EL INVITADO DE DRÁCULA

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EL INVITADO DE DRCULA

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1914, herederos de Bram Stoker 2007, PasoBorgo (de Elaleph.com S.R.L.) [email protected] http://www.elaleph.com Ttulo original: Draculas guest

BRAM STOKER

EL INVITADO DE DRCULA(DRACULAS GUEST)

C

uando iniciamos nuestro paseo, el sol brillaba intensamente sobre Munich y el aire estaba repleto de la alegra propia de comienzos del verano. En el mismo momento en que bamos a partir, Herr Delbrck (el maitre dhtel del Quatre Saisons, donde me alojaba) baj hasta el carruaje sin detenerse a ponerse el sombrero y, tras desearme un placentero paseo, le dijo al cochero, sin apartar la mano de la manija de la puerta del coche: No olvide estar de regreso antes de la puesta del sol. El cielo parece claro, pero se nota un frescor en el viento del norte que me dice que puede haber una tormenta en cualquier momento. Pero estoy seguro de que no se retrasar sonri, pues ya sabe qu noche es. Johann le contest con un enftico: Ja, mein Herr. Y, llevndose la mano al sombrero, se dio prisa en partir. Cuando hubimos salido de la ciudad le dije, tras indicarle que se detuviera: Dgame, Johann, qu noche es hoy? Se persign al tiempo que contestaba lacnicamente: Walpurgis Nacht.

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Y sac su reloj, un grande y viejo instrumento alemn de plata, tan grande como un nabo, y lo contempl, con las cejas juntas y un pequeo e impaciente encogimiento de hombros. Me di cuenta de que aquella era su forma de protestar respetuosamente contra el innecesario retraso y me volv a recostar en el asiento, hacindole seas de que prosiguiese. Reanud una buena marcha, como si quisiera recuperar el tiempo perdido. De vez en cuando, los caballos parecan alzar sus cabezas y olisquear suspicazmente el aire. En tales ocasiones, yo miraba alrededor, alarmado. El camino era totalmente anodino, pues estbamos atravesando una especie de alta meseta barrida por el viento. Mientras viajbamos, vi un camino que pareca muy poco usado y que, aparentemente, se hunda en un pequeo y serpenteante valle. Pareca tan invitador que, aun arriesgndome a ofenderle, le dije a Johann que se detuviera y, cuando lo hubo hecho, le expliqu que me gustara que bajase por all. Me dio toda clase de excusas, y se persign con frecuencia mientras hablaba. Esto, de alguna forma, excit mi curiosidad, as que le hice varias preguntas. Respondi evasivamente, sin dejar de mirar una y otra vez su reloj como protesta. Al final, le dije: Bueno, Johann, quiero bajar por ese camino. No le dir que venga si no lo desea, pero cunteme por qu no quiere hacerlo, eso es todo lo que le pido. Como respuesta, pareci zambullirse desde el pescante por lo rpidamente que lleg al suelo. Entonces extendi sus manos hacia m en gesto de splica y me implor que no fuera. Mezclaba el suficiente ingls con su alemn como para que yo entendiese el hilo de sus palabras. Pareca estar siempre a punto de decirme algo, cuya

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sola idea era evidente que le aterrorizaba; pero cada vez se echaba atrs y deca mientras se persignaba: Walpurgis Nacht! Trat de argumentar con l pero era difcil discutir con un hombre cuyo idioma no hablaba. Ciertamente, l tena todas las ventajas, pues aunque comenzaba hablando en ingls, un ingls muy burdo y entrecortado, siempre se excitaba y acababa por revertir a su idioma natal... y cada vez que lo haca miraba su reloj. Entonces los caballos se mostraron inquietos y olisquearon el aire. Ante esto, palideci y, mirando a su alrededor de forma asustada, salt de pronto hacia adelante, los aferr por las bridas y los hizo avanzar unos diez metros. Yo le segu y le pregunt por qu haba hecho aquello. Como respuesta, se persign, seal al punto que haba abandonado y apunt con su ltigo hacia el otro camino, indicando una cruz y diciendo, primero en alemn y luego en ingls: Enterrados..., estar enterrados los que matarse ellos mismos. Record la vieja costumbre de enterrar a los suicidas en los cruces de los caminos. Ah! Ya veo, un suicida. Qu interesante! Pero a fe ma que no poda saber por qu estaban asustados los caballos. Mientras hablbamos, escuchamos un sonido que era un cruce entre el aullido de un lobo y el ladrido de un perro. Se oa muy lejos, pero los caballos se mostraron muy inquietos, y le llev bastante tiempo a Johann calmarlos. Estaba muy plido y dijo: Suena como lobo..., pero no hay lobos aqu, ahora.

