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EL PERSILES Y LA ENFERMEDAD DE AMOR Aurora Egido A Cervantes, que se retrató a sí mismo enfermo en el Prólogo de su último libro, próximas a extinguirse las efemérides de sus pulsos, no le era ajeno uno de los grandes tópicos de la literatura universal de todos los tiempos, el de la enfermedad de amor. 1 Inserto en La Galatea, como era lógico en la tradición pastoril, y en otras obras suyas, fue en el Quijote donde desarrolló con mayor riqueza y complejidad los efectos del amor hereos, que si conducen al héroe a la locura y a diversos padecimientos señalados por la tradición médica y lite- raria, genera en esa novela un sinfín de reflexiones poéticas al hacer coincidir en un mismo personaje al amador y al héroe caballeresco que pretende vivir literariamente ambos destinos. 2 En esa y otras obras, como Pedro de Urdema- las, Cervantes se burló de la enfermedad de amor y trató cómicamente los estragos que causan las pasiones dañando la razón o llevando a los amantes a la muerte. El amor, fuerza generadora del Persiles, aparece desde sus inicios como conflicto y como búsqueda, en consonancia con la propia tradición de la no- vela bizantina. Los trabajos que han de sufrir los protagonistas hasta el logro de su unión final son parte fundamental de una concepción del amor que, sin 1. Sobre el tema, mi artículo, «La enfermedad de amor en el Desengaño de Soto de Rojas», en Al que el vuelo. Homenaje a Soto de Rojas, Universidad de Granada, 1984, pp. 32-52, a cuya bibliografía me remito. Ha tratado posteriormente el tópico Pedro Cátedra en su docto estudio Amor y pedagogía en la Edad Media, Universidad de Salamanca, 1989. Este trabajo es complementario de otros dos aún en prensa: Aurora Egido, «La memoria y el arte narrativo del Persiles», NRFH, donde se hacen observacio- nes sobre la memoria y la medicina, y «Los silencios del Persiles», Homenaje a Andrés Murillo, University of Southern California. Citaré siempre por la ed. de Juan Bautista Avalle-Arce: Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Madrid, Castalia, 1969. 2. Sobre el amor hereos y Cervantes, véanse las observaciones de Otis H. Green, España y la tradi- ción occidental, vol.l, Madrid, 1969 y el clásico estudio de John Livington Lowes, «The Loveres Maladye of Hereos», MP, II (1913-1914). La parodia del amor cortés ya contaba con precedentes, según June H. Martin, Love's Fools: Aucassin, Troilus, Calisto and the Parody of Courthy Love, Londres, Tamesis, 1972. Para la enfermedad de amor en La Galatea, véanse mis trabajos «Topografía y cronografía en La Gala- tea», en Alberto Blecua et ai, Lecciones cervantinas, Zaragoza, Caja de Ahorros de Zaragoza, 1985, pp. 51-93, y «El sosegado y maravilloso silencio de La Galatea», Anthropos (Barcelona), 98-99 (1989), 85-89. ACTAS II - ASOCIACIÓN CERVANTISTAS. Aurora EGMO. El «Persiles» y la enfermedad de amor

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EL PERSILES Y LA ENFERMEDAD DE AMOR

Aurora Egido

A Cervantes, que se retrató a sí mismo enfermo en el Prólogo de su último libro, próximas a extinguirse las efemérides de sus pulsos, no le era ajeno uno de los grandes tópicos de la literatura universal de todos los t iempos, el de la enfermedad de amor . 1 Inserto en La Galatea, como era lógico en la tradición pastoril, y en otras obras suyas, fue en el Quijote donde desarrolló con mayor riqueza y complejidad los efectos del amor hereos, que si conducen al héroe a la locura y a diversos padecimientos señalados por la tradición médica y lite­raria, genera en esa novela un sinfín de reflexiones poéticas al hacer coincidir en un mismo personaje al amador y al héroe caballeresco que pretende vivir l i terariamente ambos destinos. 2 En esa y otras obras, como Pedro de Urdema-las, Cervantes se burló de la enfermedad de amor y trató cómicamente los estragos que causan las pasiones dañando la razón o llevando a los amantes a la muerte .

El amor, fuerza generadora del Persiles, aparece desde sus inicios como conflicto y como búsqueda, en consonancia con la propia tradición de la no­vela bizantina. Los trabajos que han de sufrir los protagonistas hasta el logro de su unión final son parte fundamental de una concepción del amor que, sin

1. Sobre el tema, mi artículo, «La enfermedad de amor en el Desengaño de Soto de Rojas», en Al que el vuelo. Homenaje a Soto de Rojas, Universidad de Granada, 1984, pp. 32-52, a cuya bibliografía me remito. Ha tratado posteriormente el tópico Pedro Cátedra en su docto estudio Amor y pedagogía en la Edad Media, Universidad de Salamanca, 1989. Este trabajo es complementario de otros dos aún en prensa: Aurora Egido, «La memoria y el arte narrativo del Persiles», NRFH, donde se hacen observacio­nes sobre la memoria y la medicina, y «Los silencios del Persiles», Homenaje a Andrés Murillo, University of Southern California. Citaré siempre por la ed. de Juan Bautista Avalle-Arce: Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Madrid, Castalia, 1969.

2. Sobre el amor hereos y Cervantes, véanse las observaciones de Otis H. Green, España y la tradi­ción occidental, vol.l, Madrid, 1969 y el clásico estudio de John Livington Lowes, «The Loveres Maladye of Hereos», MP, II (1913-1914). La parodia del amor cortés ya contaba con precedentes, según June H. Martin, Love's Fools: Aucassin, Troilus, Calisto and the Parody of Courthy Love, Londres, Tamesis, 1972. Para la enfermedad de amor en La Galatea, véanse mis trabajos «Topografía y cronografía en La Gala-tea», en Alberto Blecua et ai, Lecciones cervantinas, Zaragoza, Caja de Ahorros de Zaragoza, 1985, pp. 51-93, y «El sosegado y maravilloso silencio de La Galatea», Anthropos (Barcelona), 98-99 (1989), 85-89.

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embargo, no termina totalmente, al menos para los protagonistas, con el de-terminismo aciago de las novelas sentimentales, sino con la feliz sacralización en Roma, donde Períandro y Auristela contraen matr imonio.

El Persiles contiene una apretada y varia filografía en la que es fácil entre­ver la fusión de corrientes diversas entre las que no faltan restos del amor cortés junto al petrarquismo, el neoplatonismo y las huellas de Erasmo. Cer­vantes entreverá en el grueso de la narración numerosas opiniones, a veces contradictorias, sobre el amor, a la par que las hace vivir en el decurso de la acción en una permanente paradoja que va de los valores positivos y engran-decedores del amor maestro —en la mejor tradición neoplatónica— que im­pulsan la pasión, a otros de índole escolástica que lo entienden bajo especies de enfermedad, destrucción y muerte . La historia particular de los diferentes personajes ejemplifica, en el más estricto sentido cervantino, la varia fortuna que el amor supone en cada caso, ya sea en paralelo o como contrapunto de la vivida por los protagonistas principales, Periandro y Auristela.

Ya en los inicios, Cervantes expone por boca de Mauricio los poderes sobrenaturales del amor, que rompe las barreras sociales y que se iguala has­ta con la misma muerte:

El amor junta los cetros con los cayados, la grandeza con la bajeza, hace posible lo imposible, iguala diferentes estados y viene a ser poderoso como la muerte [p. 158].

El libro entero es una demostración del dicho clásico: omnia vincit amor, ya que los protagonistas, guiados por afanes virtuosos, logran superar cuantos obstáculos se interponen a su unión definitiva.

Desmitificado y lexicalizado, a pesar de su aparente omnipotencia y de aparecer como una fuerza ajena al individuo, el amor se ofrece como un sentimiento que debe ser sometido a razón y controlado por el individuo:

Yo no sé —dijo Mauricio a esta sazón— qué quiere éste que llaman amor por estas montañas, por estas soledades y riscos, por entre estas nieves y yelos, dejándose allá los Pafos, Gnidos, las Ciprés, los Elíseos Campos de quien huye la hambre, y no llega incomodidad alguna. En el corazón sosegado, en el ánimo quieto tiene el amor deleitable su morada, que no en las lágrimas ni en los sobresaltos [p. 147].

Los Trabajos muest ran la evidencia de los efectos destructores de la lascivia que lleva al asesinato y al suicidio, como ejemplifican los dos soldados que quisieron gozar, sin conseguirlo, de Auristela y Transila (p. 139). Rosamunda, a su vez, encarna las fatales consecuencias a que conducen sus lujuriosos deseos. 3 Todo el pr imer libro esboza la doble corriente de amor y celos por la que discurrirá la obra, tanto en su vertiente idealizada como en la que toca a los instintos de lascivia.

3. Monique Joly, «Fragments d'un discourse mythique sur le bouffon», en A. Redondo y A. Rochon (eds.), Visages de la folie (1500-1650), Paris, 1981, pp. 81-91, ve en la pareja Claudio-Rosamunda la analogía bufón-prostituta que tiene también sus precedentes en los Emblemas de Alciato. Para la locura como modo de exclusión, el artículo de Michel Plaisance, ibidem, pp. 81-91.

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La enfermedad de amor se declara, desde el comienzo, en los «pasos torcidos y flojos» con los que se adelanta Periandro anonadado en su pr imer encuentro con Auristela (p. 66), así como en el «profundo desmayo» que acu­de a ésta tras la muerte de Cloelia y del que vuelve en sí cuando Periandro la socorre. El «mortal desmayo» calificará la muer te de Rosamunda, tras arre­pentirse de su azarosa vida (p. 147). Desmayada y sin fuerzas aparecerá en la isla nevada la doncella Taurisa, ocasión y causa de que dos mancebos mueran al disputarse su amor por ella y de que ella misma también muera (pp. 143 y 145). No faltan tampoco los extremos de la locura amorosa a la que se abocó peligrosamente el derretido portugués Manuel de Sousa Coitiño, quien casi perdió el juicio al saber que su amada Leonora se había metido monja. El final de su relato se cerrará con un gran suspiro y con su propia muer te como paradigma de amores desdichados y sin correspondencia alguna (p. 104). Cla­ro que Cervantes, según suele, pone freno inmediato a tantos suspiros y des­avenencias, i ronizando sobre ello:

Pero como los desmayos que suceden de alegres y no pensados aconteci­mientos o quitan la vida en un instante o no duran mucho, fue pequeño el espa­cio en el que estuvo Transila desmayada [pp. 109-110],

teniendo mucho cuidado además en diferenciar las causas físicas y psíquicas de los desmayos padecidos por sus personajes. 4

Los celos como enfermedad aparecen claramente declarados en esta Pri­mera Parte, y se anudan al án imo de Periandro por segunda vez cuando al ver el barco de Arnaldo «se le revolvieron las entrañas y el corazón le comenzó a dar saltos en el pecho» (p. 121). En justa correspondencia, Auristela sufrirá de otro tanto, y por ellos gemirá y suspirará contando a Transila el secreto de su laberíntica peregrinación y los celos que le causa su «hermano» (p. 155). En ambos casos, es la presencia de un tercero, o tercera —la bella Sinforosa, hija del rey Policarpo, en este caso— quien determina tan miserable estado. La declaración del s índrome no puede ser más evidente y así lo expresa esta incursión del propio narrador:

¡Oh poderosa fuerza de los celos! ¡Oh enfermedad que te pegas al alma de tal manera, que sólo te despegas con la vida! ¡Oh hermosísima Auristela! ¡Deten­te: no te precipites a dar lugar en tu imaginación a esta rabiosa dolencia! [p. 155],5

4. Así, cuando del bello y desmayado protagonista que flota sobre unas medusas y no se tiene en pie de puro flaco, se nos diga que fue «porque hacía tres días que no había comido» (p. 54); de ahí que le alimenten y socorran.

