El Angel Sin Cielo

download El Angel Sin Cielo

If you can't read please download the document

description

Berenguer Barrera Jorge

Transcript of El Angel Sin Cielo

2El ngel sin cieloJorge Berenguer BarreraA Susana, por lo que ella sabe y por lo que slo s yo.Resea:Excato, uno de los ngeles que fueron arrojados a la tierra por revelarse contra su creador, tal y como nos relata el libro del Apocalipsis, sufre la condena infinita de vivir eternamente entre los mortales, anhelando que llegue una improbable redencin. Acompandolo en su viaje por el tiempo contemplaremos varios siglos de historia a travs de sus ojos hastiados e inocentes. Excato participa en la guerra de Las Galias, en los tiempos de Julio Csar, y en sucesos histricos como el asesinato del emperador Claudio y la crucifixin de Jess de Nazareth. Tambin realizar un demencial viaje sin esperanza en busca de los lmites del mundo, que le llevar a vivir extraordinarias aventuras.El autor: Jorge Berenguer Barrera (Barcelona, 1967) Amante de la historia y de las clsicas novelas de aventuras. El ngel sin cielo es su primera novela. Anteriormente public una recopilacin de relatos titulado Flores ausentes."Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ngeles lidiaban contra el dragn; y lidiaban el dragn y sus ngeles. Y no prevalecieron, ni su lugar fue ms hallado en el cielo. Y fue precipitado aquel gran dragn, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satans, el cual engaa a todo el mundo; fue arrojado a la tierra, y sus ngeles fueron arrojados con l.(Apocalipsis 12:7-9)El InicioSoy un ngel, uno de los traidores.Hace mucho tiempo hubo una guerra, y fuimos arrojados a la tierra por un ejrcito de arcngeles en cuyos ojos sin mirada habitaba la clera de un dios enloquecido por el dolor. Empuaban con furia espadas llameantes, y las almas de los derrotados crepitaban en silencio, envueltas en fuego azul, alumbrando su propia extincin. Ardan durante das, recortndose contra un cielo oscuro y sin dios, antiguo como los tiempos. Los arcngeles buscaron entre los derrotados, susurrando el nombre de los cados con su voz extraa y apagada, que suena como el rumor de las hojas en un bosque muy antiguo.Los que sobrevivimos fuimos condenados a llorar lgrimas de sangre y a habitar eternamente entre los hombres. Desde hace miles de aos estamos atrapados en su historia e involucrados en sus pasiones, pero no formamos parte de ellas porque no podemos morir, y el desafo al tiempo y al destino es lo que otorga sentido a la vida.No podemos morir, forma parte de la represalia.Los mensajeros de la muerte nos eluden cuidadosamente, sin mirarnos a los ojos. Son tmidos y esquivos, y muy eficaces. Se asemejan a la sombra de una persona delgada e impaciente. Una sombra solitaria, desprendida de su origen, que se desliza suavemente entre las sombras reales del mundo. Van y vienen, inquietos y atareados. Son impasibles y silenciosos. Me gustara que pudierais verlos.Durante siglos he continuado guerreando. Nunca he perdido la esperanza de que un mensajero de la muerte inexperto acaricie mi nuca por error en el fragor de una batalla y me conceda el descanso, aunque es muy difcil que ocurra, porque son seres meticulosos y reflexivos.1.- NohmAo 58 a.C.El ngel se acost en la hierba tibia, en el centro de un prado cubierto de amapolas, y cuando cerr los ojos el sol le acarici los prpados como una promesa de redencin. Ola a primavera y a paz, y la atmsfera era clida y pura como el suspiro de un nio. Sinti el calor de la tierra abrindose paso hacia su corazn a travs de la desesperanza, como el abrazo de una madre, y el alivio fue tan profundo que pudo or los antiguos secretos que susurraba la brisa al enredarse entre la hierba joven.Sbitamente, sinti entre los dedos una corriente de aire helado y supo que el jinete estaba muy cerca, antes incluso de percibir la vibracin en la tierra y volver la cabeza. Era un guerrero gigantesco, cubierto de una cota de malla oscura y fra. El hombre se funda con su montura, envueltos ambos de argollas de hierro negro. Ahora haca fro, porque el jinete no tena mirada. l y su caballo estaban muertos, pero no lo saban. Inici un trote corto, y las anillas sonaron cantarinas como la bolsa de monedas con las que se paga una traicin. Las amapolas caan abatidas por los cascos enormes y quedaban en el suelo como lgrimas de sangre. El ngel se incorpor, invadido por una devastadora tristeza, e inici una carrera sin esperanzas hacia el exterior de su propio sueo. Se sinti ligero como la brisa y tuvo la desconcertante certeza de que lograra eludir su destino, pero en aquel mismo instante la sombra formidable del jinete empez a devorar a su propia sombra, que se extenda frente a l, deslizndose sobre las amapolas mientras corra. Sinti el aliento glido del caballo a su espalda y, acto seguido, el impacto de la lanza en el hombro. Rod entre las flores, que ahora estaban fras, y lo ltimo que vio, recortndose contra el sol, fue la silueta monstruosa del jinete, que alzaba despacio la gigantesca espada. Baj la mirada derrotado por el terror, y cuando el guerrero descarg el golpe el ngel despert de su pesadilla. Abri los ojos y sus pupilas se contrajeron dolorosamente. Haba un pequeo ventanuco irregular en el techo abovedado, por el que entraba el sol del medioda, deslumbrndole. Observ fascinado la constelacin de motas de polvo que se desplazaban de forma casi imperceptible por la franja de luz, al unsono. Era un universo extrao y remoto, sumergido en la calma. El ngel estaba en una pequea habitacin en penumbra, tendido boca arriba, y tena una herida de flecha en el hombro que le haba astillado el omoplato, cerca de la nuca. Sinti la presencia de un nio, muy cerca, y pudo sentir su alma sin mirarlo. Tena unos nueve aos, y estaba sentado con las piernas cruzadas al estilo egipcio sobre una esterilla de papiro trenzado. Espantaba meticulosamente las moscas que acechaban la herida, con una vara rematada por plumas de ibis. Lo haca porque se lo haban ordenado, y las pulseras de su mueca eran las que tintineaban en el sueo. Vas a morir, extranjero? murmur el nio en un griego El griego se consideraba en aquella poca la lengua culta por excelencia en toda la zona mediterrnea. Dominarlo era una sea de distincin, adems de un prctico recurso para hacerse entender en todas partes. impecable, cuando le vio abrir los ojos. Nunca vi morir a nadie aclar, esperanzado.En alguna parte haba un cuenco de barro con incienso de amapolas, y durante unos instantes dese acostarse de nuevo entre las flores fras. No, Nebeth, no voy a morir respondi sin pensar. El nio dej de abanicarle, sobresaltado como un monito. Cmo sabes mi nombre, extranjero? Eres un mago? El ngel intent incorporarse pero tuvo que desistir inmediatamente, desquiciado por el dolor, y sinti de nuevo la oscuridad tremenda del sueo, tentndole. Se aferr desesperadamente al sonido de su propia voz para no perderse entre las amapolas. Mi nombre es Excato y soy un ngel. Un aggelos. Uno de los mensajeros de un dios que no conoces. Pero soy uno de los traidores, monito. Un impuro.Repuesto de su sorpresa, Nebeth se ri como un animalito bien alimentado y le observ con sus ojillos vivaces. Traicionaste a tu dios?El ngel cerr de nuevo los ojos, dejndose embargar dcilmente por el sopor para que el nio dejara de hacer preguntas. Tengo que avisar a Nohm, el secretario del amo. Me dijo que deba avisarle inmediatamente si despertabas, mensajero de tu dios murmur el monito, sbitamente preocupado y sin esperar ya una respuesta a su pregunta. Comenz a incorporarse despacio, abatido porque su tarea haba finalizado. Y no soy un mono, traidor.Termin de levantarse de un salto y sali corriendo por una puerta oculta en la penumbra, dejando tras de s el eco de su risa traviesa, que se enredaba con el tintineo de las pulseras."S lo eres, ya te dars cuenta, pens el ngel. Tienes alma de monito. Puedo escucharla porque eres joven an. A medida que crecis, la mayora de los humanos os alejis de vuestra alma y resulta ms difcil descifrarla. Pero ya te dars cuenta. En el sur conoc al pueblo de los cazadores de monos. Los hombres fijan una pequea vasija de barro rellena de dtiles baados en miel entre las ramas de un rbol. Los monitos introducen su mano y los aferran vidamente, pero cuando intentan retirarla se dan cuenta de que no pueden sacar el puo preado de dtiles por el pequeo orificio. Su naturaleza avariciosa y terrenal ni siquiera contempla la posibilidad de renunciar a su tesoro, y los cazadores lo saben. Tan slo tienen que caminar hasta el rbol, romper la vasija y capturar al monito vociferante. Los venden en los mercados mediterrneos, y acaban en los barrios altos de Roma, encadenados por el cuello y comiendo dtiles con miel hasta que mueren de viejos. Esa es tu naturaleza, pequeo Nebeth. Ya lo descubrirs.Intent moverse, pero el dolor le hizo desistir instantneamente. Las moscas se detenan en las comisuras de sus labios. "Permite al dolor que te habite y reconcliate con l". Las palabras de Elia, pronunciadas muchos aos atrs, sonaron inesperadamente en sus odos como un eco antiguo.Sbitamente le presinti. Su alma se encogi como un pequeo animal alarmado. Era un ngel, otro de los derrotados, y se acercaba. Haca mucho tiempo que no se cruzaba con ninguno, y siempre se evitaban dirigiendo la vista al suelo. Sin embargo ahora se acercaba. Entr en la pequea habitacin sin detenerse a mirarle, agachando la cabeza al pasar bajo el arco de la puerta, y Excato le reconoci de inmediato, a pesar de la penumbra. Su figura altiva, envuelta en lino plisado e inmaculadamente blanco, se desliz en silencio hasta la esterilla donde haba estado Nebeth, y coloc un taburete de cedro en el centro geomtrico del rectngulo de papiro trenzado. Incluso a Excato le sorprendi la precisin de sus movimientos. Era una meloda inspirada habitando un atardecer sereno. La misma elegancia sin objeciones. Eres Noh, el mensajero murmur incrdulo. Me mentiste, hace mucho tiempo.Las pupilas de Noh eran un ocano sin fondo ni orillas. Excato se pregunt cmo toleraban los humanos aquella mirada. Es lo que deseas creer respondi en griego, sin meditar su respuesta. Has vivido mucho tiempo con los hombres. Ellos prefieren engaarse a s mismos a convivir con la verdad, por lo general.La voz de Noh era un murmullo triste, como el de la lluvia arrastrando el barro en el campamento de un ejrcito en retirada.Por fin, brot una lgrima de sangre. Excato la sinti deslizarse por el pmulo, ms pesada que el mercurio, y las moscas se alejaron inquietas. Haca siglos que no senta las lgrimas de sangre licundose en su pecho. Fue una mentira inmunda, como un nio confiado apualado a traicin. Durante milenios he palpado esa herida, incrdulo. ramos inocentes, Noh, y nos alejasteis de l. Tomaste partido contest con una calma que le desconcert. Todos lo hicimos.Excato sinti una furia asombrosa coagulndose en el corazn, pero no tuvo palabras para rebatir. Nunca haba llegado a encontrarlas. Eres un cautivo de tu odio, Excato afirm Noh sbitamente. Siempre lo has sido. Los guerreros no entendis las cosas, y eso os obliga a temer y a odiar lo que temis. Elegimos tomar partido