El carnaval de los dioses
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EL CARNAVAL DE LOS
DIOSES
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Joan Sebastian Gonzalez
EL CARNAVAL DE LOS
DIOSES
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Y vuelvo atrás, a los sueños,
allá, donde habitan los dioses.
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Índice
Aslëpay…………………....………………………………………………………….… 5
Palabra cruda………………………………………………………………………….... 7
Los siete mandamientos de la plantas…………………………………………………. 13
La cruz y la tierra del indio……………………………………………………………. 17
La música del padre sol…...…………………………………………………………… 27
El jardín de los aucas….…….........……………………………………………………. 49
Las fuentes……………………………………………………………………….…….. 76
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ASLËPAY
Nunca aprendí a hablar kamëntsá. Las mamitas dijeron que no importaba, que solo saber
dar gracias era más que suficiente. Aslëpay, Dios les pague. Esta monografía está
dedicada a todos los que alimentaron este sueño, a todo el pueblo kamëntsá, a los niños y
abuelos, a todos los taitas y mamitas que todavía consienten la tierra. A la familia
Muchavisoy Jacanamejoy, ashpay por tantas cosas bonitas, por enseñarme a echar raíces
desde el corazón. Este texto está también dedicado a mi familia grande de viajeros,
estudiantes, artistas, artesanos, e investigadores, cada uno como parte esencial de este
árbol de la vida. A los caminantes que buscan libertad fuera de su sociedad, del
capitalismo, del comunismo, fuera de todos los ismos, doctrinas y religiones. A la
Universidad Nacional de Colombia por la formación académica que me brindó, el
pensamiento crítico y el apoyo económico para realizar este trabajo de grado. A la
Biblioteca Nacional por la oportunidad de trabajar en el Valle reviviendo la tradición oral
de los mayores. A los investigadores que sienten la cultura kamëntsá. A Andres Juajibioy
por sus palabras y a William Daza por su experiencia. Al departamento de antropología.
A Carlos Miñana, por abrirme el camino de la música y a mi director de tesis Carlos
Páramo, por su sabiduría y paciencia, gracias por brindarme las alas para alcanzar mis
ideas más etéreas. A todos ellos, y a los cientos que hacen falta por nombrar, Aslëpay.
Este camino hubiera sido imposible de recorrer sin ustedes. Gracias a mi familia, a mis
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mis abuelos, a mi madre, luz y esperanza, por su fuerza inagotable y su amor
incondicional, y a mi padre el arcoiris, por su espíritu de colores.
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PALABRA CRUDA
Regreso de un viaje profundo. Empiezan a aflorar las palabras de mis dedos heridos.
Devuelvo mis pasos como si el día devolviera el sol a su cuna y por un momento la vida
se presentara tan simple como realmente es. Estas palabras cayeron del árbol. Llevan
madurando dos años en la tierra para que hoy por fin puedan volar como pájaros hacia la
selva. Escribo para pensar y al final dejo que mis manos se conviertan en ríos para morir
en el mar.
Hoy desperté temprano para describir el aire puro de la madrugada. Me senté frente al
computador de la familia Muchavisoy y limpié los pensamientos que mi mente aclarara
con el alba. Estoy tranquilo; no tengo afán ni ansiedad de volver a la ciudad. Desde la
ventana siento cómo raya el día y en la tierra las nubes todavía duermen sobre el valle
como gigantes arrullados por el viento. Estoy completo en este instante eterno, de
plenitud y movimiento, para agradecerle a la vida la oportunidad de empezar a escribir mi
tesis en el lugar que la inspiró.
Este texto que hoy presento como trabajo de grado pretende ser, a lo sumo, una humilde
traducción de mi experiencia con los Kamënntsá, pueblo indígena del alto Putumayo.
Una vuelta a la tradición oral de esta comunidad indígena que guarda la memoria de otros
tiempos ancestrales donde la naturaleza y el ser humano se comunicaban entre sí para
mantener el equilibrio de la existencia. Un viaje que nos traerá de nuevo al presente para
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observar la transformación de varios mitos y costumbres que en medio del proceso de
evangelización lograron resistir, adaptando a su pensamiento propio los conceptos e
imágenes que la iglesia católica trató de imponer como verdad absoluta.
En esta ida y vuelta, en la que el pasado y presente se unen en una misma historia, trataré
de relatar también mi experiencia con la comunidad. Siempre el antropólogo ha servido
de puente entre el pensamiento indígena y la lógica occidental. Para bien o para mal es el
traductor entre dos mundos incomunicados. Es por esto que la presente monografía,
aunque se refiera a la tradición oral, es profundamente vivencial; no intenta ser objetiva o
universal, no juega al autor fantasma que lo ve y lo sabe todo, ni tampoco pretende ser un
inventario para ayudar al progreso de la ciencia. La idea que mueve este trabajo es
construir un puente entre el lector y la cultura kamëntsá, en el cual sea posible imaginar y
volar a través de las palabras hacia un mundo inconcebible a la lógica occidental, para
recordar poco a poco la naturaleza que todos llevamos dentro, tanto indígenas como
blancos, que compartimos por pisar una misma tierra y ser iluminados por el mismo sol y
la misma luna. No obstante, este escrito también busca que el lector vea, ya del otro lado,
lo alejados que estamos de nosotros mismos, de la esencia natural que perdimos con la
historia. Este puente nos une pero también nos distingue. Cada persona, como animales,
plantas y montañas hay en el planeta, es un río, con sus pozos, cascadas y crecientes;
todos seguimos un camino distinto pero al final todos los ríos van al mar. Hacemos parte
de una sospechosa perfección de la que vivimos inconscientes. Cada uno es un hilo que
se entrelaza en el gran tejido de la vida, y si las palabras se llegasen a extender hasta el
lugar más profundo del corazón, quizás podríamos alcanzar a comprender alguno de los
misterios que guarda nuestra existencia. Podríamos liberar nuestro espíritu de las
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apariencias. Es por esto que la historia de esta monografía es también mi río que ha
limpiado sus aguas, mi hilo que ha cambiado de telar para comenzar a tejer un
pensamiento propio.
Hace tres años, cuando llegó el momento de plantear mi proyecto de grado, contemplaba
al mundo con duda, con rabia y a veces con melancolía. ¿Moderno o posmoderno?
preguntaba, y confundido entre las teorías de la academia mi mente tejía telarañas para
atrapar cualquier bicho raro. En este tiempo ni siquiera me hubiera imaginado realizar mi
tesis en una comunidad indígena. Por el contrario, ese sueño se iba desvaneciendo a
medida en que los semestres avanzaban y en vez de hablar sobre uitotos, wayús, sionas o
muiscas, parecía cada vez más recurrente discutir sobre las ficciones contemporáneas. El
lenguaje de los textos era tan indescifrable que ni los intelectuales lograban entenderlo y
debían recurrir a la interpretación de reconocidos especialistas, que dedicaban toda su
vida a dar razones científicas para tanto enredo. Vivimos en el constante reciclaje de las
teorías. Acumulamos conceptos que son reevaluados antes de ponerse en uso.
Compramos nuestra identidad en supermercados y escogemos el conocimiento de la
academia porque es un producto importado desde los países extranjeros. Sin embargo
existe otra realidad en la academia que subyace en la tierra, que espera con paciencia el
retorno de sus hijos.
En toda esta breve historia de mi vida universitaria fui saltando de una identidad a otra,
buscando respuestas que nunca llegaron a ser satisfactorias. Año tras año llené el vacío
que dejó el vértigo, la política, la ciencia, las drogas, el arte, la anarquía, la locura y el
control. Encontré allí un pequeño teatro de la sociedad. Hoy todavía estoy dentro.
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Represento el papel del antropólogo, que a estas alturas ya me resulta poco convincente.
El actor ya no cree en su papel; quiere escribir su propio libreto. Si mal no recuerdo, este
rol entró en crisis desde el momento en que empecé a viajar. Antes de salir a vivir parecía
una enciclopedia hablando sobre culturas ajenas, luchas solidarias, historias y costumbres
que no practicaba en la vida real. Hablaba de espíritus y ni siquiera creía en ellos, hablaba
del sol y hacía llover todo el tiempo. Siempre he vivido enamorado de la luna y sin
embargo, no sabía si estaba creciente o menguante; nunca vi crecer una planta. Eso sí,
sabía hablar mucho, siempre más de lo necesario. Incluso hoy todavía me sobran las
palabras; pero eso es normal. Da miedo dejar nuestros egos atrás y cruzar las fronteras de
la razón, de la sociedad; romper las máscaras. Te sientes desnudo cuando descubres tu
cuerpo, te sientes libre. ¿Qué dirán nuestras amistades?... ¡Hippie!... ¿Te creíste indígena?
¡Esas costumbres no son nuestras!... Parece loco hablando de la madre tierra, tomando
yagé, dizque haciéndole ofrendas al sol... Eso serán los indios que todavía viven en la
selva… Y es verdad, la ciudad hostil, ignorante y depresiva cortó nuestra comunicación
con la naturaleza. Ahora miramos hacia el cielo y no podemos ver las estrellas.
Bajo las teorías de la academia nunca había podido creer en los mitos indígenas; para mí
solo llegaban a ser bellas metáforas de la realidad. Hasta que un día mi espíritu dio el
primer picotazo al cascarón. Esto ocurrió en una salida de campo al resguardo de
Guambía en Silvia-Cauca, con la profesora Marta Saade. Caminábamos hacia las lagunas
sagradas de Nimbe y Piendamú cuando en frente del grupo apareció una nube gigantesca
que nos hizo pensar en devolvernos. Ya nos habían contado varias historias sobre este
nubarrón: era Pishimisak, “hombre mojado”, espíritu dueño de las plantas. Sin embargo
en ese momento solo anotamos el mito en nuestro diario de campo e ignoramos su
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existencia. Ahora estábamos frente a él, pero para nosotros seguía siendo solo un
capricho del clima. En cambio Liliana, la mujer guambiana que iba guiándonos, se
alarmó de pronto y sacó una botella de aguardiente, nos explicó que era necesario hacer
una ofrenda al Pishimisak, para que él despejara los cielos y nos dejara subir hasta las
lagunas. Con una mirada fija, llena de respeto, echó un potente soplo en dirección al
cielo. Luego miró hacia nosotros y nos entregó la botella para que cada uno hiciera lo
mismo. Uno tras otro exhalamos el trago de forma incrédula y para cuando el último
estudiante terminó de soplar, la nube había desaparecido… Esta salida de campo marcó
un giro fundamental en mi vida, ya que por primera vez sentí la presencia de los espíritus
naturales de los que solamente había leído. El contacto con este espíritu hizo que me
cuestionara profundamente la lógica aprendida en la academia. Luego, caminando con los
Taitas por sus sitios sagrados fue donde creí posible una antropología en la que el
intelectual sintiera y fuera parte de las historias que antes consideraba ajenas.
Con el pueblo guambiano aferré mi pensamiento a la tierra y quise encontrar mis raíces
de la mano de los pueblos indígenas. Al transcurrir el tiempo, fui viajando por el
suroccidente colombiano y al llegar al Valle del Sibundoy me enamoré de sus montañas.
De los miles de colores que brotaban de ellas como arcoíris, y de las mil formas que
abrían sus pétalos como pequeñas estrellas ante mis ojos. Nunca antes había visto florecer
la vida con tanta belleza, era un ecosistema único, un páramo selvático donde los
frailejones crecían como fantasmas entre la vegetación espesa y colorida.
Al regresar a Bogotá, el Valle seguía flotando en mis sueños. En mí nació un profundo
interés por los Kamëntsá, originarios de estas tierras. Empecé a leer sobre su cultura y en
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medio de las páginas me llamó la atención una fiesta en particular a la que llaman el
Carnaval del Perdón, que al parecer tenía una rara mezcla entre las costumbres indígenas
y los rituales católicos. De inmediato realicé mi proyecto de investigación y sin ningún
conocido, empaqué mi morral y decidí bajar de nuevo al Sibundoy.
Ahora ya son dos años que he tenido la oportunidad de estar en el carnaval y convivir con
la familia Muchavisoy Jacanamejoy. Me recibieron con un plato de comida, una sonrisa,
un buen chiste. Me ofrecieron chicha. Me llamaron hijo y hermano. Ha sido un camino de
intenso aprendizaje para aprender a vivir cada vez más libre de mis miedos y egoísmos, y
entender que el compartir es el principio de todo conocimiento.
Esta última vez no solo fui como investigador. Este año tuve la oportunidad de trabajar
como pedagogo con los niños del colegio Bilingüe Artesanal Kamëntsá realizando
talleres de creación artística y literaria, a través de los cuales, regresamos a la tierra,
bajando de las ramas más altas de la imaginación hasta las raíces más profundas de la
cultura, sus mitos y relatos ancestrales. La creatividad se convirtió en una ventana para
despertar en los niños las primeras preguntas sobre su territorio, que los animaran a
sentarse en la tulpa con los abuelos, para revivir alrededor del fuego, la tradición oral,
parte vital de la cosmogonía de un pueblo milenario que hoy lucha por no desaparecer
entre las máquinas del desarrollo.
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LOS SIETE MANDAMIENTOS DE LAS PLANTAS
A quien llaman analfabetas, ¿a los que no saben leer
los libros o la naturaleza?
(Danzantes del viento, Hugo Jamioy) ¡Se fue la luz! gritó Sebastián, el hijo mayor de la familia. El televisor quedó fundido ante
el inminente apagón, y con él sus cinco hermanos salieron por fin de la hipnosis. Como
palomas recién liberadas se levantaron de la cama y salieron de la habitación a buscar
otro juego. El mayor bajó a tocar música con su guitarra descordada, los dos siguientes
comenzaron a rajar leña, y los dos más chicos salieron a la calle para jugar con sus
primos a las escondidas. Volvíamos a los tiempos en que la única luz que alumbraba al
interior del hogar era el fogón, ahora reemplazado por la estufa a gas que calentaba el
arroz para la comida. Yo me encontraba en la cocina hablando con Daniel, el hijo blanco
de la familia, un hombre rubio, espigado, de ojos claros y de rastas largas como las raíces
de un árbol; nacido en Medellín pero también criado por la familia Muchavisoy como su
hijo, cuando al pasar como otro viajero más, se terminó quedando siete años en su hogar.
Con él estábamos conversando sobre los cambios que había tenido la familia en los
últimos años y me contaba que en los tiempos en que no había luz, todos se reunían a la
hora de la comida para hablar y hablar por horas alrededor del fuego. También me
hablaba sobre el yagé; decía que antes el remedio era secreto, que ni siquiera se hablaba
sobre él ni se buscaba para comprarlo. El yagé mismo le tenía que llegar. Durante tres
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años nunca había tomado remedio hasta que un día lo invitaron a una ceremonia con su
abuelo y su Taita. Ese día vio muchas serpientes que irradiaban luz por doquier. Visión
que al día siguiente talló en un palo de sauce. En esos tiempos todavía se tenía la creencia
de que el yagé era una planta del demonio, o por los menos, eso decían los capuchinos,
quienes perseguían a los tatshëmbuas, médicos tradicionales, tildándolos de brujos como
en la inquisición. Hasta hace muy pocos años, cuenta Daniel, cuando se volvió un orgullo
ser indígena, se volvió a hablar del yagé y aparecieron cada vez más Taitas para volverlo
popular en todo el país. En ese momento de la conversación se fue la luz, y mientras
bajaban los niños buscando algún nuevo juego, Willie, el penúltimo hijo de la familia, se
quedó con nosotros. Prendimos una vela, y mientras Daniel se acomodaba en el banco,
Willie dijo, Verán, es que yo les quiero contar una historia. Claro que sí Willie, cuéntala,
le dijo Daniel. Bueno. Pues verán, había una vez un blanco que las plantas le decían: “tú
eres el elegido para ser el Cacique, el Matachín del carnaval, pero para ser Cacique
primero tienes que ir a visitar a los siete espíritus”. Tonce’ el blanco fue donde el árbol
sagrado, símbolo de nuestra patria, nuestro salvador, y él le dijo que era muy creativo y
que sabía cuidar bien a las plantas. Después fue donde Shinÿe, el sol, nuestro padre, y él
le dio el espíritu. Tonce’ luego se fue a donde la luna, ¿cómo es que es la luna? Daniel
respondió, Juashcon. Eso, Juashcon. El blanco se fue donde Juaschon, y ella le dijo que
tenía que sembrar cuando él la viera creciendo para que tuviera buenos frutos; dizque el
sembró y Juashcon también le dio el espíritu. Tonce’ después él dizque estaba todito
sucio y se fue al río y se bañó en el agua santa, y Juas, Juas, se dio un baño para que le
limpiara todo el espíritu. Y… ¿cuántos vamos? A ver. Ah sí, faltan tres espíritus. Sí, y
entonce’ todo mojado dizque se fue al pueblo a buscar una candela y llegó al cabildo. Se
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acercó al fuego así tiritando y el fuego estaba ardiendo pero no lo quemaba. Ahí tenían la
ollita y el fuego les ayudaba a cocinar todos los alimentos de la pacha mama. Estaban
haciendo también chicha para la sed. Tonce’ dizque sirvieron la chicha, y la chicha le dio
el espíritu, la fuerza, y como él estaba con toda la comunidad tonce le llegó el espíritu del
Kamëntsá y se puso a hablar con toditos. Celebraron todos los espíritus. Tomaron,
mientras las mamitas bailaban y preparaban el alimento más rico. Tonce’ los espíritus le
explicaron que es bueno ser taita y le enseñaron a soplar y a curar con las plantas. Y así
fue, el blanco siguió los siete mandamientos de las plantas y se volvió el Matachín del
carnaval… Cada detalle ahondaba paso a paso hacia el corazón de los dos blancos que
escuchábamos con atención al pequeño. El encanto de este cuento residía en su simpleza.
