El psicoanálisis y su enseñanza El seminario sobre La ... · Pero adelantamos que es la ley...

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  • El seminario sobre La carta robada - (1956)

    De nuestros antecedentes

    Ms all del "principio de realidad"

    El estadio del espejo como formador de la funcin del yo [Je] tal como se nos revela enla experiencia psicoanaltica

    La agresividad en psicoanlisis

    Introduccin terica a las funciones del psicoanlisis en criminologa

    Acerca de la causalidad psquica

    El tiempo lgico y el aserto de certidumbre anticipada

    Intervencin sobre la transferencia

    Del sujeto por fin cuestionado

    Funcin y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanlisis

    Variantes de la cura-tipo

    De un designio

    Introduccin al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud

    Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud

    La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanlisis

    El psicoanlisis y su enseanza

    Situacin del psicoanlisis y formacin del psicoanalista en 1956

    La instancia de la letra en el inconsciente o la razn desde Freud

  • El seminario sobre La carta robada

    El seminario sobre La carta robada

    Und wenn es uns glckt,Und wenn es sich schickt,

    So sind es Gedanken (1)(1)

    Nuestra investigacin nos ha llevado al punto de reconocer que el automatismo derepeticin (Wiederholungszwang) toma su principio en lo que hemos llamado la insistenciade la cadena significante. Esta nocin, a su vez, la hemos puesto de manifiesto comocorrelativa de la ex-sistencia (o sea: el lugar excntrico) donde debemos situar al sujeto delinconsciente, si hemos de tomar en serio el descubrimiento de Freud. Como es sabido, esen la experiencia inaugurada por el psicoanlisis donde puede captarse por que sesgo delo imaginario viene a ejercerse, hasta lo mas intimo del organismo humano ese asimientode lo simblico.

    La enseanza de este seminario est hecha para sostener que estas insistenciasimaginarias, lejos de representar de representar nuestra experiencia, no entregan de ellasino lo inconsciente, a menos que se les refiera a la cadena simblica que las conecta ylas orienta.

    Sin duda sabemos la importancia de las impregnaciones imaginarias (Prgung) en esasparcializaciones de la alternativa simblica que dan a la cadena significante su andadura.Pero adelantamos que es la ley propia de esa cadena lo que rige los efectospsicoanalticos determinantes para el sujeto: tales como la preclusin (forclusin,Vewerfung), la represin (Verdrngung), la denegacin (Verneinung) misma -precisandocon el acento que conviene que esos efectos siguen tan fielmente el desplazamiento

  • (Entstellung ) del significante que los factores imaginarios, a pesar de su inercia, slo hacenen ellos el papel de sombras y de reflejos.

    Y an ese acento se prodigara en vano si no sirviese a los ojos de ustedes como paraabstraer una forma general de fenmenos cuya particularidad en nuestra experienciaseguira siendo para ustedes lo esencial, y cuyo carcter originalmente compuesto no serompera sin artificio.

    Por eso hemos pensado ilustrar para ustedes hoy la verdad que se desprende delmomento del pensamiento freudiano que estudiamos, a saber que es el orden simblico elque es, para el sujeto, constituyente, demostrndoles en una historia la determinacinprincipal que el sujeto recibe del recorrido de un significante.

    Es esta verdad observmoslo, la que hace posible la existencia misma de la ficcin. Desdeese momento una fbula es tan propia como otra historia para sacarla a la luz -a reservade pasar en ella la prueba de su coherencia Con la salvedad de esta reserva, tiene inclusola ventaja de manifestar la necesidad simblica de manera tanto ms pura cuanto quepodramos creerla gobernada por lo arbitrario.

    Por eso, sin ir ms lejos, hemos tomado nuestro ejemplo en la histeria misma donde seinserta la dialctica referente al juego de par o impar, del que muy recientemente sacamosprovecho. Sin duda no es un azar y esta historia result favorable para proseguir un cursode investigacin que ya haba encontrado en ella apoyo.

    Se trata, como ustedes saben, del cuento que Baudelaire tradujo bajo el titulo de: Le lettrevole (La carta robada). Desde un principio se distinguir en l un drama, de la narracinque de l se hace y de las condiciones de esa narracin.

    Se ve pronto. por lo dems, lo que hace necesarios esos componentes, y que no pudieronescapar a las intenciones de quien los compuso.

    La narracin, en efecto, acompaa al drama con un comentario en el cual no habrapuesta en escena posible. Digamos que su accin permanecera. propiamente hablando,invisible para la sala -adems de que el dilogo quedara, a consecuencia de ello y por lasnecesidades mismas del drama vaco expresamente de todo sentido que pudiese referirsea l para un oyente: dicho de otra manera, que nada del drama podra aparecer ni para latoma de vistas, ni para la toma de sonido, sin la iluminacin con luz rasante, si as puededecirse, que la narracin da a cada escena desde el punto de vista que tena alrepresentarla uno de Ios actores.

    Estas escenas son dos, de las cuales pasaremos de inmediato a designar a la primera conel nombre de escena primitiva y no por inadvertencia, puesto que la segunda puedeconsiderarse como su repeticin, en el sentido que est aqu mismo en el orden del da.

    La escena primitiva pues se desarrolla, nos dicen, en el tocador real, de suerte quesospechamos que la persona de mas alto rango, llamada tambin la ilustre persona, queest sola all cuando recibe una carta, es la Reina. Este sentimiento se confirma por elazoro en qu la arroja la entrada del otro ilustre personaje, del que nos han dicho ya antes

    de este relato que la nocin que podra tener de dicha carta pondra en juego para la damanada menos que su honor y su seguridad. En efecto, se nos saca prontamente de la dudade si se trata verdaderamente del Rey, a medida que se desarrolla la escena iniciada conla entrada del Ministro D... En ese momento, en efecto, la Reina no ha podido hacer nadamejor que aprovechar la distraccin del Rey, dejando la carta sobre la mesa "vuelta con lasuscripcin hacia arriba". Esta sin embargo no escapa al ojo de lince del Ministro, comotampoco deja de observar la angustia de la Reina, ni de traspasar as su secreto. Desdeese momento todo se desarrolla como en un reloj. Despus de haber tratado con el bro yel ingenio que son su costumbre, los asuntos corrientes, el Ministro saca de su bolsillo unacarta que se parece por el aspecto a la que est bajo su vista, y habiendo fingido leerla, lacoloca al lado de sta. Algunas palabras ms con que distrae los reales ocios, y seapodera sin pestaear de la carta embarazosa, tomando las de Villadiego sin que la Reina,que no se ha perdido nada de su maniobra, haya podido intervenir en el temor de llamar laatencin del real consorte que en ese momento se codea con ella.

    Todo podra pues haber pasado inadvertido para un espectador ideal en una operacin enla que nadie ha pestaeado y cuyo cociente es que el Ministro ha hurtado a la Reina sucarta y que, resultado ms importante an que el primero, la Reina sabe que es l quien laposee ahora, y no inocentemente.

    Un resto que ningn analista descuidar, adiestrado como est a retener todo lo que hayde significante sin que por ello sepa siempre en qu utilizarlo: la carta, dejada a cuenta porel Ministro, y que la mano de la Reina puede ahora estrujar en forma de bola.

    Segunda escena: en el despacho del Ministro. Es en su residencia, y sabemos, segn elrelato que el jefe de polica ha hecho al Dupin cuyo genio propio para resolver los enigmasintroduce Poe aqu por segunda vez, que la polica desde hace dieciocho meses,regresando all tan a menudo como se lo han permitido las ausencias nocturnashabituales del Ministro, ha registrado la residencia y sus inmediaciones de cabo a rabo. Envano: a pesar de que todo el mundo puede deducir de la situacin que el Ministro conservaesa carta a su alcance.

    Dupin se ha hecho anunciar al Ministro. Este lo recibe con ostentosa despreocupacin, confrases que afectan un romntico hasto. Sin embargo Dupin, a quien no engaa esta finta,con sus ojos protegidos por verdes gafas inspecciona las dependencias. Cuando sumirada cae sobre un billete muy maltratado que parece en abandono en el receptculo deun pobre portacartas, de cartn que cuelga, reteniendo la mirada con algn brillo barato,en plena mitad de la campana de la chimenea, sabe ya que se trata de lo que estbuscando. Su conviccin queda reforzada por los detalles mismos que parecen hechospara contrariar las seas que tiene de la carta robada, con la salvedad del formato queconcuerda.

    Entonces slo tiene que retirarse despus de haber "olvidado" su tabaquera en la mesa,para regresar a buscarla al da siguiente, armado de una contrahechura que simula elpresente aspecto de la carta. Un incidente de la calle, preparado para el momentoadecuado, llama la atencin del Ministro hacia la ventana, y Dupin aprovecha paraapoderarse a su vez de la carta sustituyndole su simulacro; slo le falta salvar ante elMinistro las apariencias de una despedida normal.

  • Aqu tambin todo ha sucedido, si no sin ruido, por lo menos sin estruendo. El cociente dela operacin es que el Ministro no tiene ya la carta, pero l no lo sabe, lejos de sospecharque es Dupin quien se la hurt. Adems, lo que le queda entre manos est aqu muy lejosde ser insignificante para lo que vendr despus. Volveremos a hablar ms tarde de lo quellev a Dupin a dar un texto a la carta ficticia. Sea como sea, el Ministro, cuando quierautilizarla, podr leer en ella estas palabras trazadas para que las reconozca como de lamano de Dupin:

    ...Un dessein si funeste S'il n'est digne d'Autre est digne de Thyeste

    [...Un designio tan funesto, si no es digno de Atreo es digno de Tieste]

    que Dupin nos indica que provienen de la Atrea de Crbillon.

    Ser preciso que subrayemos que estas dos acciones son semejantes? S, pues lasimilitud a la que apuntamos no est hecha de la simple reunin de rasgos escogidos conel nico fin de emparejar su diferencia. Y no bastara con retener esos rasgos desemejanza a expensas de los otros para que resultara de ello una verdad cualquiera. Es laintersubjetividad en que las dos acciones se motivan lo que podemos sealar, y los trestrminos con que las estructura. El privilegio de stos se juzga en el hecho de queresponden a la vez a los tres tiempos lgicos por los cuales la decisin se precipita, y a lostres lugares que asigna a los sujetos a los que divide.

    Esta decisin se concluye en el momento de una mirada.(2)(2) Pues las maniobras quesiguen, si bien se prolonga en ellas a hurtadillas, no le aaden nada, como tampoco sudilacin de oportunidad en la segunda escena rompe la unidad de ese momento.

    Esta mirada supone otras dos a las que rene en una visin de la apertura dejada en sufalaz complementariedad, para anticiparse en ella a la rapia ofrecida en esa descubierta.As pues, tres tiempos, que ordenan tres miradas, soportadas por tres sujetos, encarnadascada vez por personas diferentes.

    El primero es de una mirada que no ve nada: es el Rey y es la polica.

    El segundo de una mirada que ve que la primera no ve nada y se engaa creyendo vercubierto por ello lo que esconde: es la Reina, despus es el Ministro.

