. Mysterium fidei, AAS 57 (1965) 761.

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«Cristo asocia siempre consigo (sibi semper consociat) a su amadísima Es-posa la Iglesia, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre Eterno. Conrazón, entonces, se considera la Liturgia como el ejercicio del oficio sacerdotal(sacerdotalis muneris) de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cadauno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místicode Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro.En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote yde su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia,con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de laIglesia» (SC 7).

Esta asociación de la Iglesia como signo e instrumento de Cristo por suEspíritu, es la más intensa manifestación de su ser «sacramental», según la cualla compago visibilis Ecclesiae inservit al Espíritu de Cristo en la actual economíade gracia (cfr. LG 8). Tal asociación supone, además, la capacitación sacerdotalde la Iglesia para participar del culto de Cristo al Padre en el Espíritu, lo quesucede por la doble forma de participar en el Sacerdocio de Cristo, es decir, elsacerdocio común y el sacerdocio ministerial. El Sacrificio de Cristo, de estemodo, se actualiza per Ecclesiae sacerdotale ministerium, es decir, por el «minis-terio sacerdotal de la Iglesia», que es obra conjunta del sacerdocio de los fielesy del sacerdocio ministerial. El sujeto del Sacrificio eucarístico es siempre elCuerpo orgánicamente estructurado (fieles y ministerio) formando un totumofferens con su Cabeza por obra del Espíritu Santo.

Así lo ha considerado la primera tradición cristiana y la reflexión teoló-gica a lo largo de los siglos, con afirmaciones luego recogidas por el magisterioeclesial hasta nuestros días.

1. Una mirada a la tradición

Toda la tradición subraya el carácter eclesial del Sacrificio eucarístico, nosólo a causa de la necesaria función del sacerdocio ministerial en su celebración,sino también en razón de la participación sacerdotal de los fieles en la ofrendadel Sacrificio. Nos bastará aquí sólo recordarlo brevemente con algunas refe-rencias 4.

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4. No tratamos aquí la relación del sacerdocio común con el sacerdocio ministerial.Esta relación ha sido objeto habitual —a su manera— de la teología y del magisterio,especialmente desde el Concilio de Trento. Es conocida la enseñanza católica al respec-to. En los primeros siglos, sin embargo, el tema del sacerdocio cristiano se situaba pri-mariamente en relación con los no cristianos: la superioridad del nuevo pueblo sacer-

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Algunas alusiones genéricas al tema se remontan a san Justino 5 y San Ire-neo 6. Ya San Juan Crisóstomo, tras afirmar el sacerdocio de los cristianos, lopone en directa relación con el Sacrificio eucarístico en un conocido pasaje:«La oración con la que agradecemos a Dios (en la Eucaristía) es propia tantodel sacerdote como de los fieles (utriusque communis est) 7. San Agustín, por suparte, considera la «sociedad de los santos y de los fieles unida por la caridad»,como el sujeto que ofrece el sacrificio de Cristo que es el «sacrificium christia-norum»: ofreciendo el sacrificio, la Iglesia se ofrece a sí misma 8, debido a launidad de los miembros del cuerpo sacerdotal con Cristo 9, quien «quiso queel sacramento diario de esta realidad fuese el sacrificio de la Iglesia, la cual, co-mo cuerpo que es del que es su Cabeza, aprende a ofrecerse a sí misma a tra-vés de él» 10.

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dotal frente al sacerdocio pagano y judío. El sacerdocio ministerial tiene su lugar pro-pio e insustituible —que los Padres de la Iglesia también señalan— dentro de la condi-cion sacerdotal de toda la Iglesia. Sobre la participación de todos los fieles en el sacrifi-cio de la Misa, puede consultarse un amplio dossier en: M. DE LA TAILLE, MysteriumFidei, Paris 1931, elucid. XXVI; A. KOLPING, Der Aktive Anteil der Gläubigen an derDarbringung des eucharistischen Opfer, en «Divus Thomas» 1949, 369-380; 1950, 79-110; 147-170; R. SCHULTE, Die Messe als Opfer der Kirche. Die Lehre frühmittelalterli-chen Autoren über das eucharistische Opfer, Münster 1959; Y. CONGAR, La «Ecclesia» ola comunidad cristiana, sujeto integral de la acción litúrgica, en J. JOSSUA-Y. CONGAR

(dirs.), La liturgia después del Vaticano II, Salamanca 1969, 279-338.5. Quien afirma que «todo el pueblo presente lo refrenda (el sacrificio) con la acla-

mación: Amén» (I Apol. 65 y 67: PG 6, 427ss). «Nosotros... somos una estirpe sacer-dotal, como testimonia Dios mismo cuando dice que le serán ofrecidos sacrificios pu-ros y agradables en todo lugar entre las gentes (Mal. 1, 10). Ahora bien, Dios sólo aceptasacrificios de manos de sus sacerdotes» (Dial. cum Tryph., c. 116: PG 7, 995).

6. «Cristo ha establecido para el Nuevo Testamento un nuevo sacrificio, que la Igle-sia ha recibido de los Apóstoles y ofrece en todo el mundo... La Iglesia sacrifica a Diosomnipotente por mediación de Jesucristo. Por esto, la oblación de la Iglesia que el Se-ñor enseñó a ofrecer en todo el mundo (Mal. 1, 10) fue aceptada como sacrificio puroa los ojos de Dios» (Adv. Haer., IV, 17, 6: PG 7, 1024).

7. «La oración con la que agradecemos a Dios (en la Eucaristía) es propia tanto delsacerdote como de los fieles (utriusque communis est). En efecto, no es sólo el sacerdoteel que debe agradecer, sino todo el pueblo... He dicho estas cosas... para que cada unocomprenda que todos formamos un solo cuerpo, diferenciándonos sólo en cuanto unmiembro es diverso de otro miembro, y que por tanto no debemos dejar todo al sacer-dote (ac proinde ne omnia ad sacerdotes reiciamus), sino que todos nos interesamos porel bien común de la Iglesia, como si se tratase de un solo cuerpo» Hom. 18, in 2 Cor,n. 3: PG 61, 527).

8. «Quo etiam sacramento altaris fidelibus noto frequentat Ecclesia, ubi ei de-monstratur quod in ea re quam offert ipsa offeratur» (De Civ. Dei X, 6: PL 41, 284).

9. «Sic omnes sacerdotes, quoniam membra sunt unius sacerdotis» (De Civ. Dei,XX, 10: PL 41, 676).

