El capitán de fragata Arturo Prat

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E L CAPITAN DE EMGATA ESTUDIOS SOBRE SU VIDA RAMÓN GUERRERO VERGARA Antiguo Teniente de Marina JOSÉ TORIBIO MEDINA Abogado. SANTIAGO" DE CHILE 1879

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El capitán de fragata Arturo Prat. Ramón Guerrero Vergara. 1879.

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E L CAPITAN DE E M G A T A

ESTUDIOS SOBRE SU VIDA

R A M Ó N G U E R R E R O V E R G A R A A n t i g u o T e n i e n t e d e M a r i n a

J O S É T O R I B I O M E D I N A

A b o g a d o .

SANTIAGO" DE CHILE

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E L CAPITÁN DE EEAGATA

E S T U D I O S S O B R E SU VIDA

POR

R A M Ó N G U E R R E R O V E R G A R A A n t i g u a T e n i e n t e d e M a r i n a

y

J O S É T O R I B I O M E D I N A A b o g a d o .

SANTIAGO DE CHILE

1 8 7 9 .

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PRIMEROS AÑOS DE ARTURO PRAT.

No lejos de las rejiones que baña el caudaloso Ita-ta estiéndese la pintoresca hacienda llamada de San Agustín de'Pufmal.

Era la época en que los árboles comienzan ya a des­nudarse del alegre follaje del estío i en que la natura­leza toda se prepara para resistir en aquellas comarcas los rudos embates de los vientos que caminan hacia el norte.

Los senderos que conducen a las casas veíanse ta­pizados de hojas que se rompían al pasar, i el sol al morir doraba con tintes enrojecidos las altas cum­bres de los Andes.

Albergábanse en aquella morada de propiedad de la respetable matrona doña Concepción Barrios de Chacón, su hija doña Rosario i el señor don Agustín Prat. Era el 3 de abril de 1848 i aquel hogar que ocultaba tranquila felicidad, acababa de ser embelleci­do con el nacimiento de un hijo a quien la patria des­tinaría en adelante una de las pajinas mas brillantes que recuerden sus- anales. Arturo Prat acababa de ve­nir al mundo.

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No lejos de su cuna las bordas araucanas guarda­ban indomables el fiero ardor de sus valientes antepa­sados i desde allí cisi polian oírse el galope de sus caballos i el estrépito de los fuegos de los soldados de la República.

Pronto, sin embargo, babia de cambiarse aquella escena para los esposos Prat. Las mudanzas de la fortuna empujaban a la familia bacía la capital, i ha­cían trocar a su jefe el timón del arado por la vara de honrado comerciante. La madre, entretanto , andando el tiempo, ponía con cariño la cartilla en manos de su hijo i dedicaba sus horas mas afanosas á velar / por el primer aprendizaje de aquel niño dócil i hu­milde.

El año de 1856 se inauguraba en la calle de San Diego el viejo, de esta ciudad, una escuela de ins­trucción primaria que rejentaba don José Bernardo Suarez. Según los recuerdos del antiguo maestro, una hermosa mañana se presentó en el establecimiento una señora de aspecto respetable que conducía de la mano a un niño de rostro vivo i simpático. Aquella señora se llamaba doña Rosario Chacón, que pedia se incor­porase a las aulas a su hijo Arturo Prat.

En pocos meses aquella intelijencia que iba a ilumi­narse con los primeros destellos del saber, hizo pro­gresos notables, i al fin del segundo año conocía ya todo lo que se enseñaba en la escuela.

Había allí aptitudes que era conveniente cultivar, i el ojo previsor de sus padres i su tierna solicitud, dan­do vuelo a una vocación temprana, como que presin-

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tieran para su hijo el glorioso premio que el mar le reservara.

El gobierno de don Manuel Montt, que tan solícito se mostraba por dar vuelo a la instrucción, hacia poco habia dispuesto con fecha 19 de diciembre de 1857, la creación de una escuela naval. Hasta entonces la Ma­rina militar de la í-epública carecía de un plantel ade­cuado en que se diese ia instrucción propia de los jóvenes que se destinaban a la carrera de marino. No habia por aquella época sino la Escuela militar, en que por cierto no era posible se enseñasen los estudios especiales de los hombres de mar.

Librado, pues, el decreto respectivo, estrenóse en Valparaíso la nueva escuela con notable aplauso de los que miraban en algo el porvenir marítimo de Chile, i Arturo Prat se incorporó en ella el 28 de agosto de 1858, nombrado cadete por la provincia de Arauco.

Su primer año de estudios no le acarreó pocos sin­sabores. Manifestaba constancia para el trabajo, vivo empeño de aprender, pero tenia que luchar con sus pocos años i con las dificultades de un aprendizaje como el de las matemáticas que requieren raciocinio i un manifiesto desarrollo de las facultades intelec­tuales.

Según los reglamentos, los cadetes del segundo cur­so estaban en el caso de emprender viajes que les per­mitiesen llevar a la práctica los conocimientos técnicos diseñados en el tiempo anterior.

Era ya venida la época de manejar el sestante i de resolver los problemas náuticos que de por sí se presentaban a los jóvenes marinos.

Quiso la suerte que aquel primer viaje de instruc-

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cion se hiciera bajo la dirección de nn notable oficial, el capitán de corbeta don Nicolás Saavedra, que por diciembre de 1859 zarpaba de Valparaíso en el vapor Independencia, con rumbo a Caldera. De vuelta de es­ta espedicion, la misma nave emprendía viaje al sur llevando víveres para el vapor Maipú, de estación en la costa araucana. En estas primeras campañas por el mar el joven Prat visitó los puertos de Caldera, Tomé, Talcnhua.no, Coronel, Lota, Arauco, Lebu i la isla de Santa María, que si no le permitieron imponerse de los fines primordiales con que fué embarcado, esto es, las maniobras a la vela i el conocimiento del verdadero uso del aparejo, sirvieron por lo menos, para grabar en la memoria de aquellos adolescentes los perfiles de la costa chilena.

Muí pronto, sin embargo,' se ofreció una ocasión propicia para salvar estos vacíos. Trasbordado Prat en enero de 1860, a la corbeta Esmeralda, mandada a la sazón por el capitán de fragata don José A. Goñi, los alumnos pudieron presenciar por primera vez en una nave los ejercicios ele artillería i marinería.

Al seguir de nuevo sus estudios de segundo año en la escuela, el joven Prat continuó haciéndose notar por su contracción para el trabajo i por el empeño en el cumplimiento de sus deberes. Pbrmaba ya en las filas de los mejores, logrando que en los exámenes fi­nales del año se le diese marcada distinción.

Pero el abrigo de las aulas en tierra i la asistencia a los bancos de las clases no podian menos de ser muí transitorios para la profesión que trataba de dominar, i por eso, a mediados de ese mismo año, reci­bióle de nuevo la corbeta Esmeralda, que en unión de

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otros buques, a las órdenes del contra-almirante Simp-son, se dirijia a Quintero a ejercitar oficiales i marine­ros en el tiro al blanco, maniobras de embarque i desembarco, simulacros de combate i demás tareas propias de la marina i de la náutica. De vuelta la es­cuadra a Valparaíso, Prat regresó nuevamente a su vida de la Escuela.

Ya en el tercer año de trabajo, comienza a diseñar­se claramente lo que prometía el joven alumno. Su timidez, hija de su deseo de elevarse, va desaparecien­do; sus progresos son ya mas señalados; logrando así que el 15 de julio de 1861 en sus pruebas finales de teoría se le recompensase con el primer lugar, distin­ción sumamente estimada, como que daba derecho al que la obtenía para ser notado como el mas antiguo entre tocios sus compañeros. Pasaba con eso a ser lo que en la profesión se llamaba guardiamarina sin exa­men.

Habia trascurrido apenas una quincena a que Prat era de esa manera honrado, cuando lo vemos embar­carse de nuevo en la Esmeralda i partir dias mas tar­de con rumbo a Talcahuano. Desde esa fecha hasta los comienzos del año siguiente, tocóle en su buque conducir diversos cuerpos de tropas en el sur ele la República; estacionándose por fin en Lota, de donde salió el 21 de enero de 1862 con destino a Valparaíso. Con todo, no fué largo el tiempo que permaneció en nuestro puerto principal, pues en mayo emprende viaje para las islas Juan Fernandez, llevando al ministro de Hacienda don Manuel Renjifo que deseaba practicar una visita a esas apartadas rejiones, i poco después en busca de Caldera, donde debia relevarse la guarnición.

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Ocurrió por esa época que el vapor Lima ele la car--rera del Pacífico no llegó a su destino en los dias en que era esperado: reinaba en Valparaíso gran ansiedad por la suerte de los pasajeros, i con ese motivo se dis­puso que el buque en que servia Prat se hiciera a la mar en busca de noticias de aquella nave. Arribaron a Coquimbo, sigueron después hasta el Huasco, donde pudieron cerciorarse que el vapor que buscaban se ha­bía varado en los bajos del Lagarto en Mejillones.

En octubre del año que corría, fueron Prat i sus com­pañeros destinados a trasportar la comisión osplorado-ra del rio Bio-bio i algunos soldados que debían to­mar tierra en Valdivia. De vuelta a Valparaíso, se emprendió una nueva espedicion a Caldera, regresan­do, por fin, en noviembre al apostadero ordinario.

Todas estas escursiones relativamente cortas i que en la apariencia parecieran no implicar mas de simples distracciones, acusan, por el contrario, una larga; serie de trabajos i de sufrimientos de todo jénero, de los cuales solo los que han pasado por ellos pueden dar una idea exacta. Es casualmente durante la época en que el futuro oficial tiene todavía a bordo un puesto subalterno cuando menudean para él las tareas mas va­riadas i peuosas; i en verdad que.Prat jamás se escu-só de servicio alguno que cayera dentro de sus obliga­ciones, viéndosele muchas veces ocupar ajeno puesto con el corazón alegre i la buena voluntad mas decidi­da, cualidades que le captaron siempre el aprecio i estima de sus compañeros.

Llegó, sin embargo, un dia en que la circunspección i natural modestia que adornaban al gunrdiamarina Prat, se sublevaron con digna entereza ante una

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disposición de sus jefes que era verdaderamente impolí­tica i mal aconsejada. Ordenóse que los jóvenes guar-diamai-inas de la Esmeralda ejecutasen ciertas manio­bras al son del pito de un contramaestre; representaron los futuros oficiales que aquello los rebajaba, solici­tando se derogase tan anormal ordenanza. Lejos de oírseles, se les trató de insubordinados; fueron incon­tinente sometidos a juicio, i juzgados por tribunales incompetentes i amparados por malos defensores, aque­llos niños que como Prat llegaban apenas a los quince, fueron condenados por insubordinación a permanecer presos en un pontón durante seis meses.