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No? pregunt inquisitivamente. Hace ya mucho tiempo desde que los lobos estuvieron tan cerca de la ciudad? Mucho, mucho contest. En primavera y verano, pero con la nieve los lobos no mucho lejos. Mientras acariciaba los caballos y trataba de calmarlos, oscuras nubes comenzaron a pasar rpidas por el cielo. El sol desapareci, y una bocanada de aire fro sopl sobre nosotros. No obstante, tan slo fue un soplo, y ms pareca un aviso que una realidad, pues el sol volvi a salir brillante. Johann mir, haciendo visera con su mano, hacia el horizonte y dijo: La tormenta de nieve venir dentro de mucho poco. Luego mir de nuevo su reloj, y, manteniendo firmemente las riendas, pues los caballos seguan manoteando inquietos y agitando sus cabezas, subi al pescante como si hubiera llegado el momento de proseguir nuestro viaje. Me senta un tanto obstinado y no sub inmediatamente al carruaje. Hbleme del lugar al que lleva este camino le dije, y seal hacia abajo. Se persign de nuevo y murmur una plegaria antes de responderme: Es maldito. Qu es lo que es maldito? inquir. El pueblo. Entonces, hay un pueblo? No, no. Nadie vive all desde cientos de aos. Me devoraba la curiosidad: Pero dijo que haba un pueblo. Haba. Y qu pasa ahora?

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Como respuesta, se lanz a desgranar una larga historia en alemn y en ingls, tan mezclados que casi no poda comprender lo que deca, pero a grandes rasgos logr entender que haca muchos cientos de aos haban muerto all personas que haban sido enterradas; y se haban odo ruidos bajo la tierra, y cuando se abrieron las fosas se hallaron a los hombres y mujeres con el aspecto de vivos y las bocas rojas de sangre. Y por eso, buscando salvar sus vidas (ay, y sus almas! y aqu se persign de nuevo), los que quedaron huyeron a otros lugares donde los vivos vivan y los muertos estaban muertos y no... no otra cosa. Evidentemente tena miedo de pronunciar las ltimas palabras. Mientras avanzaba en su narracin, se iba excitando ms y ms, pareca como si su imaginacin se hubiera desbocado, y termin en un verdadero paroxismo de terror: blanco el rostro, sudoroso, tembloroso y mirando a su alrededor, como si esperase que alguna horrible presencia se fuera a manifestar all mismo, en la llanura abierta, bajo la luz del sol. Finalmente, en una agona de desesperacin, grit: Walpurgis Nacht!, e hizo una sea hacia el vehculo, indicndome que subiera. Mi sangre inglesa hirvi ante esto y, echndome hacia atrs, dije: Tiene usted miedo, Johann... tiene usted miedo. Regrese, yo volver solo; un paseo a pie me sentar bien. La puerta del carruaje estaba abierta. Tom del asiento el bastn de roble que siempre llevo en mis excursiones y cerr la puerta. Seal el camino de regreso a Munich y repet: Regrese, Johann... La noche de Walpurgis no tiene nada que ver con los ingleses. Los caballos estaban ahora ms inquietos que nunca y Johann intentaba retenerlos mientras me imploraba excitadamente que no cometiera tal locura. Me daba pena9