10. De Civ. Dei, X, 20: Pl 41, 298: «Cuius rei sacramentum quotidianum esse voluitEcclesiae sacrificium: quae, cum ipsius capitis corpus sit, se ipsam per Ipsum discit ofe-rre».

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La consideración de la ofrenda del Sacrificio eucarístico por todos los fie-les —en virtud de su condición sacerdotal— se prolonga hasta la Alta EdadMedia 11. La Iglesia es «corpus Christi sacerdotis» 12, y nace del sacrificio de Cris-to, que se ofreció, y sigue ofreciéndose en y por los cristianos 13. Se hablará delos «sacrificios que ofrecemos nosotros y consagran los sacerdotes» 14, o del pany la sangre «quem universalis offert Ecclesia» 15. Las plegarias eucarísticas, la ora-ciones, y los signos litúrgicos —en los diversos ritos y épocas— manifiestan quela Iglesia, el pueblo santo de Dios, «nosotros», «su familia», es quien suplica,ofrece la oblación, pide a Dios que acepte las ofrendas que todos los cristianosofrecen 16. Todos los fieles se hallan presentes en la ofrenda espiritual, diránOdón de Cambrai y Esteban de Autun en el s. XII 17, y es la ecclesia en comu-nión quien celebra 18.

Tendrá especial fortuna el comentario de la misa de Floro de Lyon, par-ticularmente su glosa del «qui tibi offerunt» del memento de vivos: «Quodenim adimpletur proprie ministerio sacerdotum, hoc generaliter agitur fide etdevotione cunctorum» 19. La ecclesia es quien ofrece, dirá Floro: «tam sacer-

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11. «Numquid quia in ministerio sacro non es, in plebe sacra non es? An nescis et temembrum esse summi Pontificis? An ignoras totam Ecclesiam sacerdotium vocitatam?»(GELASIO I, Adv. Andromachum, 4: PL 59, 112). También así SAN LEÓN, Sermo 3, 1;24, 6: PL 54, 145, 207; SAN GREGORIO MAGNO Moral., XXV, 7, 15: PL 76, 328; Hom.in Evang., II, 31, 8: ibid. 1231.

12. SAN ISIDORO, De Eccl. offic. 2, 26, 2: PL 83, 823 B.13. Así se expresan los escritos de Beda, del Beato de Liébana, de Eterio de Osma,

cfr. SCHULTE, o.c., pp. 90-93; 97-118; 131-138.14. En la explicación de la Misa titulada Primum in ordine (ca. 800): PL 138, 1183.15. W. STRABON, De exordiis et incrementis..., c. 23; cfr. SCHULTE, o.c., 142.16. Cfr. los testimonios litúrgicos recogidos por A. PIOLANTI, Il misterio eucaristico,

Roma 1996, pp. 538-540.17. Escribe el primero: «virtute totius communionis in Ecclesia confici sancta mys-

teria per gratiam Dei... secundum quem sensum in hoc loco circumstantes accipiunturomnes ubique fideles» (Expos. in Can. missae: PL 172 1057 B). El segundo: «Ita, unopraesente, sacerdos plures alloquitur et salutat, quia praesens astat omnis Ecclesia» (Desacram. altaris, c. 13: PL 172, 1289).

18. «Haec oblatio —escribe Esteban— non solum est sacerdotis, sed cunctae fami-liae, id est cleri et populi, et non asistentis familiae, sed totius Ecclesiae» (De sacram. al-taris, c. 13: PL 172, 1290).

19. «En estas palabras hay que considerar que este sacrificio de alabanza lo ofrece aDios toda la Iglesia; y las palabras “los que te ofrecen” se dicen de toda la multitud defieles que se hallan alrededor. Pues lo que se cumple propiamente (proprie) por el mi-nisterio de los sacerdotes, eso mismo se realiza de modo general (generaliter) por la fe yla devoción de todos. Pues de hecho el Apóstol san Pedro se dirigía a toda la Iglesiacuando escribía: “Vosotros sois una raza escogida, un sacerdocio real” (1 Pe 2, 9), des-tinados a “ofrecer hostias espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (v. 5). Califica,pues, a toda la Iglesia de “sacerdocio santo”, siendo así que en la antigua Ley sólo goza-ba de ese título y carácter y esa función la familia de Aarón; y es que ahora todos los fie-

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dotes quam plebs fidelis offerunt» 20; «sacerdote et populo, universa scilicetEcclesia» 21; «totius Ecclesia vox est, id est, sacerdotum el plebium» 22. San Pe-dro Damián en el s. XI recogerá a Floro casi literalmente 23, añadiendo que entoda Misa —también la celebrada «privadamente»— se hace presente la Igle-sia universal 24. También Remigio de Auxerre e Inocencio III se hacen eco delas palabras de Floro 25. Habrá también otras fórmulas —hoy discutibles en sutenor genérico— como la de un Gerric de Igny: «El sacerdote no sacrifica só-

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les son miembros del Sumo Sacerdote (...). Por tanto, ofrecen los sacerdotes de la Igle-sia, y en ellos y por ellos toda la Iglesia ofrece a Dios el sacrificio de alabanza que el mis-mo Dios mandó le tributasen sus adoradores: “Inmola a Dios un sacrificio de alabanza,y ofrenda a Dios tus votos”» (Opusc. de actione missarum, c. 52: PL 119, 47-48). Florocomenta también el silencio tras el Prefacio y el Sanctus del siguiente modo: «El sacer-dote comienza la oración de la consagración del misterio del cuerpo y de la sangre delSeñor en unión de los votos y deseos de todos. Porque, efectivamente, es convenienteque en esos momentos en que se celebra una acción tan santa y tan divina, por la gra-cia de Dios, se mantenga el espíritu alejado de los pensamientos terrestres, y que la Igle-sia con el sacerdote y el sacerdote con la Iglesia entren con el alma llena de deseos espi-rituales en el santuario celestial y eterno de Dios» (cap. 42: PL 119, 43).

20. O.c., cap. 64, PL 56 A.21. O.c., cap. 64, PL 119 55 D.22. O.c., cap. 72, PL 119, 63 B.23. Cuando comenta el memento de vivos: «estas palabras muestran claramente que

este sacrificio de alabanza es ofrecido por todos los fieles, y no sólo por los hombres, si-no también por las mujeres, por más que parezca que únicamente lo ofrece el sacerdo-te; pero en realidad lo que éste toma en sus manos para ofrecerlo a Dios, eso mismo loestá recomendando la multitud de los fieles mediante la devota atención de sus almas.Eso es lo que manifiestan estas palabras: “Te rogamos, Señor, que recibas bondadosa-mente esta oblación que te hago yo, tu siervo y toda tu familia”, en las que aparece cla-ro que que el sacrificio celebrado sobre el altar por el sacerdote se ofrece en común (ge-neraliter) por toda la familia de Dios» (Liber qui dicitur Dominus vobiscum, Opusc. XI,c. 8: PL 145, 237-238).