5. Los celos aparecen como consecuencia natural del amor. «El que no siente celos no puede amar» dice Andreas Capellanus, De amore. Tratado sobre el amor, ed. de Inés Creixell, Barcelona, 1984, p. 363. Más adelante, sin embargo, expresará las miserias que siguen a los celos. Al lado de los beneficios del amor maestro, está la contrapartida de la enfermedad y de la misma muerte de amores (ibídem, pp. 65 y 377, respectivamente). La doblez del libro —arte de amar y reprobación del mal de amor— conlleva tales paradojas. Entre las reglas de amor está el vituperio de la lujuria y el encomio de la castidad, como iremos viendo. Sobre los celos dice Sabuco de Nantes que son como el espejo de Alinde, que todo parece con ellos mayor de lo que es, produciendo pérdida de la razón y locura, entre otros daños (miedo, mal de humor, melancolía), «y así sospechan lo que no es, y todo les parece más o menos» (cfr. [Oliva], Sabuco

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a sabiendas de la dificultad que entraña poner a raya y construir muros al frágil y ligero pensamiento.

Aristóteles ya había expresado en De anima que «todas las afecciones del alma están ligadas al cuerpo; la ira, la educación, el miedo, la piedad, la valen­tía, la alegría, igual que el amor y el odio, ya que cuando estas afecciones aparecen, también el cuerpo queda afectado». 6 Al concebir el alma como prin­cipio vivificador del cuerpo, declaró que todas las afecciones de ésta son inse­parables de la materia física. Cuerpo y alma como un todo inseparable confor­maron durante siglos la base de la psicología escolástica naturalista. El Persiles sigue en parte esa tradición, enriqueciéndola, como luego veremos, con las nuevas teorías que la medicina de su t iempo había aportado al respecto.

El libro segundo se abrirá con un juego de desdoblamiento entre el tra­ductor y el «historiador» de los Trabajos, sosteniendo dos puntos de mira diferentes sobre tan magnas disquisiciones amorosas. Doblez que constituye la sal y gracia de una dialéctica —distanciada o cercana— mantenida a lo largo de toda la novela:

Parece que el autor desta historia sabía más de enamorado que de historia­dor, porque casi este primer capítulo de la entrada del segundo libro le gasta todo en una difinición de celos, ocasionados de los que mostró tener Auristela por lo que le contó el capitán del navio; pero en esta tradución, que lo es, se quita por prolija, y por cosa en muchas partes referida y ventilada, y se viene a la verdad del caso [p. 159]. 7

Esa autoburla no impedirá seguir acarreando a la verdad del caso numerosas observaciones y declaraciones del enamorado «autor desta historia», sin los frenos del comedido t raductor . 8 El libro segundo va a constituir una declara­da confirmación de las enfermedades de amor y de celos, s imultaneados en Auristela y Sinforosa (p. 169), a las que se añadirá el caso part icular de Poli-carpo, vetusto enamorado de setenta años que caerá víctima de los excesos de amor tardío por Auristela, a la sazón de diecisiete. Frente a éste, el ejemplo de Renato y Eusebia, «limpios y verdaderos amantes» en sus ermitas (p. 259), destacará la secuela del padecimiento lícito y honesto. Se trata de un amor en el que no están exentos los celos (p. 261), pero del que se entierra la pasión en los yelos de la isla, viviendo tan enamorados ermitaños «como dos estatuas movibles» (p. 264), comiendo juntos y durmiendo aparte. La melancolía, sin embargo, había sido previamente la prueba sufrida por Renato en soledad hasta la llegada de Eusebia. Con ella sublimaría después sus sentimientos, desterrando los placeres de la carne y regalándose con los placeres del retiro silencioso. Tal estado de ánimo era propicio de los amadores desde antiguo,

de Nantes y Barrera, Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre, Madrid, Editora Nacional, 1981, pp. 118-120). Lope de Vega expone una firme e irónica teoría de los celos en La escolástica celosa, donde inserta el soneto «Celos bastardos, mal nacidos celos», también entreverado en las prosas de su Arcadia.

6. Aristóteles, Del Alma. Obras, Madrid, Aguilar, 1982, p. 109. 7. Alan K. Forcione, Cervantes, Aristotle and the «Persiles», Princeton University Press, 1970, pp. 264

ss., comenta ese pasaje a propósito de las diversas voces narrativas de la obra. 8. A Cervantes le dolía ya desde el prólogo de 1585 a La Galatea, donde se excusa por mezclar

discursos filosóficos en el cuerpo de lo narrado.

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como se ve en las novelas pastoriles, incluida La Galatea.9 La soledad, tan encomiada y cantada, tenía, sin embargo, sus riesgos para los que padecían el amor hereos:

La soledad es mala a los tristes, y melancólicos y les acarrea más daño que a otros; 1 0

como sabían tantos enfermos de amor de las églogas pastoriles, en prosa y verso.

La destrucción o los celos parece ser la divisa de este libro que confirma hasta qué punto sólo la muer te acaba con ellos, si no les pone freno previa­mente la renuncia ascética, como en el caso de los citados ermitaños. Celos, enfermedad y muer te se unen en sincopada consonancia most rando su clara sintomatología. 1 1 No en vano formaban capítulo repetido de los tratados de medicina, y lugar común del t ra tadismo amoroso de tipo novelesco. Auristela encarnaría la dolencia y los tópicos de los remedia amoris:

Ordenaron los médicos que en ninguna manera la dejasen sola y que procu­rasen entretenerla y divertirla con música, si ella quisiese, o con otros entreteni­mientos [p. 169].

En este punto, es fácil recordar cuanto de gozo musical, literario y eróti­co servía como revulsivo de las dolencias amorosas , según la tradición médi­ca , 1 2 como expresa, entre otros, Sabuco de Nantes en su Nueva filosofía de la

9. François Vigier, «La folie amoureuse dans le roman pastoral espagnol (2 e moitié du xvi e siècle)», en Visages de la folie, pp. 117-129. Los síntomas del melancólico aparecen en La Galatea con la misma secuela de síncopes, sudores y visajes desvaídos. Cuando don Quijote se queda solo en Sierra Morena y se sube a lo alto de una peña, discurre precisamente sobre qué seguir, si las «locuras desaforadas» de Roldan o «las melancólicas de Amadís». El lector sabe por qué desdeña seguir las primeras, y, sin embargo, sigue las segundas, hecho nuevo ermitaño de la Peña Pobre, y triste de amores en su desventu­ra. Sobre la melancolía, Operum Ludovisi Mercad, Matriti apud Thomam Iuntam, 1945, Tomus Tertius, Liber Primus, De melancholia, cap. XVII, f. 151 ss.; y, particularmente, pp. 179-180, De melancholia ex amore. Del mismo Luis Mercado, De mulierum affectionibus, Libri quator, Matriti apud Thomam Ium-tam, 1594, 188, I, 7, sobre el efecto melancólico. Para este tema, son útiles los tratados de Andrés Velázquez, Libro de la melancholia en el que se trata de la naturaleza de esta enfermedad, Sevilla, Hernando Díaz, 1585, y Antonio Alvarez, De la melancolía, Sevilla, 1588. Además, R. Kibansky, E. Panofsky, F. Saxl, Saturno e la melancolía. Studi di storia delta filosofía naturale, religione e arte, Turin, Einaudi, 1983.

10. [Oliva] Sabuco de Nantes, op. cit., pp. 136-137. Sin embargo, dice, es buena para el cristiano. Palabras que parece suscribir el Persiles. Sabuco recoge fragmentos poéticos sobre la felicidad.

11. Sólo la muerte acalla la voz y memoria de los celos (p. 160), cuya fuerza «se entra y mezcla con el cuchillo de la misma muerte» (p. 164). Periandro juzga a Auristela celosa (p. 166) y pronto se declara su enfermedad (pp. 168-170), que, según dictado de sus pulsos, parece más del alma que del cuerpo, en clara distinción aristotélica mantenida por Cervantes a lo largo de toda la obra. Alma y cuerpo son, sin embargo, inseparables, y los sufrimientos de una alteran al otro y viceversa. Amor y muerte andaban hermanados desde antiguo, como muestra la larga secuela de difuntos en las novelas sentimentales y en la poesía, así como en los emblemas de Alciato. Las víctimas son legión. Algunas con sus fuentes clásicas y bíblicas son recordadas por el Tostado en su Tratado de cómo al hombre es necesario amar, ed. de Pedro de Cátedra, Barcelona, 1986, pp. 26 ss.; sobre la melancolía, en la línea de la medicina hipocrática, pp. 59-60. El Padre B. de Victoria, en su Teatro de los dioses de la gentilidad, Valencia, 1646, f. 449, recoge las conocidas fuentes sobre la confrontación amor y muerte: san Agustín, san Jerónimo y Horacio, entre otros, además del consabido Fortis est ut mors dilectio (Cant. I). También dirá que «Esto de enfermar, y matar el amor, no es negocio quimérico, ni fingido, sino evidencia clara, que muchos han enfermado y aun muerto de esta dolencia» (ibidem, f. 453).

12. Sobre el tema, tan amplio, véase, por ejemplo, su huella en la pastoril en Bruno Damiani,

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naturaleza del hombre (Madrid, 1587), al explorar los valores curativos de la música . 1 3 Y otro tanto confirmaban los curados con esa medicina en las nove­las pastoriles.

La retórica del secretum se mezcla en la recatada doncella que no quería dar crédito a su dolencia. La lucha entre la comunicación y el silencio del enamorado aparece largamente debatida en los diálogos entre Auristela y Sin-forosa. Un soneto cantado por «la sin par en música Policarpa» glosará preci­samente los límites del silencio y de la enfermedad de amor. Hablar del mal tiene sus ventajas, pues aunque se rompe la regla del silencio, ello lleva en definitiva a la fama, identificándose así la gloria del amador con la del poeta:

Salga con la doliente ánima fuera la enferma voz, que es fuerza y es cordura decir la lengua lo que al alma toca.

Quejándote, sabrá el mundo siquiera cuan grande fue de amor tu calentura, pues salieron señales a la boca}4

El punto de discreción debida en el amador, así como la idea clásica del amor maestro, se perfilan igualmente en la obra. A la tradición medieval del tópico se unía la filosofía neoplatónica. Como Marsilio Ficino señalara, «l'Amore é maestro e signore di tutte le Arti». 1 5

Auristela, tendida en el lecho junto al doliente Periandro a su arr imo, sufriendo ambos de los mismos males, se ofrecen al lector como paradigma vivo de la enfermedad amorosa, en pareja —y dislocada— imagen a la ofreci­da por Otto Vaenius en sus Amorum Emblemata}6 Los gestos, los desmayos y

Montemayor's Diana. Music and the Visual Arts, Madison, 1983. Para la época medieval, los valores seductores de la magia y de la música fueron largamente comentados por Calderón (cfr. mi libro La fábrica de un auto sacramental: «Los encantos de la Culpa», Universidad de Salamanca, 1982).