Espiado con ese castigo aquel delito imajinado, pa­só Prat con sus compañeros de desgracia a formar parte de la' dotación de la corbeta Esmeralda que por aquellos dias bailábase lista para darse a la vela con rumbo a San Francisco de California, donde debia ca­renarse. Cuando tudo se hallaba listo, cuando el bu­que tenia su dotación completa i su provisión de car­bón ocupaba hasta la cubierta, he aquí que nueva orden dispone que se abandone el viaje i que se baga rumbo a Chiloé.

Esta estación fué bien penosa. El estado del buque, que permaneció varado durante una quincena, la sole­dad de aquellas rej iones, las inclemencias del tiempo, todo contribuia a la amargura de aquellos largos dias.

El guardiamarina Prat comenzaba ya por aquella época a despertarse a la vida de las emociones: leia con gusto estremo las novelas que caian en sus ma­nos i sabia interesarse por la suerte de los personajes que los autores ponian en escena. ¡Cuántas veces, sin embargo lo vimos arrepentirse de lo que él llamaba

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sus horas perdidas, i que, en verdad no era mas que el justo e inevitable tributo que la adolescencia paga a todo lo que se le pinta como grande i hermoso!

Mas, iba aproximándose ya el dia en que nuestro guardiamarina clebia rendir su examen de práctica. Afanábase entonces cuidadoso por la redacción de su diario, adornándolo con descripciones de puertos, estu­dios sobre las corrientes, i observaciones i cálculos as­tronómicos, i en suma, con todo aquello que estimaba podia llevar a sus maestros la convicción de que ha­bía sabido aprovechar su tiempo. Al fin, con sus dia­rios completos, provisto de certificados bien ganados, i después de dos viajes.posteriores a Mejillones, presen­tóse de regreso a Valparaiso ante la comisión exami­nadora, en unión de Luis Uribe, su compañero de aquel entonces, como lo fuera de su última hora. Su pos­trer comandante don Juan Williams Rebolledo, que ha sido asimismo su postrer jefe, estaba allí presente. Su conducta modelo, lo bien llevado de su diario, los ser­vicios que prestara, i por fin, la entusiasta recomenda­ción de * Williams que no pudo escusarse de dárse­la en público de la manera mas calurosa, le valieron mención especial de competencia. El futuro captor de la Covadonga que sabia estimar en cuanto podia ayu darle el joven Prat, lléveselo desde ese momento a su lado a bordo de la Esmeralda.

Ajitábase por ese tiempo la reunión de un Congre­so americano en Lima. Chile por deferencias especiales al Perú, resolvió enviar una legación ad hoc, confian­do su representación al señor don Manuel Montt. Eli-jióse a la Esmeralda, para conducir la embajada; pero este viaje duró poco tiempo, pues a fines del mes en

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que abandonaba las aguas de Valparaíso volvía de nuevo a su fondeadero. Fué entonces la primera vez que Arturo Prat divisó las costas peruanas, destinadas desde ayer a ser monumento imperecedero de su glo­ria.

El conflicto peruano-español, que en parte había mo­tivado la reunión del Congreso, terminó al fin con el tratado Vivanco-Pareja. Formóse de aquí pretesto pa­ra una revolución, i don Mariano I. Prado fue eleva­do a la presidencia. La escuadra española se dirijia, entre tanto, a marchas forzadas sobre Valparaíso, de donde el diez i nueve de setiembre salían la Esmeralda i el Maipú con rumbo al sur i en las mas deplorables condiciones. En este viaje los buques chilenos hicieron escala en varios puertos para surtirse en parte siquiera de los elementos mas indispensables, hasta que arri­baron a Huite en el Canal de Chacao, después de gra­ves contrariedades que nuestros marinos soportaron con gran entereza. En esas rejiones proveyéronse de leña, i siempre en convoi i a la vela, dirijeron su proa hacia el norte en busca de las islas de Chincha, en donde debian encontrarse las naves peruanas destina­das a obrar unidas con las nuestras en contra del ene­migo común. Esas naves, sin embargo, no estaban allí. Contrariado Williams por esta falta de cumpli­miento, encaminóse todavía hacia el norte, hasta po­nerse al habla a la altura de Chilca con el capitán de navio don Lizarclo Montero, quien le repitió que la unión de las fuerzas aliadas no podia tener lugar por consideraciones de política interna del pueblo peruano. Frustrado aquel plan, no hubo mas que dar la vuelta al Sur.

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Las tripulaciones chilenas, desde capitán a paje tu­vieron que contentarse desde ese momento con media ración en la larga travesía de veintiún dias que de­bían realizar. La Esmeralda, donde iba nuestro Ar­turo Prat, se separó del Maipú a la altura de Coquim­bo, pero a gran distancia de tierra. La despedida de los bravos i sufridos tripulantes de aquellas naves fué en­tusiasta; pero qué iba a ser de ellos hasta que volvie­ran de nuevo a reunirse?

Quiso la suerte, sin embargo, que cuando los espe-dicionarios que se separaban en la soledad del mar en tan tristes condiciones, cuando volvieron de nuevo a avistarse en el puerto de Ancud, el destino de nuestra estrella hubiera coronado el arrojo de la intrépida Es­meralda, dando a la patria el dia de gloria que se lla­mó captura de la Govadonga. ¿ Cómo se había realiza­do hecho tan estraordinario ?

Tan pronto como la Esmeralda arribó a Lota en demanda de noticias de la escuadra española i de víve­res frescos para su jente ya casi estenuada con tan lar­ga serie de infructuosos sufrimientos, pudo imponerse que en el puerto de Coquimbo era probable se hallasen a la sazón la cañonera enemiga Covadomga i el vapor Matías Cousiño, que habia sido capturado poco antes.

En el acto (12 de noviembre) levó anclas el coman­dante chileno i puso la proa al norte. El 23 estaba en Pichidangui i al dia siguiente al oscurecerse llegaba a Tongoi, donde supo que la fragata española Blanca habia ido a engrosar la división estacionada en Co­quimbo. Hubo, pues, que cambiar de plan. Williams entonces retrocedió un poco hacia el sur a esperar nue­vos datos i una ocasión propicia a su» proyectos. Mién*

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tras tanto, el.'grneso de la escuadra enemiga' permanecía bloqueando a Valparaíso, a cuyo puerto se dirijia la Covadonga el 2G de noviembre de 1865. La Esmeralda ése mismo dia por la mañana se encontraba a seis mi­llas del Papudo.

Pocos instantes después de la siete i media avistó un buque a vapor que se reconoció serla Covadonga, izó a la distancia de tres millas la bandera inglesa, temiendo que su contrario se escapase valiéndose de su superior andar, i avanzó resueltamente. El enemigo desplegó a su vez el pabellón español, echó abajo su falsa amurada, presentó su costado de estribor i esperó sobre la máquina en son de combate. A las nueve i media se hallaba la Esmeralda a ciento cincuenta me­tros de distancia del buque español. Arrió entonces su simulada bandera, levantó al tope la propia i rompió el fuego. Veinte minutos después la Covadonga era suya.

Dióse inmediatamente el mando del buque chileno a don Manuel T. Thomson, ordenándose a Arturo Prat se trasbordase con él. Llegaron pronto al Papu­do, donde desembarcaron los heridos i prisioneros, si­guiendo después en convoi a los Vilos en busca de órde­nes, que vinieron- al fin a recibir en la rada del Maule. En Ancud se encontraron con sus antiguos compañe­ros del Maipií i poco mas tarde iban a fondear en uno de los puertos de la isla de Abtao. Aquí recibió Prat su nombramiento de teniente segundo, en unión de sus compañeros de colejio Juan José Latorre, Jorje Montt i Carlos Condell.

Un mes después del hecho de armas del Papudo, la Covadonga dejaba el fondeadero de Abtao i se dirijia al Estrecho de Magallanes esplorando de paso los

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derroteros intermedios en busca de algunos trasportes que fundadamente se creia estaban por llegar con víve­res i pertrechos para la escuadra española.

Este crucero de la Covadonga no surtió todos los buenos efectos que estaba llamado a producir, pues no acertó en su camino con ninguno de los trasportes en cuya busca habia ido; pero encontró varias naves a las cuales pudo advertir el peligro que corrían arri­bando a Valparaíso i les indicó los puertos a que po­dían llegar sin cuidado.

El 5 de enero de 1866 el comandante Thomson embocó por el estrecho, i el 7 avistaba Punta Arenas, habiendo recalado en Cabo Tamari bahía San Nicolás, a .tiempo para prestar auxilio a la cañonera rusa So-bol, que habia encallado en Punta Parda. En Cabo Tamar, esperimentó el buque chileno varias averías, habiendo tenido que emprender su regreso a Chiloé en medio de vientos contrarios i deshechos temporales. En una de esas circunstancias difíciles un capitán de altos que ejecutaba una maniobra sobre las vergas, cayó al agua. Bote no podia enviarse en su socorro; porfiaban los oficiales por lanzarse en su auxilio, i entre ellos Arturo Prat; pero los tirantes deberes del coman­dante no le permitieron esponer la vida de sus subal­ternos en un caso en que era en estremo probable que nada se consiguiese.

El 7 de febrero de 1866 las fragatas españolas Blanca i Villa de Madrid se dirijian al apostadero de Abtao con el fin de destruir los materiales de guerra que ahí se habia logrado reunir. La situación de la escuadra de los aliados no podia ser mas lamentable: de los buques peruanos, la Apurimac estaba inmóvil

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por la falta de una pieza esencial de su máquina; la América con la suya desarmada por hallarse compo­niendo sus calderos, i por fin la Union, sin combusti­ble, a consecuencia de «no haber creido conveniente tomar carbón del depósito que existia en tierra,» según la espresion testual del Ministro de Marina en su Memoria al Congreso Nacional de 1866.

El brillo de una acción que terminó con la retirada de las naves españolas, corresponde pues por entero a la Covadonga, que era el único de los buques chilenos que en aquel entonces acompañaba a los peruanos, cabiéndole el honor, según lo atestiguaron los mismos marinos españoles, de haber sido la última en disparar sus cañones contra las quillas enemigas. Arturo Prat afrontaba ya por segunda vez los azares de un com­bate, mereciendo por él que se le condecorase con una medalla, como antes lo fuera por su conducta en el Papudo.