por el hombre, nos rebelamos contra la creacin de un ser vivo consciente de su futura muerte. Nos rebelamos contra la creacin del dolor y la desesperanza, y fuimos derrotados. Era su decisin y su privilegio contest Excato, contenindose. Vosotros nos persuadisteis de que debamos luchar sabiendo que no podamos vencer. Noh pareci meditar, pero sbitamente alarg la mano y con una caricia suave le retir la sangre de la mejilla. El contacto de sus dedos le eriz la piel. No es bueno que hablemos ahora de eso. Tendremos tiempo murmur, sin dejar de mirarle.Excato cerr los ojos de nuevo, deseando que se fuera. Ests en Alejandra afirm Noh de repente, en otro tono, en la casa de Cayo Plaucio, un prspero comerciante romano. Ayer te encontramos en el camino de Erom, malherido. Creo que custodiabas una pequea caravana de comerciantes nabateos y os atacaron los bandidos del desierto. S que no puedes recordar nada, pero no debes preocuparte, es un efecto de las drogas que te han administrado. Plaucio conoce lo que soy continu. Tambin fui secretario de su padre. Le he hablado de ti y de tu naturaleza. Est ansioso por conocerte y quiere que te quedes con nosotros. Debes hacerlo, porque es tu destino comprender y abandonar el odio. Lo presiento, y yo te ayudar a hacerlo. Medita acerca de todo esto, Excato aadi finalmente.Antes de que pudiera contestarle se puso en pie, tom el taburete y se acerc hasta la puerta como una silenciosa corriente de aire. All se detuvo, casi bajo el marco. Es cierto que l llor por nosotros? pregunt. Quin te dijo eso? repuso Excato, dolido. Yo estuve hasta el final y no es cierto. Quin te lo dijo? Otro de los guerreros me habl de eso, hace mucho tiempo. No lo hizo. Yo fui de los ltimos en caer y s que no lo hizo. Entiendo contest, imperturbable. Vendr alguien para atenderte, pero no ser Nebeth. No vuelvas a hablar de mensajeros ni de dioses. No es conveniente que haya habladuras. Crean tensiones y problemas. Y llmame Nohm, es mi nombre aqu.Dicho esto, desapareci en silencio, y Excato qued sumido de nuevo en la penumbra.Noh, el mensajero. Uno de los instigadores, de los idelogos. Ellos poseen la palabra. La siembran en los corazones y esperan a ver los resultados. "Fue vuestra decisin", dicen. Pero antes de la asimilacin de la palabra est la siembra de la idea. Ellos saben elegir cundo y cmo hacerlo. S que llor por nosotros. Fue al final, en el ltimo momento. Pero no mereces saberlo porque ni siquiera luchaste, y l llor por los inocentes, y no por vosotros, los de la palabra. Luchamos por el hombre y tomamos partido por l. Un inmundo ser imperfecto, que se debate en su repugnante destino como un pez agonizando en un cubo de madera. La misma mirada de horror, y el mismo fro en el alma. No llor por ti, Noh, ni por los que son como t. Ni siquiera tienes eso. Qudate con tus odiosas palabras y que sean ellas las que te acompaen en tu dolor eterno.2.- AdrianoLa casa de Cayo Plaucio estaba anclada en una breve ladera rocosa que descenda suavemente hasta la playa. Haba sido diseada por su padre, Lucio Plaucio, casi sesenta aos antes, y era una proyeccin del espritu que caracterizaba a la antigua familia romana. Su concepcin sobria y sensata era el reflejo una brillante inteligencia planificadora. Estaba formada por una serie de terrazas intercomunicadas que se adaptaban al perfil de la montaa y que en conjunto producan una definitiva impresin de armona con el entorno. La casa principal ocupaba la terraza intermedia, y el resto de las terrazas, ms pequeas, se diseminaban a su alrededor ocupadas por los edificios secundarios de techo bajo, sumergidos en la densa vegetacin que creca saludablemente en enormes jardineras estratgicamente dispuestas.Excato llevaba desde el amanecer sentado en un amplio banco de piedra, a la sombra de un grupo de jvenes palmeras, muy cerca de la baranda de la terraza inferior. Se senta hipnotizado por la visin del faro, El faro de Alejandra fue en realidad el primer faro de la historia. Sus dimensiones eran descomunales, y fue una de las siete maravillas del mundo antiguo. Se alzaba en la isla de Faros, a la que debe su nombre. Posiblemente su aspecto era similar al de la actual Torre de Hrcules, aunque de un tamao mucho mayor. Su resplandor nocturno se obtena quemando constantemente enormes cantidades de madera. que impona silenciosamente su formidable presencia. Las gaviotas, en la playa, disputaban enrgicamente entre los montones de algas, y la atmsfera era tan pura que obligaba a entornar los prpados. Durante una semana haba mantenido su mente en blanco, reconcilindose con el dolor y procurando serenar su alma mientras le consuma la fiebre."Permito habitar al dolor en m, sin resistirme, y cuando fluye no se estanca, y cuando se aleja permanece mi esencia". Haba repetido aquellas palabras con obstinada determinacin, esperando con la paciencia que otorgan los siglos a que las lgrimas de sangre se solidificaran en su pecho. Aquella maana un criado haba acudido para acompaarle a dar un paseo. Excato an llevaba el brazo en cabestrillo, y se haba sentido un poco ridculo fingiendo una debilidad que haba desaparecido totalmente.No haba vuelto a ver a Noh. Sbitamente sinti llegar a Nebeth, el monito. Se acercaba despacio a su espalda, intentando sorprenderle. "Quiere asegurarse de que soy mago", pens, distrado.Definitivamente le gustaba aquel mar, surcado siempre por pequeas embarcaciones. Era un mar de corrientes tibias y colores claros. Hubiera podido estar todo el da escuchando el rumor de las pequeas olas acariciando el mundo de los hombres. Traidor a tu dios, el amo va a recibirte ahora.Fingi sorprenderse al or la voz de Nebeth, y volvi la cabeza con un gesto sobresaltado hacia el nio, que le estudiaba con inters. No creo que seas un mago ni un mensajero de los dioses aclar el pequeo mientras se rascaba distradamente el antebrazo. Y mi madre tampoco. Dice que debiste or mi nombre en algn momento.Excato fingi meditar cuidadosamente aquellas palabras. Hay pocos magos, Nebeth, y menos mensajeros divinos an. No dejes que nadie te engae contest por fin con una sonrisa, volviendo la mirada hacia el faro. Pens que hubiera preferido quedarse en la terraza sintiendo la brisa amable de la maana alborotndole el cabello. Ya haba escuchado todo lo que podan decirle los hombres. O eso crea, al menos. Me acompaars hasta tu amo? pregunt finalmente.El nio pareci vacilar. Pero cmo pudiste orlo si estabas tan enfermo? No lo s, monito Le contest tras una breve pausa. Pero no soy mago. Tal vez despert un momento, no lo recuerdo. No soy un monito.Excato se levant perezosamente y contempl el mar por ltima vez mientras se colocaba correctamente la tnica. S lo eres, Nebeth. Robas dtiles de la cocina, del saco descosido que hay junto a la entrada. Como los monitos.El nio abri la boca cmicamente. Excato se senta definitivamente perverso, aquella maana. Solamente fueron unos pocos! exclam, compungido. Lo s, monito, y no se lo dir a nadie, a menos que vuelvas a llamarme traidor. En ese caso, se lo contar al amo Plaucio.El nio pareca estar al borde del llanto, y luchaba contra su deseo de preguntarle cmo haba descubierto el asunto de los dtiles. Me entero de las cosas porque tengo un truco, pero no soy mago. Si te portas bien conmigo te confiar mi secreto.El nio le contempl, atnito. De verdad hars eso? Te lo prometo, pero ahora debes acompaarme. No podemos hacer esperar a Plaucio.Una enorme sonrisa se dibuj en el rostro infantil, y las pulseras de Nebeth volvieron a tintinear alegremente, aunque en esta ocasin Excato no sinti la presencia del jinete. Se haba replegado a las profundidades de su ocano interior.El nio subi los escalones corriendo y se dio la vuelta para esperarle, impaciente, en la terraza superior. Sbitamente el ngel sinti una presencia a su espalda y gir la cabeza. Un hombre fornido y de aspecto itlico le observaba atentamente. Llevaba una coraza de cuero como las que usan los gladiadores para entrenarse y estaba sudando. En la mano izquierda sostena una manzana mordisqueada. Excato, debes acompaarme afirm con amabilidad. Adriano quiere hablar contigo. Es el comandante de la guardia personal de Plaucio. El amo est esperndole en la casa aclar Nebeth, dndose importancia.El hombre arroj la manzana con un gesto muy rpido y la fruta golpe al monito entre los ojos. Cierra la boca o te arrancar los brazos y te arrojar al mar. Le dir a tu madre que los bandidos te raptaron.El nio no pareci sorprenderse por aquellas palabras, aunque baj la mirada y apret los labios para reprimir el llanto mientras se limpiaba la cara con la palma de la mano. Aquel hombre le asustaba mucho. Acompame, Excato. Ser poco tiempo. Yo mismo me encargar de que avisen a Plaucio concluy el romano, dndose ya la vuelta. Esprame aqu y no te preocupes por tus brazos. Ahora somos amigos y yo soy un gran guerrero le dijo a Nebeth, en un susurro. No lo eres solloz. Mataron a todos los nabateos que protegas. S lo soy ri el ngel. No puedes ser un gran guerrero si no conoces la derrota, no lo olvides nunca. Hagamos una cosa decidi, ven conmigo y as lo comprobars con tus propios ojos. La cara del nio se ilumin como una maana de primavera.Atravesaron un corredor fresco y estrecho, siguiendo al itlico a unos pasos de distancia, y finalmente desembocaron en un amplio patio interior.Ola a comida y a sudor, y en un lateral haba una mesa de madera con bebidas y pescado ahumado. Varios hombres con corazas de entrenamiento estaban sentados en actitud relajada. Todos le miraron cuando apareci en el umbral. El protector de comerciantes nabateos! exclam una voz grave y autoritaria. Por todos los dioses, cunto honor.Un hombre enorme, de unos cincuenta aos, se puso en pie lentamente. Su mirada era inquietante como la de una araa. Excato se asust de la cantidad de odio que impregnaba su alma oscura y difcil. Llevaba las manos a la espalda como un oficial romano, y caminaba pesadamente. Le record a un oso caminando a dos patas.Se acerc despacio, sin dejar de examinarle con expresin severa. Sbitamente separ los brazos del cuerpo y Excato se dio cuenta de que ambas extremidades estaban amputadas a la altura de los codos. Te abrazara para saludarte, guerrero, pero tengo dificultades para abrazar a la gente aclar, en un tono de falsa tragedia que provoc risas sofocadas entre los hombres de la mesa. Se aburran mucho, en aquella casa, y Excato era una novedad. Vers continu Adriano con aparente solemnidad, para expresar mi admiracin, y teniendo en cuenta que no puedo abrazarte, te contar la historia de cmo perd los brazos. Estaba impaciente por hacerlo, porque es una estupenda historia que slo un guerrero puede captar con todos sus matices. Un guerrero como t sonri, provocando ms risas en la mesa, menos disimuladas esta vez. Fue en Lusitania, hace muchos aos. Yo era Centurin de la octava Legin, y nos encontrbamos cerca de la costa avanzando en columna con dos cohortes. Cada centuria estaba formada por 100 hombres, al mando de un centurin. De ellos 80 eran legionarios y los otros 20 estaban a cargo de las mulas, el material, etc. Cada diez hombres formaban un contubernium, ( 8 legionarios y dos sirvientes) que