Era realmente impresionante cómo un niño de ocho años podía improvisar una historia
para hacernos imaginar un viaje a los siete espíritus, que nos dieran la guía para encontrar
nuestra propia naturaleza en la cultura Kamëntsá. Me es imposible describir la sensación
que despertaba en mí cada momento de este relato al descubrir, con enorme sorpresa, que
cada paso del protagonista tenía que ver con un mito o un cuento tradicional de este
pueblo milenario. Es por esto que el relato de Willie es la puerta de esta monografía, es el
comienzo de todas las preguntas que marcaron mis experiencias posteriores, pues en él
descubrí que, a pesar de la acelerada pérdida de la cultura y la lengua propia, los niños
aún eran capaces de reinterpretar su cosmogonía en un destello de creatividad; que tras la
gruesa de capa de religión, música, modas y tecnología en esta era de globalización,
muchos niños seguían pensando el mundo como verdaderos Kamëntsás… En las palabras
de Willie nos iremos de viaje con el blanco, para descubrir en la tradición oral de la
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comunidad, los distintos espíritus que le hablan al protagonista, “los siete mandamientos
de las plantas” que lo llevarán a descubrir su propio espíritu en la cultura Kamëntsá.
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LA CRUZ Y LA TIERRA DEL INDIO
En ocasiones me preguntan de qué es mi tesis, y no tengo más remedio que responder con
la verdad… Pues… estoy tratando de explicar el cuento de un niño de ocho años… No
quiero prevenir al lector pero sí, esa es mi tesis. Estamos aquí para intentar comprender la
mente de un niño. Para adentrarnos en la simpleza de lo complejo; de eso se trata.
Recuerdo que la última vez en el Valle cuando viví con la familia durante cuatro meses,
Clema, la mamá de Willie, me dijo un día, Verá Sebitas, usted siempre que llega de
Bogotá, llega así todo viejo… La primera vez que usted llegó yo decía, ese muchacho
tiene por ahí treinta años y usted cuantos tenía ¿como 20?... Es que yo no sé que le hacen
por allá. La última vez también llegó así, todo ansioso y amargado… Lo bueno es que
usted ya sabe y vuelve acá para ser otra vez jovencito.
Lo que dice la mamita Clema es cierto, a veces la vida es una constante regresión. Nos
hace felices volver a ser niños, despojarnos de toda razón y percibir la realidad por
primera vez. Anhelamos volver a jugar entre los prados y escalar los árboles. No tenemos
hambre, solo ganas de jugar. Ser niño, como el sol naciente, es irradiar alegría al mundo
en una sonrisa, volar sin tener alas, intentar nadar sin salvavidas, recordar las primeras
sensaciones del mundo, la luz del sol que calienta, el viento que sopla, el agua que limpia,
la tierra que escarbamos para hacer castillos de barro que la lluvia tumbará al otro día. Si
no aprendemos a renacer, seremos esclavos del pasado, nos haremos viejos antes del
ocaso. Melancólicos, infelices, nostalgicos ante las ruinas del tiempo y amores pasados.
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Sin remedio hay que morir, hay que morir en vida. Amar la noche como se ama el sol del
medio día. Renacer entre la tierra. Mi espíritu vuelve al sur porque allí nació. Todavía
sueño con ellos. Ancestros con máscaras de blanco. Kamëntsás que viven dormidos en la
ilusión del dinero. Otros que viven con los ojos abiertos y sueñan recuperar su cultura. El
único consuelo es la palabra de los mayores, el trabajo del hombre y la imaginación de
los niños. Por eso invito al lector para que juntos profundicemos cada detalle de este
pequeño relato de Willie, que se irá convirtiendo poco a poco en un viaje por la
cosmogonía del pueblo kamëntsá. Por el cuerpo y la mente. Por los pasos de quien les
habla, y espero también por las manos de quien lo lee.
El sacerdote cacique
Empecemos por el comienzo: “Había una vez un blanco” 1…
La vida de los pueblos amerindios fue interrumpida por la aparición de los españoles en
las tierras del maíz. Los europeos asesinaron y manipularon a los nativos para robar sus
riquezas. Sobre los antiguos pueblos indígenas crearon colonias, impusieron su lengua y
su religión para construir las grandes metrópolis de Latinoamérica. La aparición del
blanco en la historia del Aby Ayala2 es una vorágine de espadas y santos que se
1 La historia del blanco de la que se hablará en este capítulo está basada en el libro Siervos de Dios Amos de Indios de Victor Daniel Bonilla (1968) quien fue protegido por los indígenas después de su publicación tras las constantes persecuciones por parte de la iglesia que se vio desenmascarada en sus actos más atroces y codiciosos en este texto, que será el primer intento por reconstruir la historia del Valle de Sibundoy a través de los documentos encontrados en los miles de archivos explorados por el autor. 2 Palabra de los tules (kunas), indígenas de Panamá y Colombia, para referirse, desde tiempos inmemoriales, a todo el continente bautizado luego por los españoles como “América” o el “Nuevo
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entremezclaron para dar a luz a una nueva generación confundida entre dos tiempos
opacos.
Tras un largo proceso de colonización, los blancos llegaron al Valle de Sibundoy por las
tierras vecinas de Nariño al suroccidente de Colombia, cruzando por la región de la
Ensillada con sus arcabuces y caballos, fundando el Valle de Atriz y la Villa viciosa de la
Concepción de Pasto. Desplazaron a los pueblos quillacingas, pastos y mocoas. Bajaron
hasta la selva y de nuevo subieron por el piedemonte putumayense hasta el Valle de
Sibundoy. Las tropas del capitán Juan de Ampudia guerrearon contra los kamëntsás
durante tres semanas, y salieron mal librados. Con el rabo entre las patas y la ambición
todavía en su mente, se retiraron hacia el río Patía en busca de oro. El segundo encuentro
con los blancos tendría los mismos propósitos. Lo protagonizaría el capitán Hernán Pérez
de Quesada en 1542, en su famosa expedición en busca de El Dorado, travesía en la que
perdió a más de siete mil hombres de la tropa, entre Santa Fé y el piedemonte
putumayense. En la selva lo recibieron los indios mocoas, con flechas y cerbatanas para
vengarse por su anterior derrota. La tropa, que contaba con españoles, muiscas, y otros
indígenas reclutados en el camino, estaba desesperada por la falta de comida y el
hostigamiento de los nativos. Pensaron que era su fin, hasta que dos prisioneros le
hablaron de un camino que llevaba a su país en tierras altas, una planada con abundantes
huertas y maizales. Los blancos subieron al Valle de Sibundoy guiados por dos
prisioneros indígenas, y junto a ellos caminaba el fray Pedro Aguado, quien dejó escrita
su experiencia entre estos “indios de paz”, que les brindaron comida y hospedaje. Cuenta
mundo”. Aquello que no existía, que descubrieron los blancos. Significado contrario al término Aby Ayala que traduce en español: “tierra en plena madurez”.
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el religioso, que después de recuperarse con los buenos tratos de los sibundoyes, el
capitán Hernán Pérez de Quesada terminó por feriar las pocas cadenas de oro y las joyas
que le quedaban para comprar algunos ganados. Había naufragado el sueño del Dorado.
El capitán repartió las reses a sus hombres para que se reformasen y les dio libertad para
que fueran donde cada uno quisiera.
Pasadas las matanzas y el arrepentimiento, entraron los franciscanos en 1547, quienes
construyeron la primera capilla, mientras hacia el bajo Putumayo los encabellados y
cofanes seguían guerreando contra los misioneros. Allá tenían que oficiar las misas con
guardias y arcabuces para proteger a los curas de los indios. En cambio en el Valle, los
franciscanos no tuvieron mayor resistencia. Por el contrario, resultó exitosa su misión
evangelizadora, quizás porque su patrono San francisco de Asís hablaba con los animales,
como lo hacían los kamëntsá en tiempos remotos. Los franciscanos marcaron una huella
profunda dejando entre la comunidad un fuerte culto a un santo conocido como el Señor
de Sibundoy, también llamado por su oscuro color de piel el zambo. De él todavía se dice
que apreció un día, cuando dos indígenas fueron a cazar al monte con cerbatanas y
dardos. Los dos kabungas recorrieron la selva y se detuvieron al instante al ver un pájaro
gigantesco entre los árboles. Apuntaron. Cuando de repente, en un solo aleteo, el pájaro
se transformó en hombre y se acercó a ellos caminando. Les comenzó a hablar en una
lengua extraña y desde ahí los dos cazadores aprendieron a hablar el kamëntsá. El señor
de sibundoy es para nosotros como Dios, dicen en el Valle. De él se cuenta que al pisar la
tierra dejó una huella gigantesca, allá arriba, en una piedra perdida entre el monte. Pero al
mito llegó historia, y la religión transformó este mágico relato para que el santo moreno,
fuera convertido en Jesús, que ahora se vé pintado en el cementerio vestido con la ruana
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tradicional de la comunidad3. El Señor de Sibundoy, un dios indígena gigante y moreno,
terminó siendo un hombre rubio, de cabello rizado y ojos azules que le ordenaría a los
dos cazadores construir la primera capilla para fundar el nuevo pueblo en el
lamentacionentse o “calvario”. En Tabanok, antiguo lugar de origen donde hoy se iza una
cruz en piedra negra como bandera de cristo.
Mezcladas las deidades, los franciscanos se retiraron y la tarea de cristianizar el Valle fue
encomendada a los dominicos en 1577, quienes al pasar escasos seis años se fueron
llevando consigo la imagen del zambo. De esta dolorosa pérdida, todavía existen relatos
que intentan explicar su ausencia. Uno de ellos señala que Cristo castigó a los kamëntsá
por su mal comportamiento, y decidió irse de la comunidad para seguir con su camino
hacia Pasto, donde fue crucificado por razones desconocidas4. Este supuesto castigo
divino, que en realidad fue un robo a manos de los dominicos, marcó el comienzo de un
largo periodo en la historia del pueblo indígena, en el que los kamëntsá vivieron sin
mayor influencia cristiana. En este lapso de tiempo solo llegaron al valle algunas
expediciones misionales, como la del franciscano Juan de Santa Gertrudis en 1757, quién
narró sus asombros en la crónica Maravillas de la naturaleza. En adelante no hay mayor
documentación sobre el Valle hasta 1893, año en que llegaron tres padres capuchinos,
tras ser expulsados de la república del Salvador y acogidos por el dictador ecuatoriano
García Moreno; ellos fueron invitados por el Obispo de Pasto para realizar la primera gira
apostólica por las tierras bajas del Putumayo. Los capuchinos se internaron entre las
3 A esta ruana los kamëntsás le llaman sayo, del cual existen dos clases: uno de fondo negro, con rayas azules y rojas y uno de fondo blanco con rayas también azules y rojas. 4 Este relato se encuentra registrado en el libro Relatos ancestrales del folclor Camëntsa de Alberto Juajibioy (1989: 27).
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espesas selvas mocoanas y sufrieron una aventura llena de infortunios a la espalda de los
indios, que cargaban desde hace siglos los alimentos de Mocoa hacia Sibundoy. El
camino era hostíl, tanto, que no podía pasar ningún animal de carga que no fuera el
hombre. No obstante, pese a todas los mosquitos y las alergias, los curas, aceptaron la
tarea. Su presencia fue de escasos cinco años en el Sibundoy, tiempo en el cual lograron
construir la primera misión pese a la negativa de los indígenas. En este corto tiempo
también intentaron abrir la primera escuela, que no contó nunca con más de cinco
estudiantes. Toda su estancia estuvieron jugando a las escondidas. Los tres capuchinos
eran impotentes ante la actitud burlesca de los indios que escondían a sus hijos en grandes
ollas, debajo de las bateas, sobre los árboles y entre los maizales. En los reportes de los
padres se narra cómo las familias disfrazaban a sus hijos de mujeres con tal de no
enviarlos a la escuela por temor a que se “blanquearan”.
El país inauguraba el siglo XX con la guerra de los mil días, y en el Valle de Sibundoy
arrancaba el primer intento de misión capuchina, acompañada de la incipiente
colonización de caucheros y campesinos de Nariño que llegaban a arrebatarle las tierras a
los indios. Ante el conflicto causado por la llegada de los blancos, el cabildo resolvió
regalarle una parte de sus tierras a la iglesia para que fundara junto a los colonos el
pueblo de San francisco y se acabara por fín la pelea. Pero esta riña por la tierra no
hallaría solución en los actos de buena fe. Los conlictos se agravaron cuando la Santa
Sede designó como prefecto apostólico del Caquetá y del Putumayo al padre Fidel de
Montclar el 31 de enero de 1905. Este personaje desató el caos en el valle, al fomentar la
construcción de caminos que dieran acceso al desarrollo agropecuario y comercial, para
introducir, según la mentalidad de la época, la “civilización” a las selvas vírgenes. Con la
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apertura de las vías hacia Pasto y Mocoa logró abrir, después de muchos siglos, un
sendero para la invasión blanca. Los indígenas reaccionaron, dejando de lado su
tradicional pacifismo, y lanzaron repetidos ataques a los colonos que llegaban cada vez
más a robar sus tierras para radicarse en el Valle. Sin embargo, ya abierta la puerta no
había quien la cerrara; la colonización fue inminente. Con el apoyo del gobierno
colombiano, los capuchinos dieron paso al resto de caucheros y campesinos desplazados
de Nariño, que ya habían empezado a radicarse. Esta política resultó desastrosa para la
comunidad, que se vió asediada por la violencia y la avaricia. Muchos kamëntsá
prefirieron escapar hacia la selva antes que sufrir la escasez de alimento y las epidemias
que traían consigo los extranjeros. Los capuchinos vieron escapar las almas sin bautizar
hacia el monte y sintieron que el poder que se escapaba de sus manos. No había rey sin
plebeyos, ni misión sin indios. Con el miedo en la coronilla, los curas decidieron pagar a
los caucheros para obligar a cualquier precio, el retorno de los nativos. Violencia y de
vuelta. De regreso los kamëntsá fueron sometidos a un extremo de miseria y hambruna
que socavó su espíritu. Su tierra dejó de ser sagrada y se volvió esclava de la codicia. No
se conoce si está relacionado directamente, pero dos años después de la llegada nefasta de
los capuchinos, se registraron en el año de 1907 más de 400 suicidios. Según la versión
de los religiosos, estas muertes se debieron a los innumerables excesos cometidos en los
periodos de fiesta. Pero resulta poco convincente su argumento, teniendo en cuenta la
tensión psicológica a la que fueron sometidos los pueblos inga y kamëntsá del Valle de
Sibundoy.
El alto Putumayo era un reinado de sacerdotes católicos. Las órdenes religiosas imponían
no solo un monopolio espiritual sino también una forma de gobierno al manipular la
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administración del cabildo, en el que tenían la potestad de nombrar a los gobernadores y
alcaldes que fueran de su conveniencia. Fue tal la influencia de los curas, que en 1955
eligieron a fray Bartolomé de Igualada para ejercer la presidencia del cabildo indígena5.
Este capuchino se convirtió entonces en el gobernador del pueblo kamëntsá. El sacerdote
quiso ser cacique. Paradoja común en nuestros tiempos de colonia. Sed de poder que
estaba enraizada en el mismo cabildo como institución, que desde su origen fue una
organización política española impuesta a los indígenas con la constitución de los
resguardos. Claro está, todo siempre da vuelta. Luego de ser instituido, los indígenas se
apropiaron del cabildo, y entre los obstáculos de la politiquería y la corrupción, se fue
transformando a pulso en una forma de autoridad ancestral para defender su territorio. El
pueblo kamëntsá no ha sido sumiso. Así como entre los nasa del Cauca existe la figura de
Juan Tama y entre los pasto de Nariño, la cacica Panam, se recuerda en el Valle la figura
de Carlos Tamabioy, un personaje histórico que luchó por la propiedad comunal de la
tierra para los indígenas en contra los blancos y dejó tituladas las tierras uniendo a los
pueblos inga y kamëntsá del Valle en un mismo territorio, siendo reconocido por los
gobernadores de todos los cabildos como Cacique -Shoshouá- del Valle de Sibundoy.
Carlos Tamoabioy se convertiría con el tiempo en un mito, un héroe cultural que llegó
con el sol para unir a los pueblos y desapareció en el ocaso. Los colonos por su parte
dicen que nunca existió, porque saben el poder legal de las escrituras, y temen que el
indio conozca su historia y reclame sus tierras.
5 Pinzón Carlos y otros. Mundos en red. La cultura popular frente a los retos del siglo XXI. 2004, pp. 19.
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Érase una vez un blanco… que les prohibió a los kamëntsás hablar su propia lengua y
creer en sus dioses. Erradicó sus fiestas, impuso su música y sus rituales para apagar la
alegría indígena. Con los capuchinos llegó un tiempo oscuro de violencia, hambre y
violaciones, en el que los hermanos religiosos que diseñaban los parques en los pueblos,
y los curas misioneros enviaban a escondidas pantalones, camisas o regalos, a ciertos
niños que florecieron en las veredas como por obra de Dios6. Las siguientes generaciones
serían hijas del abuso disfrazado de cordero, que tiñó los campos de muerte y oscura
tristeza… A pesar de la llegada de los franciscanos y los dominicos, el Valle del
Sibundoy se había mantenido casi aislado de Occidente durante tres siglos, pero los
capuchinos serían los primeros en llegar a romper la barrera natural que hacía casi
imposible la entrada desde los Andes hacia la selva. La construcción de caminos y la
unión entre la economía y la religión fue una combinación devastadora. El paisaje fue
plagado por monocultivos de menta y ganado. Los capuchinos no solo llegaron al valle a
evangelizar, arrebataron las tierras a los indios e hicieron de la civilización una empresa
para llenarse las sotanas. Sembraron el castigo y la miseria, el hambre y la razón, y no
contentos con esta pesadilla también les prohibieron las fiestas. De eso no nos habla
directamente el cuento de Willie, el niño de ocho años que lanzó la guía para esta tesis,
pero es necesario que lo hablemos nosotros como adultos para que no se repita la historia.
