El Nacimiento Del Bolchevismo (Corriente Comunista Internacional)

43
El nacimiento del bolchevismo (I) - 1903-1904 1903-1904: el nacimiento del bolchevismo Hace 100 años que el Partido obrero socialdemócrata ruso celebró su segundo Congreso – no en Rusia, puesto que a causa de la represión bajo el régimen zarista hubiera sido prácticamente imposible- sino en Bélgica y en Gran Bretaña. Aún así, fue preciso cambiar el lugar de reunión a mitad del Congreso, debido a la estrecha vigilancia de la “democrática” policía belga. Aquel Congreso pasó a la historia como el de la escisión del partido en bolcheviques y mencheviques. Los historiadores de la clase dominante han interpretado esta escisión de diferentes maneras. Una escuela de pensamiento –que podríamos llamar escuela de historia “Orlando Figes”, para quien la Revolución de octubre 1917 fue un completo desastre– considera que el surgimiento del bolchevismo fue por supuesto “algo malísimo” ([1]). Si Lenin y su banda de fanáticos, cuyas influencias políticas tienen más que ver con Nechaiev y el terrorismo autóctono ruso que con el socialismo internacional, no hubieran arrancado la democracia de la socialdemocracia, si en lugar del bolchevismo hubiera triunfado el menchevismo en 1917, nos hubiéramos ahorrado, no sólo la tremenda guerra civil de 1918-21, y el terror estalinista de los años 30 y 40, que fueron consecuencias inevitables de la crueldad bolchevique, sino también con toda probabilidad Hitler, la Segunda Guerra mundial, la Guerra fría, y sin duda además Sadam Husein y la guerra del Golfo. Ese fanático antibolchevismo sólo puede encontrarse normalmente en otro sitio: en los anarquistas. Para ellos, el bolchevismo secuestró la verdadera revolución en 1917; si no hubiera sido por Lenin, y su visión autoritaria, heredada del apenas menos autoritario Marx, si no hubiera sido por el partido bolchevique, que como todos los partidos, sólo se esfuerza por tener el monopolio del poder, hoy podríamos ser libres y vivir en una federación mundial de comunas... El antibolchevismo es el único rasgo verdaderamente distintivo de todas las variedades de anarquismo, ya sea con la cruda versión algo caricaturesca descrita antes, ya sea con variantes mucho más sofisticadas que hoy se llaman comunistas antileninistas, autonomistas, etc., todos ellos están de acuerdo en que lo último que necesita la clase obrera es un partido político centralizado modelo bolchevique. Cuando la ideología burguesa, y su sombra anarquista pequeño- burguesa, no ven las organizaciones comunistas como malvados conspiradores todopoderosos que han causado grandes daños a los intereses de la humanidad, las desprecian como lugares de cultos semirreligiosos irrisorios y tarados que ya no le interesan a nadie; como utopistas y teóricos de salón separados de la realidad, sectarios incurables dispuestos a escindirse y apuñalarse por la espalda con cualquier pretexto. Para esta línea argumental, el congreso de 1903 proporciona materia abundante, ¿No se originó el bolchevismo en un oscuro debate sobre una simple frase de los

Transcript of El Nacimiento Del Bolchevismo (Corriente Comunista Internacional)

El nacimiento del bolchevismo (I) - 1903-1904

1903-1904: el nacimiento del bolchevismo

Hace 100 años que el Partido obrero socialdemócrata ruso celebró su segundo Congreso –no en Rusia, puesto que a causa de la represión bajo el régimen zarista hubiera sido prácticamente imposible- sino en Bélgica y en Gran Bretaña. Aún así, fue preciso cambiar el lugar de reunión a mitad del Congreso, debido a la estrecha vigilancia de la “democrática” policía belga. Aquel Congreso pasó a la historia como el de la escisión del partido en bolcheviques y mencheviques.

Los historiadores de la clase dominante han interpretado esta escisión de diferentes maneras. Una escuela de pensamiento –que podríamos llamar escuela de historia “Orlando Figes”, para quien la Revolución de octubre 1917 fue un completo desastre– considera que el surgimiento del bolchevismo fue por supuesto “algo malísimo” ([1]). Si Lenin y su banda de fanáticos, cuyas influencias políticas tienen más que ver con Nechaiev y el terrorismo autóctono ruso que con el socialismo internacional, no hubieran arrancado la democracia de la socialdemocracia, si en lugar del bolchevismo hubiera triunfado el menchevismo en 1917, nos hubiéramos ahorrado, no sólo la tremenda guerra civil de 1918-21, y el terror estalinista de los años 30 y 40, que fueron consecuencias inevitables de la crueldad bolchevique, sino también con toda probabilidad Hitler, la Segunda Guerra mundial, la Guerra fría, y sin duda además Sadam Husein y la guerra del Golfo.

Ese fanático antibolchevismo sólo puede encontrarse normalmente en otro sitio: en los anarquistas. Para ellos, el bolchevismo secuestró la verdadera revolución en 1917; si no hubiera sido por Lenin, y su visión autoritaria, heredada del apenas menos autoritario Marx, si no hubiera sido por el partido bolchevique, que como todos los partidos, sólo se esfuerza por tener el monopolio del poder, hoy podríamos ser libres y vivir en una federación mundial de comunas... El antibolchevismo es el único rasgo verdaderamente distintivo de todas las variedades de anarquismo, ya sea con la cruda versión algo caricaturesca descrita antes, ya sea con variantes mucho más sofisticadas que hoy se llaman comunistas antileninistas, autonomistas, etc., todos ellos están de acuerdo en que lo último que necesita la clase obrera es un partido político centralizado modelo bolchevique.

Cuando la ideología burguesa, y su sombra anarquista pequeño-burguesa, no ven las organizaciones comunistas como malvados conspiradores todopoderosos que han causado grandes daños a los intereses de la humanidad, las desprecian como lugares de cultos semirreligiosos irrisorios y tarados que ya no le interesan a nadie; como utopistas y teóricos de salón separados de la realidad, sectarios incurables dispuestos a escindirse y apuñalarse por la espalda con cualquier pretexto. Para esta línea argumental, el congreso de 1903 proporciona materia abundante, ¿No se originó el bolchevismo en un oscuro debate sobre una simple frase de los estatutos del partido sobre quién es miembro del partido y quién no? Aún peor, ¿no tomó la ruptura final entre mencheviques y bolcheviques la forma de una pelea sobre la composición del comité de redacción de Iskra? ¿No prueba esto suficientemente la futilidad, la imposibilidad de construir un partido revolucionario que no sea un campo de batalla de ambiciones egoístas y luchas entre facciones como sabemos que son los partidos burgueses?

A pesar de todos los pesares, nosotros defendemos, en continuidad con Lenin, que el Congreso de 1903 fue un momento profundamente importante en la historia de nuestra clase, y que la escisión entre bolchevismo y menchevismo fue una expresión de arraigadas tendencias sociales subyacentes en el movimiento obrero, no sólo en Rusia, sino en todo el mundo.

El movimiento obrero internacional en 1903

Como ya hemos argumentado antes (ver el artículo sobre la huelga de masas de 1905 en la Revista internacional nº 90) los primeros años del siglo XX fueron una fase de transición en la vida del capitalismo mundial. Por una parte, el modo de producción burgués había alcanzado límites sin precedentes: había unificado todo el planeta a un nivel nunca antes visto en la historia de la humanidad; había alcanzado niveles de productividad y sofisticación tecnológica con los que difícilmente se podía soñar en épocas pasadas; y con el nuevo siglo parecía estar llegando a nuevas cumbres con la generalización de la energía eléctrica, del telégrafo, la radio y la comunicación telefónica, con el desarrollo del automóvil y el aeroplano. Estos vertiginosos avances técnicos, también se acompañaban de tremendos logros a nivel intelectual –por ejemplo, Freud publicó su Interpretación de los sueños en 1900, Einstein su Teoría general de la relatividad en 1905.

Por otra parte, sin embargo, se cernían negros nubarrones cuando lo que unos llaman “Belle époque” y otros el “Edwardian summer” (el verano eduardiano) estaba de lo más soleado. El mundo se había unificado, es cierto, pero sólo en interés de la competencia de las diferentes potencias imperialistas, y cada vez estaba más claro que el mundo se quedaba demasiado pequeño para que esos imperios continuaran expandiéndose sin que finalmente tuvieran que enfrentarse entre ellos violentamente. Gran Bretaña y Alemania se habían embarcado ya en una carrera armamentística que presagiaba la guerra mundial de 1914; Estados Unidos, que hasta entonces se había contentado con expandirse hacia sus propios territorios del Oeste, ya entraba en las Olimpiadas imperialistas con la guerra de Cuba contra España en 1898; y en 1904, el imperio zarista fue a la guerra contra la potencia naciente de Japón. Entretanto, el espectro de la guerra de clases empezó a hacer sonar sus cadenas: más insatisfechos cada vez con los viejos métodos del sindicalismo y la reforma parlamentaria, sintiendo en sus propias carnes la creciente incapacidad del capitalismo para satisfacer sus reivindicaciones económicas y políticas, los trabajadores de numerosos países se lanzaban a movimientos de huelgas de masas que a menudo sorprendían y preocupaban a los ahora respetables dirigentes sindicales. Este movimiento afectó a muchos países a finales de la década de 1890 y comienzos de la de 1900, como mostró Rosa Luxemburg con su obra primordial Huelga de masas, partido y sindicatos, pero alcanzó su punto álgido en Rusia en 1905, donde dio lugar a los primeros soviets y sacudió los cimientos del régimen zarista. Total, el capitalismo podía haber alcanzado su cenit, pero los indicios de su decadencia irreversible se hacían cada vez más claros.

El texto de Luxemburg era también una polémica dirigida contra los que, en el partido eran incapaces de ver los signos de una nueva época, querían que el partido pusiera todo su peso en la lucha sindical, y veían la política restringida esencialmente a la esfera parlamentaria. En la década de 1890, Rosa ya había librado un combate contra los “revisionistas” en el partido –representados por Edward Bernstein y su libro Socialismo evolucionista– que habían tomado el largo periodo de crecimiento relativamente pacífico del capitalismo como una refutación de las predicciones de Marx de una crisis catastrófica. De esta forma, “revisaban” la insistencia de Marx sobre la necesidad de que la revolución destruya el sistema. Concluían que la socialdemocracia debería reconocerse como lo que, en cualquier caso, había llegado notablemente a convertirse: un partido de la reforma

social radical, que podía obtener una mejora continua de las condiciones de vida de la clase obrera, e incluso un desarrollo pacífico y armonioso hacia un régimen socialista. En ese momento, Rosa Luxemburg había sido más o menos apoyada en su combate contra ese reto patente al marxismo, por el centro del partido en torno a Karl Kautsky, que se aferraba a la visión “ortodoxa” de que el sistema capitalista estaba condenado a experimentar crisis económicas cada vez más intensas y que la clase obrera tenía que prepararse para tomar el poder. Pero este centro, que veía la “revolución” como un proceso esencialmente pacífico y legal, pronto se mostró incapaz de comprender la importancia de la huelga de masas y la insurrección en Rusia en 1905, que anunciaba la nueva época de revolución social, en que las viejas estructuras y métodos del periodo ascendente, no sólo son insuficientes, sino se convierten en obstáculos contrarios a la lucha contra el capitalismo.

Los análisis de Luxemburg mostraban que en esta nueva época, la principal tarea del partido no sería organizar a la mayoría de la clase en sus filas, o ganar una mayoría democrática en el terreno parlamentario, sino asumir la dirección política en los amplios movimientos espontáneos de huelgas de masas. Anton Pannehoek llevó aún más lejos estas posiciones, para señalar que la lógica final de la huelga de masas era la destrucción del aparato de Estado. La reacción de las burocracias del partido y el sindicato a esta nueva visión radical –una reacción basada en un profundo conservadurismo, un miedo a la lucha de clases abierta y una creciente acomodación a la sociedad burguesa– presagiaba la escisión irreversible que se produjo en el movimiento obrero durante los acontecimientos de 1914 y 1917, cuando primero la derecha, y después el centro del partido, terminaron sumándose a las fuerzas de la guerra imperialista y la contrarrevolución contra los intereses internacionalistas de la clase obrera.

El movimiento obrero ruso en 1903

En Rusia, el movimiento obrero, aunque más joven y menos desarrollado que el movimiento en occidente, también sentía las mismas presiones y contradicciones. Como los revisionistas en el SPD, Struve, Tugan-Baranowski y otros, propagaron una versión “inofensiva” del marxismo –un marxismo “legal” que vaciaba la visión del mundo del proletariado de su contenido revolucionario y lo reducía a un sistema de análisis económicos. En esencia el marxismo legal argumentaba a favor del desarrollo del capitalismo en Rusia. Esta forma de oportunismo, aceptable para el régimen zarista, no tuvo mucho impacto en los trabajadores rusos, que encaraban unas condiciones espantosas de pobreza y de represión, y difícilmente podían posponer la defensa inmediata de sus condiciones de vida cuando se les imponía una forma extremadamente brutal de industrialización capitalista. En esas condiciones, empezó a arraigar una forma más sutil de oportunismo –la tendencia que se llamó “economicismo”. Como los bernsternianos, para quienes “el movimiento es todo y el objetivo nada”, los “economicistas”, como los que se agrupaban en torno al periódico Rabochaia Mysl, también adoraban al movimiento inmediato de la clase; pero como no había ningún terreno parlamentario de que hablar, este inmediatismo se restringía mayormente a la lucha día a día en las fábricas. Para los economicistas, los trabajadores estaban principalmente interesados por el pan y nada más. La política para esta corriente se reducía principalmente a tratar de conseguir un régimen parlamentario burgués y se daba esencialmente una tarea de oposición liberal. Como planteaba el credo economicista, escrito por YD Kuskova, “para los marxistas rusos hay solamente una línea: participar, proporcionando asistencia, en la lucha económica del proletariado; y en la actividad de la oposición liberal”. En esta visión extremadamente estrecha y mecánica del movimiento proletario, la conciencia de clase, para desarrollarse a gran escala, tenía, en cualquier

caso, que emerger más o menos de un incremento de las luchas económicas. Y puesto que la fábrica o la localidad eran el terreno de esas escaramuzas inmediatas, la mejor forma de organización para intervenir en ellas era el círculo local. Esto era también una forma de volcarse ante el hecho inmediato, puesto que el movimiento socialista ruso durante las primeras décadas de su existencia estuvo disperso en una plétora de círculos locales aislados, diletantes, y a menudo transitorios, que apenas estaban conectados entre sí.