13. Oliva Sabuco de Nantes, op. cit., pp. 152-154. 14. Véanse pp. 169-171. En el soneto (p. 171), traducido al castellano por el bárbaro Antonio, insta a

sacar del alma la doliente herida, «que es fuerza y es cordura / decir la lengua lo que el alma toca». Nótese cómo el amor no sólo impone silencio a los enamorados, sino oídos sordos a lo que se dice, como le ocurre a Policarpo, sólo ojos para Auristela (pp. 245 y 248). Sobre este tema, véase mi trabajo citado «Los silencios del Persiles». El secreto era, como se sabe, fundamental en el amor cortés. Véase, por ejemplo, cuanto recoge al respecto Andreas Capellanus, op. cit., pp. 289 ss.

15. Véase Trabajos, p. 173, y Marsilio Ficino, L'essenza dell'amore, Introducción de Gabriele la Porta, Roma, Atanor, 1982, p. 45.

16. Amorum Emblemata studio Othonis Vaeni, Bruselas, Francisci Foppens, 1667, constante aviso contra los peligros y desengaños del amor. Se muestran sus poderes y desmesura y su oposición a la cordura. Véase, particularmente, el emblema de pp. 120-121, cuya pintura muestra al Amor encamado junto a una dama que le sirve, y que glosa el tópico de «similia similibus curantur»: «No quiere Amor xarave o medicina / De mano de razón dada en remedio, / Que a morir de aquel mal se determina / Que entorno al coracón tiene el assedio», etc. Y véase el amor ciego (pp. 122-123), y loco (pp. 124-125). Vaenius cree que sólo la muerte lo remedia (pp. 154-155 y vid. pp. 166-167). Ovidio le dicta la sentencia: Amans amanti medicus: «Amor con amor se cura / lo demás todo es locura» (ibídem, pp. 168-169 y vid. pp. 190-191). El tema del amor médico, de tan rica tradición profana, como muestra Calderón en El médico de su honra, también se volvió a lo divino en la emblemática. Véase al Amor divino cuidando como médico al alma enferma en la cama; así en la traducción española de Pia Desiderio de Hermán Hugo, Afectos divinos con emblemas sagrados por el P.P. de Salas de la Compañía de Jesús, Valladolid, 1658, III. La presencia del amor médico y de la enfermedad de amor en la poesía del xvi-xvn es abruma­dora; contando además con su vertiente paródica.

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las lágrimas de tan teatral escena declaran la humanidad de semejantes senti­mientos. Porque si el hombre se define como «animal risible», también cree Cervantes que se puede decir «que es animal llorable, animal que llora» (p. 178). Así se justifica la dignidad de las celosas lágrimas del protagonista. Cer­vantes no se limita a la recreación de los tópicos, sino a su uso novelesco, aprovechándolos en el decurso de la acción, como ocurre en el sutil diálogo entre Auristela y Sinforosa, enamoradas ambas del mismo hombre y t ra tando de poner un punto de equilibrio entre la mutua amistad y la pasión que sien­ten por Periandro. Amistad que en el caso de Auristela le lleva a querer pro­longar la estancia de su amado hermano en el palacio del rey Policarpo, lo que equivaldrá a fomentar su propio padecimiento. Claro que, al final, será el alejamiento la única salida curativa a la «enfermedad celosa», de la protago­nista, dándose así término a su sufrimiento. 1 7

El análisis de los celos y del amor es minucioso y detallado, y no sólo en la práctica, sino en las continuas declaraciones que sobre ambos se hacen. Unos y otros parecen indisolubles (p. 193). Amor engendra celos de forma arbitraria e infundada, como consecuencia de su prepotencia y falta de lími­tes (p. 185). Pero Cervantes distingue entre los sanos celos de los amantes hermanos y aquéllos que genera la lascivia. En el pr imer caso, la enfermedad se cura, y la dolida Auristela se transforma en juiciosísima artera que planea­rá la fuga con toda serie de cautelas . 1 8 En los otros, amor y celos llevarán a la destrucción y a la muerte .

La enfermedad de Antonio hijo, asediado por la maga Cenotia, persegui­da por la Inquisición española (pp. 202-206), muest ra los estragos del amor que no nace de sentimientos limpios sino de fuerzas u l t ramundanas . Cenotia es la voz engañosa que inútilmente tratará de seducir con su ciencia a Anto­nio y que llevará a la perdición al rey Policarpo (p. 249), pagando sus traicio­nes con la muerte . Clodio morirá a su vez, purgando así su desvergonzada pasión por Auristela. Ése será el justo precio para los personajes que sufren de lascivia y de «la endemoniada enfermedad de los celos» (p. 220), como la que padece en su alma el rey Policarpo, quedando a cambio libres y en sa­lud aquellos otros que prosiguen sus trabajos y peregrinación vir tuosamente (p. 254). Antonio hijo se recuperará de los padecimientos sufridos por una enfermedad que la maga le inculcó con sus hechizos por no haber accedido a sus deseos (p. 217). En este caso, como en el de Auristela y Periandro, la salud recobrada es merecido premio tras las pruebas pasadas. El fuego en el

17. P. 192. La continuación del peregrinaje de Auristela y Periandro se ofrece como solución curati­va a la enfermedad de los celos. El viaje, según ha señalado Michael Foucault, fue utilizado con fines terapéuticos desde antiguo. Véase su Historia de la locura en la época clásica, México, FCE, 1964, p. 497.

18. La escuela amorosa hace de Auristela una discreta y sabia doncella a lo largo de toda la obra. Operan en ella los efectos del amor maestro («Amor qui magister est optimus», Plinio, Epístolas, 4, 19, 4), como en tantas damas de comedia (cfr. mi trabajo «La Universidad de amor y La dama boba», BBMP, LIV [1978], 351-371 y vid. infra). La fuerza del amor viene a contrarrestarse con un equilibrado tono de mansedumbre y humildad en los protagonistas (p. 194), que sienten que amor y temor andan juntos porque el amor «no puede estar sin celos» (p. 193) y éstos nacen hasta del aire, como diría Calderón (p. 185). Al final del libro, Arnaldo encarecerá otra veta positiva del amor que «nunca hizo a ninguno cobarde» (p. 272).

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que arde el palacio del rey Policarpo, donde toda la acción transcurre, cierra simbólicamente un episodio en el que se queman tantas víctimas de sus pro­pias pasiones. El t iempo sosegado y la m a r en calma esperan al final en ven­turoso viaje a los que superaron felizmente tan duros como amorosos traba­jos. Una vez más, como en el viaje alegórico relatado por Periandro, el amor es invencible, aunque al igual que en las bodas de Camacho, parezca que vaya a alzarse con la fortuna el interés (pp. 207-217).

El caso de Cenotia recoge la vertiente engañosa y hechiceril que rondaba las cuestiones amorosas desde la Edad Media, ofreciendo variadísimos ejem­plos y encontrados debates. La relación entre amor y magia fue piedra angular de los neoplatónicos, como Ficino. Eros aparece como la fuerza que asegura la continuidad de los seres y la Naturaleza entera se transforma, por su causa, en una gran maga . 1 9 Cervantes pone freno a esas fuerzas sobrenaturales que re­presentan los instintos y los encantamientos mágicos, oponiendo la ejemplar historia de los perfectos amadores que no se dejan apresar por la lascivia. Erasmo, que había reprendido en su Elogio de la locura el amor desmedido del hombre viejo hacia la mujer joven, tiene aquí una justa réplica cervantina en la locura amorosa de Policarpo, que le lleva a la destrucción final.20

El cambio espacial, de las aventuras mar inas al peregrinaje por tierra, no significa en el tercer libro un giro sustancial respecto al tema que nos ocupa. La obra prosigue por la senda de los estragos amorosos, most rando una varia­da gama de casos. El amor de Periandro y Auristela apenas si cuenta en su paso por Portugal y España, sino los sucesos que acontecen en su peregrinar. El rescoldo alegórico permanece por vía de representación dramática, al igual que en el caso citado, en la representación de la fábula de Céfalo y Procris que se lleva a término en Badajoz. Mitologema de celos y muer te que es antesala de otros sucesos semejantes de la historia real que se nos cuenta: muer to de amores, que llevaba en una caja el retrato de su amada con unos versos que glosaban su belleza (pp. 300-301). El caso singular de Feliciana de la Voz muestra, a cambio, la fuerza del amor que salta barreras y triunfa por encima de cualquier obstáculo (pp. 292 ss.), aunque se vituperen más adelante tales capacidades cuando son engendradas por los torpes deseos:

¡Oh fuerzas poderosas de amor, de amor, digo inconsiderado, presuroso y lascivo y mal intencionado, y con cuánta facilidad atropellas disinios buenos, intentos castos, proposiciones discretas! [p. 321].

19. Sobre ello, I.P. Couliano, Erós et magie à la Renaissance, Pans, Flammarion, 1984, pp. 125 ss. Añádase el capítulo IV de Pedro Cátedra, op. cit., pp. 85 ss. Y vid. infra.

20. Es tema que aparece, como se sabe, en otras obras de Cervantes, entre ellas El celoso extremeño. Véase Martín Bigeard, La folie et les fous littéraires en Espagne (1500-1650), Paris, Centre de Recherches Hispaniques, 1972, p. 148. Sobre la locura cervantina, hay, como se sabe, variada bibliografía, desde la todavía útil aproximación de Ricardo Royo Villanova, «Don Quijote y la locura», El Ateneo de Madrid en el III Centenario de la Publicación de El Ingenioso Hidalgo... Conferencias, Madrid, 1905 (separata), a otros trabajos desde la ladera psicoanalítica, como el de Carol B. Johnson, Madness and Lust: A Psycoanalythi-cal Approach to Don Quijote, Berkeley, Univ. of California, 1983. Sobre la locura, véanse además los estudios publicados por A. Redondo, Les problèmes de l'exclusion en Espagne (xvf-xvif siècles): idéologie et discours, Paris, 1983.

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Feliciana sacralizará en feliz matr imonio cristiano las licencias y el fruto de sus pasados amores . También la fuerza del amor hace su entrada con el paso de Ambrosia Agustina, vestida de hombre por tales impulsos, ya que los pechos enamorados jamás se rinden ante las dificultades (pp. 363-364). Claro que esa vertiente se ve contrarrestada con las fuerzas negativas del amor «in­considerado, presuroso y lascivo y malintencionado» que atropella los castos intentos (p. 321). Y ello con el regalo de algún malicioso diminutivo, como el que premia a la libre y descompuesta Luisa, juzgada de «atrevidilla» (p. 321).