compartan la tienda de campaa y tenan una mula de carga asignada. Dos centurias formaban un manpulo, y cada tres manpulos formaban una cohorte, que era la unidad de combate bsica compuesta de 480 legionarios instruidos para combatir independientemente del resto de la legin en caso de necesidad. Una legin estaba formada por 10 cohortes, unos 4.800 legionarios combatientes adems de una pequea fuerza de caballera. El Legado era el oficial a cargo de la Legin. Una pas precioso, por cierto. Lo conoces, guerrero? Estuve hace muchos aos, pero permanec poco tiempo.Adriano le mir fijamente. Tal vez se extendi por all tu fama como protector de comerciantes, Excato?Los hombres se rieron abiertamente de la ocurrencia de Adriano, y el ngel acept la chanza con una sonrisa. No te ofendas, guerrero. Slo era una broma entre hombres de armas aclar el romano con su sonrisa de lobo mentiroso. Como te iba diciendo, los asquerosos exploradores lusitanos nos traicionaron, en aquella ocasin. Nos internaron en un pequeo desfiladero, e inmediatamente empezaron a llover flechas y rocas desde las alturas. Un mal asunto, de lo ms clsico. Prcticamente de manual. Nos acompaaba el legado de la Legin, que fue derribado de su montura. Los lusitanos brotaron de repente por todas partes, como hormigas cabreadas. Acud a la carrera a custodiar al oficial, que haba quedado atrapado bajo su caballo, aunque no me dio tiempo a tomar mi escudo. Un lusitano enorme se abalanz sobre nosotros, y en el forcejeo perd mi espada. Cuando aquel cabrn levant su arma, extend el brazo para parar el golpe y la espada lo cort hasta el hueso. Cuando volvi a levantarla, alc el brazo derecho, y tambin me lo parti. Levant la espada por tercera vez, y haciendo un rpido recuento me di cuenta de que no tena ms brazos para interponer. Sabes lo que hice entonces? pregunt finalmente, muy serio. No, no lo s repuso Excato. Pues le mir a los ojos, separ las piernas, y expuse mis cojones romanos, protector de comerciantes sentenci Adriano, muy serio. Los hombres rompieron a rer estruendosamente, golpeando la mesa con las palmas de las manos. El cabrn se qued tan asombrado que abri la boca como un pez fuera del agua continu Adriano, sin inmutarse. En ese momento le di un cabezazo y le incrust el tabique nasal en el crneo sonri, satisfecho, haciendo una breve pausa. Aquel ao tenamos buenos centuriones en la legin, as que conseguimos reagrupar a los hombres y rechazar a los lusitanos. El mismsimo cirujano del general intent salvarme los brazos, pero fue demasiado tarde termin, con un suspiro. Qu te parece la historia, protector de comerciantes? Es una buena historia, Adriano murmur Excato, mirando al hombre a los ojos. Te lo parece? Eso es estupendo, me alegro de verdad sonri. No todos los das tenemos la ocasin de poder cambiar impresiones con todo un guerrero. Nohm dice que eres todo un guerrero, aunque Nohm es un poco impresionable, me temo. Creo que no sera capaz de hacer blanco en un asno con un pilum a seis pasos de distancia, aunque mis hombres y yo sujetramos el asno. Un pilum es la lanza arrojadiza reglamentaria de las legiones aadi, mirndole a los ojos. Los hay ligeros y pesados, y estn diseados para quebrarse al impactar en el escudo enemigo. De esta manera no se pueden usar de nuevo contra quien los ha arrojado. Lo s, Adriano. Oh, pero claro que lo sabes! Qu bobo soy! fingi escandalizarse. Un guerrero sabe esas cosas. Me hago mayor, sin duda termin, moviendo la cabeza desaprobadoramente. Por cierto, habrs pensado que yo no podra sujetar al asno sin brazos, pero te equivocas. Vers, ahora tengo cuatro brazos en lugar de dos. Puedes verlos ah detrs. Mis brazos, quiero decir. El esclavo gordo y la chica delgaducha son mis brazos. Me pertenecen. Unos me sirven para alimentarme, otros para sacarme el nabo cuando voy a mear los hombres de la mesa prorrumpieron de nuevo en tremendas carcajadas. Veamos, guerrero Adriano se rasc la barba con la parte interior del mun, con un gesto antinatural y sorprendente, mientras finga reflexionar, y Excato se dio cuenta de que lo haca para impresionarle, un buen guerrero debe ser observador. Escucha, te propongo algo; Si adivinas quin se encarga de sacarme el nabo, te invitaremos a un trago de vino de Hispania.Excato fingi concentrase en el grupo y la muchacha se ruboriz levemente, bajando la mirada. Detrs de ella haba un nubio enorme, oscuro como la noche. Hasta el blanco de los ojos era de color rojo sangre, y se sujetaba el cabello con una cinta de lino. El nubio del lacito contest finalmente Excato, con naturalidad.Una rfaga de ira cruz la mirada de Adriano. Era un hombre peligroso, ms de lo que aparentaba. Su alma era oscura y estaba encharcada de resentimiento. Sin embargo, lo que impresion realmente a Excato fue el perfecto dominio con el que esboz una sonrisa. Los hombres de la mesa se levantaron y se hizo un silencio espeso. El nubio permaneci impasible. Te has equivocado, amigo Excato, y an no s por qu lo has hecho. Puede que tengas muchas pelotas o que simplemente seas necio murmur, estudindole la mirada con inters. En todo caso, habr que comprobarlo.Se dio la vuelta hacia el grupo de hombres y seal al nubio con el mun. Veamos orden, inmovilizadle el brazo a Bo con un cabestrillo como el del protector de comerciantes y dadle una espada de madera a cada uno. Vers, amigo aclar Adriano volvindose hacia l y haciendo el gesto de separar los brazos, yo soy el responsable de la seguridad de Plaucio. Me temo que debo comprobar tu historia, la de que eres un guerrero. No es nada personal termin, agrandando su sonrisa de depredador. Entiendo contest Excato sin mirarle, supervisando la posicin de la correa de la espada que uno de los guardias le estaba asegurando ya a la mueca. Ya veremos si lo entiendes sentenci el antiguo centurin, caminando ya hacia la mesa.Los hombres se abrieron en abanico dejando a ambos contendientes en el centro del patio. El silencio entre los presentes era tan denso que el ngel pudo or el rumor lejano de las olas. Senta un agradable hormigueo al verse armado con el pesado palo de madera y presentir la lucha."Soy humo", record. "Humo de lea, visible pero intocable".El nubio se abalanz sin prembulos hacia Excato con un breve resoplido y lanz un golpe lateral, de tanteo, que ste desvi con su palo, sin dejar de mirarle a los ojos. El choque de las maderas reverber intensamente en las paredes sombreadas del patio, y una sorprendida pareja de trtolas levant el vuelo precipitadamente desde lo alto del muro.El enorme nubio camin despacio a su alrededor, estudindole, con la pesada porra de madera apoyada en el hombro.Sbitamente, Bo lanz un extrao alarido y se abalanz de nuevo sobre Excato, intentando entrar por su izquierda para desorientarle. Lanz una serie de tres golpes, y ste neutraliz los dos primeros con su arma, sin dificultades. Uno a cada lado, muy rpidos, al estilo del desierto. El tercero lo esquiv agachndose levemente, pues era un golpe de dentro hacia fuera e iba dirigido a la sien. Un buen golpe, muy veloz. Lleg a or el palo zumbando a pocos centmetros de su cabeza. Se dio cuenta de que el resto de los hombres murmuraba. El nubio pareca desorientado por la calma de su contrincante. Se abalanz de nuevo, esta vez por el lado opuesto, y Excato adelant el pie derecho asentndolo firmemente y concentr el peso de su cuerpo en la espada de madera, en el mismo instante en que la proyectaba rpidamente hacia Bo. La punta redondeada del arma se estrell en el puente de la nariz del nubio, justo cuando ste alzaba su espada para golpearle. El ngel pudo escuchar el crujido del tabique nasal quebrndose.El gigante trastabill como un borracho, retrocediendo por instinto, y finalmente cay de espaldas golpeando el suelo con el pesado madero. Un torrente de sangre oscura brot de su nariz deformada, vertindose en el pectoral de cuero. Pareca desconcertado y se miraba la palma de la mano hmeda y brillante con expresin incrdula.Los hombres de la guardia tardaron unos segundos en reaccionar. Finalmente, dos de ellos, los mas cercanos, acudieron hasta el nubio para socorrerle. Buen golpe. Admirable.Antes de mirar en direccin a la persona que haba hablado Excato supo que se trataba de Plaucio, y le impresion la belleza de su alma. "Es un rey", pens.Era un hombre asombrosamente delgado, aunque fibroso como un anciano perro de caza. Su mirada le record al mar que haba estado contemplando durante toda la maana.3.- Cayo PlaucioEs un nio.Un nio que ha vivido miles de aos, pero un nio al fin y al cabo. Se mueve como los inocentes. Bajo la piel de un semidis al que ignora la muerte palpita un alma infantil. Es un guerrero, veloz como el sonido, implacable como un arma, antiguo y sereno como un ocano, pero observa el mundo como un nio.No me canso de contemplarle, recortado contra la claridad que entra por la terraza envuelta en el rumor de las olas. T hiciste esto, Plaucio? me pregunta.Ahora me mira. Los siglos habitan en sus pupilas, tranquilos. Se reflejan en ellas como en un lago dormido. Ah, la maqueta. La est examinando. Es la maqueta de la batalla de Isos, mi preferida. Sbitamente, me da un vuelco el corazn y comprendo.Estuviste all, Excato? Conociste a Alejandro Magno, el macedonio?Sonre. Es un guerrero, claro que estuvo all, con el ms grande. El corazn me palpita desbocado mientras me acerco a la enorme maqueta. Aristteles en persona fue el preceptor de Alejandro, lo sabas? murmura el ngel, con una sonrisa infantil. Filipo, su padre, reconstruy la ciudad natal del viejo Aristteles, Estagira, a cambio de que educara a su heredero. Y Aristteles haba sido discpulo de Platn, y Platn lo fue de Scrates. S, lo saba, Excato hago una pausa, incrdulo. Hablaste alguna vez con Alejandro?No, nunca habl con l contesta sin pensar, mirando de nuevo la maqueta, estudindola. S que miente, por alguna razn, pero no me importa.Le viste, al menos?Claro que le vi murmura, con una sonrisa. Todos le veamos a menudo. Le gustaba recorrer las lneas sin su casco, antes de la batalla, y nos sonrea orgulloso. ramos el mejor ejrcito que ha pisado la tierra. El ms rpido, el ms fuerte y el ms eficaz, con mucha diferencia. Y Anbal Barca, el cartagins?Excato suspira, o me lo parece.Anbal era un genio de la tctica y un lder natural, pero aparte de eso tan slo fue un muchacho contaminado por el odio. No era un rey, como Alejandro. l fue el ms grande. Roma era una pequea ciudad de campesinos, por aquellos tiempos aclara, vacilante.Lo s, aggelos.Yo estaba aqu, cerca de l.El ngel aproxima su dedo ndice con devocin a la placa de marfil que representa a los jinetes selectos de Alejandro.Nadie crea en l, ni los dems griegos. Cuando afirm que iba a conquistar Persia le tomaron por loco. Supongo que se alegraron de perderle de vista. Haba sometido a todas las dems ciudades griegas, pero segua siendo un macedonio, un brbaro. Los persas tampoco le tomaron en serio hasta la batalla del Grnico. Le consideraban un aventurero, no un conquistador. Cuando aquella maana masacramos a la caballera de Daro, las cosas cambiaron. Haba miles de jinetes heridos ahogndose incrdulos en el ro, bajo el peso de sus corazas murmura para s, recorriendo con