Oponerse a la tendencia economicista fue el principal objetivo del libro de Lenin¿Qué hacer?, publicado en 1902. Lenin argumentó contra la idea de que la conciencia socialista surgiera simplemente de la lucha diaria; y planteó que se requería que la clase obrera interviniera en el terreno político. La conciencia socialista no podía engendrarse meramente de la relación inmediata entre patronos y trabajadores, sino únicamente de la lucha global entre las clases-y así de la relación más general entre la globalidad de la clase obrera y la clase dominante, y también de la relación entre la clase obrera y todas las demás clases oprimidas por la autocracia ([2]).

El desarrollo de la conciencia revolucionaria de clase requería, en especial, la construcción de un partido unificado, centralizado y declaradamente revolucionario; un partido que tenía que ir más allá del estadio de círculos y de la estrechez de miras y el espíritu de círculo personalista que significaba. En contra de la visión economicista que reducía el partido a un mero accesorio, o “cola” de la lucha económica, apenas distinto de otras formas de organización obrera más inmediatas como los sindicatos, un partido proletario debía existir sobre todo para conducir al proletariado del terreno económico al terreno político. Para estar preparado para esta tarea, el partido tenía que ser una “organización de revolucionarios” mas que una “organización de trabajadores”. Mientras que en esta última, el único criterio para participar era ser un trabajador que busca defender intereses de clase inmediatos, la primera tenía que estar compuesta de “revolucionarios profesionales” ([3]), militantes revolucionarios que trabajaban de mutuo acuerdo sin considerar sus orígenes sociológicos.

Por supuesto el Qué hacer de Lenin es sobre todo conocido por la formulación de Lenin sobre la conciencia, especialmente por haber recogido de Kautsky la noción de que la “ideología” socialista es producto de los intelectuales de la clase media, lo que llevaba a la concepción de que la conciencia de la clase obrera es “espontáneamente” burguesa. Se ha dicho mucho sobre esos errores, que en cierto modo son la imagen refleja del economicismo y una real concesión a una visión puramente inmediatista, en la que se ve la clase obrera sólo tal como es en un momento dado, en los centros de trabajo, más que como una clase histórica, cuya lucha contiene también la elaboración de la teoría revolucionaria. Lenin corrigió pronto la mayoría de estos errores –en realidad ya había comenzado a hacerlo en el IIº Congreso. Fue ahí donde admitió por primera vez “haber torcido demasiado la dirección” en su argumento contra los economicistas, y afirmó que ciertamente los obreros podían participar en la elaboración del pensamiento socialista, señalando también que, sin la intervención de los revolucionarios, la conciencia de clase que emerge espontáneamente está constantemente tratando de ser desviada hacia la ideología burguesa por la interferencia activa de la burguesía. Lenin iba a llevar más lejos estas clarificaciones tras la experiencia de la revolución de 1905. Pero en cualquier caso, el punto central de su crítica del economicismo sigue siendo válido: la conciencia de clase sólo puede ser la comprensión del proletariado de su posición histórica y global, y no puede alcanzar madurez sin el trabajo organizado de los revolucionarios.

También es importante comprender que Lenin no escribió Qué hacer a título individual, sino como representante de la corriente alrededor del periódico Iskra, que defendía la necesidad de terminar la fase de círculos y de formar un partido centralizado con un programa político definido, organizado en particular en torno a de un periódico militante. Los iskristas fueron al IIo Congreso como una tendencia unificada, y los delegados que sostenían esta línea eran una clara mayoría, a la que se oponía principalmente un ala derecha compuesta por el grupo Rabocheie Dieloencabezado por Martinov y Akimov, que estaba fuertemente influenciado por el economicismo; y representantes de una forma de “separatismo” judío (el Bund). Es cierto, como relata por ejemplo Deutcher en el primer volumen de su biografía de Trotski, que ya habían algunas tensiones y diferencias en el grupo dirigente de Iskra, pero había, o se suponía que había, amplio acuerdo sobre la posición contenida en el libro de Lenin. Este acuerdo continuó durante gran parte del Congreso, y al final del Congreso, no sólo se escindió el grupo de Iskra, sino que todo el partido se vio sacudido por la ruptura histórica entre bolchevismo y menchevismo, que, a pesar de varios intentos durante los 10 años siguientes, no iba a cicatrizarse nunca.

En Un paso adelante, dos pasos atrás (publicado en 1904), Lenin nos ofrece un análisis muy preciso de las diferentes corrientes dentro del Congreso del partido. Comenzó con una escisión a tres bandas entre el grupo de Iskra, el ala derecha antiiskrista, y los “elementos inestables y vacilantes”, para los que Lenin usó el término de “pantano”. Al final del congreso, una parte de los iskristas que se había hundido en el pantano –de forma clásica como el centrismo ha hecho siempre en la historia del movimiento obrero– terminó proporcionando un nuevo envoltorio para los argumentos de la derecha abiertamente oportunista ([4]). Además, en el enfoque de Lenin, las características del pantano coincidían en gran medida con la excesiva influencia de los intelectuales en el periodo de los círculos –procedentes de un estrato pequeño burgués, orgánicamente predispuestos al individualismo y al “anarquismo aristocrático” que desdeñan la disciplina colectiva de la organización proletaria.

Las divergencias en el Segundo Congreso

La escisión iba a enconarse más tarde en profundas divergencias programáticas sobre la naturaleza de la próxima revolución en Rusia; en 1917 esas divergencias acabarían siendo fronteras de clase. Y sin embargo no se expresaron al comienzo sobre cuestiones programáticas generales, sino esencialmente sobre cuestiones de organización.

Los principales puntos del orden del día del Congreso eran los siguientes:– adopción de un programa– adopción de los estatutos– confirmación de Iskra como el “órgano central” (literalmente esto quería decir que era la publicación dirigente del partido, aunque se aceptaba en general que el equipo editorial de Iskra fuera también el órgano central del partido en sentido político, puesto que el Comité central establecido por el congreso debía cumplir una función principalmente organizativa en el interior de Rusia).

La discusión sobre el programa ha sido en gran parte ignorada por la historia; inmerecidamente de hecho. Ciertamente, el programa de 1903 reflejaba fuertemente la fase de transición en la vida del capitalismo –el ocaso entre la ascendencia y la decadencia, y en particular la expectativa de algún tipo de revolución burguesa en Rusia (aunque no fuera dirigida por la burguesía). Pero hay más que eso en el programa de 1903: en ese momento era el primer programa marxista que usaba el término dictadura del proletariado –un asunto significativo puesto que uno de los temas explícitos del congreso

iba a ser el combate contra el “democratismo” en el partido y en el proceso revolucionario (Plejanov por ejemplo, argumentaba que, llegado el momento, un gobierno revolucionario no debería tener ninguna vacilación en dispersar una asamblea constituyente de mayoría contrarrevolucionaria, como iban a plantear los bolcheviques en 1918 –aunque, para entonces, Plejanov se había convertido en un fanático defensor de la democracia contra la dictadura del proletariado). La cuestión de la “dictadura” también estaba vinculada al debate sobre la conciencia de clase; como los consejistas en un periodo posterior, Akimov vio el peligro de una dictadura del partido sobre los obreros precisamente en una fórmula de Lenin sobre la conciencia en Qué hacer. Ya hemos tratado brevemente este debate antes; pero sobre la discusión en el Congreso –particularmente las críticas de Martinov a las posiciones de Lenin– habremos de volver en otro artículo, porque, aunque pueda parecer sorprendente, la intervención de Martinov es una de las más teóricas de todo el Congreso, y plantea muchas críticas correctas a las formulaciones de Lenin, aunque nunca llegara a abordar la cuestión central. Pero no fue este el asunto que llevó a la escisión de la corriente de Iskra. Al contrario, en ese momento, en las sesiones, los iskristas estaban unidos en defensa del programa, y también de la necesidad de un partido unido, contra las críticas del ala derecha, elementos declaradamente democratistas, que rechazaban el término mismo de “dictadura del proletariado”, y que en cuestiones organizativas favorecían la autonomía local contra las decisiones tomadas de manera centralizada.

Otro asunto importante suscitado pronto en el Congreso, también tuvo una respuesta unida de los iskristas: la posición del Bund en el partido. El Bund pedía “derechos exclusivos” en la tarea de intervenir en el proletariado judío en Rusia; mientras que todo el empuje del Congreso iba a la formación de un partido para toda Rusia, las demandas del Bund apuntaban a un proyecto de partido separado para los obreros judíos. Martov, Trotski y otros, procedentes muchos de ellos del mundo judío, rebatieron esos argumentos y mostraron plenamente los peligros de las concepciones bundistas. Si cada grupo étnico o nacional pretendiera lo mismo en Rusia, el resultado final sería un estado de dispersión peor que la fragmentación existente en círculos locales, y el proletariado se escindiría completamente en divisiones nacionales. Por supuesto, lo que se ofreció al Bund aún va más allá de lo que sería aceptable hoy (“autonomía” para el Bund en el partido). Pero la autonomía se distinguía claramente del federalismo: este último significaba “un partido dentro del partido”, el primero significaba un cuerpo integrado con una esfera particular de intervención, pero subordinado enteramente a la autoridad superior del partido. Esto ya significaba por tanto, una clara defensa de los principios organizativos.

La escisión comenzó con el debate sobre los Estatutos –cuando aún no había concluido. El punto de confrontación –la diferencia entre la definición de Lenin y la de Martov sobre quién es miembro del partido- era sobre una expresión que podrá parecer demasiado sutil (y ciertamente ni Lenin ni Martov habían previsto una escisión sobre ese punto). Pero detrás de ella había dos conceptos completamente diferentes del partido, mostrando que no había un acuerdo real sobre Qué hacer en el grupo de Iskra.

Recordemos las formulaciones: la de Martov dice:“Se considerará como perteneciente al Partido obrero socialdemócrata de Rusia a todo el que acepte su programa, apoye al partido con recursos materiales y le preste su colaboración personal de forma regular bajo la dirección de una de sus organizaciones”.

La de Lenin:“Se considerará miembro del partido a todo el que acepte su programa y apoye al Partido, tanto con recursos materiales, como con su participación personal en una de las organizaciones del mismo”.

El debate sobre estas formulaciones, mostraba la profundidad real de las diferencias sobre la cuestión de organización –y la unidad esencial entre el ala abiertamente oportunista y el “pantano” centrista. Se centró sobre la distinción entre “prestar la colaboración personal al Partido” y “participar personalmente en él”– la distinción entre los que simplemente simpatizan con el Partido apoyándolo, y los que son militantes implicados del Partido.

Así, siguiendo la intervención de Akimov sobre el hipotético profesor que apoya al Partido y debería tener derecho a llamarse socialdemócrata, Martov afirmó que“cuanto más abarque el título de miembro del partido, mejor. Solo podríamos alegrarnos de que cada huelguista, cada manifestante, respondiera de sus actos proclamándose miembro del Partido” (1903, Actas del Segundo Congreso del POSDR, New Park, 1978, p. 312, 22ª sesión, 2 de agosto –traducido por nosotros). Ambas posiciones revelaban el deseo de construir un “amplio” Partido, según el modelo alemán; implícitamente un Partido que pudiera llegar a ser una fuerza política, dentro más que en contra, la sociedad burguesa.

La respuesta de Lenin a Akimov , Martov, y Trotski, que ya se habían inclinado hacia el “pantano” en este punto, restablecía los argumentos principales de Qué hacer:

“¿Mi formulación, limita o amplía el concepto de miembro del Partido?... Mi formulación limita este concepto, mientras la de Martov la amplia, puesto que lo que distingue su concepto es (para usar su propia expresión correcta), su “elasticidad”. Y en el periodo de la vida del partido que estamos atravesando, es precisamente esa “elasticidad” la que con toda seguridad, abre la puerta a todos los elementos de confusión, vacilación y oportunismo... salvaguardar la firmeza de la línea del partido y la puridad de sus principios es de lo más urgente, porque con la restauración de su unidad, el Partido reclutará muchos elementos inestables, cuyo número aumentará a medida que crezca el Partido. El camarada Trotski entendió muy incorrectamente las ideas fundamentales de mi libro Qué hacer cuando habló de que el Partido no era una organización conspiradora... olvidó que en mi libro abogo por una serie de organizaciones de diferentes tipos, desde la más secreta y exclusiva, hasta otras amplias y “laxas” en comparación. Olvidó que el Partido debe ser solo la vanguardia, el dirigente de la vasta masa de la clase obrera, cuya totalidad (o casi), obra bajo el control y la dirección de las organizaciones del Partido, pero no pertenece ni tiene que pertenecer al Partido” (ídem).

La experiencia de 1905 –y sobre todo la de 1917– confirmaría ampliamente la opinión de Lenin sobre este punto. La clase obrera de Rusia creó sus propias organizaciones de lucha al calor de la revolución –los comités de fábrica, los soviets, las milicias obreras, etc.– y fueron esos órganos los que agruparon al conjunto de la clase. Pero precisamente por eso, el nivel de conciencia en esos órganos era muy heterogéneo y estaban inevitablemente influidos e infiltrados por la ideología burguesa y sus agentes de la clase dominante. De ahí la necesidad de que la minoría de revolucionarios conscientes se organizara en un Partido distinto en esos órganos de masas, un Partido que no estuviera sometido a las confusiones y vacilaciones eventuales en la clase, sino que estuviera armado con una visión coherente de los métodos y los fines históricos del proletariado. Los conceptos “elásticos” de los mencheviques, por el contrario, los hacían tan faltos de toda firmeza, que solo podían convertirse, en el mejor de los casos, en un factor de confusión, y en el peor, en un vehículo para los esquemas de la contrarrevolución.

Se ha argumentado que la concepción “limitada” del partido de Lenin, su rechazo del modelo de partido de masas favorecido por la socialdemocracia europea de la época, era producto de las condiciones y tradiciones específicas de Rusia: la herencia conspiradora del grupo terrorista Voluntad del pueblo (el hermano de Lenin vivió esa tradición y fue

ahorcado por participar en una tentativa de asesinar al zar); y de las condiciones de intensa represión que hacían imposible que existiera cualquier organización legal de trabajadores. Pero es mucho más justo decir que la visión del partido de Lenin, como una vanguardia revolucionaria clara y determinada, corresponde a las condiciones que, cada vez más, se imponían a escala internacional –las condiciones de la decadencia del capitalismo, en la que el sistema va asumiendo una forma totalitaria, declarando fuera de la ley cualquier organización permanente de masas, e imponiendo con mayor intensidad el carácter minoritario de las organizaciones comunistas. En particular, la nueva época significaba que la función del partido –como Rosa Luxemburg había dejado claro– no era encuadrar y organizar directamente al conjunto de la clase, sino asumir la función de dirección política en los movimientos explosivos de clase desencadenados por la crisis del capitalismo. En otro artículo veremos que Rosa Luxemburg malinterpretó seriamente el significado de la escisión de 1903, y apoyó la línea de los mencheviques contra Lenin. Pero más allá de estas diferencias, había una profunda convergencia que iba a hacerse evidente al calor de la revolución misma.