Cervantes, adelantándose a Calderón, y desde una perspectiva menos trá­gica, pone además en tela de juicio las venganzas de sangre por cuestiones de honra (pp. 324-326), que llenaron, como se sabe, los corrales y coliseos de comedias en la época a la que pertenece el Persiles. Periandro hará un alegato contra ellas, aconsejando el perdón que se deriva de la caridad cristiana. Y a los alardes engañosos y las presunciones del enamorado, Cervantes impondrá toques de sensatez y contención, rompiendo así la tradicional desmesura que caracteriza el asedio de los enamorados . En éste, como en otros puntos , Cer­vantes es partidario de la verdad:

No ha de enamorar el amante con gracias de otro; suyas han de ser las que mostrare a su dama; si no canta bien, no la traiga quien la cante; si no es dema­siado gentilhombre, no se acompañe con Ganimedes; y finalmente, soy de pare­cer que las faltas que tuviere, no las enmiende con las ajenas obras [p. 276] . 2 1

El paso a Francia de los peregrinos supondrá la reaparición de los celos en Periandro. Celos que imposta el pintor que capta la belleza sin pa r de Auristela (p. 370). La historia de Domicio es otro caso evidente de locura amorosa con medios mágicos, ya que pierde el conocimiento tras colocarse una camisa hechizada, al parecer, por una maga (pp. 377-378). Locura furiosa que le conducirá lógicamente a la muerte . Una escena simétrica a la del libro pr imero se ofrece cuando Periandro está malherido en su lecho y Auristela le habla con voz desmayada (p. 378). La serie de los trabajos que han de superar no queda interrumpida y sigue su curso con pertinacia. Nuevos casos se perfi­larán en torno a la pasión, como nuevas questioni d'amore: así el de la desde­ñosa Feliz Flora por el «vicioso» Rubertino (p. 379), el relato de la adúltera y, sobre todo, la historia de Ruperta, ejemplo de la ira engendradora de vengan­za y odios («que la cólera de la mujer no tiene límite», p. 386). Claro que la ira y el enojo de la colérica Ruperta se desvanecerán ante esa recreación de un nuevo Cupido que representa ante sus ojos el hasta entonces objeto últ imo de su cruenta venganza:

Vio que la belleza de Croriano, como hace el sol a la niebla, ahuyentaba las sombras de la muerte que darle quería, y en un instante no le escogió por vícti­ma del cruel sacrificio, sino para holocausto santo de su gusto [p. 389].

El caso es el triunfo apoteósico del amor sobre la muerte y ofrece además una variante de un tópico más en el t ra tamiento del tema que nos ocupa, cual es

21. Corrijo obras por sobras. Ésa me parece la emendado correcta.

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el de la ira como parte importante de los celos. Con ello demostró, además, como dice Horacio en sus epístolas, que «la ira es una locura pasajera» que se desvanece con el t i empo. 2 2 La ira contaba con una rica tradición desde Aristó­teles, para quien ésta, como otras afecciones del alma, es inseparable de la materia física del hombre . 2 3 Cervantes se acerca a Huarte de san Juan en el análisis del proceso psicológico que lleva a Ruperta, tras la injusticia, a tra­mar su venganza. 2 4 Según demostró Alberto Blecua, el episodio tiene unas ricas implicaciones retóricas. Y cabe añadir que Sabuco de Nantes, entre los remedios contra la ira, habla de la «insinuación retórica», esto es, de la ra­zón que quita el enojo. 2 5 Cervantes la plasmó en el a rgumento de Croriano, que con su belleza atemperó definitivamente la cólera y la ira de la enlutada viuda.

No parece casual que a estas alturas, al paso de los peregrinos por Milán, oigan hablar de la Academia de los Entronados, donde se iba a disputar «so­bre si podía haber amor sin celos» (p. 401), lo que deriva en disquisiciones sobre el tema a cargo de los protagonistas, siendo clave para el entendimiento de la obra la distinción que hace Auristela entre a m a r y querer bien, aludién­dose de nuevo a los celos «que llegan a quitar la vida» (p. 401). Así, la materia académica del amor y de los celos se inserta en la teoría y en la práctica de la obra.

La vertiente demoníaca del amor aparece en el simulacro de la loca de Luca, Isabela Castrucha, atada al lecho con aparentes desmayos y señales de muerte . Se trata, como se sabe, de una endemoniada fingida que ha urdido tal engaño para encubrir su amor; pues como ella misma dice:

[...] u n a l eg ión d e d e m o n i o s t e n g o e n el cuerpo , q u e lo m i s m o es t ener u n a o n z a d e a m o r e n el a l m a , c u a n d o la e s p e r a n z a d e s d e lejos la a n d a h a c i e n d o c o c o s [p. 4 0 7 ] .

La locura amorosa se hace así sinónima de posesión demoníaca:

Ésta, m i locura . Ésta , m i e n f e r m e d a d . M i s a m o r o s o s p e n s a m i e n t o s s o n los d e m o n i o s q u e m e a t o r m e n t a n [ibídem~\.

22. Epist. 1, 2, 62. Pedro Cátedra, op. cit., p. 64, señala cómo los celos son acicate de la ira. El episodio de Ruperta fue analizado en su vertiente caballeresca por María Rosa Lida de Malkiel, «Dos huellas del Esplandián en el Quijote y el Persiles», Romance Philology, 9 (1955), 156-162. Se da en él la luctuosidad y tono tétrico de las novelas sentimentales. Alan K. Forcione, Cervantes Christian Romance, Princeton University Press, 1972, pp. 134-155, cree que es episodio cómico y recreación del mito de Psiquis y Cupido. Véase, además, el artículo de Alberto Blecua, «Cervantes y la retórica (Persiles, III, 19)», en Lecciones cervantinas, pp. 133-147.

23. Aristóteles, Del alma, op. cit., p. 109, la define «como un movimiento del cuerpo o facultad del cuerpo, en un estado particular suscitado por una determinada causa, con un determinado fin por delan­te», distinguiendo entre la visión física que de ella tienen el filósofo y el dialéctico. Aristóteles la compara con el humor colérico.

24. M. de Iriarte, El doctor Huarte de San Juan y su «Examen de Ingenios», Universidad de Salaman­ca, 1948, pp. 327 ss.

25. Sabuco de Nantes, op. cit, pp. 93 ss. Véase el cap. IX, donde trata extensamente del deseo y del afecto amoroso. Su teoría de la afectividad viene a asentar la afirmación de que es en el cerebro donde residen los afectos y pasiones y por tanto donde se encuentra la causa de las enfermedades. Téngase en cuenta el marco pastoril de estos diálogos de Sabuco. He consultado también la edición de Madrid, P. Madrigal, 1587.

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Ni que decir tiene que su curación le viene con la llegada desde Salaman­ca de su amado Andrea Marulo, que también hará arte de fingimiento al aparentar junto a ella para que todos crean que se le van los demonios del cuerpo. El amante hace así papeles de exorcista para regocijo de los lectores, y, puesto que similia similibus curantur, allí se casan «un diablo con otro» (p. 409), no sin antes desvelar su industria a los asombrados familiares. Ex­traño caso que se añade con buenas dosis de h u m o r no sólo respecto a las teorías amorosas, sino a la desmitificación de lo diabólico, 2 6 sin que falte de rebote una muerte , la del tío de Isabela, que cae al instante de descubrirse el embrollo t ramado. No se libra el suceso del consabido ataque a la profesión médica, ya que la loca de Luca logra confundir al médico que la asiste, pues éste no atina con la verdadera causa de su enfermedad. Tal vez se trate de una consecuencia del tópico de la intervención diabólica en asuntos amoro­sos, pues, como decía Pedro Ciruelo, en su Reprovación de supersticiones y hechicerías (Salamanca, 1540), cuando la persona enferma en estos casos, «los sabios médicos apenas saben conoscer qué mal es o cómo se a de cura r» . 2 7

La singular historia constituye un bonito revés a las teorías demonológi-cas sobre la magia que enredaban desde antiguo la cuestión amorosa y que habían servido de punto de discusión sobre la influencia del demonio y la posesión diabólica por tales causas . 2 8 Cervantes recoge toda la tradición aca­rreada por el tema, dándole ese final festivo y teatral preparado por la indus­tria de los enamorados . Conviene situar, no obstante, el episodio en la tradi­ción literaria de la locura simulada con fines amorosos. La Pellegrina (1567 o 1568), comedia de Girolamo Bargagli, es un buen precedente, ya que en ella la protagonista finge transi toriamente estar loca para así conseguir sus deseos amorosos y obstaculizar los proyectos contrar ios de la autoridad paterna. También a ella la tomarán por posesa, pero al final triunfará el amor que todo lo vence. 2 9

En este episodio, Cervantes consigue la teatralización plena del tema de la locura y el diabolismo, así como su reducción al plano de la ironía cómica, en el sentido más clásico del término. Téngase en cuenta que la escenificación de la falsa posesa pone además en evidencia ante el auditorio el tema de lo verdadero y de lo falso, tan connatural al relato cervantino. Sabiduría y locura o posesión demoníaca se confunden en este caso . 3 0 La locura, por otra parte,

26. Sobre la relación entre diabolismo y locura, Michel Foucault, op. cit., vol. I, pp. 40-41. Téngase en cuenta que la locura entraba desde la Edad Media en la jerarquía de los vicios y se la relaciona con el pecado.

27. F. XXVIII. Y véase f. XXXIv ss., para los exorcismos y los sacadores de espíritus de las personas endemoniadas.

28. Pedro Cátedra, op. cit., pp. 85 ss. Para el problema en Ficino y los neoplatónicos, I.P. Couliano, op. cit., pp. 195 ss.

29. Véase Mireille Celse-Blanc, «Du travestí á la folie simulée, ou les jeux du masque dans la come­die siennoise», en Visages de ¡a folie, pp. 45-54. Cita, además, la comedia anónima Gl'Ingannati y L'Ales-sandro de Piccolomini, donde aparecen la enfermedad y la locura.

30. Michael Foucault, op. cit., p. 278. La magia y la astrología se movieron en la Edad Media en el terreno de los dominios demoníacos. El Renacimiento modificó en parte tales presupuestos, reivindicán­dolos. Los descubrimientos científicos hicieron, sin duda, decrecer el hábito de lo sobrenatural, pero aún quedaban muchos casos que escapaban al análisis racional y seguían cubiertos por el velo de lo mágico.

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era asunto común al tema de la peregrinación, como Lope de Vega demostró en El Peregrino en su patria.31 Su protagonista no sólo persigue como loco a su enamorada Nise, y sufre a su vez la locura de los celos, sino que los prota­gonistas frecuentan un hospital de locos en el que no faltan desde luego los artistas. Pero en la obra de Lope hay un alegorismo residual que sin duda Cervantes quiso olvidar. El Peregrino describe toda la sintomatología y efectos de la locura amorosa bajo especies alegóricas como en las redondillas que empiezan:

Amor cansado de ver que sus profundos efectos enloquecen los sujetos con pesar o con placer, hizo una casa de locos, fundada entre montes yermos, mas para tantos enfermos gavias y aposentos pocos.32

En este punto como en otros, Cervantes trató de superar la obra de Lope sometiendo tales materiales a un proceso de desalegorización. Ello le llevaría a la invención de la novela moderna que significó un año después de El Pere­grino la Primera Parte del Quijote y posteriormente, el Persiles.

El cuarto y últ imo libro profundiza en el tema y amplía ejemplos de en­fermedad amorosa. El camino de Roma ofrece la probada honestidad de los hermanos protagonistas que se comportan como tales; honestidad que asoma por doquier en la Flor de aforismos peregrinos, libro dentro del Persiles que lo resume conceptualmente. Honestidad como sinónimo de hermosura parece ser el lema que encarnará a la perfección la propia Auristela como paradigma de ideal platónico cris t iano. 3 3 La castidad es preciosa antesala de la amplia serie de matr imonios que como el de los protagonistas conformará un elogio postridentino de tal sac ramento . 3 4

El de Arnaldo es un nuevo caso de desfallecido y herido de amores por Auristela, sintiendo además «fríos celos» por el duque de Nemurs , otro malhe­rido de idéntico mal, tras haber disputado por el retrato de Auristela (p. 423).

El hermetismo renacentista floreció desde una concepción del hombre en un mundo de ecos y corres­pondencias en el que la magia ocupó un papel decisivo. Sobre ello véase Eugenio Garín, La revolución cultural del Renacimiento, Barcelona, Crítica, 1981, pp. 189 ss.

