El Acoso de Mordant - Donaldson Stephen R

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Annotation

Terisa Morgan necesitaba deseperadamente escapar. Emaestro Gil bur intentaba matarla. El Castellano Lebbicdeseaba violarla y torturarla. Y ella necesitaba encontrar Geraden, que había desaparecido, nadie sabía donde, al otrado de un espejo. Orison estaba siendo asediado por jército de Alend. Eremis, el traidor, estaba trabajando eontra de Mordant con Gilbur, coaligado con los odiado

habitantes de Cadwall y el archi-Imagero Vagel. ¡Y lacciones del Rey Joyse, preocupado solamente por su jueg

del brinco, no podían ser explicadas de ninguna forma!

Stephen R. Donaldson

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Stephen R. Donaldson

EL ACOSO DE MORDANT

 La necesidad de Mordant III 

Ultramar 

Título original: Mordant's Need: A Man Rides Through

Traducción: Domingo Santos

 Portada: Antoni Garcés

1 a edición: Febrero 1990

© 1987 by Stephen R. Donaldson

 Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta

 publicación

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 permiso

del detentor de los derechos de autor.

© Ultramar Editores S.A., 1989

 Mallorca 49. S 321 24 00. Barcelona-08029

 ISBN: 84-7386-570-7 

 Depósito legal: B-40535-1989

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Fotocomposición: Fénix, Servicios Editoriales / Master

Graf S.A.

 Impresión: Cayfosa. Santa Perpetua de Mogoda

(Barcelona), 1989.

 Printed in Spain

 A Perryn Laura Donaldson: por la luz del sol y las floresallá donde las necesites y por el amor allá donde lo desees.

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El asedio del Príncipe

A la mañana siguiente, temprano, se inició el asedio dOrison.

La enorme y rectangular masa del castillo se alzaba e

un terreno ligeramente bajo, rodeado por una extensión dierra desnuda y dispersa hierba…, y rodeado también por jército de Alend, con su horda de apoyo de sirvientes eguidores del campamento. Desde la perspectiva d

Príncipe Kragen, Orison parecía demasiado enorme -y nillo de atacantes a su alrededor demasiado pequeño- pa

que el asedio tuviera éxito. Sin embargo, comprendía losedios. Sabía que sus fuerzas eran lo suficientemenoderosas como para tomar el castillo.

Sin embargo, el Príncipe no arriesgó ningún hombrSentía la presión del tiempo, por supuesto: casi podía oír

jército del Gran Rey Festten saliendo de Cadwal contra éuna sensación tan inquietante como un hedor nacido eos límites de un fuerte viento. Y ese ejército era grande:

Príncipe lo sabía porque había capturado a un cierto númerde los hombres heridos del Perdón en su camino a Orison

es había extraído la información. Compuesto la mitad p

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mercenarios, la mitad por sus propias tropas, el ejército dGran Rey contaba al menos con veinte mil hombres. Y lohombres del Monarca de Alend apenas eran diez mil.

Así que Kragen tenía que apresurarse. Necesitab

omar Orison y fortificarlo antes que aquellos veinte mhombres de Cadwal cruzaran el Broadwine hacia el interidel Demesne. De otro modo, cuando el Gran Rey llegara, nendría otra elección que retirarse ignominiosamente. A

menos que estuviera dispuesto a perder todas sus fuerzan un esfuerzo por ayudar a Joyse a mantener la Cofraduera de las manos de Cadwal. El plan de dama Elega paaralizar Orison desde el interior había fracasado, y ahora iempo no estaba del lado del Pretendiente de Alend.

Sin embargo, no arriesgó ningún hombre. Muy prontba a necesitarlos a todos.

En vez de ello, ordenó que sus catapultas fueraituadas en posición para lanzar sus rocas al deficiente murortina que protegía el agujero en el costado del castillo.

Había visto esa herida desde un punto ventajoso simill día después de que el campeón loco de la Cofradía s

briera camino por aquel lugar hacia la libertad, el mismo dque, como embajador del Monarca de Alend, había partidormalmente de Orison: una humeante brecha con el aire d

muerte en la pared de lisa piedra. El daño había sidmpresionante entonces, visto contra un fondo de frío

nieve, como una herida fatal que humeaba porque el cadáv

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ún estaba caliente. Aquella visión había alegrado stremecido a la vez el corazón del Príncipe Kragerometiéndole que Orison podía ser tomado…, que un pod

que en su tiempo había gobernado Mordant y controlado

ntiguo conflicto entre entre Alend y Cadwal estabondenado.En algunos aspectos, sin embargo, la sede del Re

oyse parecía más vulnerable ahora. Las imperfecciones dmuro cortina eran tan simples que cualquier niño hubie

odido medirlas. Considerando sus circunstancias, Castellano Lebbick lo había hecho bien…, muy bien, dhecho. Pero las excusas circunstanciales no podían ayudarque la pared resistiera contra las máquinas de asedio. Eapitán de catapultas del Príncipe estaba aceptandrivadamente apuestas acerca de si el muro cortina podr

obrevivir o no más de un buen tiro. No, la obvia cuestión a la que se enfrentaba el Príncip

Kragen no era si podía entrar por la fuerza en Orison, sinmás bien cuánto podía resistir el castillo. Dama Elega habracasado en su intento de envenenar a los guardias d

Lebbick…, pero había envenenado el depósito de aguituando el superpoblado castillo en un estado de severacionamiento. Y en cuanto al Rey Joyse… No erxactamente el líder de su pueblo: era su héroe, el homb

que le había proporcionado identidad además de ideale

Ahora había perdido el juicio. Sin líder y desesperado

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hasta qué punto lucharían fieramente los de Mordant?Podían hacerlo fieramente, si Joyse mantenía su palabr

Ciertamente había perdido el juicio, no cabía duda de ellSin embargo, se había enfrentado a la exigencia de Alend d

endirse con una amenaza que podía alentar los corazonede sus seguidores: ¡El Rey Joyse pretende liberar toda luerza de la Cofradía contra vosotros y barreros de la fade la tierra!

Elega no creía en aquello, pero el Príncipe carecía de sonfianza. Si Joyse tenía realmente intención de liberar l

Cofradía, entonces lo que le ocurriera al ejército de Alenodía ser peor que ser barrido de la faz de la tierra. Podía s

a ruina completa.Así que el Príncipe Kragen mantuvo sus tropas alejada

de los muros de Orison. Con su casco crestado sobre s

izado pelo negro, con su bigote engominado hasta brillon un resplandor que hacía juego con el de sus ojos, y sspada larga y su peto al descubierto por la forma negligenn que llevaba su capa de piel blanca, era la imagen de eguridad y la vitalidad mientras disponía sus fuerza

dvertía a los seguidores del campamento que se retirabadiscutía pesos y trayectorias con su capitán de catapultaSin embargo, cada uno de los pensamientos de su cabezstaba orlado con dudas. No tenía intención de arriesg

ningún hombre hasta que fuera necesario. Temía que pront

ba a necesitarlos a todos.

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El terreno era ideal para las catapultas. Por un lado, edespejado. Excepto la confluencia de los tres senderos, uelo no presentaba obstáculos; virtualmente todos lorbustos habían sido talados, e incluso las manchas d

hierba que habían brotado en primavera estaban pasanduna mala época a causa del frío y la falta de lluvia. Y loenderos no se hallaban en el camino de Kragen: confluían

una cierta distancia fuera de las puertas de Orison en la parnordeste del cas tillo, y la herida en la pared miraba más hacl noroeste. Por otro lado, las inmediaciones de Orisostaban al mismo nivel o ligeramente más bajas que laosiciones del ejército de Alend. Como los maestro

militares y consejeros del Príncipe Kragen le habíanculcado durante años, era excepcionalmente difícil apuntas catapultas colina arriba. Aquí, sin embargo, el blanco qu

e presentaba a sus máquinas de asedio era fácil.Dama Elega acudió a su lado mientras era cargada

más poderosa de las catapultas. Su mente estabreocupada; pero tenía la capacidad de conseguir stención en cualquier momento, y la saludó con una sonri

que era más cálida que sus distraídas palabras.- Mi dama, vamos a empezar.Apretando su manto en torno a su cuerpo, la mujer mir

duramente su hogar.- ¿Qué ocurrirá, mi señor Príncipe? -murmuró, como

no esperara una respuesta-. ¿Resistirá el muro cortina?. E

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Castellano es un viejo y astuto veterano. Seguro que hhecho lo mejor que ha podido por Orison.

El Príncipe Kragen estudió su rostro al tiempo que astillo. Puesto que la amaba, e incluso la admiraba

uesto que se sentía reacio a reconocer que no confiabnteramente en una mujer que había intentado taenazmente traicionar a su propio padre-, le resultaba difícdmitir que ella no lucía su mejor aspecto bajo aquellaondiciones. El frío y el viento le arrebataban la chispa a su

vividos ojos, convirtiéndolos en abotagados; la intensa ludel sol hacía que su aspecto fuera pálido, como sin sangromo una mujer carente de corazón. Sólo era encantadoruando se hallaba entre paredes, vista a la luz de las velasa intriga. Sin embargo, su actual falta de belleza sólo hiz

que el Príncipe la quisiera aún más. Sabía que tenía realmen

un corazón. Los dedos que sujetaban cerrado su manto eraálidos y urgentes. Cada palabra que decía, y cada rasg

que exhibía, le decían que estaba afligida.- Oh, el muro caerá -respondió, en el mismo ton

distraído-. Lo habremos derribado antes del anochecer…

quizás antes del mediodía. Fue levantado en inviernDejemos que Lebbick sea tan astuto y experimentado comquiera. -A Kragen no le gustaba demasiado el hoscCastellano-. No ha dispuesto de nada que pudiera usar commortero. Aunque tomara toda la arena de la Cofradía, y lueg

matara a todos los Imageros para conseguir su sangr

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eguiría siendo incapaz de sellar esas piedras contnosotros.

La dama se estremeció ligeramente.- ¿Y cuando caiga? -preguntó, siguiendo un

reocupación no formulada-. ¿Qué, entonces?- Cuando lancemos este golpe -dijo él, bruscamenduro-, no habrá vuelta atrás. Alend estará en guerra coMordant. Y no podemos aguardar que la sed y el miedhagan el trabajo por nosotros. El Perdón es todo lo que slza entre nosotros y el Gran Rey Festten. Tendremos qu

hacer la grieta tan grande como nos sea posible. Y luego nobriremos camino luchando. -Un momento más tarde, simbargo, sintió piedad de ella y añadió-: Pero Orison recibiodas las oportunidades precisas de rendirse. No quier

ninguna matanza. Cada hombre, mujer y niño de ahí dentr

erán necesarios contra Cadwal.Elega le miró, con muda gratitud en su congestionado

hinchado rostro. Pensó unos instantes , luego asintió.- El Castellano Lebbick nunca se rendirá. Mi padr

nunca se ha rendido en su vida.

- Entonces deberá empezar ahora -restalló el Príncipe.Ella le creyó. Creyó que el muro cortina no resistiría…parte la Imagería, por supuesto. Orison no tenía loecursos necesarios para resistir aquel asalto. Sin embarg

dudas que apenas podía nombrar aferraron la boca d

stómago del Príncipe cuando ordenó al capitán que arroja

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a primera piedra.Al unísono, dos fornidos hombres golpearon sendo

mazos contra otros tantos ganchos a cada lado de atapulta; el gran brazo saltó hacia delante y golpeó cont

us topes; una piedra tan grande como un hombre partirazando un arco de la cazoleta. El disparo alzó un grito dnticipación del ejército, pero el Príncipe Kragen lo observ

hoscamente. El golpe seco de los mazos, el gruñir de ensión en las maderas, el sordo sonido de los topes y rotesta de las ruedas: creyó sentirlo en su pecho, como ueran golpes dados contra él…, como si pudiera decimplemente por el sonido que la piedra iba a fallar slanco.

Falló. No enteramente, por supuesto: Orison era un blanc

demasiado grande para eso. Pero la roca golpeó alta y a zquierda, lejos del muro cortina.

El impacto dejó una cicatriz en la fachada del castillAquello era trivial, sin embargo: el proyectil se hizo pedazoEl trapo púrpura liso de la bandera personal del Rey sigui

gitándose en su mástil, intocado, despreocupado.Kragen maldijo para sí mismo al viento, aunque sabque no tenía nada que ver con el yerro. De hecho, era normallar la primera vez: un acierto a la primera hubiera sido de

más poco común. El capitán de catapultas necesitaba uno

uantos tiros para ajustar su máquina, calcular el alcanc

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Sin embargo, el Príncipe Kragen sintió una punzadrracional, como si el fallo fuera una advertencia.

Quizá lo fuera. Antes de que los hombres del capitáudieran empezar a tirar de las cuerdas que volvían a mont

l brazo de la catapulta, toda la fuerza de asedio pudo oír lamor de una trompeta. No era una de las fanfarrias familiares, anunciand

mensajeros o desafío. Era un agudo y tembloroso gemido duna nota, como si el propio trompetista no supiera lo qustaba haciendo, sino que simplemente hubiera recibidnstrucciones de llamar la atención.

Kragen miró a dama Elega, pidiendo implícitamente unxplicación. Ella se encogió de hombros y señaló hac

Orison con la cabeza.Desde su actual posición, el Príncipe no podía ver la

uertas del castillo. Debían haberse abierto, sin embarguesto que un hombre a caballo rodeó el ángulo de

muralla y cabalgó en dirección a la catapulta.Era un hombre pequeño…, demasiado pequeño para s

montura, evaluó automáticamente el Príncipe Kragen. Y n

costumbrado a los caballos, a juzgar por la forma precarn que se mantenía en su silla. Si llevaba alguna arma rmadura, estaban ocultas bajo su grueso manto.

Pero sobre los hombros, por encima del manto, llevaba casulla amarilla de un Maestro. El viento hacía que lo

xtremos de la casulla restallaran, de modo que no podía

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er mal interpretados.El Príncipe arqueó una negra ceja, pero no dejó trasluc

nada más. Consciente de que todo lo que dijera sería oídoransmitido por todo el ejército, murmuró calmadamente:

- Interesante. Un Imagero. Un Maestro de la CofradíLo conoces, mi dama?Ella aguardó hasta que no hubo posibilidad de erro

Entonces respondió suavemente:- Es Quillón, mi señor Príncipe. -Tenía el ceñ

rofundamente fruncido-. ¿Por qué él? Nunca fumportante, ni para la Cofradía ni para mi padre.

El Príncipe Kragen sonrió hacia el Maestro que sproximaba. De modo que sólo Elega pudiera oírle, comentó

- Sospecho que dentro de poco conoceremos espuesta.

El Maestro Quillón avanzó, con el rostro enrojecido digno de risa sobre su montura demasiado grande. Sus ojoran acuosos como si estuviera llorando, aunque no habena en su expresión. Su nariz se fruncía como la de uonejo; sus labios dejaban al descubierto sus sobresaliente

dientes. Pero cuando el Maestro detuvo su caballo delandel Príncipe Kragen y dama Elega -mientras Quillódesmontaba casi como si cayera, arrojado fuera de su sil

or el viento-, el Pretendiente de Alend no tuvo dificultad euprimir su regocijo. Independientemente del aspecto d

Quillón, era un Imagero. Si hubiera tenido con él un espej

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quizás hubiera sido capaz de efectuar un daño considerabntes de ser tomado prisionero o muerto.

- Mi señor Príncipe -dijo sin ningún preámbulo, sin unmirada a la hija del Rey Joyse o una inclinación de cabeza

hijo del Monarca de Alend-, he venido a advertirte.Los hombres alrededor del Príncipe se envararon; apitán de catapultas llevó su mano a la espada. Pero ctitud del Príncipe Kragen no dio indicación de ningunfensa.

- ¿A advertirme, Maestro Quillón? -Su tono era suavese al penetrante brillo de su mirada-. Eso es un

nesperada cortesía. Oigo claramente al Castellano Lebbicmenazar con «liberar toda la fuerza de la Cofradía» cont

nosotros. ¿He entendido mal las intenciones de tu ReyAcaso no he sido ya advertido? ¿O -mantuvo firmemente

mirada de Quillón- es tu advertencia diferente en algúentido? ¿Implica tu presencia aquí que la Cofradía no s

halla ya bajo el gobierno del Rey?- No, mi señor Príncipe. -El Imagero parecía ta

sustado que la firmeza en su voz sonaba innatura

nesperadamente ominosa-. Te precipitas en tuonclusiones. Lo cual es una debilidad peligrosa en un lídde hombres. Si quieres sobrevivir a esta guerra, debemostrar más cuidado.

- ¿Debo? -respondió el Príncipe, aún con voz suave-. T

ido perdón. Me has desconcertado. Tu propia incaut

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sadía al venir a hablar conmigo ha inspirado mis incautaspeculaciones. Si pretendes simplemente repetir lamenazas del Castellano, podías haberte ahorrado unncómoda cabalgada.

- No pretendo nada de eso. Vine a advertirte de qudestruiremos esta catapulta. Si permaneces cerca de elluedes resultar herido…, quizá muerto. El Rey Joyse n

desea verte muerto. Esta guerra no es obra suya, y no tiennterés en tu muerte.

Un frío y poco familiar hormigueo recorrió el cuerabelludo de Kragen y descendió por su nucestruiremos… Como toda la gente a la que había conocid

emía a los Imageros, temía el extraño poder que tenían droducir atrocidades sin nada más que cristal y talento. Unonsecuencia de esto era que había distorsionado

onfiguración de su asedio para evitar el cruce de caminoorque sabía por Elega que el Perdón había sido atacad

una vez por la Imagería en aquel lugar. Y la actitud dQuillón hacía que sus palabras sonaran locas…mpredecibles, y en consecuencia peligrosas. El Rey Joys

o desea verte muerto.Al mismo tiempo, el hijo de Margonal era Pretendiente de Alend, ocupaba una posición, y llevabonsigo una responsabilidad, a la que nadie le habbligado. En otras tierras, otros príncipes podían convertirs

n reyes lo merecieran o no; pero el Trono en Scarab d

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Monarca de Alend sólo podía ser ganado, nunca heredadY Kragen deseaba ese Trono, tanto porque confiaba en s

adre como porque confiaba en sí mismo. Más que ningútro que deseara gobernar Alend, creía en lo que su padr

staba haciendo. Y se sentía seguro de que ninguno de suompetidores estaba mejor cualificado que él.Así que no había miedo en la forma en que miró

Quillón, o en la forma en que se irguió ante él, o en la formn que habló. Sólo había cautela…, y un regocijo superfici

que no pretendía engañar a nadie.- Vaya, ¿ningún interés? -preguntó con vo

ntrascendente-. ¿Pese a que le he arrebatado su hija y hraído todas las fuerzas del Monarca de Alend a las puerta

de Orison? Discúlpame si parezco escéptico, Quillón. Lreocupación de tu Rey por mi vida parece ser, y n

retendo ofender, un tanto excéntrica. -Inclinó la cabezomo si hiciera una reverencia; pero sus hombres omprendieron y cerraron filas en torno a Quillóloqueando la retirada del Imagero-. Y corres un gran riesg

haciéndome partícipe de su preocupación por mí.

La mirada del Maestro Quillón fue a uno y otro ladntentando observarlo todo a la vez.- No tanto -comentó, como si no hubiera notado s

ropia ansiedad-. Sólo mi vida. Prefiero vivir, pero no serderá nada importante si resulto muerto. Esta catapul

erá destruida igualmente. Toda catapulta que intente

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puntar contra nosotros será destruida. Como he dicho, Rey Joyse no tiene interés en tu muerte. Pero, si insistes emorir, él no te lo prohibirá.

»El riesgo de mi vida es tu seguridad de que digo

verdad.- Fascinante -murmuró el Príncipe, arrastrando laalabras-. ¿Desde esta distancia vais a destruir mis máquina

de asedio? ¿Qué nuevo horror ha diseñado la Cofradía, quois capaces ahora de proyectar la destrucción hasta taejos de vuestros espejos?

El Maestro no respondió a esta pregunta.- Retírate o no, como elijas -dijo-. Mátame o no. -

runcir de su nariz era inconfundiblemente conejil-. Pero nometas el error de creer que se te va a permitir entrar cupar Orison. Antes que rendir su Trono a esta fuerza, e

Rey Joyse permitirá que seas aplastado entre el martillo dCadwal y el yunque de la Cofradía.

Dama Elega no pudo contenerse.- Quillón, esto es una locura. -Su protesta sonó a la v

uriosa y desolada-. Eres un Imagero menor, un miembr

nferior de la Cofradía. Admites que tu vida no tienmportancia. Sin embargo, te atreves a amenazar al Monarcde Alend y a su hijo. ¿Cómo has ganado tanta estatura, qufirmas hablar con la voz de mi padre?

El Maestro Quillón la miró por primera vez. De pronto s

ostro se contorsionó, y una incongruente nota de ferocida

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filó su tono.- Mi dama, la orden del Rey me ha dado mi estatura. So

l mediador de la Cofradía. -Sin moverse, se enfrentó a ellomo si bruscamente se hubiera hecho más alto-. A

ontrario que su hija, yo no le he traicionado.Leales a su Príncipe, los soldados de Alend sensaron; un cierto número de ellos llevaron las manos a suspadas.

Pero Elega se enfrentó firmemente a la respuesta dMaestro. Tenía el orgullo de la hija de un Rey, así como leguridad de la hija de un Rey en lo que estaba haciendo.

- Eso es injusto -restalló-. Él ha traicionado Mordano puedes estar ciego a la verdad. No puedes…

Deliberadamente, el Maestro Quillón se dio la vueltomo si ella hubiera dejado de existir para él.

Sin ser oída, su protesta se arrastró hasta el silencio. Dronto pareció a punto de echarse a llorar en el helad

viento primaveral.El Príncipe Kragen controló dificultosamente su ira. L

ctitud del Maestro lo enfurecía porque la comprend

demasiado bien. De todos modos, resistió el impulso dderribar a Quillón. En vez de ello, murmuró entre dientes:- Arriesgas más de lo que te das cuenta, Maestr

Quillón. Quizá consideres que la muerte no tiene gramportancia, pero te aseguro que le concederás u

ignificado mayor al dolor.

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Ante aquello la cabeza de Elega se volvió bruscameny sus ojos se abrieron mucho, como si se sintiermpresionada. El Príncipe y el Imagero, sin embargo,

miraron el uno al otro, ignorando su reacción.

Los ojos del Maestro Quillón parpadearon; su nariz runció. Tal vez estuviera al borde del pánico. Pero su tonontradijo esa impresión. Dijo, sin ningún temor:

- ¿Es ésa tu respuesta a lo que no comprendes, mi señoPríncipe? ¿La tortura? ¿O infliges dolor por el simple placde infligirlo? Déjame advertirte de nuevo, hijo del Monarcde Alend: estás siendo probado aquí, tan seguro comuiste probado en Orison, en el tablero del brinco…, y eodos los demás lugares. Espero que no demuestres sndigno.

Sin permiso del Príncipe Kragen, Quillón se march

Montó torpemente en su caballo, cogió las riendas. Fuodeado por los hombres de Alend; sin embargo, cuandrientó la cabeza de su montura hacia Orison, los soldadoarecieron abrir involuntariamente un paso para él, s

nstrucciones de su capitán o de su Príncipe, como si fuera

mpulsados por la peculiar dignidad del Imagero.Con un aspecto ligeramente ridículo -o quizá valientn su gran caballo, cabalgó de vuelta por donde hab

venido. Al cabo de poco tiempo doblaba el ángulo de Orisoy desaparecía de su vista.

Kragen se mordió el labio debajo de su bigote mientra

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e volvía hacia la dama. Has sido probado aquí… Lhubiera gustado poder preguntarlo. ¿Cuál era el significadde aquello? Pero la sombría oscuridad en los ojos de ella ldetuvieron.

- ¿Elega? -inquirió suavemente.La mandíbula de la mujer se tensó cuando volvió vista hacia él.

- ¿«Dolor», mi señor Príncipe?Su indignación hizo que Kragen sintiera deseos d

ritarle: Estamos en guerra aquí, mi dama. ¿Crees quodemos luchar en una guerra sin herir a nadie? Smbargo se contuvo, porque él también se sentía un pocvergonzado de haber amenazado al Maestro Quillón.

Era realmente cierto que, en los viejos días de onstante lucha entre Alend y Cadwal, ningún defensor

artidario del Monarca de Alend hubiera dudado en arrancaunos cuantos gritos de cualquiera de Mordant o Cadwal. os barones de los Feudos tendían aún a ser un tantanguinarios. Pero, desde su derrota a manos del Rey Joys

Margonal no había dejado de observar que su oponente er

a p a z que gobernar Mordant con una considerabelajación, ganándose la lealtad antes que arrancándola. Monarca de Alend, que nunca había sido un hombrstúpido, había experimentado con técnicas de reinad

distintas a las basadas en el miedo, la violencia y el dolor,

e había sentido complacido por los resultados. Incluso lo

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arones empezaban a ser un poco más fáciles de manejar.Ésa era una de las cosas que había hecho Margonal e

as que el Príncipe creía. Él también deseaba hacer máxperimentos como aquellos.

De modo que, pese al hecho de que se sentía furioso larmado y lleno de dudas, bajó la guardia lo suficiente comara ofrecerle a Elega una muestra de difícil honestidad.

- Dije más de lo que pretendía decir. El Imagero fendió, mi dama. No me gusta que te ofendan.

Su explicación pareció proporcionarle a ella lo qunecesitaba. Lentamente, su expresión se despejó; humedad ablandó su mirada hasta que pareció casi comuna promesa.

- No debería ser tan fácil ofenderme -respondió-. Segurque es evidente que cualquiera que aún confíe en mi pad

erá incapaz de confiar en mí. -Luego, como si estuviententando igualar la sinceridad de él, añadió-: Sin embarge agradezco tu irritación, mi señor Príncipe. Es un consue

que consideres que vale la pena defenderme.El Príncipe Kragen la estudió por un instante, midiend

u ansia hacia ella contra las exigencia de la situación. Luegnclinó la cabeza y dio media vuelta.El viento parecía hacerse más frío. La primavera hab

legado temprano…, en consecuencia era posible que nvierno volviera aún. Eso, pensó amargamente el Príncip

ería exactamente lo que él y su ejército necesitaban: ver

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campados y paralizados por el invierno en las afueras dOrison como perros en las afueras de un poblado, fríos hambrientos, e incapaces de hacer nada excepto esperar lomendrugos de la mesa. Sí, eso sería perfecto.

Pero mantuvo su bilis para sí mismo. Dijo bruscamenteu capitán de catapultas, como si estuviera seguro de lo qustaba haciendo:

- Creo que haremos caso a la advertencia del ImagerHaz retroceder a todos los hombres que sean innecesarios,

repara a los demás para retirarse. Luego reanuda el ataqueEl capitán saludó, empezó a dictar órdenes. Lo

hombres obedecieron con nerviosa prontitud, artificialmenápidos en demostrar que no estaban preocupado

Tomando a Elega de la mano, el Príncipe Kragen se dirigihacia las tiendas de su padre hasta que hubo puesto u

entenar de metros entre ellos y la catapulta. Entonces svolvió para mirar.

 No tuvo que esperar mucho tiempo para que la amenazdel Maestro Quillón fuera llevada a término. El mediador da Cofradía debía haber dado la señal casi tan pronto com

ntró en el patio del castillo. Momentos después de que Príncipe empezara a estudiar el recio perfil gris de Orison eusca de algún indicio de lo que se preparaba, vio una formmarronada, tan imprecisa como una bocanada de humlzarse de las almenas del muro noroeste.

Pareció como si fuera a disiparse al igual que el hum

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ero se mantuvo. Daba la impresión de no ser más grandque un perro de buen tamaño, no más que dos veces la talde un milano; sin embargo, el modo en que se alzó como uohete en el cielo la hizo parecer tan peligrosa como un ray

Un poco de humo amarronado… Como casi sus diez mhombres y virtualmente todos los adheridos a su ejército, Príncipe Kragen dobló el cuello y frunció los ojos paeguir el movimiento de la forma contra el opaco fondo das nubes.

Tan alta que estaba casi con toda seguridad fuera dlcance de un tiro de flecha, incluso para las ballestaeforzadas con hierro que algunos de los hombres de Alenlevaban consigo, la amarronada forma picó hacia atapulta y pasó por encima de ella y se alejó en dirección astillo. El Príncipe creyó oír un débil y agudo grito, como

amento de un ave marina.Y de la masa de humo, mientras pasaba por encima d

llos, cayó en picado una piedra tan grande como la que atapulta había lanzado contra Orison.

Potente con la fuerza de su caída, la piedra golpeó

atapulta e hizo pedazos la madera tan fácilmente como si máquina hubiera sido construida con leña seca. Pernos stillas volaron sueltos en todas direcciones; trozos d

madera trazaron arcos alejándose del impacto y golpearon uelo como cascotes. Dos de los hombres que huían de

atapulta fueron derribados, uno con una enorme astil

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lavada en su pierna, el otro con el cráneo aplastado por urozo del hierro de la máquina. Los demás tuvieron máuerte.

La vaga forma amarronada había desaparecido ya de

vista fuera de los parapetos del castillo.Un grito brotó del ejército…, furia y miedo exigiendepresalias, pidiendo sangre. Pero el Príncipe Krageermaneció inmóvil, con el rostro impasible, como si nuncn su vida se hubiera sentido sorprendido. Sólo las línealancas de su boca ocultas bajo su bigote traicionaban

que sentía.- Mi dama -le dijo a Elega, en un tono de hosc

ndiferencia-, has vivido durante años en las proximidadede los Imageros. Seguramente Orison ha estado siempleno de rumores relativos a la Cofradía. ¿Has oído habl

lguna vez antes de una cosa como ésta?Ella negó aturdida con la cabeza y estudió los restos d

a catapulta como si no pudiera creer en sus ojos.- Es posible -murmuró él, sólo para ella- que durante

az del Rey Joyse hayamos olvidado demasiado

bominación de la Imagería. Evidentemente, los Maestros nhan permanecido inactivos bajo su gobierno.»Mi dama -cerró los ojos sólo por un momento, y

oncedió sentirse abrumado-, la Cofradía no debe caer emanos del Gran Rey Festten.

Entonces el Príncipe recuperó nuevamente el control d

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í mismo y la dejó. Primero ordenó al capitán de catapultaque trajera otra máquina de asedio y lo intentara de nuevomando todas las precauciones que fueran necesarias parroteger a los hombres. Después de eso, fue a hablar con s

adre.Las tiendas del Monarca de Alend eran suntuosaegún sus estándares. A Margonal le gustaba viajaómodo. También sabía que en ocasiones un gra

despliegue público era bueno para la moral. Pese a todo, Gran Rey Festten hubiera considerado los aposentos dMonarca como una choza. Alend carecía de los puertos dmar y en consecuencia del comercio de Cadwal. Comparadon Festten, Margonal no era más rico que uno de sueudos. Si Mordant no se extendiera entre Cadwal y Alend

y si los Cares de Mordant no hubieran sido tan díscolos, ta

difíciles de gobernar, una cualidad que los convertía en ureno efectivo-, el Gran Rey y las fuerzas que sus riquezaodían procurarle hubieran engullido hacía mucho tiempou antiguo enemigo.

El Príncipe Kragen era consciente de esto, no porque s

intiera celoso de las riquezas del Gran Rey, sino porque sentía agudamente vulnerable frente a Cadwal, mientrachaba a un lado la lona que cubría la entrada de la tiendara admitido a presencia de su padre. Podía sentir el peligrara Alend en el frío viento que se enroscaba en torno a s

uello como un dogal.

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El Monarca de Alend estaba sentado en el avance de ienda, donde mantenía los consejos y las consultas. E

Príncipe podía verle bastante bien: los braseros encendidoara proporcionar calor proporcionaban también un

arpadeante iluminación que danzaba entre los postes de ienda y en torno a las sillas reunidas. Pero no había ninguntra luz. Las costuras de la tienda estaban selladas coaldones, y Margonal no permitía lámparas ni antorchas, iquiera velas, en su presencia. Para sí mismo, el Príncip

Kragen consideraba aquella arbitraria prohibición como uvestigio de la tiranía a la que su padre había estadnteriormente acostumbrado. Sin embargo, la aceptaba s

discusión. Como cualquiera que contemplara bajo una buenuz el ros tro del Monarca de Alend podría ver, Margonal erompletamente ciego.

Era inimaginable que ninguna visión pudiera penetrar elícula blanca que cubría sus ojos como cortinas.

Evidentemente, sus batallas con el Rey Joyse no habíaido sus únicas pérdidas en la vida. Y había sido cuand

había empezado a perder la vista cuando empezó también

uscar formas más seguras de gobernar, medios máeguros de conservar el reino para él y para su sucesoComo había repetido una y mil veces hasta que todos a slrededor empezaron a hastiarse de ello: «Las pérdidanseñan muchas cosas». De nuevo para sí mismo -y sin qu

llo significara ninguna falta de respeto-, el Príncipe Krage

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ustituía la palabra pérdidas por la palabra miedo. Uhombre que no podía ver a sus enemigos no pod

olpearles. Por esa razón, tenía que hallar nuevas formas drotegerse. Kragen comprendía el miedo de su padre y

espetaba. Un hombre inferior a Margonal se hubieetirado sumido en el terror y la violencia.Viejo y ya no fuerte, el Monarca de Alend estab

epantigado en la más confortable de las sillas, y volvió abeza hacia el sonido de la entrada de su hijo. Puesto qura puntilloso, no habló hasta que el Pretendiente de Alen

hubo sido anunciado y lo hubo saludado del modo formrescrito por la costumbre. Luego suspiró como si estuviespecialmente cansado.

- Bien, hijo mío. Mis guardias han estado ya aquusurrando espeluznantes informes que fueron incapaces d

xplicar. Quizá tú puedas decirme algo comprensible.- Mi señor -respondió el Príncipe Kragen-, me temo qu

olamente puedo incrementar la amplitud de tncomprensión. -Sucintamente, describió la visita d

Maestro Quillón y la destrucción de la catapulta.

Cuando hubo terminado, le dijo a su padre lo quensaba al respecto.- Las acciones de la Imagería son extraña

ncuestionablemente. Pero, a mi parecer, el mayor misterio eque el Rey Joyse se comporta como si no se hubier

debilitado a sí mismo…, como si nosotros no fuéramos má

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que una molestia para un soberano en una posiciónvulnerable. Y es capaz de ordenarles a hombres como e

Castellano Lebbick y el Maestro Quillón que conserven eslusión.

»Sin embargo, sabemos que e s una ilusión. Cadwvanza contra él. Tiene un agujero en su muro, pocohombres para defenderle, y nada de agua para que bebaPese a su control sobre la Cofradía, los Imageros que sirve

sus enemigos son más poderosos. Son capaces dolpearle a voluntad en cualquier parte de Mordant

Orison, pasando a través de un espejo plano como si fueranmunes a la locura. Además, hay Maestros en la Cofrad

que abandonarían su causa si pudieran. Hombres tales comEremis pueden ser leales a Mordant, pero ya no se sientetados a su Rey.

»Los señores no le ayudarán. El Armigite es uobarde. El Termigan no valora nada excepto sus propiosuntos. Y el Perdón resiste ante Cadwal no por el Reoyse, sino por su propia supervivencia. De los Cares, sól

Domne, Tor y Fayle son realmente leales. Sin embargo,

Domne no lucha. El Tor es viejo, está empapado de vino…,stá aquí, desde donde no puede reunir a su gente. Y eFayle no puede acudir en ayuda de Orison porque nosotronos alzamos en su camino.

»Y, sin embargo, el Rey Joyse  sigue tratándonos com

i careciéramos de los medios necesarios para causarle algú

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daño.Cuanto más pensaba en ello, más inseguro se sentía

Príncipe. Por un momento se mordisqueó el bigote, mientraus dudas lo mordisqueaban a él. Luego concluyó:

- En realidad, mi señor, no puedo decidirme a pensar sta audacia constituye extravío o una profunda política.El Monarca de Alend suspiró de nuevo. Con un

parente irrelevancia, murmuró:- He pasado una noche espantosa. La pérdida de

visión ha agudizado mis poderes de recordar. En vez ddormir, vi cada uno de los trucos y subterfugios que halegado a ser practicados contra mí. Sentí cada uno de loolpes de nuestras batallas. Tales recuerdos encenderían angre de un soberano joven con unos ojos claros en sabeza. Para mí, son fatales.

Mirando a su hijo como si pudiera verle, Margonreguntó con voz ronca:

- ¿Puedes pensar en alguna cosa, cualquier cosa, quun rey como Joyse pueda ganar fingiendo debilidad…

ermitiendo que los Imageros lancen atrocidades sobre la

abezas de su gente…, permitiendo que nosotros taquemos cuando sus defensas son tan pobres?- No. -El Príncipe Kragen agitó la cabeza en su prop

eneficio-. Es una locura. Tiene que ser una locura.- ¿Y dama Elega? Es su hija. Le conoce mucho mejor qu

ú…, mucho mejor incluso que yo. ¿Puede pensar en alg

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que pueda ganar su padre?- No -dijo de nuevo el Príncipe. Confiaba en ella, ¿no

Creía en lo que ella creía acerca de su padre, ¿no?Bruscamente, el Monarca de Alend alzó la voz.

- Entonces es un loco, un loco. Tiene que ser arrancadde esta fortaleza, y hay que hacerle pagar por esto. ¿Mntiendes? ¡Es insufrible!

Como si no supiera lo que estaba haciendo, sus puñompezaron a golpear contra los brazos de su s illa.

- Comprendo su deseo de arrebatarnos Mordant obernarlo a su manera. Fue capaz de hacerlo…, y eonsecuencia lo hizo. ¿Quién no lo hubiera hecho? omprendo sus deseos de reunir todos los recursos de magería para sí mismo. De nuevo fue capaz de hacerlo…, n consecuencia lo hizo. ¿Quién no lo hubiera hecho?

quizá comprendo también sus recelos cuando creó Cofradía, su rechazo a utilizar su poder para la conquistEso no es lo que Festten hubiera hecho. No es lo que yhubiera hecho. Pero quizá en eso se mostró más cuerdo quyo.

- ¡Pero esto…A ¡Crear todo lo que ha creado, y luegbandonarlo a su destrucción! -Ahora el Monarca de Alenstaba gritando-. ¡Forjar un arma como la Cofradía, y lueg

hacerse vulnerable a cualquier ataque, olvidar sesponsabilidad, volverse de espaldas a aquellos a quiene

irve y que confían en él, de modo que sus enemigos n

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engan otra elección excepto intentar arrebatarle su armara su propia supervivencia! -Margonal se levantó

medias de su asiento, como si tuviera intención de ir edirle al Rey Joyse en persona que recuperara su

entidos-. ¡Digo que es insufrible*. ¡No debe continuar*.Tan rápidamente como había surgido, sin embargo, sasión le abandonó. Se derrumbó de nuevo en la silla y sasó las manos por el rostro.

- Hijo mío -susurró roncamente-, cuando recibí tmensaje pidiendo que emprendiéramos la marcha, mi corazóe heló. No he podido volver a calentarlo. Conozco a es

hombre. Me ha derrotado demasiadas veces. Temo que nohaya engañado a que vengamos hasta aquí pardestruirnos…, que su debilidad sea una pose para tenerno

nosotros y a Cadwal dentro de su radio de alcance, a fin d

que podamos ser aplastados a su antojo, en vez dnfrentarnos en una honesta batalla. Dices que esto emposible. Dama Elega dice que no puede ser así. Mi propazón me indica lo mismo…, aunque sólo sea por el hecho d

que en cincuenta años nunca ha mostrado ningún deseo d

plastarnos. Y, sin embargo, eso es lo que temo.»Me ha embrujado. Hemos venido aquí a nuestrondenación.

El Príncipe Kragen contempló lo que su padre estabdiciendo e intentó no estremecerse. El miedo enseña mucha

osas, pensó. ¿Hemos estado ciegos todos los demás? ¿Po

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qué nunca hemos creído que Joyse fuera malignoLentamente, respondió:

- Mi señor, da la orden, y nos retiraremos. Tú eres Monarca de Alend. Y yo confío en tu sabiduría. Podemos…

- ¡No! -La negativa de Margonal sonó más como dolque como irritación o protesta-. No -repitió casi dnmediato, con un tono más firme-. He dicho que me hmbrujado. Y sólo estoy seguro de una cosa…, no puedomar decisiones en lo que a él se refiere.

»No, hijo mío, este asedio es tuyo. Tú eres Pretendiente de Alend. He depositado nuestro destino eus manos. -Un momento después añadió, como undvertencia-: Si decides retirarnos, asegúrate mucho de quuedes defender tu decisión ante los otros que buscan m

Trono.

El Príncipe asintió en silencio. Había notado el frío dMargonal desde mucho antes; mucho antes de aquelonversación, el frío del viento había reptado en sus parte

vitales. Pero el Monarca de Alend había puesto nombre us dudas por él…, y el nombre parecía hacer que las duda

ueran más palpables, más potentes. Hemos venido aquí uestra condenación. Su padre preguntó:- ¿Qué piensas hacer?- No lo sé -respondió, mordiéndose el labio.- Elige pronto. -Ahora Margonal le habló secamente, d

mismo modo que él había hablado secamente a dama Elega

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Festten no se mostrará paciente con nuestra incertidumbreComo respuesta, Kragen envaró su espina dorsal.- Quizá no, mi señor. De todos modos, nuestr

ondenación será también la de Cadwal. Hasta que veamo

una salida, haré todo lo posible por mostrarle al Gran Remejores usos para su impaciencia.Lentamente, el Monarca de Alend se relajó hast

quedar repantigado de nuevo en su silla. Inesperadamentonrió.

- He oído decir que Festten tiene muchos hijos . Yo sólengo uno. Me siento inclinado a pensar, sin embargo, qu

ya me ha superado en muchas cosas.Puesto que no sabía qué otra cosa hacer, el Príncip

Kragen se limitó a inclinar profundamente la cabeza. Luege retiró de la presencia de su padre y fue a observar cómo

vaga forma amarronada se alzaba por encima de los muros dOrison y destrozaba otra de sus mejores catapultas.

Afortunadamente, sus hombres escaparon esta vez sininguna herida.

Su rostro no mostraba nada excepto confianza cuand

ue a consultar con todos sus capitanes.

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2

Día de problemas

El Castellano Lebbick permanecía de pie con los tremageros en las almenas del muro noroeste y observab

mientras la amarronada forma que el Adepto Havelock habí

rasladado reducía a astillas y leña seca la segunda catapulde Alend. Desde aquella elevación, tras el parapetdefensivo construido en la cara externa de Orison, tenía un

uena vista pese a la distancia.A juzgar por el viejo ceño fruncido tallado en los rasgo

de su rostro, los anudados músculos de sus mandíbulas, paco brillo de sus ojos, no estaba impresionado.

Hubiera debido estar impresionado. No había tenido dea de que existiera aquel espejo…, o de que una criatuin más definición que un denso humo pudiera srasladada  y controlada, se pudiera conseguir qu

ransportara rocas tan pesadas como un hombre a cualquiugar que el Adepto ordenara. Y eso no era todo. Hablandn plata, no tenía la menor idea de que Havelock estuvieún lo suficientemente cuerdo como para cooperar en

defensa de Orison…, que pudieran diseñarse planes sobre

upuesto de que el Adepto llevaría a cabo su parte en ello

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De alguna forma, el espíritu guerrero del Castellano estabrobablemente impresionado. Incuestionablemente, ten

que estarlo.Sin embargo, no era consciente de ello. Y, por supuest

no lo mostraba. La verdad era que sólo un recio acto dvoluntad le permitía mantener su mente fija en lo que estabhaciendo, prestar alguna atención a la situación.

- Bien hecho -jadeó el Maestro Quillón mientras la formvolante regresaba al espejo de Havelock, dejándose arrastrácilmente por el viento-. Te sobrepasas a ti mismealmente te sobrepasas. -Y palmeó el hombro del Adeptomo si fuera un viejo amigo…, lo cual hubiera sorprendidLebbick bajo otras circunstancias, puesto que el lunátic

arácter de Havelock había hecho que la amistad con él fuelgo imposible para cualquiera excepto el Rey Joyse. El cua

ensó lúgubremente el Castellano, tampoco estabarticularmente cuerdo.

- Fornicación -respondió negligentemente el AdeptHavelock, como si normalmente realizara aquellas hazañas dmagería parado sobre su cabeza-. Me meo en la puta. -Pes

su tono, sin embargo, estaba concentrándose taduramente que sus extraviados ojos sobresalían de surbitas.

- Por supuesto -murmuró el Maestro Eremis-. Yo piensxactamente lo mismo. -Era el único otro hombre cerca d

spejo, aunque un cierto número de guardias y vario

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Adeptos estaban apiñados a corta distancia, observandmbobados-. Sin embargo, se me ocurre que has sido uoco tímido con tus talentos, Adepto Havelock.

 Nominalmente, Eremis estaba allí sólo porque

Castellano no había acabado con él. Demasiadas preguntaquedaban aún por contestar. Sin embargo, su interés en lque ocurría era intenso: su cabeza en forma de cuña leguía todo, estudiaba cada movimiento; sus ojos brillabaomo si se lo estuviera pasando en grande.

- Si la Cofradía hubiera sabido de tus recursoodríamos haber tomado decisiones completamen

distintas.El Maestro Quillón miró rápidamente hacia el al

magero.- ¿De veras? ¿Como cuáles?

Como respuesta, el Maestro Eremis sonrió claramente Castellano.

- Hubiéramos podido decidir defender nosotros mismoMordant, antes que aguardar educadamente a que nuestr

ienamado Rey cayera de la precaria percha de su razón.

Lebbick hubiera debido responder a aquel sarcasmEremis parecía tener intención de provocarle…, y rovocación era su pan y su sal. Alimentaba los fuegos de

dedicación y el ultraje que lo mantenían en marcha, ustentaba a fin de poder seguir sirviendo a su Rey más al

del punto donde su sentido común se rebelaba y su instint

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hacia la fidelidad se volvía contra él. Además, tenía trabajque hacer en lo que al Maestro Eremis se refería…, cosaque resolver, explicaciones que obtener. Pero, esta vez, arcasmo del Maestro no le alcanzó. Su corazón estaba e

tro lugar, y sin él era incapaz de pensar claramente.Su corazón estaba en las mazmorras, donde habdejado a aquella mujer.

Maldita fuera, sí, maldita fuera. Ella era la fuente dodos los problemas, de ella era la culpa. Incluso estabmpezando a pensar que ella era la razón de la debilidad d

Rey Joyse, pese a que el Rey había empezado a seguir aquamino años antes de que ella apareciera por primera ve

Pero ahora Lebbick conseguiría extraerle la verdad. Lrrancaría los miembros uno a uno si era necesario, peronseguiría extraerle la verdad. Le arrancaría la piel a tira

on sus propias manos…Haría con ella todo lo que deseara. Había obtenido

ermiso. Ahora lo has hecho, mujer. Ahora has hecho algo ta

dioso que nadie va a protegerte. Eso era cierto. El Tor l

había intentado…, y había fracasado. Ayudaste a escapar n asesino. Ahora eres mía.Pese a que había sido advertido.Mía.

Si sólo pudiera controlar la forma en que temblaba cad

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vez que pensaba en ella.Respondió al Maestro Eremis sin ninguna razón except

ara enmascarar lo que le estaba ocurriendo, ocultar loemblores en sus músculos.

Pero no estaba pensando en lo que decía. No podíEstaba demasiado ocupado recordando el tacto de lorazos de la mujer cuando había engarfiado sus dedos ellos.

- No -la oyó susurrar. Su protesta era como el horror eus suaves ojos castaños, como el temblor en s

delicadamente hendida barbilla. Le temía, le temrofundamente. Su furia tocó un punto sensible en ella…udo verlo vividamente, pese a que ella se le habnfrentado en el pasado, le había mentido, le había obligadtragarse su pasión contra ella una y otra vez. Le tem

omo si mereciera sentirse aterrorizada, como si supiera yque cualquier cosa que él pudiera hacerle era jus tificada-. Nsusurró, pero no eran sus acusaciones lo que negaba; erl, el propio Castellano, su violencia y autoridad.

- Sí -respondió él entre apretados dientes, sonriéndo

erozmente como si aquello lo hiciera feliz por última vez eu vida.Apretándola tan duramente como quería, sin tener e

uenta su dolor, sin tener en cuenta la forma como loMaestros y los guardias le miraban pese al caos d

sesinato de Nyle y la desaparición de Geraden…, la escol

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ersonalmente a las mazmorras.Durante el camino, ella no dejó de balbucear:- No, no lo comprendes, es un truco. Geraden no mató

yle, por favor, escúchame, escúchame, fue Eremis quien

hizo de algún modo, es un truco.Le gustó aquello. Le gustó su miedo. Deseaba verostrada frente a él. Al mismo tiempo, sin embargo, seacción lo alteró. Por alguna razón, le recordó a su esposa.

Sin ninguna buena razón, evidentemente, puesto que ssposa nunca había balbuceado. De hecho, nunca hab

mostrado temor ante nada, no desde que el Rey Joyse lohabía rescatado del comandante de la guarnición de Alenque tan imaginativamente la había violado. No desde que éLebbick, había abierto en canal a aquel perro de Alend cous dientes.

Pero antes de eso sí había tenido miedo. Sí, recordabmuy bien su miedo. Balbuceaba. Sí. La había oído -la hab

bservado…, se había visto obligado a observarla-, y nhabía podido hacer nada al respecto, nada en absoluto. Lhabía oído y la había visto hacer cosas terribles

desesperadas en su intento de conseguir que aquellohombres pararan.El Castellano Lebbick no iba a pararse. Nunca. Qu

albuceara hasta quedarse sin voz, que gritara, que aullara quería hacerlo. Era suya.

Sin embargo, aquello lo inquietaba.

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Cuando la arrojó al interior de la celda de modo que caayó en el camastro contra la pared del fondo, no tenntención de detenerse. Pero no empezó de inmediato. En vde ello, cerró la puerta de hierro tras él sin molestarse en d

vuelta a la llave, cruzó los brazos sobre su pecho pampedir que temblaran, y se enfrentó a ella más allá de la lude la única lámpara. Había que sacar un poco más el pábila llama temblaba alocadamente, haciendo que las sombra

danzaran medrosamente sobre los pálidos rasgos de mujer.

Aún sonriendo entre los dientes, preguntó:- ¿Cómo?- No lo sé. -Balbuceando-. De algún modo. Para librars

de Geraden. Geraden es el único que no confía en él. Aterrada-. Eremis y Gilbur trabajan juntos. Y Vagel. Mintió

a Cofradía. -Intentando distraerle-. Eremis trajo a Nyle a eunión de la Cofradía. Dijo que Nyle probaría que Geradera un traidor, pero eso era mentira. Lo planearon junto

Ellos lo planearon. -Intentando crear la ilusión de que todquello tenía sentido-. Es una farsa. Lo prepararon tod

Tuvieron que hacerlo.Sorda a lo ilógico de su propia defensa, insistió:- Nyle aún está vivo.Observándola, el Castellano sintió deseos de exultar d

legría.

- No, mujer. -Sus mandíbulas temblaron con el esfuerz

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de no hundir sus dientes en ella-. Dime cómo. ¿Cómscapó? ¿Cómo lo ayudaste a escapar?

Finalmente ella se recuperó, cerró la boca a su pánicLas sombras parpadearon entrando y saliendo de sus ojo

u aspecto era tan deseable como el de una inmolación.- Él no es Imagero -siguió Lebbick-. Y no hay ningunorma en que pudiera abandonar esa habitación excepto pomagería. Así que t ú lo hiciste. Tú lo trasladaste a algunarte.

«¿Dónde está, mujer? Lo quiero.Ella le miró. Su desánimo parecía estarse convirtiend

n una especie de calma; se sentía menos frenéticimplemente porque tenía tanto miedo.

- Te has vuelto loco -susurró-. Has perdido la cabezHa sido demasiado para ti.

- No le haré ningún daño. -El rostro del Castellanarecía a punto de hendirse por la tensión-. En realidad, ns culpa suya. Lo sé. Tú lo sedujiste para que lo hicier

Hasta tu llegada, él no era más que otro hijo del Domne…demasiado torpe para su propio bien, pero un chico decent

Todo el mundo le quería, aunque no pudiera hacer nada derechas. Tú cambiaste eso. Tú lo implicaste en traicioneCuando ponga mis manos sobre él, ni siquiera lo castigarSólo quiero que me diga la verdad.

De pronto, como una seca ráfaga abrasadora, Lebbick

ritó:

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- ¿Dónde EST ?Ella retrocedió, se acurrucó. Sólo por un segundo,

uvo la impresión de que iba a responder. Pero, luego, algdentro de ella se envaró. Alzó la cabeza y le miró fijamente.

- Vete al infierno.Se echó a reír ante aquello. No pudo impedirlo: se echreír como si se le estuviera rompiendo el corazón.

- Pequeña puta -cloqueó-, no intentes desafiarme. Nres lo bastante fuerte.

Inmediatamente empezó a hablar con mayor precisióon más formalidad, clavando las palabras en su miedo comos clavos de un ataúd.

- Empezaré arrancándote la ropa. Puede que lo hagentilmente, sólo por diversión. Las mujeres sospecialmente vulnerables cuando no tienen ninguna rop

que las cubra.«Luego empezaré a hacerte daño. -Dio un paso hac

lla, pero no apartó los brazos de su pecho-. Sólo un poco rincipio. Un pecho o el otro. O quizás unos cuantoanchos clavados en tu vientre. Un trozo de áspera mader

ntre tus piernas. Sólo para llamar tu atención. -Deseó qulla pudiera ver lo que él veía: a su esposa siendo tendida el suelo por aquellos hombres de Alend, sus miembroxtendidos y sujetos de modo que no pudiera moverse, laosas delicadas que el comandante de la guarnición le hab

hecho con pequeños cuchillos-. Luego empezaré a hacer

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más daño.»Me suplicarás que pare. Me lo dirás todo por tu prop

voluntad, y me suplicarás que pare. Pero será demasiadarde. Habrás perdido tu oportunidad. Una vez empiece

hacerte daño, ya no pararé. Nunca pararé.Se mostró tan vividamente abrumada, el terror en sostro era tan rígido, que su visión le hizo perd

momentáneamente el dominio de sí mismo. Sus brazos sgitaron fuera de control; sus manos aferraron los hombro

de ella. La atrajo hacia sí, cubrió su boca con la de él, y esó tan duramente como si fuera un golpe, ansiandonsumirla con su pasión antes de que ésta lo desgarrar

Luego la abrazó, la abrazó con tanta urgencia que lomúsculos de sus hombros parecieron convertirse en hierro.

- Dime la verdad -tembló su voz, febril por la inquietud

o me obligues a hacerte daño.Ella había situado los brazos entre los dos, con la

manos contra su pecho. Pero no se debatió: se rindió a sbrazo como si toda resistencia le hubiera sido arrebatada, l la hubiera soltado de pronto, hubiera caído.

Sin embargo, cuando habló, todo lo que dijo fue:- Por favor, no hagas eso. Por favor. -La forma en que éa sujetaba ahogó sus palabras en su hombro, pero pudírlas de todos modos-. Te suplicaré, si es eso lo qu

quieres. Pero, por favor, no me hagas eso.

Por un momento la penumbra de la celda se hiz

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nesperadamente oscura. Se alzó en torno al Castellanodeó su cabeza; emitió un sonido rugiente, como uorrente negro, en sus oídos. Luego se despejó, y le dolió

dorso de la mano. La mujer estaba tendida en el suelo;

ared apenas la sostenía en una posición semisentada. Langre resbalaba como medianoche de la comisura de soca. Sus ojos parecían velados, como si apenas estuvieonsciente.

- Dama Terisa es demasiado educada -dijo alguien a suspaldas-. Yo no hablaré tan cortésmente. Tu próximo golperá el último. Si vuelves a golpearla, no descansaré has

que seas enviado a galeras.Tambaleante, el Castellano Lebbick se volvió y vio

Tor en la entrada de la celda.- Mi señor Tor -croó el Castellano, como si se es tuvie

tragantando-. Esto no es asunto tuyo. Los crímeneometidos en Orison son mi responsabilidad.

El viejo señor era tan gordo como un pavo de Naviday su rostro parecía pasta de pan mal amasada. Sin embargus ojillos relucían a la luz de la lámpara como si fuera capa

de matar. Bajo su grasa había una fuerza que le permitíostener aquel inmenso peso.- Entonces -respondió-, serás especialmen

esponsable por los crímenes cometidos por ti. ¿Y si ella enocente?

- ¿Inocente?

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Lebbick se sintió avergonzado de oírse gritar la palabomo un hombre que está a punto de echarse a llorar. Co

un esfuerzo salvaje, recuperó el control de sí mismo.- ¿Inocente? -repitió, con voz más firme-. Tú no estaba

quí, mi señor. Tú no viste a Geraden matar a su hermano. Ltrapé ayudándole a escapar…, ayudando a escapar a usesino, mi señor Tor. Tienes extrañas ideas respecto a lnocencia.

- Y tus ideas acerca de la culpabilidad te han costado lazón, Castellano. -El ultraje del Tor sonó tan agudo como

de Lebbick-. La acusas de ayudar a un asesino a escapar, nde derramar sangre por su propia mano. Cuando oí que habías traído aquí, apenas fui capaz, de creer a mis oído

o tienes ni derecho ni razón de castigarla hasta que el Reoyse la haya juzgado y la haya encontrado culpable y

haya dado su consentimiento.- ¿Crees que me lo negará? -respondió el Castellan

Lebbick, luchando por recuperar su autodominio-. ¿Ahoruando Orison está sitiado y todos sus enemigos conspiraontra él? Mi señor, lo juzgas mal. Est o -hizo un gest

estallante en dirección a la mujer- es un problema que mdejará a mí.- ¿Vamos a preguntárselo? -restalló el Tor si

vacilación.El Castellano no tenía elección; no podía negarse. Pes

l dolor en sus huesos y al estremecimiento en sus viscera

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que parecían confabularse para darle la impresión de que sstaba muriendo de pie, se volvió de espaldas a la mujer ue con el Tor a hablar con el Rey Joyse.

Cuando Lebbick solicitó la audiencia, el Rey respond

vestido con su camisa de noche.En vez de admitir al Castellano y al Tor en su presencibrió la puerta de sus habitaciones formales y permanecillí entre los guardias, parpadeando con sus acuosos ojosa luz de la lámpara como si se hubiera vuelto tímido…, comi temiera no estar seguro en su propio castillo en mitad de

noche. No estaba durmiendo: había acudido demasiadápido a la puerta para eso. Y olvidó o no le importó cerrarlras él. El Castellano vio que el Rey Joyse tenía ya compañí

Dos hombres estaban sentados frente a su chimenemirando hacia la puerta por encima del hombro.

El Adepto Havelock. Por supuesto. Y el MaestrQuillón, el recientemente designado mediador de la Cofradí

El Maestro Quillón, que accidentalmente habyudado a Geraden a escapar haciendo tropezar a Lebbic

El Maestro Quillón, que erróneamente le había dado a

mujer tiempo para ayudar a Geraden enviando a los guardiaejos de las estancias donde se guardaban los espejos.El Castellano trituró maldiciones entre sus dientes.El Rey Joyse miró con la boca abierta al Castellan

Lebbick y luego al Tor, con una expresión estúpida en s

ostro. Su barba estaba enmarañada en todas direcciones; s

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lanco pelo se asomaba alocadamente en torno al borde du deshilachado y colgante gorro de noche…, un gorrabía Lebbick, que la Reina Madin le había regalado hacasi veinte años. Sus manos estaban hinchadas por

rtritis, y su espalda se encorvaba por la misma razón. Eesultado era que parecía pequeño y un poco ridículdemasiado reducido en estatura física y mental como paer un gobernante creíble para su pueblo.

Y, sin embargo, el Castellano lo quería. Mirándohora, Lebbick descubrió que lo que más había echado ealta no era el antiguo liderazgo de Joyse…, o su antiguonfianza. Era la Reina: la sincera, hermosa, pragmátic

Madin. Ella había hecho todo lo que estaba en sus manoara impedir que el Rey Joyse se volviera mucho menos d

o que era. Ella no hubiera permitido que nadie le viera e

stas condiciones.Ese reconocimiento sorprendió al Castellano Lebbick

e hizo perder el pie del apasionado discurso que estabreparado a lanzar. En vez de escupir sus amargas exigencial rostro de Joyse, murmuró, casi gentilmente:

- Perdona la intrusión, mi señor Rey. ¿No podías dormi- No -asintió el Rey Joyse en tono vago-. Te dije eerio lo que te indiqué que dijeras a Kragen. Quiero utilizar

Cofradía. Pero no sabía cómo. Esto me mantenía despiertAsí que mandé llamar a Quillón. -Como si creyera que és

ra la razón por la que el Castellano Lebbick había acudido

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l, preguntó distraídamente-: Si fueras ellos, ¿qué harías mañana?

Involuntariamente, Lebbick intercambió una mirada dncomprensión con el Tor.

- ¿«Ellos», mi señor Rey? ¿Los Maestros?- Los de Alend -explicó el Rey Joyse sin impaciencia-. Príncipe Kragen. ¿Qué hará mañana?

Aquella pregunta no necesitaba pensarse.- Catapultas. Intentará derribar el muro cortina.El Rey Joyse asintió.- Eso es lo que pensé. -Parecía demasiado soñolient

ara concentrarse bien-. Quillón y Havelock van a hacer algl respecto. -Como si se le ocurriera de pronto, añadióecesitarán consejo. Y tú necesitas saber lo que hacen

Reúnete con Quillón al amanecer.

«Buenas noches -se volvió hacia el interior de suposentos.

- Mi señor Rey. -Fue el Tor quien habló.El Rey alzó cansadamente las cejas.- ¿Hay algo más?

- Sí -dijo el Tor secamente, antes de que el CastellanLebbick pudiera interrumpir-. Sí, mi señor Rey. Lebbick hlevado a dama Terisa de Morgan a las mazmorras. La holpeado. Pretende interrogarla utilizando el dolor. uede… -el Tor miró a Lebbick y luchó por contener s

uria-, puede que tenga también otras intenciones.

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«Hay que detenerle.El Castellano empezó a protestar, luego se lo pens

mejor. Ante su sorpresa, el Rey Joyse miró al Tor con ojouriosos, como s i de repente el viejo señor hubiera empezad

heder de alguna manera.- ¿Y qué te importa a ti eso, mi señor Tor? -dijo el Reyyle fue muerto. Quizá no te des cuenta de ello. El hijo domne, mi señor Tor…, el hijo de un amigo. -Habló como

hubiera olvidado por qué el viejo señor había venido Orison-. Lebbick está haciendo simplemente su trabajo.