la vista la disposicin de las placas que representan a las unidades. Muchos lloraban de terror, como nios susurra finalmente. Aqu, en Isos, fue distinto, porque los persas haban aprendido la leccin. Timondas era el estratega griego de Daro. Un buen general. El ro haca una pequea curva cerca de esta colina, en realidad aclara, mirndome tmidamente.Ya veo. No era un buen mapa, me temo.No era malo. Pasan unos minutos, durante los cuales Excato se pierde en sus recuerdos, y no me atrevo a interrumpirle.Cualquier otro ejrcito hubiera sido derrotado, pero no nosotros murmura por fin. Parmenio aguant una presin formidable en el flanco izquierdo. Los persas contaban con romper la lnea por nuestra izquierda y rodearnos, pero no pudieron.Entiendo. sa era la clave.S. Deberas haberlo visto. Los persas estaban atnitos. Cualquier otro ejrcito se hubiera roto tras esa embestida, pero no la infantera de Alejandro. Y l lo saba. Siempre saba lo que iba a pasar antes que los dems.Es cierto que enloqueci, al final?Presiento el dolor en su respiracin, aunque no cambia de expresin.Crey que era un dios, y en cierto sentido tena razn. Pero era mortal.Hace una pausa para mirarme, y siento un escalofro. Quieres que te hable de la inmortalidad, lo s. Y no me importa hacerlo.Los siglos me hablan. En sus pupilas se reflej el destello de las corazas persas, el ejrcito de Cartago y la mirada del Magno Alejandro. Necesito tiempo para asimilarlo.No hay prisa, Excato. Hblame ahora de Alejandro, y de Anbal contesto mientras me siento en una banqueta, cansado. Hazme ese favor.Plaucio, podra comer algo?Le gustan las olivas maceradas y el pescado ahumado. La tarde se convierte en un sueo imposible. Resucitan los elefantes de Anbal, enloquecidos por el fro, precipitndose en los desfiladeros de los Alpes y yaciendo para siempre en el silencio que nace de las nieves perpetuas, y puedo ver las manos cortadas de treinta mil prisioneros romanos amontonadas en carros de bueyes despus de la batalla de Cannas y enviadas a Roma por Anbal, y todas las moscas de Italia entrando despacio por el Quirinal, ante la mirada atnita de un pueblo derrotado.Y despus, la batalla de Zama. Escipin el Africano redimiendo la historia y Anbal vencido, deambulando por la tierra a la cabeza de un ejrcito fantasma.Y finalmente, Roma levantando la cabeza. "Roma es un olivo, Plaucio, no basta con arrasarlo, hay que arrancar las races. Anbal no lo entendi.Ahora cae la noche, despacio. El resplandor del faro acaricia la escena, entrando por los ventanales. He ordenado que nadie nos interrumpa, y la penumbra se expande deprisa por los rincones. Nadie encender las velas, esta noche.Finalmente los fantasmas se deslizan entre las sombras replegndose a su olvido de tierra fra. Los elefantes, los jinetes heridos, Anbal y el Magno Alejandro.Quedamos Excato y yo, sentados el uno frente al otro, en silencio. No puedo verle en la oscuridad.Te gusta navegar, Plaucio afirma el ngel.S, amo la mar.La inmortalidad es un mar sin orillas, y el inmortal es un navegante ciego. Un viajero sin puertos, entiendes?Ahora siento su dolor, un universo entero, condensado en su pecho.4.- El Isisnoche Ven conmigo, Excato, Ino te ensear a navegar.Ino tiene un corazn claro como el mar, y su alma huele como las playas de Eritrea. Es el mejor capitn de la flota de Plaucio, y me ha cobrado afecto. Es el primer da de la temporada de navegacin.Vamos a probar la nueva vela mayor del Isisnoche, guerrero. Haremos que esa anciana cscara proteste un poco. Lleva todo el invierno holgazaneando sonre travieso, mientras me pasa el brazo por el hombro.El Isisnoche es una de las gaviotas de Cayo Plaucio. As les llaman a sus barcos. Son autnticas obras de arte, hermanas de los vientos. Estn construidos a conciencia, por las manos ms expertas que se pueden contratar y con los mejores materiales que se pueden comprar. Valen su peso en especias. Son aves marinas, con una caracterstica vela mayor de enormes proporciones que las hace inalcanzables para los piratas. Cruzan el mediterrneo con su preciosa carga bien estibada en la pequea bodega. Artculos exticos trados por las caravanas desde el corazn del desierto, o desde Saba, o desde Persia. Telas, perfumes, marfil, especias, e incluso delicados inciensos exticos, que estn de moda en Roma.Las gaviotas las transportan hasta Ostia, Ciudad costera donde estaba el principal puerto de Roma, a poca distancia de la ciudad donde la mercanca est siempre vendida antes de arribar. Todo el mundo confa en Plaucio. Su prestigio es su mayor tesoro.Hace aos que los piratas no apresan uno de sus barcos. Plaucio en persona dise un pequeo escorpin Arma de asedio similar a una ballesta de gran tamao que disparaba, con notable potencia y terrible precisin, unos dardos de aproximadamente dos metros de longitud. similar al que utilizan las legiones, aunque los proyectiles que lanza son pequeas esferas de plomo envueltas en lino y alambre de bronce. En el caso de que un barco pirata aprovechara la falta de viento para intentar abordar una de las gaviotas de Plaucio, los marinos empapaban el proyectil con aceite inflamable, le prendan fuego y lo lanzaban con extraordinaria precisin contra la vela mayor del barco asaltante, donde quedaba prendido del trapo por efecto de los alambres terminados en forma de anzuelo que sujetaban la tela. Generalmente el incendio del velamen bastaba para hacerlos desistir, pero si no era as, la mayora de los piratas saba ya que en las gaviotas de Plaucio viajaban siempre varios de sus guardias personales, hombres temibles reclutados entre los veteranos de las legiones o en las escuelas de gladiadores. Si la carga era especialmente valiosa, el romano sola contratar adems un pelotn de arqueros cretenses, mercenarios risueos y enjutos, de rizadas barbas, que podan traspasar la cabeza de una liebre en fuga sin dejar de sonrer. Ino hace bromas a mi costa cuando insisto en empuar uno de los remos de la pequea chalupa que nos acercar al Isisnoche, fondeado en la pequea baha que se extiende frente a la casa de Plaucio. A poca distancia se distinguen otros de sus barcos. La exquisita silueta del Mara, la potencia latente del Atitar, y la majestuosa pureza de lneas del Arpa, el barco escolta de la flota.Ino le sonre a la vida cuando nos acercamos al navo. Quiere ms a ese viejo barco que a su mujer, aunque le costara determinar cul de los dos tiene peor carcter, segn suele afirmar.Yo no puedo evitar una sonrisa, porque realmente el Isisnoche parece observarnos amenazadoramente con sus ojos femeninos pintados en las tablas de la proa, mientras cabecea suavemente.Los marineros bromean sobre mi escasa destreza con el remo, pero no me importa. Yo tambin me siento feliz. Abordamos por estribor y los hombres cobran el ancla y alzan la chalupa a bordo sin dejar de hacerme bromas. No me consideran hombre de mar. Izan la nueva vela mayor, orgullosos, y los colores negro y rojo sangre, los de Plaucio, resplandecen en la maana soleada. Una gaviota bordada con hilo de oro en el epicentro de la flamante vela empieza a agitarse con las primeras embestidas de la brisa.Ino se pone muy serio y toma el timn con actitud ceremoniosa.Ino se transforma cuando est al timn del Isisnoche. Levanta la cabeza y olisquea el viento de la misma forma que un ratn desconfiado. El viejo velero se hace el remoln, protestando como un anciano malhumorado, pero finalmente empieza a moverse, despacio, e Ino sonre de puro orgullo. Es un barco muy marinero, porque el mar ama a los buenos barcos. Cobramos velocidad sin esfuerzo y puedo or el agua acariciando las tablas. Me siento a popa, junto al viejo patrn, que se burla ahora de mi sombrero de papiro. Me gusta compartir su felicidad.Hace casi un ao que me encontraron herido en el camino de Erom, doce lunas durante las cuales la paz ha llegado a envolverme como el manto de lana reglamentario de los legionarios, clido e impermeable.He logrado dejar de escuchar las almas casi totalmente. Poder permitrmelo me llena de sosiego, y en la casa de Plaucio me siento tranquilo. Es la ilusin de sentirse humano y que las personas y la vida me sorprendan.Nohm desisti enseguida de tratar conmigo. "Cuando ests preparado para entender, lo sabr", dijo. Siente que mi corazn no quiere escucharle. Le veo poco, porque suele acompaar a Plaucio en sus frecuentes viajes a Roma. Para Plaucio lo primero son sus negocios, y en Roma las cosas estn complicndose. Cuando est en Alejandra, suele llamarme al cuarto de las maquetas y conversamos durante horas. Tambin me he hecho amigo de Bo, el nubio. Suelo entrenarme con l y con los dems, aunque siempre me recuerda que tenemos pendiente el asunto de su nariz. Es un buen hombre.Adriano el manco me detesta. Percibo sus celos por la deferencia con la que Plaucio me trata siempre. De todas maneras le veo poco, porque tambin le acompaa a sus largas estancias en Roma.Sbitamente, el pequeo grumete empieza a dar voces en egipcio desde la proa. Todos miramos en la direccin que nos indica su brazo y avistamos una vela azulada recortndose en el horizonte, cerca de la costa. Ah est! vocifera Ino, exultante. Es el nuevo barco de Sinuit, el contrabandista. Tenemos pendiente una apuesta aclara, guindome un ojo. Quiere competir contra el Isisnoche con su nuevo cascarn, ese necio ladrn de pollos.Los hombres de Isisnoche arran la vela mayor, parloteando regocijados como nios mientras vigilan de reojo la vela azul, y el bajel reduce la velocidad, obediente. Eres un viejo loco, Ino. Si Plaucio se entera de esto te vender como esclavo a un romano pervertido.Cllate, guerrero, y observa. Vas a aprender lo que es navegar responde Ino, muy serio ahora. Me doy cuenta de que esto es importante para l.El barco egipcio es bajo de bordas, con poco calado y afilado como un cuchillo, aunque tiene una eslora similar a la del Isisnoche. Es una embarcacin de contrabandistas, diseada para la navegacin costanera. Me recuerda a un animal furtivo y escurridizo. Se acerca despacio, a medio rizo y con el viento de travs, colocndose en paralelo. El hombre que lo gobierna es un buen patrn, sin duda. Es un egipcio de mediana edad y de aspecto insignificante, aunque hubiera percibido en su mirada la dureza de su carcter an en el caso de que no me hubieran hablado tanto de l. Es todo un mito en el puerto de Alejandra. Detrs de su amable sonrisa de mercader acecha uno de los espritus ms arrojados e intrpidos del delta. Viejo amigo, veo que insistes en seguir navegando, a pesar de tu edad exclama Sinuit, colocando las manos alrededor de la boca para hacerse escuchar. Ladrn de pollos, Ino te saluda contesta el viejo patrn. Tenemos poco tiempo, empecemos de una vez.El egipcio asiente con la cabeza y saluda alzando el brazo, un gesto que constituye una antigua seal de respeto. Repugnante rata de ro refunfua Ino. Le arrancara el corazn a uno de sus hijos si se lo cambiaran por una carga de salsa Garum. Salsa obtenida por maceracin y fermentacin en salmuera de despojos de pescado mezclados con hierbas aromticas. La mezcla se dejaba en una vasija expuesta al sol durante varios das y despus se filtraba. El jugo obtenido era la salsa propiamente dicha. La