El Rostro de La Crisis Minera

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El rostro de la crisis minera El colapso de la minería ya no es una perspectiva en el horizonte; es una realidad presente. Lo evidencia también la masiva y prolongada protesta del pueblo potosino. domingo, 02 de agosto de 2015 Henry Oporto, sociólogo La irrupción de una crisis en la minería boliviana fue advertida de varias maneras, desde que en 2012 surgieron los primeros síntomas, a raíz de la inflexión de los precios de los minerales en el mercado internacional, pero sobre todo por la sequía de inversiones, la pérdida de competitividad de las actividades mineras, el agotamiento de yacimientos, la ausencia de exploración y de nuevos proyectos de desarrollo, los problemas de institucionalidad y gobernabilidad en el sector minero. Era evidente que, más temprano que tarde, la confluencia de tales problemas iba a precipitar el derrumbe de la economía minera. Y así está sucediendo, en efecto. El colapso de la minería ya no es una perspectiva en el horizonte, es una realidad

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Análisis de la Crisis de la Minería Boliviana, año 2015. Henry Oporto.

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El rostro de la crisis minera  

El colapso de la minería ya no es una perspectiva en el horizonte; es una realidad presente. Lo evidencia también la masiva y prolongada protesta del pueblo potosino. domingo, 02 de agosto de 2015 Henry Oporto, sociólogo 

La irrupción de una crisis en la minería boliviana fue advertida de varias maneras, desde que en 2012 surgieron los primeros síntomas, a raíz de la inflexión de los precios de los minerales en el mercado

internacional, pero sobre todo por la sequía de inversiones, la pérdida de competitividad de las actividades mineras, el agotamiento de yacimientos, la ausencia de exploración y de nuevos proyectos de desarrollo, los problemas de institucionalidad y gobernabilidad en el sector minero. Era evidente que, más temprano que tarde, la confluencia de tales problemas iba a precipitar el derrumbe de la economía minera. Y así está sucediendo, en efecto. El colapso de la minería ya no es una perspectiva en el horizonte, es una realidad presente. Lo evidencia también la masiva y prolongada protesta del pueblo potosino. Un conflicto social de envergadura que parece anticipar el tipo de tensiones sociales que se avecinan bajo el influjo de las nuevas tendencias que marcan el enfriamiento de la economía nacional.

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 Del espejismo al duro despertar 

 Potosí es el primer departamento minero del país: alrededor del 40% del PIB departamental se concentra en la actividad minera; el 95% de sus exportaciones es de minerales; Potosí aporta el 85% del valor total nacional de las ventas externas de minerales, y el 60% de las regalías mineras. Potosí vive de la minería. Es lógico que los ciclos de la economía potosina estén entrelazados con los ciclos de minería, y de ahí su volatilidad y vulnerabilidad. El fenómeno notable de la última década ha sido el boom minero, que arrancó a mediados de los años 2000, cuando los precios escalaron alcanzando máximos históricos entre 2007 y 2012.  

Lo que muchos ignoran -o no quieren admitir- es que el boom minero no sólo fue producto de los precios altos. Más importante han sido las operaciones de tres grandes proyectos: San Cristóbal (2007); San Bartolomé (2008) y San Vicente (2009), con una inversión de alrededor de  2.000 millones de dólares, determinando que la producción minera en Potosí se duplicaría en pocos años. Nunca antes hubo una inversión minera de tal magnitud. La convergencia de nuevos proyectos mineros privados y una coyuntura de precios en alza explican el notable auge de las exportaciones mineras, con un incremento de 10 veces respecto a los valores exportados en 2000 y 2001. El occidente boliviano y en particular Potosí, se beneficiaron del dinamismo de las empresas mineras, que también prohijaron la expansión del sector cooperativo. Entre 2006 y 2009, el PIB potosino crecería con tasas superiores al promedio nacional, induciendo un rápido incremento del ingreso per cápita de Potosí, al punto  que en 2011 igualaba en valor al ingreso nacional por habitante.  