Como respuesta, la expresión del Tor se convirtió enáusea; su boca se abrió y cerró estúpidamente. Estaba tasombrado que transcurrió un momento antes de que fuerapaz de respirar de nuevo; entonces dijo, como si estuvieeprimiendo un ataque de apoplejía:

- ¿Te he comprendido bien, mi señor Rey? -Sus labioe tensaron en una delgada línea, dejando al descubierto su

dientes manchados de vino-. ¿Tiene el Castellano Lebbick termiso para torturar y violar a dama Terisa de Morgan?

Un músculo en la mejilla del Rey Joyse se crispó. D

ronto, sus ojos dejaron de ser acuosos: llamearon fuegzul.- ¡Ya basta! -Ecos del hombre que había sido resonaro

n las paredes cuando articuló claramente-: Maldito gordviejo e inútil estúpido, ya has interferido demasiad

onmigo. Estoy harto de tu fariseísmo. Estoy harto de s

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uzgado. El Castellano Lebbick tiene mi permiso para haceu trabajo.

Tras su constante ceño fruncido, dentro de sstrujado corazón, Lebbick sintió deseos de echarse a reír.

El rostro del Tor se hinchó y se puso púrpura; sus ojoe desorbitaron. Alzó tembloroso los puños, como stuviera a punto de sufrir un ataque…, como si al f

hubiera sido provocado lo suficiente como para golpear a sRey. Cuando los bajó de nuevo, el acto le costó un supremsfuerzo. Mientras la sangre abandonaba su rostro, su pie volvió cerúlea.

- No te creo. Tú eres mi Rey. Mi amigo. -Su voz tembln su garganta; su mirada ya no estaba enfocada en ningúitio-. Yo también he perdido un hijo. No te creeré.

»Te lo advierto, Castellano. Sufrirás por ello, si le crees

Su carne parecía colgar de sus huesos cuando se alejy bajó lentamente las escaleras, arrastrando su cuerpo comi sus años lo hubieran vencido bruscamente y lo hubieraonvertido en algo frágil.

En voz muy baja, tomando buen cuidado de n

raicionar su júbilo, el Castellano Lebbick murmuró:- Mi señor Rey.El Rey Joyse se volvió de inmediato hacia él. Sus azule

jos aún seguían ardiendo, pero ahora estabanesperadamente orlados de rojo.

- Esa mujer debe ser empujada a hablar -jadeó, como s

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liento-. Debe ser obligada a declarar su participación eodo esto…, o a descubrirse. -Luego avanzó un retorcid

dedo hacia el rostro de Lebbick y gruñó-: Pero estareparado para responder de todo lo que hagas.

Sin darle tiempo a Lebbick a responder, volvió a entrn sus aposentos y cerró de golpe la puerta.Puesto que los guardias estaban haciendo todos lo

sfuerzos posibles por no mirarle, el Castellano Lebbiclavó sus furiosos ojos en ellos para ocultar su satisfaccióo había olvidado el resto de su trabajo: el Maestro Quillól Maestro Eremis, Nyle; la organización y defensa d

Orison. Pero esas cosas carecían de peso emocional para hora; se ocuparía de ellas simplemente para apartarlas de samino. El Rey Joyse le había dado su permiso. Su Reonfiaba en él para que descubriera los secretos de aquel

mujer.La confianza de su Rey era la única respuesta qu

necesitaba. La respuesta para todo.Posponiendo deliberadamente el placer que má

deseaba, no regresó a las mazmorras. En vez de ello, fue e

usca del Maestro Eremis…, y el cuerpo de Nyle. Nyle aústá vivo. Tenía tiempo antes del amanecer de permitirse ujo de confirmar que la mujer había mentido.

Encontró al Imagero en el corredor que partía de ección de Orison donde todos los Maestros tenían su

posentos. Eremis avanzaba con paso firme en dirección

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Lebbick, y saludó al Castellano diciendo sin ningúreámbulo:

- Nyle aún está vivo.El Castellano Lebbick se detuvo en seco, apretó lo

uños contra sus costados, miró ferozmente al ImagerAhora que Eremis había conseguido su atención, recordor qué odiaba tanto al alto y delgado Maestro. Odiaba

viva y sardónica superioridad de la mirada de Eremis, ombinación de inteligencia y ridículo en los modales d

Eremis. Sobre todo, sin embargo, odiaba el éxito de Eremon las mujeres. Mujeres cuyos rostros mostraban una burmplícita hacia el Castellano se abrían de piernas ante Eremada vez que el Maestro se limitaba a alzar una ceja hacllas. Probablemente no fuera extraño que la estúpid

doncella Saddith se mostrara ansiosa del prestigio que pod

btener a través de un Maestro. Pero retorcía las entrañadel Castellano captar la muda ansia que ocasionalmenhabía visto en la expresión de su prisionera ante la simpmención del Maestro Eremis.

El propio Lebbick se hubiera sentido tentado de matar

ualquier mujer que se ofreciera a él sin ser su esposa.Desgraciadamente, no tenía tiempo para odiar a Eremn aquel momento. Estaban ocurriendo demasiadas cosaas palabras del Maestro parecieron abrir un abismo bajo suies.

- ¿Vivo? -restalló-. ¿De qué estás hablando?

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- Supuse que eso era posible -respondió el MaestrEremis, como si el Castellano le hubiera formuladducadamente aquella pregunta-. Por eso me apresuré levarlo a mis aposentos. Nunca he visto a Geraden hac

nada bien, así que esperé que le resultara imposible maton éxito a su hermano. Al parecer, su cuchillo no acertó eorazón de Nyle.

Inmediatamente, el alivio resonó en la cabeza dLebbick. La mujer estaba mintiendo. Todavía le pertenecíPor un momento, se sintió tan aturdido que no pudo reuno suficiente sus pensamientos como para hablar.

- Underwell está con él -siguió Eremis. Undenvell euno de los mejores médicos de Orison. De hecho, era médico que el propio Castellano Lebbick hubiera elegid

ara ocuparse de Nyle-. Si puede salvarse, Underwell

hará.«Además, me tomé la libertad de hacer alguna

eticiones a tus guardias. -Los ojos del Maestro brillaroon regocijo o malicia, como si pudiera leer claramente onfusión de Lebbick-. Si Geraden desea lo bastante

muerte de su hermano, puede intentarlo de nuevo. Pareclaro que está coaligado con Gilbur además de con Gart…, asi seguro que con el archi-Imagero también. Tal veecuerdes que al parecer son capaces de ir y venir po

Orison a su antojo. Así que insistí en ser obedecido po

uatro de tus hombres. Dos de ellos se hallan con Underwe

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y Nyle. Los otros dos custodian mi puerta.«¿Apruebas mis disposiciones, buen Castellano? -E

Maestro Eremis sonrió amigablemente.Con una cierta dificultad, el Castellano puso un poco d

rden a su tumulto interior. Aprobaba las disposiciones dEremis. Eran correctas. No, más que eso; eran tan correctaque hacían que las acusaciones de la mujer contra Maestro Eremis parecieran ridiculas. Sólo por un segunde preguntó si Eremis la habría rechazado, si somportamiento podía ser explicado por los celos. Pero laspeculaciones como aquélla sólo reavivaban el torbellin

Lo que necesitaba por el momento era olvidarla durante uiempo.

- Servirán por ahora -respondió, hablando secamenorque sentía la necesidad de robarle a Eremis inclus

quella satisfacción-. Mientras tanto, quiero que vengaonmigo. Deseo algunas respuestas, pero no tengo tiemp

de permanecer aquí hablando.El Maestro Eremis frunció el ceño, aunque sus ojo

iguieron sonriendo. Con un asomo de acidez, dijo:

- Mi tiempo también es valioso, Castellano. Nuestrravo Rey amenazó al ejército de Alend con las fuerzas de Cofradía, ¿no? Y sin embargo no hemos hecho todaví

lanes para respaldar su amenaza. Parece probable qunuestro mediador convoque una segunda reunión de

Cofradía antes de que termine la noche. -El tono del Imager

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no dejaba traslucir nada-. Si lo hace, debo asistir.Lebbick consultó su reloj mental y respondió:- No lo creo. No hay tiempo para ello. -Su irritació

gualo la de Eremis-. He recibido órdenes de reunirme co

Quillón al amanecer. Puedes hablar con él entonces.»Ven conmigo.Casi esperó que Eremis se negara. El Castellano hubie

disfrutado haciendo que el insolente Imagero fuera atado rrastrado tras él. Por otra parte, tenía demasiadas otraosas en su cabeza, y no hubiera podido dedicarle a unxperiencia como aquélla toda la atención que se merecí

Así que aguardó hasta que el Maestro Eremis accedintonces echó a andar.

Sus preguntas fueron las mismas suscitadas durante desgraciada reunión de la Cofradía aquella tarde. ¿Cóm

xplicaba Eremis el hecho de que él era el único hombre eOrison que había sido consistentemente capaz de sabdónde estaba la mujer cuando el Monomach del Gran Rey tacó? ¿Y por qué estaba intentando Gart matarla, si él

Geraden estaban complotando juntos y Geraden la amaba

Y qué se habían dicho los señores de los Cares y el PríncipKragen cuando se habían reunido traidoramente nstigación de Eremis? ¿Y qué era aquella historia acerca d

un ataque de la Imagería contra Geraden…, insectorasladados intentando matarlo? ¿Con o sin el conocimien

de Eremis?

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Por supuesto, el Maestro Eremis había respondido odas aquellas preguntas durante la reunión. Pero

Castellano Lebbick no le habían gustado sus respuestauntas, todas contenían un fallo fatal: todas presuponía

que Geraden era un hábil y experto traidor; que no sóloseía sino que ocultaba talentos sin precedentes; que shabía aliado con Gart y Cadwal mucho antes de la traslacióde la mujer a Orison; que toda su torpeza, su apariencia der un cachorro confundido, era fingida.

Lebbick consideraba aquella idea increíble.Creía que Geraden había intentado matar a Nyle:

había visto con sus propios ojos. Pero, ¿Geradeomplotando en secreto la caída de Mordant? ¿El herman

de Artagel coaligado con Gart? ¿El hijo del Domneduciendo a aquella mujer y arrastrándola a crímenes qu

de otro modo no hubiera cometido? El Castellano Lebbick nodía creer en aquellas cosas. No, los crímenes y loomplots y la seducción eran de ella, no de Geraden.

Y Eremis era un estúpido culpándole a él. O de otrmodo el Maestro todavía no había empezado a decir

verdad.Así que, mientras se dedicaba a preparar Orison parnfrentarse al amanecer, el Castellano Lebbick hizo que

Maestro Eremis diera de nuevo todas sus explicaciones comayor atención, con más detalle. Tras un día sin agua,

astillo estaba experimentando ya considerable

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nquietudes. El estricto racionamiento creaba centenares dituaciones tensas; docenas de personas engañaban -ntentaban engañar-, y había que ocuparse de ellas. Por otarte, las dificultades eran mucho menores ahora de lo qu

erían pronto. La severidad era la única esperanza de OrisoEn consecuencia, Lebbick dispensaba severidad allá dondba. Y Eremis lo observaba. Respondía a sus preguntas. Nraicionaba nada.

Quizá fuera por eso por lo que el Castellano Lebbick nudo pensar en una contestación adecuada cuando Eremroclamó su lealtad al Rey, sobre las murallas de Oriso

después de que el Adepto Havelock hubiera demostrado fectividad de su defensa contra las catapultas. El Maestr

no había traicionado nada. Hubiéramos podido deciddefender nosotros mismos Mordant, antes que aguarda

ducadamente a que nuestro bienamado Rey cayera de lrecaria percha de su razón. Era esencial alguna respuest

Lebbick lo sabía muy bien. Pero no parecía capaz de extrau anhelante espíritu tan lejos de las mazmorras. Sin prest

mucha atención a lo que decía, murmuró:

- Pruébalo. Consigúeme agua. No deseó volver a mirar a Eremis. La sonrisa del alMaestro se había convertido bruscamente en intolerabl

arecía demasiado regocijado, demasiado secretamenriunfante. En vez de ello, hizo todo lo posible p

oncentrarse en lo que estaban haciendo Havelock

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Quillón.A primera vista, el Adepto parecía hallarse en un estad

de innatural dominio de sí mismo, pese a que labscenidades que murmuraba mientras trabajaba eran ta

xtravagantes que hubieran podido conseguirle una rondde aplausos de cualquier pelotón de guardias del CastellanLebbick no estaba acostumbrado a verle hacer lo que se

edía. El loco y viejo chivo estrábico que saltaba y reía en ala de audiencias -o que incineraba importantes prisionerontes de que pudieran ser interrogados- era el Havelock qu

Lebbick conocía: el hombre que trabajaba con el MaestrQuillón era un relativo desconocido. Un retroceso

oderoso y astuto Imagero que había ayudado al Rey Joysfundar y asegurar Mordant. Sólo la apariencia del Adeptarecía no haber cambiado. No llevaba nada excepto u

viejo y sucio sobretodo; lo que quedaba de su pelo brotabde su cráneo en locos mechones. Entre la locura de sumperfectamente enfocados ojos y la temblorosa y sibaríticarne de sus labios asomaba fieramente su nariz.

Pero una mirada más atenta mostraba el coste d

utodominio del Adepto Havelock.Estaba sudando, pese a lo helado de la brisa. Todo suerpo se agitaba como si estuviera poseído por la fiebre…omo si el hecho de permanecer allí donde estaba y elaboru Imagería requiriera un acto de voluntad tan grande qu

odo su cuerpo se rebelara contra él. Con una inesperad

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unzada de dolor, Lebbick observó que la sangre resbalabor la barbilla de Havelock. El Adepto se había mordido

abio inferior hasta desgarrarlo en pedazos.A todos los efectos prácticos, él era la única defensa d

Orison contra las catapultas. El Maestro Quillón habdejado muy claro que la Cofradía no poseía otros espejoque pudieran ocuparse de aquella necesidad especial. Todquello a lo que había servido y le importaba al Castellan

dependía ahora de Havelock…, y evidentemente Havelocno iba a durar mucho más tiempo.

- ¡Por los meados de un perro! -Bruscamente, Castellano Lebbick sujetó el brazo de Quillón, exigiendo tención del Maestro-. ¿Cuánto tiempo podrá seguesistiendo?

Antes de que Quillón pudiera responder, el Adepto s

volvió de su espejo, cloqueando como un demente.- ¡El suficiente! ¡Jejeee! ¡El suficiente! -Haveloc

landió una boca llena de sangrantes dientes hacia Lebbicero ninguno de sus dos ojos consiguió fijarse en

Castellano. Su voz escaló tonos, temblando al borde de

histeria-. ¡Están arrojándole piedras a él, piedras piedraiedras piedras piedras! ¡Ynosotros somos los únicomigos que él le ha dejado! ¡Somos los únicos amigos que e ha dejado!

Avanzando demasiado rápidamente para ser detenid

e secó la sangre de su barbilla con las manos y pasó ésta

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or las mejillas de Lebbick, manchando de rojo los canosoelos de las patillas del Castellano-. ¡Ytú te has vuelto loco

Repentinamente furioso, el Castellano Lebbick aparos brazos de Havelock de un manotazo. Tiró de su espad

y apenas consiguió contenerse antes de lanzar un tajo destripar al Adepto allí donde estaba de pie. Temblandanto como Havelock, volvió a meter la hoja en su funduego cruzó apretadamente los brazos contra su pecho.

- Pedazo de idiota -murmuró entre dientes-. Tendríaque llevar años encerrado.

Por un momento, el Adepto Havelock sonrió sangre Castellano. Luego se volvió hacia el Maestro Quillón. Seña

Lebbick con un dedo y dijo, como si nadie excepto Quillóudiera oírle:

- ¿Conociste alguna vez a su esposa? -Haveloc

nfatizó sugerentemente la palabra conocer -. Yo sí. -Sidvertencia previa, se puso a cloquear de nuevo-. Ella e

mucho mejor hombre de lo que él será nunca.Aún riendo, regresó a su espejo.El Maestro Eremis también estaba riendo; sus ojo

destellaban regocijo.- Maestro Quillón -exclamó, ante la apenadonsternación de éste-, somos realmente afortunados de quolamente uno de los últimos amigos del Rey haya perdida cabeza.

Las fuerzas de Alend situaron en posición una tercer

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atapulta. El Adepto Havelock, el Esbirro del Rey, hizo quuera destruida también. Después de eso, no fueron llevada

más catapultas ante el castillo durante un tiempo. Al parecel Príncipe Kragen había decidido reconsiderar su

pciones.Pero el Castellano Lebbick no se quedó a verlo. Lmención de su esposa lo había puesto tan furioso qupenas podía soportarlo…, y en cualquier caso sus guardiaran perfectamente capaces de informarle de cualquier cos

que ocurriera. Mientras la sangre se secaba en sus mejillavolvió airadamente al interior de Orison y se encaminó a lamazmorras, llevando consigo al Maestro Eremis.

Al cabo de un momento, por supuesto, se dio cuenta dque lo último que deseaba era tener al burlón Imageronsigo cuando se enfrentara de nuevo con la muje

Afortunadamente, fue capaz de desviar su camino antes dque Eremis pudiera sospechar a dónde se dirigía. En vez dxponerle su obsesión, condujo a Eremis hacia loposentos de los Maestros para comprobar el estado dyle.

- Una buena idea -comentó el Maestro Eremis cuandesultó claro hacia dónde se encaminaba Lebbick-. Yambién deseo tener noticias del estado de Nyle.

- Por supuesto que sí -gruñó el Castellano-. Él es único que puede probar tu inocencia. Iba a probar que s

ropio hermano es el auténtico traidor. ¿No es eso lo qu

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dijiste?- Por supuesto. -Evidentemente, Eremis no temía e

bsoluto a Lebbick-. Consideras imposible creer que estoreocupado por él por su propio bien. Lo comprend

erfectamente. Teniendo en cuenta tu actitud hacia mí, miento agradecido de que creas que deseo sestablecimiento por razones personales mías. -El sarcasm

del Maestro parecía contener una corriente subterránea dhilaridad; sonaba como si estuviera intentando ocultar sisa ante un buen chiste-. Como dije, él es mi prueba de quoy inocente de las acusaciones de Geraden.

Lebbick siguió andando. Cuando respondió, apenas mportó si Eremis le oía o no. Sobre todo en su propeneficio, murmuró en voz baja:

- Ríete ahora, chivo bastardo carroñero. Algún día sab

a verdad acerca de ti. Cuando lo haga, tendré una excusara hacerte comer tus pelotas.

Se sentía tan tenso interiormente, tan obsesionado cous propios pensamientos, que no esperó una respuest

Después de que el Maestro Eremis hablara, el Castellano n

stuvo seguro de haber oído correctamente a scompañante:- Inténtalo.Tras su blanda sonrisa, Eremis parecía tan afilado com

un hacha.

Rechinando los dientes, el Castellano Lebbick recorr

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l pasillo en dirección a los aposentos del Imagero.Llegaron junto a un corto tramo sin salida, con puerta

de servicio a ambos lados y la entrada principal al extremLa ostentosa puerta de palisandro del Maestro Eremis hiz

onreír a Lebbick; estaba tallada con un bajorrelieve dropio Imagero, representando claramente su sentido de sropia superioridad. Pero la puerta en sí no era important

no cambiaba nada. No, lo que importaba -el CastellanLebbick se aferró a lo que importaba con ambos puños- erque la puerta estaba convenientemente cerrada, y que do

uardias de confianza estaban vigilando en el pasillontrolando el acceso a los aposentos del Maestro Eremis.

Los guardias saludaron, y Lebbick pidió un informe.- Underwell y dos de nuestros hombres han estad

dentro toda la noche, Castellano -dijo el guardia má

ntiguo-. Nyle debe seguir con vida, o de otro modUnderwell hubiera salido. Pero no hemos oído nada.

- Bien -dijo el Maestro Eremis, pero el Castellano gnoró. Pasó junto a los guardias y abrió de golpe la puerta

Luego, durante un largo momento, se limitó a quedars

llí, contemplando alucinado el interior de la estancintentando comprender, como si toda su razón y su sentidomún se hubieran evaporado, cómo los guardias no habíaído nada. Una carnicería así tenía que haber hecho algo duido.

Tras él, sus hombres lanzaron ahogadas maldiciones.

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Maestro Eremis murmuró:- ¡Excrementos de cerdo! -y empezó a silbar suavemen

ntre sus dientes.Había tres hombres en la sala de estar de Eremis, lo

dos guardias y Nyle. Los tres habían sido masacrados.Bien, no masacrados exactamente. El cerebro dLebbick luchó por funcionar. Los hombres muertos nhabían sido en realidad despedazados. El daño no parecomo el que podía conseguirse utilizando cualquier tipo d

hoja. No; en vez de ser víctimas de un matarife, un matarihumano, los hombres parecían simples carcasas de las que hubieran estado alimentando aves carroñeras. Enormeves carroñeras, con mandíbulas capaces de arrancar trozo

de carne del tamaño de cráneos humanos del pecho y lantrañas y los miembros de sus guardias, sus guardias. Lo

uerpos estaban tendidos en medio de un charco de sangry entrañas y huesos astillados.

En cuanto a Nyle…En algunos aspectos, estaba en mejores condicione

n algunos otros, en peores. No había sido ta

oncienzudamente devorado como los guardias. Pero sudos brazos habían desaparecido, uno a la altura del codo, tro a la del hombro. Y su cabeza había sido abierta hasta erebro: todo su rostro había desaparecido. Era reconocibolamente por su altura y constitución general, y por s

ituación en el suntuoso diván de Eremis.

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El Castellano empezó a sonreír. Deseaba echarse a reío podía impedirlo: la desesperación era el único chiste quonocía. Casi alegremente, dijo:

- No vas a poder seducir a ninguna mujer aquí por u

iempo, Imagero. No conseguirás eliminar tanta sangrTendrás que reemplazarlo todo.Eremis no pareció oírle. Estaba llamando suavemente:- ¿Underwell? ¿Underwell?Por supuesto, tendría que haber habido cuatro hombre

llí: Lebbick sabía eso. Sus dos guardias. Nyle. Y UnderwelCon una sonrisa cruel, envió a un guardia a registrar la

tras habitaciones. Todavía retenía el suficiente dominio dí mismo. Pero estaba seguro de que el médico hab

desaparecido. ¿Por qué desearía Underwell quedarse y strapado después de cometer semejante traición?

Por alguna razón, el hecho de que lo que había ocurriddebería haber sido imposible no parecía preocupar Lebbick.

- Castellano -dijo el guardia más antiguo con vohogada, como si el aire estuviera escapando de su

ulmones-, nadie entró ni salió. Lo juro.- Imagería. -El Castellano Lebbick se recreó en alabra: le dolía tanto que parecía gozar con ella-. Debieroer atacados demasiado rápido, demasiado violentament

Quizá fuera ese felino de fuego. O esas cosas redondas co

dientes de las que habló el Perdón. -El deseo de al menos re

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ra casi insoportable-. Ni siquiera tuvieron oportunidad dritar. Imagería.

- Me temo que sí. -La actitud del Maestro Eremis enormalmente apagada, pero sus ojos brillaban com

uentas de cristal-. Nuestros enemigos han sido capaces dhacer estas cosas desde que dama Terisa de Morgan furaída aquí.

- Y en tus aposentos, Imagero. -Lebbick seguíonriendo-. A tu cuidado. Protegidos por las disposicione

que tú mismo tomaste.Ante aquello, los ojos de Eremis se abrieron much

miró parpadeante al Castellano.- ¿Estás hablando en serio? ¿Me culpas por esto?- Fue hecho por la Imagería. Tú eres un Imagero. So

us aposentos.

- Estaba vivo cuando lo dejé -protestó el MaestrEremis-. Pregunta a tus guardias. -Por primera vez, Lebbick vio preocupado-. Y he pasado todo el resto de mi tiempontigo.

La argumentación del Maestro era razonable, pero

Castellano Lebbick la ignoró.- Eres un Imagero -repitió. Mientras hablaba, su vodquirió un ligero sonsonete, como si, muy profundamen

dentro de él, estuviera intentando acunar su dolor como uera un niño enfermo-. Crees que eres bueno. ¿Esperas qu

rea que «nuestros enemigos» poseen un espejo plano qu

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muestra tus aposentos y tú no sabes nada de él? ¿Lhicieron y nunca lo utilizaron, nunca te dieron ningún indicde su existencia, nunca hicieron nada que permitiera a u

uen Imagero como tú sospechar su existencia? ¿Hablas e

erio?Ante su sorpresa, Lebbick descubrió que casi establorando. Sus hombres nunca habían tenido la oportunida

de defenderse, y no había nada que pudiera hacer paryudarles ahora, ninguna forma en que pudiera devolverlela vida. Sonriendo tan duramente como pudo, retorció s

voz hasta convertirla en un gruñido:- No me gusta cuando mis hombres son masacrados.- Un admirable sentimiento. -El rostro del Maestro Er

mis estaba tenso; la preocupación en sus ojos se habonvertido en ira-. Te acredita. Pero no tiene ningun

elevancia. Nuestros enemigos parecen tener espejos planoque los admiten en cualquier parte. Si supiera cómo hacste truco, podría hacerlo yo mismo. Pero eso tampoco eelevante. Nyle estaba vivo cuando lo dejé. Un ciego ver

que estaba contigo cuando fue muerto. No se me pued

ulpar por ello.- Pruébalo -respondió el Castellano, como si estuvieecuperando su buen humor-. Sé que no lo hiciste tú mism

Los traidores con los que estás aliado lo hicieron. Pero túreparaste. Y t ú lo hiciste. -Resistió con dificultad u

remendo impulso de golpear a Eremis unas cuantas veces

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Todo lo que hiciste fue traer a Nyle aquí para que Gart Gilbur y los demás de tus amigos pudieran alcanzarle.

Deseaba rugir: ¡Todo lo que hiciste fue conseguir qumasacraran a mis hombres! Pero las palabras se aferraron

u garganta, ahogándole.- Castellano Lebbick, escúchame. Escúchame. -EMaestro Eremis habló como si estuviera intentandonseguir la atención de Lebbick durante un cierto tiempo…omo si Lebbick estuviera apresado por el delirio-. Esto niene sentido.

»Si crees que soy responsable de la muerte de Nylntonces es que crees que él no podía defenderme de lacusaciones de Geraden. En consecuencia, tienes que cre

que no tenía ninguna razón para llevarlo a la reunión de Cofradía. ¿Para qué, para que hablara en contra mía? Dig

que esto no tiene sentido.»Y si crees que soy responsable de su muerte, tiene

que creer también que poseo los medios para abandonOrison en cualquier momento que desee…, a través dmismo espejo que permitió a Geraden escapar. Entonce

por qué sigo aquí? ¿Por qué hice que Geraden se enfrentala Cofradía, cuando hubiera podido eludir tan fácilmenus acusaciones? ¿Por qué me he sometido voluntariameneste asedio? Castellano, esto no tiene sentido.

»No soy un traidor. Sirvo a Mordant y a Orison. N

uede culpárseme de la muerte de Nyle.

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Incapaz de pensar coherentemente, Lebbick gruñó dnuevo:

- Pruébalo. -Deseaba gritar que la argumentación de Ermis era demasiado persuasiva: no sabía qué era lo que hab

de malo en ella-. Hablar no conduce a nada. Puedes decir que quieras. -Y, sin embargo, tenía que haber algo malo el l a . T e n í a que haberlo, porque lo necesitab

desesperadamente. Necesitaba hacer algo con sdesesperación-. Simplemente pruébalo.

Desgraciadamente, el Maestro Eremis había recuperadu confianza. La expresión del Imagero estaba de nuevlena de secretos…, hechos o intenciones ocultos, qu

hacían que Eremis sintiera deseos de echarse a reíestablecían su actitud de inmaculada superioridad.

Sonriendo amistosamente, odiosamente, observó:

- Ya dijiste eso antes. Allá fuera, en las almenas. ¿No lecuerdas?

La gentil sugerencia de que tal vez Lebbick no lecordara -que tal vez no fuera demasiado consciente de

que estaba haciendo- le enfureció lo suficiente como pa

establecer algo de su autocontrol.- Lo recuerdo -respondió secamente, aliviado al oír dnuevo su voz cortante y familiar-. Y entonces tampochiciste nada al respecto.

- No -admitió el Maestro-. Pero se me ocurrió un

osibilidad. Iba a discutirla contigo cuando el Adepto no

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freció otro de sus espectáculos. Eso me distrajo, y la olvidhasta ahora.

«Mencionaste el agua.Involuntariamente, el Castellano Lebbick se inmoviliz

El agua!. Complejas presiones se apoderaron de su corazópenas fue capaz de respirar.- Puedo proporcionarla.Orison necesitaba desesperadamente agua. La falta d

gua afectaba a gran número de personas. Y era trabajo dLebbick supervisar eso. A causa de sus deberes se sentíesponsable, culpable, como si él fuera el causante d

hecho.Pero hubiera preferido ser destripado por prostituta

que aceptar cualquier ayuda vital del Maestro Eremis.- Tengo un espejo -explicó Eremis- que muestra un

scena en la que la lluvia es incesante. La Imagen muestrun estado de constante aguacero torrencial. Puedo llevar esspejo al depósito y trasladar la lluvia para que vuelva lenar nuestras reservas de agua. -Se encogió ligeramente dhombros-. Puede que el proceso necesite algún tiempo. E

volumen de lluvia que puedo proporcionar en un instanreciso es limitado. Pero seguramente podrá aliviar necesidad de racionamiento. Quizás en algunos días vuelv

llenar el depósito.Sonrió deliberadamente, como si supiera exactamen

as inquietudes que estaba suscitando en Lebbick.

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- ¿Probará eso mi lealtad, buen Castellano? ¿Demostraa sinceridad de mis deseos de servir a Orison y a Mordant?

El Castellano Lebbick emitió un ruido resonante en más profundo de su garganta. El ofrecimiento de Eremis

esultaba tan amargo que corría el peligro de asfixiarse col. Pero no podía negarse, y lo sabía. Era exactamente lo qul Rey Joyse había deseado siempre de la Cofradía, de magería: la habilidad de curar heridas, de resolvroblemas, de rectificar pérdidas sin cometer ningun

njusticia -real o teórica- a las propias Imágenes. Y erxactamente lo que Orison necesitaba.

Con agua suficiente para resistir, los defensores dastillo podían mostrarse lo bastante fuertes como paechazar a Alend, aunque aquellas malnacidas catapultas d

Kragen consiguieran abrir una brecha en el muro cortina.

El ofrecimiento tenía que ser aceptado. No habninguna otra solución. El Castellano tuvo que tragarse dlgún modo el orgullo, tuvo que sacrificarlo en aras de s

deber. Pero no podía, no podía ahogar la mortificación. Evez de responder al Maestro Eremis, se volvió hacia

uardia más antiguo tan salvajemente que el veteranetrocedió unos pasos.- Presta atención -restalló innecesariamente-. Se supon

que debías proteger a esa gente, y no hiciste un trabajdemasiado brillante. Ésta es tu oportunidad de redimirte.

»Lleva a este Imagero al Rey. Haz que le cuente al Re

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odo lo que ha ocurrido aquí. Asegúrate de que le dice Rey todo lo que acaba de decirme. Sácaselo a golpes si enecesario. Luego llévale en busca de ese espejo suySúbelos a ambos al depósito. Haz que haga lo que h

rometido.«Utiliza a todos los hombres que necesites. Es troblema hasta que el depósito esté de nuevo lleno.

«Hazlo ahora mismo.- Sí, Castellano. -Shock, miedo y furia alentaron el ce

del guardia. Feliz de tener algo físico y específico que haceerró una mano en torno al brazo del Maestro EremisVienes, o tendré que arrastrarte?

Como respuesta, la expresión del rostro del MaestrEremis se volvió positivamente dichosa.

Tenía más fuerza de la que Lebbick sospechaba…,

una mejor palanca. Liberó su brazo de un tirón: un empujóhizo perder al guardia el equilibrio; una rodilstratégicamente situada dobló al hombre sobre sí mism

Con una sarcástica elegancia, Eremis ajustó su capnderezó su casulla. Luego, con un tono excesivamen

ducado, comentó:- Buen Castellano, me temo que tus hombres no están uficientemente entrenados para este asedio.

Antes de que Lebbick pudiera hallar palabras para suria, el Maestro se volvió hacia el guardia.

- ¿Nos vamos? Creo que el Castellano desea que hab

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on el Rey Joyse.Agitando los brazos en un floreo, abandonó el pasillo.Paralizado por el dolor y la consternación, el guard

ermaneció donde estaba. Al cabo de un momento, si

mbargo, la mirada asesina del Castellano Lebbick lo envojeando tras el Maestro Eremis junto con su camarada.Lebbick se quedó a solas. No contempló de nuevo

mutilado cadáver de Nyle o los cuerpos de sus hombreLenta y firmemente, sin darse cuenta de lo que estabhaciendo, golpeó su frente contra la pared, una y otra vehasta que recuperó el suficiente autocontrol como palamar a más guardias sin aullar. Luego hizo que los muertoueran sacados de allí y dio órdenes de que los aposentoueran sellados, en caso de que Geraden o a sus aliado

desearan utilizar de nuevo aquel camino para entrar e

Orison.Geraden no sólo era un asesino. Era un carnicero, loc

de odio hacia su propio hermano, y nada tenía ya sentido.Durante el resto del día, el Castellano Lebbick

oncentró en mantenerse ocupado, de modo que no tuvier

que bajar a las mazmorras. La inocencia de Eremis parecdebilitarle en formas que no podía explicar, minaba su rabajo sus mismos pies. Temía que, si veía a aquella mujhora, terminaría suplicándola que le perdonara.

Mantenerse ocupado resultó fácil: tenía más trabajo d

que podía desear. Mientras escuchaba los informes d

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stado del asedio, sin embargo, mientras aplacaba ladisputas entre la atestada población de Orison o discutlternativas tácticas en caso de que el Adepto Havelock s

volviera ineficaz contra las catapultas de Alend, no dijo nad

nadie acerca del agua. No deseaba despertar ningunsperanza hasta que el Maestro Eremis hubiera demostradque podía hacer lo que había prometido. Sin embargo, envhombres a ajustar todas las válvulas del sistema de agua,ncurrió en las maldiciones de centenares de sedientaersonas usando la poca agua que había acumulado rroyo del castillo para enjuagar cualquier posible residu

del veneno de dama Elega de las conducciones.Y, cuando uno de sus hombres le trajo finalmente

noticia de que el Maestro Eremis estaba trabajando ya en depósito, fue a observar.

El Imagero estaba haciendo lo que había dicho quodía hacer. En la alta bóveda catedralicia del depósito, die en el borde de piedra del vacío contenedor, sujetaba sspejo inclinado hacia su interior. El espejo era casi tan altomo él, con un adornado marco; en consecuencia, er

esado: incluso un hombre con su inesperada fuerza nodría resistir su peso en esa posición durante muchiempo. Sin embargo, había resuelto el problema trayendo

dos Aprs para que le ayudaran. Uno sujetaba la partnferior del espejo para mantenerlo firme; el otro retenía

arte superior mediante una cuerda atada a uno de lo

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maderos que asomaban por entre la red de tuberías antallas encima del depósito. La ayuda de los Aprs permitl Maestro Eremis concentrarse exclusivamente en sraslación.

Mientras acariciaba el marco y murmuraba lanvocaciones que fuera que desencadenaban la relacióntre su talento y el espejo, la lluvia brotaba en un pequeñorrente de la inclinada superficie del espejo.

Tenía razón: el proceso iba a tomar tiempo. Porrencial que fuera la lluvia, la cantidad que podía srasladada a través del espejo era pequeña comparada con amaño del depósito y las necesidades de Orison. Smbargo, el Castellano Lebbick pudo ver que el espejroporcionaba significativamente más agua que el arroyo. l Maestro Eremis conseguía que siguiera fluyendo…, y s i

gua era buena.Lebbick comprobó aquella sospecha pidiéndole

magero que bebiera dos tazas del agua de lluvia…, lo cuhizo el Maestro Eremis sin ninguna vacilación apreciablPero un atento examen a su persona no hizo más qu

ncrementar la otra preocupación del Castellano.El Maestro Eremis estaba sudando en el frío aire ddepósito. Su respiración era profunda y afanosa, y suasgos tenían la tensa palidez de unos nudillos apretado

Su expresión era inusualmente simple: por una vez, lo qu

staba haciendo requería que se concentrara de una form

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an aguda, que se esforzara de tal modo, que no le quedabnergía para los secretos.

Llevaba poco tiempo al trabajo, y el agotamiento yhabía empezado a apoderarse de él. Para mantener s

raslación en funcionamiento, iba a necesitar más que unnesperada energía. Iba a necesitar la reciedumbre de unarra de hierro.

El Castellano Lebbick no se preocupó en maldeciPodía sentir que algo en su interior estaba fallando; magero le estaba venciendo. Esto era simplemente perfect

Eremis iba a salvar Orison…, pero eso no era suficiente parl, oh, no, en absoluto. Iba a salvar Orison heroicamentgotándose con una traslación que no dejaría la menor dudn la mente de nadie acerca de dónde se alineaban suealtades.

Una curiosa debilidad se apoderó de los músculos dLebbick. Tenía problemas en mantenerse erguido. Notaba lamejillas sorprendentemente rígidas; cuando las frotó, sangeca se desmenuzó entre sus dedos. Quizá Havelock tenazón respecto a él. Quizá se había vuelto loco. Dos de su

hombres y Nyle habían sido masacrados, y era culpa suyno porque hubiera confiado en Eremis, al que odiaba, sinorque se había negado a creer que aquel brillante, torpe onfiable Geraden estaba poseído por el mal. Geraden habrasladado atrocidades para que se ensañaran con su prop

hermano. O había hecho que alguien se ocupara de ello p

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l.El Castellano deseó a su esposa. Deseó poder hundir s

ostro contra el hombro de ella y sentir sus brazoodeándole. Pero ella estaba muerta, y nunca iba a s

onfortado de nuevo.El Maestro Eremis no tenía frío ahora, pero se quedarhelado tan pronto como se detuviera para descansaMortificándose un poco más, el Castellano Lebbick pidque le trajeran un catre y comida, ropas más de abrigo, uuego al borde de la piscina, coñac. Luego, cuando hub

hecho todo aquello en lo que podía pensar en bien dalvador de Orison, volvió a sus deberes.

Durante la tarde, los de Alend trajeron una catapulnte las puertas de Orison, el único otro lugar del castil

que podía resultar vulnerable sin un asalto prolongado.

Maestro Quillón despertó a Havelock de sus sonoroonquidos, y los dos Imageros trasladaron el espejo d

Adepto hasta la larga cara nordeste de Orison para protegas puertas. El Castellano Lebbick, sin embargo, permanecuera de la vista encima del muro cortina. Cuando vario

entenares de hombres de Alend avanzaron de prontorriendo y llevando consigo escaleras y útiles de escaladhacia el mal tapado orificio, el Castellano estaba preparad

ara recibirlos. Sus arqueros los obligaron a retirarse.Ese éxito alivió algo su debilidad. Pero no era suficient

ada era ya suficiente. Para alejarse de su zozobra, se sum

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de nuevo en la única instrucción clara y comprensible quhabía recibido de su Rey.

 Hacer su trabajo. Esa mujer debe ser empujada a hablar.

Después del anochecer, cuando la ausencia de luz aliva amenaza de las catapultas, permitiendo a los guardiaoncentrarse en defender Orison de formas más simples dtaque, el Castellano Lebbick regresó a las mazmorras pa

hacer lo que el Rey Joyse le había ordenado.

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3

Terisa tiene visitantes

Después de que el Castellano la golpeara y se fuerTerisa Morgan permaneció apoyada contra la pared durantargo rato, mantenida en posición sentada más por la fr

iedra que por ningún deseo de no derrumbarse. Es un truco. Le había dicho esto, ¿no? Fue Eremuien lo hito, de algún modo. Sí, se lo había dicho. Paribrarse de Geraden. Le había dicho todo aquello. Inclus

había intentado suplicarle…, había intentado apelar a aquelarte de sí misma que había balbuceado y suplicado a suadres, a su padre. No, no hice eso, no fue culpa mía, n

volveré a hacerlo nunca, por favor no me hagas esto. No mncierres en el armario. Ahí es donde me desvanecí. Esscuro, y me sorbe lejos, y dejo de existir. Nyle aún estivo.

Pero el Castellano no la escuchó. La sujetó por lohombros, y la besó, y su beso fue como un golpe. Luego

olpeó realmente; ella trastabilló contra la pared y cayó. Ea segunda vez que la golpeaba. La primera vez, ella habstado llena de audacia. Le había dicho que su esposa s

hubiera sentido avergonzada de él. Casi pudo prever que

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olpearía. Pero esta vez ella le estaba suplicando. Por favoo me hagas esto. Y él la golpeó de todos modos. Como sadre, no se detuvo.

La tercera vez iba a ser su fin. Estaba segura de ello. L

había prometido que le haría daño, e iba a mantener sromesa. Sólo un poco al principio. Un pecho o el otro. uizás unos cuantos ganchos clavados en tu vientre. Urozo de áspera madera entre tus piernas. Iba a golpearla hacerle daño hasta que ella se quebrara.

 No comprendía por qué la había besado. No deseabomprenderlo. Vete al infierno. Todo lo que deseaba er

desvanecerse de allí. La celda era fría, y la lámpara la afligon un parpadeo sobrenatural, como una promesa de que spagaría en cualquier momento, sumiéndola en la oscurida

Cuando era niña, la perspectiva de desvanecerse siempre

había aterrado. Aún seguía haciéndolo. Pero, pronto, hallarse encerrada en el armario le había recordado eguridad de la oscuridad, le había enseñado de nuevo quodía desvanecerse y escapar de estar sola y sin amopenas capaz de respirar. Si no existía, nadie podría hacer

daño.Si no existía, nadie podría hacerle daño.Vete al infierno.Pero ahora, cuando más la necesitaba, aquella solució

e era arrebatada. No podía desvanecerse: había perdido

habilidad de conseguirlo. El Castellano iba a hacerle daño d

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una forma que ella nunca antes había experimentado. No eomo la relativamente pasiva violencia de ser encerrada e

un armario. No era como ser dejada sola para salvarse a misma de volverse loca. Era un nuevo tipo de dolor…

Y Geraden…¡Oh, Geraden! Necesitaba desvanecerse de allí, tenía que escapar,

in de protegerle en caso de que aún estuviera vivo, en casde que, de algún modo, hubiera conseguido realizar coxito alguna otra traslación imposible. Desvanecerse era s

única defensa contra la presión de traicionarle. Si eldesaparecía de allí, no podría decirle al Castellano dóndstaba él.

Y, sin embargo, él era la otra razón por la que no podrse. Temía demasiado por él. No podía olvidar la forma e

que lo había visto la última vez, la impresionante mezcla dngustia y férrea decisión en su rostro, la fatal autoridad eu voz y movimientos. El dulce joven de corazón abierto qulla amaba no había desaparecido. No. Eso hubiera sidastante malo, pero lo que le había ocurrido era peor. Hab

ido fundido y forjado en hierro sin perder nada de svulnerabilidad, de modo que la fuerza o la desesperación quo habían conducido a arrojarse al interior de un espejo nran una medida de lo mucho que se había endurecido, sin

más bien del mucho dolor que sufría.

Ella había exclamado: ¡No soy una Imagera! ¡No pued

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yudarte! Y él se había alejado de ella porque no tenninguna otra elección. Ella no era la respuesta a snecesidad. Se había lanzado al interior del espejo y habdesaparecido, inalcanzable, tan lejos de cualquier esperanz

ayuda que ni siquiera había aparecido en la Imagen dspejo. Ni siquiera un Adepto podría hacerle volver.Ésa era ahora su situación.Si aún seguía con vida. Y si la traslación no le habí

ostado su cordura.Hubiera debido ir con él.Sí. Hubiera debido ir con él. Ésa era otra razón por

que no podía desvanecerse: no podía olvidar que ya le haballado. Y se había fallado a sí misma al mismo tiempo. L

quería, ¿no? ¿No era eso lo que había aprendido en suúltimos días juntos…, que él era más importante para el

ncluso que el extraño poder del Maestro Eremis de extrade su cuerpo una respuesta…, que creía en él y confiaba el no importaba cuáles fueran las pruebas en contra…, que preocupaba tanto por él que era incapaz de tomar partidor nadie excepto por él en las maquinaciones y traicione

que confundían Mordant? Entonces, ¿qué estaba haciendllí? ¿Por qué se había quedado inmóvil y simplemente había observado arriesgar su vida y su mente, sin hacer menor esfuerzo por ir con él?

Hubiera debido hacerlo.

Estaba bloqueada de escapar dentro de s í misma por s

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miedo al Castellano. Por su miedo por Geraden. Y por lvergüenza.

Al cabo de un rato, la espalda empezó a dolerle a causde la pared. Los imperfectamente cortados bloques d

ranito se clavaban contra su espina dorsal, contra sumoplatos. El frío parecía penetrar dentro de ella desde uelo, pese a las cálidas ropas de montar que Mindlin hab

hecho para ella, pese a sus botas. Quizá fuera más juiciosevantarse e ir al camastro. Pero no tenía el valor ni la fuerz

necesarios para moverse. Ahora eres mía.Geraden, perdóname.- Mi dama.

 No pudo ver a quien hablaba. Sin embargo, su voz no obresaltó, de modo que al cabo de un momento fue capa

de alzar la cabeza.El Tor estaba de pie en la puerta de su celda. Su vo

embló cuando habló de nuevo:- Mi dama. -Sus gruesos dedos aferraban los barrote

de la puerta como si fuera él quien había sido encerrado…

omo si él estuviera prisionero y ella libre. TorpementTerisa observó a la luz de la lámpara las lágrimas quesbalaban por sus mejillas.

- Mi dama, ayúdame.Su petición la alcanzó. Era su amigo, una de las poca

ersonas en Orison que parecían quererle bien. La hab

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alvado del Castellano. Más de una vez. Mordiendo ruñido que pugnaba por escapar de sus labios, se apoyobre manos y rodillas. Luego consiguió situar los pie

debajo de su cuerpo y levantarse, tambaleante.

Oscilando y temerosa de desvanecerse, avanzó hacia uerta. Por el momento, era lo mejor que podía hacer.- Mi dama, tienes que ayudarme. -La voz del viejo seño

emblaba, no a causa de la urgencia, sino porque estabuchando con el dolor-. El Rey Joyse le ha dado a Lebbicermiso para hacer todo lo que quiera contigo.

Ella no comprendió. Como el beso del Castellanquello era incomprensible. De alguna forma, se halentada de nuevo en el suelo, inclinada hacia delante de t

modo que su enmarañado pelo caía en mechones sobre sostro. Permiso para hacer todo lo que quiera contigo.

Rey Joyse le había sonreído a ella, y su sonrisa había sidmaravillosa, un sol naciente que hubiera podido iluminar

scuridad de su vida. Ella hubiera podido amar aquelonrisa, como amaba a Geraden. Pero todo era una mentir

Todo lo que quiera contigo. Todo era una mentira, y n

quedaba ninguna esperanza.- Por favor -jadeó suplicante el Tor-. Mi dama. Terisa.Apenas era capaz de contener su inquietud-. En nombre dodo lo que respetas…, de todo lo que puedas hallar dueno y valioso en él, si no ha caído demasiado bajo. Dino

dónde ha ido Geraden.

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Involuntariamente, Terisa alzó la cabeza. Sus ojostaban llenos de sombras. ¿Tú también? La náusea aferru estómago. ¿Tú también te has vuelto contra él? No pudesponder: no había palabras. Si intentaba decir algo, s

charía a llorar. O vomitaría. Tú también no.- No le harás ningún daño, mi dama. -El Tor estabuplicando. Era un hombre viejo, y llevaba hasta el últimramo de su peso como si fuera una carga insoportable-. N

me importa su culpabilidad. Si vive, se halla muy lejos dquí, a salvo del ultraje de Lebbick. Estamos sitiado

Lebbick no puede perseguirle. Y nadie más puede usar esspejo. No se verá perjudicado si hablas.

»Pero el Rey Joyse… -La garganta del señor se cerronvulsivamente. Cuando fue capaz de hablar de nuevo, s

voz resonó temblorosa en su pecho, con un asomo d

mortalidad-. El Rey Joyse ha confiado demasiado en Castellano. Y ya no es él mismo. No comprende el permisque ha dado. No sabe que Lebbick está loco.

»Mi dama, él es mi amigo. Le he servido con mi vida, on las vidas de todo mi Care, durante décadas , Ahora no e

o que era. Reconozco eso. Hubo un tiempo en que fue héroe de todo Mordant. Ahora es lo mejor que puede haceara defender inteligentemente Orison.

»Pero sólo se ha vuelto más pequeño, mi dama, no peoSus intenciones son buenas. Te juro por mi corazón que su

ntenciones son buenas.

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»Si desafías a Lebbick, el Castellano te hará lo peor quueda imaginar. Y, cuando el Rey Joyse comprenda lo que t

ha hecho su permiso, perderá lo poco de él que aún queda.

«Ayúdame, mi dama. Sálvale. Dinos dónde ha idGeraden, para que Lebbick no tenga ninguna excusa parhacerte daño.

Terisa no conseguía enfocar sus ojos. Todo lo quarecía ver era la luz reflejándose en las mejillas del hombr

Le estaba pidiendo que se rescatara a sí misma. Después dodo, tenía razón: si revelaba dónde estaba Geraden,

Castellano no tendría ninguna excusa para hacerle daño. Yn el proceso, el Rey Joyse podría ser salvado de cometlgo cruel. Y el propio Tor -el único de los tres a quien ellmportaba- conseguiría dejar de llorar.

Con más fuerza de la que creía tener, se puso en pie.- El Rey Joyse es tu amigo. -Sonó seca y fría a su

ropios oídos, vagamente sin corazón-. Geraden lo es míoLuego, intentando apaciguar la aflicción del viejo, murmuróLo siento.

- ¿Lo sientes? -La voz del hombre se quebrmomentáneamente-. ¿Por qué lo sientes? Sufrirás, y quizmueras…, por lealtad a un hombre que ha matado a s

ropio hermano, y eso no le hará ningún bien. Quizá iquiera sepa lo que has hecho por él. Sufrirás lo peor qu

Lebbick pueda hacerte y no conseguirás nada. -Sus mano

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ucharon con los barrotes-. No tienes ningún motivo paentirlo. En todo Orison, tú serás la única que pagarás por ealtad un precio más alto que el propio Rey Joyse.

»No, mi dama. Soy yo quien lo siente. -El temblor en

echo del Tor hacía que cada una de sus palabras fuerdolorosa de oír-. Soy yo. Tú te enfrentarás heroicamente a tgonía, y tal vez hablarás o te mantendrás callada, si ereapaz. Pero yo me quedaré viendo a mi amigo conducir a uina todo lo que ama.

»No he venido a ti inmediatamente. No pienses esDesde que el Rey Joyse dio sus órdenes he sufrido eilencio mi tormento, intentando buscar los medios dersuadirle, de emocionarle…, de comprenderle. Huplicado a su puerta. He amedrentado a servidores uardias. No creas que te he traído mi dolor a la ligera.

»Pero no tengo a nadie más a quien dirigirme.»Mi dama, tu lealtad es demasiado costosa.«Haya hecho lo que haya hecho, lo he hecho e

nombre de mi Rey. Él es todo lo que me queda. Te luplico…, no permitas que se destruya a sí mismo.

- No. -Terisa no podía soportar verle durante máiempo, así que se volvió de espaldas al desánimo del TorGeraden es inocente. Eremis montó todo eso. -Habló como stuviera recitando una letanía, encajando piezas de fe en usfuerzo por edificar convicción-. Falseó la muerte de Ny

ara hacer aparecer a Geraden como culpable, porque

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abía que Nyle nunca iba a apoyar sus acusaciones contrGeraden. Si el Rey deja que me hagan daño por eso… -umomento de mareo giró a su alrededor, y estuvo a punto daer-, entonces tendrá que vivir con las consecuencia

Geraden es inocente.- No, mi dama -repitió el Tor; pero ahora ella oyó algnuevo en su voz…, un tipo distinto de aflicción, casi unnota de horror-. En esto estás equivocada. No me importa ebsoluto la culpabilidad de Geraden. Ya he dicho eso. Sólo

Rey me importa. Pero tú has situado tu confianza en algmaligno.

Ella permaneció inmóvil, notando el fuerte pulsar crecn sus oídos y la duda acumularse en sus entrañas.

- Nyle está incuestionablemente muerto. -El señonaba tan enfermizamente alterado como ella se sentía-. Y

mismo he visto su cuerpo. Incuestionablemente muerto. Aquello la hizo movers

Tanteando, halló su camino hasta el camastro. Olía a pajancia y humedad vieja, pero se sentó agradecida en é

Luego cerró los ojos. Tenía que descansar un poco. Dentr

de uno o dos minutos, cuando su corazón hubiera dejado datir aceleradamente, podría responder al Tor. Seguro quería capaz de pensar en una respuesta. Seguro que Geradera inocente.

Pero, un momento más tarde, el pensamiento de qu

yle había sido realmente asesinado penetró en su cabeza,

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odo dentro de ella pareció girar locamente. Sin darse cuende lo que estaba haciendo, se tendió en el camastro y subrió el rostro con las manos.

Finalmente, el Tor renunció y se fue; pero ella no le oy

marcharse.Al mediodía los guardias le trajeron la comida…, paduro y un poco de guiso aguado. El pánico se apoderó dlla cuando los vio acercarse porque pensó que podía ser

Castellano; su alivio cuando vio quiénes eran la dejdemasiado débil para abandonar el camastro.

De hecho, se sentía demasiado débil incluso paromer, para ocuparse en ningún sentido de sí misma. Taronto como el Castellano Lebbick hablara con ella le dirodo lo que deseaba saber. Pero eso no lo detendría. N

desearía detenerse. Ahora que tenía el permiso del Re

oyse, nada podría detenerlo.¿Dónde estaba la gente que le había demostrad

ortesía o amabilidad, la gente que cabía suponer que tenun cierto interés en ella? Elega se había marchado con Príncipe Kragen. Myste había abandonado Orison en un

oca búsqueda para ayudar al perdido y rabioso campeón da Cofradía. El Adepto Havelock estaba loco. El MaestrQuillón se había convertido en el mediador de la Cofrad

orque eso era lo que el Rey Joyse deseaba…, y el Reoyse le había dado al Castellano permiso para hacer lo qu

quisiera con ella. ¿Saddith? Era sólo una doncella, pese a su

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mbiciones. Quizás ella h u b i e r a traicionadnadvertidamente a Terisa ante Eremis. Eso no significab

que hubiera algo que ella pudiera hacer para corregir ituación. ¿Ribuld, el hosco veterano, que había luchado p

Terisa en más de una ocasión? Era sólo un guardia…, niquiera un capitán. No podía apartar de encima suyo el peso de

necesidad de Mordant. Apenas era capaz de alzar la cabezdel jergón lleno de grumos que le servía como colchón. ETor había visto el cuerpo de Nyle. El hermano de Festtestaba incuestionablemente muerto.

¿Por qué debía molestarse en comer? ¿De qué serviría?Quizá, si se sentía lo bastante hambrienta, pudie

ecuperar la habilidad de salirse de su propia existencia.Intentó dormir -intentó relajarse de modo que la tensió

y la realidad fluyeran fuera de sus músculos-, pero otresonar de botas avanzó hacia su puerta por el corredo

Sólo un par: alguien venía en su dirección, solo. Un pasento y arrastrante, como vacilante o frágil. Cerr

deliberadamente los ojos de nuevo. No deseaba saber quié

ra. No deseaba ser distraída.Por primera vez, la llamó por su nombre.- Terisa.

 No era buen presagio.Sorprendida, alzó la cabeza y vio al hermano de Gerade

n la puerta de su celda.

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- ¿Artagel?Llevaba una camisa de noche y pantalones…, ropa

que parecían incrementar su parecido familiar con Geraden yle porque no eran las más adecuadas para un espadachí

Su atuendo y su forma de permanecer de pie, como lguien acabara de clavar un cuchillo en su costado, dejabalaro que se suponía que aún debía permanecer en cam

Había estado demasiado débil ayer -¿había sido realmenyer?- para apoyar a Geraden frente a la Cofradí

Evidentemente, estaba demasiado débil hoy para recorrer lamazmorras solo.

Sin embargo, estaba aquí.Definitivamente, no era un buen presagio que la hubie

lamado Terisa.Olvidando su propia falta de fuerzas, se levantó d

amastro y fue hacia él.- Oh, Artagel, me alegra tanto verte, tengo un problem

an grande, te necesito, necesito un amigo, Artagel, creeque Geraden mató a Nyle, creen…

La palidez del hombre la detuvo. El sudor del esfuerz

n su frente y el temblor del dolor en su boca la detuvieroSus ojos eran vidriosos, como si estuviera a punto de perdl conocimiento. Gart, el Monomach del Gran Rey, lo hab

herido seriamente, y sufría recaídas cada vez que saltabuera de la cama cuando hubiera debido permanec

descansando en ella. El hecho de que Gart le hubie

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vencido; la traidora alianza de Nyle con el Príncipe Kragendama Elega; las acusaciones contra Geraden; cosas comstas atormentaban al más famoso hijo del Domnmpulsándole a luchar contra su debilidad…, y contra s

ecuperación.- Artagel -gimió ella-, no deberías estar aquí. Deberíastar en la cama. Vas a caer enfermo de nuevo.

- Ato. -La palabra brotó como un gorgoteo. Con urazo apretó su otra mano contra su costado-. No. -Puest

que estaba demasiado débil para permanecer de pie syuda, se reclinó en la puerta, apretando su frente contra loarrotes. Sus turbios ojos hacían parecer como si sstuviera volviendo ciego-. Fue cosa tuya.

Ella se sobresaltó; el dolor la atravesó como unquemadura.

- ¿Artagel? -Después de todo, había más tipos de doln el mundo que ella ni siquiera había imaginado. Excep

Geraden, Artagel era el mejor amigo que tenía. Hubieronfiado en él sin pensar-. No lo dices en serio. -¿Creía qulla era la responsable?-. No puedes.

- No quería decir eso. -Tenía problemas con sespiración. Su aliento parecía luchar contra una obstrucción su pecho-. No es por eso por lo que estoy aquí. Lebbic

va a ocuparse de ti. Yo sólo deseo saber dónde estGeraden.

»Voy a perseguirle y arrancarle el corazón.

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Repentinamente, ella se sintió inundada por un desede gemir o llorar. Le haría bien llorar abiertamente. Pero estra demasiado importante. De algún modo, consigui

dominarse. Jadeando porque la celda era demasiad

equeña y si no conseguía más aire pronto iba desvanecerse, protestó:- No. Eremis lo hizo. Fue un truco. Te lo aseguro, fue u

ruco. El Tor dice que ha visto el cuerpo y que Nyle esealmente muerto, pero no lo creo. Geraden no tuvo nad

que ver con esto.- ¡Ah! -jadeó Artagel, como si estuviera dolido

urioso-. No me mientas. No me mientas más. -Ahora sujos eran claros y ardientes, brillantes con pasión o fiebre

Yo mismo he visto el cadáver.Y, mientras ella sentía que todo giraba en su interio

rosiguió:- Después de que Geraden lo apuñalara, aún estab

vivo. Eso es cierto. Eremis lo llevó apresuradamente a suropios aposentos y consiguió un médico para él. Ésa era s

única posibilidad de seguir con vida. Eremis le dio es

osibilidad. Luego Eremis situó guardias junto a él…, dentde la habitación y fuera en la puerta. Por si acaso Geraden ntentaba de nuevo.

»No funcionó. -La frente de Artagel parecía hincharsntre los barrotes; parecía como si estuviera intentand

omperse el cráneo-. Lebbick los encontró. Los guardia

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habían sido muertos. Algún tipo de bestia los devorGeraden debió trasladar algo al interior de la estancia…, algontra lo que no pudieron luchar.

»Nyle estaba muerto también. Lo que fuera devor

ompletamente su rostro.Sólo por un segundo, aquella imagen golpeó a Terisan horriblemente que gimió. ¡Oh, Nyle! Oh, Dios mío. Unevulsión visceral se agitó dentro de ella, y sus manoorrieron a cubrir su boca. ¡Geraden, no!

Hubiera debido ir con él. Para impedir todo aquello.Pero entonces vio hierro y angustia, y Geraden volvió

lla. Lo conocía. Y lo amaba. Terisa, yo no maté a mermano. Sin advertencia previa, se puso furiosa. Años d

ultraje que había ido almacenando en lugares secretos de sorazón saltaron bruscamente fuera, incendiándola toda.

- Di eso de nuevo -jadeó, casi sin aliento-. AdelantDilo.

Artagel estaba más allá de toda sorpresa. Exhibió sudientes en una mueca y repitió:

- Nyle fue muerto. La bestia devoró completamente s

ostro.- ¿Y tú crees que Geraden hizo eso? -Lanzó su proteshacia él como un latigazo-. ¿Estás loco? ¿Se ha vuelto locodo el mundo en este lugar?

Él parpadeó, desconcertado; por un breve moment

areció mirarla bajo una luz distinta. Casi de inmediato, s

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mbargo, su propio horror regresó. Sus piernas estabaallándole. Lentamente, empezó a deslizarse a lo largo de loarrotes.

- Vi su cuerpo. Lo tuve entre mis brazos. Todavía llev

u sangre en mis ropas.Aquello era cierto. Su lámpara brillaba aún lo suficienomo para revelar las manchas secas en su camisa de dormi

- No me importa. -Estaba demasiado furiosa pamaginar lo que había sido aquella experiencia para él…ostener el ultrajado cadáver de su hermano entre surazos y no tener ninguna forma de devolver su cuerpo a

vida-. Geraden es tu hermano. Lo conoces de toda la vidLo conoces mejor que eso.

Artagel siguió deslizándose. Le dolía demasiado ostado: al parecer, era incapaz de usar sus manos. Tendi

as de ella entre los barrotes y sujetó su camisa de dormara sostenerlo de algún modo; pero era demasiado pesadara ella. Finalmente dobló las piernas y apoyó su peso eus rodillas.

- Te digo que vi su cuerpo.

Tiró de ella hacia abajo, con él, hasta que Terisa estuvambién de rodillas. Hirviendo furiosa en su rostro, eladeó:

- No me importa. Geraden no lo hizo.- Y yo te digo que vi su cuerpo. -Pese a la debilidad y

iebre, Artagel se enfrentó a su mirada con la misma pasió

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nflexible que lo había lanzado dos veces contra Monomach del Gran Rey-. Tú lo niegas, pero eso no cambos hechos. Un Imagero lo hizo. La traslación es la únicorma en que una bestia pudo entrar en aquellos aposento

y volver a salir de ellos. Pero no fue Eremis. Él estuvo coLebbick durante todo el tiempo.»En estos momentos está arriba en el depósit

rasladando una nueva provisión de agua para Orison. El ea única razón de que aún tengamos alguna esperanza. Y

me puse del lado de Geraden contra él… -La voz de Artagarecía estar llena de densa sangre-, y me equivoqué. Él esalvándonos.