El ataque de Abtao por una parte de las fuerzas espa­ñolas manifestó desde luego al jefe de la escuadra alia­da la conveniencia de cambiar de posición. Abando­nóse en consecuencia el puerto de Abtao i los buques se trasladaron al estero de Huito.

Fué preciso desde luego asegurar el punto nueva­mente elejido, con las cadenas de la fragata peruana Apurimac, varada pocos dias antes, que cerraban el puerto, i con baterías que se construyeron en el bre­ve espacio de diez dias. Levantáronse también cuarte­les, almacenes i otros edificios anexos a las baterías, en cuyos trabajos i especialmente en el de colocación de las cadenas, cupo a Arturo Prat una notable labor. Allí se trabajó de dia i de noche, en medio de un frió

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penetrante i de una lluvia abundantísima; pero nada podia arredrar a los que como Arturo Prat com­prendían perfectamente que una bora de esfuerzos continuados podia asegurarles el buen éxito de su empresa.

El 20 de marzo presentáronse nuevamente las fra­gatas Blanca i Numancia a las inmediaciones del apos­tadero, pero estimando mas prudente no emprender ataque alguno, dieron la vuelta a la babía de Arauco.

La Covaclonga siguió formando parte de los fuerzas, navales aliadas, al mando entonces del vice-almirante Blanco Encalada, siguiendo todas las operaciones de la campaña hasta el 2 de junio en que se dirijió a An-cud i poco después a Valparaíso, donde fondeó el 16 del mismo mes, terminada de hecho la guerra del Pa­cífico.

Se hallaba anclada la escuadra en Valparaíso cuan­do en la noche del 30 de setiembre ocurrió a bordo de la corbeta peruana Union un motin que encabezaba el capitán Varea. Desprendiéronse luego botes tripula­dos, de los costados de la Esmeralda i Covadonga, al mando respectivamente de Juan J. Latorre i Arturo Prat, i bajo las órdenes inmediatas de Thomson. Bastó esto para que el pánico dominase el buque pe­ruano, ocultóse el cabecilla, yéndose a tierra, i los cómplices fueron inmediatamente apresados, terminan­do así aquella ridicula intentona que mas tarde oíamos contar al mismo Prat con la mayor naturalidad, ca­llando solamente las grotescas escenas ocurridas en la corbeta peruana desde que los marinos chilenos pi­saron su cubierta.

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VIAJES DE ARTURO PRAT.

Entre los espisodios posteriores a la conclusión de la guerra, merece notarse la captura efectuada por la Govadonga déla fragata mercante Thalaba, que arri­baba alas costas de Chile con un cargamento destinado a las naves españolas. Declarada buena presa, fué denegada la solicitud del comandante i oficiales del bu­que chileno que pedian se les adjudicase la mitad que en ella les correspondía; pero la acción civil susten­tada mas tarde ante los tribunales de justicia dio la razón a los captores.

En el curso del año sesenta i siete, la Covadonga,-per-maneció desarmada en Valparaíso, ocupando Prat el puesto de oficial de detall. Una vez que se concluye­ron las reparaciones i se le cambió su antiguo arma­mento por los cañones de a setenta, que con tan feliz éxito manejara Condell en las aguas de Punta Gruesa, por el mes de diciembre se ordenó que la cañonera hi­ciese un viaje de instrucción a las islas de Juan Fer­nandez, que volvió de nuevo a visitar cuando regresa­ba poco después de la esploracion hidrográfica que emprendió por la costa norte de Chile basta el puerto de Carrizal.

En julio de 1868, Prat fué trasbordado déla Gova­donga, donde como hemos visto, habia completado su aprendizaje marinero, a la corbeta G'lliggins que

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mandaba entonces el capitán de navio don Ramón Cabieses.

Paseábase Prat hacia pocos dias todavía por la cu­bierta flamante de aquella nave, reciente adquisición nacional, cuando llegó a Valparaíso la triste nueva del cataclismo de 13 de agosto de 1868 quehabia re­ducido a un montón de ruinas varias de las ciudades de la costa peruana. Chile, que jamás ha escaseado ni su brazo ni sus escudos para aquel país, mandó en el acto alistar el vapor Maipú para que a toda prisa se trasladase a los lugares arruinados, conduciendo los socorros que un jeneroso vecino enviaba al Perú en su desgracia. Capole a Arturo Prat ser uno de los ofi­ciales del vapor que llevaba nuestros auxilios, i una vez terminada su comisión volvió de nuevo a incor­porarse a la dotación del buque de que se le había sacado con tan humanitario objeto.

A fines del año que corría salia otra vez de Valpa­raíso para el Perú, una nueva comisión. Una leí del Congreso chileno mandaba repatriar las cenizas del benemérito don Bernardo O'Higgins, que hasta enton­ces dormían el sueño de la muerte en tierra estranjera. Era este un acto de gratitud nacional, que se tra­taba de solemnizar con toda la pompa que el acto raerecia.

Formóse en consecuencia, una división naval, que conduciría uno de los compañeros de nuestro procer i a quien hoi la patria prepara.monumentos: el ilustre Blanco Encalada mandaba esa vez la Esmeralda, la Chacabuco i la O'IEggins. Fué aquel un viaje suma­mente feliz. La comitiva chilena permaneció en la ciudad de Los Reyes, vestida de gala para recibirla, una

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quincena escasa, durante la cual es fama que Arturo Prat solo se permitió una visita a la familia del almi­rante Haza, i eso por las instancias de Carlos Condell, que era su sobrino. (*)

El viaje de regreso lo bizo la división chilena en compañía de la fragata Independencia, mandada por Aurelio García i Grarcía, siendo tanto él como sus oficiales muí festejados en los puertos de nuestra cosita.

En el primer mes del año siguiente, la O'IIiggins, cuya suerte seguía al presente Arturo Prat, empren­dió una corta escursion a las islas de Juan Fernandez, con la mira principal de adiestrar a los cadetes de la Escuela Naval; pero de regreso nuestro marino tuvo que abandonar la O'Higgins, donde pasaba sus dias contento, pues sus tareas de oficial de guardia no le

(*) Hoi que comienzan a estimarse aquí como merecen las insi­dias de nuestros buenos vecinos los peruanos, permítasenos que relatemos un hecho que revela hasta qué punto i a qué nimieda­des son capaces de descender esos -señores. Cuando se trató de exhumar las cenizas del jeneral O'Higgins, preguntado el minis­tro de Relaciones Exteriores del Perú srhabria o nó discurso en aquel acto, insistió repetidas veces en que se prescindiría de esa solemnidad. Llegó, sin embargo, aquel momento, i hé aquí que el mismo señor ministro de Relaciones Exteriores, afectando gran complacencia i como gozándose de antemano con la sorpresa que iba a producir, se dirije al jeneral Blanco i le espeta cuatro frases mal hiladas que llevaba de antemano muí bien aprendidas. Este hecho habría importado poco si nuestro ilustre marino hubiese conservado el uso de sus oidos, i por eso a cada momento se dirijia, a la persona que tenia a su lado preguntándole qué significaba esa conducta i si no se había convenido en que no hubiese discurso. Por desgracia para aquel señor ministro, nuestro jeneral, sin inmutarse respondió con suma tranquilidad i con toda la elevación de su ca­rácter caballeroso. Hemos referido este incidente porque tenemos motivos para creer que Arturo Prat deseó en esa ocasión hablar a nombre de sus compañeros de profesión,

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quitaban si: tiempo para dedicarse al estudio de las matemáticas, por las cuales, i especialmente por la cosmografía i trigonometría esférica (que mas tarde enseñó en la Escuela Naval embarcada) babia adquiri­do gran predilección. ¡Quién le hubiera dicho que casualmente aquellos ramos cuyo aprendizaje mas le costara habian de ser mas tarde sus favoritos i uno de los timbres de su carrera tan modesta como prove­chosa!

Trasbordado al Anoud en calidad de oficial de de­tall, Prat hizo dos viajes en este vapor, uno a Arauco i otro a Magallanes, conduciendo en ambos casos abundante provisión de víveres. A la conclusión de esta comisión, Arturo Prat mereció su título de te­niente primero, que le fué estendido con fecha 9 de setiembre de 1869. En enero del año siguiente, encer­róse nuevamente en la O'Uiggins a cargo también del detall.

No necesitamos insistir en manifestar las delicadas funciones anexas a este cargo. Baste decir que siendo el que las desempeña el intermediario nato entre el comandante i sus subalternos, a él le corresponde dar a las órdenes que se dicten su verdadera inter­pretación, concillando siempre la consigna severa de una orden con las consideraciones debidas a los en­cargados de ejecutarla. Es sin duda una misión deli­cada que requiere al mismo tiempo tino, enerjía i oportunas condescendencias. No sería difícil señalar en la breve historia de nuestra marina ejemplos en que se ha viciado la disciplina i comprometido el porvenir de oficiales destinados a figurar con honra en sus anales, simplemente por la falta de tacto de un oficial

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de detall. Cúmplenos, con todo, en nuestro caso seña­lar bien alto i con imparcialidad completa que techos de la naturaleza de los que acabamos de señalar ja­más tuvieron lugar en los buques en que cupo a Prat desempeñar tan delicado cargo.

En 8 de enero de 1870 la corbeta O'Higgins, al mando del capitán de navio don José A. Goñi, ponia su proa rumbo al occidente en demanda de las islas de Pascua. Llevaba a su bordo a los cadetes de la Es­cuela Naval i a los aprendices de marinero, medicinas i vestuarios para los indíjenas i misioneros estableci­dos en esas apartadas rejiones, i ademas el encargo de levantar un plano detallado de las costas que iban a visitar i de procurarse los objetos propios de las in­dustrias de aquellos habitantes i especialmente de sus ídolos de piedra, conocidos ya en los museos de Europa i en la ciencia por los estudios del profesor J. Park Harrison.

La importante comisión que llevaba el buque chile­no fué realizada en todas sus partes con éxito feliz. Arribado a las Islas después de un viaje sin accidentes, en el término de catorce dias, ocupáronse desde luego algunos de los oficiales en levantar los planos que les fueron encomendados i en preparar las importantes colecciones que hoi dia figuran con honor en nuestro Museo Nacional. Arturo Prat, mientras tanto, desde su salida de Valparaíso, con ojo vijilante i asidua con­tracción, terminaba la reparación completa de la arboladura de su buque i se esmeraba en establecer a bordo una estricta disciplina i un acertado servicio de policía.

