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El Ataque al Corazón de la Iglesia Capítulo 10: La Revolución Eclesial II Producido por: © Sanguis et Aqua

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El Ataque al Corazón

de la Iglesia

Capítulo 10:

La Revolución Eclesial II

Producido por:

© Sanguis et Aqua

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TRANSCRIPCIÓN ORIGINAL DEL PROGRAMA EN AUDIO

Publicado el Miércoles, día 22 de junio de 2016

CANAL: http://youtube.com/sanguisetaqua

BLOG: http://sanguisetaqua.wordpress.com

Programa en Audio:

https://www.youtube.com/watch?v=J8hMiu7dwck&list=PLzNPsrR6kyx6TLXDlQcDOsY5YCiM0Mk9L

Duración:

3 horas 46 minutos 49 segundos

Producido por:

Sanguis et Aqua

Queda terminantemente prohibido todo intento de copia, fragmentación o alteración del contenido de este documento,

sin autorización previa de los autores.

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EL ATAQUE AL CORAZÓN DE LA IGLESIA

CAPÍTULO 10: LA REVOLUCIÓN ECLESIAL II

Escrito por: Sanguis et Aqua

“Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué no escuchas mis gritos y me salvas? Dios mío, de día clamo y no contestas, de noche y no me haces caso. Tú estás en el santuario donde te alaba Israel, en Ti, esperaban nuestros antepasados. Esperaban y Tú los librabas, a Ti clamaban y quedaban libres, en Ti esperaban y nunca quedaron defraudados, más yo soy un gusano, no un hombre, oprobio de los hombres, desprecio del pueblo. Todos los que me ven, se ríen de mí, menean la cabeza, tuercen la boca: «Se encomendó al Señor, que Él lo libre, que lo salve si es que lo ama». (…)

No te quedes lejos, pues se acerca la angustia y nadie me socorre. Me acorralan novillos a manadas, me acosan los toros de Basán, abren contra mí sus fauces como leones que destrozan rugiendo.

Estoy como agua derramada, todos mis huesos están descoyuntados, mi corazón como cera se derrite en mis entrañas, tengo la garganta seca como una teja y la lengua se me pega al paladar: me has hundido en el polvo de la muerte.

Me acorralan mastines, me cerca una banda de malvados, taladran mis manos y mis pies, puedo contar todos mis huesos. Me lanzan miradas de triunfo, se reparten mis vestiduras, echan a suertes mi túnica.”

(Salmo 21, versículos del 1 al 19)

“Oh vosotros, cuantos pasáis por este camino, atended y considerad si hay dolor como el dolor mío; porque el Señor, según Él lo predijo, me ha vendimiado y despojado de todo en el día de su furibunda ira. (…) me ha dejado desolada, todo el día consumida de tristeza. El yugo de las maldades se dio prisa a venir sobre mí; el mismo Señor con sus manos las arrolló como un fardo y las puso sobre mi cuello; faltaronme las fuerzas; el Señor me ha entregado en manos de las que no podré librarme. Ha desechado, el Señor, a todos mis valientes de en medio de mí. Ha convocado un concejo contra mí para acabar con mis jóvenes. El Señor mismo los ha pisado como en un lagar para castigar a la Virgen, hija de Judá. Por eso estoy yo llorando y son mis ojos fuentes de agua; porque está lejos de mí el consolador que haga revivir el alma mía. Perecido han mis hijos; pues el enemigo ha triunfado.”

(Libro de las Lamentaciones, capítulo 1, versículos del 12 al 16)

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Que la paz de Cristo esté con todos ustedes.

Somos Sanguis et Aqua, dos fieles católicos.

En el capítulo anterior habíamos comenzado a sumergirnos en las primeras etapas de la revolución eclesial que daría inicio a la tan dolorosa Pasión de nuestra bien amada Iglesia Católica, y al surgimiento de la Gran Prostituta, la falsa Iglesia Universal, según un plan milimétricamente calculado por los enemigos de la fe que tenía como principales objetivos desatar una revolución teológica que silenciase la Verdadera y Santa Doctrina Católica e impusiese en su lugar la doctrina de Belial, para conseguir la unión de todos los falsos cultos existentes, y por medio de ella, desatar la revolución litúrgica que convertiría el Sacrificio de la Nueva Alianza en una mofa con profanación final incluida que propiciase su eliminación, la muerte definitiva de la Santa Iglesia Católica y la llegada del Anticristo.

Habíamos visto pues, como los enemigos de la fe sembrando la desobediencia al Santo Padre consiguieron ya desde el siglo XIX llevar a la herejía a numerosos teólogos y eclesiásticos, arrastrarlos al ecumenismo, y lograr que desviasen el santo movimiento litúrgico iniciado por Dom Guéranger y San Pio X, para convertirlo por medio de las conferencias episcopales, en el arma que doblegaría a la Santa Iglesia Católica y la dejaría agonizante a merced de los enemigos de la fe quienes le asestarían el golpe mortal desde el trono de San Pedro ilegítimamente usurpado.

El plan de Beauduin era claro y constaba de los siguientes hitos:

1) Conseguir que los neo-liturgistas por sus esfuerzos e investigaciones ocupasen los puestos más importantes de las comisiones litúrgicas y especialmente de la Sagrada Congregación de Ritos,

2) Manipular a los fieles, sacerdotes y religiosos más destacados para que éstos pidiesen a los obispos reformas con la excusa de que pastoralmente la Iglesia se vería beneficiada.

3) Conseguir que estos mismos obispos pusiesen en manos de las conferencias episcopales estas cuestiones, lo que llevaría a las conferencias episcopales a consultar a los expertos que eran precisamente los neo-liturgistas.

4) Conseguir el visto bueno de las comisiones de expertos a dichas reformas por la influencia de los neo-liturgistas, y hacer con ello que las conferencias episcopales las aceptasen obligando incluso a los obispos no partidarios de las mismas a someterse a la decisión de la conferencia episcopal.

5) Presentar en nombre de las conferencias episcopales nacionales al Santo Padre estas peticiones asegurando que todos los obispos las entienden necesarias e imprescindibles para el bien de la Iglesia.

6) Hacer, por último, que el Santo Padre mande el estudio de estas cuestiones a la Sagrada Congregación de Ritos también infiltrada.

7) Y finalmente, conseguir reformas paulatinas por medio de los decretos de la Sagrada Congregación de Ritos.

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Este era sin duda un plan maestro a largo plazo que no pudo sino haber salido de la mente más retorcida de la historia de la humanidad, la mente luciferina.

En este capítulo veremos cómo estas directrices ejecutadas de manera síncrona por todo el mundo, paso a paso, petición tras petición, desataron la revolución en el seno de la Santa Iglesia Católica llevándola a la mayor de sus agonías.

Todo comenzó en 1945, cuando el CPL francés y otras organizaciones similares diseminadas por el orbe comenzaron a sensibilizar al mundo por medio de sus actividades y publicaciones, con respecto a la necesidad de una pequeña reforma en la Iglesia que traería consigo grandes beneficios pastorales: la reforma de la disciplina del ayuno eucarístico y la posibilidad de celebrar la Santa Misa por la tarde, que hasta entonces era impensable por el límite marcado por el ayuno, que se extendía desde el día anterior por la noche.

De hecho, ya se habían hecho concesiones en el tiempo de la guerra sobre esta materia, y desde el fin de la misma, los obispos franceses y alemanes por medio de las conferencias episcopales habían rogado sin cesar a la Santa Sede para que extendiese dichos los indultos al tiempo de paz, sin éxito. Sin embargo, gracias al trabajo de los enemigos de la fe, ahora las peticiones llegaban a la Santa Sede del mundo entero afirmando que los cambios derivados de la vida moderna impedían a los fieles asistir normalmente a la Santa Eucaristía.

De forma paralela, en octubre de 1949, en el seno de la Congregación de Ritos, se formó una comisión litúrgica que debería ocuparse del estudio y custodia rito Romano, para defenderlo de todas las innovaciones que so pretexto de una vuelta a los orígenes trataban de imponerse. Esta comisión pasaría a ser el objetivo de los enemigos de la fe. Si lograban infiltrarla, solo era cuestión de tiempo que la Iglesia cayese. Y desgraciadamente lo consiguieron.

Esta comisión, estaba inicialmente presidida por el cardenal Clemente Micara, también prefecto de la Congregación de Ritos, que sería reemplazado en 1953 en ambos cargos por el Cardenal Gaetano Cicognani. Esta comisión, estaba compuesta además por Mons. Alfonso Carinci, que sería secretario de la misma, por Fernando Antonelli, relator general, el padre Giuseppe Löw, redendorista, que sería su vicerrelator, el padre benedictino Alfonso Albareda, precepto de la biblioteca vaticana, el jesuita Agostino Bea, director del pontificio instituto bíblico y confesor de Pio XII, y más tarde cardenal, y por el masón Annibale Bugnini, de los paules, director de la revista “Ephemerides liturgicae”, secretario de la comisión, a los cuales se unirían más tarde Mons. Enrico Dante, que llegaría a cardenal, Mons. Pietro Frutaz, relator general de la congregación, Dom Luigi Rovigatti, parroco, Mons. Cesario d’Amato, abad benedictino de San Pablo de Extramuros y obispo titular de Sebaste de Cilicia y finalmente el P. Carlo Braga, Paul, del equipo de “Ephemerides liturgicae” que hasta entonces trabajó como estrecho colaborador de Annibale Bugnini, llegando a publicar obras con él.

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Por si fuera poco su infiltración desde el momento de su constitución, la Comisión de Ritos se vio presionada desde el principio por un aluvión de continuas demandas de los obispos franceses y alemanes, que exigían cambios inmediatos. No iban a tener la calma necesaria para llevar a cabo un trabajo tan delicado, lo que sería aprovechado por los enemigos de la fe para torcer la balanza.

Así, el 6 de enero de 1953 se publicaba junto con la constitución apostólica “Christus Dominus” de Su Santidad Pio XII donde establecía los principios para el ayuno eucarístico, un documento de la Congregación de Ritos que establecía las aclaraciones necesarias para la aplicación de dicha constitución.

Así, Su Santidad establecía lo siguiente:

“La ley del ayuno eucarístico desde la media noche del día anterior continua vigente para todos aquellos que no incurran en las condiciones especiales que vamos a establecer en esta carta pastoral. Este será el principio general para todos, sacerdotes y fieles.”

Y las excepciones eran las de siempre:

“Los enfermos, incluso si no están confinados en cama, pueden, con el prudente consejo del confesor tomar algo en forma de bebida o medicina. Esto no incluye las bebidas alcohólicas.

Los sacerdotes que van a decir Misa en horas tardías, o después de una larga jornada, pueden tomar algo en forma de bebida. Esto no incluye bebidas alcohólicas. Deben abstenerse, sin embargo, por el espacio de una hora antes de decir la Misa.

De igual forma, los fieles, incluso los que no estén enfermos, pero que por razón de un serio inconveniente –esto es, por razón de trabajo fatigante, por razón de que únicamente puedan asistir a la Misa en horas tardías, o por razón de un largo viaje que deban hacer- no pudieren acercarse a la mesa eucarística completamente en ayunas, pueden, con el consejo de un prudente confesor, mientras la necesidad dure, tomar algo de beber, exceptuando las bebidas alcohólicas, pero deben abstenerse como mínimo por el espacio de una hora antes de que sean nutridos por el pan de los ángeles.”

Sin embargo, añade una salvedad, para los días en los que la Santa Iglesia estableciese que la celebración de la Santa Misa se realizase de las 4 de la tarde en adelante, en los que se reducirá:

“El periodo de ayuno a observar antes de la celebración de la Misa o la recepción de la Sagrada Comunión a tres horas para los alimentos sólidos y una hora para las bebidas no alcohólicas.”.

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O sea, que todavía no se permitían las Misas vespertinas, salvo en los días en los que la Santa Iglesia determinase. Por ello, las presiones por parte de los diferentes obispos continuaron, forzando a Su Santidad, por aquel entonces gravemente enfermo a dar su permiso por medio del brevísimo motu proprio “Sacram Communionem” del 19 de marzo de 1957.

Este documento es una prueba de la preocupación de Su Santidad Pio XII por los fieles, incluso en sus horas más bajas, pero también lo es de la clara y abierta presión que estaban realizando los obispos, que a su vez, recordamos, estaban siendo presionados por los diferentes centros litúrgicos y conferencias episcopales para tomar dichas medidas según el plan de Beauduin. Escuchemos un fragmento de dicho motu proprio.

“Los obispos nos han expresado su profunda gratitud por estas concesiones que han producido abundantes frutos, y muchos nos han implorado persistentemente para que les autoricemos a permitir la celebración diaria de la Santa Misa por la tarde, en vista del gran beneficio que para los fieles derivaría de ello. Debido a los considerables cambios que han tenido lugar en la organización del trabajo y los servicios públicos y las condiciones sociales en su conjunto, hemos juzgado bueno consentir las urgentes demandas de los obispos.”

Su Santidad reducía, por consiguiente, el ayuno a tres horas para las mencionadas Misas vespertinas, manteniendo la disciplina del ayuno desde la media noche del día anterior para las Misas de la mañana.

Y pese a esta reducción, Su Santidad, recordando que el santo ayuno eucarístico desde la media noche anterior es una tradición que se remonta a la época apostólica, exhortaba a los fieles que pudiesen, que guardasen el ayuno tradicional aun para las Misas vespertinas diciendo:

“Pero queremos exhortar con mayor fuerza a los sacerdotes y fieles, que son capaces de hacerlo, a observar antes de cada Misa o santa comunión la tradicional y venerable forma del ayuno eucarístico.”

De esta manera, mientras el Santo Padre, manteniendo intacta la sagrada tradición apostólica, hacía legítimas concesiones en casos concretos por las necesidades de sus fieles, los neo-liturgistas, obrando como habían hecho antes con la “Mediator Dei”, aprovecharon estos documentos como herramienta de manipulación de masas para destruir la disciplina sacramental.

Así, comenzaron a predicar a lo largo y ancho del mundo que el ayuno litúrgico se había reducido en cualquier caso a 3 horas. Ya saben que después, las tres horas se redujeron a una, que finalmente se convirtió en el cuarto de hora de Pablo VI, hasta el punto de que actualmente nadie respeta nada.

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Ahora bien, de forma paralela a la presión por conseguir la modificación de la disciplina del ayuno, se estaba demandando la reforma de la Semana Santa, es decir, de los ritos más sagrados de la cristiandad.

La problemática que planteaban, no sin perversidad, era la siguiente:

Que las ceremonias de la Semana Santa se llevaban a cabo en horas totalmente inadecuadas y eran interminables, de lo que se derivaba según ellos, que apenas participase un pequeño número de fieles en ellas. Por tanto, dado que se trataba de las ceremonias más importantes de año, debía ponerse un remedio que facilitase la participación de los fieles. Y por supuesto, el remedio, que estaba pensado de antemano, era la reforma y desintegración de los ritos más antiguos y solemnes de la Liturgia Católica.

De esta forma, la Congregación de Ritos y la comisión litúrgica se vieron obligadas a regular el problema de los horarios de la Semana Santa, a fin de bloquear las fantasías de ciertas celebraciones autónomas que pretendían realizarse especialmente en el caso de la Vigilia Pascual. Y pese a que dicha comisión trabajaba en secreto, de manera independiente, estaba siendo constantemente presionada por los obispos centro-europeos para ver resultados pronto, por lo que se entorpecía su labor.

Pese a todo, el secreto fue tan bien conservado que el 9 de febrero de 1951, de manera improvisada e inesperada, fue publicado y aprobado “ad experimentum” un documento titulado “Dominicae Resurrectionis” que incluía el “Ordo Sabbati Sancti”, por el que se permitía la celebración en la noche del rito del sábado de gloria en algunas diócesis.

Esta publicación, según atestigua el masón Annibale Bugnini en su libro “La liturgica riforma”:

“Tomó por sorpresa a los mismos miembros de la Congregación de Ritos.”

Pero si esto es sorprendente, más lo es el medio que empleaba dicha comisión, y la Congregación de Ritos misma, para informar a Su Santidad Pio XII sobre sus actuaciones.

El propio Bugnini en “la litúrgica riforma” explicó que Su Santidad:

“[Estaba] al corriente por Mons. Montini, pero aún más, cada semana, por el Padre Bea, su confesor.”

¿Cómo era posible esto? Montini, futuro Pablo VI, no era si quiera un miembro de la Congregación, y el padre Bea, no era sino un miembro más de la misma, lo que es una prueba de que la Congregación de Ritos obraba por libre sin tener en cuenta la voluntad del Santo Padre.

Pero Bugnini añade algo si cabe más significativo:

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“Gracias a este intermediario, pudimos lograr resultados significativos, incluso durante los periodos en los que la enfermedad del papa impedía cualquier acercamiento.”

Así fue como la grave enfermedad que padecía Su Santidad sería aprovechada por los enemigos de la fe para llevar a cabo las reformas más audaces.

Ciertamente, Su Santidad estaba de acuerdo con que podía ser conveniente el traslado de la vigilia de Pascua de la mañana del sábado, como siempre se había celebrado, a la noche del sábado. De esta manera, el sábado santo pasaba de ser considerado sábado de gloria, a sábado de penitencia, de espera, tal y como lo fuera en realidad. Y su directriz a la Congregación de Ritos fue precisamente esa.

Sin embargo, aquí sucedió algo curioso:

La comisión litúrgica, por su cuenta, comenzó la tarea de reformar completamente los Oficios de la Semana Santa y cuando el trabajo fue completado, fue inmediatamente aprobado por el colegio de cardenales el 19 de julio de 1955 y promulgado por la Sagrada Congregación de Ritos en su decreto “Máxima Redemptionis” del 16 de noviembre de ese mismo año. Estos cambios se recogían en el “Ordo hebdomadae Sancte Restauratus” que entraría en vigor en la Semana Santa de 1956. Cosa que se alejaba enormemente de lo estipulado por Su Santidad, quien únicamente diera permiso para cambiar de hora de la vigilia del sábado y no el rito en sí.

Y esto hay que decirlo. No existe ningún indicio de que Su Santidad Pio XII tuviese el deseo de cambiar los ritos de la Semana Santa. Prueba de ello, es que en el propio decreto “Máxima Redemptionis”, en el que justifica el cambio de hora del oficio para facilitar la asistencia de los fieles en base a las incesantes peticiones del episcopado, no se hace ninguna mención ni explicación de que hubiesen de llevarse a cabo cambios en las propias ceremonias que en dicho documento se estipulaban. El simplemente dijo:

“Por estas razones, destacados expertos litúrgicos, sacerdotes encargados del cuidado de las almas y por encima de todos ellos, sus excelencias los obispos, en los últimos años han enviado insistentemente peticiones a la Santa Sede para el regreso de las ceremonias litúrgicas del Sagrado Triduo a la noche, como se hacía en tiempos pasados. Esto asegurará que todos los fieles puedan asistir a estas ceremonias sin dificultad.”

Lo que deja claro que Su Santidad se esmeraba por hacer entender a los fieles el cambio de horario que había estipulado. Ahora bien, ¿por qué siendo algo más importante el cambio de rito, no hace siquiera mención de ello? Esto es clara señal de que algo turbio estaba sucediendo.

Así lo entendieron algunos, por lo que en seguida comenzaron a levantarse diversas voces discordantes entre los obispos e incluso entre los especialistas más cualificados en liturgia tales como León Gromier de la propia Congregación de Ritos, que por supuesto

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no tardarían en ser silenciados a pesar de su competencia. Pese a todo, hubo numerosas denuncias contra estas innovaciones, y las peticiones por conservar el rito tradicional se multiplicaron.

La única alegación que dio la Congregación de Ritos para defender su reforma de la Semana Santa fue que dicha modificación se produjo con el pretexto de purificar el Misal de los supuestos elementos profanos que incluía, cosa que había hecho ya el Concilio de Trento.

¿De dónde vino, pues, la idea de esta reformar el Misal? Pues precisamente de los neo-liturgistas, quienes tomando el ejemplo de los innovadores protestantes, hicieron todo lo posible porque esto se llevase a cabo, esta vez, a nivel eclesial.

Veamos pues, cuáles fueron los principales cambios de la reforma del “Ordo Hebdomadae Sanctae” de 1956 que tanto evocan como antecedente de la gran reforma de 1969, para que nos hagamos una idea del gran daño que han sufrido nuestros más sagrados ritos.

Para todos aquellos que no conozcan la Liturgia Tradicional de la Santa Iglesia Católica, les recomendamos que detengan este video y vean la serie titulada la Santa Misa Tradicional, donde se les explicará en detalle los fundamentos del culto establecido por Dios mismo, ya que comprenderán mejor lo que explicaremos de ahora en adelante.

Domingo de Pasión o Domingo de Ramos.

La ceremonia tradicional de este día era la siguiente:

Tras haber concluido el sacerdote la aspersión del agua bendita al inicio de la Misa con la capa pluvial morada, acompañado de sus ministros se dirigía al altar, y mientras la Schola entonaba un canto de alabanza, el sacerdote bendecía con el agua bendita los ramos que se encontraban delante del altar del lado de la Epístola. Tras una oración, el subdiácono leía la Epístola, se proseguía con el gradual, y el diacono cantaba el Evangelio según San Mateo, correspondiente a la entrada triunfal de Nuestro Señor en Jerusalén.

Una vez ha terminado el Evangelio, el sacerdote recitaba una oración seguida de un prefacio y el santo. El sacerdote pronunciaba entonces las oraciones de bendición de los ramos, tras las cuales, mientras se entonaba el “Pueri Hebraeorum portantes ramos olivarum”, uno de los ministros distribuía los ramos a los fieles. Se procedía entonces a la procesión con los ramos de olivo, que se remontaba al siglo IV (recordamos que en dicho siglo se acabó la persecución romana). Dicha procesión era encabezada por el celebrante y sus ministros en el orden de siempre. A la vuelta de la procesión, ante las puertas cerradas de la Iglesia, se aclamaba un himno de gloria triunfante, y el subdiácono, con el palo de la cruz procesional, golpeaba la puerta de la Iglesia, que se abría entrando de nuevo todos en el templo. Esto simbolizaba la apertura de las Puertas

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de Jerusalén ante Nuestro Señor que iba a ser inmolado, y la apertura de las puertas del Cielo conseguida por la Cruz de Cristo.

Una vez dentro, se comenzaba la Misa como de costumbre, leyéndose la Pasión según San Mateo antes del Evangelio. Los fieles mantenían los ramos en las manos hasta la lectura del mismo, la cruz del altar se encontraba velada hasta el Viernes de Pasión, y los fieles terminada la ceremonia guardaban con veneración los ramos en sus hogares.

Entendido el rito tradicional, veamos los cambios introducidos por el “Ordo Hebdomadae Sanctae” de 1956.

1) Introducción del color rojo para la procesión de los ramos, mientras se mantiene el color morado durante la Misa.

Hasta entonces se empleaba el morado tanto para la procesión como para la Misa. Este cambio fue justificado de la siguiente manera, según se recoge en los archivos de la sagrada Congregación de Ritos, en la parte de “Anotaciones sobre la reforma de la liturgia para el domingo de ramos”:

“Se podría restituir el color rojo primitivo utiliz ado durante la Edad Media para esta procesión solemne porque el color rojo recuerda a la purpura real. (…) De esta manera, la procesión se distinguirá sin comparación, como un elemento litúrgico único en su clase.”

Pero según afirma el liturgista de la Congregación de Ritos Leon Gromier en su obra “La semaine sainte restaurée”:

“Tal innovación no es atribuible a una práctica atestiguada de la Iglesia, no es más que la idea repentina de la pastoral de un profesor de seminario suizo.”

Obviamente, no se puede negar que el color rojo puede ser un signo de purpura real, pero como Gromier afirma, nunca ha sido parte de la tradición de la Iglesia y jamás, estuvo previsto un cambio de color entre la procesión y la Misa.

Pero si esto les parece absurdo, vean ahora el contrasentido de los siguientes cambios del ritual:

2) Extracción del Prólogo de las líneas de la autoridad de Cristo sobre los reinos y las autoridades humanas.

El prólogo al que se refiere, sería el que se recitaba durante la bendición de los ramos. Las líneas en cuestión, que exhortan a servir a Dios antes que a los hombres, y por tanto, a establecer la autoridad de Cristo por encima de los gobernantes de este mundo, serían las siguientes:

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“A ti te sirven todas las criaturas, por cuanto te reconocen por su único autor y Dios; y todas tus obras te alaban, y tus santos te bendicen, confesando con libertad a los reyes y potestades de este mundo el augusto nombre de tu Hijo.”

¿Qué sentido tiene pretender solemnizar la realeza de Cristo, a la par que se suprimen las palabras que describen su realeza?

3) Abolición de la casulla plegada así como la estola larga. El uso de la casulla plegada y la estola larga para el canto del Evangelio por parte del diacono, era otro remanente de la antigüedad que había sobrevivido hasta ahora, y que hacía patente la veneración que se tenía a la liturgia de la Semana Santa ya que nunca se habían atrevido a alterarlo. Pero vayamos a lo más escandaloso de todo:

4) Eliminación de las oraciones que explican el significado y los beneficios de

los sacramentales y el poder que tienen contra el demonio.

Y por supuesto en su lugar, se redactaron otras oraciones nuevas más ambiguas.

La razón que daban a esto es que, como se dice en el artículo de N. Giampietro titulado “A cincuenta años de la reforma litúrgica de la semana santa”, y publicado en la revista “Ephemerides Liturgicae”:

“Estos usos piadosos [de los sacramentales], incluso si están justificados teológicamente, pueden degenerar en supersticiones.”

Más adelante veremos que esta clase de cuestiones no son secundarias, ni puntuales, sino parte de un plan para arrebatar a la Santa Iglesia los medios eficaces de lucha que posee contra los ataques del mal.

En el Missale Romanum tradicional, en su edición de 1952 se establece que:

“Las antiguas oraciones recuerdan el papel de los sacramentales, que tienen un poder efectivo (“ex opere operantis Ecclesiae”) contra el demonio.”

¿Qué sucede si se eliminan? Pueden imaginárselo.

5) Eliminación la cruz que llama a la puerta de la iglesia cerrada, al final de la procesión.

Como habíamos explicado, la procesión que salió de la iglesia vuelve de nuevo a ésta, que tiene su puerta cerrada. El subdiácono, golpea la puerta de la Iglesia con la cruz, y la abre, simbolizando así no ya solo la entrada triunfal en Jerusalén, sino que Cristo por

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medio de la cruz, abrió las puertas del Cielo que se encontraban cerradas para la humanidad, a todos los santos, es decir, a aquellos que cumplen la voluntad de Dios.

Parece que esta clase de explicaciones sobre la salvación conseguida en el ara de la Cruz les sobraban a los reformadores, y su odio hacia la cruz, semejante al de su señor Lucifer, será una constante de todas sus reformas, por medio de las cuales harán todo lo posible por quitarle su valor.

6) Eliminación del texto de la Pasión del pasaje de la Institución de la Eucaristía.

No se explica ni cómo ni porqué la narración de la última cena ha desaparecido del relato de la Pasión, y las razones de tiempo, por si solas, no justifican para nada la retirada de estos 30 versículos que apenas añadían un par de minutos. Hasta ese momento, la tradición de la Santa Iglesia Católica ha querido que el relato de la Pasión incluyese la propia Institución de la Eucaristía, que es anuncio y memorial de dicha pasión. En el Missale Romanum de 1952 se decía:

“La Pasión es precedida por la lectura de la Institución de la Eucaristía, que pone de relieve la conexión teológica e íntima esencial entre los dos pasajes.”