«Geraden mató a Nyle. Voy a seguir su rastro allá dondsté, me lo digas tú o no. La única diferencia es que va omar más tiempo.

- Y entonces le arrancarás el corazón. -Terisa no podíoportarlo más. Sentía deseos de gritar. Soltó su camisa d

noche con un esfuerzo de voluntad, se alejó de él-. Sal dquí -murmuró-. No quiero escuchar esto. -La imagen de l

que le había ocurrido a Nyle sorbía toda su concentració

Se apartó de la puerta empujándose con ambas manosSimplemente sal de aquí.Entonces la visión de Artagel -feroz y dolorido, d

odillas contra los barrotes de la celda- la ablandó, y almó un poco.

- Deberías estar realmente en la cama. No vas a ir

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erseguir a nadie por un tiempo. Si el Castellano nonsigue arrancármelo, y si me deja vivir, te prometo que t

diré todo lo que pueda cuando estés lo bastante recuperadomo para hacer algo al respecto.

Él no alzó la cabeza durante largo rato. Cuandinalmente levantó la vista, la luz había desaparecido de sujos.

Tortuosamente, como un hombre viejo cuyarticulaciones han empezado a traicionarle, se izó con ayud

de los barrotes, se puso en pie.- Siempre confié en él -murmuró, como si estuviera

olas, ciego y sordo a su presencia-. Más que en Nyle o eningún otro. Era tan torpe y tan decente. Y más listo que yo

o puedo imaginarlo.«Entonces viniste tú, y pensé que eso era buen

orque le proporcionaba algo por lo que luchar. Me dabuna razón para que dejara de permitir que esos Maestros lhumillaran. Pero luego mata a Nyle, lo mata… -Artagel stremeció, sus ojos se enfocaron en la nada-, y tú eres

única explicación en la que puedo pensar, de modo qu

ienso que tienes que ser un elemento maligno, de algunorma terrible en la que no puedo pensar. Pero tú deseas quiga confiando en él. No puedo imaginarlo.

»Vi su cuerpo. -Como un viejo, se apartó de la puerta mpezó a arrastrar los pies por el corredor-. Lo cogí y l

ostuve entre mis brazos. -Frotándose las secas manchas d

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angre de su camisa de dormir, fue más allá del ángulo dvisión de Terisa. Sus botas siguieron sonando contra uelo hasta que ya no pudo oírlas.

Terisa permaneció rígidamente de pie y contempló

vacío corredor por un tiempo, tan envarada como un testigdando fe de lo que creía. Como el Tor, él había dicho quyle estaba muerto. Y no podía estar equivocado. Tenía quer capaz de identificar el cuerpo de su propio hermano. Yin embargo, ella se sentía incapaz de retractarsnesperadamente, descubrió que la sostenía una furia qu

había mantenido durante toda su vida. Una infancia dastigos y olvido le habían enseñado muchas cosas…, ólo ahora empezaba a darse cuenta de lo que eran alguna

de esas cosas.Sus manos temblaron. Las controló tanto como pudo

mpezó a comer el pan y el guiso que le habían traídaseando arriba y abajo por la celda mientras lo hacíecesitaba fuerzas, necesitaba reunir todos sus recursos. E

Rey Joyse le había dicho que pensara, que razonara. Ahormás que en ningún otro momento de su vida, necesitaba la

uerzas y la determinación para pensar claramente.En la medida en que era posible hacerlo, estaba decididdesafiar al Castellano.

Cuando éste vino finalmente -varias horas y otromida más tarde-, casi se alegró de verle. Sin duda aguard

ra mucho más fácil que soportar la violación o la tortur

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ero era más duro que el desafío. La soledad erosionaba valor. Media docena de veces, durante aquellas horavaciló, sintió que la resolución la abandonaba. En un

casión se sintió tan presa del pánico que después se hal

entada en el suelo en un rincón, con las rodillas apretadaontra su pecho y sin la menor idea de cómo había llegadllí.

Pero consiguió salirse del colapso nervioso gracias hecho de que sabía cómo sobrevivir aguardando a solas euna fría y mal iluminada celda. Había recobrado la habilidade eliminar la oscuridad y el miedo. Paradójicamente, decisión de enfrentarse de cabeza al peligro restableció sapacidad de escapar. Y cuando se rindió al desvanecerseedescubrió la seguridad oculta en él y se sintió mejor.

Para esto no necesitó ningún espejo. Los espejos

yudaban a luchar contra la erosión de su existencia; nran necesarios si deseaba ceder. Y estaba cediendo, nferrándose desesperadamente, lo cual la había manteniduerda cuándo sus padres la encerraban en el armario.

Sin embargo, el tiempo y la espera, el frío y

nadecuada comida, se cobraron su precio. Había límites a ejos que podía tender su determinación. Casi la alegró veruando el resonar de sus botas anunció su llegada y

Castellano Lebbick apareció más allá de la esquina de piedde la celda.

Ahora le haría tanto daño como pudiera. Y ell

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descubriría hasta dónde era buena.Pero la vista del hombre la impresionó: no era la qu

había esperado. Se había preparado para la furia y violencia, para una intensidad parecida al odio en su mirad

y en sus agarrotadas  mandíbulas, para la muerte potenciuertemente enroscada en todos sus músculos. No estabreparada para el hombre distraído, notablemente más baj

que ella, que entró en su celda sin ninguna decisión en suhombros y ninguna autoridad en su rostro.

El Castellano se parecía a alguien que hubiera sufriduna derrota esencial.

Entró apáticamente en la celda. De nuevo no se molestn cerrar la puerta a sus espaldas. Él era suficiente pampedirla escapar. Y, aunque consiguiera eludirle y salir de lelda, ¿dónde podía ir? Podía correr por los corredores com

una rata atrapada, pero no podría salir de las mazmorras sasar por la sala de guardia. El Castellano Lebbick n

necesitaba cerrar la puerta.Por un momento no la miró; echó un vistazo por toda

elda, recorrió su cuerpo con los ojos sin mirar en ningú

momento su rostro. Luego murmuró, como si estuvierhablando consigo mismo:- Estás mejor. La última vez que te vi estabas a punto d

desmoronarte. Ahora parece como si desearas luchar. -Siarcasmo, comentó-: No tenía idea de que ser arrojada a un

mazmorra pudiera ser bueno para ti.

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Terisa se encogió de hombros, estudiándoltentamente.

- He tenido tiempo para pensar.Finalmente, él alzó los ojos hasta los de ella. Las llama

que estaba acostumbrada a ver en ellos se habíaxtinguido…, o disminuido, en cualquier caso. Parecía caalmado, casi estable…, casi perdido.

- ¿Significa eso -preguntó suavemente- que vas decirme dónde está?

Ella agitó negativamente la cabeza.En el mismo tono, el Castellano prosiguió:- ¿Vas a decirme lo que habéis estado planeando? ¿Va

decirme por qué lo hizo?Una vez más, ella agitó negativamente la cabeza. P

lguna razón, su garganta estaba seca. El poco característic

omportamiento de Lebbick empezaba a asustarla.- No me sorprende. -No parecía haber sarcasmo en él. S

dio la vuelta, empezó a caminar arriba y abajo frente a loarrotes. Su actitud era casi casual; parecía como stuviera dando un paseo-. El Rey Joyse me dijo que

acara todo lo que pudiera. Desea que lo declares todo. ¿Torprende eso? -La pregunta era retórica-. Debería. No eropio de él. Siempre fue capaz de conseguir lo que deseabin tener que golpear a las mujeres.

»He estado esperando todo el día este momento.

»Pero ahora… -Abrió las manos de una forma que ca

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daba la impresión de que pedía ayuda-. Todo está del revéEl torpe, decente, lea l Geraden se ha podrido. El locAdepto Havelock se ha pasado la mayor parte del d

rotegiéndonos de las catapultas. El Maestro Eremis es

tareado volviendo a llenar el depósito de agua. -Al pareceno sabía que había sido visitada por el Tor y por Artageque ya sabía todo lo que le estaba diciendo-. Y el Rey Joysdesea que te haga daño. Desea que descubra quién eres…qué eres.

Un asomo de anhelo brotó en la voz de Lebbick, un levastro de nostalgia.

- A veces, hace mucho tiempo…, acostumbraba a dejaque me ocupara de sus enemigos. A veces. Hombres comquel comandante de guarnición… Pero nunca me hab

dado permiso para hacerle daño a alguien como tú.

Entonces el Castellano se enfrentó a ella…, y siguareciendo casi casual, casi perdido.

- Debe temerte. Debe temerte más de lo que nunca hemido a Margonal o a Festten o a Gart o incluso a Vagel.

»¿Por qué eso? ¿Qué es lo que eres?

Terisa se enfrentó a su extinguida e ilegible mirada ragó saliva. No comprendía lo que le había ocurrido hombre, lo que se había llevado el fuego de su interior había ahogado su odio; pero aquélla era la mej

portunidad que tendría nunca de distraerle, de desviar su

ntenciones contra ella.

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- No lo sé -dijo, tan firmemente como pudo-. Estáhaciendo las preguntas equivocadas.

- ¿Las preguntas equivocadas?- No puedo decirte por qué el Rey Joyse me teme. Si m

eme. Y no te diré dónde está Geraden. Porque él no lo hizoo voy a traicionarle.»Pero te diré todo lo demás que quieras saber.- ¿Todo lo demás? -El Castellano Lebbick apenas son

nteresado en la idea-. ¿Como qué?Su actitud creó en ella un momento de pánico. Tem

que se hubiera vuelto inalcanzable…, que, fuera lo que fueso que le estaba ocurriendo, lo hubiera llevado más allá dunto donde cualquiera podía hablarle, discutir con édivinar lo que haría a continuación. Inspirandrofundamente para elevar su valor, respondió:

- Como la forma en que sobreviví cuando Gart intenmatarme la primera noche que estuve aquí. Como el motiv

or el que utilicé aquel pasadizo secreto en mis aposentoComo lo que ocurrió realmente la noche que Eremis tuvo seunión con los señores y el Príncipe Kragen. Como lo qu

currió la primera vez que Geraden fue atacado. -Su propasión ascendió contra la inexpresividad del CastellanoComo la forma en que estoy segura de que Eremis miente.

Ante aquello, algo parecido a una chispa brilló en lojos de Lebbick. Su postura no cambió, pero todo su cuerp

areció ponerse innaturalmente rígido.

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- Cuéntame.- Todo ello encaja entre sí -respondió ella. El Rey Joys

e había dicho que razonara, y la razón era la única arma dque disponía-. Incluso puedo decirte por qué temen

Geraden…, Vagel y Eremis y Gilbur…, por qué intentan tabcecadamente apartarlo de su camino.Lebbick no parpadeó.- Cuéntame -repitió.Así que se lo dijo. Tan claramente como pudo, le cont

ómo el Adepto Havelock la había salvado del Monomacdel Gran Rey. Describió cómo Havelock y el Maestro Quillóhabían utilizado el pasadizo oculto detrás de su guardarropRelató todos los detalles que pudo recordar de la reuniólandestina de Eremis con los señores de los Cares, incluidl papel de Artagel en salvarla a ella. Y luego le contó a

Castellano las conclusiones que extraía de todo ello.- La primera vez que Gart intentó matarm

videntemente no conocía el pasadizo secreto. La última veí. ¿Cómo lo descubrió? Tú sabías que estaba allí. Myste

Elega también. -Lebbick no reaccionó ante aquel

evelación-. Quillón y Havelock, por supuesto. Geraden abía igualmente. Y Sad-dith, mi doncella. Pero Myste Elega y Havelock y Quillón sabían de él desde mucho antede que yo llegara aquí. Podrían habérselo dicho a Gaquella primera noche. Así que olvidémoslos. ¿Qué ha

especto a Geraden? Él no sabía nada cuando me traslad

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or primera vez a aquellos aposentos. Y piensas que eston Gart. Bien, le hablé de él a la mañana siguiente. Despué

de hablar contigo. ¿Por qué debería aguardar todo esiempo antes de dejar que Gart supiera el mejor camino pa

matarme?»Por otra parte -estaba decidida a no retener nada quudiera ayudarla-, Saddith y Eremis son amantes. Ella pud

hablarle del pasadizo…, y puede que transcurriera algúiempo antes de que lo hiciera.

«Ella pudo decirle a él dónde estaba yo aquella primenoche.

- Sé todo eso -murmuró el Castellano, sin ningunnflexión-. Cuéntame algo que no sepa. Hablame de por qu

Eremis te rescató. Gart apareció a través del pasadizo, Eremis hubiera podido librarse de los dos al mismo tiemp

Cómo explicas eso?Puesto que sólo era una suposición, Terisa hizo todo l

osible por sonar convincente.- Porque había testigos. Si Gart simplemente me matab

Geraden hubiera visto que Eremis permitía que ocurriera. Y

Gart intentaba acabar con nosotros dos, los guardias duera hubieran podido descubrirlo. Todo lo que tenían quhacer era abrir la puerta. De cualquiera de las dos formaodo el mundo sabría que Eremis era un traidor.

»Lo que pensó más adecuado -se obligó a sí misma

decir también aquello- fue hacerme el amor. Y luego, mientra

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yo estaba dormida o distraída, Gart podría deslizarubrepticiamente y matarme. Y nadie sabría nunca qu

Eremis había estado allí.»Pero no contó con que Geraden interrumpiera.

El Castellano siguió sin mostrar lo que estabensando. Todo lo que dijo fue:- Adelante.Hoscamente, Terisa prosiguió:- Eremis controló todos los detalles de aquella reunió

on los señores. Dispuso el lugar, la hora, quiénes ibanstar allí. Arregló dónde iba a estar yo luego. Geraden nodía saber nada de sus planes. Lo único que Eremis nrregló fue Artagel. No arregló las cosas para que yo fueralvada.

«Cuando Gart atacó, evidentemente entró y salió

ravés de un espejo. No sé cómo hizo eso sin perder azón…, pero Artagel y yo supusimos dónde estaba unto de traslación, el lugar en la Imagen. Él y Geraden y yuimos a examinar el lugar de nuevo, y el mismo espejrasladó aquellos insectos. Artagel te habló de ello. Ca

stuvieron a punto de matarnos a los tres.»Eremis dice que fue una finta, un truco para hacer quGeraden pareciese inocente, pero eso es una tontería. Havelock no lo hubiera rescatado, hubiera muerto. Y nadi

odía predecir que el Adepto se presentara allí par

yudarnos. Y Eremis lo sabe todo al respecto, pese a que n

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staba allí y nadie se lo dijo. Afirma que yo lo hice, pero ns cierto. Debía estar al otro lado del espejo, observando.

Lebbick había empezado a fruncir el ceño. Sus ojodespidieron destellos de fuego oscuro. Para lo mejor o pa

o peor, Terisa estaba despertando los rescoldos en él haciendo brotar las llamas. Si era un error, estaba sellando sropio destino. De todos modos, siguió:

- Quieren a Geraden muerto o desacreditado porque eealmente un Imagero…, un tipo de Imagero que nadie h

visto antes.Oblicuamente, se le ocurrió que hubiera debid

omprender aquello antes. Pero no se había obligado a misma a pensar en ello hasta ahora. Y debido a eso Geradestaba pagando un terrible precio. Por el momento, smbargo, no tenía tiempo para lamentarse. Estaba demasiad

cupada defendiéndose a sí misma del Castellano.- Por eso no es capaz de reconocer por sí mismo lo qu

s. Puede efectuar traslaciones que no tienen nada que von la Imagen en su espejo. Me sacó de un espejo qu

mostraba al campeón que deseaba la Cofradía. Y Eremi

abía que eso iba a pasar. O Gilbur, al menos. Él enseñó Geraden cómo hacer ese espejo. Hubiera debido ver quGeraden no lo hacía correctamente. Cuando el espejo fuhecho mal y sin embargo mostró la Imagen con el campeóGilbur debió darse cuenta de lo que Geraden podía hacer.

»Si alguna vez llega a darse cuenta de cuál es su pod

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de cómo usarlo, será el Maestro más poderoso que jamáhaya existido. Y es leal al Rey Joyse. Aunque las accionede éste destrocen su corazón. Gilbur y Vagel y Eremis tieneque librarse de él antes de que aprenda cómo luchar contr

llos.»Por eso lo atacaron con insectos, intentaron matarlo.or eso prepararon las cosas de modo que pareciera que abía matado a Nyle. Le temen. Y él está intentandonerlos al descubierto. Necesitan librarse de él de un

orma que haga que ellos aparezcan inocentes.»Nyle no está en realidad muerto. No puede estarl

Eremis no hubiera podido usarlo de esta forma sin sooperación…, y él no hubiera cooperado si pensara quban a matarlo.

Claramente, el Castellano dijo:

- Mierda de cerdo. -Los músculos temblaron a lo largde su mandíbula; sus ojos brillaron ominosamente-. Mhombres están muertos, y yo vi su cuerpo. Todo su rostrhabía sido devorado hasta el cerebro. -Consiguobreponerse al ultraje-. Eremis está en estos momentos e

l depósito de agua, salvándonos. Es el héroe de Orisoadie creerá una palabra de lo que dices. -Alzó los puñorente al rostro de ella, golpeó el pasivo aire-. Ese hijo duta de médico nos traicionó, ¡y dos de mis hombres está

muertos!

Ahora fue el turno de Terisa de mirarle, abrumada por

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orpresa.- ¿Médico? Artagel no mencionó ningún médico.- \Underwell, zorra! El mejor médico de Orison. Erem

o hizo todo perfectamente. Llevó aprisa a Nyle a su

posentos. Mandó llamar a Underwell. Apostó guardiaMientras tú estabas ayudando a Geraden a escapar y esmbécil de Quillón se metía en mi camino, Eremis estabntentando salvar a Nyle.

Terisa hubiera debido sentir miedo ante su nueva irero no fue así.

- ¿Un médico? -En vez de ello, estaba asombrada por epentina claridad de sus pensamientos-. ¿Qué le ocurrióNo vio lo que atacó a tus hombres y a Nyle?

- ¡Escapó! -gruñó Lebbick-. ¿Qué piensas? ¿Acassperabas que se quedara allí y aguardara a que l

ogiésemos? -La furia hinchó los tendones de su cuelloFue trasladado lejos de allí, del mismo modo que anguinaria criatura de Geraden fue trasladada dentro de stancia.

- Pero, ¿por qué?

- ¿Cómo quieres que lo sepa? Nunca miré dentro de sorazón. Quizá simplemente odiaba a Nyle. Quizá Festten freció riquezas. Quizá Gart tomó a sus familiares comehenes. No lo sé ni me importa. En lo que a mí se refierimplemente lo hizo.

- No -dijo Tensa, como si ahora no tuviera nada qu

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emer-. No es eso lo que quiero decir. ¿Por qué lo hizo de esorma? ¿Por qué matar a los guardias? ¿Por qué…? -¿Por qu

hacerle aquello tan horrible a Nyle?-. Hubieran podido versnterrumpidos. Hubieran podido ser atrapados. ¿Qué hay d

uido? ¿Acaso el ser atacados por algún tipo de bestia comquélla no produce ruido…, el suficiente como para alertaros guardias de fuera? ¿Por qué correr el riesgo?

Hirviendo de rabia, el Castellano empezó a escupirle unxplicación. Pero ella no deseaba oírle decir nada más cont

Geraden. Lo ignoró.- Él es médico -dijo-. El mejor médico de Orison. N

necesitaba ninguna ayuda para librarse de Nyle. Y nnecesitaba hacerse identificar como un traidor. ¿Acaso no omprendes? -La lentitud de Lebbick en captar lamplicaciones la sorprendió casi tanto como su prop

eguridad-. Todo lo que tenía que hacer era  fracasar. Dejmorir a Nyle. Poner algo tóxico en la herida y cubrirla covendajes. Nadie lo hubiera sabido nunca. Nadie hubierospechado nunca.

»¿Por qué correr el riesgo estúpido, estúpido, de tod

quel derramamiento de sangre?El Castellano Lebbick la miró como si estuviera viendlgo nocivo crecer delante de él.

- Así que quizás él no lo hizo -murmuró.- Entonces, ¿dónde está?

- No hubiera dejado que mataran a Nyle sin intent

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detenerles…, sin intentar pedir ayuda. -Lebbick estabhaciendo un visible esfuerzo por comprenderla-. Quizá mataron también, y se llevaron el cuerpo con ellos .

- ¿Por qué? -repitió ella-. ¿Por qué molestarse? ¿Pa

rear la ilusión de que tenían un cómplice que nnecesitaban? ¿Para hacerte creer que Underwell era culpabuando en realidad no lo era? ¿Qué conseguirían con elloQué buscaban?

- ¡Exacto! -El Castellano cerró furioso ambos puñosQué buscaban?

Y Terisa seguía sin tener miedo. Todo su rostro fudevorado… Calmadamente, preguntó:

- ¿Qué aspecto tenía Underwell?Lebbick emitió un sonido estrangulado.- ¿Aspecto?

- Comparado con Nyle -explicó ella-. ¿Eraproximadamente de la misma estatura? ¿El mismo peso? ¿

mismo color de piel?- ¡NO! -gritó el Castellano, como si ella hubiera id

demasiado lejos, como si aquella vez lo hubiera empujad

inalmente más allá del punto donde no podía retener sumanos. Y entonces, un instante más tarde, lo que ella estabntentando decir le golpeó, y se detuvo.

Dijo, con un hilo de voz:- Sí. Más o menos iguales.

Suavemente, como si en ello no hubiera nada persona

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lla prosiguió su argumentación:- Si pusieras a Underwell las ropas de Nyle, ¿sería

apaz de reconocerle? Si le produjeras heridas como las que supone que recibió Nyle, y lo desfiguraras lo suficiente,

ubrieras el resto con sangre…, ¿serías c a p a z deconocerle?El Castellano Lebbick la miró con asomos de apoplej

n su rostro.- Creo que Nyle está vivo -terminó ella, no porqu

reyera que el Castellano seguía sin entenderla, sinimplemente porque tenía que decir algo para controlar ilencio, impedir que él estallara-. Creo que el hombre muertue Underwell.

Con un esfuerzo, Lebbick consiguió extraer algo dliento entre sus apretados dientes.

- Todo esto -masticó casi las palabras-, piensas todsto, y ni siquiera has puesto un pie fuera de esta celda. ¡Podas las ovejas en celo! ¿Cómo lo haces? ¿Qué utilizas paazonar así? ¿Qué tienes como prueba?.

Ahora que había llegado a su conclusión, Terisa perdi

u invulnerabilidad. Él estaba empezando a asustarla dnuevo.- Ya te lo he explicado. -Estaba decidida a no permit

que le temblara la voz-. Eremis desea desviar las culpas hacGeraden. En parte para quitarlo de en medio, de modo que n

ueda comprender su talento y empezar a utilizarlo. Y e

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arte porque Eremis todavía no está preparado paraicionaros. Quizá sus planes aún no estén ultimados. uelta su trampa ahora, el Príncipe Kragen puede apoderars

de Orison. Alend echaría sus manos sobre la Cofradía. ¿N

s así? Pero Eremis está con Gart…, con el Gran Rey Festtey Cadwal. Desea mantenernos seguros hasta que Cadwlegue aquí…, hasta que Alend sea apartado también damino.

»Si Geraden está trabajando con Gart, si realmente sirvCadwal…, no hubiera hecho nada de esto. No se hubier

rriesgado a acusar a Eremis, no hubiera hecho nada parminar Orison. Hasta que Cadwal hubiera llegado aquí. Nhubiera arruinado su propia posición matando a su hermano

Hubiera seguido, intentando edificar un muro dalabras entre ella y el Castellano, pero el hombre la cortó e

eco.- ¡Ya basta! -restalló fieramente-. Todo esto no es má

que palabrería. No es ningún razonamiento. No es ningunrueba. Has permanecido en esta celda todo el día. ¿Qué

hace creer que sabes lo que está ocurriendo? Dices que

stá actuando así porque es culpable…, pero harxactamente las mismas cosas si fuera inocente. Quierruebas. Si esperas que arreste al «héroe de Orison

endrás que proporcionarme pruebas.Sólo por un segundo, Terisa estuvo a punto d

hundirse. Pruebas. Su mente se oscureció; una tapa se cerr

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obre su valor. ¿Qué tipo de pruebas había allí, en umundo como aquél? Si tuviera a Underwell tendido desnudnte ella no sería capaz de señalar la diferencia entre él yle. No conocía a los hombres. Sólo las característica

ísicas más evidentes le hubieran permitido distinguir entl y, digamos, Eremis. O Barsonage.Luego, bruscamente, la respuesta llegó a ella. Con u

epentino y mareante alivio, dijo:- Pregúntale a Artagel.- ¿Artagel? -exclamó el Castellano suspicazmente-. ¿E

hermano de Geraden?- Y de Nyle -contraatacó ella-. Haz que examine

uerpo. Quítale las ropas y haz que lo examine. Tendría quer capaz de reconocer el cadáver de su propio hermano.

Lebbick la miró como si considerara aquella ide

fensiva. Bajo uno de sus ojos, un músculo dio unoirones, proporcionando a su mirada una cualidad maníac

Terisa había ido demasiado lejos, había dicho algquivocado, había convencido accidentalmente al homb

de que sus argumentaciones eran falsas. Iba a hacer con el

o que había venido a hacer. Iba a hacerle daño. No lo hizo. Dijo:- De acuerdo. Probaré esto.»Es una lástima que Underwell no tenga familia aqu

Hubiera sido mejor examinar la cosa desde ambos lado

Pero probaré con Artagel.

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4

Extrañas elecciones

Los barrotes de la celda eran de viejo y áspero hierroscamente fundido y forjado. Pequeñas marcas de óxid

marcaban el metal como viruela; parecía antiguo y corrupt

Sin embargo, los barrotes seguían intactos, pese a su edaContra la mordedura del óxido, el tosco trabajo y gravante de la húmeda atmósfera, el hierro se hab

defendido con generaciones de sebo y miedo humanoDesde que fueran construidas las mazmorras, docenas entenares de hombres y mujeres y quizá niños habíaermanecido en aquella celda, aferrando los barrotes porqu

no tenían otra cosa que hacer con su necesidad. Y ahora eezumar del sudor y el polvo dejados atrás por sus doloridarispadas y condenadas manos protegía el metal de suños acumulados. Si Terisa las frotaba con la manga de s

nueva blusa, podía hacer que algunas partes del hierrrillaran débilmente.

Sí. Él tenía razón. Aquello no demostraba que Nystuviera vivo. No podía discutir aquello.

Así que el Castellano volvería.

Se preguntó si los lugares donde la gente sufría s

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hacían siempre más fuertes a través de los residuos ddolor. Y -no por primera vez-, se preguntó cuántos tipodistintos de dolor era posible sentir.

Cuando él volviera, todo lo que le hiciera estaría fue

de su control. Había usado todas sus armas. Ella no erSaddith: no podía utilizar su cuerpo para proteger sspíritu, pese a que él, aparentemente, la deseaba. Inclusunque hubiera estado dispuesta a efectuar el intento -unuestión puramente retórica-, carecía del conocimiento y xperiencia necesarios . Y en alguna parte entre los polos demor y la violencia el Castellano Lebbick había extraviado samino. Tal vez ya no fuera capaz de distinguir entre ellos .

Hubiera debido irse con Geraden.Hubiera debido llegar a sus propias conclusione

cerca de él antes, mucho antes.

Hubiera debido hundir un cuchillo en el cuerpo dMaestro Eremis cuando había tenido la oportunidad. Si, dhecho, había tenido esa oportunidad.

El Castellano volvería.¿Qué esperanzas le quedaban a ella ahora? Sólo un

que Artagel pudiera examinar el cuerpo y estuviera segurque no era el de Nyle. Si ocurría esto -si se demostraba qulla tenía razón en este punto-, el Castellano podía dudar uficiente de su propia ira como para tratarla máautelosamente. Podía. Tenía que esperar algo, ahora qu

no podía esperar ser dejada a solas.

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Tenía que esperar que el talento de Geraden fuera luficientemente fuerte como para salvarla. De alguna form

había doblado su espejo fuera de su Imagen a fin dparecer en su apartamento y trasladarla a Orison. Eso e

una cosa. Pero doblar el mismo espejo de modo quuncionara como si fuera plano…, eso era algo muy distintUn intento mucho más arriesgado. Y, sin embargo, teníazones para creer que estaba dentro de sus habilidade

Con ese mismo espejo, la había llevado a ella a un escenarque no tenía ningún parecido con la Imagen, un escenarique él había llamado «El Puño Cerrado», en el Care dDomne, y ella no se había vuelto loca. Si él podía hacquello para ella, seguro que podía hacerlo también para

mismo.¿Seguro?

Oh, Geraden.La verdad era que no estaba segura de nada. No estab

costumbrada a la confianza que había proyectado frente Castellano Lebbick: era más fácil olvidar que sosteneDesgraciadamente, no había nada inevitable en

xplicación de los acontecimientos que le había presentadComo su capacidad para el amor, era algo puramente teóricSabía lo que se reiría el Maestro Eremis, si alguien le contao que había dicho. En el fondo, su defensa de sí misma spoyaba completa y exclusivamente en la convicción de qu

Geraden era inocente. Si estaba equivocada acerca de eso…

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Las implicaciones eran intolerables, así que intenerrar su mente a ellas. Puesto que no sabía si el Castellan

volvería pronto o tarde -y en cualquiera de los dos casoodía significar cualquier cosa, buena o mala-, hizo u

sfuerzo por distraerse contando los bloques de granito quormaban las paredes de su celda.Las dos paredes de los lados habían sido construida

del mismo modo. A primera vista, la construcción parecídescuidada: bloques que encajaban mal habían sidimplemente amontonados unos encima de otros. De mod

que era posible soltar algunos, especialmente cerca decho. Pero el tiempo y el uso había desgastado los ásperoordes, dejando una superficie que no podía lastimar. Comontraste, la pared del fondo de la celda era de piedra plan

y sin uniones…, cortada, no amontonada. Sin duda

rabajo había sido hecho por los esclavos de Alend Cadwal nacidos en Mordant, durante los largos años donflicto entre esas potencias.

Y ahora ella estaba prisionera del mismo conflicto. Eierto sentido, las mazmorras nunca soltaban a sus víctima

Los rostros y los cuerpos cambiaban -morían y eraetirados-, pero la vieja piedra se aferraba a su finalidad, y ngustia de los hombres y mujeres encerrados en ellas jamáambiaba. El Rey Joyse no había ido lo bastante lejouando había alterado Orison para convertirlo en un lugar d

az. Gran parte de las enormes mazmorras había sid

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ntregada a la Cofradía para convertirla en su laborium: esstaba bien…, pero no era suficiente. Todo el lugar hubierenido que ser empleado para otra cosa. Entonces quizás

Castellano no hubiera pasado tantos años pensando en la

osas que podía hacerle a la gente que le ofendía. No sabía qué decirle cuando volviera. Nunca había sabido qué decirle tampoco a su padr

Hasta ahora, sin embargo, había tenido más suerte con Castellano. Pero eso había terminado. Había hecho todo eo que podía pensar. Ahora se hallaba a merced dcontecimientos y actitudes que no podía controla

Hombres que se volvían locos, hombres que odiabahombres que…

- Veo que estás profundamente sumida en tuensamientos, mi dama -dijo el Maestro Eremis-. Esto te hac

specialmente encantadora.Se volvió, con el corazón palpitando en su garganta,

o vio en la puerta de su celda. Con una mano retorcnegligentemente los extremos de su casulla. Su relajad

orte sugería que la llevaba observando desde hacía uno

minutos.- Eres absolutamente notable -prosiguió-. Normalmentas meditaciones en una mujer sólo producen fealdaEstabas pensando en mí?

Ella abrió la boca para pronunciar su nombre, pero n

udo hacer descender su corazón; latía demasiado fuert

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Mirándole como si hubiera sido cogida por sorpresa, dinvoluntariamente un paso atrás.

- Eso explicaría esta increíble belleza…, el qustuvieras pensando en mí. Mi dama -sonrió como si el

stuviera desnuda delante de él-, puedes tener la certeza dque yo s í he estado pensando en ti.- ¿Cómo…? -Luchó por recuperar su voz-. ¿Cómo ha

ntrado aquí?Él se echó a reír ante aquello.- Sobre mis piernas, mi dama. Caminando.- No. -Terisa sacudió la cabeza. Lentamente, s

nmediato pánico recedió-. Se supone que debes estar arribn el depósito de agua. Salvando Orison. El Castellan

Lebbick jamás te dejaría venir caminando hasta aquí.- Desgraciadamente, no -admitió el Maestro. Su tono

volvió marginalmente más sobrio-. Me vi obligado a utilizun poco de marrullería. Un poco de ají en mi vino pa

roducir sudor, de modo que se sintiera impresionado pomis esfuerzos. Una suave poción en el coñac que ofrecí a lohombres que él dispuso para protegerme, a fin de qu

durmieran un poco. Un pasadizo que fue construidecretamente desde mis aposentos de trabajo en el laboriuhasta una parte no utilizaba de las mazmorras…, unremenda previsión por mi parte, ¿no crees?, considerand

que nunca me fue posible estar seguro de que Lebbick

rrestara.

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Terisa ignoró el ají y la poción; no significaban nadara ella. Pero un pasadizo secreto que conducía fuera de la

mazmorras, una forma de escapar… Tuvo que contenersujetándose con ambas manos para no tembl

ncontrolablemente ante la repentina e irracional esperanza.Luchando por dominar el temblor en su voz, dijo:- Te tomaste una gran cantidad de molestias. ¿Qué es

que quieres? ¿Esperas que te diga dónde está Geraden?El Maestro Eremis se echó a reír de nuevo.- Oh, no, mi dama. -Terisa empezaba a odiar aquella ris

Me lo dijiste hace ya mucho tiempo.Cuando dijo eso, una punzada de pánico la atravesó…

un miedo distinto de todos sus demás temores y alarmaOlvidó el pasadizo secreto; era secundario. Sintió deseos d

ritar: No, no lo hice, ¡nunca hice eso! Pero tan pronto com

l lo dijo supo que era cierto.Se lo había negado al Tor y a Artagel y al Castellan

Lebbick…, pero Eremis ya lo sabía.- Entonces, ¿qué? -preguntó, como si fuer

enuinamente capaz de beligerancia-. ¿Has venido

matarme? ¿Deseas impedir que hable con el Castellano? Halegado demasiado tarde. Ya se lo he dicho todo.- ¿«Todo»? -La oscura mirada del Imagero destell

omo si ya no se sintiera tan divertido como aparentabaQué «todo» es ése, mi dama? ¿Le dijiste que tuve tu

uaves pechos entre mis manos? ¿Le dijiste que saboreé tu

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ezones con mi lengua?El recuerdo crispó su estómago. Más furios

espondió:- Le dije que fingiste la muerte de Nyle. Tú y Ny

reparasteis ese ataque contra Geraden. Para que nadreyera las cosas que decía acerca de ti.»Le dije que Nyle sigue vivo. Emboscaste a Underwell

esos guardias para que todo el mundo pensara quGeraden había vuelto y lo había matado, pero aún está vivLo mantienes oculto en alguna parte. Conseguisonvencerle de alguna manera que se pusiera de tu lad

quizá odie a Geraden por detenerle cuando intentó ayudarEremis y al Príncipe Kra-gen…, y ahora lo guardas a bueecaudo en algún lado.

»Eso es lo que le dije al Castellano.

A la incierta luz de la lámpara, la sonrisa del MaestrEremis pareció hacerse más dura, más acusada.

- Entonces me alegro de que nunca fuera mi intencióhacerte ningún daño. En caso contrario, todo el mundupondría que había alguna justicia en tus acusaciones.

»Pero no te guardo ningún rencor por ello. Demostrarédijo con voz suave- la injusticia de esas acusaciones.- ¿Cómo? -respondió secamente ella, intentando afirm

u valor…, intentando no pensar en el hecho de que elhabía traicionado a Geraden a l Imagero-. ¿Qué nueva

mentiras tienes en mente?

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La sonrisa de Eremis llameó como una hoja.- Ninguna mentira en absoluto, mi dama. No volveré

mentirte de nuevo. ¡Observa! -Hizo un floreo con una many extrajo una larga llave de hierro de la manga de su capa

He venido para sacarte de aquí.Ella se lo quedó mirando; el shock la hizo deseenderse en su camastro y cerrar los ojos. Él tenía una llav

de la celda. Deseaba sacarla de aquí, ayudarla a escapar…deseaba librarla de las garras del Castellano. Se sintdemasiado confusa, no pudo pensar. Empieza todo dnuevo. Él tenía una llave de la celda. Deseaba… No tenningún sentido.

- ¿Por qué? -murmuró, formulándose a sí misma regunta, sin esperar a que él la contestara.

- Porque -dijo él claramente- tu cuerpo es mío. Lo h

eclamado, y tengo intención de conseguirlo. No acepto qumis deseos se vean frustrados o rechazados. Otras mujereienen tu misma piel y sus mismas caderas, tus mismoechos…, pero no prefieren a un larguirucho, estúpido nepto Apr después de que yo me haya ofrecido a ella

Cuando concibo un deseo, mi dama, lo satisfago.- No -dijo ella de nuevo-. No. -No porque quisierdiscutir con él, sino porque le había dado algo en qu

ensar-. Nunca correrías ese riesgo. No querrías arriesgarteer descubierto aquí. Deseas utilizarme para algo.

Entonces se le ocurrió.

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- ¿Realmente te asusta tanto Geraden?La sonrisa del Maestro Eremis se retorció y se borró d

u rostro; sus ojos la miraron ardientes.- ¿Has perdido el sentido, mi dama? ¿Asustarme

Geraden? Disculpa mi franqueza…, pero si crees quGeraden Pietorpe me asusta en algún sentido es que te havuelto loca. Lebbick y sus mazmorras te han hecho perder abeza.

- No lo creo así. -De una forma que se parecorprendentemente a la del Castellano, Terisa apretó louños y los golpeó contra los lados de sus piernas comara remarcar el ritmo de sus pensamientos, s

nevitabilidad-. No lo creo así.»Tú sabes lo que él es capaz de hacer. Finges que no e

sí, pero sabes que puede hacerlo mejor que cualquiera…

mejor que lo hace ahora. Gilbur lo observó hacer aquspejo. Tú sabías que iba a ocurrir algo inesperado cuanda Cofradía decidió permitirle seguir adelante e intentrasladar al campeón. Es por eso por lo que te pusiste en sontra. No estabas intentando protegerle. Deseaba

mpedirle que descubriera lo que es.»La razón de que intentaras conseguir que fuerceptado en la Cofradía era precisamente distraerlonfundirle…, hacer que le resultara más difícil comprender

»Cuando Gilbur trasladó al campeón -golpeó con su

uños, duro, más duro-, nos dejaste a Geraden y a mí delan

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del espejo, directamente delante del espejo. Probablemene empujaste. Deseabas que el campeón lo matara. -Que no

matara a los dos. El Maestro había intentado matarla tambiéella desde un principio. Pero ése era el único fallo en su

onvicciones, la única cosa que no tenía sentido: por qulguien podía desear matarla a ella-. No hay ninguna duda especto. Definitivamente, le temes.

Esta vez el ladrido de la risa del Maestro Eremis carecde todo humor, de todo regocijo.

- Me juzgas mal, mi dama. Me juzgas terriblemente mal.Ella no se detuvo; era demasiado tarde para echar

trás.- Es por eso por lo que estás ahora aquí -dij

olpeando las palabras contra sus muslos-. Por eso quiereacarme de aquí. Quieres hacerme tu prisionera. Sabes que

e preocupa por mí -se preocupa  por mí, ¡oh, Geraden!-, deseas utilizarme contra él. Crees que si lo amenazas cohacerme algún daño él hará todo lo que tu quieras.

- Me juzgas mal, he dicho. No es miedo. ¿Miedo a esachorro? Antes perdería mi hombría.

Ella le oyó, pero no por ello dejó de hablar.- Lo único -lo cual era una mentira, pero no tenntención de decirle la verdad-, la única cosa que nomprendo es por qué simplemente no enviaste a Gart

matar a los señores de los Cares y al Príncipe Kragen. ¿Pa

qué otra cosa los reuniste? No deseabas ninguna alianza…

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abías que aquella reunión sería un fracaso. Simplemenstabas intentando minar a todos los enemigos de Cadwal

mismo tiempo.»¿Por qué no terminaste el trabajo? Con los señores y

Príncipe Kragen muertos, Alend y Mordant e incluso Orisoe sumirían en el caos. ¿Qué era lo que temías?Bruscamente, el Maestro Eremis alzó sus puños

olpeó los barrotes tan duramente que la puerta resonontra su cerradura.

-  No fue miedo. ¿Acaso estás so rd a ? ¿tienes rrogancia de ignorarme? ¡No fue miedo!

»Fue política.Terisa le miró desde el otro lado de los barrotes, má

llá del conflicto de luces y sombras que producía la lámpan su rostro, y murmuró suavemente, en reconocimiento:

- Oh.- No envié a Gart contra los señores y Kragen -dij

Eremis roncamente- porque era imposible estar seguro dque tuviera éxito. El Termigan y el Perdón y Kragen soodos buenos luchadores. Kragen tenía guardaespaldas.

ualquier hombre que mate al Tor puede ahogarse en sangre derramada. También era demasiado pronto parrriesgarme a revelar mis intenciones. La jugada que elegí e

más segura.«Cuando Gilbur realizó su traslación, el campeón vino

nosotros tomando la dirección que yo deseaba qu

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omara…, hacia las partes más pobladas de Orison, lahabitaciones y las torres, donde lo más probable era que desastre que causara llevara a los señores y a Kragen a uina. Por eso lo deseaba, ésa fue la única razón por la qu

ermití que se realizara la traslación.»Por supuesto -dijo el Maestro, como una disgresiónuna vez trasladado, era necesario mantenerlo lejos dLebbick. No podía permitir que algún extraño giro de locontecimientos lo pusiera en alianza con Orison y Mordan

Había que dejarlo que vagara a su aire e hiciera tanto dañomo pudiera, sin amigos ni comprensión. Eso también mervía. Pero mi objetivo principal era más inmediato.

«Deseaba que reventara Orison, destruyendo a la vezodos mis principales enemigos. Si hubiera ido en aquel

dirección, si tú no le hubieras hecho volverse, mi dama…, m

ugada me hubiera proporcionado grandes compensaciones^Política, mi dama. Si tiene éxito, yo tengo éxi

ambién. Si fracasa, yo s igo para proseguir mis objetivos ptros medios.

»Y lo que hice respecto a Geraden es también polític

no miedo. Él es mi enemigo…, y parece poseer un extrañalento. En consecuencia, lo destruiré. Pero lo destruiré duna forma que sirva a mis fines antes que ponerlos e

eligro. No temo -exhibió con vehemencia sus dientes- a esgnorante e imposible hijo de un cobarde.

Así que lo admitía. Había tenido razón respecto a él…

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había razonado correctamente hacia la verdad. Esdescubrimiento la alivió y la aterró simultáneamente. Habenido razón respecto a él, había tenido razón. Geraden enocente, y ella había alcanzado la verdad sola, sin nadie qu

a ayudara o rescatara. Era un intenso alivio recordimplemente que él nunca había conseguido terminar lo quhabía empezado con ella: que no había conseguidmatarla…, ni llevarla a su cama; que no había conseguidonfundirla lo suficiente como para que le volviera spalda a Geraden.

Por otra parte, no había testigos; nadie más excepto ele había oído. Estaba sola con su conocimiento…, sola col.

Y él tenía una llave de su celda.Sin pretenderlo, ella misma se había despojado de s

única protección…, la apariencia de incomprensión que había permitido a él pensar que no constituía ningunmenaza, que le había permitido creer que podía hacer todo que deseara con ella.

Presa de un repentino pánico, intentó montar un

defensa.- Demuéstralo -respondió, gruñendo interiormente pa forma en que tembló su voz-. Déjame aquí. Vuelve

depósito y salva Orison de Alend. Si no le temes, no mnecesitas.

Su alarma era demasiado evidente: pareció restablec

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u humor, su ecuanimidad. Empezó a sonreír de nuevvorazmente.

- Oh, vamos, mi dama -dijo con tono despectivo-, tú ndeseas realmente eso. Te he acariciado en lugares que nunc

lvidarás. Ningún hombre atesorará nunca el ardor de tungles o la súplica de tus pechos como yo…, y seguramenno ese estúpido de Geraden, cuya torpeza convertirá caduna de sus caricias en una desdicha para ti. Si consultas a torazón, me acompañarás voluntariamente.

»Si, además, resultas serme útil, ¿qué mal puede hacerso? Seguirás siendo mi dama. Y serás recompensada. Voy anar esta confrontación. El Rey Joyse lo considera uimple juego, un ejercicio de brinco, y ésa es una de la

muchas razones por las que Mordant será derrotado. Alenerá derrotado también, y Cadwal se verá consumid

Cuando yo haya terminado, no quedará ninguna potencia eodo este mundo que no sea mía. Entonces, la mujer quermanezca a mi lado tendrá riquezas y placeres más allá du más loca imaginación.

«Lucirás bien en ese lugar, mi dama. Si me acompaña

voluntariamente, será tuyo.Terisa lo estudió duramente. No escuchaba lo qustaba diciendo; su oferta no significaba nada para ella. Pel hecho de que la hiciera significaba algo. Significaba alg

Cuando él calló, ella murmuró:

- Toma a Saddith. Ella desea el trabajo. -Hablando co

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voz fuerte para que el sonido de sus propias palabras yudara a pensar-. Aún estoy intentando imaginar por que molestas en fingir seducirme. Tienes una llave. Eres máuerte que yo. ¿Por qué no s implemente entras, me violas, m

olpeas en la cabeza, y dejas que Gilbur o Vagel mrasladen a alguna otra mazmorra donde puedas usarme snecesidad de ser amable conmigo?

- Porque -se había recuperado de la desagradaborpresa que ella le había proporcionado; ahora estaba mueguro de sí mismo- no es eso lo que deseas realmente, m

dama. Tu más profundo deseo no es desafiarme, sino abrirtmí de modo que yo pueda enseñarte las alegrías de t

uerpo…, y del mío.Ella agitó negativamente la cabeza, sin apenas oírl

Cualquier explicación que él ofreciera era automáticamen

alsa. De todos modos, para su propio beneficio, prosiguió:- No sólo tienes miedo de Geraden. También tiene

miedo de mí. -Sintió una creciente sensación de maravilla desánimo-. Estás intentando engañarme por la misma razóque has intentado matarme. Tienes miedo de mí.

Esta vez, cuando el Maestro Eremis rió, su regocijo funconfundible y nada forzado.- Oh, mi dama -se carcajeó-, eres un manantial d

orpresas. Te alabas a ti misma más allá de todeconocimiento. Si no te mostraras tan ansiosa, creería qu

stás ebria de orgullo.

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»Sin embargo, respetaré lo que dices. Quizá desees uoco de fuerza. Tal vez eso añada algo de picante a tendición final. Puesto que lo sugieres…

Con una risita final, metió la llave en la cerradura y

hizo girar.Sin un segundo de vacilación, Terisa retrocedió hasta ondo de la celda y gritó a todo pulmón:

- ¡Guardias!El Maestro Eremis se inmovilizó. Su mirada fue hacia

xtremo del corredor, luego volvió de golpe a la repentinuria de ella.

Terisa puso todo su corazón en su grito:- ¡Guardias!Una puerta resonó en la distancia. Un rumor de bota

orrió por el corredor.

El Imagero dejó escapar una maldición.- Muy bien, mi dama -siseó salvajemente-. Ésa fue

última oportunidad, y la has perdido. -En un giro dscuridad, se dio la vuelta para marcharse-. Ahora deberánfrentarte a las consecuencias de tu estupidez. Cuand

Lebbick haya acabado contigo -habló con voz lo bastanuerte como para crear ecos a sus espaldas, a fin de que eludiera oírle mientras se marchaba-, espera cosas peores d

mi parte.Desapareció.

Su partida fue tan brusca -y la aproximación de lo

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uardias sonó tan ominosa- que por un instante pensó quhabía cometido un error.

Esa preocupación, sin embargo, se evaporó canmediatamente: ardió con la rápida y ardiente conscienc

de que prefería ser dejada a merced del Castellano. Ermpredecible y violento, capaz de casi cualquier atrocidauando sus lealtades se veían ultrajadas. Sin embargo, eiel…, de mucha más confianza que la gente en la que habdepositado su fe. De hecho, esa discrepancia era lo que volvía loco. Prefería enfrentarse a un hombre como él, qura al menos leal a su Rey, que ser seducida por un hombromo el Maestro Eremis, que era falso para todo el mundo.

Los guardias llegaron a su celda y pidieromenazadoramente una explicación, porque el Castellan

Lebbick podía censurarles por cualquier cosa que hiciera

especto a ella. Por un momento Terisa estuvo a punto ddecirles lo que había ocurrido. El Maestro Eremis habstado allí. Tenía una entrada secreta a las mazmorras. Era uraidor. Pero su instinto para el subterfugio le hizo tragarsus palabras. No. Podía necesitarles. El Castellano iba

volver: podía necesitar todo lo que pudiera decirle.Enfrentándose a los guardias con un repentino valoespondió:

- Quiero verle.Los dos hombres se la quedaron mirando con la boc

bierta. Uno de ellos preguntó estúpidamente:

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- ¿A quién? ¿Al Castellano?Asintió.El otro se echó a reír.- Un esfuerzo inútil. La última vez que una mujer dese

erle, la hizo desnudar y azotar y arrojar fuera de Orison.Sonrió ante el recuerdo-. También tenía unas hermosas tetaHubiera salido mejor parada si hubiera acudido a mí.

Terisa cerró los ojos para controlar un acceso depugnancia.

- Decídselo -indicó-. Simplemente decídselo.Los guardias se miraron entre sí. El primero murmuró:- No va a gustarle. -Pero el otro se limitó a encogerse d

hombros.Caminando pesadamente, se alejaron.Terisa se sentó en su camastro e intentó creer que sab

o que estaba haciendo. No tuvo mucho tiempo para prepararse. Al cabo d

oco rato de irse los guardias, oyó la furia del CastellanLebbick resonar a lo largo del corredor.

- ¡No me importa una bosta de caballo a quién dese

ver! ¡Vosotros dos, irresponsables hijos de una ovejstaréis limpiando letrinas antes de que amanezca! ¡Vais impiar letrinas hasta que todo lo que comáis sepa a meado

y vuestras esposas e incluso vuestros hijos apesten iguque vosotros! ¿Quién os ha dado el jodido permiso d

ermitir que tenga visitas?

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Entonces la puerta entre la sala de guardia y lamazmorras golpeó fuertemente contra su marco; y el resonde las botas, duro como el odio, se acercó por el rezumanorredor de piedra.

Impresionada, Terisa se descubrió a sí mismmurmurando impotente: Oh, no, oh, no, oh, no, al borde dánico.

El Castellano se detuvo en seco frente a su celda, comun hombre con la idea fija del asesinato. El brillo de sus ojora lo bastante feroz como para agostar el poco valor que

quedaba; sus mandíbulas estaban encajadas con violenciComo un puñetazo, metió la llave en la cerradura, la hiz

irar, y abrió de un tirón la puerta. La puerta golpeó taduramente que los barrotes sonaron como un carillón.

- ¡Maldita zorral -Entró en la celda, avanzó directamen

hacia ella-. ¡Me he roto las entrañas contigo todo el día, y no dejas de tener visitas*.

Involuntariamente, Terisa se acurrucó en el camastrrotegiéndose contra la pared.

- ¡El Tor! -exclamó, intentando impedir que él

olpeara-. ¡Artagel! Ellos vinieron aquí. Yo no pedí verles.- ¡No tenías que hacerlo! -Sus puños agarraron slusa, la arrastraron tan ferozmente fuera del camastro que ostura de uno de los hombros cedió y la tela se rasgó co

un gemido-. Artagel está aún demasiado enfermo para sal

de la cama, y el Rey Joyse personalmente le dijo al Tor qu

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me dejara a mí el trabajo contigo. En cambio, ambos vinieroverte.

»¿Qué estáis completando? ¿Te contaron ellos lo quenías que decirme? Tuvieron que hacerlo. Medio creí es

meado de perro de historia acerca de Eremis y Gart. Nudiste inventarla por ti misma…, no sabes lo suficiente. Nstáis haciendo esto juntos. Esos jinetes de pelaje roj

vinieron del Care de Tor. Artagel es el hermano de GeradenPresa de una convulsiva rabia, retorció la blusa de ella de tmodo que desgarró otra costura-. ¿Qué estáis completando

- Nada. -Tenía que ser capaz de resistirle, pero suuerzas la habían abandonado-. Nada. -La furia del hombstaba tan cerca de su rostro que Terisa apenas podínfocar sus ojos en él, apenas podía verle; Lebbick era unscura mancha rugiente frente a ella, aferrándola…

demasiado odio para soportarlo. No podía hacer más quloriquear su protesta-. Nada.

- ¡Estás mintiendo] -Su intensidad parecía ahogarleMe estás mintiendo a mí! -Su voz era como un aullidncallado en su garganta, demasiado congestionado par

rotar-. Tienes amigos, aliados. Incluso mientras estáncerrada en las mazmorras. No puedo impedir que sigaomplotando. ¡Pretendes d e s t r u i m o s * . ¡Pretende

destruirme!Sintió que acumulaba sus fuerzas como pa

onsumirla; su visión se borró. Un espasmo de su presa ca

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dislocó sus hombros. Luego él la rodeó con sus brazos mpezó a besarla como si hubiera estado hambriento de el

desde hacía tanto tiempo que la presión de su necesidahubiera hecho saltar su autocontrol.

Ella se hundió en su abrazo, en la oscuridad. Se dejaer flaccidamente, de modo que apenas notó la violencia dus besos, apenas notó el hierro de su peto contra su pech

La oscuridad la absorbió, fuera de sí misma, fuera de xistencia…, fuera del peligro. La llevó hasta un lugar dondl no podía tocarla y estaba a salvo…

 No. Desvanecerse no era la respuesta. Tenía que hacelgo mejor que aquello. No conseguiría nada. Oh,

mantendría segura, mantendría su espíritu oculto entre loecretos de su corazón…, pero su cuerpo sufriría pese odo el daño. Y no quedaría nadie para ayudar a Geraden. N

quedaría nadie para detener al Maestro Eremis. No quedarnadie para empujar Orison contra su auténtico enemigontra el Maestro Eremis y su terrible alianza con el Maestr

Gilbur y el archi-Imagero Vagel, con Gart y CadwaFinalmente recuperó sus sentidos. Myste había dicho: Lo

roblemas deben ser resueltos por aquellos que los ven.  Nhabía nadie más.Estaba aterrada…, pero el hecho de que fuera capaz d

scapar le dio valor. Permaneció flaccida, inerte, hasta que Castellano relajó su abrazo y deslizó las manos hacia

intu-rón de sus pantalones, reclinándola de espaldas cont

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l camastro. Entonces abrió los ojos y le miró fijamente.Ahora podía verle con claridad, la aflicción abultando

ínea de su mandíbula, la pálida intensidad a cada lado de snariz, la oscuridad como una manía en sus ojos. La asust

hasta lo más profundo de su alma, allá donde su miedo a sadre vivía y ardía aún, distorsionándola. Sin embargujetó sus muñecas y las retuvo tan duramente como le fuosible, intentando detenerle.

Como si sus besos la hubieran vuelto lúcida y locnmune al temor, dijo:

- No les preguntaste por qué vinieron a verme. No molestaste en hacerlo. No le pediste a Artagel que examinal cuerpo de Nyle. Ni siquiera intentaste descubrir la verda

Simplemente deseabas hacerme daño más que ninguna otrosa en el mundo, y ellos finalmente te dieron una excusa.

Rugiendo casi silenciosamente tras la constricción du pecho, él se desprendió de ella y apartó su brazo. Iba olperla con la dureza suficiente como para aplastar sráneo contra la pared.

- Vinieron a verme -dijo ella, lúcida y completamen

uera de contacto con la realidad de su situación- porqudeseaban que te dijera dónde está Geraden.Él se detuvo, con el brazo levantado y los diente

destellando. La sorpresa o la duda o el disgusto hacia mismo parecieron apoderarse de él, agarrotar todos su

músculos . Roncamente, jadeó:

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- Estás mintiendo. Todavía sigues mintiendo.- No. -Ella agitó calmadamente la cabeza. Era una locu

mostrarse tan calmada-. ¿Es cierto que no le pediste Artagel que fuera a examinar el cuerpo de Nyle?

El Castellano iba a golpearla. O de otro modo iba desmoronarse allí mismo, delante de ella. Precariamenquilibrado entre ambos extremos, se atragantó:

- Se lo pedí. Tuvo otra recaída. Está demasiado mal paromprender la cuestión.

Firme y sin ningún temor, ella apartó su decepcióomo si fuera algo trivial.

- No importa -murmuró. Parecía como si estuviententando consolar al Castellano Lebbick-. Tuve otr

visitante. Uno del que tú no sabes nada.»E1 Maestro Eremis estuvo aquí.

»Ahora puedo probar que es un traidor.Un destello llameó en la mirada del Castellano. Envar

u espalda y se irguió sobre ella como si su cuerpo shubiera convertido en piedra; se contuvo con un esfuerzde voluntad tan salvaje que le hizo jadear en busca de aire.

- ¿Cómo?Con una quietud innatural y un refrenado salvajismTeri-sa y el Castellano se hablaron el uno al otro.

- Puso ají en su vino para hacerse sudar, para que treyeras que estaba agotado.

- Nunca probarás eso.

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- Administró a tus guardias una poción para hacerledormir, a fin de poder venir.

- Si están despiertos cuando lo compruebe, nuncrobarás eso tampoco.

- Tiene un camino secreto hasta las mazmorras. Parte du sala de trabajo en el laborium. Deberías ser capaz ddescubrirlo sin demasiados problemas.

Cuando dijo eso, el Castellano Lebbick se echó hactrás. No liberó el control que mantenía sobre sí mismo, perus ojos traicionaron una enorme acumulación de dolor.

- Si vino aquí -preguntó, aún respirando pesadamentepor qué no te fuiste con él? ¿Por qué no escapaste?

Por alguna razón, aquella pregunta quebró la loca calmde Terisa. Tuvo la sensación de que se rompía como lascara de un huevo. Sin transición, pasó de la lucidez

orde de la histeria.- Porque… -su voz se quebró, y su corazón martille

omo si no pudiera seguir soportando la tensión-. Porqudeseaba utilizarme contra Geraden. De la misma forma quutilizó a Nyle.

Un músculo empezó a pulsar en la mejilla derecha dCastellano. El tic se extendió hasta que todo aquel lado du rostro reflejó el espasmo. Estaba perdiendo el control.

- Entonces, si estás diciendo la verdad… -por primevez desde que lo había conocido, sonó como un hombr

apaz de llorar-, Geraden ha sido siempre fiel al Rey Joys

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iel, cuando casi nadie lo es. Y tú eres fiel a Geraden. Y yhe estado causándole daño a mi Rey desconfiando de ti…ntentando protegerlo de ti.

Torpemente, Terisa asintió.

Sin ninguna advertencia, el Castellano giró en redondo- Voy a comprobar este «camino secreto» por mí mismoCerró la puerta tan brutalmente que escamas de óxido ssparcieron por la piedra, y echó a andar por el corredor.

Casi inmediatamente su paso se convirtió en unarrera. Su voz resonó junto al sonido de sus botas mientraritaba, como si le estuviera diciendo adiós a ella, o a

mismo:- ¡Soy leal a mi Rey!Absolutamente entumecida y apenas capaz de pens

n lo que acababa de ocurrirle hacía un momento, Teris

unió la desgarrada costura de su blusa de la mejor maneque pudo. El pesar amenazaba con abrumarla: el suyo; el dCastellano; el dolor y la tristeza de cualquiera que tuvieque soportar el declive del Rey Joyse. No, declive no era

alabra adecuada. Todavía sabía lo que estaba haciend

Había conducido deliberadamente Mordant y Orison hasquel dilema. Embotada-mente, pensó en aquello pampedirse considerar lo cerca que habían estado ella y

Castellano Lebbick de destruirse mutuamente.Cuando finalmente alzó la vista de su fútil intento d

hacer que su blusa tuviera un aspecto decente -o al menos

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brigara-, vio al Maestro Quillón inexplicablemente de puera de los barrotes de su celda.

- Eso fue muy valiente, mi dama -dijo con tono distanteDesgraciadamente, fue un error.

Ella lo miró con la boca abierta; y la dejó abierta, sin quuera capaz de hacer otra cosa.- El Maestro Eremis te mintió. No hay ningún pasadiz

desde su sala de trabajo hasta las mazmorras. Vino hasta or traslación.

»Cuando el Castellano descubra que no hay ningúasadizo, no creerá ninguna otra palabra que le digas. Suria será tan grande que me temo que sea incapaz dontenerse y no matarte.

Aquello era demasiado. El miedo y la soledad llenaron echo de Terisa, y se echó a llorar.

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5

Brinco

Al cabo de un rato, sintió una mano en su hombro.Estaba llorando intensamente; pero el contacto fu

nesperado, y la sobresaltó. Alzó la vista para descubrir

Maestro Quillón a su lado. Su nariz se fruncía, y sus ojoran gentiles; evidentemente, intentaba consolarla.- Mi dama -murmuró-, ha sido doloroso para ti, lo sé.

debe parecerte injustificado. Tú no pediste nada de esto. Yunque nosotros tampoco te elegimos, no hemos dudado e

utilizarte. Te proporcionaré toda la ayuda que me seosible.

Ayuda, pensó ella entre sus lágrimas. Toda la ayudque me sea posible. Era demasiado tarde. El Castellano edemasiado fuerte. Tenía demasiado poder. Ella no podí

robar nada contra el Maestro Eremis. Nadie iba a pod

yudarla.Pero el Maestro Quillón estaba de pie a su lado. Co

una mano sobre su hombro. Dentro de la celda. Cuandonsiguió aclarar sus ojos tras varios parpadeos, vio que uerta estaba abierta.

El Imagero miró en la misma dirección y comentó, co

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un encogerse de hombros:- Afortunadamente, el Castellano estaba en un estad

al de excitación que olvidó cerrar con llave. Dudo quninguno de los guardias estuviera dispuesto a abrirla p

nosotros cuando él se halla a ese nivel de ultraje.Gradualmente, la puerta abierta y la inexplicadresencia del Maestro Quillón centraron su atención. Lresión de los sollozos se alivió en su pecho; su respiracióe hizo más regular. Sin enfrentarse a los ojos del Maestr

murmuró:- ¿Te ha enviado Havelock esta vez?- Indirectamente -respondió Quillón-. Estoy aquí en s

eneficio…, y  por e\ Rey. Para salvar todo Mordant. Perrimero -la mano sobre su hombro se tensó un poco- teng

que sacarte de esta prisión.

¿Sacarme…? Sus ojos se alzaron bruscamente hacia ée miró con í\jexa, mcapaz de controlar la forma en que sostro ardió de pronto con ansia y esperanza. Su boc

moduló palabras que no halló voz para expresar: ¿Vas iberarme?