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el pobre hombre, pareca sincero; no obstante, no pude evitar el echarme a rer. Ya haba perdido todo rastro de ingls en sus palabras. En su ansiedad, haba olvidado que la nica forma que tena de hacerme comprender era hablar en mi idioma, as que chapurre su alemn nativo. Comenzaba a ser algo tedioso. Tras sealar la direccin, exclam: Regrese!, y me di la vuelta para bajar por el camino lateral, hacia el valle. Con un gesto de desesperacin, Johann volvi sus caballos hacia Munich. Me apoy sobre mi bastn y lo contempl alejarse. March lentamente por un momento; luego, sobre la cima de una colina, apareci un hombre alto y delgado. No poda verlo muy bien a aquella distancia. Cuando, se acerc a los caballos, stos comenzaron a encabritarse y a patear, luego relincharon aterrorizados y echaron a correr locamente. Los contempl perderse de vista y luego busqu al extrao pero me di cuenta de que tambin l haba desaparecido. Me volv con nimo tranquilo hacia el camino lateral que bajaba hacia el profundo valle que tanto haba Preocupado a Johann. Por lo que poda ver, no haba ni la ms mnima razn para esta preocupacin; y dira que camin durante un par de horas sin pensar en el tiempo ni en la distancia, y ciertamente sin ver ni persona ni casa alguna. En lo que a aquel lugar se refera, era una verdadera desolacin. Pero no me di cuenta de esta particularidad hasta que, al dar la vuelta a un recodo del camino, llegu hasta el disperso lindero de un bosque. Entonces me di cuenta de que, inconscientemente, haba quedado impresionado por la desolacin de los lugares por los que acababa de pasar. Me sent para descansar y comenc a mirar a mi alrededor. Me fij en que el aire era mucho ms fro que cuan 10

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do haba iniciado mi camino: pareca rodearme un sonido susurrante, en el que se oa de vez en cuando, muy en lo alto, algo as como un rugido apagado. Mir hacia arriba y pude ver que grandes y densas nubes corran rpidas por el cielo, de norte a sur, a una gran altura. Eran los signos de una tormenta que se aproximaba por algn lejano estrato de aire. Not un poco de fro y, pensando que era por haberme sentado tras la caminata, reinici mi paseo. El terreno que cruzaba ahora era mucho ms pintoresco. No haba ningn punto especial digno de mencin, pero en todo l se notaba cierto encanto y belleza. No pens ms en el tiempo, y fue slo cuando empez a hacerse notar el oscurecimiento del sol que comenc a preocuparme acerca de cmo hallar el camino de vuelta. Haba desaparecido la brillantez del da. El aire era fro, y el vuelo de las nubes all en lo alto mucho ms evidente. Iban acompaadas por una especie de sonido ululante y lejano, por entre el que pareca escucharse a intervalos el misterioso grito que el cochero haba dicho que era de un lobo. Dud un momento, pero me haba prometido ver el pueblo abandonado, as que prosegu, y de pronto llegu a una amplia extensin de terreno llano, cerrado por las colinas que lo rodeaban. Las laderas de stas estaban cubiertas de rboles que descendan hasta la llanura, formando grupos en las suaves pendientes y depresiones visibles aqu y all. Segu con la vista el serpentear del camino y vi que trazaba una curva cerca de uno de los ms densos grupos de rboles y luego se perda tras l. Mientras miraba not un hlito helado en el aire, y comenz a nevar. Pens en los kilmetros y kilmetros de terreno desguarnecido por los que haba pasado, y 11

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me apresur a buscar cobijo en el bosque de enfrente. El cielo se fue volviendo cada vez ms oscuro, y a mi alrededor se vea una brillante alfombra blanca cuyos extremos ms lejanos se perdan en una nebulosa vaguedad. An se poda ver el camino, pero mal, y cuando corra por el llano no quedaban tan marcados sus lmites como cuando segua las hondonadas; y al poco me di cuenta de que deba haberme apartado del mismo, pues dej de notar bajo mis pies la dura superficie y me hund en tierra blanda. Entonces el viento se hizo ms fuerte y sopl con creciente fuerza, hasta que casi me arrastr. El aire se volvi totalmente helado, y comenc a sufrir los efectos del fro a pesar del ejercicio. La nieve caa ahora tan densa y giraba a mi alrededor en tales remolinos que apenas poda mantener abiertos los ojos. De vez en cuando, el cielo era desgarrado por un centelleante relmpago, y a su luz slo poda ver frente a m una gran masa de rboles, principalmente cipreses y tejos completamente cubiertos de nieve. Pronto me hall al amparo de los mismos, y all, en un relativo silencio, pude or el soplar del viento, en lo alto. En aquel momento, la oscuridad de la tormenta se haba fundido con la de la noche. Pero su furia pareca estar abatindose: tan solo regresaba en tremendos resoplidos o estallidos. En aquellos momentos el escalofriante aullido del lobo pareci despertar el eco de muchos sonidos similares a mi alrededor. En ocasiones, a travs de la oscura masa de las nubes, se vea un perdido rayo de luna que iluminaba el terreno y que me dejaba ver que estaba al borde de una densa masa de cipreses y tejos. Como haba dejado de nevar, sal de mi refugio y comenc a investigar ms a fondo los alrededores. Me pareca que entre tantos viejos 12

