El don de la renuncia

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EL DON DE LA RENUNCIA Juan Felipe Robledo COLECCIÓN POESÍA

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Un aspecto constante en la obra de Juan Felipe Robledo es la contemplación de distintos lugares o sentimientos con la fuerza de la palabra. Algunos de sus poemas plantean reflexiones sobre el oficio de escribir poemas y analizar literatura, mientras que otros evocan algún recuerdo con nostalgia.

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EL DON DE LA RENUNCIA

Juan Felipe Robledo

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La Colección Poesía de la Universidad Javeriana se propone explorar las nue-vas rutas estéticas de la más reciente líri-ca nacional e internacional. Así mismo, quiere divulgar las voces más recono-cidas y promocionar a los nuevos crea-dores del género. El Departamento de Literatura de la Universidad Javeriana y la Editorial de la misma Universidad busca posicionarse en el ámbito nacio-nal con una colección caracterizada por su riguroso cuidado editorial y selec-ción de lo mejor de la actual poesía, al alcance de todos.

OTROS TÍTULOS DE LA COLECCIÓN

Heráclito inasibleJorge Cadavid

Prólogo de Eduardo Jaramillo-Zuluaga

JUAN FELIPE ROBLEDOMedellín, 1968

Estudió Literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá, en donde obtuvo la Maestría en Literatura Latinoame-ricana y es profesor. Bajo su tutela se editaron antologías del Romancero es-pañol y de la obra de San Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora y Rubén Darío. En 1999 ganó el Premio Internacional de Poesía Jai-me Sabines, concedido por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, en México, con su libro De mañana. Dos años después, le fue otor-gado en Colombia el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura por el volumen La música de las horas. En 2002, la revista Golpe de Dados publi-có la recopilación Nos debemos al alba y la Universidad Nacional de Colom-bia incluyó en la Colección “Viernes de poesía”, el cuadernillo Calma después de la tormenta y otros poemas. Ya en 2006, la Universidad Externado de Co-lombia editó Luz en lo alto, en la serie “Un libro por centavos”. Dibujando un mapa en la noche (2008) fue publicado en España por la prestigiosa editorial Igitur, bajo el cuidado de Rosa Lentini y Ricardo Cano Gaviria.

Facultad de Ciencias Sociales

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L os versos de Juan Felipe Roble-do quieren alcanzar esa condi-ción de la música callada de San

Juan de la Cruz, el goce silencioso de un pensamiento. Por ejemplo nos dice: La mo-rosa delectación con que una frase se extiende hasta el infinito. Y sentimos que la poesía queda comprendida entre las artes sensua-les; la caricia del verso en el oído, la certeza mental de que su eficacia es inagotable, en-tran en el censo de los placeres carnales, y el hedonista Juan Felipe, amigo de Anacreon-te y de Teócrito, amigo del teólogo que sabe hallar también a Dios en el demorado de-leite de las cosas del mundo, menciona Esa dichosa manera de estar allí, / como lo está la música o el sabor de una fruta.

William Ospina

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EL DON DE LA RENUNCIA

Juan Felipe Robledo

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EL DON DE LA RENUNCIA

Juan Felipe Robledo

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Reservados todos los derechos© Pontificia Universidad Javeriana© Juan Felipe Robledo

Miembros del comité editorial:Giovanni QuessepRamón Cote BaraibarFederico Díaz-GranadosCristo Rafael Figueroa Sánchez

Primera edición: julio de 2010Bogotá, D.C.isbn: 978-958-716-356-8Número de ejemplares: 300Impreso y hecho en ColombiaPrinted and made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad JaverianaCarrera 7ª núm. 37-25, oficina 13-01Edificio LutaimaTeléfono: 3208320 ext. 4752www.javeriana.edu.co/editorialBogotá, D.C.

Cuidado de texto:Jineth Ardila

Diseño de pauta gráfica:Ignacio Martínez-Villalba

Diagramación:María Victoria Mora

Diseño de carátula:Ignacio Martínez-Villalba

Impresión:Javegraf

Facultad de Ciencias Sociales

ASOCIACIÓN DE UNIVERSIDADESCONFIADAS A LA COMPAÑIA DE JESÚS

EN AMÉRICA LATINA

MIEMBRO DE LA RED DE

EDITORIALES UNIVERSITARIAS

DE AUSJALwww.ausjal.org

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana

© William Ospina

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C ON T E N I D O

UNA FRASE SE ExTIENDE hASTA EL INFINITOPor William Ospina 13

I CORRESPONDENCIAS PARA UN ESCRITOR DE FONDO

Oración 19Calma después de la tormenta 20Arcadia callada 21Vindicta 23Giro 24Nube para un caminante 25Una sombra que canta 26Animal para una fiesta 27Tonada de finales de mayo 28Contra la interpretación 29

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Correspondencias para un escritor de fondo 30Así se puede existir 31Busca esta tarde un bendecido acento 32Inexistente caravana 33