De este modo, al eliminar este pasaje se estaba llevando a cabo algo muy perverso:

Se estaba haciendo desaparecer el vínculo entre la Última Cena y la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, que en último término implica desvincular la eucaristía del sacrificio del calvario, y dejarla en una simple cena.

7) Eliminación de la distinción entre Pasión y Evangelio. La Pasión siempre fue cantada por tres voces seguida de un Evangelio, cantado únicamente por el diacono en un tono y estilo diferente. El resultado de la reforma es que ambas cosas se fusionaron y el Evangelio terminó por abolirse formalmente. Cosa curiosa si se piensa que esta era precisamente la parte en la que se muestra la perversidad de los fariseos judíos, los cuales recordando que Nuestro Señor había hablado de su resurrección, solicitaron a Pilato que pusieran guardia ante el sepulcro y pagaron a éstos para que no dijesen la verdad de lo que habían visto, sino que el cuerpo de Nuestro Señor fue robado. ¿Era este un intento de encubrir la perversidad de los suyos? Pero el hecho más importante de la reforma del domingo de ramos, es sin duda la introducción por primera vez en una Misa oficial de un rito que se realiza de cara al pueblo y de espaldas a Dios.

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8) Invención de la bendición de los ramos de cara a los fieles, con la espalda vuelta a la cruz e incluso al Santísimo Sacramento.

9) Invención de una oración para ser recitada al final de la procesión, desde el centro del altar, y de cara al pueblo.

Los ritos y oraciones “versus populum”, dando la espalda al Santísimo únicamente se habían llevado a cabo por herejes. ¿Qué sentido tenia introducir esto de manera oficial?

Además, ya que tradicionalmente, tan pronto se entraba en la Iglesia tras la procesión, comenzaban las oraciones al pie del altar, para prepararse a subir al mismo. ¿Qué sentido tenia subir al centro del altar para decir una oración ante el pueblo, y luego bajar para prepararse a subir a él?

Lunes Santo

Se prohíben las oraciones «contra los perseguidores de la Iglesia», así como las oraciones «por el santo Papa».

Esto no es casual, ni es un acto realizado con buena voluntad.

La tendencia a eliminar toda alusión a los enemigos de la Iglesia, tiene dos objetivos claros: el primero, que el mundo se vaya olvidando poco a poco de que la Iglesia está pasando por la batalla más terrible de sus historia, en la que está luchando no solo contra las huestes infernales, sino también contra los enemigos de la fe de este mundo: todos aquellos que aúnan esfuerzos para destruir a la Iglesia, desde dentro y desde fuera.

Y el segundo objetivo, desarmar a la Santa Iglesia de la principal de sus armas: la oración y especialmente la oración por el Santo Padre, dejando a éste desprotegido.

Esta es por así decirlo la primera maniobra de amordazar a la Santa Iglesia Católica.

¿Cómo va a resistir firme ante los ataques si se le impide elevar al Cielo un grito de auxilio?

Martes Santo

Reducción de la Pasión según San Marcos con la supresión de los 30 primeros versículos correspondientes a la Instauración de la Eucaristía en la Última Cena.

Esta es la misma medida llevada a cabo el Domingo de Ramos, para desvincular la Última Cena de los sufrimientos de Cristo en el Calvario y por tanto, la Eucaristía del Sacrificio.

Miércoles santo

Reducción de la Pasión según San Lucas con la supresión de los 39 primeros versículos correspondientes a la Instauración de la Eucaristía en la Última Cena.

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Como ven, esta medida no se trataba de algo casual. Se llevará a cabo cada vez que se lea la Pasión, para desvincular la última cena de los sufrimientos de Cristo en el Calvario y por tanto, reducir la Eucaristía a una simple cena.

Jueves Santo

El oficio de Jueves Santo consistía tradicionalmente en la celebración de la Santa Misa del modo común, aunque con la salvedad de que en este día se consagraban dos hostias, de las cuales, una se reservaba para el Viernes Santo sobre el Cáliz, que permanecería en el centro del altar hasta la conclusión del último Evangelio. Y terminado el mismo, el sacerdote, cubierto con la capa pluvial blanca, adoraba al Santísimo de rodillas, lo incensaba, y lo trasladaba bajo palio, en procesión solemne junto con sus ministros y acólitos que portaban los ciriales y el incienso, hasta la capilla, mientras la schola entonaba el “Pange lingua”.

Llegados al altar de la capilla, el diacono recibía arrodillado el Cáliz que contenía el Santísimo Sacramento, lo colocaba sobre dicho altar y después de incensarlo, lo guardaba en la urna.

A esta procesión le seguía siempre la oración de vísperas, al final de la cual se desnudaba el altar mayor de todos los elementos empleados para el sacrificio.

Entonces los laicos se retiraban, y el clero se reunía en un lugar apropiado, fuera de la nave de la iglesia, para el lavatorio de pies llamado “mandato”, que se hacía en privado tras la lectura del Evangelio correspondiente, y se concluía con las oraciones finales.

Hasta aquí el rito de Jueves Santo Tradicional. Veamos ahora los cambios introducidos por la reforma de 1956.

1) Introducción de la estola como hábito de coro para los presbíteros. Este es el primer intento de abrir las puertas a la concelebración. Los clérigos que asistían al coro iban vestidos tradicionalmente de sotana y sobrepelliz. Al añadir la estola se comenzaba a dar la sensación de concelebración.

2) Solo se permite comulgar con las hostias consagradas ese día. No existe en la historia una medida similar, ya que nunca se había hecho distinción con respecto a la Sagrada Comunión, consagrada o reservada, siendo lo habitual comulgar de la reserva del Tabernáculo que generalmente se había consagrado en celebraciones anteriores. Esto era un símbolo claro de la presencia Real y Continua de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Con esta nueva medida se comenzaba a introducir la idea de que la presencia real solo existe en relación al día de la celebración eucarística.

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3) El lavatorio de pies se traslada al medio de la celebración, concretamente, tras el Evangelio y la homilía.

4) Se elimina la restricción del lavatorio, permitiéndose la participación de 12 varones, clérigos o laicos.

La reforma de la semana santa se justificó toda ella con el deseo de devolver los actos litúrgicos a su verdadera hora. Este argumento será empleado para trasladar el lavatorio de pies al centro de la Misa, aunque curiosamente con ello se estaba invirtiendo el orden evangélico de los hechos:

En el Evangelio según San Juan, capitulo 13 versículo 2 el apóstol escribió:

“et cena facta”

Es decir, después de la cena, concluida la cena, Nuestro Señor lavó los pies a los apóstoles. No busquen en sus Bíblias porque en las nuevas traducciones bíblicas han manipulado la frase. Este dato se encuentra en la Vulgata Latina de San Jerónimo. Como ven, una prueba más de las bondades del latín que no puede ser manipulado.

Ahora bien, quedando demostrado que su argumento para cambiar de orden este rito no es más que una simple excusa. ¿Qué pretendían con algo así?

Pues precisamente la profanación del lugar santo: el presbiterio, y la pérdida de respeto hacia el mismo.

Como habíamos comentado, en primer lugar, el lavatorio de pies tradicional, no se llevaba a cabo ni en el presbiterio ni en el coro, sino en un lugar reservado para dicho fin. Con la reforma de 1956, la acción se trasladaba al presbiterio, lo que permitía que varones laicos no solo entrasen al lugar santo reservado únicamente para el clero, sino que se descalzasen en él.

No hace falta ser un liturgista para darse cuenta que tras este gesto se ve perfectamente la voluntad de profanar y desacralizar el presbiterio, pues con él se permitía que los profanos lo pisoteasen poniendo sobre él sus pies descalzos, sus calcetines sudados y su calzado maloliente, cosa que jamás se permitió ni a los clérigos.

5) Se suprime la recitación del confiteor por parte del diácono y de los fieles antes de la comunión.

Este Confiteor formaba parte de las oraciones preparatorias para la comunión de los fieles, y servía para que estos expresasen su indignidad, y tras reconocerse pecadores pudieran recibir la absolución de las faltas veniales antes de acercarse a la comunión. El argumento de la supresión es que al inicio de la Misa el confiteor era recitado por el sacerdote y los ministros, para confesar su indignidad antes de acercarse al altar y poder oficiar dignamente. Los fieles podían unirse en intenciones a este acto de humildad,

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pero esta oración inicial no tenía nada que ver con la comunión ni con los fieles. Como ven, estas medidas marcan la tendencia a la desacralización y trivialización de la Santa Misa y la comunión.

6) Después de la Misa, se despojan los altares, retirando también la cruz central y los candelabros.

Tradicionalmente se descubrían los altares, pero la cruz permanecida velada rodeada de los correspondientes candelabros, en espera a ser desvelada y entronizada al día siguiente. Esta decisión de retirar la cruz, tiene que ver con otro cambio correspondiente al Viernes Santo, que explicaremos a continuación, pero básicamente tiene por objetivo contribuir al cambio de la consideración de los fieles del altar del sacrificio a la mesa limpia rodeada por la asamblea.

Viernes Santo

1) Invención del término “acción litúrgica solemne” que sustituyó al de “Missa Praesantificicatorum”, es decir, “Misa de los presantificados”.

El nombre de presantificados deriva del hecho de que la consagración de las especies tuvo lugar el día anterior, que es una de las principales partes de este día. Los motivos para el cambio de nombre, eran sus excesivas reminiscencias medievales. Una clara excusa para distorsionar la noción de la presencia Real continua de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.

2) El altar está desprovisto de la cruz velada y de los candelabros. Como introducíamos antes, esta medida forzó su retirada el jueves santo por la noche. Recordamos que tradicionalmente la Santa Cruz del altar se mantenía velada desde el Domingo de Ramos hasta el Viernes Santo, en el centro del altar, su lugar de siempre, rodeada de los candelabros. El Viernes Santo, día del triunfo de la Pasión y Muerte Redentora de Nuestro Señor, la Santa Cruz era desvelada solemnemente y adorada públicamente.

Sin embargo, los reformadores, argumentaron que para adorar mejor a la santa Cruz en este día, ésta debía ser retirada del altar el día anterior por la noche, y ser almacenada en la sacristía, de cualquier manera, porque ni siquiera se menciona en las rubricas.

Así, después de estar todo el año a vista del pueblo, y velada el resto de los días de la Semana Santa, en el día más importante del año en donde se celebra precisamente la grandeza y el triunfo de la Santa Cruz: ésta ha desaparecido del altar, y se encuentra en

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la sacristía como si fuera uno más de los cacharros a almacenar en un armario. Incomprensible.

3) El Evangelio se fusiona con el canto de la Pasión. Tradicionalmente el Evangelio se cantaba desde un lugar diferente a la Pasión, desprovisto de los candelabros y del incienso. Pero aquí sucede lo mismo que explicábamos para el Domingo de Ramos, el Evangelio y la Pasión se fusionan y se acortan, para eliminar de ellos las partes “más incómodas”, referidas a los enemigos de la fe y su terrible pecado contra Nuestro Señor.

4) Los manteles son colocados a la mitad de la celebración. 5) El sacerdote no lleva la casulla negra puesta desde el principio, sino que

comienza la ceremonia con alba y estola. Tradicionalmente, el sacerdote comenzaba ya revestido de la casulla negra, y mientras se postraba, los acólitos cubrían el altar desnudo con una sola capa. Eso constituía parte de la tradición ininterrumpida, por lo que estas dos medidas significan hacer una división en la celebración del Viernes Santo, pasando a considerar la primera parte, hasta después de las lecturas, como algo diferente al rito intacto desde la antigüedad, permitiéndose su manipulación.

6) Para la séptima oración se inventa el título de “pro unitate ecclesiae” por la unidad de la Iglesia.

Ya habíamos hablado anteriormente que el rogar por la unidad de la Iglesia está condenado por el magisterio eclesial ya que Iglesia verdadera solo hay una, la Santa Iglesia Católica. Pero si ya el incluir una oración por la unidad de la iglesia tiene delito, el poner dicho título a la séptima oración tiene una malicia extrema. Recordemos que las 9 oraciones de ese día eran:

1ª Por la iglesia

2ª Por el papa

3ª Por los obispos, presbíteros, diáconos, subdiáconos, acólitos, exorcistas, lectores, ostiarios, confesores, vírgenes, viudas y por todo el pueblo santo de Dios.

4ª Por nuestro católico rey

5ª Por nuestros catecúmenos

6ª Para que purifique al mundo de sus errores

7ª Por la conversión de los herejes y cismáticos

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8ª Por la conversión de los pérfidos judíos

9ª Por la conversión de los paganos

De esta forma, el poner por título “por la unidad de la Iglesia” a la oración en la que la Santa Iglesia pedía al Señor por la conversión de los herejes y cismáticos, es el primer paso para introducir el veneno ecuménico que tantas veces fue condenado por los Santos Padres, en la Iglesia. Recordamos una vez más que como siempre ha enseñado infaliblemente el magisterio eclesial, la Iglesia es Una e indivisible, que fuera de la Iglesia no hay salvación y que por tanto, los herejes, cismáticos, judíos y paganos, no son miembros de la verdadera Iglesia ni herederos de la salvación.

7) Invención de una procesión para el retorno solemne de la Cruz desde la sacristía

8) Disminución de la solemnidad de la procesión eucarística.

Esto es estupendo. Después de tener la Santa Cruz almacenada como un trasto viejo, los reformadores diseñan un nuevo rito para dignificar la misma Cruz que han despreciado segundos antes, conduciéndola en procesión solemne desde la sacristía para entronizarla en su lugar correspondiente en el centro del altar. Pero ojo con el detalle, mientras que procesiona solemnemente la Santa Cruz, que al fin y al cabo es un símbolo, la procesión Triunfal del Santísimo Sacramento de la capilla al altar mayor con todos los honores, se elimina y en su lugar, se envía al diacono a por el Cáliz que lo contiene, mientras el sacerdote permanece cómodamente sentado en el lateral del presbiterio.

9) Eliminación del incienso a causa de la Hostia consagrada.

Esto es el colmo de los colmos: ¿Por qué en el día más importante del año no solo se le priva al Santísimo de los mayores honores sino que se honra incluso menos que en cualquier Misa de diario? Una verdadera muestra de los infernales motivos que movían la reforma.

10) Introducción del Padre nuestro recitado por los fieles. El Padre nuestro siempre había sido recitado únicamente por el sacerdote. Aquí vuelve a entrar en juego la malinterpretación de la participación activa, en nombre de la cual, los fieles irán tomando el papel protagonista de la celebración en lugar de Dios.

11) Eliminación de la oración de sacrificio en el momento de consumir la Santa Hostia.

Para ello argumentaron que en el Viernes Santo no se lleva a cabo ningún sacrificio sino únicamente una comunión. Se decidió abolir con ello oraciones recitadas ininterrumpidamente desde los primeros siglos.

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Sábado Santo Tradicionalmente en Sábado Santo se celebraba la vigilia pascual de mañana. El viernes era un día de rigurosísimo ayuno que se mantenía hasta la Misa del sábado, y por tanto, era inviable el poner la Misa en la noche porque exigía dos días enteros sin comer. A la hora conveniente, se vestían los altares con manteles, mas no se encendían las velas.

El sacerdote, vestido con capa pluvial morada, acompañado de sus ministros, con cruz, agua bendita e incensario, se acercaba a la puerta de la iglesia. La nave del templo permanecía a oscuras. Allí en el exterior se bendecía el fuego, y los cinco granos de incienso.

La extinción de toda luz, significaba la abrogación de la Antigua Alianza, mientras que la llegada de la nueva luz del fuego, simbolizaba la promulgación de la Nueva Alianza por medio de Nuestro Señor Jesucristo quien dijo de sí mismo:

“Yo soy la luz del mundo” (Evangelio según san Juan capítulo 8, versículo 12)

La piedra de carbón que debía extraerse el fuego simbolizaba a Jesucristo, como está escrito:

“Jesucristo mismo es la piedra angular” (Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios, capítulo 2, versículo 20)

El incienso era símbolo de los aromas con los que fue embalsamado el Cuerpo del Salvador.

El diacono revestido de dalmática blanca llevaba una caña con tres velas, símbolo de la encarnación, en la que la naturaleza humana (la caña) se unía a la gloria de la Trinidad (representada por las tres velas).

En el incensario se colocaban los carbones de la lumbre encendida, y se dirigían en procesión a la nave donde todas las velas están apagadas.

Mientras entraban en la iglesia, se hacían tres paradas, en las que todos se arrodillaban, entonaban el Lumen Christi, y se encendían una de las tres velas de la caña del diacono con el fuego nuevo.

Llegados al altar, el diacono entregaba la caña al acolito, tomaba el Evangelio, y tras recibir la bendición, se dirigía al púlpito o atril, acompañado del subdiácono con la cruz, y el turiferario y los acólitos con la caña y el incienso.

Entonces comenzaba a cantar el “Exultet”, es decir, el pregón pascual. El cirio pascual, colocado en su lugar, representaba a Jesucristo. Se encontraba apagado, representando su muerte. En el momento en el que se cantaba la parte correspondiente al incienso, se clavaban los cinco granos de incienso en el cirio representando las cinco llagas del

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Salvador. Llegado el momento en el que se canta la parte correspondiente al triunfo de la resurrección, se encendía el cirio pascual con la luz de la caña, representando a Cristo resucitado por obra y gracia de la Santísima Trinidad, que se convertía en la luz del mundo.

En este momento se encendían las luces del templo.

Terminada la bendición del cirio pascual, el diacono se reviste de morado, y asiste al celebrante, que pone la casulla. Se comienza con la lectura de las 12 profecías, que van recorriendo los pasajes más importantes de la historia de la salvación: la creación y la gloria del paraíso, símbolo del bautismo y la gracia bautismal; el arca de Noé símbolo de la Iglesia, fuera de la cual no hay salvación; la fe inquebrantable de Abraham que ama a Dios sobre todas las criaturas y cosas, y no le niega ni a su único hijo; la liberación de los hebreos mediante su paso en el mar rojo símbolo de la liberación de la esclavitud de Satanás por medio de las aguas del bautismo; las profecías de diversos profetas correspondientes a la gracia sacramental y santificadora, proporcionados especialmente por los sacramentos del bautismo, de la eucaristía y de la confirmación; la instauración de la Pascua, símbolo de la eucaristía y la pasión redentora de Cristo; cómo la iglesia fue enviada al mundo entero como Jonás a los ninivitas para exhortarlos a la penitencia; cómo los bautizados, como pueblo conducido por Dios, deben observar la ley de Cristo renunciando a todo lo que se le opone; y cómo los cristianos, recordando la historia de los tres jóvenes hebreos que fueron echados al fuego por su fe, deben confesar su fe y a Dios delante de todos, practicando las leyes divinas sin respetos humanos y afrontando toda clase de persecuciones y tormentos antes de traicionar la propia fe.

Terminadas las profecías, el celebrante junto con sus ministros procesionaba hasta la pila bautismal que se encontraba normalmente fuera de la nave de la iglesia, mientras se entonaba el salmo 41 (sicut cervus). Allí se procedía a la bendición de la pila bautismal, se invocaba al Espíritu Santo para que santificase las aguas bautismales, se bendecía al mundo entero, a los ministros y a los fieles, y se bautizaba a los neófitos.

Tras esto, los recién bautizados abrían las puertas de la iglesia y las cruzaban ya como miembros de Cristo, simbolizando su paso de la muerte a la vida, y recibiendo también la vela bautismal símbolo de la luz de la fe que acaban de recibir.

Entonces se ponían todos de rodillas y se entonaban las Letanías de los Santos. Y tras dichas letanías se comenzaba la Misa normalmente. Las lecturas corresponderán a la resurrección de Cristo.

Al concluir dicha celebración se procedía a las vísperas, que eran un canto de alabanza y gratitud al Señor por su victoria alcanzada sobre el infierno y sobre la muerte que nos concedió la posibilidad de la salvación.

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Entendida la liturgia tradicional, veamos los cambios introducidos por la reforma de 1956:

1) La bendición del cirio pascual se mueve al exterior de la iglesia, con un cirio que será portado por el diacono durante toda la celebración.

De esta forma, bajo el pretexto de volver a los orígenes, en primer lugar todos los candelabros, previstos especialmente para el cirio pascual, muchos de ellos verdaderas obras de arte litúrgicas de gran antigüedad, pasaron a ser inútiles piezas de museo ya que dejaban de emplearse el día para el cual fueron creados.

Y en segundo lugar, el hecho de encender el cirio pascual en el exterior del templo hacía que el triple canto del Lumen Christi perdiera todo su sentido, eliminándose también la simbología de la Santísima Trinidad y su parte en la resurrección.

2) Se decide que el cirio pascual debe ser situado en el centro del coro, al término de la procesión con él, en una iglesia iluminada progresivamente a la vez que se hacen las invocaciones. A la tercera invocación toda la iglesia es iluminada.

De esta forma, tras haber inventado la procesión con el cirio que destrozaba el rito de las tres invocaciones iniciales, se decide contra toda lógica colocar al cirio pascual en el punto de referencia de la oración como se había hecho en la procesión, pasando a ser por tanto, más importante que la propia Cruz, dejando entrever perfectamente la tendencia a rechazar la Cruz en pos de la resurrección.

3) Destrucción del simbolismo del Exultet y de su naturaleza de bendición diaconal.

Los reformadores pretendieron eliminar por completo el “Exultet”, es decir, el pregón pascual, pero el amor que la iglesia siempre había procesado por dicho rito lo hacía imposible. Sin embargo, el cambio del rito del cirio pascual, por sí solo, ya anulaba y destruía todo el ritual del pregón reduciéndolo a un simple poema bellamente estético.

4) División de las letanías en dos, para insertar en el medio la bendición del agua bautismal.

Este cambio es totalmente incoherente, y nunca hasta este momento de la historia se había partido una oración impetratoria en dos para introducir un rito en el medio.

Con este cambio se empezaba orando de rodillas antes de la bendición del agua, y después una serie de ceremonias y viajes al presbítero y coro de los no bautizados, del

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celebrante y sus ministros, entonces, de repente, todos de se volvían a poner de rodillas para seguir la letanía por donde habían dejado. Un sin sentido se mire por donde se mire.

5) El agua bautismal es bendecida en una cuba en el medio del coro celebrando esta parte de la oración de cara a los fieles, y dando la espalda al altar.

Esta medida es escandalosa por muchos motivos: En primer lugar, implica sustituir la pila bautismal por un vulgar recipiente o cacerola que se instala en el centro del coro, que como bien saben es parte del presbiterio. Pero de esto que ya es una falta de respeto per se, se derivan dos cuestiones: se quitaba todo el sentido a las fuentes bautismales que desde tiempos inmemoriales se construían en el exterior de los muros de la iglesia, o dentro de ellos, pero siempre fuera de la puerta de entrada del templo; y se eliminaba todo el simbolismo de la entrada de los recién bautizados en la iglesia del que habíamos hablado antes. En segundo lugar, tenemos la instalación de otro rito de cara al pueblo y de espaldas a Dios, convirtiendo así a los fieles en los principales destinatarios de la celebración, y quitándole a Dios aquello que legítimamente le corresponde. Y por si fuera poco, aquí aparece el tercer y más peliagudo elemento de la cuestión:

Al trasladar la ceremonia del bautismo al coro, que es parte del presbiterio, y por tanto, parte del lugar santo en el que solo los sacerdotes y ministros pueden acceder, lo que se está permitiendo, no es ya que los profanos pisoteen como en Jueves Santo el lugar santo, sino que la mismísima prole del diablo, es decir, aquellos que tienen el pecado original y las puertas del cielo cerradas, entren en el recinto santo reservado únicamente a la porción elegida por el Señor, que han sido ungidos por medio de la ordenación sacramental, y lo pisoteen a su antojo. Y aun considerando que después de ser bautizados, se convierten en laicos, se produce igual la profanación del recinto sacro, ya que se introducen en él elementos profanos, que nunca debieran estar ahí.

6) Inversión del simbolismo del canto “sicut cervus” del salmo 41.

Después de inventar el bautismo en el coro, hay un problema práctico. ¿Qué hacer con el agua bendita de las palanganas de marras? Para librarse de este problema, los miembros de la comisión deciden inventarse una ceremonia para devolver el agua a las fuentes bautismales tras bendecir a los fieles y bautizar a los catecúmenos. Entonces, el salmo que se empleaba en la procesión hacia las fuentes bautismales antes de los ritos de bautismo, sería ahora cantado, en esta nueva procesión. Pero atentos a la cuestión:

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El Sicut Cervus del salmo 41 hace referencia a la sed del ciervo, que ha sido desatada por la mordedura de la serpiente y no se extinguirá hasta que beba del agua de la salvación, que es el agua del bautismo.

Al trasladar este canto al momento en el que el bautismo está conferido, se invierte perversamente el sentido: el ciervo, que ya no tiene sed pues acaba de beber del agua del bautismo, es mordido por la serpiente infernal, y ¿a dónde acudirá?

Es por ello que se inventaron un nuevo rito.

7) Invención de la renovación de las promesas bautismales, y su monición correspondiente, recitadas en lengua vulgar.

Esto, que no tiene antecedente ni fundamento alguno en la historia litúrgica, es el resultado de un deseo de reavivar en las conciencias de los fieles su condición de bautizados, aparte de ser otro elemento en lengua vulgar celebrado como no, de cara a los fieles, y acompañado de una monición que es casi una segunda homilía. Para que comprendan lo que se esconde detrás de esta cuestión pongamos un ejemplo de algo similar introducido en algunos lugares en la época de Su Santidad San Pio X: Debido a que Su Santidad S. Pio X permitió la comunión a los infantes en la edad de la razón, en algunos lugares surgió la idea de hacer una especie de renovación de la primera comunión y de la profesión de fe por medio de la cual, el adolescente de trece años recibiría una comunión solemne, en la que recordarse lo que significaba el sacramento recibido en su infancia. ¿Qué provocó eso? No ya solo que se descuidase la instrucción del infante, que debía ser perfectamente consciente desde un primer momento de que recibía el Cuerpo de Cristo en cada Misa para no incurrir en sacrilegio, sino que se llegase a perder sentido la celebración de la confirmación por esa supuesta profesión de fe solemne. De igual modo, con la renovación de las promesas bautismales, de la que surgiría años más tarde la renovación de las promesas sacerdotales o de profesión perpetua, lo que se estaba haciendo es que se perdiese paulatinamente el sentido de perpetuidad de dichos sacramentos o votos perpetuos, porque piensen: ¿qué pasa si no se renuevan? ¿Perderían acaso su validez? Obviamente no, pero por estas renovaciones anuales poco a poco se va perdiendo el sentido de perpetuidad en las mentes de los fieles. Piensen lo importante que consideraron esta cuestión para llegar al siguiente absurdo: ¿Tiene algún sentido justificar que la reforma de la semana santa se fundamenta en acortar las celebraciones existentes por ser ellas, excesivamente largas si luego se inventan ceremonias extra? ¿Tiene algún sentido decir que se quieren recuperar los ritos originales cuando se inventan algo que no se ha llevado acabo jamás en la historia de la Iglesia?

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Pero sigamos con lo que nos corresponde.

8) Introducción del Padre nuestro recitado por todos en lengua vulgar. Otra vez la lengua vulgar y el populismo irrumpiendo en la ceremonia.

9) Supresión de las oraciones al pie del altar, del salmo Judica Me, y del confiteor del inicio de la Misa.