receta completa era secreta y en Roma alcanzaba precios astronmicos. Nunca te fes de la amabilidad de un egipcio del puerto, Excato. Ino, ese barco es mucho ms veloz que el Isisnoche. Qu has apostado esta vez?Ino clava su mirada en mi desconcierto. Est muy furioso. Desde cundo eres marino, guerrero? Qudate quieto y callado y deja que me concentre.Ambas tripulaciones inician las maniobras para fondear. La apuesta es al estilo del delta; ambos navos deben estar anclados y con el trapo recogido. Cuando se hace una seal, se inicia la carrera. Los hombres se afanan con los cabos, y el viejo Ino, totalmente transformado ahora, se convierte en un demonio vociferante, supervisando la maniobra.Finalmente, las dos naves quedan ancladas en paralelo, cabeceando dcilmente. Ino se acerca hasta la borda, caminando con afectada solemnidad, y alza la mano en direccin al Teth, el barco egipcio. El brillo de una moneda relampaguea fugazmente en la mano del capitn del Isisnoche, acaparando el protagonismo durante un instante. Todos los hombres se quedan quietos, aunque la tensin se percibe en la atmsfera como en el preludio de una batalla. Finalmente, Ino ejecuta un extrao y rpido gesto con el brazo, y el brillo de la pequea moneda describe un arco perfecto entre los dos barcos. Cuando cae en el agua, quebrando apenas la superficie, se desata la locura. Una tormenta de gritos estalla sbitamente y los hombres corren por ambas cubiertas en aparente desorden. Las cosas empiezan mal, porque uno de los marineros pierde el equilibrio al cobrar el ancla y sta cae de nuevo al mar aparatosamente. Ino se abalanza corriendo hacia la proa, pero cuando llega a la altura del resto de los marinos, resbala como un viejo caballo y cae de espaldas sobre la cubierta. El viejo patrn espanta al grumete como a una alimaa cuando ste intenta socorrerle, y se pone en pie por su cuenta, mientras vocifera tremendos insultos en egipcio. Los hombres del Teth consiguen izar la mayor antes que los del Isisnoche, y el barco egipcio, mucho ms ligero, orza levemente enfilando el rumbo. Finalmente el Isisnoche enfila tambin hacia alta mar. Los hombres estn crispados y sudorosos y observan a Ino de reojo. El Teth lleva una considerable delantera y se mueve en el mar en calma con la ligereza de la brisa.Te has hecho dao, Ino?S que le ha dolido el golpe y que su vieja espalda estar resentida durante das, pero nada comparable a lo que sentir si pierde esta apuesta.S cmo caer en una cubierta mojada masculla.Ino clava la mirada en la vela azulada del Teth, preocupado. Aferra el timn sin tensiones, a pesar de que est desquiciado por el lamentable curso de los acontecimientos.Dime, Patrn, por qu has apostado contra un barco ms veloz que el tuyo?Al principio, me da la sensacin de que Ino no ha escuchado mis palabras. Mantiene toda su tensin aprisionada en la mandbula, que se proyecta hacia el Teth.Ese barco es una rata de ro. Cuando la brisa empiece a rachear y se levante un poco de oleaje empezar a dar saltos como un tabln.Y cmo sabes que se levantarn las olas?Lo s porque soy marino contesta, tajante. Me siento avergonzado por la forma en que lo ha dicho. Realmente le tengo afecto al viejo.Lo s porque huelo la brisa, Excato, no te preocupes me dice finalmente, en otro tono. Puedo percibir la sonrisa en su mirada. En sta poca, la mitad de los das sopla la brisa, a esta hora.Quieres decir que has apostado a un cincuenta por ciento de posibilidades?El destino ya est escrito, guerrero concluye el capitn con un extrao gesto de la mano. Me quedo callado junto a l observando la vela del Teth, que se aleja poco a poco, y aunque Ino procura permanecer sereno, puedo percibir su desasosiego. Levanta la barbilla con disimulo, olisqueando la maana.El Isisnoche se afana noblemente, a todo trapo. Los cabos gimen por efecto de la tensin a la que estn sometidos. Nos adentramos en alta mar y el color del agua cambia progresivamente. Incluso el olor es distinto.La apuesta la gana el primer barco que pasa entre los dientes de Poseidn aclara sbitamente Ino, sin mirarme. Son dos islotes gemelos, separados apenas por un tiro de piedra. Dice la leyenda que Poseidn los puso ah para retar a los buenos marinos a pasar entre ellos.Tan peligroso es?Pronto lo vers t mismo refunfua entre dientes. Una repentina rfaga de viento agita bruscamente el foque, desordenndome el cabello, e Ino sonre mirando a las nubes.La brisa cambia murmura repentinamente, sin apartar la mirada del barco egipcio.La superficie del mar se transforma rpidamente, cubrindose de olas pequeas y cortas, de leve cresta espumosa. El Isisnoche las ignora, altivo, pero el Teth empieza a cabecear ostensiblemente.Rata asquerosa, esto es el mar, y no ese ro apestoso murmura Ino apretando los dientes, satisfecho.La distancia se reduce, pero de forma muy lenta. La brisa se mantiene estable y la mar no acaba de picarse del todo. De repente, diviso los islotes, justo en la proa, y siento un escalofro. Son oscuros y agresivos como una amenaza inmvil. Realmente recuerdan la silueta de dos colmillos.El Isisnoche es un barco noble. La tablazn gime, soportando la navegacin a toda vela, pero toma el viento con la elegancia de los barcos que tienen alma.Sbitamente, las piernas me fallan y debo sentarme, sorprendido. Elia est cerca. La sensacin me invade con violencia. De repente puedo sentir el miedo en el alma de Ino, que ha apostado su barba y una pequea fortuna contra el egipcio, y puedo sentir tambin el pnico del grumete al contemplar las rocas gemelas. Siento incluso el temor del hombre que tropez al cobrar el ancla, que en realidad ha sido sobornado por el capitn del Teth para boicotear las maniobras del Isisnoche. Se derrumba mi paz interior como una lnea de infantera y puedo escuchar las almas de nuevo. La razn es que Elia est a punto de cruzarse de nuevo en mi camino. Mi corazn se debate con la misma desesperacin que un animal atrapado en un pozo.Elia, mi segunda piel. Sus abrazos son mi patria prohibida. Cuntos aos hace? Desde Troya, al final. El color de su mirada le daba sentido a las cosas, y sus caricias me rediman. Est en casa de Plaucio. Acaba de llegar a Alejandra, pero hay algo que no est bien. Percibo una sombra fra en mi presentimiento. No lo conseguiremos afirma Ino sin mirarme, sacndome de mi ensimismamiento. Aprieta su amuleto sagrado, el que lleva colgado del cuello, con un puo crispado en el que se marcan las viejas venas de color bajamar.Me doy cuenta con sorpresa de que estamos casi a la misma altura del Teth y de que ambas bordas estn apenas a un tiro de piedra, pero el mar ha vuelto a serenarse, y ya casi vamos a entrar en la sombra que proyectan los impresionantes islotes. No vires, Ino. El egipcio ceder.El viejo me mira estupefacto, con los ojos muy abiertos. Las preguntas se agolpan en su mirada, pero no se atreve a formularlas. Teme mi leyenda de mago y adivino, porque es hijo de un pueblo supersticioso. Los hombres le vigilan desde sus puestos, con disimulo. Estn esperando de un momento a otro la orden de virar. Ino vuelve a contemplar el paso entre las gigantescas rocas, calculando distancias frenticamente.Ahora ya se puede distinguir a los hombres del Teth. El capitn egipcio vuelve la cabeza constantemente hacia la popa del Isisnoche. Ambas embarcaciones entran a la vez en la sombra fra que proyectan los islotes y podemos or el oleaje rompindose contra la base de las rocas.Los barcos llevan rumbos convergentes y es cuestin de muy poco tiempo que colisionen. Los hombres estn al lmite, haciendo un esfuerzo por mantener la compostura. Ests seguro, Excato?No vires. Mira al egipcio. Ahora.La vela del Teth se desinfla sbitamente a la vez que el barco vira con brusquedad, y en ese momento llega, con leve retraso, el grito del patrn egipcio ordenando arriar el trapo.En la cubierta del Isisnoche estalla la alegra. Los hombres se abrazan y se acercan despus hasta Ino para besarle y palmear su espalda.Los ojos del viejo se llenan de lgrimas, pero mantiene la actitud que tiene siempre al timn.An tenemos que entrar en la boca de Poseidn, dejad de palmotearme como viejas protesta.Ino mantiene el timn firme. Hay que atravesar a toda vela, porque el reflujo del oleaje podra desviar el barco hacia los rompientes.Incluso el Isisnoche parece estar inquieto cuando penetramos en la boca de Poseidn. El eco de las olas reverbera, monstruosamente amplificado por las paredes de piedra, y durante unos instantes permanecemos en un mundo de dioses, ajenos al paso del tiempo. Finalmente, emergemos al otro lado, y el mundo de los hombres nos acoge clidamente, lleno de sol.Los tripulantes ren como nios y se palmean las espaldas, pero Ino est serio. Enfilamos hacia la costa a media vela. El Teth es visible an, a lo lejos.Vamos a la camareta, Ino, te explicar cosas le digo. S que necesita comprender."Puedo escuchar el lenguaje de las almas, viejo. Forma parte de la antigua maldicin de un dios que no conoces. Las almas aletean como mariposas cautivas, y yo entiendo su lenguaje. Durante las ltimas lunas haba logrado dejar de escucharlas y ser casi humano, pero todo ha vuelto a estropearse. Es por Elia, otra de las malditas. Est en casa de Plaucio. Hace mucho tiempo que no s nada de ella. Su alma huele a jardines secretos y a historias por contar, y cuando est triste huele a invierno y a flores ausentes. Es mi otro corazn, viejo. La amo como los nios aman a sus sueos. Ya sabes de lo que te hablo, Ino, porque en eso somos iguales a los hombres".5.- La traicinLa traicin huele a flores muertas, y la casa de Cayo Plaucio apestaba como una tumba profanada. Su barco personal, el Andrmaca, el que usaba para viajar a Roma, haba arribado en nuestra ausencia, impregnado de tragedia.Plaucio haba enfermado gravemente durante el viaje, al igual que la tripulacin y el pasaje, entre el que se encontraba Elia. La impresin general era que se haba embarcado agua en mal estado, pero yo saba que no era as. No consegua determinar el origen exacto, pero era traicin profunda y antigua, el estallido de un odio fermentado durante aos.Todo el mundo estaba alterado y asustado. La mayora de los tripulantes del Andrmaca haban muerto ya, y el mdico griego de Plaucio se haba encerrado con l en sus dependencias. Nohm se haba quedado en Roma, donde las cosas no dejaban de complicarse progresivamente.Apenas desembarcamos en el pequeo muelle de madera nos abord Sempronio, el segundo secretario de Plaucio, acompaado de otros sirvientes de la casa. Entre sollozos nos pusieron al corriente de los ltimos acontecimientos, y finalmente me comunicaron que Plaucio haba dado orden de que me llevaran a su presencia en cuanto atracara el Isisnoche.Ante la puerta de sus aposentos montaban guardia dos de los hombres de Adriano, y la pestilencia de la traicin me impregn la garganta cuando pas por delante de ellos. Cayo Plaucio estaba postrado en su cama, y en su mirada habitaba ya la muerte. Cuando me vio entrar susurr una orden, y el mdico griego, impasible, sali inmediatamente de la habitacin en penumbra, acompaado de sus ayudantes. Cuando nos quedamos solos me pidi que me acercara, con un desmayado gesto de su mano derecha.Excato, Nohm encontr