Detrás de este cuento infantil, “Había una vez un blanco…”, se halla una historia no apta
para niños, una época dolorosa y violenta, en la que el caos pareció apoderarse del
espíritu humano y el poder fue la única ley para el hombre… Tenemos que ser niños de
nuevo, es cierto, pero también es necesario aprender a madurar y reconocer las fuerzas 6 Daza, William. La alegría con todos y el acuerdo con el mundo. Tesis de grado, Departamento de Antropología, Universidad del Cauca, Popayán. 1995, pp 41.
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que mueven las estructuras de esta sociedad injusta, para tomar partido en esta lucha
histórica entre la cultura avasallante de la globalización y el equilibrio natural de los
pueblos indígenas.
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LA MÚSICA DEL PADRE SOL
No quiero que se vaya de nuestra mente el cuento guía, así que le recordaré brevemente al
lector el contexto en el que se desarrolla. Se trata de un protagonista, del cual hemos
profundizado hasta el momento quizá hasta olvidar el cuento mismo. Si el lector recuerda
estoy hablando del blanco, al que según Willie, el narrador de la historia inicial, las
plantas le vaticinan que va a ser el Cacique o Matachín del carnaval… Pero empecemos
esta vez por el final, ¿Cuál carnaval?...
Anualmente se realiza en el Valle de Sibundoy un festejo llamado el Carnaval del
Perdón, celebración que instituyeron los religiosos para reducir todas las fiestas indígenas
del año a un solo día, el lunes antes del miércoles de ceniza, con el propósito de incluirlas
dentro del calendario de la cuaresma como celebraciones paganas. En palabras castizas,
la iglesia reunió todas las fiestas indígenas y las bautizó, como si guardaran alguna clase
de pecado original. Dijeron que eran del diablo, y que ahora solo serían cosa de un día, el
día del carnaval, día para los excesos, la lujuria y los pecados. Confieso al lector que
también he pecado, confieso, que he aprendido en cada error de mi vida a ser más fuerte y
a levantarme sin rezar un rosario, Confieso, que no estoy bautizado en la religión católica
y que eso no es pecado, aunque desde niño me lo repitieran hasta el cansancio para
llevarme a misa en el colegio. Para la religión muchas veces el exceso es la raíz de todos
los problemas, pero ellos no ven el tronco que yace enterrado en su propio ojo. El
vaticano es pura opulencia, excesos por donde se le quiera ver, como también lo era la
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misión de los capuchinos que llenaban sus bolsillos mientras los indígenas se ahorcaban
en los árboles. Perdonará el lector, pero las palabras hierven en mi lengua como fuego, y
eso tampoco es pecado. La religión es una enorme empresa y la libertad imposible
cuando se cree tener la verdad única sobre Dios. Ahí se va el amor y no queda más que el
poder sobre el otro. Nos convertimos en esclavos de la fe cuando escuchamos al padre
pero nunca nos escuchamos a nosotros mismos. Por eso invito al lector a hablar en medio
de este baile. A participar en esta fiesta de los dioses que es la expresión divina de la
humanidad. Donde la vida y la muerte se ponen la máscara de lo humano, se ríen, lloran,
y pelean por sus hijos. En el carnaval, la muerte también se lleva a las víctimas de los
asesinatos y a las almas colgadas por el cuello, la muerte juega en contrapunto con la
vida, así como baila la luz y la oscuridad, el dolor y la risa, el recuerdo y el olvido.
Lágrimas de felicidad que escurren sobre el alma y en ella se purifican. Agua de estrellas.
Sol de poder ¡Fuego! como el pecado que nos impide llegar a lo eterno. Somos humanos
y terrenales. En el Sibundoy dicen que al otro día del carnaval el marido amanece con la
vecina y su mujer con el vecino. Las personas se multiplican. El suicidio vuelve a los
árboles y los asesinos nacen embebidos entre el licor. Sí, el pecado existe, es placentero,
libidinoso, sensual como una bella culebra, pero ¡no seamos cobardes! no le echemos la
culpa a un animal, ni pensemos que la confesión, dos avemarías y tres padres nuestros
van a perdonar nuestros pecados. No. Lo sagrado y lo profano son dos caras de la misma
moneda. Los indígenas se comunicaban con sus dioses a través del licor, de la música y el
baile. Las fiestas eran rituales sagrados para rendirle un tributo al sol, a la luna, y a la
madre tierra. En el carnaval hay una magia oculta tras las palabras. Hay algo que va más
allá de la fiesta; pero el más allá se encuentra atrás. Allá atrás, en los sueños, donde viven
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los dioses. El que llegue al Sibundoy esperando un carnaval, se llevará una gran sorpresa
al notar que el viaje lo trajo hasta una fiesta tradicional indígena. En el Valle no hay
Carnaval de Río, no hay personajes extravagantes, no se burlan de la política; tampoco
hay carrozas, garotas, ni empresas de aguardiente patrocinando la fiesta. Eso sí, hay
hombres que se visten de mujeres, se baila, se canta; hay chicha, mote, todo gratis. No
más mire a su alrededor, estamos felices ¿no? Si está buscando un carnaval, lo único que
le puedo recomendar es venir en enero al carnaval de Negros y Blancos en Pasto, allí
arriba, no más a hora y media de camino. Aquí también lo hacen, pero yo le recomiendo
pasarlo en Pasto que hay mejores carrozas. Allá sí se puede descontrolar todo lo que
quiera, con la carioca, los talcos. Puede pintar a cualquier extraño que se le pase por la
calle y no le van a deicr nada, pero aquí en el Valle, el día del perdón lo único parecido a
un carnaval han sido dos máscaras de disfraz, una de gorila furioso, y otra de un viejito
fumando con un tabaco en la boca. Eso es lo más cercano a un carnaval que he visto.
Recuerdo que fue en Santiago, el año pasado. Los dos enmascarados hondeaban la
bandera de Colombia jugando entre la multitud como payasos de circo. Y déjeme decirle
que, en realidad, eso es muy raro de ver. Lo que pasa es que Santiago es un pueblo Inga y
para ellos el carnaval no es tan tradicional. En cambio, aquí en Sibundoy es una fiesta
sagrada, sería un irrespeto tener una máscara de caucho en medio de la gente, y mucho
menos una bandera de Colombia. Usted no se alcanza a imaginar, aquí el carnaval es muy
sagrado, significa mucho. Ellos le tienen su nombre propio, en lengua le llaman Bëtscnaté
que significa “día grande”, o Clestrinÿe, “fiesta del maíz” o “fiesta de la alegría”, “fiesta
del sol”. Pero quiero decirle que esto no se trata de empoderamiento, resistencia,
subversión, o tantas etiquetas que le han puesto los académicos al carnaval. La esencia
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del Bëtscnaté es sobre todo una vuelta a la tradición ancestral donde el indígena recuerda
sus raíces. O mejor que lo diga el lector: ¿Acaso le podemos llamar subversivo al retorno
sobre el origen de todas las cosas? Creo que no, eso no tiene etiqueta. Cuando intentamos
analizar el Bëtscnaté nos enfrentamos a lo innombrable, lo netamente sensible que supera
el lenguaje. Sin embargo, aquí vamos a dar muchas vueltas para intentar dejar de pensar y
dedicarnos a sentir las esencias, aquellas sustancias inefables del universo que abren
nuestro espíritu al conocimiento. Regresemos, volvamos a la esencia secreta que
guardamos dentro. Todos la sentimos pero al momento de quererla gritar el miedo nos
atora la garganta. Pues ¡basta de miedos! ¡Gritémosla! Desnudemos la realidad de toda
apariencia y seamos libres… No quisiera cortarle las alas a este párrafo, de hecho,
quisiera dedicarme toda la vida a volar con los pies sobre la tierra, a cultivar, a hacer
música y poesía. Sería feliz pintando universos con mi propio instrumento sonoro, con mi
cuerpo y mi voz. Ahora siento la vida correr por mis manos. Mi director Carlos Páramo
me dio la oportunidad de sentarme a escribir libremente y dejarme llevar por mis
experiencias y espero no defraudarlo. Me voy a servir un vaso de chicha y si el lector
dispone, también le recomendaría que se sirviera un aguardiente o algún trago para la
parte que viene. Estoy seguro que un poco más entonados disfrutaremos más del
carnaval. De esto se trata una tesis, de gozársela, aunque la mayoría de profesores nos
impidan escribir con el alma. ¡Protesto contra la academia porque nos impide volar! En
ella está prohibido hablar si no eres capaz de citar diez mil autores que han dicho lo
mismo ¡Protesto! Yo quiero entregarle mi alma al lector, quiero que viajemos juntos al
Valle y a otros lugares invisibles. Que la antropología no nos impida volar por los cielos
floridos de la poesía. Volvamos a sentir, hablemos pues de banalidades, caminemos las
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montañas, toquemos música, bailemos, tomémonos un trago. Lo del aguardiente iba en
serio. Vaya y lo consigue que aquí lo espero. Luego no más acomódese bien bonito y
déjeme contarle la historia del carnaval.
Bëtscnaté: el día grande
Despierto. Bom Bom Bom Bom Bom dice el estruendo del bombo, que llena todo el
espacio con su pulso incesante recordando el latir de la tierra. Siento que no he dormido,
y aunque caí en la hamaca desde temprano temiendo ahogarme en un tanque de chicha,
aún siento vibrar las tablas de la casa como si un temblor sacudiera todo el pueblo. No es
que yo no haya dormido… Es el carnaval que nunca duerme. ¡Hoy es el día grande!
¡Vamos a carnavalear! Los niños ya se están vistiendo con su atuendo típico. Los
hombres alistan su cusma, su sayo. Las mamitas se ponen el reboso, se fajan el vientre,
visten a sus hijos y alistan sus cascabeles para salir a las calles. Mirá toda esa gente, esas
coronas, qué bonitas ¿no? Todas tejiditas en triángulos como los rayos del sol. Los
chumbes que le caen por detrás son la lluvia, los ríos, las constelaciones, y cada uno
termina en una borla pequeñita, como una flor, así pequeñita como una estrella. Aquí se
arreglan mucho para el día del carnaval, pero no solo en el vestuario, en todo. Tienen que
recoger todas las cosechas de maíz porque hay que molerlo y cocinarlo para hacer por ahí
unos veinte mil litros de chicha para darle a todo el mundo. Hay que moler las cañas para
hacer el guarapo, matar las reses, los marranos. Eso es harto trabajo. No más para armar
el castillo hay que ir hasta bien abajo de la planada para traer los palos. Después hay que
decorarlo bien bonito con los ramos. Esos también toca traerlos del monte y tejerlos para
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el Bëtscnaté. Cierto, este carnaval lo preparan mucho. Si le digo, lo empiezan a preparar
desde el año pasado, desde el 2 de noviembre, el día de la ánimas. Ese día los abuelitos
dicen ¡A desempolvar los instrumentos! Y desde ahí comienza la música. Pero póngase
usted a pensar, desde la fiesta de los difuntos todavía faltan cuatro meses para que
empiece el Bëtscnaté. Eso sí, uno no se aburre esos cuatro meses, mientras llega el
carnaval celebramos todo diciembre, y nunca falta la fiesta porque todo el tiempo hay
algún día de la virgen. Eso hay hartas por acá, no por falta de marido sino por la iglesia
que nos dejó una en cada vereda. Sí, aquí la pasábamos bueno, y también celebramos
Blancos y Negros. Sacamos las carrozas, nos pintamos, nos echamos talco. Eso es sí una
completa recocha. Y poray en febrero, o en marzo, según cuando caiga el miércoles de
ceniza, se hace el carnaval. Y el que no tenga instrumentos le toca ir a conseguirlos,
buscarse una flautica, un bombito, o los cascabeles que tanto les gustan a las mujeres. De
verdad, ese es otro arte. El de los instrumentos. Usté viera la otra vez, qué trabajo para
hacer esos bombos. Pasaron todo el mes secando los cueros para templarlos y llegaron
esos perros bandidos y se robaron como cuatro noo, es que, en serio, aquí historia pa
todo. No más hace dos semanas también se fueron al monte para traer tundas, y casi no
regresan, los entundaron entre la selva y estuvieron perdidos como tres días, ya estaban
como locos si no es porque llega un perro y los saca al camino. Es que las tundas no se
pueden cortar así no más, no, las tiene que cortar en buena luna y con mucho respeto o si
no se dañan, y usted sabe que el monte es celoso y juega con uno. Hasta se lo puede
tragar. Por eso le digo, ahí donde usted las ve, las flautas tienen su misterio. Por ejemplo,
esas que están ahí, las traverseras, son para los mayores y las pequeñas para los niños.
Usted coja una grande para salir al carnaval. Verá, se lo digo porque de esas tocaban los
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antiguos. Salga de verdad con una de esas y verá que queda como todo un indio. En serio,
los antiguos eran los meros indios, se la recostaban así contra el hombro como haciéndole
cuna, y estiraban los brazos, y donde le llegaban los dedos, ahí le abrían los huecos.
Antes no habían notas, ellos las afinaban así no más. Es que ellos si sabían, eran los
propios flauteros. Lástima, ya de esos no existen. Ahora todos tocan quena, armónica;
hasta un violín vi yo salir el otro año al desfile. En serio, ya los jóvenes no saben que
inventar.
*****
¡Basti Mamita!... ¡Siga Sebitas, venga a la cocina! Mire haber si ese mote ya abrió. Sí
mamita, ya abrió. !Chalay! Mire esa chicha, llenita de burbujas. Ya se enfuerteció mucho
Clema, y ahora qué vamos a hacer con tanto borracho en la casa. Pues dejarlo que
descanse en el piso Sebitas, usted ya sabe cómo toca en carnaval. Eso sí les advierto, no
vayan a llegar borrachos, no hay que confiarse mucho con la chicha.Verán, esta sí los
pone a bailar. Acordarase de Juancho Sebitas. Ese muchacho que vino para el carnaval el
año pasado y estaba tome que tome chicha. Feliz porque dizque en Bogotá nunca había
tomado. Vuelta yo no sé quién le dio un bombo, y usted viera, un bombo grandísimo casi
más grande que él. Tonce el bien contento se quedó toda la noche y dele y dele con hartas
ganas, y baile y baile ese Juancho, eso recibió chicha toda la noche, cuando fue que
empezó como a oler a feo, y las abuelitas decían, qué será que huele tan a horrible mija,
así decían las mayoras. Cuando es que nos arrimamos y el Juanchito se había cagado en
los pantalones, Jijji, pero usté cree, él ni cuenta se dio. Estaría tan feliz con su bombo que
no quería soltarlo. Me acuerdo que él solo se reía y seguía bailando. Entonce nos tocó
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decirle a los amigos y ellos les tocó llevarlo al baño. Pero él no decía nada, solo seguía
ríase y ríase. Es que usté lo viera, estaba tan contento ese muchacho. Y los amigos
bravísimos porque les tocó bañarlo. Llegaron y abrieron la manguera y salió ese chorro
helado, pobrecito. Y viera, llega después el Juanchito, sale así, bien limpiecito del baño y
taz se cae otra vez sobre el barro, Juajuajua, mucho bruto, ahí sí. Los amigos eso soltaron
la risa cuando lo vieron todo embarrado en el piso y Juajua él ríase todavía Juajuajua, eso
sí, ni la cagada le quito la alegría, Sí si si, así pasó. Por eso les digo, cuidarasen de tomar
tanta chicha ¿no? Por ahí vaya y les pase lo mismo que a Juanchito… Bueno, ahora sí me
despido porque tengo que irme a vestir o si no me coge el carnaval aquí todavía
cocinando ¿Cómo? ¿Verdad Anita? Muchachos, es que la gente ya está yendo para el
Sagrado ¡se nos hizo tarde! Sí Mamita, vaya y se cambia. Nosotros nos adelantamos y
nos vemos en el cabildo. Pero no es que vayan a llegar todos borrachos ¿no?, No señora.
Vamos a ir un rato no más para que él vea el carnaval y ya nos devolvemos. Bueno
bueno, aquí los espero. ¡Vamos! Salgamos a la calle que ya empezó el carnaval. Pero
rápido que nos dejan, coja así sea una botella y llénela de piedras Bom Bom Bom Bom
Bom Bom Bom Bom Media vuelta Vuelta entera Media Sí esa. No importa, solo es para
hacer ruido Bom Bom Bom Bom Bom Vuelta entera Vida ora buetso-boye-juanga, Vida
ora buetso-boye-juanga, Cles-trin-ÿee Clestrin Este ritmito es muy contagioso ¿no? Bom
Bom Bom Bom Bom Bom Eeeso Mamita enséñele a bailar. Media vuelta, vuelta entera.