31. Sobre la peregrinación, el viaje y la locura, véase Michael Foucault, op. cit., vol. I, pp. 13 ss., a propósito de la Stultifera navis, donde alude también al disfraz de loco que Tristán lleva al ser arrojado a la isla de Cornualles. Foucault habla más adelante de la locura como castigo de Dios (p. 296). Véase Lope de Vega, El peregrino en su patria (ed. de Juan Bautista Avalle-Arce), Madrid, 1973, pp. 337 ss.

32. Lope de Vega, El peregrino en su patria, pp. 345-346. 33. Véanse pp. 416-418. Así: «No hay carga más pesada que la mujer liviana»; «La hermosura que se

acompaña con la honestidad, es hermosura; y la que no, no es más de un buen parecer»; «La mejor dote que puede llevar la mujer principal, es la honestidad, porque la hermosura y la riqueza el tiempo la gasta o la fortuna la deshace»; «La mujer ha de ser como el armiño, dejándose antes prender que enlodarse».

34. Robert V. Piluso, Amor, matrimonio y honra en Cervantes, Las Américas Publ. Company, 1967, p. 26, señala once matrimonios en el Persiles, frente a tres fracasos matrimoniales, amén de los casos de adulterio, incesto, etc. (ibídem, p. 19). Este autor hace hincapié en la importancia de la castidad y del matrimonio en la obra.

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El hecho genera además los celos de las tres hermosas francesas, en curioso encadenamiento. El amor de vista y de oídas, todos los tipos de amor y celos, en variada secuela de padecimientos o de desafíos (pp. 424-425), van anudán­dose a lo largo de esta obra, que entre los eslabones de la cadena del ser incrusta los de la pasión amorosa, creciente y sublimada en los protagonistas.

Todos los hombres se enamoran arrebatados por la belleza de Auristela, a la que comparan con la diosa Venus (p. 428) y a la que el autor configura como encarnación misma de la belleza. Pero ella es también símbolo de la virtud a toda prueba y además de Eva, es semejante a la Virgen María. Cer­vantes en una obra tan mariológica como el Persiles re tratará a la protagonis­ta con una corona en la cabeza y un mundo a sus pies, disculpando la posible blasfemia de la imagen como «fantasías y cosas de pintores» (p. 437). Para Ficino, el amor era «desiderio di Belleza» 3 5 y como el amor auna lo que es semejante a sí, Periandro no le anda a la zaga. Pero esa belleza se entiende como reflejo de la bondad divina, algo espiritual que se configura como es­plendor de la cara de Dios . 3 6 Las tesis platónicas se sacralizan en una religión de amor ortodoxa que auna virtud y belleza en el discurrir de la peregrinación cristiana hacia el sacramento, como marcaba el canon escolástico.

Los síntomas de la enfermedad amorosa se describen en esta parte con todo lujo de detalles: temblor de piernas y palpitaciones en Arnaldo y el du­que. Los celos, a su vez, hacen de nuevo mella en Periandro al notar éste la atención de aquél hacia Auristela, siendo el propio Arnaldo quien describe la dolencia:

Mira amigo Periandro: esta enfermedad que los amantes llaman celos, que la llamaran mejor desesperación rabiosa, entran a la parte con ella la envidia y el menosprecio, y cuando una vez se apodera del alma enamorada, no hay conside­ración que la sosiegue, ni remedio que la valga; y aunque son pequeñas las cau­sas que la engendran, los efetos que hace son tan grandes, que por lo menos quitan el seso, y por lo más menos, la vida; que mejor es al amante celoso el morir desesperado, que vivir con celos [p. 429].

De ahí que aconseje que el verdadero aman te hará bien en no pedir celos ni en sentir los. 3 7 El debate entre los tres celosos amadores de Auristela con­trasta con la santa ocupación de la doncella, sólo atenta al aprendizaje de la

35. Marsilio Ficino, op. cit., p. 41, y véase p. 22. 36. Ibidem, pp. 60 ss. Para la virtud del amor, cap. VIII. Téngase en cuenta que el amor se sublima y

se hace virtud gracias al neoplatonismo. Sobre ello en el Persiles, Otis H. Green, op. cit., vol. I, pp. 101 ss., donde se señalan las raíces en Platón y en la vertiente cristiana (p. 224). El amor aspira a la perfec­ción en el ser supremo, alejándose de lo transitorio del cuerpo y la concuspiscencia. La Calatea muestra ampliamente esa Biografía.

37. Hay en la obra muestras de diversas teorías sobre el amor, particularmente a propósito del desdén que aviva los deseos en los principios y sirve de espuelas cuando ha calado dentro (p. 425 y véase p. 449). También se dice que el amor levanta sus máquinas sobre descuidados cimientos (p. 443). Sobre los celos, se hablará de que no hay mejor remedio para ello que las disculpas, y que el amor los agranda: «Y las musarañas de los celos, aunque no sean más de una, y sea más pequeña que un mosquito, el miedo la representa en el pensamiento de un amante mayor que el monte Olimpo» (p. 450). Cervantes pone a buen recaudo la magnificación propia del amador que se deja llevar continuamente por fantasías e invenciones.

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fe católica. La meta del matr imonio parece ya cercana para los protagonistas, pero se retarda nuevamente con los trabajos y fatigas que la interferencia de terceros ofrece. Así, los celos impulsan el relato y lo hacen avanzar.

Una de las últ imas grandes pruebas vendrá a cargo de la rica Hipólita, con sus artes para seducir a Periandro. Pero nada valdrán las maravillas y lujos de su casa ni los engaños que urde. A ella no le quedan otros impulsos que los de conseguir ser correspondida. La causa de sus desatinos es bien clara, y así se defiende cuando es acusada:

Con decir que estoy enamorada, ciega y loca, quedará este peregrino discul­pado y yo esperando la pena que el señor gobernador quisiere darme por mi amoroso delito [p. 448].

La locura de Hipólita le llevará a urdir una oscura venganza, la de t r amar la enfermedad y muer te de Auristela, con objeto de quedarse ella como única destinataria del amor de Periandro (p. 449). Con ello, el tópico que nos ocupa se convierte en materia novelesca, al hacer que la enfermedad de los celos de Hipólita genere, por mediación de una tercera, la enfermedad que postrará a Auristela y, por analogía amorosa, al propio Periandro. Éste será uno de los últimos trabajos que pondrá a prueba el amor y la virtud de los protagonistas. La brujería entra de nuevo en escena y pronto los maleficios de la mujer de Zabulón, hechicera y judía por más señas, harán mella en la salud de Auriste­la. Los casos de philocaptio son ricos en la tradición española y el de La Celestina es un claro ejemplo. Los hechizos de esta vieja fueron utilizados para que Melibea se enamorase apasionada y súbi tamente de Calixto. 3 8 Aun­que la magia se emplea para otros fines en el Persiles, en ambos casos sirve para provocar involuntariamente sentimientos amorosos; en este caso, en Pe­r iandro. Ni Melibea ni Auristela son conscientes de su cambio repentino y en ambos casos la intervención hechiceril viene provocada por el loco amor, ya sea el de Calixto en la obra de Rojas o, en el Persiles, el ya mencionado de Domicio y el de la bella Hipólita. El desenlace, sin embargo, es bien distinto para ésta última, pues Auristela no muere —al contrario de Melibea—, pu-diendo más el propio afán de supervivencia de la misma Hipólita y la fuerza del virtuoso amor de Periandro y Auristela que la primera iniciativa de la bella y rica romana .

La súbita transformación de Auristela se efectúa con la celeridad propia con la que la magia operaba en el amor:

[...] comenzaron a obrar en Auristela los hechizos, los venenos, los encantos y la malicia de la judía, mujer de Jabulán [p. 453].

38. P.E. Russell, «La magia, tema íntegro de La Celestina», en Temas de «La Celestina», Barcelona, Ariel, 1978, pp. 241-276. La brujería ocupa un lugar singular en la obra de Cervantes y no tan alejado de la realidad de su tiempo, según confirma, a propósito de la hechicera Camacha, condenada en un acto de fe en Sevilla en 1572 y trasladada al Coloquio de los perros, donde aparece también la Cañizares. Véase Augustin Redondo, «Gayferos: de caballero a demonio (o del romance al conjuro de los años 1570», NRFH, XV-XVI, 2 (1987), 995-1.009. Véase, además, Julio Caro Baroja, Las brujas y su mundo, Madrid, 1966 y «El Quijote y la concepción mágica del mundo», en Vidas mágicas e Inquisición, Madrid, Taurus, 1967.

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El amor, identificado de hecho con el demonio venéreo, llevaba implícita esa secuela de tradición demoníaca en la que el diablo intervenía en la rela­ción de los amantes , siempre valiéndose de terceros . 3 9 Cervantes expone a juicio del lector una historia en la que se acepta como una evidencia la me­diación de la magia anunciando la serie de los acostumbrados maleficios, sin entrar en detalles. Pedro Ciruelo repudiaba precisamente las hechicerías que para alcanzar algún bien hacen algún mal al prójimo:

Conviene a saber que una persona que quiere bien o mal a otra: para aligar a los casados [...] o para tollir o baldar a otro de algún braceo o pierna: y a un de todo un lado y de todo el cuerpo: para le hazer caer en alguna grande enferme-dad. 4 0

La enfermedad, aunque en principio parece respetó el rostro de Auristela, se extendió por todo su cuerpo, que sufrió una dura metamorfosis, acompa­ñada de escalofríos, desganas y desmayos, t rocando así sus encantos:

Ya se le parecían cárdenas las encarnadas rosas de sus mejillas, verde el carmín de sus labios, y topacios las perlas de sus dientes; hasta los cabellos le pareció que habían mudado color, estrecháronse las manos y casi mudado el asiento y encaje natural de su rostro [p. 454].

Semejantes visajes, acompañados de pertinaz silencio, sorprenden a los médicos, quienes, como en el caso de la loca de Luca, no aciertan con el pronóstico. Cervantes destila de nuevo ironías contra el oficio (ibídem), y pla­nea que este trabajo sirva para acrecentar aún más el amor de Periandro. Éste, igual que ocurre en La española inglesa, no verá la fealdad de la enfer­ma, sino la belleza ideal que de ella lleva impresa en el alma, como buen amador platónico. 4 1 Esa fidelidad a toda prueba no alcanza, en cambio, al duque de Nemurs , que, al ver que no hay mejoría en la belleza de la enferma, terminará marchándose . Cervantes glosa además en este episodio la ceguera del amante que hace de la fealdad belleza. 4 2

39. Marsilio Ficino, op. cit., cap. VIII, p. 90 en particular. Ficino compagina las teorías de Platón con las de Dionisio Aeropagita.

40. Pedro Ciruelo, op. cit., f. XXVfflv. Es el diablo quien a su juicio inspira a los nigrománticos y adivinos (ibídem, f. XVII). Como señala P. Russell, op. cit., p. 253, la realidad de la magia ya era indiscu­tible en la época de Rojas. Lo que se discutía era si ellos operaban con sus propias fuerzas o con ayuda del demonio, recogiendo el temprano testimonio en apoyo de la intervención diabólica de Bernardo Basín, Tratatus exquisittissimus de magicis et magnorum maleficiis, París, 1483. La oposición inquisitorial no restaba a la creencia en el poder sobrenatural de los magos, aunque éste proviniera de intervención diabólica.