Todas esas oraciones servían a los ministros para reconocer su indignidad y prepararse para subir al altar, y a los fieles de preparación para participar en los sagrados misterios. La desaparición de el salmo 42 “judica me” pretende únicamente restar dignidad al altar, que es realmente el ara de la Cruz donde se ofrece Cristo, para que se termine asimilando a una simple mesa. Por si fuera poco, en el mismo decreto de la semana Santa se eliminan todos los ritos de la vigilia de pentecostés, incluidos los ritos de bautismo, reduciendo la vigilia a la Misa misma. Con esto lo único que consiguieron es que la mayoría de las oraciones que el sacerdote recitaba durante la celebración, fuesen incongruentes y carentes de sentido, ya que se referían a ritos que no se realizaron. Estos cambios fueron justificados afirmando que los bautismos a los que se referían estas oraciones eran aquellos de la vigilia pascual, y que los textos en los que se hacía referencia a la bendición de las fuentes del bautismo, eran solo símbolos de la venida del Espíritu Santo. Asimismo, y de manera casi paralela a la reforma de la Semana Santa, por medio de la constitución “Cum hac nostra aetate” del 23 de marzo de 1955, fueron reformadas las rubricas y el calendario de la Misa y del Oficio Divino. Ya en 1915, dom Cabrol había juzgado la reforma de san Pio X como inadecuada, porque el santoral todavía poseía una posición muy privilegiada en el oficio. Veamos las principales reformas de las rubricas:

1) Abolición de todas las octavas del calendario salvo tres: La de Pascua, la de Pentecostés y la de Navidad.

Las octavas son la prolongación de una gran fiesta a lo largo de una semana. Esta es una reducción drástica pues el calendario contaba con 18 octavas, y de este modo, fiestas tan importantes como la Epifanía, el Corpus Christi, la Ascensión y la Inmaculada Concepción, perdieron la suya.

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2) Abolición de la mitad de las vigilias del calendario.

La vigilia es un día de preparación litúrgica que precede a una gran fiesta. Entre las eliminadas se encontraban las vigilias de la Epifanía y todas las de los apóstoles.

3) Supresión del propio del último Evangelio de la Misa. En determinadas fiestas, el primer capítulo del Evangelio de San Juan recitado al final de la Misa, era cambiado por un Evangelio propio acorde con la solemnidad a festejar. Ahora el último Evangelio sería una oración invariable, que con el tiempo, como saben iba a eliminarse.

4) Cambios drásticos en el rango de las fiestas. En las que se eliminaban gran parte de las fiestas de los santos, dejando por consiguiente de alabar sus virtudes, exhortar a su imitación, y orar pidiendo su intercesión. Vayamos ahora a los cambios en el Breviario, que se justificaron como un intento de aliviar esa gran carga de los sacerdotes. ¿Consideraban los miembros de la comisión que la oración que la santa Iglesia le debe a su Señor era una carga?

1) Se suprime el Padre Nuestro, El Ave María y el Credo de los apóstoles del

principio y fin de cada hora. Aquí hay que mencionar que con esta medida el Ave María y el Credo dejaban de formar parte del Oficio Divino.

2) Se suprimen las preces feriales de todas las horas. Las preces de laudes y vísperas se recitaran únicamente en días determinados.

Aquí se incluían todas las oraciones por la Iglesia, el papa, los obispos, por el pueblo santo de Dios, la santificación personal, la defensa de los enemigos y el ofrecimiento de las acciones del día, despojando así a la Iglesia de su principal arma, la oración, en el mismísimo Oficio Divino.

3) El sufragio de todos los Santos, y la conmemoración de la Cruz se suprimen. Eliminándose así las oraciones pidiendo su intercesión para la protección y el bien de la Santa Iglesia.

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4) El Credo Atanasiano se suprime de Prima y únicamente se dice el día de la Santísima Trinidad.

Eliminándose así esa oración que recordaba cada día los principales dogmas católicos afirmando infaliblemente que: “Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe Católica; el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.”

5) Se eliminan las primeras vísperas de la mayoría de las fiestas.

6) Se comienzan a eliminar el oficio propio de determinadas fiestas priorizando el oficio ferial en las horas menores.

Eliminándose una vez más las suplicas por la intercesión de muchos santos así como el recuerdo de sus grandes virtudes y heroicas vidas.

7) Se suprimen las transferencias de himnos del propio de particulares fiestas de una a otra hora.

Estas fueron las principales victorias del movimiento litúrgico durante el pontificado de SS. Pio XII, y volvemos a repetir que todas estas reformas fueron llevadas a cabo sin permiso por la Comisión de Liturgia de la Sagrada Congregación de Ritos, mientras Su Santidad se encontraba gravemente enfermo, sin ser éste informado correctamente de las mismas. Veamos ahora como durante estos años de reformas el movimiento litúrgico desviado había estado trabajando en todo el mundo. Ya habíamos adelantado como se produjo una coordinación entre las diversas organizaciones litúrgicas europeas. En 1956, en Francia, fue fundado el Instituto Superior de liturgia en París, como un organismo independiente al CPL. Dicho instituto contaría con el benedictino Dom Bernard Botte como director, el dominico Piere-Marie Gy, como ayudante de dirección, y el sacerdote Piere Jounel como secretario. El primero en graduarse en dicho instituto, sería Dom Adrien Nocent, de quien hablaremos más tarde. En ese mismo año, la conferencia episcopal francesa publicó el “Directorio para la pastoral de la Misa, imagen de las diócesis de Francia”, demostrando con este título la considerable influencia que tenía el CPL sobre el episcopado francés. Pero en Alemania la situación se deterioró aún más rápidamente que en Francia.

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La conferencia episcopal alemana había estado del lado del movimiento desde 1940. El obispo Gröber y la encíclica “Mediator Dei” no fueron capaces de contener la marea revolucionaria, y en la década de los 50 se vio una sucesión de victorias para el Instituto Litúrgico en Trier fundado en 1947, y para los obispos que le habían dado su lealtad. La Misa Mayor alemana se generalizó y extendió por todo el territorio germano. Se introdujeron incluso las Misas Pontificiales en alemán, lo que era ya el escándalo del escándalo. Todo esto, produjo la reacción del Santo Oficio en 1955, quien por medio del decreto del 29 de abril de 1955 se declaró que el privilegio de la Misa Mayor alemana, que había concedido el secretario de la Santa Sede, no se extendía a la Misa Pontificia, Misa que se celebraba en presencia de un obispo en seminarios, monasterios y catedrales. Y más aún, prohibió cantar en alemán el propio de la Misa, cosa que se estaba haciendo por toda Alemania. Pese a todo, el episcopado alemán no obedeció, y el obispo Stohr, presidente de la comisión litúrgica de la conferencia episcopal, se atrevió a ir tan lejos como para presentar dicha condena como una prueba de que el decreto del Santo Oficio se trataba de “una nueva aprobación de la Misa Mayor alemana”. Además, en esta década, hay que mencionar también dos grandes congresos litúrgicos celebrados en Alemania. El primero en 1950 en Frankfurt y el segundo en 1955 en Múnich. Las resoluciones finales de estos congresos fueron similares, en todos ellos se llegó a la conclusión de que había que conseguir introducir pequeñas reformas en la disciplina de los sacramentos justificándolas como necesidades pastorales para los tiempos actuales, según las directrices de Beauduin, para así en un futuro conseguir la reforma total de la liturgia. Ahora bien, ¿y qué sucedió en España e Italia todo este tiempo? Ya habíamos hablado que ahí se había extendido el movimiento litúrgico de Dom Guéranger, pero, ¿pudo mantenerse? Veámoslo. En España, como resultado directo de las masacres de la segunda república en 1936, el movimiento litúrgico se extinguió, y no volvió a aparecer hasta los años 50. Entonces, los liturgistas franceses y alemanes hicieron un esfuerzo concentrado para reavivar el movimiento litúrgico español, en su vertiente más reformista, comenzando por el monasterio de Montserrat donde ya habían penetrado las desviaciones de Beauduin. El punto por así decirlo de arranque, fue la celebración en mayo de 1952, del 25º Congreso Eucarístico Internacional en Barcelona, que reunió a liturgistas de todo el mundo. En 1954 se iniciaron los Coloquios de pastoral litúrgica organizados por Mons. Miranda, Obispo auxiliar de Toledo y los liturgistas Alameda, Toribios, Echevarria,

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Sanchez Aliseda y Roig. Este grupo de liturgistas impulsaron la publicación de la revista “Incunable”, de carácter progresista.

El 15 de abril de 1956 se llevó a cabo la fundación de la Junta Nacional de Apostolado Litúrgico, que sería presidida por el mencionado obispo auxiliar de Toledo Mons. Miranda, hasta su muerte en un accidente en 1961.

Ese mismo año, en 1956, se celebró un congreso litúrgico en la diócesis de Barcelona, y un año más tarde, la semana de estudios litúrgicos en Montserrat. El resultado final de todos estos esfuerzos, fue la fundación en Barcelona del Centro de Pastoral litúrgica en 1958, por parte de Pedro Tena.

En Italia, los acontecimientos se movieron más lentamente, debido al hecho de que hasta 1959 no hubo ninguna conferencia episcopal. Una vez más, la influencia del CPL francés y el instituto teológico en Trier fue considerable, sobre todo como resultado de la difusión de las obras de los líderes de los movimientos alemán y francés. El “centro di Azione Liturgica” fue fundado en 1948 por el obispo Bernareggi de Bergamo. El protector de esta organización, que era el equivalente al CPL francés, fue el Cardenal Lercaro. Entre los años 1955 y 1960, dos diócesis, Milán y Bolonia, estaban a la vanguardia del movimiento litúrgico italiano. Los nombres de sus pastores eran el cardenal Montini, futuro Pablo VI, y el propio cardenal Lercaro, que jugarían un papel vital más tarde.

¿Y entretanto, que sucedía en el resto del mundo?

En los Estados Unidos el movimiento litúrgico estuvo enormemente influenciado desde el principio por la abadía alemana Maria Laach. De hecho, los líderes del movimiento litúrgico americano, el P. Reinhold, Dom Winzen y el profesor Quasten, eran alemanes. Desde 1947, cada verano tenía lugar un seminario litúrgico en la universidad de Notre Dame en Indiana, que trajo al continente americano a los principales especialistas europeos incluyendo al P. Jungmann y P. Jean Danielou. La universidad de Washinton también contó con un centro de investigación que siguió de cerca las ideas de Dom Casel. El movimiento litúrgico desviado era imparable.

Solo nos queda por mencionar una de las victorias más importantes del movimiento litúrgico en los años 50: los Congresos Internacionales de Estudios Litúrgicos, que cada año reunían a toda la inteligencia litúrgica del mundo en un mismo lugar, de modo que con la protección de prelados tales como el Cardenal Bea, los peritos y liturgistas de los cinco continentes intercambiaban ideas, tomaban resoluciones y sugerían reformas.

Los congresos tuvieron lugar en 1951 en Maria Laach, en 1952 en Mont- Sainte-Odile en Alsace en 1953 en Lugano, en 1954 en Louvain, en 1956 en Asís, en 1958 en Montserrat, España, y finalmente en 1960 en Munich.

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Ya en 1953 la reforma completa de la Santa Misa estaba siendo discutida, y en dicho congreso el propio P. Jungmann demostró ser muy crítico con el Canon Romano, llegando a ponerlo en duda.

Paralelamente a los congresos oficiales con presencia de la jerarquía, se estaban realizando también otra clase de congresos, estrictamente privados, como por ejemplo el de Mont-Cesar en 1954 bajo la dirección de Dom Capelle, en el que hubo un gran debate sobre la concelebración y sus supuestos beneficios. Ahora la concelebración nos parece algo común, pero en la Santa Misa Tradicional esto era impensable, ya que el sacerdote representa a Cristo y Cristo solo hay uno, de modo que pese a que hubiera mucho clero participando en la eucaristía, sacerdote como tal había uno, el resto se repartían los puestos de diacono, subdiácono, turiferario, acólitos, y los demás estaban en el coro.

Esta era en resumidas cuentas la situación en la que se encontraba la Iglesia al final del pontificado de Su Santidad Pio XII, quien, por supuesto, continuaría siendo engañado por la jerarquía, que apoyaba y protegía a los principales ideólogos del movimiento litúrgico desviado y sus iniciativas hasta tal punto que Su Santidad no llegó a conocer las verdaderas intenciones de los neo-liturgistas más que por su propia intuición y la ayuda del Cielo. ¿Cómo podría sospechar el papa que estos expertos que eran tan alabados por los obispos y cardenales eran en realidad enemigos de la Iglesia? Y sin embargo lo eran, y no dudarían en tergiversar las palabras de Su Santidad para justificar sus acciones y engañar a los incautos.

El ejemplo más deplorable de este engaño fue lo sucedido en el Congreso Internacional de estudios litúrgicos celebrado en Asís en 1956, en el que Su Santidad fue invitado a dar el discurso final, por supuesto, sin saber lo que realmente se había tratado en dicho congreso.

De esta forma, Su Santidad, hablando del verdadero movimiento litúrgico, el de Dom Guéranger, que él mismo había alabado en su encíclica, proclamó en su discurso:

“El movimiento litúrgico es como una indicación de los planes de la providencia divina para el tiempo presente, como el viento del Espíritu Santo que sopla a través de la Iglesia, acercando a los hombres a los misterios de la fe y los tesoros de la gracia que fluyen de la participación activa de los fieles en la vida de la liturgia.”

Cosa que era cierta para el movimiento litúrgico de San Pio X y Dom Guéranger, que él mismo había propuesto retomar, pero el movimiento litúrgico existente por aquel entonces no era sino una perversa revolución dirigida por Satanás mismo, que no dudaría en emplear las palabras de Su Santidad para encubrir sus atrocidades. Así de perversas eran las acciones de los neo-liturgistas guiados por los enemigos de la fe.

Pero una cosa no nos puede pasar por alto: el los países en los que afectó más el movimiento litúrgico desviado y en los que se hicieron las peores atrocidades

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litúrgicamente hablando fueron aquellos que contaban con una conferencia episcopal, ya que obligaban a sus miembros a aceptar las ideas propuestas por unos pocos.

Por lo que aquí tienen a los verdaderos responsables de la revolución eclesial del preconcilio: las conferencias episcopales, ya que sin ellas, los obispos franceses y alemanes, que individualmente estaban contra del movimiento litúrgico desviado, y que no eran pocos, hubieran luchado con toda su autoridad para acabar con los abusos que se estaban cometiendo en sus diócesis, y lo hubieran conseguido, así como se consiguió en España e Italia, países en los que pese a contar con unos pocos obispos influenciados por esas ideas, el resto del episcopado se mantuvo firme y el movimiento litúrgico desviado no progresó.

El 1 de Junio de 1957, un año antes de fallecer, Su Santidad Pio XII, tratando de defender la Santa Misa, el Corazón de la Iglesia, ordenó a la Congregación de Ritos la publicación de un decreto titulado “Sanctissimam Eucharistiam” en el que se recogían, entre otras, las siguientes conclusiones:

“Las normas establecidas por el Código de Derecho Canónico sobre la reserva de la Santísima Eucaristía (cánones 1268, 1269) han de ser escrupulosamente y religiosamente observadas; no deben los Ordinarios locales dejar de vigilar diligentemente este asunto.

El sagrario debe estar firmemente unido al altar para que sea inamovible. (…) este [el altar] no se puede construir de manera que el sacerdote pueda celebrar de cara al pueblo. El sagrario debe estar completamente cerrado por todos lados, y ser seguro en cada una de sus partes para prevenir cualquier riesgo de profanación. (…) Las especies que están reservadas en el Tabernáculo deben estar cubiertas por un velo, y de acuerdo con la tradición de la Iglesia, una luz debe arder ante ellos incesantemente. (…) En cuanto a su forma, el tabernáculo no debe reducirse a la apariencia de una simple caja, sino que debe representar la verdadera morada de Dios con los hombres. (…) Están estrictamente prohibidos los tabernáculos eucarísticos ubicados lejos del altar, por ejemplo en una pared, o al lado, o detrás de un altar, o en santuarios o columnas separadas del altar.”

Su Santidad Pío XII falleció el 9 de octubre de 1958 a los ochenta y dos años de edad.

Su médico Gaspanini dijo después:

"El Santo Padre no murió a causa de alguna enfermedad específica. Estaba agotado por completo. Tuvo un exceso de trabajo más allá del límite. Su corazón estaba sano, sus pulmones estaban bien. Pudo haber vivido otros 20 años, si se hubiera salvado a sí mismo.”

Y ciertamente, Su Santidad había hecho todo lo humanamente posible por salvaguardar la verdadera fe y defender a la Santa Iglesia de los asaltos enemigos, tal y como testifican todas sus obras, muchas de ellas escritas durante su convalecencia. Fueron la

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traición de los suyos y las intrigas enemigas las que harían que más tarde fuese considerado como iniciador de la reforma que socavaría a la Iglesia entera.

El mismo, en su testamento hace patente su preocupación, y se lamenta por no haber podido acabar con los problemas que el mal entendido movimiento litúrgico estaba causando en la Iglesia:

“«Miserere mei, Deus, secundum (magnam) misericordiam tuam»

Estas palabras, que, consciente de mi indignidad e insuficiencia, pronuncié en aquel momento, en el que con temor acepté la elección como Papa, repito ahora con justificación aún mayor, porque soy más consciente de mi indignidad e insuficiencia después de las deficiencias y errores durante un pontificado tan largo y una época tan grave. Pido humildemente perdón a todos aquellos a los que he herido, lastimado o incomodado con la palabra o el hecho.”

Hemos de recordar también que Su Santidad Pio XII fue el último papa en usar la infalibilidad papal, en la definición del dogma de la asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma al Cielo.

Y mientras medio mundo lloraba a este santo pontífice, la noticia de su muerte fue recibida con una alegría casi delirante por el movimiento litúrgico desviado, que, a pesar de las victorias conseguidas durante su pontificado, se había visto tremendamente frenado por la ortodoxia implacable que Su Santidad había mantenido a lo largo de su pontificado. Reformas más audaces requerían de un papa que entendiese el movimiento ecuménico y fuese partidario del movimiento litúrgico.

La muerte de Su Santidad Pio XII les dio, pues, motivos para la esperanza.

El P. Bouyer escribe en su obra “Dom Lambert Beauduin”:

“Yo estaba, en aquel momento, en Chevetogne, el nuevo Amay, donde había sido invitado a predicar un retiro a los monjes. La muerte de Pío XII fue anunciada sin ninguna advertencia. Con un celo que puede parecer sobre apresurado, y confiando en la radio italiana, creo recordar que incluso cantamos un oficio fúnebre por el eterno descanso de su alma, sin exagerar, unas doce horas antes de su muerte.

Esa noche, en la celda a la que el anciano Dom Lambert Beauduin había regresado al final de su camino terreno, participamos en una de esas últimas conversaciones, que fueron rotas por los silencios cuando el agotamiento hizo acto de presencia, aunque nunca obstaculizó el desarrollo de su pensamiento. Él dijo:

«Si ellos eligen Roncalli todo será salvado. Él será capaz de convocar un concilio y canonizar el ecumenismo.»

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Se hizo el silencio, y luego, con un retorno de su antigua picardía, dijo con los ojos brillantes:

«Creo que tenemos una buena oportunidad. La mayoría de los cardenales no están seguros de qué hacer. Son capaces de votar por él».”

Recordamos que Roncalli y Beauduin habían sido amigos desde 1924. Pero los neo-liturgistas no eran los únicos que se alegraron por la muerte de este gran papa. Los enemigos de la fe y de la Santa Iglesia Católica frotaban sus manos, preparando su siguiente movimiento.

De hecho, ya en 1889 el impío masón Roca, tal y como se recoge en la obra “Glorieux centenair” reveló lo siguiente:

“Una inmolación, un sacrificio está siendo preparado, y será solemnemente llevado a cabo. El papado sucumbirá, morirá por el cuchillo sagrado que será forjado por los padres en el próximo concilio.”

Y como atestigua la obra “Abbé Gabriel et sa fiancée”, el mismo Roca afirmó: “Creo que el culto divino, es decir, la liturgia, el ceremonial, el ritual y los preceptos regulados por la Iglesia Romana, deberán ser transformados por medio de un concilio ecuménico, para devolverlos a la venerable simplicidad de los años dorados apostólicos, y así, ponerse en armonía con el estado de la conciencia moderna y civilización.” Pero no fue el único que anunció la llegada de un concilio que lo cambiaría todo. De hecho, el teósofo, por entonces antroposofista, Rudolf Steiner, discípulo de la rusa, Helena Petrovna Blavatsky, escribió en 1910, tal y como recoge Mons. Graber en su obra “Sant-Atanasio et la Chiesa del nostro tempo”: “Necesitamos un concilio y un papa que lo convoque.” Su deseo era que este concilio diese lugar al nacimiento de una Nueva Iglesia. Por su parte, Alice Bailey, fundadora de Lucifer Trust, la organización teosófica y satánica que está detrás de la ONU, predijo en 1919, en su obra “Externalización de la Jerarquía”: “La aparición de una iglesia universal cuyo contorno definitivo aparecería hacia el final del siglo que mantendrá la apariencia externa en medio de la misión de atacar a los muchos vehículos coloquiales de uso eclesiástico. (…) No habrá ninguna disociación entre la Iglesia Universal, la Sagrada Logia de todos los masones verdaderos y los círculos internos de las sociedades esotéricas.” Y como añade en su obra “El destino de las naciones”:

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“De esta manera, los objetivos y el trabajo de las Naciones Unidas se solidificarán y una nueva Iglesia de Dios, dirigida por todas las religiones y por todos los grupos espirituales, pondrá fin a la gran herejía de la separatividad.”

Ya hemos hablado del origen de la sociedad teosófica y su infiltración en la Santa Iglesia Católica en nuestros programas sobre la Nueva Era, por lo que no repetiremos estas cuestiones. Lo que sí no han de perder de vista es que la teosofía, es decir, el ocultismo masónico, influenció la revolución eclesial hasta el punto que en la época de entreguerras se dio el resurgimiento de una nueva clase de teología, que sobrepasaba en gran medida la herejía modernista y trataba de presentar bajo apariencia católica las doctrinas masónico-luciferinas.

Esta nueva teología estaría fundamentada en tres pilares que serían presentados al mundo de la mano de tres jesuitas, y fueron: La “Cristogénesis” de Teilhard de Chardin, la “Teología del amor” de Hans Urs von Balthasar, y la “Reducción antropológica” o “Antopología trascendental” de Karl Rahner.

Veamos paso a paso la influencia de cada uno de estos personajes.

Teilhard de Chardin fue el primer ideólogo de la denominada “nueva teología”, en la que amplía el ámbito de aplicación de la teología no sólo a Dios sino a todo el conocimiento humano y a toda la realidad creada. En su obra titulada “Cosmogénesis”, asumía la teoría de la evolución darwinista no solo como una hipótesis científica plausible de ser errónea, sino como un axioma básico de la filosofía del ser. En su obra “Noogénesis”, o “nacimiento del conocimiento”, describe el progreso evolutivo de la materia hacia la racionalidad humana. Y en su obra “Cristogénesis” describe cómo, en el actual estadio de evolutivo de la Humanidad, todo progresa hacia Cristo. De la misma forma que la materia progresa hacia la racionalidad, la racionalidad progresa hacia Cristo siguiendo unas leyes inexorables e irreversibles que Teilhard intenta explicar.

Según Teilhard, al final del proceso, toda la Creación se incorpora a Cristo, de quien inicialmente procede, sin que exista ya ninguna diferencia esencial entre la creatura y su Creador, y de esta forma, el inicio está unido al fin, ya que Cristo es el Alfa y el Omega. Así se consuma el ciclo perfecto del ser a través de la historia.

De esta forma, dentro de ese ciclo perfecto, el mal sólo es una fuerza accidental que, por su propia naturaleza, obstaculiza involuntariamente el inexorable progreso evolutivo de la materia hacia la racionalidad primero y hacia Jesucristo después. Por tanto, todo aquello que contribuya a esta unión final de toda la creación en Cristo sería considerado bueno y todo lo que lo obstaculice sería considerado malo.

Estas son exactamente las premisas de la doctrina de la evolución ocultista, por lo que las perniciosas consecuencias para la fe católica que éstas traen consigo son obvias. Teilhard aplicará esas premisas a las verdades de fe, y de esa manera reinterpretará la

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gracia santificante, los sacramentos, la Santa Misa, y los dogmas, postrimerías incluidas.

Escuchen unas palabras del propio Teilhard de Chardin donde se ve perfectamente la inversión de prioridades y el SIMILIS ERO ALTISSIMO propio de las doctrinas luciferinas, presentado aquí bajo la apariencia de un desmesurado antropocentrismo:

“Adorar a Dios era en otros tiempos preferir a Dios antes que a las cosas, sacrificándolas a él. Ahora que somos conscientes de la evolución, adorar a Dios conlleva la dedicación en cuerpo y alma al acto creador, asociándonos a Él con el propósito de hacer el mundo más perfecto con el esfuerzo y la acción investigadora.

En tiempos pasados, amar al prójimo significaba no hacerle daño alguno y curarle las heridas. Hoy, la caridad, además de ser compasiva, consiste en dedicar la vida al progreso común de la humanidad.

Si nosotros, los cristianos, queremos que Cristo conserve las cualidades que fundamentan su poder y nuestra adoración, lo mejor es que aceptemos completamente, sin reservas, las concepciones modernas de la Evolución (mejor dicho: es la única opción que nos cabe). (...) Así se define ante nosotros un Centro Cósmico Universal donde todo desemboca (...). Pues bien, es en ese polo físico de la Evolución universal donde, a mi juicio, hay que situar y reconocer la plenitud de Cristo. (...) Y al mismo tiempo mis aspiraciones más profundas se satisfacen, se sosiegan, encuentran un norte. El Mundo en derredor mío se vuelve divino. (...) Una convergencia general de las religiones en un Cristo universal que las satisface a todas en el fondo: tal me parece ser la única conversión posible para el Mundo y la sola forma imaginable para una religión del porvenir.”

Ciertamente no hay que ir muy lejos en su lectura para darse cuenta de lo pernicioso de su teología que muchos consideran como iniciadora del neomodernismo. El Cardenal Alfredo Ottaviani, Prefecto del Santo Oficio, la definió como:

“Un panteísmo que identifica a Jesucristo con el cosmos.”

Siendo así, que en 1926 la Santa Sede le prohibió enseñar, un año después se le negó el imprimatur a su libro “La Milieu divin” (El Medio divino); en 1933, se ordenó su remoción de París; en 1939 el Santo Oficio puso en el índice de libros prohibidos su libro “L’Energie humaine” (La energía humana); y de 1947 a 1955, se tomaron otras cuatro disposiciones contra sus doctrinas, sin olvidarnos, por supuesto que S.S. Pío XII condenó su nueva teología, el 12 de agosto de 1950, mediante la encíclica “Humani Generis”.

Pero no quedó ahí la cosa: una carta del Santo Oficio fechada el 15 de noviembre de 1957 ordenaba que las obras de Teilhard de Chardin se retiraran de las librerías católicas. De nuevo, el 30 de junio de 1962, el Santo Oficio advertía y exhortaba a los

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obispos, los superiores de las órdenes religiosas, los directores de los seminarios y los rectores de las universidades católicas a proteger la fe de los perniciosos daños y peligros que las obras de Teilhard y sus discípulos ocasionaban.

También en 1962 un decreto de la Congregación para los Seminarios prohibió a los seminaristas leer las obras de Teilhard de Chardin; y el 30 de septiembre de 1963, una circular del vicariato de Roma ordenó el retiro de las librerías católicas, no solo de las obras de Teilhard de Chardin, sino, asimismo, de las que hablaban laudatoriamente de éstas.