Espíritu de Partido contra espíritu de círculo

Pero volvamos al debate de los estatutos. En ese momento del Congreso, antes de la salida del Bund y los economicistas, había una corta mayoría a favor del enunciado de Martov. La escisión que siguió se produjo en torno a una cuestión aparentemente mucho más trivial –quién tenía que estar en el comité de redacción de Iskra. La reacción casi histérica a la propuesta de Lenin de sustituir el viejo equipo de 6 (Lenin, Martov, Plejanov, Axelrod, Potresov y Zasulich) por un equipo de 3 (Lenin, Martov y Plejanov), daba la medida del peso del espíritu de círculo en el Partido, de la dificultad para comprender lo que significaba realmente el espíritu de partido, no en general, sino en lo más concreto.

En Un paso adelante, dos pasos atrás, Lenin hizo un resumen magistral de las diferencias entre el espíritu de círculo y el espíritu de partido:

“La redacción de la nueva Iskra lanza contra Alexándrov la edificante indicación de que “la confianza es una cosa delicada que no se puede meter a mazazos en los corazones ni en las cabezas” (núm. 56 suplemento). La redacción no comprende que precisamente el colocar en primer plano la confianza, la mera confianza, delata una vez más su anarquismo señorial y su seguidismo en materia de organización. Cuando yo era únicamente miembro de un círculo, ya fuera del grupo de los seis redactores o de la organización de Iskra, tenía derecho a justificar, por ejemplo, mi negativa a trabajar con X, alegando sólo la falta de confianza, sin tener que dar explicaciones ni argumentos. Una vez miembro del Partido, no tengo derecho a invocar sólo una vaga falta de confianza, porque ello equivaldría a abrir de par en par las puertas a todas las extravagancias y a todas las arbitrariedades del viejo espíritu de círculo; estoy obligado a argumentar mi “confianza” o mi “desconfianza” con un razonamiento formal, es decir, a referirme a esta o a la otra disposición formalmente fijada de nuestro Programa. De nuestra táctica, de nuestros estatutos; estoy obligado a no limitarme a un “tengo confianza” o “desconfío”, sin más ni más, sino a reconocer que debo responder de mis decisiones, como en general toda parte integrante del Partido debe responder de las suyas ante el conjunto del mismo; estoy obligado a seguir la vía formalmente prescrita parta expresar mi “desconfianza”, para sacar adelante las ideas y los deseos dimanantes de esta desconfianza. Nos hemos elevado ya de la “confianza” incontrolada, propia de los círculos, al punto de vista del Partido, que exige la observancia de procedimientos controlados y formalmente determinados para expresar y comprobar la confianza...”

Un asunto clave en la controversia sobre la composición del comité de redacción era la afinidad sentimental de Martov hacia sus amigos y camaradas en la vieja Iskra, y su creciente, aunque infundada sospecha sobre los verdaderos motivos de Lenin para argumentar que ya no deberían estar en el nuevo equipo. Globalmente, todo este episodio demostraba una chocante incapacidad de revolucionarios con experiencia, como Martov o Trotski, para superar sus sentimientos de orgullo herido y trascender sus simpatías puramente personales, y poner los intereses políticos del movimiento por encima de los lazos de simpatía. Plejanov iba a mostrar en el curso de los acontecimientos la misma dificultad más tarde; aunque en el Congreso estuvo de parte de Lenin, después le parecieron demasiado intransigentes y rudas las denuncias de Lenin de la actitud de Martov y Cia., y cambió de caballo a mitad carrera; tras haber obligado a Lenin a dimitir del comité de Iskra que había sido elegido por el Congreso, entregó el órgano del Partido a los mencheviques. Todos los antiguos iskristas que previamente habían defendido a Lenin de las acusaciones de la derecha sobre su deseo de imponer una dictadura, un “estado de sitio” –por decirlo en los términos de Martov– en el Partido, ahora no encontraban palabras suficientes para denunciar la política de Lenin: Robespierre, Bonaparte, autócrata, monarca absoluto, etc.

De nuevo en Un paso adelante, dos paso atrás (pag. 418-19, ídem), Lenin definió muy elocuentemente esa clase de reacción, hablando de :

“... la persistente nota sostenida de enojo que suena en todos los escritos de todos los oportunistas contemporáneos en general y de nuestra minoría en particular. Se ven perseguidos, oprimidos, expulsados, asediados, aperreados... Miren, en efecto, las actas del Congreso de nuestro Partido y verán que la minoría está constituida por todos los ofendidos, por todos los que han sufrido de la socialdemocracia revolucionaria alguna ofensa en algo”.

Lenin también muestra la “estrecha relación psicológica” entre esas respuestas, todas las grandiosas denuncias contra la autocracia y la dictadura en el partido, y la mentalidad oportunista en general, incluyendo su punto de vista sobre cuestiones programáticas más generales:

“... predominan inocentes y patéticas declamaciones acerca del absolutismo y la burocracia, la obediencia ciega y los tornillos y ruedecitas; declamaciones tan candorosas que resulta aún muy difícil distinguir en ellas lo que hay efectivamente de principio de lo que es en realidad cooptación. Pero quien en mucho hablar se empeña, a menudo se despeña: los intentos de analizar y definir exactamente la odiosa “burocracia” conducen inevitablemente al autonomismo; los intentos de “profundizar” y fundamentar llevan indefectiblemente a justificar el atraso, llevan al seguidismo, a la fraseología girondina. Por último, como único principio efectivamente definido y que, por lo mismo, se manifiesta con peculiar claridad en la práctica (la práctica precede siempre a la teoría), aparece el principio del anarquismo. Ridiculización de la disciplina, autonomismo y anarquismo, tal es la escalerilla por la que tan pronto baja como sube nuestro oportunismo en materia de organización, saltando de peldaño en peldaño y esquivando con habilidad toda definición precisa de sus principios. Exactamente la misma gradación presenta el oportunismo en cuanto al programa y la táctica: burla de la ortodoxia, de la estrechez y de la inflexibilidad –“crítica” revisionista y ministerialismo– democracia burguesa”.

El comportamiento de los mencheviques planteaba la cuestión de la disciplina de Partido en otro aspecto. Aunque (tras la partida de los semieconomicistas y el Bund) habían quedado en minoría (de ahí el nombre) al final del Congreso, se saltaron completamente

las decisiones que había tomado sobre la composición del comité de redacción de Iskra. Martov, en solidaridad con sus amigos “expulsados”, se negó a participar en el nuevo comité, y más tarde, su facción llevó a cabo un boicot de todos los órganos centrales mientras estuviera en minoría. Los mencheviques, y todos los que los apoyaban en el plano internacional (esto incluía a Kautsky y Rosa Luxemburg) desencadenaron una campaña de desprestigio personal contra Lenin, acusándolo, entre otras cosas, de intentar sustituir por un órgano central todopoderoso la vida democrática del Partido. Pero la realidad era muy diferente: Lenin expresó claramente la defensa de la autoridad del centro real del Partido, el Congreso, que los mencheviques habían ignorado totalmente. Lenin definió así el verdadero problema que había tras los gritos de los mencheviques de “democracia contra burocracia”:

“Burocracia contra democracia es precisamente centralismo contra autonomismo; es el principio de organización de la socialdemocracia revolucionaria frente al principio de organización de los oportunistas de la socialdemocracia. Este último trata de ir de abajo arriba, y por ello defiende, siempre que puede y cuando puede, el autonomismo, la “democracia” que va (en los casos en que hay exceso de celo) hasta el anarquismo. El primero trata de empezar por arriba, preconizando la extensión de los derechos y deberes del organismo central respecto a las partes. En la época de la dispersión y del esparcimiento en círculos, la cima de donde quería la socialdemocracia revolucionaria en su organización era inevitablemente uno de los círculos, el más influyente por su actividad y consecuencia revolucionaria (en nuestro caso la organización de Iskra). En una época de restablecimiento de la unidad efectiva del Partido y de disolución de los círculos anticuados en esa unidad, esa cima es inevitablemente el congreso del Partido, órgano supremo del mismo. El congreso agrupa, en la medida de lo posible, a todos los representantes de las organizaciones activas y, designando organismos centrales (muchas veces con una composición que satisface más a los elementos de vanguardia que a los rezagados, que gusta más al ala revolucionaria que a su ala oportunista), hace de ellos la cima hasta el congreso siguiente” .

Así, detrás de diferencias “triviales” se planteaban en realidad importantes cuestiones de principio –Lenin habla de oportunismo en materia de organización, y el oportunismo sólo existe con relación a los principios. El principio es el centralismo. Como Bordiga planteó en su texto de 1922, El Principio democrático: “La democracia no puede ser para nosotros un principio. Sí lo es indiscutiblemente el centralismo, puesto que las características esenciales de la organización del Partido tienen que ser la unidad de estructura y de acción”. El centralismo expresa la unidad del proletariado, mientras que la democracia es un “simple mecanismo de organización”(ídem). Para la organización política del proletariado, el centralismo no puede significar nunca la dirección de una casta burocrática, puesto que solo puede mantenerse vivo si hay una auténtica participación consciente de todos los miembros en la defensa y la elaboración del programa y los análisis del Partido; al mismo tiempo tiene que estar basado en una confianza profunda en la capacidad de los órganos centrales elegidos por la expresión más alta de la unidad de la organización –el Congreso– para impulsar las orientaciones de la organización entre los congresos. En ese proceso se emplean por supuesto procedimientos “democráticos” y se toman decisiones por mayoría, pero son sólo medios de un fin, que es la homogeneización de la conciencia y la forja de una unidad real de acción en la organización ([5]).

El carácter político de las cuestiones de organización y el peligro de ignorarlo

Contrariamente a lo que piensan otros grupos y elementos del Medio proletario actual, la cuestión del funcionamiento centralizado de la organización no es, en absoluto, una cuestión secundaria, una cobertura para cuestiones programáticas más profundas; es en sí mismo una cuestión programática. El BIPR por ejemplo insiste en que las recientes escisiones en la CCI no lo han sido en absoluto por cuestiones de organización. Se niegan categóricamente a considerar la cuestión del funcionamiento, de los clanes, de la centralización, y buscan “las verdaderas debilidades programáticas de la CCI” que han llevado a las escisiones (por ejemplo nuestra supuesta mala interpretación de la lucha de clases, o nuestra teoría de la descomposición capitalista). Es ése un error de método, ajeno a la posición de Lenin. A decir verdad, nos recuerda los comentarios de Axelrod tras el IIº Congreso del POSDR:

“Con mi pobre inteligencia, soy incapaz de entender lo que se quiere decir con “oportunismo en materia de organización” planteado como algo autónomo, desprovisto de cualquier relación orgánica con ideas programáticas o tácticas”(“Sobre los orígenes y significado de nuestras divergencias actuales, carta a Kautsky”, 1904, traducido por nosotros).

En realidad, la lucha contra el oportunismo en materia de organización ya había sido ampliamente demostrada por la práctica de Marx en la Iª Internacional, en particular en el combate contra los intentos de Bakunin de subvertir la centralización construyendo una red de organizaciones secretas que no rendían cuentas mas que a él mismo. En el Congreso de 1872 de La Haya, Marx y Engels consideraron más importante poner este asunto en el orden del día, que las lecciones de la Comuna de París –que ciertamente se cuentan entre las más vitales de toda la historia del movimiento revolucionario proletario.

Igualmente, la escisión entre bolcheviques y mencheviques nos ha dejado lecciones vitales sobre el problema de la construcción de una organización de revolucionarios. A pesar de todas las diferencias entre las condiciones que confrontaron los revolucionarios en Rusia a principios del siglo XX y las que han confrontado los grupos del campo proletario desde el resurgir histórico de la lucha de clases a finales de los 60, hay, sin embargo, muchos puntos en común. En particular los nuevos grupos que surgieron en la última parte del siglo XX han tenido que cargar con el peso del espíritu de círculo. La ruptura entre ellos y las generaciones anteriores de revolucionarios, que tenían amplia experiencia en lo que era trabajar en un verdadero Partido proletario, los efectos traumáticos de la contrarrevolución estalinista, que han instilado en la clase obrera una profunda desconfianza en la noción misma de un partido político centralizado, las importantes influencias de la pequeña burguesía y las capas intelectuales después de 1968, comparables al peso desproporcionado de la intelligentsia en los orígenes del movimiento revolucionario en Rusia, las campañas incesantes de la clase dominante contra la idea misma del comunismo y a favor de una aceptación incuestionable de la ideología democrática –todos esos factores han hecho la tarea de construcción de la organización más dura que nunca hoy.

La CCI ha escrito muchas veces sobre estos problemas –el ejemplo más reciente es el artículo en el número 114 de esta Revista sobre el XVº Congreso de la CCI, que mostraba también cómo esas dificultades se ven agudizadas por la atmósfera pútrida de la descomposición capitalista. En particular, las presiones de la descomposición, que tienden a gangsterizar toda la sociedad, tienden constantemente a convertir los vestigios del

espíritu de círculo en un fenómeno más pernicioso y destructivo –en clanes, agrupamientos informales paralelos tremendamente destructivos, con sus propias lealtades personales por afinidad y sus hostilidades basadas en lo mismo.

También hemos hecho notar el sorprendente paralelismo entre las escisiones en nuestras propias filas, expresiones de esas dificultades que acabamos de mencionar, y la escisión entre bolcheviques y mencheviques en 1903. Cuando los elementos que formaron la “Fracción Externa de la CCI” desertaron de nuestras filas en 1985, publicamos un artículo en la Revista internacional 45 que trazaba las similitudes históricas entre la FECCI y los mencheviques. En particular el artículo mostraba que la tendencia que después formaría la FECCI, había sido un agrupamiento basado más en lealtades personales, orgullo herido y absurdos sentimientos de persecución, que en verdaderas diferencias políticas ([6]).

Igualmente, la autodenominada Fracción interna de la CCI, formada en 2001, también presentaba muchas de las características del menchevismo de 1903. La FICCI tuvo sus orígenes en un clan, que se encontraba a gusto con los avances de la CCI mientras estuvo bien instalado en nuestro órgano central internacional. En realidad respondió con una campaña de calumnias y denigración a una minoría de camaradas que habían empezado a profundizar en la verdadera situación de la organización. Y en cuanto este clan perdió lo que él mismo consideraba como una “posición de poder”, inmediatamente empezó a postularse como defensor de la democracia, herido y perseguido por la burocracia usurpadora. Habiendo reivindicado previamente ser el defensor más vigoroso de los estatutos, empezó a partir de ese momento a saltarse sin vergüenza todas las normas que se había dado la organización; quizás lo más notable en ese sentido fue su mofa de la decisión del XIVo Congreso de la CCI, que había elaborado un método coherente para abordar las divergencias y las tensiones que habían aparecido en el órgano central. Esto significaba un comportamiento similar al de los mencheviques hacia el Congreso de 1903.