    El tercero que de esas dos miradas ve que dejan lo que ha de esconderse a descubiertopara quien quiera apoderarse de ello: es el Ministro, y es finalmente Dupin.

    Para hacer captar en su unidad el complejo intersubjetivo as descrito, le buscaramosgustosos un patrocinio en la tcnica legendariamente atribuida al avestruz para ponerse alabrigo de los peligros; pues sta merecera por fin ser calificada de poltica, repartindose

    as entre tres participantes, el segundo de los cuales se creera revestido de invisibilidadpor el hecho de que el primero tendra su cabeza hundida en la arena, a la vez que dejaraa un tercero desplumarle tranquilamente el trasero; bastara con que, enriqueciendo conuna letra [en francs] su denominacin proverbial, hiciramos de la politique de l'autruche(poltica del avestruz) la politique de l'autruiche (autrui: "prjimo"), para que en s misma alfin encuentre un nuevo sentido para siempre.

    Dado as el ndulo intersubjetivo de la accin que se repite, falta reconocer en l unautomatismo de repeticin en el sentido que nos interesa en el texto de Freud.

    La pluralidad de los sujetos, naturalmente, no puede ser una objecin para todos los queestn avezados desde hace tiempo en las perspectivas que resume nuestra frmula: elinconsciente es el discurso del Otro. Y no habremos de recordar ahora lo que le aade lanocin de la inmixtin de los sujetos, introducida antao por nosotros al retomar el anlisisdel sueo de la inyeccin de Irma.

    Lo que nos interesa hoy es la manera en que los sujetos se relevan en su desplazamientoen el transcurso de la repeticin intersubjetiva.

    Veremos que su desplazamiento est determinado por el lugar que viene a ocupar el purosignificante que es la carta robada, en su tro Y es esto lo que para nosotros lo confirmarcomo automatismo de repeticin.

    No parece estar de ms, sin embargo, antes de adentrarnos en esa va, preguntar si lamira del cuento y el inters que tomamos; en l, en la medida en que coincidan, no sehallan en otro lugar.

    Podemos considerar como una simple racionalizacin, segn nuestro rudo lenguaje, elhecho de que la historia nos sea contada como un enigma policaco?

    En verdad tendramos derecho a estimar que este hecho es poco seguro, observando quetodo aquello en que se motiva semejante enigma a partir de un crimen o de un delito -asaber, su naturaleza y sus mviles sus instrumentos y su ejecucin, el procedimiento paradescubrir su autor, y el camino para hacerle convicto- est aqu cuidadosamente eliminadodesde el comienzo de cada peripecia.

    El dolo, en efecto, es conocido desde el principio tan claramente como los manejos delculpable y sus efectos sobre su vctima. El problema, cuando nos es expuesto, se limita ala bsqueda con fines de restitucin del objeto en que consiste ese dolo, y parece sin dudaintencional que su solucin haya sido obtenida ya cuando nos lo explican. Es por eso porlo que se nos mantiene en suspenso? En efecto, sea cual sea el crdito que pueda darsea la convencin de un gnero para suscitar un inters especfico en el lector, no olvidemosque; el Dupin que aqu es el segundo en aparecer es un prototipo, y que por no recibir sugnero sino del primero, es un poco pronto para que el autor juegue sobre unaconvencin.

    Sera sin embargo otro exceso reducir todo ello a una fbula cuya moraleja sera que paramantener al abrigo de las miradas una de esas correspondencias cuyo secreto es a veces

  • necesario para la paz conyugal, baste con andar dejando sus redacciones por las mesas,incluso volvindolas sobre su cara significante. Es ste un engao que nosotros pornuestra parte no recomendamos a nadie ensayar, por temor de que quedasedecepcionado, si confiase en l.

    No habra pues aqu otro enigma sino, del lado del jefe de la polica, una incapacidad enel principio de un fracaso -salvo tal vez del lado de Dupin cierta discordancia, queconfesamos de mala gana, entre las observaciones sin duda muy penetrantes, aunque nosiempre absolutamente pertinentes en su generalidad, con que nos introduce a su mtodo,y la manera en que efectivamente interviene?

    De llevar un poco lejos este sentimiento de polvo en los ojos, pronto llegaramos apreguntarnos si, desde la escena inaugural que slo la calidad de los protagonistas salvadel vaudeville, hasta la cada en el ridculo que parece en la conclusin prometida alMinistro, no es el hecho de que todo el mundo sea burlado lo que constituye aqu nuestroplacer.

    Y nos veramos tanto ms inclinados a admitirlo cuanto que encontraramos en ello, juntocon aquellos que aqu nos leen, la definicin que dimos en algn lugar de pasada delhroe moderno, "que ilustran hazaas irrisorias en una situacin de extravo".(3)(3)

    Pero, no nos dejamos ganar nosotros mismos por la prestancia del detective aficionado,prototipo de un nuevo matamoros, todava preservado de la insipidez del supermancontemporneo?

    Simple broma -que basta para hacernos notar por el contrario en este relato unaverosimilitud tan perfecta, que puede que la verdad revela en l su ordenamiento deficcin.

    Pues tal vez es sin duda la va por la que nos llevan las razones de esa verosimilitud. Sientramos para empezar en su procedimiento, percibimos en efecto un nuevo drama al quellamaremos complementario del primero, por el hecho de que ste era lo que suelellamarse un drama sin palabras, mientras que es sobre las propiedades del discurso sobrelo que juega el inters del segundo.(4)(4)

    Si es patente en efecto que cada una de las dos escenas del drama real nos es narradaen el transcurso de un dilogo diferente, basta estar pertrechado con las nociones quehacemos valer en nuestra enseanza para reconocer que no es as tan slo por laamenidad de la exposicin, sino que esos dilogos mismos toman, en la utilizacinopuesta que se hace en ellos de las virtudes de la palabra, la tensin que hace de ellosotro drama, el que nuestro vocabulario distinguir del primero como sostenindose en elorden simblico.

    El primer dilogo -entre el jefe de la polica y Dupin- se desarrolla como el de un sordo conuno que oye. Es decir que representa la complejidad verdadera de lo que se simplificaordinariamente, con los ms confusos resultados, en la nocin de comunicacin.

    Se percibe en efecto con este ejemplo cmo la comunicacin puede dar la impresin, en la

    que la se detiene demasiado a menudo, de no comprender en su transmisin sino un solosentido, como si el comentario lleno de significacin con que lo hace concordar el queescucha, debiese, por quedar inadvertido para aquel que no escucha, considerarse comoneutralizado.

    Queda el hecho de que, de no retener sino el sentido de relacin de hechos del dilogo,aparece que su verosimilitud juega con la garanta de la exactitud. Pero resulta entoncesms frtil de lo que parece, al demostrar su procedimiento: como vamos a verlo,limitndonos al relato de nuestra primera escena.

    Pues el doble e incluso el triple filtro subjetivo bajo el cual nos llega: narracin por el amigoy pariente de Dupin (al que llamamos desde ahora el narrador general de la historia) delrelato por medio del cual el jefe de la polica da a conocer a Dupin la relacin que le hacede l la Reina, no es aqu nicamente la consecuencia de un arreglo fortuito.

    Si, en efecto, el extremo a que se ve llevada la narradora original excluye que hayaalterado los acontecimientos, haramos mal en creer que el jefe de la polica est habilitadoaqu para prestarle su voz nicamente por la falta de imaginacin de la que posee, pordecirlo as, la patente.

    El hecho de que el mensaje sea retransmitido as nos asegura de algo que no esabsolutamente obvio: a saber, que pertenece indudablemente a la dimensin del lenguaje.

    Los aqu presentes conocen nuestras observaciones sobre este punto, y particularmentelas que hemos ilustrado por contraste con el pretendido lenguaje de las abejas: en el queun lingista (5)(5) no puede ver sino un simple sealamiento de la posicin del objeto,dicho de otra manera una funcin imaginaria mas diferenciada que las otras.

    Subrayamos aqu que semejante forma de comunicacin no est ausente en el hombre,por muy evanescente que sea para l el objeto en cuanto a su dato natural debido a ladesintegracin que sufre a causa del uso del smbolo.

    Se puede percibir en efecto su equivalente en la comunicacin que se establece entre dospersonas en el odio hacia un mismo objeto: con la salvedad de que el encuentro nunca esposible sino sobre un objeto nicamente, definido por los rasgos del ser al que una y otrase niegan.

    Pero semejante comunicacin no es transmisible bajo la forma simblica. Slo se sostieneen la relacin con ese objeto. As, puede reunir a un nmero indefinido de sujetos en unmismo "ideal": la comunicacin de un sujeto con otro en el interior de la multitud asconstituida, no por ello ser menos irreductiblemente mediatizada por una relacininefable.

    Esta excursin no es slo aqu un recordatorio de principios que apunta de lejos a aquellosque nos imputan ignorar la comunicacin no verbal: al determinar el alcance de lo querepite el discurso, prepara la cuestin de lo que repite el sntoma.

    As la relacin indirecta decanta la dimensin del lenguaje, y el narrador general, al

  • redoblarlo, no le aade nada "por hiptesis". Pero muy diferente es su oficio en el segundodilogo.

    Pues ste va a oponerse al primero como los polos que hemos distinguido en otro lugar enel lenguaje y que se oponen como la palabra al habla (mot, parole).

    Es decir que se pasa all del campo de la exactitud al registro de la verdad. Ahora bien,ese registro, nos atrevemos a pensar que no tenemos que insistir en ello, se sita en unlugar totalmente diferente, o sea propiamente en la fundacin de la intersubjetividad. Sesita all donde el sujeto no puede captar nada sino la subjetividad misma que constituyeun Otro en absoluto. Nos contentaremos, para indicar aqu su lugar, con evocar el dilogo,que nos parece merecer su atribucin de historia juda por el despojo en que aparece larelacin del significante con la palabra, en la adjuracin en que viene a culminar. "Porqu me mientes -se oye exclamar en l sin aliento-, s, por qu me mientes dicindomeque vas a Cracovia para que yo crea que vas a Lemberg, cuando en realidad es aCracovia adonde vas?".

    Es una pregunta semejante la que impondra a nuestro espritu la precipitacin de aporasde enigmas ersticos, de paradojas, incluso de bromas, que se nos presenta a modo deintroduccin al mtodo de Dupin -si no fuese porque, al sernos entregada como unaconfidencia por alguien que se presenta como discpulo, le queda agregada alguna virtudpor esta delegacin. Tal es el prestigio indefectible del testamento: la fidelidad del testigoes el capuchn con que se adormece cegndola a la crtica del testimonio.

    Qu habr, por otra parte, ms convincente que el gesto de volver las cartas sobre lamesa? Lo es hasta el punto de que nos persuade un momento de que el prestidigitador hademostrado efectivamente como lo anunci, el procedimiento de su truco, cuando slo loha renovado bajo una forma mas pura: y ese momento nos hace medir la supremaca delsignificante en el sujeto.

