El cristo crucificado

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En el camino, los magos volvieron a ver la estrella, que de detuvo en Belén y sobre donde estaba el Niño. Habiendo hallado a Jesús, le ofrecieron presentes de gran precio: incienso, oro y mirra. El incienso es la ofrenda que corresponde a Dios, el oro, la imagen del tributo debido al Rey, y la mirra, la profecía de los sufrimientos del Mesías (Jn. 19:39; Mt. 26:12; Lc. 24:1).

La presencia de estos extraños visitantes debió suscitar en José y María sentimientos encontrados de sorpresa y admiración, y debió serles una señal confirmatoria del elevado destino reservado al Niño y a la obra que Él iba a cumplir a favor de las naciones más alejadas.

Después de esto, Dios advirtió a los magos para que no volvieran a Herodes: este perverso deseaba tener sus indicaciones para dar muerte al recién nacido. Así se dirigieron a su país por otro camino.

Un ángel previno a José, dándole instrucciones de que se dirigiera con María y el Niño a Egipto, a fin de sustraerlo a la acción de Herodes. Este cruel monarca, de quién Josefo nos cuenta que no tuvo reparos en hacer ejecutar a su propia esposa e hijos, y otros parientes allegados, con una paranoica obsesión por mantenerse en el poder, envió a sus soldados a Belén para dar muerte a todos los niños menores de dos años. Así Herodes esperaba frustrar el propósito de los magos, que se habían ido sin revelarle dónde se hallaba el Niño.

Despúes de establecerse en Nazaret, nada se nos dice de la vida de Jesús, excepto el incidente de la visita al Templo donde, a la edad de 12 años, acompañó a Sus padres (Lc. 2:41-51). Este significativo episodio revela la profunda piedad de José y María, que se esforzaban a criar piadosamente al Niño; muestra asi mismo el temprano desarrollo espiritual de Jesús, que se interesaba especialmente en los problemas religiosos de que trataban los rabinos judíos en sus lecciones, hasta el punto de separarse de Sus padres durante tres días.

Todos se asombraban de Su inteligencia, de Sus preguntas, y de Sus respuestas. Este pasaje ilustra asimismo el aspecto humano de la vida de Jesús. “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres (Lc.2:52)”. Ni José ni María divulgaron los hechos asombrosos que acompañaron su nacimiento. Ni los compañeros de Jesús ni los miembros de Su familia lo consideraron como un ser sobrenatural; pero les debió parecer notable por Su vigor intelectual y por Su pureza moral.