Antes de abandonar aquel remoto fondeadero, dis-

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cutióse a bordo la conveniencia de embarcar algunos de los naturales que solicitaban incorporarse a la do­tación de la nave chilena, i Arturo Prat obtuvo para seis de ellos colocación como grumetes, i para igual número un puesto en el servicio inmediato de los ofi­ciales. Esto mas que otra cosa significaba una obra de caridad, visto el desamparo i miseria de aquellos infelices indíjenas.

Terminadas todas las tareas fijadas en el programa de la escursion, hacíase" nuestro buque de nuevo a la vela en demanda de las aguas de Mejillones, i poste­riormente del surjidero de Valparaíso, donde daba fondo el 6 de marzo de 1870.

Prat siguió todavía por algunos meses a bordo de la O'.Higginfs, efectuando en ella un nuevo viaje a Meji­llones, que solo vino a darse por terminado en octubre de 1870. El último dia del mismo mes, Prat ob­tenía una licencia para ocuparse de asuntos particula­res. Puede decirse que desde entonces quedó de hecho separado de la dotación de aquella corbeta.

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TRABAJOS DE ARTUKO PRAT.

Entramos ya a una faz verdaderamente honrosa i ejemplar de nuestro marino. Prat, en sus meditaciones de las noches serenas en que nuestro cielo refleja sus estrellas en las mansas aguas del Pacífico, acari­ciaba un proyecto que estaba en perfecta armonía con los hábitos de toda su vida pasada. Arturo Prat era ante todo un hombre de trabajo. A sus desvelos por las tareas anexas a su profesión anadia todavía un vehemente deseo de estudiar; su espíritu anhelaba por elevarse a las rejiones de la ciencia i del saber; en su empeño de aprender tendía una mirada por la vasta esfera de los conocimientos humanos, i sintiéndose hombre, de naturaleza limitada, pero de insaciables aspiraciones, trataba de alcanzar para sus facultades continuo i nutritivo alimento. Ademas, comenzaba a sospecharse ya, que pronto para él las exijencias de la vida acrecerían notablemente: hallábase próximo a formar un hogar que hermosearían las mas bellas ilu­siones i que pronto hermanaron las mas dulces realida­des....Su escaso sueldo no podia dárselo todo, ni mu­cho menos todo lo que él quisiera ofrecer. Vínole entonces la idea de dar forma a sus estudios, contra­yéndose a una materia especial que fuese a la vez honra i provecho, i desde aquel momento propúsose

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dar cima a la tarea de agregar a sus despachos el tí­tulo de abogado.

Hemos dicho que el 30 de octubre solicitaba licen­cia para ocuparse de asuntos particulares. Pues bien, cuatro dias después se presentaba en Santiago al Con­sejo Universitario solicitando se le admitiese a rendir en el Instituto Nacional varios exámenes que le falta­ban para completar sus cursos de humanidades. No habia podido Prat, sin embargo, vivir tan desapercibido que alguno de los señores de aquella corporación no hubiese oido ya pronunciar su nombre con merecido elojio, i por eso, sin mas trámite, acordó acceder a lo que se pedia, atendiendo, sobre todo, a los «anteceden­tes del solicitante.»

Desde entonces vemos a Arturo Prat seguir incan­sable en sus propósitos i continuar con raro tesón sus labores aun en medio de las mas multiplicadas exijen-cias del servicio. A mediados del año siguiente dábase de nuevo tiempo para volver a la capital i manifestar a sus examinadores que aquella primera solicitud al Consejo no envolvía un propósito aislado. I adviérta­se que Arturo Prat en esta época, como posterior­mente, no solo necesitaba dividir sus horas, sino que ademas se veia gravemente embarazado para presen­tarse en momento oportuno a rendir sus pruebas de competencia. Al dirijirse de nuevo al Consejo en 1871, declaraba, a fin de que se le concediese por gracia presentarse a examen, que viéndose obligado a seguir los movimientos de la escuadra, poco antes le habia acontecido no poder rendir algunos que tenia prepara­dos, «quedando, continúa, con el temor de que una ocurrencia semejante, por desgracia tan probable, me

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perjudique nuevamente en el curso de mis estudios para la carrera de abogado.»

Es mui digna de notarse la distinción especial que la comisión le acordó por sus pruebas de filosofía, porque ella adivinó ya en el estudiante las conviccio­nes del hombre que piensa i que con razón fria diser­taba sobre el deber i la manera de cumplirlo....

Sin temor de ser exajerados, podemos declarar que el empeño de Arturo Prat era una valiente epopeya de constancia i tesón que nada bastaba a dificultar. Esto era un distintivo notable de su carácter. Sin una intelijencia brillante ni una imajinacion poderosa, sa­bia sin embargo luchar ventajosamente i llegar al fin al término que se propusiera, con paso tranquilo i se­guro. La manifestación de firmeza de que tan mani­fiesto alarde hacia en sus tareas profesionales, era la misma de sus convicciones como lo fuera de sus afec­tos....

Por fin, en 10 de agosto del año en que pintaba al Consejo con toda verdad su situación escepcional, lo­graba vencer la primera etapa de su camino i graduar­se de bachiller en humanidades.

Conviene manifestar que Prat, como hemos indica­do, al mismo tiempo que dedicaba sus veladas a sus estudios de humanidades, veíase en estremo afanado con sus tareas marítimas. El 1.° de mayo del año que historiamos, nuestro marino, en efecto, fué embarcado como oficial de detall en el vapor Arauco, que se aca­baba de armar ea guerra. Esta trasformacion impru­dente no pudo pasar desapercibida para el ojo esperto i previsor de Arturo Prat. En el acto representó que aquella débil trabazón de tablas no podría resistir el

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peso de los gruesos cañones con que se le agobiaba i que un accidente desgraciado cualquiera podría oca­sionar un fracaso. I sus previsiones no tardaron en realizarse. Volvia el Arauco de Mejillones, donde ha-bia permanecido de estación, i en una mañana brumo­sa en que de regreso trataba de tomar fondeadero en Valparaíso, vino a vararse a la playa de Viña del Mar. No bastó a salvar la nave, con todo, el blando lecho de arena en que se habia recostado, ñi la calma de las aguas, i el comandante, comprendiéndolo así, despachó en el acto a Prat al puerto inmediato a fin de que se procurase los auxilios necesarios para sal­var siquiera el aparejo i los pertrechos.

Volvia Prat recien a Valparaíso llevando en su car­tera su título de bachiller cuando fué llamado a las serias funciones del profesorado. La antigua Escuela naval que alcanzara a regalar a la repiiblica tres cur­sos de jóvenes marinos, que hoi en los comienzos de nuestra guerra son ya un timbre de honor para Chile, parece que el destino los hubiese llevado juntos a morir o distinguirse a la enemiga rada de Iquique, como re­presentantes de todos ellos, pues Prat figuraba en el primero, Manuel J. Orella en el segundo, e Ignacio Serrano en el tercero. Aquel plantel de cierto lustre fué por fin clausurado al comenzar el año setenta, para ser restablecido bajo otras bases a bordo del pontón Valdivia i poco después en la Esmeralda. Pe­ro este buque aunque debia servir de teatro a los combates de la intelijencia, no por eso se le eximió de continuar sirviendo de máquina de guerra, i al efecto se dispuso que se trasladase a la estación de Mejillones, cuyo servicio por aquella época se hacia con marcada

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estrictez. Prat, que acababa de ser designado como oficial de detalle, recibió al mismo tiempo su nombra­miento supremo para desempeñar a bordo las funcio­nes-de profesor de Ordenanza Naval.

Estamos persuadidos que esta designación obligó a Prat a hacer un estudio detenido de aquel afamado código de la antigua monarquía española, que aún mantenemos en vigor, contrariando los mas obvios principios de libertad i el espíritu de nuestras institu­ciones republicanas. Cierto era que la lei de Organiza­ción i Atribuciones, de los Tribunales habia venido a echar por tierra muchas de aquellas vetustas disposi­ciones en que se ven confundidos todos los poderes; i por eso Prat comenzó por dictar a sus alumnos las teorías del derecho público i administrativo para que pudiesen tener un guia que les ayudase a deslindar con alguna claridad las atribuciones que la Ordenanza fija en una sola persona; sin descuidar por eso de in­culcarles el ciego respeto que merecen sus prescripcio­nes reglamentarias, que hasta hoi ningún código mo­derno ha logrado eclipsar.

Desde entonces Arturo Prat, merced a las diarias funciones de su enseñanza i a sus continuos estudios sobre la materia, fué reputado como el primer intér­prete de aquellas antiguas Ordenanzas.

Terminado el primer año escolar del establecimiento, hubo necesidad para el segundo de abrir dos cursos si­multáneos, i hé aquí que Prat es de nuevo designado para rejentar la cátedra de cosmografía, estudio a que en época anterior mostrara notable afición, i las de táctica naval i maniobras marineras de las naves.

Sin embargo, por aquellos dias era notable el con-

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traste que ofrecía la vida estudiosa de Arturo Prat, pues al paso que a bordo era distinguido profesor, en tierra se presentaba como simple estudiante a rendir el difícil examen de derecho romano i los de derecho de jentes i natural. ¡Habia realizado en ese corto perío­do lo que nuestros alumnos universitarios estiman co­mo suficiente labor de todo un año!

Pero, acababa de salir airoso de aquellas pruebas, cuando lo vemos durante los meses de abril, mayo i ju­nio arrastrado por el torbellino de una continua acti­vidad vijilar de cerca las reparaciones de la vieja Es­meralda que componía en el dique ciertas averías i cambiaba su cubierta i toldilla.

En el mes siguiente, Prat a bordo de la Esmeralda, dirijíase a Quintero, formando parte de la corta divi­sión naval que iba a maniobrar en el mar, a hacer uso del aparejo i a disparar su artillería, para manifestar al alto personaje que la inspeccionaba el grado de adelanto e instrucción de nuestros marinos.

Por aquellos dias el buque en que servia Prat fué enviado a Mejillones a hacer respetar la neutralidad de Chile en las disenciones civiles que caudillejos bolivianos levantaban en la costa. El corto número de oficiales que llevaba la dotación de la nave chilena hacia en estremo penoso el servicio de guardias, de donde a poco tiempo se orijinó que algunos de ellos, gravemente enfermos, tuvieron que regresar a Valpa­raíso en los vapores déla carrera. Por causa semejante vino Prat a quedar de comandante accidental de su querida Esmeralda, que fuera en ese dia su primer mando como mas tarde habría de ser en sus manos el glorioso baluarte de la honra de Chile.