    Tal opera Dupin, cuando parte de la historia del pequeo prodigio que burlaba a todos suscompaeros en el juego de pares e impares, con su truco de la identificacin con eladversario, del que hemos mostrado, sin embargo, que no puede alcanzar el primer p lanode su elaboracin mental, a saber la nocin de la alternancia intersubjetiva, sin topar enella de inmediato con el estribo de su retorno.

    No se deja por ello de echarnos encima, por aquello de marearnos, los nombres de LaRochefoucauld, de La Bruyre, de Maquiavelo y de Campanella, cuya fama ya noparecera sino ftil junto a la proeza infantil.

    Y pasamos sin pestaear a Chamfort cuya frmula: "Puede uno apostar que toda ideapblica, toda convencin aceptada es una tontera, puesto que ha convenido al mayornmero", contentar sin duda a todos los que piensan escapar a su ley, es decirprecisamente al mayor nmero. Que Dupin tilde de trampa la aplicacin por los francesesde la palabra "anlisis" al lgebra, es algo que no tiene la menor probabilidad de herirnuestro orgullo, cuando por aadidura la liberacin del trmino para otros fines no tienenada que impida a un psicoanalista sentirse en situacin de hacer valer en ella susderechos. Y ya lo tenemos entregado a observaciones filolgicas como para colmar de

    gusto a los enamorados del latn: si les recuerda sin dignarse entrar en mayores detallesque "ambitus no significa ambicin, religio, religin, homines honesti, las gentes honestas",quin de ustedes no se complacera en recordar que es "rodeo, lazo sagrado, la gentebien" lo que quieren decir estas palabras para cualquiera que practique a Cicern y aLucrecio? Sin duda Poe se divierte...

    Pero nos asalta una duda: ese despliegue de erudicin no est destinado a hacernosentender las palabras claves de nuestro drama? No repite el prestidigitador ante nosotrossu truco, sin fingirnos esta vez que nos entrega su secreto, sino llevando aqu su desafohasta esclarecrnoslo realmente sin que nos demos cuenta de nada? Sera ste sin dudael colmo que podra alcanzar el ilusionista: hacer que un ser de su ficcin nos engaeverdaderamente .

    Y no son efectos tales los que justifican que hablemos sin buscar malicia en ello, deinnmeros hroes imaginarios como de personajes reales?

    Y as cuando nos abrimos al entendimiento de la manera en que Martin Heidegger nosdescubre en la palabra (escritura en griego) alhqhz el juego de la verdad, no hacemos sinovolver a encontrar un secreto en el que sta ha iniciado siempre a sus amantes y por elcual saben que es en el hecho de que se esconda donde se ofrece a ellos del modo msverdadero.

    As, an cuando las frases de Dupin no nos aconsejaban tan maliciosamente no fiarnos deellas, tendriamos con todo que intentarlo contra la tentacin contraria.

    Busquemos pues la pista de su huella all donde nos despista(6). Y en primer lugar en lacrtica con que motiva el fracaso del jefe de polica. La veamos ya apuntar en aquellaspullas solapadas que el jefe de la polica no tomaba en consideracin en la primeraentrevista, no viendo en ellos sino motivo de carcajadas. Que sea en efecto, como loinsina Dupin porque un problema es demasiado simple, incluso demasiado evidente, paralo que puede parecer oscuro, no tendr nunca para I mayor alcance que una friccin unpoco vigorosa en el enrejado costal.

    Todo est hecho para inducirnos a la nocin de la imbecilidad del personaje. Y se laarticula poderosamente por el hecho de que I y sus aclitos no llegarn nunca a concebir,para esconder un objeto, nada que supere lo que puede imaginar un pillo ordinario, esdecir precisamente la serie demasiado conocida de los escondites extraordinarios: a losque se nos hace pasar revista, desde los cajones disimulados del secreter hasta la tapadesmontada de la mesa, desde los acolchados descosidos de los asientos has ta sus patasahuecadas, desde el reverso del azogue de los espejos hasta el espesor de laencuadernacin de los libros.

    Y acto seguido menudean los sarcasmos sobre el error que el jefe de la polica comete aldeducir del hecho de que el Ministro sea poeta que no le falta mucho para estar loco, error,se arguye que no consistira pero no es poco decir, sino en una falsa distribucin deltrmino medio, pues est lejos de resultar del hecho de que todos los locos sean poetas.

    Bien est, pero se nos deja a nuestra vez en la errancia en cuanto a lo que constituye en

  • materia de escondites la superioridad del poeta, an cuando se mostrase a la vezmatemtico, puesto que aqu se rompe sbitamente nuestra caza al alzar la presaarrastrndonos a una maraa de malas querellas emprendidas contra el razonamiento delos matemticos, que nunca han mostrado, que yo sepa, tanto apego a sus frmulas comocuando las identifican con la razn razonante. Daremos testimonio por lo menos de que, alrevs de lo que Poe parece haber experimentado, nos sucede a veces ante nuestro amigoRiguet que les es aqu fiador con su presencia de que nuestras incursiones en lacombinatoria no nos extravan dejarnos ir a exabruptos tan graves (Dios no debierapermitirlo segn Poe) como poner en duda que: "x2 + px no sea tal vez absolutamenteigual a q", sin que jams, desmentimos en ello a Poe, hayamos tenido que defendernos dealguna inopinada desgracia.

    Todo ese despilfarro de ingenio no tiene pues otra finalidad que la de desviar al nuestrode lo que nos fue indicado previamente que debamos considerar como seguro, a saberque la polica busc por todas partes? Cosa que debamos entender, en lo que se refiereal campo en el que la polica supona no sin razn, que debiera encontrarse la carta, en elsentido de un agotamiento del espacio, sin duda terico, pero que el picante de la historiaconsiste en tomar al pie de la letra, pues el "cuadriculado" que regula la operacin nos espresentado como tan exacto que no permitira, segn nos decan, "que un cincuentavo delnea escapase" a la exploracin de los esculcadores. No tenemos entonces derecho apreguntar cmo es posible que la carta no se haya encontrado en ningn sitio, o ms biena observar que todo lo que se nos dice sobre una concepcin de un ms alto vuelo de laocultacin no nos explica en rigor que la carta haya escapado a las bsquedas, puestoque el campo que estas agotaron la contena de hecho como lo prob finalmente elhallazgo de Dupin?

    Ser necesario que la carta, entre todos los objetos, haya sido dotada de la propiedad denulibiedad , para utilizar ese trmino que el vocabulario bien conocido bajo el ttulo deRoget toma de la utopa semiolgica del obispo Wilkins(7)?

    Es evidente (a little too self evident) que la carta en efecto tiene con el lugar relacionespara las cuales ninguna palabra francesa tiene todo el alcance del calificativo ingls odd.Bizarre, por la que Baudelaire la traduce regularmente, es slo aproxim ada. Digamos queesas relaciones son singulares, pues son las mismas que con el lugar mantiene elsignificante.

    Ustedes saben que nuestro designio no es hacer de esto retaciones "sutiles", que nuestropropsito no es confundir la letra con el espritu incluso si se trata de una lettre ["carta"] y sila recibimos por ese sistema de envos que en Pars se llama neumtico, y que admitimosperfectamente que la una mata y el otro vivifica, en la medida en que el significante, tal vezempiezan ustedes a entenderlo, materializa la instancia de la muerte. Pero si hemosinsistido primero en la materialidad del significante, esta materialidad es singular enmuchos puntos, el primero de los cuales es no soportar la particin. Rompamos una cartaen pedacitos: sigue siendo la carta que s, y esto en un sentido muy diferente de aquel deque da cuenta la Gestalttheorie con el vitalismo larvado de su nocin del todo (nota(8))

    El lenguaje entrega su sentencia a quien sabe escucharlo: por el uso del artculo empleadoen francs como partcula partitiva. Incluso es sin duda aqu donde el espritu si el espritu

    es la viviente significacin, aparece no menos singularmente ms ofrecido a lacuantificacin que la letra. Empezando por la significacin misma que sufre que se diga:este discurso lleno de significacin del mismo modo que se usa en francs la partcula depara indicar que se reconoce alguna intencin (de l'intention) en un acto, que se deploraque ya no haya amor (plus d'amour), que se acumule odio (de la haine) y que se gastedevocin (du dvouement), y que tanta infatuacin (tant d'infatuation) se avenga a quetenga que haber siempre caradura para dar y regalar (de la cuisse a revendre) y "rifif"entre los hombres (du rififi chez les hommes).

    Pro en cuanto a la letra, ya se la tome en el sentido de elemento tipogrfico, de epstola(en francs) o de lo que hace al letrado, se dir que lo que se dice debe entenderse a laletra ( la lettre), que nos espera en la casilla una carta (une lettre), incluso que tiene unoletras (des lettres), pero nunca que haya en ningn sitio letra (de la lettre) cualquiera quesea la modalidad en que nos concierne, aunque fuese para designar el correo retrasado.

    Es que el significante es unidad por ser nico, no siendo por su naturaleza sino smbolo deuna ausencia. Y as no puede decirse de la carta robada que sea necesario que, asemejanza de los otros objetos, est o no est en algn sitio, sino ms bien que adiferencia de ello, estar y no estar all donde est, vaya a donde vaya.

    Miremos con ms detenimiento, en efecto, lo que les sucede a los policas. Nada nos esescatimado en cuanto a los procedimientos con que registran el espacio asignado a suinvestigacin desde la distribucin de ese espacio en volmenes que no dejan escapar elmenor espesor, hasta la aguja que sondea las blanduras, y, a falta de la repercusin quesondea lo duro, hasta el microscopio que denuncia los excrementos del taladro en la orillade su horadacin, incluso la entreabertura ntima de abismos mezquinos. Y a medida quesu red se estrecha para que lleguen no contentos con sacudir las pginas de los libros,hasta contarlas, no vemos al espacio deshojarse a semejanza de la carta?

    Pero los buscadores tienen una nocin de lo real tan inmutable que no notan que subsqueda llega a transformarlo en su objeto. Rasgo en el que tal vez podran distinguir eseobjeto de todos los otros.

    Sera sin duda pedirles demasiado, no debido a su falta de visin, sino ms bien a lanuestra. Pues su imbecilidad no es de especie individual, ni corporativa, es de origensubjetivo. Es la imbecilidad realista que no se para a cavilar que nada, por muy lejos quevenga una mano a hundirlo en las entraas del mundo, nunca estar escondido en l,puesto que otra mano puede alcanzarlo all y que lo que esta escondido no es nunca otracosa que lo que falta en su lugar , como se expresa la ficha de bsqueda de un volumencuando est extraviado en la biblioteca. Y aunque ste estuviese efectivamente en elanaquel o en la casilla de al lado, estara escondido all por muy visible que aparezca. Esque slo puede decirse a la letra que falta en su lugar de algo que puede cambiar de lugar,es decir de lo simblico. Pues en cuanto a lo real, cualquiera que sea el trastorno que se lepueda aportar, est siempre y en todo caso en su lugar, lo lleva pegado a la suela, sinconocer nada que pueda exiliarlo de l.