Pero por si a alguno no le llegan las numerosísimas condenas eclesiales para considerar perniciosa su nueva línea teológica, estén atentos a las alabanzas lanzadas por los enemigos de la fe a este jesuita.

Durante la intervención en la Asamblea General del “Gran Oriente de Francia”, que tuvo lugar en París, del 3 al 7 de septiembre de 1962, Jacques Mitterrand, Gran Maestre de la Masonería, ha reivindicado para la secta la publicación póstuma de las obras de Teilhard de Chardin afirmando que la concepción de este infausto autor coincide con el humanismo naturalista masónico.

Escuchemos parte de ese discurso:

“A diferencia de nosotros los masones, los católicos, en nombre del ecumenismo, no se atienen ya firmemente a su pasado para sacar de allí la lección de la sabiduría. Hacen, por el contrario, todo lo que pueden para renegar de su Tradición, con el fin de adaptar su religión a la renovación. ¿Por qué ha sucedido esto? Prestad atención a lo que voy a decir y sabréis cómo ha empezado esta mutación. Un buen día ha surgido de sus filas un científico auténtico, Pierre Teilhard de Chardin. Quizá sin que se diese exacta cuenta de ello, ha cometido el crimen de Lucifer de que la Iglesia de Roma con frecuencia ha acusado a los masones: ha afirmado que en el fenómeno de la hominización, o - para usar la fórmula de Teilhard- en la Noosfera, esto es, en la suma total o masa de la conciencia colectiva, que circunda el globo terráqueo como el estrato más bajo de la atmósfera, es el hombre quien tiene la precedencia y no Dios y es el artífice principal de este proceso. (…) Cuando esta conciencia colectiva alcance su apogeo en el punto Omega - como dice Teilhard -, entonces habremos producido el nuevo tipo de hombre, como lo deseamos: libre en su carne y sin trabas en su mente. Así Teilhard colocó al hombre sobre el altar, y puesto que adoraba al hombre no pedía ya adorar a Dios”.

Pese a todo, tras el Concilio Vaticano II poco se tardaría en “restaurar su honor”, y a día de hoy, sus obras se presentan y enseñan en los seminarios como lectura recomendada, lo que nos puede dar una idea del estado de la Iglesia actual.

Por su parte, Hans Urs von Balthasar asumirá como fundamento de su sistema teológico la primacía del amor frente a la razón, la voluntad frente a la inteligencia y la caridad

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frente a la fe. En 1952 escribió su primera obra, cuyo título “Abatir los bastiones”, habla por sí solo, si consideramos en sus propias palabras que esos bastiones son los que había erigido la Santa Iglesia Católica entre ella y el mundo.

El sistema teológico de von Balthasar rinde también culto al inmanentismo histórico, pero no a la versión evolucionista de Teilhard de Chardin, sino a la dialéctica descrita por Hegel en su “Fenomenología del espíritu”.

La historia, según von Balthasar consiste en la lucha de dos grandes principios básicos: la justicia y la misericordia, representadas por Dios Padre y Dios Hijo. Dentro de esta lucha de contrarios, Jesucristo se encarna para vencer la supremacía de la justicia por medio del amor, de la razón por medio de la voluntad y de la fe por medio de la caridad.

De esta forma, él afirma que ni el mal ni los malvados pueden resistir la fuerza de atracción del amor. Judas Iscariote, los herejes, los condenados al Infierno, incluso los mismísimos demonios, se sienten “comprendidos” por el irresistible mensaje del amor, adhiriéndose sinceramente a él.

Y de esta manera afirma que Pedro está cerca de Cristo, pero Juan más que Pedro, Dimas (el buen ladrón) más que Juan, y Gestas (el mal ladrón) más que Dimas. Y así, por virtud del amor y de la misericordia, la “Iglesia institucional” queda desplazada por la “Iglesia del amor” que, a su vez, queda desplazada por la “Iglesia de los condenados”, aquellos que están más cerca de Cristo en la altura de la Cruz.

Y por la victoria que según von Balthasar se produjo en la Cruz, de la misericordia sobre la justicia, concluye que el infierno -si existe- está vacío, contradiciendo la dogmática, la tradición apostólica y la mismísima palabra de Dios, y reescribiendo en cristiano, los principios gnóstico-ocultistas tantas veces condenados como herejía.

Von Balthasar se valió de su gran erudición histórica, filosófica y artística, para explicar su “Teología del amor”, y presentar como válida esta doctrina, aparentemente dulce, pero que, cuan manzana envenenada, esconde en su interior un veneno mortal:

El error de subordinar los principios básicos de la fe y la mismísima verdad a los dictados de la caridad mundana, de la caridad mal comprendida, cuya primera consecuencia es la relajación de las definiciones dogmáticas para facilitar la paz, y la “unión” de las religiones y gentes, que lo que en último término consigue es elevar la tolerancia a la categoría de dogma, alzándola sobre la verdad misma, y transformando la verdadera fe católica en algo inútil, en el edulcorante de una sociedad conformista fundamentada en los principios masónicos que a lo máximo que aspira es a crear buenas personas al modo de este mundo, en lugar de buscar la santidad, tan necesaria para llegar a ser un día dignos del Reino de los Cielos. Si alguna vez se preguntaron de donde salió la teología del amor actual, que predica un infierno vacío y la salvación hasta de los mayores pecadores, es a von Balthasar a quien deben remitirse, pues a día

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de hoy es enseñado en los seminarios como un ejemplo a seguir, pese a que sus máximas son sacadas de las fuentes del ocultismo masónico.

Y el tercero en discordia, Karl Rahner, seguirá la senda abierta por su maestro Martin Heidegger en “Ser y tiempo”. Según Rahner, para el ser humano, lo realmente importante es el ser en el tiempo, el aquí y ahora. Por eso, afirma, que es necesario adaptar las abstractas formulaciones dogmáticas de la Santa Iglesia Católica para que puedan ser aceptadas por el “hombre moderno”, el “hombre de hoy”. Dado que el tiempo pasa y el ser humano está ligado a él, la adaptación de esas formulaciones dogmáticas no puede cesar. Esa adaptación, según Rahner, consiste bien en reducir toda la teología a la “dimensión humana” por medio de una “reducción antropológica”, bien en elevar al ser humano a la esfera de lo divino por medio de una “antropología trascendental”, confundiendo en cualquiera de los dos casos los órdenes natural y sobrenatural.

Este es el intento de construir una teología natural a partir de la condición humana, desplazando la teología tradicional de la Iglesia, basada en la doble naturaleza de Jesucristo y en la cuidadosa distinción de los órdenes natural y sobrenatural.

En la doctrina de Rahner se puede ver perfectamente la inversión de prioridades de toda doctrina luciferina fruto del pecado SIMILIS ERO ALTISSIMO: el situar al hombre por encima de Dios.

Según Rahner, el pecado no es inherente a la naturaleza humana, y por tanto, no necesita que Dios “se abaje”, ni le salve de su inmundicia ni de las garras del maligno comunicándole su gracia santificante. La propia gracia, según Rahner, es inherente al ser humano. Así el ser humano por naturaleza, sea consciente o no de ello, estaría en gracia de Dios, y evolucionando de su estado original, se iría elevando cada vez más hacia él. Por ello, llega a la conclusión de que todos los no cristianos son una especie de cristianos anónimos, y que, dado a que la Iglesia de Cristo es la sociedad de todos los cristianos, ésta incluiría a la humanidad entera, y por tanto, la Santa Iglesia Católica, no sería más que una pequeña parte de la Iglesia de Cristo.

Esta es exactamente la doctrina ocultista presentada con tinte católico. De aquí se deriva, el que se valoren todas las supuestas partes de cristiandad presentes en las doctrinas heréticas, cismáticas y paganas, y que el proselitismo se considere no ya solo innecesario, sino una imposición perniciosa.

Obviamente, las obras de Rahner fueron censuradas por el Santo Oficio, y se le prohibió escribir a finales de la década de los cincuenta, aunque sorprendentemente a día de hoy es enseñado en los seminarios como parte más del temario.

De esta forma, pese a las medidas tomadas contra estos tres autores, la confusión introducida en la teología por ellos y sus seguidores, surgirán la mayoría de los abusos litúrgicos y doctrinales que hemos visto desde entonces. Y como sucedió con otras

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revoluciones, la inversión de prioridades es la señal propia del Anticristo, y el principio de todos los males que le siguieron.

Ya recordaba Su Santidad san Pio X, en su carta encíclica “E Supremi Apostolatus”:

“Esta es la señal propia del Anticristo según el mismo Apóstol: el hombre mismo con temeridad extrema ha invadido el campo de Dios, exaltándose por encima de todo aquello que recibe el nombre de Dios; hasta tal punto que -aunque no es capaz de borrar dentro de sí la noción que de Dios tiene—, tras el rechazo de Su majestad, se ha consagrado a sí mismo este mundo visible como si fuera su templo, para que todos lo adoren. Se sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuera Dios.”

Pero no perdamos de vista el otro elemento fundamental necesario para el establecimiento de la Iglesia Universal: La fundación del CMI o Consejo Mundial de las Iglesias, en 1948, tres años después del nacimiento de la ONU, que terminaría por trabajar como brazo de la misma.

La finalidad del CMI es tan clara, que ellos mismos la publican en su web:

“Tratar de alcanzar el objetivo de la unidad visible de la iglesia”

Que no es otra cosa que el objetivo masónico de la iglesia universal, tantas veces condenado por la Santa Iglesia Católica.

La declaración de Toronto de 1950 de dicho consejo, establece que:

“El CMI no es ni será nunca una super iglesia; no es la “una, santa” que confiesan los símbolos de fe, y tampoco puede fundarse sobre una determinada concepción de la unidad de la Iglesia.”

Y añade:

“Pertenecer al CMI no implica que una iglesia reconozca a las otras como iglesias «en el verdadero y pleno sentido de la palabra», pero exige reconocer que en las otras «hay elementos de la verdadera Iglesia».”

Quédense con este dato que será fundamental para más tarde, pues para que la Iglesia Católica pueda ser miembro del CMI se le exigirá que reconozca que en las múltiples variantes de la herejía protestante y ortodoxa se encuentran elementos de la verdadera Iglesia, exigencia totalmente acorde con las nuevas líneas teológicas de tinte masón, a la cual se cederá, como veremos, en el Concilio Vaticano II.

Recordamos que hasta ese momento la Santa Iglesia Católica jamás había tomado parte de esas reuniones, que fueron repetidamente condenadas por los Santos Padres. Pero como veremos, las cosas iban a cambiar pronto.

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El 25 de octubre de 1958 comenzó el cónclave para elegir al sucesor de S.S. Pio XII, en el que participaron 53 cardenales de todo el mundo. Cónclave que no estaría exento de polémica.

Según afirman algunas fuentes, en agosto de 1954, Jean-Gaston Bardet, un notable masón perteneciente a la corriente pseudocristiana esotérica, supuestamente habría escrito al patriarca Roncalli, cuando estaba en sus vacaciones en su nativa villa de Sotto il monte, tal y como recoge Hebblethwaite en la obra “John XXIII, pope of the council”: “No solo Barden dijo que Roncalli sería papa, sino que él incluso sabía el nombre que adoptaría cuando fuese elegido.” Pero esta no es la única fuente que afirma que en 1954, ya se sabía que Roncalli sería elegido. De hecho, en el boletín masónico “Les echos du Surnaturel” correspondiente a Diciembre de 1961 y enero de 1962, se recogía la siguiente declaración:

“Con respecto al concilio, el 14 de agosto de 1954, escribí al Cardenal Roncalli (desde hacía mucho tiempo Nuncio en Paris) para anunciarle su futura elección al papado y pedirle que se reuniera conmigo durante sus vacaciones en su país natal con el fin de estudiar su primer proyecto: el concilio.

En concreto escribí: «¿Podría usted reflexionar sobre todo ello? Porque no habrá tiempo para dudar una vez que usted ascienda al trono pontificio, el plan será llevado a cabo inmediatamente para sorpresa de todos los políticos. En el mismo sentido, desde 1954, los masones habían dicho a Mons. Roncalli que aprendiera varios idiomas porque él sería el nuevo papa elegido por ellos, y por lo tanto, sería necesario que estuviese preparado para el papado».” Incluso algunas fuentes afirman que el propio Roncalli era militante de las filas masónicas, por ejemplo, la revista 30 días que entrevistó al Gran Maestre del gran Oriente de Italia y recoge su declaración: “En cuanto a eso, parece que Juan XXIII se inició (en una logia masónica) en París y participó en el trabajo de los Talleres de Estambul.” Pero dado a la campaña que se estaba realizando contra el Santo Padre, fuese quien fuese, desde el siglo XIX, estas cuestiones no pueden ser tomadas excesivamente en serio, pues podrían ser simples calumnias. Lo que sí es cierto, es que hubo bastantes cuestiones turbias durante la elección, y la más destacable, que testifican no uno, sino la mayoría de los medios de comunicación de la época, es que hubo dos fumatas blancas con diferencia de un día, y se produjo otro hecho inédito, que todos los participantes del conclave se quedaron una noche más en él.

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A partir de este dato, que es cierto y comprobable, muchos aseguran que la primera de las fumatas se debió a la elección del cardenal Siri como papa, a quien se le forzó a renunciar después, por lo que prosiguieron las votaciones un día más. Si esto fuese cierto, implicaría que Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II fueron ilegítimamente elegidos, pues Siri estuvo vivo hasta 1989, y el siguiente conclave válido sería aquel en el que se eligió a S.S. Benedicto XVI. Esta teoría podría justificar la no asistencia del Espíritu Santo y todo lo que sucedió desde el concilio, y son muchos los que la defienden.

Pero dado a que no hay manera humana de saber a ciencia cierta lo sucedido, no vamos a entrar en esta clase de discusiones, porque a fin de cuentas, a día de hoy no nos afectan para nada.

Además, no hace falta ir demasiado lejos en las especulaciones para que sea posible forzar un cónclave. Ya habíamos visto como los enemigos de la fe consiguieron cautivar en poco tiempo las mentes de los liturgistas y de muchos obispos, ¿les iba a ser tan difícil conseguir hacer lo mismo con las mentes de los cardenales para elegir al candidato más acorde con las nuevas ideas que se querían imponer?

El propio cardenal Siri explicaría para la revista Renovatio VII:

“La ley del cónclave se apoya sobre dos bisagras: el derecho exclusivo del Sacro Colegio, y la "clausura" (segregación). Este último no fue presentado de inmediato: llegó en un momento posterior para ser utilizado en situaciones evidentes y graves necesidades. Las dos bisagras se sostienen mutuamente. Es obvio que una elección a cargo de un órgano electoral demasiado grande en número de electores, sería, humanamente hablando, más difícil y fácilmente influenciable, y por lo tanto con una menor garantía de racionalidad y correspondencia con los intereses supremos de la Iglesia. Sólo con un grupo de hombres, seleccionados con precisión, es posible que en la votación electoral prevalezca, como sea humanamente posible, el criterio del verdadero bien. La segregación del cónclave es aún más necesaria; con medios modernos, con tecnología moderna, sin una segregación absoluta no sería posible aislar una elección de la presión de los poderes externos. Hoy en día las superpotencias (y las potencias menores por igual) tienen demasiado interés en tener a su lado, a través de la condescendencia o la debilidad, a la autoridad moral más alta del mundo. Y harían para ello todo lo que son muy buenos haciendo. Las presiones para revocar la sustancia de la ley del cónclave podrían ser impulsadas por el deseo de obtener precisamente este resultado.”

Y no solo las superpotencias, las propias conferencias episcopales dependientes de grupos de expertos, rompen la segregación necesaria entre los cardenales, ya que todos

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se encuentran influenciados por los mismos elementos, pudiéndose así dirigir fácilmente las votaciones desde fuera sin ser detectados.

Sea de un modo u otro, lo que está claro es que un papa, salvo que hable ex – cathedra, cosa que no se ha hecho desde Pio XII, puede pecar en sus discursos y no por ello deja de ser papa. ¿Quién puede decir que está libre de pecado salvo Nuestro Señor y la Santísima Virgen? Ahora bien, esto no significa que en los casos en los que el Santo Padre peque, el resto de la Santa Iglesia Católica deba obedecer sus pecados y caer en ellos por obediencia, porque en ese caso la autoridad se saldría de los límites que le han sido conferidos y los subordinados tienen no ya el derecho, sino el deber, de ejercitar la Santa desobediencia.

Ya saben, queridos hermanos, que sobre estas cuestiones hay lamentablemente demasiadas discusiones y divisiones entre los verdaderos católicos, y hay que reconocer que esto, por mucho que nos pese, es lo que quieren los enemigos de la fe: tener a la catolicidad dividida y enfrentada entre sí, juzgando sobre un pasado incierto para que se desgaste y pierda de vista a su verdadero enemigo que son ellos mismos y su falso profeta Jorge Mario Bergoglio.

Por favor, hermanos, no más discusiones. Sea por la línea de Siri, sea por la sucesión de papas desde Juan XXIII, S.S. Benedicto XVI es nuestro papa legítimo, y en esto todos los fieles católicos deberíamos estar de acuerdo, en lugar de pelearnos por cuestiones del pasado que no tienen solución. Ya juzgará Dios a los culpables. Unámonos pues, católicos, para enfrentarnos al enemigo común y resistir este último ataque al Corazón de la Iglesia. Que no se diga de nosotros, que hemos abandonado la verdadera batalla, la batalla por la salvación de las almas y el bien de la Iglesia, en el momento más importante para pararnos en cuestiones menores que no afectan para la salvación de nadie.

Pero sigamos adelante en el pontificado de Juan XXIII partiendo de lo que es sabido a ciencia cierta: Que Roncalli era partidario del movimiento ecuménico, defensor del movimiento litúrgico, excesivamente progresista y de tendencias modernistas, que no es poco. Hasta aquí la verdad demostrable. El resto son especulaciones que pueden ser o no ciertas. Lo que está claro es que el pontificado de Juan XXIII pronto iba a marcar la diferencia.

De hecho, tres meses después de su elección, el domingo 25 de enero de 1959 en la Basílica romana de San Pablo Extramuros, ante la sorpresa del mundo Juan XXIII anunció la celebración del XXI concilio ecuménico de la Santa Iglesia Católica.

Pero este concilio sería diferente a las de los concilios anteriores. No se convocaría para luchar contra una herejía o contra los enemigos de la Iglesia o para definir una doctrina que se estaba poniendo en cuestión, tal y como se habían hecho los 20 concilios anteriores, sino que surgiría de una idea “feliz” del propio Juan XXIII como él mismo testificó en su discurso de inauguración del concilio:

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“En aquel primer momento, de improviso, brotó en nuestro corazón y en nuestros labios la simple palabra "Concilio Ecuménico". Palabra pronunciada ante el Sacro Colegio de los Cardenales en aquel faustísimo día 25 de enero de 1959, fiesta de la conversión de San Pablo, en su basílica de Roma. Fue un toque inesperado, un rayo de luz de lo alto, una gran dulzura en los ojos y en el corazón; pero, al mismo tiempo, un fervor, un gran fervor que se despertó repentinamente por todo el mundo, en espera de la celebración del Concilio.”

En definitiva, Juan XXIII estaba convocando un concilio sin tener aparentemente ninguna idea sobre lo que se iba a llevar a cabo, ni sobre la razón de dicha convocatoria. Esto como poco es estraño. Juan XXIII mismo, en su Constitución apostolica Humanae Salutis, del 25 de diciembre de 1961, por la que se convocaba el Concilio Vaticano II, reconocía que:

“Antes de determinar los temas de estudio para el futuro Concilio, quisimos oír primeramente el sabio y luminoso parecer del Colegio cardenalicio, del Episcopado de todo el mundo, de los sagrados dicasterios de la Curia romana, de los superiores generales de las órdenes religiosas, de las universidades católicas y de las facultades eclesiásticas. En el curso de un año fue llevado a cabo este ingente trabajo de consulta, de cuyo examen resultaron claros los puntos que deberán ser objeto de un profundo estudio.”

O sea, que de esa consulta iba a salir el motivo de la celebración de un concilio que ya había sido convocado. ¿Qué sentido tiene esto? Porque no olvidemos, que todos esos puestos estaban copados de partidarios del movimiento litúrgico desviado.

Para llevar a cabo dicha consulta, el 17 de mayo de 1959, Juan XXIII anunció la creación de la Comisión Ante-preparatoria y designó como presidente de esta al cardenal secretario de Estado Domenico Tardini. Los secretarios de varios dicasterios de la curia fueron los demás miembros de la comisión.

El 26 de mayo de ese mismo año, la Comisión preparatoria se reunió por primera vez y acordó dar luz verde a dos cartas: una a los organismos de la curia para que prepararan comisiones de estudio sobre los temas a tratar en el Concilio y otra a todos los obispos para que antes del 30 de octubre indicaran sus sugerencias para el Concilio. A estas dos consultas se añadió luego una tercera dirigida a las facultades de teología y de derecho canónico que tenían plazo hasta el 30 de abril de 1960 para enviar sus propuestas.

El 15 de julio de 1959, Juan XXIII comunicó a Tardini, recién nombrado presidente de la comisión preparatoria, que el concilio se llamaría «Vaticano II» pero que no debía considerarse de ningún modo como una continuación del Concilio Vaticano I, que había sido suspendido a causa de la guerra.

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Para el 30 de octubre ya se habían recibido 1600 respuestas de obispos, superiores generales y facultades de teología o de derecho canónico. En la fecha límite, 30 de abril de 1960, se contó con 2109 respuestas, a cuya catalogación y ordenamiento se procedió de manera que fuera posible su síntesis. El documento final se llamó “Analyticus conspectus consiliorum et votorum quae ab episcopis et praelatis data sunt”, y por medio de él, las ideas de los neo-liturgistas se presentaron en un documento oficial.

En la Constitución apostólica “Humanae Salutis”, del 25 de diciembre de 1961, Juan XXIII explicaba el siguiente paso:

“Para preparar el Concilio creamos entonces diversos organismos, a los que confiamos la ardua tarea de elaborar los esquemas doctrinales y disciplinares, de entre los que escogeremos los que habrán de ser sometidos a las congregaciones conciliares.”

La fase preparatoria propiamente dicha se inició el 5 de junio de 1960 con la publicación del motu proprio Superno Dei que fue redactado por el Cardenal Tardini. Este documento fijó las comisiones preparatorias por temas en 10, con una comisión central que supervisaba y coordinaba los trabajos de todas.

Las comisiones eran las siguientes:

Comisión teológica: (sagrada escritura, tradición, fe y moral) Comisión de obispos y gobierno Comisión de Disciplina del clero y del pueblo cristiano Comisión de Religiosos Comisión de Sacramentos Comisión de liturgia Comisión de Estudios y seminarios Comisión de las Iglesias orientales Comisión de misiones Comisión del apostolado de laicos

Pericle Felici fue nombrado secretario general de esta comisión central. Los presidentes de las comisiones temáticas preparatorias eran los prefectos de los dicasterios correspondientes de la curia.

A estos organismos se añadió, para cubrir el deseo del Papa de que las demás iglesias cristianas participaran en el concilio, un «Secretariado para la promoción de la unidad de los cristianos» presidido por el cardenal Agustín Bea, quien solicitó a Mons. Johannes Willebrands que le ayudara como secretario del nuevo ente. También se creó un Secretariado para los medios de comunicación.

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El 14 de octubre de 1960, el Papa constituyó un secretariado administrativo del Concilio al que le encargó tratar los asuntos de financiamiento y desarrollo material del mismo. El 7 de noviembre se creó la comisión para el ceremonial que trataría los temas relacionados con la liturgia y los lugares a ocupar en la Basílica de San Pedro por parte de los padres conciliares. El presidente de esta última comisión fue el cardenal Eugène Tisserant.

Los trabajos de las comisiones comenzaron oficialmente el 14 de noviembre de 1960, tras un discurso de Juan XXIII. La principal misión de estas comisiones era elaborar los documentos que, tras pasar por el visto bueno del Papa, serían presentados para la discusión en aula. Las temáticas eran tan variadas que fue necesario incluso crear subcomisiones.

Por si fuera poco, paralelamente a la preparación del Concilio, Juan XXIII quiso completar la reforma litúrgica que había sido iniciada en los tiempos de su predecesor, y extender dicha reforma a toda la liturgia, por medio del motu proprio “Rubricarum Instructum” del 25 de julio de 1960, que incluía el siguiente párrafo:

“Nos, después de que, por inspiración divina, decidimos convocar el Concilio Ecuménico, (…) y después de haberlo ponderado bien, nos hemos determinado que se deben proponer a los Padres del futuro Concilio los principios fundamentales referentes a la reforma litúrgica, pero que no se debe diferir por más tiempo la reforma de las rúbricas del Breviario y del Misal romano.”

Esta reforma afectaría principalmente al calendario y a las rubricas del Misal romano de San Pio V, cambios que se reflejarían en la edición del Misal y el Breviario de 1962.

Pero, ¿qué implicaba esta reforma de Juan XXIII?

A groso modo podemos decir, que el Calendario Litúrgico sufrió algunas disminuciones de Octavas y una simplificación de las clases de Fiestas. Pero los cambios más evidentes se produjeron en la Santa Misa. Por medio de la reforma del Misal de 1962:

• Se suprimen las oraciones al pie del altar, en determinadas Misas de acuerdo con las rubricas.

• Se suprimen las conmemoraciones después de la oración colecta, concretamente: o Las que pedían el auxilio de Nuestra Señora. o La que suplicaba la intercesión de todos los santos. o Aquella contra los perseguidores de la Iglesia, en la que se pedía la

protección de la misma ante sus ataques. o La que pedía por el Santo Padre y su protección. o La que rogaba a Dios por los vivos y difuntos.

• La recitación del credo se suprime en muchas fiestas. • Se añaden 5 prefacios Ad libitum, para ser usados “a voluntad”, es decir, cuando

guste.

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• Se inserta el nombre de San José en el Canon, que había permanecido inalterable por dos milenios, añadiendo la siguiente frase: "et beati Ioseph, eiusdem Virginis sponsi"

• El Padre Nuestro pasa a ser recitado por todos en lugar de únicamente por el sacerdote.

• Se suprime el Confiteor-Misereatur-Indulgentiam, es decir, el acto de contrición de los fieles antes de la Comunión, y por tanto, su preparación para la misma, aunque gracias a Dios se mantuvo cierta tendencia a no seguir este punto.

• Se suprime el último Evangelio.

• Se suprimen las oraciones establecidas por SS León XIII para encomendar a la Santa Iglesia a la custodia de la Santísima Virgen y la protección de San Miguel Arcángel y defenderla así de los ataques del Maligno.

• Se elimina también el tercer tono de la Misa: aquel que solo escuchan los que sirven al altar, pasando a haber únicamente dos voces: la voz audible y la voz secreta.

• Se eliminan la mayoría de las fiestas de los santos.

• Se modifica la oración “pro perfidia Judaeorum” del Viernes Santo, para eliminar las expresiones que consideraban ofensivas, aun cuando el adjetivo “pérfidos” significa, tal y como afirma la RAE: “Desleal, infiel, traidor, que falta a la fe que debe”, y durante siglos la Iglesia consideró que es el adjetivo que mejor corresponde a su condición, ya que los judíos debieron seguir a Cristo, que vino a cumplir las promesas que Dios les hizo por medio de los profetas, pero prefirieron rechazarle, crucificarle y obcecarse en la antigua alianza que ya no tenía sentido.

Con respecto a los cambios ornamentales.