41. Sobre las semejanzas entre ambas obras, Rafael Lapesa, «En torno a La española inglesa y El Persiles», en De la Edad Media a nuestros días, Madrid, Gredos, 1967, pp. 242-263. Y Otis H. Green, op, cit., pp. 236 ss. Téngase en cuenta, además, la tradicional ceguera del enamorado. Erasmo decía en el Elogio de la locura, Barcelona, 1976, p. 135, que «Cupido es ciego hasta el punto que lo feo se le figura hermoso». Avalle-Arce, en la edición que manejamos (p, 450), añade además la relación con el Quijote y el Licenciado Vidriera respecto a los hechizos y la impotencia ante ellos del libre albedrío. Véase, además, Thomas A. Pabón, «The Symbolic Significance of Marriage in Cervantes' La española inglesa», Hispanófi­la, 63 (1978), 59-66.

42. En la iconografía de Cupido, la ceguera es parte fundamental (cfr. mi artículo «Sobre la icono­grafía amorosa en el Desengaño de Soto de Rojas», en Homenaje al Prof. Andrés Soria, Universidad de Granada, 1985, pp. 135-151). Sabuco de Nantes lo describe así: «El amor ciego convierte al amante en la

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Pero lo más llamativo del caso es que Hipólita cae víctima de su propio ardid y termina enfermando al ver que Periandro ha enfermado a su vez ante la enfermedad de su amada. Hipólita, al sentir cercana la muer te de los prota­gonistas, teme por su propia vida y manda a la hechicera que dé marcha atrás y devuelva la salud a Auristela, para que todos, en cadena, recobren al t iempo la suya. La magia entra de nuevo en escena para deshacer el malefi­cio. La hechicera Julia hace una vez más lo que se le manda . Cervantes apro­vecha el suceso para discutir sobre el origen de tales fuerzas sobrenaturales, justificando con estos argumentos la facultad de la judía:

[...] como si estuviera en su mano la salud o la enfermedad ajena, o como si no dependieran todos los males que llaman de pena, de la voluntad de Dios, como no dependen los males de culpa; pero Dios obligándole, si así se puede decir, por nuestros mismos pecados, para castigo dellos, permite que pueda qui­tar la salud ajena ésta que llaman hechicería con que lo hacen las hechiceras [p. 4 5 7 ] . 4 3

La instancia divina y las causas expuestas no quitan, desde luego, en este caso, la evidente intervención de la magia, aunque sea por vía de instrumento. Con ello, Cervantes aportaba su punto de mira a un debate en el que no faltaban múltiples pesquisas inquisitoriales. La enfermedad de amor y la phi-locaptio andaban unidas en ese proceso de la magia utilizada con fines amo­rosos con intervención diabólica. 4 4 Cervantes, al contrario que en el caso de la loca de Luca, no da la vuelta al tema, simplemente pone en tela de juicio que la fuerza de los hechiceros brote de ellos mismos, avisando a los lectores del grave riesgo que corren no sólo las víctimas, sino los inductores de tales he­chizos. La realidad de la magia no se pone en duda, en esta ocasión, sino su origen. En ello, Cervantes sigue una línea tomista, ortodoxa, que se compagi­naba con la condena de tales prácticas en las que muchas veces entraban los engaños y burlas del demonio, part icularmente en asuntos amorosos . 4 5 La

cara amada, lo feo lo hace hermoso, y lo falto perfecto, todo lo allana y lo pone igual: lo dificultoso lo hace fácil, alivia todo trabajo, da salud cuando lo amado se goza». Vide los oportunos remedios en pp. 104 ss., entre los que no falta el de "buscar y tomar otros amores, que un clavo con otro se saca; y lo que tiñe la mora, con otra verde lo decolora"». También Quevedo se burló ampliamente de la iconografía y de los padecimientos amorosos. Aunque como buen petrarquista sucumbió a ellos, en sincretismo con otras tradiciones, como la del amor cortés. Sobre ello, véase Loma Cióse, «Petrarchism and the Cancio­neros in Quevedo's Love Poetry: The Problem of Discrimination», MLR, V, 74 (1979), 836-855.

43. El término amor de penas es anotado por Otis H. Green, op. cit., vol. I, p. 97, en relación con la tradición cortesana. Un «penacho de penas» y más penas, pues penas es palabra muy común en la poesía de cancionero, en las novelas sentimentales. De penas y cuitas sin remedio habla el dolorido Polímides, que sufre grandes padecimientos por Leonida, Coloquios de amor y bienaventuranza (ed. de Pedro de Cátedra), Barcelona, 1986, pp. 83-85. Sedeño muestra ya rasgos de ironía sobre la tópica muerte de amores.

44. Lope de Vega en El peregrino en su patria, p. 142, habla también de cómo el demonio se sirve con sus engaños para burlarse de los enamorados. Así, dice: «Es muy ordinario de los que aman dar crédito para olvidar o para querer a algunos hombres o mujeres supersticiosos, admirados de ver algunas cosas que la magia natural, a quien Plotino llama sierva y ministro de la naturaleza, puede hallar», añadiendo a continuación su breve tratadito sobre el tema de la magia y su vana filosofía.

45. Sobre las burlas y los engaños amorosos con intervención diabólica he tratado en «Sobre demo-nología de los burladores (de Tirso a Zorrilla)», Iberomania 16-17 (1988), 49-60; reimpreso en El mito de Don Juan. Cuadernos de Teatro clásico, 2 (1988), 37-54. Marsilio Ficino, op. cit., p. 383, dice además que

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causa de esas enfermedades en el Persiles no había sido en definitiva otra que el loco amor de Hipólita y es eso lo que queda repudiado en sus peligrosos resultados. Cervantes, como muestra La Galatea, frente a las aguas milagrosas de La Diana de Montemayor, prefería que las penas amorosas se resolviesen sin los auxilios de una magia a la que tanto culto se rindió también en las novelas de caballerías. Aunque ésta tiene un peso amplísimo en su obra, se­gún muestra en La entretenida o en las Novelas ejemplares, como ocurre en El licenciado Vidriera. Con el vituperio de los usos mágicos, Cervantes censuraba los excesos de la fantasía y la obstaculización del libre a lbedr ío . 4 6

La historia, en este caso, termina felizmente. Todos recobran la salud y Auristela sale fortalecida de la prueba, describiendo la cadena del ser y confe­sando su identidad y amor por Periandro, al que llama padre, hermano, som­bra, amparo, enseñador, maestro y ángel (p. 459). La sublimación de sus pa­siones y su voluntad de irse al cielo acongojan y confunden al probado Pe­riandro, que de enfermo por simpatía se convierte en solitario de amores , alejándose de Roma y adentrándose en la soledad y el silencio. No en vano era viaje obligado para quien enfermase de melancolía el buscar los lugares solitarios, como hicieron también los pastores de La Galatea y el propio don Quijote.

Por otro lado, la relación del pasado de Persiles por boca de su ayo Será-fido nos remonta a los orígenes de su estado y a los inicios de su enfermedad de amor y celos por causa del amor que Magsimino tuvo por Auristela. Ya entonces, sumido en la desesperación y el silencio, sufría sin que los médicos atinasen con el diagnóstico, porque como «no muest ran los pulsos el dolor de las almas, es dificultoso y casi imposible entender la enfermedad que en ellos asiste» (p. 467). Cervantes, convertido en médico de tan detallada enferme­dad, atiende a estas alturas del relato a describir la sincronía entre los padeci­mientos del cuerpo y los del a lma que siente el amador:

Entretiénense el dolor y el sentimiento de las recién dadas heridas, en la cólera y en la sangre caliente, que, después de fría, fatiga de manera que rinde la paciencia del que la sufre. Lo mismo acontece con las pasiones del alma: que en dando el tiempo, lugar y espacio para considerar en ellas, fatigan hasta quitar la vida [p. 469].

La historia de Magsimino es ejemplo del caso extraño del mal de muta­ción que pocos saben curar (p. 479), acabando sus días en Roma y siendo enterrado en san Pedro. Periandro recuperará la salud perdida y sanará de sus heridas. Unos mueren para que otros vivan. Los celos de Pirro el Calabrés

el diablo es autor del amor y de la lujuria. Para la intervención diabólica en la philocaptio, Pedro Cáte­dra, op. ext., p. 90. También sobre el tema. Martín Bigeard, op. cit., cap. VI.

46. Giordano Bruno, siguiendo una tradición que arranca desde la Edad Media, señala la entrada principal de todas las operaciones mágicas en la fantasía. Trata de la provocación de amor y odio por esta vía, dentro de una concepción unitaria de la naturaleza como gran maga y del eros como una fuerza que asegura y une la continuidad de la cadena interrumpida de los seres (I.P. Couliano, op. cit., pp. 130 ss.). Concepción cósmica que, como se sabe, no le era ajena al autor del Persiles. La defensa de la magia en el Renacimiento parte de la concepción de la potencia infinita del hombre y de su dominio sobre la naturaleza, según Eugenio Garín, op. cit., p. 214.

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por Hipólita muestran otra nueva vertiente, la del interés, sobre los mismos. Lo que no quita para que este personaje se vea atenazado por la melancolía y hasta intente matar a Periandro, aunque al final sólo le deje malherido. El hecho servirá para que Auristela recaiga de nuevo, enmudeciendo, dejando caer la cabeza sobre el pecho y los brazos a una y otra parte. Pirro terminará en la horca por asesino e Hipólita resucitará con la noticia (p. 472). El dolor acrecienta la belleza de Auristela y las bodas cerrarán el libro, una vez recupe­rada definitivamente la salud de ambos. El matr imonio sacraliza al término de tan larga peregrinación un amor puesto a la prueba de numerosos traba­jos, entre los que la enfermedad de amor ha ocupado una parte sustancial de su vivir novelesco. 4 7 Lejos del fatal desenlace que esperaba a los amantes de las l lamadas novelas sentimentales y a no pocos de las novelas pastoriles, el matr imonio se ofrece como la triaca curativa en Los trabajos de Persiles y Sigismunda, solución que no era, además, ajena a la tradición literaria desde la época medieval . 4 8

Por otro lado, el ejercicio de la fantasía que era patr imonio del amador confluía con el del poeta, provocándose así una identificación que genera no pocos parangones entre la locura amorosa y la locura artística. La identifica­ción del amador con el poeta en este punto es tema cervantino que gozaba de una rica tradición literaria. Y otro tanto ocurre con la homologación de la dama con la poesía mi sma . 4 9 En el Persiles hay varios amadores poetas, pero es Periandro quien ejerce amplias facultades de nar rador ante quienes le acompañan, y quien escribe y reescribe para Auristela, con objeto de descu­brirle su amor.

De entre los muchos poetas, amadores , o porque amadores , poetas, que pueblan la obra cervantina, es don Quijote, sin lugar a dudas, el caso más acabado y extremo. La bibliografía al respecto es abrumadora , pero con fre­cuencia se olvida cuánto debe ese protagonista al tópico que nos ocupa de la

47. La castidad se ha mantenido a toda prueba, como marca del verdadero amor. Así lo recomenda­ba Andreas Capellanus entre las reglas de amor, vituperando la lujuria y la enfermedad que condena a los amantes a la muerte (op. cit., pp. 369 ss.). Lujuria atacada también desde la medicina por Sabuco de Nantes, op. cit., p. 115. A.K. Forcione, op. cit., ha estudiado por extenso el tema del matrimonio como parte del ciclo muerte-restauración del Persiles, siendo el triunfo de Dios en la Nueva Jerusalén sobre Satán y Babilonia. La luz espera a los que han perseverado en su fe hasta el final. Honestidad, caridad y virginidad parecen los mejores medios a tal propósito. Véase Marcel Bataillon, «Cervantes et le mariage chrétien», BHi, 1947, 129-144, donde se habla del carácter social y sobrenatural del sacramento.