a Elia. La encontr para ti susurr el viejo.S, lo s.Me cont que te alegraras de verla, aunque ahora tambin est enferma.S, Plaucio. Te debo mucho.Y a Nohm. A l tambin. l la encontr para ti.S, tambin a l.Excato, el traidor es mi hijo Octavio, no es cierto?S. Y Adriano el manco. l es su cmplice. Orden envenenar el agua del Andrmaca.Adriano. Me salv la vida con sus brazos, en Lusitania. l no bebe agua, slo vino.S. Octavio le prometi una fortuna.El viejo cerr los ojos y su alma cruji como un edificio antiguo, asimilando la traicin.Mi hijo Octavio ha contrado deudas muy graves en Roma. Siempre fue un imbcil murmur el anciano, con el pecho comprimido por el dolor. Un mensajero de la muerte se acerc tmidamente a los pies de la cama y se qued all, enredado entre las sombras. Al reconocerme se sorprendi. "Concdenos unos minutos, hermano", le dije con el corazn, en el lenguaje de los ngeles. El mensajero vacil unos instantes, pero finalmente baj la mirada y retrocedi hasta las penumbras del extremo de la habitacin, fundindose con la sombra de una maqueta.Nohm me advirti acerca de ellos, hace tiempo. Casi ha logrado de dejar de escuchar las almas totalmente, pero lo intuy.Yo asent con la cabeza, sin dejar de mirar al anciano.Debes prepararte para partir, Cayo murmur finalmente. No temas nada, tienes el alma en paz.Plaucio emiti un suspiro dcil, de la misma forma que un animal aceptando su muerte.Excato, tengo otro hijo. Se llama Pstumo y nunca nos hemos llevado bien. Fue por mi culpa. Quise imponerle demasiadas cosas y se fue. Nos parecemos demasiado, pero no quise darme cuenta. Yo tampoco aceptaba imposiciones, a su edad. Est en las Galias, completando su servicio militar en el ejrcito del Procnsul Julio Csar. Quiero que le protejas. Te pido ese favor, aggelos. Te lo pido con el corazn, necesito que vuelva vivo a Roma. l es todo lo que queda de m.Una diminuta lgrima brot de su apagada mirada de anciano len.Cuenta con ello, Cayo. Te debo ms de lo que podras entender. l es mi sangre, Excato. Protgele para que vuelva, y protgele de su hermano. Tengo una carta para l. Debes entregrsela personalmente murmur, apagndose ya, mientras me tenda un cilindro de cuero sellado con la marca de la gaviota. El mensajero de la muerte se desliz a mi espalda, acercndose a la sombra de Plaucio para fundirse con ella. "No puedo esperar ms, hermano", susurr, como el rumor de la hojarasca.El anciano levant despacio sus manos cansadas, aprisionando la ma con la actitud del soldado que era, controlando su terror.Creo que dejo cosas hermosas en el corazn de los que am susurr.Es cierto, Plaucio. Parte tranquilo le contest, posando mi mano en su frente encendida de fiebre. S valiente para asumir tu destino. No permitas que el dolor se imponga ni que el odio te derrote. Y si te derrota lucha por reconquistar tu corazn, aunque no lo logres. En esa lucha reside la redencin, aggelos. Y habla con Pstumo. T sabrs explicrselo con palabras. l es mi sangre, Excato. Dile eso, que l es mi sangre.Plaucio cerr los ojos y su corazn tard unos minutos en apagarse. Yo solt cuidadosamente sus manos, porque he aprendido que debemos dejar partir a la gente que muere.Adriano me esperaba junto a la puerta, como un lobo montando guardia.Cayo ha muerto, Excato?S, Adriano.Qu fue lo que dijo? contest, reprimiendo su inquietud.Dijo que slo bebes vino. Eso dijo.El viejo centurin clav su mirada de perro rabioso en mis pupilas. Se dio cuenta de que yo lo saba todo.Tenemos que hablar. Luego me reunir contigo, cuando ponga orden aqu.S, Adriano. Hablaremos.6.- HierbaA lo largo de los siglos he convivido mucho tiempo con los hombres, aunque durante largos periodos he procurado evitarlos meticulosamente, hastiado de la repulsiva imperfeccin que constituye, generalmente, la naturaleza esencial de su alma. He llegado a aceptar su espritu enmaraado y contradictorio, de la misma forma que las personas acaban por asumir con resignacin el carcter de los fenmenos naturales o de los animales y las plantas. Durante largo tiempo, por cierto, comet con los humanos el error que ellos cometen con el resto de los seres vivos, consistente en catalogarlos por orden de preferencia y simpata segn el nmero de cualidades que poseen. Proyectan la nobleza, el valor, la fidelidad o la inteligencia, ensalzando a los que las manifiestan, y de la misma manera detestan o menosprecian a aquellos cuya naturaleza contiene rasgos poco atractivos.De la misma forma, inevitablemente, yo senta una debilidad y una admiracin sin lmites por los hombres y mujeres capaces de preservar puro su corazn a lo largo de la vida, con todas las dificultades que comporta, y una repugnancia invencible contra los traidores de sangre fra, los calculadores capaces de apualar de forma real o metafrica a los que haban depositado honestamente su confianza en ellos. El pecho de un ser humano es un pequeo universo donde se debaten la claridad y la penumbra, en un combate srdido y cruento que dura tanto como la vida, pero los que traicionaban a la gente pura me despertaban un odio oscuro y espeso como los regueros de sangre muerta que se forman tras las batallas.La noticia de la muerte de Plaucio se esparci por la casa rpidamente, dejando tras de s un silencio oscuro y contaminado.Hice llamar a Ino y me reun con l en el embarcadero, cuando ya caa la noche. El viejo estaba atnito, abatido como un perro recin abandonado por su amo. Le puse al corriente de los acontecimientos, de la traicin de Octavio y de la complicidad de Adriano, y el patrn gimi como un anciano barco yndose a pique, acercando la mano instintivamente a la terrorfica daga curva que llevaba siempre entre de sus ropas.Debes mantener la cabeza fra, Ino, como si estuvieras al timn del Isisnoche. Escchame bien le dije, muy cerca del odo, mientras le tomaba por los hombros sacudidos por los sollozos. Yo debo partir inmediatamente. S que Adriano sospecha que estoy al corriente de todo e intentar hacerme dao o encerrarme. Cuando me vaya me perseguir con sus guardias, con el pretexto de que he robado alguna cosa. Yo le matar como a un perro rabioso. Lo har en el desierto y sin testigos. Necesito que cuides de la mujer que lleg hoy en el Andrmaca. Es Elia, de la que te habl en el Isisnoche esta maana. No puedo reunirme con ella, porque nadie debe sospechar que es importante para m. Necesito que la cuides, Ino, y necesito tambin que hables con Sinuit el contrabandista, porque debo abandonar Alejandra en secreto y llegar hasta Roma. Pgale bien y dile que se rena conmigo en la isla de Ilos, dentro de dos noches termin, tendindole una bolsa de monedas.Guarda tu oro, guerrero. Gracias a ti el egipcio me debe mucho, y t lo vas a necesitar.Bien. Cuida de ella, Ino. Hazlo por m. Dile que volver pronto, en cuanto pueda.Lo har, guerrero. Cundo partirs?Ahora mismo. Adriano ya est haciendo planes. Partir a pi y de noche, como los ladrones. Necesito que maana salgan en mi busca y se internen en el desierto.El viejo suspir, mirando el mar tranquilo. Estaba cansado.Excato, mensajero de los dioses, cuida de tu alma y vuelve pronto. Este anciano ya no navegar mucho tiempo ms y quiero hacer de ti un marinero.Volver, viejo. Pero cuida de tu barba. La prxima vez no estar yo para salvrtela. No hagas apuestas, Ino.Pocas veces haba llegado a apreciar tanto a alguien como a Ino, por no hablar del pobre Plaucio. Y de Elia. Ni siquiera podra verla. Senta a Adriano buscndome ya por la casa. El viejo puso el corazn en su abrazo, y sent en la mejilla las lgrimas que brotaban de su afecto. Me tendi su manto azul de marinero, su turbante y su daga, y comenc a andar hacia el desierto, sin permitirme pensar en todo lo que dejaba a mi espalda.Saba que nunca volvera a ver vivo a Ino, pero no quise mirarle por ltima vez, alzado en el muelle como un rbol anciano.Corr al trote hacia el sur durante buena parte de la noche sin abandonar el curso del Nilo, que es lo que hara un extranjero asustado e inexperto que intentara huir de Alejandra por tierra. Procur dejar un rastro visible, y cuando empez a clarear me detuve a descansar. Enseguida me di cuenta de dnde se detendran Adriano y los suyos para abrevar a los caballos. No tendran prisa, puesto que yo no tena montura, por lo que calcul que llegaran al medioda hasta donde yo estaba. Era un pequeo promontorio con un grupo de palmeras en el centro, no muy lejos del ro. Era ideal para detenerse durante las horas de calor.Me tend entre la hierba alta, a un tiro de honda, y comenc a escoger las matas de pasto ms verdes que encontraba, cortndolas despus con la daga de Ino. Haca un hatillo con ellas y las sujetaba al manto con hebras de hilo de la tnica. Cuando el sol lleg a su cenit, la capa estaba cubierta de hierba, y fue entonces cuando divis la patrulla de Adriano. Eran ocho arqueros egipcios contratados en la ciudad. Adriano haba dejado a sus hombres de confianza en la casa de Plaucio para controlar la situacin y pensaba matarme a distancia, con saetas, como a los animales rabiosos. Posiblemente calculaba encontrarme asustado y muy fatigado. Las figuras vibraban en la atmsfera como en una pesadilla. Se dirigieron sin vacilaciones hacia el promontorio de las palmeras y tendieron mantas en la sombra despus de abrevar a los caballos. Poda sentir el terror de Adriano hacia su propia monstruosidad. Su sudor apestaba a flores muertas. Slo haban apostado un viga, pero desde su posicin era ms que suficiente, porque la visibilidad desde el promontorio era inmejorable. Comenc a reptar muy despacio hacia su posicin, camuflado por el manto forrado de hierba. La suave brisa que rodaba hacia el ro acariciaba la planicie cubierta de pasto, disimulando mis movimientos. Adriano dormitaba apoyado en una palmera, sumido en sus pesadillas. Llegu hasta l y comenc a susurrarle una de las canciones de los ngeles, serenando su corazn. Una lgrima salada brot de su prpado, brillando en la atmsfera pura de la ribera.Desenfund la daga de Ino y me hice un pequeo corte en el antebrazo. Con el dedo ndice dibuj una gaviota de sangre en la frente del viejo centurin y despus volv a retirarme despacio. Adriano dorma profundamente. Uno de los egipcios acab por inquietarse y volvi la vista hacia el romano. Cuando vio el pjaro de Plaucio dibujado con sangre en su rostro qued paralizado de terror. Avis al resto de los mercenarios con gestos apresurados y todos montaron silenciosamente sus caballos, presas del pnico. Saba que no volveran. Arrastr al traidor hasta el exterior de la sombra y sujet sus genitales al tronco de una palmera muerta mucho tiempo atrs.Adriano despert finalmente a causa del monstruoso calor.Parpade incrdulo, e hizo el gesto instintivo de cubrirse el rostro con una mano que llevaba aos enterrada en algn lugar de Lusitania. Un bello pas, por cierto. Finalmente me reconoci, sin perder el aplomo. Ni siquiera se molest en mirar a su alrededor.Excato. Deb esperar algo as. Eres demasiado listo para esos cazadores egipcios. Los mataste?Slo los asust. Ya sabes que es casi lo mismo. Adriano fue a ponerse en pi, apoyando grotescamente el codo en el suelo, pero el tirn en sus genitales le arranc un alarido de dolor. Me contempl incrdulo.Puerco cobarde. No pensars hacerme esta monstruosidad. Tu problema es que no sabes renunciar, Adriano. Nunca aprendiste a renunciar a tus brazos y permitiste que tu alma se encharcara de resentimiento. La culminacin de tu error fue asesinar como a un perro al nico hombre que ha llegado a apreciarte.Adriano no contest, y tampoco desvi la mirada.Ahora tienes una nueva oportunidad de aprender. Renuncia a tus cojones romanos y vivirs. Te recomiendo un tirn enrgico. Luego montas tu caballo y vuelves a Alejandra a galope tendido. No creo que llegues a desangrarte. Con este sol, tienes pocas horas para decidirte antes de morir. El caballo est ah detrs, a la sombra.Volver de la muerte para hacerte pagar por esto, hijo de perra bastarda. Bien, Adriano. Te esperar le contest, levantndome ya.Me alej despacio, sin mirar atrs, ocupado en arrancar los manojos de hierba del manto.7.