• Se suprime el triple mantel del Altar y las planetas plegadas se sustituyen por las dalmáticas. El bonete del Sacerdote ya no es obligatorio, sino sólo aconsejable.

• En la liturgia del Viernes Santo se suprime el manípulo. • En la Semana Santa se cambia el color litúrgico negro por el morado (el centro

vira de la muerte de Nuestro Señor a un eje más penitencial, y por tanto más antropocéntrico).

• No se considera necesario el uso del Palio en la Procesión del Santísimo. A partir de ahora, ésta puede ser hecha únicamente con el Santísimo (que podrá ser llevado por un Diácono) precedido de dos velas.

Y en estas reformas, así como en las llevadas a cabo por la Congregación de Ritos en tiempos de Pio XII, se pueden ver varias tendencias claras:

- La tendencia a desproteger a la Iglesia de su principal arma contra los enemigos, y eliminar toda referencia a tales enemigos.

- La tendencia antropocéntrica, en la que el pueblo va acaparando parte de la celebración, a la par que se va desacralizando lo relacionado con el culto divino.

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- Y por último, la tendencia ecuménica y de dialogo por encima de la propia fe y la verdad, que prefiere alterar oraciones antiquísimas antes de que nadie se sienta, sin razón, ofendido.

Y aunque la reforma de la Misa fue notable, la principal víctima de estas reformas precipitadas fue el Breviario.

En él, se mantienen todas las modificaciones previstas en 1956.

Y se añaden las siguientes:

• La eliminación distinción entre sacerdotes y religiosos no ordenados a la hora de la recitación del Oficio Divino.

• La eliminación de 38 versos del Cántico de Moisés.

• El recorte el salmo 88. • La alteración del orden de los salmos, de modo que ya no se rezan los

ciento cincuenta salmos semanales en Adviento y cuaresma. • La supresión de las primeras vísperas en las fiestas de segunda clase. • La alteración de la manera de iniciar el oficio dominical de agosto a

noviembre, siendo lo más llamativo el desplazamiento de las témporas de septiembre (que es su lugar tradicional) a después de la exaltación de la Santa Cruz, en tres de cada siete años.

• Y la eliminación del oficio de maitines el 55% de las lecturas patrísticas, recortando en gran medida las que se mantienen.

Aunque en un primer momento no parezca importante, esta última medida a largo plazo es un golpe directo a la dogmática, la tradición, y a los recursos de los consagrados ante los ataques del enemigo ya que se les priva del conocimiento y la luz que aportan las lecturas de los santos más memorables.

Piensen que en el oficio de lecturas, se hacían 9 lecturas, divididas en tandas de 3. En las 7 primeras se planteaban cuestiones sobre las Sagradas Escrituras o la Doctrina que se resolvían en las dos últimas por medio de la explicación del Magisterio de la Iglesia, moviendo a los fieles a la contemplación del misterio.

Con la reducción de los textos, las respuestas eran ambiguas, incompletas, y llegaban hasta causar más dudas que si no se hubieran leído.

Pongamos un ejemplo tomado del oficio de lecturas del primer domingo de cuaresma:

Se hace la lectura del Evangelio según San Mateo capítulo 4, versículos del 1 al 11, en el que se explican las tentaciones de Cristo en el desierto, seguida del comentario de San Gregorio Magno, sacado de su homilía XVI, que pretende explicar el mismo.

Escuchemos el fragmento correspondiente al oficio según aparece en el Breviario de Juan XXIII:

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“Suelen algunos dudar sobre qué espíritu fue el que llevó a Jesús al desierto, a causa de que luego se añade: Le transportó el diablo a la ciudad santa, y después: Le subió el diablo a un monte muy encumbrado; pero en realidad, y sin cuestión alguna, comúnmente se conviene en creer que fue llevado al desierto por el Espíritu Santo; de manera que su Espíritu le llevaría allí donde le hallaría el espíritu maligno para tentarle.

Mas he que la mente se resiste a creer y los oídos humanos se asombran cuando oyen decir que Dios Hombre fue transportado por el diablo, ora a un monte muy encumbrado, ora a la ciudad santa. Cosas, no obstante, que conocemos no ser increíbles si reflexionamos sobre ello y sobre otros sucesos.” Ven como en dicha homilía, se plantea una cuestión que no se resuelve, dejando la sensación de que el propio San Gregorio Magno duda de la posibilidad de que el mismísimo Hijo de Dios fuese tentado por el diablo. El fiel en lugar de contemplar el misterio comenzará a discurrir sobre la verdad o no de dicho pasaje en las Escrituras. Veamos ahora la parte eliminada del Breviario, que todavía aparece en la versión de 1955: “Es cierto que el diablo es cabeza de todos los inicuos y que todos los inicuos son miembros de tal cabeza. Pues qué, ¿no fue miembro del diablo Pilatos? ¿No fueron miembros del diablo los judíos que persiguieron a Cristo y los soldados que le crucificaron? ¿Qué extraño es, por tanto, que permitiera ser transportado por aquel a cuyos miembros permitió también que le crucificaran? No es, pues indigno de nuestro Redentor, que había venido a que le dieran muerte, el querer ser tentado; antes bien, justo era que, como había venido a vencer nuestra muerte con la suya, así venciera con sus tentaciones las nuestras. Debemos, pues saber que la tentación se produce de tres maneras: por sugestión, por delectación y por consentimiento. Nosotros, cuando somos tentados, comúnmente nos deslizamos en la delectación y también hasta el consentimiento, porque engendrados en el pecado, llevamos además con nosotros el campo donde soportar los combates. Pero Dios, que, hecho carne en el seno de la Virgen, había venido al mundo sin pecado, nada contrario soportaba en sí mismo. Pudo, por tanto, ser tentado por sugestión, pero la delectación del pecado ni rozó siquiera su alma; y así, toda aquella tentación diabólica fue exterior, no de dentro.” Fíjense bien que eliminar este pasaje, implica privar a los fieles del conocimiento de las maneras de tentar del diablo y la manera de defenderse de ellas que tuvo Nuestro Señor, junto con todas las cuestiones doctrinales que se confirman en este texto.

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Pues lo que se ha hecho en este día, se ha hecho en todo el Breviario. Esta reducción era un tremendo cambio, y Juan XXIII, muy consciente de esto, hizo el siguiente comentario ingenuo, en su motu proprio “Rubricarum Instructum”:

“Exhortamos con ánimo paternal, a todos los obligados a recitar el Oficio Divino, a que procuren compensar lo que se ha abreviado con mayor diligencia y devoción en el rezo del Oficio Divino. Y puesto que a veces se ha acortado algún tanto las lecciones de los Santos Padres, exhortamos insistentemente a todos los sacerdotes a que tengan asiduamente en sus manos, como texto de lectura y meditación, las obras de los Padres, llenas de tanta sabiduría y piedad.”

La reforma de 1960 y junto con las realizadas en 1955, se recogieron y refundieron en los nuevos Misales y Breviarios promulgados por Juan XXIII en 1962.

Este Misal alteraba considerablemente la Santa Misa Tradicional, pero comparada con la que se llevaría a cabo años más tarde, sería considerada una nimiedad. Aun así, en su momento, estas reformas causaron una gran confusión entre los fieles, y no era para menos. Los fieles sintieron claramente que detrás de estos cambios del ritual se escondían las intenciones de los reformadores para cambiar todo el comportamiento católico. Se estaba cambiando la religión, y así lo expresaron la mayoría de los fieles que siendo educados en la verdadera fe vivieron en los años de transición.

El P. Roguet, publicó un pequeño libro titulado precisamente “On nous change la religion” (nos están cambiando la religión) en el que recoge la inquietud de los católicos en los años 58-60.

En él hace la siguiente advertencia:

“Nuestros Gestos y nuestras acciones litúrgicas aparentemente más insignificantes manifiestan y nutren nuestra fe. Nuestra manera de asistir a la Misa y si recibimos la eucaristía en un modo u otro, no son materias indiferentes. Estos modos de comportamiento implican y al mismo tiempo forman nuestra fe. Los cambios en los tiempos de la Misa y del Oficio Divino, en las normas para recibir la comunión o en la disposición del altar pueden tener consecuencias de gran alcance. Aquellos que se quejan de que están cambiando nuestra religión son profundamente conscientes de ello.”

Y recoge, en la conclusión de su libro, un pasaje que resume el programa completo de los neo-liturgistas, y predice la excomunión practica a la que serán sometidos los católicos que permaneciesen fieles a la tradición. Él escribe:

“Están cambiando nuestra religión. De ningún modo. Es simplemente una cuestión de liberar a nuestra religión de las costumbres que, aunque son antiguas, no son necesariamente venerables. Se trata de volver a la fuente del Evangelio. Aquí está

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la verdadera infancia. Si no sabemos cómo volver a ella, no vamos a entrar en el Reino de los Cielos.”

Así en 1960, el movimiento litúrgico desviado ya había ganado muchas batallas, pero todavía les esperaba la peor parte de la guerra. Sus líderes, con amigos en las altas esferas, se habían aprovechado de la solicitud pastoral de los papas para estrechar la antigua estabilidad de la liturgia católica y sutilmente introducir sus nuevos conceptos litúrgicos a través de los ritos.

Ciertamente, todo el mundo sabía desde 1960 que los planes de Juan XXIII para la liturgia no se quedaban en esa reforma, pues en la carta apostólica “Rubricarum Instructum” del 25 de julio de 1960, apuntó:

“Los principios fundamentales referentes a la reforma general de la liturgia deben ser confiados a los padres en el próximo concilio ecuménico.”

De este modo, estas primeras reformas litúrgicas no eran más que el inicio de la revolución, estaba en ciernes una reforma general que surgiría del Concilio, que sería realmente, en palabras del cardenal Suenens:

“El año 1789 en la Iglesia.”

Pero centremos ahora nuestra atención en Dom Adrien Nocent, un monje benedictino de Maredsous, que fue alumno, como habíamos ya mencionado, del Instituto Litúrgico Superior de París, y profesor del instituto pontificio de liturgia de San Anselmo en Roma, donde también había enseñado Beauduin. Nocent publicó a principios de 1961 un libro titulado “El futuro de la liturgia”, con el imprimatur de Mons. Suenens, donde se puede comprobar el estado de ánimo de los nuevos liturgistas en las vísperas de concilio.

Este libro revela el plan de los revolucionarios para el concilio casi dos años antes de la celebración de éste. En él, Nocent explicaba que la oposición tradicionalista era todavía demasiado fuerte para que un cambio radical de la liturgia fuera realizable, por ello, afirmaba que inicialmente había que contentarse con introducir y oficializar aquellos principios de la reforma que fuesen aceptables para los tradicionalistas, y una vez aprobados, buscar que se confiase su aplicación a los representantes progresistas.

Este era el plan para el concilio de los neo-liturgistas: Sabían de antemano que el Concilio no aceptaría de inmediato una nueva liturgia para la Misa, pero también sabían que esta nueva liturgia en la que había estado trabajando, sería promulgada más tarde en el nombre del concilio.

Para que vean el nivel del engaño, detengámonos por un momento en la Misa del futuro que describe Adrien Nocent, para que puedan apreciar que en 1961 la nueva Misa ya estaba concebida, pero era tremendamente inoportuna para 1963. Habría que esperar a 1969 para que fuese promulgada.

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En esta nueva Misa, explica Nocent:

“Serán permitidas una gran variedad de celebraciones alrededor del núcleo central, que siempre se respetará y se mantendrá para los días feriales. Los altares deberán estar de cara al pueblo y sin ornamentos, excepto durante las celebraciones, las oraciones serán simplificadas, las lecturas incrementadas, y la oración universal restaurada. El ofertorio, después del credo que se recitará solo en los domingos, será tremendamente abreviado: El celebrante simplemente levantará las ofrendas en silencio. El cáliz se pondrá a la derecha de la hostia, su velo sería opcional y la incensación rápida. El lavabo solo tendría lugar si el celebrante tuviese las manos sucias, ya que se debe evitar este simbolismo fácil que no es de gran interés. La patena permanece en el altar, el “orate fratres” se recita en voz alta y la voz secreta se eliminará, recitándose todo en voz audible. El canon será despojado de todas las oraciones de intercesión y todos los “per Christum Dominum Nostrum”, habrá muchas menos señales de la cruz y genuflexiones, el canon será recitado en voz alta y en lengua vernácula, el Padre nuestro será recitado por todos y en el Agnus Dei, todo el mundo se dará la mano mientras la fracción tendría lugar. La fracción de las hostias se llevará a cabo como si se rompiese una barra de pan ordinario, la comunión se realizará bajo las dos especies y se recibirá de pie y en la mano. Entonces tendrá lugar la bendición y el ite missa est. No habrá último Evangelio ni las oraciones de León XIII. Nuestro reformador va a revisar todos los sacramentos y propondrá reformarlos también, pero sería demasiado largo repetirlos aquí, aunque serán sustancialmente reformados los sacramentos de la iglesia conciliar.”

Así, en 1961, Adrien Nocent conocía con precisión milimétrica el plan de la revolución conciliar. El concilio iba a hacer un esquema que abría la puerta a los innovadores a la vez que parecía cerrada para los ultra-reformadores, pero solo por un tiempo.

El plan se desarrollaría así: moderar la tendencia de reforma en 1964, haciéndola cada vez más profunda hacia 1967, a fin de dar lugar finalmente a las ultrarreformas de 1969.

Pero no solo tenemos el testimonio de Nocent.

No hemos de perder de vista el movimiento Taizé, que empezó como un proyecto del suizo Roger Louis Schultz-marsauche, hijo de un pastor luterano, que pasaría a la historia como “hermano Roger”. Este movimiento jugaría un papel muy importante en la revolución litúrgica.

Siendo miembro del movimiento suizo cristiano, Schultz soñó con la creación de una comunidad monástica ecuménica al modo de Beauduin. Así, en agosto de 1940 Schultz se trasladó a la pequeña localidad de Taizé, y allí recibió a toda clase de refugiados políticos y judíos. Cuando Alemania invadió el sur de Francia, Schultz regresó a Suiza por temor a las represalias. En Ginebra se unió a Max Thurian, teólogo de la Iglesia Reformada suiza, y Pierre Souveran, ingeniero agrónomo. El grupo regreso a Taizé en

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1944 y en 1947 comenzaron a vivir en comunidad, y Taizé se convirtió rápidamente en un elemento activo de los movimientos ecuménicos, litúrgicos, bíblicos y evangélicos en Francia.

En esta comunidad aconfesional y ecuménica, se puede comprobar que en 1959 se celebraba una pseudo-Misa, prácticamente idéntica a la que tenemos hoy en día, lo que demuestra que ya en 1959 el Novus Ordo Missae estaba codificado. ¡10 años antes de su implantación y en un entorno no-católico!

Pero si esto les escandaliza, sigan escuchando porque la cuestión es mucho más rocambolesca que esto.

Tras un año y medio de trabajos, las comisiones y el Secretariado para la unión de los cristianos produjeron un total de 75 esquemas. Estos esquemas fueron revisados luego por la comisión central que incluyó diversas modificaciones y recortes.

De todos los esquemas preparatorios, el único que no debía ser rechazado era el de liturgia pues era la clave para llevar a cabo la revolución litúrgica, y por ende, la revolución eclesial. El ala progresista no podía estar más satisfecha, pues el principal autor de dicho esquema era el masón Bugnini, que además, era el secretario de la comisión preparatoria.

Sin embargo, no todo iría sobre ruedas. El presidente de la comisión litúrgica, el anciano cardenal Gaetano Cicognani, se opuso con toda su fuerza al esquema. Lo consideraba demasiado peligroso para la Iglesia y las almas. Dicho esquema no podría ser presentado a la cámara del concilio sin la firma de dicho cardenal.

El historiador alemán, Ralf Wiltgen, explica en su obra “The Rhine flows into the Tiber” que el propio Juan XXIII le obligó a firmarlo por obediencia, y añade lo siguiente:

“Un experto de la comisión preparatoria para la liturgia declaró que el anciano cardenal estaba al borde de las lágrimas y moviendo el documento mientras decía: «quieren que firme esto y no sé qué hacer». Entonces, él puso el texto en su escritorio, tomo una pluma y lo firmó. Cuatro días más tarde estaba muerto.”

El 25 de diciembre de 1961, Juan XXIII convocó la celebración del concilio para 1962 con la bula “Humanae salutis” y el 2 de febrero siguiente, por medio del motu proprio “Consilium Diu” fijó la fecha de apertura para el 11 de octubre, día en el que diría en su discurso de apertura entre otras cosas, lo siguiente:

“Si la tarea principal del concilio fuera discutir uno u otro artículo de la doctrina fundamental de la Iglesia, repitiendo con mayor difusión la enseñanza de los padres y teólogos antiguos y modernos, para esto no era necesario un concilio. Una cosa es la sustancia del Depositum fidei, es decir, de las verdades que contiene

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nuestra venerada doctrina, y otra la manera como se expresa, y ello ha de tenerse en gran cuenta, con paciencia, si fuese necesario, ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter prevalentemente pastoral.”

Estamos por tanto ante un concilio que se celebra –como hemos visto- sin un motivo concreto, para propugnar una reformulación de la doctrina, que recordamos fue condenada por los papas en repetidas ocasiones, que se muestra a favor del ecumenismo y el diálogo interreligioso, también condenados, que no condenará los errores del tiempo presente pese a ser los mayores de la historia de la humanidad, y que será de carácter pastoral y no dogmático, lo que implica que no se definirá en él dogma alguno, y por tanto que no se empleará la infalibilidad papal.

Se trataba por tanto de un concilio falible, y como bien saben, si algo puede fallar, terminará fallando estrepitosamente, tal y como se ha visto.

Muchos pueden escandalizarse ante nuestra afirmación de que el Concilio Vaticano II no fue infalible, pero piensen que ni siquiera hoy en día los expertos se ponen de acuerdo sobre la infalibilidad o falibilidad del mismo. ¿Qué sentido tiene esto?

Si se tratase de algo limpio, como todos los textos católicos existentes hasta entonces, debía haber sido perfectamente claro en sus definiciones y en su consideración para que todos, laicos incluidos, lo comprendiesen y aplicasen. Pero visto que la infalibilidad o falibilidad del mismo se trata de algo ambiguo, oscuro, y confuso hasta para los mismos expertos, ¿no es señal clara de que se está ocultando algo?

Recuerden a Su Santidad Pio VI que afirmaba con respecto al herético sínodo de Pistoya, que las innovaciones y los peligros que éstas traían consigo siempre se escondían tras textos ambiguos y sesgados, como es este caso. Pero eso no era todo.

Otra de las novedades que traía consigo el Concilio Vaticano II era la forma de reprimir los errores. En el discurso de apertura Juan XXIII dijo:

“Vemos, en efecto, como al pasar de un tiempo a otro, que las opiniones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y que los errores apenas nacidos, se desvanecen como la niebla ante el sol. Siempre se opuso la Iglesia a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos.”

O sea que en lugar de condenar los errores, durante el concilio se van a tiran las perlas a los cerdos y exponer la sagrada doctrina al nivel de las opiniones humanas. Pero, ¿es que acaso la verdad tiene que justificarse a sí misma ante la mentira?

Pero el objetivo del concilio era claro. Prosigue Juan XXIII:

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“Desgraciadamente, la familia cristiana no ha conseguido plenamente esta visible unidad en la verdad. La iglesia católica estima, por tanto, como un deber suyo, el trabajar denodadamente a fin de que se realice el gran misterio de aquella unidad que Jesucristo invocó con ardiente plegaria al Padre celeste en la inminencia de su sacrificio. (…) considerando esta misma unidad impetrada por Cristo para su iglesia, parece como refulgir con un triple rayo de luz benéfica la unidad de los católicos entre sí, que debe conservarse ejemplarmente compacta, la unidad de oraciones y fervientes deseos con que los cristianos separados de esta sede apostólica aspiran a estar unidos con nosotros, y finalmente, la unidad en la estima y el respeto hacia la Iglesia Católica de parte de quienes todavía siguen religiones no cristianas. (…)

Venerables hermanos, esto es lo que se propone el concilio ecuménico vaticano ii, el cual, mientras agrupa las mejores energías de la iglesia, se esfuerza en hacer que los hombres acojan con mayor solicitud el camino de la salvación, y prepara y consolida ese camino hacia la unidad del género humano, que constituye el fundamento necesario para que la ciudad terrenal se organice a semejanza de la ciudad celeste, en la que, según san Agustín, reina la verdad, dicta la ley la caridad y cuyas fronteras son la eternidad.”

Lo que viene a decir que el objetivo del concilio es conseguir por medio del ecumenismo y diálogo interreligioso la unión de todos los credos en una misma Iglesia, no su conversión, y lo más escandaloso de todo, la unión de las dos ciudades de San Agustín enfrentadas desde la eternidad, la ciudad mundana formada por los impíos y la ciudad celestial formada por los que cumplen la voluntad de Dios de los que tantas veces hemos hablado.

Ante esto, como era de esperar, los enemigos de la fe y los neo-liturgistas se estaban frotando las manos, y no era para menos. Juan XXIII se mostraba tolerante con las nuevas ideas e intolerante con los profetas de calamidades, es decir, con todos aquellos que intuían que el concilio iba a convertirse en el arma que destruiría a la Iglesia como de hecho lo fue.

Ciertamente, como afirma Y. Congar en su obra “Mon journal du Concile”

“El anuncio del concilio había suscitado un inmenso interés y mucha esperanza. Parecía que después del régimen sofocante de Pio XII, se abrían por fin las ventanas; se respiraba.”

Hans Küng, por su parte, en su artículo publicado en el número 178 de ”Informations catholiques internationales” del 15 de octubre de 1962 afirmó que:

“Se le había preguntado a Juan XXIII que es lo que esperaba del concilio; el papa abrió la ventana diciendo «esto, aire fresco en la iglesia».”

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Pero como confirmó el propio Pablo VI en su homilía realizada el 29 de junio de 1972, no todo serían luces:

“Se creía que después del Concilio vendría un día de sol para la historia de la Iglesia. Por el contrario, ha venido un día de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre y se siente fatiga en dar la alegría de la fe. (…) Se diría que a través de alguna grieta ha entrado, el humo de Satanás en el templo de Dios.”

En su momento no pudieron ver la grieta, pero ahora, 50 años después mirando la historia en perspectiva podemos arrojar un poco de luz sobre este asunto.

Veamos pues, que sucedió en el concilio, de boca de testigos del mismo.

Mons. Argaya, obispo español en su “Diario del concilio”, nos habla sobre los asistentes al mismo:

“11 DE OCTUBRE DE 1962 – Comienza el Concilio Vaticano II. A las 8,30 de la mañana nos reunimos los obispos del mundo en el museo lapidario. Concurrimos más de 2500. (…) Casi todos los gobiernos del mundo envían sus legados. Se ven numerosísimos observadores no católicos. (…) Según l’Obsservatore, están presentes en el concilio los siguientes observadores y delegados de iglesias no católicas: patriarcado ecuménico de Constantinopla, iglesia ortodoxa rusa, iglesia copta de Egipto, iglesia ortodoxa rusa del exterior, iglesia vetero-católica, iglesia sira malabar, iglesia anglicana, iglesia mundial luterana, iglesia mundial presbiteriana, iglesia evangélica de Alemania, consejo mundial metodista, consejo congregacionista, consejo mundial de las iglesias de cristo, asociación internacional del cristianismo liberal, consejo mundial de las iglesias de ginebra, monjes de taizé, con el prior Schutz y el teólogo max thuriam.”

¿Qué hacían en un concilio católico de tal importancia tal cantidad de personalidades de otros credos confraternizando con los asistentes? Nadie lo explica.

El propio Mons. Argaya escribirá más tarde:

“Realmente es extraño que habiendo sido aceptados auditores de ambos sexos, observadores herejes y cismáticos, nuestros venerables sacerdotes estén ausentes.”

Pero como explica el cardenal Tarancón, tal y como recoge J. M. Laboa en su obra “Los obispos españoles en el concilio”:

“Lo que más abundó en aquellos años fue el desconcierto. Ni los obispos en sus pastorales ni los predicadores en sus pulpitos ni los periodistas en sus diarios parecieron oler lo que el concilio supondría. Y así es como los obispos españoles acudieron a esta magna asamblea «con la mitra y el báculo como todo bagaje».”

Y añade Mons. Argaya en su “Diario del concilio”:

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“Más previsores han sido los obispos de Francia, a quienes el estado francés ha traído a Roma de sus propios domicilios cajones de libros, para información y estudio. Nosotros los españoles en esto, estamos desarmados.”

Ciertamente los obispos de Centro-Europa, todos ellos partidarios y cabezas del movimiento litúrgico deformado y las nuevas ideas, subvencionados y amparados por los enemigos de la fe, acudieron al concilio con todo su armamento dialéctico. Sabían que era la batalla definitiva. Si esta se ganaba, la revolución sería imparable.

Por ello, como escribía el 16 de noviembre de 1962, Mons. Argaya en su “Diario del concilio”, a lo largo de las sesiones:

“Se está librando en el aula conciliar una batalla entre los llamados progresistas (alemanes, franceses, holandeses, belgas y bastantes hispano-americanos) y los tradicionalistas (españoles, italianos y algunos americanos).”

Ésta será la constante del concilio, una lucha a muerte entre la verdadera fe y las tinieblas que traerá consigo muchas jugadas sucias e irregularidades.

Desde el principio, como apunta Mons. Argaya en su “Diario del concilio”:

“Advierten que se hace empleo de textos bíblicos “non ad literam”, es decir, fuera de contexto. ¡Que el Espíritu Santo nos ilumine!”

Y como afirmará más adelante:

“Mons. Carli, muy inteligente, destacada figura dentro del episcopado italiano ha apuntado [la presencia de] ambigüedades en los textos.”

Lo que es una muestra clara de las malas artes empleadas por los innovadores, para introducir herejías en los documentos del magisterio tal y como había advertido S. S. Pio VI en su momento.

Pero los enemigos de la fe no solo contarían con esa baza. Para ganar esta batalla emplearían todos los medios de presión existentes.

Como apunta Mons. Argaya en su “Diario del concilio”:

“Un padre jesuita alemán, que acaba de regresar de Alemania me dijo que habían sido o iban a ser enviados teólogos y peritos alemanes a muchos territorios de América, África y Asia, financiados por la obra apostólica “misereor”, para asesorarles y adoctrinarles en relación con la tercera sesión.”

Y conducir a estos obispos a la línea marcada por los enemigos de la fe.

Además, dentro del concilio, como apunta Küng en su obra “Libertad conquistada. Memorias”:

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“Se está haciendo una propaganda desenfrenada.”

Y Mons. Argaya nos cita dos ejemplos concretos en su “Diario del concilio” diciendo:

“El cardenal Ottaviani se lamenta de que en la sala o a su entrada, algunos consultores, extralimitándose, distribuyen impresos de propaganda entre los padres, para inclinar su voto en pro de la colegialidad episcopal.”

Y más adelante:

“El cardenal Zoungrana (africano) de la congregación de padres blancos, está creando ambiente y recogiendo firmas episcopales para la definición dogmática en concilio de la fraternidad universal.”

Documento que llegará posteriormente a manos del propio Mons. Argaya, quien dirá:

“Me presentan un documento firmado por 147 obispos, dirigido al concilio, en el que se pide la definición dogmática de la fraternidad universal de los hombres.”

Y la presión propagandística era tal que, como apuntó Mons. Argaya el 28 de septiembre de 1964:

“Mons. Khoury arzobispo melquita de Tiro, cree que los padres conciliares estamos siendo juguete de los sionistas.”