    Y cmo en efecto, para volver a nuestros policas, habran podido apoderarse de la letra(la carta) quienes la tomaron en el lugar en que estaba escondida? En aquello que hacan

  • girar entre sus dedos, qu es lo que tenan sino lo que no responda a las seas que leshaban dado? A letter, a litter, una carta, una basura. En el cenculo de Joyce(9) se jug elequvoco sobre la homofona de esas dos palabras en ingls. La clase de desecho que lospolicas en este momento manipulan no por el hecho de estar solo a medias desgarradoles entrega su otra naturaleza y un sello diferente sobre un lacre de otro color, otro sello enel grafismo de la suscripcin son aqu los ms infrangibles escondites. Y si se detienen enel otro reverso de la carta donde, como es sabido, se escriba en esa poca la direccindel destinatario, es que la carta no tiene para ellos otra cosa que ese reverso.

    Qu podran efectivamente detectar de su anverso? Su mensaje, como se expresanalgunos para regocijo de nuestros domingos cibernticos?... . Pero no, se nos ocurre queese mensaje ha llegado ya a su destinataria e incluso que ha permanecido en su poder acuenta con el pedazo de papel insignificante, que ahora no lo representa menos bien queel billete original?

    Si pudiese decirse que una carta ha llenado su destino despus de haber cumplido sufuncin, la ceremonia de devolver las cartas estara menos en boga como clausura de laextincin de los juegos de las fiestas del amor. El significante no es funcional. Y as lamovilizacin del elegante mundo cuyos ajetreos seguimos aqu no tendra sentido si lacarta, por su parte, se contentase con tener uno. Pues no sera una manera muyadecuada de mantenerlo en secreto participrsela a una sarta de polizontes.

    Podra admitirse incluso que la carta tenga otro sentido totalmente diferente, si no es quems quemante, para la Reina que el que ofrece a la inteligencia del Ministro. La marcha delas cosas no quedara por ello sensiblemente afectada y ni siquiera si fuese estrictamenteincomprensible a todo lector no prevenido.

    Pues no lo es ciertamente para todo el mundo, puesto que, como nos lo aseguraenfticamente el jefe de polica para regocijo de todos, "ese documento, revelado a untercer personaje cuyo nombre callar" (ese nombre que salta a la vista como la cola delcochino entre los dientes del padre Ubu) "pondra en tela de juicio -nos dice- el honor deuna persona del ms alto rango", incluso que "la seguridad de la augusta personaquedara as en peligro".

    Entonces no es solamente el sentido, sino el testo del mensaje lo que sera peligrosoponer en circulacin, y esto tanto ms cuanto ms anodino pareciese, puesto que losriesgos se veran aumentados por la indiscrecin que uno de sus depositarios pudiesecometer sin darse cuenta.

    Nada pues puede salvar la posicin de la polica, y nada cambiaramos mejorando "sucultura". Scripta manent, en vano aprendera de un humanismo de edicin de lujo laleccin proverbial que terminan las palabras verba volant. Ojal los escritospermanecies en, lo cual es ms bien el caso de las palabras: pues de stas la deudaimborrable por lo menos fecunda nuestros actos por sus transferencias.

    Los escritos llevan al viento los cheques en blanco de una caballerosidad loca. Y si nofuesen hojas volantes no habra cartas robadas.

    Pero que hay con esto? Para que pueda haber carta robada, nos preguntaremos, aquin pertenece una carta? Acentubamos hace poco lo que hay de singular en el regresode la carta a quien acababa de dejar ardientemente volar su prenda. Y se juzgageneralmente indigno el procedimiento de esas publicaciones prematuras, de la especiecon la que el Caballero de Eon puso a algunos de sus corresponsales en situacin msbien deplorable.

    La carta sobre la que aquel que la ha enviado conserva todava derechos, nopertenecera pues completamente a aquel a quien se dirige? o es que este ltimo no fuenunca su verdadero destinatario?

    Veamos esto: lo que va a iluminarnos es lo que a primera vista puede oscurecer an msel caso, a saber que la historia nos deja ignorar casi todo del remitente, no menos que delcontenido de la carta. Slo se nos dice que el Ministro reconoci de buenas a primeras laescritura de su direccin a la Reina, e incidentalmente, a propsito de su camuflaje por elMinistro, resulta mencionado que su sello original es el del Duque de S... En cuanto a sualcance, sabemos nicamente los peligros que acarrea si llega a las manos de ciertatercera persona, y que su posesin permiti al Ministro "utilizar hasta un punto muypeligroso con una meta poltica" el imperio que le asegura sobre la interesada. Pero estono nos dice nada del mensaje que vehicula.

    Carta de amor o carta de conspiracin, carta delatora o carta de instruccin, carta deintimacin o carta de angustia, slo una cosa podemos retener de ella, es que la Reina nopodra ponerla en conocimiento de su seor y amo.

    Pero estos trminos, lejos de tolerar el acento vituperado que tienen en la comediaburguesa, toman un sentido eminente por designar a su soberano, a quien la liga la fejurada, y de manera redoblada puesto que su posicin de cnyuge no la releva de sudeber de sbdita, sino mas bien la eleva a la guardia de lo que la realeza segn la leyencarna del poder: y que se llama la legitimidad.

    Entonces, cualquiera que sea el destino escogido por la Reina para la carta, sigue siendocierto que esa carta es el smbolo de un pacto, y que incluso si su destinataria no asumeese pacto, la existencia de la carta la sita en una cadena simblica extraa a la queconstituye su fe. Que es incompatible con ella, es lo que queda probado por el hecho deque la posesin de la carta no puede hacerse valer pblicamente como legtima, y quepara hacerla respetar, la Reina no podra invocar sino el derecho de su privacidad, cuyoprivilegio se funda en el honor que esta posesin deroga.

    Pues aquella que encarna la figura de gracia de la soberana no podra acoger unainteligencia incluso privada sin interesar al poder, y no puede para con el soberano alegarel secreto sin entrar en la clandestinidad.

    Entonces la responsabilidad del autor de la carta pasa al segundo plano ante aquella quela detenta: pues a la ofensa a la majestad viene a aadirse en ella la ms alta traicin.

    Decimos: que la detenta, y no: que la posee. Pues se hace claro entonces que lapropiedad de la carta no es menos impugnable para su destinataria que para cualquiera a

  • cuyas manos pueda llegar, puesto que nada, en cuanto a la existencia de la carta, puedeentrar en el orden sin que aquel a cuyas prerrogativas atenta haya juzgado de ello.

    Todo esto no implica sin embargo que porque el secreto de la carta es indefendible, ladenuncia de ese secreto sea en modo alguno honorable. Los honesti homines, la gente debien, no podran salir del embrollo a tan bajo precio. Hay ms de una religio, y todava nosfalta bastante para que los lazos sagrados dejen de tironearnos a diestra y siniestra. Encuanto al ambitus, el rodeo, como se ve, no es siempre la ambicin la que lo inspira. Puessi hay aqu uno por el que pasamos, es el caso de decir que quien lo hereda no lo roba,puesto que, para serles franco, no hemos adoptado el ttulo de Baudelaire con otraintencin que la de marcar bien, no como suele enunciarse impropiamente el carcterconvencional de significante, sino ms bien su precedencia con respecto al significado.Esto no quita que Baudelaire, a pesar de su devocin, traicion a Poe al traducir por "lacarta robada" ("la lettre vole) su ttulo, que es: The purloined letter, es decir que utiliza unapalabra lo bastante rara para que nos sea mas fcil definir su etimologa que su empleo.

    To purloin, nos dice el diccionario de Oxford, es una palabra anglo-francesa, es decircompuesta del prefijo pur que se encuentra en purpose, propsito, purchase , provisin,purport, mira, y de la palabra del antiguo francs: loing, loigner, long . Reconoceremos enel primer elemento el latn pro en cuanto que se distingue de ante porque supone un atrshacia adelante del cual procede, eventualmente para garantizarlo, incluso para darse comoaval (mientras que ante sale al paso a lo que viene a su encuentro): En cuanto a lasegunda vieja palabra francesa: loigner, verbo del atributo de lugar au loing (o tambinlong), no quiere decir a lo lejos, sino a lo largo de; se trata pues de poner de lado (mettrede ct, que en francs significa guardar), o, para recurrir a otra locucin familiar francesaque juega sobre los dos sentidos, de poner a la izquierda (mettre gauche).

    As nos vemos confirmados en nuestro rodeo por el objeto mismo que nos lleva a l: pueslo que nos ocupa es claramente la carta desviada o distrada, en el sentido en que sehabla de distraer o malversar fondos (lettre dtournde), aquella cuyo trayecto ha sidoprolongado (es literalmente la palabra inglesa), o esa carta retardada en el correo que elvocabulario postal francs llama "carta en sufrimiento" (lettre en souffrance).

    He aqu pues, simple and odd como se nos anuncia desde la primera pgina, reducida asu ms simple expresin la singularidad de la carta, que como el ttulo lo indica, es elverdadero tema o sujeto del cuento: puesto que puede sufrir una desviacin, es que tieneun trayecto que le es propio. Rasgo donde se afirma aqu su incidencia de significante.Pues hemos aprendido a concebir que el significante no se mantiene sino en undesplazamiento comparable al de nuestras bandas de anuncios luminosos o de lasmemorias rotativas de nuestras mquinas-de-pensar-como-los-hombres(10), esto debido asu funcionamiento alternante en su principio, el cual exige que abandonemos un lugar, areserva de regresar circularmente.

    Esto es sin duda lo que sucede en el automatismo de repeticin. Lo que Freud nos enseaen el texto que comentamos, es que el sujeto sigue el desfiladero de lo simblico, pero loque encuentran ustedes ilustrado aqu es todava mas impresionante: no es slo el sujetosino los sujetos, tomados en su intersubjetividad, los que toman la fila, dicho de otramanera nuestras avestruces, a las cuales hemos vuelto ahora, y que, ms dciles que

    borregos, modelan su ser mismo sobre el momento que los recorre en la cadenasignificante.

    Si lo que Freud descubri y redescubre de manera cada vez ms abierta tiene un sentido,es que el desplazamiento del significante determina a los sujetos en sus actos, en sudestino, en sus rechazos, en sus cegueras, en sus xitos y en su suerte, a despecho desus dotes innatas y de su logro social, sin consideracin del carcter o el sexo, y que debuena o mala gana seguir al tren del significante como armas y bagajes, todo lo dado delo psicolgico.

    Damos aqu en efecto de nueva cuenta en la encrucijada donde habamos dejado nuestrodrama y su ronda con la cuestin de la manera en que los sujetos se dan el relevo.Nuestro aplogo est hecho para mostrar que es la carta y su desviacin la que rige susentradas y sus papeles. Del hecho de que se encuentre "en sufrimiento", son ellos los quevan a padecer. Al pasar bajo su sombra se convierten en su reflejo. Al caer en posesin dela carta -admirable ambigedad del lenguaje-, es su sentido el que los posee.