24. «Si nosotros formamos el cuerpo único de Cristo, y si, a pesar de parecer que es-tamos separados por la apariencia material, espiritualmente no podemos separarnosunos de otros por estar unidos en Él, ¿qué dificultad hay en que nos mantengamos fie-les a la práctica comunitaria de la Iglesia, incluso cuando nos encontremos solos, ya quesiempre estamos unidos a ella por el misterio de la unidad indivisa? Yo por mi parte noveo dificultad alguna. Porque cuando recogido en mi soledad pronuncio las palabras co-munitarias de la Iglesia, experimento que soy uno con ella y que permanezco verdade-ramente con ella por presencia espiritual; y por tanto dado que soy verdaderamentemiembro de la Iglesia, no hay inconveniente alguno en que yo cumpla el oficio de miuniversalidad» (ibid.).

25. «En efecto, lo que se realiza propiamente por el ministerio de los sacerdotes, seopera comúnmente por la fe y devoción de todos» (R. DE AUXERRE, De divinis officiis,PL 101, 1258). «También podemos entender las palabras “por los cuales te ofrecemoso que ellos mismos te ofrecen”, en el sentido de que ofrecen todos los fieles y no sola-mente los sacerdotes. Porque lo que se realiza especialmente por el ministerio de los sa-cerdotes lo hacen también comúnmente los fieles mediante sus votos» (INOCENCIO III,De sacro altaris mysterio, III, 6: PL 217, 845 D).

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lo, sino que toda la asamblea de los fieles asistentes consagra con él y sacrifi-ca con él» 26.

Todos, sacerdotes y fieles, celebran, ofrecen, invocan. No abundan expli-caciones precisas sobre el modo de ofrecer sacerdotes y fieles, pero se apuntanmatices: los fieles ofrecen, el sacerdote consagra; el sacerdote ofrece, y en él y porél todos ofrecen; el sacerdote ofrece propiamente, y los fieles de manera general.«El pueblo mismo —dirá san Alberto Magno— ofrece con el deseo (voto) laofrenda que el sacerdote ofrece ministerialmente» 27. Inocencio III explica: «Aun-que es uno solo el que ofrece el sacrificio, nos expresamos en plural diciendo “no-sotros ofrecemos”, porque el sacerdote no sacrifica en nombre propio única-mente, sino en el nombre —in persona— de toda la Iglesia» 28. La fórmula inpersona se encontraba ya antes en la Summa sententiarum 29. Con ella distingui-rá santo Tomás de Aquino lo que el sacerdote hace in persona totius Ecclesiae, asaber, las oraciones litúrgicas; y lo que realiza in persona Christi, es decir, la con-sagración del pan y del vino 30. El origen y destino de estas expresiones está biendocumentado, y no es necesario ahora adentrarnos en ellas 31.

Estamos, pues, ante un sólido patrimonio luego recogido por el Magis-terio eclesial: la celebración eucarística es celebración de la Ecclesia universalis 32,del «Cristo total», Cabeza y Cuerpo; no es una acción «privada» 33, ni aun cuan-do se celebre sin participación externa de fieles 34. Dentro de esta unidad, sin

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26. Sermo 5, 6: PL 185, 87 AB.27. De Sacrificio missae, tr. 3, c. 7.28. De sacro altaris mysterio, III, 5: PL 217, 844 C (cursiva nuestra).29. «Nullus in ipsa consecratione dicit offero, sed offerimus ex persona totius Eccle-

siae» (PL 176: 146).30. S. Th., III, q. 82, esp. a. 1 y a. 6.31. Cfr. B.D. MARLIANGEAS, Clés pour une théologie du ministère: «In persona Chris-

ti», «In persona Ecclesiae», Beauchesne, Paris 1978; L. LOPPA, «In persona Christi», «no-mine Ecclesiae»: linee per una teologia del ministero nel Concilio Ecumenico Vaticano II enel megistero post-conciliare (1962-1985), Pont. Univ. Lateranense, Roma 1985.

32. «Todo sacerdote, cuando ofrece el santo sacrificio, debe recordar que durante es-te sacrificio no es únicamente él con su comunidad quien ora, sino que ora la Iglesia en-tera», (JUAN PABLO II, Carta a los obispos sobre el misterio y culto de la eucaristía, n. 12,24.II.1980, AAS [1980] 142-143).

33. «Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia,que es “sacramento de unidad”, es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo ladirección de los Obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen enél y lo manifiestan; pero cada uno de los miembros de este cuerpo recibe un influjo di-verso, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual» (SC 26).

34. Cfr. PABLO VI, Mysterium fidei, AAS 57 (1965) 761. El sacrificio eucarístico«ciertamente por su misma naturaleza y siempre, en todas partes y por necesidad tieneuna función pública y social, pues el que lo inmola obra en nombre de Cristo y de losfieles cristianos, cuya cabeza es el divino Redentor, y lo ofrece a Dios por la Iglesia Ca-

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embargo, existe «organicidad»: es celebración de todo el pueblo sacerdotal deDios, pero hay una acción propia de los sacerdotes, que consagran el sacrificio«en la persona de Cristo», y lo presentan «en nombre de la Iglesia» como ofren-da de los fieles.

2. Una precisión sobre la participación de la Iglesia en el Sacrificioeucarístico

Esa rápida aproximación a la tradición —se podrían multiplicar las ci-tas— refleja la riqueza y complejidad de la idea: toda la Iglesia ofrece el Sacri-ficio eucarístico. Por una parte, todos los fieles ofrecen y celebran el sacrificio(incluso «concelebran» en sentido no técnico del término 35), pero sólo el sacer-dote ordenado lo «consagra». Por otra parte, se trata de la ofrenda del sacrificiode Cristo, y de la ofrenda de la Iglesia con Él y en Él: pero es Cristo quien pro-piamente se ofrece y nos ofrece. Finalmente, todo esto sucede de manera objeti-va en cada celebración concreta, aunque todos los fieles están llamados a ofre-cerse subjetivamente con Cristo. A primera vista, en la celebración convergenvarias ofrendas (de Cristo, del sacerdote, de toda la Iglesia, de los fieles que par-ticipan); confluye «una» acción de ofrecer con «otra» de ofrecerse; y todo estocon aspectos objetivos (ex opere operato) y subjetivos (ex opere operantis).