Lo insólito es no haber aprovechado de esa coyuntura excepcional para potenciar la industria minera, para descubrir e incrementar reservas, ampliar y diversificar operaciones, transitar al desarrollo empresarial de las cooperativas, expandir la inversión privada y proyectar sus promisorios frutos. Quién sabe si los bolivianos -y quizás primero que nadie los potosinos- fuimos atrapados por el espejismo o la borrachera del éxito, creyendo que las bendiciones del "tío” no  irían a acabar nunca. Pero lo cierto es que se "acabaron”. O tal vez sería mejor decir que dilapidamos una oportunidad única. Que a diferencia de otros países mineros, acá se hizo de todo para desalentar la inversión minera y para crear un ambiente adverso, con la consecuencia de convertir a Bolivia en un país de alto riesgo para los negocios en minería. 

El resultado es el que es. La debacle de los precios ha detonado una crisis de gran calado, que golpea fuertemente la economía potosina. Los grandes emprendimientos privados, que fueron el motor de la bonanza, hoy están abrumados de dificultades; las cooperativas –el otro sostén de la minería potosina- sobreviven penosamente, y muchas terminarán paralizando sus operaciones, arrastrando en su caída a los ingenios; el colapso de Huanuni es indiscutible –con datos del MMM, se ha informado que al primer semestre tiene pérdidas por más de ocho millones de dólares, y es probable que esta cifra no refleje toda la realidad de una empresa técnicamente quebrada. 

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El drama potosino 

El duro despertar es la vuelta a la dramática situación de una región sumida en la pobreza, el atraso, el aislamiento; una región "campamento”, que no puede retener a su población, y que carece de oportunidades económicas y de progreso social. Quizás ello explique la densidad de los sentimientos colectivos de frustración y de abandono, tan visibles en estos días de la movilización potosinista. Y también el extendido malestar social, acumulado incluso por generaciones, pero que ahora, en el contexto de la crítica situación minera, parece añadir motivos para el resentimiento, la impaciencia, la exacerbación del victimismo.   Solamente así se puede entender que los potosinos se mostraran irreductibles en su protesta de más de tres semanas; que miles de cooperativistas mineros se hubiesen volcado sobre la ciudad de La Paz, abandonando sus labores productivas. Se podría conjeturar con que a muchos cooperativistas y a personas de otros sectores ya les da lo mismo trabajar que no hacerlo, puesto que igual no ganan nada o apenas muy poco. Por cierto, en los años anteriores habría sido difícil imaginar que tantas gentes pudieran movilizarse de la forma en que lo han hecho en estos días.    Las demandas potosinas no son de ahora; tienen larga data, aunque de pronto subieran de tono y virulencia. Pero lo que más debe inquietar es la falta de alternativas reales; la facilidad con la que un movimiento social puede derivar en la impotencia o en la ingenuidad de cifrar todas sus expectativas en la acción bienhechora del Estado y frente a la cual no se percibe más que la resistencia de un Gobierno esquivo e indolente, incapaz de resolver el embrollo derivado de sus propios excesos y negligencia. No sorprende, pues, que su dilema sea cómo ser creíble cuando debe explicar que no hay margen fiscal para sembrar ilusiones y rendirse a cualquier compromiso.  

¿Este atolladero, tiene salida?

Las razones para el escepticismo sobran. Es posible que se pueda desactivar el conflicto, ¿pero hasta qué punto? La impotencia, tal vez el agotamiento, probablemente disipen la protesta potosina, pero no son un antídoto ante el peligro latente de que sus causas profundas -y ante todo, el derrumbe de la economía potosina-, sigan nutriendo el malestar de la sociedad potosina. ¿Tiene el Gobierno una respuesta a la altura de los problemas emergentes?   Desde luego, siempre se puede alentar la idea de transformar esta crisis en una oportunidad para reencauzar el problema potosino. Pero para ello será menester una gran dosis de sinceramiento y sentido práctico. Abrigar la esperanza de que la solución es desandar el extractivismo minero, no es realista. La minería es la fuente fundamental de riqueza para Potosí. La cuestión es cómo desatar los nudos para que la actividad minera despegue, se reactive y se modernice.    En medio del laberinto de estos días, García Linera da una señal positiva,

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anunciando que empresas como San Cristóbal no serán nacionalizadas y que el Gobierno quiere atraer y facilitar nuevas inversiones mineras. ¡Enhorabuena! Pero de poco sirve lo dicho si no ha de estar seguido de iniciativas concretas y de alto impacto que den esperanzas a la ciudadanía potosina de un camino cierto para remontar este difícil momento y sumarse a la tarea de forjar el renacimiento de la minería potosina.