    Esto es lo que nos muestra el hroe del drama que nos es contado aqu cuando se repitela situacin misma que anud su audacia una primera vez para su triunfo. Si ahorasucumbe a ella, es por haber pasado a la segunda fila de la triada de la que al principio fueel tercero al mismo tiempo que el ladrn: esto por la virtud del objeto de su rapto.

    Pues si se trata, ahora como antes, de proteger la carta de las miradas, no puede dejar deemplear el mismo procedimiento que l mismo desenmascar: Dejarla a descubierto? Ypodemos dudar de que sepa as lo que hace, vindolo cautivado de inmediato por unarelacin dual en la que descubrimos todos los caracteres de la ilusin mimtica o delanimal que se hace el muerto, y, cado en la trampa de la situacin tpicamente imaginaria:ver que no lo ven, desconocer la situacin real en que es visto por no ver. Y qu es loque no ve? Justamente la situacin simblica que el mismo supo ver tan bien, y en la quese encuentra ahora como visto que se ve no ser visto.

    El Ministro acta como hombre que sabe que la bsqueda de la polica es su defensa,puesto que se nos dice que le deja adrede el campo libre con sus ausencias: lo cual noquita que ignore que fuera de esa bsqueda, deja de estar defendido.

    Es el avestruco(11) mismo del que fue artesano, si se nos permite hacer proliferar anuestro monstruo, pero no puede ser por alguna imbecilidad si llega a ser su vctima.

    Es que al jugar la baza del que esconde, es el papel de la Reina el que tiene que adoptar,y hasta los atributos de la mujer y de la sombra, tan propicios al acto de esconder.

    No es que reduzcamos a la oposicin primaria de lo oscuro y de lo claro la pareja veteranadel yin y del yang. Pues su manejo exacto implica lo que tiene de cegador el brillo de laluz, no menos que los espejeos de que se sirve la sombra para no soltar su presa.

    Aqu el signo y el ser maravillosamente desarticulados nos muestran cul de los dos tienela primaca cuando se oponen. El hombre bastante hombre para desafiar hasta eldesprecio la temida ira de la mujer sufre hasta la metamorfosis la maldicin del signo del

  • que la ha desposedo.

    Pues este signo es sin duda el de la mujer, por el hecho de que en l hace ella valer suser, fundndolo fuera de la ley, que la contiene siempre, debido al efecto de los orgenesen posicin de significante, e incluso de fetiche. Para estar a la altura del poder de estesigno, lo nico que tiene que hacer es permanecer inmvil a su sombra, encontrando enello por aadidura, tal como la Reina, esa simulacin del dominio del no-actuar que slo elojo de lince del Ministro ha podido traspasar.

    Una vez arrebatado este signo tenemos pues al hombre en su posesin: nefasta porqueno puede sostenerse sino por el honor al que desafa, maldita por abocar al que lasostiene al castigo y al crimen, que uno y otro quebrantan su vasallaje a la Ley.

    Es preciso que haya en este signo un noli me tangere bien singular para que, semejante altorpedo socrtico, su posesin entumezca al interesado hasta el punto de hacerle caer enlo que se muestra sin equvoco como inaccin.

    Pues al observar como lo hace el narrador desde la primera conversacin que con el usode la carta se disipa su poder, nos damos cuenta de que esta observacin slo apuntajustamente a su uso con fines de poder, y por ello mismo que ese uso se hace forzosopara el Ministro.

    Para no poder desembarazarse de ella, es preciso que el Ministro no sepa qu otra cosahacer con la carta. Pues ese uso lo pone en una dependencia tan completa de la cartacomo tal, que a la larga ni siquiera la concierne.

    Queremos decir que para que ese uso concerniese verdaderamente a la carta, el Ministro,que despus de todo estara autorizado a ello por el servicio del Rey su amo, podrapresentar a la Reina reconvenciones respetuosas an cuando hubiese de asegurarse desu efecto de rebote por medio de las garantas adecuadas, o bien introducir alguna accincontra el autor de la carta de quien el hecho de que permanezca fuera del juego muestrahasta qu punto no se trata aqu de la culpabilidad y de la falta, sino del signo decontradiccin y de escndalo que constituye la carta, en el sentido en que el Evangeliodice que es necesario que le suceda sin consideracin de la desgracia de quien se hacesu portador, incluso someter la carta convertida en pieza de un expediente al "tercerpersonaje", calificado para saber si sacar de ello una Cmara Ardiente para la Reina o ladesgracia para el Ministro.

    No sabremos por qu el Ministro no le da uno de estos usos, y conviene que no losepamos puesto que slo nos interesa el efecto de ese no-uso; nos basta saber que elmodo de adquisicin de la carta no sera un obstculo para ninguno de ellos.

    Pues est claro que si el uso no significativo de la carta es un uso forzoso para el Ministro,su uso con fines de poder no puede ser sino potencial, puesto que no puede pasar al actosin desvanecerse de inmediato, desde el momento en que la carta no existe como mediode poder sino por las asignaciones ltimas del puro significante: o sea prolongar sudesviacin para hacerla llegar a quien corresponde por un trnsito suplementario, es decirpor otra traicin cuyos rebotes se hacen difciles de prever por la gravedad de la carta -o

    bien destruir la carta, lo cual sera la nica manera, segura y por lo tanto proferida deinmediato por Dupin, de terminar con lo que est destinado por su naturaleza a significar laanulacin de lo que significa.

    El ascendiente que el Ministro saca de la situacin no consiste pues en la carta, sino, losepa l o no, en el personaje que hace de l. Y as las frases del jefe de la polica nos lopresenta como alguien dispuesto a todo, who dares all things, y se comentasignificativamente: those unbecoming as well as those becoming a man, lo cual quieredecir: lo que es indigno tanto como lo que es digno de un hombre, y cuyo picante dejaescapar Baudelaire traduciendo: lo que es indigno de un hombre tanto como lo que esdigno de l. Pues en su forma original, la apreciacin es mucho ms adecuada a lo queinteresa a una mujer.

    Esto deja aparecer el alcance imaginario de este personaje, es decir la relacin narcisistaen que se encuentra metido el Ministro, esta vez ciertamente sin saberlo. Est indicadatambin en el texto ingls desde la segunda pgina, por una observacin del narradorcuya forma es sabrosa: "El ascendiente nos dice que ha tomado el Ministrodependera del conocimiento que tiene el hurtador del conocimiento que tiene la vctima desu hurtador", textualmente: the robber's knowledge of the loser's krnowledge of the robber.Trminos cuya importancia subraya el autor hacindolos repetir literalmente por Dupininmediatamente despus del relato, sobre el cual prosigue el dilogo, de la escena delrapto de la carta. Aqu tambin puede decirse que Baudelaire flota en su lenguajehaciendo al uno interrogar, al otro confirmar con estas palabras: "Sabe el ladrn?...", yluego "el ladrn sabe..." Qu? "que la persona robada conoce a su robador".

    Pues lo que importa al ladrn no es nicamente que dicha persona sepa quin le harobado, sino ciertamente con quien tiene que vrselas en cuanto al ladrn; es que lo creacapaz de todo, con lo cual hay que entender: que le confiera la posicin que nadie e st enmedida de asumir realmente porque es imaginaria, la de amo absoluto.

    En verdad es una posicin de debilidad absoluta, pero no para quien suele hacerse creer.Prueba de ello no es solo que la Reina tenga la audacia de recurrir a la polica Pues nohace sino conformarse a su desplazamiento de un engrane en el orden de la triada inicial,al encomendarse a la ceguera misma que es requerida para ocupar ese lugar: No moresagacious agent could, I suppose, ironiza Dupin, be desired or even imagined. No, si hadado ese paso, es menos por verse empujada a la desesperacin, driven to despair, comose nos dice, que al aceptar la carga de una impaciencia que debe imputarse ms bien a unespejismo especular.

    Pues el Ministro tiene bastante tarea con mantenerse en la inaccin que es su destino enese momento. El Ministro en efecto no est absolutamente loco. Es una observacin deljefe de la polica cuyas palabras son siempre oro puro: es cierto que el oro de sus palabrasslo corre para Dupin y slo para de correr ante la competencia de los cincuenta milfrancos que le costar, al cambio de ese metal en esa poca, an cuando no haya de sersin dejarle un saldo favorable. El Ministro pues no est absolutamente loco en eseestancamiento de locura, y por eso debe comportarse segn el modo de la neurosis. Aligual que el hombre que se ha retirado a una isla para olvidar, qu? lo ha olvidado, as elMinistro por no hacer uso de la carta llega a olvidarla. Es lo que expresa la persistencia de

  • su conducta. Pero la carta, al igual que el inconsciente del neurtico, no lo olvida. Lo olvidatan poco que lo transforma cada vez ms a imagen de aquella que la ofreci a susorpresa, y que ahora va a cederla siguiendo su ejemplo a una sorpresa semejante.

    Los rasgos de esta transformacin son anotados, y bajo una forma bastante caractersticaen su gratuidad aparente para conectarlos vlidamente con el retorno de lo reprimido.

    As nos enteramos en primer lugar de que a su vez el Ministro ha vuelto la carta, no porcierto con el gesto apresurado de la Reina, sino de una manera ms aplicada, de lamanera en que se vuelve del revs un vestido. Es as en efecto como hay que operar,segn el modo en que en esa poca se pliega una carta y se la lacra, para desprender ellugar virgen donde escribir una nueva direccin (nota(12)).

    Esa direccin se convertir en la suya propia. Ya sea de su mano o ya de otra, aparecercomo de una escritura femenina muy fina y con un sello de lacre que pasa del rojo de lapasin al negro de sus espejos, sobre el que imprime su sello. Esta singularidad de unacarta marcada con el sello de su destinatario es tanto ms digna de notarse en suinvencin cuanto que articulada con fuerza en el texto, despus ni siquiera es utilizada porDupin en la discusin a la que somete la identificacin de la carta.

    Ya sea intencional o involuntaria, esta omisin sorprender en la disposicin de unacreacin cuyo minucioso rigor es bien visible. Pero en los dos casos, es significativo que lacarta que a fin de cuentas el Ministro se dirige a s mismo sea la carta de una mujer: comosi se tratara de una fase por la que tuviese que pasar por una conveniencia natural delsignificante.

    Asimismo, el aura de indolencia que llega hasta adoptar las apariencias de la molicie, laostentacin de un hasto cercano al asco en sus expresiones, el ambiente que el autor dela filosofa del mobiliario(13) sabe hacer surgir denotaciones casi impalpables como la delinstrumento de msica sobre la mesa, todo parece concertado para que el personajecuyas expresiones todas lo han rodeado de los rasgos de la virilidad, exhale cuandoaparece el odor di fmina ms singular.