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cimientos como haba pasado en mi camino, quiz hallase una casa an en pie que, aunque estuviese en ruinas, me diese algo de cobijo. Mientras rodeaba el permetro del bosquecillo, me di cuenta de que una pared baja lo cercaba y, siguindola, hall una abertura. All los cipreses formaban un camino que llevaba hasta la cuadrada masa de algn tipo de edificio. No obstante, en el mismo momento en que la divis, las errantes nubes oscurecieron la luna y atraves el sendero en tinieblas. El viento debi de hacerse ms fro, pues not que me estremeca mientras caminaba; pero tena esperanzas de hallar un refugio, as que prosegu mi camino a ciegas. Me detuve, pues se produjo un repentino silencio. La tormenta haba pasado y, quiz en simpata con el silencio de la naturaleza, mi corazn pareci dejar de latir. Pero eso fue tan slo momentneo, pues repentinamente la luz de la luna se abri paso por entre las nubes, mostrndome que me hallaba en un cementerio, y que el objeto cuadrado situado frente a m era una enorme tumba de mrmol, tan blanca como la nieve que lo cubra todo. Con la luz de la luna lleg un tremendo suspiro de la tormenta, que pareci reanudar su carrera con un largo y grave aullido, como el de muchos perros o lobos. Me senta anonadado, y not que el fro me calaba hondo hasta parecer aferrarme el corazn. Entonces mientras la oleada de luz lunar segua cayendo sobre la tumba de mrmol, la tormenta dio muestras de reiniciarse, como si quisiera volver atrs. Impulsado por alguna especie de fascinacin, me aproxim a la sepultura para ver de quin era, y por qu una construccin as se alzaba solitaria en semejante lugar. La rode y le, sobre la puerta drica, en alemn: 13

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CONDESA DOLINGEN DE GRATZ EN ESTIRIA BUSC Y HALL LA MUERTE 1801 En la parte alta del tmulo, y atravesando aparentemente el mrmol, pues la estructura estaba formada por unos pocos bloques macizos, se vea una gran vigueta o estaca de hierro. Me dirig hacia la parte de atrs y le, esculpida con grandes letras cirlicas: LOS MUERTOS VIAJAN DEPRISA Haba algo tan extrao y fuera de lo usual en todo aquello que me hizo sentir mal y casi desfallec. Por primera vez empec a desear el haber seguido el consejo de Johann. Y en aquel momento me invadi un pensamiento que, en medio de aquellas misteriosas circunstancias, me produjo un terrible estremecimiento: era la noche de Walpurgis! La noche de Walpurgis en la que, segn las creencias de millones de personas, el diablo andaba suelto; en la que se abran las tumbas y los muertos salan a pasear; en la que todas las cosas malficas de la tierra, el mar y el aire celebraban su reunin. Y estaba en el preciso lugar que el cochero haba rehuido. Aqul era el pueblo abandonado haca siglos. All era donde se encontraba la suicida; y en ese lugar me encontraba yo ahora solo..., sin ayuda, temblando de fro en medio de una nevada y con una fuerte tormenta formndose a mi alrededor! Fue necesaria toda mi filosofa, toda la religin que me ha-