Conviene adelantar que la celebración del Sacrificio eucarístico no es untipo de «acto colectivo», fruto de la yuxtaposición operativa de diversos sujetosautónomos (Cristo, la Iglesia, el sacerdote, los fieles...). Tales «sujetos» que«concurren» de diversa manera a la celebración forman teológicamente un únicoSujeto, el «Cristo Total»: Cristo y la Iglesia como totum offerens.

En relación con este Sujeto único que celebra, hay que precisar que no setrata de la unidad de dos «sujetos» situados en el mismo plano que se integran

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tólica y por los vivos y difuntos. Y ello tiene lugar, sin género de duda, ya sea que esténpresentes los fieles (que nosotros deseamos y recomendamos cuantos más, mejor y conla mayor piedad), ya sea que falten, pues de ningún modo se requiere que el pueblo ra-tifique lo que hace el ministro del altar (PÍO XII, Enc. Mediator Dei, AAS 39 [1947]557).

35. «Toda la comunidad eclesial es el sujeto de la celebración litúrgica, de forma quepuede hablarse legítimamente de “con-celebración”... Ni los cristianos son merosasistentes, ni el ministro es un lujo que se permite la comunidad. Todos los sacra-mentos son acciones eclesiales, y al mismo tiempo afectan profunda y diferenciada-mente a los participantes» (R. BLÁZQUEZ, La relación del Presbítero con la comunidad,Com. Episcopal del Clero, Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Madrid1987, 298).

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para formar una nueva personalidad, distinta y superior a ambos, en orden a lacelebración del Sacrificio eucarístico. El Sacrificio eucarístico es siempre obra deCristo. Jesucristo es siempre el Oferente principal del Sacrificio. No hay, en sen-tido estricto, un «ofrecer» y una «ofrenda» de la Iglesia autónoma del Sacrificiode Cristo.

Pero Cristo ofrece el sacrificio en la Iglesia y por la Iglesia como oferenteministerial. Y la Iglesia no ofrece otro sacrificio y otra víctima, sino que hace ob-jetivamente «suyo» Su Sacrificio como don que recibe del Padre; y, al hacerlosuyo, se ofrece objetivamente por Él, con Él y en Él. «Cristo ofreció una solavez —comenta santo Tomás de Aquino— lo que pueden ofrecer todos los díassus miembros» 36. La celebración sacramental se hace «Sacrificio de la Iglesia» alrecibir de Cristo todo lo que ella misma puede ofrecer.

Es siempre Cristo quien salva; Él lo hace todo, pero no lo hace solo, si-no en y por la Iglesia; y esto, por su libre y gratuita disposición. Por ello, en laactual economía salvífica se cumplen estas palabras: «Itaque nec Christus sineEcclesia pontifex in aeternum nec Ecclesia sine Christo Deo Patri offertur» 37.La participación activa de la Iglesia pertenece formalmente al Sacrificio sacra-mental, que constituye ese plus eclesial —si vale la expresión— que ciertamen-te no completa ni perfecciona carencia alguna del Sacrificio de la Cruz. Se tra-ta de la pura ministerialidad de la Iglesia hacia Cristo Oferente, y la apropiaciónsalvífica de su Sacrificio en los fieles (la «aplicación» del Sacrificio constituye unmomento interno de su actualización sacramental).

Esta participación supone una verdadera cooperación con Cristo, quepermite hablar con fundamento del sacrificio «de la Iglesia». Se trata de un con-curso «activo» en la acogida del don de la Cabeza, acogida que su Cuerpo reali-za al ofrecer su Sacrificio y —por el acto mismo— el Cuerpo se ofrece con su Ca-beza. La Iglesia no está aquí de modo pasivo: «en la economía actual laasociación de la Cabeza y del Cuerpo es tal que implica un papel activo de laIglesia en la obra salvífica. La Iglesia no tiene la iniciativa de salvación (1 Co 9,17). Ella misma es fruto de la gracia, don recibido. No obstante, el don de labenevolencia divina es tal que hace de ella, por medio de sus “ministros” y detodos los miembros que la componen, la sierva, la auxiliar, la cooperadora (1Co 3,9), la propagadora, la “misionera” de aquello de lo que es beneficiaria» 38.

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36. IV Sent., d, d. 13, exp. litterae.37. P. RADBERTO, Epis. de corpore et sanguine Domini ad Frudegardum, PL 120,

1352-1353.38. J.M.R. TILLARD, Église et Salut. Sur la sacramentalité de l’Église, en «Nouvelle Re-

vue Théologique» 106 (1984) 665-666.

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II. CRISTO Y LA IGLESIA, «OFERENTE» Y «OFRENDA» DEL SACRIFICIO

El Cristo Total, único «sujeto orgánico», celebra el Sacrificio, por el queCristo se ofrece cuando la Iglesia lo ofrece y, simultánemente, ésta se ofrece conÉl. Más precisamente: Cristo se ofrece al Padre, y ofrece a su Cuerpo, la Igle-sia; a la vez, la Iglesia ofrece a Cristo, y se ofrece ella misma; y esto sucede porel acto ministerial del sacerdote que actúa en nombre de Cristo y de la Iglesia.Tampoco aquí nos encontramos con actos diversos y autónomos, sino de di-versas dimensiones de un acto teológicamente uno, a saber:

1) Cristo ofrece su Sacrificio al Padre, por medio del ministerio del sa-cerdote in persona Christi; al ofrecer su Sacrificio, la Cabeza incluye la ofrendade su Cuerpo;

2) a esa oblación —no a otra— «concurren» los fieles por medio y jun-to con el ministerio del sacerdote in nomine Ecclesiae; de manera que los fieles,al ofrecer la Víctima divina, a la vez se ofrecen como miembros de la Cabeza«ofrecida».

Acontecimiento objetivo (ex opere operato), al que los fieles están llama-dos a unirse con su ofrenda personal y subjetiva (ex opere operantis). Tal rique-za de la celebración del Sacrificio eucarístico invita a desglosar y precisar la va-riedad de sus aspectos.

1. Cristo y la Iglesia, «Oferente» del Sacrificio

En primer lugar, Cristo forma un totum offerens con la Iglesia, como he-mos dicho. Ahora bien, Cristo asocia a la Iglesia según su fisonomía sacerdotal«orgánica», es decir, en cuanto «comunidad sacerdotal orgánicamente estructu-rada» (cfr. LG 11). Por ello, la celebración del Sacrificio es una «actio totius po-puli sancti Dei, hierarchice ordinati et agentis» 39.