    Que se trata de un artificio, es cosa que Dupin no deja efectivamente de subrayarmostrndonos detrs de esa falsa la vigilancia del animal de presa listo a saltar. Pero quese trata del efecto mismo del inconsciente en el sentido preciso en que enseamos que elinconsciente es que el hombre est habitado por el significante, cmo encontrar de ellouna imagen ms bella que la que Poe mismo forja para hacernos comprender la hazaa deDupin? Pues recurre, con este fin, a esos nombres toponmicos que una carta geogrfica,para no ser muda, sobreimpone a su dibujo, y que pueden ser objeto de un juego deadivinanza que consiste en encontrar el que haya escogido la otra persona -haciendoobservar entonces que el ms propicio para extraviar a un principiante ser el que, engruesas letras ampliamente espaciadas en el campo del mapa, da, sin que a menudo sedetenga siquiera en l la mirada, la denominacin de un Pas entero. . .

    As la carta robada, como un inmenso cuerpo de mujer, se ostenta en el espacio delgabinete del Ministro cuando entra Dupin. Pero as espera el ya encontrarla, y no necesitaya, con sus ojos velados de verdes anteojos, sino desnudar ese gran cuerpo.

    Y por eso, sin haber tenido la necesidad, como tampoco, comprensiblemente, la ocasinde escuchar en las puertas del profesor Freud, ir derecho all donde yace y se aloja loque ese cuerpo est hecho para esconder, en alguna hermosa mitad por la que la miradase desliza, o incluso en ese lugar llamado por los seductores el castillo de Santngelo enla inocente ilusin con que se aseguran de que con l tienen en su mano a la Ciudad.

    Vean! entre las jambas de la chimenea, he aqu el objeto al alcance de la mano que elladrn no necesita sino tender. La cuestin de saber si lo toma sobre la campana de lachimenea, como traduce Baudelaire, o bajo la campana de la chimenea como dice el textooriginal puede abandonarse sin perjuicios a las inferencias de la cocina.(14)

    Si la eficacia simblica se detuviese ah, es que tambin ah se habra extinguido ladeuda simblica? Si pudisemos creerlo, nos advertiran de lo contrario dos episodios quehabr que considerar tanto menos como accesorios cuanto que parecen a primera vistadetonar en la obra.

    Es en primer lugar la historia de la retribucin de Dupin, que lejos de ser un colofn, se haanunciado desde el principio por la muy desenvuelta pregunta que hace al jefe de lapolica sobre el monto de la recompensa que le ha sido prometida, y cuya enormidad,aunque reticente sobre su cifra, ste no piensa en disimularle, insistiendo incluso msadelante sobre su aumento

    El hecho de que Dupin nos haya sido presentado antes como un indigente refugiado en elter parece de tal naturaleza como para hacernos reflexionar sobre el regateo que hacepara la entrega de la carta, cuya ejecucin queda alegremente asegurada por elcheck-book que presenta. No nos parece desatendible el hecho de que el hint sinambages con que lo introdujo sea una "historia atribuida al personaje tan clebre comoexcntrico", nos dice Baudelaire, de un mdico ingls llamado Abernethy en la que se tratade un rico avaro que, pensando sonsacarle una consulta gratis, recibe la rplica de que notome medicina sino que tome consejo.

    No estaremos en efecto justificados para sentirnos aludidos cuando se trata tal vez paraDupin de retirarse por su parte del circuito simblico de la carta, nosotros que noshacemos emisarios de todas las cartas robadas que por algn tiempo por lo menosestarn con nosotros "en sufrimiento" (en souffrance) en la transferencia? Y no es laresponsabilidad que implica su transferencia la que neutralizamos hacindola equivaler alsignificante ms aniquilador que hay de toda significacin, a saber el dinero?

    Pero no es eso todo. Este beneficio tan alegremente obtenido por Dupin de su hazaa, sibien tiene por objeto sacar su castaa del fuego, no hace sino ms paradjico, inclusochocante, el ensaamiento y digamos el golpe bajo que se permite de repente para con elMinistro cuyo insolente prestigio parecera sin embargo bastante desinflado por la malapasada que acaba de hacerle.

    Hemos mencionado los versos atroces que asegura no haber podido resistirse a dedicaren la carta falsificada por l, en el momento en que el Ministro, fuera de quicio por losinfaltables desafos de la Reina, pensar abatirla y se precipitar en el abismo: facilis

  • descensus Averni(15) sentencia, aadiendo que el Ministro no podr dejar de reconocer suletra, lo cual, dejando sin peligro un oprobio implacable, parece, dirigido a una figura queno carece de mritos, un triunfo sin gloria, y el rencor que invoca adems de un malproceder sufrido en Viena (sera en el Congreso?) no hace sino aadir una negrurasuplementaria.

    Consideremos sin embargo de ms cerca esta explosin pasional, y especialmente encuanto al momento en que sobreviene de una accin cuyo xito corresponde a una cabezatan fra.

    Viene justo despus del momento en que, cumplido el acto decisivo de la identificacin dela carta, puede decirse que Dupin detenta ya la carta en la medida en que se haapoderado de ella, pero sin estar todava en situacin de deshacerse de ella.

    Es pues claramente parte interesada en la triada intersubjetiva. y como tal se encuentra enla posicin media que ocuparon anteriormente la Reina y el Ministro. Acaso, mostrndoseen ella superior, ir a revelarnos al mismo tiempo las intenciones del autor?

    Si logr volver a colocar a la carta en su recto camino, todava falta hacerla llegar a sudireccin. Y esta direccin est en el lugar ocupado anteriormente por el Rey, puesto quees all donde deba volver a entrar en el orden de la Ley.

    Ya hemos visto que ni el Rey ni la Polica que tom su relevo en ese lugar eran capacesde leerla porque ese lugar implicaba la ceguera.

    Rex et augur, el arcasmo legendario de estas palabras no parece resonar sino parahacernos sentir la irrisin de llamar a l a un hombre. Y las figuras de la historia no puededecirse que alienten a ello desde hace ya algn tiempo. No es natural para el hombresoportar l solo el peso del ms alto de los significantes. Y el lugar que viene a ocupar sise reviste con l puede ser apropiado tambin para convertirse en el smbolo de la msenorme imbecilidad (nota(16)).

    Digamos que el Rey est investido aqu de la anfibologa natural a lo sagrado, de laimbecilidad que corresponde justamente al Sujeto.

    Esto es lo que va a dar su sentido a los personajes que se sucedern en su lugar. No esque la polica pueda ser considerada como constitucionalmente analfabeta, y sabemos elpapel de las picas plantadas en el campus en el nacimiento del Estado. Pero la que ejerceaqu sus funciones est completamente marcada por las formas liberales, es decir aquellasque le imponen amos poco inclinados a soportar sus inclinaciones indiscretas. Por eso aveces se nos dicen sin pelos en la lengua los atributos que se le reservan: "Sutor ne ultracrepidam , ocpense ustedes de sus golfos.. Nos dignaremos incluso proporcionarles, paraello, medios cientficos. Eso les ayudar a no pensar en las verdades que es mejor dejaren la sombra." (nota(17))

    Es sabido que el alivio que resulta de tan prudentes principios no habr durado en lahistoria sino el espacio de una maana, y que ya la marcha del destino trae de nuevodesde todas partes, consecuencia de una justa aspiracin al reino de la libertad, un inters

    hacia aquellos que la perturban con sus crmenes que llega hasta forjar sus pruebasllegado el caso. Puede verse incluso que sta prctica que siempre fue bien vista por noejercerse nunca sino en favor del mayor nmero, queda autentificada por la confesinpblica de sus infundios por aquellos precisamente que podran tener algo que alegar:ltima manifestacin en fecha de la preeminencia del significante sobre el sujeto.

    Queda el hecho de que un expediente de polica siempre ha sido objeto de una reservaque se explica uno difcilmente que desborde con amplitud el crculo de los historiadores.

    A este crdito evanescente la entrega que Dupin tiene intencin de hacer de la carta aljefe de la polica va a reducir su alcance. Qu queda ahora del significante cuando,aligerado ya de su mensaje para la Reina, lo tenemos ahora invalidado en su texto desdesu salida de las manos del Ministro?

    Precisamente no le queda sino contestar a esa pregunta misma: Qu es lo que queda deun significante cuando ya no tiene significacin Pero esta pregunta es la misma con que lainterrog aquel que Dupin encuentra ahora en el lugar marcado por la ceguera.

    Esta es en efecto la pregunta que condujo ah al Ministro, si es el jugador que se nos hadicho y que su acto denuncia suficientemente. Pues la pasin del jugador no es otra sinoesa pregunta dirigida al significante, figurada por el (escritura en griego) automaton delazar,

    "Qu eres, figura del dado que hago girar en tu encuentro con mi fortuna (nota(18))?Nada, sino esa presencia de la muerte que hace de la vida humana ese emplazamientoconseguido maana a maana en nombre de las significaciones de las que tu signo es elcayado. As hizo Sherezada durante mil y una noches, y as hago yo desde hace dieciochomeses experimentando el ascendiente de ese signo al precio de una serie vertiginosa dejugadas arregladas en el juego del par o impar."

    As es como, Dupin, desde el lugar en que est , no puede defenderse, contra aquel queinterroga de esta manera, de experimentar una rabia de naturaleza manifiestamentefemenina. La imagen de alto vuelo en que la invencin del poeta y el rigor del matemticose conjugaban con la impasibilidad del dandy y la elegancia del tramposo se convierte depronto para aquella misma persona que nos la hizo saborear en el verdadero monstrumhorrendum, son sus propias palabras, "un hombre de genio sin principios".

    Aqu queda signado el origen de ese horror, y el que lo experimenta no necesita para nadadeclararse de la manera ms inesperada "partidario de la dama" para revelrnoslo: essabido que las damas detestan que se pongan en tela de juicio los principios, pues susprendas deben mucho al misterio del significante.

    Por eso Dupin va a volver finalmente hacia nosotros la cara petrificante de ese significantedel que nadie fuera de la Reina ha podido leer sino el reverso. El lugar comn de la citaconviene al orculo que esa cara lleva en su mueca, y tambin el que est tomada de latragedia:

    ...Un destin si funeste,

  • S'il n'est digne d'Atre, est digne de Thyeste.

    [.. Un sino tan funesto,Si no es digno de Atreo, es digno de Tieste.]

    Tal es la respuesta del significante ms all de todas las significaciones:

    "Crees actuar cuando yo te agito al capricho de los lazos con que anudo tus deseos. Asstos crecen en fuerza y se multiplican en objetos que vuelven a llevarte a lafragmentacin de tu infancia desgarrada. Pues bien, esto es lo que ser tu festn hasta elretorno del convidado de piedra que ser para ti puesto que me evocas."

    Para volver a un tono ms temperado, digamos solamente la ocurrencia con la cual, juntocon algunos de ustedes que haban acudido al Congreso de Zurich el ao pasado,habamos rendido homenaje a la consigna del lugar, de que la respuesta del significante aquien lo interroga es: "Cmete tu Dasein."

    Es esto pues lo que espera el Ministro en una cita fatdica? Dupin nos lo asegura, perohemos aprendido tambin a defendernos de ser demasiado crdulos ante sus diversiones.

