El libro de recetas de cocina de Sigmund Freud.doc

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El libro de recetas de cocina de Sigmund Freud habría sido su máximo legado si no se hubiera distraído con pacientes, ansiedades y artículos profesionales. Como él mismo dice: «Mucho se ha escrito sobre lo que dijimos; sin embargo, ni una palabra sobre lo que comimos». En La cocina del inconsciente,[1] el «padre del psicoanálisis» hace revelaciones íntimas sobre sus preferencias y particularidades gastronómicas —de él y de sus amigos—. Aquéllos que sólo conocen el erotismo oral en teoría, ahora podrán hacerlo, como lo hizo el doctor Freud, en la intimidad de la cocina, con esta primera entrega de una selección de sus secretos de cocina. ¡Alegría! ¡Placer! ¡Deleite! Qué atractivas continúan siendo estas palabras para la humanidad. Es de conocimiento público que antes de comenzar el siglo [xx], cuando apenas había cumplido 40 años, ya había abandonado el placer sexual. Sin embargo, el destino quiso que mi muerte se pospusiera por lo menos otros 40 años. Entonces, ¿de dónde podía obtener placer? […] Sí, el principio de la vida es Eros, pero, ¿no podría ser que la organización primaria de lo erótico sea y permanezca oral por la última comida? Mis últimos años me han convencido de que éste es el caso. Las teorías que formulen mis discípulos deberán prestar más atención al erotismo oral. Y esto no se está haciendo. Mis teorías, basadas en descubrimientos realizados entre las décadas del 80 y 90 del último siglo [xix], se han convertido en recetas inconscientes. No podemos ignorar el hecho de que nuestros primeros casos hayan sido señoras rellenitas y bien alimentadas, y caballeros que comían tres o cuatro comidas abundantes por día. En Viena todos comíamos bien. Por supuesto que existía la represión sexual, pero por cierto que no la oral […]. Lástima que todo esto fue olvidado por la siguiente generación. Tantos [estadounidenses], tantos médicos que nunca han comido fuera de sus miserables cafeterías de hospital. [...] Sabía que si el psicoanálisis caía en manos de la profesión médica, el arte culinario no tardaría en

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El libro de recetas de cocina de Sigmund Freud habría sido su máximo legado si no se hubiera distraído con pacientes, ansiedades y artículos profesionales. Como él mismo dice: «Mucho se ha escrito sobre lo que dijimos; sin embargo, ni una palabra sobre lo que comimos».

En La cocina del inconsciente,[1] el «padre del psicoanálisis» hace revelaciones íntimas sobre sus preferencias y particularidades gastronómicas —de él y de sus amigos—. Aquéllos que sólo conocen el erotismo oral en teoría, ahora podrán hacerlo, como lo hizo el doctor Freud, en la intimidad de la cocina, con esta primera entrega de una selección de sus secretos de cocina.

¡Alegría! ¡Placer! ¡Deleite! Qué atractivas continúan siendo estas palabras para la humanidad. Es de conocimiento público que antes de comenzar el siglo [xx], cuando apenas había cumplido 40 años, ya había abandonado el placer sexual. Sin embargo, el destino quiso que mi muerte se pospusiera por lo menos otros 40 años. Entonces, ¿de dónde podía obtener placer? […] Sí, el principio de la vida es Eros, pero, ¿no podría ser que la organización primaria de lo erótico sea y permanezca oral por la última comida? Mis últimos años me han convencido de que éste es el caso. Las teorías que formulen mis discípulos deberán prestar más atención al erotismo oral. Y esto no se está haciendo. Mis teorías, basadas en descubrimientos realizados entre las décadas del 80 y 90 del último siglo [xix], se han convertido en recetas inconscientes. No podemos ignorar el hecho de que nuestros primeros casos hayan sido señoras rellenitas y bien alimentadas, y caballeros que comían tres o cuatro comidas abundantes por día. En Viena todos comíamos bien. Por supuesto que existía la represión sexual, pero por cierto que no la oral […].

Lástima que todo esto fue olvidado por la siguiente generación. Tantos [estadounidenses], tantos médicos que nunca han comido fuera de sus miserables cafeterías de hospital. [...] Sabía que si el psicoanálisis caía en manos de la profesión médica, el arte culinario no tardaría en desaparecer del psicoanálisis y con él, todas sus raíces culturales. Los médicos no comen bien y han sublimado sus frustraciones orales en terribles advertencias contra las comidas sabrosas ahora llamadas «grasosas», contra el placer de la sal y el deleite del azúcar, contra las carnes rojas y la crema dulce, contra las salsas, la esencia en sí del arte culinario. ¡Incluso contra los dulces! En cambio, debemos comer como las vacas y los caballos: vegetales crudos, cereales y comidas balanceadas.

 

Tótem y tapioca

El odio de los niños por los alimentos resbaladizos no tiene límites. La nata en la cocoa caliente, la avena con leche sobrecocida, ver a uno de los padres tragándose una ostra, la baba de las hojas de col o ruibarbo demasiado hervidas, todo eso puede provocar un intenso odio y repulsión. De esto se puede derivar el odio por las criaturas escurridizas en la Biblia, por el sapo y la rana en los cuentos de hadas y, más tarde, por las perversiones del impulso sexual. A esta clase de objetos odiados pertenece la inocua tapioca, de modo que cuando se la sirve junto con la orden paterna: «¡Come lo que tienes en el plato!», aparece una fuerte ansia parricida junto con el budín.

