El alma perdida
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Roberto Manuel Carvajal
Introducción
Muchas familias
comenzaron a forjarse un
futuro alrededor de los
beneficios que entregaba
el ferrocarril. La misma
estación y su diario que
hacer, no solo era el
punto de recibimientos y
despedidas, sino que, se
transformo en un bulevar
obligado para todas las
familias, cuantas parejas
de conocieron en aquellos
pasillos, cuantas
amistades se formaron,
cuantas familias se
unieron, sería imposible
enumerarlas a todas, lo
que si estoy seguro que la
añorada estación de
ferrocarril formo parte
importante de la
evolución de nuestra
ciudad.
EL ALMA PERDIDA
Hace 157 años, se daba comienzo a su
construcción y los habitantes de
aquella época comenzaban a soñar con
el progreso y los beneficios que traería
el ferrocarril a la ciudad. Hace 146
años que se inauguro y con ello se
daba comienzo a la modernización de
la ciudad con ello las mercancías no
tardarían semanas sino horas en
llegar. Hace 15 años que el alma de
aquella ciudad pujante tomo el último
carro con rumbo desconocido, ya que
nunca más volvió.
Cuando el gobierno anuncio en
una gran ceremonia la
autorización para la
construcción de la nueva
estación de ferrocarriles entre
Santiago y Valparaíso, la
comunidad toda celebro dicha
noticia, muchos eran los
comentarios y no faltaron los
que se adelantaron y daban un
gran salto trayendo ropas y
alhajas para lucir en el viaje
inaugural, era el año 1852,
cuando en nuestra ciudad ni
siquiera había un medio
moderno de la época para
comunicarse, todavía se
dependía del mensajero a
caballo, pero existía la fortaleza
para salir adelante, no se
cumplían 10 años de la
inauguración de nuestra ciudad
y ya se comenzaban a cumplir
los anhelos de todos, las
autoridades de la época no
dejaban escapar la oportunidad
para solicitar el apoyo del
gobierno regional y del central
para lograr traer a La Calera los
adelantos de la época y que
esta ciudad que se había
levantado gracias a una fábrica
de cemento, que de ser un
campamento se convirtió en
comunidad compuesta por
gente de trabajo, esforzada y
honrada, tuviera la oportunidad
de tener un mejor vivir en
aquellos años. En nuestra
ciudad no solo hacían falta
medios de transportes y de
comunicación, sino que se
comenzaba hacer necesario
crear escuelas y nuevas
poblaciones, para las cientos de
familias que comenzaban a
llegar de distintas partes del
país en busca de nuevos
horizontes y atraídos por la
minería naciente en la zona y la
tierra fértil.
Cuando llego la hora de la
inauguración de la hermosa
estructura que albergaría la
estación de ferrocarriles de la
ciudad cementera, la alegría se
manifestó hasta los últimos
límites de la zona, llegaron las
autoridades, se abrazaron con
cuánta gente pudieron alcanzar
sus brazos, es que no era para
menos, La Calera desde aquel
día comenzaba un periodo de
su historia importante, se
convertía en el eje central de la
región de Valparaíso, pues
desde su estación la gente que
venía del norte hacia el sur
debía obligadamente pasar por
La Calera, el comercio comenzó
a crecer, se creaban nuevos
puestos de trabajo, se
instalaban las primeras
escuelas, llegaba el telégrafo,
en 1871 se construye el primer
puente que cruza el río
Aconcagua, en fin, la ciudad
que hasta hacia unos pocos
años atrás no era más que un
pequeño campamento, a poco
más de 20 años de su
fundación oficial, ya comenzaba
a tomar forma de ciudad, con
un espíritu propio y a la altura
de las grandes ciudades de la
época. Muchas familias
comenzaron a forjarse un
futuro alrededor de los
beneficios que entregaba el
ferrocarril. La misma estación y
su diario que hacer, no solo era
el punto de recibimientos y
despedidas, sino que, se
transformo en un bulevar
obligado para todas las
familias, cuantas parejas de
conocieron en aquellos pasillos,
cuantas amistades se formaron,
cuantas familias se unieron,
sería imposible enumerarlas a
todas, lo que si estoy seguro
que la añorada estación de
ferrocarril formo parte
importante de la evolución de
nuestra ciudad.
Con el paso de los años la
estación fue tomando una
importancia relevante en el que
hacer de la ciudad, en su
economía, en el desarrollo
industrial, en la minería, en casi
todo lo que se desarrollaba en
la ciudad principal del norte de
la región el ferrocarril y su
estación estaba presente.