Y por si fuera poco, la cantidad de documentos a votar en poco tiempo era tal, que los padres conciliares ni siquiera tenían tiempo de estudiar detenidamente su contenido.

El propio Mons. Argaya escribirá en su “Diario del Concilio”

“Las votaciones se precipitan demasiado, sin tiempo suficiente para madurarlas bien. (…) Las votaciones –es queja común- se están llevando ahora a un galope exagerado. Por falta de tiempo, casi no nos enteramos de lo que votamos.”

Y no solo eso, sino que como afirma Mons. Argaya:

“Discurre el debate en un clima desmayado y enervante. Había ratos en los que dos tercios de los asientos del aula estaban vacíos. En mi misma tribuna, de seis asientos seguidos, a ratos he estado yo solo, firmando los votos de los otros cinco por su encargo. Esto la verdad sea dicha, me ha parecido poco serio.”

Y así sucedió que por medio de esta clase de votaciones realizadas sin sentido alguno el 4 de diciembre de 1963, exactamente el día en el que se cumplían 400 años de la clausura del Sacrosanto Concilio de Trento, el Concilio Vaticano II aprobaba la constitución Sacrosanctum Concilium, la constitución sobre sagrada liturgia.

Mas tarde, el 17 de octubre de 1964 Mons. Argaya escribirá en su “Diario del concilio”:

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“Estudio detenidamente la Instructio ad executionem constitutionis de liturgia. La aplicación de sus normas va a representar una revolución litúrgica.”

Y no se equivocó. Aunque, pese a lo que piensan muchos, no fue el concilio mismo quien destruyó la Sagrada Liturgia Católica, sino la aplicación de sus directrices la que abrió las puertas a la reforma.

Pero vayamos poco a poco viendo todo esto, teniendo en cuenta que el concilio tenía en sus manos una liturgia inalterada por milenios aun intacta en su esencia pese a las reformas de Juan XXIII.

¿Qué se proponía, pues, el Concilio por medio de la constitución Sacrosanctum Concilium?

Como se afirma en su artículo 1:

“Este sacrosanto Concilio se propone:

• acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, • adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que

están sujetas a cambio, • promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en

Jesucristo • y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la

Iglesia.

Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia.”

Sí, han escuchado bien. El documento parte de la necesidad de una reforma, fundamentada no en la defensa de nuestra fe, ni en buscar la mayor honra de Dios, sino en la mejor adaptación de la liturgia a los tiempos actuales en vistas a facilitar la unión con los herejes y cismáticos, tal y como han oído. Y con esto dicen garantizar el fomento la liturgia y acrecentar entre los fieles la vida cristiana.

Pero ¿nos hemos vuelto locos o qué? ¿Cómo se ha permitido empezar con estas premisas: reformar la verdad para adaptarla al error del mundo y los herejes? ¿No serían los que han errado su camino los que debiesen arrepentirse, reformarse y volver a la verdadera Iglesia de Cristo, la Santa Iglesia Católica y a la Santa Doctrina?

Aunque no se puede perder de vista que dadas las irregularidades del sistema de votaciones empleado en el concilio y que este punto forma parte del Proemio de un documento de 130 artículos en los que no se vuelve a hacer mención del tema, lo más lógico es pensar que los enemigos de la fe colaron estas cuestiones a sabiendas que serían pasadas por alto por falta de tiempo.

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Lo que sí es imperdonable es que en otros documentos del concilio no solo se retomase este tema, sino que se atendiese a las demandas del Consejo Mundial de las Iglesias reconociendo erróneamente la parte de verdad que pudiesen tener las diferentes herejías cristianas, y no solo eso, sino que se extendiese este reconocimiento a otras religiones poniendo a la Santa Iglesia Católica al nivel de otras religiones obra de hombres, pese a que el magisterio católico siempre ha enseñado, en palabras del papa Gregorio XVI que:

“Fuera de la Iglesia no es posible encontrar la verdad.” (Enchiridion Simbolorum, punto 1617)

Así pues, por ejemplo en el decreto sobre ecumenismo del Concilio Vaticano II titulado “Unitatis redintegratio”, se dice:

“Quienes creen en Cristo y recibieron el bautismo debidamente, quedan constituidos en alguna comunión, aunque no sea perfecta, con la Iglesia Católica. Efectivamente, por causa de las varias discrepancias existentes entre ellos y la Iglesia Católica, ya en cuanto a la doctrina, y a veces también en cuanto a la disciplina, ya en lo relativo a la estructura de la Iglesia, se interponen a la plena comunión eclesiástica no pocos obstáculos, a veces muy graves, que el movimiento ecumenista trata de superar. Sin embargo, justificados por la fe en el bautismo, quedan incorporados a Cristo y, por tanto, reciben el nombre de cristianos con todo derecho y justamente son reconocidos como hermanos en el Señor por los hijos de la Iglesia Católica.”

Pese a que como afirma Su Santidad León XIII en su encíclica sobre la unidad de la Iglesia “Satis Cognitum” del 29 de junio de 1896:

“Tal ha sido constantemente la costumbre de la Iglesia, apoyada por el juicio unánime de los Santos Padres, que siempre han mirado como excluido de la comunión católica y fuera de la Iglesia a cualquiera que se separe en lo más mínimo de la doctrina enseñada por el magisterio auténtico”.

Lo que deja patente que la nueva línea adoptada en el ecumenismo por el Concilio Vaticano II está en contradicción con casi dos milenios de magisterio infalible, ya que como afirma el papa San Martín I:

“Es doctrina evangélica el condenar a los herejes.” (Enchiridion simbolorum puntos 271 y 272)

Y esto es así, porque como afirma el papa San Pio V en el Catecismo de Trento:

“Los herejes no son miembros de la Iglesia Católica.”

Lo que implica en palabras de Su Santidad Pio VI que:

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“Solamente los católicos pueden ser cristianos.” (Enchiridion Simbolorum, punto 1500)

Aunque más grave que esto es permitir que los propios herejes y cismáticos penetren en el santuario y reciban ilícitamente los sacramentos, tal y como ha hecho el concilio en su decreto sobre las iglesias orientales “Orientalium Ecclesiarum” cuando declaró:

“Teniendo en cuenta los principios ya dichos, pueden administrarse los sacramentos de la penitencia, eucaristía y unción de los enfermos a los orientales que de buena fe viven separados de la Iglesia Católica, con tal que los pidan espontáneamente y estén bien preparados.”

Esto va totalmente contra Nuestro Señor, quien dejó tremendamente claro que no se podían confiar los dogmas y los sacramentos a personas indignas que los profanen, cuando dijo en el Evangelio según san Mateo capítulo 7 versículo 6:

“No deis a los perros las cosas santas, ni echéis vuestras perlas a los cerdos”

Doctrina que mantuvo la Santa Iglesia Católica durante aproximadamente dos milenios, dejando claro que, como afirma el papa Pablo III:

“Sin la fe católica es imposible agradar a Dios.” (Enchiridion Simbolorum punto 787).

Porque como afirma el papa Bonifacio VIII:

“Fuera de la Iglesia no hay remisión de pecados.” (Enchiridion Simbolorum 468).

Y de esta forma, como afirma el papa Pio VIII en su encíclica “Traditi humilitati” del 24 de mayo de 1829:

“Quien comiere el cordero fuera de esta casa perecerá, así como aquellos que durante el diluvio no se encontraron con Noé en el arca”.

Porque, como afirma el papa Bonifacio VIII:

“La salvación sólo se encuentra dentro de la Iglesia Católica.” (Enchiridion Simbolorum, puntos 468 y 469).

Pero como hemos dicho, estas aberraciones no se limitaron solo a reconocer a los herejes y sus falsas iglesias, sino también, a reconocer al resto de los credos obra de hombres por ser monoteístas.

Así, con respecto a los judíos, en la declaración “Nostra Aetate” del concilio se dice:

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“Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras”.

Contradiciendo con ello el magisterio infalible, y concretamente la declaración ex - cathedra del papa Eugenio IV de la bula “Cantate Domino” del Concilio de Florencia, que decreta que:

“La sacrosanta Iglesia romana, fundada por la palabra del Señor y Salvador nuestro, firmemente cree, profesa y predica a un solo verdadero Dios omnipotente, inmutable y eterno, Padre, Hijo y Espíritu Santo… A cuantos, por consiguiente, sienten de modo diverso y contrario, [la sacrosanta Iglesia romana] los condena, reprueba y anatematiza, y proclama que son ajenos al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.”

Lo que significa que, como afirma el papa Pio IX:

“Nadie se salva si no pertenece a la Iglesia.” (Enchiridion Simbolorum, punto 1716).

Y como deja claro el papa San Gregorio Magno en su Epístola a Cledonius:

“Los judíos rechazan la única fe de Cristo.”

Y en consecuencia, ellos mismos se han cerrado las puertas de la salvación, siendo por ello reprobados de Dios y condenados al fuego eterno, si no se enmiendan antes volviendo a la Verdadera y Santa Iglesia de Cristo, que es la Santa Iglesia Católica.

Con respecto a los musulmanes, en la declaración “Nostra Aetate” se dice:

“La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios. (…) Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno.”

Haciendo entender que los musulmanes tienen méritos para la vida eterna por sus buenas obras, contradiciendo así el magisterio infalible, que en palabras del Papa Eugenio IV, afirma que:

“Todos los que están fuera de la Iglesia Católica no tienen salvación.” (Enchiridion Simbolorum, punto 714)

Y sobre todo, la declaración ex cathedra, es decir, infalible, del papa Eugenio IV en el concilio de Florencia de 1441, en la que se decía que:

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“[La Santa Iglesia romana] firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo los paganos, sino también judíos o herejes y cismáticos, puede hacerse partícipe de la vida eterna, sino que irán al fuego eterno que está aparejado para el diablo y sus ángeles, a no ser que antes de su muerte se uniere con ella; y que es de tanto precio la unidad en el cuerpo de la Iglesia que sólo a quienes en él permanecen les aprovechan para su salvación los sacramentos y producen premios eternos los ayunos, limosnas y demás oficios de piedad y ejercicios de la milicia cristiana. Y que nadie, por más limosnas que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia Católica.”

Aunque lo más escandaloso de todo es que este reconocimiento del concilio se extiende también a las religiones demoníacas paganas, así como recoge la declaración “Nostra Aetate” cuando dice que:

“En el budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y confiado, pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio superior (…)

[Y que] en el hinduismo, los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición mediante las modalidades de la vida ascética, a través de profunda meditación, o bien buscando refugio en Dios con amor y confianza.”

Dejando así abierta la vía a que estas religiones sean consideradas válidas, cuando desde siempre la Santa Iglesia Católica ha enseñado, en palabras del papa Eugenio IV que:

“El Budismo es una religión de condenación. La Iglesia Católica es el único camino de salvación.” (Enchiridion Simbolorum, 714)

Y en palabras de Su Santidad San Pio X en su encíclica “Pascendi Domini Gregis” que:

“El Budismo es una falsa religión pagana. Es herejía decir que todas las religiones son verdad. Es herejía decir que los hindúes pueden experimentar a Dios. Es herejía decir que los musulmanes pueden experimentar a Dios.”

Pero lo más importante de todo es entender que estos errores de poner a la verdadera fe católica revelada por Dios mismo a la altura de las demás falsas religiones obra de hombres y demonios lejos de promover la paz mundial, traerá consigo graves consecuencias para la Iglesia y para el mundo. Así de claro lo dijo Gregorio XVI en 1832 cuando afirmó que:

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“Poner la religión de origen divino en el mismo nivel con las religiones inventadas por los hombres es la blasfemia que atrae los castigos de Dios en la sociedad mucho más que los pecados de las personas y las familias.”

Y, como era de esperar, la primera consecuencia que iba a traer consigo sería la destrucción del sacrificio de la Nueva Alianza y la liturgia católica para hacerlos más amables al resto de los cultos y que se pueda crear un día esa gran prostituta, la Iglesia Universal, unión de todos los credos. Esta es la parte más siniestra del concilio, que sentaría las bases para dicha Iglesia Universal de un modo tan ambiguo que los mismos padres conciliares fieles a la verdadera fe no pudieron ni intuirlo.

Solo así se explica que se dijese en el artículo 21 de la Sacrosanctum Concilium que:

“La santa madre Iglesia desea proveer con solicitud una reforma general de la misma Liturgia.”

¿Por qué iban a tener los padres conciliares tanta prisa por reformar algo que acababa de ser reformado por el iniciador del concilio? Aquí se demuestra la existencia una mano negra que quería no ya solo reformar sino destruir lo más sagrado de la Santa Iglesia Católica, disparando directo a su corazón.

Veamos pues, que significaba esta reforma general y a qué afectaría.

Si seguimos el documento vemos que afecta absolutamente a todo. Nada quedaría intacto.

“Revísense cuanto antes los libros litúrgicos, valiéndose de peritos y consultando a Obispos de diversas regiones del mundo.” (Sacrosanctum concilium, artículo 25)

“Revísese el ordinario de la Misa” (Sacrosanctum concilium, artículo 50)

“Elabórese el nuevo rito de la concelebración e inclúyase en el Pontifical y en el Misal romano.” (Sacrosanctum concilium, artículo 58)

“Restáurese el catecumenado de adultos.” (Sacrosanctum concilium, artículo 64)

“Revísense ambos ritos del bautismo de adultos, tanto el simple como el solemne.” (Sacrosanctum concilium, artículo 66)

“Revísese el rito del bautismo de los niños.” (Sacrosanctum concilium, artículo 67)

“Redáctese también un rito más breve que pueda ser usado, principalmente en las misiones, por los catequistas, y, en general, en peligro de muerte, por los fieles cuando falta un sacerdote o un diácono.” (Sacrosanctum concilium, artículo 68)

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“En lugar del rito llamado «Ordo supplendi omissa super infantem baptizatum», prepárese otro nuevo.(…) Además, para los que, bautizados ya válidamente se convierten a la religión católica, prepárese un rito nuevo en el que se manifieste que son admitidos en la comunión de la Iglesia.” (Sacrosanctum concilium, artículo 69)

“Revísese también el rito de la confirmación” (Sacrosanctum concilium, artículo 71)

“Revísese el rito y las fórmulas de la penitencia de manera que expresen más claramente la naturaleza y efecto del sacramento.” (Sacrosanctum concilium, artículo 72)

“Además de los ritos separados de la unción de enfermos y del viático, redáctese un rito continuado, según el cual la unción sea administrada al enfermo después de la confesión y antes del recibir el viático.” (Sacrosanctum concilium, artículo 74)

“Adáptense (…) y revísense las oraciones correspondientes al rito de la unción de manera que respondan a las diversas situaciones de los enfermos que reciben el sacramento.” (Sacrosanctum concilium, artículo 75)

“Revísense los ritos de las ordenaciones.” (Sacrosanctum concilium, artículo 76)

“Revísese y enriquézcase el rito de la celebración del matrimonio que se encuentra en el Ritual romano.” (Sacrosanctum concilium, artículo 77)

“Revísense los sacramentales.” (Sacrosanctum concilium, artículo 79)

“Revísese el rito de la consagración de Vírgenes que forma parte del Pontifical romano. Redáctese, además, un rito de profesión religiosa y de renovación de votos.” (Sacrosanctum concilium, artículo 80)

“El rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana y responder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada país, aun en lo referente al color litúrgico.” (Sacrosanctum concilium, artículo 81)

“Revísese el rito de la sepultura de niños.” (Sacrosanctum concilium, artículo 82)

“Al realizar la reforma, adáptese el tesoro venerable del Oficio romano.” (Sacrosanctum concilium, artículo 90)

“Revísese el año litúrgico.” (Sacrosanctum concilium, artículo 107)

¿Y quién sería el encargado de llevar a cabo estas reformas?

Como establece el propio documento Sacrosanctum Concilium en su artículo 22, apartados 1 y 2.

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“La reglamentación de la sagrada Liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la medida que determine la ley, en el Obispo. (…) Corresponde también, dentro de los límites establecidos, a las competentes asambleas territoriales de Obispos de distintas clases, legítimamente constituidos.”

Es decir, los únicos que pueden hacer las reformas previstas en la liturgia y establecer los nuevos reglamentos y rituales litúrgicos son el papa y las conferencias episcopales que serían creadas para dicho fin.

Este fue un tema que también se discutió ardientemente en el aula conciliar: la creación de conferencias episcopales por todo el mundo, que serían posteriormente empleadas como base de la Gran Prostituta, la Iglesia universal.

Y los bloques de la discusión, como apunta Mons. Argaya en su “Diario del concilio” el 15 de octubre de 1963, eran los de siempre:

“El bloque París-Berlín-Bruselas, ha mantenido a ultranza su doctrina a favor de la colegialidad episcopal y sobre el diaconado estable. Los italianos y españoles en su mayoría han querido resaltar el primado de Pedro sobre el colegio de los obispos.”

De hecho, como afirma J. Irribarren en su obra “Papeles y memorias. Medio siglo de relaciones Iglesia-estado en España”:

“En un tema de arrolladora mayoría, la sacramentalidad del episcopado, la única voz que se oyó en contra el 11 de octubre de 1963, fue la de un arzobispo español. Otro tema que se daba por aprobado en sustancia, y lo fue luego, era el de la colegialidad episcopal. Algunos obispos italianos, un yugoslavo y los españoles eran los únicos que mostraron oposición. (…) Fue en la segunda etapa, en 1963, cuando tanto entre los consultores españoles como entre los obispos surgió un movimiento que podría llamarse de rebeldía, si esta palabra no resulta demasiado fuerte. Iniciaron reuniones restringidas entre sí, para ver cómo podían cambiar la mentalidad del conjunto: les desazonaba la impresión de que el concilio era digirido desde fuera por el vigor intelectual y político de los franceses y la fuerza tenaz de los alemanes, todos ellos remando hacia una iglesia renovada.”

Y no se equivocaron, pero no pudieron hacer nada. Como escribía J. Irribarren:

“Me decía un obispo español el 3 de noviembre de 1963: no hacemos sino recibir palos.”

Y así, en este ambiente de discusiones acaloradas en las que la verdadera fe que todavía conservaban los españoles e italianos no hacía más que recibir palos, surgió el decreto “Christus Dominus”, que establecía la necesidad de crear conferencias episcopales por el mundo entero diciendo en su punto 37:

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“En los tiempos actuales, sobre todo, no es raro que los Obispos no puedan cumplir su cometido oportuna y fructuosamente, si no estrechan cada día más su cooperación con otros Obispos. Y como las conferencias episcopales -establecidas ya en muchas naciones- han dado magníficos resultados de apostolado más fecundo, juzga este santo Concilio que es muy conveniente que en todo el mundo los Obispos de la misma nación o región re reúnan en una asamblea, coincidiendo todos en fechas prefijadas, para que, comunicándose las perspectivas de la prudencia y de la experiencia y contrastando los pareceres, se constituya una santa conspiración de fuerzas para el bien común de las Iglesias.”

Ahora bien, ¿Sabían los padres conciliares los perniciosos frutos que ya en el preconcilio y desde su nacimiento habían traído consigo las conferencias episcopales para la Iglesia y las supuestas comisiones de expertos?

Ciertamente, para la mayoría era algo desconocido ya que fueron cuestiones ocultadas hasta para la mismísima Santa Sede. Solo así se explica que el propio Pablo VI confiase a una comisión de expertos designada para tal fin, la materialización de las reformas fijadas por el concilio para un asunto tan delicado como era la liturgia.

Lo único que hicieron los padres conciliares fue abrir las puertas a la reforma y fijar los criterios por los que ésta debería llevarse a cabo, sin darse cuenta muchos que lo que estaban haciendo realmente era firmar la sentencia de muerte de la liturgia católica y de la mismísima Iglesia.

Veamos pues los criterios propuestos para la reforma, que para nuestra desgracia no tenían absolutamente nada que ver con buscar la mayor gloria de Dios, ni la mayor solemnidad del culto. Todos ellos estarán marcados por un tinte antropocéntrico que ponía a los fieles en el centro de la celebración, haciendo aparecer de nuevo el pecado luciferino SIMILIS ERO ALTISSIMO al poner el hombre por encima de Dios, esta vez en su mismo templo. Y como era de esperar, cuando aparece el pecado luciferino, solo era cuestión de tiempo que la Iglesia entera fuese directa a su ruina.

PRIMER CRITERIO: los fieles deben participar activamente en la liturgia “ La Santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas (…) Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo.” (Sacrosanctum concilium, artículo 14) “Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa, cumpliendo así una de las funciones principales del fiel dispensador de los misterios de Dios y, en este artículo, guíen a su rebaño no sólo de palabra, sino también con el ejemplo.” (Sacrosanctum concilium, artículo 19)

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“En la revisión de los libros litúrgicos, téngase muy en cuenta que en las rúbricas esté prevista también la participación de los fieles.” (Sacrosanctum concilium, artículo 31)

“Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procure que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores.” (Sacrosanctum concilium, artículo 48)

¿No era suficiente para los fieles estar presentes en el Calvario contemplando el Sacrificio de Nuestro Señor por la redención de sus pecados? ¿No era suficiente que recibiesen en su humilde ser al Soberano del Universo por medio de la comunión de su Cuerpo y de su Sangre? ¿No era suficiente adorarle como le adoran los ángeles? Pues parece que no.

¿Cómo se concreta entonces esta participación activa?

“Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales. Guárdese, además, a su debido tiempo, un silencio sagrado.” (Sacrosanctum concilium, artículo 30)

Y en base a esta nueva forma de entender la participación, se crearán figuras nuevas abriendo así la participación de los laicos:

“Los acólitos, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la Schola Cantorum, desempeñan un auténtico ministerio litúrgico.” (Sacrosanctum concilium, artículo 29)

“Restablézcase la «oración común» o de los fieles después del Evangelio y la homilía, principalmente los domingos y fiestas de precepto, para que con la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero.” (Sacrosanctum concilium, artículo 53) Y se permitirá, bajo el criterio del obispo del lugar, que personas ajenas al sacerdocio puedan presidir celebraciones de la palabra en determinadas circunstancias.

“Foméntense las celebraciones sagradas de la palabra de Dios en las vísperas de las fiestas más solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y los domingos y días festivos, sobre todo en los lugares donde no haya sacerdotes, en cuyo caso debe dirigir la celebración un diácono u otro delegado por el Obispo.” (Sacrosanctum concilium, artículo 35, apartado 4)

Confiando en las palabras de Su Santidad Benedicto XVI, que fue perito del concilio, en su obra “Informe sobre la fe” que hemos tratado en el programa “En Palabras de Benedicto XVI”, hay que pensar que los Padres conciliares cuando aprobaron estas

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cuestiones sobre la participación de los fieles, al menos los conservadores, no estaban pensando en permitir bailecitos, ni oraciones gesticuladas ni las demás barbaridades que se han visto desde el fin del concilio, aun así, nótese la ambigüedad del lenguaje, ya que la perspectiva del tiempo demuestra que nada es casual en este documento.

Siendo así que el lenguaje ambiguo será una característica no solo de la Sacrosanctum Concilium sino de todos los documentos del Concilio Vaticano II, lográndose así que aunque se escribieran pensando de una manera, pudieran ser aplicados de otra bien distinta.

Por supuesto, paralelamente a este deseo de participación colectiva, comienza a despuntar un sentimiento reacio a todo individualismo:

“Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi privada. Esto vale, sobre todo, para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los Sacramentos.” (Sacrosanctum concilium, artículo 27) SEGUNDO CRITERIO: los fieles deben comprender la liturgia “En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria.” (Sacrosanctum concilium, artículo 21) “Los ritos deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones.” (Sacrosanctum concilium, artículo 34)

“Porque la Liturgia consta de una parte que es inmutable por ser la institución divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden y aún deben variar, si es que en ellas se han introducido elementos que no responden bien a la naturaleza íntima de la misma Liturgia o han llegado a ser menos apropiados.” (Sacrosanctum concilium, artículo 21)

¿Insinúa acaso el concilio que en la Santa Misa Tradicional custodiada por la Iglesia a lo largo de los siglos se han ido introduciendo elementos no apropiados como afirmaban los herejes? No, no lo insinúa: Lo afirma más adelante tratando de justificar la reforma de los sacramentos y sacramentales.

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“Habiéndose introducido en los ritos de los sacramentos y sacramentales, con el correr del tiempo, ciertas cosas que actualmente oscurecen de alguna manera su naturaleza y su fin, y siendo necesarios acomodar otras a las necesidades presentes, el sacrosanto Concilio determina lo siguiente para su revisión.” (Sacrosanctum concilium, artículo 62)

“En consecuencia, simplifíquense los ritos, conservando con cuidado la sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo, se han duplicado o añadido; restablézcanse, en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres, algunas cosas que han desaparecido con el tiempo, según se estime conveniente o necesario.” (Sacrosanctum concilium, artículo 50)

Por lo que la idea de simplificación y purga de los textos empleada por los herejes iba a justificarse con una supuesta vuelta a los orígenes tal y como ellos hacían. Pero sigamos adelante.

Por medio de este documento, se busca a su vez recuperar la homilía, que en algunas partes era potestativa.

“Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma Liturgia, la homilía, (…) Más aún, en las Misas que se celebran los domingos y fiestas de precepto, con asistencia del pueblo, nunca se omita si no es por causa grave.” (Sacrosanctum concilium, artículo 52) Y se añade la posibilidad de algo si cabe más peligroso que propia la simplificación de ritos:

“Incúlquese también por todos los medios la catequesis más directamente litúrgica, y si es preciso, téngase previstas en los ritos mismos breves moniciones, que dirá el sacerdote u otro ministro competente, pero solo en los momentos más oportunos, con palabras prescritas u otras semejantes.” (Sacrosanctum concilium, artículo 35, apartado 3)

Este artículo sobre las moniciones, aunque tal y como está redactado no lo parezca, abriría la puerta a que los propios sacerdotes optasen por saltarse literalmente el ritual e improvisasen con palabras mediocres, profanas y sin sentido gran parte de la celebración, e incluso va a beneficiar el acaparamiento de las mismas celebraciones por parte de fieles con ganas de protagonismo, aun cuando los mismos padres conciliares declaraban la necesidad de ajustarse estrictamente al ritual que iba a ser promulgado, sin saltarse ni la última de las comas.

“Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.” (Sacrosanctum concilium, artículo 22, apartado 3)

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Y por supuesto, no podíamos cerrar este segundo criterio para la reforma litúrgica, que recordamos pretendía la mejor comprensión de los fieles de la misma, sin mencionar el polémico tema del latín y la lengua vernácula, del que los padres conciliares no tienen la más mínima duda:

“Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.” (Sacrosanctum concilium, artículo 36, apartado 1)

Sin embargo, aun en este punto tan firmemente declarado, dejan abierta una peligrosa puerta cuya custodia entregan, como no, a las anteriormente citadas conferencias episcopales.

“En las Misas celebradas con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la lengua vernácula, principalmente en las lecturas y en la «oración común». (…)Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.” (Sacrosanctum concilium, artículo 54)

“Será de incumbencia de la competente autoridad eclesiástica territorial, (…) determinar si ha de usarse la lengua vernácula y en qué extensión. (…) Estas decisiones tienen que ser aceptadas, es decir, confirmadas por la Sede Apostólica.” (Sacrosanctum concilium, artículo 36, apartado 3)

“La traducción del texto latino a la lengua vernácula, que ha de usarse en la Liturgia, debe ser aprobada por la competente autoridad eclesiástica territorial antes mencionada.” (Sacrosanctum concilium, artículo 36, apartado 4)

Ahora bien, si quieren saber por qué falló esta directriz, es a las conferencias episcopales a las que deben dirigirse.