Como los mencheviques, ambas escisiones de la CCI se sintieron obligadas a “profundizar su posición y reafirmarla”, descubriendo rápidamente que habían desarrollado importantes diferencias programáticas con la CCI –incluso aunque originalmente se hubieran presentado como los verdaderos guardianes de la plataforma y de los análisis de la CCI. Así la FECCI se desembarazó de la pesada carga de nuestro marco de análisis de la decadencia; y la FICCI por su parte, se deshizo de nuestro concepto de descomposición, concepto, digamos, poco “popular” en el medio proletario, que esa banda trata de infiltrar. En este contexto, la dificultad del medio proletario para tratar la cuestión de la organización como una cuestión política per se, lo hace notablemente incapaz de responder adecuadamente a los problemas organizativos que enfrenta la CCI (por no mencionar sus propios problemas) y plenamente vulnerable a las campañas de seducción de un grupo como la FICI, que tiene una función puramente parásita en el Medio.

Si mencionamos estas experiencias no es porque queramos ponerlas al mismo nivel que los acontecimientos del Congreso de 1903, pues no nos vamos a engañar a nosotros mismos pensando que ya somos el partido de clase. Lo que sí es cierto es que quien no comprende las lecciones de las experiencias del pasado, está condenado a repetirlas. Si no se ha asimilado todo el significado de la escisión entre bolcheviques y mencheviques, será imposible progresar hacia la formación del partido proletario de la próxima revolución. Ninguna organización proletaria hoy o mañana puede evitar crisis organizativas y escisiones, como tampoco pudieron los bolcheviques –sea en 1903, 1914, 1917 u otros momentos históricos clave. Pero si estamos armados con las lecciones del pasado, esos momentos de crisis permitirán que las organizaciones políticas proletarias, como ocurrió una y otra vez en la historia de los bolcheviques, salgan políticamente reforzadas y

vigorizadas y sean así más capaces de responder a las imperiosas demandas de la historia.

En un segundo artículo profundizaremos en el debate sobre la conciencia de clase del IIo Congreso y en la controversia entre Lenin, Trotski y Luxemburg sobre la escisión en la socialdemocracia rusa.

Amos

[1] Referencia humorística a un libro inglés (1066 and all that) que describía cómo presentaban los manuales escolares algunos acontecimientos históricos como “algo malísimo”.

[2] Parte de lo que Lenin dice en Qué hacer sobre los revolucionarios como “tribunos del pueblo” hay que verlo a la luz de cómo los socialdemócratas rusos comprendían la revolución que se avecinaba; no creían que se trataba de una lucha directa por el socialismo, sino dirigida inicialmente a acabar con la autocracia e inaugurar una fase de “democracia”. Los bolcheviques, a diferencia de los economicistas y más tarde los mencheviques, estaban convencidos de que esa tarea iba más allá de las fuerzas de la burguesía en Rusia y tendría que llevarse a cabo por la clase obrera. En cualquier caso, el punto más importante sigue siendo válido: la conciencia socialista no puede surgir sin que la clase obrera sea consciente de su posición general en la sociedad capitalista, y esto necesariamente implica ver más allá de los confines de la fábrica la totalidad de las relaciones de clase en la sociedad.

[3] Lenin dejó claro en el Congreso que con el empleo del término “revolucionarios profesionales”, no se refería a agentes del Partido pagados y que trabajaban para él a tiempo completo; en esencia el término “profesional” se usaba en contraste con la actitud “amateur” de la fase de círculos donde los grupos no tenían una forma clara, ni un plan de actividades firme, y sólo duraban como media unos pocos meses antes de que la policía los disolviera.

[4] Este análisis de las tres principales corrientes en las organizaciones políticas obreras –derecha abiertamente oportunista, izquierda revolucionaria y centro vacilante– conserva hoy toda su validez, igual que el término de “pantano” que Lenin aplica a la tendencia centrista. Vale la pena transcribir la nota a pie de página del propio texto de Lenin sobre este término, porque recuerda lo que ocurre hoy cuando la CCI usa el término “pantano” para caracterizar la zona cambiante de transición entre la política del proletariado y la de la burguesía: “Tenemos ahora en el Partido gentes que, al oír esta palabra, se horrorizan y se lamentan a gritos de una polémica impropia de camaradas. ¡Extraña deformación del instinto bajo la influencia de lo oficial... cuando se aplica indebidamente! Casi no hay partido político con lucha interna que prescinda de este término, el cual sirve siempre para designar a los elementos inconstantes que vacilan entre los que luchan. Tampoco los alemanes, que saben mantener la lucha interna en un marco de exquisita corrección, se ofenden por la palabra “versumpft” [“metido en la charca”] y no se horrorizan ni manifiestan ridícula “pruderie” [mojigatería, gazmoñería] oficial” (Un paso adelante, dos pasos atrás).Por supuesto cuando nosotros usamos este término hoy, nos referimos a un área intermedia entre las organizaciones proletarias y burguesas, mientras que Lenin se refiere al pantano dentro del partido proletario. Estas diferencias reflejan cambios históricos reales

en los que no podemos entrar ahora, pero eso no debe ocultar lo que tienen de común las dos aplicaciones del término.

[5] Más tarde, Lenin empleó el término “centralismo democrático” para describir el método de organización por el que abogaba, como después usaría el término “democracia obrera” para describir el modo de funcionamiento de los soviets. Desde nuestro punto de vista, ninguno de esos dos términos son muy útiles, sobre todo porque el término “democracia” (gobierno del pueblo) implica un punto de vista aclasista. Tendremos que volver sobre esto en otro momento. Lo que es interesante sin embargo, es que Lenin no usó este término en 1903, y que en realidad, su principal blanco fue precisamente la ideología del “democratismo” en el movimiento obrero.

[6] Nuestro texto de orientación de 1993 sobre el funcionamiento organizativo publicado en la Revista internacional no 109 (un texto que también desarrolla un importante análisis del Congreso de 1903) explica que la FECCI fue realmente un clan, más que una verdadera tendencia o fracción, mientras que nuestras “Tesis sobre el parasitismo” (Revista internacional nº 94) muestran el lazo orgánico entre los clanes y el parasitismo: los clanes o bandas que se han visto implicados en escisiones de la CCI, invariablemente evolucionan hacia grupos parásitos, que sólo pueden desempeñar un papel negativo y destructivo en el conjunto del medio proletario. Esto se ha confirmado de sobra por la trayectoria de la FICCI.

El nacimiento del bolchevismo (II) - Trotsky contra Lenin

En 1904, el imperio ruso se encontraba al borde de la revolución. La aparatosa maquinaria de guerra del Zar sufría una humillante derrota a manos del imperialismo japonés, mucho más dinámico. La debacle militar alimentaba el descontento de todas las capas de la población. En su folleto Huelga de masas, partido y sindicatos, Rosa Luxemburg narra cómo durante el verano de 1903, mientras el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR) celebraba su famoso IIº Congreso, el sur de Rusia se veía sacudido por una “gigantesca huelga general”. Y si la guerra supuso un paréntesis temporal al movimiento de la clase obrera, y durante algún tiempo fue la burguesía liberal la que cobró protagonismo con sus “banquetes de protesta” contra la guerra, a finales de 1904 el Cáucaso se vio nuevamente sacudido por huelgas masivas contra el desempleo. Rusia entera era un polvorín y la chispa que desataría el incendio no tardaría en encenderse: la masacre del Domingo sangriento en enero de 1905, cuando los obreros que suplicaban humildemente al Zar que aliviase sus espantosas condiciones de vida, fueron abatidos a cientos por los cosacos del “Padrecito del pueblo”.

Como mostramos en la primera parte del este artículo, el partido proletario, el POSDR, se enfrentaba a esta situación poco después de la grave escisión que les había dividido en dos fracciones: bolcheviques y mencheviques.

En su folleto Nuestras tareas políticas, Trotski ofrece su punto de vista sobre el IIº Congreso del POSDR, en el que había tenido lugar dicha escisión, calificándolo de “pesadilla” que había llevado al enfrentamiento de quienes antes eran camaradas, y que hizo que los revolucionarios marxistas se dedicaran a agrias polémicas sobre la organización interna del partido, sus reglas de funcionamiento y la composición de los órganos centrales, mientras la clase obrera se enfrentaba a la guerra, a la huelga de masas y a las manifestaciones en la calle. En dicho folleto Trotski carga la responsabilidad de esta situación al hombre con quien había trabajado estrechamente en el grupo de exiliados de Iskra, pero al que ahora califica como “el jefe del ala reaccionaria de nuestro partido” y desorganizador del POSDR; es decir Lenin.

Muchos obreros en Rusia se lamentaban del hecho de que el partido parecía estar perdido en querellas internas e incapaz de responder a las exigencias del momento, por lo que la realidad inmediata parecía darle la razón a Trotski. Pero con la distancia que da el paso de la historia podemos ver que, aunque cometiera importantes errores, era Lenin quien defendía la visión más avanzada del partido, la tendencia revolucionaria; mientras Trotski, así como otros destacados militantes, cayeron en una visión reaccionaria. En realidad, las cuestiones organizativas planteadas en la escisión no eran problemas abstractos sin relación alguna con las necesidades de la clase obrera, sino que tenían su origen en las cuestiones suscitadas por el levantamiento político y social que se desarrollaba en Rusia. Las huelgas de masas y los levantamientos obreros que sacudieron Rusia en 1905 eran los signos anunciadores de una nueva época en la historia del capitalismo y de la lucha del proletariado: el fin del período del capitalismo ascendente y la apertura de su período de decadencia (ver nuestro artículo: “1905: La huelga de masas abre el camino a la revolución proletaria” en Revista internacional nº 90), lo que exigía que la clase obrera superara sus formas de organización tradicionales adaptadas más bien a las luchas por

reformas en el sistema capitalista, y que descubriera nuevas formas de organización capaces de unificar al conjunto de la clase obrera y de preparar la destrucción revolucionaria de ese sistema. En resumen, esta transición se manifestaba en el plano de las organizaciones de masas de la clase obrera en el paso de la forma sindical de organización a la forma del soviet que nació, precisamente, en 1905.

Pero este cambio profundo en las formas y los métodos de organización de la clase tenía igualmente implicaciones en las organizaciones políticas de la clase. Como intentamos demostrar en la primera parte de este artículo, la cuestión fundamental que se planteaba en el IIº Congreso del POSDR era la necesidad de prepararse para el período revolucionario que se avecinaba y rompiendo con el viejo modelo socialdemócrata de partido – un partido amplio que ponía énfasis en la “democracia” y en la lucha por mejorar las condiciones de la clase obrera en la sociedad capitalista – construyendo, en cambio, lo que Lenin llamaba un partido revolucionario de nuevo tipo, más cohesionado, más centralizado, armado de un programa socialista por el derrocamiento del capitalismo, compuesto por revolucionarios firmemente comprometidos.

En los dos artículos que continuarán esta serie entraremos más en detalle en esta cuestión abordando las polémicas que enfrentaron a Lenin por un lado, y por otro a Trotski y Rosa Luxemburg. En este período, como a lo largo de la mayor parte de su vida política, Lenin hubo de hacer frente a un amplio abanico de críticas en el movimiento obrero. No únicamente los dirigentes mencheviques como Martov, Axelrod, y más tarde Plejanov, le acusaron de comportarse, en el mejor de los casos, como Robespierre, y en el peor como Napoleón; no sólo los dirigentes más reconocidos de la socialdemocracia internacional, como Kautsky y Bebel, se pusieron instintivamente de parte de los mencheviques contra este advenedizo en cierta medida desconocido; sino que incluso aquellos que se situaban a la izquierda del movimiento obrero mundial – casos de Trotski y R. Luxemburg – profundamente influenciados ambos por el mar de fondo de la revolución rusa y que iban a realizar contribuciones fundamentales a la comprensión de los métodos y formas adecuadas al nuevo período, demostraron no comprender absolutamente nada del combate organizativo que emprendió Lenin.

A diferencia de muchos revolucionarios actuales, tanto Trotski como Luxemburg comprendían un aspecto muy importante de la cuestión, y es que entendían que la cuestión organizativa es una cuestión completamente política, y un tema que debía ser debatido entre los revolucionarios. Al publicar sus críticas a Lenin, ambos participaban en una confrontación de ideas intensa e importante a escala internacional. Es más, sus contribuciones a este debate nos han legado brillantes muestras de un análisis muy perspicaz, aunque los argumentos de estos dos militantes no dejaran de ser equivocados.

Trotski toma partido por los mencheviques

En su obra autobiográfica Mi vida, Trotsky narra cómo en 1902, llegaron a su lugar de exilio en Siberia, tanto el libro de Lenin, ¿Qué hacer?, como la publicación Iskra:

“Supimos que había sido fundado en el extranjero un periódico marxista, Iskra (La Chispa), cuya misión era servir de órgano central a los revolucionarios profesionales, unidos por la disciplina férrea de la acción”.

Fueron sobre todo estas expectativas las que le movieron a evadirse para tratar de encontrar al grupo de exiliados que publicaban este periódico. Se trataba de una decisión sumamente importante ya que debía abandonar a su esposa y sus dos pequeñas hijas (es

verdad que su mujer era camarada del partido y estuvo de acuerdo con su partida), y aventurarse en un viaje sumamente arriesgado a través de las estepas de Rusia hasta Europa.

Trotski dice, cuando llega a Londres, donde vivían Lenin, Martov y Vera Zasulich: “me enamoré verdaderamente de Iskra”, y se puso inmediatamente a trabajar con ellos. El comité de redacción del Iskra contaba seis miembros: Lenin, Martov, Zasulich, Plejanov, Axelrod y Potressov. Lenin propuso rápidamente que Trotski se convirtiera en el séptimo miembro, en parte porque seis votos a veces hacían difícil la toma de decisiones, pero sobre todo porque entendía quizás que la vieja generación, sobre todo Zasulich y Axelrod, empezaban a convertirse en una traba para el progreso del partido y pretendía inyectar la pasión revolucionaria de la nueva generación. Esta proposición fue bloqueada por Plejanov que se opuso a ella, en gran parte, por motivos personales.

En el IIº Congreso del POSDR, Trotski se comportó como uno de los más coherentes valedores de la línea del Iskra, defendiéndola con toda firmeza – sobre todo las posiciones de Lenin – contra la oposición matizada o total de los militantes del Bund, de los economicistas o semieconomicistas. Sin embargo cuando acabó el congreso, Trotski se sumó en 1904 a las filas de los “antileninistas”, escribiendo dos de las polémicas más encarnizadas contra Lenin: el Informe de la delegación siberiana, yNuestras tareas políticas, y se sumó a la “nueva Iskra”, donde se habían encastillado los mencheviques tras el cambio de chaqueta de Plejanov y la dimisión de Lenin deIskra. Entremos ahora en las reflexiones de Trotski para comprender esta extraordinaria transformación.