Bruscamente, el Maestro Quillón retiró la mano dhombro de ella y se sentó a su lado en el camastro. Ahora smirada estudió el suelo en vez de enfrentarse a la de ella.

- Mi dama -dijo a las piedras-, me apena verte taorprendida. Me apena más incluso saber que merecemos t

orpresa. No me gustan algunas de las cosas que te hemo

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hecho. Y yo carezco del talento del Rey Joyse para loiesgos. Merecemos cualquier recriminación que pueda

hacer contra nosotros.Entonces su tono se volvió más sardónico.

- La verdad es que merecemos ser traicionados…, tantor ti como por Geraden, si no por nadie más. Pero un ciegodría ver ahora que eres fiel a él, así que no vas raicionarnos. En eso somos excepcionalmente afortunado

Quizá nuestra buena suerte sea tan grande como nuestrnecesidad.

Terisa estaba demasiado confusa para seguir lo que decía, de modo que preguntó:

- ¿Pretende esto ser otro discurso?El Maestro retrocedió ligeramente; quizá pensó que el

e estaba mostrando sarcástica. Pero siguió:

- No si tú no lo deseas, mi dama. Si me lo pidemantendré mi boca cerrada. Simplemente te sacaré de aquí e llevaré donde tú elijas sin discutir…, y sin ningunxplicación. Pero te diré claramente -la miró, dejando que el

viera el dolor en su rostro- que me herirás profundamente

no me permites explicarme. Y creo que incrementarás ldificultad de tus propias decisiones.Ella apenas podía creer en lo que oía. Ser ayudad

frecerle explicaciones, ofrecerle la libertad… En vez dentir resentimiento hacia él, como él al parecer esperaba, s

entía obligada a reprimirse para no volver a echarse a llor

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gradecida.Pero tenía que tener más autocontrol que esto. De otr

modo todo en ella se perdería. Actuaría mal. Así que no srecipitó a aceptar su oferta. En vez de ello, se concentró e

ensar de nuevo, en hacer que su cerebro reanudara suncionamiento. Tentativamente, buscando lo que deseabomprender primero, preguntó:

- ¿Cómo sabes que el Maestro Eremis no tiene ningúamino secreto hasta aquí? ¿Cómo sabes lo que me dijo?

- Lo o í -respondió el Maestro Quillón, con repentinequedad. No parecía gustarle lo que había oído-. Llevculto aquí abajo desde el mediodía, cuando el Príncip

Kragen dejó de enviar catapultas contra nosotros. Oí onversación tanto con el Castellano como con Eremis…, on el Castellano de nuevo. -Hizo un esfuerzo por habl

más suavemente-. Así es como pude estar seguro de tealtad a Geraden.

Como si creyera que ella no estaba formulando lareguntas adecuadas -no estaba siendo lo bastante duon él-, dijo casi inmediatamente:

- Preguntarás por qué no intervine cuando el Castellane amenazó. Mi dama, por favor, cree que lo hubiera hechPero tú misma hallaste tu propia respuesta a su violenciPuesto que él no debe saber mi parte en todo esto, si puedvitarse, dejé que te ocuparas por ti misma de él.

- No -dijo ella reflexivamente, abstraída en s

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oncentración. Él tenía razón: había algo que ella deseabreguntarle, un tema que deseaba seguir. Pero todavía no

Ya me hablarás más tarde de eso. -Primero lo primero. Teníque poner un poco de orden en su mente-. Dijo que hab

onstruido un camino secreto desde su sala de trabajo hasas mazmorras. ¿Cómo puedes estar seguro de que no eierto?

El Maestro se frotó la nariz para hacer que dejara druncirse.

- Sería imposible hacer un trabajo así en secreto, coantos Aprs por todas partes en el laborium. Independient

de esto, sin embargo, sé que Eremis no utilizó ningúasadizo para llegar hasta aquí. Yo lo vi llegar y partir. Srasladó.

- ¿Quieres decir…? -¿Quieres decir que é l tambié

uede pasar a través de un espejo plano y no volverse locoQue todo el mundo puede hacerlo?-. ¿Quieres decir quiene un espejo con estas mazmorras en su Imagen?

¿Cómo es posible luchar contra gente que puede pastravés de los espejos planos sin volverse loca?

- Me temo que sí, mi dama. Sospecho que es el mismspejo que trasladó a esos insectos perseguidores contGeraden. Los pasadizos de Orison son confusos, lo sé, pern realidad no nos hallamos lejos del punto de traslació

que ellos utilizaron…, y que utilizó Gart cuando os atacó a

y al Príncipe. Hay una considerable cantidad de piedra ent

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sta celda y ese corredor, pero por supuesto la piedra no eun obstáculo para una Imagen, si el foco de ese espej

uede ser desviado todo ese trecho.«Incidentalmente, puede que te preguntes por qu

vuestros enemigos no enviaron más de esos insectos conti mientras permanecías aquí indefensa. -En realidad, ella ne había preguntado nada al respecto, pero el Maestr

Quillón siguió de todos modos-: La opinión del Adepto eque debe dárseles el aroma de su víctima antes de qu

uedan empezar su persecución. Para cualquiera asociadon la Cofradía sería fácil obtener algo perteneciente

Geraden: un objeto pequeño, un trozo de ropa. Pero laportunidades de coger algo de tus habitaciones uardarropa han sido más bien escasas. Sin tu aroma, e

mposible enviar a los insectos contra ti.

Involuntariamente, Terisa se estremeció. N o deseabensar en aquellas horribles…

El Maestro Quillón la salvó. Siguió hablando: -Teniendn cuenta que Eremis te desea, quizá como rehén, quizomo amante…, te desea lo suficiente como para arriesgars

venir hasta aquí, es una pregunta interesante por qué nha utilizado este espejo para trasladarte fuera de aquEntonces estarías enteramente en su poder. Pero sospechque el foco de ese espejo ha sido desviado ya hasta taejos como podía alcanzar.

«Debe hallar terriblemente exasperante que la solució

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erfecta a su dilema le sea negada por el pequeño hecho dque tú estas aquí en vez de ocho celdas más allá. Como hdicho, somos más afortunados de lo que merecemos.

El Maestro lo había hecho de nuevo, se había salido po

a tangente, la había distraído. Una repentina frustracióreció en ella.- Entonces, ¿por qué no lo detienes? -Se volvió hac

Quillón, exigiendo una respuesta con todo su cuerpo-. Haque el Castellano lo detenga. Que lo encierre en algún lugeguro. Va a traicionar a todo el mundo. Es precis

detenerle.- Mi dama -la voz del Maestro Quillón era suave, y su

jos la estudiaron como si se preguntara cuánta verdad eapaz de soportar-, todavía es demasiado pronto.

¿Demasiado pronto? ¿Demasiado pronto? Le miró co

a boca abierta, incapaz de hablar.- No sabemos dónde se halla localizada su fuerza. N

abemos cómo efectúa su truco de traslación. No sabemohasta cuan lejos se extienden sus alianzas, o cuánta

otencias tiene preparadas para sacar de sus espejos

rrojar contra nosotros. No sabemos cuales son sulanes…, cómo pretende destruirnos. Hasta que haga saltl resorte de su trampa, no tenemos ninguna forma efectiv

de devolverle el golpe.Ella siguió mirándole con la boca muy abierta. Le dab

vueltas la cabeza. Con un esfuerzo, preguntó débilmente:

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«Nosotros»?El maestro sonrió ligeramente, hoscamente. -Sí, mi dam

El Rey Joyse, en su mayor parte. Y el Adepto Havelockuando es capaz de ello. Sigo sus instrucciones. -Hizo un

ausa mientras ella se volvía pálida por la impresión; luegdmitió-: No es una cabala muy impresionante, me temero no tenemos a nadie más.

Un momento más tarde -quizá porque Terisa era incapade dejar de mirarle-, pareció compadecerse de ella.

- No podemos permitirnos aliados -explicó-. La esencde la política del Rey es aparecer débil. Confuso en su

rioridades. Incapaz de alcanzar decisiones. Desinteresadde su reino. Y sería imposible crear esa apariencia si suntenciones no fueran mantenidas secretas. Si la Rein

Madin supiera la verdad, ¿le hubiera vuelto la espalda a s

sposo en estos momentos de más grave peligro? Si el Toupiera la verdad, ¿cómo podría representar su papel dmigo desdeñado y bravucón? Si el Castellano Lebbicupiera la verdad… No, sería desastroso. No haubterfugio en él. Y nadie creería que el Rey Joyse habí

erdido su voluntad o su ingenio si Lebbick siguiemostrándose confiado. Nosotros, murmuró Terisa para sí misma, el Rey Joys

omo si las palabras no tuvieran sentido. No podemoermitirnos aliados. Todo era deliberado.

- El hecho -dijo Quillón- es que todo el mundo que am

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l Rey se comportaría de forma diferente si le comprendierY así todo se quedaría en nada. Confía en mí solament

orque por todo Orison me conocen desde s iempre tal comoy…, y porque el Rey Joyse necesita tener u n amigo

magero en quien pueda confiar más que en el Adepto.- Pero, ¿por qué? -Las palabras brotaron violentamende boca de Terisa-. ¿Por qué? ¡Mordant se está haciend

edazos! ¡Orison está asediado! ¡Todo el mundo que le am es leal a él se siente dolido! -Todo deliberado. Poupuesto. Ella sabía aquello. ¡Pero la razón…!-. Es

destruyendo todo su mundo, el mundo que él creó. ¿Por qudebe hacer una cosa tan terrible?

Bruscamente, el Imagero se puso en pie. De pronto smostró furioso; se estremeció de indignación. Suavement

ero con tal intensidad que la hizo callar, impresionad

espondió:- Para que él atacara aquí.- ¿Qué…?- No sabíamos quién era, mi dama. Recuerda eso. N

abíamos quién era hasta la pasada noche, cuando cometi

l error de hacernos creer que Geraden había matado a NylAntes de eso sólo teníamos unas pocas sospechas…, ninguna prueba. No sabíamos quién era. -Puntos rojolamearon en las mejillas del Maestro-. Sólo sabíamos que eoderoso…, que tenía la habilidad, sin precedentes en

historia de la Imagería, de llevar sus traslaciones allá dond

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quisiera. No teníamos ninguna forma de encontrarle, ningúmedio de combatirle. No podíamos proteger Mordant de él.

»Pero, peor que el peligro para Mordant, era la amenazara Alend y Cadwal, que no poseían Imageros que lo

defendieran. Eso que el Rey Joyse había conseguido con sdeal de la Cofradía y la paz era algo de lo que carecíaCadwal y Alend: estaban más indefensos que Mordant antu enemigo. De eso se sentía responsable. Sus pasada

victorias habían dejado a Alend y Cadwal a merced de sunuevos enemigos.

»En consecuencia -el Maestro Quillón rechinó lodientes para no gritar-, el Rey Joyse se propuso como misióalvar al mundo.

»Su debilidad es una pantalla. Engaña al enemigo paque golpee aquí en vez de en otro lugar…, para que lanc

us ataques aquí en vez de hacerlo contra la gente a la qul mismo ha hecho vulnerable. Para que acose Mordant sedie Orison antes que engullir primero Cadwal y Alend n consecuencia hacerse demasiado fuerte como para s

derrotado. No sabíamos quién era.

Quillón se encogió espasmódicamente de hombrontentando refrenar su furia.- Ésa es la razón de todo lo que ha hecho el Rey Joys

Eso…, y el augurio de la Cofradía, y la extraña traslación dGeraden que te trajo a ti aquí. Cuando apareciste ent

nosotros, tu importancia se hizo evidente al momento. Era

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odas luces vital conseguir que fueras consciente del mundl que habías entrado, de modo que pudieras elegir tu propapel en la necesidad de Mordant. Incluso una buenersona puede causar daño debido a la ignorancia, pero só

una persona destructiva puede causar daño a sabiendas. Eugurio dejaba claro que debíamos confiar en ti o morir.»Pero Geraden también corría peligro…, y s

mportancia resultaba igualmente clara en el augurio. Súnica protección residía en la debilidad del Rey Joyse. SiGeraden se le permitía actuar de una forma inteligente decisiva en nombre de su Rey, el enemigo seguramente lmataría. Además, la creencia de que tú ignorabas todo estra una forma de protección para ti. Así que era vit

desdeñar la lealtad de Geraden…, y luego conseguir que tueras consciente en secreto de la historia de Mordant.

»Mi dama, discutí esta decisión. Desde un principhallé difícil confiar en ti…, una mujer de tal pasividad. Es pso que el Adepto Havelock y yo te abordamos y hablamoontigo, haciéndote copartícipe del secreto del conocimienuyo acceso tanto la Cofradía como el Rey te había

negado.Oh, por supuesto, ahora comprendo. Terisa se diuenta de que sonreía ante la ciénaga de su propstupidez. ¿Había pasado realmente así toda su vida…mpotente, pasiva, incapaz de pensar?

- La traslación del campeón de la Cofradía -jade

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Quillón- presentaba un problema similar desde una ópticdistinta. La importancia del campeón en el augurio eambién evidente. En consecuencia, el Rey Joyse debponerse a esa traslación, a fin de aparecer decidido a s

ropia derrota. Y, sin embargo, debía mostrarse también luficientemente débil como para que su oposición no tuviefectos. Y yo corrí un riesgo ahí, además de Geraden y t

misma. Mis lealtades tenían que quedar ocultas. Así que Rey Joyse no tuvo otra elección que negarse a oír ladvertencias del Fayle…, y asegurarse de que el Castellan

Lebbick no supiera lo que ocurría hasta que la traslación yno pudiera ser detenida.

»Mi dama -ahora el Maestro Quillón la mirdirectamente, y Terisa vio que algo de su furia iba dirigidhacia ella-, será más fácil para ti sentirte ultrajada por lo qu

hemos hecho. Ya has dicho que cualquiera que ame al Reoyse o sea leal a él ha resultado herido…, y tienes razón. Solítica es peligrosa. En consecuencia, la única forma en quuede salvar a aquellos que le quieren es apartarlos de él…

hacer que se alejen por sí mismos de la sede de peligro qu

ha elegido para sí mismo. Consiguió eso con la Reina MadiPero su fracaso con hombres tales como el Tor y Geraden ltormenta. Si sufren algún daño, el fracaso recaerá sobre sabeza, pese a que hayan sido ellos quienes hayan elegidibremente hacer lo que hagan.

»De todos modos, deberías comprender lo que hac

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ntes de que plantees tus protestas. Se pone en peligro a mismo para que miles de hombres y mujeres, desde lamontañas de Alend hasta las costas de Cadwal, se salvenPermite que su corazón se haga pedazos a fin de que

ente a la que ama sea salvada. Pone en peligro el reino quonstruyó con sus propias manos a fin de que sus enemigoradicionales se salven.

»Si no puedes confiar en él o servirle, mi dama, al menodebes respetarle. Creó su propio dilema, y acepta suonsecuencias. Hace lo que es capaz de hacer, de modo qul daño que puedan causar sus enemigos sea sufrido po

unos pocos en vez de por muchos.Puesto que el Imagero estaba furioso con ella -y puest

que ella misma estaba furiosa y no sabía cómo ocultarlo-, svolvió de espaldas. La luz parecía estar muriendo; quizás

ceite de la lámpara se estaba agotando. La oscuridad scumulaba en todos los rincones: fatales implicaciones

derramaban desde el corredor, más allá de los barrotes, hastl interior de la celda. Al menos debes respetarle. Un hombuya idea de una política juiciosa era retorcer un cuchillo e

l corazón de sus amigos y dejar a sus enemigos ilesos. Poupuesto que tenía que respetarle. Seguro.Pudo oír al Castellano Lebbick gritar como un adió

Soy leal a mi Rey!Con más amargura de la que había creído que pod

cumular, con más indignación de la que había sido nunc

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onsciente de poseer, preguntó suavemente:- ¿Qué ocurre con el Castellano?- ¿Qué ocurre con él? -contraatacó el Maestra Quilló

Quizás estaba demasiado furioso para darse cuenta de l

que ella quería decir.- Tal vez el Tor y Geraden hayan hecho sus propialecciones. Son más estables que él. ¿Qué oportunidad

disteis a él? Si hubiera intentado dejar de servirle, el Reoyse hubiera tenido que detenerle. Toda su polí ticaronunció la palabra como una burla- depende d

Castellano. Si no se mantiene fiel, si no hace todo lo posibor mantener a Orison fuerte mientras el Rey Joyse sreocupa de permanecer débil…, entonces todo ntramado se derrumbará. Cuando el Rey Joyse decidinalmente luchar, no va a tener nada con qué hacerlo.

menos que el Castellano le siga siendo fiel.El Maestro Quillón asintió.- Eso es cierto. ¿Qué quieres decir con ello?- No tiene más que una elección, y ésa es matarle. -Un

epentina piedad brotó a través de su amargura. El homb

que en su tiempo había sido Lebbick probablemente no hubiera tratado más que con un desprendido sarcasmo mabilidad. Pero todo el peso de la política del Rey Joys

había recaído sobre sus hombros, y ahora apenas podontenerse de violarla o matarla-. ¿Acaso no ves eso? Lo qu

stáis haciendo es costoso, y le estáis haciendo a él pag

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or todo. -Sin advertencia previa, se echó a llorar de nuevSu aflicción y la del Castellano estaban tan íntimamennterconectadas-. Tú y tu precioso Rey lo está

destruyendo.

Esperaba que el Maestro Quillón se pusiera a gritarlEstaba preparada para ello: no le importaba lo furioso que susiera, lo que le dijera. De alguna forma, había ido más al

del punto en el que el mero ultraje podía amenazarla. Tenu propia furia, y ya no la ocultaba. Si su padre hubierparecido ante ella en aquel momento y hubiera perdido ompostura, ella hubiera sabido cómo responderle.

El Imagero, sin embargo, no le gritó. No alzó la voLentamente, se dirigió hacia la puerta de la celda. Quizá tenntención de marcharse, renunciar: no lo sabía…, y no mportaba. Pero no hizo eso tampoco. Aguardó hasta qu

lla alzó la vista hacia él, levantó desafiante la cabeza y miró furiosa a través de sus lágrimas. Entonces dijuavemente:

- No sabíamos que fuera a ocurrir eso. Creímos que ermás fuerte.

Sólo por un segundo, ella casi dejó de llorar y sintdeseos de echarse a reír. Era algo digno de imaginar. Un Renvejecido y un loco y un Imagero menor reunidos paalvar el mundo…, y el mejor plan que podían elaborar exig

que condujeran al único nombre en Orison que sabía cóm

uchar por ellos a la locura. Realmente, era divertido. L

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único que no comprendía era: ¿qué les hacía pensar que ibfuncionar? ¿Cómo podían creer…?

El sonido de una puerta resonó al fondo del corredor: hierro golpeó la piedra de una forma tan salvaje que el ec

areció arrastrar consigo un asomo de restallar de bisagras- ¡Maldita zorra! -aulló el Castellano-. ¡Voy a abrirte eanal por esto!

Sus botas resonaron hacia ella desde la sala de guardiaTerisa quedó petrificada. El Castellano Lebbick iba a p

lla. Iba a por ella, y no había nada que ella pudiera hacer. EMaestro Quillón dijo algo, pero no lo oyó. Mentalmente vl corredor que conducía hasta allí desde la sala de guardi

una vuelta; otra; luego la larga hilera de celdas. El Castellanvanzaba aprisa, pero no estaba corriendo; quizá corrieuando estuviese más cerca, pero ahora no estab

orriendo; estaba en la primera vuelta…, camino de egunda. Alcanzaría su celda en medio minuto. A su vida l

quedaban otros tantos segundos. No más.- ¿Estás sorda? -Quillón aferró su muñeca y tiró de el

uera del camastro-. He dicho: Ven.

Ella no tuvo ninguna oportunidad de pensar, de elegiLa arrastró a través de la puerta abierta y por el corredoPero lo hacía demasiado violentamente, alejándose de la sade guardia: se tambaleó contra la pared y cayó; su prop

eso hizo que Quillón tuviera que soltar su muñeca.

Mientras ella se ponía de nuevo en pie, vio

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Castellano Lebbick aparecer ante su vista pasada la segundvuelta.

Él también la vio a ella. Por un instante, sus ojos ruzaron a través de la distancia que los separaba, como

ada uno se sorprendiera de la presencia del otro.Entonces el hombre dejó escapar un rugido de furia…,lla echó a correr en dirección opuesta, con sus botaesbalando sobre la podrida paja.

Pudo oírle correr tras ella. Aquello era imposible; suies y sus jadeos y los gritos del Maestro Quillón hacía

demasiado ruido. Sin embargo, su sensación de una rabbrumadora, el anhelo de destrucción de él, hicieron que ersecución llenara su mente. Pudo sentir su odlcanzarla…

Y, delante de ella, el Imagero estaba perdiendo terreno

Frenaba su huida; se tomaba el tiempo de volverse y hacerrenéticas señas.

Un segundo más tarde, abrió de golpe la puerta a otrelda, se metió dentro.

Ella le siguió sin pensar. No tenía tiempo para ell

Reteniendo su impulso contra los barrotes, se metió en elda más rápido de lo que se estaba moviendo el MaestrQuillón, y casi estuvo a punto de derribarle cuando éste sdetuvo.

Rápidamente, el Imagero abrió una puerta en la pare

ateral.

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Estaba bien oculta; el muelle que la liberaba estaba tahábilmente escondido que ella nunca lo hubiera hallado pí misma; y hasta que él lo golpeó ella no fue capaz de ver ropia puerta. Luego se abrió de par en par, moviéndos

ilenciosamente, como si estuviera perfectamenquilibrada sobre sus bisagras y controlada pontrapesos. Debía haber sido construida al mismo tiemp

que la celda.Así era como el Maestro Quillón había penetrado en la

mazmorras. Como había sido c a p a z de escuchar sonversación con Eremis y Lebbick. Otro pasadizo secret

Pero no tenía tiempo para sorprenderse. Tan pronto como sbrió la puerta, Quillón tiró de nuevo de su brazo y la empuj

hacia delante, hacia el oscuro pasadizo.La siguió pisándole los talones. Intentando hacerle sit

in adentrarse demasiado en la oscuridad, halló una pared poye en ella su espalda. El Imagero sólo era una silueontra e débil reflejo de las lámparas de las mazmorranmediatamente pulsó el mecanismo que accionaba loontrapesos y cerraba y sellaba la puerta…

…y el Castellano Lebbick entró en tromba en la celda.Demasiado tarde: no conseguiría impedir que la puere cerrara. Y, una vez estuviera cerrada, tendría que hallar

muelle que la abría de nuevo.Sin embargo, fue rápido, y su espada estaba ya en s

mano. Se lanzó alocadamente hacia delante con la intenció

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de ensartar a Terisa a través de la puerta que se cerraba, eun movimiento que casi le hizo perder el equilibrio.

El peso de la propia puerta desvió su golpe. La punta du espada falló el cuerpo de ella por unos centímetros.

Luego la espada fue atrapada por la rendija. El aceresistió, encajando la piedra de tal modo que no pudo acabde cerrarse.

El cuerpo del Castellano golpeó contra la puertetrocedió, tambaleante.

Un instante más tarde su voz llegó, ahogada, a scuridad:

- ¡Guardias! ¡Guardias!- ¡Vamos! -siseó el Maestro Quillón. Sujetó una vez má

Terisa por la muñeca y tiró de ella, alejándola de la delgadínea de débil luz-. ¡Maldita sea! Tan pronto como llegue

us hombres, será capaz de abrir esa puerta. Tenemos quscapar ahora.

Luchando por mantener el equilibrio, Terisa se apresuror el ciego pasadizo tras su rescatador.

La piedra parecía girar en torno a su cabeza como un

andada de murciélagos, buscando alguna forma dolpearla. No había luz…, de ningún tipo. Excepto por mano que la sujetaba, el Maestro Quillón había dejado dxistir. Sus hombros golpeaban constantemente las paredeomo si estuviera tambaleándose. No podía mantener s

aso; no tenía ni idea de adonde conducía el pasadizo, ni d

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ómo salir de él.- ¡Un poco más despacio! -jadeó-. No puedo ver.- No necesitas ver-restalló Quillón-. Sólo necesita

presurarte.

Intentando aún frenar su velocidad, protestó:- ¿Durante cuánto tiempo?Sin ninguna advertencia, él se detuvo. Al mismo tiemp

a soltó. Chocó contra él, rebotó de nuevo contra la parelzó los brazos para proteger su cabeza.

- No demasiado -murmuró el Maestro acerbamenteEste pasadizo fue construido cuando fueron reconstruidaas mazmorras para proporcionar espacio para el laborium. Etras palabras, es relativamente reciente. Así que no conecon el sistema más extenso de pasadizos.

Invisible al lado de ellas, accionó otro mecanismo, y

ared contra la que ella acababa de chocar se abrió dejandntrar aire fresco. Su desgarrada blusa no pudo impedir que estremeciera.

El espacio al q daba paso la puerta estaba oscuro, can tinieblas; pero al cabo de un momento sus ojos s

daptaron, y vio frente a ella un corto pasillo truncado quonducía a un corredor mas ancho. Linternas invisibles a largo del corredor, en una u otra dirección, proporcionabaa suficiente luz reflejada como para amortiguar la oscuridad

Cuando contuvo el aliento para escuchar, el sonido qu

legó hasta ella fue el delicado salpicar de agua goteando.

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Frío y húmedo. Y un pasadizo lateral demasiado cortomo para que valiera la pena iluminarlo con una linternropia. Un pasadizo que parecía no conducir a ningunarte, mientras aquella puerta permaneciera cerrada y oculta

Pese a la distracción del miedo, el agotamiento y orpresa, sus nervios se convirtieron en hielo como si yhubiera estado allí antes.

- Ahora, mi dama -susurro el maestro Quillon-, debemoctuar rápido y en silencio. Estoas son los pasadizos n

utilizados debajo de los cimientos de Orison, donde fuistacada dos veces. Ahora vuelven a estar en usolbergando a nuestro incremento de población, pero esa ns nuestra principal preocupación. Esa gente esta

dormida…, o demasiado confusa como para obstaculizarnoo, la dificultad es que estos pasillos están ahora vigilado

ara mantener la paz…, patrullados con regularidaTenemos que evitar a los hombres del Castellano como sea

 No, pensó torpemente ella. Esto no es justo. Su cerebrra como roca, impermeable a la comprensión. Nunca hab

visto los corredores desde aquel lado, pero su aspecto era

mismo; el vello de sus antebrazos se erizó, como si fueraos mismos. Cuando el Maestro Quillon echó a andaonsiguió adelantar una mano y detenerle.

- No -susurro, y su voz fue casi un croar- este es ugar. Estoy segura de ello.

El se detuvo inmóvil, y la estudio atentamente.

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- ¿Qué lugar? -el aire se hizo mas frío en la piel de Terismientras el hombre la miraba con fijeza.

- El punto de traslación. - El frió la hacia estremeceLargos temblores parecían nacer en sus huesos y abrirs

amino hacia fuera hasta que su voz tembló-. De dondalieron esos insectos para atacar a Geraden. Y Gart…Cruzó los brazos sobre su pecho y los apret

uertemente, en silencio.- ¿Qué, aquí? -preguntó el Imagero, sorprendido

Exactamente aquí?Ella asintió tanto con pudo.- No sabíamos eso -murmuró él; pareció pens

ápidamente-. Conocíamos la zona en general, por supuestSus rápidos ojos estudiaron el pasadizo-. Pero el Adepto nbservó la traslación en sí. Y no podíamos poner e

videncia nuestro interés preguntándote a ti o a Artagel qunos mostrarais específicamente el lugar donde se produjo taque.

Terisa ignoró lo que estaba diciendo el hombre; nmportaba. Lo que importaba era el espejo que traía a Oriso

la gente que deseaba matarla.- No podemos ir ahí -jadeó, estremecida-. Yo no puedo hí. Nos verán.

Vendrán tras nosotros.- Bien pensado, mi dama. -La nariz del Maestro Quilló

e frunció como si estuviera intentando olisquear algú

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amino de escape-. Si nos vieran en la Imagen…, y stuvieran preparados esperando…

Un ruido gruñente, un sonido de tensión o protestecorrió todo el pasadizo desde la entrada a las mazmorra

ras ellos .El Maestro y Terisa se inmovilizaron.- ¡Apoyad vuestras espaldas en ella, lameculos! -La vo

del Castellano Lebbick sonó oscurecida por la piedra y distancia, pero era inconfundible-. ¡Abrid esa puerta antede que los perdamos por completo!

Terisa sintió deseos de gemir, pero no pudo detener suemblores.

- ¡Cristales y astillas! -maldijo Quillón para sí mismoEsto sí es un apuro.

Un instante más tarde, sin embargo, la sujetó por lo

hombros y la sacudió para llamar su atención.- Mi dama, escucha.»El foco de ese espejo fue desviado. Vi a Eremi

rasladado a las mazmorras. Le vi partir. Debió utilizar mismo espejo que trajo hasta aquí a vuestros atacantes. ¿P

qué otro motivo me hubieran permitido oír todo lo que dijo…, escucharle mientras revelaba sus intenciones? Si suliados me hubieran visto entrar en el pasadizo por esugar, no hubieran tenido ninguna dificultad en encargars

de mí. En consecuencia, eso significa que no me vieron. E

onsecuencia, el punto de traslación de ese espejo ha sid

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ambiado.- Pueden haberlo cambiado de vuelta -objetó ella.- Podrían estarnos observando en este mismo moment

admitió él-. Pero, si eso es cierto, ¿por qué aún no ha

ctuado?El gruñir de cuerdas tensadas y contrapesos brotuavemente de la oscuridad. Un hombre jadeó, y

Castellano Lebbick ladró:- ¡Adelante, lo estamos consiguiendo!- ¡Debemos correr el riesgo! -siseó el Maestro Quillón.Terisa asintió de nuevo. Pero permaneció inmóvi

trapada entre sus miedos. Gart, el Monomach del Gran Reystaba allí en alguna parte. Y desde aquel punto draslación habían brotado cuatro asaltantes zombies qu

habían sido devorados vivos interiormente por las má

erribles…- ¡Tú primero! -El rostro conejil de Quillón parec

idículo en su urgencia-. El primero es el que está máeguro. Cualquiera necesitará un momento para reaccionuando nos vea.

«Adelante.La empujó, y ella avanzó.Dos torpes pasos hacia el corredor principal; tre

uatro. Por alguna razón, las fuerzas habían abandonadus piernas. Se sentía como una mujer sumida en un

esadilla, deseando frenéticamente correr, pero impotente d

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hacer nada excepto temblar de miedo mientras sus enemigoe lanzaban contra ella.

El Maestro Quillón llegó tras ella y la empujó de nuevara que siguiera avanzando.

Por segunda vez, Terisa sintió el roce de un frío tauave como una pluma y tan agudo como una hoja dcero deslizarse directamente a través del centro de sbdomen.

Corriendo ahora, pero apenas consciente de ellpenas consciente de nada de lo que estaba haciendlcanzó el corredor principal y la luz, y se dio la vuelta iempo para ver al Maestro Quillón seguirla, y una somb

negra, con un rostro lleno de odio y júbilo, alzarse tras éferrando una larga daga dispuesta a golpear.

¡No, Quillón! ¡Quillón!

La sombra se alzó y se deslizó tras él mientras elntentaba gritar una advertencia y no podía hacerlo con uficiente rapidez: unos negros brazos se alzaron y lueg

descendieron fieramente, hundiendo la daga en la unión dus hombros con tal furia que la sangre brotó como u

orrente de su boca y la hoja asomó por su pecho, y se viplastado contra el suelo como si hubiera sido golpeado puna almádena.

- ¡Te atrapé, estúpido roedor! -ladró el Maestro Gilbon un triunfo gutural-. ¡Ésta es la última vez que interfiere

n lo que queremos hacer!

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Luego arrancó la hoja de la espalda de Quillón, mientraa sangre resbalaba por sus manos como agua.

¡Oh, Quillón!Terisa recordó las manos del Maestro Gilbur. Parecía

o bastante fuertes como para doblar barras de hierro; lastante fuertes como para triturar huesos. Sus hombrostaban cubiertos por su pelo negro…, un pelo quontrastaba escandalosamente con su barba blanca. Loroba en su espina dorsal no hacía más que incrementar suerza física: su rostro estaba retorcido en una muecsesina.

Exultando malignamente, alzó los ojos del cadáver dQuillón.

- Mi dama -tosió, como una maldición- esto es fortuito había esperado tener el placer de matarte. Se suponía qu

so era tarea de Gart, después de que Eremis hubieerminado contigo. Pero mi vigilancia ha sido recompensadi el perro de Festten ni el gallo de Eremis estaban conmiguando os descubrí en la Imagen.

Ella lo contempló como si fuera una serpiente, aguard

l golpe.- Ha sido una delicia librar finalmente al mundo dQuillón. -Gilbur lamió un poco de saliva de sus gruesoabios y pasó por encima del cuerpo a sus pies-, peretorcer mi cuchillo en tu suave carne será un auténtic

xtasis.

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Adelantó su hoja y sus ensangrentadas manos, y miró fijamente.

Terisa se dio la vuelta y echó a correr.Esta vez corrió con todas sus fuerzas, poniendo toda

us energías en sus piernas. Pese a su retorcida espalda, Maestro Gilbur era rápido. Su primer golpe casi la alcanzó. Ldistancia que abrió entre ellos mientras seguía corriendo emenos de un paso; luego dos; luego tres y un poco mánstintivamente, había echado a correr hacia la izquerdstaba siguiendo la misma dirección que ella y Gerade

habían tomado cuando habían huido de los insectos. Negros brazos se alzaron y luego cayeron… Ahora s

hubiera sentido enormemente feliz -delirante de alivio- dncontrar a un guardia. Un viejo excéntrico en busca de loseos públicos. Un sirviente. Cualquiera que pudiera s

estigo de lo que ocurría, que distrajera a Gilbur. Pero orredor estaba vacío. El Maestro Gilbur escup

maldiciones mientras la perseguía. Ella era joven y corrara salvar su vida; lentamente, fue aumentando la distanci

Pero el aire se estaba convirtiendo ya en fuego en su

ulmones, y él no parecía cansarse. Luego cayeron…Por un lado, no tenía ni idea de adonde estaba yend

o conocía aquellos corredores, nunca había estado allí sun guía. El único pensamiento que ocupaba su mente er

ncontrar ayuda. Antes de derrumbarse. Podía notar cóm

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as fuerzas la abandonaban. Por otro lado, sin embargo, sentido instintivo de la dirección era seguro, y lo estabiguiendo sin vacilar. Para escapar del feroz Imagero, extraj

de s í misma recursos que no sabía que poseyera.

Tomó el camino hacia los aposentos del AdeptHavelock. Allí: el tercer corredor. Una gruesa puerta dmadera, al parecer la entrada de un almacén. Sí, la entrada dun almacén. Un almacén que no había sido consideradpropiado para ayudar a alojar la incrementada población d

Orison. Abrió la puerta de golpe, la cerró a sus espaldaTenía un cerrojo interior. ¿No tenía un cerrojo? Tenía quener un cerrojo -tenía que tenerlo-, pero no conseguncontrarlo, no podía ver, no había luz en el almacén

ninguna iluminación excepto las pequeñas rendijamarillentas en torno a la puerta.

La masa del Maestro Gilbur bloqueó incluso aqueluz…

…y sus dedos hallaron el cerrojo, lo corrieron de uolpe justo en el momento en que el hombre se estrellabontra la puerta, intentando aplastar a Terisa con el peso d

a madera y su propio impulso.El cerrojo se retorció en sus fijaciones. Pero resistió. No iba a resistir mucho, sin embargo. Gilbur golpeó d

nuevo la puerta, maldiciendo la madera y a ella. Terisa nodía ver el cerrojo, pero podía oír el chillido metálico

medida que el oxidado hierro clavado a la madera e

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bligado a ceder. Las fijaciones iban a saltar. Era sóluestión de tiempo.

Ignorando su frenética necesidad de aire y descansanteó en el almacén hacia la puerta oculta en la parte d

trás…, la entrada a las habitaciones secretas del AdeptHavelock.Puesto que se movía por instinto antes que p

onsciencia, no recordó la posibilidad de que la puerculta pudiera estar cerrada por dentro hasta que la halbierta. Probablemente el Maestro Quillón la había dejadsí. Probablemente pensaba traerla hasta allí. Debilitada pl alivio y la necesidad, la cruzó y se apresuró por luminado pasadizo que conducía a los dominios d

Havelock.La primera habitación a la que llegó estaba atestada d

spejos. Nada había cambiado desde su última visita allí.

desorden estaba compuesto de espejos de cuerpo entero tarregulares en forma y color que mostraban Imágenes que iquiera podía intentar interpretar; fragmentos de espej

lano que hubieran cabido en su bolsillo; espejos damaño adecuado para un tocador, pero apilados unoncima de otros y colocados de modo que impidieranualquiera ver lo que mostraban. Todos ellos habían sidecogidos por el Rey Joyse durante sus guerras y nunc

devueltos a la Cofradía; todos ellos estaban enmarcados e

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laborados marcos que reflejaban el olvido de sus actualeircunstancias. Y todos ellos eran inútiles. Los Imageros quos habían hecho estaban muertos.

 No tenían nada que ver con ella. Pasó apresuradamen

or su lado.El pasadizo daba dos o tres vueltas, pero no perdió srientación. Al cabo de un momento llegó a otra puert

Creyó poder oír al Maestro Gilbur golpeando aún parbrirse paso al almacén -o quizás el sonido era simplemenausado por el pánico que latía en sus oídos-, así que abra puerta de golpe y penetró tambaleándose en la amplstancia cuadrada que el Adepto Havelock usaba comstudio, y que le daba acceso a la red de pasadizos secreto

de Orison.El aire era mohoso, estancado…, algo iba mal con

ventilación. Había demasiada gente en el cas tillo. El humo das lámparas con pábilos que necesitaban ser recortados snroscaba perezosamente en torno a la columna quostenía el centro del techo.

El Adepto estaba allí, acurrucado como una araña en s

ocura.El Maestro Quillón le había pedido a Terisa que creyerque Havelock había ayudado al Rey Joyse a planear destrucción de Mordant. Quillón había esperado que ella reyera…, había esperado que ella creyera que la vieja locu

del Adepto no era un obstáculo para su sabiduría o astuci

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Y quizá su muerto rescatador estaba en lo cierto. Quizá sólun loco como Havelock podía haber concebido unstrategia que depositaba su única posibilidad de éxito en stabilidad del Castellano Lebbick.

Sin embargo, Terisa no tenía ningún otro lugar al qudirigirse ahora. Seguramente Quillón la hubiera llevado hasllí, de estar vivo. El Adepto tenía que ayudarla. La habyudado en el pasado. Había intentado responder a sureguntas. Y el Maestro Gilbur podía caer sobre ella eualquier momento. Podía matar al Adepto también, si tena oportunidad. Y el Castellano estaba aún tras ella.

- ¡Havelock! -jadeó, forzando sus pulmones para hacrotar las palabras-. Gilbur ha matado al Maestro Quillón. Vras de mí. Necesito ayuda. Tienes que ayudarme.

Tenía que seguir. Sabía que, tan pronto como dejara d

moverse, no sería capaz de seguir en pie mucho tiempo.El Adepto estaba de pie al lado de su mesa de brinc

nclinado sobre ella como si estuviera jugando una partidstudiando intensamente el tablero, aunque no había fichan él. No alzó la vista hasta que ella habló; entonces, s

mbargo, alzó la cabeza y sonrió amistosamente. El humrazaba volutas a su alrededor. Un ojo la estudió de formasual; el otro empezó a escrutar la pared tras ella.

- Mi dama Terisa de Morgan -dijo, con un tono dusente suavidad-. Qué agradable sorpresa. Fornicar entr

os ojos. Espero que estés bien.

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- Havelock -insistió ella-. Escúchame. Necesito ayudGilbur ha matado al Maestro Quillón. Viene inmediatamendetrás de mí.

La sonrisa del Adepto dejó al descubierto sus dientes.

- Me alegra oír eso -respondió, como si ella acabara ddecir una galantería-. Realmente tienes buen aspecto. descanso y la paz hacen maravillas en la complexión de lamujeres.

»Ahora dime lo que quieres saber. Hoy estoompletamente a tu servicio.

El horror creció en ella; fue incapaz de controlarlo. Lensión de defender Orison había acabado con él. Estabdo, completamente fuera de contacto con la cordura. El aira demasiado denso para proporcionar a sus pulmone

ningún alivio. Habían matado a Quillón, e iban a matar

ambién a ella, y el propio Adepto iba a resultrobablemente muerto también. No sabía cómo llegar hasl. Casi llorando, suplicó:

- ¿No lo comprendes? ¿No puedes oírme? Gilbur acabde matar al Maestro Quillón. Viene hacia aquí.

Bruscamente el Adepto hizo girar los ojos, la miró con que había estado contemplando la pared. Su nariz cortó ire como el pico de un halcón. Por otra parte, su carnosonrisa no vaciló.

- Mi dama Terisa de Morgan -dijo de nuevo-, sería u

ran placer para mí rasgar el resto de tus ropas y fornicar

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n una pocilga. Hoy puedo responder preguntaPregúntame lo que quieras.

»Pero -comentó, como si aquel detalle en particuluera trivial-, no puedo ayudarte. Hoy no.

Ella se detuvo y le miró, casi boqueando en busca dire y ayuda. No puedo ayudarte. Hoy no.¡Oh, Quillón!- Casi todo el mundo -siguió él, en el mismo tono d

elajado buen humor- desea saber por qué quemé aquelriatura de la Imagería que intentó matar a Gerade

Oportunidad, ésa es la respuesta. Simple oportunidad. Nmporta cuál sea tu aspecto. Ni siquiera importa cóm

huelas. Cualquiera te lamerá el culo si consigues una buenportunidad. Todavía no estábamos preparados. Si Lebbic

descubriera a partir de esa criatura quiénes son nuestro

nemigos, todo se derrumbaría. Seríamos demasiado débileomo para defendernos.

- ¡Havelock! -Terisa deseó golpearle, maldecirlrrancar su pelo-. ¡El Maestro Quillón era tu amigo! ¡Gilbcaba de matarlo! ¿Acaso ni siquiera te importa?

Sin transición, el Adepto Havelock pasó de la lunáticmabilidad a la loca furia.- ¡Cono miserable! -Blandió su mano derecha con u

ugido, juntando los dedos como si sostuviera una pieza drinco-. ¡Esto es lo que eres! -Se inclinó sobre la mes

olpeó con la mano varias veces el tablero, haciendo salt

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maginarias piezas; luego hizo como si arrojara salvajemenl tablero al rincón de la estancia-. ¡Se ha ido! ¿Momprendes? ¡Se ha ido!

«¿Crees que no quiero estar cuerdo? ¿Crees que n

uiero ayudar? Él era el único que sabía cómo ayudarmemí. ¡Pero me quemé por completo! ¡Esta mañana…, contrsas catapultas! ¡Me quemé por completo!

Aturdida por el shock, Terisa se lo quedó mirandEstaba demasiado lejos . No sabía cómo llegar hasta él.

Un instante más tarde, sin embargo, su furdesapareció tan repentinamente como había venido. Su

jos parecieron velarse con el dolor, y se volvió lentamentde espaldas a ella.

- Hoy no puedo ayudarte -murmuró al vacío tablero-. Venfrentarte tú misma a Gilbur.

Se dejó caer pesadamente en una silla al lado de mesa. Sus hombros empezaron a temblar, y un leve y agud

emir brotó de su estrangulada garganta. Al cabo de umomento Terisa se dio cuenta de que estaba sollozando.

Perdida y desconcertada, lo dejó a solas allí y fue

nfrentarse ella misma a Gilbur.Se sentía tan aturdida por el temor y el desánimo y dolor que ni siquiera se sobresaltó cuando oyó al Adeptorrer el cerrojo de la puerta a sus espaldas, cerrándoualquier posibilidad de escapar.

Como una sonámbula -como una mujer intentand

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ocalizarse a sí misma, descubrir quién era, en un espejhecho con la arena pura de los sueños-, volvió a habitación donde Havelock guardaba sus espejos.

El Maestro Gilbur estaba ya allí.

 No la vio. Estaba demasiado maravillado ante lo quhabía descubierto: espejos que nunca había sabido quxistieran, docenas de ellos; un tesoro inapreciable paualquier Image-ro con talento para utilizarlos , para cualqui

Adepto. Hubiera podido intentar esconderse. La expresión su rostro le hizo pensar que incluso tal vez pudie

deslizarse junto a él y escapar. Estaba tan absorto en lo quveía…

Con un desesperanzado encogimiento de hombroomó uno de los pequeños espejos apilados sobre una mes

de caballete a su lado y lo arrojó violentamente al suel

haciendo saltar fragmentos en todas direcciones.Una nube de polvo se alzó con el impacto, ablandand

l sonido. Toda la habitación estaba llena de polvo; arecer, los espejos no habían sido limpiados desde hac

décadas.

De todos modos, el sonido llamó la atención dMaestro. Giró en redondo para enfrentarse a ella, alzó sunormes puños. Sus ojos ardieron; la furia pareció humen su barba.

- ¡Te atreves! -tosió-. ¡Te atreves a destruir esta riquez

ste poder! Por eso no solamente te mataré, sino que ha

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edazos tu cuerpo.- No, no lo harás. -Para su propia sorpresa, su voz er

irme. Quizá se sentía demasiado aterida para seguir teniendmiedo. Como si hiciera constantemente este tipo de cosa

uso la mesa de caballete entre ellos, de modo quloqueara su avance-. Si das un paso hacia mí, romperé otrspejo. Cada vez que hagas algo para amenazarme, rompertro espejo. Quizá los rompa todos antes de que consigaoner tus manos sobre mí.

El sentirse aterida era un buen comienzo. Conducía desvanecerse. Podía permanecer allí y enfrentarse Maestro Gilbur con todo su odio como una mujer llena dvalor…, y al mismo tiempo podía desvanecerse, evaporarde aquel lugar. Renunciar a su existencia y seguir a la brumy al humo hasta la seguridad. Cuando él consiguiera poner

as manos encima -sabía que de algún modo iba a ponerle lamanos encima-, ella ya se habría ido.

Y, mientras tanto, podía retrasarlo lo suficiente…- ¡No lo harás! -protestó Gilbur, momentáneamen

orprendido en medio de su furia.

Terisa cogió otro espejo y midió la distancia a la cabezdel Maestro.- Pruébame.Se sentía aterida. Se desvanecía.Tiempo.

- No, mi dama. -Los rasgos del hombre se cerraron en s

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amiliar ceño fruncido. Respiraba pesadamente, como si doliera la espalda-. Tú pruébame a mí. Todos estos espejoon inapreciables…, en sentido abstracto. En la práctica, sonútiles. Un espejo sólo puede ser usado por el hombre qu

o hizo. Hay nuevos talentos en el mundo, y el mío es uno dllos. Puedo hacer espejos con una velocidad y exactituque sorprenderían a la Cofradía, si esos pomposostúpidos lo supieran. Pero sólo un Adepto tiene el talent

de efectuar traslaciones con un espejo que no ha hecho él.»Si crees que no voy a matarte, eres estúpida ademá

de loca.Dio un paso hacia ella.Terisa arrojó el espejo en su dirección y cogió otro.El delicado ruido tintineante del cristal roto envuelto e

olvo llenó la habitación.

El Maestro se detuvo.- Quizá nadie excepto Havelock tenga en la actualidad

alento -dijo ella; nadie excepto Havelock, para lo que había servido-, pero tú te crees capaz de aprenderlo. Puedque sea una habilidad, no un talento. Nunca has tenido

portunidad de descubrir la verdad porque otros Imagerono te han dejado experimentar con sus espejos. Con éstouedes experimentar todo lo que quieras. Puedes aprendodo lo que haya que aprender.

Desvanecerse. Tiempo. Con su visión periférica captó

spejo que deseaba…, un cristal plano en un marco d

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alisandro, casi tan alto como ella. A través de una capa dolvo, su Imagen reflejaba una desnuda duna de arena, nad

más. En alguna parte de Cadwal, supuso. Una de las partemenos hospitalarias del país del Gran Rey Festten. En

magen, el viento soplaba lo suficientemente fuerte comara alzar la arena de la duna como un chorro.Cuidadosamente, se dirigió hacia él.- Pero no voy a dejar que los tengas -siguió, sin hac

ninguna pausa-. No si intentas cogerme.El Maestro Gilbur la miraba como si ansiara saltar sob

u garganta. Una mano aferraba su daga, la otra se crispabn anticipación. Sin embargo, se contuvo.

- Un punto interesante -rió-. Eres más lista de lo quensé. Pero todo esto es inútil. No puedes abandonar es

habitación sin ponerte a mi alcance. O sin situarte fuera d

lcance de los espejos . En cualquier caso, mi cuchillo se haargo de ti inmediatamente. ¿Qué esperas conseguir?

Tiempo. Era sorprendente el poco miedo que sentía. Sustancia estaba cediendo ante sus ojos, y él era ciego llo. Ahora ella podía relajarse en la oscuridad en cualqui

momento que deseara, y entonces no habría nada que udiera hacer para dañarla. Nada de lo que hicieignificaría ninguna diferencia. Todo lo que deseaba eriempo.

Dio otro pequeño paso hacia el espejo que hab

legido.

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Luego se detuvo en seco porque creyó haber oídotas.

- No soy codiciosa. -Ahora su voz intentó temblar, perno se lo permitió. En vez de ello empezó a hablar con vo

más fuerte, haciendo todo lo posible por retener la atenciódel Maestro-. No deseo mucho. Simplemente deserustrarte.

»Tú y Eremis sois tan arrogantes… Manipuláis, matáio tenéis el menor interés en lo que le ocurre a la gente a

que hacéis daño. Estáis enfermos de arrogancia. Vale la penomper unos cuantos espejos sólo para trastornarte.

De pronto, vio movimiento en el pasillo detrás de él.Intentando ganar todo el tiempo posible -intentand

anzar algún golpe en nombre del Maestro Quillón, y dGeraden, y de ella misma-, arrojó el espejo que sostenía a

abeza de Gilbur.Éste eludió sin esfuerzo el golpe.E incluso eso fue malo para ello. Su vida se hab

onvertido en un desastre tal que no podía ni siquierrojarle algo a un hombre al que odiaba sin salvarlo

mismo tiempo. Al eludir el espejo, el Maestro pivotó y salthacia la mesa para acercarse a ella. Como resultado de escción, el primer guardia que entró a la carga en la habitacióalló su golpe.

Antes de que el hombre pudiera recobrarse, el Maestr

Gilbur lo derribó al suelo con un puñetazo de martillo pilón.

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El segundo guardia tuvo el problema opuesto: tuvo quefrenar su espada para evitar herir a su compañero. Es

necesitó sólo un instante…, pero un instante era todo iempo que precisaba Gilbur para hundir su daga en

arganta del hombre.El Castellano Lebbick entró en la habitación detrás dus hombres, solo.

Llevaba su larga espada dispuesta; la punta de la hoe agitaba inquieta. Miró a Terisa, luego volvió sus ojo

hacia el Maestro. Estaba preparado para la lucha, tenso eligroso. Terisa pensó que nunca lo había visto taalmado. Aquello era lo que necesitaba: una posibilidad duchar por Orison y el Rey Joyse.

- Así que esto es -comentó claramente-. La verdad al fiLa seductora de Geraden y un Imagero renegado, juntos.

l pobre Quillón muerto en el corredor. ¿Intentó detenerosPensé que era él quien la había ayudado a escapar, pero debquivocarme. La luz no era muy buena.

«Tienes suerte de estar vivo. Si ella no hubiera arrojadse espejo, mis hombres te hubieran hecho pedazos.

El rostro del Maestro Gilbur se contorsionó en ucceso de risa.Terisa estaba más allá ya de que le importara lo que

Castellano pensara de ella. Dio otro pequeño paso hacia spejo que deseaba. Pese a la capa de polvo que lo cubría,

rena en la Imagen parecía real para ella, más sólida de lo qu

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ra ella misma.- Deja caer ese pincho -gruñó Lebbick al Maestr

Gilbur-. No va a servirte de nada. Échate en el suelo. Bocbajo. Voy a atarte. Debería mejor matarte, pero el Rey Joys

e querrá vivo. Quizá me deje interrogarte.«Hazlo ahora. Antes de que cambie de opinión.Como si la provocación hubiera sido demasiado grand

ara soportarla, Gilbur dejó escapar una risotada.- Mi dama -dijo, frunciendo terriblemente el ceño-, dile

Lebbick por qué no vamos a dejar que nos coja prisionerosElla fue a responder. Su sugerencia de que ella er

ealmente un aliado suyo casi quebró su cuidadosa decisióde desvanecerse de allí. Su furia brotó a la superficie, deseó arrancarle al Maestro la piel a tiras.

Desgraciadamente, el truco del Imagero había cumplid

ya con su propósito: había hecho que el Castellano Lebbica mirara a ella.

Durante esa breve mirada, el Maestro Gilbur arrojó uuñado de polvo al rostro del Castellano.

Maldiciendo, el Castellano retrocedió; agi

defensivamente su hoja. Su equilibrio y sus reflejos eran tauenos que casi lo salvaron. Sin visión, sin embargo, nodía contrarrestar la rapidez de Gilbur; no pudo impedir qu

Gilbur cogiera una de las espadas de los guardias caídos y olpeara con ella, dejándole sin sentido.

Terisa se detuvo delante del espejo que había elegid

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Su única esperanza racional había desaparecido. Ahora nade alzaba entre ella y lo que el Maestro deseara hace

Debería sentirse aterrada. Sin embargo, no era así. Sapacidad de rendirse a los acontecimientos la protegía. La

speranzas que había depositado en el Castellano no habíaido esperanzas hacia ella misma, sino sólo esperanzaontra Gilbur. Ella no había perdido nada crucial. Dentro dí misma estaba al borde de la extinción, y el Maestro Gilb

no tenía forma de detenerla. Cuando alzó la vista del cuerpde Lebbick, preguntó:

- ¿Por qué no lo has matado?- Tengo una idea mejor -gruñó él con una sonrisa cruel

Te llevaré conmigo. Cuando recobre el conocimientnformará que somos aliados. Joyse y sus estúpidos nendrán ni idea del auténtico peligro hasta que lo

destruyamos.Estaba en lo cierto, por supuesto. El Castellano ser

reído. El Maestro Quillón estaba muerto…, su único testigde la admisión de culpabilidad del Maestro Eremis. Yvidentemente, Quillón no había tenido tiempo de decirle

nadie lo que había averiguado. Gilbur saltaría hacia ella eualquier momento. Podía detenerle temporalmenompiendo algunos espejos más, pero eso lo único quonseguiría sería posponer lo inevitable. El había ganado. odía llamarse ganar a aquello.

Deliberadamente, empezó a dejarse ir.

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Sin embargo, exteriormente, siguió desafiándole.- Alguien te detendrá -dijo, como si estuvier

costumbrada al desafío. Un desafío que traía comonsecuencia ser encerrada en un armario-. Si Geraden no

hace, yo lo haré. Serás detenido.- ¿Geraden? -escupió Gilbur-. ¿Tú?-Realmente era muápido. En el espacio entre un latido del corazón y iguiente, se agachó por debajo de la mesa de caballete

volvió a alzarse, con el cuchillo apuntando hacia ella. Cadnudo y pliegue de su expresión prometían carnicería-. ¿Cómvas tú a detenerme?

¿Cómo?Así.

 No necesitó decirlo en voz alta. Estaba aún avanzandhacia ella, con sus ensangrentadas manos tendidas hac

delante, cuando pareció tropezar con una pared. La sorpresorró la violencia de su rostro: sus ojos se abrieronormemente cuan do vio lo que estaba ocurriendo en spejo al lado de ella.

- Por las pelotas de Vagel -murmuró-. ¿Cómo has hech

so"?Ella no miró. La última vez que había hecho aquello había hecho enteramente por accidente, sin saber lo qustabc haciendo; ahora no intentó ejercer tampoco coerció

En cual] quier caso, por el momento no le importaba si viv

morí Sólo le importaba escapar.

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Aún asombrado, pero recuperándose rápidamente, Mae¡ tro Gilbur tendió de nuevo las manos hacia ella.

Suavemente, Terisa cerró los ojos y derivó hacia atráh cia la oscuridad.

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6

El beneficio de los hijos

Permaneció tendida, inmóvil, durante largo tiempo. hecho era que deseaba dormir. Hacía dos noches, damElega había envenenado el depósito de agua de Orison. L

noche pasada, Geraden se había enfrentado al MaestrEremis delante de la Cofradía, y ella, Terisa, se habonvertido en la prisionera del Castellano. Y esta noche…

Estaba agotada. El Maestro Gilbur había intentado cogerlero había fallado. Aunque tenía los ojos cerrados, sab

que la luz se había desvanecido Y, a medida que la luz sdesvanecía, se había notado entrar en la zona de transiciódonde el tiempo y la distancia se contra decían entre sFuncionaba: estaba siendo trasladada. A alguna parte.

Eso era suficiente. La sensación de que había dado unor me y eterno salto en un abrir y cerrar de ojos hab

xtraído de ella lo último de sí misma, había completado suíoborrado y durmió.

 No fue el frío lo que la despertó. La celda había sido taría como esto. No, fue el débil y húmedo olor de la hierba,

L brisa enroscándose suavemente en el desgarrón de s

lusa, y la aguda llamada de los pájaros, y la impresión d

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spacio Cuando abrió los ojos vio que estaba cubierta dhorizonte a horizonte por el amplio cielo. Todavía er

úrpura con el ama necer, pero los pájaros ya habíampezado a revolotear de un lado a otro, con un aspecto ta

ápido y ansioso como sus propias canciones contra el cielEntonces oyó el intenso rumor de agua corriendo.Alzó la cabeza y miró por la ladera de la colina hacia u

ápido arroyo. La nieve fundida de la primavera llenaba surillas y lo hacía apresurarse, ansioso por seguir su caminierras abajo. En esa dirección, el agua corría hacia un valún envuelto por la noche que se alejaba; corriente arrib

descendía de una alta y oscura silueta que se alzaba contrl cielo púrpura y la lejana cadena de montañas.

El aire era tan frío como en la celda, pero no tahúmedo, tan opresivo; la vida no había sido estrujada de

or el gran peso y la sobrecargada ventilación de Orisonspiró profundamente, apoyó las manos en la nueva hierbara ponerse en pie, y se alzó.

Casi de inmediato, las montañas en la distancarecieron cubrirse de luz. El sol estaba saliendo. P

ninguna razón excepto que era por la mañana y el aire elaro y ella estaba viva, su corazón empezó a cantar comos pájaros, y supo lo que iba a ver antes de que el slcanzara la maciza sombra de la que emergía el arroyo.

El Puño Cerrado.

Allí.

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Empezando desde el oeste, la luz del sol se reflejó en norme pilar de piedra que protegía la aparición del arroy

de las colinas por aquel lado. Luego tocó el pilar oriental, l desfiladero entre ellos apareció claramente, el estrecho

ecreto corte desde el que el río Broadwine avanzaba hacl corazón del Care de Domne.El Puño Cerrado. Geraden había jugado allí cuand

niño. El amasijo de rocas en el interior del desfiladero debhaber sido algo maravilloso para los niños, una fuente dnterminables juegos de trepar y saltar y esconderse.

Y ella se había trasladado por sí misma hasta allí. Controdas las posibilidades. Pese a su absoluta ignorancia de magería…, y pese a todos los esfuerzos del Maestro Eremor confundirla. Se había trasladado a la segurida

utilizando un espejo plano. Y no se había vuelto loca.

Bruscamente sus ojos se llenaron de lágrimas, y desecharse a llorar de alivio y alegría.

- Terisa.Oyó el rumor de pies corriendo sobre la hierba. Po

ntre sus lágrimas vio una sombra, un hombre de silue

onfusa por el llanto. Se volvió para enfrentarse a él -panfrentarse al sol- y, mientras su clara y nueva luz brillabaravés de ella, se halló en brazos de Geraden.

- Terisa.Oh, Geraden. Oh, amor.

- ¡Gracias a las estrellas! Pensé que nunca más volver

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verte.Estás aquí. Tú lo hiciste. Tú lo hiciste.Luego se echó hacia atrás.- Déjame mirarte.

Parpadeó para aclarar su vista, y le vio observándonsioso a través de sus propias lágrimas.- He estado esperándote, esperándote, desde ca

uando llegué aquí. Era la única esperanza que tenía. Sólo fHouseldon para decirle a mi familia lo que ocurría. N

querían que volverá aquí solo, pero no podía hacerlo dninguna otra forma. No podía soportar tener a nadbservándome esperar. Te dejé allí, con Eremis y Lebbick…

y pensé que nunca más volvería a verte.Ella sintió deseos de decir: ¿Creíste que podría

mantenerme alejada? La alegría de él brillaba como el s

delante de ella. Era el mismo Geraden que s iempre había s idde corazón abierto, vulnerable, querido. Sus lágrimas hacían parecer apenas mayor que un muchacho. Su pelastaño se rizaba en todas direcciones, lleno dosibilidades encima de su fuerte frente; su brillante mirad

y su abierto rostro eran como la canción de los pájaros en ire primaveral. Luché contra Eremis y el Castellano y Maestro Gilbur por ti. ¿Crees que podían mantenermlejada?

Pero entonces él reparó en su desgarrada blusa, s

desaliñado aspecto, la tensión en torno a sus ojos; y s

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ostro cambió.Los huesos que formaban el armazón de sus rasgo

arecieron convertirse en hierro; sus ojos parecieron capty reflejar la luz como el hierro templado y pulido. Ta

ompletamente como si hubiera sido trasladado, muchacho había desaparecido, y en su lugar se erguía uhombre que ella apenas conocía, un hombre que se parecmás a Nyle que a Artagel…, Nyle cuando se había decidid

hacer algo que lo humillaría y llenaría de dolor a la genque le importaba. El metal del carácter de Geraden había s idemplado por la amargura, pulido por el desánimo. Cuand

habló de nuevo, su voz sonó densa con reprimida fuerza…y veladas amenazas.

- ¿Por qué no te mató Eremis? Parece como si lo hubiententado.

Terisa adelantó los brazos hacia él; deseaba abrazarlde nuevo, apretarlo contra sí, traer de vuelta al Geraden quhabía aprendido a amar. El Geraden que había aceptadvoluntariamente tantos tipos de dolor por ella. Pero él imitó a sujetar sus manos y mantenerlas inmóvile

xigiendo que permaneciera frente a él con todos suufrimientos expuestos.Así que tenía que intentar ponerse a su altura, situars

n su mismo terreno. Sacudió la cabeza, no contradiciéndolino negándose el deseo de ser confortada, y dijo:

- Oh, lo intentó. O el Maestro Gilbur lo intentó por é

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Pero fue el Castellano quien hizo esto.Claramente, como el chasquido de una rama al partirs

l dijo:- Lebbick. -La piel de su rostro era tensa sobre el hierr

de sus huesos. Sus amenazas no iban dirigidas a ellaCuéntame.Involuntariamente, Terisa dudó. Deseaba situarse e

gualdad de condiciones que él -ser digna de él-, pero nodía hacerlo. Las lágrimas llenaron de nuevo sus ojos.