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A partir de esta experiencia, vivida en mi propia mesa con mis hijos, y relatada en el consultorio por pacientes de familiares que comen tapioca, ideé, en 1911 y 1912, mi teoría totémica de la cultura prehistórica y creencias primitivas: «El anciano de la horda» es asesinado por sus hijos que luego se lo comen, por lo general en estofado con tapioca —las pellas2 redondas provienen originalmente del almidón de la planta de mandioca de los trópicos primitivos, regiones conocidas como el ambiente natural de los caníbales—. Los hijos conmemoran luego al padre del clan como el animal tótem de la tribu y se venera, por un sentimiento de culpa, en celebraciones rituales. Todos esos banquetes: pollo a la King, puré de papa, o mitades segmentadas de pomelo, todos platillos que se caracterizan por el desmembramiento y que representan el canibalismo primordial en forma simbólica. ¡Sabía lo que trataban de decir! La relevancia que tiene en la práctica cristiana el comer la hostia es demasiado evidente como para hablar de ella.

….

Desnutrición: ése es el problema. Cada día se están perpetrando neurosis traumáticas sobre las víctimas de la civilización en el comedor, en el restaurante y en el hogar. Comidas rápidas, salsas, colas y hamburguesas: ésta es la verdadera psicopatología de la vida cotidiana, no los deslices e inadvertencias de la pluma y de la lengua, no los pequeños malentendidos u olvidos, sino la mala comida.

[…]

La comida se ha vuelto peligrosa. Nos defendemos de ella en todas las formas posibles, en particular con dietas que son simplemente prohibiciones y, por lo tanto, sufrimos síntomas de todo tipo que el psicoanálisis sigue insistiendo en relacionar con orígenes sexuales.

La evidencia que nos rodea nos demuestra que el psicoanálisis va por mal camino; es decir, ha persistido —por demasiado tiempo— en caminos que una vez fueron nuevos y que yo he descartado hace muchos años. Un anfitrión de nuevos órdenes histéricos, síntomas y ansiedades nos recibe con cada vuelta: bulimia, obesidad, alergias a las comidas, anorexia nerviosa, nuevas dietas, adicciones a las vitaminas y minerales —¡imagínense deseando algas marinas y dolomita!—, fobias a las comidas, paranoias carcinógenas, para no hablar de la nostalgia de las comidas saludables: el arroz de la India, bayas y harina de huesos de la horda primitiva, nuestros ancestros.

Sin embargo, debo preguntarme por qué sólo ahora me llama la atención el origen oral de la neurosis. ¿Cómo puedo explicar un error tan prolongado? No necesitamos incursionar demasiado para descubrir la respuesta […] a todos los errores, a todas las teorías de la realidad concebidas en forma inadecuada, la tenemos desde el comienzo: el principio del placer.

[…] Este escrito es una contribución al principio del placer de la vida cotidiana. Parece que fue hace un siglo cuando se estudió y analizó la psicopatología de la vida cotidiana. Ya es suficiente. A mi edad, ¿quién quiere oír hablar de problemas? Problemas, he tenido

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suficientes. Pero un buen plato, el menú de mañana, la posibilidad de cumplir un deseo más, tal es la fuente de una larga vida bien vivida.

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“El yo vive una vida de indigestión, una vida sencilla con comida sencilla. Por eso, buena parte del arte culinario está dirigido a apaciguar los ataques de ansiedad y el sentimiento de culpa haciendo a un lado el efecto inhibitorio del superyó. Nada en mi experiencia ayuda, en esta terapia del ayuda del yo, aliviando las restricciones del superyó, más que un antiquísimo pharmakon: licor fuerte fermentado o destilado”. Son palabras de Sigmund Freud, el maestro del psicoanálisis. Y la solución: un “Ponche superyoíco”, un brebaje a base de ron, huevos, leche, azúcar, nata montada y nuez moscada. Como no habréis entendido nada (al igual que yo), procederemos a intentar explicarlo.

Después de su clásica obra “La interpretación de los sueños” de lectura obligada para los estudiantes de psicología, se publica un libro de una temática totalmente opuesta, ya que está relacionado con su desconocida labor de cocinero: “Las recetas del Dr. Sigmund Freud”.

En el mismo, se descubren las conexiones entre la gastronomía y los mecanismos de la mente humana. Por ejemplo, para Freud, una tarta de manzana sería un increíble “edípico” para tener una buena relación con las madres.Veremos recetas que el psicoanalista recopiló a lo largo de su vida, preparaciones de su querida mamá, comidas inspiradas en la escritora Lou Salomé o de su compañero Albert Adler, etc.

Apreciaremos además un ligero toque de humor en el contenido de esta obra. Por ejemplo, en su receta de “Tomates inconscientes” se compara al hombre con esta hortaliza. Para Freud, lo que las mujeres buscan en los hombres es “un tomate fresco y jugoso bien cosechado o, por lo menos, bien conservado”. Y se atreve a recomendar los coladores como retenedores anales, ya que asegura que estos utensilios nos darán un agradable sentimiento de control si estamos preocupados por la cuenta del agua o el remanente que se va por la cañería.

Y también hay “víctimas”. Una de ellas es Carl Jung, su alumno más aventajado y por el que el genio del psicoanálisis no procesaba un gran estima. Denominaba a la “comida basura” como “comida Jung”

En definitiva, una obra “psicoculinaria” con la que nos divertiremos y descubriremos otra faceta del psicoanalista más famoso de todos los tiempos. Por cierto, ¿sabías que la “Ternera neurasténica”, un simple plato de carne de vaca horneada con pimienta y guindilla es un plato recomendado para personas que sufren depresión? Ahora sí lo sabes.