Vuelta pa un ladoy vuelta pal otro. Aquí el que no baila no tiene derecho a pedir ni
chicha ni mote, Acuérdese de eso. Cles-trin-ÿee Cles-trin-ÿe, Chams Kabunga, No hay
que ser tan desconfiado, aquí no es como en la ciudad. Vea, el señor le pasó su flauta para
que usted toque ¡Pero no le limpie las babas! No, eso es como si usted le tuviera asco, eso
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no se hace. No sea tan quisquilloso, más bien tóquese cualquier cosa, lo que le nazca, o
hágala pitar la flauta por lo menos. Verá, el señor se la pasó porque aquí todos
acostumbran a tocar música en carnaval, la armónica, el cacho, la flauta, el bombo, los
cascabeles, lo que sea. De eso es que se trata este día grande, de hacer música y colores
pero juntos, con el mismo ritmito. Vea que hasta yo tuve que aprender. Présteme la flauta
del señor y le muestro un ratico. Sí, sí. Esperarase. Ahora sí, es que hay que saber bien
por dónde soplar. Póngale atención. Esta fue la primera que me aprendí acá. Mí re sii, re
mí silasol. Mí re sii, re mí silasol. Esa es bien fácil para que se la aprenda, pero igual cada
uno toca lo que quiere, solo hay que estar en el mismo ritmito. Cada uno tiene su melodía
verdá. No más pere que entremos al cabildo. Choc choc choc, Muc muc resi remí silasol,
Mí re media vuelta, vueta enter Bom Bom Bom Bom Bom Bom Cles-trin-ÿee Cles-trin-
ÿe, Vida ora sii, re mí silasol ¡El cabildo siempre está así de lleno en carnaval! Choc choc
choc, Muc Bom Bom Bom Choc Choc re si, re mí silasol ¡Siempre reparten mucha
chicha, pero lo que pasa es que ya no hay mas tasas! trin-ÿee !Ijiji! !Ijiji! Chams Ka-
bunga, Cham Bom Bom Bom Solmi Solmi Solmire sii Cles-trin-ÿee Clestrin ¡Ay chalay!
¡Por fin un balde! ¡Venga! ¡Alejémonos un poquito para tomarnos la chicha! Chams
bundata Mi re sii, re mi silasol, Mi re Eeeso si ahora sí podemos hablar sin gritar tanto.
Vea, este balde es para usted. No para usted solito ¿no? sino para que sirva. Aquí siempre
se sirve por derecha, acordarase bien, tiene que decir Kemujuá, Salud, y el indio le va a
responder Walkamsá, que tome usted primero. Entonces se sirve usted y luego sí le sirve
al otro, y así hasta que se acabe el balde. Pero de aquí a que se acabe ya me a tocar
llevarlo alzado. Eso sí, prométame que por lo menos que no me va a tocar bañarlo como a
Juanchito.
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*****
El cabildo hierve a sangre. Suenan las vísceras. Cuelgan las cabezas de cerdo sobre los
ganchos de la cocina. La chicha la carne el mote los huevos Todo marea. La música
nunca para. El señor de en frente dejó de tocar pero solo porque le iba a dar chicha a su
flauta, pobrecita, tenía sed. No ve que las flautas también toman. No más viera como les
encanta la chicha y el yagé Uuy, ese borracho se cayó y quedó noquiadísimo sobre las
escaleras. Pero seguro él se duerme ahí un rato y ahora se para y sigue tomando, póngale
cuidado. Es que no se da por vencido, No me duermo, No me ’duermo ¿Sí lo escucha?
De verdad ese señor no se rinde. Trata de levantar la cabeza de entre los charcos de
chicha pero vuelve y cae desplomado en el suelo. Así es el Becnaté, querido lector, una
constante lucha por celebrar la vida, la abundancia y el movimiento. Ríos de música
corren por las calles. Se colan por la primera puerta que encuentran a su paso. Kemëjuá
dicen. Visitan, hacen música, reciben chicha mote y luego salen de nuevo. Pierden el
conocimiento, le piden matrimonio a las turistas. El indio ya no habla pero sigue
bailando, y mientras, el extranjero espera por un baño temiéndose cagar de nuevo en los
pantalones. Así es el carnaval querido lector. Hay de todo para que todos compartamos lo
bonito, lo feo, lo sublime, lo grotesco. El que se quiera reir que se ría, el que llore pues
ojalá que llore de la risa. Y el que se quiera cagar, pues que lo haga sin remordimientos.
Tranquilo, que por ahí hay harto potrero ¡Vivamos, pero vivamos bien! Bom Bom Bom
Bom Bom Bom Mí re sii, re mi silasol, Mí re sii, re mi silasol Kemujúa! Perdonará querio
lector pero ya stoy muy mareao. Me voy a rcostar un ratico.
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Despierto. Bom Bom Bom Bom Bom Bom sigue diciendo el estruendo del bombo, que
llena el espacio con su pulso inaguantable. Siento que no he podido dormir más de tres
horas en estos dos días y el guayabo de la chicha me tiene temblando. Aunque ayer llegué
a la casa en los hombros del lector, ya no lo veo por ahí. Debe estar en alguna casa del
pueblo todavía carnavaleando. No es que yo sea el autor de esta recocha… Es el carnaval
que nunca miente.
¿Y los dioses?
Acaso el lector se ha preguntado ¿donde están los dioses? Esta monografía se llama el
carnaval de los dioses pero hasta el momento solo no la hemos pasamos tomando chicha
y bailando. Pero aguarde, no me juzgue todavía, déjeme explicarle. Acuérdese que todo
comenzó por el cuento de Willie, la culpa es de él. Sí, de verdad, la culpa es de ese cuento
guía, por eso es que terminamos en el cabildo. Si no me cree, revisémoslo. Claramente
dice, Y entonce’ todo mojado dizque se fue al pueblo a buscar una candela y llegó al
cabildo. Se acercó al fuego así tiritando y el fuego estaba ardiendo pero no lo quemaba.
Ahí tenían la ollita y el fuego les ayudaba a cocinar todos los alimentos de la pacha
mama. Estaban haciendo también chicha para la sed. Tonce’ dizque sirvieron la chicha, y
la chicha le dio el espíritu, la fuerza y como él estaba con toda la comunidad tonce le
llegó el espíritu del Kamëntsá y se puso a hablar con toditos… Ahh ve que sí, nos
pusimos bien parlanchines porque la chicha tiene su espíritu. Sin ella no lo hubiera
podido invitar al Sibundoy para el carnaval. Y el espíritu de la lengua Kamëntsa. Pues
imposible que no le haya quedado sonando en la cabeza de tanto Cles-trin-ÿee, Cles-trin-
ÿe. Pero tranquilo, no se asuste, ya no vamos a repetir más cantos. ¿Se acuerda que
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también hablamos con Mama Clema? ¿La mujer que nos contó la historia de Juanchito?
Bueno, pues ella es la mamá de Willie. Y de una vez le voy avisando que en el camino
vamos a conocer a varias personas de su familia. Porque esta es la historia de muchas
vidas, una dentro de otra, como pequeñas matrioskas saliendo de la cabeza de un niño. A
él le doy las gracias, a Willie. Su historia ha sido mi carta de navegación, por eso siempre
vuelvo a ella cuando me veo un tanto perdido entre el océano de mis pensamientos. Pero
debo confesar que, espero en algún momento, soltar su cuento al aire y navegar hacia el
sol. No crea, escribir también marea. Olas que van y vienen, pero ningún ancla a la mano.
Ahí se preocupa el autor o bien decide echarse a nadar entre las corrientes de chicha para
sumergirse aún más entre la cultura kamëntsá. Es increíble haber llegado a este punto
solo queriendo desdoblar el cuento de un niño. ¿Pero si era tan sencillo? Se trataba solo
de un blanco que luego se transformaba en el Cacique de un carnaval. Este cuento
hubiera podido pasar camuflado entre una historia de circo o alguna novela de realismo
mágico pero no, mire no más hasta donde nos trajo. Primero el protagonista, el hombre
blanco, nos empujó a escarbar la historia de la colonización y la influencia de la iglesia en
el Valle del Sibundoy. Luego nos preguntamos por el carnaval y resultó que no era del
todo un carnaval sino una fiesta ancestral indígena, y para que usted entendiera lo que eso
significa para los kamëntsás, lo llevé hasta el Sibundoy y ahí fue cuando me serví el vaso
de chicha ¿se acuerda? A usted también le pedí que consiguiera un traguito para celebrar
por la libertad, y ojalá me haya hecho caso porque el carnaval no es lo mismo sin trago.
Kemëjuá. Desde ahí todo fluyó y mi deuda con la literatura cobró sus líneas pendientes.
El lector debe saber que al principio esta tesis iba a ser muy distinta. Yo quería que fuera
un cuento largo, una obra literaria. Pero reconozco que fue un proyecto muy ambicioso
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que abandoné por no estar preparado. Por eso decidí tomar el cuento de un niño de ocho
años y aprender a bailar sobre sus pasos, a ver si algún día vuelvo a ser niño y me dejo
llevar por la corriente. Sí, hay que dejarse llevar. Escribir es como aprender a bailar.
Primero hay que buscar buenos maestros para aprender los pasos básicos, y después de
repasarlos con juicio, una y otra vez, solo es dejar que el cuerpo fluya y se exprese solo.
Así tendrían que escribir también las manos, como tocando una sinfonía inconclusa. Pero
hasta ahora estamos aprendiendo, así que cerraremos el telón de vez en cuando para
presentarles varias escenas de esta gran parodia. La primera se llamó La Cruz del Blanco
y La Tierra del Indio. La segunda, en la que estamos actuando todavía, se llama La
Música del Padre Sol. Y la tercera aún no tiene nombre. Estoy decidiendo si llamarla La
culebra y el cielo o El jardín de los aucas. De cualquier forma este último capítulo será el
viaje del blanco por los siete espíritus, anunciado por el niño en el cuento del Cacique,
aunque para ese entonces Willie ya solo sea una excusa para escribir mi propia historia.
La idea es que en esta última escena nos sentemos juntos a tomar yagé y a hablar con la
naturaleza de sus espíritus y antiguos salvajes. Me daré la libertad de describir cosas que
parecieran imposibles, pero que de verdad ocurren a espaldas de la lógica occidental. Será
un ejercicio de confianza dejarse llevar al Carnaval de los dioses.
*****
Trin, trin. Tírin tírin tirín tirín Sale el Cacique con su máscara naranja dirigiendo el
carnaval. Cuelgan de su cuello varios colmillos de tigre, cascabeles y collares con
chaquiras verdes, azules y amarillas. Su rostro, tallado por algún artesano del pueblo, va
soplando hacia el cielo, como los curanderos de la región cuando limpian a sus pacientes.
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Sus cuencas profundas van mirando el camino con cuidado y sus pómulos, bien
pronunciados por la herramienta, brillan bajo el sol pintados de blanco y verde. Debajo de
la máscara se abriga un kamëntsá. Su paso es firme como la autoridad que representa. Tin
trin tírin tírin dice la campana de cobre que lleva en su mano. Ha comenzado el carnaval.
El Cacique guía a los Zaraguayes7, y ellos danzan en ocho dibujando la serpiente que
muerde su propia cola. Van reuniendo a la gente para ir a la parroquia del Sagrado
Corazón de Jesús donde los espera el resto de la comunidad. Tin tin, tírin tin tirín tirín
mueve la mano inesperadamente otro Cacique que aparece en la escena. Lleva como el
anterior, sus colmillos de tigre colgados del cuello, pero ahora su máscara es roja y sus
chaquiras blancas y azules son símbolo de pureza y sabiduría. Hay dos Caciques en
escena, uno naranja y otro rojo. Pero es este el último quien va a dirigir el desfile desde la
parroquia. Trín, tírin, tírin. Sale a caminar el Cacique rojo, y los ríos de música empiezan
a latir entre las calles. Los colonos salen a ver el espectáculo desde los balcones y las
aceras del pueblo. Todos aguardan el paso de los kamëntsás. Tin Tírin Tírin. Nos
dirigimos poco a poco hacia el parque central. Ya estamos regresando a Tabanok, me
dice un mayorcito mientras caminamos. Tabanok ¿no conoce? Nuestro sagrado lugar de
origen. Entre risas su bombo sigue retumbando, y sus manos, saciadas de tierra, me
señalan el centro del pueblo. Mire, ese es Tabanok. Sigo su señal hacia delante y veo el
parque central. Sí, ese es, de ahí venimos todos los kamëntsás, me dice el anciano con su
voz amable. Hay una cruz de piedra negra en el centro, aunque a su alrededor también
7 Personaje del Bëtscnaté que representa al español. Está vestido de blanco y capa roja, y sobre su cabeza lleva una especie de pirámide sin punta llena de espejos que representan el engaño al que fueron sometidos los indígenas al cambiar su oro por las baratijas de los españoles. Los zaraguayes antes tenían su propia fiesta que se llevaba a cabo en la iglesia y en la cual bailaban únicamente los blancos. Pero con el tiempo, estos personajes empezaron a hacer parte del Carnaval del perdón y ahora son usados por el cabildo para hablarle a su pueblo sobre la colonización de los españoles.
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hay varias tallas en madera hechas por los indígenas, retratando los motivos del carnaval,
el yagé y la música andina. En frente a Tabanok está la catedral, atrás la alcaldía, y en la
esquina, el cabildo. Este lugar oculta millones de historias. Aquí se desplazó el pueblo
kamëntsá en tiempos inmemoriales8; aquí construyeron la primera capilla y vistieron a un
dios indígena de Jesucristo; aquí se sentó el padre Fidel de Montclar a hacer empresa con
las tierras de los kamëntsá; aquí está cabildo como autoridad tradicional del pueblo. Ya
estamos en Tabanok. Tum tum, tírum trUm tirUum Suenan las campanas de la iglesia, y
el Cacique rojo sigue dirigiendo el desfile hacia la catedral. La comunidad entra y se llena
de colores el silencio. Los ángeles bailan desde el techo de la cúpula al son de la
algarabía. La acústica nos multiplica y Jesucristo desde la cruz vigila nuestra presencia
con su corona de espinas. Damos comienzo. A este momento especial, día del perdón, día
en que agradecemos al Creador de este mundo, la vida de cada uno de nosotros, y de todo
lo que nos rodea. Todos se sientan. Se arrodillan. Algunos cierran con fuerza sus
párpados y rezan a Dios con sus manos unidas en una sola plegaria. Afuera siguen
carnavaleando los infieles y empieza a oírse el sonido de la lluvia que cae sin piedad
sobre el Sibundoy. El Monseñor, que ha venido desde Pasto, recibe las ofrendas, los
huevos, la gallina, el mote. Los fotógrafos rondan por la iglesia y disparan sus cámaras
queriendo captar el mejor ángulo. Primer plano. Composición. Juanchito abre el
diafragma y toma la foto perfecta. El alguacil del cabildo pareciera estar muy tranquilo
rezando, pero en realidad se ha dormido en medio del sermón. Hermanos, pueden ir en
paz. Acaba la misa y despiertan los dioses. Al bajar las escaleras de la catedral empieza a
8 Antes los kamëntsá vivían en el centro del valle, y luego de unas grandes inundaciones causadas por la erupción del volcán Patascoy, fueron obligados por la naturaleza a salir de sus viviendas para desplazarse hacia la montaña.
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salir el Sol entre las nubes, está molesto porque interrumpieron su fiesta. Salimos de la
misa y estamos de nuevo en Tanabok. Voces agitadas gritan Clestrinÿe alrededor de la
cruz de piedra. Piden perdón a Cristo. También el Cacique se arrodilla para pedirle
perdón al gobernador del cabildo, y atrás suyo hacen fila los Zaraguayes y los Sanjuanes.
Carnaval del perdón. Día grande. Todas las sensaciones se entremezclan en esta ofrenda a
los dioses. Vuelta al tiempo, vuelta al origen. Los kabunga lloran de alegría. Cles-trin-ÿe,
Cles-trin-ÿe, se dicen unos a otros y derraman flores sobre sus cabezas perdonándose las
faltas. Así se limpian los rencores y la envidia, con flores. Se tiene que estar limpio para
empezar el año nuevo. El miércoles anterior los Taitas limpiaron el parque central,
agitaron sus wairas para sacar las malas energías del espacio. Cada uno sopló a más de
veinticinco personas, les quitaron los males y les sembraron la suerte. Ahora sí vístase, ya
limpios, alegrémonos todos bien bonito, bailemos. Los kamëntsá llegan de todos los
rincones del país y hasta de otras naciones para limpiarse el espíritu. Es la constante
renovación, el movimiento del sol, música y colores del cosmos. Clestrinÿe9, fiesta del
maiz, fiesta del sol; carnaval de la luz que ilumina todos los rincones con su música.
Armonía de la chuma. Mareo extático sin razón ni pretexto. Carnaval de los dioses.
Multitud bulliciosa. Sonido primero. Compás inalterable. ¡Sin música no hay vida! dice 9 La palabra Clestrinÿe puede tener varias interpretaciones. Para varios mayores kamëntsás está asociado a
la acción de tocar los instrumentos, a dar vida al sonido que incia el carnaval. Para otros el Clestrinÿe está
asociado al ritmo que se sigue durante días, como una especie de onomatopeya a la armonía causada por la
música. Clestrinÿe también se llama una flor color naranja que se utiliza para pedir perdón el día del
carnaval. Por otra parte, si observamos la palabra en su composición semántica, el Clestrinÿe, tiene como
sufijo la raíz “nÿe”, que se refiere a algo que manifiesta iluminación. Sufijo presente en palabras como
Shinye, sol; Tkunÿe, trueno; Inye, ver. Significados que nos dan una guía para pensar en la relación
entre música y luz, que profundizaremos a lo largo del texto.