- Hay tanto…- Terisa.Al menos podía ser alcanzado. La rodeó de nuevo co

us brazos y dejó que ella se aferrara a él tan fuerte como eapaz. Luego murmuró:

- Tienes frío. Y parece que te iría bien un poco d

omida. -No se había ablandado: simplemente se estabeteniendo. La hizo girar con un brazo en su cintura y mpujó suavemente colina arriba, en dirección a los pilares

Mi campamento está ahí.Ella asintió, incapaz de hablar…, incapaz de separar

legría y el dolor de verle.- Cuando pasé a través del espejo -explicó él con vodistante-, cuando descubrí que aún estaba vivo, plane

cultarme aquí arriba. Es el mejor lugar en el que pudensar. Y no deseaba poner en peligro Houseldon, si Eremi

ntentaba atraparme de nuevo. Y ya te había perdido. Cr

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que iba a volverme loco si alguien te hacía daño por habntentado protegerme.

»Pero finalmente imaginamos lo que está haciendyle.

 No hay ninguna forma en que pueda mantener a mamilia fuera de peligro. Así que no servía de nada ocultarsSimplemente volví aquí porque alguien tenía que hacerlo…n caso de que tú consiguieras cruzar de alguna forma uego no pudieras encontrar Houseldon…, y lo mejor e

que fuese yo porque de todos modos iba a pasar todo iempo aguardándote.

El sol se había alzado más. El valle debajo del PuñCerrado permanecería aún en sombras un cierto tiempo; perhora había suficiente luz como para revelar dos caballotados cerca de las rocas allá al frente. Uno de ellos alzó lo

jos a Terisa y Geraden. El otro siguió comienddespreocupadamente hierba. Con un esfuerzo, Terisarraspeó.

- Parece como si hubieras imaginado un montón dosas.

Él bufó sardónicamente.- Después de ese último día que pasamos juntos, supque Eremis era un traidor. Cuando finalmente me di cuentde que debo de tener un talento para la Imagería, un talentin precedentes…, no resultó demasiado difícil extra

onclusiones. Entonces todo lo que tenía que hacer e

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sperar que tú tuvieras ese talento también, y ldescubrieras…, y fueras capaz de usarlo en un espejo.

»En conjunto, parecía más plausible que Eremis cayemuerto y nos salvara de ese modo, pero no me quedaba ot

osa.Había un par de mochilas en el suelo cerca de loaballos, y un pequeño montón de mantas…, la cama d

Geraden. Mientras él y Terisa entraban en las sombras de laocas, dejó caer su brazo y se apresuró a recoger una de la

mantas . La pasó inmediatamente por los hombros de ella.- No tengo ningún fuego -murmuró-. No deseab

xponerme, en caso de que la gente equivocada fuera tras dmí.

Ella se encogió de hombros; la manta era suficientAgradecida por su calor, preguntó:

- ¿Qué es lo que imaginaste acerca de Nyle? -Temualquier cosa que él pudiera decir sobre su hermano.

Sin cruzar su mirada con la de ella, Geraden se acuclilunto a sus mochilas y empezó a sacar comida, una jarrlgo de fruta. Su tono era duro cuando respondió:

- Enamorarse de Elega y dejar que ella le convenciera draicionar Mordant por el Príncipe Kragen…, eso ya fuastante malo, pero en cierto modo tiene sentido. Quiss, ea esposa de Tholden, ¿sabes?, dice que Nyle lleva añoiendo lo bastante desgraciado como para hacer algo as

o todo el mundo está d e acuerdo con ella -hizo un

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mueca-, pero yo sí. Y el Domne también.«Pero fingir su propia muerte para arruinarme y ayud

l Maestro Eremis, inmediatamente después de oírnodemostrar que Eremis era el único hombre en Orison qu

odía estar trabajando con el Monomach del Gran Rey…so no tiene sentido. No suena propio de él. Volvió y salvmi vida, ¿recuerdas? Inmediatamente después de que smarchara cabalgando para traicionar Mordant. Ayudar a uraidor reconocido no es algo que él haría por su prop

voluntad.»Tuvo que ser empujado a ello.Geraden puso queso, manzana seca y una loncha d

arne de cordero sobre una rebanada de pan. Terisa lceptó y se sentó sobre la hierba para empezar a comer. Simbargo, su atención estaba fija en él.

- Empujado, ¿cómo? -siguió Geraden-. ¿Qué tipo d

oborno o amenaza podría obligarle a hacer algo así? ¿Quosa de valor podía ofrecerle Eremis…, o arrebatarle? -Hiz

de nuevo una mueca. Se preparó comida también para éero no comió-. Su familia. ¿Qué otra cosa? Eremis tiene quener un espejo que le da acceso al Care de Domne…,

Houseldon. Puede enviar a esos insectos aquí…, o criaturade pelo rojo y demasiados brazos…, o incluso a Gart. Debimenazar a Nyle con hacer algo así.

Una punzada de dolor atravesó el corazón de Terisa, asi estuvo a punto de dejar caer su comida; le miró a travé

de la sombra.

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- Entonces, aún están en peligro. Tu casa, toda tamilia…, puede atacarla en cualquier moment

Especialmente ahora…, ahora que yo he escapado de él.»Sabe dónde estás. -Ella misma se lo había dicho

Eremis.Geraden alzó bruscamente la cabeza.- Puede sospechar que estás aquí -se apresuró a dec

lla-. Vio aquel espejo cambiar…, el día que intentaste halluna forma de devolverme a casa. El Maestro Gilbur vio que yo estaba haciendo. ¿Cómo pueden protegerse? ¿Qustán haciendo para protegerse?

Él se enfrentó directamente a su alarma. El abatimienveló sus ojos, pero su voz era hierro.

- Todo lo que pueden.Su tono frenó algo el pánico de ella. Estaba aú

sustada, sin embargo, y había tantas cosas que tenía qudecir que podían hacerle daño. Intentando tragar svergüenza, murmuró:

- Sabe realmente dónde estás . Lo siento…, es culpa míunca te dije… -La mirada de él le hacía difícil hablar, per

e obligó a ello-. Aquel día intentaste devolverme a mpartamento. Cuando me trasladaste en tu espejo. Nunca mreguntaste dónde fui. No fui al campeón…, pero no f

ampoco a mi apartamento. Vine aquí. -Tuvo la sensacióomo si estuviera confesando una infidelidad esencial

unca te lo dije, pero s í se lo dije a él.

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Manteniéndose firme y neutral, él preguntó:- ¿Por qué?Pese a su contención, acababa de poner el dedo en

laga. Ella podía inventar excusas. Me hipnotizó. Fue

rimer hombre al que conocí que realmente me deseaba. PerGeraden se merecía algo mejor que aquello. Y ella eresponsable por lo que había ocurrido. Nadie más.

- Me equivoqué -dijo-. Pensé que le deseaba.Geraden guardó silencio hasta que ella alzó la vista d

nuevo hacia él. Aún seguía siendo incapaz de leer sxpresión, pero no parecía furioso. Su voz sólo sonó trisuando murmuró:

- Me hubiera gustado que me dijeras que el espejo no había llevado al campeón. Lo hubiera pasado mejor de lo quo he pasado esperándote aquí. Hubiera tenido menos

mpresión de que lo estaba estropeando todo.Ella sintió el dolor de que él no expresara má

gudamente lo que había en su interior. En un esfuerzo poustificarse, de algún modo, ofreció:

- Pero Nyle todavía sigue vivo. Estoy segura de ell

Ere-mis lo admitió.Tan coherentemente como pudo, describió lo que lehabía ocurrido al médico y a los guardias que habían siddejados con el supuesto cadáver de Nyle. El pensamiento dus cuerpos devorados estrujó sus entrañas; se obligó

oncentrarse en su razonamiento.

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Geraden escuchó sin mostrar ninguna reacción. Estabdemasiado tenso para reaccionar. Cuando ella huberminado, dijo con aire ausente:

- Pobre Nyle. En estos momentos probablemente es

deseando hallarse realmente muerto. Ser usado así tiene quer horrible para él. Mientras Eremis lo tenga en su podeuede sufrir daño de nuevo. Puede ser usado otra vez cont

nosotros.»Es culpa mía, por supuesto. Si yo no le hubier

mpedido ir al Perdón…, si no hubiera intentado tomdecisiones por él, nunca se hubiera visto vulnerable a est

o hubiera estado en las mazmorras, donde Eremis podcharle la mano encima. -Geraden suspiró como si culparseí mismo fuera uno de los elementos que lo hacían fuerteo sé cuánto de todo esto podrá resistir.

Tenía que ser horrible. Eso era cierto. Terisa conocía lensación. Ella misma había ido tan lejos en ello que nermitiría ser usada de nuevo contra la gente que

mportaba.Suavemente, preguntó:

- ¿Qué vas a hacer cuando intentes luchar contra él, y diga que te rindas o matará a Nyle?Inesperadamente, Geraden bufó de nuevo. Si no hubie

stado tan furioso, quizá se hubiera echado a reír.- No voy a luchar contra él.

¿Que no vas a hacer qué? Terisa le miró a través de

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ombra como si él la hubiera golpeado. ¿No iba a luchontra él? El mundo estaba lleno de diferentes tipos d

dolor, formas de hacer y recibir daño…, más de las que elhabía llegado nunca a imaginar. La desgarradora sensació

que sintió ahora era nueva para ella. No voy a luchar contl. Sólo por un segundo, su propia furia empezó a llamear, deseó arrojarla sobre él.

Él, sin embargo, no había apartado su vista de ella. Lmiraba de frente como una dura pared; cualquier cosa que rrojara simplemente rebotaría en él y caería al suelo. Ta

duramente había sido herido; parecía ver las fuentes de sdolor como si la penumbra estuviera llena de ellas. Habido golpeado por la desesperación que le había obligadorasladarse fuera de Orison sin claras esperanzas de sapaz de regresar alguna vez…, o de controlar adonde iba.

or todas las implicaciones de lo que había descubiercerca del Maestro Eremis. Por el hecho de que nadie e

Orison confiaba en él o lo valoraba lo suficiente como pareer en él…, ninguno de los Maestros, ni el Castellan

Lebbick, ni siquiera el Rey Joyse.

Por la amenaza a su hogar.Y todo lo demás que había intentado hacer con su vidhabía fracasado. Incluso era el responsable del apuro en que hallaba Nyle. ¿Cómo podía sentirse furiosa contra hora? ¿Qué le daba derecho a ello?

Tuvo que tragar la densa sensación de pesar en s

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arganta antes de ser capaz de hablar.- ¿Qué vas a hacer?La quietud de ella pareció relajarle un poco. Su postu

e volvió marginalmente menos rígida; sus rasgos s

elajaron un poco. Con un débil eco de su anterior humodijo:- Lo primero escuchar lo que te ha ocurrido a ti. Lueg

voy a llevarte a Houseldon para que te proporcionen unlusa decente.

Involuntariamente, ella hizo una mueca.- Ya sabes que no es eso lo que quiero decir.- De acuerdo. -El hierro volvió a su voz-. Voy a hacer u

spejo. Cualquier espejo, no importa, mientras sea uficientemente grande…, mientras no sea plano. Ahora so

un Imagero. Sé cómo hacerlo. Siempre lo hice mal ante

orque estaba haciendo lo equivocado, intentaba utilizar mmi talento. Ahora tengo las ideas más claras.

»Voy a hacer un espejo. Y voy a matar a cualquier hijde puta que aparezca por aquí e intente hacerle daño a mamilia.

Terisa contuvo el aliento para mantenersompletamente inmóvil.Él se encogió rígidamente de hombros.- ¿Es eso lo que deseabas oír?Oh, Geraden.

 No sabía qué hacer por él…, pero tenía que hacer alg

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o podía soportar verle así. Necesitaba una forma mejor dnfrentarse a lo que le habían hecho.

Esa realización le dio las fuerzas necesarias pampezar a hablar.

- Me has preguntado qué me ocurrió. Creo que sermejor que te lo cuente.Fue más fácil de lo que había esperado: fue capaz d

iberarlo casi todo. A un nivel práctico, ejerció una discretensura sobre la información de que tanto el Tor com

Artagel le habían pedido que lo traicionara. Él no necesitabmás de aquel tipo de dolor. Y, emocionalmente, pudo hablaomo si la furia del Castellano y su propio terror no

hubieran alcanzado. En cualquier caso, no tenía un lenguaara esas cosas…, o para la forma en que esas cosas

habían cambiado. En vez de ello, se concentró en el Maestr

Eremis.- Los tiene a todos engañados, Geraden -dijo, despué

de describir su permanencia en las mazmorras, las visitas dCastellano y Eremis y el Maestro Quillón, su huida coQuillón…, después de contarle lo de Gilbur y Havelock, y

muerte de Quillón-. Lo que hizo con Nyle es sólo un ejemplEse médico, Underwell, está muerto, y todo el mundo piensque tú eres un carnicero, y la única persona en Orison qu

arece inocente es el Maestro Eremis. Se está convirtiendn un héroe volviendo a llenar el depósito de agua…, per

s sólo una excusa, sólo lo hace para poder ir libremente d

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un lado para otro mientras todo el mundo piensa que escupado allá arriba. Está coaligado con Gart y Cadwal, ólo espera a que sus planes estén maduros.

 Política, mi dama. Si tiene éxito, yo tengo éxit

ambién. Si fracasa, yo sigo para proseguir mis objetivoor otros medios. Pese a su determinación de mostrarsdistanciada, el recuerdo la hizo es tremecer.

- Va a accionar algún tipo de terrible trampa, y nadabe que es él quien está detrás de todo. El Maestro Quillós mi único testigo, y está muerto. Puesto que el Castellan

me vio con el Maestro Gilbur, piensa que yo maté a QuillónSu propia furia se acumuló mientras hablaba; estab

lena de ultraje acumulado. No deseaba aplicar ningunresión sobre Geraden, deseaba persuadirle. Perimplemente, no podía pensar en Eremis sin echarse

emblar.- Geraden, va a destruirlos a todos, y ellos ni siquie

aben que es él. Lo que está intentando hacer el Rey Joyss una locura, pero además es inútil si nadie sabe quién eu enemigo. Todo por lo que ha luchado, todo lo que h

onseguido, Mordant y la Cofradía, todos sus ideales…odo lo que te hace amarle-, Eremis va a destruirlo todo.Fuera de la sombra de las montañas, Geraden hizo u

esto cortante, indicando que callara. Su rostro parecía diedra.

- «Eremis va a destruirlo todo». Por supuesto. Y t

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quieres que yo lo detenga. Crees que puedo hacer algo padetenerlo.

Ella se afirmó en sí misma, se obligó a habluavemente.

- Alguien tiene que advertirles -dijo-. De otro modo, nvan a tener ninguna oportunidad.¿Qué había del augurio? ¿Y la necesidad de Mordant?Bruscamente, él se puso en pie. Por un momento s

lejó de ella, como si nunca tuviera intención de volveuego se giró secamente y regresó a su lado para mirarijamente sobre la nueva hierba y la comida olvidada.

- Quieres que les advierta -jadeó-. ¿Crees que no hensado en ello? Hablar es fácil. ¿Sabes lo lejos que es

Orison de aquí? ¿Sabes el tiempo que me llevaría llegar hasllí? El asedio ya ha empezado. Cadwal se halla en camin

Todo lo que él desea destruir estará en ruinas antes de quyo haya recorrido la mitad del camino. Llegaré como un buehico, jadeante y desesperado, deseando algo que salvar, l simplemente se me reirá a la cara.

»É1 simplemente se me reirá a la cara.

«Terisa -se estaba controlando con un visible esfuerzefrenando el deseo de gritarle-, estoy muy, muy cansado dque se me rían a la cara.

Todo dentro de ella le dolía mientras le miraba; la hacentirse tan triste que su furia se desvaneció, al meno

emporalmente. No sabía qué decir. ¿Qué podía haber dicho

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Comprendía; por supuesto que comprendía. Había sidderrotado, y estaba intentando aceptarlo. Pero el que elomprendiera o no comprendiera no cambiaba nada. No yudaba en nada…, ni a él ni a Mordant. Sin embargo, ten

que proporcionarle algo. Si no lo hacía, iba a echarse a llorde nuevo.Suavemente, reprimiendo su infelicidad, preguntó:- ¿Qué es lo que quieres que haga?Él había considerado también aquello.- Eres una archi-Imagera -dijo rápidamente-. Com

Vagel. Acabas de demostrarlo. Puedes pasar a través de uspejo sin cambiar de mundos. Y sin perder la razón. Perres más que eso también. Puedes cambiar las propiamágenes. Puedes hacer lo mismo con un espejo plano quo que yo hago con un espejo normal. Juntos, somos dos d

as personas más poderosas de todo Mordant. Todo lo qunecesitamos es práctica. Y espejos. Quiero que te quedequí y me ayudes a defender la única cosa que me queda poa que vale la pena luchar.

Con el mismo tono, ella preguntó:

- ¿Tienes algún espejo?- No, todavía no. Tenemos algo de equipo y tintes qumi padre confiscó a algún Imagero de poca monta allá en lo

rimeros días de la paz de Mordant, pero nunca lo hemoutilizado.

«Estaba preocupado mientras tú permanecías allá e

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Orison, donde Eremis podía atacarte…, o hacer presióobre ti para atacarme a mí. Pero, después de lo que acaba

de decirme, no creo que necesitemos apresurarnos. En estomomentos no somos ninguna amenaza para él. H

onseguido echarnos de Orison, y sigue pareciendnocente. No podemos hacerle ningún daño desde aqdonde estamos. Y él tiene un montón de otras cosas en smente. Tiene que preparar esa trampa suya…, sea la que seCreo que nos dejará tranquilos hasta que haya acabado coOrison. No se preocupará en solucionar unos problemamenores como nosotros hasta después.

Terisa suspiró suavemente.- Somos «dos de las personas más poderosas de tod

Mordant», pero únicamente somos un «problema menor».- Todo lo que necesitamos es práctica -repitió él, com

i aquello tuviera que tranquilizarla-. Cuando acuda nosotros, estaremos preparados para recibirle. Si intenocar Domne, le arrancaremos la mano a partir de la muñeca

Y, tras una pausa, terminó, como un hombre afirmandun artículo de fe:

- No hay ninguna otra cosa que podamos hacer.Quizá fuera cierto…, ella no lo sabía. Había ido tan lejoomo podía hasta el momento. Él suponía que podrían haco que deseaba: eso era suficiente. Le proporcionaría tiempara pensar. Tiempo para descansar .  Necesitab

desesperadamente descansar. Con todo aún por resolve

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lzó la vista hacia él y dijo:- Hablando de Domne, creo que deberías llevarme

Houseldon. Me gustaría conocer a tu familia. No pudo estar segura a la suave luz, pero tuvo

mpresión de verle casi sonreír.Por alguna razón, sin embargo, la aquiescencia de ella a idea de regresar a casa- no mejoraron su humor. Si sonrio hizo de una forma que negaba la risa. Su amargura pod

haberse difuminado un poco, pero el hosco humor que eemplazó era igualmente duro hierro.

Con una recia precisión completamente contraria a nsiosa actitud propensa a los accidentes que elecordaba, empaquetó sus pertrechos, luego hizo beber a loaballos y los ensilló.

- Toma la yegua baya -dijo, señalando una de la

monturas-. Quiss la ha entrenado para llevar mujerembarazadas. La propia Quiss ha estado embarazada u

montón de veces. Creo que Tholden quiere que tenga siehijos también. -Su tono parecía más gentil cuando hablabde esas cosas, pero esa impresión podía ser creada por l

que decía antes que por la forma en que lo decía-. Pero hashora sólo ha tenido cinco, y dos de ellos son hembras.El aire era más cálido ahora; sin embargo, Teris

mantuvo la manta por encima de sus hombros mientras subla yegua baya. Aquélla era su segunda experiencia con u

aballo, y la silla parecía peligrosamente alta. Era dificultos

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mantener la manta cerrada…, pero no tan dificultoso commantener cerrada su desgarrada blusa. Lo último qudeseaba en un momento como aquél era entrar cabalgandn Houseldon con el pecho al aire.

Cuando estuvo sentada en la silla, él ajustó sus riendaLuego subió a su propia montura, un appaloosa con unxpresión de inofensiva locura en sus ojos, y abrió camino.

La colina descendía suavemente desde el Puño Cerraddurante un cierto trecho, luego se volvía irregular, como unamisa arrugada. Incluso a la sombra de las montañas, la lura lo suficientemente intensa ahora como para que pudier

ver las flores silvestres que crecían entre la hierba; pero ne dio cuenta de lo brillantes que eran -mucho más brillante

de como las recordaba- hasta que ella y Geraden penetraroajo el sol directo. El color parecía es tallar de la hierba mira

donde mirara: azul y lavanda; malva; amarillo manchado conaranja; el intenso, intenso rojo de las amapolas. Habrboles en las laderas también, pero la mayoría de ellorecían en los pliegues del terreno, a lo largo del rí

Montañas aún con nieves en ellas se alineaban al norte y

ste, así como al sur, de ellos, de modo que ella y Geradearecían cabalgar por entre sus tendidos brazos. Tan lejoomo podía ver hacia el nordeste, sin embargo, hacia el Ca

de Domne, las colinas estaban principalmente cubiertas puna gran extensión de hierba y flores silvestres.

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Geraden tenía razón: la yegua baya era fácil de montau paso instilaba confianza. Él y Terisa estuvieron prontntre las bajas colinas, y ella empezó a sentirse lo bastanegura como para iniciar un trote corto. Todo el conjunto d

ensaciones -la yegua, el sol de la mañana, la presencia dGeraden a su lado- era mucho más agradable que la vez eque había cabalgado con él y Argus, y no pudo reprimir unonrisa.

- Sí -le oyó murmurar a él, como si respondiera a unregunta-. El Care de Domne es hermoso. Siempre e

hermoso, no importa lo que le ocurra…, a él o a Mordant. Nmporta quién viva o muera, no importa lo que cambi

Algunas cosas… -Miró a su alrededor, en un esfuerzo pobarcarlo todo a la vez-. Algunas cosas permanecen.

Permaneció pensativo unos instantes, luego dijo:

- Quizá sea por eso que el Domne nunca se ha mostraddispuesto a luchar. Y por lo que el Rey Joyse le siguqueriendo pese a todo.

- No lo entiendo.Geraden se encogió de hombros.

- En cierto modo, mi padre e s el Care de Domne. Nnecesita luchar por las cosas que más valora, porque nueden ser dañadas.

Terisa se concentró en su silla mientras los caballoeguían trotando subiendo una ladera algo empinad

Después de aquello, el terreno parecía haber sido alisado p

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a mano del sol. No era llano, pero las laderas eran largas ómodas, y la hierba parecía brotar por todas partes hasta

horizonte.Ella probablemente debería estar pensando en s

xtraño talento para la Imagería. Tras todo número dnegativas, había descubierto que su talento era reaSeguramente esto cambiaba su situación, suesponsabilidades. Pero no tenía la sensación de qu

hubiera cambiado nada. Ya había elegido sus lealtades en lucha por Mordant, se había comprometido. Y, sin espejosno había nada que ella pudiera hacer para explorar o definus habilidades…, fueran las que fuesen realmente.

Por el momento, no estaba interesada en ella mismEstaba interesada en Geraden.

- Hablame de tu familia -sugirió-. Me has hablado de el

ntes, pero parece como si hiciera mucho tiempo. Mustaría saber a quién voy a conocer.

- Bueno, no vas a conocer a Wester -respondió con airusente Geraden, como si su familia no tuviera nada que von lo que estaba pensando-. Está fuera, haciendo el circuit

de las granjas. Quizá sea mejor así. Es un hombre apuestLas mujeres no dejan de enamorarse de él. Pero romperá torazón. Lo único que le preocupa es la lana. Si la lana fueristal, sería el mejor Imagero del mundo. No estamoeguros de que sepa que existen las mujeres.

»Tholden es el mayor, por supuesto. Es el heredero…

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erá el Domne cuando nuestro padre muera, y se toma sunto muy en serio. Desea ser el Care de la misma form

que lo es ahora nuestro padre. Y es bueno en ello. Pero serímejor si confiara más en sí mismo y se relajara un poco.

»É1 y el Domne pueden ser muy divertidos a veces. Eun fertilizador compulsivo…, desea que todo crezcocamente. Así que va arriba y abajo paleando estiércol ualquier cosa que tenga un sistema de raíces. Y mi padre ligue con una sierra de podar, murmurando acerca d

desperdicios y cortando todo lo que Tholden acaba dnimar a que crezca.

Terisa vio en la distancia un rebaño de ovejadesparramándose suavemente como una mancha de espumobre el verde mar de la hierba. Dos perros pequeños y uastor mantenían unido el rebaño sin demasiada dificulta

l día era tranquilo, y los animales parecían plácidoGeraden y el pastor se saludaron, pero ninguno de los doorrió el riesgo de sobresaltar al rebaño con un grito.

- Las ovejas están siempre fuera -comentó GeradenPodríamos llevarlas a Houseldon, pero, ¿de qué serviría eso

Probablemente están más seguras cuanto más lejos de allí shallen.Cabalgó en silencio durante un rato antes de volver a

regunta de ella.- De todos modos, conocerás a la esposa de Tholde

Quiss . Y a sus hijos . Ella intentará que te sientas cómoda e

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Houseldon, o morirá en el empeño.»Minick es el segundo hijo. También está casado, per

robablemente no verás a su esposa. Apenas abandona asa. Es una lástima…, me gusta ella. Pero es tan tímida qu

e marcha corriendo apenas le sonríes un poco. Una verruinó su mejor vestido haciendo reverencias al Domne emedio de un charco de barro.

«También me gusta Minick, pero es un poco apagadEs el único hombre que conozco que piensa que esquil

vejas es divertido. Él y su esposa son perfectos el uno pal otro.

»Eso deja a Stead, el bribón de la familia. En estomomentos está en la cama con una clavícula rota y variaostillas astilladas. No podía quitarle sus manos de encim

de la esposa de un hojalatero ambulante, y el hojalater

xpresó su desaprobación con el mango de una horca.»Lo más extraño es que Stead es un buen chico. Traba

duro. Es generoso. Cada día es un nuevo trabajSimplemente adora a las mujeres…, y no puede imaginar pqué todos los hombres no hacen el amor constantemen

on todas las mujeres. Las mujeres son demasiado preciosaara pertenecer a nadie en particular. ¿Por qué deberían lohombres es tar celosos de él?

«Aparte esto, sólo unas trescientas personas viven eHouseldon. Es la sede del Domne. Todo lo que sirve com

obierno en este Care está ahí. En cualquier otro luga

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Houseldon sería simplemente un pueblo más, pero eDomne es el mercado y la contaduría y el tribunal de justici

«También es el campamento militar. El Domne mantieneis arqueros entrenados, principalmente por si algún oso

una manada de lobos baja de las montañas y empeza a ataclas ovejas. Pero su trabajo es también hacer cosas comescatar a Stead de ese hojalatero, o calmar a la gente que s

muestra beligerante cuando ha bebido demasiada cervezEn las raras ocas iones en las que el Domne decide que tienque multar a alguien por algo, ellos se encargan de cobrar anción.

»Eso es lo que tenemos para defendernos -concluyGera-den, como si aquella fuera la pregunta que Terisa había hecho-. Seis arqueros, más los granjeros con horcas os pastores con cayados…, tantos como Wester pued

eclutar.»Es por eso que Houseldon nos necesita.La forma en que derivaba de su tema la inquiet

Siempre le había gustado oírle hablar de su familia. A vecel contraste con su propia familia la había entristecido; ho

ra un placer. Ansiaba ya conocer a su padre y hermanoo estaba preparada para empezar a pensar de nuevo en loroblemas que la habían conducido hasta allí.

Y lo que él sugería no sonaba bien, procedente de éRenunciar a todo a lo que había aspirado siempre para n

hacer más que luchar por su hogar: eso no sonaba propio d

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l. Como Artagel y Nyle en sus distintos aspectos, él nunchabía sido capaz de permanecer en casa. Sentía demasiadnquietud hacia el resto del mundo, demasiado sentido de osibilidad: no podía contentarse con Domne. Terisa nunc

había dudado de su amor hacia Houseldon y el Care, hacu padre y hermanos. Pero tenía la intensa sensación de qura el hombre equivocado para el trabajo que había elegid

Lo había elegido tanto por amargura como por amor: nncajaba en él.

Vio otro rebaño de ovejas. Luego el terreno se hizo mánivelado; aparecieron campos, regados por zanjas abiertadesde el río y estriados con los delicados brotes verdes dmaíz nuevo; los caballos llegaron a un camino. Ella Geraden eran las únicas personas en él, pero eso nepresentó ninguna sorpresa para Terisa. Todo el mund

xcepto los pastores estaba probablemente atareadoreparando la defensa de Houseldon.

Entonces vio el propio Houseldon allá delante.Había olvidado que Geraden lo había llamado un

mpalizada.

El pueblo en sí estaba rodeado por una valla de mademás alta que ella; desde el lomo de su caballo, apenaonseguía ver las techumbres de paja de las casas poncima de la empalizada. Los maderos habían sido clavadol suelo y luego unidos entre sí con lianas de algún tip

Para ella, la idea de una empalizada no sonaba como alg

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specialmente impresionante; había crecido en medio demento y el acero. Pero cuando vio realmente aquel mur

de madera, pensó que pare-| cía notablemente recio. Unoimples hombres a caballo no conseguirían franquearlo. La

riaturas de pelaje rojo armadas con cimitarras y odio nonseguirían franquearlo. Necesitaría! una catapulta o uriete.

O fuego.Pensando en el fuego, apretó la manta en torno a su

hombros y se estremeció.La puerta, una enorme plancha de maderos reforzad

on tiras de hierro, estaba abierta. Los hombres que ustodiaba] saludaron a Geraden de una forma que suger

que sabían dónde había ido, y por qué. Houseldon no era uugar para l| gente amante de los secretos.

Mientras él y Terisa cruzaban la puerta, Geraderegunto, a los guardias:

- ¿Dónde está el Domne?Uno de ellos se encogió de hombros.- En casa, supongo. Con esa pierna, no va por ahí ta

ácilmente como acostumbraba a hacerlo.Terisa sintió deseos de preguntar qué le ocurría Domne en la pierna, pero estaba demasiado ocupadmirando a su alrededor. La calle de tierra batida era poco máque un sendero; sin embargo, servía como vía pública tant

ara los carros y el ganado como para las personas. Si

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alle hubiera estado llena de gente, ella y Geraden hubieraenido problemas en transitar por ella. Esta mañana, smbargo, ellos eran los causantes de la mayor parte dráfico existente: gente que había salido a ver a Geraden…

ella.En contraste con el sendero, las cuadradas fachadas dos edificios a ambos lados eran sustanciales: sólidamenrigidas, y amplias. Tenían cimientos de piedra, profundoorches, ventanas cubiertas con aceitadas pieles de ovej

A partir de las bastas maderas y el barro, los habitantes dHouseldon habían construido hogares diseñados padurar; y la paja característica de los techos había sidutilizada al parecer porque era práctica: fresca en veranálida en invierno, fácil de reemplazar, antes que porquuera barata. En ese sentido, las casas eran como la gent

que iba vestida en general con telas resistentes de corencillo, pensadas para durar.

Los espectadores miraron a Geraden y estudiaron Terisa con franca curiosidad. Un espíritu atrevido -no pudver quién era- exclamó inesperadamente:

- Parece que has hecho una buena elección, Geraden.Pero Geraden no reaccionó.Realmente, no necesitaba defenderse. Varias voce

murmuraron imprecaciones dirigidas al espíritu atrevido, un viejo dijo claramente:

- Conten tu lengua, cachorro. Si tú tuvieras su

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roblemas, ya te habrías ahogado en el Broadwine.Sólo por un segundo, la melancolía en el fondo de

xpresión de Geraden pareció despejarse y sus ojos brillaroun poco.

Terisa se sintió abrumada al darse cuenta de que suropias mejillas enrojecían.Durante varios minutos, condujo su caballo más allá d

un cierto número de calles y callejuelas transversales…, mállá de lavaderos públicos, uno o dos graneros, una tiend

que vendía comida y utensilios, al menos seis comercios qurataban con lanas y pieles de oveja, y una tabernndiscutible por el enorme cartelón encima de la puerta qununciaba sucintamente: taberna. Luego, sin advertencrevia, Geraden se detuvo delante de una casa y bajó de s

montura.

Aquel edificio era algo más grande que sus vecinoAparte su tamaño, sin embargo, el único rasgo que distinguía era la lisa bandera marrón y bermeja que sgitaba al extremo de un palo que brotaba de su techo daja. Geraden ató las riendas de su caballo en la barandil

del porche, luego se volvió hacia Terisa para ayudarla ajar, murmurando:- Es aquí.Había una mujer en el porche. Una cuerda iba de u

xtremo del porche al otro, y de ella colgaba una gra

lfombra, tejida de una forma sencilla con largos mechone

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de lana. La mujer sujetaba un corto mayal en una mano, y ire a su alrededor estaba lleno de flotante polvo: al parec

había estado sacudiendo la alfombra. Terisa se sintinmediatamente impresionada por su sedoso pelo color ma

y sus ojos azul cielo, por el enrojecimiento del ejercicio eus mejillas y la fuerza de sus manos. Tenía el pecho de unMadre Tierra y los hombros de un picapedrero, y se llevó lamanos a las caderas para saludar a Geraden como si aún nstuviera completamente preparada para dejarle entrar en asa.

Una niña apenas un poco mayor que un bebé gateanmiró desde detrás de sus faldas, luego se ocultó de nuevo.

- Has tardado mucho -dijo la mujer, con una voz quontradecía directamente la severidad de sus modales-. Papstaba preocupado.

- Quiss -respondió él, como un hombre que ha olvidadomo reír y no desea ponerse furioso-, ésta es Terisa. Dam

Terisa de Morgan. Es una archi-Imagera. -Parecía temer quQuiss no se tomara a su compañera lo suficientemente eerio-. Después de Vagel, es la más poderosa Imagera d

odo el país.Quiss alzó sus azules ojos al rostro de Terisa. Nonrió, pero su mirada era tan amistosa como la luz del sonmediatamente, Terisa dejó de sentirse tímida.

- También tiene frío y está cansada, y probablement

hambrienta -pronunció Quiss-. Y no está acostumbrada a lo

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aballos. ¿A qué estás esperando? Llévala dentro.Terisa no pudo evitar sonreír.Geraden tendió su mano hacia ella. Sus ojos no dejaba

raslucir nada: eran demasiado hierro para verse mellado

or la actitud de Quiss. Terisa lo incluyó a él en su sonrisuego la perdió porque repentinamente empezó a añorar Geraden que hubiera reído feliz ante la esposa de TholdeCuando él no respondió, ni a su sonrisa ni a su tristeznspiró profundamente para reunir valor y dejó que yudara a bajar de la yegua baya.

Sus piernas empezaron a temblar tan pronto como suies se apoyaron en el suelo -una consecuencia de su pocamiliaridad a cabalgar-, pero después de dar uno o doasos el temblor disminuyó. Geraden tal vez deseara retiru mano, pero ella no le dio la oportunidad; se aferró a

mientras subía las escaleras al porche.Aún sin sonreír, Quiss sujetó inesperadamente a Teris

or los hombros y le dio un rápido abrazo y un beso en mejilla.

- Bienvenida, Terisa de Morgan -dijo-. No sé nad

especto a la Imagería…, pero conozco a Geraden. Ereienvenida aquí.Terisa no supo qué responder. Transcurrió u

ncómodo instante mientras buscaba una forma de explicar legre que se sentía de estar allí. Entonces la niña que s

scondía detrás de las faldas de Quiss rompió el silencio.

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- Mamá, la señora no huele bien.Quiss empezó a darse la vuelta.- No es «la señora», Ruesha. Es «la dama». Y ésa no e

orma de hablarle a una dama.

Geraden, sin embargo, fue más rápido.- ¡Maldita mocosa! -ladró-. Ven aquí. Voy a ponerte erasero tan rojo que no vas a poder sentarte en una semana

Chillando con una evidente falta de miedo, la niña echcorrer al interior de la casa. Geraden la siguió, haciend

esonar fuertemente sus botas en las tablas del suemientras fingía correr.

Esta vez Quiss sí sonrió, medio disculpándose, medomplacida.

- Ruesha dice lo que piensa, como demasiadas de suías -murmuró. Luego frunció humorísticamente la nariz

Pero tiene razón, ¿sabes? No hueles bien. Deben haberratado más bien mal después de que Geraden se fuera.

Terisa estaba sonriendo también; un pequeñascabeleo recorrió su corazón. Todavía había esperanzara Geraden. Quizá sólo por un segundo, se había vist

orprendido fuera de su derrota. Sonó incongruentemeneliz cuando respondió:- Me metieron en una mazmorra.Los ojos de Quiss adquirieron de nuevo su sobrieda

zul cielo.

- Una mazmorra que no habían limpiado desde hac

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décadas, al parecer. -La misma idea pareció disgustarla-. VeTe presentaré al Domne. Luego te acompañaré a que t

añes. Y te proporcionaré algo de ropa limpia. Esto le dará u padre la oportunidad de intentar hacer entrar un poco e

azón a Geraden.Con un fuerte brazo rodeando amistosamente lohombros de Terisa, Quiss la empujó al interior de la casa.

La habitación en la que entraron era tan oscura qupenas pudo ver. La única luz procedía de las brasas de himenea, las apenas translúcidas cortinas de la ventana, l reflejo de la luz del día a través de la puerta. Mientras sujos se adaptaban, sin embargo, empezaron a emergormas de la penumbra: un ventrudo hornillo de hierro ado de la chimenea, varias puertas a otras habitaciones, unmesa rectangular de madera lo suficientemente larga com

ara acomodar a diez o doce personas.En la cabecera de la mesa estaba sentado un hombr

on una pierna apoyada sobre un escabel.- ¿Has visto ya a Geraden, papá? -preguntó Quiss.- Pasó por aquí -retumbó una cálida voz-. Estab

demasiado atareado intentando atrapar a tu chica pequeñara hablarle a su simple padre. Pero ha vuelto de una soieza…, y ha traído con él a una mujer. Supongo que algueno ha ocurrido.

- Creo que sí -dijo vivamente Quiss-. Papá, ésta e

Terisa…, dama Terisa de Morgan. Tan pronto como le diga

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o bienvenida que es aquí, voy a llevarla a que se dé un bañy a proporcionarle algunas ropas y comida. Mientras tantoHizo una pausa significativa antes de añadir-: Ahora qulla es tá aquí, quizás él se tranquilice lo suficiente como pa

decirnos lo que está pasando.»Mi dama Terisa de Morgan, éste es el Domne.A través de la penumbra, Terisa vio que el Domne er

un hombre alto, tan delgado y encorvado como el mango dun hacha. Tenía el rostro de Geraden, y el de Artagel, y el d

yle, pero más reposado en algunos aspectos, como odos ellos no fueran más que copias atractivas pernexactas de él. El pelo que poblaba su cabeza era densero no llevaba barba. Las franjas plateadas en sus sieneran el único s igno evidente de su edad. Quizá debido a qua luz era débil, no parecía ser ni la mitad de viejo que el Re

oyse.La pierna apoyada sobre el escabel estaba envuelta e

vendajes. Tenía un par de muletas cerca, pero no hizningún intento de levantarse cuando Ouiss lo presentó. Evez de ello, dijo:

- Mi dama -con una voz tan cálida como un abrazo-, ereienvenida a Houseldon… y a mi casa. Si pudiéramorganizaríamos una fiesta en tu honor, una celebración. Per

me temo que estamos un poco atareados. Geraden parecreer que podemos ser atacados. Eso no ocurre cada día,

enemos que prepararnos.

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«Pero no te preocupes ahora por ello. Llevo deseandque traiga a casa con él a una mujer desde hace muchiempo. Ese es el beneficio de los hijos. Cuando se casan, ólo se enamoran, o simplemente flirtean un poco…, traen

asa con ellos a sus mujeres. Quiss es un buen ejemplo. lla fuera mi hija, y Tholden fuera el hijo de algún otro, elhubiera abandonado esta casa para ir con él, y nosotros nohubiéramos visto perdidos sin ella.

Ante aquello, Quiss bufó afectuosamente.- Hijos, ¿eh? ¿Es por eso por lo que tratas a Ruesh

omo si valiera el peso de sus tres hermanos en fino coñac?El Domne no se dignó reconocer la ironía. Observand

a dirección de la mirada de Terisa, explicó:- Un accidente de caza. Me temo que finalmente voy

ener que admitir que ya no soy joven. Ocasionalment

lgunos cerdos salvajes penetran en el Domne desde el Cade Termigan. No me importaría dejarlos vagar un poco poquí, pero desgraciadamente pueden pisotear todo uampo de maíz de la noche a la mañana, así que nos vemobligados a cazarlos. Esta vez, uno de mis hijos tuvo el m

entido de sugerir que yo me estaba haciendo ya demasiadviejo para salir a cazar cerdos salvajes. A decir verdadQuiss, fue Tholden. Naturalmente, insistí en dirig

ersonalmente la cacería.«Cuando el cerdo cargó, mi tres veces maldito caball

e asustó y me tiró al suelo. Entonces, finalmente, tuve qu

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dmitir que realmente se han acumulado unos cuantos añoobre mis hombros desde mi juventud. Simplemente no fui astante rápido como para impedir que el cerdo clavara suolmillos en mi pierna.

»Y, por desgracia, tarda en curar -suspiró-. Otro signde la edad.Casi de inmediato, Terisa descubrió que le gustaba

Dom-ne. La forma relajada en que hablaba la tranquilizaba, hacía sentir más bienvenida que cualquier elaboraddiscurso o festín; la hacía sentir en casa.

- Mi señor -dijo impulsivamente, porque no tenía otraalabras para expresar su gratitud-, me alegro de estar aquí.

- ¿Mi señor? -murmuró el Domne humorísticamenteEspero que no. La última vez que una mujer insistió elamarme «mi señor», tuve que casarme con ella pa

onseguir que dejara de llamarme así.Sonriendo, Terisa preguntó:- ¿Cómo debo de llamarte entonces?- Papá -respondió él sin vacilación-. Probablemente se

resuntuoso por mi parte, pero me gusta. Mis hijos s

niegan a hacerlo, por supuesto. Otro beneficio de lohijos…, me mantienen humilde. En nombre de mi dignidad. s que tengo alguna…, lo cual dudo, sentado aquí mediullido porque no fui capaz de apartarme del camino de uerdo. Pero el resto de mi familia no me llama de ningún otr

modo.

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- Papá -murmuró ella exper i mentalmente. Sonabgradable. Nunca había llamado a su propio padre d

ninguna otra forma excepto padre.- Gracias -dijo el Domne, como si ella le hubiera hech

un favor.- Vamos, Terisa. -Quiss apoyó de nuevo un brazo sobrus hombros-. Si te dejo seguir aquí, te tendrá habland

hasta la hora de comer. Es un «beneficio de los hijos» quno menciona nunca. Cuando eran pequeños, siempre teníalguno para escucharle. Le enseñaron malas costumbre

Cualquier hija con un poco de sentido común en su cabezhubiera actuado de otra forma.

El Domne asintió gravemente.- Hablaremos más tarde, Terisa, cuando hayas tenid

portunidad de descansar un poco.

»Si encuentras a Geraden -añadió a Quiss-, dile ququiero verle. Me niego a ser ignorado toda la mañanimplemente porque Ruesha quiere jugar.

- Sí, papá -respondió Quiss, en tono de suave y burlonquiescencia. Empujó a Terisa fuera de la habitación.

Casi inmediatamente encontraron a una sirvienta en asillo. Quiss le dio instrucciones de que trajera agualiente para un baño, luego fuera a buscar a Geraden para

Domne. La muchacha asintió, y Quiss y Terisa siguieron samino.

La casa era grande…, más grande de lo que Terisa hab

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maginado. Tras su amplia fachada delantera parecxtenderse hacia atrás por una distancia considerable. Mállá de la habitación donde se sentaba el Domne, la

ventanas estaban abiertas, dejando entrar la luz y el ai

rimaveral al pasillo, y descubrió que podía ver las vetas da pulida madera del suelo, las planchas bien encajadas das paredes. Allí se dio cuenta por sí misma de lo fuerte qura el olor de la mazmorra en ella…, se dio cuenta de elorque todo a su alrededor olía a jabón, cera y resina. Año

de lavar y pulir habían hecho brillar las planchas del suelombos lados del suelo del pasillo, y ese cálido reflejo parec

marcar el camino hacia delante como un sendero, una formde asegurar que una no iba a perderse.

Quiss la llevó más allá de una puerta que permanecigeramente entornada. Cuando pasaban por delante de ell

una voz quejumbrosa llamó:- ¡Quiss! ¡En nombre de la decencia! -El tono de

úplica era a la vez lúgubre y regocijado-. Me estomuriendo.

- Y a tiempo, además -murmuró Quiss sin detenerse…

ni dejar que lo hiciera Terisa.- ¿Quién era? -preguntó Terisa, sorprendida.Luego se sorprendió aún más cuando vio que todo

ostro de Quiss enrojecía.- Stead. Uno de los hijos que papá parece valorar tant

o ha tenido a ninguna mujer desde que un hojalatero

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artió la clavícula, y desea que me meta en la cama con éTan pronto como sepa que estás aquí, tendrá la misma ideontigo.

»Acepta mi consejo -siguió Quiss decorosamente-. N

engas nada que ver con él. Es el único de los hijos dDomne que no tiene ningún sentido. Personalmente, iquiera dejo que las sirvientas entren en su habitación. U

mozo y un esquilador se ocupan de él.Terisa hizo un esfuerzo por no reír.- ¿Qué piensa que puede hacer… con una clavícu

ota?Quiss se detuvo en el pasillo y clavó en Terisa toda

uerza de sus brillantes ojos azules. Suavemente, dijo:- No debes de tener mucha experiencia con los hombre

o es lo que piensa que puede hacer. Es lo que piensa qu

uedes hacer tú.Su expresión, sin embargo, sugería que no se estab

scuchando a sí misma…, que sus pensamientos habían idn una dirección distinta. Su actitud se había vuelto gravasi sombría; la perplejidad anudó sus cejas.

- Anteayer -murmuró-, ninguno de nosotros sabíamoque tú existieras. Entonces llegó Geraden surgido de la nadadeando fuego acerca de un posible ataque y al mismiempo actuando como si todo valor y esperanza hubieraido extraídos de su cuerpo. Dijo que había dejado atrás

una mujer que probablemente estuviera siendo torturad

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orque era amiga suya. Ahora que te veo, parecorprendente lo poco que nos dijo realmente de ti.

«Nunca mencionó que podías tener a cualquier hombque desearas.

Terisa mordió en sus labios el impulso de preguntar: ¿Eso realmente lo que crees? Deseaba creer que era hermosy la opinión de Quiss parecía tener un tremendo valor. Pera esposa de Tholden deseaba evidentemente obtenonfirmación, no darla. Deseaba creer que Geraden nufriría más daño. Deliberadamente, Terisa puso sureguntas a un lado.

- Me metieron en las mazmorras -dijo- porque no quisdecirles dónde estaba él. Él me rescató cuando mi vieja vidno iba a ninguna parte. Se arriesgó por mí un buen númerde veces. Incluso intentó luchar por mí en una ocasió

ontra el Monomach del Gran Rey. -Quiss se mostrmpresionada; pero Terisa no se detuvo-. Él es la única razóde que siga con vida…, la única razón de que esté aquAunque no me gustara tanto como me gusta, no podrentirme interesada por nadie más.

Ciertamente no Stead, que sonaba sospechosamenomo el Maestro Eremis.Eso era lo que Quiss deseaba oír. No sonrió -al parece

aras veces sonreía cuando se sentía feliz-, pero la calidez seflejó en toda ella.

- Entonces dejaré de preocuparme por él y te lo dejaré

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i. Si alguien puede sacarlo del lodazal en el que es tá metidres tú.

Bruscamente, empujó de nuevo a Terisa en dirección año.

Tres vueltas, dos puertas y otro largo pasillo laondujeron a un dormitorio con un camastro bajo y planque contrastaba extrañamente con el resto del mobiliario: lo

esados sillones y el recio lavamanos.- Ésta es la habitación de Artagel -explicó Quiss-. E

elativamente privada, pero puedo proporcionarte una cammás blanda si este camastro te resulta demasiado duro. Né cómo él puede dormir ahí. A veces pienso que eealmente tan duro como cree que es.

- Lo probaré y ya te diré algo -indicó Terisa. La cama eu antiguo apartamento tenía el colchón más duro que hab

odido encontrar.- La ventaja -siguió Quiss- es que dispones de tu prop

año -señaló hacia la otra puerta en la habitación-. ¿Por quno empiezas? Hay agua…, y el agua caliente tendría qulegar en cualquier momento. Iré a buscarte alguna ropa.

Terisa asintió agradecida. Tan pronto como la esposde Tholden se hubo marchado, cerró la puerta ddormitorio, se quitó las botas y se dirigió al baño.

 No había agua corriente -al parecer el Care de Domne nabía tanto de cañerías como Orison-, pero hab

analizaciones de arcilla en el suelo para llevarse el agua d

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año y los residuos. Lo cual explicaba, ahora que pensabn ello, por qué no había visto agua, sin mencionar aguaecales, en las cunetas de las calles de Houseldon: cloacaubterráneas. Pensar en aquello le hizo reírse suavemente d

í misma. El tiempo que llevaba en Orison, y el intento dElega en el depósito, le habían enseñado algunas extrañaecciones. La mujer que era antes jamás se hubiera fijado euberías o desagües o canalizaciones a menos que nuncionaran.

Como Quiss había dicho, sin embargo, había aguantidad de ella, en una gran cuba al lado de la bañera d

madera.En vez de llenar inmediatamente la bañera, sin embargoTerisa volvió al dormitorio, se sentó en el duro camastr

de Artagel, cerró los ojos, e intentó absorber el hecho d

que esta ba allí y a salvo; que finalmente había conseguidlegar a un lugar donde podía sentir el calor del sol en

madera de la pared al lado de la cama, y donde la gente a slrededor era impulsada por cosas sencillas como la familiaa amistad y la lana, en vez de por la traición, la ambición y

venganza.Permaneció sentada allí, empapándose de la paz de asa hasta que llegaron dos sirvientas con cuatro cubos dgua caliente entre las dos. Luego se concedió lo que areció e baño más lujoso que había tomado en toda s

vida.

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Algún tiempo más tarde, secó su enérgicamente frotaduerpo y su ahora lustroso pelo, vació la bañera, y se probas ropas que Quiss había dejado para ella.

La ropa interior era de lino fino; la blusa y la falda, d

ie de oveja no tejida, suave y delicada contra su piel, y smbargo notablemente resistente. La larga falda era ampln su dobladillo, y tenía dos aberturas hasta la rodil

delante atrás, de modo que podía ser utilizada para montaa blusa estaba decorada solamente con sus botones, quarecían pulidas piezas de obsidiana. Tanto la falda como lusa encajaban perfectamente con su botas de invierno.

Ahora todo lo que necesitaba eran unos pendienteque hicieran juego con los botones. Y un espejo, para podehacer algo con su pelo.

Por supuesto, no deseaba en realidad un espejo…, n

ara algo tan simple como la vanidad. Lo que realmendeseaba era una posibilidad de ver cuál era su aspecto, a fde poder empezar a creer en sí misma…, a creer que Geradee daría cuenta suficiente de su existencia, y se preocuparo bastante por lo que veía como para permitirle llegar has

l. Sacarlo del lodazal… No confiaba en ninguna de las conclusiones a las que

había llegado. Y no podía sorportar el verlo así.Cuando vino Quiss para llevarla de vuelta con

Domne, la siguió, a la vez vacilante y ansiosa, insegura de

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misma, y sin embargo segura de que valía la pena intenthacer lo que deseaba hacer.

- A papá le gusta comer temprano -explicó Quiss-, y nquiere admitir que está demasiado impaciente para aguard

mientras comes, así que pide que comas con él. Tambiéstá allí Tholden, y estoy segura de que desea hacerlgunas preguntas. Si no te importa.

Terisa no pudo pensar en una forma rápida de describo importante que el Domne y sus preocupaciones eran palla, así que respondió simplemente:

- No me importa.En la habitación delantera, la luz había sido mejorad

lzando las cortinas de la ventana y por el alterado ángudel sol. Dos hombres estaban sentados a la mesa, y mientraTerisa entraba en la habitación no tuvo ninguna dificulta

n ver que uno de ellos era el Domne… y que su compañerra tremendamente robusto.

- Ah, Terisa -dijo el Domne con su cálida y confortablvoz-, me alegro que te unas a nosotros. Quiero a alguien quomparta mi comida. Y Tholden se siente impaciente po

hablar contigo. -Hizo un gesto hacia el hombre robusto ñadió-: Terisa, éste es Tholden, mi hijo mayor. Otro de loeneficios de los hijos es que uno de ellos está destinadoer el hombre adecuado para heredar el lugar de su padr

Tholden es el hombre adecuado para eso.

»Lo cual es una suerte, porque -el Domne ri

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uavemente- él es el único de mis hijos que desea esponsabilidad.

Tholden permanecía de pie junto a su padre como uso; su hirsuto pelo casi rozaba las vigas del techo; s

arba era tan larga y enmarañada que hacía que su pechareciera más recio aún…, y su pecho ya era uficientemente recio como para crear la ilusión de que su

hombros eran redondos e inclinados. Cuando hizo una levnclinación de cabeza hacia ella, Terisa vio que sus manostaban llenas de callos: parecían más herramientas dardinero que manos normales.

También observó que tenía paja y algunas ramillanredadas en su barba. Involuntariamente, sonrió. Luegntentando recuperar sus modales, dijo:

- Me alegro de conocerte. Geraden habla mucho de ti.

Tholden sonrió…, una sonrisa que hizo alzarse su barbero no suavizó su expresión.

- Estoy seguro de que lo hace. -Su voz ernesperadamente aguda y gentil; sonaba como la de u

hombre que es incapaz de gritar-. Quiss y yo tuvimos

dudoso placer de criarle tras la muerte de nuestra madrProbablemente recuerde con agónicos detalles todas laalizas que se mereció.

Quiss fue al hornillo y empezó a servir la comidEducadamente, Terisa respondió:

- No, nada de eso, en absoluto. Tiene de ti una opinió

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más alta de la que crees. -Luego preguntó-: Por ciertdónde está?

- Estaba por aquí -dijo el Domne-. Estuvimos un rathablando…

- Luego lo envié a ayudar a Minick. -Tholden dejó cau sonrisa-. Minick está intentando explicarles a un montóde granjeros, pastores, comerciantes y sirvientes cómdeseamos que defiendan la empalizada. Es el hombre mámeticuloso de todo Houseldon, y ciertamente concienzud

ero puede ser un poco lento, y sus explicaciones tieneendencia a confundir a la gente. Geraden conseguirá más e

menos tiempo, aunque haya perdido su sentido del humor.Terisa miró al Domne, luego alzó la vista de nuevo

Tholden.- En otras palabras, deseáis hablar conmigo a solas.

El Domne empezó a reír para sí mismo.Desde el hornillo, Quiss dijo:- Os advertí que las sutilezas eran tiempo perdido co

lla. -Su tono dejó completamente claro que no se estabiendo de Terisa.

- Cállate, mujer. -Sin siquiera dirigir una mirada a ssposa, Tholden hizo girar el brazo y consiguió darle unalmada en las posaderas-. No seas impertinente. La

mujeres tienen que verse pero no oírse. Tanto como seosible.

En vez de responder, Quiss miró a Terisa e hizo girar lo

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jos en burlona desesperación.Terisa, sin embargo, no se sentía divertid

Manteniéndose inmóvil, preguntó con voz neutra:- ¿Qué ocurre? ¿No confiáis en mí?

Tholden abrió la boca como si acabara de recibir uolpe; el Domne le hizo gesto de que callara.- Terisa -dijo el viejo suavemente, y esta vez ella pud

ír los años en su voz-, vendería mi alma a una palabra dualquiera de mis hijos. Incluso Nyle, que parece hablvidado quién es. Pero este Geraden que llegó en tromba

Houseldon ayer, advirtiéndonos de una inminentdestrucción…, ¿quién es? No es el Geraden que nobandonó por Orison con más esperanza en su corazón qua que puede contener un cuerpo de carne y hueso. No eólo que se haya vuelto duro. Le conozco mejor que es

Terisa. Se ha vuelto cerrado. Habla de defender este lugomo si esa simple idea fuera algo terrible.

»Un cambio así -el Domne abrió las manos- puedignificar cualquier cosa.

- Y tú deseas que yo lo explique -dijo rígidament

Terisa.El señor y Tholden asintieron al unísono. Quisbservó en silencio desde el hornillo.

- Vendería mi alma por él ahora, si fuera necesario murmuró el Domne-, sin más que palabra de ti…, o de é

Pero preferiría comprender en qué estoy confiando.

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Sin ninguna advertencia previa, Terisa halló lo qudeseaba decir: No es culpa tuya. No es nada que tú hayahecho. Simplemente es que ha sido golpeado taduramente… Te falló, les falló a Artagel y a Nyle, les falló

Orison y al Rey Joyse…, y ahora, cuando ya es demasiadarde para que sirva de algo, descubre que es realmente umagero. Eso hubiera podido significar una diferencia. Pas

través de todos esos años de humillación, y ahora edemasiado tarde.

Pero las palabras se negaron a ser pronunciadas. No ella quien tenía que decirlas; era él. Podía notar en

habitación que ella era incapaz de explicarlo sin erigir umuro entre él y su familia…, un muro con la piedad a un lady la soledad al otro. Cuanto más supieran acerca de esdolor, más difícil sería para ellos enfrentarse a él, desafiarl

Ella misma estaba casi paralizada por el hecho de sabdemasiado. Si él no hablaba por sí mismo, nunca volveríaer completo de nuevo.

Así que dijo:- Lo siento. Eso es algo entre tú y él. Tendrá que ser

mismo quien te lo diga.Luego añadió:- Pero yo confío en él.Tholden tenía el ceño fruncido. Quiss se concentrab

n sus potes y bandejas, como si temiera lo que podía dec

i hablaba. Pero el Domne sonrió a Terisa con sol en su

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jos.Claramente, Tholden preguntó:- ¿Te consideras amiga suya?Casi sin interrumpir sus preparativos, Quiss clavó u

odo en las costillas de su esposo. Luego, ignorando shogado gruñido y su aguda mirada, alzó dos bandejalenas de comida y las llevó a la mesa.

- Siéntate, Terisa -dijo-. Come. -Colocó una bandejrente al Domne, la otra delante de la silla junto a Terisa-. e he puesto demasiado, no te preocupes por ello. Estocostumbrada a cocinar para este gran buey y los granjeroon los que tiene tratos.

Con una expresión blanda en su rostro, Quiss apartó illa y la sostuvo para Terisa.

En la bandeja, Terisa vio ñames fritos, pan de mold

verduras, algún tipo de carne cubierta con salsa, y lo quarecían manzanas fritas. Si comía toda aquello, sería incap

de moverse en dos días.- Lo siento -dijo Tholden. Con una mano como una pa

hizo un gesto hacia la silla-. Por favor, siéntate. Come.

Cuando Terisa siguió sin moverse, añadió:- No pretendo poner en duda tu integridaSimplemente, estoy asustado. No me gusta la forma en quha cambiado Geraden. No me gustan las noticias de Oriso

o me gusta lo que él dice que s ignifican. Houseldon nunc

ha sido muy bueno en defenderse.

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- Bastante bueno -contradijo suavemente el Domne.- Hasta ahora -contraatacó Tholden-. Pero no quiero v

la gente que he conocido y con la que he trabajado toda mvida muerta porque algo horrendo le ha ocurrido a Geraden

El Domne señaló la silla que Quiss seguía sosteniendo- Terisa, siéntate. No le he oído disculparse así desdhace veinte años. Si pasa otro minuto más, vas a herir suentimientos.

Terisa se sentó y dejó que Quiss ajustara la silla.Ahora era su turno.- Lo siento -dijo de nuevo-. Yo también estoy asustad

Y voy a tientas. Quiss dice que Geraden no os ha dichmucho acerca de mí. No os ha dicho que soy nueva en todsto. Nunca había estado en un lugar como éste. Nunca honocido a gente como vosotros. -Nunca he sid

mportante antes-. Y no estoy acostumbrada a tenenemigos.

»Quiero ayudar. Haré todo lo que pueda. Simplementno deseo hablar de cosas que os tendría que decir el propGeraden.

Tholden la estudió atentamente por un momento. Luegonrió…, una nueva sonrisa que iluminó todo su rostrBruscamente, apartó una silla fuera de su camino y se sentdelante de ella.

- Cuando hayas terminado de comer, pásame la bandej

Creo que me irá bien picar algo.

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Desde el hornillo, Quiss lanzó a Terisa una mirada drave regocijo azul cielo. Luego, secándose las manos en

delantal, se volvió al Domne.- Papá, he oído el rumor de que algunas de las mujere

e están dejando llevar por el pánico. No saben dóndcultar a sus hijas…, u ocultarse ellas mismas. Con ermiso, iré a intentar meter algo de sentido en sus cabezas

El Domne asintió.- Por supuesto.- Diles que vengan aquí si somos atacados -indic

Tholden-. Esta casa será nuestro último bastión, si todo demás va mal. Pondremos a las mujeres y a los niños en ótano de la cerveza, y el resto de nosotros lorotegeremos tanto como podamos.

Con una mano, Quiss situó un breve toque de afecto e

l hombro de su esposo. Hizo una inclinación de cabezhacia Terisa y abandonó la habitación y la casa.

Tranquilamente, como si todo fuera normal, el Domnomó su cuchillo y su tenedor y empezó a comer.

Terisa estaba moderadamente hambrienta, pero n

odía obligarse a comer todo lo que tenía delante. Aquelente estaba considerando seriamente la necesidad dcultar a sus mujeres y niños en el sótano de la cervez

mientras Houseldon era destruido. Mirando fijamente Tholden, dijo:

- Pregúntame algo. Déjame ayudar.

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Tholden la miró directamente a los ojos.- Cuando Geraden vino aquí ayer, creía que íbamos a s

tacados casi inmediatamente. Ahora dice que tenemoiempo para planear nuestra defensa. Desde que estás aqu

ree que el Maestro Eremis no tiene ninguna razón partacarnos de inmediato. ¿Qué piensas de ello?Sin vacilar, Terisa dijo:- Creo que está equivocado.El Domne enarcó una ceja. Preguntó, con la boca llen

de ñames:- ¿Por qué?- No creo que se dé cuenta de lo peligroso que él es. D

o peligroso que Erernis piensa que él es. Eremis llevrabajando intensamente desde hace mucho tiempo pampedirle que comprenda su propio talento. Y ha intentad

matarle. No creo que Eremis crea que está seguro hasta quGeraden esté muerto.