La celebración eucarística implica la mutua ordenación (ad invicem ordi-nantur, cfr. LG 10) del sacerdocio común y del ministerial; en otras palabras,supone la interrelación del Cuerpo y de la Cabeza, representada ministerial-mente por el sacerdote. Cristo ha ungido y consagrado a la Iglesia como suCuerpo sacerdotal, en el que todos sus miembros son destinados al culto. Pero

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39. Según se expresa el Ritual postconciliar de la Concelebración, AAS 57 (1965)411.

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este Cuerpo nunca está separado de su Cabeza, «re-presentada» de manera visi-ble por el sacerdocio ministerial. Aquí encuentra su fundamento la diferentemanera de ofrecer el Sacrificio por parte del ministerio y de los fieles: «Es ne-cesario tener en cuenta —decía Pío XII— que los bautizados ofrecen la Vícti-ma divina, pero en forma distinta que el sacerdote» 40. «Participando del sacri-ficio eucarístico —se lee en LG 11— (...) todos toman parte propia en la acciónlitúrgica (partem propriam agunt), no confusamente, sino cada uno de diferen-te modo (non promiscue sed alii aliter)». Cada uno tiene su «parte propia».

a) El sacerdocio ministerial

«El sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad de que goza,modela y dirige al pueblo sacerdotal, realiza (conficit) el sacrificio eucarístico enla persona de Cristo (in persona Christi) y lo ofrece (offert) a Dios en nombrede todo el pueblo (nomine totius populi)» (LG 10).

Los ministros sagrados «representan a Cristo, que se ofreció a sí mismocomo víctima por la santificación de los hombres» (PO 13). Solamente el sa-cerdote consagra el sacrificio en cuanto representa a la Cabeza. Con las palabrasde la consagración pronunciadas in persona Christi sólo por el ministro sagra-do, se manifiesta que es Cristo —y nadie más— quien actualiza su entrega porel ministerio visible de los sacerdotes 41. El sacerdote no puede consagrar a títu-lo individual; ni siquiera a título de «miembro» del Cuerpo y en representaciónde los miembros 42, sino como Cabeza que se entrega como don del Padre an-terior a toda cooperación humana.

Bajo este aspecto, el ministerio especial «in persona Christi» de los sacer-dotes constituye la memoria permanente en la Iglesia del carácter extra nos delSacrificio de Cristo pro nobis. El Sacrificio eucarístico es, ante todo, acto de la

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40. Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 554.41. No se trata de una «sustitución» de Cristo en sentido jurídico, sino de una «re-

presentación» en el sentido sacramental: presencialización real y eficaz del representado,Cristo, que es quien actúa principalmente en los sacramentos. El sacerdote ofrece «mi-nisterialmente» el sacrificio, es puramente «ministro», es decir, al servicio de Cristo.

42. «La inmolación incruenta por medio de la cual, una vez pronunciadas las pala-bras de la consagración, Cristo se hace presente en el altar en estado de víctima, es rea-lizada sólo por el sacerdote, en cuanto representa la persona de Cristo, y no en cuantorepresenta la persona de los fieles» (Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 555 (cfr. DS3852). Evidentemente se trata del sacerdote celebrante bajo la acción principal de Cris-to: los sacerdotes que eventualmente asisten «no representan la persona de Cristo sacri-ficador ni actúan en su nombre; deben ser por tanto equiparados a los fieles que asistena la misa» (PÍO XII, Alocución, 2.XI.1954, AAS 46 (1954) 669).

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Cabeza en favor de su Cuerpo. El Cuerpo aquí sólo puede «recibir» Su ofrenda.Este «sólo» es la expresión sacramental-litúrgica de la absoluta receptividad enque se halla la Iglesia respecto de Cristo.

b) Los fieles ofrecen por medio y junto con el ministerio sacerdotal

«Los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real (vi regalis sui sa-cerdotii), participan (concurrunt) en la oblación de la Eucaristía» (LG 10). Y lamanera en que «concurren» es: non tantum per sacerdotis manus, sed etiam unacum ipso offerentes (SC 48). «En esta oblación, en sentido estricto, participan losfieles a su manera y bajo un doble aspecto, pues no sólo por manos del sacer-dote, sino también, en cierto modo, juntamente con él, ofrecen el sacrificio» 43.

Según esto, también los fieles concurren al único Sacrificio, y lo hacen ba-jo un doble aspecto (no se trata de dos acciones diversas).

i) Por medio del sacerdote celebrante

Como se ha dicho, sólo el sacerdote realiza (conficit) el sacrificio in per-sona Christi, manifestando así la «capitalidad cristológica» de la salvación.

Ahora bien, Cristo se ofrece al Padre en cuanto Cabeza del Cuerpo. Poreste motivo, quien «re-presenta» visiblemente a la Cabeza en el altar, represen-ta necesariamente al Cuerpo 44. El sacerdote al pronunciar su oración ministe-rial in persona Christi lo hace a la vez in nomine Ecclesiae, en cuanto representaal Cuerpo. «Es evidente que los fieles ofrecen el sacrificio mediante el sacerdo-te, si se tiene en cuenta que el ministro representa a Cristo Cabeza del Cuerpomístico, que ofrece en nombre de todos sus miembros» 45. La representación «inpersona Christi», en consecuencia, incluye la de la Iglesia. El sacerdote confec-ciona el sacrificio en cuanto representa a Cristo y por ello a la Iglesia 46. «Se ofre-

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43. PÍO XII, Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 555.44. «In eo (el sacrificio eucarístico) enim sacrorum administri non solum Salvatoris

nostgri vices gerunt, sed totius etiam Mystici Corporis singulorumque fidelium» (PÍO

XII, Enc. Mystici Corporis AAS 35 [1943] 332).45. PÍO XII, Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 556. «El ministro del altar repre-

senta la persona de Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico, que ofrece en nombre de todoslos miembros. Y así puede afirmarse con razón que toda la Iglesia unida a Cristo tomaparte en la oblación de la Víctima» (ibid.).

46. El título del sacerdote para «confeccionar el sacrificio» no es una «delegación» dela Iglesia; por el contrario, es Cristo quien por el sacramento del Orden capacita al mi-nistro para la acción consacratoria «in persona Christi».

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ce por sus manos, en nombre de toda la Iglesia (per manus eorum, nomine totiusEcclesiae)» (PO 2). La «representación» del sacerdocio ministerial es, en defini-tiva, del Cristo Total, también del Cuerpo.