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un Taita entre la multitud. Ese estudiante me preguntó que quién había inventado las
notas del carnaval, y yo solo me reí porque es que el carnaval no tiene notas. Verdá, antes
de la luz y la oscuridad no había notas. Eso es el Clestrinÿe, un ritmito, pero cada uno
toca como quiere. Si ahora todos se copian de los otros es por pura moda, no porque
alguien se haya inventado las notas que son, ni los versos únicos del carnaval. Eso sería
como decir que nosotros tenemos un himno, y sí, uno sabe que hay melodías que son
propias de una familia o de la otra, o que al escucharlas uno también dice, este viene de
San Andrés o de San Felix. Es cierto que cada vereda tiene su tonada, pero el Betscnaté
no tiene notas. Eso es bien bonito de entender, porque cuando uno toca algo que le nace,
esa música es la que lleva por dentro y no tiene necesidad de copiar ninguna otra. Mi
abuelo me contaba que así mismito aprendieron los antiguos cuando el Señor les dejó el
carnaval. Antiguamente ellos no tenían nada, estaban desnuditos, no había nada en
absoluto, vivían tristes, sin música, ni fiesta. Entonces él los visitó en forma de humano, y
les dijo que era muy necesaria la alegría, que vivían muy tristes y que debían por lo
menos tener una fiesta propia una vez al año. Él les prometió que iba a traer los
instrumentos para poder tocar y les iba a enseñar la manera cómo se toca el tambor, la
flauta, el rondador, el cacho, el cascabel - todo lo que usted oye sonando por acá-, y el
Señor dijo: Tal día, ya llegaré con la música... Y se fue. El día llegó y disque todos tenían
preparado algo para contentar al Señor, ya era medio día y de pronto escucharon que
venía harta gente, oían sonidos, de todo escuchaban. Entonces no sabían cómo mirar esa
gente, cuando quedaron sin poderse mover porque venía uno solo, pero la música era de
hartos. Entonces, llegó él, saludó dando dos vueltas y se presentó, se llamaba Bochica10.
10 El relato de Bochica es una adaptación libre del mito del Clestrinÿe, narrado por el Taita Martín
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El Señor venía con todo el vestido del carnaval, con su corona, todo la indumentaria. Les
enseñó a los antiguos, primero, a cubrirse el cuerpo del frío. A hacer la ropita tejiendo la
lana de las ovejas. Luego les enseñó a hacer los instrumentos, la flauta, el rondador, el
cacho, los cascabeles, y una vez hechos les dijo: Ahora les voy a enseñar... Así se toca la
flauta, los dedos bien puestos sobre los hoyitos y levantando como debe ser cada dedo...
Así se toca el bombo, el tambor tiene que ser al compás de la flauta y al compás de la
flauta y el bombo, tienen que ir juntos el cascabel, el cacho, el rondador... Todo al
compás… Bueno, dijo, muy bien, ahora ya aprendieron, solo les falta bailar… Es que se
levantó y enseñó toda la ceremonia. Él mismo dijo que le dieran el permiso para bailar,
Kemëjua. Y pronunció que era Bëtscnaté; el día más grande significa eso, el día del
encuentro de Dios con la gente. Dio unas cuantas vueltas en la casa y ahí con todo respeto
bailó con ellos. Por eso es que el día de carnaval hay que esperar a las doce del día. Hay
que mirar el Sol, y a esas horas, el mayor de la casa tiene que decir: !Llegó la hora de
bailar, ahora sí vamos a bailar! Entonces todos salimos a carnavalear hacia las otras
casas. Pero antes de entrar, se tienen que dar dos vuelticas afuera, y otras dos cuando uno
ya está adentro. Así saludo Bochica, con mucho respeto. Él nos enseñó toda la ceremonia,
tomó chicha y bailó con nosotros cuando aprendimos a tocar todo al mismo compás. Por
eso es Clestrinÿe. Es la forma en que hacemos sonar entre todos los instrumentos. El
cacho, el tambor, los cascabeles, las flautas. Buetsoboyejuanga, eso es alegrarse entre
todos, y alegrarse de todo, como un niño con el canto, con los olores, con el baile, con
Agreda, y escuchado atentamente por su amigo William Daza, antropólogo quien lo transcribió en su trabajo inédito “Mitogénesis kamëntsá”, en el cual se relatan las enseñanzas de este ser sobrenatural que llega a la comunidad en tiempos de oscura tristeza para llenar música y alegría a los indígenas. Este mito también se encuentra en el trabajo: “Violencia, perdón y disidencia” de Herinaldy Gomez, en la versión narrada por Narcisa Chindoy, que intentaré mezclar con la primera, para complementarlas.
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todas las vueltas, gritos y colores. Compartir todo eso es una misma familia. Chams
Kabunga. Por eso es día grande. Betscnaté, todo junto en un mismo día. Todo guarda un
pensamiento que va junto. Por eso es que Bochica nos enseñó a tejer y a hacer los
instrumentos, para que guardáramos su recuerdo. Por eso estamos aquí bailando y
hablando de él. Porque él mismo nos enseñó a celebrar esta fiesta. Él dijo que también
tenía una casa, e invitó a que fueran a pasearse donde él, y en un momento mientras todos
bailaban se ajuntó tanta gente que ya no lo distinguieron. Se les perdió, pero ellos
siguieron la fiesta.
*****
El carnaval no es solo chicha. De hecho pasan tantas cosas a la vez que es imposible
describir todo lo que se ve. Es una fiesta muy difícil de contar. Son muchas historias que
se cruzan en un solo canto, en el que se abre un universo de símbolos tan gigantesco que
deja a sus hijos huérfanos por doquier. Uno de ellos es Bochica, uno de los tantos seres
sobrenaturales que al igual que el Señor de Sibundoy, fueron reemplazados por Cristo,
que para los católicos es el único hijo de Dios. Mientras tanto estos seres divinos
anteriores al contacto con los blancos, se han ido borrando de la memoria para las nuevas
generaciones. Después de la evangelización, Cristo comienza a aparecerse en los
carnavales y se oculta el dios del medio día, el creador del Clestrinÿe. Pero Bochica no
fue el único hijo huérfano de Dios en el carnaval. El personaje del Cacique, trín tín, tírin
tírin, aunque dirija el carnaval, es para muchos también un desconocido. Algunos afirman
que él no es propio de la comunidad, que vino de otra parte. La gente no lo recuerda
porque los capuchinos lo borraron del Clestrinÿe a mediados del siglo XX, desde el
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momento en que crearon el Carnaval del perdón. Varias décadas pasaron sin ver bailar al
Cacique -Shoshouá- quien antes danzaba descalzo junto a los Sanjuanes para celebrar la
muerte y vida del dios Sol. Las casas de palma eran testigos del ritual sagrado para recibir
el año nuevo en el solsticio de junio. El sol avisaba su muerte madurando las cosechas, y
los kamëntsá salían a recoger el maíz de las chagras. Lo molían y hacian la chicha
mascada, el bokóy para la fiesta. Llegaba el día y los danzantes le rendían un tributo a su
padre, el astro rey. Desde el cielo él perdonaba a sus hijos, los llenaba de energía y
abundancia para permitirles un nuevo comienzo. Era el Clestrinÿe, la fiesta del maíz.
Regalo del sol que embriagaba a sus hijos para darles fuerza y alegría. Así bailaban por
semanas transmitiéndole la semilla de la luz a la madre tierra para que el maíz volviera a
nacer. Hoy se ha cambiado el calendario del maíz por los meses cristianos, pero el sol no
se olvida, sigue llevándose en la coronilla. Ya se tejen las coronas en hilos de colores. Es
la aureola sobre la cabeza, que anuncia la llegada de Bochica al medio día. Es el sol, luz
de sabiduría, luz de la mente, aureola de los santos. Hoy todavía en el Betscnaté se
construye un castillo para el astro rey con ramos dorados, tejidos como una mata de maíz,
como llamas que levitan. Es una corona gigantesca, que será la puerta del sol, el camino
por donde el Padre tendrá que morir para volver a renacer. Muerte y resurreción. Una vez
más florece el árbol del Clestrinÿe para el año nuevo. Al castillo se dirigen los Sanjuanes
y el Matachín después de la misa. Los zaraguayes los esperan para jalar la cuerda y elevar
al héroe de la fiesta. Tiran con fuerza. Del otro extremo se eleva el Sanjuán y vuela por
los aires hasta agarrarse de los ramos. Allá arriba del castillo cuelga un gallo viejo,
amarrado de las patas, boca abajo. Juegan a subirlo y bajarlo jalando la cuerda que amarra
sus patas. El gallo empieza a aletear. El Sanjuán intenta cogerlo, pero falla varias veces.
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Por fín se estira y lo agarra del pescuezo. Se tira desde las alturas y desde abajo aguantan
su peso jalando el gallo hacia arriba. Trata de arrancarle la cabeza pero no lo logra. El
horero está agonizando. Vierte por su pico la sangre de sus entrañas. Tiran de nuevo los
zaraguayes. Vuela por los aires otro Sanjuán y en su intento suelta la cuerda y cae al piso
estrepitosamente. Su máscara choca contra el asfalto. Se oyen gritos. Silencio. El
kabunga está inconsciente en el piso. La defensa civil lo ayuda a parar, le quitan la
máscara, y asoma su rostro maltratado y sus dientes astillados por la caída. Lo llevan
alzado hacia el cabildo, y mientras, tiran de la cuerda una vez más los zaraguayes. El
tercer Sanjuán se eleva y logra colgarse del castillo, alcanza al gallo viejo y le tuerce el
pescuezo con tanta rabia que le quita la cabeza tras varias vueltas. Sus manos se llenan de
sangre y las plumas del pescuezo caen al piso como huella del sacrificio. Él es el ganador.
Orgullosamente muestra la cabeza del gallo al público y la entierra en su vara para
empezar a bailar alrededor del Cacique. Es un sacrificio para su dios. El animal del día ha
muerto. El tiempo nace y los Sanjuanes siguen bailando alrededor del Cacique, el rey, el
dios humano. El Shoshouá es el padre Sol en la tierra. Sabiduría luminosa, gobernante y
padre. Mucho antes de la colonia, se cuenta que un hombre llegó a tener tanta sabiduría
que viajó con su espíritu al espacio y llegó hasta el sol. Después de su viaje sideral,
volvió a la tierra y decidió tapar su rostro con una máscara roja. Trascendió su humanidad
y se convirtió en el padre de todos los kamëntsá, en Cacique. El blanco fue a donde el sol
y el sol le dio su espíritu dijo Willie. Otros cuentan que el astro rey, el padre Sol, decidió
volverse hombre para cuidar la tierra. Entonces se hizo humano y nació el Cacique para
gobernar a sus hijos. Luego de que él fuera la autoridad máxima, por respeto a su
sabiduría y poder espiritual, llegaron al Valle los blancos con su luz teñida de sangre, y
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tras la misión capuchina, ocultaron al Shoshouá. No solo lo borraron como personaje del
Clestrinÿe. Su desaparición también borró de la memoria el mito del dios Sol en la tierra.
Pero tarde o temprano todo regresa. El Cacique que se encontraba oculto entre el olvido,
aparece de nuevo en los años setenta con el nombre de Matachín11 y una campana en la
mano para dirigir el desfile en el carnaval del perdón. Quizás sea el Taita Pedro, una de
las pocas personas que recuerda la historia de su regreso. Según cuenta, un día, todos
bailaban por la noche, el día del carnaval, cuando de pronto, en medio de la gente, se
apareció el Matachín -Cacique-. Venía con plumaje, todo, su sayo, su máscara, sus
chaquiras, y con él venían bailando los Sanjuanes12. Ellos tenían puestas sus máscaras
oscuras con lenguas colgadas como los ahorcados. Bailaban y bailaban dando vueltas
alrededor del Matachín. A todos les causó asombro tal parsimonia y los presentes se
reunieron a ver la danza, cuando de repente, ante los ojos de la comunidad,
desaparecieron… Son espíritus dice Taita Pedro. Ellos son los espíritus. El Matachín, San
Juan, son espíritus.
11 Joan Corominas en su Breve diccionario etimológico de la lengua castellana nos dice que proviene del italiano mattaccino, nombre que hace referencia al ‘danzante popular’ y a su vez es derivado del despectivo-‐diminutivo matto, ‘bufón’, propiamente ‘loco’ (del latín vulgar mattus). Matachín es el nombre que los españoles decidieron usar para llamar a los danzantes de las ceremonias religiosas indígenas, que por sus movimientos y su atuendo colorido, le debieron recordar a los matachines europeos, juzgándolos así de ridículos y bufones. 12 Las fiestas de San Juan son muy extendidas en la tradición cristiana. Incluso se celebran en muchos países de Europa como festejo al solsticio de invierno o de verano. Juan también es un nombre muy recurrente en las figuras míticas de las culturas andinas, que serán los hijos del oso, del sol, o de las estrellas.
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EL JARDÍN DE LOS AUCAS
Voy llegando al Sibundoy después de un largo viaje. Esta noche hay que tomar un
descanso en Pasto porque no hay buses que vayan directo al pueblo. Me encuentro
enfermo, agotado. La infección sube por mis tobillos y a cada paso siento mil punzadas
de veneno que devoran mis pies. ¡Estoy desesperado! Ojalá los brujos puedan hacer algo
porque el antibiótico del hospital aún no funciona. Mis pies se pudren. Se enquista el
dolor en mi mente y la silla del bus se torna insoportable ante este sufrimiento. Me
acomodo en el asiento. Al mirar al horizonte quedo pasmado con la primera imagen que
veo. El volcán Galeras, a solo unos metros de Pasto, está expulsando de su cráter una
inmensa fumarola. Va creciendo la nube de humo y nos acercamos a la ciudad. En el aire
ya se percibe el aliento del volcán. Llueve ceniza sobre Pasto y sus calles envejecen entre
el azufre. Del cráter brotan lenguas de fuego anunciando la catástrofe y desde mi asiento
aguardo el momento de la erupción. Aunque nunca fui muy creyente de ninguna religión,
le pido a Dios, quien quiera que sea, que detenga la furia del volcán. Escucho murmullos
en la calle. Hay gente aplaudiendo. Están felices viendo las llamas del cráter, Es bien
bonito ¿no? dice el mayor sentado a mi lado. ¿Acaso tiene algo de bonito una erupción?
le pregunto. El viejo me mira extrañado. Tranquilo joven, aquí es costumbre que el
Galeras bote ceniza una vez cada año. El volcán es como una olla a presión; si no pita de
vez en cuando, pues explota. Aquí en Pasto nos alegra que el volcán respire para que se
libere de tanta presión. Es como usted, que está necesitando un respiro porque está a
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punto de estallar, mírese no más. Evité seguir la conversación y seguí viendo por la
ventana tratando de digerir una vez más la imagen. Parece que nadie más está
preocupado, todos mantienen la calma mientras llegamos al terminal. Me bajo y compro
inmediatamente el tiquete hacia el Sibundoy con tal de alejarme del volcán Galeras.
Salimos en camioneta por la carretera hacia el Putumayo y la fumarola va desapareciendo
entre el paisaje. La fiebre hierve mi cuerpo como motor humeante, deja mis huesos
cansados y mi rostro perdido. No puedo disfrutar el paisaje con esta enfermedad. Hemos
pasado una laguna inmensa y un páramo hermosísimo, pero el dolor no me deja
disfrutarlos. Sibundoy, dice el chofer. Me apresuro a descargar mis maletas y ya en la
calle, a primera vista este pueblo es igual a cualquier pequeña ciudad de Colombia. Pensé
que era un pueblo indígena de chozas pero no, solo hay casas de cemento, calles
pavimentadas, bancos, una estación de policía, tiendas de artesanía, de electrodomésticos
y muchos asaderos de pollo. Tengo la garganta seca, la ropa sucia y raída. La resaca del
viaje hace el sol insoportable. Señora ¿me podría regalar un vasito con agua? La tendera
sabe que mi sed no se calmará con agua, sin embargo va al grifo y llena con lástima el
pocillo, sabiendo que mi cuerpo devorado por el quiero más está desfilando ante la
muerte. Le pregunto por un brujo pero no encuentro respuesta. Uno. Dos. Tres intentos, y
en el último almacén por fin llaman a un joven y le dicen que me lleve donde el Taita
Justo. Al llegar al consultorio, lo primero que salta a la vista es una gran pancarta. Taita
Justo Buenoy, ciencia y compromiso al servicio del pueblo, acérquese al conocimiento.