II POR LAS RUTAS DEL DESIERTO AZUL

Pequeño himno 37Si de nuevo se hicieran a la mar 38Por las rutas del desierto azul 39Amado rostro 40De unos jinetes 41Mano tendida 42Silencio que espanta 43Confusa cercanía 44Muchacha para el aire 45

III DEL SUAVE OLVIDO

Del suave olvido 49Un corazón de alcanfor 50Entre duelas 51historia 52Preterición de la dicha 53Analecta 54En tanto (i) 55En tanto (ii) 56Salto vacuo 57Una débil llama 58De un perdulario a medias 59Llanto sin nieve 61Remembranza 62De la salvación por las obras 63Luciente engaño 64

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Matutina 65Zoológico 66Interludio 67Lluvia temprana 68Acertijo 69Deseo 70Destrucción de una capilla 71Resguardo 72

IV EL DON DE LA RENUNCIA

Reflejo 75Como haciendo la siesta 76El don de la renuncia 77Alegría sin motivo 78Ritual 79Las cuatro de la tarde 80Bajo el árbol 81El pulmón atávico del mundo 82

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EL VIENTO RUGIDOR

¿Qué sílaba buscas, Vocalissimus,

En las distancias del sueño?Dila

WALLACE STEVENS

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13U NA F R A S E S E E x T I E N DE h A S TA E L I N F I N I T O

CADA POETA tiene el deber de volver a explorarlo todo desde otro lugar. Las voces de los otros sólo le sirven para encontrar su propio acento. Dibujando un

mapa en la noche de Juan Felipe Robledo nos sugiere la bús-queda particular del poeta. Como el viajero que recorre un país en la noche y percibe vagas aldeas en una luz indecisa, aguas donde algo brilla, vuelos pesados entre las ramas, nubes iluminadas por ciudades que no alcanzan los ojos, su poesía sugiere cosas que no podemos ver plenamente, fronteras que son líneas conjeturales, montañas que adivinamos, lagos y ríos que se perciben apenas por el reflejo de la luna.

Somos exploradores que ven apenas superficies del mundo, y aunque la poesía no alimenta la ilusión de que podemos co-nocerlo, ni nos reprocha nuestra ignorancia, tampoco nos des-anima de la esperanza de saber un poco más, de ver un poco más, y sus palabras buscan menos el conocimiento que la ce-lebración.

Porque la verdad es que aunque no conozcamos, aunque no entendamos, siempre podemos agradecer y celebrar, y en estos

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tiempos de escepticismo y de sordidez, es grato ver que el poeta se anima a poner sobre las cosas una palabra que solían utilizar las religiones, que utilizan a veces los sacerdotes, pero que tiene un profundo sentido poético: la palabra bendición. hace dos siglos Wordsworth se deleitaba arrebatando esa palabra a la prisión de las iglesias para devolverle su delicado paganismo, y empezó su Preludio diciendo: Hay bendiciones en esta suave brisa.

Juan Felipe Robledo sigue sus pasos cuando escribe: Quie-re decir que está solo en mitad de la noche y te bendice. Ante la oscuridad, utiliza como una linterna las palabras para buscar a ese amigo escondido que bien podría ser Dios: Hace que la linterna recorra el rostro atónito de las cosas / Para descubrir en ellas las huellas de tu presencia.

Uno de sus poemas se llama “Nadería”. Y es uno de esos ejercicios sutiles en los que el poeta intenta atrapar, sin animar-se a darle un nombre definitivo, el secreto cotidiano de vivir, la dicha humilde de existir que no ignora su fugacidad y su condena. Sabe que el agua de la ducha también es el río de he-ráclito, resuelto en delicia cotidiana, y declara casi sin melanco-lía: Advertir que la vida se nos va en este suave golpeteo. Después nos habla de El chasquido de la manzana en la boca, y sentimos esas pequeñas fracciones de realidad en las que parecen aliarse la vida y la mitología.

hay en estos versos una vocación whitmaniana. Cuando Robledo nos dice: Ni la biblioteca de Alejandría / o los papiros del viejo Aristarco / serán mejor medicina que la presión de una mano, su poema tiene la entonación y el espíritu de los versos de Hojas de hierba:

Creo que una hoja de hierba no es menos que el ca-mino recorrido por las estrellas, y que la rana es una obra maestra, digna de las más altas, y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo, / y que la menor articulación de mi mano avergüenza a todas las máquinas, / y que la

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vaca que pace con el cuello arqueado supera a todas las es-tatuas, y que un ratón es un milagro suficiente para asom-brar a millones de incrédulos.

Los versos de Juan Felipe quieren alcanzar esa condición de la música callada de San Juan de la Cruz, el goce silencioso de un pensamiento. Por ejemplo nos dice: La morosa delectación con que una frase se extiende hasta el infinito. Y sentimos que la poesía queda comprendida entre las artes sensuales; la cari-cia del verso en el oído, la certeza mental de que su eficacia es inagotable, entran en el censo de los placeres carnales, y el he-donista Juan Felipe, amigo de Anacreonte y de Teócrito, ami-go del teólogo que sabe hallar también a Dios en el demorado deleite de las cosas del mundo, menciona Esa dichosa manera de estar allí, / como lo está la música o el sabor de una fruta.