Debemos recordar que la escisión no se originó por la famosa divergencia sobre los estatutos del partido, sino a partir de la propuesta hecha por Lenin de cambiar la composición del comité de redacción de Iskra. En Mi vida, Trotski confirma que ésta había sido la cuestión crucial:

“¿Cómo se explica que yo me pusiera en el congreso del lado de los ‘blandos’? Téngase en cuenta que me unían grandes vínculos a tres redactores: Martov, Zasulich y Axelrod. Estos tres influían en mí de un modo indiscutible. En el seno de la redacción se producían, antes del Congreso, diferentes matices de opinión, pero sin que llegaran nunca a manifestarse diferencias acusadas. Con quien menos afinidad tenía era con Plejanov, que no podía soportarme desde que había surgido entre nosotros la primera colisión, muy leve, a decir verdad. Lenin estaba conmigo en excelentes relaciones. Pero sobre él pesaba, a mis ojos, la responsabilidad de aquel atentado contra la redacción de un periódico que, a mi modo de ver, formaba una unidad y que tenía aquel nombre fascinador de Iskra. El solo hecho de pensar que pudiera malograrse aquella unión me parecía un crimen intolerable. En los movimientos revolucionarios el centralismo es un principio duro, imperioso, absorbente, que no pocas veces adopta formas despiadadas, contra personas y grupos enteros que ayer todavía luchaban a nuestro lado. No en vano en el vocabulario de Lenin abundan tanto las palabras ‘despiadado’ e ‘irreconciliable’. Esta crueldad sólo puede tener justificación cuando la imponen los altos ideales revolucionarios, exentos de todo interés mezquino, personal. En 1903 no había otra salida que eliminar de la redacción de Iskra a Axelrod y a Zasulich. Yo sentía por ellos no sólo respeto, sino simpatía. También Lenin les había tenido aprecio, en consideración a su pasado. Pero habiendo llegado al convencimiento de que eran un estorbo cada vez más molesto en la senda del provenir, sacó la conclusión lógica de esta premisa y creyó necesario separarlos del puesto directivo que ocupaban. Yo no podía avenirme a ello. Todo mi ser se rebelaba contra esta mutilación despiadada de viejos luchadores que habían llegado hasta el umbral de nuestro partido. Este sentimiento de indignación me hizo romper con Lenin en el segundo

congreso. Su conducta me parecía intolerable, indignante, espantosa. Y, sin embargo, era políticamente acertada y, por consiguiente, necesaria para la organización. No había más remedio que romper con los viejos, que se obstinaban en seguir aferrados a la fase preparatoria. Lenin supo comprenderlo antes que nadie. Quiso ver si aún era posible retener a Plejanov, separándolo de los otros dos. Pero los hechos se encargaron de demostrar muy pronto que no podía ser.

“Me separé, pues, de Lenin por motivos que tenían mucho de ‘morales’ y hasta de personales. Sin embargo, aunque aparentemente fuese así, en el fondo la divergencia tenía una carácter político que se reflejaba en el campo organizativo.

“Yo me contaba entre los centralistas. Pero es indudable que por entonces no podía darme clara cuenta del centralismo severo e imperioso que había de reclamar un partido revolucionario creado para lanzar a millones de hombres a combatir a la vieja sociedad. Hay que tener en cuenta que había pasado los primeros años de mi juventud en la penumbra de la reacción, pues en Odessa había un retraso de un siglo; Lenin, en cambio, convivió en su juventud con el movimiento liberal de la Narodnaia Volia (Libertad del Pueblo). Quienes tenían unos cuantos años menos que yo se habían formado ya en un ambiente de progreso político. Al celebrarse el congreso de Londres, en el año 1903, la revolución tenía para mí, todavía, mucho de abstracción teórica. El centralismo leninista no surgía aún en mi cerebro de una concepción revolucionaria, clara y definitiva, a la que hubiera llegado por mi cuenta. Y si no me equivoco, mi vida intelectual ha estado presidida siempre, imperiosamente, por la tendencia a comprender por mi cuenta los problemas, sacando de ellos todas las consecuencias lógicas y necesarias” (Mi vida).

El peso del espíritu de círculo

En un pasaje del libro “Un paso adelante, dos pasos atrás”, que ya citamos en el anterior artículo de esta serie, a propósito de la diferencia entre el espíritu de partido y el espíritu de círculo, Lenin veía también a Iskra como un círculo, y aunque en ese círculo existiera una tendencia que defendía de manera clara y coherente el centralismo proletario, el peso de las diferencias personales, de la mentalidad de los exiliados, etc., era aún muy fuerte. Lenin era muy consciente de la “blandura” de Martov, de su tendencia a la vacilación, a la conciliación. Por su parte también Martov sabía de la intransigencia de Lenin que frecuentemente le incomodaba. Como todo esto no se planteaba en un terreno político daba lugar a numerosas tensiones y malentendidos. Plejanov, el padre del marxismo ruso, cuyas posturas estuvieron muy próximas a las de Lenin en multitud de cuestiones claves hasta el congreso, estaba muy preocupado por su reputación, pero al mismo tiempo se daba cuenta que empezaba a ser superado por una nueva generación (en la que figuraba Lenin). Por ello reaccionó contra la “intrusión” de Trotski en el círculo de Iskra, con tal hostilidad que todos la consideraron indigna de él. Pero ¿y Trotski? A pesar del respeto que éste sentía por Lenin, no hay que olvidar que había vivido en Londres en la misma casa en la que lo hacían Martov y Zasulich, y que sintió una amistad más fuerte aún hacia Axelrod en Zurich, al que incluso dedicó (“A mi querido maestro, Pavel Bortsovich Axelrod”) su libro Nuestras tareas políticas. Debido a esto “(se separó)pues de Lenin por motivos que tenían mucho de ‘morales’ y hasta de personales”. Si tomó partido por Martov y Cía. fue porque se sentía más amigo de ellos que de Lenin, y rehuía aparecer en el mismo bando que Plejanov dada la antipatía que éste le manifestaba. Y, quizás lo más importante: se dejó llevar por un sentimentalismo verdaderamente conservador hacia la “vieja guardia” que había servido al movimiento revolucionario en Rusia durante muchísimo tiempo. De hecho su reacción personal contra Lenin en aquel momento fue tan extrema que muchos se sorprendieron de la rudeza y la falta de camaradería que aparecía

en el tono de sus polémicas con Lenin (en su biografía de Trotski, Deutscher cuenta que los lectores de Iskra en Rusia, en el momento en que los mencheviques controlaban el periódico, protestaron enérgicamente contra el tono de las diatribas que Trotski dirigió contra Lenin).

Pero señala al mismo tiempo: “en el fondo la divergencia tenía un carácter político que se reflejaba en el campo organizativo”. Dicha así, esta formulación sigue quedando ambigua ya que induce a pensar que “el campo organizativo” no deja de ser algo secundario, cuando en realidad la preponderancia de los vínculos personales y de los antagonismos de los antiguos círculos constituían, precisamente, el problema político que Lenin quiso plantear cuando defendió el espíritu de partido. En definitiva todas las polémicas de Trotski en 1904 responden al mismo guión: presentan algunas divergencias políticas muy generales, para concentrarse de inmediato en las cuestiones relativas a los métodos organizativos, o a las relaciones entre la organización revolucionaria y la clase obrera en su conjunto.

En el Informe de la delegación siberiana, Trotski plantea de entrada la principal cuestión organizativa y al mismo tiempo demuestra no haber comprendido lo que se jugaba el congreso, puesto que insiste en que “el Congreso registra, controla, pero no es un creador”, lo que indica que por mucho que Trotski afirme que el partido “no sea la suma aritmética de los comités locales” y que “es un todo orgánico” (Ibíd.), no ve al Congreso como la más alta, y más concreta expresión de la unidad del partido. Lenin, por su parte, escribe en Un paso adelante, dos pasos atrás:

“En el momento del restablecimiento de la verdadera unidad del Partido, y de la disolución en esta unidad de los círculos que ya cumplieron su papel, esto debe culminarse necesariamente en el congreso del Partido, instancia suprema de éste”.

Y además:

“La controversia se centra pues es la disyuntiva ¿espíritu de círculo o espíritu de partido? Limitación de los derechos de los delegados para el Congreso para salvaguardar los derechos y los reglamentos imaginarios de todo tipo de compadreos o círculos o bien la disolución completa, y no solo de boquilla sino efectiva, ante el congreso, de todas las instancias inferiores, de las antiguas capillas...”.

O sea que cuando se acusaba a Lenin de tener concepciones centralistas, de su supuesto deseo de concentrar todo el poder en manos de un comité central sin mandato alguno o incluso en sus propias manos, de querer convertirse en el Robespierre de la futura revolución, etc. resulta que Lenin defiende con meridiana claridad que, en un partido revolucionario del proletariado, la instancia suprema sólo puede ser el congreso, el verdadero centro, al que quedaban subordinadas las demás partes de la organización, sea el comité central o las organizaciones locales, y esto lo postula frente a las visiones “democratistas” para las que el congreso no debía ser más que una especie de “junta” de representantes de las secciones locales con un mandato imperativo, lo que implica que estos deben limitarse a ser simples portavoces de sus secciones. Esto es lo que denunció Lenin como revuelta anarquista de los mencheviques que se negaban a plegarse a las decisiones del Congreso.

Trotski lleva razón cuando reconoce que en el momento del Congreso, él no había acabado de comprender la cuestión de la centralización. Esto también se aprecia en otro tema, como es la vieja pelea entre Iskra y los economicistas. En el Informe de la

delegación siberiana Trotski utiliza el argumento de que muchos bolcheviques eran en realidad antiguos economicistas que se habían cambiado de bando adoptando concepciones ultra centralistas, repitiendo como cotorras los “proyectos” organizativos de Lenin (en ese momento Trotski veía a Lenin como el único y verdadero “cerebro” de una mayoría que le sigue como borregos, mientras que la minoría, es decir los mencheviques a los que Trotski se había unido, defendían el verdadero espíritu crítico). Pero esta falacia es completamente opuesta a la realidad. Si al principio del congreso los mencheviques estaban todos alineados con Lenin contra los economicistas, luego cambiaron de chaqueta e hicieron suyas las críticas de los economicistas (Martinov, Akimov y sus acólitos) a Lenin; incluso la idea de que la visión de Lenin sobre el partido preparaba el terreno a una dictadura sobre el proletariado (de hecho Martinov volvió al redil una vez Lenin hubo dimitido de Iskra). De igual modo que los economicistas defendían la idea de que debía ser la burguesía quien asumiera la revolución política contra el zarismo mientras que los socialdemócratas debían encargarse de la lucha cotidiana de la clase obrera por sus necesidades inmediatas, destacados dirigentes mencheviques como Dan o Zasulich, empezaron en 1904 a defender cada vez más abiertamente que había que aliarse con la burguesía en la futura revolución. Incluso el propio Trotski –que muy pronto rompería con los mencheviques a propósito de esta cuestión, formulando su teoría de la revolución permanente según la cual incluso en la revolución rusa que se avecinaba el papel dirigente le correspondería al proletariado– al tomar parte por los mencheviques en 1903-1904, asumió inicialmente la defensa de estas posiciones economicistas.

Todo esto se ve con bastante claridad en ambos textos, en los que Trotski dedica páginas enteras a ironizar sobre el tiempo perdido en discutir minuciosamente de detalles organizativos, mientras las masas en Rusia iban a plantearse cuestiones tan candentes como las huelgas y las manifestaciones de masas. Como hiciera Axelrod, Trotski se dedica a ridiculizar la tesis de Lenin de la existencia de un oportunismo sobre cuestiones organizativas:

“Como nuestro intrépido polemista no se atreve a incluir a Axelrod y a Martov en la categoría de los oportunistas en general (lo que sería de agradecer en aras a la claridad y la simplificación), crea para ellos la calificación de ‘oportunismo en materia de organización’. Esto es el ‘coco’ con el que se asusta a los niños... ¡Oportunismo en materia de organización! ¡Girondismo en la cuestión de la cooptación por dos tercios cuando falta un voto motivado! ¡Jauresismo en cuanto al derecho del Comité central de poder fijar la ubicación de la administración de la Liga!...”

Más allá de los sarcasmos, esta argumentación representa en realidad un deslizamiento hacia el economicismo ya que minimiza el papel específico y la necesidad de la organización política, y de su forma de organizarse, lo cual es una cuestión política que no es posible eludir ni diluir en consideraciones sobre la lucha de clases en general. Las cuestiones organizativas también son cuestiones de principios y, bajo la presión de la ideología burguesa, pueden verse sometidas a interpretaciones oportunistas.

El retorno al economicismo

De hecho los textos de Trotski ponen abiertamente en entredicho el trabajo de Iskraque antes tanto le atrajera, es decir su reivindicación de un partido centralizado con reglas formales de funcionamiento, su denodado esfuerzo por erradicar del movimiento revolucionario las confusiones sobre el terrorismo, el populismo, el economicismo y otras formas de oportunismo. Trotski veía en ese momento a los economicistas como militantes que, desde luego, habían cometido errores pero que, por lo menos, tenían una práctica

real en la clase, mientras Iskra se preocupaba en cambio por ganar a la intelectualidad para el marxismo, mediante vagas “proclamas” o centrándose casi exclusivamente en la difusión de la prensa.

Antes del Congreso, Trotski señalaba que:

“la organización oscila entre dos tipos: se concibe tan pronto como una aparato técnico dedicado a difundir masivamente la literatura editada tanto en el lugar como en el extranjero, y por otro lado también una “palanca” capaz de impulsar a las masas en un movimiento finalizado, es decir desarrollar en ellas las capacidades preexistentes de actividad autónoma. La organización ‘artesanal’ de los economicistas era particularmente cercana a este segundo tipo. Buena o mala, ella contribuirá directamente a disciplinar y a unir a los obreros en el marco de la lucha ‘económica’, es decir esencialmente huelguística”.

Trotski elude así el problema fundamental de tal concepción que es reducir la organización revolucionaria a un organismo de tipo sindical. Poco importa si se trata de una buena o una mala organización, ya que evidentemente la clase obrera necesita desarrollar organizaciones generales para luchar por defenderse contra el capital. El problema es que, por su propia naturaleza, la minoría revolucionaria no puede desempeñar ese papel y si trata de hacerlo, abandonaría su papel central de dirección política del movimiento.