Su imagen en medio de un fondo selvático es iluminada por un rayo de luz que baja desde
el cielo. Venga, siéntese amigo, me dice el Taita. Saque una carta. Sin meditarlo, la saco
y se la muestro. Le tienen envidia, me dice. La platica se le está yendo y usted no sabe
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por qué. Malas cosas, las personas le están deseando mal y usted necesita una protección,
un amuleto. Pero no se preocupe, que aquí le tengo el remedio, bien rezadito para que le
llueva la plata como arroz. Me levanté de la silla y salí del consultorio cojeando,
indignado ¡Son quince mil pesos por consulta! gritó él Taita hacia la calle. Sin ánimos,
decidí tragarme la rabia e irme a tomar un café a la plaza de mercado; otro antibiótico a la
boca. Mientras, dos abuelas me observan desde la otra mesa. Una de ellas se acerca. Otro
que cae. Ese viejo sigue estafando a todos los que llegan a preguntar, viera cómo es de
bandido. De ese dicen que fue a Bogotá dizque a curar. Verá, pues mis sobrinos lo vieron
en la ciudad parado en una plaza vestido de indio, pedía la mano y el signo, que si
sagitario, géminis. Eeese bruto qué va a saber, si desde niño le gustaba tener las uñas
largas, ser ladrón como el papá. Más bien si usted quiere yo lo llevo a donde mi yerno, el
sí es Taita. Sin otra opción, emprendimos el largo camino hasta la casa del nuevo
curandero, evitamos la carretera y nos fuimos por el desecho. Eso le pasa por andar en
malos pasos, dijo la abuela con respiración agitada. Aquí llegan muchos así como usted,
enfermos y cansados de tanto correr. Yo lo voy a llevar a que lo curen. Pero antes
paremos aquí un momentico que tengo que visitar a alguien. Mi comadre me pidió el
favor que estuviera pendiente de la hija porque está a punto de tener un niño. De pronto
se escucha una mujer pujar al interior de la casa. La abuela se afana y cruza por entre los
maizales. Entramos por la puerta de atrás y en la cocina una madre sujeta a su bebé de la
cabeza tratando de sacarlo de sus entrañas. Suda lágrimas. Grita. La abuela se lava las
manos rápidamente, y empieza a sobarle la panza ayudándolo a salir. Llanto. Finalmente
lo saca de cuerpo entero y se lo entrega a la madre. Ella lo mira y lo acaricia con una
sonrisa fatigada. Todavía el cordón umbilical los une y ella mantiene sus ojos extasiados
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ante el fruto de su ser… Hay que separar el cordón, dice la abuela. Cojo un cuchillo
cercano, lo lavó y se lo pasó a la anciana. ¡Cómo se le ocurre! ¡Cómo le va mostrar usted
un cuchillo a un bebé! ¡no ve que asusta al niño! Además, quién le dijo a usted que la
tripita se cortaba. Eso no se corta; se separa. No es por ofender pero ustedes los blancos
no saben traer un hijo al mundo, desque un cuchillo. Mejor páseme ese palito de carrizo
que está al lado del fogón, ese si se utiliza. Con la mirada caída le entrego el carrizo a la
abuela y ella separa el cordón y lo ata con una lana. Descansa el hijo sobre el regazo de
su madre, y la abuela se pone de pié y se dirige hacia el fogón de la cocina. Lleva algo
viscoso en su mano, creo que es la placenta. Empieza a hacer un hueco al lado de la
candela y la entierra con mucho cuidado. La tapa con las cenizas blancas del fogón y tras
un largo momento de silencio solo se escucha el susurro del fuego como un seseo
constante. Así nunca se le olvidará de donde viene, dice la abuela. Acuérdese mija que
este fuego es la vida de su hijo, tiene que cuidarlo y mantenerlo prendido por ocho días.
Dígale a su marido que traiga buena leña del monte para que el niño les crezca fuerte y
sano, y que cuando la vaya a quemar tiene que organizarla bien bonita para que los
dientes le crezcan derechitos al niño, oyó. Por eso fue que le enterré la placenta bien
profundo, para que el niño nunca se le caigan los dientes. Usted tiene que ir aprendiendo
todos los secretos de los abuelos para que pueda ayudar a los partos. Ahora espéreme un
tantico, no me demoro. Ya vengo, voy a llevar a este muchacho donde Miguel y vuelvo a
prepararle el sancochito de gallina. Salí regañado del parto. Dejamos a la nueva madre
con su niño en brazos y seguimos por el desecho. Ya va cayendo la noche sobre las
montañas, cuando por fin llegamos a la casa del yerno, anunciada por el ruido de los
perros y los pollos, que tropiezan torpemente buscando la luz de los bombillos. Suenan
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las cigarras como sapos, y el dolor vuelve a ocupar mi mente en alaridos viscerales. De
un momento a otro, aparecen muchos niños saludando a la abuela. Ella les da la
bendición a todos con la mano derecha y descarga de su espalda una tela con abundante
maíz. Vaya mijo llévele a su mamá, y llámeme al papá, que revise a este muchacho.
Venga, siéntese joven. Espere aquí mientras llega Miguel. Parecía que la abuela ayudara
a parir todos los días, porque en su rostro seguía igual de tranquila, en cambio yo todavía
no salgo del regaño por el error del cuchillo. La abuela se despide y me deja solo en
medio del cuarto. Al fin entra el Taita y sin más, al darle la mano clavó en mí una mirada
de culebra. Mucho gusto, Sebastian Gonzalez, le dije. Mis palabras caían una sobre otra y
sus pupilas cascabeleaban en silencio atacando de lado a lado como un temblor propio del
alma. No miraba mis ojos, ni mi cara. Miraba mi espíritu. Apretaba sus párpados e
inclinaba su mentón hacia arriba como si en su mirada me estuviese oliendo. Olfateaba un
rincón tan insondablemente profundo y a la vez tan aparente, que resolví defenderme con
la risa tímida del que evita las palabras. Su mirada, que sería imposible borrar de mis
ojos, había transformado todas las conquistas de mi arte, mi ciencia, y mi espíritu, en un
juego de máquinas. Mucho gusto, Taita Miguel Angel Muchavisoy. Siga a la cocina y se
sirve un cafecito.
Sebas, Sebas, emprésteme su portátil para escribir porfa. Claro que sí, allá está arriba en
el cuarto, pero ¿seguro que es para escribir? ¿No será más bien para jugar Willie? No, es
que es para escribirle el cuento que le dije el otro día, el del Cacique. ¡Sebitas! Venga le
sirvo. Hoy preparé una vishana13 bien rica para calentarnos de este frío que se le mete a
13 Deliciosa sopa tradicional kamëntsá, preparada con acelgas, maíz, habas, y papa.
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uno hasta en los huesos. No, muchas gracias Mamita, hoy no puedo comer, vamos a
tomar yagecito con el Taita. Ah, verdad, se me había olvidado. Bueno, será dejársela para
mañana. Esta noche tranquilo, usted vomite, vacíe el estómago que por la mañana ya se la
come con más ganas. Sí Mamita, mañana seguro me como hasta una vaca entera. Vamos
joven Sebas, ya tengo todo listo en el consultorio, ya está prendida la candelita para
abrigarnos. ¿Y cómo está el amigo? ¿Bien?... Eso es lo importante que esté concentrado.
Ya casi es hora de empezar la ceremonia. ¡Clema! ¿No ha visto mi cuarzo? ¡Sí!
¡pregúntele a Willie que él lo tenía esta mañana! ¡Willie! ¡Usted tiene el cuarzo para
curar mijo! ¡Sí, papito! ¡ya se lo bajo! Ese Willie es más inquieto que una pulga. Desde
pequeño le ha gustado coger todas las cosas para curar. Pero yo no lo regaño porque sé
que él tiene mucha curiosidad con esto del yagé, y hay que irle enseñando de a poquito
todo lo que yo sé sobre las plantas. Desde que estaba en la barriga de Clema ya sabíamos
que iba a ser Taita. Ya lo habíamos visto en el yagé. El día que nació le dimos tres goticas
de remedio y por eso es que tiene esa fuerza. Pero también es inteligente y cariñoso con
los demás, porque desde que llegó al mundo el yagé le pintó la sangre y le hizo entender
el amor por la vida. El ya sabe muchas cosas en su interior. Sabe que todo tiene su
espíritu, la naturaleza, los animales, los árboles, y hasta las piedras; de verdad, ellas
también tienen su espíritu. Me acuerdo que una vez yo tenía un poquito de yagé en la
mesa del consultorio que había quedado de una toma que hicimos, y el Willie entró a
escondidas y se lo tomó. Después fue que lo vimos por ahí todo chumado. Él me decía
que veía puros pajaritos y colibrís que jugaban con él. Y cuando fuimos a mirar el yagé,
la botella ya estaba vacía. Es que ese Willie es bien fuerte Verá, no más un día que yo me
puse a tomar yagé solo, me cogió un espíritu y me quería torcer la cabeza. Yo solo
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alcancé a gritar y salió Clema asustadísima, pero no sabía qué hacer. Entonces salió el
niño y cuando me vio así se fue corriendo por la botella de aguardiente, le dijo a Clema
que me ayudara a sentar, y me sopló la cabeza como limpiándome, y ahí mismito pude
reaccionar y zafarme de ese espíritu que ya me tenía desesperado. Por eso les digo, él
tiene el poder sembrado desde los antepasados, eso no es que el sople así no más. Willie
tiene la herencia mía y la herencia de mi papá que también es Taita, y hasta la del
tatarabuelo Juan Blanco14 que aprendió a dar yagé con los sionas y los coreguajes15 del
bajo Putumayo. Y por el lado de Clema, tiene al otro abuelo, al Taita Salvador, que fue
también uno de los duros de aquí del Valle. ¡Mire papi! ¡Gracias mijo! Ahora sí podemos
arrancar con la ceremonia. Vean. Este cuarzo me sirve a mí para mirarlos por dentro. Uno
mira a través de él y se puede ver a la persona como en una radiografía. En serio, si están
mal del hígado, del estómago, de los pulmones. Todo se ve con este cuarzo. El también
limpia la mala energía, porque el cuarzo es una piedra muy pura, todo lo malo lo vuelve
transparente. Ahora sí, ya estamos preparados. Bienvenidos a la ciencia. Hoy van a
conocer este remedio sagrado de la madre tierra. Ahora están diciendo en la televisión
que el yagecito es una droga, que mata a la gente. Eso es mentira. A las personas que les
pasa eso es porque no respetan el poder de la planta. Esto no es juego, no se puede tomar
14 Blanco es el apodo que reemplazó el apellido del Taita Juan, tatarabuelo del Taita Miguel, apodo que reflejó su color de piel blanco que fue heredado de algún capuchino o colono que violó a su madre, una indígena kamëntsá de una vereda cercana al Sibundoy. El Taita Miguel, al igual que su papá el Taita Gabriel, son de piel blanca, color que les recuerda diariamente la historia de la colonización de su pueblo. 15 Pueblos indígenas del bajo Putumayo considerados por los kamëntsás como maestros o dueños del yagé. Desde tiempos prehispánicos ellos acostumbraban a subir hasta el Valle del Sibundoy para intercambiar plantas, semillas, y objetos rituales para obtener sal y otros productos propios de los Andes. El Valle de Sibundoy es un puente geográfico entre la selva y los Andes donde se mezclan, no solo los productos agrícolas entre las dos regiones, también se mezclarán las cosmovisiones y tradiciones religiosas, que permitirán al pueblo kamëntsá sobrevivir a las distintas épocas de colonización adaptando el pensamiento blanco a su cosmogonía, que se nutre desde la selva a través de las redes chamánicas que unen a las distintas comunidades indígenas del Putumayo.
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solo así no más. Para eso existe una ceremonia. Existimos nosotros los Taitas, que nos
hemos preparado toda la vida para hacer esto. El yagé es una planta muy sagrada y por
eso les digo, hay que respetarla. Hay que tomarla siempre con un guía, con un propósito,
para que él mismo nos muestre sus secretos. Pero si no creemos que la planta nos puede
ayudar a ver, pues no nos va mostrar nada. Si usted está lleno de rencor y odio contra la
gente, eso es lo único que va a poder ver. El yagé quiere mostrarnos nuestro espíritu, lo
que cada uno lleva de verdad por dentro. Pero si uno está lleno solo de cosas feas, de
locuras y vanidades, pues no lo puede ver porque todavía no está listo, todavía está
enfermo de la mente. En cambio, si estamos dispuestos a curarnos, el yagé nos sirve para
todo, para sanar el cuerpo y la mente, y hasta para volar a otros lugares con el espíritu,
pero eso ya depende del que toma. Para eso hay que hacerlo muchas veces y siempre hay
que tomarlo con buenos pensamientos. Por eso es que cuando uno toma yagecito, la idea
es pensar bonito para ir limpiándose por dentro, para ir creciendo cada vez más, porque
para crecer hay que aprender a conocerse a uno mismo para vivir en paz con los demás.
Pero eso de vivir en paz no es fácil. Para eso se necesita fuerza, porque lo más sencillo es
conformarse, y seguir viviendo con los miedos y las rabias que llevamos dentro. Eso no
lo deja a uno avanzar en la vida. Pero si usted de verdad quiere cambiar eso que le hace
daño, pues tiene que enfrentarlo. Es como el Sebas que llegó aquí con ese pie bien
infectado ¿no? Pero él no solo estaba enfermo del cuerpo, estaba enfermo de la cabeza.
Se la había pasado solo tomando y pensando que la vida era pura música y trago. Pues
eso pone débil a cualquiera. Él ya no tenía los pies sobre la tierra, andaba volando por ahí
sin rumbo de un lado al otro, y así llegó aquí, todo andrajoso, bien confundido y
retorciéndose del dolor. Menos mal lo pudimos curar con todas las plantas. Un médico de
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bata hasta le hubiera amputado el pie porque tenía muy feo. Vuelta aquí le dimos agüita
de chontará todos los días para amortiguarle el dolor y le lavamos la herida con otras
planticas. Ya al final si tocó abrirle unas ampollas grandes que le salieron para sacarle
toda esa materia podrida que llevaba dentro. Pero primero el tuvo que sacar eso podrido
que llevaba en la cabeza, para que el cuerpo le empezara a sanar de verdad. Es la ciudad,
que en serio tiene a la gente enferma de la cabeza. Los que no se aguantan se tienen que
escapar y empiezan a andar por ahí como el viento, de un lado al otro, sin rumbo fijo. Así
llegó el Sebitas, bien flaco y desordenado, y en la familia lo adoptamos como un hijo,
para ver si de verdad quería conociera la tierra, y sí, se ha bajado un poco de esa nube en
la que estaba. No crea, el ya conoce esta tierra. Maduró. Así como un árbol, con sus
raíces bien fuertes. No más véalo, ya parece un hombrecito, no anda buscando por ahí
como un loco lo que no se le ha perdido. Le pudimos sacar un poco de esa locura. Pero
hay que seguir curándolo. Ahora que no tiene nada de dolor en el cuerpo, sí le podemos
dar yagecito para que agarre fuerza y siga limpiando la mente. Para eso están las plantas,
los animales. Todo está ahí en la naturaleza para curarlo a uno, para enseñarle lo bueno y
lo malo. Solo hay que escucharla y entregarse a la ciencia de la madre tierra. Yo les hablo
porque a mí sí me gusta decir estas cosas, porque hay personas que no saben nada y
entonces no tienen nada para decir. Para que ustedes aprendan a reconocer a un verdadero
Taita, se le conoce es por la palabra. Porque uno no solo es Taita para dar yagé. Hay que
aconsejar y hablar con las personas. Por eso siempre me ha gustado explicarles qué es lo
que les voy a dar. Hoy vamos a tomar tigre guasca para que nos dé la fuerza y entremos
con harta vibración a la medicina. Ese es solo una clase de yagé, pero hay muchas más.
Esta el cielo guasca que lo lleva a uno a ver la imensidad de este mundo, el yagé del sol,
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para ver toda la gente dorada, y el loro guasca, que es el de los pajaritos. El más feo de
todos es el culebra guasca. Ese sí es para gente que ya ha tomado mucho yagé y que lo
puede aguantar, porque ese yagé lo desespera a uno, lo pone hasta gritar. Uno ve culebras
por todo lado, es horrible, se le pasan por todo el cuerpo, y a uno solo le toca aguantar
todas esas sensaciones. Le llega a usted un sentimiento de envidia, de lujuria. Todos esos
sentimientos son de la culebra, son sensaciones que lo van llenando de odio, que le ponen
la lengua venenosa de la gente, y le hacen creer que lo más importante en la vida es el
sexo, que si usted ya abusa de él solo lo lleva a debilitarse el cuerpo y la mente. Pero si
usted aguanta todas las cosas malas y no se deja contaminar por esos sentimientos, la
culebra llega y le muestra su bondad. Se lo lleva a viajar para que conozca, y le muestra
toda la madre tierra, o a veces cuando le coge más duro se lo puede tragar enterito para
quitarle las enfermedades y hasta el miedo a la muerte. Si uno se pone a mirar, la culebra,
mientras va creciendo, tiene que cambiar de piel ¿cierto? Pues uno también tiene que
cambiar como la culebra. A veces tiene que dejar muchas cosas atrás para seguir
creciendo. La culebra no es del demonio como dice la Biblia. Yo siempre he dicho que
hay que aprender a ver el lado bueno y el lado malo de las cosas. No solo el de la culebra,
el de todo. Vea no más a los curas que hicieron tanto daño aquí en el Sibundoy. Ellos
hasta violaron y mataron a nuestros antepasados. Pero no todos eran malos, había unos
que si eran entregados a Dios y amaban a la gente. Me acuerdo que de pequeño, un padre
llegaba a la casa pidiéndole yagé a mi abuelo. Llegaba diciendo que quería guarapo, y
nosotros ya sabíamos que no preguntaba por el guarapo, sino por el yagé. Sí, a ese cura le
gustaba mucho el remedio. El era muy buena persona y siempre fue un gran amigo de la
familia. Se imagina. ¿Un cura y un Taita tomando yagé? Eso si esta bueno para ver. Igual
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los dos están buscando a Dios, el yagé también es de Dios. Él dejó el bejuco en la tierra
para que aprendiéramos que todo está unido en el universo por el amor. Esa es la fuerza
que une todo en este mundo, es nuestra herramienta para encontrar el origen de todas las
cosas. Esa es la luz que cada uno lleva dentro, y que va despertando en algún momento de
su vida. Pero el amor no es algo que le vayan a regalar a usted en las religiones. Esas ya
están muy contaminadas porque son de los imperios. El amor es algo de verdad pa
vivirlo, para estar feliz. Así es muchachos, uno va aprendiendo un poquito más sobre la
vida cada vez que toma yagé. Él le va enseñando que todo lo que hay afuera en la
naturaleza está dentro de nosotros. Todos somos una planta, una piedra, un color, y un
animal. Eso hay que descubrirlo. Si no, se queda uno como una cualquier piedra. Duro y
terco, sin querer aprender a ser uno mismo. Yo siempre sigo que el yagé es como un libro
que tiene toda la información del universo, pero el libro es uno mismo. Uno no necesita ir
a la escuela para aprender a conocer el mundo, el yagecito para mí, es la mejor escuela de
todas. Tantas cosas que le muestra a uno el yagé, que uno nunca termina de aprender con
el remedio… Bueno. Jushh hh h hh hhh. Mí re-si-si-si-si-si-si Mí re-si-si-si-si-si-si Sol
mi-mi-mi-mi-mi-mi-mi Sol mi-mi-mi-mi-mi-mi-mi Re si-si-re-re-si Sol mi-mi-mi-mi-mi
Re si-si-re-re-si Ssh-ssh-ssh-ssh-ssh-ssh Ssh-ssh-ssh-ssh-ssh Sol re-si-si-si-si-si-si Venga
usted primero. Acérquese. Coja la copa con confianza… Buena pinta. Fuerza y fortaleza.