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Prat que había sabido comprender los duros sacri­ficios que aquella estación entrañaba para los marinos que la cubrieron, i que, severo consigo mismo, era induljente con los demás, en el parte que fechaba en Valparaíso a 10 de diciembre de 1872, estampaba con cierta complacencia lo siguiente:

«Los oficiales, a causa de su reducido número, se han mantenido en continua actividad para llenar las necesidades del servicio. Me es satisfactorio anunciar juntamente, como algo mui notable, la dedicación al trabajo i la buena conducta observada en jeneral por el equipaje de este buque, lo que motiva el pedimento adjunto de ascensos.»

Arturo Prat, entonces como después, si no sabia pedir para él, si le bastaba el testimonio de su propia conciencia i la satisfacción del deber cumplido, no po­día conformarse con que se dejase en la oscuridad i la miseria a sus dignos compañeros de trabajo i sa­crificios. Pero Prat que jamas demandaba para sí fa­vores a la amistad, aunque el mismo solia llevarla a la abnegación, no se escusaba de pedirlos para otros. Casualmente algún tiempo antes de morir, escribién­dole auna persona de aquí le decía: «Tengo un asunto importante que encomendarle: se trata de Uribe i G-arrao. Ud. recordará que son los únicos oficiales de nuestro curso que permanecen desde hace, creo que diez años, en clase de tenientes segundos, con mas el grado de primeros hará cinco años.—No es posible imajinarse que sea un castigo el que les tengan impues­tos Es necesario influir para los ascensos de estos dos jóvenes que, sin veinte i cinco por ciento, sin gra­tulación de mesa, i con mujer i tres hijos (Uribe)

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ya puede Ud. calcular qué penurias no pasarán, cuan­do las pasa uno estando en mejor condición.))

La mano que firmaba estas letras i que mejor que nadie apreciaba los defectos del código naval que has-, ta ahora rije entre nosotros, no podia menos de darse cuenta cabal de que una de las materias mas impor­tantes en un cuerpo de leyes sobre la marina es la que se refiere a la formación, existencia i prosperidad de las diversas secciones en que se comprenden los jefes, oficiales, marinería i guarniciones. ¡Cuántas ve­ces no hemos visto entre nosotros dar una colocación en la armada a simples paisanos, que sin previo exa­men obtenían grados sobre otros que habian sabido merecerlos con largo i paciente aprendizaje! De aquí resistencias mas o menos encubiertas que tarde o tem­prano concluyen por relajar la disciplina, alejando mu­chas veces de sus puestos a jóvenes que podían ser una esperanza para la marina nacional. Un sistema de as­censos, premios i castigos que esté en armonía con nuestros progresos e instituciones, que sea ante todo justiciero, seria la mas bella ofrenda que hoi, como mañana, pudiera ofrecerse a los que en el mar ha con­fiado la patria la noble misión de defender su honra i su gloria.

Este vacío que se notaba ya desde años atrás i que no podia menos de preocupar seriamente a los que prestaban mediana atención al porvenir de nuestra marina, motivó un proyecto de leí que fué presentado a la Honorable Cámara de Diputados. Llevado a una comisión especial, no faltó en ella quien desease oír la opinión de los jefes de la armada. Reuniéronse éstos de buena gana, i después de sostenidas discusiones deter-

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minaron qué convenia modificar el proyecto, en el sen­tido de que comprendiese también el retiro i servicio pasivo del personal de la marina.

En las reuniones de que acabamos de hablar, le cupo a Arturo Prat desempeñar un papel bastante activo, presentando las bases principales que debían discutirse i encargándose, por fin, de redactar las disposiciones definitivas, que fueron enviadas con una carta esplica-tiva de las innovaciones introducidas i de los motivos que las aconsejaban al diputado señor Peña Vicuña, que habia tenido la feliz idea de consultar a los ver­daderos conocedores de la materia i mas directamen­te interesados en que se adoptase un sistema racional i científico.

Parece que por fortuna hoi día está ya en vía de "ocupar ese'proyecto la atención del Congreso, lo que seria no solo un homenaje a su verdadero inspirador, sino también estricta justicia para los buenos servido­res del país.

Mas, es tiempo ya de volver a las tareas de estudio de Arturo Prat.

Regresaba, como hemos dicho, de Mejillones en los comienzos del mes de diciembre de 1872, i pocos dias después estaba ya en Santiago esperando el resultado de una nueva petición que acababa de someter a la decisión del Consejo Universitario. Hacia presente en ella que, «a consecuencia de estar desempeñando acci­dentalmente la comandancia de la Esmeralda i la di­rección de la Escuela Naval, no podia venir a la capi­tal a rendir los exámenes de código civil, primero i segundo año, Constitución política de Chile, i derecho penal;» pidiendo, en consecuencia, que se le permi-

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tíese rendirlo en Valparaíso ante una comisión desig­nada al efecto. I el Consejo, «en vista de las razones alegadas, i de otras especiales que se espusieron durante la discusión,» no pudo menos de acceder a tan justa petición.

A tiempo que el comandante Prat hacia en San­tiago sus jestiones para el adelanto de la profesión que proyectaba alcanzar, tenían lugar en Valparaíso a bor­do de la Esmeralda los exámenes de los dos cursos del año que acababa de espirar. El resultado no pudo ser mas satisfactorio. El comandante jeneral de mari­na que asistió a ellos, manifestóse en estremo compla­cido, pudiéndose constatar, merced a los cuadros de exámenes publicados en aquella época, que tan hala­güeño desenlace era en su mayor parte debido a la contracción i competencia del profesor Arturo Prat.

Esas pruebas finales, a pesar de su resultado, solo sirvieron para manifestar a los jefes superiores que la amalgama de empleos i funciones con que se recarga­ba a Prat, no podía continuar en adelante existien­do, pues hasta entonces si había probado bien, no era ni justo abrumarlo con ellas por mas tiempo, ni posible tampoco encontrar un adecuado reemplazante. Ocurrióse, pues, al arbitrio de nombrar un teniente primero a cargo esclusivamente del detall; se reformó el antiguo plan de estudios, convirtiendo a la Escuela Naval en una de simple preparación para guardias-marinas; limitóse a un año el aprendizaje, i por fin se dispuso que los examinandos pasasen a servir en la Escuela bajo el imperio de un réjimen de instrucción obligatoria, sin cuya prueba no podían los aspirantes optar a un ascenso.

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En virtud de estas radicales innovaciones que favo­recían a Prat, pero en las cuales no había tenido la. menor participación, le tocó desempeñar la clase de construcción naval, que rejentó con lucidez en la es­tación que su buque hizo en las aguas de Mejillones desde junio hasta octubre. Estas tareas no sufrieron otra interrupción que la orijinarla por el viaje de la Esmeralda a la caleta de Chañaral, donde fué a desem­barcar cierto número de trabajadores que habían que­dado cesantes con motivo de la paralización de los trabajos del ferrocarril de Caracoles.

De regreso a Valparaíso, Prat continuó alternando sus funciones de segundo comandante de una nave en servicio activo i sus tareas de profesor, esmerándose en que sus alumnos salieran airosos en las pruebas fi­nales a que pronto debía sometérseles, i como en ver­dad sucedió.

Por esos dias recibía Arturo Prat sus despachos de capitán de corbeta. Estaba para cumplir sus veinte i siete años i era un gallardo mozo de estatura mediana, mirada serena, i frente espaciada por prematura cal vi­cia; sus modales eran irreprochables, su continente mesurado, gastando en su vestir i en su apostura cierta elegancia de buen tono, que le atraían las sim­patías de cuantos tuvieron ocasión de tratarlo. Tenia el gusto de los pequeños detalles, i era ordenado i me­tódico. Entre sus compañeros gozaba de la reputación de un hombre de conducta intachable, sin que jamás se le viese alterado por la cólera ni turbado por las emociones. Impasible por cálculo i por carácter, sabia afrontar las mas difíciles situaciones; era hasta cierto punto un filósofo que invocaba ante todo a la razón,

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que se daba cuenta de su modo de obrar, sin ser por eso estraño a los nobles impulsos del corazón i a las manifestaciones mas puras del sentimiento. La norma de toda su vida babia sido siempre el cumplimiento del deber, demostrando en su última hora con subli­me elocuencia que su ideal era aún tan elevado que apenas si lo comprende la razón i lo alcanzan las grandes almas.

Para que pueda juzgarse de la elevación de miras de Arturo Prat i hasta qué punto le dominaban sus tendencias filosóficas, permítasenos trascribir aquí un fragmento dictado por él en una reunión de hombres pansadores i que una mano amiga conserva hoi de su letra con cariñoso respeto. Tratábase de dar una es-¡ílicacion de la idea que tenemos de Dios, i Arturo Prat se espresó así al correr de su pluma:

«Dios, para nuestra pobre pero inmortal intelijencia, es el creador de todo el universo, a cuyas leyes inmu­tables obedece cuanto existe en el orden material, in­telectual i moral.

«En esta tierra no le conocemos sino por sus obras; sabemos que no puede haber efecto sin causa, i esa causa la encontramos fuera de todo aquello que im­presiona nuestros groseros sentidos, i elevándonos so­bre la materia (por el trabajo de nuestra propia razón i la confirmación que espíritus de un orden elevado por su intelijencia i cualidades morales nos han dado) —en la existencia de un ser infinitamente grande en poder, bondad i justicia.

«Como padre bondadoso solo quiere el bien de sus hijos, que son su obra, i así como uno, siendo un ser imperfecto, castiga i premia a sus hijos para desviar a

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los "primeros del mal i sostener a los otros en el bien, así Dios, padre bondadoso, nos proporciona los sufri­mientos, que son los remedios que sanarán nuestro espíritu de la enfermedad moral que lo atrasa e impi­de progresar basta alcanzar el eterno bien, i la eterna felicidad que en su inmutable bondad nos señaló como fin espiritual.

«Recorred nuestro pasado i veréis que cada uno de los sufrimientos que esperiincntamos tienen su razón de ser en alguna falta que cometisteis, o en algún bien que no hicisteis, pudiendo.» Etc.

¿No es verdad que leyendo este trozo se creería uno trasportado a las obras de Malebranche o de Pas­cal?