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ban enseado, todo mi coraje, para no derrumbarme en un paroxismo de terror. Y entonces un verdadero tornado estall a mi alrededor. El suelo se estremeci como si millares de caballos galopasen sobre l, y esta vez la tormenta llevaba en sus glidas alas no nieve, sino un enorme granizo que cay con tal violencia que pareca haber sido lanzado por lo mticos honderos balericos... Piedras de granizo que aplastaban hojas y ramas y que negaban la proteccin de los cipreses, como si en lugar de rboles hubieran sido espigas de cereal. Al primer momento corr hasta el rbol ms cercano, pero pronto me vi obligado a abandonarlo y buscar el nico punto que pareca ofrecer refugio, la profunda puerta drica de la tumba de mrmol. All, acurrucado contra la enorme puerta de bronce, consegu una cierta proteccin contra la cada del granizo, pues ahora slo me golpeaba al rebotar contra el suelo y los costados de mrmol. Al apoyarme contra la puerta, sta se movi ligeramente y se abri un poco hacia adentro. Incluso el refugio de una tumba era bienvenido en medio de aquella despiadada tempestad, y estaba a punto de entrar en ella cuando se produjo el destello de un relmpago que ilumin toda la extensin del cielo. En aquel instante, lo juro por mi vida, vi, pues mis ojos estaban vueltos hacia la oscuridad del interior, a una bella mujer, de mejillas sonrosadas y rojos labios, aparentemente dormida sobre un fretro. Mientras el trueno estallaba en lo alto fui atrapado como por la mano de un gigante y lanzado hacia la tormenta. Todo aquello fue tan repentino que antes de que me llegara el shock, tanto moral como fsico, me encontr bajo la lluvia de piedras. Al mismo tiempo tuve la extraa y absorbente sensacin de que no es 15 ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE TAIDE YEE FISHER ([email protected])

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taba solo. Mir hacia el tmulo. Y en aquel mismo momento se produjo otro cegador relmpago, que pareci golpear la estaca de hierro que dominaba el monumento y llegar por ella hasta el suelo, resquebrajando, desmenuzando el mrmol como en un estallido de llamas. La mujer muerta se alz en un momento de agona, lamida por las llamas, y su amargo alarido de dolor fue ahogado por el trueno. La ltima cosa que o fue esa horrible mezcla de sonidos, pues de nuevo fui aferrado por la gigantesca mano y arrastrado, mientras el granizo me golpeaba y el aire pareca reverberar con el aullido de los lobos. La ltima cosa que recuerdo fue una vaga y blanca masa movediza, como si las tumbas de mi alrededor hubieran dejado salir los amortajados fantasmas de sus muertos, y stos me estuvieran rodeando en medio de1a oscuridad de la tormenta de granizo. Gradualmente, volvi a m una especie de confuso inicio de conciencia; luego una sensacin de cansancio aniquilador. Durante un momento no record nada; pero poco a poco volvieron mis sentidos. Los pies me dolan espantosamente y no poda moverlos. Parecan estar dormidos. Notaba una sensacin glida en mi nuca y a todo lo largo de mi espina dorsal, y mis orejas, como mis pies, estaban muertas y, sin embargo, me atormentaban; pero sobre mi pecho notaba una sensacin de calor que, en comparacin, resultaba deliciosa. Era como una pesadilla..., una pesadilla fsica, si es que uno puede usar tal expresin, pues un enorme peso sobre mi pecho me impeda respirar normalmente. Ese perodo de semiletargo pareci durar largo rato, Y mientras transcurra deb de dormir o delirar. Luego sent una sensacin de repugnancia, como en los primeros momentos de un mareo, y un imperioso deseo de 16

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librarme de algo, aunque no saba de qu. Me rodeaba un descomunal silencio, como si todo el mundo estuviese dormido o muerto, roto tan slo por el suave jadeo de algn animal cercano. Not un clido lametn en mi cuello, y entonces me lleg la conciencia de la terrible verdad, que me hel hasta los huesos e hizo que se congelara la sangre en mis venas: haba algn animal recostado sobre m y ahora lama mi garganta. No me atrev a agitarme, pues algn instinto de prudencia me obligaba a seguir inmvil, pero la bestia pareci darse cuenta de que se haba producido algn cambio en m, pues levant la cabeza. Por entre mis pestaas vi sobre m los dos grandes ojos llameantes de un gigantesco lobo. Sus aguzados caninos brillaban en la abierta boca roja, y pude notar su acre respiracin sobre mi boca. Durante otro perodo de tiempo lo olvid todo. Luego escuch un gruido, seguido por un aullido, y luego por otro y otro. Despus, aparentemente muy a lo lejos, escuch un hey, hey! como de muchas voces gritando al unsono. Alc cautamente la cabeza y mir en la direccin de la que llegaba el sonido, pero el cementerio bloqueaba mi visin. El lobo segua aullando de una extraa manera, y un resplandor rojizo comenz a moverse por entre los cipreses, como siguiendo el sonido. Cuando las voces se acercaron, el lobo aull ms fuerte y ms rpidamente. Yo tema hacer cualquier sonido o movimiento. El brillo rojo se acerc ms, por encima de la alfombra blanca que se extenda en la oscuridad que me rodeaba. Y de pronto, de detrs de los rboles, surgi al trote una patrulla de jinetes llevando antorchas. El lobo se apart de encima de m y escap por el cementerio. Vi como uno de los jinetes (soldados, segn pareca por sus gorras y sus largas capas militares) alzaba su 17