Jushh hh hh hhh. Ahora le toca a usted Sebitas. Espero que le coja bien bonito este
remedio, buena pinta. Le recibo la copa al Taita, y con mucha decisión me la llevo a la
boca para tomármela toda completa. Es muy amargo el remedio. Paro por un segundo.
Miro de nuevo la copa, y ahora sí, para dentro toda completica. Gracias Taita. Me siento.
Espero… Sigo esperando, pero todavía no pasa nada. Canta cofán, waira-cona, gen-tes-
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píritu. Mí Sol mi-mi mi-mi mi-mi. Sol la sol mi-mi mi-mi mi-mi. El Taita continúa
haciendo música con su armónica y no para de sacudir los cascabeles. Esto se parece
mucho al carnaval ¿no Taita?... Miguel no responde… Sigo esperando pero todavía no
hace efecto ¿A usted ya le hizo algo? ¿No? Que será. Tan raro. Bueno, callémonos un
rato a ver si nos hace algo. Mi sol mi-mi-mi-mi-mi, Mi sol mi-mi-mi-mi-mi-mi. Ssh ssh
ssh ssh ssh ssh. Bhh Bhh Burhhhaahhrhhh… No pude aguantar las ganas de vomitar. Es
como si hubiera soltado algo que tenía adentro. En serio, me siento mejor, como más
liviano. Ahora sí Sebitas, venga, tómese la otra para que le lleguen las visiones. Jushhh
hhh hhh hhh. Buena pinta. Le recibo la copa al Taita y cuando me la voy a tomar Brh!
Casi la devuelvo de una sola. No más sentir ese olor me revuelve todo. Pero como dijo el
Taita, fuerza y fortaleza; tengo que pasármela de una, pa dentro. Me devuelvo a mi banco
y me pongo a mirar el fuego… Verdad Sebas, esto es una fiesta, aquí uno también toca
música y baila, y cuando se pone fea la cosa hasta termina vomitado y revolcándose en el
piso como los borrachos... El yagé es una fiesta con los espíritus. Ellos también están
cantando y bailando aquí con nosotros, pero la ceremonia con el remedio es mucho más
sagrada que el carnaval, hay que tener más respeto. Verá, que al yagé no le gusta la
recocha… Ahora sí me siento bien extraño Taita, como mareado. Siento un ruidito en los
oídos… Quédese callado que ya le está llegando el espíritu del yagé… Entra una
vibración a mi cuerpo ¿qué pasa? Hay algo que está arriba de mi estómago, como una
vibración de luz, un pulso eléctrico que quiere salir debajo de mi pecho. Es muy fuerte,
muy intenso. ¡Me está pasando corriente por todo el cuerpo! ¡me está rayando la piel!
¡Esa corriente me está rayando la piel! ¡me eriza la espalda! Quiero atrapar algo con mis
garras ¡Me están saliendo garras! ¿Qué pasó? ¿Qué fue todo eso?... El Taita para la
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música y nos mira riéndose… Ahora sí estamos de fiesta. Vámonos tigres, a correr al
monte… No tengo palabras, solo puedo mirarlo como queriendo entender qué es lo que
pasa. Esa vibración no tiene explicación lógica. Era un tigre, yo sentía que me estaba
transformando en un tigre. Sentía sus rayas en el diafragma. Sentía en mi cuerpo el
sonido de una explosión, como si mi vientre lo rasgara un pulso eléctrico. Es una
explosión tan fuerte y tan intensa que se va multiplicando en el cuerpo, esas son las rayas
del tigre. Vibraciones de un primer estallido de energia… El Taita solo sonríe ante mi
incomprensión, y vuelve a llevar la armónica a su boca. Mi re si-si-si-si-si-si. Otra vez se
empieza a rayar mi piel. Fuerza fuerza, la música es la energía del Taita que despierta las
vibraciones. Son colores, fuerza animal. Siento la luz rayando la oscuridad en mi cuerpo
como una explosión de energía. Siento un color verde cambiar a amarillo y después a
rojo. Explota la energía. Siento como vibran los colores. Siento las rayas del tigre, rayas,
Garras para atacar… Calma, tranquilo Sebitas, dice el Taita. Bhhhrrrruuhhaaaa. Tuve que
vomitar. Ya estaba dispuesto a atacar con mis garras al primer extraño. Tenía colmillos y
hasta bigotes. Mostraba los dientes de abajo queriendo devorar a la presa. Miraba como
un tigre, sentía como un tigre. Nació de mí una fuerza tan intensa que se transformó en
violencia. Carne. Quería devorarme el mundo entero… Gracias Taita. Ya me estaba
poniendo agresivo… Venga y nos tomamos la otra, para que nos siga mostrando. Jushhh
hhh hhhhh. El Taita sopla la otra copa y al recibirla siento su olor. La tomo completa, sin
respirar. Me quiero sentir otra vez como un tigre, quiero sentir esa fuerza enorme. Esta
vez bajo toda la copa de un sorbo y regreso de nuevo a mi banco. Espero. Miro al Taita y
ahora tiene sus ojos totalmente abiertos. Tiene una mirada felina, en éxtasis, como si
viera algo secreto. Vuelve la vibración, pero ahora cierro mis ojos y el yagé me muestra
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varias imágenes. Veo símbolos de culturas muy antiguas. Veo distintos monumentos. Ahí
están tallados tigres, jaguares, leones, todos como si fueran los emperadores de culturas
muy antiguas. Debajo también están tallados sus súbditos adorándolos… Los felinos son
los reyes de este mundo terrenal. La fuerza se convierte en soberbia. El tigre es parte del
ser humano, es su fuerza explosiva, y también su delirio de grandeza… Un espíritu
animal amenaza con gobernar a los hombres. Ahora veo a los reyes jaguares liderando
imperios, extendiendo su fuerza para colonizar a otros pueblos. Comandan ejércitos.
Buscan carne. Muerte. La fiereza del tigre se ha convertido en el instinto animal que
gobierna al ser humano… Adentro llevamos una fuerza indomable que no razona. El
hombre también es tigre, es violento… Veo muchos felinos peleándose entre sí para
decidir quién es el rey. Todos se pelean por alcanzar el sol, el poder máximo, y el león es
el único que lo logra. Ahora miro sus ojos y puedo verlo todo. Abajo está la pantera, reina
de la oscuridad, y en la mitad están los felinos pintados, los tigres y los jaguares, que son
los guerreros de luz que pelean contra las tinieblas. Yo soy un tigre, guerrero arrogante
Bhhrruuhhhhaaaaa. No pude contener más el vómito, aunque esta vez resistí más porque
sabía que si vomitaba el yagé, ya no podía seguir viajando… No puedo creer todo lo que
vi. El tigre ni siquiera existe en este continente, pero el yagé tiene su espíritu. El Taita lo
llama con la música y él llega... Ya pasó el efecto del remedio, pero todavía no digiero
todas las cosas que me mostró, es mucha información para recordarla toda. Son mensajes
que se revelan sin necesidad de palabras…. Ya está amaneciendo. La luz inunda el
espacio como un soplo de vida, y el sol vuelve a triunfar entre las sombras. Ya es hora de
la limpieza, dice el Taita. Amarra una piel de jaguar en su frente y comienza a cantar y a
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agitar la waira16. Cierro mis ojos y su canto va descendiendo poco a poco hasta llegar a
una voz tan grave que se convierte en un rugido lento y profundo. Es un sonido tan hondo
para la voz humana que resulta oscuro y aterrador. Tal sonido me hace quedar indefenso.
Él me mira a través del cuarzo y siento que puede ver todos los temores que están
sembrados en mi cuerpo. Su rugido se vuelve más potente y sigue caminando
sigilosamente alrededor mío, como al acecho de la enfermedad. Parece que ya vio el mal.
Una pata se abalanza sobre mi corazón y siento sus garras sobre mi pecho. Una energía
eléctrica entra y limpia todos mis rencores. La tensión que tenía en el pecho se ha ido. El
Taita ahora se dirige hacia mi espalda. Se detiene en las vértebras inferiores y me las
acomoda con sus manos sin siquiera tocarme la columna. Mi mala postura es falta de
firmeza. Ahora lo entiendo, mi cuerpo demuestra que sigo siendo débil. Ya están
acomodadas las vértebras y se despierta un flujo de energía que recorre por toda mi
espalda. Veo una serpiente que sube por mi columna vertebral hasta mi cabeza. El Taita
me limpia con su waira, y luego la sacude fuertemente hacia arriba como sacando las
malas energías. Me entrega ahora el cuarzo para que lo coja con las dos manos. Waira
cona, gente cona, espiiiiiritu guacamayo. Eleva su rugido hasta las notas más altas para
cantarle al viento y entra al canto mayor. Su voz llega al éxtasis de lo imposible. Se
detiene sobre mi cabeza y cuando posa su waira, siento muchos gusanos que tratan de
salir de ella. El Taita empieza a silvar como un ave. Llama al espíritu del guacamayo y él
llega a posarse sobre mi coronilla. El taita se aleja mirándome para tener espacio y sopla.
El guacamayo abre sus alas y los gusanos se esfuman. Libertad, pienso. La mente tiene
que abrir sus alas. 16 Conjunto de Hojas que empuña el Taita para llamar a los espíritus con su canto. Waira es el espíritu del viento y se utiliza también en la limpia final para sacar los malos espíritus del cuerpo.
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*****
Espíritu del tigre. Espíritu del guacamayo. El Taita llama a los animales salvajes para que
curen al paciente y ellos se presentan rompiendo la enfermedad. No hay barrera entre el
hombre y la naturaleza, los animales nos protegen, son nuestros guardianes. Comunicarse
con ellos es un saber ancestral porque cada animal tiene su canto, su llamado, enseñado
por el mismo yagé o por algún maestro que le haya confiado a su aprendiz alguno de sus
secretos. Hay algunos mayores que tienen poderes inimaginables. Varios Taitas del
Sibundoy narran haber visto cómo su maestro del Caquetá o del bajo Putumayo se
convertía físicamente en tigre en medio de las ceremonias de yagé y salía hacia la selva
caminando en cuatro patas, pero sin cola. Tigre muhana, así se llamaba al hombre que
podía transformarse en felino. Otros también se convertían en boa, o en águila, pero dicen
que ya no existe ninguno que lo pueda hacer. Hoy ya casi todo se come con sal, y según
los Taitas, la sal como el bautismo, secaron esos caminos de sangre que llevaban al
indígena a ser como sus ancestros, los animales. La sal y el fuego son las dos contras más
utilizadas por los kamëntsá para espantar a los espíritus de la selva. Son escudos de
energía contra los espíritus. He escuchado varias veces que siempre que se va ir al monte,
se tienen que llevar fósforos para hacer candela, copal17 para saumear alrededor, y sal
como protección. En aquel lugar donde gobierna la naturaleza, el hombre es solo un
extranjero. Realmente son muy populares las historias de los kamëntsás que se quedan
entre el monte entundados, dando infinitas vueltas sin hallar el camino de regreso al
pueblo. Allá está la tunda, la madre monte que todo lo enreda entre sus lianas, la tunda 17 Resina de origen mesoamericano, extraída del árbol del copal, que también se encuentra mucho en el bajo Putumayo. En la mayoría de ceremonias de yagé es un elemento fundamental para proteger los espacios de los malos espíritus.
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que hace llover a cántaros cuando la cortan sin cariño en mala luna. La misma tunda para
hacer flautas y tocar melodías infinitas en las ceremonias del yagé o del Clestrinÿe… En
el monte habitan los espíritus de tiempos ocultos por la iglesia. En las quebradas bailan
los duendes al compás del sol, llamando a los niños para que juegen con ellos todo el día.
También se aparece el joven arcoíris, dios humano, joven apuesto y trabajador que se
aparece en la montaña y en los ríos para enamorar a las mujeres con su música, y
llevarlas a vivir a su árbol. El mujeriego, el amante multicolor. El oso también es
enamorado, engaña a las mujeres transformándose en humano, y se las lleva a vivir a su
cueva. Allá adentro las encierra y les da de comer solo carne cruda para convertirlas en
osas… Todos espíritus que habitan la naturaleza. Los kamëntsá llevan su sal y fósforos
entre la mochila, aún más cuando van por el camino hacia Mocoa, del que tanto le
hablaron sus abuelos. Allá seguro están los aucas18, seres aterradores, mitad hombre
mitad animal. Unos tigre y otros vampiros. Los abuelos cuentan que antiguamente no se
podía pasar por ahí porque ellos deboraban a cualquiera. Pero ocurrió que un día, un
hombre y una mujer decidieron arriesgarse y prepararon dos cestas para atrapar a los
aucas. Abrieron dos huecos gigantescos y las enterraron en el piso. Al momento de llegar
los animales con cuerpo de hombre, los dos kamëntsás astutamente los condujeron hacia
los canastos que cubrieron con muchas ramas, y al momento de atacar, los aucas cayeron
al vacío. Ahí ya fue más fácil darles con las flechas y terminar con su vida para que fuera
posible poder construir tranquilamente el camino que lleva hacia la selva. El mismo
18 Término de origen quechua adoptado por la comunidad para estigmatizar a los antiguos que huyeron al monte y nunca fueron bautizados. Este significado tiene bastante relación con su anterior uso en el imperio incaico, dentro del cual se utilizó frecuentemente para referirse a los pueblos que no pudieron colonizar, a los enemigos, los salvajes, los que no comían sal. La palabra auca tiene de por medio una historia de exclusión siempre ligada a la idea del salvaje, no bautizado, no civilizado.
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sendero que abrieron los capuchinos a principio de 1900, para traer consigo el
“desarrollo” y la colonización. La muerte del auca la celebran los cristianos. La leyenda
de los cestos es la historia del indio que tuvo que matar su propio animal interno para ser
“civilizado”. Los aucas son la presencia viva del tiempo animal que todavía se esconde
entre la selva. Ellos no representan solo los seres monstruosos y voraces que
obstaculizaban la construcción de la carretera. Aucas también se le llama a los indios no
bautizados, a los salvajes, a los mocoanos, dicen los kamëntsá. Se les tilda de animales a
los hermanos kabunga que habitan en el monte sin hablar español, ni haber sido
bautizados. La palabra auca es sinónimo de animal, pero no en todos los contextos tiene
un significado ofensivo, por ejemplo los cofanes, maestros yageceros del bajo Putumayo,
se llaman entre ellos aucas en las ceremonias de yagé, para referirse a ellos mismos como
los puros indios, los sin bigote19. Paradójicamente, los Taitas del Sibundoy tienen que
volverse un tanto animales en su preparación en el bajo Putumayo con sus maestros
sionas, cofanes y coreguajes. Los novatos tienen que prescindir de todo alimento y volver
a lo primigenio. Tienen que vivir como ermitaños entre la selva para comunicarse con los
espíritus. Ayunar por semanas enteras para demostrar su fortaleza mental y el respeto
hacia los dioses de la naturaleza, que solo deciden hablarle cuando ven una entrega total
del aquel ser humano a todo lo existente. Luego de que la carne en su cuerpo va
muriendo, llegan hasta los huesos y empiezan a conocer la esencia del pensamiento. En
un momento llegan a estar saciados solo con el aire. Su espíritu empieza a abrir paso a los
mensajes de la naturaleza. Ahora le hablan los espíritus y le permiten merendar solo
19 Esto me lo dijo Jaime Andrés Clavijo, estudiante de antropología de la Universidad Nacional, que hizo su tesis en el suroccidente colombiano y tomó yagé en Nariño con los cofanes, toma en la que según me cuenta se llamaban entre ellos aucas, como forma de sentirse verdaderos indios.