TERCER CRITERIO: Adaptación de la liturgia a la mentalidad y tradiciones de los pueblos. “La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva integro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces lo acepta en la misma Liturgia, con tal que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico.” (Sacrosanctum concilium, artículo 37)

Y nuevamente el documento deja la puerta abierta a que se materialicen estas cuestiones descritas con un lenguaje ambiguo, encargándoselas a las conferencias episcopales.

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“Al revisar los libros litúrgicos, salvada la unidad sustancial del rito romano, se admitirán variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones, y se tendrá esto en cuenta oportunamente al establecer la estructura de los ritos y las rúbricas.” (Sacrosanctum concilium, artículo 38)

“Corresponderá a la competente autoridad eclesiástica territorial (…) determinar estas adaptaciones dentro de los límites establecidos, en las ediciones típicas de los libros litúrgicos, sobre todo en lo tocante a la administración de los Sacramentos, de los sacramentales, procesiones, lengua litúrgica, música y arte sagrados, siempre de conformidad con las normas fundamentales contenidas en esta Constitución.” (Sacrosanctum concilium, artículo 39)

Y con respecto a la música durante la liturgia que a día de hoy roza la mofa y la blasfemia, por no decir otra cosa, aunque sorprenda a muchos, en el concilio se declara lo siguiente:

“Consérvese y cultívese con sumo cuidado el tesoro de la música sacra.” (Sacrosanctum concilium, artículo 114)

“La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas. Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos.” (Sacrosanctum concilium, artículo 116)

Y así debía haberse mantenido la música sacra como única permitida, fuese monofónica o polifónica. Sin embargo, en los artículos siguientes aparece de nuevo la ambigüedad, y se abren las puertas a una serie de adaptaciones imprecisas que se dejarán en manos de las conferencias episcopales:

“Foméntese con empeño el canto religioso popular, de modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en las mismas acciones litúrgicas, de acuerdo con las normas y prescripciones de las rúbricas, resuenen las voces de los fieles.” (Sacrosanctum concilium, artículo 118)

“Como en ciertas regiones, principalmente en las misiones, hay pueblos con tradición musical propia que tiene mucha importancia en su vida religiosa y social, dése a esta música la debida estima y el lugar correspondiente no sólo al formar su sentido religioso, sino también al acomodar el culto a su idiosincrasia, a tenor de los artículos 39 y 40. Por esta razón, en la formación musical de los misioneros procúrese cuidadosamente que, dentro de lo posible, puedan promover la música tradicional de su pueblo, tanto en las escuelas como en las acciones sagradas.” (Sacrosanctum concilium, artículo 119)

En los artículos 39 y 40 se dice respectivamente:

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“Corresponderá a la competente autoridad eclesiástica territorial, (…) determinar estas adaptaciones dentro de los límites establecidos.” (Sacrosanctum concilium, artículo 39)

“La competente autoridad eclesiástica territorial, (…) considerará con solicitud y prudencia los elementos que se pueden tomar de las tradiciones y genio de cada pueblo para incorporarlos al culto divino. Las adaptaciones que se consideren útiles o necesarias se propondrán a la Sede Apostólica para introducirlas con su consentimiento.” (Sacrosanctum concilium, artículo 40)

A su vez, con respecto a los instrumentos permitidos dentro del templo, se declara lo siguiente:

“Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales.

En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, (…) siempre que sean aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles.” (Sacrosanctum concilium, artículo 120)

Otra vez la ambigüedad en manos de las conferencias episcopales.

Y quien habla de música, habla también de arte sacro, y de la cantidad de Iglesias de arte moderno que se han construido incumpliendo las normas del mismo concilio que con su mera existencia se burlan de todo lo sacro y cuyas estructuras son dignas únicamente de los templos de Belial.

“Los ordinarios, al promover y favorecer un arte auténticamente sacro, busquen más una noble belleza que la mera suntuosidad. Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y ornamentación sagrada. Procuren cuidadosamente los Obispos que sean excluidas de los templos y demás lugares sagrados aquellas obras artísticas que repugnen a la fe, a las costumbres y a la piedad cristiana y ofendan el sentido auténticamente religioso, ya sea por la depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte.” (Sacrosanctum concilium, artículo 124)

“Al juzgar las obras de arte, los ordinarios de lugar consulten a la Comisión Diocesana de Arte Sagrado, y si el caso lo requiere, a otras personas muy entendidas, como también a las Comisiones de que se habla en los artículos 44, 45 y 46.” (Sacrosanctum concilium, artículo 126)

¿A qué comisiones se refieren?

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“Conviene que la competente autoridad eclesiástica territorial (…) instituya una comisión Litúrgica con la que colaborarán especialistas en la ciencia litúrgica, música, arte sagrado y pastoral. (…) La Comisión tendrá como tarea encauzar dentro de su territorio la acción pastoral litúrgica bajo la dirección de la autoridad territorial eclesiástica arriba mencionada.” (Sacrosanctum concilium, artículo 44)

“Asimismo, cada diócesis contará con una Comisión de Liturgia para promover la acción litúrgica bajo la autoridad del Obispo.” (Sacrosanctum concilium, artículo 45)

“Además de la Comisión de Sagrada Liturgia se establecerán también en cada diócesis, dentro de lo posible, comisiones de música y de arte sacro. Es necesario que estas tres comisiones trabajen en estrecha colaboración, y aun muchas veces convendrá que se fundan en una sola.” (Sacrosanctum concilium, artículo 46)

Es decir, que podemos afirmar sin lugar a dudas que las conferencias episcopales han permitido bien por su negligencia, bien por su mala fe, que se llegue a los extremos de profanación actuales ya que era su responsabilidad custodiar lo más sagrado del catolicismo, tomar las decisiones adecuadas y exigir que se cumpliesen.

De ellas, recordamos, también dependía la custodia de los rituales de sacramentos y sacramentales.

Pero, ¿Qué se va a pedir a unas estructuras humanas creadas al margen de la voluntad de Dios? Han hecho lo que su naturaleza les obligaba: tomar decisiones de hombres adaptadas a los hombres.

Veamos pues, según las directrices del concilio qué cambiaría del Misal ya reformado por Juan XXIII.

El nuevo ritual realizado según las directrices del concilio y sin la interferencia de las comisiones de expertos o conferencias episcopales sería una celebración íntegramente en latín salvo las preces y las lecturas, en casos concretos, con moniciones, y tal vez con ritos más simplificados, pero en definitiva, una celebración con música sacra, celebrada en una iglesia totalmente digna con el Sagrario en el centro y toda la acción eucarística focalizada hacia Nuestro Señor Sacramentado, ya que el sacerdote junto con los fieles unidos como parte del mismo cuerpo de Cristo, estarían de cara a Nuestro Señor su cabeza, porque nada hay en todo el concilio que establezca que se deba celebrar de espaldas a Dios.

Así se entienden las palabras de S.S. Benedicto XVI, cuando afirmaba en su obra “Informe sobre la fe” que tras el Concilio litúrgicamente hablando no se había hecho lo que el concilio había definido.

Como afirma Mons. Klaus Gamber en su obra “La reforma de la liturgia Romana”

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“El "Ordo Missae" publicado en 1965, poco después del Concilio (…) mostraba claramente que en un principio no se había pensado en una reforma fundamental del "Ordo Missae". Como expresamente se hace notar en su introducción, se tuvieron en cuenta las exigencias de la Constitución litúrgica, de que el antiguo rito permaneciera intacto aparte de algunos cambios y supresiones secundarias (como la del salmo XLII, en las oraciones al pie del altar y el último Evangelio). Ciertamente se estará de acuerdo que en las instrucciones para la aplicación de la Constitución sobre la liturgia (Instructio ad exsequendan Constitutionen de liturgia) de 26 de septiembre de 1965, de lo que se trataba era solamente de una mera "restauración de los libros litúrgicos". Un teólogo sin prevenciones, que conociese las costumbres romanas, pensaría en una revisión mesurada, particularmente en un enriquecimiento de los textos litúrgicos existentes, pero nunca en una nueva modificación del rito de la Misa. Si no ¿por qué el decreto de introducción del "Ordo Missae" de 1965 ordenaba que este "ordo" "sea tenido en cuenta para las nuevas ediciones del "Missale romanum"? No se hacen imprimir unos Misales destinados a tener sólo cuatro años de validez. Por consiguiente el nuevo "Ordo Missae" de 1965 era, evidentemente, el previsto para los nuevos Misales, revisados según la "Instructio".”

El propio Pablo VI en su discurso del 4 de diciembre de 1963, en el que quedó promulgada la Constitución Sacrosanctum Concilium, añadió una seria advertencia para intentar prevenir los posibles excesos y arbitrariedades que por desgracia se produjeron poco después.

“Si nosotros ahora simplificamos algunas expresiones de nuestro culto y tratamos de hacerlo más comprensible al pueblo fiel y más asequible a su lenguaje actual, no queremos ciertamente disminuir la importancia de la oración, ni posponerla a otros cuidados del ministerio sagrado o de la actividad pastoral, ni empobrecerla de su fuerza expresiva y de su encanto artístico. Sí, queremos hacerla más pura, más genuina, más próxima a sus fuentes de verdad y gracia, más idónea para hacerse espiritual patrimonio del pueblo. Para que esto sea así, queremos que nadie atente contra la regla de la oración oficial de la Iglesia con reformas privadas o ritos singulares, que nadie se arrogue el anticipar la aplicación arbitraria de la constitución litúrgica que nos hoy promulgamos, antes de que se den las oportunas y autorizadas instrucciones y que las reformas, a cuya preparación deberán atender los convenientes organismos posconciliares, sean debidamente aprobadas. Nobleza de la oración eclesiástica es su armonía coral en el mundo: que nadie pretenda turbarla, nadie pretenda ofenderla.”

Entonces, si estas eran las directrices ¿cómo se llegó de esta Misa más o menos coherente con la liturgia tradicional a la monstruosidad que tenemos hoy en día?

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Podemos decir sin lugar a dudas que fue la combinación de la ambigüedad de los documentos, unida a la mala fe de las comisiones y conferencias episcopales las que llevaron a la Santa Misa y a la Iglesia al desastre. Veámoslo.

Como adelantábamos antes, Pablo VI por medio de su motu proprio “Sacram Liturgiam” del 25 de enero de 1964 dejaba en manos del “Consilium ad exsequendam consitiutionem de Sacra Liturgia” la materialización de las reformas indicadas en los nuevos rituales que iban a ser publicados posteriormente.

Esta comisión comenzaría a trabajar bajo la presidencia del Cardenal Giacomo Lercaro y con el masón Annibale Bugnini como secretario. A parte de ellos, lo integraban una cuarentena de miembros propiamente dichos –la mayoría cardenales u obispos– que tenían voz deliberativa y luego estaba el grupo de los consultores encargados de preparar el trabajo.

El Consilium tenía, como función primera, la de preparar una instrucción explicativa del motu proprio “Sacram liturgiam”, determinar las competencias de las autoridades eclesiásticas territoriales en materia litúrgica y velar por la aplicación correcta de la “Sacrosanctum concilium.”

Apenas mes y medio después de su constitución, el 3 de marzo de 1964, el Cardenal Ferdinando Antonelli, miembro del Consilium durante todo el tiempo que este organismo estuvo en vigor, manifiesta una duda de procedimiento en su diario que aparece en la obra “El cardenal Ferdinando Antonelli y la reforma litúrgica”:

“Se le ha pedido al Consilium ad exequendam Constitutionem de Sacra Liturgia la aplicación de la Constitución litúrgica. Ahora bien, mientras no se pruebe lo contrario, el órgano de gobierno es la Congregacion de Ritos; si se crea otro órgano de gobierno se originará una confusión.”

El trabajo del Consilium no era independiente de las competencias propias de la Sagrada Congregación de Ritos. Esto creaba fricciones, que dieron como resultado que los documentos de la reforma fueran presentados oficialmente con las firmas del prefecto y del secretario de la congregación pero también con la del presidente del Consilium.

Ya en pleno trabajo del Consilium, el Cardenal Antonelli, tras su segunda sesión, anota lo siguiente en su diario, como refiere la obra “El cardenal Ferdinando Antonelli y la reforma litúrgica”

“No estoy entusiasmado con los trabajos. Una reagrupación de personas, muchas incompetentes más en la línea de la novedad. Discusiones muy rápidas…, votaciones caóticas…. Dirección débil. Monseñor [Johannes] Wagner estaba inquieto. Me desagrada que cuestiones, que tal vez en sí mismas no son tan graves, pero que están llenas de consecuencias, las discuta y resuelva un órgano que

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funciona de esta manera. La Comisión o el Consilium está formado por 42 miembros: ayer por la tarde éramos 13, ni siquiera un tercio.”

El primero de los trabajos del Consilium fue la instrucción primera para la correcta aplicación de la constitución sobre la sagrada liturgia, denominada instrucción “Inter oecumenici”.

El cardenal Antonelli escribe sobre ella en su diario, como recoge la obra “El cardenal Ferdinando Antonelli y la reforma litúrgica”:

“La Instructio está todavía en borrador, en su contenido y formas; el P. [Carlo] Braga ha leído en gran parte los artículos, en lugar de Bugnini, que no se encuentra muy bien. Pero los ha leído demasiado rápidamente y dando él las explicaciones de un modo seco y poco simpático; sin embargo, todas las cosas que se han propuesto pasan, porque este es el clima del Consilium; ... hay prisa por avanzar y no hay tiempo de reflexionar. … El texto ha sido distribuido e inmediatamente ha comenzado el examen sin que uno haya tenido tiempo de reflexionar … me pregunto si las modificaciones del n. 51 en el ordo Missae, por lo menos algunas, son oportunas... Cuestión importante. No debería haber tanta prisa. Pero los ánimos están agitados y quieren avanzar.”

Dicha instrucción se concluyó en septiembre de 1964 y se publicó el 26 de dicho mes estableciendo su entrada en vigor el día 7 de marzo de 1965 primer domingo de cuaresma.

En el artículo 3 de la instrucción “Inter Oecumenici” se decía:

“Tiene máxima importancia que, desde un principio, estos documentos se apliquen en todas partes con fidelidad y se eliminen las dudas que pueda haber sobre su interpretación. Por eso, el Consilium, por mandato del Sumo Pontífice, ha preparado la presente Instrucción, en la que se definen con mayor precisión las facultades de las Conferencias Episcopales en materia litúrgica, y se exponen más detalladamente algunos principios expresados en los antedichos documentos en términos generales. Finalmente, se permiten o se establecen algunas disposiciones que se pueden llevar a la práctica desde ahora, sin esperar la reforma de los libros litúrgicos.”

De esta forma, por medio de esta instrucción, se decidía que era imprescindible la formación liturgia en todos los campos, se determinaban las competencias y actuación de las conferencias episcopales en materia litúrgica que quedaban fijadas desde entonces, y se les asignaba la total potestad sobre el uso de la lengua vernácula, aunque ya la propia instrucción, contra el propio Concilio Vaticano II, extendía su uso a prácticamente la totalidad de los rituales de sacramentos y sacramentales, salvo en la plegaria eucarística y el canon.

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Sin embargo, el punto más controvertido y novedoso de la instrucción “Inter Oecumenici” es el capítulo V que trata sobre la construcción de iglesias y altares con vistas a facilitar la participación activa de los fieles.

Y por primera vez en la historia, de manera indirecta en el apartado de algo puramente material y estructural, se ordena la celebración de la eucaristía de espaldas a Dios presente en el Sagrario, y resitúa la atención de los fieles hacia el celebrante, que pasa a ser el centro, en lugar de Nuestro Señor, como siempre lo había sido hasta entonces.

Escuchémoslo:

“Conviene que el altar mayor se construya separado de la pared, de modo que se pueda girar fácilmente en torno a él y celebrar de cara al pueblo. Y ocupará un lugar tan importante en el edificio sagrado que sea realmente el centro adonde espontáneamente converja la atención de toda la asamblea de los fieles. Obsérvese lo que prescribe el derecho acerca de la materia con que debe edificarse y adornarse el altar. Además, el presbiterio alrededor del altar tendrá tal amplitud que se puedan desarrollar cómodamente en el los ritos sagrados.

La sede para el celebrante y los ministros se colocará de tal forma que, según la estructura de cada iglesia, sea bien visible a los fieles, y el celebrante aparezca realmente como el presidente de toda la comunidad de los fieles. No obstante, si la sede del celebrante está situada detrás del altar, hay que evitar la forma del trono, que es propia únicamente del Obispo.”

Y tras haber colocado al sacerdote en el centro de la celebración eucarística, se plantea lo inaudito: el Trono del Altísimo debe ser resituado.

“La sagrada Eucaristía se reservará en un sagrario sólido e inviolable, colocado en medio del altar mayor, o de un altar lateral, pero que sea realmente destacado, o también, según costumbres legítimas y en casos particulares, que deben ser aprobados por el Ordinario del lugar, en otro sitio de la iglesia, pero que sea verdaderamente muy noble y esté debidamente adornado. Se puede celebrar la Misa de cara al pueblo, aunque encima del altar mayor este el sagrario, en cuyo caso este será pequeño, pero apropiado.”

Han escuchado bien, una comisión contra los mandatos del Concilio y posiblemente contra la voluntad de Pablo VI sitúa al hombre en el centro del templo, y obliga al Señor, al Todopoderoso a quien se dedica el culto, a irse a un rincón, a un altar lateral. ¿Pero que se dice de los altares laterales?

“Los altares laterales serán pocos; es más, en cuanto lo permita la estructura del edificio, es muy conveniente que se coloquen en capillas separadas de algún modo del cuerpo de la iglesia.”

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En otras palabras, que el Trono del Altísimo no solo es apartado a un lado, sino que se afirma que es conveniente que se desplace a una capilla separada del cuerpo de la iglesia donde en teoría se le rinde culto. ¿Nos hemos vuelto locos o qué?

Eso sí, como leíamos en el artículo 95, se podía dejar el Sagrario en el centro del altar mayor, con una condición. Repitamos la última parte del artículo 95:

“Se puede celebrar la Misa de cara al pueblo, aunque encima del altar mayor este el sagrario, en cuyo caso este será pequeño.”

Esto traducido a la práctica equivale a decir: se puede Misar de espaldas a Dios, pero si se hace, que el Trono de Dios sea tan pequeño que pase desapercibido para los fieles, que deben centrar su atención en el sacerdote, o sea, en la criatura en lugar de en el Creador.

Y por si fuese poco, se establece con urgencia llevar a cabo una serie de omisiones en el ritual tradicional del bautismo, aun antes de que se redactase el ritual reformado.

Escuchémoslas:

“En el rito con que se suplen las ceremonias omitidas en el bautismo de un niño, rito que se encuentra en el Ritual Romano 15, omítanse los exorcismos que se hallan en los números 6 (Exi ab eo), 10 (Exorcizo te, immunde spiritus; Ergo, maledicte diabole) y en el número 15 (Exorcizo te, omnis spiritus).

En el rito con que se suplen las ceremonias omitidas en el bautismo de un adulto, rito que se encuentra en el Ritual Romano 16 omítanse los exorcismos que se hallan en los números 5 (Exi ab eo), 15 (Ergo, maledicte diabole), 17 (Audi, maledicte satana), 19 (Exorcizo te; Ergo, maledicte diabole), 21 (Ergo, maledicte diabole), 23 (Ergo, maledicte diabole), 25 (Exorcizo te; Ergo, maledicte diabole), 31 (Nec te latet) y 35 (Exi, immunde Spiritus).”

Y quede esto bien patente, porque pese a decirlo de manera disimulada, lo han dicho: ¡En el mismo documento se ordena dar la espalda a Dios y suprimir los exorcismos del bautismo contra el diablo! Esto es sin duda algo escandaloso, y así lo percibieron ciertos miembros de la propia comisión que escribió dicho documento.

El 30 de abril de 1965, pocos días después de la promulgación del documento “Inter Oecumenici”, el Cardenal Antonelli expresaba claras dudas en su diario sobre la reforma litúrgica en la que trabajaban:

“Hoy a las doce y media de la mañana se ha clausurado la sesión del Consilium ad exsequendam Constitutionem. Ha sido una sesión constructiva. Pero no me gusta el espíritu. Hay un espíritu de crítica e intolerancia hacia la Santa Sede que no puede llevar a buen fin. Y, además, todo un estudio de racionalidad en la liturgia y ninguna preocupación por la verdadera piedad. Temo que un día se tenga que decir de esta reforma lo que se dijo de la reforma de los himnos en tiempos de

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Urbano VIII: accepit latinitas recesit pietas; y aquí accepit liturgia recessit devotio.”

Lo que significa: Aceptar la liturgia resta devoción.

Más adelante sería publicada la instrucción “Tres abhinc annos” , que reduciría las genuflexiones del celebrante al mínimo y omitiría todas las señales de la cruz sobre la Hostia y el Cáliz, salvo una: la de la consagración, extendiendo además el uso de la lengua vernácula hasta en la propia plegaria eucarística y el canon, lo más sagrado de la celebración, que se había protegido a lo largo de la historia e impedido la más mínima variación en él.

Ante esto escribe el Cardenal Antonelli en su diario, según recoge la obra “El cardenal Ferdinando Antonelli y la reforma litúrgica”

“Lo que es triste (…) es un dato de fondo, una actitud mental, una postura preestablecida, y es que muchos de los que han influido en la reforma, (…) y otros, no tienen amor alguno, veneración alguna por lo que nos ha sido transmitido. Tienen de entrada menosprecio por todo lo que hay actualmente. Una mentalidad negativa, injusta y perjudicial. Desgraciadamente, también el Papa Pablo VI está un poco de esa parte. Tendrán todos las mejores intenciones, pero con esta mentalidad son llevados a derribar y no a restaurar.”

Y así fue, en poco tiempo el uso generalizado de la lengua vernácula originó de manera súbita un horror al latín totalmente fuera de lugar, perdiéndose de este modo por ejemplo, el canto gregoriano.

Pero, ¿Cómo se pudieron tomar esta clase de decisiones tan radicales de manera tan arbitraria? ¿No había ninguna supervisión a las actividades del Consilium?

Escribía el cardenal Antonelli en su diario:

“Es seguro, además, que Pablo VI seguía con atención los trabajos de este Consilium. Recuerdo al respecto que en una reunión de dicho Consilium, y concretamente en la del 19 de abril de 1967, Pablo VI intervino personalmente; y me llamó la atención el hecho de que, hablando del camino actual de la realización de la reforma litúrgica, Pablo VI manifestara su amargura, porque se hacían experimentos caprichosos en la Liturgia, y expresó también su dolor por ciertas tendencias hacia una secularización de la Liturgia. Pero reconfirmó su confianza en el Consilium. Y no se da cuenta el Papa de que todos los perjuicios nacen de cómo ha planteado las cosas el Consilium en esta reforma.”

Por eso no sorprende que poco antes de la publicación de la segunda instrucción, el 23 de abril de 1967, a los tres años del arranque de las actividades del Consilium, el Cardenal Antonelly escribiera en su diario:

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“No puede negarse que los trabajos realizados son colosales. No hay, sin embargo, una organización que requiera maduración. Deprisa, deprisa, con tal de sacar documentos. Se multiplican los esquemas, sin llegar nunca a una forma verdaderamente meditada.

Pésimo el sistema de las discusiones: los Padres son unos 50, aunque no vienen todos, son siempre más de treinta. Pocos tienen una competencia específica. De por sí es difícil hacer funcionar una discusión con tantos miembros; a menudo los esquemas vienen antes que la discusión. Algunas veces, y en cuestiones graves, como la de las nuevas anáforas, se ha distribuido un esquema por la tarde para discutirlo a la mañana siguiente; El Cardenal Lercaro no es hombre para dirigir una discusión. El P. Bugnini sólo tiene un interés: avanzar y terminar.

Peor es el sistema de las votaciones. Ordinariamente se hacen a mano alzada, pero nadie cuenta quién la alza y quién no; y nadie dice cuántos aprueban y cuántos no. Una verdadera vergüenza. En segundo lugar, no se ha podido nunca saber, y la cuestión ha sido planteada muchas veces, qué mayoría es necesaria: si de dos tercios o la absoluta. Las votaciones con fichas se hacen normalmente cuando lo piden varios Padres. Luego el escrutinio de las fichas lo hacen los de la Secretaría.

Otra falta grave es la inexistencia de actas de las reuniones; al menos no se ha hablado nunca de ellas, y lo que es seguro es que nunca se han leído.”

En medio de todo este caos, fue publicada la instrucción “Eucaristicum Misterium”, donde se ratificaba todo lo anterior, y se añadía entre otras cosas, la importancia de la concelebración, la comunión bajo las dos especies en determinados casos, contra lo establecido en el concilio de Trento, e incluso la comunión fuera de las horas de Misa, abriéndose también la puerta a la comunión de pie, eso sí, pidiéndose aún una reverencia antes de la misma.

El 1 de noviembre de 1967, Antonelli escribe en su diario:

“Confusión. Nadie tiene ya el sentido sagrado y vinculante de la ley litúrgica. Los cambios son continuos, imprecisos y algunas veces poco lógicos, y el reprobable sistema, según mi opinión, de los experimentos, han roto los diques y todos, más o menos, obran con arbitrariedad. Hay cansancio. Cansan las continuas reformas y todos desean llegar a un punto definitivo; (…) en los estudios a gran escala continúa el trabajo de desacralización, que ahora llaman secularización; desde aquí se ve que la cuestión litúrgica, que ha tenido gran influjo en la evolución rápida de la mentalidad, entra a su vez en una problemática mucho más vasta y, en el fondo, doctrinal; la gran crisis, por tanto, es la crisis de la doctrina tradicional y del magisterio.”

Pese a todo, muy pronto el impacto de la lengua vernácula en la liturgia suscito una crítica de los textos litúrgicos e incluso bíblicos, pues se consideró que se trataba de un

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lenguaje alejado del corriente que resultaba incomprensible y que respondía a otra mentalidad. Era preciso pues, cambiarlo, y volverlo tan ambiguo que terminó por perder su sentido original. Hablamos de 1968.

Para colmo, por ese entonces, como explica el Cardenal Antonelly en su diario:

“Ha sido nombrado Secretario de la nueva Congregación del Culto Divino el P. Annibale Bugnini, CM. Podría decir muchas cosas de este hombre. He de añadir que Pablo VI lo ha apoyado siempre. No quisiera equivocarme, pero la laguna más notable del P. Bugnini es la falta de formación y sensibilidad teológica. Falta y laguna grave, porque en la liturgia cada palabra y cada gesto traducen una idea que es idea teológica. Tengo la impresión de que se ha concedido mucho, sobre todo en materia de sacramentos, a la mentalidad protestante. No es que el P. Bugnini haya creado estos conceptos, nada de eso, él no ha creado, él se ha servido de mucha gente, y, no sé por qué, ha introducido en el trabajo a gente hábil pero de matices teológicos progresistas. Y, o no se ha dado cuenta, o no ha resistido, como no se podía resistir a ciertas tendencias.”

Ya habíamos hablado que existen pruebas claras de que Bugnini era masón, aunque no se descubrió hasta años más tarde.

De esta forma, el cardenal Antonelly escribía en su diario:

“Ayer, 23 de julio de 1968, hablando con Mons. Giovanni Benelli, Sustituto de la Secretaría de Estado, mostré mis preocupaciones sobre la reforma litúrgica que se hace cada vez más caótica y aberrante. Noté en particular:

1-La ley litúrgica que hasta el Concilio era una cosa sagrada, para muchos ya no existe. Cada uno se considera autorizado a hacer lo que quiere y muchos jóvenes actúan así.