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carabina y apuntaba. Un compaero golpe su brazo hacia arriba, y escuch cmo la bala zumbaba sobre mi cabeza. Evidentemente me haba tomado por el lobo. Otro divis al animal mientras se alejaba, y se oy un disparo. Luego, al galope, la patrulla avanz, algunos hacia m y otros siguiendo al lobo mientras ste desapareca por entre los nevados cipreses. Mientras se aproximaban, trat de moverme no lo logr, aunque poda ver y or todo lo que suceda a mi alrededor. Dos o tres de los soldados saltaron de su monturas y se arrodillaron a mi lado. Uno de ellos alz mi cabeza y coloc su mano sobre mi corazn. Buenas noticias, camaradas! grit. Su corazn todava late! Entonces vertieron algo de brandy entre mis labios; me dio vigor, y fui capaz de abrir del todo los ojos y mirar a mi alrededor. Por entre los rboles se movan luces y sombras, y o cmo los hombres se llamaban los unos a los otros. Se agruparon, lanzando asustadas exclamaciones, y las luces centellearon cuando los otros entraron amontonados en el cementerio, como posesos. Cuando los primeros llegaron hasta nosotros, los que me rodeaban preguntaron ansiosos: Lo habis hallado? La respuesta fue apresurada: No! No! Vmonos... pronto! ste no es un lugar para quedarse, y menos en esta noche! Qu era? preguntaron en varios tonos de voz. La respuesta lleg variada e indefinida, como si todos los hombres sintiesen un impulso comn por hablar y, sin embargo, se vieran refrenados por algn miedo compartido que les impidiese airear sus pensamientos.

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Era... era... una cosa! tartamude uno, cuyo nimo, obviamente, se haba derrumbado. Era un lobo..., y sin embargo no era un lobo! dijo otro estremecindose. No vale la pena intentar matarlo sin tener una bala bendecida indic un tercero con voz ms tranquila. Nos est bien merecido por salir en esta noche! Desde luego que nos hemos ganado los mil marcos! espet un cuarto. Haba sangre en el mrmol derrumbado dijo otro tras una pausa. Y desde luego no la puso ah el rayo. En cuanto a l... est a salvo? Miradle la garganta. Ved, camaradas, el lobo estaba echado encima de l, dndole calor. El oficial mir mi garganta y replic: Est bien; la piel no ha sido perforada. Qu significar todo esto? Nunca lo habramos hallado de no haber sido por los aullidos del lobo. Qu es lo que ocurri con ese lobo? pregunt el hombre que sujetaba mi cabeza, que pareca ser el menos aterrorizado del grupo, pues sus manos estaban firmes, sin temblar. En su bocamanga se vean los galones de suboficial. Volvi a su cubil contest el hombre cuyo largo rostro estaba plido y que, temblaba visiblemente aterrorizado mientras miraba a su alrededor. Aqu hay bastantes tumbas en las que puede haberse escondido. Vmonos, camaradas, vmonos rpido! Abandonemos este lugar maldito. El oficial me alz hasta sentarme y lanz una voz de mando; luego, entre varios hombres me colocaron sobre un caballo. Salt a la silla tras de m, me sujet con los