En el siglo veinte con el
desarrollo de la economía en la
región la estación fue pieza
fundamental, tanto en el
servicio de carga como el de
pasajeros, miles de jóvenes
pudieron seguir sus estudios
superiores tanto en Santiago
como en Valparaíso y La
Serena.
La estación ferroviaria era el
alma de la ciudad, ajena a los
cambios en los medios de
transporte, la estación seguía
siendo el punto de encuentro
más importante de la ciudad,
sin embargo las autoridades no
pudieron o no quisieron tomar
los resguardos necesarios y
poco a poco vimos como la
nostalgia se fue apoderando de
los caleranos al ver que la
estación estaba siendo
abandonada a su propia suerte.
Con el cambio político a
principio de los 90’ con la
vuelta de la democracia se
pensó que el gobierno de la
concertación realizaría los
cambios necesarios para
recuperar y devolver la
importancia al transporte de
pasajeros a través de los
trenes; sin embargo el
presidente Patricio Aylwin
Azocar colocaba la última
estocada al tren de pasajeros
desde Santiago a Valparaíso.
Cancelando dicho medio de
transporte, quedando su uso
exclusivamente para los
habitantes de Limache a
Valparaíso.
Todo lo que las autoridades
locales, provinciales y
regionales hicieron fue inútil, la
decisión estaba tomada y o
habría vuelta atrás, así
comenzábamos a ver la lenta
muerte de nuestra estación, sin
embargo el servicio de carga
no se detuvo hasta nuestros
días, las explicaciones que se
daban no tenían ningún estudio
realista. Pero eso no fue todo,
las autoridades de Efe, pasado
el tiempo dejaron abandonada
totalmente la estación,
expuesta a los deterioros de la
naturaleza y el tiempo y de los
grupos delictuales que
comenzaron a destruirla. La
municipalidad trato de
recuperarla y hacerse cargo de
su mantención, no tan solo por
la nostalgia y el romanticismo
que significa la estación para la
ciudad, sino que, por
protegerla, ya que era la única
construcción del siglo 19 que
estaba en pie. Ya la estación de
Quillota había pasado a mejor
vida a manos de los
delincuentes y no se deseaba la
misma suerte para nuestra
estación. Mientras las
autoridades conversaban acogió
a un grupo de jóvenes artistas
de la ciudad que trataron de
rescatar el espíritu de la
estación y la hicieron el punto
de encuentro del arte y la
poesía, el viejo y herido edificio
se llenaba de alegría al albergar
entre sus paredes y pasillos el
alma y los sueños propios de la
juventud. Sin embargo esto no
duro mucho, ya que la
autoridad sentada en su
cómoda oficina a más de 100
kilómetros de distancia en la
ciudad de Santiago, negó el uso
a los jóvenes y de paso no
autorizo el comodato a la
municipalidad para el cuidado
de la estación.
Nuevamente, la que fuera el
punto central de la economía de
la ciudad y el punto de reunión
de miles de caleranos y
pasajeros, nuevamente había
sido abandonada a su suerte,
pero esta vez, en forma
definitiva, para siempre
quedaran en la retinas de los
más antiguos aquellos años
dorados de la vieja estación,
que miraron con tristeza e
impotencia como los vándalos
de siempre la destrozaban y la
hacia su guarida para reunirse
a beber y drogarse, ante la
mirada atónita de los
transeúntes, ni siquiera los
centros comerciales que hoy la
rodean pudieron salvarla.
Siento una envidia de aquellas
ciudades del primer y segundo
mundo que cuidan su pasado
como un tesoro para que las
nuevas generaciones puedan
disfrutar y estudiar su riqueza
interior.
Hoy para las autoridades y el
gobierno central solo existe
Santiago y se invierten millones
y millones de dólares cada año
en modernizar y proteger el
casco antiguo de la región
metropolitana, mientras en las
regiones y específicamente en
La Calera, todo está olvidado,
solo existimos cuando se
necesita el voto popular, pero
cuidar lo nuestro siempre hay
una excusa para evitar los
fondos.
Hoy al mirar al interior de la
vieja estación, puedo ver correr
a los niños jugando por los
pasillos, escuchar las largas
tertulias de amigos que esperan
la llegada del rápido, la alegría
de algunos por la llegada de un
pariente desde el norte o desde
la costa; puedo sentir ese
sentimiento extraño, pero
confortador cuando pasamos
por aquellos lugares que nos
marcaron en nuestra infancia,
pero por desgracia también
siento su llanto y sus gritos de
dolor por el estado de
abandono que las autoridades y
la ciudadanía la tienen.
Al parecer cuando el último
convoy salió desde La Calera
rumbo a Valparaíso en 1994, no
solo se llevo al último pasajero,
sino que también se llevo el
alma de la ciudad, que hasta
ahora se añora.