Pero Iskra, insiste Trotski en su texto, a diferencia de los economicistas, no estaba presente en el movimiento:

“La verdad es que ahora, por primera vez el partido al menos se aproxima al proletariado. En la etapa del ‘economicismo’, el trabajo estaba dirigido hacia el proletariado, pero, esencialmente, no se trataba de un trabajo político socialdemócrata. Durante la etapa de Iskra, el trabajo toma un carácter socialdemócrata, pero no se dirige directamente hacia el proletariado”.

En otras palabras, que el objetivo principal de Iskra no era la intervención en las luchas inmediatas de la clase obrera sino las polémicas entre intelectuales. Trotski recomienda pues a sus lectores reconocer las limitaciones históricas de Iskra:

“No basta con reconocer los méritos históricos de Iskra, y menos aún enumerar sus afirmaciones erróneas o ambiguas. Hay que ver más allá. Hay que comprender el carácter históricamente limitado del papel que ha jugado Iskra. Ha contribuido mucho al proceso de diferenciación de los intelectuales revolucionarios, pero al mismo tiempo ha dificultado su libre desarrollo. Los debates de salón, las polémicas literarias, las disputas intelectuales alrededor de una taza de té, todo eso ha sido traducido por Iskra a programa político. De forma materialista ha encaminado multitud de afinidades filosóficas y teóricas hacia unos intereses de clase determinados, y empleando este método ‘sectario’ de diferenciación ha sido como ha conseguido, efectivamente, conquistar para el proletariado a una parte muy importante de la intelectualidad; y finalmente ha consolidado su ‘botín’ a través de las distintas resoluciones del IIº Congreso en materia de programa, táctica y organización”.

Las referencias de Trotski a “los debates de salón”, y a las “disputas de intelectuales alrededor de una taza de té” le ponen en evidencia en su momentánea conversión a una visión marcada por una desconfianza inmediatista, activista y obrerista frente a las tareas de la organización política. Al valorar por igual a Iskra y a los economicistas, viéndolos simplemente como dos momentos de la historia del partido, está subestimando en realidad

el papel decisivo que tuvo Iskra en la lucha por una organización revolucionaria capaz de desempeñar un papel dirigente en las luchas masivas de la clase obrera, un papel dirigente y no únicamente “asistente” de los movimientos huelguísticos.

Más que una simple observación sobre la composición sociológica de Iskra o un coqueteo con el obrerismo, esta visión está ligada a una teoría que viene de lejos: la noción según la cual la vanguardia política representa esencialmente a los intelectuales que tratan de aprovecharse de la clase obrera. Evidentemente el momento culminante de esta visión se dio en la crítica consejista al bolchevismo tras la derrota de la revolución rusa, pero sus antecedentes son las ideas del “querido maestro” de Trotski, Axelrod, que defendía que la reivindicación de un funcionamiento ultra centralista por parte de Lenin mostraba en realidad que los bolcheviques serían expresión de la burguesía rusa, puesto que ésta tendría también necesidad de un fuerte centralismo para llevar adelante sus tareas políticas.

Trotski y el sustitucionismo

La reinterpretación por parte de Trotski de la verdadera contribución de Iskra, tiene también mucho que ver con sus críticas al supuesto sustitucionismo y jacobinismo deIskra y que ocupan una gran parte de la obra Nuestras tareas políticas. Según el punto de vista de Trotski, toda la concepción política de Iskra, la insistencia de ésta en las polémicas políticas contra las falsas corrientes revolucionarias, partía de la base de que Iskra pretendía actuar en nombre del proletariado:

“Pero ¿cómo explicarse que el pensamiento ‘sustitucionista’ – en lugar del proletariado – practicado en sus formas más variadas (...) durante la etapa de Iskrano haya suscitado (o apenas lo ha hecho) la autocrítica en las filas de los propios ‘iskristas’? Este hecho se explica por lo que se ha expuesto en las páginas precedentes: sobre todo el trabajo de Iskra ha pesado la tarea de batirse en pro del proletariado, por sus principios, por su objetivo final – en los ambientes de los intelectuales revolucionarios”.

En Nuestras tareas políticas es donde Trotski escribe la célebre frase ‘profética’ sobre el sustitucionismo:

“En la política interna del partido, estos métodos conducen como veremos más adelante a que el aparato del partido sustituya al partido, el comité central al aparato, y finalmente al dictador a sustituir al comité central”.

Aquí, según reseñaría Deutscher en su libro El profeta armado, Trotski parece intuir la futura degeneración del partido bolchevique. Trotski muestra también esa percepción cuando subraya el peligro del sustitucionismo respecto al conjunto de la clase obrera en la futura revolución (peligro al que él también sucumbió, e incluso mucho más que Lenin en ciertos momentos):

“Las tareas del nuevo régimen serán tan sumamente complejas que no podrán ser resueltas más que por una confrontación entre diferentes modelos de construcción económica y política, a través de largas ‘disputas’, mediante una lucha sistemática no sólo entre diferentes corrientes en el seno del socialismo, corrientes éstas que emergerán inevitablemente cuando la dictadura del proletariado planteará decenas de nuevos problemas. Ninguna organización ‘dominante’ fuerte será capaz de suprimir tales corrientes y tales controversias (...). Un proletariado capaz de ejercer su dictadura sobre la sociedad no tolerará ninguna dictadura sobre sí mismo”.

Trotski también realizó críticas válidas a la analogía que planteaba Lenin en el libro ¿Qué hacer? entre los revolucionarios proletarios y los jacobinos, mostrando las diferencias esenciales que existen entre las revoluciones burguesas y la revolución proletaria. Además muestra que al polemizar con los economicistas que veían la conciencia de clase como un simple reflejo o un producto pasivo de la lucha inmediata, Lenin había recurrido a la “idea absurda” de Kautsky de que la conciencia socialista tendría su origen en la intelectualidad burguesa. Habida cuenta de que sobre muchas de estas cuestiones Lenin admitió haber “torcido la barra” en su ataque al economicismo y el localismo organizativo, no resulta sorprendente que ciertas polémicas de Trotski muestren una gran perspicacia y sean contribuciones teóricas que pueden ser útiles incluso hoy.

Pero sí sería un error, como hacen los consejistas, tratar esta visión fuera de su contexto global, ya que se trataba de una argumentación, en esencia errónea, que ponía de manifiesto la incapacidad de Trotski para comprender lo que se jugaba verdaderamente en este debate.

En cuanto a las intuiciones de Trotski sobre el sustitucionismo en particular, debemos tener presente ante todo que él partía de la idea de que la lucha que llevaba Lenin por la centralización estaba motivada no por un combate por los principios sino por un “afán de poder” maquiavélico por parte de éste, e interpretaba pues todas las acciones y las propuestas de Lenin durante el Congreso como partes de una gran maniobra destinada a garantizarse su dictadura única sobre el partido y, quizás, sobre el conjunto de la clase.

La segunda debilidad de la crítica que hace Trotski al sustitucionismo es que no ve las raíces de éste en la presión general de la ideología burguesa que puede afectar al proletariado lo mismo que a la pequeña burguesía intelectual. Por el contrario se apoya en un análisis sociológico y obrerista según el cual las razones del fracaso deIskra residirían en que estaba compuesta fundamentalmente de intelectuales, y que orientaba la mayor parte de su actividad hacia los intelectuales. Y, en último lugar pero no por ello menos importante, si bien es cierto que el sustitucionismo se convertiría en un peligro real, tanto en la teoría como en la práctica, a causa del aislamiento y declive de la revolución rusa, en cambio, en vísperas de 1905, en pleno auge de la marea de la lucha de clases, no era, ni mucho menos, el peligro principal. El verdadero peligro que fue denunciado en el IIº Congreso, y que iba a ser el obstáculo principal al desarrollo del movimiento revolucionario en Rusia, no era que el partido actuara sustituyendo a las masas obreras; sino la subestimación del papel diferenciado del partido (algo intrínseco a la visión de economicistas y mencheviques), que impedía la formación de un partido capaz de desempeñar su función en los levantamientos sociales y políticos que se avecinaban. En ese sentido, las advertencias de Trotski sobre el sustitucionismo suponen una falsa alarma.

En cierta medida se puede comparar con la fase de la lucha de clases que se abrió en 1968. Durante todo este período, caracterizado por una curva ascendente de la lucha de clases y la debilidad extrema de las minorías revolucionarias, el mayor peligro para el movimiento de la clase obrera no es que las minorías revolucionarias violen, por decirlo de alguna forma, la virginidad de la clase obrera; sino y sobre todo que el proletariado se lance a enfrentamientos masivos contra el Estado burgués, en un contexto en que la organización revolucionaria es demasiado pequeña y está demasiado aislada para poder influir en el curso de los acontecimientos. Por esta razón la CCI ha defendido, desde mediados de los años 80, que el principal peligro no viene del sustitucionismo sino del consejismo; no la exageración del papel y las capacidades del partido sino su subestimación o su negligencia.

El flirteo de Trotski con los mencheviques en 1903, fue un error y condujo a una ruptura entre Lenin y él que duraría hasta los prolegómenos de la revolución de Octubre. Sin embargo, poco iba a durar ese coqueteo. A finales de 1904 Trotski se enfrentó a los mencheviques sobre todo a propósito del análisis de la inminente revolución, pues Trotski jamás pudo aceptar la visión de que la clase obrera debía subordinar su lucha a las necesidades de la burguesía liberal. El carácter fundamentalmente proletario de la respuesta de Trotski se confirmaría durante los acontecimientos de 1905 durante los cuales él desempeñó un papel absolutamente crucial como presidente del Soviet de Petrogrado. Pero aún más importantes, si cabe, son las conclusiones teóricas que sacó de esta experiencia, en particular, la teoría de la revolución permanente y la clarificación del papel histórico de la forma organizativa de los Soviets como organización de la clase.

Trotski se unió a Lenin y al partido bolchevique en 1917 y reconoció, como vimos, que Lenin llevaba razón en 1903 sobre la cuestión de la organización. Sin embargo jamás reexaminó a fondo sobre esta cuestión ni, sobre todo, los errores contenidos en estas dos importantes contribuciones (nos referimos al Informe de la delegación siberiana y a Nuestras tareas políticas) que hemos analizado.

Pero a pesar de la importancia que le dio a estos problemas organizativos continuó subestimándolos a lo largo de toda su vida política posterior, contrariamente a lo que hicieron otras corrientes de oposición al estalinismo, como, por ejemplo, la Izquierda italiana. Con la distancia que da el paso de la historia, el examen de estos desacuerdos puede todavía aleccionarnos mucho no sólo sobre las cuestiones que se discutieron, sino cómo llevar a cabo estas polémicas entre verdaderos representantes del pensamiento marxista, para que se abra paso una clarificación que vaya más allá de las contribuciones individuales de los propios pensadores. Como veremos en el próximo artículo de esta serie, esto también se pudo ver en el debate que sobre cuestiones organizativas mantuvieron Lenin y Rosa Luxemburg.

El nacimiento del bolchevismo (III): la polémica entre Lenin y Rosa Luxemburgo

En el precedente artículo de esta serie, vimos cómo el futuro bolchevique Trotski no había entendido el significado del nacimiento del bolchevismo y salió en defensa de los mencheviques en contra de Lenin. Examinaremos en este artículo cómo otra gran figura del ala izquierda de la socialdemocracia, Rosa Luxemburg –la que luego afirmaría en 1918 que “el porvenir pertenece al bolchevismo”– también puso su gran talento polémico al servicio de los mencheviques en contra del pretendido “ultracentralismo” de Lenin.

La respuesta de Rosa Luxemburg al libro de Lenin Un paso hacia delante, dos pasos atrás fue publicada en Neue Zeit (y en la nueva Iskra) con el título “Cuestiones de organización en la socialdemocracia rusa”. Esta obra se publicará más tarde con el título Centralismo y democracia y ha sido una referencia (seleccionando a menudo las citas) para consejistas, anarquistas, socialdemócratas de izquierda y demás “anti-leninistas” durante decenios. Por fuertes que sean sus críticas, Rosa Luxemburg no tenía la menor intención de situar a Lenin fuera del marxismo o del movimiento obrero: hizo sus críticas animada por un espíritu de polémica vigorosa pero fraterna. El artículo no contiene el menor ataque personal contrariamente a los textos de Trotski del mismo período.

Además, Rosa Luxemburg empieza su artículo apoyando la contribución de Iskra antes del Congreso, en particular su defensa coherente de la necesidad de sobrepasar la fase de los círculos:

“La tarea en la que tropieza la socialdemocracia rusa desde hace varios años es la transición del tipo de organización de la fase preparatoria durante la cual la propaganda era la forma principal de actividad, manteniéndose los grupos locales y los pequeños círculos sin vínculos entre sí, a la unidad de una organización más amplia, tal como lo exige una acción política concertada en todo el Estado. Y al haber sido la autonomía total y el aislamiento los rasgos más acusados de la forma de organización ahora ya superada, era lógico que la consigna de la nueva tendencia que proponía una amplia unión fuese la del centralismo. La idea del centralismo ha sido el tema dominante de la brillante campaña llevada a cabo por lskra que desembocó en el congreso de agosto de 1903, el cual, aunque constara como Segundo congreso del partido socialdemócrata, ha sido, en realidad, su asamblea constituyente. La joven élite de la socialdemocracia en Rusia hizo suya esa misma idea”.

Sin embargo Luxemburg no duda, cuando se trató de tomar partido, en hacerlo a favor de los mencheviques en la controversia que surge en el Segundo congreso. Y así, el resto del texto es una crítica del “ala ultracentralista del partido” dirigida por Lenin. Varios factores se pueden invocar para explicar esto: existían ciertamente diferencias tanto de planteamiento como teóricas entre Luxemburg y Lenin, en particular sobre la cuestión central de la conciencia de clase, tema que trataremos más lejos. Luxemburg ya se había confrontado a Lenin sobre la cuestión nacional, lo que quizás la predispuso a cuestionar el método de éste, considerando aquélla que el pensamiento de Lenin era a menudo rígido y escolástico. Además, como lo demuestra su texto, empezaba ya en aquel entonces a examinar la cuestión de la huelga de masas y de la espontaneidad de la clase obrera. Las insistencias de Lenin sobre los límites de esta espontaneidad debían aparecerle como

totalmente contraproducentes cuando ella estaba combatiendo duramente en el partido alemán para defender la acción espontánea de las masas en contra del enfoque burocrático y rígido del ala derecha de la socialdemocracia y de los dirigentes sindicales que temían más el levantamiento incontrolado de las masas que el propio capitalismo. Como veremos, ciertas polémicas de Luxemburg tienen tendencia a proyectar la experiencia del partido alemán en la situación en Rusia, lo que la condujo sin duda a interpretar mal el significado real de las divergencias en el Partido obrero socialdemócrata ruso (POSDR).