Junto con el natural placer que le produjera a Arturo Prat la recepción de su nuevo grado, tan jus­tamente merecido, tuvo el dolor de esperimentar la pérdida de su anciano padre, fallecido paralítico en Quillota el 3 de febrero de 1873. La familia de Ar­turo Prat estaba radicada por ese tiempo en la ciudad de apacible clima, verdadero oasis sembrado entre los dos grandes centros de la república. Mas, junto con las dulces afecciones de su casa i los cariños de su ma­dre, habia encontrado allí el joven marino en sus es-cursiones de los dias de fiesta, el ideal que se soñara en sus horas de recojimiento, i que desde entonces fué la constante aspiración de su vida i su mas bella espe­ranza. Hoi el nido que formara el amor i que mas tarde embellecieran dos ánjeles, bendecidos en este momento por la patria entera, está desierto; pero cuan­do crezcan, llevarán un nombre que será en los siglos el orgullo de Chile i el símbolo de eterna gloria.

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Pero es forzoso que respetemos un santo dolor i si­gamos ya a nuestro marino en el curso de sus tareas.

Al inagurarse el año escolar de 1874 encontráronse a bordo de la Esmeralda diez i ocbo alumnos, proce­dentes de la escuela militar, los cuales habiendo cur­sado solo tres años de estudios, carecían, según el- di­rector, de la instrucción indispensable para emprender desde luego el aprendizaje marinero. Posteriormente se incorporaron otros cuatro que no llevaban mas pre­paración que su asistencia a las cátedras de humanida­des. Con tales elementos, los profesores de la Escuela Naval juzgaron desde luego que era indispensable abrir un curso preparatorio a fin de que los jóvenes alumnos pudiesen adquirir los prelimhwes consiguien­tes a la comprensión de los ramos de navegación e hi­drografía, sin cuya base fundamental el oficial de marina no pasaría de ser simple aprendiz, enteramente ajeno a los recursos que en situaciones difíciles puede proporcionarse del mar i los astros. «Este acertado em­peño produjo buenos resultados», dice un documento oficial de la época, bajo la entusiasta dirección i ense­ñanza de los profesores de la Escuela, entre los cuales se contaban Ignacio Serrano i Arturo Prat, i a pesar de que la Esmeralda hizo en esos meses un largo via­je a Mejillones, las tareas de los catedráticos no se in­terrumpieron un solo momento.

¿ Creeríase, sin embargo, que Arturo Prat se dio to­davía tiempo para rendir sus pruebas en código de comercio, derecho canónico i economía política? ¡Qué honroso ejemplo para sus alumnos! Nos es grato con­signar aquí que entre éstos se contó ese año a Ei-nesto Riquelme, que mas tarde hubo de compartir con sus

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maestros los laureles inmarcesibles del sacrificio de Iquique.

Para el curso siguiente la fortuna fué menos propi­cia a la Escuela. El furioso temporal de 24 de mayo de 1875, que después de larga cuanto infructuosa lu­cha produjo al fin el varamiento de la Esmeralda, se llevó envuelto en sus huracanes los progresos hasta entonces realizados. Arturo Prat, que ese dia se hallaba licenciado en tierra, tan pronto como pudo cerciorarse del peligro que corría su buque, corrió al muelle. La proverbial audacia de los fleteros de Valparaíso se sen-tia amedrentada con aquellas olas de horrible empuje, i ninguna embarcación se atrevia a desafiar aquella re­voltura de los elementos desencadenados. Prat enton­ces se lanza al agua, logra subir a un ^bote; anima a los tripulantes i cuando se ve ya cerca de su nave, arrójase de nuevo al mar i logra izarse por un cable a la cubierta de su nave, juguete ya de las olas. Una vez a bordo i bajo la toldilla, dirije el timón i la tripula­ción de la Esmeralda se salva! El primero i segundo comandante demostraban ese dia que eran capaces de elevarse a titánica altura!

Sometido ajuicio el capitán don Luis A. Lynch, se nombró a Prat de jefe accidental de la corbeta. Ha­bía entonces que' efectuar en el buque los mas serios trabajos, desde ponerlo a flote hasta vestir sus palos, i de cuya importancia solo se tendrá.una idea cuando se sepa que ellos importaron la no despreciable suma de cien mil pesos.

El empate de votos vino a consagrar al fin la abso­lución del capitán Lynch. Confióse entonces a Prat el pesado trabajo del detall, por las delicadas faenas

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de la carena que se estaba practicando en el buque, í se le mantuvo en su antiguo puesto de vice-director de la Escuela.

En mayo i junio concluían los exámenes de los as­pirantes i pasaban éstos a incorporarse a la Escuadra, suprimiéndose de hecho la Escuela pues se creyó que se habia obtenido ya todo el personal que requería el servicio. La Esmeralda fué entonces desarmada.

Prat quedó con esto en aptitud de realizar su viaje anual a Santiago en demanda de dar nuevos exámenes, obteniendo en 30 de junio de setenta i seis que se le permitiese rendir los de código de minas i práctica forense. A fines del mes siguiente era dos veces ba­chiller.

Cuando llegó el momento de que optase al título de licenciado, Prat se presentó ante la Comisión lle­vando bajo el brazo un trabajo de actualidad. Acababa de promulgarse la leí de elecciones, i Prat, que no solo era un pensador sino también un ciudadano i un prolijo comentador de los principios de derecho público, cre­yó del caso consagrar en su memoria de prueba las observaciones que aquel nuevo código electoral le su-jeria. Este trabajo de Arturo Prat, que revela las dos faces mas prominentes de su intelijencia, sus tenden­cias filosóficas i su espíritu investigador corre en un folleto impreso, del cual tomamos como muestra el trozo quedo encabeza, i que dice así:

«El 12 de noviembre de 1874, se promulga la lei de elecciones vijente.

«El país entero aplaude con entusiasmo su adveni­miento, considerándolo como lei redentora que venia

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a salvar de las influencias ilejítimas i del privilejio de las mayorías, la libertad del voto i la representación de las minorías.

«Si ella no satisfizo las aspiraciones mas avanzadas en esta materia, ni todas las exijencías de los partidos, Labia al menos consagrado la justicia i conveniente re­presentación de las minorías por medio del voto acu­mulativo en la Cámara de Diputados i del limitado en las municipalidades.

«La antigua lei habia sido enteramente trastornada; la misma Constitución política, estendiendo el perso­nal del Senado i estableciendo su elección por provin-

, cias, había ayudado a esta transformación eminente­mente liberal.

«La creación del poder electoral i su organización por medio de la junta de mayores contribuyentes, que sustituye a las municipalidades en el ejercicio de toda función electoral, la prohibición impuesta a la junta receptora para objetar, por sí misma, a los sufragantes su calidad de electores, la importantísima reforma de la presunción de la renta por el hecho de saber leer i escribir,, que equivale a la forma mas intelijente i la única aceptable del sufrajio universal, i la justicia elec­toral por jurados, importaban innovaciones tan tras­cendentales que los partidos de oposición, condenados de ordinario a una forzosa abstención, sacudieron su letargo i se aprontaron a la lucha que debia presenciar el año de 1876 i en la cual, por una coincidencia ca­sual, iba a verificarse la renovación total de todos los poderes públicos que emanan de elección directa o in­directa del pueblo.»

Estos párrafos, que dejan percibir una pluma que no

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carece de ejercicio ni de bríos en su manera de espre­sarse, no pudieron ser seguidos de otros semejantes, porque a poco el autor desciende a detalles que, si re­velan perspicacia i contienen algunas veces observacio­nes justas, el sistema de comentarios con que las presenta le impiden manifestarse con brillo i redon­dez. Sea como quiera, los examinadores se dieron por satisfechos con la obra que se les sometia, dejando des­de ese momento al estudioso marino en aptitud de recurrir a la Corte Suprema para que lo hiciese ins­cribir en el rejistro de los abogados chilenos. Uno de los testigos que nuestro aspirante presentó para rendir la información acostumbrada, i que era el que mas ha­bía podido tratarlo i apreciar sus relevantes cualidades, declaró bajo juramento que Arturo Prat era «de una conducta digna de todo elojio.» Después de los demás trámites de estilo, en 31 de julio de 1876 nuestro ca­pitán de corbeta obtenia el título objeto de todos sus anhelos: era al fin abogado!

Cuando se examina fríamente la serie de sacrificios i esfuerzos que esto demandó a Prat; cuando se le ve incansable perseguir su propósito en medio de los mas rudos afanes de su profesión; cuando se le contempla estudiando sin maestros una ciencia muchas veces oscura; cuando se le ve superar obstáculos de todo jénero i marchar impertérrito en el camino que un día se propusiera seguir, no se puede menos de reconocer que era verdaderamente un hombre superior.

Arturo Prat alcanzó a ejercer su nueva profesión en Valparaiso por corto tiempo, i según creemos con je­neral aceptación de los que alguna vez lo ocuparon. Hoi alcanza entre sus colegas un puesto que ninguno

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hasta ahora ha alcanzado i que mas tarde ninguno probablemente igualará.

Ceñían hacia poco a Arturo Prat los laureles bien ganados en estudiosa lid, cuando Santiago se vistió de luto por la muerte del ilustre jeneral i marino don Manuel Blanco Encalada. Iba a abrirse una fosa que se llevaba tras de sí todas las glorias que la memoria de Chile contaba en mas de medio siglo que hacia sur­caban sus naves las aguas del Pacífico, i Arturo Prat no podia faltar a aquella cita anticipada que le daban los héroes de la antigua patria. Vino pues presuroso a Santiago i con voz conmovida, que todos pudimos oirle en aquella nebulosa mañana pasada en el cemen­terio, dijo entre otras cosas, pintando a aquel paladín de la leyenda:

«Tenia el tino de tocar a cada uno la cuerda sen­sible e inspirarle el sentimiento patriótico que a él le animaba. Así se veia que la oficialidad le respetaba i quería, i las tripulaciones le veneraban...

«Afable i cortés, pundonoroso i valiente, era el tipo acabado del oficial brillante que llevaba a la vida pú­blica las virtudes del hombre privado.

«Su vida de marino es quizá la pajina mas hermo­sa de su historia: intelijencia, heroísmo, abnegación sin límites, son cualidades que resaltan en ella i for­man el timbre mas glorioso de su existencia!))

¿Habría hoi quién se negase a esculpir en Ja tumba de Prat la mas hermosa de estas frases?