48. El matrimonio como solución a los problemas amorosos aparece en el Tratado de cómo al hom­bre es necesario amar (ed. cit., pp. 143 ss.), final feliz que, según Pedro Cátedra, evita la tragedia de las novelas sentimentales (y de las caballerescas o pastoriles, añadiría). Véase, del mismo, su ed. Del Tostado sobre el amor, Barcelona, Stelle d'Orso, 1986, pp. 105 ss. y 123 ss., donde se amplía el margen a los remedios contra el amor libidinoso desde una perspectiva senequista. El matrimonio cristiano aparece como la base de la armonía humana. Véase J.R. Sampayo Rodríguez, La locura del licenciado Vidriera, Kessel Reichenberger, 1986, p. 94. En este libro se analiza, entre otras cosas, el caso de envenenamien­to por filtro amoroso en membrillo toledano de Tomás Rodaja proporcionado por una mujer de mundo que obra por despecho. Acerca de tales influencias femeninas con rumbo y manejo demoníaco, pp. 73; y 102 ss. para los hechizos amorosos.

49. Véase E.C. Riley, Don Quijote, Londres, Alien & Unwin, 1986, p. 136, a propósito de Dulcinea y de Preciosa. Auristela encarna también a la sublimada dama del amour courtois, ya la de los ideales marianos, petrarquista y platónico, pero su presencia parece también apelar a la poesía misma, en pa­rangón con su alumbrada aparición en El valle de los cipreses o en el Viaje del Parnaso.

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enfermedad y locura amorosas , sin las que no se entienden algunos episodios, par t icularmente cuando ejerce en Sierra Morena de solitario de amores . Y quizá no esté de más recordar que la locura libresca del héroe no sólo se cifraba en asuntos de heridas y batallas, sino de amores, «asentándosele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas invenciones que leía». Cervantes fue mucho más allá que Pietro Bem­bo y que Gil Polo en la invención amorosa, convirtiendo a don Quijote en auténtico artífice de su amor y de su amada . Coincidían así en él el furor poético y el furor amoroso en inseparable nudo. El Quijote es a este respecto ejemplo máximo de tales invenciones.

Ariosto, tan seguido y conocido en España, en toda clase de géneros, desde que fuera t raducido por Jerónimo de Urrea, mostraba en la locura de Orlando una variante cómica significativa que habría de dejar huella no sólo en Cervantes, sino en Lope, Quevedo o Calderón. 5 0 Algunos escritores habían padecido la melancolía del creador en parangón con la del amante . La locura de la imaginación (distinta como sabía Huarte de San Juan a la de la razón) afectaba a unos y a otros en distinto grado. Si el territorio de la pasión amo­rosa residía anímicamente en la imaginativa, otro tanto ocurría con el de la poesía. Huar te apuntaba que «todos cuantos hombres señalados en letras ha habido en el m u n d o dice Aristóteles que fueron melancólicos». 5 1 Y otro tanto creía Ficino, que unió el s índrome del melancólico con el del sa turn iano . 5 2 La tradición poética española había fundido sabiamente desde Garcilaso la locu­ra poética con la amorosa, llevándola al límite en la poesía mística. Aunque no hay que olvidar que muchas veces, como ocurre en el Persiles, el furor amoroso se templa con la palabra poética y los valores curativos que le son propios, al igual que ocurre con la música. La Arcadia de Lope es un buen ejemplo. 5 3 Como decía Michel Foucault, a propósito de Erasmo, «sin duda, la

50. Para la influencia de Ariosto en el Persiles, M. Chevalier, L'Arioste en Espagne (1530-1650). Re-cherches sur l'influence du «Roland furieux», Université de Bordeaux, 1966, pp. 439-441 y 478-480. Martín Bigeard, op. cit., cap. XVI y véase cap. 23 para el Quijote. Antonio Vilanova, Erasmo y Cervantes, Barcelo­na, Lumen, 1989, pp. 117-129. Márquez Villanueva, Personajes y temas del «Quijote», Madrid, Taurus, 1975 y Francisco Márquez Villanueva, Fuentes literarias cervantinas, Madrid, Gredos, 1973, pp. 320-334. En este último estudio se analizan las diferencias entre Ariosto y Cervantes.

51. Huarte de San Juan, Examen, pp. 123-124. De libros de imaginativa califica la Diana y el Orlan­do y los libros de caballería, vale decir, toda literatura. Huarte apunta que el mismo hecho físico de escribir y de leer aguza la imaginativa (pp. 170-174). Véase Michael Foucault, op. cit., pp. 43 y 63 ss., donde analiza la locura por identificación novelesca. También son sugerentes sus observaciones sobre Shakespeare y Cervantes. En ambos, se trata de un concepto trágico que se identifica con la muerte. Para el tema en Lope, John Dagenais, «The imaginative faculty and artistic creation in Lope», en Lope de Vega y los orígenes del teatro español, Madrid, Edi-6, 1981, pp. 321-326 y «El amor y el proceso creador en Lope de Vega», Anuario de Letras, XXI (1983), 223-236. Véase, además, Félix Martínez Bonati, «Cervantes y las regiones de la imaginación», Dispositio, II (1977), 28-53 y R.M. Flores, «Sancho's fabrications: a mirror of the development of his imagination», HR, XXXVIII (1970), 174-182. J.B. Avalle-Arce en Don Quijote como forma de vida, Madrid, Fundación Juan March, Castalia, 1976, pp. 114 ss., ha analizado la lesión de don Quijote en la imaginativa y en la fantasía a la luz de las teorías neoaristotélicas y médicas de la época, particularmente las de Huarte de San Juan.

52. I.P. Couliano, op. cit., p. 8. 53. F. Vigier, «La folie amoureuse», en Visage de la folie, pp. 117-129, y véase Alain Godard, «Le sage

delirant: la folie du Tasse selon ses premieres biographes», ibfdem, pp. 13 ss. Lope de Vega, en El peregrino en su patria, p. 343, también trata sobre la relación entre música y locura. En su pastoril La

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locura tiene algo que ver con los extraños caminos del saber». 5 4 Y así pareció mostrarlo Cervantes en El licenciado Vidriera.

En el Quijote, la curación significa la muer te para el protagonista, pero en el Persiles ocurre todo lo contrario. La obra muest ra bien a las claras los peligros de la pasión y sus secuelas físicas y anímicas. De ellas nadie puede librarse. Pero si muchos sucumben a ellas, quienes, como Periandro y Auriste-la consiguen mantenerse firmes en la virtud, acaban por superar tal enferme­dad y terminan en feliz unión sellada por el sacramento del matr imonio, pre­mio final a sus trabajos y peregrinaciones. En el Persiles se dan las dos co­rrientes, positiva y negativa del amor, pero sin confundirse. La bondad del buen amor queda meridianamente aislada y distinguida de la variante viciosa a la que sucumben muchos personajes. Las huellas de Platón, Aristóteles y Séneca son fácilmente rastreables en la obra, y muy part icularmente las de los Remedia amoris de Ovidio. La pastoril y otros géneros novelescos habían aportado numerosos casos de dicha enfermedad, pero Cervantes no se limita al retrato físico y psíquico de los penados amantes , sino que plantea el proble­ma entre determinismo y libre albedrío, riéndose a ratos, como en el ejemplo de la loca de Luca, de la aparente posesión demoníaca. La diversidad de casos expuestos muestra además distintas variantes sobre el tema. Erasmo ya se había burlado por extenso respecto a la tradición del tópico que nos ocupa. El uso condenable de maleficios es también puesto en evidencia, y aunque no parece negarse la posibilidad de la magia, sí que se condena el procedimiento y, en últ imo caso, los poderes malignos parecen tener siempre por encima el control de la intervención divina.

Cervantes desbarató no pocos tópicos de la tradición poética amorosa, part icularmente en la vertiente mitológica, pero en el Persiles se mantiene fiel a la tradición neoplatónica e ideal, sublimándola y sacralizándola. Bien po­demos decir que la enfermedad de amor se supera por la nueva religión de amor, ese encuentro en la virtud sancionado por la Iglesia en el sacra­mento del matr imonio hacia el que caminan los protagonistas y la novela entera . 5 5

La guarda de la virginidad y de la castidad por parte de Periandro y Auristela y otros personajes parece coincidir con la idea del hombre bueno que Aristóteles proponía en la Ética a Nicómaco, cuando le define como aquél

Arcadia (ed. de E.S. Morby), Madrid, Cátedra, 1975, Lope describe la patología del amor en los constan­tes padecimientos de los protagonistas, llenos de celos y recelos y amantes de la soledad. Para la locura y la medicina de amor, pp. 342 ss. Téngase en cuenta que la égloga, en prosa y verso, favoreció el género de la farmaceutría. También en La Arcadia, Lope planteó el tema de la magia, heredado desde Montema-yor (y que Cervantes censuró, como se sabe), en el personaje de Benalcio, mago filósofo. Lope ironizó sobre las teorías neoplatónicas que esconden guerra y destrucción (pp. 348 ss.), sin olvidar la melancolía, a propósito del Libro de las suertes (p. 399). Véase, por último, el poema sobre los valores medicinales de la música (pp. 417-418), siguiendo la tradición de la égloga clásica.

54. Ténganse en cuenta las tesis aristotélicas, sostenidas por Huarte de San Juan y otros, de que los melancólicos tienen más discernimiento que los demás. El propio Foucault se refiere a la idea neoaristo-télica a propósito de su análisis histórico sobre la melancolía.

55. Cervantes aprovecha los tópicos de la religión de amor cortesana y neoplatónica, pero vertiéndo­los de nuevo en los moldes cristianos. Si en el amor cortés conducía al suicidio (Otis H. Green, op. cit., vol. I, pp. 40 y 90 ss.), el amor tiene su salvación en el matrimonio.

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que pone buena cara a todos los golpes de la suerte y saca provecho aún de los acontecimientos más aciagos . 5 6

La felicidad es una consecuencia de la pert inacia en el b ien . 5 7 El control sobre las pasiones es parte fundamental de la dignidad del hombre , ya que, de otro modo, se convierte en víctima, a veces mortal , de las mismas . E n este punto, el Persiles se acerca a las tesis de El peregrino en su patria de Lope de Vega, auténtica poliantea de filografía neoplatónica en la que su autor vitupe­ra el placer carnal. Cervantes, aunque expone algunas teorías, procura que éstas se vayan descubriendo al hilo de la acción, sin la carga erudita que Lope dio a su obra.

La enfermedad parece inevitable en el ideal amoroso del Persiles, pero más allá del grado natural y lógico, cuando la pasión se descontrola y la razón se ofusca, asaltan los peligros de la locura extrema y de la muerte . La enfermedad como trabajo a superar en el peregrinaje amoroso se revela como un hecho positivo que acrecienta la virtud y el amor mutuo . La locura amorosa que conduce a la ira, a la lascivia y a otros tipos de conducta puni­ble, se ofrece, sin embargo, como grave error que se paga con la destrucción de uno mismo y la de los demás. Persiles, desde sus inicios, se dibuja como un auténtico enfermo de amores al que Sigismunda sirve de salutífero reme­dio contra la muerte (p. 467). Pero esa salvación irá unida a una peregrina­ción común llena de trabajos y pruebas.