Bajo este primer aspecto, la consagración del sacrificio es propiamenteacto de la Iglesia que ofrece por medio del ministerio público de sus sacerdotes(ab Ecclesia per sacerdotes; a publico Ecclesiae ministro: cfr. Concilio de Trento,Dz 938, 844). Los fieles ofrecen el (mismo) sacrificio que el sacerdote consagra;en la inmolación del sacrificio es la Iglesia entera la que sacrifica por medio delministerio del sacerdote.

ii) Juntamente con él

Pero «no sólo por manos del sacerdote, sino también, en cierto modo,juntamente con él, ofrecen el sacrificio» 47. Se trata de otro aspecto bajo el quelos fieles «ofrecen el sacrificio» de Cristo que consagra el sacerdote.

A pesar de la formulación de la frase («por medio de»/«junto con»), noestamos ante dos actos de ofrenda de la Iglesia: primero, por medio de la con-sagración del sacerdote; y, luego, los fieles junto con él. No se trata de «juntarcon» la consagración del sacrificio por el sacerdote —ex opere operato— la«ofrenda espiritual» de los fieles presentes, que se añadiría intencional y subje-tivamente —ex opere operantis— a la consagración del ministro. Este ofrecer«junto con el sacerdote» no puede concebirse como una acción distinta y autó-noma de la consagración del sacerdote, realizada ahora por un sujeto colectivo—los fieles— contradistinto del ministerio sacerdotal. El concurso de la Iglesiase da en la acción consacratoria (que corresponde sólo al sacerdote), sin que losfieles «añadan» una ofrenda distinta a la consagración misma. Se trata siemprede la única ofrenda de Cristo y de la Iglesia en unidad de acto: lo que hace laIglesia por medio del sacerdote —consagrar el sacrificio— lo hacen «en ciertomodo» los fieles juntamente con él. La fórmula «en cierto modo» invita a inda-gar cuál sea ese nuevo título del concurso de los fieles «junto con» el sacerdotea la consagración del sacrificio.

Una respuesta podría ser la siguiente. En cuanto la consagración del Sa-crificio por ministerio del sacerdote se realiza in persona Christi, el sacrificio cier-tamente ya se ofrece in nomine Ecclesiae, por cuanto la Iglesia se halla incluida—según se dijo— en la «representación» in persona Christi. El sacerdote repre-senta a la Iglesia principalmente por representar a Cristo Cabeza, y en este senti-do la acción in persona Christi ya supone actuar in nomine Ecclesiae. La consa-

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47. PÍO XII, Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 555.

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gración del sacerdote ya es, por tanto, acto de la Iglesia: el sacerdote, al repre-sentar a la Cabeza, representa al Cuerpo. Bajo este aspecto, los fieles «concurren»como miembros del Cuerpo que consagra el Sacrificio por manos del sacerdote.

Ahora bien, esta representación de la Iglesia por el ministro en cuantorepresenta la Cabeza, todavía no explicita plenamente toda la formalidad re-presentativa de la Iglesia por el ministerio sacerdotal. Por este título, es ofren-da sólo de la Cabeza y, por ello, sólo indirectamente también del Cuerpo. Porello, no basta decir que la Iglesia ofrece el sacrificio porque el sacerdote repre-senta la Cabeza; o que los fieles ofrecen el sacrificio por ser miembros unidosa la Cabeza. Siendo eso cierto, la consagración del sacerdote también es ofren-da del Cuerpo como tal. La participación de la Iglesia en la ofrenda de Cristono sólo sucede indirectamente: la Iglesia ofrece el sacrificio no sólo por mediode su Cabeza (ministerialmente representada por el sacerdote), sino tambiéncomo «verdadero» oferente junto con la Cabeza. Ofrecer el sacrificio «no sólopor manos del sacerdote, sino también, en cierto modo, juntamente con él»quiere explicitar, nos parece, este aspecto del concurso activo de la Iglesia enla consagración sacramental del Sacrificio de Cristo. Los fieles ofrecen «juntocon el sacerdote»; es decir, esa misma consagración del sacrificio por el minis-terio sacerdotal es también acción de la Iglesia por otro título: en cuanto elsacerdote actúa como miembro cualificado del Cuerpo que ofrece la ofrenda desu Cabeza.

Dicho gráficamente, las «manos» del sacerdote son principalmente las«manos» (ministeriales) de la Cabeza; y por este título el Cuerpo ofrece ya el Sa-crificio. Pero son también las «manos» (ministeriales) de la Iglesia, por las quelos fieles «en cierto modo, juntamente con él» ofrecen el sacrificio. Aquí la Igle-sia no pone una nueva acción externa a la consagración del Sacrificio por el sa-cerdote. Las expresiones «por manos de» y «junto con» explicitan más bien dosaspectos de la participación de los fieles en la consagración del sacrificio por elministerio sacerdotal. De una parte, la Iglesia ofrece el sacrificio en cuanto elsacerdote representa instrumentalmente a la Cabeza (in persona Christi), e in-directamente ofrece in nomine Ecclesiae. De otra parte, la Iglesia ofrece el sacri-ficio en cuanto el sacerdote es también miembro del Cuerpo e instrumento su-yo. Esta dimensión intensifica la representación de la Iglesia: el sacerdote nosólo ofrece el sacrificio in persona Christi (y en consecuencia, in nomine Eccle-siae), también ofrece el sacrificio en cuanto miembro cualificado del Cuerpoque es «verdadero oferente» (in persona Ecclesiae). Bien entendido que se tratade dimensiones representativas internamente jerarquizadas dentro de la únicarepresentación del Cristo Total: sin la representatividad in persona Christi, de-caen las demás dimensiones representativas del ministerio sacerdotal.

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Con estos presupuestos formales del concurso de la Iglesia en el Sacrifi-cio, podemos preguntarnos por el contenido de la oblación de los fieles, que seofrece «por medio» y «junto con» la consagración.

2. Cristo y la Iglesia, «Ofrenda» del Sacrificio

La Iglesia ofrece el sacrificio por medio y junto con el sacerdote, como sedijo. Ahora hay que añadir: en el mismo acto se ofrece ella misma. Aquí toca-mos de nuevo ese aspecto de la unidad del acto sacrificial, por el que la Iglesiaofrece el sacrificio de la Cabeza y, al hacerlo, se ofrece a sí misma. «En la obla-ción que realiza —dice san Agustín—, ella misma es ofrecida» 48.