- Eso es especulación -murmuró Tholden.- No lo es. -Terisa habló con la confianza de una muj

que ha sido capaz de pensar mejor que el Castellan

Lebbick-. Eremis no puede saber qué es lo que sienGeraden. No puede saber que no hay espejos aquí. Ahorque Geraden sabe cuál es su talento, Eremis ha de temer stacado.

»Y eso no es todo. Geraden piensa que Eremi

ospondrá atacar Houseldon hasta que haya acabado co

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Orison. Pero lo último que estaba haciendo en Orison evolver a llenar su depósito de agua. Eso no suena como uhombre con una trampa lista para saltar. Suena como uhombre que desea ayudar a Orison a luchar contra

Príncipe Kragen hasta que Cadwal se halle en posición.»Si estoy en lo cierto, Eremis tiene tiempo de atacarnohora mismo.

»Y sabe que yo estoy aquí. -Tenía que decir aquellounque le resultaba difícil. El Domne y su hijo necesitabaaber la extensión del peligro que corrían-. El Maestro Gilb

vio cambiar el espejo. Sabe que yo también he descubiertmi talento. Sabe que puedo ir a cualquier parte de Mordan

de Cadwal, o de Alend, si es necesario, si tan sólo sé cus su aspecto. Si sólo sé cómo visualizarlo. Puedo aparecn sus aposentos cualquier noche cuando esté dormido

lavarlo a la cama.»No sólo le tiene miedo a Geraden. Me tiene miedo a m

ambién. Necesita tenerme miedo. Voy a hacer que me teng

miedo. De algún modo.

El Domne siguió comiendo sin ninguna evidenreocupación; pero Tholden observó a Terisa con crecientesar en su rostro. Cuando ella hubo terminado, murmuromo si nadie le estuviera escuchando:

- Mierda de oveja. No estoy acostumbrado a esta

osas. No soy Artagel…, nunca deseé ser soldado. ¿Qué s

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upone que debo hacer?El Domne dejó a un lado su tenedor y su cuchillo.- ¿Qué vas a hacer?Tholden hizo un gesto elocuente.

- Tú lo sabes bien. Wester está enviando a loranjeros y a sus familias hacia aquí tan rápido como puedhablar con ellos. Cada cuba y cada barril vacíos qu

odemos conseguir están siendo llenados con agua ituados en torno a la empalizada, en caso de fuego. Cad

horca y cada hoz y cada hacha de Houseldon están siendfiladas. -Lentamente, una mirada frenética asomó a sujos, y sus manos se anudaron sobre la mesa frente a éero mantuvo su voz firme-. Todas las banquetas estáiendo situadas en el interior de la empalizada, de modo quualquiera con un arco tenga un lugar desde donde dispara

Minick, y Geraden, espero, están trazando líneas de retiradntentan explicar a los hombres con arcos cómo retirarse…ómo utilizar las casas para cubrirse, cómo preparmboscadas.

»Pero, ¿de qué sirve todo es to contra la Imagería?

Escuchándole, Terisa comprendió cómo se sentía.El Domne, sin embargo, no parecía desanimado.- ¿Quién sabe? -dijo calmadamente-. Yo no. No pued

ver el futuro.«Pero sí puedo ver que tú eres el hombre adecuado pa

se trabajo. Ya has pensado en cosas que a mí nunca se m

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hubieran ocurrido. Y pensarás en más. Si Artagel estuvierquí, no hubiera podido defender mejor Houseldon.

Tholden no estaba convencido. Preguntó con uufido:

- ¿Es esto lo que llamas vender tu alma a una palabra duno de tus hijos?Ante aquello, el Domne se sentó erguido en su sill

us ojos llamearon.- Tholden, sé que te crees un hombre adulto, pero aú

no eres lo bastante viejo como para no ser castigado por talta de respeto. Quizá yo sólo sea tu padre, y medmpedido además, pero aún soy lo suficientemente hombomo para podar tus albaricoqueros a menos de uentímetro de sus vidas. Ten en cuenta e s o antes drriesgarte a hacerte el gracioso conmigo.

Involuntariamente, Tholden sonrió. Su barba murmurontra su pecho. Pese a todo, sus ojos siguieron llenos durbación, y su sonrisa no duró mucho tiempo. Demasiadreocupado para seguir sentado donde estaba, se levant

de la mesa.

- Discúlpame, Terisa -murmuró-. Me temo que tendráque acabarte tu comida sin mi ayuda. He perdido el apetito.Con el paso elástico de un hombre que es

costumbrado a agacharse al cruzar las puertas y con loechos bajos, abandonó la casa.

El Domne lo contempló marcharse y suspiró.

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- Tú no lo sabes, Terisa -comentó, una vez Tholdehubo desaparecido-, pero ésas son las palabras más tristeque nadie haya dicho en mi casa desde hace mucho tiemp

He perdido el apetito.» Espero que no tengas intención d

decirme lo mismo.Terisa estuvo tentada de decir: Sí. El montón de comidn su bandeja la atormentaba. El tamaño y las consecuencia

del peligro que ella y Geraden habían traído a Houseldon tormentaba. Sin embargo, la forma en que la miraba

Domne parecía tan cálida y amistosa, tan dispuesta a acepto que fuera que ella representaba, que cuando abrió la boca palabra que brotó fue:

- No.Él sonrió aprobadoramente mientras ella alzaba

enedor para probar el pan de molde y la salsa de Quiss.

Durante varios minutos, mientras ella comía un poco dodo de lo que había en la bandeja, él permaneció sentado eilencio, contemplando la luz del sol a través de la ventan

más próxima. Terisa tenía la impresión de que estabguardando a que ella terminara; pero no parecía impacient

De hecho, parecía completamente satisfecho con contempla calle y saludar amistosamente con la cabeza a cualquieque captara su mirada. Si la guerra avanzaba contHouseldon, no se reflejaba en el rostro del Domne. Geradehabía dicho de él: No necesita luchar por las cosas que má

alora, porque no pueden ser dañadas. Sin embargo, Teris

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no estaba segura de que esto fuera cierto. Pese a sxpresión satisfecha, creía que se preocupabrofundamente de muchas cosas que podían ser dañada

muy fácilmente.

Cuando dejó a un lado sus cubiertos para indicar quhabía terminado, él la miró unos instantes, luego volvió dnuevo sus ojos a la ventana. De una forma relajada, como stuviera continuando una conversación anterior, preguntó

- ¿Cuál fue tu impresión de Nyle?Su estómago se contrajo en torno a la comida qu

cababa de tragar. Cautelosamente, respondió con otrregunta:

- ¿Qué te dijo Geraden?La actitud del Domne desarmó su ansiedad.- Que tú crees que Nyle aún está vivo. Que ese Maestr

Eremis desea utilizarlo todavía contra nosotros. No es eso que deseo saber. ¿Qué piensas de él? ¿Cómo es?

Puesto que la respuesta era dolorosa, Terisa dijucintamente:

- Se siente miserable.

- Ah -suspiró el Domne, como si hubiera esperado emido a la vez su respuesta.Esta vez, Terisa se permitió decir:- No le culpo. Todo lo que creía que lo había metido e

roblemas: todo lo relativo al Rey Joyse y Orison y Elega

l Príncipe Kragen, era plausible. El Rey Joyse lo ha estad

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rabajando durante años, preparando las cosas para sraicionado. Nyle, simplemente, fue lo bastante desgraciadomo para caer en la trampa…, la misma trampa en que cay

Elega. Él creía lo que su Rey deseaba que creyera.

Ignorando la reputación del Domne como uno de lomigos más queridos del Rey, pros iguió:- En realidad, no es más que una víctima. Probablemen

Eremis nunca hubiera conseguido echar sus manos sobryle si Nyle no hubiera sido arrojado a las mazmorras s

nada hacia lo que dirigirse en busca de esperanza.Si algo de lo que decía ofendió al Domne, éste no l

demostró.- Familias -murmuró en voz muy baja-. So

nterminablemente interesantes. Elega y su padre. Geraden yle. A veces pienso que el destino del mundo depende d

ómo se siente la gente respecto a sus familias.»¿De qué tipo de familia procedes, Terisa? ¿Tiene

hermanas? ¿No seis hermanas, por casualidad?La idea era tan absurda que casi se echó a reír.- No, papá. Fui hija única.

La miró de nuevo, más agudamente esta vez.- ¿Quieres decir que después de ti tus padres fueroapaces de contener su entusiasmo hacia los hijos? ¿Ta

mala fuiste? ¿O fuiste tan buena que cualquier otro hijhubiera sido una decepción?

- No -respondió ella, tan sinceramente como le fu

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osible-. Yo fui un accidente. Estoy segura de que mi padrno tenía tiempo para los hijos. Y no deseaba que mi madruviera tiempo tampoco.

- ¿No tener tiempo? -Bruscamente, el Domne apartó s

ierna mala del escabel. Hizo una mueca, cambió la posiciódel escabel de modo que pudiera mirar a Terisa mádirectamente, luego volvió a colocar la pierna encimErguido, con los codos sobre la mesa, preguntó:

»¿Qué trabajo vital y exigente hacía tu padre, que nenía tiempo para los hijos?

Insegura del camino que había tomado la conversacióe incómoda porque siempre se sentía incómoda cuand

hablaba de sus padres-, Terisa respondió brevemente:- Hacía dinero.Era extraño cómo ella y el Domne estaban hablando d

u padre en pasado. Pero ella pensaba en él en pasadomo parte de algo que ya no era cierto.

- ¿Con qué finalidad? -quiso saber el Domne.Ella se encogió de hombros.- Para hacer más dinero. No creo que tuviera ningun

tra razón para ello. Lo hacía porque era lo que sabía hacmejor. -Pensó en conversaciones que había oído en omedor mientras ella permanecía sentada oculta en lascaleras, escuchando cuando sus padres creían que habdo a la cama-. El dinero era la mejor forma de consegu

osas que aún no había conseguido. Posición socia

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nfluencia política. -Entonces recordó algunos criados quu padre había contratado. Músculo-. Hacía dinero porqureía que si podías conseguir eso podían comprar todo

demás.

- Muy extraño -pronunció el Domne-. Hubiera tenidxito en Cadwal.»¿Y a qué se dedicaba tu madre mientras tu padre hac

dinero?Con una repentina vehemencia que la sobresaltó, Teris

dijo:- Creo que practicaba.- ¿Practicaba?- Ser ornamental. Para que mi padre pudiera exhibir

iempre que estuviera de humor.- ¿Las mujeres tienen que verse pero no oírse? -E

Domne no pudo reprimir un estallido de risa-. Eso explica ddónde obtuviste tu belleza. Terisa, no sé cómo decirsto…, pero creo que ya has conocido al Gran Rey Festte

Aunque no lo reconocieras si lo vieras ante ti.Terisa intentó sonreír, pero no lo consiguió.

El Domne la estudió; la luz del sol de las ventanas eflejó en sus ojos.- De todos modos, eso plantea una fascinante pregunt

Cómo llegaste aquí desde allí? ¿Cómo la hija de padreomo ésos se convirtió en el tipo de mujer por la que mi hij

equeño, quizá mi mejor hijo, estaría dispuesto a matar?

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Ella deseó responderle. Al mismo tiempo, deseó dejar dhablar de sus padres. Bruscamente, le dijo algo que nunca había dicho a nadie en Mordant, ni siquiera a Geraden:

- Cuando yo hacía algo que a mi padre no le gustab

costumbraba a encerrarme en un armario hasta que msustaba lo suficiente como para dejar de llorar.El Domne se la quedó mirando durante largo rato, si

xpresión, como si la energía de la vida hubiera s ido borradde su rostro. Luego, lentamente, cuidadosamente, se volviRetiró su pierna del escabel a fin de volver a colocar éste eu posición anterior, hacia la ventana. Se acomodó d

nuevo, con su pierna alzada y su espina dorsal apretadontra el respaldo de la silla; parecía como si se estuvieoniendo cómodo para dar una cabezada.

Después de esto, una después de otra, cogió su

muletas y las lanzó fuera por la ventana. La primera travesó limpiamente; la segunda chocó contra el marco ayó junto a ella, fuera también.

Tan ferozmente que Terisa se echó hacia atrás, susurró- ¿Qué me estás haciendo, Joyse? Todo el mundo qu

vale algo en tu reino está sufriendo, y yo estoy sentadquí, impedido. ¿Qué estás haciendo? No había nada que ella pudiera decir. Seguro qu

Geraden le había contado a su padre todo lo que ella sabde las intenciones del Rey. No había nada más.

Brevemente, el Domne se cubrió el rostro con la

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manos, y sus hombros se envararon. Casi de inmediato, simbargo, se frotó enérgicamente las mejillas, como stuviera arrancando la pasión de sus rasgos; con un larg

y lento suspiro, dejó que su furia se disipara.

- Es notable, ¿no crees? -murmuró-, que seamos tauenos amigos, el Rey Joyse y yo.»Por supuesto, ésa no es la razón de que nuestr

mistad sea famosa. Es famosa porque me negué a luchar eninguna de sus guerras. Me negué a dejar que monvirtiera en uno de sus soldados. La gente considera esxtraño. ¿Acaso creo que Mordant no merece que se luchor él? Por supuesto que sí. ¿Acaso no comulgo con s

deal de una Cofradía que convierta la Imagería en algeneficioso por lo que valga la pena luchar? Por supuest

que sí. Entonces, ¿por qué no lucho? ¿Qué es lo que ocurr

onmigo?»Pero creo que nuestra amistad es más notable qu

ualquier cosa que yo haya o no haya rechazado hacer en mvida.

- ¿Qué quieres decir? -preguntó Terisa, deseosa de qu

iguiera.- Bueno… -el Domne abrió las manos-. Casi no tenemonada en común. Por un lado, él tiene poco sentido dhumor. Es incapaz de ver el lado alegre de las cosaSimplemente piensa a escala heroica. Todo es serio…, tod

s un asunto de vida o muerte. No tienes mucho tiempo pa

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as bromas cuando estás atareado salvando al mundo.«Terisa, a mí nunca se me ocurriría salvar al mundo. N

ongo objeciones a que el mundo sea salvado. De hechdeseo que sea salvado. Simplemente, no puedo imaginar qu

ea algo que tenga que ver conmigo.«Hay un chopo río abajo. Perdió una rama en una fuernevada este invierno, y ahora la savia está empezando ezumar por la herida. Si alguien no acude allí pronto, poda ocón y lo cubre con brea, el árbol morirá. La enfermedad os parásitos penetrarán en él por la herida.

«£50 tiene algo que ver conmigo.«Uno de nuestros pastores posee una oveja hembr

que no deja de abortar todas sus crías. Eso tiene algo quver conmigo. Hay una mujer en una granja a unos cuantokilómetros que sufre de una extraña fiebre, y la única cos

que la ayuda es un brebaje hecho con la corteza de un árbque no crece en Domne. Crece en el Care de Armigite.  Esiene algo que ver conmigo.

»Si me pidieras que salvara al mundo, no sabría cómhacerlo.

»E1 Rey Joyse sí lo sabe. O cree que lo sabe, al menosTerisa pensó que quizás el Rey Joyse y su viejo amigenían más en común de lo que el Domne parecía darsuenta. Los problemas deben ser resueltos por aquellos quos ven. Pero ella prefería la forma de hacerlo del Domn

Controlando su tendencia de ponerse furiosa cada vez qu

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ensaba en el Rey, inquirió:- Entonces, ¿por qué sois amigos?- No estoy seguro de poder explicarlo -dijo el Domn

meditabundo-. Nos necesitamos el uno al otro.

«Cuando lo conocí, cuando echó al príncipe menor dCadwal que había estado utilizando el Care de Domne comu vasallaje particular durante la mayor parte de una décad

y nos liberó…, no me creí capaz de negarle nada. Tenía tantuego en mi sangre como cualquier joven que acaba de siberado de un servilismo que odia, y creo recordar que m

mostré perfectamente dispuesto a empezar a aprender cómutilizar una espada.

»Pero cuando realmente le conocí…»Terisa, esa sonrisa suya penetró directamente en m

orazón. Como si bajara directamente desde el cielo sobre m

upe que le quería. Y supe que él necesitaba algo de mí…lgo que no iba a poder conseguir de nadie más.

- ¿Como qué?-  Eq u i l ib rio -respondió claramente el Domne

ecesitaba equilibrio. Deseaba salvar al mundo. ¿Tiene

lguna idea de lo peligroso que es eso? Los hombres qudesean salvar al mundo y cometen unos cuantos errores sonvierten en tiranos. Las cosas que realmente desean man se les escapan de entre los dedos, y terminaferrándose al poder porque es todo lo que les queda. L

osibilidad estaba escrita en todo él. Era el hombre má

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rillante y listo que yo jamás hubiera conocido, el tipo dhombre que de una forma natural te hace sentir deseos dcharte al suelo ante él…, y yo simplemente no podoportar la idea de que pudiera ir demasiado lejos y conver

n podredumbre todo lo bueno que había en él.»Todo eso me vino en un estallido, como el sopareciendo al amanecer. Y me aterró, porque si lo rechazabl simplemente se alejaría y dejaría al Care de Domne quiguiera por sí mismo. Pero era necesario. No

necesitábamos el uno al otro.«Entró cabalgando en Houseldon, tan resplandecien

omo un nuevo día, pero yo mantuve mi terreno como uviera derecho a él. "Bien, mi señor Domne", me dijo cosa sonrisa suya, retorciendo mi corazón porque hasta qul llegó yo nunca había creido que pudiera ser el señor de m

ropia tierra, "eres libre. Al menos por un tiempo. ¿Cuántohombres puedes proporcionarme?"

»"Ninguno, mi señor Rey", le dije.»"¿Qué, ninguno?" Dejó de reír. Me parece recorda

que llevó la mano a su espada.

»Me sentía aterrorizado, pero dije: "Ésta es la estacióde la cría del ganado. Necesito a todos los hombres de qudispongo".

»Se irritó, se puso furioso. Pero también estaberplejo. "Déjame entenderte", dijo. "Domne ha sid

squilmado entre Alend y Cadwal desde hace generacione

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Tú mismo has sido vasallo toda tu vida hasta hoy. ¿Y dodo lo que te preocupas es de tus ovejas?" 

«Te juro, Terisa, que su furia casi me cegó. E iba a cogortícolis mirándole. "No he dicho eso, mi señor Rey

espondí. "Tú me has preguntado cuántos hombres puednviar para que sean muertos en tus guerras. La respuess: ninguno. Necesito ayuda con mis ovejas."

«Realmente tiene muy poco sentido del humor. Periene un maravilloso sentido de la alegría. O tenía. En vez d

hendirme la cabeza con su espada, se echó a reír.«Aquella noche tuvimos una de las mejores fiestas a la

que nunca haya asistido. Pensé que él iba a estar rienddurante días. No dejaba de decir: "Ovejas. Ovejas", y daerse de su s illa.

«Desde entonces hemos sido amigos.

Terisa se sorprendió de descubrir que sentía deseos dlorar. Sabía lo que era la sonrisa del Rey Joyse. Desde rincipio había deseado gustarle, complacerle; hab

deseado servirle. El Domne le recordaba eso…, y el hecho dque era imposible. El propio Rey Joyse lo hacía imposible.

En voz muy baja, preguntó:- ¿Y ahora? ¿Seguís siendo amigos todavía? ¿Despuéde lo que les hizo a Nyle y a Geraden y a sus propias hijasDespués de lo que le está haciendo a la Cofradía y

Mordant?

Lentamente, el Domne volvió la cabeza, desvió la vis

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de la ventana para mirarla a ella. Sus ojos parecíaarcialmente ciegos…, ajustados al brillo exterior

ncapaces de distinguirla con claridad.- Él no es responsable de las elecciones de Nyle. N

iquiera es reponsable de la cordura del Castellano LebbicLos dos hubieran podido confiar en él. Al mismo tiempo, somó muchas molestias en manteneros a ti y a Geraden taeguros como pudo.

«Sigue s iendo mi amigo, Terisa. Nos necesitamos el unl otro. ¿Deseas realmente que le vuelva la espalda?

Al cabo de un rato, ella descubrió que era capaz ddecir: -No. -Pese a su furia, ella tampoco tenía intención dvolverle la espalda al Rey.

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7

Paz en Houseldon

Estaba decidida a hacer algo por Geraden.Desgraciadamente, no sabía qué.De una forma extraña, su conversación con el Domn

hizo cristalizar su resolución. Al mismo tiempo, las cosas qul le había revelado acerca de su familia y del Rey Joyse nhabían arrojado ninguna luz útil. Así que deseaba ayudar Geraden. Bien, ¿y qué? Cuando pensaba atentamente en ellqué podía decirle? ¿No te sientas tan dolido, no vale ena? Tonterías. ¿Arráncalo de ti, sólo sientes lástima haci mismo? Ridículo. ¿Estoy segura de que puedes vencer

Maestro Eremis si pones toda tu mente en ello? Perfecto.Pensar en él le retorcía el corazón, pero no sabía qu

hacer.Pronto el Domne empezó a ser cada vez de men

yuda. Mirando por la ventana, con los brazos cruzadoobre su delgado pecho, se quedó bruscamente dormid

Después de todo, era más viejo de lo que parecía. Terisstudió su postura por un momento para asegurarse de qu

no iba a caer de su silla. Luego se puso en pie; deseaba sa

uera y ver más de Houseldon.

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Antes de que alcanzara la puerta, ésta se abrió y uhombre entró desde el porche.

Era moreno: ésa fue su primera impresión. Años drabajo al aire libre habían dado a su piel el mismo col

rofundo que su chaqueta de piel y sus pantalones. Su pera del color del barro fresco que cubría sus viejas botas. us ojos tenían casi el mismo tono que su piel y su roparecían perderse en el color general. De hecho, la mayarte de los detalles de su rostro y expresión estaban com

nublados. Detrás del moreno, parecía como un cruce entrun nabo y el poste de una cerca.

Pero entonces sonrió -tímidamente, cadeferentemente-, y su sonrisa definió todos sus rasgonmediatamente quedó claro que era uno de los hermanos d

Geraden.

Miró al Domne, vio que su padre estaba dormido. Hizun gesto reclamando silencio, apoyó una mano sobre

razo de Terisa y la llevó fuera. Tan pronto como alcanzarol porche, sin embargo, la soltó como si tuviera la impresió

de que su contacto era presuntuoso y sólo se hab

rriesgado a él para evitar molestar al Domne. Inclusetrocedió uno o dos pasos de ella.- Hola, Terisa -dijo muy serio, sin mirarla directamente

os ojos-. Soy Minick. Geraden me envió a buscarte.- Hola, Minick -respondió ella-. Me alegra conocerte.

Como si aquello le sorprendiera, preguntó:

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- ¿De veras?Ella asintió.- Me alegra conocer a la familia de Geraden. Me aleg

star en Houseldon…, en el Care de Domne. -Aquello era ta

ierto que no sabía cómo explicarlo-. Hace mucho tiempque deseaba conoceros.Minick pareció reconocer la insuficiencia detrás d

quellas palabras.- Bueno, a mí también me alegra conocerte. Antes n

staba seguro. No me gusta cuando Geraden es infeliz. Perhora sí.

Aquello la desconcertó un poco.- ¿Qué te hace sentirte seguro?Él señaló la casa encogiendo un hombro.- Estabas en la habitación con el Domne -explicó-,

hora él está durmiendo. Confía en ti. Así que no hay nadmalo en tu persona. No eres la razón de la infelicidad dGeraden.

La confianza de Minick era tan injustificada que Terise sintió impulsada a decir:

- Probablemente es más complicado que eso. A vecereo que so y la razón de su infelicidad…, más o menoTengo mucho que ver con gran parte de las cosas que lduelen.

- No. -Minick agitó suavemente la cabeza-. No e

omplicado. Eres como él. Él siempre piensa que las cosa

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on complicadas . Pero no lo son. Las cosas importantes soencillas. Él necesita a alguien que le quiera. Es así dimple. El Domne confía en ti. Es así de simple. Así quhora puedo sentirme contento de conocerte, cuando ante

no estaba seguro.Inesperadamente, Terisa se sintió relajada.- Supongo que tienes razón. -Un mundo de dificultade

areció evaporarse cuando Minick las tocó-. No lo habensado de este modo.

«Vayamos a ver a Geraden.- Oh, no. -Minick se puso repentinamente serio-. No e

so lo que él quiere. Está demasiado ocupado. -Por uegundo, el moreno hombre casi se estremeció-. Cuando sone así, le chilla mucho a la gente. Cree que todo el munds rápido. Él es rápido, y piensa que todos los demá

ambién lo son. Pero no son rápidos. Sólo son granjeros astores. Son como yo. Les gusta que les expliquen laosas.

El pensamiento de Geraden hirviendo de impaciencia ean incongruente que Terisa casi se echó a reír. Al mism

iempo, sintió una punzada. Pobre hombre, debía estar unto de perder la razón. Se controló deliberadamente.- No lo entiendo. Pensé que habías dicho que él te hab

nviado a buscarme.Minick asintió.

- Lo hizo. Creí que sólo era una excusa para enviarm

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ejos. Pero, puesto que tú estás contenta de estar aquupongo que estaba en un error.

»Me envió para que te enseñara todo esto. El Domnno puede caminar, no puede ir muy lejos, y Tholden est

demasiado ocupado, y Quiss prefiere quedarse en casa coRuesha. Geraden dijo: "A ella le gusta ver las cosas. Lustará ver Houseldon". Así que vine a buscarte.

Terisa aceptó la sugerencia, pese al espíritu vejado coque probablemente debía haberlo hecho GeradeComprendía cómo se sentía. Y deseaba ver más cosas dHouseldon. Sospechaba -de una forma enteramente nrítica- que no había demasiadas cosas que ver. Por otrarte, si el Maestro Eremis lanzaba pronto un ataque, qui

necesitara saber todo lo que pudiera averiguar acerca de ede del Domne.

Ofreciéndole a Minick una sonrisa que hubiesombrado al Reverendo Thatcher -o a su padre-, fue con explorar Houseldon.

De hecho, había más cosas que ver en Houseldon das que había esperado.

En cualquier caso, Minick creía que había muchas cosaque ver. Y a ella le gustó verlas concienzudamente, con untención al detalle que era a la vez cariñosa y analítica. Pjemplo, Houseldon contenía nada menos que tres grandestablos, donde acomodar al gran número de personas qu

cudían allí desde todo el Care, así como desde otra

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egiones de Mordant. Cada uno de ellos era exactamente lque proclamaba ser: un lugar donde se guardaban uidaban los caballos mientras sus dueños efectuaban su

negocios, visitaban a sus parientes, pedían justici

prendían oficios. Sin embargo, para Minick, cada uno emerecedor de un atento examen; cada uno tenía virtudesnconvenientes propios que requerían evaluación; cada unrosperaba o declinaba de acuerdo con factores que a él ostaba comprender.

Y era un auténtico filón de información. Sabxactamente por dónde habían sido tendidas todas laonducciones de drenaje, y cuándo, y cuántos metrouadrados se requerían para su lixivación. Sabía quién haboncebido la idea de entramar la paja de los techos dquella forma en particular, y por qué era superior a la form

n que solía ser entramada. Sabía de dónde procedían larovisiones de sebo de Houseldon, y cuánto tiemp

durarían en una emergencia. Y conocía a cada niño que veíor su nombre, padres y predilección para las travesuras.

Al cabo de poco tiempo, Terisa se dio cuenta de qu

ólo tenía dos elecciones. Podía interrumpir la visita ahorntes de que él acabara de distraerla por completo, o podelajarse y dejar que él hiciera lo que deseara. Con él, n

había término medio.Bueno, eso encaja, pensó. En sus distintas forma

Geraden, Artagel y Nyle eran todos intolerantes ante la

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medias tintas. Se decía que Wester era un fanático de la lanStead no podía apartar las manos de las mujeres. Geradehabía llamado a Tholden un fertilizador compulsivo.

ropio Domne había dejado de lado las medias tintas en s

rimer encuentro con el Rey Joyse. ¿Por qué debería sMinick diferente?Sólo por un minuto consideró la posibilidad d

detenerle…, de decirle que ya tenía suficiente, de seguir pu propio lado. Pero entonces observó que en su compañ

había hecho muy poca cosa excepto sonreír; la llenablternativamente de regocijo y afecto. Era perfectamenapaz de distinguir exactamente entre la buena y la martesanía, entre un marido sensible y otro descuidado, enta previsión y su ausencia; pero le gustaba todo a slrededor; le encantaban los detalles que le ib

desgranando. Cuanto más hablaba, más gentil y amistosarecía. Y cuanto más escuchaba ella, más podía sentir dormecimiento de sus tensiones y miedos.

En vez de detenerlo, se relajó y le dejó que siguiermostrándoselo todo.

Como resultado de ello, el día pareció evaporarse dmismo modo que lo hacían las complejidades cuando él lanalizaba. Empezó a mostrarle cosas un poco antes d

mediodía…, y cuando se dio cuenta las sombras se estabalargando hacia el final de la tarde, y sus piernas le dolía

uavemente de tanto andar y pararse, y sus botas le había

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hecho una pequeña llaga en uno de los dedos, y su corazóstaba lleno de descanso por primera vez desde que podecordar. Minick no era sólo divertido, de confianza

meticuloso: era un sanador. Sabía que en alguna parte d

Houseldon se estaban haciendo preparativos para atalla…, pero no se acercaron allí; parecía llevar consigo az allá donde iba. Ahora, pensó Terisa, todo lo qu

necesitaba era una realmente buena noche de sueño, y luegstaría preparada para empezar a pensar de nuevo.

Así que, cuando él la llevó de vuelta a la casa dDomne y empezó a decirle adiós, ella no quiso que se fuera

- ¿Adonde vas? -le preguntó para anticipársele.Esta vez su sonrisa fue tímida de una nueva manera, e

elación a cosas que no habían surgido antes a la superficie- Me gusta ir a casa antes de cenar -murmuró-, y jug

un poco con los niños. Esto proporciona a su madre portunidad de cocinar algo. Y consume algo de sunergías, de modo que luego se van más fácilmente a ama.

El pensamiento de aquel serio hombre moreno jugand

on sus hijos la deleitó…, y le hizo recordar que duranoda la tarde no había dicho nada personal acerca de mismo o de su vida. Quizás había considerado presuntuoshablar de sí mismo. Impulsivamente, porque le había hechanto bien y no había pedido nada a cambio, se inclinó hac

delante y le dio las gracias con un rápido beso.

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Los ojos de él se abrieron mucho; se la quedó mirandor unos instantes. Luego agachó la cabeza como stuviera ruborizándose.

- Creo que no le diré a mi esposa que has hecho esto

murmuró suavemente-. Podría no sentirse contenta. -Evidente que estaba muy complacido-. Me gusta que sienta contenta. Es la única otra mujer que siempre ha sidaciente conmigo.

»Adiós, Terisa.Después que se fuera, ella subió los escalones, cruzó

orche y penetró en el ajetreo de los cacharros de Quiss. Ldolían las mejillas de tanto sonreír. Evidentemente, aquellomúsculos necesitaban ejercicio.

La escena en la habitación delantera la detuvo en secan pronto como cruzó el umbral.

Quiss estaba removiendo lo que parecía ser un guisuficiente para alimentar medio Houseldon. Tenía las mejillanrojecidas por el calor y el ejercicio; el sudor apelmazaba selo en mechones a ambos lados de su rostro. Tras ella, lairvientas iban de un lado para otro, colocando plato

utensilios y jarras sobre la mesa, trayendo potes y soperade una cocina en la parte de atrás que Terisa no habívisto…, y hablando unas a otras con voz fuerte a través duido general. El Domne y Tholden estaban sentados juntol extremo de la mesa, discutiendo intensamente alg

lzando sus voces para hacerse oír. En una esquina de l

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habitación, un muchacho de quizá quince años y unmuchacha algo más joven discutían acaloradamente; pero única parte de su discusión que Terisa pudo captar fue que decía: Lo hiciste. No lo hice. ¡Lo hiciste! ¡No lo hic

Otro muchacho, éste no mayor de los ocho o nueve añostaba sentado cerca de Tholden, intentando afilar unspada de madera con un trozo de teja como piedra de afila

Un tercer muchacho, más joven aún, utilizaba un palo damaño de una maza para experimentar las cualidadeesonantes de un barreño de hojalata.

Por un segundo, el clamor pareció tan intimidante, tadistinto de la paz que reinaba dentro de ella, que Terisstuvo a punto de darse la vuelta. Nada en su vida con suadres, o en su vida sola, la había preparado para un hog

donde la gente actuaba de aquel modo.

Pero entonces Quiss alzó la vista, vio a Terisa y sonrióEl placer de Quiss cambió por completo el significad

del estrépito. O cambió la forma en que Terisa lo veía. Todquel ruido y actividad no era furioso, tenso o alarmado, nepresentaba dolor: era simplemente fuerte. Tan pronto com

Quiss sonrió, Terisa supo que la esposa de Tholden estabn su elemento, se sentía realizada precisamente porque samilia y su casa eran tan ajetreadas, tan ruidosas; tan llena

de cada uno y de todos. Y entonces Terisa comprendió qul tumulto era simplemente otra forma de paz…, estrepitosa

urbulenta, por supuesto; no particularmente relajante pa

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una novicia como ella; pero completamente s in miedo.Le devolvió la sonrisa a Quiss y avanzó al encuentr

del ruido.- Tengo entendido que pasaste la tarde con Minick.

Quiss casi gritaba, pero Terisa apenas podía oírla-. ¿Toda larde? ¿Dejándole que te lo enseñara todo?Terisa asintió.- Estupendo. Sabía que le gustarías apenas te vi. Tiene

un amigo para toda la vida. Muy poca gente está dispuestascucharle tanto tiempo.

- Tendrían que intentarlo. -Terisa probó de hablar lastante fuerte como para ser audible-. Es encantador.

Ahora fue el turno de Quiss de asentir.- Afortunadamente, sus sobrinos y sobrinas opina

ambién así. -Señaló hacia los niños al otro extremo de

habitación-. Quiero decir, afortunadamente para ellos .»Si su esposa no fuera tan tímida, él estaría aquí es

noche. Sé que a veces le entristece no poder pasar máiempo con nosotros. Pero creo que a esa pobre mujer ntra el pánico cada vez que pone el pie fuera de su casa.

Quiss se echó a reír, pero Terisa no pudo oír el sonido de sisa a través del ruido-. Tienen que haber tenido un noviazgde lo más conmovedor.

Terisa sonrió de nuevo, luego alzó las manos parrotarse los músculos de las mejillas.

Una sirvienta apareció frente a ella, con una gran jarr

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ebosando espuma sobre una bandeja.- ¿Te apetece un poco de cerveza? Mi marido la elabor

ara el Domne. No encontrarás una cerveza mejor en todo Care.

- Gracias. -Terisa no sabía nada de cervezas, pero abía que estaba sedienta; aceptó la jarra y la probó. Lirvienta la observó mientras Terisa descubría que la cervezenía un punto que no era ni ácido ni amargo, pero quarecía ser ambas cosas. Tras probarla una segunda vez, simbargo, el sabor había mejorado espectacularmente. Pronte volvió maravilloso. Radió su aprobación, y la sirvienta slejó, complacida.

- ¡Terisa! -Tholden hizo un gesto en dirección a ella. Sdirigió hacia allá, y él retiró una silla para ella-. SiéntatQuiero contarte lo que estamos haciendo para prepararno

Quizá tú puedas pensar en algo que hayamos olvidado.El Domne parecía un poco escéptico; tal vez fuer

ensible a su asombro general. Sin embargo, asintió como l también deseara lo que ella tenía que decinmediatamente, Tholden empezó a describir los arreglo

specíficos tomados ante la posibilidad de la batalla.Ella fue incapaz de absorberlos . De hecho, sólo pudo ouna de cada tres palabras; el resto de su explicación s

erdió en un coro dirigido al Domne: Ha sido culpa de ello, ha sido culpa de él. Ella lo hizo primero. \Él lo hiz

rimero! Y no pudo dejar de notar que incluso el Domn

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arecía más interesado en las peleas de los niños que en loreparativos de Tholden. Sintiéndose vagamenrresponsable -pero no lo bastante como para preocuparsor ello-, dijo en un momento determinado:

- Quizá las cosas estén más tranquilas después denar. -Y bebió un poco más de cerveza y dejó de intentascuchar.

El caos de preparar la cena pareció acercarse a su climuando una puerta interior se abrió de golpe y una bandad

de chiquillos entró en la habitación. Todos eran más menos del tamaño y la edad de Ruesha…, demasiados demasiado próximos en edad para pertenecer a una soamilia. O a tres familias. Todos iban completamen

desnudos, llenos de alegría y relucientes de agua. E ibaeguidos por Geraden, que chorreaba tambié

opiosamente. Llevaba un par de toallas en las manos, perstaban demasiado mojadas para ser de ninguna utilidad.

- ¡Volved aquí, pequeños monstruos! -rugió-. ¡Voy estregaros con la toalla hasta que se os caigan las cabezas

Chillando con deleite, los pequeños y desnudo

uerpos se dispersaron en todas direcciones.Terisa no había visto a Geraden durante la mayor partdel día. Lo miró ansiosa, y vio de inmediato que aún estabenso y hosco, retorcido por dentro. Quizás en bien de lo

niños, sin embargo, había empujado toda su dureza hac

trás. O quizás eran ellos quienes despertaba

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nvoluntariamente en él esta respuesta: quizás era algo qullos hacían por él, en vez de él por ellos .

Era suficiente. Podía aguardar a por más hasta quuvieran una mejor oportunidad juntos. Ofreciéndole s

mejor sonrisa, la viera él o no, se relajó y dejó que el clamiguiera creciendo en ella, como una hormigueante vociferante forma de satisfacción.

Quiss, Tholden y las sirvientas agarrarondiscriminadamente a los mojados niños; pronto todas la

víctimas de Geraden estuvieron atrapadas en brazos adultoReprimiendo la risa, Quiss dijo a una de las sirvientas:

- Vuestros chicos con los responsables de esto.- Te pido perdón -protestó la mujer, sin poder ocultar s

egocijo-. Estoy seguro de que Ruesha es la causa. Es unanta más célebre de todo Houseldon. Pregúntale

ualquiera.- ¡Son todos monstruos! -gruñó Geraden-. ¡Van a sufr

horriblemente cuando consiga echarles la mano encima!Haciendo su mejor imitación de un gorila, empezó

erseguir niños.

Con la ayuda de tres o cuatro sirvientas, consiguidirigir a sus fugitivos de la tortura de la limpieza fuera de habitación.

Si no hubiese estado tan atareado -y si ella no estuviean cómodamente sentada delante de su jarra de cerveza

Terisa hubiera ido tras él. Sintió un irreprimible deseo d

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esarle mucho más seriamente de lo que había besado Minick.

Geraden volvió al cabo de un rato para reunirse con samilia -y media docena de hombres que llegaron mientra

anto- para cenar. Aquellos hombres eran los jefes de loquipos que se habían organizado para realizar las distintaunciones durante la defensa de Houseldon. Tan prontomo terminaron de cenar y fue despejada la mesa, la char

volvió al tema que parecía ocupar el lugar principal en mente de todos, excepto la de Terisa: qué tipo de ataque sstaba preparando, y cuándo, y cómo enfrentarse a él.

Geraden describió alguno de los usos de la Imagerque el Maestro Eremis había practicado ya contra Mordany los hombres perdieron rápidamente la poca confianza en mismos que podían haber traído consigo a casa del Domn

Finalmente, uno de ellos preguntó, cas i tímidamente:- ¿Hay alguna cosa que podamos hacer?Geraden agitó la cabeza.- No hasta con que tenga la posibilidad de hacer u

spejo.

- Pero, ¿cómo puede lucharse contra esas cosas? reguntó otro hombre-. ¿Qué podemos hacer?- Ya lo estamos haciendo -dijo llanamente el Domn

omo si estuviera seguro de ello-. Todo lo que puedhacerse. Ya lo estamos haciendo.

Sin mirarla a ella, Geraden añadió:

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- Simplemente esperemos que dama Terisa estquivocada. Simplemente esperemos que él nos concedlgo de tiempo. Hoy nos hemos preparado. Mañanncenderé un horno y empezaré a mezclar arena.

Para su propia sorpresa, tanto como la de los demáTerisa se puso en pie y abandonó la habitación. No deseaba escucharlo, eso era todo: simplemente, n

deseaba escucharlo. Había venido demasiado recientemende Orison…, de la desconfianza del Castellano y de lordides de Eremis y de la violencia de Gilbur. No hab

dormido nada excepto el corto descanso tras su inesperadraslación en el espejo, debajo del Puño Cerrado. Y lensación de paz dentro de ella era frágil; pod

desmoronarse en cualquier momento si se dejaba atrapar pa ansiedad de los defensores de Houseldon, si se dejab

trapar por su propia preocupación hacia Geraden. Dormiso era lo que necesitaba, no toda aquella charla. Por

mañana es taría más dispuesta…, quizá más valiente.Saludando con la cabeza a las sirvientas que encontr

or el camino, se retiró a la habitación de Artagel.

Estaba a oscuras. Por un momento pensó en pediryuda a alguien; luego recordó donde estaba una de laámparas de la habitación: sobre una pequeña mesa juntoa cabecera de la cama. Fue hasta allá a la luz de la abieruerta, la tomó y la llevó hasta el umbral. Había otra lámpa

olgada fuera en la pared; la utilizó para encender la qu

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enía en las manos. Cuando ardió brillantemente, entró dnuevo en la habitación y cerró la puerta.

Una segunda lámpara encendida con la primera ayudólenar la habitación de un confortable resplandor amarill

Era sorprendente lo agradable que parecía el camastro dArtagel a aquella luz. Visitó el baño, luego se quitó las ropay apagó la lámpara que había dejado al otro lado de habitación. El frío de principios de primavera que flotaba el aire la animó a meterse inmediatamente en la cama ubrirse con las sábanas limpias y las suaves mantas.

Inmediatamente supo que había estado en lo ciertquello era lo que necesitaba. Tan pronto como su cabezlcanzó la almohada, la paz dentro de ella pareció crecer

hincharse hacia fuera. Creció a través de toda la casa a slrededor; alcanzó a Geraden y a los hombres que intentaba

lanear la supervivencia de Houseldon; alcanzó lorofundos cielos y las llanuras del Care hasta llegar a la

montañas de Domne.El silencio y la quietud se extendieron hasta tan lejos e

odas direcciones que la arrastraron consigo.

Se quedó dormida con una tan repentina satisfaccióque olvidó apagar la lámpara de la mesilla en la cabecera da cama.

Aquello fue lo que la salvó de poner en pie toda la casy sentirse innecesariamente avergonzada, aquella lámpa

lvidada. En la oscuridad hubiera perdido la cabeza; hubie

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ritado.Por segunda vez en su vida, después de llevar u

iempo dormida, se sintió besada.Una fuerte boca empezó a mordisquear sus labios; un

engua se deslizó entre ellos, buscando la suya. Una mano uficientemente fría como para despertar la atención halló sadera debajo de las mantas, luego se alzó en una largaricia a través de su vientre hasta sus pechos. Mientras engua sondeaba más profundamente su boca, la manmpezó a juguetear con sus pezones.

Abrió bruscamente los ojos. En un rápido atisbo, vio izado pelo y los intensos ojos castaños del nombrrodillado junto al camastro para abrazarla; vio que no era

Maestro Eremis ni el Castellano Lebbick, no era Gilbur ningún otro de los que la aterrorizaban. Así que no gritó. E

vez de ello, lanzó sus brazos con todas sus fuerzas en untento de apartarlo de sí.

Uno de sus codos le golpeó de lleno en la clavícula.Con un gemido ahogado, cayó lejos de ell

despatarrado en el suelo. Sus brazos intentaron proteger lo

vendajes que cubrían sus costillas y rodeaban su hombrero la caída lanzó una fuerte sacudida a través de suhuesos fracturados. Por un momento, su espalda se curvn auténtico dolor. Luego quedó inerte sobre las plancha

del suelo.

Mirándola y jadeando cautelosamente mientras el dol

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ecedía, murmuró:- Terisa, ¿qué haces? -Su tono era dolido-. Sólo quer

hacer el amor contigo. No necesitas hacerme daño.Ahora que ella podía ver su rostro, no pudo dejar d

bservar su parecido con el resto de los hijos del Domne. Auzgar por sus vendajes, sus astilladas o rotas costillas lavícula y su crispado rostro, tenía que ser Stead.

Mirándole furiosa, dijo lo primero que pasó por sabeza:

- Creí que tenías demasiados huesos rotos parevantarte de la cama.

Abandonó los sonidos lastimeros y experimentó eambio con una sonrisa.

- Así era. Pero eso fue antes de que te viera en asillo…, al otro lado de mi puerta. Así que aguardé has

que todo el mundo estuvo dormido. Entonces lo intentSupongo que un hombre puede soportar casi cualquier cosi desea algo con la fuerza suficiente.

Cuando ella no respondió, preguntó:- ¿Por qué no me ayudas a levantarme? Me duele d

veras, y el suelo es duro.Afortunadamente, llevaba unos ligeros pantalones ddormir debajo de sus vendajes. Si hubiera estado desnudquizá Terisa hubiera tenido problemas en mantener sompostura. Bajo las circunstancias, sin embargo, fue capa

de mirarle directamente y decir:

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- Si intentas ponerte en pie, voy a patearte de tal modque preferirás no haberlo hecho.

Pero, tan pronto como lo hubo dicho, casi se echó a reEn una ocasión había amenazado con patear a Geraden. D

hecho, lo h a b í a  pateado. Para obligarle a dejar ddisculparse.- Eso no es amable de tu parte -protestó Stead. S

xpresión fue lúgubre por un momento. Pero luego se currió otro pensamiento, y sonrió-. Por otra parte, pued

que valga la pena. No podrás salir de esta cama paratearme sin dejarme ver cuál es tu aspecto. Por tu forma daminar, apostaría a que debe ser glorioso. -Su sonrisa s

hizo más amplia-. Nunca he sido rechazado por una mujque me haya permitido ver aunque sea sólo un atisbo de su

echos.

- En ese caso -su deseo de reír se estaba haciendo máuerte-, no te patearé. No voy a salir de la cama. -Stead arecía sorprendentemente a Geraden cuando intentab

hacer una imitación del Maestro Eremis…, con un éxiimitado. Manteniéndose cuidadosamente cubierta con su

mantas, se sentó y señaló la lámpara-. Me limitaré a arrojceite encendido sobre ti.Sted no pareció tomarse muy en serio su amenaza.- No, no lo harás.Con un esfuerzo por dominar su regocijo, ella le mir

on ojos llameantes.

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- ¿Qué te hace pensar eso?- Realmente no deseas hacerme daño. -Sin ningun

rrogancia en absoluto, explicó-: Lo que realmente deseas eun hombre.

Ella le observó fijamente.- ¿De veras?Él asintió.- Todas las mujeres lo desean. Para eso están lo

hombres y las mujeres. Primero se desean unos a otroLuego se meten en la cama y disfrutan unos de otros.

Aquello sonaba peligrosamente plausible. Contraatacreguntando:

- ¿Qué hay con Geraden? Después de todo, es thermano. Y yo vine aquí con él. ¿No lo consideras uhombre?

- Ah, Geraden. -La sonrisa de Stead parecienuinamente llena de afecto-. Por supuesto que onsidero un hombre. Si deseas mi opinión, es el mejor dodos nosotros. Oh, no es ni la mitad de granjero qu

Tholden. No es ni la mitad de pastor que Wester. No es ni

mitad de espadachín que Artagel. Y, por supuesto, no sabnada de mujeres. Pero sigue siendo el mejor.»Pero no es ése el asunto, ¿verdad? -prosigui

etóricamente. Era notable la poca arrogancia que había el, su poca presunción de superioridad. No disminuía

nadie-. El asunto es: tú no lo consideras un hombre.

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Terisa abrió mucho la boca. La cerró con un esfuerzoBruscamente, la situación había dejado de ser divertida.

- ¿Yo no lo considero un hombre?- Viniste aquí con él. Adora cada centímetro de ti. S

reyeras que es un hombre, en estos momentos estarías eu habitación. -Nada en el tono de Stead sugería la máigera crítica hacia Geraden…, o hacia ella. Su visión de ituación era esencialmente impersonal-. Tiene que hablguien más a quien desees.

Reteniendo su mirada, empezó a levantarse con lentitudel suelo. Cada movimiento era evidentemente doloroso pal, pero el dolor no hacía más que acentuar la atracción eus ojos.

- Creo que me deseas a mí -murmuró-. Yo ciertamentedeseo.

Había algo del Maestro Eremis en la forma en que miraba, una intensidad de interés que hipnotizaba. Y tenídistintas ventajas sobre el Maestro. No la disminuía. Nharía nada cruel.

- Empecé a desearte tan pronto como te vi -dij

sentando los pies bajo su cuerpo-. Tus labios gritaidiendo besos. Pechos como los tuyos deben scariciados hasta que cedan todas sus bendiciones. El lug

de pasión entre tus piernas arde por ser penetrado. Terisa, tdeseo. Quiero gozar en ti hasta que tu goce sea tan grand

omo el mío.

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De pie pese a la forma en que le dolían sus costillas lavícula, avanzó suavemente hacia ella.

Tenía algo del magnetismo del Maestro Eremis. Y sdeseo era menos amenazador que el del Maestro.

Al mismo tiempo, la obligaba a pensar en Geraden.Si pensaras en él como un hombre…Dejó caer las mantas . Los ojos de Stead se iluminaron

endió la mano hacia ella, pero ella lo ignoró. Apartando srazo, abandonó la cama y cruzó la habitación hacia suopas.

- ¿Terisa?La falda y la blusa que Quiss le había dado no eran l

astante cálidas para alejar el frío. Pero servirían por ahorno quería perder tiempo buscando una alternativa. Y la

otas ayudaban.

Stead avanzó tras ella, apoyó las manos en suhombros.

- ¿Terisa?Ella se volvió para mirarle de frente.- Llévame a la habitación de Geraden.

Él frunció el ceño, desconcertado.- ¿La habitación de Geraden? ¿Por qué quieres ir allí? no te desea. Cree que sí, pero en realidad no es cierto. Si deseara, ahora estaría aquí.

Terisa sacudió la cabeza; conocía a Geraden mejor qu

so.

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- Stead -dijo suavemente-, no voy a amenazarte. No vopatearte…, o a arrojarte fuego por encima. Simplemente, n

e deseo.«Llévame a la habitación de Geraden.

Stead la miró parpadeante.- No lo dices en serio.Procurando no hacerle daño, ella le rodeó y se dirig

hacia la puerta. Fuera, las lámparas habían sido apagadaRegresó a la mesa junto a la cabecera de la cama y tomó uya.

- Ponte cómodo -dijo-. Si quieres, puedes dormir aquo volveré.

Estaba fuera y había empezado a cerrar la puerta a suspaldas antes de oírle jadear:

- Terisa, espera. -Acudió tras ella, arrastrando los pies.

Sus heridas le impedían caminar rápido; necesitó unonstantes para alcanzarla. Se apoyó en la puerta e hizo unausa para descansar. Su expresión no tenía sentido parlla. Tras la tensión del movimiento, parecía más triste de l

que ella había esperado…, y más feliz.

- Quiss siempre me rechaza -dijo, respiranduidadosamente-. No lo comprendo. He intentado decirle mucho que la deseo. Eso es todo lo que importa. Pero eliempre me rechaza.

«Tengo que admitir, sin embargo -gradualmente, l

elicidad fue apoderándose de sus rasgos- que realmente m

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hace pensar bien en Tholden.»La habitación de Geraden está por este lado.

Sonriendo, señaló pasillo abajo.Ahora ella halló fácil devolverle la sonrisa. Pa

yudarle a caminar, deslizó su brazo por su cintura. Estareció confundirle…, pero por supuesto no tenía ningunorma de saber lo mucho que había mejorado eomparación con el Maestro Eremis. En cualquier caso, dej

que ella le ayudara, y recorrieron el pasillo como viejomigos.

Pasados dos recodos y un largo pasillo, Stead sdetuvo frente a otra puerta.

- Aquí -murmuró suavemente. Luego pasó su brazo poa cintura de ella y la abrazó suavemente. Rozando su oreon la boca, susurró-: ¿Estás segura de que no preferiría

venir conmigo? No importa lo mucho que te adore, no pueddesearte más de lo que te deseo yo.

Suavemente, ella se soltó.- Vete -respondió, tan amablemente como le fue posible

Esto es demasiado importante.

Él suspiró; asintió;.agitó desconcertado la cabeza. Perno discutió. Un poco reluctante, se dio la vuelta y echó ndar con lentitud por el pasillo, sujetándorotectoramente las costillas con los brazos.

Ella aguardó hasta que hubo desaparecido de su vis

ras un recodo. Luego, antes de que tuviera oportunidad d

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erder su valor, alzó la aldaba y se introdujo en habitación.

A la luz de la lámpara vio que Stead la había conducidl lugar correcto. En la amplia cama contra la pared d

ondo, Geraden dormía despatarrado entre las mantas. Auzgar por las apariencias, había perdido la feroz lucha contllas; ahora yacía derrotado, roncando ligeramente sobre ampo de batalla.

Dormido, su rostro había perdido su amarga dureza, hierro de la desesperación. Parecía joven y vulnerable, nexpresablemente digno de amor. Deseó acudnmediatamente a su lado y rodearlo con sus brazopretarlo contra su corazón, apartar de él todo lo que le hac

daño. Al mismo tiempo, deseaba dejarle dormir…, permitque descansara y soñara hasta que todas sus afliccione

stuvieran curadas. Cerró la puerta suavemente tras ella pano molestarle.

Pero la lámpara lo despertó. No se sobresaltó ni saluera de la cama; simplemente abrió los ojos, y la luz amarile reflejó en ellos. Sin transición, ya no pareció joven

vulnerable. Pareció seguro de sí mismo y mortífero, como uredador herido.El Maestro Eremis había comprendido desde u

rincipio lo peligroso que era Geraden. Inmediatamente, olítica del Maestro con respecto a él quedó clara a su

jos.

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- Geraden -murmuró, con una repentina confusión-. Liento, no quería despertarte. O supongo que sí. No sé po

qué vine. No podía permanecer lejos .Entonces, compasivamente, él se sentó, y el cambio d

u posición cambió la forma en que sus ojos reflejaban la luVolvió a ser el Geraden que ella conocía: duro y dolidoerrado como un puño en torno a las fuentes de su doloero pese a todo humano, precioso para ella.

Inspiró profundamente para reafirmarse.- Hay tantas cosas de las que necesitamos hablar.Como Stead, iba vestido tan sólo con unos pantalone

de dormir; al parecer, no sentía el frío tanto como ella. Naltó de la cama ni tendió la mano hacia ella. Sin embarguando habló, su voz sonó como la voz que ella recordabapaz de ternura; accesible al dolor o a la esperanza.

- Después de cenar…, después de que te marcharas, fver a Minick. Deseaba disculparme por haberle gritado. Lente no debería gritarle, aunque él nunca se enfada por ell

»¿Sabes lo que me dijo? Dijo: "He pasado la tarde cou Terisa. Es agradable. Si la haces infeliz, no volverás a s

ienvenido en mi casa". Minick ha dicho eso, mi pacífichermano que nunca se pone furioso.Geraden se encogió de hombros.- No le dije que ya te he hecho infeliz.- No -respondió ella de inmediato-, eso no es cierto.

Reaccionando demasiado rápidamente-. ¿Cómo puedes dec

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so?Él la miró impasible.- Te miro, Terisa. Veo la forma en que tú me miras.- ¿Y qué es lo que ves?

Él sostuvo sus ojos, pero no respondió.- Me gusta tu familia -protestó ella-. Me siendonfortable en Houseldon. Desde que me propusisbandonar mi antigua vida, has hecho más por hacerme fel

que ninguna otra persona que jamás haya conocido. ¿Cómuedes…?

Se detuvo. Hubiera sido agradable si hubiera un fuegn aquella habitación: necesitaba una fuente externa dalor. La oscuridad más allá de la luz de la lámpara parecílena de pesar. Haciendo un esfuerzo especial por hablaalmadamente, prosiguió:

- Geraden, creo que probablemente hubiera podidhacer que ese espejo me trasladara a cualquier lugar. Aualquier lugar que pudiera visualizar…, cualquier sitio uficientemente vivido en mi mente. -Y acabo de venir d

Stead. Él tocó mis pechos. Deseaba hacer el amor conmigo

Por qué crees que estoy aquí?Los ojos de él no vacilaron.- Estás aquí porque piensas que estoy equivocad

Piensas que debería haberme quedado en Orison paruchar. Piensas que todavía hay cosas que puedo hace

ontra Eremis.

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Mientras él decía eso, ella supo repentinamente quenía que ser muy cautelosa con él. Quizás era cierto que s

había convertido en hierro. Pero el hierro era quebradizodía partirse. Se estaba culpando a sí mismo… Sint

deseos de exclamar: Oh, Geraden, ¿te culpas a ti mismo? ¿PEremis y Gilbur? ¿Por el Castellano? ¿Por Nyle y Quiss? ¿Tstás culpando a ti mismo porque algunas de las mejore

mentes a tu alrededor trabajaron tan duramente pampedirte comprender tu talento? Pero no podía decirle nad

de esto. Él simplemente se alejaría. Más que nunca, no podoportar la idea de que él se alejara.

Suavemente, preguntó:- ¿Por qué crees que pienso que estás equivocado?- Te lo dije. -La gentileza había desaparecido de su voz

Puedo verlo en tus ojos.

- ¿Qué ves? -insistió ella-. ¿Qué es lo que ves en mjos?

Por un largo momento, él vaciló. Luego dijo corusquedad:

- Dolor.

Ella pensó que tal vez se sintiera mejor si le golpeabTal vez se sintiera mejor si lo rodeaba con sus brazos. Simbargo, permaneció donde estaba, con la espalda contra uerta, sujetando la única luz en la habitación.

- Así es como sé que soy real. El Maestro Eremis dic

que fui creada por tu espejo, pero eso no puede ser cierto.

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no existiera, no podría sentir dolor.- Terisa. -Geraden tragó dificultosamente saliva. Ella

había alcanzado: creyó poder ver el dolor agitarse tras laígidas líneas de su rostro-. Nadie dice que tú no existas. N

iquiera el Maestro Eremis. Estás aquí. Eres real. Todo lo quhaces tiene consecuencias. La cuestión es: ¿Eras real antede que yo te trasladara?

Automáticamente, ella deseó preguntar: ¿Has cambiadde opinión? ¿Sigues pensando que era real…, allá donde mncontraste? Pero sumergió esas preguntas en lo más hond

de ella misma.- Tengo que haberlo sido -dijo. El Rey Joyse le habí

dicho que razonara-. Si el lugar del que vine sólo fue creador el espejo en el que me viste, entonces eso tiene que sierto para todos los espejos, para cualquier Imagen. A

que, cuando miras a un espejo plano, realmente no ves uuténtico lugar. Ves una copia creada de un lugar auténtico

Así que, cuando me trasladé yo misma a la Imagen del PuñCerrado, no hubiera debido llegar a un auténtico lugaHubiera debido llegar a la copia…, una copia distinta de

que llegaste tú. Hubiera debido dejar de ser real hasta qulguien me trasladara de nuevo fuera.»¿No es eso correcto?La luz de la lámpara era imprecisa, pero creyó ver

somo de una sonrisa en las comisuras de su boca. La

ombras allá se fueron haciendo más profundas a medid

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que la escuchaba. La visión hizo que su corazón se aceleraun poco.

- Eso es cierto -admitió él-. Me hubiera gustado elaboryo mismo esa argumentación. Pero no creo que se

uficiente. Eremis se limitaría a decir: Es por eso por lo quas traslaciones a través de un espejo plano produceocura. La única traslación que puede hacerse con seguridas una entre el mundo real y una Imagen creada. La realidas demasiado poderosa para tolerar las manipulaciones de magería. -Pese a su tensa condición, empezaba a sonar máomo su antiguo yo mientras hablaba…, más como stuviera interesado en la discusión por su propio bien-. A

que, cuanto más cerca está una Imagen creada de la realidamás peligrosa se vuelve. Y cuando la Imagen copia lealidad, la realidad toma precedencia. Rasga la traslación d

a Imagen, y la fuerza de esa distorsión es lo que causa ocura.

Ella se aferró al cambio en el tono de su voz, esperóque continuara. Casi inmediatamente, sin embargo, él serró de nuevo.

- Terisa, no puedes acudir aquí en medio de la nochara debatir la ética de la Imagería.- ¿Es eso cierto? -Apenada al notar que el lado de él qu

deseaba alimentar se deslizaba hacia un lado, cometió urror-. Para ti es sólo un debate. Para mí es mi vida. N

uedo extraer sentido de quién soy a menos que sepa

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verdad.Inmediatamente supo que se había equivocado: s

mirada se desvió de la de ella; sus ojos se llenaron dombras. No necesitaba que le recordaran que había otr

ente que sufría: ya era demasiado sensible a ello; ya creque la había hecho a ella infeliz. Pero Terisa se negó etroceder. Había ido demasiado lejos para retirarse. En ve

de ello, cambió de táctica.- Si yo no era real hasta que tú me sacaste de ese espej

uyo, ¿cómo me he convertido en una archi-Imagera?Él no alzó la cabeza. Con voz ahogada, dijo:- Sabes que yo no creo en eso. Es Eremis, no yo.Inesperadamente furiosa, ella atacó:- Despierta. ¿De qué crees que estamos hablando aqu

Depositó la lámpara en una mesita cercana para tener la

manos libres, como si se estuviera preparando para pelearson él-. ¿Por qué crees que quién soy y de dónde vengmporta? Lo que él cree va a afectar todo lo que nos hagaos dos.

»Dime cómo me convertí en una archi-Imagera.

Ahora Geraden alzó los ojos. Estudiándola atentameny manteniéndose completamente inmóvil, como si temiera que ella podía hacer si se movía-, respondió:

- Yo te creé. Cuando modelé mi cristal, te hice. -Cailenciosamente, contuvo el aliento ante la sorpresa y

econocimiento; las implicaciones lo cogieron por sorpresa

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Tengo la capacidad de crear archi-Imageros.- No sólo archi-Imageros -corrigió ella por él-. Arch

mageros que pueden desviar espejos de la misma forma quú lo haces, archi-Imageros que pueden efectuar traslacione

que no tienen nada que ver con lo que ves en la Imagen.- Podría crear todo un ejército de ellos . Todo un ejércitde Imageros tan poderoso como Vagel. Él no tendrninguna oportunidad. -La miró…, a ella, y a las ideas qu

roponía, y murmuró-: No me sorprende que me quiemuerto.