Me agrada esa poesía que se complace en vivir y que no vaci-la en lanzarnos admoniciones: Nos debemos a felices tardes y luen-gos amaneceres —dice—, porque Largo es el olvido. Y la palabra “Nadería” en el título del poema es una gran ironía, porque lo que quiere decirnos es que esa nadería que es el instante, que son las pequeñas experiencias cotidianas, lo que llamarán nadería voces más solemnes y trascendentales, es el único y verdadero tesoro de la tierra. El mar de la existencia se vive gota a gota, y por el ápice del reloj de arena pasa la eternidad.

“Aprendiz de monje” es el nombre de un poema que para mí está más allá de las palabras; las palabras apenas aluden a él, lo rodean, lo indican. Es en verdad un ejercicio de aprendiz de monje, de alguien que envía y recibe señales, indicaciones y advertencias. Si el médico deduce el mal por la fiebre, advierte el esfuerzo por el sudor, adivina el dolor por el llanto, también el poeta siente que ni la fiebre ni el sudor ni el llanto son el poe-ma, sino indicadores de algo que pasa más allá de ellos, en la carne que duele, en la tensión del esfuerzo, en los silencios de la tristeza y del miedo.

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En algún momento el poeta Robledo menciona el azul espanto, que es un eficaz hermano del azul cobarde de cierto verso de Manuel Machado, y del rojo cruel de un verso de León de Greiff. Pero esta poética no se agota en la sensorialidad, sino que se asombra y piensa, siente y celebra. En otro lugar nos dice que no hay sitio que no conozcan las hormigas, frase que revela a la vez al niño y al filósofo que hay en él, y es una alianza de pensamiento y pasión lo que sentimos en estos ver-sos: Traicionar las palabras, / canjear su peso, su color, / en el sucio mercado de los días / es acto que nos llena de muerte / y ceniza y vago afán.

Juan Felipe Robledo comparte con nosotros su deleite no sólo con el mundo sino con su harto anunciada fugacidad. Una dicha prometida a la nada, esa es la miseria y la grandeza de nuestros días, que vemos en sus poemas sin ningún atenuante sobrenatural. No hay bajo el árbol de caucho plegarias, no hay consuelo, / todo es vida de esplendor para el olvido, dice. Y sin embargo le parece mejor este mundo donde existe la poesía que esos oscuros orígenes de Días en los que nada tenía nombre. Y sabe que el mundo es espléndido y misterioso, y que sin el len-guaje nos resultaría inaccesible. Porque es el lenguaje lo único que nos permite dibujar un mapa en la noche, lo que nos deja percibir lo visible y lo invisible, lo evidente y lo misterioso. Eso que el poeta está advirtiendo cuando nos dice en un verso me-morable: El día pasa con fuegos lejanos y la piedra canta para sí.

WILLIAM OSPINA

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OTROS TÍTULOS DE LA COLECCIÓN

Heráclito inasibleJorge Cadavid

Prólogo de Eduardo Jaramillo-Zuluaga

JUAN FELIPE ROBLEDOMedellín, 1968

Estudió Literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá, en donde obtuvo la Maestría en Literatura Latinoame-ricana y es profesor. Bajo su tutela se editaron antologías del Romancero es-pañol y de la obra de San Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora y Rubén Darío. En 1999 ganó el Premio Internacional de Poesía Jai-me Sabines, concedido por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, en México, con su libro De mañana. Dos años después, le fue otor-gado en Colombia el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura por el volumen La música de las horas. En 2002, la revista Golpe de Dados publi-có la recopilación Nos debemos al alba y la Universidad Nacional de Colom-bia incluyó en la Colección “Viernes de poesía”, el cuadernillo Calma después de la tormenta y otros poemas. Ya en 2006, la Universidad Externado de Co-lombia editó Luz en lo alto, en la serie “Un libro por centavos”. Dibujando un mapa en la noche (2008) fue publicado en España por la prestigiosa editorial Igitur, bajo el cuidado de Rosa Lentini y Ricardo Cano Gaviria.

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Juan de la Cruz, el goce silencioso de un pensamiento. Por ejemplo nos dice: La mo-rosa delectación con que una frase se extiende hasta el infinito. Y sentimos que la poesía queda comprendida entre las artes sensua-les; la caricia del verso en el oído, la certeza mental de que su eficacia es inagotable, en-tran en el censo de los placeres carnales, y el hedonista Juan Felipe, amigo de Anacreon-te y de Teócrito, amigo del teólogo que sabe hallar también a Dios en el demorado de-leite de las cosas del mundo, menciona Esa dichosa manera de estar allí, / como lo está la música o el sabor de una fruta.

William Ospina