Es función propia del sacerdote la realización del signo visible de la consa-gración del sacrificio 49. En efecto, el sacerdote realiza la consagración ritual comosigno externo del sacrificio interior de la Iglesia, según la ley que debe regir el sa-crificio cristiano, que es manifestar visiblemente (inmolación) el culto interno(oblación) de la Iglesia al Padre por Jesucristo. Los fieles ofrecen el sacrificio jun-to con el sacerdote porque sobre todo unen «sus votos de alabanza, de impetra-ción, expiación y acción de gracias a la intención del Sumo Sacerdote, para quesean presentadas al Padre en la oblación de la Víctima realizada por el rito exter-no del sacerdote» 50. En otras palabras, la Iglesia se hace ofrenda al ofrecer por me-dio y junto con el sacerdote el sacrificio de Cristo: «Porque lo que se realiza espe-cialmente por el ministerio de los sacerdotes lo hacen también comúnmente losfieles mediante sus votos» 51. «Populus agit voto, sacerdotes peragunt mysterio» 52.

Este votum o «votos» que se integran en la oblación de Cristo no son pri-mariamente la devoción o disposiciones subjetivas de los fieles presentes en la ce-lebración. En el Sacrificio eucarístico la inmolación externa visibiliza (por medio

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48. De Civ. Dei, X, 20.49. «Cuando se dice que el pueblo ofrece juntamente con el sacerdote, no quiere dar-

se a entender que los miembros de la Iglesia, al igual que el sacerdote, realizan el rito li-túrgico visible, lo cual es propio del ministro, destinado por Dios para ello» (PÍO XII,Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 556).

50. PÍO XII, Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 556.51. «También podemos entender las palabras “por los cuales te ofrecemos o que ellos

mismos te ofrecen”, en el sentido de que ofrecen todos los fieles y no solamente los sa-cerdotes. Porque lo que se realiza especialmente por el ministerio de los sacerdotes lohacen también comúnmente los fieles mediante sus votos» (De sacro altaris mysterio, III,6: PL 217, 845 D). El Papa recoge aquí la célebre fórmula de Floro: «Quod enim adim-pletur proprie ministerio sacerdotum, hoc generaliter agitur fide et devotione cuncto-rum» (Opusc. de actione missarum, c. 52: PL 119, 47-48).

52. SAN PEDRO DAMIÁN, Expos. Can. Missae, PL 145, 885.

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de la consagración) la acción de gracias, la alabanza, la impetración y la expiación,es decir, la oblación interior de Cristo al Padre. Esta ofrenda interior de la Cabe-za se hace —ex opere operato— «sacrificio espiritual» de su Cuerpo (indefectible-mente grato al Padre). El «votum» del Cuerpo es su asociación objetiva al sacrifi-cio interior de su Cabeza porque sus miembros —en virtud del «carácter»bautismal que configura al Sacerdote— se hallan destinados a ofrecer y ofrecersecon la Cabeza en el Sacrificio. El carácter sacramental supone in voto la destina-ción objetiva a ofrecer el Sacrificio de la Cabeza como miembros de su Cuerposacerdotal 53. Se trata de una «intención o deseo» del que dice san Agustín: «el vo-to en que prometimos permanecer con Cristo en unión de su Cuerpo místico» 54.Cristo se ofrece al Padre como Cabeza con su Cuerpo, y en su propia oblaciónincluye la de sus miembros, todos los bautizados independientemente de su si-tuación y devoción: «En esta oblación pura —el Divino Redentor— se ofrece alPadre celestial como cabeza de la Iglesia; y con Él ofrece a sus miembros místicos,ya que todos ellos, aun los más débiles y enfermos, están incluidos amorosamen-te en su corazón» 55. En unidad de acto, la consagración externa del Sacrificio es«sacrificio espiritual» de la Iglesia en la oblación interior de Cristo al Padre.

La tradición teológica hablará de una intención habitual o general de to-dos los miembros de la Iglesia universal (también de aquellos en estado de feinforme) de ofrecer el Sacrificio juntamente con el sacerdote, aunque no parti-cipen externamente en su celebración 56. Como se ve, esta «intención» se rela-ciona íntimamente con la llamada intentio Ecclesiae. De aquí, el valor que po-see que el Sacrificio sea celebrado.

Naturalmente, el «sacrificio espiritual» objetivo de la Iglesia debe hacer-se personal e interior en cada cristiano. «Para que la oblación de la Misa tengasu pleno efecto, es necesario que los cristianos se inmolen a sí mismos como

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53. Habría que recordar aquí el gran tema del votum eucharistiae implicado en elBautismo. El Bautismo concede la gracia y la unión con Dios, propia de la caridad, por-que en el Bautismo hay un deseo objetivo de la Eucaristía, votum Eucharistiae, que an-ticipa sus efectos (análogo a como el Bautismo de deseo anticipa los efectos del Bautis-mo sacramental) (cfr. S. Th., III, q. 79, a. 1 ad 1). Quien recibe el Bautismo, recibetambién in voto la gracia de la Eucaristía. El Bautismo adelanta este efecto, como deseoo votum de la corporalidad eucarística real-sustancial: esta manducación (y su deseo) esla que realiza formalmente la incorporación a Cristo. Pues bien, si la «gracia» eucarísti-ca in votum del Bautismo tiene una vinculación objetiva con la Presencia eucarística delSeñor, a fortiori el «carácter» bautismal no puede carecer de relación objetiva con la ofren-da del Sacrificio, origen de la presencia y de la gracia eucarística.

54. Epist. 149, 16: PL 33, 637.55. PÍO XII, Enc. Mystici Corporis, AAS 35 (1943) 233.56. SAN ROBERTO BELLARMINO, De Missa, L. II, c. 4, ed. Paris 1870, t. IV, p. 373 a.

«Neque satis habeant generali ea intentione, quae Christi membra Ecclesiaeque filiosdecet» (PÍO XII, Enc. Mediator Dei, AAS 39 [1947] 559).

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víctimas» 57. No basta, pues, que el Sacrificio se renueve cotidianamente paraque sea personalmente salvífico; es necesaria la identificación activa con Cristosacerdote y víctima. Así como la eficacia redentora de la Cruz supone recono-cer a Cristo en la fe como Salvador, y unirse a él, así también los fieles están lla-mados a asociarse por sus disposiciones personales —ex opere operantis— a laofrenda objetiva del sacrificio de Cristo, es decir, asociarse interiormente a lavoluntad oblativa de Cristo al Padre a favor de los hombres.

En cada celebración los fieles están llamados a hacer internamente propiala intentio Ecclesiae de ofrenda que expresan los signos litúrgicos. Por ello, «laIglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este miste-rio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo biena través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamenteen la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en lamesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mis-mos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino jun-tamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión conDios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos» (SC 48).