- Y eso no es todo. -Aferrándose a todo su valor, Terisorrió el riesgo-. ¿Cómo sabe él que no tienes ningún espejquí?

Geraden echó la cabeza bruscamente hacia atrás, la miron sorpresa o desánimo.

- ¿Qué…?- ¿Cómo sabe él… -se obligó a sí misma a completar

ensamiento, pese a que la expresión de Geraden la hacentir que estaba consiguiendo precisamente lo opuesto do que deseaba- que no estás atareado creando un ejércit

de archi-Imageros en estos momentos?Aquellas palabras lo horrorizaron. Vaya placer. Todo lque ella deseaba era ayudarle -consolar o animar al Geradeque se había perdido y se había convertido en hierro- yqué había conseguido? Horror. Por un momento, se sinti

an impresionado que la luz de la lámpara lo hizo parecer ta

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álido como huesos. Luego saltó fuera de la cama, corrhacia ella y la sujetó por los hombros, gruñó entre dienteomo si estuviera reprimiendo un gemido.

- Tengo que salir de aquí.

Ella le miró torpemente.- Él enviará todo lo que pueda conseguir tras de mí. me atrapa aquí, reducirá Houseldon a escombros partraparme.

Tenía que decirlo. Había ido demasiado lejos parcharse ahora atrás. Y éste era el punto fundamental, ¿no

La razón de que ella hubiera suscitado el tema. Claramentbservó:

- Lo intentará igual, no importa lo que tú hagas.Él la miró, abrumado.- Sabe que estás aquí -dijo ella-. Pero no lo sab

uando te marches. A menos que tenga un espejo que lermita verte aquí. Si huyes, él no lo sabrá hasta que hay

destruido Houseldon buscándote.»Yo hice eso. -Por un momento, sus ojos se llenaron d

ágrimas. Parpadeó ferozmente para apartarlas-. Es culpa mí

Cuando le dije haber visto el Puño Cerrado en tu espejo, delaté.»Tú no sabías que venías aquí. Se lo dije a él, pero no

o dije a ti. Tú simplemente intentabas escapar…, sperabas no terminar en algún lugar desde el que n

udieras volver. Él tiene que destruir Houseldon par

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detenerte, y yo lo puse sobre tu pista.Geraden, no es culpa tuya. Nada de esto es culpa tuyaEl rostro de él estaba muy cerca del de ella, sus dedo

staban clavados en sus brazos; pero Terisa no podía lee

u rostro. Su pasión formaba parte de su cráneo, se hallabdefinitivamente debajo de sus rasgos; sin embargo, la carnque lo cubría estaba tan tensa que no podía distinguirlos.

Cuando habló, sin embargo, su voz la sacudió taduramente como si la hubiera arrojado contra la pared. Euerte, compulsiva; tenía el poder de ordenarle.

- Terisa, gente a la que he conocido y amado toda mvida van a morir porque yo vine aquí.

 Juro que nunca dejaré que nadie a quien he amadmuera de nuevo.

Pero no había nada que él pudiera hacer. Houseldo

staba ya tan bien preparado para defenderse como le erosible. Era impotente para salvarlo todo o a todos. Porqu

necesitaba tanto de ella, Terisa no lloró ni se disculpó ni sdefendió ni se puso furiosa. Se enfrentó directamente a él dijo:

- Creo que probablemente te sentirías mejor si molpearas.Él parecía como a punto de hacerlo: estaba l

uficientemente furioso o desesperado como para golpelgo.

- ¿Por qué no me lo dijiste?

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Ella agitó lentamente la cabeza. Al menos él ya nstaba cerrado. Al menos había conseguido esto. E inclusa furia era preferible a aquel rígido aislamiento, aquel mud

dolor.

- No es eso lo que importa -contraatacó-. No, no es esCometí un error, eso es todo. No sabía lo importante que eodo esto. -Y más tarde se había sentido tan avergonzador su sumisión al Maestro Eremis que había hallad

mposible hablar-. Lo importante es que tuve una posibilidaParecía absurdo hablar tan calmadamente cuando él s

hallaba presa de una tal aflicción. Parecía absurdo preferir uria de alguien-. Hubiera podido ir a cualquier parte. -A

mismo tiempo, su propia miseria empezó inexplicablementeonvertirse en otra cosa, en algo que tenía un loco orprendente parecido a la alegría. Podía alcanzarle…, pod

onerle furioso. Gracias a eso, todo lo demás era posiblelegí venir aquí.

«Geraden, escúchame. ¿Por qué te opones a que yligiera venir aquí?

Estaba tan furioso, tan asustado por su hogar y s

amilia y sus amigos, que apenas podía contenersnvoluntariamente, mostró los dientes. Sin embargo, seguiendo Geraden, seguía siendo el hombre que siempre hab

hecho por ella todo lo que había podido imaginar. Jadeandnte el esfuerzo que hizo por contenerse, dijo:

- Dímelo tú. ¿Por qué?

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- No. -Agitó de nuevo la cabeza-. Vamos, piensa en elloPor qué vine aquí?

A través de su pasión, él jadeó:- No sabías ningún otro s itio donde ir. Para escapar.

- No. Oh, vamos, piensa. Hubiera podido ir a cualquiarte. El Príncipe Kragen se hubiera alegrado de tenermTodo lo que tenía que hacer era trasladarme fuera de lomuros de Orison. A cualquier lugar fuera de sus puertas.

Ahora lo había atrapado. Era extraño todo el poder quenía sobre él. Sus errores podían dar como resultado ompleta destrucción de aquel hogar y aquella familia: laazones de Geraden para sentirse ultrajado eran así duertes . Y, sin embargo, se sentía impulsado a intentaomprenderla.

 No la soltó, pero sus dedos dejaron de clavarse en su

razos. Con menos furia, dijo:- Deseabas advertirme.- Sí. -No sonrió; sin embargo, la inexplicable alegría e

lla empezó a cantar-. Deseaba advertirte.»¿Por qué crees que me molesté? ¿Por qué supones qu

me importa lo que ocurra aquí? No conocía a tu familiunca había estado aquí antes. ¿Por qué supones qustaba dispuesta a venir aquí y enfrentarme a ti cuandabía que era culpa mía el que todos estuvierais eeligro…, cuando sabía que tú tenías todas las razones d

mundo para sentirte furioso conmigo o incluso odiarme y n

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había nada que yo pudiera hacer para cambiar eso?Oh, lo había atrapado. Lo tenía. Deseaba gritarlo en vo

lta: lo tenía. Ahora ya no era hierro, cerrado y amargo. Suria había recedido. La escrutaba intensamente: perplej

asi atónito; fundamentalmente desconcertado por elllcanzado por la esperanza.- Piensa en ello -murmuró ella, para impedirse exultar.Él abrió la boca, pero no brotó ninguna palabra.- Idiota. Lo hice porque te quiero.Entonces alzó los brazos y rodeó su cuello y se izó d

untillas para besarle.Él necesitó unos momentos para recuperarse del shoc

Afortunadamente, no le tomó mucho. Antes de que elludiera liberar la excitación que cantaba en su interior, él trajo hacia sí y le devolvió su beso, como si su respues

legara desde lo más profundo de su alma.La tela de sus pantalones de dormir era tan delgada qu

lla no pudo llamarse a engaño acerca de lo que él sentía plla, pese a su inexperiencia. Le besó durante largo tiemp

mientras los brazos de él se apretaban en torno a ella. Lueg

e apartó de su abrazo y empezó a desabrocharse la blusa.Los ojos de él se oscurecieron, como si ardieran coombras. Un poco torpemente, ella se sacó las botas dendas patadas. Cuando deslizó la blusa de sus hombros

dejó caer su falda, él contuvo el aliento. Incluso el pelo de s

abeza parecía arder con deseo.

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Bruscamente, dejó caer sus pantalones y la llevó a sama.

Fue casi devoto en la forma en que la besó y acaricidesgarrado entre la maravilla y la alarma, como si la desear

anto que no pudiera creer en sí mismo. Como resultado dllo, fue tentativo, cuando ella lo que más deseaba era quuese seguro. El Maestro Eremis tenía razón. Durante reve estancia del Maestro en las mazmorras, después d

que la Cofradía llamara al campeón, le había dicho: Cada veue piensen en otro hombre, recordarás mis labios sobreus pechos. Eso era cierto: el contacto de Geraden le recordl del Imagero…, su seguridad, su voluntad de tomompleta posesión de ella.

Y, sin embargo, Geraden transmitía una intensidad qua emocionó profundamente. Tuvo la sensación de que hab

asado la mayor parte de su vida aguardando aqumomento en la cama con él. Podía hacerlo con seguridaAprenderían juntos todo lo que necesitaban saber.

Pero las cosas fueron mal, de la forma que todo iba mon él. Había descubierto su talento para la Imager

demasiado tarde, cuando ya no era capaz de hacer nada col. Ahora descubrió el amor de ella por él demasiado tarde, etuvo entre sus brazos demasiado tarde: había perdido

habilidad de hacer nada con ella. Quizá su propnexperiencia lo hizo demasiado ansioso. Quizá no pod

dejar de preocuparse acerca de Houseldon y su familia. El

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no estuvo segura de cuál era la razón…, y en cierto sentidno le importó. Le importó solamente que él maldijo para sí odó alejándose de ella, y se quedó tendido de espaldas coos puños apretados a sus costados y los músculo

garrotados, intentando convertirse de nuevo en hierro.Ella lo observó encerrarse de aquel modo fuera de ella,u alegría empezó a desmoronarse. Por un momento sinti

deseos de echarse a llorar.Luego tuvo una idea.Con la yema de un dedo acarició la dura línea de s

mandíbula.- ¿Sabes una cosa? -dijo, como si estuviera

rosiguiendo una conversación casual, incluso banaAcabo de pensar en una razón para creer que souténticamente real.

- Yo ya lo creo -murmuró él, desde el lado opuesto dmundo-. Lo sabes bien.

- Pero no sabes por qué -contestó ella alegremente-. Éss el problema contigo. No tienes suficientes razones. Sóienes «intensos sentimientos»…, lo haces todo por la fe.

»Te daré una razón.»La gente como Eremis dice que fui creada por magería. Salí de ti y de tu talento cuando hiciste aquspejo. Pero, si eso fuera cierto, ¿no crees que habríareado a una mujer con la que pudieras hacer más fácilmen

l amor?

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Le cogió tan por sorpresa que no pudo impedirlo. Tanesperadamente como un grito, estalló en una carcajada.

Inmediatamente después de echarse a reír, perdió ontrol.

- Eso es perfecto -jadeó, entre accesos de risa-. Miento tan confuso que no puedo imaginar ni mi propalento. No puedo ayudar a mi familia. O a mi Rey. O a l

mujer a la que amo. Pero eso no es suficiente para mí. No miento satisfecho sólo con eso.

Brevemente, ella oyó una nota de histeria en la risa dl, y casi se sumió en el pánico. Pero el simple acto de rearecía eliminar el pesar y la autocompasión de él; cuan

más reía, más se relajaba.- No. Me siento tan confundido, que cuando creé a un

mujer a la que amar la hice tan perversa que el

ccidentalmente traiciona toda mi vida. Entonces desea irla cama conmigo cuando estoy tan asustado que apena

uedo pensar.»No necesito enemigos. Tan pronto como deje de reí

voy a matarme.

»Oh, Terisa.Pronunció su nombre como si le doliera en lo márofundo. Rodó de nuevo hacia ella, apoyó las manos eus mejillas para sujetar su rostro y empezó a besarla d

nuevo.

Incuestionablemente, sus besos carecían de la firm

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asión de los del Maestro Eremis. Pero eran dulces premiantes, como la recordada llamada de los cuernos. Yuando ella recordó los cuernos, la música volvió a snterior.

Esta vez, todo fue bien.Fue bien hasta casi el amanecer. Cuando finalmente sdurmió, siguió aferrada a él como una promesa de que nuncba a dejarle marchar.

Al amanecer, la casa empezó a agitarse a su alrededoero ella y Geraden siguieron durmiendo.

Afortunadamente, Houseldon no confiaba en Terisa Geraden para la vigilancia. Cuando se produjo el ataque, lohombres de guardia lo divisaron de inmediato y dieron larma.

Los gritos resonaron como gemidos entre las casas

as tabernas, los establos y los graneros. Tan pronto comudieron saltar de sus camas, los hombres abandonaron suasas, aferrando horcas y guadañas, almádenas, cuchillos ierras, simples mazas, alguna espada ocasional, y más de urco de caza. Los seis arqueros entrenados del Domn

cuparon casi inmediatamente sus posiciones de mando eorno a la empalizada. Pidiendo a gritos sus muletas, ropio Domne se arrastró fuera de sus revueltas ropas dama.

Tholden iba por delante de su padre. La verdad era qu

había estado demasiado preocupado como para dormi

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Después de intentar descansar inútilmente hasta después dmedianoche, se había levantado y se había ves tido. Si Quisno lo hubiera contenido, hubiera salido a recorrer mpalizada sin ninguna finalidad. Pero ella le había obligad

casi por la fuerza- a sentarse y beber de un frasco de vinoe había masajeado los agarrotados músculos de su cuellohombros y espalda hasta que le dolieron las manos; habhecho el amor con él. Después de eso, él fingió dormir hasque ella abandonó su guardia. Entonces saltó de nuevo de ama.

Estaba en la habitación delantera, removiendo el fueguando oyó la alarma. Rugiendo con una voz que no estab

hecha para arrastrar furia o violencia, salió de la casa. Por uegundo giró sobre sí mismo, intentando localizar de qu

dirección venía la alarma. Luego echó a correr, con su barb

gitándose en la brisa del amanecer.Terisa despertó de golpe, sobresaltada más por la form

n que Geraden estalló fuera de la cama que por los gritoPareció vestirse en un parpadeo mientras ella luchaba peguirle, por atraparle; tenía abierta ya la puerta antes de qu

lla empezara a abrocharse su blusa. No obstante, lo alcanzó. Fuera en el pasillo, Geraderopezó con Stead y tuvo que detenerse para alzar a s

herido hermano del suelo. Stead se aferró a él por umomento.

- Dame un cuchillo -jadeó-. No puedo correr a ningun

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arte. Pero puedo luchar aquí si hay que hacerlo.- Se lo diré a Quiss -respondió Geraden mientras s

lejaba.Con Terisa a su lado ahora, alcanzó la habitació

delantera, le gritó el mensaje de Stead a Quiss, luego salorriendo de la casa.- ¿Dónde? -preguntó al primer hombre que encontró.El hombre parecía demasiado asustado como para ten

ninguna idea de lo que estaba haciendo.- Al oeste.- Al oeste -murmuró Geraden, pensando intensamente

Así que no son soldados. Los soldados vendrían del nortDel nordeste.

Terisa vio lo que quería decir con aquello; pero sorazón latía demasiado fuerte en su garganta, no pod

hablar.- Eremis está enviando Imagería contra nosotros.Ella asintió. Corrieron hacia el oeste por entre lo

dificios.Todo el mundo corría hacia el oeste. Las instruccione

de Tholden a Houseldon habían sido explícitas: mujeres niños en casa; todo el mundo que fuera demasiado joven demasiado frágil o estuviera demasiado enfermo para luchaque se quedara en casa. Desgraciadamente, la gente dDomne había perdido la costumbre de recibir órdenes. La

alles estaban atestadas con gente que no debería estar al

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Algunos de los hombres que estaban preparados quipados o al menos decididos a luchar tenían dificultaden abrirse camino por entre la multitud.

Pero Tholden había respondido a la alarma ta

ápidamente que estaba ya a la cabeza de la gente; no sabque estaba siendo imperfectamente obedecido. Alcanzó uesto de guardia y trepó a la plataforma donde estaba duardia el hombre que había lanzado la alarma a tiempo par

ver claramente el conjunto del ataque.Acudieron sin un sonido, excepto el rumor de sus pata

y el seco murmullo de su respiración: extraños lobos conhiestas espinas en sus curvados lomos, una doble hiler

de colmillos en cada babeante mandíbula, y algo parecidoa inteligencia en sus alocados ojos. Sólo unas cuanta

docenas de ellos, pensó Tholden cuando los divisó. Lo

uficientes para diezmar una manada de ovejas. O aterrorizuna granja. Pero no los suficientes para amenazHouseldon. No iban a conseguir pasar la empalizada.

Entonces el líder de la manada saltó a la pared.El lobo pareció dirigirse directamente contra él. Saltand

l menos dos metros y medio en el aire, pasó sus patadelanteras por encima de la empalizada. Mientras sus pataraseras se agitaban para hallar el apoyo de la madera, su

mandíbulas se tendieron hacia su rostro.Por un instante más horrible que cualquier cosa qu

hubiera imaginado nunca, Tholden fue incapaz de movers

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Era un granjero, no un soldado: no sabía nada de lucha. Eo más profundo de su corazón, siempre había creído qu

había algo secretamente loco en la gente como Artagel, quba a la batalla con feroz alegría. Los hombres de pie en

lataforma con él retrocedieron. Uno de los arqueros spresuró a alzar su arco. Pero Tholden simplemente funcapaz de moverse.

Entonces, una ardiente baba salpicó su rostro mientraos colmillos se le acercaban, y algo dentro de él se dispar

Aunque nunca pensaba en ello, era prodigiosamente fuerty su fuerza vino a su rescate. Adelantó bruscamente lamanos, agarró al lobo por la garganta, y lo empujó con todaus fuerzas hacia atrás.

Cayó entre el resto de la manada, rompiendo la cargmpidiendo que los lobos que venían tras él reunieran

mpulso suficiente para saltar. La manada estalló eruñidos…, un sonido ronco y rojo, ávido de sangre. La

mandíbulas chasquearon. Luego los lobos giraron eedondo para recobrar impulso y saltar.

- ¡Arqueros! -gritó desesperadamente el hijo d

Domne-. ¡Arrojad algunos dardos contra esas cosas! ¡altan por encima de la empalizada…! No fue lo bastante rápido. Tres lobos estaban saltand

ya, cuatro, seis. Y, en vez de atacar directamente el puestde guardia, se lanzaron hacia una parte de la empalizad

donde no había defensores inmediatos.

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Se sintió abrumado al darse cuenta de que aquellaestias sabían lo que estaban haciendo. El momento en quran más vulnerables era cuando intentaban cruzar pncima de la empalizada…, así que para hacerlo se situaba

uera del alcance de los defensores.Pero una flecha se enterró con un ruido sordo en echo del lobo más cercano. Cayó, escupiendo sangr

Mientras el arquero cogía otra flecha, alguien debajo de lataforma arrojó una hachuela que se hundrofundamente en medio de un par de brillantes y alocadojos. Alguien más intentó usar una horca como si fuera un

abalina; sus aguzadas púas fallaron, pero el lobo se vbligado a retroceder.

Tres abatidos.Los otros tres cruzaron la empalizada.

Tholden vio a un granjero arrojar un hacha y fallar…, vio caer con la garganta destrozada tras una dentelladparentemente sin esfuerzo del lobo. Afortunadamente,

hombre que estaba a su lado dejó caer un fuerte golpe couna maza, y el lobo se tambaleó. Mientras la bestia estab

ún vacilando sobre sus patas, un largo arco de una hoz lbrió en canal.Los defensores llegaban tan rápidamente como se l

ermitían las estrechas calles y la multitud. El segundo lobque consiguió cruzar la empalizada se acurrucó entre do

mozos de cuadra -que casi se descerebraron mutuamen

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ntentando golpearle-, destripó al mejor panadero dHouseldon antes de que éste pudiera alzar las manos, luege arrojó hacia un grupo de muchachitos que habíascapado de sus madres. Pero cayó al suelo cuando un

ntigua espada en manos de un viejo que recordaba laviejas guerras se clavó profundamente entre las espinas qurotegían su lomo.

El tercer lobo recibió una flecha en sus cuartos traserode un joven y aterrorizado aprendiz de arquero. Mientras sstremecía de dolor, mató al joven, mordió la mano de otr

hombre a la altura de la muñeca cuando éste intentpuñalarlo con un cuchillo, luego echó a correr por entre loallejones hacia el corazón de Houseldon.

Al mismo tiempo, más lobos saltaron al ataque.Sólo unas pocas docenas de ellos, pensó Tholde

Sintió deseos de arrancarse los pelos.Un segundo arquero corrió hacia arriba desde el puest

de guardia donde había permanecido hasta entonces. Comu camarada, empezó a ensartar lobos tan rápido como podncajar sus flechas en la cuerda del arco. Pero sólo eran do

Cada vez que uno de ellos iba en busca de una nueva flechres o cuatro bestias penetraban en Houseldon.Reclamando frenéticamente ayuda, Tholden saltó de

lataforma.Los otros arqueros estaban en camino, pero se veía

mpedidos por la multitud. Y los defensores en el lugar d

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taque no sabían cómo luchar contra un enemigo comquél; se obstaculizaban entre sí. En un sentido, los lobostaban perdiendo. Finalmente todos resultarían muerto

Pero si los suficientes de ellos corrían sueltos por las calle

odían organizar una auténtica carnicería antes de sbatidos.Y, si mataban a los arqueros…Quizá entonces no perdieran.Tholden arrancó un hacha de manos de un hombre qu

videntemente no sabía cómo utilizarla con eficacia. Slantó en el camino de los lobos, empezó a hachearlos comi no fueran más que troncos. No tenía ni idea de qué otosa podía hacer.

Así que no vio lo que les ocurrió a las bestias quonsiguieron pasar más allá de él. No vio la llegada de lo

estantes arqueros, ni los esfuerzos que hicieron por detenl ataque; no vio el muro de defensores desmoronarse brirse tras él cuando la gente fue presa del pánico y huyn desbandada, e incluso hombres que sabían cómo manejas armas caían bajo el ataque.

Por otra parte, fue una de las pocas personas que shallaba en posición de ver que los lobos eran sólo vanguardia del auténtico ataque.

 Nadie más sospechó aquello. Nadie más pensó en ellLos lobos ya eran suficiente problema. Maldiciendo

stupidez que las había llevado fuera, las mujeres regresaro

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orriendo a sus casas, tirando de sus hijos tras ellas. Lohombres se apresuraron a esconderse. Bandadas de polloevolotearon en una confusión de plumas y terror, corriendlocadamente en todas direcciones o aleteand

esadamente su camino hasta las techumbres. Toda la parteste de Houseldon era una auténtica confusión, ignoradantrucciones y defensas.

De pronto, la calle frente a Terisa y Geraden se despejy éstos se hallaron frente a un enloquecido animal con lamandíbulas llenas de sangre y una flecha asomando de suuartos traseros.

Las espinas a lo largo de su lomo le daban el aspecto dun puerco espín de monstruoso tamaño. La doble hilera dus colmillos hacían que pareciera un enorme tiburón.

Terisa recordó los jinetes de pelaje rojo y demasiado

razos.El lobo se detuvo, olisqueó el aire. Sus ojos pareciero

rder con la posibilidad de inteligencia.- Está persiguiéndonos -dijo ella. En cualquier cas

reyó haberlo dicho; no podía asegurar que lo hubier

ronunciado en voz alta.- Cuando te dé un empujón -susurró Geraden-, ve hacsa casa. -La empujó suavemente hacia el edificio máercano-. Entra dentro. Cierra la puerta. Intenta correr errojo, si lo hay.

El lobo empezó a gruñir, un gruñido que llegaba desd

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o más profundo de su pecho…, un sonido como el distanetumbar de un trueno.

- ¿Qué vas a hacer tú?Debió preguntarlo en voz alta. De otro modo, él n

hubiera respondido.- Lo mismo, en dirección opuesta.Ella asintió automáticamente, demasiado asustada pa

hacer alguna otra cosa.Como si su asentimiento fuera una señal, el lobo salt

hacia ellos , babeando homicidamente.Geraden empujó su hombro tan fuerte que Teris

ropezó y cayó.Al menos cayó fuera del camino de la carga de

estia. Intentando frenéticamente levantarse del suelo, agias piernas, saltó hacia el porche de la casa…

…se volvió para ver lo que ocurría con Geraden. No había efectuado ningún intento de hacer lo qu

staba haciendo ella. Después de empujarla a un ladimplemente sehabía agachado. En el momento en que obo controló su salto, se apoyó en el suelo y dio la vuel

hacia él, y ahora estaba de pie enfrentado de nuevo a riatura, preparado como si tuviera intención de partirle abeza.

- ¡Geraden!- ¡Métete en la casa!

Tan rápido que Terisa apenas lo vio ocurrir, saltó d

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ado. El lobo pasó como un relámpago junto a él. Oyó alvaje cliquetear de unas mandíbulas lo bastante fuerteomo para destrozar el hueso sobre el que se cerraran. L

manga de la chaqueta de Geraden estalló en jirones.

Pero no hubo sangre. Todavía.Más rápido esta vez, porque su segunda carga habido menos larga, el lobo se dio la vuelta y se lanzó d

nuevo contra él.Si hubiera tropezado, si hubiera perdido pie o calculad

mal el asalto, hubiera podido morir en aquel momento. Nadodía hacer lo que estaba haciendo, no por mucho tiemp

La flecha en los cuartos traseros del lobo no era suficienara frenarlo. Sin embargo, lo esquivó por tercera vez…, spartó del camino, se agachó y rodó sobre sí mismo, se pus

de nuevo en pie para enfrentarse otra vez al lobo justo ante

de que éste saltara.Ciegamente, estúpidamente, Terisa volvió a la calle par

yudarle.En aquel instante, una mujer salió de la casa, presa d

mortal terror. Tan asustada que apenas podía controlar su

miembros, metió una horca entre las manos de Terisa. Luegerró de un portazo tras ella e hizo resonar una barra conta parte interior de la puerta.

Terisa tomó la horca sin pensar. Gimiendo como unoca para distraer al lobo, saltó fuera del porche e hizo tod

o posible por ensartar a la bestia entre las púas.

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Falló. El lobo era demasiado rápido, demasiado lisara su inexperto ataque. Cuando giró contra ella, smbargo, consiguió pincharle, casi por accidente; el animetrocedió para evitar ser empalado por la horca.

Como surgida de la nada, la parte superior de unmuleta silbó en el aire y fue a estrellarse en la base dráneo del lobo.

Lanzando entre una tos y un aullido, la bestia giró y sanzó contra el Domne.

Geraden aulló una impotente advertencia. Terisa snmovilizó, sujetando su arma como si hubiera olvidado sxistencia.

El Domne no podía ni correr ni esquivar el ataque. Cou pierna mala, apenas podía cojear. Pero tenía otra mulen su otra mano, y cuando la bestia saltó contra él la alz

puntándola directamente a su garganta.Al mismo tiempo, Geraden pasó junto a Terisa,

rrancó la horca de sus manos en un solo movimiento, y hundió en el lomo del lobo con todas sus fuerzas.

Clavada al suelo, la bestia se estremeció por uno

nstantes, gruñendo horriblemente y escupiendo sangobre las botas del Domne. Luego quedó inmóvil.- Gracias, padre -jadeó Geraden-. ¡Cristales y astillas

so estuvo cerca. No deberías correr riesgos como éste.El Domne se tambaleó inseguro sobre su pie bueno. S

ostro estaba blanco. Sin embargo, consiguió habl

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almadamente:- Algún día -observó- me llamarás «papá». Esto

eguro de que te gustará.Geraden sacudió la cabeza como si hubiera perdido

voz. Con una muleta, el Domne movió el cuerpo a sus pies.- ¿Cuántos de ellos hay?- Los suficientes para superar a Tholden, supongo

ruñó Geraden.Terisa tuvo la vivida impresión de que estaba a punt

de desvanecerse. Afortunadamente, Geraden se volvió y lujetó antes de que sus rodillas se doblaran.

Cuando el último lobo cruzó por encima de mpalizada con una flecha en su corazón, el arquero en lataforma del puesto de guardia chilló, casi aulló:

- ¡Tholden! -Y Tholden jadeó una maldición, porque nhabía otra cosa que pudiera decir mientras intentabecobrar el aliento.

La mitad de la manada había sido muerta delante de éLos cuerpos yacían en un desordenado montón a los pies d

a empalizada, a ambos lados de él, entre los cuerpos de lohombres muertos a sus espaldas. Su hacha estaba cubierde sangre; sus manos y brazos chorreaban rojo; la sangr

oteaba de su barba y empapaba su camisa. Sus ojoxhibían un salvajismo que no tenía ningún parecido con

eral inteligencia de los lobos. ¿Cuántos de ellos había

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onseguido rebasarle? No lo sabía. No sabía lo que estabhaciendo la gente de Houseldon para defenderse. Sólo sabque el arquero en la plataforma sonaba frenético.

Había más. Los lobos eran sólo la vanguardia.

Obligándose a ponerse en movimiento, se tambalehacia el puesto de guardia, apoyó su peso en la escalerilque conducía a la plataforma.

Cuando miró por encima de la empalizada y vio lo queñalaba el arquero, su primera reacción fue de hundimientasi de decepción.

Oh, ¿eso es todo?Estaba contemplando, a través de una extensió

desnuda de un centenar de metros, a un felino.Simplemente un felino. Un solo felino. Nada más.Sin embargo, lentamente, en su cabeza penetró la ide

de que aquel felino era más voluminoso que él. Era al menoan grande como un caballo. Al menos…

Entonces observó que, allá donde el felino apoyaba suatas, la hierba nueva y las hojas secas se incendiaba

Había dejado ya tras él un rastro de llamas y humo hasta

distancia, siguiendo el mismo camino del que habían venidos lobos. Y se estaba acercando -no rápidamente, pero sininguna vacilación-, avanzando tan firme e inevitablemenomo el frente de una tormenta.

- Tholden -murmuró el arquero, como una plegaria

qué es eso?

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Evidentemente, era una locura. ¿Quién era él paretender que podía llenar las botas de su padre, que podener éxito en ser el siguiente Domne? No sabía nada dmagería. La única auténtica realización de su vida, desde s

unto de vista, era calcular la mejor época del año y lamejores condiciones para fertilizar los albaricoqueros. Amenos que contara el haberse casado con Quiss, o el habenido cinco hijos: su familia era también un logro que lenaba de orgullo.

- ¿Cuántas flechas te quedan? -preguntó al arquero.- Ninguna. -Era una pregunta que el hombre sí entendí

Tendré que ir a sacarlas de los lobos.- No te preocupes. Ve. -Empujó suavemente al hombre

Busca a hombres para que se sitúen junto a los barriles dgua. Si esa cosa no rompe la empalizada, la incendiará.

El arquero se apresuró a bajar la escalerilla y se alejóoda prisa. Tholden se volvió hacia los otros arqueros, dspaldas al felino de fuego que avanzaba.

- Si habéis agotado vuestras flechas -dijo, como si stuviera hablando a un pequeño círculo de amigos sob

un asunto de no demasiada importancia-, recorreHouseldon. Necesitamos ayuda.»Si aún os queda alguna flecha, subid aquí.A no más de cincuenta metros de distancia, el felino d

uego rozó un montón de mazorcas secas de maí

nmediatamente, el montón estalló en llamas y se consum

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n arrugadas cenizas.La plataforma se tambaleó cuando dos arquero

ubieron precipitadamente a ella para reunirse con TholdeSeñalando con la cabeza al felino de fuego, les dijo:

- Apuntad a los ojos.- ¿Eso lo matará? -preguntó roncamente uno de lohombres.

- ¿Quién sabe? ¿Tenéis alguna idea mejor?El hombre sacudió la cabeza. Su rostro estaba tenso po

l miedo, pero no retrocedió.Los arqueros prepararon sus flechas, tensaron su

rcos. Casi simultáneamente, dispararon.El felino de fuego echó negligentemente la cabeza a u

ado. Las flechas se incendiaron y se convirtieron en negramasas antes de que sus puntas pudieran atravesar la piel d

nimal.- Creo que necesitaremos alguna idea mejor -murmuró

egundo arquero, mientras él y su camarada preparabatras flechas.

Como si estuviera perdiendo la cabeza, Tholden s

volvió de nuevo y gritó:- ¡Geraden! ¿Dónde está Geraden?Los primeros refuerzos habían empezado a llega

hombres que no se habían encontrado con los lobos; otroque comprendían que se acercaba un gran peligro; alguno

que estaban tan asustados que los arqueros tenían casi qu

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mpujarles. Nadie había visto a Geraden. Algunos de lodefensores miraron a Tholden como si les estuviehablando en una lengua extranjera.

- De acuerdo -gruñó éste-. Lo haremos por nosotro

mismos. -El salvajismo de sus ojos se estaba haciendo peoRepentinamente furioso, rugió-: ¡No os quedéis aquí! ¡Substos barriles de agua a las banquetas!

Galvanizados por la incongruente desesperación en sguda voz, los hombres debajo de él empezaron presurarse.

Los arqueros agotaron sus flechas -sin resultado- altaron fuera del camino de los barriles de agua. El felino duego estaba tan cerca ahora que Tholden creyó podentir su calor. O quizás era sólo el sol. El cielo estaba clar

y despejado hasta el horizonte, y el aire se estaba haciend

or momentos más cálido. Con la sangre chorreando por sostro como sudor, ayudó a varios hombres a colocar eosición un barril de agua.

Justo a tiempo…, apenas a tiempo. El felino alcanzó mpalizada, se detuvo, probó la madera con su hocico. Una

nstantáneas llamas brotaron hacia arriba, convirtiéndoápidamente de una pequeña chispa en un salvaje rugir. Lamanos y brazos que sostenían los barriles de agua fuerobrasados. Tholden perdió su barba y sus cejas; estuvo unto de perder sus ojos.

Luego, dos medios barriles fueron arrojados por encim

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de la empalizada casi simultáneamente, y el agua chocontra las llamas y el calor con un rugir como una explosión

El fuego en los maderos se apagó. Pero la concusióuando tanta agua estalló en un chorro arrojó a los hombre

uera de la plataforma, fuera de la banqueta.Tholden aterrizó sobre un hombro, medio de espaldamedio de costado, y desperdició un atontado e inútmomento contemplando paralizado el cielo mientras todous músculos encajaban el golpe. Era posible que se hubieoto el hombro. Parecía probable que jamás fuera capaz d

volver a respirar. El intenso y ardiente vapor desapareció el aire casi de inmediato, dejando el cielo azul y perfecto, socar.

Tras un momentáneo retraso, la empapada madera de lmpalizada empezó a ceder.

Tholden consiguió hacer entrar aire en sus pulmones odó de lado, se puso en pie.

Su hombro estaba entumecido. No podía mover aqurazo.

Algunas llamas lamían aún la madera entre los tronco

Las correas que los mantenían unidos empezaron a restally a partirse.Con un aullido de calor, la empalizada se incendió d

nuevo y llameó como el estallar de un horno.Tholden y sus hombres retrocedieron tambaleante

ontemplaron los troncos en llamas…, y al felino de fueg

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brirse camino entre ellos como si no fueran más que trozode carbón.

- ¡Tholden! -aulló la gente.- ¡Ayuda!

- ¡Dinos qué debemos hacer!- ¡No sabemos qué hacer!- Correr -tosió débilmente Tholden. Nunca hab

resenciado un fuego tan intenso en su vida, nunca habvisto nada que lo aterrara tanto como aquel felino de fuegoCorrer. -El calor hacía brotar lágrimas de sus ojos, como stuviera llorando. Houseldon era todo de madera. El lugntero iba a arder-. Apartaos del camino.

Automáticamente, sin pensar, se retiró para mantener alor a distancia. El felino de fuego avanzó tras él con uaso elástico, casi casual, como si estuviera siguiendo a u

ndefenso y especialmente sabroso ratón.Moviéndose como un loco, Tholden condujo al felin

de fuego por entre los edificios.El felino avanzaba por un lado de la calle mientras

eguía. El fuego prendió en la pared de un granero; lueg

on una detonación como un trueno, el propio grano sncendió. Fuego y humo y chisporroteante grano girarouna veintena de metros en el aire.

El propietario del grano vivía en la casa al lado. Era uhombre viejo con una enorme cantidad de grasa y ningun

eputación en cuanto a valor; sin embargo, sal

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uriosamente al porche y arrojó un cubo lleno de agua contl felino.

El felino no pareció notar el ataque.Casi instantáneamente, el fuego consumió al hombre.

Tholden se retiraba tan lentamente como le era posiblrayendo con él la destrucción de Houseldon.Casi no notó lo que ocurría cuando el felino de fueg

dejó escapar bruscamente un rugido de irritación -quizáncluso de dolor- y se echó hacia un lado. Una punta dlama se aferró a las almohadillas de una de sus pata

delanteras. El animal inclinó la cabeza y se lamió la pata; sola se agitó malignamente. Cuando avanzó de nuevarecía más furioso, más decidido; parecía como si tuvie

ntención de saltar sobre él sin más dilación.Tholden abrió torpemente la boca, alucinado ante

ncomprensible hecho de que la criatura se había hechdaño a sí mismo pisando un pequeño montón dxcrementos de oveja.

Como si aquella información fuera demasiado para éus ojos giraron en su cabeza; su desnudo y abrasad

ostro se tensó en un gemido; su brazo inútil golpeó contu costado.Torpemente, se dio la vuelta y echó a correr fuera d

amino del felino de fuego, huyó entre las casas máercanas como si los buitres aletearan en torno a él. La gen

que lo vio huir así creyó que había perdido definitivamen

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a cabeza.El felino no le persiguió. Iba detrás de otra presa.Incendiando casas y tiendas de una forma casi casu

mientras avanzaba, siguió su maligna andadura hacia

orazón de Houseldon.Hacia Terisa y Geraden.Terisa y Geraden y el Domne oyeron los gritos; viero

l humo y el fuego estallar en el aire.- ¡Cristales y astillas! -siseó Geraden entre su

pretados dientes-. ¿Qué es eso?- Me temo que no son lobos -murmuró el Domn

Empujó el cadáver con el pie-. Incluso ese tipo de lobos nrovocan incendios.

La alarma despejó el mareo en la cabeza de TerisApoyó su peso sobre sus piernas e intentó pensar.

- ¿Dónde es tá Tholden?Geraden la miró. Él y el Domne no se miraron entre sí.Uno de los arqueros apareció corriendo por la call

Apartando a la gente ante él, se detuvo frente al Domne.- Mi señor -jadeó, buscando urgentemente el aliento-,

mpalizada ha cedido. Las casas están ardiendo.- Puedo ver eso -respondió el Domne con pocaracterística aspereza-. ¿Cómo ocurrió?

- Una criatura de la Imagería. Un felino tan grande comuna res. Prende fuego a todo.

»Viene hacia aquí.

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Terisa sintió que una fría mano se cerraba en torno a sorazón. Prende ruego a todo.

- El Castellano Lebbick me habló de un felino así. Masus guardias. -Envió fuera a quince hombres, y los mató

odos-. Cuando intentaban capturar al campeón de Cofradía.Geraden asintió hoscamente.- Eremis no tiene suficientes hombres. O suficiente

hombres que malgastar. O no puede trasladar el númeruficiente de ellos aquí sin volverlos locos. Así que es

utilizando la Imagería para atacarnos. Intentando matarnon masa en vez de hacerlo individualmente.

Los fuegos se acercaban. Un almacén arrojó llamas eodas direcciones a medida que estallaban los barriles dceite. La destrucción de Houseldon parecía hallarse y

uera de control.El Domne contempló a su gente huir por su lado com

i aquella visión le hiciera sentir deseos de vomitar. Simbargo, mantuvo su voz tranquila.

- Tú eres el único Imagero en la familia, Geraden. ¿Cóm

odemos defendernos?- Con espejos -gruñó Geraden. Terisa pensó que equel momento tenía exactamente el mismo aspecto que sadre…, tan tenso y horrorizado que parecía sentir deseo

de vomitar-. Cosa que no tenemos.

Entonces Terisa captó el primer atisbo del felino d

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uego. Involuntariamente, dio un paso atrás.- ¿Dónde está Tholden? -preguntó de nuev

Repentinamente, temió que ya estuviera muerto.Tholden corría para salvar su vida.

Su hombro no estaba roto. Si estuviera roto, hubiermpezado a dolerle antes que esto. Sin embargo, seguterido; todavía no podía usarlo. Dificultaba su equilibrio, svance. A causa de ello, corría como un jorobado.

Corrió por entre las casas y a lo largo de las calles dHouseldon como si estuviera aterrado.

Había olvidado los lobos…, los había olvidado pompleto. Su desesperación no dejaba s itio para ningún oteligro. Una de las casas junto a las que pasó tenía suerta destrozada, colgando precariamente de sus bisagraero no se dio cuenta de ello. No oyó los agónico

loriqueos de su interior, no vio la bestia masticando carnn el umbral. No tuvo ni idea de lo que estaba ocurrienduando el lobo abandonó al niño que estaba devorando altó hacia su cabeza.

Debido a su vacilante andar, la bestia falló su objetiv

Sin embargo, sus garras surcaron profundamente su espalduando cayó sobre él.El dolor atrajo toda su atención. Él y el lobo giraron pa

nfrentarse; tan feroz como la bestia, Tholden miró a stacante.

Babeando sangre, el lobo saltó de nuevo.

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Tholden no tenía tiempo para el miedo y la previsióDe hecho, no tenía tiempo para el lobo. Dando un pasdelante en el momento en que la bestia saltaba, le lanzó unatada tan violenta contra la caja torácica que reventó s

orazón.Luego echó a correr.Su espalda sangraba y le dolía como si estuviera e

lamas. Tosiendo en busca de ayuda, corrió hacia el pozo ddesechos más cercano, donde Houseldon acumulaba loertilizantes para los campos y los huertos.

 No quedaba mucho tiempo. La gente que huía a lo largde la calle se había dispersado; Terisa, Geraden y el Domn

odían ver ahora claramente al felino.Y éste podía verles a ellos: eso era obvio. Sus ojo

staban clavados en ellos como si al final hubie

econocido su auténtica presa.Sí, por supuesto. Abrumada por el temor y l

mpotencia, Terisa se había visto reducida a hablar consigmisma. Eremis no confiaría en la violencia al azar paerminar con ellos. Y debía ser capaz de hablarle a esa cos

De otro modo, ¿cómo podía llevarle a hacer lo que deseaba? Hubiera podido atacar al campeón en vez de a louardias del Castellano. Probablemente le había dado un

descripción de la gente a la que se suponía que tenía qumatar.

Inútilmente, se preguntó qué tipo de descripción pod

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omprender el felino de fuego. ¿Era posible que Eremhablara con él?

- Terisa. -Geraden apoyó una mano en su brazo; lacudió-. Terisa, escúchame. Si esa criatura va tras de mí, t

uedes escapar. Tienes que escapar. Sal de aquí…, sal dHouseldon. Ve al norte. Al Termigan. Quizá él tenga algúspejo que puedas utilizar. Al menos puedes advertirle. Él trotegerá.

»Yo intentaré proporcionarte tanto tiempo como seosible.

- Gracias. -¿De qué estaba hablando? No tenía la mendea-. Aprecio eso. -Las palabras parecían salir de su bocin pasar primero a través de su consciencia-. ¿Y si va tra

de mí? ¿Cómo vas tú a escapar?- Una cuestión interesante -intervino secamente el Dom

ne-. Ya la discutiremos más adelante, ¿queréis? Ahora echacorrer, los dos. Si está ocupado destruyendo Houseldon

os dos podéis escapar. -Bruscamente empezó a gritahaciendo restallar su orden como si fuera un látigo-: ¡Hdicho que echéis a correrl 

Tanto Terisa como Geraden asintieron. Ninguno de los dos se movió.Ella empezó a sentir el calor del fuego en su rostro.

elino de fuego estaba tan cerca ahora que hubiera podidlcanzarle con una piedra. No se apresuraba…, per

definitivamente avanzaba en línea recta hacia ellos . Sus ojo

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rillaban con malicia; su cola azotaba el polvo.Ella y Geraden y el Domne se mantuvieron firmes en s

ugar como si hubieran perdido la cabeza.Y el felino de fuego se detuvo. Les mir

autelosamente. Actuaban como si no le tuvieran miedPor qué? Terisa tuvo la extraña impresión de que sabxactamente lo que estaba pensando el animal. ¿Por quermanecían de pie allí, como si el fuego y los colmillos nudieran hacerles daño? ¿Qué tipo de peligrepresentaban?

Incuestionablemente había perdido la cabeza, aunquos hombres que estaban con ella siguieran cuerdo

Mientras el felino de fuego los estudiaba, Terisa agitó unmano y dijo:

- Fuera de aquí. Vete. -Podía notar cómo su pelo s

ncrespaba ante el calor-. No te haremos daño. Si marchas.

Bien. Brillante. En vez de retirarse, la criatura se agazapara saltar.

Inesperadamente, Minick llegó corriendo al lado d

Domne. Pese a su evidente prisa, no parecía respiresadamente…, de hecho, no parecía respirar en absoluto.Cada una de sus fuertes y morenas manos sostenía u

norme cubo de madera.Agua, pensó Terisa. Buena idea. Lástima que n

uncionará. Seguro que el felino de fuego había caminad

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or la nieve cuando había atacado a los hombres dCastellano Lebbick.

Con toda precisión, como si estuviera siguiendo unlaborada lista de instrucciones, Minick depositó los cubo

n el suelo a su lado.Jadeando y resollando como si su pecho estuviera unto de estallar, Tholden apareció en la calle. Casi chocontra el costado del felino de fuego; el calor debía de sremendo.

Sujetaba uno de los barriles de agua fuertemenpretado entre sus brazos.

Lleno de agua, tenía que ser demasiado pesado parque un solo hombre lo alzara. Sin embargo, lo sostenía soloe tambaleó hasta el centro de la calle con él, sin ningunyuda; allá, lo dejó caer pesadamente al suelo.

El sordo y seco sonido distrajo por unos instantes a riatura. Giró de medio lado con la misma curiosidad que uachorro, para ver lo que ocurría.

- ¡Ahora! -croó roncamente Tholden.Metió ambas manos en el barril de agua, extrajo u

norme puñado de excrementos de oveja, y los arrojó ostro del felino de fuego.Las duras pellas golpearon los bigotes del felino, su

mejillas, sus mandíbulas, sus ojos.Golpearon, e hirieron.

Eran combustible; ardieron con una brillante llama. Pe

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no cayeron, como el agua y la madera e incluso el fuegaían. Se pegaron al pelaje y a la carne de la criatura.

Con un grito, el felino de fuego dio una vuelta eedondo sobre sí mismo. Inmediatamente empezó a frotar

l rostro con las patas delanteras, intentando desprendersas ardientes masas.En un instante, sus patas delanteras estuviero

ecubiertas de fuego.Minick era un poco más lento; incluso en un

mergencia, no podía actuar sin sus habitualerecauciones. En esta ocasión, sin embargo, fue lo bastanápido. Antes de que el felino pudiera volverse de nuevvanzó un paso y arrojó contra él el contenido de su primubo.

Más excrementos de oveja.

Esta vez, el aullido de la criatura pareció surgir de médula de sus huesos. Empezó a dar vueltas en círculobre sí misma, y se revolcó por el suelo en un intento dxtinguir en el polvo el fuego de las pellas que ardían en suostados.

Bruscamente, cinco o seis hombres más aparecieron ea calle, llevando cubos y cestos y potes de excrementos dveja: arrojaron más combustible a las llamas del felinnclinándose sobre su cubo, Tholden siguió arrojandrandes puñados de pellas. Minick vació su segundo cub

n la creciente conflagración.

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Luego todos los hombres tuvieron que detenersuvieron que retirarse. La criatura había empezado a arder ta

violentamente que no podían acercarse a ella. Terisa alzó lamanos para proteger su rostro.

Con un sonido siseante como el de la carne en unarrilla, el del hierro al rojo en aceite, el felino de fuego murhorriblemente, consumido por su propio llamear.

Tholden se tambaleó, cayó de rodillas; su abrasadostro sin barba contempló con la boca abierta arbonizada carcasa.

Lentamente, el Domne cojeó en torno al círculo de calhasta su hijo mayor. Minick, Geraden y Terisa le siguieronstaban allí cuando el Domne apoyó sus brazos en nsangrentada espalda de Tholden.

- Como he dicho siempre -murmuró el Domne, con un

voz congestionada por el orgullo y el dolor-. El mejor hombara el trabajo.

Antes de que Terisa pudiera pensar en ello, Geraden fun busca de Quiss.

Quiss se ocupó sombríamente de su esposo. Como

Domne, sus emociones eran demasiado intensas -demasiado confusas- para permitirle permanecer tranquicerca de la condición de Tholden.

De pie en medio de la calle, con sus muletas sujetaajo sus manos, el Domne reunió a sus arqueros y los pus

cargo de la caza de los lobos que quedaban.

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Gentilmente, Minick ayudó a Stead a salir de la casa dDomne. Juntos, los hermanos se dispusieron a organizar vacuación de Houseldon.

Los incendios provocados por el felino de fuego s

habían asentado lo suficiente como para ser imposibombatirlos. Incluso sin la distracción y el daño de loobos, sin nada que pensar excepto la seguridad de su

hogares, la gente del Domne tal vez hubiera sido incapaz dpagar aquel fuego. Pero, además, se hallaban seriamen

distraídos por otras cosas, y terriblemente apaleados. odían producirse más ataques… Cuando Minick sugirombatir las llamas, el Domne se lo prohibió tajantemente.

En vez de intentar salvar inútilmente Houseldon, todhombre, mujer y niño que podía moverse por sí mismo, alzun peso o aceptar una responsabilidad, fue puesto a trabaj

euniendo provisiones y posesiones, caballos y ganadniños e inválidos, y sacándolos fuera de la empalizada.

Geraden ignoró toda esta actividad. Tomó a Terisonsigo y preparó un desayuno para ambos, luego encontr

un rincón tranquilo en la casa de su padre donde pudiera

omer en paz.Desconcertada, ella le preguntó qué creía que estabhaciendo.

- Ahorrar tiempo -murmuró él mientras masticaba uocadillo de pollo frío-. Tenemos que comer algo. Mejo

hora que luego.

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Aquello no arrojaba ninguna luz. Lo intentó de nuevo:- ¿Qué va a pasar ahora?- Irán al Puño Cerrado y se ocultarán allí. Con todo

que tienen que cargar, no van a llegar hasta dentro de dos

res días. Pero no creo que importe. Si Eremis tuviera alguntra cosa preparada para atacar, a esas alturas ya la hubiermpleado. Creo que el primer peligro ha pasado. Y, una vee hayan atrincherado en aquellas cuevas y rocas, va

necesitar todo un ejército para sacarlos de allí.Terisa no le comprendía en absoluto. Se le ocurri

vagamente que el Puño Cerrado tenía que ser un lugmposible para hacer un espejo.

- No dejas de decir «ellos». ¿No piensas ir tú también?Él negó con la cabeza e intentó ocultar el brillo en su

jos.

Ella lo estudió como si se hubiera vuelto estúpida. Ehogar de Geraden estaba en llamas a su alrededor. ProntHouseldon estaría reducido a cenizas. Los supervivientes sveían obligados a ocultarse. Uno de sus hermanos habesultado seriamente herido. Gente a la que había conocid

de toda su vida estaba muerta. Realmente, era sorprendeno mucho que había mejorado su humor.Era duro y fuerte, podía ver eso; pero el lúgubre hierr

a amargura, habían desaparecido. La última noche, él habecordado cómo reír. El brillo en sus ojos prometía que ser

apaz de reír de nuevo.

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Mirándole, el aterimento que demasiado miedo destrucción habían depositado sobre su corazón empezó desvanecerse. Casi sonriendo, como si ya supiera espuesta, preguntó:

- ¿Por qué no?Él se encogió alegremente de hombros.- He estado pensando en retrospectiva en todo esto. M

nstinto habitual para hacer mal las cosas. En un cierentido, lo que ha ocurrido hoy es una buena noticia. Lo qu

Eremis hizo hoy es una buena noticia. Significa que noiene miedo…, demasiado miedo para aguardar hasta quueda golpear inteligentemente y estar seguro de pod

matarnos. Piensa que podemos hacer algo que le haga daño»Si piensa eso, entonces probablemente tiene razón. E

demasiado listo para asustarse por nada. Todo lo qu

enemos que hacer es descubrir de qué se trata.Incongruentemente, mientras Houseldon ardía, Teris

intió regresar a ella algo de la alegría de la pasada noche.- Quizá sus planes aún no estén dispuestos -dijo-. T

vez aún tengamos tiempo de advertir a Orison.

- Exacto. Y, por el camino, podemos intentar advertambién a algunos de los señores. Cuando sepan lo qucurre, quizás el Fayle o incluso el Termigan puedan seersuadidos de hacer algo contra él.

 No pudo impedirlo; saltó en pie y lo besó, lo abraz

ontra ella tan fuertemente que pensó que sus brazos iban

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artirse.- Vamos, bobalicones -bufó Stead desde la puerta-. E

uego ya está al otro lado de la calle. Esta casa es iguiente.

Como respuesta, Terisa y Geraden se echaron a reír.Abandonaron Houseldon cogidos de la mano.A media mañana, la sede del Domne era poco más qu

un cascarón ennegrecido.Desde sus parihuelas, Tholden contempló las ruinas

loró como si hubiera fracasado; pero su padre no se ermitió.

- No seas estúpido, muchacho. Salvaste todas nuestravidas. Las casas pueden ser construidas de nuevo. Servis

tu gente. Yo lo llamaría una gran victoria. Nadie máhubiera podido hacerlo.

- Eso es cierto, papá -dijo Quiss, porque su esposstaba demasiado emocionado para responder-. Estará dcuerdo contigo cuando haya descansado un poco. Si sabo que es bueno para él.

Ignorando todo azaramiento, Geraden besó a los tre

Quiss y el Domne besaron a Terisa. Luego Terisa y Geradeueron a sus caballos, la yegua baya y el appaloosa que lohabían traído desde el Puño Cerrado.

- Ahora es tu turno, Geraden -anunció el Domne frenteodos los habitantes de Houseldon-. Haz que nos sintamo

rgullosos de ti. Consigue que lo que hemos hecho hay

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valido la pena. -Luego añadió-: Y, en nombre de la corduraecuerda llamarme «papá».

Incapaz de otra cosa, Geraden enrojeció.Terisa sintió deseos de echarse a reír de nuevo.

- No te preocupes, papá. No permitiré que lo olvide.Cuando la gente del Domne empezó a vitorearles, ella Geraden partieron para enfrentarse a la necesidad dMordant.

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8

Estados frustrados

Hacia el final del primer día de asedio -el día quinalmente condujo al asesinato del Maestro Quillón y

huida de Terisa-, el Príncipe Kragen señaló sus arruinada

atapultas y preguntó a dama Elega qué creía que debíahacer.- Atacar -respondió ella inmediatamente-. Atacar

tacar.Alzando una ceja, él aguardó una explicación.- No soy una Imagera…, pero todo el mundo sabe qu

a Imagería requiere fuerza y concentración. Las traslacioneon agotadoras. Y en esto -hizo un gesto hacia laatapultas- sólo tienes un oponente. Sólo un Maestro pued

utilizar el espejo que te está frustrando. A estas alturas debstar debilitado. Quizás incluso ya haya agotado toda s

esistencia.»Si aplicas la suficiente presión, cederá. Entonce

odrás derribar ese muro cortina. Orison quedará abiertara ti.

Pese a su actitud confiada, su aire de seguridad,

Príncipe Kragen no pudo evitar fruncir el ceño.

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- Mi dama -preguntó suavemente, roncamente-, ¿duántas máquinas de asedio crees que dispongo? So

difíciles de mover. Si las hubiéramos traído de Alend aústaríamos por el camino…, y la victoria de Cadwal n

hubiera tenido competidor. Nos vimos obligados a confin lo que podíamos confiscarle al Armigite. -Pensar en Armigite siempre hacía que Kragen sintiera deseos dscupir-. Me parece que podemos agotar todas nuestraatapultas antes de que ese maldito Imagero se halealmente exhausto.

«Entonces, mi dama -casi involuntariamente, rodeó razo de la mujer con sus dedos y apretó para reclamar stención, hacerle comprender las cosas que no decía

nuestra primera, más rápida y mejor esperanza se habrerdido.

- Entonces, ¿qué es lo que piensas hacer, mi señoPríncipe? -preguntó Elega. Al parecer, no le había oídoQuizá no podía-. ¿Estás preparado a simplemente esperaquí hasta que llegue el Gran Rey para aplastarte?

El Príncipe Kragen alzó la cabeza. Demasiados de lo

uyos estaban observando. Con un acto de pura voluntalisó su fruncido ceño, compuso una seca sonrisa.- Estoy preparado para hacer lo que deba.Hizo una reverencia para ocultar lo furibundo de su

jos y se alejó.

Aquella noche, envuelto en la oscuridad, envió u

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elotón de zapadores para intentar cavar las piedramaestras del muro cortina.

Otro fracaso. Pocos momentos después de que suhombres iniciaran el trabajo, los defensores de Oriso

derramaron aceite por el muro y le prendieron fuego. Lalamas obligaron a los zapadores a retroceder…, roporcionaron suficiente luz para los arqueros de Lebbic

Menos de la mitad del pelotón consiguió escapar.A la mañana siguiente, cuando tuvo tiempo de asimil

as últimas noticias, el Príncipe Kragen anunció que no ibaorrer más riesgos.

 No se retiró de su posición. Pasó todo su tiemproyectando confianza a sus fuerzas, o diseñando planes dontingencia con sus capitanes, o consultando con

Monarca de Alend. Pero no corrió más riesgos, no incurri

n más pérdidas. Parecía como si estuviera aguardando legada del Gran Rey Festten para unirse a él en algúlaborado e inofensivo juego de guerra.

Elega comprendió por qué hacía esto. Él se lo dijública y privadamente. Y sus explicaciones tenían sentido

Sin embargo, su pasividad la llenaba de confusión. A veceno podía enfrentarse a él bajo los ojos de sus tropas; veces , apenas podía conseguir mostrarse amable con él en ama. Deseaba acción: deseaba que el muro fuera derribad

unirse a la batalla; deseaba al Rey Joyse depuesto y

Príncipe Kragen en su lugar.

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Deseaba que el hecho de haber traicionado a su propiadre significara algo. Mientras las fuerzas de Alenasaran su tiempo entrenándose o descansando -gozand

de la repentina y hermosa primavera- en vez de poner Oriso

de rodillas, todo lo que ella había hecho no servía para nadMantenía el control de la sucesión de los días; camantenía el control de la sucesión de las horamordisqueándolas como si fueran un hueso seco. Era última hora de la tarde del quinto día de inactividad dKragen, el sexto del asedio, mientras aguardaba en su tiend

que el Príncipe terminara de discutir las actividades del dy sus planes con Margonal, cuando un soldado de uno dos puestos de centinela le trajo un visitante.

- Disculpa la intrusión, mi dama. -El soldado era un viejy circunspecto veterano, y parecía inseguro de est

haciendo lo correcto-. No te hubiera molestado con ella, perno intentó deslizarse furtivamente en el campamento. Sdirigió directamente al centinela y pidió verte. No llevninguna arma…, ni siquiera un cuchillo. Dije que la llevaría Príncipe. O al menos al capitán de centinelas. Respondió qu

no creía que eso fuera una buena idea. Dijo que si la llevabquí tú podrías decidir qué hacer con ella.Elega hizo un esfuerzo por ser paciente con toda

quellas explicaciones.- ¿De quién se trata?

El soldado se agitó incómodo.

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- Dice que es tu hermana.Elega le miró parpadeante mientras la sangre parec

huir de su rostro.Cuidadosamente, de modo que su voz no la traicionar

espondió:- Hiciste bien. Puedes dejarla conmigo. Ya decidiré quhacer con ella cuando haya oído lo que tiene que decir.

El soldado se encogió ligeramente de hombros. Echóun lado el faldón de la entrada de la tienda y dejó entrar Myste en presencia de Elega.

Las dos hermanas se detuvieron una frente a la otomo si estuvieran sorprendidas y se miraron fijamente. Eoldado las dejó a solas, cerrando tras él el faldó

Permanecieron inmóviles, mirándose.Físicamente, Elega estaba en su elemento. Iba envuel

n una ropa diáfana que al Príncipe le encantaba. Laámparas y la luz de las velas reflejaban el lustre de su corelo rubio, la belleza de su palida piel, la intensidad de sujos violetas. Como contraste, Myste necesitaba la luz dol para lucir mejor. En un interior, a la luz de los fuego

endía a aparecer melancólica o soñadora, y su mirada tenuna cualidad lejana que daba la impresión de que estabnmersa en sus propios pensamientos…, menos interesadn los acontecimientos que la rodeaban de lo que se sent

Elega, y en consecuencia menos importante. Su gruesa cap

staba muy usada.

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Sin embargo, Myste había cambiado…, Elega pudomprobarlo de inmediato. Su actitud era más envarada; osición de sus hombros y el ángulo de su barbilla la hacíaarecer como una mujer que ha perdido sus dudas. Un

icatriz que parecía una quemadura curada iba desde súmulo hasta su oreja derechos; en vez de estropear selleza, sin embargo, tenía el efecto de incrementar su aire donvicción. Se había ganado por sí misma toda ertidumbre que sentía. Por primera vez en sus vidas, imple presencia de Myste hizo que Elega se sintiera dlgún modo empequeñecida, menos segura de sí misma.

Una rápida intuición le dijo que Myste había hecho algque haría que sus propios esfuerzos por modelar el destinde Mordant parecieran triviales en comparación.

Myste se enfrentó a la mirada de Elega durante un larg

momento. Luego, lentamente, empezó a sonreír.Aquella sonrisa era demasiado; era la forma en que s

adre acostumbraba a sonreír, allá en los días cuando aúra él mismo; una sonrisa como un amanecer. No podíoportarla; sus ojos se llenaron de lágrimas.

- Oh, Myste -jadeó-. Me asustaste mortalmentdesapareciendo de aquella forma. Pensé que llevabas ymucho tiempo muerta.

Inconteniblemente, abrió los brazos y apretó a shermana en un fuerte abrazo.

- Lo siento -murmuró Myste mientras respondía

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brazo-. Sé que te asustaste. No tenía intención de hacerlde ese modo. Pero no tenía otra elección.

Torpemente, Elega retrocedió unos pasos, se secó lojos, halló un pañuelo y se sonó la nariz.

- Chiquilla malvada -murmuró, sonriendo animosamentMyste le devolvió la sonrisa y tomó el pañuelo una veElega hubo terminado con él.

- ¿Lo recuerdas? -murmuró Elega-. Acostumbraba; marsí. Cuando éramos pequeñas. Cuando hacíamos algrohibido y nos metíamos en problemas, acostumbraba ntentar echarte a ti la culpa. Incluso cuando aún eras taequeña que apenas sabías hablar, acostumbraba a intentonvencer a mamá de que tú me habías empujado a… lo quuera. Le decía que eras una chiquilla malvada.

Myste se rió alegremente.