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comida cruda. Poco a poco su maestro le va enseñando la forma de cazar sin ser un
carnívoro impulsivo. Le enseña a pedir permiso a los espíritus dueños de los animales, y
le enseña a hacer ofrendas para que todo daño a la naturaleza sea compensado por el
hombre. Cuando vuelve al Sibundoy, el aprendiz regresa como un auca, como un animal
flaco y desnutrido, pero en sus ojos brillan todos los secretos del cosmos. Ha conocido la
gracia de los mundos que hay hacia arriba y también le ha tocado sufrir los mundos que
existen hacia abajo. A estado cerca del espíritu creador del universo, ha visitado a sus
antepasados en espacios invisibles, ha ido con su espíritu hasta las estrellas, hasta el sol,
la luna, y otros planetas, y en su viaje por el universo ha vuelto a la tierra sabiendo que es
un animal, una planta y una piedra. Somos aucas por naturaleza. Hace parte de nuestra
esencia tener un espíritu animal que vamos descubriendo poco a poco con el yagé. Cada
animal tiene cosas buenas, pero también muchos defectos que superar. El tigre es fuerza
pero a la vez es soberbia y voracidad. Varios ejemplos hay en el mundo sobre esta
peligrosa animalidad del ser humano. Están los vampiros, las sirenas, el hombre caimán,
el tigre muhana, el lobo estepario. Límites difusos entre la razón y el instinto. Entre el
hombre y la naturaleza… En este umbral existen los aucas, indios salvajes que me
recuerdan al Sanjuán colgado del castillo, arrancándole la cabeza al gallo viejo. El
Sanjuán es auca de apariencia animal. En su boca, de lengua colgante, están tallados los
colmillos de un tigre y en su cabeza lleva una peluca con una piel de tigrillo que cae hacia
atrás. Viéndolo así, ahora entiendo porqué no le gustó la máscara a los capuchinos. La
iglesia ha tratado de romper a toda costa cualquier vínculo natural que sobreviva en las
cultura indígenas. Ha satanizado la animalidad del hombre sin aprender de ella. En
Europa quemaron a las brujas por volar como las aves, y en el Sibundoy persiguieron a
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los Taitas por transformarse en tigres. Prohibieron la máscara de los Sanjuanes,
satanizaron las fiestas del sol y sin embargo, a pesar de todos los intentos, ha sido
imposible ocultar las huellas de este pueblo milenario. Los kamëntsá no han olvidado sus
ancestros animales tras un siglo completo de intensa evangelización. Los abuelos todavía
hablan de dos tiempos distintos en la historia de la comunidad: El “tiempo cristiano”
(wabáim tempo), y el “tiempo crudo” (kaka tempo)20, o el “tiempo de los infieles”, donde
no solo los hombres eran capaces de transformarse en animales. Los animales también
hablaban y eran capaces de transformarse en humanos. El pavo, el búho, el gavilán, el
cusumbo y la chucha se mudaban en hombres jóvenes y elegantes. Y la gorriona, la mirla,
el mocho y el ciempiés se transformaban en mujeres muy atractivas. Todos ellos llegaban
en forma humana a los hogares, para trabajar en las chagras a cambio de la hija o el hijo
del casero, pero sus costumbres animales siempre terminaban por delatarlos. Nunca
conseguían agradar a sus suegros y al final tenían que regresar a su forma natural para
escapar de las viviendas. Estos cuentos se asemejan a las fábulas, pero aquí no se trata de
literatura, estos son relatos orales que pasan de generación en generación transmitiendo
las primeras conductas, la personalidad primigenia que heredamos de los animales. Cada
comportamiento nuestro puede verse reflejado en un animal. Somos serpientes, atractivas
y sensuales, raices reproductivas de nuestra existencia. Somos tigres, fuertes y ágiles
guerreros. Somos aguilas, de mirada firme, y sabio criterio. También somos colibríes
aleteando entre las flores, tomando su nectar para volar puros y libres… El secreto
tampoco radica en creerse un animal. Al tigre muhana lo termina matando la comunidad
20 Acerca del “tiempo crudo” se puede consultar a Alberto Juajibioy (1989 ; 2008), investigador indígena de la comunidad kamëntsá quien registró un gran cantidad de cuentos tradicionales y los tradujo al español en su incansable labor por mantener viva la tradición oral del pueblo kamëntsá a través de la escritura.
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porque su ferocidad amenaza con acabar todas las gallinas de los vecinos. Somos
humanos, no animales. El tigre solo es una parte de la esencia que existe en el mundo
exterior y que se replica de nuevo hacia dentro en nuestro mismo ser. Lo más difícil como
personas quizás sea el proceso en el que descubrimos nuestra propia humanidad, que
reúne todos los seres del cosmos en nuestro cuerpo, todas las plantas, todos los
elementos, todos los animales; todos los instintos que se elevan hacia la mente para
darnos la capacidad de razonar sobre nuestras conductas. Personalmente he aprendido
mucho de los animales, he reflexionado a través de ellos sobre el poder del hombre y su
delirio de grandeza. El oso, por ejemplo, es el animal más bonito para hablar de eso. Él
representa la autoridad y el poderío. En los relatos tradicionales del pueblo kamëntsá,
aparece en su forma natural en repetidas ocasiones como el gobernador del cabildo. Taita
Buacuandërëch, Taita de los brazos derechos; el de las manos fuertes. Los médicos
tradicionales utilizan sus huesos o pomadas hechas con la grasa del animal, para curar las
manos de sus hijos en luna llena, quienes tendrán el puño pesado para enfrentar cualquier
contienda. El oso es fuerza y poderío, pero como hemos visto con el tigre, la fuerza no
llega sola. El gobernador tendrá por naturaleza una suerte paradójica. Su poderío estará
acompañado de su torpeza e inocencia. El oso como primera autoridad del cabildo
siempre se ve ridiculizado cuando intenta castigar a sus sobrinos, el conejo y la ardilla,
quienes constantemente lo confunden con su astucia para que él mismo termine
recibiendo los azotes que ordenó para reprenderlos. El oso representa la ambivalencia
entre lo poderoso y lo aparentemente débil. La inteligencia que siempre termina
burlándose de la fuerza bruta. El pequeño astuto que vence al grande peludo y fortachón.
Cuando se convive con los indígenas del macizo colombiano, al sur occidente del país,
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uno empieza a vivir la enseñanza de este cuento y a compartir el espíritu de la astucia, del
diminutivo, de lo pequeño. Así es el humor del indio, como las garras del cuy21¿diga?
Mientras los capuchinos salían todas las mañanas a perseguir a los niños indígenas en su
ansioso afán por llenar los registros de la escuela. Los kamëntsá se burlaban de ellos
escondiendo a sus hijos debajo de las ollas y entre los maizales. Los indios debieron
estallar en carcajadas luego de que sus niños, disfrazados por ellos de mujer, pasaran
desapercibidos ante los ojos de los curas… La astucia lleva puesta la máscara del Sanjuán
que saca su lengua, burlándose de los religiosos en el carnaval. Ha vuelto desde el olvido
y frente a la catedral le sigue bailando a su padre, el dios Sol. Este es el carnaval de los
dioses. La iglesia nunca va a poder dominar a los espíritus ancestrales, porque ellos viven
en un lugar invisible al pensamiento cristiano, aquí mismo, en la naturaleza. Su poder no
fue más que la ilusión de controlar a Dios y a los indios. Pero existe un tiempo cósmico
que todo lo devuelve. Un tiempo de ida y vuelta que supera al hombre y va tejiendo la
historia durante siglos y milenios. Un ciclo que nace en la tierra y se arrastra como
culebra, luego se enreda a un árbol y crece erguida, se convierte en un gran oso para
después hacerse pequeño y volver agachado a su cueva de origen. Esta noche no dormirá.
En la oscuridad conoce sus miedos más profundos y enfrenta sus propios demonios.
Vomita, caga y se revuelca en el piso pidiendo perdón por la humanidad entera. Entra el
primer rayo de luz a su cueva y por fin despierta para renacer con el día entre las nubes y
alcanzar la otra vida. Ahora mira desde arriba como el rey de las alturas, como el
mismísimo Dios en el cielo, y vuela tan alto tratando de llegar al sol que el fuego quema
sus plumas y cae de nuevo a la tierra. El águila muere en el seno de su madre cobijada 21 El cuy, curí o conejillo de Indias, es un mamífero roedor, especie doméstica y de amplia difusión, desde el Perú hasta el sur de Colombia.
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por las cenizas de su manto, y en la muerte se hace tan pequeña, que pareciera mentira
alguna vez haberla visto volar tan alto.
Cielo y tierra. Creación y destrucción. Armonía y caos. En esta ida y vuelta nuestra
madre tierra ha parido infinitas veces para aprender a volar. Ha logrado trascender en el
andar del tiempo cósmico para gestar al hombre, quien empieza de nuevo el mismo ciclo
para aprender a existir en el mundo.
Kamëntsá: de aquí mismo
Betiyeguagua22 hijo del árbol, fue el primero de todos los kamëntsás que nació de entre
las entrañas de la tierra para buscar el cielo desde las ramas más altas… Betiyeguagua
despertó un día en el vientre de betiye, el árbol más grande en el centro del Valle de
Sibundoy. Escuchó con atención y sintió todo a su alrededor. Le pareció muy extraño. Al
sentir la vida que florecía a las afueras del árbol, se sintió muy solo dentro del tronco.
Miró hacia el cielo y extasiado por el vuelo de los pájaros que aleteaban a su alrededor
quiso salir a caminar sobre la tierra… Temblaron los cielos, y la tierra en partos aflojó las
raíces del tronco dejando caer al primer hombre desnudo sobre su regazo. Betiyeguagua
nació cayendo sobre la tierra, y lo primero que intentó al poner sus pies firmes sobre los
prados fue volar como los pájaros. Subió a las ramas más altas de betiye, y cuando abrió
sus brazos para volar entre las nubes, se soltó confiadamente y cayó al suelo…
Betiyeguagua se sintió muy triste. Se sacudió y se dedicó a pasear su decepción sobre la 22 Mito compartido a William Daza, antropólogo y amigo de la comunidad kamëntsá, quien en 1986 junto a los olores placenteros de los caballos, la cachaza y el guarapo del trapiche inmemorial de la vereda San Félix, escuchó a la señora Pastora de Jacanamejoy narrarle un mito de origen del pueblo kamëntsá, luego registrado en un trabajo inédito que esperemos se publique prontamente. El mito que presento a continuación es una versión libre sobre el texto de William.
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tierra. Caminando volvió a alegrarse mucho por todo lo que existía. Pasaba el tiempo bajo
los pies del primer hombre, y por primera vez Betiyeguagua sintió sed, pero no sabía que
tomar; sintió hambre, pero no sabía qué comer. Entonces miró a los pájaros chupar las
flores silvestres. Él lo intentó también pero no pudo. Luego vio a un corderito tomar agua
de una fuente y a los monos comiendo fruta, y se puso hacer lo mismo que ellos.
Betiyeguagua ya sabía calmar su hambre y su sed. Todavía maravillado con cada ser
existente cayó la noche sobre el hijo del árbol y los aullidos lejanos fueron su única
compañía. Sintió sueño, y al recostarse sobre la hierba una voz lejana lo sorprendió
diciendo: "Yo soy la Luna, te acompañaré durante toda tu vida para que no estés solo...
Te acompañaré durante las noches y me adorarás”... Betiyeguagua miró en su primera
noche la gran Luna llena y por primera vez fue capaz de pronunciar palabra para gritarle
¡Juash... Juashcona23!... Los cantos de los gallos despertaron a Betiyeguagua. Abrió sus
ojos todavía somnolientos y observó al Sol nacer iluminando la noche sobre el horizonte.
Betiyeguagua sintió en su lengua el milagro de la luz y exclamó "Shi... Shinye24". Sin
salir de su asombro por el poder de su padre Sol, volvió la mirada hacia la tierra y al ver
que la naturaleza se estremecía con sus rayos, recordó que ella era su Madre. Aquel árbol
de donde nació había crecido sobre ella, era su seno, porque de allí se alimentaba con sus
frutos frescos. Betiyeguagua siguió caminando sobre la tierra y la llamó "Joch,
Jochnama", “lugar donde se descansa”, pero en sus cansancios comprendió cada vez más
que su sed era desesperación y oscuridad. Betiyeguagua sintió que el agua era su vida,
porque al tomarla se sentía más fuerte. Entonces la adoró, y en sus sorbos de limpieza la
23 Juashcón: Lo que nos da vuelta o madre luna. 24 Shinyë: padre dador de luz en el tiempo, “que se va”.
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nombró "Yé... Bejayé25". Betiyeguagua durmió al atardecer saciado de agua y entonces
soñó… Habían cuatro seres junto a él. Una señora, la Madre Tierra, amasaba barro y
hacía una figura igual a él... El Padre Sol, un ser gigante y luminoso, sostenía en sus
manos dos bolas de barro que eran como sus ojos... Otra mujer, la diosa Luna, también
tenía en sus manos dos bolas cristales más pequeñas que entregaba a su padre... Y la
diosa Agua, en un recipiente machacaba hojas y cáscaras hasta obtener un líquido rojo...
Betiyeguagua despertó junto al árbol de su nacimiento y encontró dormida a su lado a la
mujer de sus sueños. Betiyeguagua y su compañera se miraron a los ojos y entonces la
Tierra les dijo: “trabajen sobre mí... Aumenten otras criaturas y disfruten una vida de paz
y amor sobre esta tierra... Yo los cobijaré con mis rayos, dijo el Sol, y no pretendan llegar
hacia mí, porque los quemaría... La Luna pronunció: me mirarán detenidamente y seré la
suerte de su trabajo... Y finalmente, el Agua les aconsejó: Yo les calmaré toda la sed en la
tierra... Cuídenme... Déjenme a mi voluntad mi caudal"…. Con el espíritu de los dioses en
sus manos contruyeron tabanok, lugar sagrado de origen, e iniciaron los caminos infinitos
de una familia que se llamaría kamëntsá, “de aquí mismo”, palabra que le recordaría a sus
hijos el origen de su existencia. De la tierra venimos y a la tierra volvemos. Betiyeguagua
y su mujer, después de dejar una gran familia, un día regresaron a su tronco de origen ya
ancianos y desaparecieron.
*****
Esta es mi ofrenda a los espíritus, al pueblo kamëntsá, a la academia, a otros tiempos y
dioses ancestrales. Estas páginas son sacrificio, caminos de sangre, de cristo; de cultura,
25Bejayé, Bejay = río, quebrada. Buyeshe = agua.
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salvajes y naturaleza. Cruz y montaña, indio y capuchino. Selva. Como anaconda que
devora los miedos del hombre. Pasado y presente son las pieles del indio que yace en las
estrellas. Canto al carnaval del universo donde bailan los dioses. Canto a la existencia.
Canto para ser libre y luchar contra mis propias sombras. Para sentir el calor de la noche
en mis manos y el latido de las piedras en mi pecho… Seremos pasajeros en el correr del
tiempo. Moirirá nuestro cuerpo y el tiempo infinto, desde siempre y hasta siempre nos
hará eternos aquí mismo. Estaremos despiertos mientras amanece para ver juntos la
música que irradian nuestros sueños… Seremos sabios al medio día, cuando el sol se pose
sobre nuestras coronillas, y el águila ilumine nuestros pensamientos. Somos blancos en la
historia de un niño. Hemos recorrido los siete espíritus pero todavía no hemos hablado de
los peligros de ser Cacique y ofrecer no solo gallos viejos, sino corazones, a cambio de
poder. El sol quema como el fuego. El poder es una llama que puede encender la vida o
incendiar la tierra. Ya en mis alas tengo las cicatrices del padre. El universo es tan grande
y el sol tan cercano, que el astro rey es una de las primeras estrellas que visita el Taita en
su viaje cósmico del yagé. El sol es padre, dador de luz en nuestro planeta, es vida, pero
simplemente es un astro, no es Dios. Hay algo que se eleva más arriba de nuestra
imaginación, más arriba de las estrellas, más arriba de cualquier palabra que haya podido
pronunciar el hombre… Estoy en la tierra, y mis alas aguardan el próximo vuelo a los
espacios invisibles del universo donde el cuerpo ya no existe, donde todo es aún más real;
donde todos somos niños, colonos, indios, tigres, dioses y humanos. En el aire vuelve la
sed del hombre, su angustia y desespero. Vuelve la chicha, vuelve la carne, el mote y los
huevos, vuelve el carnaval. Doy mil vueltas hacia la izquierda y otras mil hacia la derecha
para marearme en el sentimiento mísitco de lo infinto. Los dioses viven en la tierra para
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enseñarnos a tocar los instrumentos en un mismo compás. Arcoiris, puente celeste.
Relámpago y trueno. Pensamiento firme, flechazo al cielo. Arriba las nubes hablan. La
Luna y el Sol nos dan la vida. El deseo está saciado por la mente y la felicidad irradia
luces de colores alrededor de nuestro cuerpo. Son los colores del alma. El canto de la
materia. El espíritu… El viaje más hermoso empieza de nuevo aquí en la tierra, en el
origen de todos nuestros pensamientos. Bonito debes pensar, bonito debes hablar y bonito
debes empezar a hacer. Sembrarás tus sueños en la tierra para que la luz haga florecer la
vida y despierte la semilla de su sueño…
Regreso de un viaje profundo. Empiezan a aflorar las palabras de mis dedos heridos.
Devuelvo mis pasos como si el día devolviera el sol a su cuna y por un momento la vida
se presentara tan simple como realmente es. Estas palabras cayeron del árbol. Llevan
madurando dos años en la tierra para que hoy por fin puedan volar como pájaros hacia la
selva. Escribo para pensar y al final dejo que mis manos se conviertan en ríos para morir
en el mar.
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LAS FUENTES
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Tercer Mundo.
COROMINAS, Joan. 1983. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana.
Madrid: Editorial Gredos.
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Popayán: Departamento de Antropología, Universidad del Cauca.
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JUAJIBIOY, Alberto. 1989. Relatos ancestrales del folclor camëntsa. Pasto: Fundación
Interamericana.
JUAJIBIOY, Alberto. 2008. Lenguaje ceremonial y Narraciones tradicionales de la
cultura kamëntsá. Bogotá: Fondo de Cultura Económica.
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PINZÓN, Carlos y otros. 2004. Mundos en red. La cultura popular frente a los retos del
siglo XXI. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.