Estas recomendaciones no constituyen meras instrucciones de buen or-den o de sola devoción, sino que garantizan la participación fructuosa en el Sa-crificio, que debe ser objeto de un «aprendizaje» por los fieles —«aprendan aofrecerse a sí mismos al ofrecer...»— tanto en su aspecto interior, como a la ho-ra de su expresión en los signos litúrgicos 58.

3. El Sacrificio eucarístico consuma el sacerdocio cristiano

Hay que añadir finalmente otra consideración. La disposición personaloblativa a la que todos los fieles (y el sacerdote) están llamados por la consa-gración bautismal alcanza «pleno efecto» sólo con la participación en el Sacri-ficio eucarístico. Dice el Concilio Vaticano II que «por el ministerio de los pres-

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57. PÍO XII, Enc. Mediator Dei, AAS 39 (1947) 557.58. «Es necesario que todos los fieles consideren como principal deber y máxima dig-

nidad participar en el Sacrificio Eucarístico. No con una asistencia negligente y distra-ída, sino con tanto empeño y fervor que entren en íntimo contacto con el Sumo Sa-cerdote, de acuerdo con la recomendación de san Pablo: “Tened los sentimientos quetuvo Jesús” (Fil. 2, 5), ofreciendo el Santo Sacrificio con Él y por Él y ofreciéndose a símismos juntamente con Cristo» (PÍO XII, Enc. Mediator Dei, AAS 39 [1947] 552);«debemos transformar nuestras almas de modo que sea destruido radicalmente todo pe-cado en ella existente, crezca en nosotros el principio de la vida sobrenatural, y así nosconvirtamos, juntamente con la hostia inmaculada, en víctimas agradables al PadreEterno» (ibid., 558).

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bíteros se consuma (consummatur) el sacrificio espiritual de los fieles (sacrifi-cium spirituale fidelium) en unión con el sacrificio de Cristo, Mediador único,que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia» (PO 2). Veamos másde cerca este aspecto.

Toda dimensión sacerdotal en la Iglesia es participada del único Sacer-dote de la Nueva Alianza, Jesucristo. Cristo, por el misterio de su unión hipos-tática, es, en su más profunda ontología, Mediador y Sacerdote. El ejercicio desu mediación sacerdotal, se realiza en la totalidad de los misterios de su carne.Cristo se ofrece en sacrificio desde el momento de su encarnación (cfr. Hb 10,9) con la disposición habitual de su voluntad de entrega al Padre, que inspiratodas sus acciones terrenas. El alma interior de su sacrificio —y de su sacerdo-cio— es su obediencia filial, que se manifiesta en su existencia de total y abso-luta referencia al Padre coextensiva con toda su vida, palabras y obras. Ahorabien, su sacrificio y su sacerdocio tiene su plenitud y síntesis al llegar «su hora»de la libre entrega externa de su vida en la Cruz. El Sacerdocio y el Sacrificio deCristo es, de este modo, interior y exterior; lo ejerce en su entera existencia, pe-ro sólo se consuma en el acto singular de la Cruz, que recapitula toda la vidasacerdotal de Jesús y la dota de sentido. En realidad, todas sus acciones estánordenadas al sacrificio de la Cruz. La oblación interior de su voluntad inaugu-ra ya su existencia sacrificial, pero ésta se consuma sólo en el Calvario.

Pues bien, la consagración sacerdotal de la Iglesia, participación del sersacerdotal de Cristo, refleja tambien este doble momento: una existencia sacer-dotal interior y espiritual que se consuma en la celebración visible del Sacrificio.

Los lugares clásicos del Nuevo Testamento sobre el sacerdocio cristiano(cfr. 1 P 2, 4-5 y 9; Ap 1, 6; 5, 10) hablan del culto nuevo a Dios con la ente-ra existencia regenerada y «sellada» por la unción del bautismo y de la confir-mación. El sacerdocio común de los fieles es una consagración a Dios que seaplica a toda la vida cristiana, una realidad cultual que se ejerce en las circuns-tancias concretas de la existencia en el mundo. Pertenece a la esencia del sacer-docio común el ofrecimiento gozoso de la propia vida a Dios como alabanzacontinua en el Espíritu Santo. Un sacerdocio, pues, que se ejerce con la propiaexistencia, con la ofrenda de «hostias espirituales», y que constituye la prolon-gación en los cristianos de la existencia sacrificial de Cristo. Como dice A. Feui-llet, «los sacrificios espirituales de que habla 1 P 2, 5, explicados en el contex-to de los otros pasajes mencionados, deben ser interpretados, ante todo, comouna imitación voluntaria por parte de los cristianos de la ofrenda sacrificial deCristo, Siervo doliente» 59.

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59. A. FEUILLET, Jésus et sa mère, Gabalda, Paris 1974, 237.

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Ahora bien, esta existencia sacerdotal cristiana —el sacrificio espiritual—dice esencial relación a la celebración del Sacrificio eucarístico como su consu-mación, de manera análoga a como la Cruz consumó la existencia sacerdotal deCristo. En la celebración del Sacrificio eucarístico la Iglesia (ministros y fieles)representan sacramentalmente el Sacrificio de Cristo en su doble momento deoblación interior (sacrificio espriitual de los fieles) y de inmolación externa(consagración del sacerdote). Y así como en Cristo su sacrificio interior —y susacerdocio— se consuma en la inmolación cruenta de la Cruz, así el sacrificio—y el sacerdocio— de su Cuerpo se consuma en la celebración visible del Sa-crificio de la Cabeza: «los bautizados son, a semejanza de Cristo, sacerdotes yvíctimas del sacrificio que ofrecen, pero este sacrificio se hace posible por el úni-co sacrificio de Cristo» 60. En otras palabras, el sacerdocio común de los fieles,que se ejerce en todos los actos de su vida, encuentra su consumación en la ce-lebración del Sacrificio, que a su vez da sentido sacerdotal a toda la existenciacristiana.

Por aquí se ve la profunda razón de ser de la estructura sacerdotal de laIglesia, orientada toda ella al Sacrificio eucarístico. La ofrenda de la Iglesia, el«sacrificio espiritual» de los fieles —su existencia sacerdotal— se perfeccionapor la consagración por medio del sacerdocio ministerial del Sacrificio de laCruz. De esta forma, la doble modalidad sacerdotal —común y ministerial—es el reflejo en la Iglesia de la existencia sacerdotal de Cristo consumada en laCruz.

José R. VILLAR

Facultad de TeologíaUniversidad de Navarra

PAMPLONA

JOSÉ R. VILLAR

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60. Ibid., 245.

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