Cervantes no se limitó a seguir únicamente el tópico, sino que lo utilizó con fines propios, engarzándolo en el eje conceptual de la peregrinación y los trabajos de los protagonistas. Pero, además, se sirvió de él para desarrollar en la obra un sutil análisis de las pasiones, muy cercano al de la medicina más adelantada de su tiempo, preocupada por establecer las relaciones entre el cuerpo y la psique, y en aplicar remedios psicoterapéuticos, entre los que no faltaba la curación por la palabra, como es el caso de Sabuco de Nantes . 5 8 En la imaginativa residían las pasiones, pero también era el territorio de la crea­ción literaria, y lo que valía para el furor amoroso servía para el poét ico. 5 9 En uno y otro caso, Cervantes, como Platón en el Timeo, buscaba la perfección. Esto es, la unión de la bondad con la belleza. Lo que significaba el control de la razón sobre la imaginativa y sobre las pasiones. Las dolencias del a lma son descritas, como se ha dicho, por Cervantes con toda la secuela del consiguien­te padecer físico, hasta el final del libro, cuando Auristela y Periandro están ya al borde de su definitiva unión. Pero la muerte no podrá con un amor constante, puesto a continuas pruebas y refrendado por la virtud, sino la vida «en su larga y feliz posteridad» (p. 475).

56. Aristóteles, Ética a Nicótnaco, en Obras, p. 291. 57. Para Alonso Chirino, Menor daño de la medicina (ed. de Mana Teresa Herrera), Universidad de

Salamanca, 1973, p. 47, la vida del cuerpo, si se quiere llamar vida, debe ir acompañada de la grandeza de corazón, luchando alegremente en todas las persecuciones. Alma y cuerpo debían sincronizarse en una común tarea.

58. Véase sobre ello, M. de Marte, S.J., El Doctor Huarte de San Juan y su «Examen de Ingenios», Universidad de Salamanca, 1948, pp. 279 ss.

59. Sobre los distintos tipos de furores, véase M. Ficino, op. cit., pp. 147 ss. También trata de la

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Quevedo puso en la picota de la risa las «necedades y locuras de Orlando enamorado» y se rió en sus poemas de la enfermedad de amor que, sin em­bargo, pesa trágicamente en otros versos suyos. Cervantes dio en la obra que nos ocupa un tratamiento serio al tema sin ridiculizar a los amantes, ementes de los dichos famosos. 6 0 El últ imo capítulo es bien elocuente al respecto. Si-gismunda aparece como una mater dolorosa sosteniendo en sus brazos al malherido Persiles, casi al borde de la sepultura. La llegada del fallecido Mag-simino, que próximo a entregar su alma, une a los nuevos esposos, completa la trágica estampa. La sangre der ramada por Persiles sella su unión con Sigis-munda y es ese «estraño casamiento» el que les devuelve la salud perdida y un vivir en compañía que se prolongará hasta sus biznietos (ibídem).

El Persiles ofrece el lado trágico y en definitiva h u m a n o del amor hereos, pero también la posibilidad del hombre para controlar sus pasiones y hacer del amor y de la vida un peregrinaje triunfal en el que los trabajos de amor perdidos tiene finalmente digna recompensa . 6 1 Como decía Propercio, la medi­cina cura todos los males de los hombres , sólo el amor es el único que no requiere médico para su enfermedad. 6 2 Por algo era, a la par que maestro, médico que con lo que cura mata, como sabía muy bien Calderón. El arma­zón alegórico de la peregrinado amoris conllevaba además la natural inclusión de la enfermedad y la locura amorosas . Lope de Vega así lo reflejó en su Peregrino, utilizando la estructura de la novela bizantina como panegírico reli­gioso postr ident ino. 6 3 Y Cervantes hace otro tanto en esta novela de aventuras cristianas que aquí analizamos, aunque de forma bien distinta, y desde luego prescindiendo, como apuntamos , de la carga erudita con la que Lope revistió sus a rgumentos . 6 4

Frente a las servidumbres del amor, Cervantes muest ra también su gran­deza y poderes, haciendo de sus protagonistas maestros de cautela, sabiduría y vir tud. 6 5 A la base filosófica y médica de Aristóteles que hay en el Persiles respecto al análisis de las pasiones y su t ratamiento, Cervantes añade una

enfermedad de amor, como es lógico y, al igual que Salviati y otros, cree en la curación por la palabra, según indica Eugenio Garín, op. cit., pp. 206-207.

60. «Amantes, ementes», esto es, «enamorados, locos», dicho que pertenece a Plauto (Mercator, 81) y Terencio (Andria, 218), recogido en Áurea dicta. Dichos y proverbios del mundo clásico (ed. e introd. de Enrique Tierno Galván), Barcelona, 1987.

61. También Lope, en El peregrino, hace a su protagonista modelo de virtud amorosa que persigue felizmente a través de sus trabajos al final del sacramento: «Panfilo, como verdadero amante y que sólo atendía al fin de su honesto amor, que era casarse con ella [...]» (ed. cit., p. 337). En el libro V habla por extenso de la grandeza y maravillas del amor como deseo de inmortalidad y de castidad, tal y como lo viven Nise y Panfilo, siguiendo modelos muy queridos a Lope. Así, en La dama boba y en la serie de los sonetos a la que pertenece el que empieza «La calidad elemental resiste».

62. «Omnes humanos sanat medicina dolores: solus amor morbi non amat artificem» (Propercio, 2, I, 57), en Áurea dicta.

63. El Peregrino, p. 26. 64. Como ya se señaló anteriormente, en el tema de la magia Cervantes pone los asertos a la prueba

de la realidad novelística; en tanto que Lope se dedica a teorizar sobre ello. Y otro tanto ocurre con el tema de la locura. En La Arcadia, Lope dice, en cambio, respecto al amor, que no hay mejor maestro que la experiencia (ed. cit., p. 262).

65. Ya decía Andreas Capellanus, op. cit-, p. 65, que «el verdadero amante no puede estar corrompi­do por la avaricia, el amor hace que una persona ruda e inculta brille con toda la hermosura». Y véase p. 377 para el efecto contrario: la enfermedad y el sufrimiento.

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perspectiva neoplatónica y cristiana en la que el verdadero aman te se eleva hacia la verdad, la bondad, y la belleza. El fondo neoplatónico ya estaba en las novelas pastoriles, part icularmente en La Diana, y también en buena parte de La Galatea. Cervantes lo siguió en el Persiles, pero con enmiendas de peso impuestas por el alejamiento de la utopía pastoril y la presencia de unos hé­roes peregrinos que encarnan los ideales cristianos de su t i empo. 6 6 Esta visión platónica en la que triunfa el amor honesto y virtuoso va acompañada del concepto escolástico del amor como apetito concupiscible que oscurece el en­tendimiento y acaba con la salud, tal y como ocurría en las novelas sentimen­tales. Entre la destrucción o el amor escolástico y el amor entendido como aspiración al sumo bien, navegan y caminan los personajes del Persiles. Allí todo cabe, desde la más baja escala de los instintos al amor honesto y limpio, encaminado al matr imonio, sin esperanza de galardón. Tal variedad de casos vividos hace de la obra una superación de la vieja escuela de los t ratados de amor, pues en ella se analizan las pasiones no tanto como filografía abstracta, sino en el acontecer novelesco. Territorio ya frecuentado por los autores de las églogas en prosa y verso, y por las novelas caballerescas y bizantinas, pero que Cervantes invadió con una visión menos unívoca, más variada, avanzando en el proceso de desalegorización que el Renacimiento inició respecto al trata­miento de las pasiones y en hacer de éstas materia de novela. Téngase en cuenta que la enfermedad de amor en tiempos de Cervantes aún estaba codi­ficada por los mitógrafos en el capítulo correspondiente a la iconografía de Cupido, 6 7 asunto del que el Persiles se distancia ampliamente.

El amor y la escritura tienen no pocos puntos de contacto en el Persiles, donde se declaran tan por extenso los síntomas de contención silenciosa o las lenguas desatadas de los amantes , t raducidas a veces en lágrimas sin cuen­to (p. 464). El amor, aun el más trabajado y perfecto, como el que mues­tra Periandro va contra toda razón y regla, imponiendo sus leyes. La misma inefabilidad creadora coincide así con la que experimenta el «lastimado amante»:

M o s t r ó s e es to en la p o c a cortes ía q u e h i z o Per iandro a l o s q u e en traron a ver a Auriste la , el cua l l l eno d e d i s c u r s o s , p r e ñ a d o d e c o n c e p t o s , c o l m a d o de

66. Américo Castro, en El pensamiento de Cervantes, Barcelona, Noguer, 1972, pp. 93-94, ya trató de la concepción armónica del mundo a imagen de Dios en una línea neoplatónica. En tal orden, el amor ocupa un lugar preeminente. Pero, además, Cervantes, creo, coincide con los neoestoicos en ese dominio de las pasiones que turban el alma, a través de la razón, como haría Quevedo, llevándolo a otros extre­mos en su obra de tipo filosófico y moral (cfr. Karl A. Bhüher, «Sénéque et le "desengaño" néostoicien dans la poesie lyrique de Quevedo», en A. Redondo [ed.], L'Humanisme dans les lettres espagnoles, París, Urin, 1979, pp. 299-310). Cervantes, en el Persiles, abogó por un concepto de amor equivalente a cosas honestas, tal y como León Hebreo, Ficino y Bembo lo formularan. Claro que fue más lejos que éstos en la adaptación del neoplatonismo al concepto del amor cristiano.

67. El P. B. de Vitoria, op. cit, p. 453, así lo hace, aludiendo a Galeno, Plutarco, Valerio Máximo y Macrobio como autores que han tratado de la enfermedad de amor, sin que falte la tópica referencia a los amores de Amón y Tamar del Libro de los Reyes. El Theatro hace también referencia a Horacio, Virgilio, Plauto, Cicerón y Plotino, sin olvidarse de Petrarca, Boscán, Garcilaso y Lope de Vega. El artícu­lo resulta muy completo respecto al tema que tratamos, y añade «Lucio Apuleyo en sus Metamorfoseos, dice que amantes y enfermos todos entran en dozena» (ibídem).

ACTAS II - ASOCIACIÓN CERVANTISTAS. Aurora EGMO. El «Persiles» y la enfermedad de amor

imaginaciones, desdeñado y desengañado, se salió del aposento de Auristela, sin saber, ni querer, ni poder responder palabra alguna a las muchas que ella le habla dicho [pp. 460-461].

Los trabajos de amor coinciden en el Persiles con los de la escritura. Y en

uno y otro caso Cervantes parece declararse por someter al orden cuanto

reside en la imaginativa, sin que ello suponga renunciar a ella. 6 8

68. A la bibliografía incluida en este trabajo sobre la .enfermedad de amor, debo incluir —en prue­bas—: Jacques Ferrand, A Treatise on Lovesickness, ed. y traducción de Donald A. Beecher y Massimo Ciavolella, Nueva York, Siracuse University Press, 1990 y Mary Wock, Lovesickness in the Middle Ages, University of Pennsylvania Press, 1988. Un denuesto contra Cupido y las secuelas del amor, con las altera­ciones que provoca ocasionando la «malenconía», entre otros daños, en el útilísimo tratado de Maximilia­no Calvi quien, por otro lado, no olvida la parte positiva que la ciencia del amor procura. Por extenso, en su obra Del tratado de la hermosura y del amor, Milán, Paulo Gotardo Poncio, 1576, caps. VI-X.

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