- Las legiones romanas(Notas histricas)Cayo Mario, el to de Cayo Julio Csar, tuvo una de las ideas que han repercutido con ms fuerza en el desarrollo de la historia de la humanidad.Durante su consulado se le ocurri cambiar el sistema de levas, por el cual los ciudadanos romanos que podan pagarse su equipo militar eran alistados obligatoriamente en caso de conflicto blico.Como es lgico, ste procedimiento no resultaba en absoluto popular, y a Mario se le ocurri permitir el alistamiento de los hombres que no pudieran costearse el equipo. El importe del mismo era descontado paulatinamente de las pagas, que fueron aumentadas, mientras que el nmero de soldados fue recortado, por lo que la inversin econmica no se increment. La idea de Mario era profesionalizar el ejrcito, ya que tena la conviccin de que un soldado intensamente entrenado y bien remunerado daba mejor resultado en la batalla que dos soldados no profesionales.El acierto de su idea result asombroso. Cayo Mario concibi un nuevo tipo de legin, pensado para enfrentarse a enemigos muy superiores en nmero, pero escasamente disciplinados, como los galos o los germanos. El fundamento estaba en la plasticidad de las formaciones. Los legionarios eran instruidos hasta la saciedad en diversas maniobras colectivas, por lo que una legin poda variar su formacin rpidamente con un simple toque de cornicem (cuerno de guerra), segn fuera la situacin de la batalla.Los hombres sin posesiones se alistaron gustosamente en el ejrcito, atrados por las pagas y la posibilidad de ascensos y botines. Sin embargo, antes de ingresar como reclutas deban superar una serie de exigencias, adems de duras pruebas fsicas y de aptitud, y posteriormente deban someterse a un periodo de instruccin extremadamente riguroso, en el que adems de aprender a luchar, a cavar fosos y fortificaciones, a montar a caballo, a tender puentes, a realizar marchas forzadas y a nadar, se les inculcaba la importancia de la disciplina de grupo por encima del valor individual.Mario tambin oblig a cada legionario a cargar con todo su equipo, para evitar que el gran nmero de carros de bueyes que sola acompaar a las legiones hasta aquel entonces entorpeciera y retrasara la movilidad del ejrcito. A sus hombres se les llamaba las mulas de Mario, ya que llegaban a cargar ms de treinta kilos. Adems del casco de bronce, la cota de malla de hierro, la espada corta, un pilum (lanza arrojadiza) pesado y otro ligero, el gran escudo o scutum fabricado de lminas de madera y rodeado de un remate metlico, envuelto en su funda de cuero impermeable, llevaban tambin el capote circular con un agujero en el centro, fabricado con lana impermeabilizada con grasa, tnicas y mudas de repuesto, raciones de campaa (tocino, trigo y legumbres), un plato y un vaso de bronce, un frasco de aceite, una manta, un capazo de mimbre para trasladar la tierra en las obras de fortificacin, herramientas para construir el campamento y dos enormes estacas puntiagudas de las que se usaban, atndolas entre s con cuerdas, para construir la empalizada que reforzaba al foso. Cada grupo de ocho legionarios o contubernium dispona de una mula que llevaba la tienda de campaa en la que dorman, un pequeo molino, lanzas de repuesto, agua, y un horno para cocer pan. En cada decuria haba dos sirvientes encargados de la mula y del material, por lo que cada centuria se compona de ochenta guerreros y veinte sirvientes. Gracias a estos cambios, las nuevas legiones podan marchar cmodamente treinta kilmetros cada da, o casi el doble en una marcha forzada. Esto duplicaba la velocidad de movimiento de los ejrcitos galos y germnicos, y tena como consecuencia directa que un ejrcito romano poda evitar entrar en combate siempre que quisiera eludirlo, por la sencilla razn de que era inalcanzable para sus enemigos a causa de la rapidez con que poda desplazarse. Todo ello constituy la clave que otorg a Roma la absoluta supremaca militar durante varios siglos. Los legionarios adoptaron la espada corta espaola, o gladius hispanensis, concebida para apualar ms que para golpear. Se protegan con su escudo, en posicin reglamentaria, y aguantaban la embestida del enemigo formando una perfecta lnea con la que se cubran mutuamente mientras alargaban la espada de doble filo hacia el abdomen, el pecho o la garganta del contendiente.Despus de profesionalizar las legiones Mario le dio tambin un guila a cada una. Era ste un estandarte sagrado, fabricado de plata, y su prdida en combate constitua la mayor humillacin para un legionario. El encargado de ostentarlo en batalla era el portaestandarte o aquilifer, y se consideraba un gran honor reservado al hombre ms valiente de la legin.8.- PstumoLa relacin que Excato tena con su desesperanza haba evolucionado con los siglos, hasta llegar a un punto de conciliacin similar al que logran algunos matrimonios ancianos.Los enemigos antiguos nos conocen mejor que los amigos recientes, y con ellos resulta ms sencillo pactar las normas de convivencia.Excato se adentr en las Galias siguiendo el rastro de las legiones de Julio Csar, que se dirigan hacia el misterioso y agresivo pas de los nervios, donde ni siquiera los ms osados mercaderes haban entrado jams. La guerra se perciba en el silencio de los bosques, y la primavera estaba impregnada de odio. Viajaba de noche para evitar encuentros fortuitos con los belgas, y mientras cabalgaba, a un ritmo constante pero cuidadosamente calculado para no agotar a sus caballos, el dolor se recoga obediente en algn lugar entre sus pulmones. Durante el da se detena a descansar en lo alto de alguna loma cubierta de rboles, y se suma en un sueo inquieto e intermitente en el que un lobo triste y anciano le masticaba pacientemente el corazn.Tambin poda ver a Elia, enferma y cada vez ms lejana, sumida en terribles calambres provocados por el veneno, y a Ino muriendo despacio sin darse cuenta, encogindose de la misma forma que un rbol con las races contaminadas.Una tarde se despert empapado de sudor, y al abrir los ojos vio a un guerrero nervio apoyado en el tronco de un rbol, en cuclillas, observndole con curiosidad. Era un hombre joven y fuerte, con el rostro pintado de azul. Sus ojos estaban tranquilos y le habl en un idioma que no pudo comprender.Excato crey estar soando que era humano, y le pareci terrible no poder percibir la presencia de un enemigo mientras dorma o no comprender los idiomas de los hombres.El guerrero se puso en pie, sonriendo, y a continuacin levant su enorme lanza, como si quisiera calcular su peso, y se la arroj a Excato a la altura del corazn. ste tuvo apenas tiempo de girar sobre s mismo antes de que la punta metlica desgajara violentamente el tronco, llenndole el cabello de astillas, y le sorprendi darse cuenta de que no soaba.Cuando el nervio se abalanz precipitadamente sobre l, con un gruido rabioso y apagado que son extrao entre los rboles, Excato lade el cuerpo para evitar el golpe de la espada y al mismo tiempo le hundi el pual en la garganta, girando circularmente la mueca mientras le sujetaba por el cabello con la mano izquierda y le abrazaba con firmeza. El nervio abri mucho los ojos, sorprendido de su propia muerte, y los enormes borbotones de sangre tibia empaparon el brazo del ngel al ritmo inconstante y decreciente del corazn del belga. Excato le susurr al odo delicadas frases en su propio lenguaje, como un padre reprendiendo dulcemente a su primognito, hasta que el joven dej de debatirse entre sus brazos, repuesto ya del sobresalto de su primera y ltima derrota. Cuando compareci el mensajero de la muerte, deslizndose tmidamente entre las sombras de los rboles, Excato le habl. Dime, hermano: por qu hay ocasiones en que mi alma es ciega y sorda como la de los humanos? Porque lo deseas intensamente contest en un susurro casi inaudible el ngel de la muerte. Y soy mortal, en ese momento? No, hermano repuso el mensajero, bajando tmidamente la mirada y fundindose ya con las sombras reales del bosque. Excato lleg a las cercanas del campamento romano cuando ya anocheca, y se admir al contemplarlo desde un altozano.Era una inmensa empalizada rodeada de un foso que formaba un rectngulo perfecto, aunque con las esquinas redondeadas. Estaba construido sobre una pequea elevacin del terreno y las tiendas de los legionarios se extendan en lneas paralelas, ordenadas por cohortes. Roma era eso; el orden. Las ordenanzas, la previsin, y la potencia latente y geomtrica de un ejrcito muy adelantado a su poca. A nadie ms se le habra ocurrido redondear las esquinas de un rectngulo para poder defenderlo con ms eficacia. Se dej interceptar por una patrulla de caballera, y le hicieron muchas preguntas despus de desarmarle. Estaban inquietos en aquel pas de bosques antiguos, habitados por dioses secretos y crueles.Le llevaron hasta la entrada de la empalizada, donde varios legionarios les dieron el alto y les alumbraron con antorchas. Despus de parlotear brevemente, un centurin orden que le llevaran escoltado hasta el puesto de mando. Haba grupos de legionarios ociosos que interrumpan sus conversaciones o sus partidas de dados para observarlos sin disimulo, sentados en el exterior de las tiendas de cuero.El prefecto era un hombre mayor y estaba muy cansado. Haba bebido mucho y tena los ojos hinchados. Senta miedo en medio de aquel pas agresivo y silencioso. Estaba sentado en una silla plegable y fingi repasar documentos a la luz amarillenta de una lamparilla de aceite, aunque Excato se dio cuenta de que un momento antes haba estado tendido en la litera de campaa. Ola mal. Dicen que traes un correo para Longino. Su padre muri, l lo sabe ya. S. Tuve que dar rodeos. Los belgas estn por todas partes. Los viste? contest el hombre, inquieto, con una mirada inquisitiva. No. Se esconden en los bosques. Estn ah.El hombre suspir sin disimulo. Llevamos dos semanas as, afanndonos detrs de ellos como si fueran un valioso documento que el viento se entretuviera en zarandear.El prefecto se ech hacia atrs en la silla, oprimindose los ojos con las palmas de las manos. Ya han avisado a Pstumo Plaucio dijo finalmente, mientras se levantaba. Espera fuera y vendrn a acompaarte hasta su tienda.Longino era delgado y fibroso como su padre y tena la misma mirada martima. Realmente era su sangre. Excato le tendi la funda de cuero y el Tribuno