    Sin duda tenemos el audaz reducido al estado de ceguera imbcil, en que se encuentra elhombre con respecto a las letras de muralla que dictan su destino. Pero qu efecto, parallamarlo a su encuentro, es el nico que puede esperarse de las provocaciones de la Reinapara un hombre como l? El amor o el odio. Uno es ciego y le har rendir las armas. Elotro es lcido pero despertar sus sospechas. Pero si es verdaderamente el jugador quese nos dice, interrogar, antes de bajarlas, una ltima vez, sus cartas, y leyendo en ellassu juego, se levantar de la mesa a tiempo para evitar la vergenza.

    Es eso todo y habremos de creer que hemos descifrado la verdadera estrategia de Dupinms all de los trucos imaginarios con que le era necesario despistarnos? Si, sin duda;pues si "todo punto que exige reflexin", como lo profiere al principio Dupin, "se ofrece alexamen del modo ms favorable en la oscuridad", podemos leer su solucin ahora a la luzdel da. Estaba ya contenida y era fcil de desprender en el ttulo de nuestro cuento, ysegn la frmula misma, que desde hace mucho tiempo sometimos a la discrecin deustedes, de la comunicacin intersubjetiva: en la que el emisor, les decimos, recibe delreceptor su propio mensaje bajo una forma invertida. As, lo que quiere decir "la cartarobada", incluso "en sufrimiento", es que una carta llega siempre a su destino.

    Guitrancourt, San Casciano, mediados de mayo, mediados de agosto de 1956

    Presentacin de la continuacin

    Este texto, a quien quisiese husmear en l un tufo de nuestras lecciones, puede decirseque nunca lo indicamos sin el consejo de que a travs de l se hiciese introducir a laintroduccin que lo preceda y que aqu lo seguir.

    La cual estaba hecha para otros que venan de vuelta de husmear ese tufo.

    Ese consejo no era seguido ordinariamente: el gusto del escollo es el ornamento de laperseverancia en el ser.

    Y no disponemos aqu de la economa del lector sino insistiendo sobre la direccin denuestro discurso y marcando lo que ya no ser desmentido: nuestros escritos toman sulugar en el interior de una aventura que es la del psicoanalista, en la misma medida en queel psicoanlisis es su puesta en duda.

    Los rodeos de esta aventura, incluso sus accidentes, nos llevaron en ella a una posicinde enseanza

    De donde una referencia ntima que al recorrer por primera vez esta introduccin secaptar en la alusin a ejercicios practicados en coro.

    El escrito precedente, despus de todo, no hace sino bordar sobre la gracia de uno deellos. .

    As pues se est usando mal la introduccin que va a seguir si se la considera difcil: estransferir al objeto que presenta lo que slo corresponde a su mira en cuanto que es deformacin,

    As, las cuatro pginas que son para algunos un rompecabezas no buscaban ningnembarazo. Tenemos en ellas algunos retoques para suprimir todo pretexto de desatendera lo que dicen.

    A saber, que la memoracin de que se trata en el inconsciente freudiano, sesobreentiende- no es del registro que suele suponrsele a la memoria, en la medida enque seria propiedad de lo vivo.

    Para poner en su punto lo que implica esta referencia negativa, decimos que lo que se haimaginado para dar cuenta de este efecto de la materia viva no resulta para nosotros msaceptable por el hecho de la resignacin que sugiere.

    Mientras que salta a la vista que, de prescindir de ese sujetamiento, podemos, en lascadenas ordenadas de un lenguaje formal, encontrar toda la apariencia de unamemoracin: muy especialmente de la que exige el descubrimiento de Freud.

    Llegaramos as hasta decir que si hay alguna prueba que dar en alguna parte, es delhecho de que no bastase con este orden constituyente de lo simblico para hacer frente a

  • todo.

    Por el momento, los nexos de este orden son, respecto de lo que Freud adelanta sobre laindestructibilidad de lo que su inconsciente conserva, los nicos que puede sospecharseque basten para ello.

    (Recurdese el texto de Freud sobre el Wunderblock que a este respecto, como enmuchos otros, rebasa el sentido trivial que le dejan los distrados.)

    El programa que se traza para nosotros es entonces saber cmo un lenguaje formaldetermina al sujeto.

    Pero el inters de semejante programa no es simple: puesto que supone que un sujeto nolo cumplir sino poniendo algo de su parte.

    Un psicoanalista no puede dejar de sealar en I su inters en la medida misma delobstculo que ah encuentra.

    Los que participan de ello lo conceden, incluso los otros, convenientemente interpelados,lo confesaran: hay aqu una faceta de conversin subjetiva que no ha carecido de dramapara nuestro gremio, y la imputacin que se expresa en los otros con el trmino deintelectualizacin con el que pretenden chasquearnos, a esta luz muestra claramente loque protege.

    Nadie sin duda dedic una labor mas meritoria a estas pginas que uno cercano anosotros, que finalmente no vio en ellas sino motivo de denunciar la hipstasis queinquietaba a su kantismo

    Pero el propio cepillo kantiano necesita su lcali.

    El favor aqu consiste en introducir a nuestro impugnador, incluso a otros menospertinentes, a lo que hacen cada vez que al explicarse a su sujeto de todos los das, supaciente como dicen por ah incluso al tener con I explicaciones, emplean el pensamientomgico.

    Si ellos mismos entran por ah, es efectivamente con el mismo paso con que el primero seadelanta para apartar de nosotros el cliz de la hipstasis, cuando acaba de llenar la copacon su propia mano.

    Pero no pretendemos, con nuestras ? ?????? extraer de lo real mas de lo que hemossupuesto en su dato, es decir en este caso nada, sino nicamente demostrar que leaportan una sintaxis ya slo con transformar este real en azar.

    Sobre lo cual adelantaremos que no de otra circunstancia provienen los efectos derepeticin que Freud llama automatismo.

    Pero nuestras ? ?????? no son, si no las recuerda un sujeto, se nos objetar. Es eso

    precisamente lo que queda en tela de juicio bajo nuestra pluma: ms que de nada de loreal, que se piensa deber suponer en ello, es justamente de lo que no era de donde lo quese repite procede.

    Observemos que no por ello es menos asombroso que lo que se repite insista tanto parahacerse valer.

    Que es de lo que el menor de nuestros "pacientes" en el anlisis da fe, y en expresionesque confirman tanto ms nuestra doctrina cuanto que son ellos quienes nos han conducidoa ella: como saben aquellos que formamos, por las muchas veces que han escuchadonuestros trminos incluso anticipados en el texto todava fresco para ellos de una sesinanaltica

    Pero que el enfermo sea escuchado como es debido en el momento en que habla, eso eslo que queremos lograr. Pues sera extrao que se prestase odo sino a lo que le extrava,en el momento en que es sencillamente presa de la verdad.

    Esto bien vale que se desarme un poco la seguridad del psiclogo, es decir de la pataneraque ha inventado el nivel de aspiracin por ejemplo, adrede sin duda para sealar en l elsuyo como un lmite insuperable.

    No hay que creer que el filsofo de buena marca universitaria sea la plancha para soportarese entretenimiento.

    Aqu es donde, de hacerse eco de viejas disputas de Escuela, nuestro discurso encuentrael pasivo de lo intelectual, pero es que tambin se trata de la fatuidad que se trata devencer.

    Sorprendido en el acto de imputarnos una transgresin de la critica kantianaindebidamente, el sujeto bien dispuesto a dar un lugar a nuestro texto no es el to Ubu y nose obstina.

    Pero le quedan pocas ganas de aventuras. Quiere asentarse. Es una antinomia corporal ala profesin de analista. Como quedar sentado cuando se ha puesto uno en situacin deno tener ya qu responder a la pregunta de un sujeto sino acostndolo primero? Esevidente que estar de pie no es menos incmodo.

    Por eso aqu asoma la cuestin de la transmisin de la experiencia psicoanaltica, cuandose implica en ella la mira didctica, negociando un saber.

    Las incidencias de una estructura de mercado no son vanas para el campo de la verdad,pero son escabrosas en l.

  • Introduccin

    La leccin de nuestro Seminario que damos aqu redactada fue pronunciada el 26 de abrilde 1955. Es un momento del comentario que consagramos, todo aquel ao escolar, al Msall del principio de placer.

    Es sabido que es la obra de Freud lo que muchos de los que se autorizan con el ttulo depsicoanalistas no vacilan en rechazar como una especulacin superflua, y hastaaventurada, y se puede medir con la antinomia por excelencia que es la nocin de instintode muerte en que se resuelve, hasta qu punto puede ser impensable, si se nos permite lapalabra, para la mayora

    Es difcil sin embargo considerar como una excursin, menos an como un paso en falso,de la doctrina freudiana, la obra que en ella preludia precisamente la nueva tpica, la querepresentan los trminos yo, ello y supery, que han llegado a ser tan prevalecientes en eluso terico como en su difusin popular.

    Esta simple aprehensin se confirma penetrando en las motivaciones que articulan dichaespeculacin con la revisin terica de la que se revela como constituyente.

    Semejante proceso no deja ninguna duda sobre el carcter bastardo, e incluso elcontrasentido, que cae sobre el uso presente de dichos trminos, ya manifiesto en elhecho de que es perfectamente equivalente en el terico y en el vulgo. Esto es sin duda loque justifica el propsito confesado por tales epgonos de encontrar en esos trminos elexpediente por medio del cual hacer caber la experiencia del psicoanlisis en lo que ellosllaman la psicologa general.

    Establezcamos nicamente aqu algunos puntos de referencia.

    El automatismo de repeticin (Wiederholungszwang), aunque su nocin se presenta en laobra aqu enjuiciada como destinada a responder a ciertas paradojas de la clnica, talescomo los sueos de la neurosis traumtica o la reaccin teraputica negativa, no podraconcebirse como un aadido, aun cuando fuese para coronarlo, al edificio doctrinal.

    Es su descubrimiento inaugural lo que Freud reafirma en l: a saber, la concepcin de lamemoria que implica su "inconsciente". Los hechos nuevos son aqu para l la oportunidadde reestructurarla de manera ms rigurosa dndole una forma generalizada, pero tambinde volver a abrir su problemtica contra la degradacin, que se haca sentir ya desdeentonces, de tomar sus efectos como un simple dato.

    Lo que aqu se renueva se articulaba ya en el "proyecto(19)" en que su adivinacin trazabalas avenidas por las que habra de hacerle pasar su investigacin: el sistema ? ,predecesor del inconsciente, manifiesta all su originalidad por no poder satisfacerse s inocon volver a encontrar el objeto radicalmente perdido.

    As se sita Freud desde el principio en la oposicin, sobre la que nos ha instruidoKierkegaard, referente a la nocin de la existencia segn que se funde en la reminiscencia

    o en la repeticin. Si Kierkegaard discierne en esto admirablemente la diferencia de laconcepcin antigua y moderna del hombre, aparece que Freud hace dar a esta ltima supaso decisivo al arrebatar al agente humano identificado con la conciencia la necesidadincluida en esta repeticin. Puesto que esta repeticin es repeticin simblica, se muestraen ella que el orden del smbolo no puede ya concebirse como constituido por el hombresino como constituyndolo.