2-La Misa, sobre todo, es el punto doloroso. Se van difundiendo las Misas en casa, en pequeños grupos, en conexión con comidas comunes: la cena.

3-Ahora comienza la acción disgregadora en torno a la confesión.

4-Hacía notar que parte de responsabilidad de este estado de cosas está en la relación con el sistema de los experimentos. El Papa ha concedido al Consilium la facultad de permitir los experimentos. El Consilium utiliza libérrimamente esta facultad. Un experimento hecho en uno o en pocos ambientes cerrados (un monasterio, una parroquia funcional) y por un tiempo limitadísimo, puede valer y es útil; pero concedido ampliamente y sin límites restrictivos de tiempo es el camino abierto para la anarquía.

5-En el Consilium hay pocos obispos que tengan una preparación litúrgica específica, muy pocos que sean verdaderos teólogos. La carencia más acentuada en todo el Consilium es la de los teólogos. En liturgia, toda palabra, todo gesto traduce

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una idea que es una idea teológica. Dado que actualmente toda teología está en discusión, las teorías corrientes entre teólogos avanzados inciden sobre la fórmula y sobre el rito. Con esta consecuencia gravísima: que mientras la discusión teológica permanece al nivel alto de los hombres de cultura, puesta al nivel de la fórmula y del rito se pone en marcha para su divulgación entre el pueblo.

(…) No se puede negar que las disposiciones de la Instructio son confusas y que la misma formulación es todo lo contrario de clara e inteligible. (…)Estamos en el reino de la confusión. Y lo siento porque las consecuencias serán tristes”.

Y el Cardenal Antonelly no se equivocó.

La publicación de la constitución apostólica Missale Romanum el 3 de abril de 1969, Jueves Santo, a la que se añadiría tres días después la publicación del Novus Ordo Missae con la “Institutio generalis missalis romani” causó una verdadera revolución en la Iglesia.

Y no era para menos. El Novus Ordo Missae era una ruptura clara con la tradición litúrgica y un verdadero cambio de rito.

Como explica el escritor católico Michael Davies en su obra “Pope Paul’s New Mass”

“La medida en que el Novus Ordo de la Misa se separa de la teología del Concilio de Trento se puede medir mejor mediante la comparación de las oraciones que el Consilium eliminó de la liturgia de aquellas eliminadas por el hereje Thomas Cranmer. La coincidencia no es apenas sorprendente: es horripilante. Ello no puede ser, de hecho, una coincidencia.”

Ciertamente, cuando los herejes anglicanos de Inglaterra se separaron de la Santa Iglesia Católica en el siglo XVI, cambiaron la Misa y en 1549 en nombre de la Iglesia Anglicana, Cranmer publicó el Libro de Oración Común para instruir a sus sacerdotes y obispos en la nueva liturgia. Este libro, pese lo que nos pese, tiene tantas e inquietantes similitudes con la Nueva Misa post-vaticana, que es imposible dudar del fin para el cual ésta fue creada: para facilitar la perversión de la fe y la unión en el error con el resto de las iglesias.

Por algo escribió Mons. Argaya en su “Diario del concilio” que ante los cambios propuestos para la Santa Misa Católica:

“Los observadores no católicos que están entre nosotros se encuentran satisfechos.”

Veamos las principales similitudes entre ambos rituales:

1) El Libro de Oraciones Anglicano de 1549 fue titulado “La Cena del Señor y la santa Comunión, comúnmente llamada Misa”, título que enfatiza la creencia protestante de que la Misa es una comida, una cena y no un sacrificio. Por su

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parte, la Instrucción General para la Nueva Misa de 1969 que promulgaba el Novus Ordo Missae se titulaba curiosamente “La cena del Señor o Misa”.

2) Los anglicanos reemplazaron los altares por mesas para enfatizar su creencia herética de que la Misa no es un sacrificio sino una simple cena. Concretamente el 23 de noviembre de 1550 se ordenó que fueran destruidos todos los altares en Inglaterra y reemplazados por mesas de comunión. Lo mismo sucedió en la Santa Iglesia Católica cuando en el post-concilio numerosísimas iglesias fueron profanadas y modificadas arquitectónicamente para adaptarse a los nuevos requerimientos de la Misa que incluían un altar diferente, o simple mesa que permitiese la celebración litúrgica de cara al pueblo. Pronto se olvidarían del ara de piedra, las reliquias de los mártires y del sentido del altar del sacrificio.

3) En los templos anglicanos, como saben, los sagrarios fueron desterrados. En los nuevos templos católicos el sagrario ha sido desplazado como decíamos o bien a una nave lateral, o bien a una capilla separada o si está en el centro y a la vista será de tamaño tan reducido que apenas se percibirá su existencia.

4) Los anglicanos hicieron desaparecer las imágenes e iconos del templo. En los nuevos templos católicos apenas existen retablos ni imágenes. Lo que destaca es una mesa desnuda con la sede del sacerdote en el centro de todas las miradas.

5) Los anglicanos sustituyeron el latín por el inglés, decían toda su Misa en voz alta y de cara a la congregación, todo ello con el pretexto de una mayor comprensión por parte de los fieles que ocultaba su propósito de destruir todo lo sacro. Lo mismo se llevó a cabo por medio del Novus Ordo Missae, con la misma excusa, y pronto se vio que lo sacro se desmoronó por sí solo abriéndose la puerta a infinidad de abusos e innovaciones.

6) Por el mismo motivo los anglicanos descartaron la música sacra tradicional reemplazándola por música actual. En el Novus Ordo Missae sucedería lo mismo desterrando el canto gregoriano para siempre de los templos y transformándolos en salas de fiesta con música estridente, cantos profanos y hasta bailes y palmas.

7) En el libro de oraciones anglicano, Cranmer eliminó las oraciones al pie del altar, en el Servicio de la Comunión Anglicana, oraciones que en el Novus Ordo Missae también se eliminaron.

8) En el Libro de Oraciones anglicano de 1549, el Introito, el Kyrie, el Gloria, la Colecta, la Epístola, el Evangelio, el Credo, fueron todos conservados. Todos ellos han sido mantenidas en la Nueva Misa.

9) Las oraciones del ofertorio Acepta, Oh Padre santo… Oh Dios que creaste la humana naturaleza… Te ofrecemos, oh Señor… En espíritu humilde… Venid, santificador todopoderoso y Acepta, santísima Trinidad, fueron todas suprimidas en el Libro de Oraciones anglicano de 1549. Todas ellas han sido suprimidas en la Nueva Misa, a excepción de dos pasajes.

10) En el Libro de Oraciones anglicano de 1549, el diálogo Levantad vuestros corazones, el Prefacio y el Sanctus se conservaron todos. Ellos se han mantenido también en la Nueva Misa.

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11) La versión del Libro de Oraciones Anglicano de 1549 especifica que la Comunión debe ser dada en la mano para significar que el pan es pan ordinario y que el sacerdote no difiere esencialmente del laico. El Novus Ordo Missae aunque no lo decreta formalmente, permite la Comunión en la mano en casi todos los lugares del mundo, e incluso muchas veces van más lejos que los anglicanos permitiendo que los comulgantes reciban de pie la Comunión de manos de un ministro laico.

12) El libro de oraciones anglicano suprime todas las oraciones que hacen una referencia explícita a la presencia real de Cristo en la Eucaristía, especialmente las oraciones de post comunión. Lo mismo sucedió en la Nueva Misa de 1969.

13) El libro de oraciones anglicano suprime también el último Evangelio concluyendo la Misa con la bendición. El Novus Ordo Missae hace lo mismo suprimiendo además las oraciones leoninas que fueran establecidas para proteger a la Iglesia de los ataques enemigos implorando el auxilio de la Santísima Virgen, de San Miguel Arcángel y del Sacratísimo Corazón de Jesús.

Y lo más grave de todo:

14) En el libro de oraciones anglicano se descartaron las oraciones que invocaban a la Virgen y a los Santos, y las que hacían referencia al infierno y al purgatorio en el canon deshaciéndose de ellas, y eliminando también las oraciones que preceden a la consagración. Para la Iglesia Católica este canon siempre fue considerado intocable, pero en el Novus Ordo Missae , se siguieron los pasos de los anglicanos creándose otros tres prefacios obra de hombres paralelos al Canon Romano que siempre había sido considerado como establecido por Dios mismo, que terminaron por sustituirlo en nuestras celebraciones.

Ahora bien, el tema no termina aquí, porque la congregación para el Culto Divino, daba dos años a las conferencias episcopales recién creadas de los respectivos países para traducir el Ritual de la Misa publicado en latín a sus respectivos idiomas.

Pero las conferencias episcopales, todas a una, traducirían mal, apropósito, no a un idioma, sino a todos, el texto de la consagración que dice:

“Qui pro vobis ET PRO MULTIS effundetur in remissio nem peccatorum.”

Como:

“Que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.”

En lugar de:

“Que será derramada por vosotros y por muchos, para el perdón de los pecados.”

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Pues claramente muchos son los llamados a la salvación pero muy pocos los que realmente consiguen salvarse.

En vano intentaría también Su Santidad Benedicto XVI, por medio de un decreto publicado el 17 de octubre de 2006 que se tratase de corregir esta tergiversación claramente humanista. Pero haría un gran favor a la catolicidad permitiendo que se volviese a oficiar la Santa Misa Tradicional, por medio de su motu proprio Summorum Pontificum de 7 de julio de 2007, que había sido prohibido, lo que le costó sin duda su pontificado.

En fin, tal era el escándalo que traía consigo el Novus Ordo Missae, que el propio Cardenal Alfredo Ottaviani, prefecto del Santo Oficio, junto con el cardenal Antonio Bacci enviaron el 25 de septiembre de 1969 una carta a Pablo VI titulada “Breve examen crítico del Novus Ordo Missae” que tienen a su disposición en nuestro blog, para sacar a la luz el daño que este nuevo rito traía consigo para la Misa y la Santa Iglesia Católica.

Y con esto no decimos que la nueva Misa sea inválida, porque la consagración sigue siendo efectiva por ser la Iglesia quien la realiza, pero precisamente porque el Santísimo Sacramento se encuentra presente, la maldad inherente a los abusos que ésta trae consigo se multiplica hasta el infinito. Por eso exhortamos a los fieles que puedan a acudir a la Santa Misa Tradicional, que lo hagan, y a los que no, a los que solo pueden acudir a la nueva Misa, que sean valientes y acompañen a Nuestro Señor, a la Santísima Virgen y a su Santa Iglesia al Calvario, padeciendo con Ellos y pidiendo perdón en sus corazones por todo el daño que están recibiendo de los suyos. Hagan todo lo posible para que el fervor de sus oraciones y penitencias voluntarias sea tal que consuele al Señor y repare todas las injurias que a diario recibe.

Pero la Santa Misa Tradicional no fue la única herida, de forma paralela a la reforma litúrgica se produjo la reforma del Oficio Divino, que quedó totalmente escuálido, eliminándose la hora de prima, reduciendo las tres horas menores a una hora intermedia de libre elección, eliminando de los salmos toda mención al demonio, la condenación y el infierno, lo que produjo la supresión de salmos enteros, y repartiendo los 150 salmos no ya a lo largo de una semana, sino a lo largo de un mes, siendo estos acompañados de unas oraciones tan mediocres y ambiguas que si no fuese por el gloria final no se sabría ni a qué se está rezando.

Y lo mismo sucedió en los demás rituales de los sacramentos y sacramentales, de los que se eliminó toda referencia al demonio, y entre los que destaca lo sucedido con el Nuevo Ritual de Exorcismos reeditado, como todo lo anterior, a tenor del Concilio Vaticano II.

Como explica el Padre Amorth, exorcista del vaticano en una entrevista al periódico italiano 30 Días, publicada en junio de 2001:

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“No estamos de acuerdo con muchos puntos del nuevo Ritual. El texto latino sigue siendo el mismo en esta traducción. Un Ritual tan esperado, al final, se ha transformado en una farsa. Un increíble obstáculo que podría impedirnos actuar contra el demonio.(…) Doy sólo dos ejemplos, ambos increíbles:

- En el punto 15 se habla de los maleficios y de cómo comportarse al enfrentarlos. El maleficio es un mal causado a una persona recurriendo al diablo. Se puede hacer de varias formas, como hechizos, maldiciones, mal de ojo, vudú, macumba. El Ritual romano antiguo explicaba cómo había que afrontar esto. El nuevo Ritual, en cambio, declara, categóricamente, que está totalmente prohibido hacer exorcismos en estos casos. Absurdo. Los maleficios son, por mucho, la causa más frecuente de posesiones y de males causados por el demonio, por lo menos el 90 por ciento de los casos. Esto es como decirles a los exorcistas que dejen de llevar a cabo exorcismos.

-El punto 16 declara, solemnemente, que no se deben de hacer exorcismos si no se tiene la certeza de la presencia del diablo. Esto es una obra maestra de incompetencia: la certeza de que el diablo está presente en una persona, se tiene sólo haciendo el exorcismo. Más aún, los redactores del Ritual no se dieron cuenta de que, en ambos puntos, contradicen el Catecismo de la Iglesia Católica, que indica que hay que hacer exorcismos, tanto en el caso de posesiones diabólicas, como en los casos de males causados por el demonio. Y dice, además, que hay que hacerlo tanto, sobre las personas, como sobre las cosas. Y en las cosas nunca está presente el demonio, sólo su influencia.

Las declaraciones contenidas en el nuevo Ritual son gravísimas y muy perjudiciales, fruto de la ignorancia e inexperiencia. (…) En estos diez años, dos comisiones han trabajado en el Ritual: una compuesta por cardenales, que se ocupó de la Prenotanda, es decir, las disposiciones iniciales, y otra que se ocupó de las oraciones. Yo puedo afirmar, con certeza, que ninguno de los miembros de las dos comisiones ha hecho nunca un exorcismo, ni ha estado presente en exorcismos, ni tiene la menor idea de qué es un exorcismo. Este es el error, el pecado original, de este Ritual. Ninguno de los que colaboraron en él es un experto en exorcismos. (…) Los exorcistas nunca fuimos consultados. Y, además, las comisiones han recibido con desdén las sugerencias que hemos dado. Todo este asunto es perverso.”

A tenor de lo cual le pregunta el periodista:

– “Entonces, ¿quiere eso decir que el nuevo ritual es inutilizable en su lucha contra el demonio?”

A lo que responde el P. Amorth:

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“Sí. Querían darnos un arma sin filo. Se han eliminado las oraciones eficaces, oraciones que tenían doce siglos de existencia fueron substituidas por nuevas oraciones ineficaces. El nuevo Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, el Cardenal Jorge Medina, añadió una Notificación, al Ritual, en la que se especifica que los exorcistas no están obligados a usar este Ritual, y que, si así lo desean, pueden pedir la autorización de sus obispos, para seguir usando el antiguo Ritual. (…) ¿Quieren saber de dónde proviene? De un intento del Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y del propio Cardenal Medina, para introducir, en el Ritual, un artículo -entonces era el artículo 38- por el que se autorizaba a los exorcistas a usar el Ritual anterior.(…)

El Ritual Exorcista [antiguo] debía de ser revisado, no escrito nuevamente. En él, había oraciones que se han usado durante doce siglos. Antes de eliminar oraciones tan antiguas, que han resultado muy eficaces, había que pensarlo con cuidado. ¡Pero no! Todos los exorcistas hemos utilizado las oraciones del Ritual de prueba, y nos hemos dado cuenta de que son absolutamente ineficaces. Pero también el rito del bautismo de los niños ha sido arruinado. Fue renovado, de tal forma, que el exorcismo contra Satanás, ha sido casi eliminado. El bautismo siempre tuvo enorme importancia para la Iglesia, hasta el punto que se le llamaba exorcismo menor. Paulo VI protestó, públicamente, contra ese nuevo rito.

Encontramos esta misma degeneración del rito, en el nuevo bendicionario. He leído, minuciosamente, las 1200 páginas del mismo. Pues bien, se han eliminado, sistemáticamente, todas y cada una de las referencias al hecho que el Señor nos protege contra Satanás, y que los ángeles nos protegen de los ataques del demonio. Todas las oraciones para la bendición de las casas y las escuelas han sido eliminadas. Todo debe ser bendecido y protegido, pero, hoy, ya no hay ninguna protección contra el demonio. Ya no existe ninguna defensa, ni oraciones contra él. El propio Jesús nos enseñó una oración de liberación en el Padre Nuestro: “Líbranos del Maligno. Líbranos de la persona de Satanás”. Esta oración fue traducida mal, y hoy la gente ora, diciendo: “Líbranos del Mal”. Se habla de un mal general, cuyo origen, en el fondo, no se conoce. Sin embargo, el mal contra el que nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a luchar, es una persona concreta: Satanás.”

De esta forma, la Santa Iglesia Católica traicionada por los suyos, fue atada de pies y manos, amordazada, silenciada y despojada de sus principales armas en la lucha contra el mal, lo que permitiría a los enemigos de la fe y a Satanás mismo, someterla a su voluntad.

Y así, abuso tras abuso, profanación tras profanación, cuando todo estuvo preparado se dio el golpe de estado más perverso de la historia de la humanidad, que destronaría al verdadero Santo Padre, Su Santidad Benedicto XVI y alzaría en su lugar al falso profeta, Jorge Mario Bergoglio, quien convirtió la otrora Cátedra de la Verdad en Sede

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de Iniquidad, tal y como había sido revelado a Su Santidad León XIII, y quien será el encargado de asestar el golpe mortal a la Santa Iglesia Católica construyendo en su lugar la Gran Prostituta por medio de la unión de todos los credos en la Iglesia Universal, que se convertirá en la mano derecha del Anticristo cuando aparezca y llevará al mundo a la peor de sus ruinas.

Por eso desde el Concilio Vaticano II se está enseñando erradamente la doctrina luciferina de la salvación universal, que Cristo se unió con todo hombre, y que el hombre es superior a todo y que todo debe someterse a él, y un día evolucionar hasta llegar a ser Cristo.

Por ello, pronto veremos al falso profeta, Jorge Mario Bergoglio, proclamar la unión de iglesias hacia la cual lleva trabajando todo su pontificado tratando de limar todo aquello que se le opone como por ejemplo el celibato eclesiástico, afirmando que no es ningún dogma; la prohibición del divorcio, permitiendo comulgar a los divorciados, y la ordenación de mujeres, planteándose si ordenar diaconisas, basándose en una mala traducción presente en todas las biblias actuales del término “diakonon” de Romanos capítulo 16, versículo 1, en el que se dice:

“Les recomiendo (a ustedes) a Febe, hermana nuestra, que es también servidora de la Iglesia que está en Cencreas.”

Y que ha sido traducido en todas las biblias actuales previniendo este momento, como:

“Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la Iglesia de Cencreas.”

Cosa que cambia bastante.

Pero no han de escandalizarse. Todo esto debe suceder para que se cumpla el plan que Dios tiene para el mundo. Así como Nuestro Señor fue traicionado por los suyos y entregado a los impíos para padecer la peor de las muertes, de igual modo la Santa Iglesia Católica ha de padecer por medio de los últimos mártires de la historia, para lograr la santificación heroica de los suyos.

El objetivo de esta serie ha sido mostrarles la situación tan desesperada en la que vivimos actualmente, pues estamos a las puertas de la manifestación del Impío.

Serán tiempos difíciles, los más dramáticos de la historia de la humanidad, y pese a lo que muchos falsos profetas dicen, no habrá vuelta atrás: Así como el Templo de Jerusalén fue destruido en dos ocasiones por las perversiones que se realizaban profanando sus atrios, de igual forma Roma, debe caer bajo las manos enemigas, antes de que el Impío llegue al poder, tal y como se dice en el Libro del Apocalipsis capítulo 17 versículos 1 y del 15 al 17:

“Ven, que te voy a mostrar el juicio de la Gran Prostituta, que se sienta sobre grandes aguas, (…) Las aguas que has visto, donde está sentada la Ramera, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas. Y los diez cuernos que has visto y la

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Bestia, van a aborrecer a la Ramera; la dejarán sola y desnuda, comerán sus carnes y la consumirán por el fuego; porque Dios les ha inspirado la resolución de ejecutar su propio plan, y de ponerse de acuerdo en entregar la soberanía que tienen a la Bestia hasta que se cumplan las palabras de Dios.”

Por eso, cuando sucedan estas cosas, no han de escandalizarse, sino recordar que todo esto había sido predicho de antemano por el Señor: La caída de Roma propiciará el establecimiento de la sede del Anticristo y del Falso profeta en Jerusalén, desde donde cerrarán las puertas de la Salvación cancelando el Sacrificio Perpetuo, esto es la Santa Misa, y reinarán tiránicamente transformando el mundo en un infierno hasta que el último mártir sea asesinado. Entonces vendrá el día de la ira, en el que el Señor castigará a las naciones por sus crímenes y todo el orbe será reducido a cenizas, tras lo cual resucitarán los muertos y se llevará a cabo el implacable Juicio Final, para mayor gloria de los justos que serán admitidos en cuerpo y alma en la presencia del Todopoderoso y mayor oprobio de los impíos, que serán condenados a pasar la eternidad padeciendo en cuerpo y alma en las llamas del infierno.

Ahora bien, ¿y qué podemos hacer los fieles católicos para salvar nuestras almas y prepararnos para el martirio cuando la Santa Iglesia Católica nos sea arrebatada y los sacramentos suprimidos?

Para ello tenemos los sacramentos de emergencia, que todo católico debe conocer para casos urgentes en los que sea imposible recibir el sacramento real. No son por tanto sustitutos de los verdaderos sacramentos, sino ayudas del Cielo para tiempos desesperados, como los que están por venir.

Dado que nadie, salvo que reciba el bautismo, puede entrar en el Reino de los Cielos, en peligro de muerte de un no bautizado la Iglesia enseña que todos y cada uno de los fieles no solo pueden, sino que deben llevar a cabo el bautismo de emergencia.

Este bautizo se realiza de la siguiente manera. Grábenlo en la mente porque puede salvar muchas almas.

Primero, quien lo realiza debe tener la intención de realizar lo que hace la Iglesia Católica.

Y segundo, se debe derramar agua natural sobre la cabeza del no bautizado mientras se dice:

“Yo te bautizo en el Nombre del Padre Y del Hijo Y del Espíritu Santo.”

Es necesario que ambas cosas se realicen a la vez.

Ahora bien, si la persona está consciente debe hacer un acto de fe antes del bautismo, como por ejemplo:

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“Creo en Dios Padre, Creo en Dios Hijo, Creo en Dios Espíritu Santo, Creo en la Santísima Virgen concebida sin pecado original y cuanto enseña la Santa Iglesia Católica.”

Y si está inconsciente, se puede llevar a cabo el bautismo condicional diciendo:

“En caso de que no estés bautizado, si permaneces con vida, yo te bautizo en el Nombre del Padre Y del Hijo Y del Espíritu Santo.”

Ahora bien, ¿qué pasa si ya estamos bautizados, hemos cometido algún pecado y no existe posibilidad alguna de confesarse, sea por anulación del sacramento o sea por ver cercana la muerte?

En ese caso debemos recurrir a los actos de contrición perfecta, aborreciendo de todo corazón el pecado, y diciendo:

“Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta para el perdón de mis pecados. Amén.”

O más breve, para los moribundos:

“Dios mío, perdóname; Dios mío, perdóname; Dios mío perdóname.”

Esto no sustituye a la confesión, pero en casos de extrema gravedad puede marcar la diferencia entre salvación o condenación.

Y, ¿qué hacer cuando se suprima la Santa Misa y no haya posibilidad de seguirla realizando a escondidas?

Para ello podemos hacer dos cosas, ofrecer al Padre el Sacrificio de Cristo por los pecados del mundo por medio del Rosario de la Divina Misericordia, y llevar a cabo la comunión espiritual, de este modo:

“Creo Jesús mío que estáis realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros en mi alma. Pero como ahora no puedo recibiros sacramentado, venid a lo menos espiritualmente a mi corazón. Yo quisiera Señor recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con la que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los Santos.”

Se hace una pausa para la oración y se concluye diciendo:

“Eterno Padre, os ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y Divinidad de tu amadísimo Hijo Nuestro Señor Jesucristo en expiación de mis pecados, los pecados del mundo entero y la salvación de las almas.

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Como si ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno a Vos. No permitáis, Señor, que jamás me separe de Vos.

Amen.”

Y por último, en los casos en los que sea imposible recibir a tiempo la unción de enfermos, se recomienda al moribundo decir, si todavía tiene fuerzas:

“En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.”

Y los acompañantes deberán rezar a su lado todo lo que él no pueda rezar, y cuando la agonía se presente, han de recitar en voz alta la recomendación del alma, por ejemplo, del modo que sigue:

“Querido hermano (se dice el nombre), te entrego a Dios y como criatura suya te pongo en sus manos, pues es tu Creador, el que te formó del polvo de la tierra. Que al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los Ángeles y Santos. Que Cristo, que sufrió muerte de cruz por ti, te conceda la verdadera libertad. Que Cristo, Hijo de Dios vivo, te aloje en su paraíso. Que Cristo, buen pastor, te cuente entre sus queridas ovejas. Que te perdone todos los pecados y te agregue al número de sus elegidos. Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor y gozar de la visión de Dios por los siglos de los siglos. Amén”

Y terminado esto, si es posible, se da a besar al moribundo un crucifijo, y haciendo la señal de la Cruz en su frente se concluye diciendo:

“Que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, estén contigo, te infundan esperanza y te conduzcan a la paz de su Reino Celestial, por los siglos de los siglos. Amén.”

Con esto, queridos hermanos, aun cuando los sacramentos nos sean arrebatados, un católico puede mantenerse en estado de gracia con Dios y con su ayuda salvar su alma. Pero es importante que entiendan, que estas cuestiones no son mágicas, que es necesario llevar una vida santa desde ya mismo, aborreciendo el pecado y no esperar a convertirse a última hora, porque si siguen viviendo sus vidas tibias esperando avisos que no vendrán, terminarán pereciendo en sus pecados y entonces no habrá remedio alguno para ustedes.

Como exclamaba San Alfonso María de Ligorio en su obra “Preparación para la muerte”

“¡Desdichado del que difiere la conversión hasta el día postrero! (…) La hora de la muerte es tiempo de confusión y de tormenta. Entonces los pecadores pedirán el auxilio de Dios, pero sin conversión verdadera, sino sólo por el temor del infierno, que ya verán cercano, y por eso justamente no podrán gustar otros frutos que los de su mala vida. “Aquello que sembrare el hombre, eso también segará”. (Ga. 6, 8). (…) San Jerónimo decía que de cien mil pecadores que vivan en pecado hasta que les llegue la muerte, apenas si uno se salvará. San Vicente Ferrer afirmaba que

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la salvación de uno de ésos sería mayor milagro que la resurrección de un muerto. [Pues] ¿qué arrepentimiento se puede esperar en la muerte del que hubiera vivido amando el pecado, hasta aquel instante? (…)« Quien voluntariamente se expone al peligro, en él perecerá» (Ecl. 3, 27).” Queridos hermanos, con todo lo explicado tienen herramientas más que suficientes para comprender y afrontar la gran tribulación que está a las puertas. Pero no demoren su conversión hasta mañana. Este es el tiempo de la misericordia, este es el tiempo de la salvación. Conviértanse ahora, porque mañana puede ser demasiado tarde. Somos Sanguis et Aqua, dos fieles católicos. Que la paz y sobre todo la verdad de Cristo estén con todos ustedes.

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Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis

Miserere nobis et totius mundi.