El marino i abogado, sincero admirador de los gran-des hombres, no podia dejar de pagar su tributo a los manes de otro marino que acaso habia tratado mas de cerca que a Blanco Encalada. Cuando el contra-almi-

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rante Simpson falleció en Valparaíso, Arturo Prat fué el primero que al guardar en tierra aquellos nobles restos, pintase al pueblo, que boi a su vez le admira i glorifica, aquella existencia consagrada a Chile.

«Ha muerto! esclamaba; pero esa muerte le hace nacer a una nueva i noble vida, la vida de la historia en este mundo, i la de la inmortalidad en el otro.

«Cuan fácil es hacerse querer i respetar de sus go­bernados, anadia, cuando se poseen la elevación de carácter, la rectitud de miras i la persevei'ancia en el trabajo que a ellos (Blanco i Simpson) les eran tan familiares!

I como si se pintase a sí mismo, continuaba mas adelante: «Fué educado en la severa escuela del ho­nor i del trabajo, i su alma fué templada al calor de los principios que la filosofía moderna habia conquis­tado. »

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LOS ULTIMOS APRESTOS.

Se empeñaba la Comandancia jeneral de Marina por que se nombrase a Arturo Prat de auditor de guerra; pero en Santiago se creyó que en virtud de la nueva lei de organización i atribuciones de los Tri­bunales era necesario que este nombramiento se hiciese siguiendo los trámites de la provisión de un juzga­do de letras. Tan pronto como Prat supo que se de­seaba conferirle aquel cargo, manifestó su deseo de servir gustoso el destino con solo su sueldo de capi­tán de corbeta; pero por desgracia aquel proyecto iio pudo realizarse por las exijencias legales que media­ban i que era necesario respetar.

Sin embargo, en Valparaiso, donde se comprendía perfectamente que era indispensable utilizar los cono­cimientos especiales del marino, honra i prez de los de su profesión, se le destinó a servir de ayudante en la gobernación marítima. No se suscitó entonces ningu­na cuestión en la Armada i cuerpos de su dependencia en que no se viese a Prat figurar como fiscal, i con un acierto hasta aquella época sin precedentes. Para que pueda estimarse en toda su estension el valioso continjente llevado por Prat en las causas que se le confiaron, baste un hecho elocuente i que por desgra­cia se repite hoi tanto como ayer i se repetirá en tan­to que no se dote a Valparaiso de un funcionario es-

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pecial: de cada veinte sentencias espedidas por los consejos de guerra en 1866 i 67 (citarnos un ejemplo) se revocaron diez i nueve, anomalía que no se vio ja­mas mientras Prat sirvió la fiscalía.

Mas no era solo en estas incidencias donde pudiera hacerse sentir la influencia benéfica de Arturo Prat. La Honorable Comisión de Guerra i Marina de la Cá­mara de Diputados presentó con fecha 14 de diciembre de 1876 un Proyecto ele Lei de Navegación, materia delicada i que habia sido estudiada con tino por sus autores. Algunos de éstos se dirijieron a Arturo Prat para que, posesionándose del proyecto, emitiera su juicio i manifestase las modificaciones que fuera conve­niente introducir. Esta prueba'de confianza i de ho­menaje a sus conocimientos, alentó a Prat para poner -ses in tardanza al estudio de una materia en estremo compleja, pero que él el primero estimaba de una alta importancia para el mejoramiento de los servicios refe­rentes a nuestra marina de comercio. Después de al­gunos meses de sostenida labor, Prat dio forma a sus observaciones i presentó a la consideración de los au­tores del proyecto primitivo un verdadero libro que contenia los fundamentos i comentarios de ciento cin­cuenta i dos artículos.

Las reformas propuestas por Prat, que tenemos a la vista, no pudieron aceptarse en su totalidad, porque sobrepasaban los límites a que la comisión habia re­ducido sus tareas i era conveniente no retardar mas una lei que cada dia era reclamada con creciente ur-

jencía. Conviene, con todo, no olvidar que entre las agregaciones propuestas por Prat se notaban algunas como las siguientes: de la administración de la mari-

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na mercante; de los deberes de las autoridades marí­timas; de la clasificación de los delitos cometidos a bordo; organización de los tribunales marítimos; su modo de proceder i su competencia: materias todas no tratadas hoi en la lei i que sin duda están destinadas mas tarde a llamar la atención del Congreso. El nue­vo sistema de organización i atribuciones de los Tribunales habia echado por tierra el fuero marítimo; pero Prat luchaba esforzadamente en favor de los gre­mios de la mar, perjudicados al presente, sin duda al­guna, por la administración de justicia de menor cuan­tía, por la mala distribución de los juzgados respec­tivos en los puertos, i porque en la jeneralidad de los casos sus facultades no se estienden a la jente embar­cada. Cuando le hacíamos presente a Prat que la nue­va lei era relativamente buena, se limitaba a contestar­nos que mas valia el fuero con todos sus defectos, que una buena lei que no podia aplicarse.

No pararon aquí los trabajos de Arturo . Prat sobre las leyes marítimas i su codificación. El capitán de fragata don Ignacio L. Gana redactó un proyecto de Código Marítimo que fué sometido a la consideración de varios jefes, entre los cuales se contaba Prat; mas, apenas se habia celebrado algunas sesiones por la c o ­misión examinadora cuando se dispuso se procediera a la impresión del proyecto. Como ésta se demorase, Prat preguntaba con frecuencia que cuándo estaría terminado, a fin de que pi'onto tuviese Chile un mo­numento que reemplazase al adefesio de las antiguas leyes navales españolas, vijentes todavía entre noso­tros.

En medio de estas labores; dando forma a ciertos

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proyectos que le confiara el gobernador marítimo; le­vantando sumarios; instruyendo al pueblo en las es­cuelas públicas en las grandes verdades de la natura-raleza; i por fin, ejerciendo con cierto brillo la abogacía, Prat vio pasarse gran parte del año setenta i siete en medio de las mas puras satisfacciones. Para comple­mento de fortuna, el 25 de setiembre, en unión de sus amigos Latorre i Montt, recibía su grado de capitán de fragata.

A fines de noviembre del mismo año, preséntesele una ocasión en que iba a demostrar de cuanto era ca­paz de realizar en obsequio de la amistad. Acababa de llegar a Valparaíso la nueva del siniestro motin de de Magallanes, i con ese motivo la autoridad dispuso que en el acto se alistase la O'Higgins i se hiciese a la mar llevando elementos al punto amagado. El coman­dante de ese buque acababa entonces de contraer ma­trimonio, i Prat, que era su amigo, corrió al momento a ofrecerse reemplazarlo en la comisión que venia de confiársele. Motivos de delicadeza impidieron a aquel jefe aceptar tan espontáneo ofrecimiento; pero Arturo Prat, sin desalentarse por eso, corrió donde el coman­dante jeneral de Marina, repitiendo sus instancias, sin lograr tampoco mejor resultado.

Bajo su modesto empleo de ayudante de la gober­nación marítima de Valparaíso, continuó Prat pres­tando útiles servicios al país que tanto amaba, i empe­ñándose, sobre todo, en cuanto se referia al adelanto de la marina nacional. En los primeros meses de 1878 redactaba un Reglamento sobre faros, i revisaba en unión de los señores Gervassoni i Velasquez diversas ordenanzas complementarias de la Lei de Navegac

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sancionada por el Congreso del año anterior. Muchas de estas materias ajenas a la profesión del marino de guerra i del abogado, encontraron siempre a Prat per­fectamente preparado para resolverlas. La correspon­dencia que el compilador de aquellos Reglamentos mantuvo con el ayudante de la gobernación marítima de Valparaíso le autorizan para declarar que su empe­ño en cumplir con las tareas que se le confiaban, por mas variadas que fuesen, solo podia compararse con su ardiente deseo de auxiliar con sus, conocimientos a sus compañeros i de ser útil a su patria.

Ignoramos si Prat redujo alguna vez a una obra ordenada las observaciones que le habia sujerido su estudio del Proyecto de código marítimo, pero sí re­cordamos haberlo rejistrado, i aún discutido con él varias innovaciones que estimaba necesario efectuar en el libro del Código de Comercio que trata del comercio marítimo.

Cuando después de iniciada nuestra actual contienda con Bolivia, Chile se vio precisado a declararle guer­ra al Perú, Arturo Prat acababa de regresar a Valpa­raíso a dar cuenta de la muí delicada misión confiden» cial que nuestro gobierno le habia confiado en la República Arjentina, que por ese entonces se mante­nía en actitud provocadora para con nosotros.

Desde ese momento no hubo . nadie en el país que no entendiese que la suerte de las armas debia librar­se ante todo en el mar i que en cierto modo nues­tra escuadra era la primera llamada a decidir los des­tinos de la lucha. Chile esperaba entonces, como espera

AET. PRAT. i

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hoi, que. los valientes tripulantes de las quillas que enarbolaban la bandera tricolor mantuviesen incólume nuestra honra i diesen a la patria dias de victoria. Ar­turo Prat comprendia todo esto mui bien; veia a sus compañeros en el puesto del peligro i de la gloria i se impacientaba de no figurar a su lado. Cuenta un diario porteño que un dia Arturo Prat, casi avergon­zado, sin uniforme, se acercó al Intendente de la pro­vincia a pedirle que se le designase de una vez el puesto que en justicia se la debia; i por eso cuando al fin vio que se acercaba el cumplimiento de sus deseos, apenas si su rostro, de ordinario tan sereno, pudo con­tener la alegría interior que le dominaba.

Púsose, pues, en el acto a activar los preparativos de marcha en la nave que se le destinaba, i ya en pri­mero del mes de mayo que acaba de espirar, podía probar la máquina i terminar sus últimos aprestos. Solo esperaba ya la orden del jefe de nuestra escuadra para ir a prestar en sus manos el juramento de vencer por Chile o de morir por él.

Tan pronto como se le avisó que podia partir, corrió a casa de su madre, que estaba contigua a la de él, a f

darle un último adiós; despidióse de su tierna esposa, -estrechó contra su corazón a los pequeños hijos que idolatraba, i horas después, sereno el rostro, i tranqui­la la mirada, veia alejarse desde la cubierta de la Ca-vadonga las playas donde dejaba todos sus recuerdos i afecciones.

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EX, SACKirXCIO.

Aquel viaje en dirección a las aguas de Iquique no pudo ser mas feliz. El diez de mayo a las nueve de la noche, divisaba la nave chilena las luces de nuestra escuadra i una hora después los recien llegados frater­nizaban con sus compañeros de a bordo.