Para terminar, también se ha de tomar en cuenta cierta forma de conservadurismo con respecto a la autoridad. Ya lo pudimos observar en las reacciones de Trotski con la escisión. En efecto, los mencheviques llevaron muy rápidamente a cabo una campaña personalizada en contra de Lenin para ganar a su causa al partido alemán:“La cuestión es de saber cómo triunfar sobre Lenin... Ante todo, hemos de movilizar contra él a autoridades como Kautsky y Rosa Luxemburg” (citado por P. Nettl). Y no cabe la menor duda de que Kautsky y demás “jefes” alemanes tenían tendencia a pensar que Lenin no era sino un ambicioso advenedizo. Cuando Liadov viajó a Alemania para explicar la situación de los bolcheviques, Kautsky le dijo:

“No conocemos a vuestro Lenin. Nos es desconocido, pero conocemos muy bien a Plejánov y a Axelrod. Ellos son los que nos han permitido conocer un poco lo que ocurre en Rusia. Sencillamente, no podemos aceptar vuestra declaración que afirma que Plejánov y Axelrod se habrían transformado de repente en oportunistas” (Ibid).

En aquel entonces, Luxemburg había orientado principalmente su polémica en el partido alemán contra el ala abiertamente revisionista de Bernstein; a pesar de que quizás tuviese dudas en cuanto a la dirección “ortodoxa”, seguía confiando en ella para luchar contre la derecha; quizás todo eso influyó en ella sobre la escisión en Rusia, y su visión se basaba más en una falsa “confianza” en la vieja guardia del POSDR que en un verdadero análisis político. Será más tarde cuando comprenderá la deriva de la dirección alemana hacia el oportunismo, nada menos que sobre la cuestión de la huelga de masas y de la espontaneidad de la clase.

Sea como sea, Luxemburg al igual que Trotski, echó mano de las fórmulas de Lenin en Un paso adelante, dos pasos atrás sobre el jacobinismo (el revolucionario socialdemócrata, escribía Lenin, es “el jacobino indisolublemente vinculado a la organización del proletariado consciente de sus intereses de clase “) para argumentar que su “ultracentralismo” era una regresión hacia un método superado de la actividad revolucionaria, heredado de una fase todavía inmadura del movimiento obrero:

“Establecer el centralismo basado en esos dos principios: la subordinación ciega de todas las organizaciones hasta el menor detalle respecto al centro, el único que piensa, trabaja y decide por todos, y la separación rigurosa del núcleo organizado respecto al entorno revolucionario, tal como lo entiende Lenin — nos parece trasponer mecánicamente los principios de organización blanquistas y sus círculos de conjurados, al movimiento socialista de las masas obreras”.

Como Trotski, ella también rechaza el llamamiento de Lenin a la disciplina proletaria de fábrica, para atajar el anarquismo de “gran señor” de los intelectuales:

“La disciplina en la que piensa Lenin le ha sido inculcada al proletariado no solo por la fábrica, sino también por el cuartel y por la burocracia actual, o sea por todo el mecanismo del Estado burgués centralizado.”

Luxemburg se opone a la visión de Lenin sobre las relaciones entre el partido y la clase en el pasaje siguiente, sobre cuyo significado volveremos más adelante:

“En verdad, la socialdemocracia no es que esté vinculada a la organización de la clase obrera, sino que es el propio movimiento de la clase obrera. El centralismo de la socialdemocracia debe pues ser de una naturaleza esencialmente diferente a la del centralismo blanquista. No podrá ser otra cosa sino la concentración imperiosa de la voluntad de la vanguardia consciente y militante de la clase obrera respecto a sus grupos e individuos. Es, por decirlo así, un “autocentralismo” de la capa dirigente del proletariado, es el reino de la mayoría dentro de su propio partido “.

El combate contra el oportunismo

Rosa Luxemburg expresa también su desacuerdo con la explicación de Lenin sobre el oportunismo y los métodos que él propone que se apliquen en contra. Dice ella que él da demasiada importancia a los intelectuales como origen principal de las tendencias oportunistas en la socialdemocracia y, por lo tanto, plantea la cuestión fuera del contexto histórico. Luxemburg está de acuerdo con que el oportunismo puede ser fuerte entre los intelectuales de los partidos occidentales, pero lo ve como algo inseparable de las influencias del parlamentarismo y la lucha por reformas y, más en general, por la condiciones históricas en las que trabaja la socialdemocracia en occidente. Apunta ella también que el oportunismo no está necesariamente vinculado a las formas, centralizadas o descentralizadas, de organización, porque lo que lo define es precisamente la ausencia de principios. Rosa Luxemburg va incluso más lejos, subrayando que en las primeras fases de su existencia, ante las condiciones de atraso político y económico, la tendencia oportunista en el partido alemán, el ala lassalliana estaba a favor de un ultracentralismo contrario a la tendencia marxista de Eisenach, lo cual venía a significar que en la atrasada Rusia, el oportunismo debía sin duda identificarse con ese mismo afán ultracentralista.

Como un eco a una intervención de Trotski durante el IIº congreso, Luxemburg defiende que aunque las reglas y los estatutos precisos son imprescindibles, no por ello son una garantía contra el desarrollo del oportunismo, el cual es producto de las condiciones mismas en las que se desarrolla la lucha de clases: la tensión entre la necesidad de luchar día a día para defenderse y los fines históricos del movimiento. Tras haber planteado así el problema en un contexto histórico más amplio, Luxemburg se burla sin contemplaciones de la idea de Lenin de que “unos rigurosos párrafos puestos en el papel” podrían, en la batalla contra el oportunismo, sustituir la ausencia de una mayoría revolucionaria en el partido. En última instancia, nada, ni unos órganos centrales estrictos, ni la mejor constitución (estatutos) del partido, podrá sustituir la creatividad de las masas cuando se trata de mantener un curso revolucionario contra los embates del oportunismo. De ahí la tantas veces citada conclusión de su artículo:

“…digámoslo sin rodeos: los errores cometidos por un movimiento obrero verdaderamente revolucionario son históricamente mucho más fecundos y valiosos que la infalibilidad del mejor ‘comité central’.”

La respuesta de Lenin a Luxemburg

Lenin contestó a Luxemburg en el artículo “Un paso adelante, dos pasos atrás, respuesta de N. Lenin a Rosa Luxemburg”, escrito en septiembre de 1904 y propuesto al Neue Zeit. Kautsky, sin embargo, se negó a publicarlo. Hasta 1930 no se publicaría. Lenin saluda en él la intervención de los camaradas alemanes en el debate, pero lamenta que el artículo de Luxemburg “no dé a conocer mi libro al lector y hable en realidad de otra cosa” . Al considerar que Rosa Luxemburg se enzarzó en una polémica totalmente fuera de lugar, Lenin no discute sobre los temas generales que aquélla plantea, sino que se limita a recordar los hechos principales que ocasionaron la escisión. Tranquilamente le agradece a Rosa que “haya explicado la idea profunda de que la sumisión servil es dañina para el partido”, subrayando que él no defiende una forma particular de centralismo, sino, sencillamente, “los principios elementales de cualquier sistema de partido concebible”, pues lo que en el congreso del POSDR se planteó no fue la sumisión servil a un órgano central, sino la dominación de una minoría, de un círculo en el seno de partido sobre lo que debería haber sido un congreso soberano. También afirma que su analogía con el jacobinismo es perfectamente válida y que, de todas maneras, ya había sido empleada a menudo por Iskra y Axelrod en particular. Comparar las divisiones en el partido proletario y las que hubo entre la derecha y la izquierda en la revolución francesa, insistía Lenin, no significa que se establezca una identidad entre la socialdemocracia y el jacobinismo. Lenin rechaza también la acusación de que su modelo de partido se basara en la fábrica capitalista:

“La camarada Luxemburg declara que yo ensalzo la influencia educadora de la fábrica. No es así. Son mis adversarios quienes dicen que yo describo el partido como si fuera una fábrica. Los he ridiculizado mostrando con sus propias palabras que mezclaban dos aspectos diferentes de la disciplina de fábrica, y esto, lamentablemente, le ocurre también a la camarada Luxemburg”.

En realidad, el que Trotski y Luxemburg se escandalizaran por la expresión “disciplina de fábrica” ocultó un importante elemento de verdad en el uso que Lenin hizo de esa expresión. Para Lenin, lo positivo de lo que el proletariado aprende a través de la “disciplina” de la producción en la fábrica, es precisamente la superioridad de lo colectivo sobre lo individual, la necesidad, de hecho, de la asociación de los obreros, la imposibilidad para los obreros de defenderse como individuos cada uno por su lado. Ese es el aspecto de la “la disciplina de fábrica” que debe reflejarse no solo en las organizaciones generales de la clase obrera sino también en sus organizaciones políticas, gracias al triunfo del espíritu de partido sobre el de círculo y el anarquismo de “gran señor” de los intelectuales.

Esto nos lleva a la tesis central de Lenin: la crítica al oportunismo por parte de Rosa es demasiado abstracta y general. Tiene mucha razón cuando explica las raíces del oportunismo en las condiciones históricas de la lucha de clases; pero el oportunismo adopta muchas formas y las formas propiamente rusas que aparecieron en el congreso eran las de la revuelta anarquista contra la centralización, un retorno de una parte de la antigua Iskra a unas ideas con las que el Congreso quería, precisamente, acabar. En primer lugar, acabar con la expresión propiamente rusa, o sea el economicismo, de las posiciones del estilo Bernstein como “el movimiento lo es todo, el objetivo final no es nada”. Es de notar que Rosa no dijo nada sobre estos temas, y por eso Lenin dedica la segunda parte de su artículo a dar concisa cuenta de cómo se produjo en el Congreso esa vuelta atrás.

Lenin da un escobazo a las “declamaciones grandilocuentes” de Luxemburg sobre la imposibilidad de combatir el oportunismo con reglas y reglamentos “por sí solos”; los

estatutos no pueden tener una existencia autónoma; son, sin embargo, un arma indispensable para luchar contra las expresiones concretas del oportunismo. “Nunca, en ningún sitio, he afirmado una absurdez como que las reglas del partido serían armas ‘por sí solas’”. Lo que sí afirma Lenin es, en cambio, la defensa consciente de las reglas organizativas del partido y la necesidad de codificarlas en unos estatutos sin ambigüedad. Los llamamientos abstractos a la lucha creativa de las masas para superar el peligro oportunista no pueden sustituir esa tarea específica que es propia de los revolucionarios.

La conciencia de clase y el partido

Como ya hemos dicho, Lenin prefirió no entrar en otros temas más profundos planteados por Rosa en su texto: sus errores sobre la conciencia de clase y la identificación que hace ella entre partido y clase. Aunque brevemente, es necesario hablar aquí de esto.

En los argumentos de Luxemburg, las cuestiones de la conciencia de clase, del centralismo y de las relaciones entre el partido y la clase están inextricablemente relacionadas.

“Es evidente que la ausencia de las condiciones más imprescindibles para la realización completa del centralismo en le movimiento ruso podrían ser un gran obstáculo. Nos parece, sin embargo, que sería un error grosero creer que el poder absoluto de un comité central, que actuaría en cierto modo por “delegación” tácita, podría “provisionalmente” sustituir la dominación en el partido, todavía irrealizable, de la mayoría de los obreros conscientes, sustituir el control público que las masas obreras deben ejercer sobre los órganos del partido por el control inverso por parte de un comité central sobre la actividad del proletariado revolucionario. La historia misma del movimiento obrero en Rusia nos ofrece cantidad de pruebas del valor problemático de un centralismo así. Un centro todopoderoso, investido con un derecho sin límites de control y de ingerencia según el ideal de Lenin, acabaría en lo absurdo si sus competencias quedaran reducidas a las funciones puramente técnicas como la administración de la caja, el reparto del trabajo entre propagandistas y agitadores, el transporte clandestino de lo impreso, la difusión de la prensa, las circulares, los carteles. No se entendería el objetivo político de una institución con tales poderes si sus fuerzas estuvieran dedicadas a la elaboración de una táctica de combate uniforme y si asumiera la iniciativa de una amplia acción revolucionaria. Pero ¿qué nos enseñan las vicisitudes por las que ha pasado hasta hoy el movimiento socialista en Rusia? Los cambios de táctica más importantes y fecundos no han sido inventos de unos cuantos dirigentes y menos todavía de órganos centrales, sino que han sido cada vez el fruto espontáneo del movimiento en efervescencia.

“Así ocurrió con la primera etapa del movimiento auténticamente proletario en Rusia al que podemos fechar en 1896 con la huelga general espontánea de San Petersburgo que inició toda una era de luchas económicas entabladas por las masas obreras. Lo mismo fue con la segunda fase de la lucha, la de las manifestaciones callejeras, cuya señal fue dada por la agitación espontánea de los estudiantes de San Petersburgo en marzo de 1901. El siguiente gran giro de una táctica que abrió nuevos horizontes lo marcó, en 1903, la huelga general de Rostov del Don: una explosión espontánea una vez más, pues la huelga se transformó “desde sí misma” en manifestaciones políticas con agitación callejera, grandes mítines populares al aire libre y discursos públicos, algo que ni el más entusiasta de los revolucionarios hubiera soñado unos años antes.

“Sea como sea, nuestra causa ha hecho progresos inmensos. La iniciativa y la dirección consciente de las organizaciones socialdemócratas no han tenido en ellos sino un papel

insignificante. Esto no se explica porque esas organizaciones no estuvieran especialmente preparadas para tales acontecimientos (aunque este hecho habrá contado sin duda alguna); menos todavía porque no hubiera aparato central y todopoderoso como lo preconiza Lenin. Al contrario, es de lo más probable que la existencia de tal centro de dirección habría aumentado el desconcierto de los comités locales acentuando el contraste entre el asalto impetuoso de las masas y la postura prudente de la socialdemocracia. Puede afirmarse en realidad que ese mismo fenómeno –el papel insignificante de la iniciativa consciente de los órganos centrales en al elaboración de la táctica- es observable en Alemania también y en todas partes. En sus grandes líneas, la táctica de la lucha de la socialdemocracia no está, en general, “por inventar”, sino que es el resultado de una serie interrumpida de grandes momentos creadores de la lucha de clases, a menudo espontánea, que busca su camino.

“El inconsciente precede el consciente y la lógica del proceso histórico objetivo precede la lógica subjetiva de sus protagonistas. El papel de los órganos directores del partido socialista tiene en gran medida un carácter conservador: como la experiencia lo ha demostrado, cada vez que le movimiento obrero conquista un nuevo espacio, esos órganos lo labran hasta sus límites más extremos, pero también lo transforman en un bastión contra progresos posteriores de mayor envergadura “.

El desarrollo histórico del programa comunista ha pasado muy a menudo por la polémica entre revolucionarios, por unos debates porfiados entre diferentes corrientes en el seno del movimiento. Y así fue sin duda en los debates entre Lenin y Luxemburg.