    As es como nos hemos sentido abocados a ejercitar verdaderamente a nuestros oyentesen la nocin de la rememoracin que implica la obra de Freud: esto en la consideracindemasiado comprobada de que, dejndola implcita, los datos mismos del anlisis flotanen el aire.

    Es porque Freud no cede sobre lo original de su experiencia por lo que lo vemos obligadoa evocar en ella un elemento que la gobierna desde ms all de la vida -y al que l llamainstinto de muerte.

    La indicacin que Freud da aqu a sus seguidores que se dicen tales no puedeescandalizar sino a aquellos en quienes el sueo de la razn se alimenta, segn la frmulalapidaria de Goya, de los monstruos que engendra.

    Pues para no faltar a su costumbre, Freud no nos entrega su nocin sino acompaada deun ejemplo que aqu va a poner al desnudo de manera deslumbrante la formalizacinfundamental que designa.

    Ese juego mediante el cual el nio se ejercita en hacer desaparecer de su vista, paravolver a traerlo a ella, luego obliterarlo de nuevo, un objeto, por lo dems indiferente encuanto a su naturaleza, a la vez que modula esa alternancia con slabas distintivas -esejuego, diremos, manifiesta en sus rasgos radicales la determinacin que el animal humanorecibe del orden simblico.

    El hombre literalmente consagra su tiempo a desplegar la alternativa estructural en que lapresencia y la ausencia toman una de la otra su llamado. Es en el momento de suconjuncin esencial, y por decirlo as en el punto cero del deseo, donde el objeto humanocae bajo el efecto de la captura, que, anulando su propiedad natural, lo somete desde esemomento a las condiciones del smbolo.

    A decir verdad, hay tan slo aqu una vislumbre iluminante de la entrada del individuo enun orden cuya masa lo sostiene y lo acoge bajo la forma del lenguaje, y sobreimprime enla diacrona como en la sincrona la determinacin del significante a la del s ignificado.

    Puede captarse as en su emergencia misma esta sobredeterminacin que es la nica deque se trata en la apercepcin freudiana de la funcin simblica.

    La simple connotacin por (+) y (-) de una serie que juegue sobre la sola alternativafundamental de la presencia y de la ausencia permite demostrar cmo las ms estrictasdeterminaciones simblicas se acomodan a una sucesin de tiradas cuya realidad sereparte estrictamente "al azar".

  • Basta en efecto simbolizar en la diacrona de una serie tal los grupos de tres que seconcluyen a cada tirada (nota(20)) definindolos sincrnicamente por ejemplo por lasimetra de la constancia (+ + +, - - -) anotada con (1) o de la alternancia (+ - +, - + -)anotada con (3), reservando la notacin (2) a la disimetra revelada por el impar"; bajo laforma del grupo de dos signos semejantes indiferentemente precedidos o seguidos delsigno contrario (+ - - , - + +, + + - , - - +), para que aparezcan, en la nueva serie constituidapor estas notaciones, posibilidades e imposibilidades de sucesin que la red siguienteresume al mismo tiempo que manifiesta la simetra concntrica de que la trada estapreada -es decir, observmoslo, la estructura misma a que debe referirse la cuestinsiempre replanteada por los antroplogos del carcter radical o aparente del dualismo delas organizaciones simblicas.

    He aqu esa red:

    En la serie de los smbolos (1), (2), (3) por ejemplo, se puede comprobar que mientras dureuna sucesin uniforme de (2) que empez despus de un (1), la serie se acordar delrango par o impar de cada uno de esos (2), puesto que de ese rango depende que esasecuencia solo pueda romperse por un (1) despus de un nmero par de (2) , o por un (3)despus de un nmero impar.

    As desde la primera composicin consigo mismo del smbolo primordial -e indicaremosque no la hemos propuesto como tal arbitrariamente- una estructura, aun permaneciendotodava totalmente transparente a sus datos, hace aparecer el nexo esencial de lamemoria con la ley.

    Pero vamos a ver a la vez como se opacifica la determinacin simblica al mismo tiempoque se revela la naturaleza del significante, con slo recombinar los elementos de nuestrasintaxis, saltando un trmino para aplicar a ese binario una relacin cuadrtica.

    Establezcamos entonces que ese binario: (1) y (3) en el grupo [ (1) (2) (3) ] por ejemplo, sijunta por sus smbolos una simetra a una simetra [(1) - (1)], (3) - (3), [(1) - (3)] o tambin[(3) - (1)], ser anotado a, una disimetra a una disimetra (solamente [(2) - (2)], ser

    anotado y, pero que al revs de nuestra primera simbolizacin, habr dos signos, ???? delos que dispondrn las conjunciones cruzadas, ? para anotar la de la simetra con ladisimetra [(1) - (2) ] , [(3) (2) ], y ? la de la disimetra con la simetra [ (2) - (1) ], [(2) - (3)].

    Vamos a comprobar que, aunque esta convencin restaura una estricta igualdad de

    probabilidades combinatorias entre cuatro smbolos ? ????????? (contrariamente a laambigedad clasificatoria que haca equivaler a las probabilidades combinatorias de lasotras dos las del smbolo (2) de la convencin precedente), la sintaxis nueva que ha de

    regir la sucesin de las ? ??????????determina posibilidades de distribucin absolutamentedisimtricas entre ? ???? por una parte, ???? por otra.

    Una vez reconocido en efecto que uno cualquiera de estos trminos puede sucederinmediatamente a cualquiera de los otros, y puede igualmente alcanzarse en el 4o tiempocontado a partir de uno de ellos, resulta contrariamente que el tiempo tercero, dicho deotra manera el tiempo constituyente del binario, est sometido a una ley de exclusin que

    exige que a partir de una ? o de una ? no se pueda obtener ms que una ? o una ? y quea partir de una ? o de una ? no se pueda obtener sino, una ? o una ? . Lo cual puedeescribirse bajo la forma siguiente:

    donde los smbolos compatibles del 1o. al 3er. tiempo se responden segn lacompartimentacin horizontal que los divide en el repartitorio, mientras que su eleccin esindiferente en el 2o. tiempo.

    Que el nexo aqu manifestado es nada menos que la formalizacin ms simple delintercambio es algo que nos confirma su inters antropolgico. Nos contentaremos conindicar en este nivel su valor constituyente para una subjetividad primordial, cuya nocinsituaremos ms abajo.

    El nexo, teniendo en cuenta su orientacin, es en efecto recproco, dicho de otra manera,no es reversible, pero es retroactivo. As si se fija el trmino del 4o. tiempo, el del 2o. noser indiferente.

    Puede demostrarse que de fijarse el 1o. y el 4o. trmino de una serie, habr siempre unaletra cuya posibilidad quedar excluda de los dos trminos intermedios y que hay otrasdos letras de las cuales una quedar siempre excluida del primero, la otra del segundo deestos trminos intermedios. Estas letras estn distribuidas en las dos tablas W y O(21).

  • cuya primera lnea permite ubicar entre las dos tablas la combinacin buscada del 1o. conel 4o. tiempo: la letra de la segunda lnea es la que esa combinacin excluye de los dostiempos de su intervalo, las dos letras de la tercera son, de izquierda a derecha las quequedan respectivamente excluidas del 2o. y del 3er. tiempos.

    Esto podra figurar un rudimento del recorrido subjetivo, mostrando que se funda en laactualidad que tiene en su presente el futuro anterior. Que en el intervalo entre ese pasadoque es ya y lo que proyecta se abra un agujero que constituye cierto caput mortuum delsignificante (que aqu se tasa en tres cuartos de las combinaciones posibles en las quetiene cmo colocarse), (nota(22)) es cosa que basta para suspenderlo a alguna ausentepara obligarle a repetir su contorno

    La subjetividad en su origen no es de ningn modo incumbencia de lo real, sino de unasintaxis que engendra en ella la marca significante.

    La propiedad (o la insuficiencia) de la construccin de la red de los ? ????????? consiste ensugerir cmo se componen en tres pisos lo real, lo imaginario y lo simblico, aunque slopueda jugar as intrnsecamente lo simblico como representante de los dos primerosasideros.

    Meditando en cierto modo ingenuamente sobre la proximidad con que se alcanza el triunfode la sintaxis es como vale la pena demorarse en la exploracin de la cadena aquordenada en la misma lnea que retuvo la atencin de Poincar y de Markov.

    Se observa as que si, en nuestra cadena pueden encontrarse dos ? que se sucedan sininterposicin de una ?, ser siempre, o bien directamente (?? ) o bien despus de lainterposicin de un nmero por otra parte indefinido de parejas ??????????????? pero quedespus de la segunda, ? , ninguna nueva ? puede aparecer en la cadena antes de quese haya producirlo una ? . Sin embargo, la sucesin definida arriba de dos ? no puedereproducirse sin que una segunda ? se aada a la primera en un enlace equivalente (salvopor la inversin de la pareja ? ? en ?? ) a la que se impone a las dos ? o sea sininterposicin de una ??

    De donde resulta inmediatamente la disimetra que anuncibamos ms arriba en laprobabilidad de aparicin de los diferentes smbolos de la cadena.

    Mientras que las ? y las ? efectivamente pueden por una serie feliz de azar repetirse cadauna separadamante hasta cubrir la cadena entera, queda excluido, incluso con la suerte

    ms favorable, que ?? puedan aumentar su proporcin sino de manera estrictamenteequivalente con la diferencia de un trmino, lo cual limita a 50% el mximo de sufrecuencia posible.

    La probabilidad de la combinacin que representan las ? y las ? es equivalente a la quesuponen las ? ?y las ?- y la realizacin de las tiradas por otra parte se deja estrictamente alazar-: se ve as desprenderse de lo real una determinacin simblica que, por muy

    firmemente que registre toda parcialidad de lo real, no produce sino mejor las disparidadesque aporta consigo.

    Disparidad manifestable tambin con tan slo considerar el contraste estructural de las dostablas W, O, es decir la manera directa o cruzada en que el agrupamiento (y el orden) delas exclusiones se subordina reproducindolo al orden de los extremos, segn la tabla alque pertenece este ltimo.

    As, en la sucesin de las cuatro letras, las dos parejas intermedia y extrema pueden seridnticas si la ltima se inscribe en el orden de la tabla O (tales como ? ? ? ? ??? ? ? ? ???????????????????????????????????? que son posibles), no pueden serlo si la lti ma seinscribe en el sentido W (???????????????????????????????????????????????imposibles).

    Observaciones cuyo carcter recreativo no debe extraviarnos.

    Pues no hay otro nexo fuera del de esta determinacin simblica donde pueda situarseesa sobredeterminacin significante cuya nocin nos aporta Freud, y que jams pudoconcebirse como una sobredeterminacin real en un espritu como el suyo, en el que todocontradice que se abandone a esa aberracin conceptual donde filsofos y mdicosencuentran demasiado fcilmente con que calmar sus efusiones religiosas.

    Esta posicin de la autonoma de lo simblico es la nica que permite liberar de susequvocos a la teora y a la prctica de la asociacin libre en psicoanlisis. Pues es muyotra cosa referir sus resortes a la determinacin simblica y a sus leyes que a lospre