En breve el jefe de las operaciones marítimas dis­puso que Arturo Prat pasase a comandar la Esmeral­da, que era la nave que por su mala condición estaba mas en aptitud de permanecer en el puerto sostenien­do el bloqueo, dándole por segundo en el mando a su amigo i compañero Luis Uribe. Se albergaron también en aquel viejo i caro nido algunos de los discípulos de Prat, Riquelme, Zegers etc. Era aquella una pequeña colonia que estrechaban los lazos de la mutua estima­ción i una Común amistad.

«Una espedicion repentina i sospechosa del Gochra-ne al sur, la llegada misteriosa de dos individuos que traían magníficos caballos, destinados al parecer a hacer un reconocimiento en tierra, el embarque apre­surado de carbón en todos los buques, todo hacia sos­pechar que se preparaba algo grave. En efecto, el diez i seis, a las cuatro de la tarde, salieron las corbetas OHiggins i Chacabuco, con rumbo al sur (para des­viarlo al norte,) i poco después el Cochrane i Abtao

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lossig uieron, poniendo sus proas al oeste en la maña­na del diez i siete; después de la partida del vapor que habia llegado del sur, zarparon con dirección al norte el buque almirante i la Magallanes. El bloqueo quedaba, pues, mantenido por la Esmeralda, al mando del comandante Prat, i la Covadonga al del capitán Condell.» (*)

El estado de la Esmeralda no podia ser mas de­plorable. Con veinte i tres.años de activo servicio, el temporal que en Valparaiso la arrastrara a la playa le habia hecho profunda mella. Era simplemente un valetudinario de la fuerza que el cariño de Chile man­tenía con tópicos de todos los dias. Luis Uribe, tan milagrosamente escapado para contarnos las peripe­cias del desigual combate que la sepultaron en el fon­do del mar, se espresaba así a un amigo de Santiago: «Nuestra pobre i vieja Esmeralda está echando raices en el fondeadero....Lleva ya puestos en sus calderos ciento cincuenta parches, i cada vez que se dispara un cañón es un parche mas. Las costuras se abren, las mamparas jimen, los calderos se rompen i todo el en­maderamiento parece que se lamenta cuando se dispa­ra un tiro a bala. Sin embargo, puede aiín dejar el pabellón «bien puesto».

«A las 7.15 de la mañana del 21 se avistaron dos buques que venían del norte, los cuales todos supo­nían ser enemigos.

aUno de ellos avanzó hacia el oeste del puerto, to­mando poco después rumbo al fondeadero.

«En el acto se pusieron en movimiento la Esmeral-

(*) Curta de Pedro R. 2.° Yidela publicada en M'Ferrocarril.

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da i la Covadonga i el trasporte Lámar que sostenían el bloqueo de este puerto.

«Como los dos buques que asomaron despedían mucho humo, sospecharon sin duda los bloqueadores que eran de los suyos. Sin embargo, para cerciorarse mas se dirijieron bacía el que veían entrar por el oeste.

«Reconocido que fué el Huáscar, que era el primero que hizo proa a nuestro puerto, la Covadonga se acer­có al trasporte Lámar i le dio orden de irse al sur a toda máquina. Bl Lam,ar con toda fuerza tomó el rumbo que "se le habia indicado.

«Mientras esto tenia lugar, el Huáscar izando el hermoso pabellón peruano, disparaba el primer caño­nazo sobre la Esmeralda, que a su regreso después de reconocer nuestros buques se entró al fondeadero para impedir que el Huáscar, por no dañar a la población, le hiciese fuego.

«La Independencia avanzó hacia el sur, con el obje-" to de impedir que la Covadonga, que tiene muí buen

andar, se. les escapase. Fué entonces cuando se trabó un combate recio por nuestra parte i desesperado por la del enemigo, que ha demostrado un heroísmo es­partano.

«Jaqueada la. Esmeralda por el Huáscar, que la perseguía en las lijeras evoluciones que ella hacia en­tre nuestra rada i el Colorado, único trayecto que pu­do recorrer, porque no tenia escape ni al norte ni al sur, el monitor le hacia fuego por elevación a fin de lograr que la corbeta se rindiese.

«La Esmeralda sostenía el fuego con un tesón ad­mirable, haciendo certeras punterías a flor de agua i por elevación, pero el Huáscar le respondía de tarde

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en tarde a fin de no dañarla. En uno de los movi­mientos de la corbeta cbilena, se puso frente i mui cerca de la estación del ferrocarril. Entonces el señor jenerál Buendia, que para todo caso hizo colocar la artillería de campaña por ese punto, ordenó que rom­piese ésta el fuego sobre el buque chileno, i que igual cosa hiciesen los soldados.

«En efecto, las piezas de a nueve empezaron a ha­cer un fuego pronto i certero, al cual contestó la cor­beta con una andanada i con tiros de fusilería tan sostenidos que parecian los de dos ejércitos numerosos que se baten encarnizadamente.

«Después de setenta cañonazos de tierra, mas o me­nos, se consiguió desalojar a la Esmeralda que buscaba, siempre haciendo fuego, la salvaguardia de la po­blación para no perderse. Mientras tanto, la Govadon-ga huia i huia a toda máquina hacia el sur, recibiendo los constantes tiros que la Independencia le hacia i respondiéndolos con denuedo i buen éxito. Hubo un momento en que se creyó perdida la Covadonga. En­tonces hizo rumbo al interior de la caleta de Molle, siempre combatiendo.

«Mal manejada la Independencia, no conocedor, sin duda, su comandante, de esa bahía i sus malos bajos, i por otra parte, deseando tomar el buque sin causarle grave daño, emprendió su persecución.

«Pero sucedió que en vez de tomar rectamente al sur para ganarle la vanguardia a la Covadonga, que dentro de Molle tenia que describir una. semi-circun-ferencia para verse fuera de la ensenada, el blindado peruano tomó la retaguardia i emprendió la persecu­ción del buque enemigo, el cual, mui pegado a la eos-

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ta, daba todo su andar a la máquina para lograr la fuga. Tanto se acercó a la playa que la guarnición que está en Molle le hizo fuego de fusilería, al que la Covadonga contestó inmediatamente.

Forzando su máquina, la Independencia pudo dar caza a la Covadonga, que iba completamente destro­zada.

«Se puso al alcance de ella frente a Punta Grande que dista como 9 millas i algo mas de este puerto.

«A pesar de su mal estado, la Covadonga hacia fue­go de cañón i de rifle.

«Entonces el comandante Moore resolvió pasarla por ojo e • hizo que su buque orzara para verificar la operación.

«Desgraciadamente, cuando esta maniobra tenia lu­gar, el blindado chocó por el costado de babor en una roca, abriéndose e inclinándose de ese lado.

«En el acto se esparció el desaliento i la confusión,» Al notar el comandante de la Covadonga que su

poderoso enemigo estaba inmóvil, vuelve sobre él, dis­para sus cañones i pocos momentos después la bande­ra del blindado peruano era arriada con increíble Q Q -bardía.

«El combate entre el Huáscar i la Esmeralda habia tomado mas calor, haciéndose ya insostenible por par­te del buque chileno, cuyas averías principiaban a ser de consideración. Fué entonces cuando el comandante Gran vio llegado el momento supremo. Fuera de tiro de cañón la Covadonga, que huia sin que pudiera dar­le caza la Independencia, i viendo que se. prolongaba el combate, decidió, ponerle fin coa un acto, de he­roísmo. ( ? )

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«Cuando la Esmeralda estaba frente al Colorado, al norte de este puerto, le arremetió el Huáscar con su espolón, descargándole antes dos cañonazos que inu­tilizaron algunas piezas del enemigo.

«La corbeta principió a hacer agua. «Al habla ambos buques, el comandante Grau inti­

mó rendición a la Esmeralda que entonces, como an­teriormente, no habia cesado de descargar sus cañones.

«En este segundo choque, se desconcertó el eje de la maquinaria de la corbeta chilena i una bala del mo­nitor le mató 36 hombres.

«Era preciso que se diese fin a un drama tan san­griento i que no reconoce ejemplo en la historia del mundo.

«Así fué. A una evolución de la Esmeralda en que presentó hacia el sudoeste su costado de estribor, le acometió por tercera vez el Huáscar con su ariete, des­cargándole dos cañonazos. Uno de éstos le llevó por completo la proa por la cual principió a hundirse.

«Fué en este tercer choque cuando el comandante Prat de la Esmeralda saltó revólver en mano sobre la cubierta del Huáscar gritando: ¡al abordaje, mucha­chos ! Lo siguieron un oficial Serrano que llegó hasta el castillo, donde murió, un sarjento de artillería i un soldado.

«Todos estos quedaron en la cubierta muertos. «Prat llegó hasta el torreón del comandante, junto

al cual estaba el teniente señor Velarde, sobre el que hizo tres tiros que le causaron la muerte. Entonces un marinero acertó a Prat un tiro de Comblain en la frente, destapándole completamente el cráneo, cuyos sesos quedaron desparramados sobre cubierta.

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«Mientras esas sangrientas escenas tenían lugar so­bre la cubierta del Huáscar, la Esmeralda desaparecía. En efecto, se inclinó hacia estribor, que fué por donde el ariete la cortó, i algunos segundos después se hun­dió siempre de proa.

«El pabellón chileno fué el último que halló tum­ba en el mar.

«Al hundirse la Esmeralda, un cañón de popa por el lado del estribor hizo el último disparo dando la tripulación vivas a Chile.» (*)

En esta lucha de titanes, solo faltó el rayo para que la Esmeralda i sus heroicos tripulantes vieran aunados contra sí cuantos elementos destructores pueden la naturaleza i el hombre acumular. Para con­jurarlos, puso la nave chilena de su parte todo lo que pueden aconsejar la pericia mas consumada, el valor mas estupendo i la mas increíble serenidad. Pero al fin debia sucumbir! Duele-el corazón i se enorgullece nuestra alma de chilenos al relatar el sublime sacrifi­cio hecho en aras de la patria por aquel puñado de héroes ya inmortales. Seámosles gratos! i que la le­yenda de ayer sea en el porvenir el símbolo que nos lleve a la victoria o a la muerte!

I Arturo Prat?....Ah! Lo que él ha realizado no tie­ne todavía ni tendrá jamás en las lenguas humanas una palabra que baste para pintarlo!

(*) Relación hecha por Modesto Molina, en El Comercio de Iquique. Como podrá notarse, existen en esta relación algunas pe­queñas inexactitudes de detalle, que no nos empeñaremos en rec­tificar: la gran figura de Prat queda siempre intacta.