Si observamos el debate sobre la organización de principios del siglo XX, podemos comprobar esas idas y vueltas de la dialéctica. El largo pasaje citado arriba contiene gran parte del armazón del brillante texto de Rosa Luxemburg Huelga de masas, partido y sindicatos en el que analiza las condiciones de la lucha de clases al iniciarse el nuevo período. Luxemburg, mucho antes que ningún otro revolucionario de entonces, vislumbró que en este período, el proletariado se vería obligado a desarrollar una táctica, unos métodos y unas formas organizativas en el fuego mismo de la lucha de clases; y no podrían preverse de antemano, ni ser organizadas en su menor detalle por la minoría revolucionaria, ni ningún otro organismo preexistente. En 1904, Rosa Luxemburg avanzaba ya hacia esas conclusiones mediante la observación de los movimientos de masas recientes en Rusia; las huelgas y los levantamientos de 1905 le darían definitivamente la razón. Siguiendo el diagnóstico de Luxemburg, el movimiento de 1905 fue una explosión social general durante la cual la clase obrera pasó de la noche a la mañana de una situación en la que dirigía con la “debida humildad” peticiones al Zar a la huelga de masas y la insurrección armada; igualmente, en coherencia con su enfoque, la vanguardia revolucionaria se encontró a menudo a la cola del movimiento. Especialmente cuando el proletariado descubrió espontáneamente la forma de organización idónea para la época de la revolución proletaria –los consejos obreros, los soviets– muchos de quienes pensaban aplicar la teoría de Lenin empezaron exigiendo que esas creaciones no previstas de la espontaneidad obrera o adoptaran el programa bolchevique, o se disolvieran, lo cual llevó al propio Lenin a alzarse contra el formalismo rígido de sus camaradas bolcheviques, defendiendo una cosa y la otra, o sea, los soviets y el partido. ¿Qué otro ejemplo podría darse de la tendencia de la “la dirección revolucionaria” a desempeñar un papel conservador? Recordemos que la controversia llevada a cabo por Luxemburg para convencer a la socialdemocracia alemana de la importancia de la espontaneidad, iba sobre todo dirigida contra el ala derechista del partido, concentrada en la fracción parlamentaria y en la jerarquía sindical, que no podían ni imaginarse siquiera una lucha que no estuviera rígidamente planificada y dirigida por el centro del partido y de

los sindicatos. Casi no es de extrañar que Luxemburg tendiera a considerar el centralismo de Lenin como una variante “rusa” de esa visión burocrática de la guerra de clases.

Y, sin embargo, exactamente como ya lo vimos en la polémica con Trotski, a pesar de la gran perspicacia de Luxemburg, hay dos grandes defectos en el pasaje citado, defectos que confirman que sobre la cuestión de la organización revolucionaria, de su papel y de su posición en los levantamientos masivos del nuevo período, fue Lenin y no Luxemburg quien captó lo esencial.

El primer defecto se relaciona con una frase de ese pasaje citada a menudo: “El inconsciente precede el consciente y la lógica del proceso histórico objetivo precede la lógica subjetiva de sus protagonistas”. Como planteamiento histórico general es, claro está, de lo más justo; como decía Marx, son los hombres quienes hacen la historia, pero en condiciones no escogidas por ellos. Hasta hoy, han vivido a la merced de fuerzas inconscientes de la naturaleza y de la economía que han dominado su voluntad consciente y han hecho que los planes mejor diseñados acaben dando resultados muy diferentes de lo que se esperaba. Por esas mismas razones, la comprensión de la humanidad de su lugar en el mundo sigue sometida al imperio de la ideología – los mitos, evasiones, ilusiones constantemente reproducidas por sus propias divisiones tanto en el plano individual como en el colectivo. En resumen, el inconsciente precede y domina necesariamente el consciente. Pero esa manera de ver ignora una característica fundamental de la actividad consciente del hombre: su capacidad para prever, construir el porvenir, someter las fuerzas inconscientes a su control deliberado. Y con el proletariado y la revolución proletaria, esa característica humana fundamental puede y debe darle la vuelta a la fórmula de Luxemburg sometiendo el conjunto de la vida social a su control consciente. Es cierto que solo bajo el comunismo podrá realizarse plenamente, una vez que el propio proletariado se haya disuelto; es cierto que en sus luchas elementales de defensa, su conciencia también es elemental. Ello no quita, sin embargo, de que tiende a ser cada vez más consciente de sus fines históricos, lo cual implica el desarrollo de una conciencia capaz de prever y dar forma al futuro. Este dominio del consciente sobre el inconsciente sólo en el comunismo podrá florecer plenamente, pero la revolución es ya un paso cualitativo hacia ese dominio. De ahí el papel totalmente indispensable de la organización revolucionaria, pues su tarea específica es analizar las lecciones del pasado y desarrollar la capacidad de prever, como así lo dijeron Marx et Engels en el Manifiesto comunista, “la marcha general del movimiento”, en resumen, mostrar la vía hacia el futuro.

Luxemburg, enmarañada en una argumentación que la llevaba a insistir en el domino del inconsciente, ve el papel de la organización como algo esencialmente conservador: preservar lo adquirido del pasado, actuar como memoria de la clase obrera. Pero por muy vital que sea esta función, su objetivo final no deja de ser “conservador”: la anticipación de la verdadera dirección del movimiento futuro y la influencia activa sobre el proceso que lleva a él. Los ejemplos no faltan en la historia del movimiento revolucionario. Fue esa capacidad lo que permitió a Marx, por ejemplo, vislumbrar en unas cuantas modestas escaramuzas, limitadas y aparentemente anacrónicas, de los tejedores de Silesia en una Alemania semifeudal, la señal de una futura guerra de clases, la primera evidencia tangible de la naturaleza revolucionaria del proletariado. Podemos también citar igualmente la intervención decisiva de Lenin en abril de 1917, el cual, incluso en contra de los elementos conservadores que “dirigían” su propio partido, fue capaz de anunciar y por lo tanto preparar el enfrentamiento revolucionario venidero entre la clase obrera rusa y el gobierno provisional “democrático”. Fue esa tendencia en Luxemburg a reducir la conciencia a un reflejo pasivo de un movimiento objetivo, lo que llevó a la Izquierda comunista de Francia –la cual, por otra parte, no tuvo ningún reparo en tomar el partido de Luxemburg contre

Lenin sobre otras cuestiones cruciales como el imperialismo y la cuestión nacional- a defender que el método de Lenin sobre el problema de la conciencia de clase era más acertado que el de Rosa :

“La tesis de Lenin sobre la “conciencia socialista inyectada en el partido” en oposición a la tesis de Rosa sobre la “espontaneidad” de la toma de conciencia, engendrada durante un movimiento que surge de las luchas económicas y culmina en una lucha socialista revolucionaria es sin duda más precisa. La tesis de la “espontaneidad” con su apariencia democrática, hace aparecer, en su base, una tendencia mecanicista con un riguroso determinismo económico. Está basada en la relación de causa-efecto, como si la conciencia fuera solo un efecto, el resultado de un movimiento inicial, o sea de la lucha económica de los obreros que la haría emerger. En esa visión, la conciencia es básicamente pasiva comparada con las luchas económicas, vistas como factor activo. El concepto de Lenin da a la conciencia socialista y al partido que la concreta su carácter de factor y de principio esencialmente activos. No está separada de la vida y del movimiento, sino que está incluida dentro de éste” (Internationalisme n° 38, “Sobre la naturaleza y la función del partido político del proletariado”).

Los camaradas de la Izquierda comunista de Francia (GCF) evitan aquí criticar las exageraciones polémicas de los argumentos de Lenin –el kautskysmo con el que presenta explícitamente la conciencia socialista como una creación de los intelectuales (la llamada intelligentsia). A pesar de que la mayor parte de ese artículo esté dedicado a rechazar el concepto sustitucionista-militarista del partido, la crítica de los errores de Lenin sobre la conciencia de clase era, para la GCF, algo secundario en ese aspecto. Pues de lo que se trataba era sobre todo de insistir en el papel activo de la conciencia de clase contra toda tendencia a reducirla a un reflejo pasivo de las luchas de resistencia inmediata de los obreros.

Otro error en las ideas expuestas por Rosa Luxemburg sobre la tendencia conservadora por esencia de la dirección del partido es que, al no situar esa tendencia en un contexto histórico, la transforma en una especie de pecado original propio de todas las organizaciones centralizadas (un sentimiento plenamente compartido por los anarquistas). Como hemos dicho antes, Luxemburg argumentó con mucha razón que había que buscar las raíces del oportunismo en las condiciones mismas de la vida del proletariado en la sociedad burguesa. De ello deduce que puesto que todas las organizaciones políticas proletarias deben actuar en esta sociedad, están por lo tanto sometidas a la presión constante de la ideología dominante, hay un peligro “invariable” de conservadurismo, de adaptación oportunista a lo inmediato, de resistencia a enfrentarse a los retos que requiere la evolución del movimiento real. Pero quedarse en eso es algo insuficiente. Para empezar, hay que decir que esos peligros en ningún caso amenazan únicamente a los órganos centrales, pues pueden aparecer perfectamente en las ramas locales (del partido). Así ocurrió en el caso del SPD alemán, que fue, en algunas regiones (Baviera, por ejemplo) de lo más “permeable” a las más variadas expresiones de revisionismo. Además, la amenaza oportunista, aún siendo permanente, es, en unas condiciones históricas, más fuerte que en otras. En el caso de la Internacional Comunista, fue sin lugar a dudas, el aislamiento del régimen proletario en Rusia lo que reforzó esa amenaza hasta el punto de condenar irreversiblemente a esos partidos a la degeneración y la traición. Y en el período en que Luxemburg elabora su polémica contra Lenin, el creciente conservadurismo de los partidos socialdemócratas era precisamente el reflejo de condiciones históricas precisas: el paso del capitalismo de su período ascendente a su fase de decadencia que, aún no estando totalmente rematada, revelaba ya la inadaptación de las antiguas formas de las organizaciones de la clase, a la vez las generales (los sindicatos) y las políticas (el partido

“de masas”). En esas circunstancias, toda crítica seria a las tendencias conservadoras de la socialdemocracia tenía que estar acompañada de un nuevo concepto del partido. Lo irónico del caso es que el análisis de Luxemburg de las nuevas formas y métodos de la lucha de clases estaba preparando el terreno para el nuevo concepto, como ya señalábamos en el primer artículo de esta serie. Esto es particularmente cierto en el folleto sobre La Huelga de masas, en el que Rosa subraya el papel de dirección política que el partido debe desempeñar en el movimiento de masas. De hecho, la hostilidad total que provocó ese texto en el centro “ortodoxo” del partido, ya es por sí sola la prueba de que las antiguas formas socialdemócratas estaban relacionadas con métodos de lucha que se habían vuelto inadaptados para la época nueva. Fue, sin embargo, Lenin quien puso la pieza que faltaba en el puzzle al insistir en la necesidad de un “partido revolucionario de nuevo tipo”. Este salto teórico de Lenin no quedó plenamente elaborado y bien sabemos que los antiguos conceptos socialdemócratas siguieron contaminando el movimiento obrero mucho más tarde, en la “época de guerras y de revoluciones”. Lo cual no quita que la brillante intuición de Lenin surgió de las entrañas mismas de la realidad nueva: los antiguos partidos de masas ya no podían, por definición, ejercer la función de orientación política de la lucha revolucionaria de la clase obrera, como tampoco los sindicatos podían proporcionarle un marco organizativo global.

El partido no es la clase

En varias ocasiones, la polémica de Luxemburg contra Lenin vuelve borrosa la distinción entre la dirección del partido, el partido en su conjunto, y la clase. En particular, el argumento de que son las masas mismas (o las “masas” dentro del partido) las que deben llevar a cabo la lucha contra el conservadurismo y el oportunismo es una generalización que elude el papel indispensable que en esa lucha debe desempeñar la vanguardia política organizada. En la raíz de tal argumento está la falsa equivalencia entre partido y clase, evocada ya antes:

“En verdad, la socialdemocracia no es que esté vinculada a la organización de la clase obrera, sino que, en realidad, es el movimiento propio de la clase obrera”.

Es cierto que la socialdemocracia, la fracción, el grupo o el partido político del proletariado, no están fuera del movimiento de la clase, es un producto orgánico del proletariado. Pero es un producto particular y único; toda tendencia a identificarlo con “el movimiento en general” es perjudicial tanto para la minoría política como para el movimiento como un todo. En ciertas circunstancias, la identificación errónea entre partido y clase puede servir para justificar las teorías y la práctica substitucionistas: fue una tendencia muy acentuada en la fase de declive de la Revolución en Rusia, cuando algunos bolcheviques se pusieron a teorizar la idea de que la clase debía someterse incondicionalmente a las directivas del partido (del partido-Estado, en realidad) porque el partido no podía ser otra cosa sino el representante de los intereses del proletariado en toda circunstancia y condición. Pero en la polémica de Luxemburg contra Lenin, vemos el error simétrico, la vida y las tareas particulares de la organización política están anegadas en el movimiento de masas- a lo que precisamente Lenin se oponía en su lucha contra el economicismo y el menchevismo. En realidad, la oposición de Luxemburg a “la separación rigurosa entre el núcleo organizado y el ámbito revolucionario como así lo entiende Lenin”, la insistencia de aquélla en que “no puede haber compartimentos estancos entre el núcleo proletario consciente, sólidamente encuadrado en el partido, y las capas del proletariado del entorno, que ya han sido atraídas a la lucha de clases” eso, en las circunstancias del momento, no hacía más que apuntalar los argumentos de Martov que decía que sería todo perfecto si “cada huelguista se declaraba socialdemócrata”. Como ya vimos en el artículo precedente, el

peligro mayor al que se enfrentaban los revolucionarios de entonces no era, como creía Trotski, el substitucionismo, sino su hermano gemelo anarquista, “democratista” y economicista.

Y así Rosa Luxemburg –que había sido acusada repetidas veces de “autoritarismo” en el SPD y en la socialdemocracia polaca precisamente por su defensa de la centralización– se dejaba, en ese momento particular de la historia, influir por el contragolpe “democrático”, en contra de la defensa rigurosa por parte de Lenin de la centralización organizativa. Rosa, que había estado en el centro de la lucha contra el oportunismo dentro de su propio partido, se iba a equivocar al identificar mal el origen del peligro oportunista en el partido ruso. La historia no iba a hacerse esperar largo tiempo –menos de un año en realidad- para demostrar que Lenin tenía razón al ver a los mencheviques como la cristalización del oportunismo en el POSDR y el bolchevismo como la expresión de la “tendencia revolucionaria” en el partido.