la tom con inquietud, como si la presencia de aquel objeto fuera incompatible con algn aspecto de su propia existencia. Esprame fuera, mensajero, pero no te separes de la puerta. Quiero hablar contigo, le orden amablemente.Excato estaba agotado. Se sent en cuclillas junto a la entrada de la tienda y apoy la cabeza entre las manos. Se haba levantado la brisa y ola a hombres y a hogueras. Percibi el sufrimiento de Pstumo al leer las palabras de su padre y le compadeci. Haba sentido muchas veces en los hombres el profundo dolor que flua finalmente cuando mora una persona con la que haban estado enfrentados y a la que sin embargo amaban. "La muerte completa los ciclos", record. La carta no mencionaba la traicin de Octavio.Cuando Pstumo Longino termin de leer el documento, lo guard en su funda sin dejarse dominar por el ocano de sentimientos recin liberados que nublaban su alma, como una bandada de palomas asustadas que acabaran de levantar el vuelo.Excato se puso en pie antes de que Longino separara cuidadosamente el teln de la entrada de la tienda y se asomara al exterior, buscndole con la mirada.Cuando ambos entraron en la tienda del tribuno el joven le pidi a Excato que se sentara. El romano estaba plido y muy abatido, pero se mantena erguido. "Su padre le ense a educar sus reacciones", pens el ngel. Eres un aggelos, como Nohm dijo finalmente, mostrndole la funda de cuero rojo. Soy un guerrero. Nohm es un mensajero. O lo era.Longino se sent en una silla plegable sin dejar de observarle. Entiendo contest finalmente, despus de meditar unos instantes. Tengo muchas preguntas que hacerte, Excato, pero ahora prefiero que me dejes solo. Debo meditar acerca de algunas cosas murmur, dndole una palmada al cilindro de cuero y observndolo como si contuviera algn secreto que no lograba descifrar. Me dijo que eras su sangre. El joven levant la vista, sobresaltado, y permaneci unos instantes evaluando las palabras del ngel. Su sangre. Entiendo contest finalmente, asintiendo con la cabeza. Gracias, Excato. Dile al guardia que te busque un lugar donde dormir, porque partiremos al alba. Mandar a buscarte para que cabalgues a mi lado.Excato abandon la tienda, compadecido de aquel joven admirable.9.- OctavioOctavio, el hermano de Pstumo Longino, haba heredado la constitucin ligera y fibrosa de los Plaucios, pero en lo ms hondo de su espritu nunca se haba sentido parte de la familia. La enfermiza imagen que siempre haba tenido de s mismo se reflejaba en su mirada huidiza y vigilante, y tambin en una leve tensin de los msculos de la espalda que le obligaba a desenvolverse con ademanes precipitados e imprecisos.Se present en Alejandra a las pocas semanas de la muerte de Plaucio para tomar posesin de sus negocios, y no tard en ganarse el temor de todo el mundo, debido a su actitud crispada y agresiva. A los egipcios les inquietaba vivamente la falta de humildad en un recin llegado.El asesinato de su propio padre y la inquietante y misteriosa muerte de Adriano le haban empeorado terriblemente el carcter. Sola montar en clera al menor contratiempo, y restableci los castigos fsicos. En poco tiempo contamin toda la obra de su padre. Una tarde sorprendi a Elia paseando por una de las terrazas y se acerc a ella para interesarse por su salud. Se prend inmediatamente de aquella mujer de voz apagada y extraa mirada. Aquella misma noche la hizo llamar a sus aposentos, y el ngel compareci envuelto en un extico manto oscuro que la cubra hasta los pies como a una reina oriental. Antes de que Octavio pudiera reaccionar, la mujer se despoj con naturalidad de la prenda, y su cuerpo desnudo inici una misteriosa danza sin msica mientras siseaba extraas palabras desprovistas de vocales. Octavio palideci. No era ni mucho menos una de las mujeres ms bellas que haba conocido, pero su mirada y sus ademanes no parecan del mundo de los hombres. El ngel bailaba a la luz del faro, y sus movimientos le erizaron la piel al joven romano. La danza se prolong durante una eternidad, o al menos eso le pareci a Octavio, que tuvo la sensacin de entrar en una dimensin desprendida del paso del tiempo. Sbitamente, tuvo la certeza de despertar de un sueo y encontrarse en un sueo distinto, aunque muy parecido. Estaba tumbado boca arriba en uno de los triclinios, y Elia se haba sentado sobre l, con las piernas aprisionndole las caderas. Su piel era anormalmente clida y pareca tener vida propia. Le intimid la intensidad de su mirada, a pocos milmetros de la suya. Le estaba hablando, aunque no mova los labios. Tu padre me habla, golondrina escuch Octavio en su interior, mientras la mujer le colocaba la mano sobre el pecho. Sinti un fro agudo y certero en el corazn. Su padre sola llamarle golondrina, cuando era un nio. "Algn da sers una gaviota, ahora eres una pequea golondrina atolondrada, Octavio". Mi padre muri logr susurrar, aterrorizado, mientras el fro se difunda por su piel. Los hombres mueren y siguen hablando, si sabes escucharlos.Octavio empez a tener dificultades para respirar. Senta el fro instalndose en sus pulmones. Dos enormes lgrimas brotaron de sus ojos y empez a sollozar como un nio. l est aqu, con los dems hombres que viajaban en el Andrmaca. Vienen a buscarte como hicieron con Adriano susurr el ngel.Octavio se cubri los odos compulsivamente. No poda soportar lo que senta al escuchar a aquella extraa mujer que le miraba fijamente, y not que se orinaba encima. Habla con ellos grit el romano, al borde del colapso. Habla con mi padre, mujer. Aydame. Tu padre desea perdonarte. Quiere que cambies, golondrina. Quiere que te conviertas en gaviota y seas digno de su memoria. Mientras no lo hagas, sentirs el fro sembrado en el corazn y tu padre no se ir.Elia se separ suavemente del romano y se puso en pie.Octavio se coloc en posicin fetal, con las manos en los odos, gimiendo mansamente de la misma forma que un animal agonizante."El miedo se instala en lo ms hondo del corazn, junto a la tumba de nuestros sueos, y cristaliza como un copo de nieve eterna".10.- Los guerreros nerviosEl lamento agudo de los cuernos de guerra comenz a sonar poco antes del alba, diluyndose de inmediato en la niebla que envolva an el inmenso ocano de rboles.Despus de desayunar, los legionarios procedieron a desmontar las tiendas y la empalizada, y rellenaron despus el foso que rodeaba el campamento con la tierra que ellos mismos haban extrado la tarde anterior. Finalmente comenzaron a formar la columna de marcha. Las seis legiones veteranas se colocaron en cabeza, seguidas de los suministros y las mquinas de guerra, que estaban flanqueadas por la caballera auxiliar. Las dos legiones inexpertas cerraban la formacin. En total, la columna meda siete kilmetros de longitud.Excato acudi junto a Pstumo para cabalgar a su lado. El hijo de Plaucio no haba conciliado el sueo en toda la noche, pero mantena la compostura a pesar de su aspecto desmejorado. Era un joven reservado y muy introvertido, aunque disimulaba perfectamente su carcter, si las circunstancias lo aconsejaban. Poda incluso pasar por una persona muy sociable, si no se le trataba asiduamente y con cierta intimidad.Aquella maana necesitaba hablar. Lo necesitaba de corazn, y Excato haba aprendido a escuchar.La madre de Pstumo haba muerto a consecuencia del parto, y su padre estuvo a punto de perder la razn a causa del dolor, ya que amaba intensamente a su esposa. Plaucio se aisl en el interior de s mismo, trazando una frontera invisible entre su corazn y un mundo que se haba convertido en un lugar solitario e inhspito. Saba que no poda llevar a sus hijos con l, y opt por abandonarlos al otro lado de su naufragio interior. Pstumo creci rodeado de preceptores y de libros, y se habitu a convivir con sus inquietudes sin solicitar consejo o consuelo. Estableci con su soledad una relacin de natural camaradera, al mismo tiempo que desarrollaba una personalidad slida y firme.Por el contrario, su hermano Octavio no asimil la distancia impuesta por su padre, culpabilizndose inconscientemente por ello, y no tard en manifestarse como un muchacho resentido y cruel.Lo dems era previsible. Excato escuchaba al joven Pstumo Plaucio, pero al mismo tiempo se maravillaba de la belleza de aquel pas indmito y tambin se senta impresionado por la fuerza que emanaba de aquel ejrcito que lo atravesaba decididamente, entonando brutales y desafiantes cnticos de marcha.Hacia el medioda tuvo ocasin de ver a Julio Csar, cuando el General se dirigi al galope hacia la retaguardia seguido de varios altos oficiales. Fue una falsa alarma, y nadie perdi la compostura. Aquellos hombres estaban muy seguros de s mismos y tambin de su comandante. Cuando al cabo de un rato Csar pas al trote en direccin opuesta, los hombres le vitorearon, y l respondi con una sonrisa de complicidad.Despus del medioda, Pstumo se sumi en un silencio espeso y se dedic a recorrer una y otra vez la formacin de su Legin. Los soldados empezaban a estar inquietos como nios, ante la expectativa de completar la marcha del da y montar el campamento.Cuando le vieron solo, algunos legionarios intentaron entablar conversacin con Excato, pero ste fingi no entender el latn que hablaban. Hicieron algunas bromas sobre l, y el ngel lleg a la conclusin de que los hombres de guerra eran iguales en todas partes y en todas las pocas.El General decidi acampar en lo alto de una colina que descenda suavemente hasta un ro de poca profundidad. Al otro lado se extenda un prado amplio y despejado, rodeado de un bosque particularmente denso.La mitad de los legionarios inici las obras del foso mientras la otra mitad montaba guardia a lo largo de la posicin. Era una hermosa tarde de principios de verano y los hombres bromeaban, felices de haber concluido una jornada de marcha.Excato contemplaba admirado las obras iniciales del foso, que se ejecutaban con sorprendente eficacia. Sbitamente, palideci y clav la mirada en el bosque, ms all del ro. Sali corriendo precipitadamente en direccin a Pstumo, y cuando lleg a su altura, interrumpi con un gesto a un centurin que estaba hablando con el tribuno. Pstumo, debes avisar a Csar. El grueso del ejrcito nervio est en el bosque que hay al otro lado del ro. Han deducido que acamparamos aqu y nos estn esperando. Van a atacarnos en unos minutos.Los hombres que rodeaban al tribuno examinaron a Excato discretamente, como slo se hace con los que estn perturbados o con los que lo parecen, y despus se consultaron entre ellos con la mirada, atnitos. Saban que aquel hombre era amigo del oficial, pero sin duda se haba trastornado por culpa de aquel maldito pas. Sin embargo Longino vacil apenas un segundo. Golpe los costados de su montura con los talones y parti al galope hacia donde estaba el General. El caballo levantaba enormes terrones de hierba con los cascos, y los hombres interrumpan su trabajo para observarlo, sorprendidos.Desde su posicin, Excato vio a Pstumo frenar bruscamente su montura y dirigirse precipitadamente al General despus de saludarle, abstenindose sin embargo de hacer gestos con las manos, excepto para indicar la posicin del bosque, al otro lado del ro, y para sealar brevemente a Excato. Csar, que estaba rodeado de su estad