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brazos y dio la orden de avanzar, y, dando la espalda a los cipreses, cabalgamos rpidamente en formacin. Mi lengua segua rehusando cumplir con su funcin y me vi obligado a guardar silencio. Deb de quedarme dormido, pues lo siguiente que recuerdo es estar de pie, sostenido por un soldado a cada lado. Ya casi era de da, y hacia el norte se reflejaba una rojiza franja de luz solar, como un sendero de sangre, sobre la nieve. El oficial estaba ordenando a sus hombres que no contaran nada de lo que haban visto, excepto que haban hallado a un extranjero, un ingls, protegido por un gran perro. Un gran perro! Eso no era ningn perro interrumpi el hombre que haba mostrado tanto miedo. S reconocer un lobo cuando lo veo. El joven oficial le respondi con calma: Dije un perro. Perro! reiter irnicamente el otro. Resultaba evidente que su valor estaba ascendiendo con el sol y, sealndome, dijo: Mrele la garganta. Es eso obra de un perro, seor? Instintivamente alc una mano al cuello y, al tocrmelo, grit de dolor. Los hombres se arremolinaron para mirar, algunos bajando de sus sillas, y de nuevo se oy la calmada voz del joven oficial: Un perro, he dicho. Si contamos alguna otra cosa, se reirn de nosotros. Entonces mont tras uno de los soldados y entramos en los suburbios de Munich. All encontramos un carruaje al que me subieron y que me llev al Quatre Saisons; el oficial me acompa en el vehculo, mientras un soldado nos segua llevando su caballo y los dems regresaban al cuartel.

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Cuando llegamos, Herr Delbrck baj tan rpidamente las escaleras para salir a mi encuentro que se hizo evidente que haba estado mirando desde dentro. Me sujet con ambas manos y me llev solcito al interior. El oficial hizo un saludo y se dio la vuelta para alejarse, pero al darme cuenta insist en que me acompaara a mis habitaciones. Mientras tombamos un vaso de vino, le di las gracias efusivamente, a l y a sus camaradas, por haberme salvado. l se limit a responder que se senta muy satisfecho, y que Herr Delbrck ya haba dado los pasos necesarios para gratificar al grupo de rescate; ante esta ambigua explicacin el matre dhtel sonri, mientras el oficial se excusaba, alegando tener que cumplir con sus obligaciones, y se retiraba. Pero, Herr Delbrck interrogu, cmo y por qu me buscaron los soldados? Se encogi de hombros, como no dndole importancia a lo que haba hecho, y replic: Tuve la buena suerte de que el comandante del regimiento en el que serv me autorizara a pedir voluntarios. Pero cmo supo que estaba perdido? le pregunt. El cochero regres con los restos de su carruaje, que result destrozado cuando los caballos se desbocaron. Y por eso envi a un grupo de soldados en mi busca? Oh, no! me respondi. Pero, antes de que llegase el cochero, recib este telegrama del boyardo de que es usted husped y sac del bolsillo un telegrama, que me entreg y le: BISTRITZ Tenga cuidado con mi husped: su seguridad me es preciosa. Si algo le ocurriera, o lo echasen a faltar, no ahorre medios para hallarle y garantizar su seguridad. Es ingls, y por consiguiente aventurero. A menudo 21

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hay peligro con la nieve y los lobos y la noche. No pierda un momento si teme que le haya ocurrido algo. Respaldar su celo con mi fortuna. Drcula. Mientras sostena el telegrama en mi mano, la habitacin pareci girar a mi alrededor y, si el atento matre dhtel no me hubiera sostenido, creo que me hubiera desplomado. Haba algo tan extrao en todo aquello, algo tan fuera de lo corriente e imposible de imaginar, que me pareci ser, en alguna manera, el juguete de enormes fuerzas..., y esta sola idea me paraliz. Ciertamente me hallaba bajo alguna clase de misteriosa proteccin; desde un lejano pas haba llegado, justo a tiempo, un mensaje que me haba arrancado del peligro de la congelacin y de las mandbulas del lobo. FIN

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Desde hace cientos de aos, incluso desde antes de la aparicin oficial de la novela gtica del siglo XVIII, el horror sobrenatural viene desafiando tanto a escritores como a lectores: nada mejor que la literatura fantstica para explorar temas a los que muy pocos se atreven. Esta magnfica seleccin de cuentos de autores argentinos contemporneos, preparada por la investigadora Nomi Pendzik, contiene textos de los catorce escritores que integran el crculo literatio La Abada de Carfax, entre otros Federico Buccino, Luis Cattenazzi, Daniel De Leo, Marcelo di Marco, Matas Orta, Karina Sacerdote y Mara Taltavull. Todos ellos deleitan y estremecen con sus historias contundentes, ricas en imaginacin y estilo. Entretenida, exuberante y no menos perturbadora, esta antologa busca a todos aquellos que se arriesguen a entregarse en manos del terror.