El público perfecto

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Todo cuento, en su condición de mensaje, requiere de la atención activa de un receptor o destinatario. Tengo casi la seguridad de que el plantearle tal aforismo a cualquier narrador, por lego que sea, será recibida como una frase de total perogrullo. No obstante, requiere de un análisis más profundo para ser entendida a cabalidad. En más de alguna ocasión he escuchado el comentario: “El público no acompañó” o algún sucedáneo orientado a explicar que la función no tuvo frutos a causa de alguna característica desfavorable en el espectador, en el destinatario. La más básica de las excusas para poner afuera el locus de control y mantener al yo a salvo de la auto-crítica. Si se toma esta vía el crecimiento como narrador será casi nulo. Contando y contando, como también viendo a otros y viéndose contar a sí mismo (nada mejor que grabarse), es que uno va resolviendo ciertas vicisitudes que en sus primeros escarceos escénicos pasa por alto. ¿Hubo una presentación del narrador?, ¿Saludó a su público?, ¿Le preguntó cómo estaba?, ¿Miraba a los ojos a sus espectadores?, ¿Adoptó un tono de voz adecuado?, ¿Permitió la participación de quienes le oían?, ¿Le oían con atención?, ¿Si, no?, ¿Por qué? Y así, haga todas las preguntas que se le pasen por la cabeza. Vale la pena tomar un papel y anotar lo que nos gusta de un narrador de vasta experiencia ¿Por qué se nos hace natural oírlo? Las ideas pueden y serán muchas, cada quien rescatará aquello a lo que atribuya un significado especial y elegirá según su estilo. Estilo definido también desde preguntas más básicas y personales aún: ¿Por qué quiero contar?, ¿A quién quiero contar?, ¿Qué me produce el contar?, ¿Por qué? y un largo etcétera. ¿No se ha preguntado estos puntos? Tome un papel y un lápiz ahora mismo, nunca es tarde. Cuando estas y otras muchas interrogantes vayan surgiendo darán lugar a la conjetura y ella al auto-conocimiento.

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Todo cuento, en su condición de mensaje, requiere de la atención activa de un receptor o destinatario. Tengo casi la seguridad de que el plantearle tal aforismo a cualquier narrador, por lego que sea, será recibida como una frase de total perogrullo. No obstante, requiere de un análisis más profundo para ser entendida a cabalidad.En más de alguna ocasión he escuchado el comentario: “El público no acompañó” o algún sucedáneo orientado a explicar que la función no tuvo frutos a causa de alguna característica desfavorable en el espectador, en el destinatario.La más básica de las excusas para poner afuera el locus de control y mantener al yo a salvo de la auto-crítica. Si se toma esta vía el crecimiento como narrador será casi nulo. Contando y contando, como también viendo a otros y viéndose contar a sí mismo (nada mejor que grabarse), es que uno va resolviendo ciertas vicisitudes que en sus primeros escarceos escénicos pasa por alto.¿Hubo una presentación del narrador?, ¿Saludó a su público?, ¿Le preguntó cómo estaba?, ¿Miraba a los ojos a sus espectadores?, ¿Adoptó un tono de voz adecuado?, ¿Permitió la participación de quienes le oían?, ¿Le oían con atención?, ¿Si, no?, ¿Por qué?Y así, haga todas las preguntas que se le pasen por la cabeza.Vale la pena tomar un papel y anotar lo que nos gusta de un narrador de vasta experiencia ¿Por qué se nos hace natural oírlo? Las ideas pueden y serán muchas, cada quien rescatará aquello a lo que atribuya un significado especial y elegirá según su estilo. Estilo definido también desde preguntas más básicas y personales aún: ¿Por qué quiero contar?, ¿A quién quiero contar?, ¿Qué me produce el contar?, ¿Por qué? y un largo etcétera. ¿No se ha preguntado estos puntos? Tome un papel y un lápiz ahora mismo, nunca es tarde.Cuando estas y otras muchas interrogantes vayan surgiendo darán lugar a la conjetura y ella al auto-conocimiento. Conocerse como narrador, desde la sinceridad y la aceptación de virtudes y defectos, nos pondrá en una posición mucho más cómoda a la hora de abordar a nuestro público y saber hasta donde podemos llegar.Todo público es, sin duda, impredecible; por ello es que hay que tratar de saber que cosas nos hacen sentir a gusto en el escenario y cuales no. Aún así, podemos indagar en nuestros auditores con preguntas muy simples, tarea que se hace menos árida frente a un público infantil ávido de ser escuchado.A través del diálogo fluido e improvisado podemos recabar mucha información sobre nuestros interlocutores. También es válido leer en su lenguaje corporal, en cuanta atención nos prestan, en sus rostros, en sus intempestivas participaciones voluntarias e involuntarias.Así como construimos nuestros cuentos y narraciones, debemos de-construir al público y ser abiertos y flexibles a la adaptación de último momento. Nada más hermoso que un cuento contado con pasión a un público conectado, conexión de la que somos protagonistas. Cuando preparamos un cuento a quien primero lo contamos es a nosotros mismos, ¿O no? Si contamos bien, el público siempre acompaña.