- No, no lo recuerdo. Era demasiado pequeña. De todomodos, no puedo recordar que nunca intentaras pasarle nadie más la responsabilidad de lo que tú hacías. -Suspiromo si la visión de su hermana le proporcionara un gralacer-. Y ahora, después de todos estos años, h

demostrado que tenías razón.- Sí, lo has hecho. -Elega sentía deseos de bromear, y deír, y de gritarle a Myste, todo al mismo tiempo

Completamente despreciable. -Intentó poner algo drganización a su cabeza, impedir que sus pensamiento

iraran fuera de control-. Siéntate. Tomemos un poco d

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vino. -Señaló hacia un par de s illas de campaña de lona jununa pequeña mesa de cobre-. En realidad, me sient

ncantada de verte. He estado tan sola… -Pero no pudhacerlo; la inesperada aparición de Myste había hecho qu

u cerebro diera vueltas-. Oh, Myste, ¿dónde has estado?Un asomo de timidez rozó la mirada de Myste. No, sdio cuenta casi de inmediato Elega, era más que timidez. Eautela. Lentamente, la sonrisa de Myste se desvaneció.

- Es una larga historia -respondió suavemente-. Hvenido hasta ti porque debo tomar un cierto número ddecisiones. Entre ellas está si debo contarte dónde hstado y lo que he estado haciendo.

Más que timidez. Más que cautela.Desconfianza.Elega sintió deseos de llorar de nuevo.

Al mismo tiempo, sin embargo, su propio instinto haca precaución despertó. El campamento de Alend era uugar peligroso en más de un sentido; era especialmeneligroso para una hija del Rey Joyse que no hab

demostrado su lealtad al Príncipe Kragen.

- ¿Cuál es la dificultad? -preguntó cuidadosamenteSoy tu hermana. ¿Por qué no deberías decírmelo?¿De qué lado estás?- Gracias. -La actitud de Myste era firme, sin dudas

Tomaré un poco de vino. Como sabes… -dejó caer su cap

evelando una desgastada chaquetilla de piel y uno

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antalones que aparentemente no tenían nada que ver en mundo con amantes y dormitorios-, las amenidades han sid

ocas en mi vida durante algún tiempo.Pero Elega no pudo responder. Estaba demasiad

cupada luchando contra el impulso de preguntar: ¿De quado estás?- Elega -suspiró Myste-, no puedo contarte mi histor

orque no sé por qué estás aquí. No sé cómo un ejército dAlend ha llegado a sitiar Orison. No sé -por un instan

arpadeó para retener las lágrimas- si nuestro padre siguún vivo, o si todavía conserva su trono. O si aún parecoco.

»No puedo decidir nada juiciosamente sin obtenntes las respuestas a esas preguntas.

»Sabía que tú estabas aquí -explicó-. Te vi cabalgar co

l Príncipe Kragen para acudir al encuentro del CastellanLebbick el día que Orison fue sitiado. La distancia eonsiderable -admitió-, pero estuve segura de haberte vistecesité todo este tiempo, sin embargo, para persuadirmeorprendentemente, dudó-, para persuadirme de abordarte.

Intentando a todas luces aliviar la tensión de Elegidió, suplicante:- ¿Puedo tomar un poco de vino?- Por supuesto. Claro. -Elega se extrajo de su parálisis

ue hacia la mesa de cobre. Contenía una jarra y dos vaso

Pese a la posibilidad de que finalmente tuviera que explicar

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l Príncipe cómo había sido usado su vaso en su ausenciirvió vino para ella misma y para Myste, luego se sentó nimó a su hermana a hacer lo mismo.

Myste aceptó la silla y el vino. Por encima del borde d

vaso, mientras bebía, otro sol amaneció en sus ojos. Cuandajó el vaso, sonrió melancólicamente más allá del hombde Elega.

- Es bueno. Me encantaría poder llevarme un barrilito dl conmigo.

Unos cuantos sorbos de vino ayudaron a restablecer ompostura de Elega. Con mayor aplomo, preguntó:

- ¿Por qué hablas de irte? Apenas acabas de llegar. Y ntentó su mejor sonrisa- todavía no has dicho nada siquieque yo pueda comprender acerca de por qué has venido.

Myste bebió de nuevo, luego sujetó el vaso entre la

dos palmas y contempló sus profundidades.- Vine a buscar respuestas a una serie de preguntas,

in de que pueda tomar mis decisiones con una ciersperanza de que conduzcan a algo bueno en vez de a alg

malo.

- En otras palabras -Elega mantuvo su voz firmedeseas que yo confíe en ti lo suficiente como para ayudardecidir si puedes confiar en mí. -Su pregunta se negó a s

echazada-. Myste, ¿cuáles son tus alianzas ahora? ¿A quiéirves?

Los ojos de Myste se oscurecieron. De inmediato,

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distancia que se reflejó en ellos abrumó a Elega. Myste era equeña de las hijas del Rey, y en algunos aspectos

menos respetada; sola en sus sueños románticos, con sxtraña noción de que no había auténticos límites para la

vidas de los hombres y mujeres ordinarios. Sólo su padre había escuchado siempre con algo más que un amabdesdén o una franca burla…, y ahora su reino estaba euinas, y la culpa era únicamente de él mismo.

Sin embargo, allí estaba ella, vestida más completamenon su propio valor que con el desgastado cuero que cubru cuerpo. Era completamente posible que no estuviera bie

de la cabeza. ¿De qué otra forma explicar el hecho de qustuviera aquí, de que considerara razonable simplemenenetrar en el campamento de Alend y pedir respuestas? Yunque estuviera cuerda, se había convertido en algo qu

Elega no sabía cómo evaluar o tocar.Por otra parte, ¿qué daño podía hacer, una valerosa

stúpida hija de un Rey en desgracia? ¿Era concebible qude alguna forma se hubiera pasado a Cadwal? No. El ejércitdel Gran Rey estaba demasiado lejos…, y las fuerzas d

Perdón todavía se hallaban en su camino. Entonces, ¿qudaño podía hacer?Bien, ninguno.

 No hizo ningún intento de responder a la pregunta dElega. Tras un largo momento, Elega lo dejó correr. Sintiend

una inesperada simpatía -y un asomo de innombrab

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- Me alegro -dijo, asintiendo para sí misma-. ¿Y TerisaCómo está?

Elega ahogó ásperamente su inquietud.- Me temo que dama Terisa ha caído víctima del instint

del error de Geraden.- ¿Cómo? -El tono de Myste sugería un asomo dlarma.

Recordando el depósito de agua, Elega dijo con voenta:

- Ha aprendido a cometer los mismos errores que él.Myste asintió de nuevo; evidentemente, no comprend

o que Elega quería decir…, y ésta no deseaba proseguir ema. Pensó por un momento, luego preguntó lentamentomo si buscara palabras más precisas:

- Elega, ¿por qué estás aquí? Si nuestro padre sigu

obernando Orison, ¿cómo te has pasado al bando de sunemigos?

Ahí estaba: el lugar donde todo lo que tenían en comúe desmoronaba, el punto en el que nunca llegarían omprenderse la una a la otra. Si la verdad golpeab

demasiado duramente a Myste, Elega podía verse forzadalamar a los guardias y hacer que su hermana fuera entregadl Príncipe Kragen.

Sin embargo, siguió fiel al riesgo que había decididorrer. Secamente, respondió:

- Has planteado mal la pregunta, Myste. Debería

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reguntar por qué el Príncipe y sus fuerzas están aquí. Mazones dependen de las suyas.

Myste la estudió intensamente.- Eso sospeché. Por eso temía por nuestro padre. Pens

que los de Alend podían haber venido porque estabmuerto. Pero no deseaba ofenderte saltando a conclusionerróneas.

«Cuando abandoné Orison, el Príncipe Kragen habido insultado en la sala de audiencias. Sin embargo,

hecho de que se quedara me hizo pensar que no se le habíadado esperanzas de paz.

»¿Por qué está él aquí, intentando sacar al Rey de srono?

- Porque -respondió Elega, preparándose para eacción de Myste- yo le persuadí de que lo hiciera.

En cierto sentido, Myste no reaccionó en absolutimplemente permaneció inmóvil, como un animal oculto. ambio fue tan poco propio de ella, sin embargo, que parecan vehemente como un grito. ¿Dónde había aprendido tantutocontrol…, y tanta cautela?

- Entré en contacto con él después de su audiencia col Rey. -Elega luchó por impedir que su voz adoptara uono defensivo-. Me enseñó a creer en él cuando dijo que

deseo de paz de Margonal era sincero. Sin embargo, Alene enfrentaba a un dilema que debía resolver. Cadwal n

iente deseos de paz…, y las fuerzas del Rey se han vuelt

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laramente inadecuadas para impedir que la Cofradía caign manos de Festten. Alend debía tomar alguna acción, a f

de que el Gran Rey no tuviera toda la Imagería en sus mano«Primero le exigí al Príncipe alguna prueba de su buen

e. Respondió con la promesa de que si Orison caía en sumanos haría al Perdón Rey de Mordant…, que Alend netendría nada para sí si la Cofradía quedaba a salvo d

Cadwal.«Entonces le persuadí de que este asedio era su mejo

speranza.- Pero, Elega -protestó Myste-, eso no es ciert

uestro padre es el único hombre que ha tomado alguna vOrison por la fuerza. Un asedio puede durar muy bien variastaciones. Y seguro que el Gran Rey Festten no permitir

que pase ninguna estación antes de que llegue para imped

que el Monarca de Alend reclame la Cofradía para sí.- Es cierto -insistió Elega. Honestamente, sin embarg

e obligó a admitir-: O, mejor dicho, era. Dos cosas lhicieron así. En primer lugar, el muro cortina es frágil en mejor de los casos…, y nadie podía prever que uno de lo

Maestros pudiera concebir una forma de defenderlo.»Y en segundo…Involuntariamente, se estremeció. Aquello constituía

núcleo de su deseo de acción, su deseo de ver que el aseduviera éxito. Era cosa suya: ella había convencido a Krage

que lo intentara.

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Si él la consideraba responsable de su fracaso, no habdado ningún signo de ello. Quizás había aceptado los azarede lo que había hecho, y por eso no había recriminaciones. quizás había hallado una nueva esperanza en las razone

ara su actual inactividad. En cualquier caso, ella se culpabsí misma lo suficiente por los dos. Segura de sí mismdecidida a salvar su mundo, había tomado el asedio no dOrison, sino de todo Mordant, en sus propias manos.

Y luego lo había dejado caer.- ¿En segundo? -animó Myste.- En segundo lugar -dijo Elega, más secamente de lo qu

retendía-, yo le propuse entregarle Orison con muy poco ningún derramamiento de sangre.

Myste permaneció sentada completamente inmóvil; un músculo de su rostro se movió. Sin embargo, sus ojo

arecieron arder con el ultraje.- ¿Cómo?Los nudillos de Elega se crisparon sobre su vaso.- Envenenando el depósito de agua. No de una form

atal. Pero sí lo suficiente como para indisponer a lo

defensores hasta que el castillo hubiera sido tomado.Sin variar en absoluto su expresión, casi sin mover oca, Myste dijo:

- Eso hubiera debido ser suficiente. ¿Qué fue mal?Deliberadamente, Elega se permitió una obscenidad qu

abía que desagradaba particularmente a Myste. Luego dijo

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- Geraden y Terisa me descubrieron. Fueron incapacede detenerme…, y por supuesto de capturarme. Perdvirtieron al Castellano. Nadie resultó indispuesto porqu

nadie bebió de aquel agua. La defensa se mantuvo…, y y

me vi obligada a huir.Incapaz de contener su disgusto hacia sí mismoncluyó:

- ¿Responde eso a tus preguntas? ¿Puedes tomar ahouiciosamente tus decisiones?

Gradualmente, Myste se permitió moverse. Su miradbandonó el rostro de Elega; alzó su vaso y lo vació. Dorma automática, muy sumida en sus pensamientos, sirvió más vino y bebió de nuevo.

- Ah, Elega. Qué terrible tiene que haber sido para ti…ntentar la traición a tu propia casa y familia, y fracasar.

- Es peor -respondió ferozmente Elega- no hacada…, dejar que todas las cosas buenas del mundo vayala ruina porque el hombre que las creó no puede s

mpulsado a defenderlas.Aún lentamente, aún mirando a la distancia, Mys

sintió.- Quizás. Ésa es una de las decisiones que debo tomar.»Por favor, cuéntame. ¿Por qué no hace nada

Príncipe? Desde el primer día del asedio, no ha tomadninguna acción que yo haya podido apreciar. Según toda

as apariencias, simplemente está aguardando a que llegue

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Gran Rey Festten y le destruya.Bruscamente, como si una parte embotada de su men

cabara de ser despertada de un golpe, Elega se dio cuende que el Príncipe Kragen se estaba retrasand

ormalmente terminaba de discutir los asuntos del día cou padre y acudía a su tienda antes de aquella hora.Si descubría a Myste aquí, no tendría ninguna otr

lección más que hacerla prisionera. Su valor potencial comhija del Rey Joyse era demasiado grande para ser ignoradPero Myste era también la hermana de Elega…, y Elegodavía no estaba segura de cuál sería su propia decisión. L

única cosa de la que estaba segura era de que Myste no ibrevelar ninguno de sus secretos como prisionera d

Príncipe Kragen.- Aguarda aquí -murmuró, y se puso en pie y s

presuró más allá de las cortinas de la parte de atrás de ienda.

Allá, despertó a la muchacha de Alend que le servíomo doncella.

- Apresúrate, muchacha -siseó-. Encuentra al Príncip

Puede que aún esté con su padre, o de camino hacia aquSuplícale que me disculpe. Dile que no me encuentro bieDile que estoy medio ciega a causa de un dolor de cabeza…

ero que se me pasará si se me deja dormir.»Ve rápido.

Empujó a la muchacha a la noche del exterior, hizo un

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ausa para acallar el martilleo de su corazón, luego regresunto a Myste.

Myste la miró interrogativamente. Elega le explicó que había hecho…, y se sintió más aliviada de lo qu

onsideró razonable cuando vio que Myste la creía. Así qua nueva cautela de Myste, su desconfianza, tenían suímites. Pese a las cosas que Elega había hecho ya, Myste nsperaba que su hermana la traicionara.

En la parte de atrás de su mente, Elega empezó reguntarse de qué lado estaba ella misma.

Se sentó de nuevo, sirvió más vino. Myste todavstaba aguardando una explicación de la inactividad d

Príncipe Kragen. Elega inspiró profundamente porque, primera vez, lo que iba a decir podía ser interpretado comrueba de deslealtad. Luego preguntó:

- ¿Recuerdas el día que conocimos a Terisa? ¿El día qul Perdón entró en tromba en Orison, pidiendo ayuda, y

Rey Joyse se la negó?- Sí. -De nuevo la sobria mirada de Myste se clavó en

ostro de Elega.

- Creo que ya te hablé de ello. -Elega recordvividamente la furia del Perdón. Dile esto, mi dama, le habugido. C a d a uno de mis hombres que caiga o muer

defendiéndole en su ciega inactividad, lo enviaré aquíBien, está haciendo lo que dijo que haría. En pequeño

rupos y pelotones, los hombres heridos o muertos y su

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amilias llegan casi diariamente del Care de Perdón, enviadola supuesta seguridad de Orison…, y como un reproch

ara el Rey Joyse.»Ahora son prisioneros de Alend…, aunque sería má

usto decir que se hallan bajo los cuidados de los médicodel ejército, y no se les permite marcharse. Hallándoheridos, agotados o desolados, pocos de ellos tienen voluntad de negarse cuando son interrogados.

Myste observó atentamente el rostro de Elega y no dijnada.

- Por ellos -suspiró Elega- hemos sabido que el ejércitdel Gran Rey no viene hacia aquí.

Los ojos de Myste se abrieron enormemente anquello.

- ¿No? -susurró, como si no pudiera creer lo que estab

yendo-. ¿No?Elega asintió.- No directamente, en cualquier caso. Eso al menos e

ierto. Las fuerzas de Festten avanzan a toda la velocidaque pueden a través de las colinas de Perdón…, a través d

a resistencia de Perdón. Pero todos los informes recienteoncuerdan en que los movimientos del Gran Rey no llevan más cerca de Orí son.

»Es por eso por lo que el Príncipe Kragen cree quuede permitirse esperar.

Finalmente, Myste sonó como si su autocontrol pudie

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laquear.- Entonces, ¿adonde está yendo el Gran Rey Festten?- Al sur y al oeste -respondió Elega-. Al Care de Tor.»Los supervivientes del Perdón dicen que el ejército d

Cadwal avanza por la mejor ruta que puede hallar hacMarshalt, la sede del Tor.- Pero, ¿por qué? -preguntó Myste-. ¿Por qué ir allí? L

Cofradía está aquí.Elega no tenía la menor idea.- He oído rumores -explicó, esperando ver cómo iba

esponder Myste- de que el Castellano considera al Tor uraidor.

La cabeza de Myste se agitó.- ¿El Tor? Tonterías. -Pensó un momento, lueg

ontinuó-: Y, si es un traidor, eso sería aún menos razón par

que el Gran Rey invadiera Tor. No tiene sentido.»¿Qué está haciendo el Perdón?Para conservar su compostura, Elega adoptó un fren

duro.- Al parecer, está más dedicado al servicio de Mordan

de lo que su Rey merece. -La verdad era que cada vez quensaba en el Perdón le dolía el pecho…, sentía deseos dritar porque no había nada que pudiera hacer al respecto

Festten no parece interesado en Orison. Pero, antes quprovechar la oportunidad de huir, quizás aquí, quizás haci

una dudosa alianza con el Armigite, o una algo más fuert

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on el Fayle, el Perdón desvía sus fuerzas de modo quiempre se hallen en el camino de Cadwal. Empezó coscasamente tres mil hombres contra los al menos veinte m

de su enemigo. Si los informes son ciertos, ahora tien

menos de dos mil hombres, y su número se ve reducido caddía. Y, sin embargo, sigue luchando. Sacrifica cada vida a smando simplemente para obstaculizar a Festten el acercarshacia cuál sea el lugar al que desea ir el Gran Rey.

«Evidentemente, se halla empeñado en una luchersonal contra Cadwal. Si el Rey Joyse no le hubiebandonado hace tanto tiempo, se hubiera podido salvar

mismo, y ayudado a Orison, viniendo aquí.«¿Responde eso a tus preguntas?Mientras Elega hablaba, la expresión de Myste cambi

Su mirada se volvió hacia Orison; sus ojos se llenaron d

ágrimas.- Oh, padre -murmuró con voz densa-. ¿Cómo ha

legado a esto? ¿Cómo puedes soportarlo?El deseo de Elega de gritar se intensificó.- Si lo hace -restalló-, quizás ahora consientas e

esponder las mías. Te he dicho lo suficiente como hacer qume decapitaran si no tuviera el favor del Príncipe. Mustaría algo a cambio de este riesgo.

- Sí. -Repentinamente, Myste se puso en pie, mirandoravés de la pared de la tienda hacia Orison, como si Eleg

no estuviera presente-. Ahora puedo tomar mis decisione

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Gracias.«Tengo que irme.Sin una mirada a su hermana, echó a andar hacia

aldón que cubría la entrada de la tienda.

Por un instante, Elega no se movió, atrapada enteacciones contradictorias. Se sentía llena de ultrajdeseaba hacer preguntas mordaces que rasgaran a un lado eticencia de Myste. Al mismo tiempo, el pensamiento d

que su hermana iba a marcharse -sin confiar en ella, sonfiar en ella- se clavó en su corazón como una estaca.

Estaba a punto de gritar llamando a un soldado cuandun nuevo pensamiento destelló a su través como un rayo dluminación.

Antes de que su hermana alcanzara el faldón de ienda, dijo:

- Nuestro padre me envió un mensaje, Myste.Myste se detuvo de inmediato; se volvió, regresó hac

Elega. Casi involuntariamente, preguntó:- ¿Cuál?Demasiado absorta en la importancia de Myste para s

onsciente de sí misma, Elega respondió:- Lo trajo el Castellano Lebbick. Según él, nuestro paddijo: «Estoy seguro de que mi hija Elega ha actuado por lamejores razones. Lleva mi orgullo con ella allá donde vayPor su bien, así como por el mío propio, espero que esa

mejores razones produzcan también los mejores resultados»

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Inesperadamente, Myste cerró los ojos. Las lágrimarotaron debajo de los párpados y resbalaron por su

mejillas, pero por un largo momento no se movió ni hablLuego miró radiante a su hermana, sonriendo como u

nuevo día.- Por supuesto -jadeó-. ¿Cómo no lo vi por mí misma?Regresó inmediatamente a su silla. Sonriendo ta

adiantemente que hizo saltar el corazón de Elega, dijo:- Muy bien. Pregúntame algo específico.Elega la miró con la boca abierta…, como un pez, has

que Myste se echó a reír.Elega no pudo impedirlo; se sintió repentinamente ta

lena de alegría y alivio y confusión que ella también rió.Al cabo de un momento, Myste se calmó un poco.- Ah, Elega, no hemos hecho esto juntas desde qu

ramos niñas.Imitando su propia dignidad, Elega respond

untillosamente:- No seas arrogante, muchacha. Ni siquiera eres l

astante vieja como para ser llamada una mujer.

Myste rió alegremente. Por un momento, la única coque impidió que se pareciera a la Myste que Elega recordabromántica y adorable, vagamente loca, a la que no había quomar en serio- fue la cicatriz en su mejilla.

Pero aquella cicatriz lo cambiaba todo. Hacía a la nuev

Myste incapaz de ser ignorada u olvidada. Inspiró un

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leada de confusión en Elega.- Myste, ¿dónde estuviste? ¿Adonde fuiste? ¿Por qu

e fuiste? Y estas ropas. ¿Qué has estado haciendo todste tiempo?

- Elega -protestó Myste humorísticamente-, te dijPregúntame algo específico». -Pero luego suspiró yentamente, la risa se desvaneció de su rostro-. Bueno, te ontaré. -Su expresión se convirtió en algo que Elega nupo cómo interpretar: sobria y contemplativa; un pocriste; un poco excitada-. Si no te lo tomas bien, sin embarg

habrá problemas para todos.«Abandoné Orison para ir en busca del campeón de

Cofradía.Elega se sintió tan sorprendida que exclamó:- ¿Hiciste eso? -antes de poder contenerse.

La Myste que Elega conocía de siempre se hubiencogido sobre sí misma o hubiera enrojecido; hubie

hundido la cabeza entre sus hombros o hubiera sonaddefensiva. La nueva Myste no hizo ninguna de esas cosaSe limitó a alzar ligeramente la cabeza, encajó un poco

mandíbula y repitió:- Abandoné Orison para ir en busca el campeón de lCofradía.

Un momento más tarde, añadió:- Terisa me ayudó.

Tranquila. Elega no deseaba mostrarse como un

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stúpida, así que miró a su hermana y no dijo nada.- Fui desde sus aposentos a través de los pasadizo

ecretos hasta la brecha que él hizo en el muro. Por aquntonces no estaba muy bien custodiada, así que conseg

scapar sin ser vista. Desde allí, seguí su rastro en la nieve.Elega siguió mirando, aguardando a que Myste dijerahiciera algo que tuviera sentido.

- Finalmente -continuó Myste- lo alcancé. Estabherido, no era capaz de avanzar rápido. De hecho, estabendido en la nieve, con su vida escapándose en sangre po

dentro de su armadura.»Lo sobresalté…, pensó que estaba siendo atacado d

nuevo. -El tono de Myste siguió siendo suave y firme-. Mdisparó. -Se tocó la mejilla-. Afortunadamente, el daño fuscaso. Luego vio que era una mujer, y dejó caer su arm

Conseguí acercarme a él.Elega se obligó a parpadear, carraspear, sacudirse de l

abeza algo del asombro. Cuidadosamente, dijo:- Vuelve al principio. Dime por qué.- ¿Por qué? -La mirada de Myste derivó de nuevo a

distancia-. ¿Por qué no? Había tantas razones. Estaba xtraño declive de nuestro padre, su impulso hacia destrucción…, y nuestra impotencia, que no me gustaba máque a ti. Estaba Terisa, que se enfrentaba a un mundo quno conocía ni comprendía con más valor y recursos de lo

que yo podía encontrar en mí misma. Y estaba l

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deshonestidad de la acción de la Cofradía.- ¿Deshonestidad? -objetó Elega-. Los Maestro

staban intentando defender Mordant. La traslación de sampeón era la única acción que podían tomar capaz d

yudarnos.- No. -Myste estaba segura de ello-. No hablaré de uestión ética…, si es o no permisible imponer unraslación involuntaria a cualquier cosa viva. Pero lo

Maestros no fueron honestos consigo mismos. Afirman qurasladaron a su campeón en respuesta a la necesidad d

Mordant, intentando hallar la esperanza de sus augurios…ero, ¿cómo esperaban que reaccionara a lo que hicieron

Estaba herido, él y sus hombres estaban enzarzados en unatalla por salvar sus vidas…, y de repente se encontró etro mundo. -Su voz adquirió un asomo de pasión-. ¿Qu

odía pensar? Seguro que no podía pensar nada exceptque aquel cambio no era más que otro ataque de sunemigos.

»Si los Maestros hubieran sido honestos, hubieradmitido que la única forma en que un campeón así pod

legar a convertirse alguna vez en aliado suyo ecercándose a él pacíficamente, no amenazadoramente, anteque jugando sobre su instinto para la violencia.

En algunos aspectos, Elega halló la argumentación dMyste tan sorprendente como sus anteriores revelacione

Lo que decía parecía perfectamente claro, eminentemen

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ógico. Elega no estaba acostumbrada a oír a su hermanazonar en tales términos.

- Nunca pensé en ello de esa forma -admitió. Luegñadió, casi acusadoramente-. Pero tú sí. Y decidiste hace

lgo al respecto.Myste se encogió de hombros como desechando ugerencia de que había demostrado valor o iniciativa.

- El Fayle intentó advertir a nuestro padre de ntención de los Maestros. Cuando nuestro padre permit

que la traslación tuviera lugar, me di cuenta de que ermanecía donde estaba y no hacía nada empezaría diarle. Y, cuando concebí la idea de intentar ayudar aampeón, mi corazón se elevó.

Hablando secamente para controlarse, Elega dijo:- Así que te pusiste tus ropas más cálidas y saliste a u

duro invierno en bien de un guerrero que podía matarte taronto como te viera. Por ninguna razón en realidad, except

que sentías pena por él.Una pequeña sonrisa rozó los labios de Myste.- Y lo encontraste y le ayudaste. ¿Cómo fue posibl

so? ¿Había un hombre dentro de su armadura?- Oh, sí. Diferente en algunos pequeños aspectos…ero muy parecido a nosotros. Como nosotros en todo

que importa.Ante la renovada sorpresa de Elega, Myste enrojeci

Se apresuró a continuar:

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- Como Terisa, habla nuestro idioma…, quizá debido a raslación. Se llama Darsint -comentó, como incidentalmentSus instrucciones me permitieron sacarlo de su armadurauidar de su herida. Su arma encendió fácilmente un fueg

ara nosotros, y yo llevaba comida.»Desde entonces hemos estado juntos, ocultándonouando podíamos, huyendo cuando debíamos. Hallefugio e incluso comida ha sido muy fácil en los pueblos ranjas abandonados…

- Y, desde la llegada del ejército -interrumpió Elegahablando precipitadamente para atrapar las implicaciones do que su hermana revelaba-, nos habéis estado observanduntos…, tú y el campeón de la Cofradía. Dijiste que te tom

varios días persuadirte a ti misma de acudir a mí. Ño fue a quien hubo que persuadir, sino a él. Tú eres s

onocimiento, su guía.Inspirada por el fuego de las ideas en su cabeza, hiz

una pausa para decir:- Su amante. -La mente que apunta el arma. Luego s

presuró de nuevo:

»Ésa es la decisión que tenías que tomar. Eres ompañera del hombre más poderoso en todo el reino. Él ma…, depende de ti. Y tú debes decidir cómo utilizar soder.

Ahora fue el turno de Myste de mirarla fijament

ncapaz de contener su repentina, su urgente esperanz

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Elega se levantó de su silla para enfrentarse a su hermana.- Myste, tienes que ayudarnos.«Toda esa fuerza, todo ese poder, sólo aguardando

er utilizado. Oh, hermana, ¿por qué te has retrasado tanto

Puedes poner fin a este asedio cas i sin ningún esfuerzo. ¿Nomprendes lo que hay que hacer? Debemos tomar OrisoDebemos poner fin a la estúpida resistencia del Rey, a fin dque la batalla contra los auténticos enemigos de Mordan

ueda empezar mientras el reino y la Cofradía permanecentactos.

- No, Elega. -Myste se puso rápidamente en pie, snfrentó cara a cara a la pasión de su hermana-. Eso es l

que tú no entiendes. -Su cicatriz la hizo parecer feroz ndiscutible-. La cuestión que necesito resolver no es

debo ayudaros, sino si debo ayudar a Orison cont

vosotros.»Las fuerzas de Alend son demasiado numerosas par

que incluso un hombre con las armas de Darsint puedombatirlas solo. Además, su fuerza escapa de él con cad

uso. La palabra que él usa es «recargada». Sus armas n

ueden ser «recargadas» en este mundo. Por esa razódebemos ser cautelosos. De todos modos, he estadensando mucho e intensamente acerca del daño que puedausarle al ejército del Monarca de Alend. La verdad es quólo me he retenido a causa de tu presencia…, y a causa d

a inactividad del Príncipe Kragen.

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Elega empezó a protestar, pero Myste la cortó en seco- Debo advertirte, Elega, ahora estoy más segura qu

nunca de que debo luchar por nuestro padre y por MordanSi tú quieres que las armas de Darsint sean usadas, lo será

ontra vosotros.- Myste -jadeó Elega con desánimo-, ¿estás loca?- Sólo s i es una locura confiar en nuestro padre.- ¡Sí, es una locura! Lo viste por ti misma…, has hablad

de su «extraño declive, su impulso hacia la destrucciónAcaso no te escuchabas a ti misma? No hubierabandonado Orison e ido a ayudar a ese Darsint si confiaran nuestro padre.

- Sí. -Sin ninguna advertencia, la intensidad de Myse quebró en una sonrisa. Pareció a la vez avergonzada egura-. Y no. He pasado días en medio de la densa nieve

He atendido las heridas de un guerrero alienígena y lo henido en mis brazos. Y he oído el mensaje que nuestradre te transmitió. El miedo y el agotamiento enseña

muchas cosas. También el amor. He aprendido a pensar duna forma diferente.

«Resulta difícil decir que confío en su declive. Pero hlegado a confiar en el hecho de que permitió que la Cofradfectuara su traslación. Incluso he llegado a pensar que l

hizo por mí…, del mismo modo que insultó al PríncipKragen por ti. ¿No ves cómo nos ha hecho poderosas? Y

uedo guiar las elecciones de Darsint. Puedo pedir s

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yuda. Y tú estás en situación de afectar las acciones dodo el ejército de Alend.

 Estoy seguro de que mi hila Elega ha actuado por lamejores razones. Lleva mi orgullo con ella allá donde vay

or su bien, así como por el mío propio, espero que esamejores razones produzcan también los mejores resultados- Elega, estamos haciendo lo que él pretendía qu

hiciéramos. Tiene planes para nosotras. Quizá su propideclive sea sólo un acicate para obligarnos a hacer lo qu

odamos.Elega forcejeó en la sonrisa de su hermana. Su optimis

nterpretación del comportamiento del rey era una locura.- Myste, eres una estúpida -murmuró, como si estuvier

hablando consigo misma-. Una estúpida. -El Rey Joyse habchado de su lado a su propia esposa antes que hacer

sfuerzo de defender su reino. O de explicarse. Pieza a piezhabía ido haciendo pedazos las esperanzas y la confianza dorazón de Elega-. ¿Acaso no te sientes herida? Las cosa

que ha hecho, ¿no te causan ningún dolor?- Por supuesto que sí. -La sonrisa de Myste se hiz

fectuosa y triste al mismo tiempo-. Sólo digo que hay otorma de contemplar lo que ha hecho. Nos preguntamos nosotras mismas si merece nuestra fe. Pero no llevamos sarga. Él es el Rey. Creo que más bien deberíamos pregunti nosotras merecemos su fe.

»Me parece que él ha elegido dejar que sepamos que

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onfía en nosotras.«Elega, ¿nunca te has preguntado qué tipo de hombr

debe ser, para depositar su confianza en la gente a la qumás ha herido? Entre nosotras tenemos el poder suficien

omo para destruirlo. Las armas de Darsint y el ejército dPríncipe podrían realizar eso. Y nuestro padre nos hmpujado a esta posición.

»O bien su locura es completa, o su necesidad dnosotras es tan desesperada que no puede explicar lo qudesea sin hacer lo que desea imposible.

Inquisitiva, Elega preguntó:- ¿Qué quieres decir? ¿Qué puedes querer decir?Myste se encogió de hombros.- Oh, no quiero decir nada. Sólo especulo. Pero supon

u mirada se enfocó en su hermana- que de alguna form

esulta vital para la defensa de Mordant por parte de nuestradre que tú te ganes la confianza del Príncipe. ¿Cómuede conseguirse una confianza así entre dos enemigos tantiguos y mortales? Cualquier intento de engañar onfundir al Príncipe fallaría con toda seguridad. Tú,

erdóname por decirte esto, no eres muy buena mentiroso podrías persuadir al Príncipe de que creyera cualquiosa en la que tú no creyeras.

- No. -Elega sacudió la cabeza, no como una negativino exasperada-. Supones demasiado y demasiad

ápidamente. ¿Cómo es posible que sea «vital» para nuestr

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adre que el Príncipe Kragen confíe en mí?- Elega, piensa. Has llegado ya tan cerca de tu prop

espuesta. ¿Qué consiguió muestro padre negándose eforzar al Perdón, cuando el Perdón acudió a Orison e

demanda de ayuda?- ¿Qué consiguió?- O, dicho de otro modo, ¿qué hubiera ocurrido cuand

Cadwal hubiera avanzado si el Perdón se hubiera vistpoyado por varios miles de guardias? Como habservado, el'Perdón se hubiera retirado aquí, para reservus fuerzas y defender a su Rey. Y el Gran Rey Festten n

hubiera permitido que un enemigo tan fuerte se alejarmaniobrara libremente. Se hubiera visto obligado a seguirle

«Negándose a reforzar al Perdón, nuestro padre hizosible que los de Cadwal no acudieran aquí directamente.

»¿Sigues sin comprender, Elega?- Tiempo -jadeó Elega. Finalmente parecía est

aptándolo-. Puesto que Cadwal no está aquí, Alend puedermitirse esperar. Negándose a apoyar al Perdón, gan

iempo.

- ¡Sí! -exclamó Myste en un susurro.- Y, empujándonos a nosotras a donde estamos ahoraambién ganó tiempo. Hizo posible que yo usara mnfluencia con el Príncipe para animarlo a la inactividad. Perrimordialmen-te -Elega se sintió sorprendida de

onvincente que le parecía aquello-, y puesto que tú y y

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omos hermanas, podíamos hallar una forma de mantener violencia entre nuestras fuerzas al mínimo.

- Sí -repitió Myste. Su actitud empezó a relajarse.- Pero, ¿por qué? -Elega no sabía si echarse a reír o

ritar-. ¿Por qué necesita tiempo? ¿Qué está haciendoCuál es su plan? ¿Cómo puede creer que puede salvarsMordant mediante las cosas que ha hecho para destruirlo?

Al parecer, Myste no sentía la necesidad de gritaRiendo suavemente, dijo:

- Si yo supiera eso…, si pudiera tan sólo hacer unuposición inteligente…, yo misma se lo diría al Príncip

Kragen.Inesperadamente, Elega estuvo riendo también.- ¿Así que todo esto es pura charla? ¿No puedes pens

n ninguna razón por la que nuestro padre puede necesit

iempo…, en consecuencia en ninguna razón para creer quealmente necesita tiempo…, en consecuencia ninguna razóara confiar en ninguna de tus especulaciones?

Myste agitó alegremente la cabeza.- En ninguna.

- Excepto -murmuró Elega al cabo de un momento- por hecho de que todo parece demasiado bien montado comara ser un accidente.

La sonrisa de Myste era tan completa que hizo quncluso la quemadura en su mejilla pareciera una marca d

elleza.

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Elega suspiró. Lentamente, su inexplicable humor desvaneció.

- Debo decir, Myste -comentó- que siento un poderosdeseo de hacer que le cuentes todo esto al Príncipe Krage

Desgraciadamente, él te haría prisionera. Desearía utilizaromo una palanca contra nuestro padre…, o contra tampeón.

- En ese caso -respondió Myste-, Darsint vendría a pmí. Dudo que se sintiera inclinado a dejar que me usaraomo palanca.

- Y los de Alend resultarían muertos -añadió Elega-. Y luerza en sus armas podría agotarse. Y no se conseguirí

nada.- Ése -Myste sonrió bruscamente, como una mujer qu

ha aprendido a gozar de los riesgos- es el razonamiento qu

utilicé para persuadirle de que me dejara acudir a ti.Como una sorpresa final en una velada llena d

orpresas, Elega se dio cuenta de que nunca había queridanto a su hermana como la quería en es tos momentos.

- En este caso -dijo lentamente-, me corresponde a m

reo, ayudarte a abandonar el campamento antes de quualquier noticia de tu visita llegue a oídos del PríncipKragen. Ven, coge tu capa. Llevaremos unos cuanto

ellejos de este vino con nosotras y saldremos por atrás.Antes de marcharse, ella y Myste compartieron u

uerte abrazo, como si se hubieran reconocido por primer

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vez la una a la otra.A la mañana siguiente, después de haber recibido lo

nformes nocturnos de sus capitanes, el Príncipe Kragelamó a Elega fuera de su tienda.

Aproximadamente a la misma hora, Artagel obtuvermiso para abandonar su cama por primera vez. Sostado se estaba curando bien, y no había tenido fiebr

durante el tiempo suficiente como para tranquilizar a smédico. Además, desde su delirante visita a las mazmorrahabía sido un paciente modelo. Así que le fue aconsejadque se levantara de la casa para un pequeño y suave, repituave ejercicio.

Sonrió ante la severa actitud de su médico. Sonrió ana desdentada doncella de la cocina que le trajo su comid

Sonrió al mozo que limpió sus aposentos. Pero no inten

evantarse y vestirse por sí mismo y caminar hasta qustuvo seguro de que no iba a ser interrumpido.

 No deseaba ningún testigo mientras se probaba a mismo para ver lo débil que estaba.

El esfuerzo de ponerse una camisa suelta y uno

antalones le hizo sudar. Inclinarse para meter los pies eus botas le hizo sentir mareo. Simplemente alzar el peso du espada le hizo temblar. Con cada movimiento, su heridiraba como si estuviera a punto de volver a abrirse.

Sonriendo un inseguro desafío, abandonó su

posentos -suave ejercicio, suave- y fue a ver al Castellan

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Lebbick.Tenía un cierto número de razones para desear habla

on el Castellano. Una era que Lebbick había intentado ver él hacía unos días, y había sido echado de sus aposento

causa de su fiebre. Otra era que -si podía ser persuadido dhablar- el Castellano era la mejor fuente disponible dnformación acerca de varios temas que interesabanormemente a Arta-gel: el asedio; los planes del Rey Joysos preparativos de la Cofradía; la búsqueda de Geraden.

Gracias al hecho de que la mayoría de sus amigos erauardias, un cierto número de los cuales habían acudido

verle mientras estaba enfermo, sabía que el asedio había sidasivo desde el primer día. Pero eso podía significar caualquier cosa; deseaba saber q u é significaba. Pupuesto, la solución del Maestro Eremis al problema d

gua era del conocimiento común. Además, Artagel habíído que el Maestro Quillón estaba muerto, y que el Maestr

Barsonage había reasumido su lugar como mediador de Cofradía. Había oído que Terisa había desaparecido. Inclushabía oído que había una conexión entre la muerte d

Quillón y la desaparición de Terisa. Y, en una ocasiónlguien -probablemente el propio médico de Artagel- habmencionado que aún había preguntas en el aire acerca dUnderwell.

La curiosidad acerca de tales cosas hubiera sid

uficiente para hacer que Artagel visitara al Castellano. Él

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Lebbick eran viejos amigos, después de todo…, hasta unto que podía decirse que el Castellano tenía amigos. D

hecho, él había sido el maestro y comandante de Artaghasta que Artagel había alcanzado el punto en el que ya n

ra razonable para nadie decirle lo que tenía que haceDebido a ello, se creía ampliamente -al menos entre lodefensores activos del castillo- que él era el único hombre eOrison que podía acudir al Castellano y formularle preguntay recibir realmente respuestas .

Sin embargo, Artagel tenía dos razones adicionales pardesear una conversación con el Castellano, dos razones mápremiantes que cualquiera de las otras.

En primer lugar, había pensado mucho nquisitivamente -no su forma favorita de ejercicio- en s

última conversación con dama Terisa, y no le gustab

ninguna de las conclusiones a las que había llegado.En segundo lugar, había oído de no menos que de sei

migos de confianza que a primera hora de la mañandespués de la desaparición de Terisa, el Castellano Lebbichabía regresado a sus aposentos y había hallado a una muj

n su cama.La antigua doncella de Terisa, Saddith.La había golpeado hasta casi matarla.Incluso ahora -¿qué era, cinco días después?-, s

médico no estaba seguro de que la muchacha pudiera volv

usar sus manos. Y en cuanto a su rostro… Bien, nadi

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deseaba describir sus desfiguraciones.Desde entonces, el Castellano no había salido de su

posentos. Dirigía la defensa de Orison enteramente a travéde un intermediario…, había elegido a un hombre para que

rajera toda la información necesaria y transmitiera sunstrucciones.Por una coincidencia tan extraña que hacía que la

ripas se le anudaran a Artagel, el hombre que había elegidl Castellano Lebbick era Ribuld, el veterano lleno dicatrices que ocasionalmente había ayudado a proteger

Terisa como un favor a Geraden, y que había perdido a smejor amigo, Argus, en un intenso fracasado de atrapar Príncipe Kragen.

¿Por qué Ribuld, de entre toda la gente? Lebbick nunco había puesto en una posición de responsabilidad ante

De hecho, Ribuld podía decir que el Castellano nunca shabía fijado en él excepto cuando había hecho algo mal.

Pese a que el esfuerzo de andar hacía que su corazórabajara más aprisa y le dolieran todos los huesos, Artagstaba decidido a enfrentarse al Castellano Lebbick

btener algunas respuestas. No le gustaba recordar la forma en que Terisa le habritado: ¿Estás loco? Geraden es tu hermano. En aqu

momento, no la había comprendido. Bien, había estaddelirante, emocional y moralmente enfermo por lo que

habían hecho a Nyle. Pero ahora sus palabras le golpeaba

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omo una acusación.Cuando llegó a los aposentos de Lebbick, se sorprend

igeramente al descubrir la puerta custodiada. El Castellannunca había sentido la necesidad de proteger sus propio

posentos antes. Sin embargo, Artagel no vaciló. Se dirigil guardia de servicio, un hombre al que conocía desde hacños, y preguntó:

- ¿Sigue negándose a ver a nadie?El hombre asintió. Pese a su evidente placer d

omprobar que Artagel había podido levantarse finalmende la cama, comentó:

- Y no va a hacer una excepción en tu caso tampoco.Artagel sonrió. Probablemente era una buena cosa qu

no hubiera intentado traer su espada. Hubiera quedadomo un estúpido desenvainándola…, y luego dejando qu

u peso lo arrojara de bruces al suelo. Como si nunchubiera estado enfermo, sin embargo, dijo:

- Quiero entrar ahí. Estoy seguro de que no vas ruzarte en mi camino.

- ¿Vas a pasar por encima de mí? -bufó el guardia-. ¿E

us condiciones? -Pero luego alzó las manos-. Está bieuesto que me obligas… Alguien tiene que meterle un pocde sentido común en la cabeza. Mejor que seas tú. Despuéde lo que le hizo a esa mujer… Si no reacciona prontvamos a tener un problema entre las manos. Demasiad

ente que no tiene nada mejor que hacer está hablando ya

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especto.»Si te golpea, gime, y te arrastraré de vuelta a tu

posentos.Artagel amagó un golpe con una mano.

- Muchas gracias. Siempre reconforta saber que uniene un hombre como tú a sus espaldas.- Lo sé -respondió el guardia-. Tan lejos a tus espalda

omo sea posible.Riendo, le abrió la puerta.Convencido de que realmente no iba a ser capaz d

eguir en pie mucho más tiempo, Artagel entró en loposentos del Castellano.

La habitación delantera estaba mal iluminada, sin limpiy sin decorar…, lo cual no había sido el caso cuando Artagstuvo allí la última vez, algún tiempo antes de que la espos

de Lebbick muriera. Aunque no era dado a los lujos, Castellano había reclamado una suite amplia para él y pau esposa; había insistido durante décadas en que teníantención de tener hijos, independientemente de los daño

que ella había sufrido como prisionera de Alend. Y ella l

había seguido la corriente manteniendo sus aposentos comun hogar donde los hijos serían bienvenidos. Pero, desde smuerte, había despojado las paredes y los suelos de todhasta dejarlos en piedra desnuda; había trasladado un duramastro a la habitación delantera y había sellado el resto d

as puertas: incluso en las atestadas condiciones actuales d

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Orison, aquellas habitaciones permanecían vacías. Y, desda desaparición de Terisa, había prescindido evidentemen

de cualquier pretensión de limpieza. La única lámpara en mesa al lado de su camastro daba apenas la luz suficien

ara mostrar que la habitación estaba tremendamente suciaIgual que él: no se había afeitado, ni lavado, ambiado de ropa desde hacía días. Sus ojos estabanrojecidos por el agotamiento y la malicia -o el dolor-, y su

manos crispadas ante él como si necesitaran terriblemenuna espada.

Mirando a Artagel desde el borde de su camastrruñó distintamente:

- Destriparé al hombre que te ha dejado entrar.El aire hedía a polvo, sudor rancio, comida agusanad

Artagel dominó una arcada. Fingiendo que su expresión d

náusea era una sonrisa, respondió:- No, no lo harás. -Deliberadamente, buscó una silla y s

entó en ella-. Si piensas hacerle algo, primero me lo tendráque hacer a mí. Y no vas a hacer eso. No te atreverás. Soy ehombre más popular en Orison.

- Vómitos de cerdo. -El Castellano parpademalignamente-. Eremis es el hombre más popular en OrisonPese a su tono, sin embargo, no abandonó el camastro-. Tno eres más que un inválido que todavía vive porque tuvuerte la última vez que se enfrentó con Gart.

»Por eso probablemente te han enviado ellos. Cree

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que no voy a hacerle daño a un hombre tan débil que unmujer podría derribarlo con un simple golpe.

Fingiendo indiferencia, Artagel preguntó:- ¿«Ellos»?

- Ellos. El Tor. El Rey Joyse. La mitad de los perros eelo de este hediondo agujero. El bastardo que te dejntrar. Los que creen que Eremis es lo mejor que ha ocurrid

nunca desde que el Rey Joyse inventó la luz del sol. Los qureen que deberían castrarme porque abofeteé a un par d

veces a esa jodida puta. Ellos.»Quieren que salga de aquí para poder saltar sobre m

Quieren que tú me hagas salir.- Lo siento. -Artagel odiaba tener que tratar con Lebbic

de aquel modo; hubiera preferido encontrarse con Monomach del Gran Rey sin una espada en la mano. Com

esultado de ello, sonó incongruentemente alegre, como e lo estuviera pasando en grande-. Lamento contradeciruando estás de tan buen humor. Pero la verdad es que nengo la menor idea de lo que estás hablando. Simplemen

vine para decirte que Geraden no mató a Nyle.

- Yo ya lo s é -restalló Lebbick-. No me lo digas a mDíselo a ellos.- Espera un minuto. -Artagel se hubiera sorprendid

menos si el Castellano hubiera empezado a echar espuma pa boca-. Espera. ¿Qué quieres decir con que ya sabes eso

Cómo lo sabes?

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- Lo sé -el Castellano Lebbick miró a su visitante comi Artagel fuera un ser de apariencia horrible- porque esurcia bebemeados estaba en mi cama. En mi cama.

Ahora fue el turno de Artagel de parpadear.

- Espera un minuto -repitió-. Espera.Lebbick no esperó.- Crucé esa puerta -señaló ferozmente hacia la puerta-,

lla estaba en mi cama. -Golpeó el camastro con un puñoDesnuda como la mierda. Sonríéndome. Agitando las teta

or supuesto que Geraden no mató a Nyle.Entonces su ferocidad disminuyó.- Hubiera creído a cualquiera menos a esa mujer.Artagel contuvo el aliento y no dijo nada.- Ella me hizo pensar en ello una y otra vez. Me hiz

volver una y otra vez al principio. Pero, cuando se equivoc

especto a aquel pasadizo secreto…, estuve seguro. Y la scapar, la vi. Con Quillón. El amigo del Rey Joyse. Luegncontré el cuerpo de él. Y vi al otro con ella. Estaba co

Gilbur. Por supuesto que estaba seguro. Por supuesto quGeraden mató a Nyle. Ella tuvo que escapar con Gilbur, n

on Quillón. Ella era una traidora, una asesina. Eso probabque Geraden era culpable.»¿No es eso lo que ellos te dijeron?- No -murmuró Artagel-. No me han dich

bsolutamente nada.

- Bueno, pues lo harán -gruñó Lebbick-. Dales un

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portunidad. Todos hablan de mí. Susurran a mis espaldas.Una sonrisa salvaje tensó su boca-. Eremis es un héroTodo lo que esa mujer dijo de él es una mentira. Gerademató a Nyle. Ella lo empujó. Ella lo ayudó a escapar. Lueg

Gilbur la ayudó a escapar a ella. Ellos mataron a Quillón. Soun monstruo. Nadie comprende por qué el Rey Joysodavía no me ha hecho abrir en canal.

«Eremis es un héroe.Buscando alguna medida de cordura en

onversación, Artagel dijo lentamente:- Lo dudo. Terisa debió decirte que Nyle todavía es

vivo. Intentó decírmelo a mí.»No la creí -admitió-, pero desde entonces me he estad

ateando a mí mismo por ello. -Generalmente, no se sentan inclinado a lamentarse; sin embargo, lamentab

ntensamente las cosas que le había dicho a Terisa. Hubierenido que examinar más de cerca aquel cuerpo-. Finalmenmaginé lo que pudo haber ocurrido. -Geraden es termano. Lo conoces de toda la vida-. Debieron cambiar louerpos. El de Underwell y el de Nyle. Por eso utilizaron

magería…, por eso permitieron que alguna criatura devoraos cuerpos. Para desfigurarlos. Para que pensáramos quUnderwell era Nyle.

«Geraden no hubiera hecho una cosa así. Es imposiblLe conozco mejor que eso.

Como s i estuviera hablando del tiempo, Artagel añadió

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- Si él no lo hizo, entonces eso sólo deja a Eremis. Nenemos a nadie más a quien poder culpar.

- S é eso. -El dolor crispó los rasgos del CastellanLebbick. Suavemente, repitió-: Sé eso. ¿Por qué crees que

egué tan fuerte a esa mujer? ¿Por qué crees que segegándola? Estaba intentando conseguir que me dijera verdad.

»Fue Quillón quien ayudó a escapar a esa mujer. Ésa ea verdad. Lo hizo porque el Rey Joyse le dijo que lo hicier

Para apartarla de mí. Me ordenó que hiciera mi trabajo, uego intentó apartarla de mí. Es por eso por lo que me dejolo ahora. No ha enviado a llamarme desde hace días. Sab

que yo sólo estaba siguiendo órdenes.«Quiere quebrarme. Quiere que me oculte aquí abaj

hasta que me pudra. Porque no confía en mí.

Artagel tuvo la frenética sensación de que no estabyendo a ninguna parte. Se sintió tentado a salir de habitación, poner alguna distancia entre él y la locura dCastellano. Pero su pesar era más fuerte que su alarma. Yhabía abandonado a Terisa y a Geraden.

En vez de retirarse, intentó un enfoque distinto.- Bueno, todavía debe confiar algo en ti. -Artagel hizun esfuerzo por sonar confiado, sin demasiado éxitoTodavía sigues al mando, ¿no? Aún sigues siendo eCastellano.

Lebbick asintió como si no hubiera oído la pregunta.

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- Hablando de cosas de las que estás al mando, ¿cómva la defensa? -prosiguió Artagel-. He oído el rumor de quKragen no ha hecho más que arrojarnos un par de piedradesde el primer día. ¿Es eso cierto?

El Castellano as intió de nuevo.- Ese hijo de puta de cachorro de Margonal -gruñó- simita a permanecer sentado ahí fuera, mirándonos.

- ¿Por qué? ¿Qué le hace pensar que puede salirse coien de este modo? ¿Acaso no teme a Cadwal?

- Sólo puedo pensar en dos explicaciones. -Como poccidente, algo de la tensión en el rostro de Lebbick flojó. A algún nivel, Artagel lo había distraído-. Sabe qu

Festten no viene hacia aquí, por alguna razón…, y nosotrono porque no permite que las noticias lleguen hasnosotros . O Alend y Cadwal han sellado una alianza.

Bien: eso era una mejora. Al Castellano Lebbick todave quedaba algo de lucidez. Cuidadosamente, Artagel dijo:

- Entonces supongo que Cadwal no viene hacia aquí. Festten y Margonal hubieran sellado alguna alianza, Príncipe no hubiera intentado atacarnos solo.

- Probablemente eso sea cierto -admitió morosamente Castellano-. Festten no hubiera sellado una alianza a menoque estuviera seguro de que Margonal no echaría la manobre la Cofradía antes que él.

Artagel asintió. Al cabo de un momento, siguió:

- Hablando de la Cofradía…

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Lebbick le interrumpió ominosamente:- ¿Lo es tábamos?Artagel frunció el ceño.- ¿Lo es tábamos qué?

- Hablando de la Cofradía. ¿O simplemente me estabaonsacando?- Te estaba sonsacando -sonrió Artagel-. Y voy a segu

onsacándote hasta que digas tres frases seguidas quengan algo de sentido. Si no te recuperas, te pudrirás.

«Hablando de la Cofradía, ¿qué están haciendo acercdel pobre Maestro Quillón?

El Castellano Lebbick estudió a su visitante como si inal hubiera empezado a preguntarse por qué estaba Artagllí.

- Nada -articuló-. Por todo lo que puedo decir, lo únic

que hacen durante todo el día es permanecer sentadourrándose las posaderas los unos a los otros. Con lo cu

quiero decir, por supuesto -empezó a sonar como stuviera citando burlonamente las palabras de alguien- qustán dedicando todos sus esfuerzos, día y noche,

descubrir cómo Gilbur y Geraden y esa mujer son capaces dutilizar espejos planos sin volverse locos.»Ese ciego trozo de carne de Barsonage -el tono d

Lebbick era salvaje- ha imaginado de pronto que el Reoyse tiene razón. Y se ha vuelto todo virtud y nobleza

especto. Los espejos no crean sus propias Imágenes. Lo

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ugares que muestran son reales. Así que no tenemoderecho a tomar nada que pueda notar la diferencia. Lo cus una jodida forma de decir que no van a hacer nada paryudarnos a defendernos. Se niegan a tocar la única cos

que podría hacernos algún bien.El Castellano ladró sin ningún humor:- En realidad es divertido. Descubren la pureza just

uando el Rey Joyse la abandona. La única autentiza razóde que aún no hayamos sido invadidos es que Kragen n

uede usar sus catapultas. Cada vez que lo intentHavelock las destruye con alguna especie de pájaro dhumo de uno de sus espejos.

Artagel empezó a confiar en que iba por el buen caminEl Castellano Lebbick parecía estar recuperando sutocontrol. Quizá ya fuera tiempo de arriesgarse a…

Puesto que era el tipo de hombre que corre riesgos, dijn tono conversacional:

- Eso está mejor. Lo estás haciendo mucho mejor. Eualquier minuto a partir de ahora volverás a ser el diempre. Sólo hay una cosa más que desearía saber.

«Castellano… -inspiró profundamente-, ¿cuál, enombre de toda santidad, es la conexión entre Saddith yle? ¿Por qué el hecho de que ella apareciera en tu cam

demuestra que Geraden no lo mató?Por un largo momento, el Castellano pareció como

uera a estallar. Un músculo se crispó en su mejilla. S

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mirada ardía roja, atrayendo la oscuridad de la habitaciónu alrededor; su expresión estaba llena de condenación.

Como un hombre masticando perdigones, dijo:- No Saddith y Nyle. Saddith y Eremis. Ella es su puta.

Artagel aguardó.- Él la envió. Eso es lo que intenté hacerle admitir. Poso seguí golpeándola. Por eso no me detuve.

Artagel siguió aguardando.- Eso es lo que él me hizo. -Sin advertencia previa, lo

jos de Lebbick empezaron a derramar lágrimas. Resbalaroor su sucia barba, dejando claros rastros en la mugre dus mejillas-. Yo estaba casi al límite. Esa mujer intentab

decirme la verdad, y yo no sabía cómo creerla. Y él me hizso a mí. Envió a su puta para darme el último empujó

Porque yo soy el único que le queda al Rey Joyse. Aunqu

l no confíe en mí.»E1 Maestro fornicador Eremis -dijo el Castellano e

medio de su pérdida- no me hubiera enviado su puta a mama si todo lo que esa mujer dijo de él no fuera ciert

Estaba intentando distraerme.

Artagel resistió con dificultad la tentación de silbntre dientes. Esta vez hallaba comprensible el razonamiendel Castellano. Siempre había apreciado la franca sexualidade Saddith; pero en estos momentos no estaba pensando ella. Estaba pensando en que su aparición en la cama d

Lebbick era lo peor que Eremis podía nacerle al Castellano.

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Era casi como si Eremis y el Rey Joyse estuvieraonspirando juntos para destruirle.

Ásperamente, dijo:- Eso tiene sentido. -Las palabras parecieron pegarse

u garganta; tuvo que esforzarse para hacerlas salir-. ¿Qué dijo realmente Terisa acerca de nuestro héroe, Eremis?El Castellano se restregó el rostro con las mano

mbarrando lágrimas y suciedad.- Lo mismo que te dijo a ti. -Halló en el camastro a s

ado un trapo, con el que se sonó la nariz-. Debieron cambios cuerpos. Si Underwell quería realmente a Nyle muert

hubiera podido conseguirlo sin correr el estúpido riesgo dodo aquel derramamiento de sangre. Pero si Geraden enocente, Underwell debió descubrir de inmediato que Ny

no estaba herido. Así que hubo que matar a Underwell. Par

roteger a Eremis.«Probablemente Nyle aún está vivo. A menos qu

Eremis ya no lo necesite más.«Eremis está atareado actuando como el héroe d

Orison porque sus planes aún no están listos. Cadw

odavía no está preparado para atacar. Eso es evidente…Cadwal ni siquiera está aquí. O está aguardando a qucurra alguna otra cosa. No desea que Kragen se apodere d

a Cofradía.Artagel estuvo a punto de preguntar: ¿Por qué no

detienes? ¿Por qué no le arrancas el corazón, en vez d

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sconderte en este agujero como un perro apaleadoAfortunadamente, se contuvo a tiempo. Tan pronto como se ocurrió la pregunta, captó un atisbo de cómo reaccionarl Castellano Lebbick a ella. Desean que salga de aquí a fi

de que puedan saltar sobre mí. Él desea destrozarme. Nonfía en mí.A Artagel le gustaba vivir peligrosamente, pero n

staba dispuesto a arriesgarse a empujar a Lebbick de vuell torbellino.

 No podía captar lo que estaba haciendo el Rey JoysPero no era problema suyo: alguien tendría qudesentrañarlo. Eremis, sin embargo, era otro asunto. Artagstaba muy seguro de que deseaba oponerse u obstaculizl Maestro de cualquier forma posible.

Mirando en torno a la estancia en busca de inspiració

ferró la primera idea que se le ocurrió.- ¿Sabes, Castellano? Si tu esposa hubiera visto es

ocilga, hubiera escupido granito.Artagel era probablemente el único hombre en Oriso

apaz de mencionarle a Lebbick su esposa en su cara.

Por suerte o intuición, sin embargo, Artagel descubril enfoque adecuado. En vez de entrar en erupción, Castellano pareció apenado.

- Lo sé -murmuró-. Voy a limpiarla un poco. Me ocuparde ello ahora mismo.

El dolor en su rostro estrujó el corazón de Artagel. Si

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remeditación, sin pensarlo siquiera, dijo suavemente:- No te preocupes. Déjalo así. Yo tengo una habitació

xtra. Incluso tengo una cama extra. Ven e ins tálate conmigoEl Castellano Lebbick le miró torpemente. Su boca

gitó como si Artagel acabara de pedirle que rompiera sutaduras con la única cosa que aún lo mantenía de una soieza.

- Ella está muerta -dijo Artagel, tan suavemente como ue posible-. Eso no puede remediarse. Ya no te necesita.

«Nosotros somos quienes te necesitamos.Roncamente, luchando contra el colapso, el Castellan

adeó:- ¿«Nosotros»? ¿Quiénes son «nosotros»?- Yo. -Artagel no dudó-. Geraden. Terisa. Cualquier

que piense que todavía vale la pena intentar salvar al Re

oyse, aunque él actúe como si se hubiera metido la cabezn el culo.

Lebbick pensó durante largo rato, con los ojos fijos ea semioscuridad que le rodeaba. Parecía un hombre perdidn sus recuerdos…, perdido en su amor, en antiguo

nstantes de violencia; un hombre que tal vez nunca fueapaz de hallar su camino de vuelta. Pero luego sus hombroe hundieron y suspiró.

- De acuerdo.- Bien. -Artagel suspiró también, dejó que la incertidum

re saliera tan bruscamente de él que el alivio le hiz

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stremecer-. Creo que es el momento.Sin incertidumbre o dolor que lo mantuvieran firme, s

mbargo, sus músculos se aflojaron y sus miembros sonvirtieron en caucho. Reluctante, añadió:

- Puedes empezar ayudándome a volver allí. Me temque me pasé un poco viniendo hasta aquí.- Idiota -gruñó Lebbick. Lentamente, se puso en pie-. S

upone que tendrías que estar descansando. He vistmaleza con más sentido común que tú.

- Eso es fácil. -Artagel hizo un decidido esfuerzo por naerse de la silla-. Yo he visto maleza con más sentidomún que cualquiera de nosotros.

»Sólo dime otra cosa. -Hizo una pausa para reunir sudispersos pensamientos-. ¿Por qué Ribuld? No sabía quuvieras tan buena opinión de él.

Casi gentilmente, el Castellano Lebbick ayudó a Artagponerse en pie. Sosteniéndolo con su hombro, echó

ndar hacia la puerta.- Necesitaba a alguien en quien pudiera confiar. Quier

Geraden. Eso es todo lo que puede exigírsele para trabaj

onmigo.Artagel no pudo impedirlo; tenía que preguntarlo:- ¿Son tan graves realmente tus problemas? ¿Sólo

ausa de Eremis y Saddith?Los músculos a lo largo de la mandíbula de Lebbick s

ndurecieron. Sus ojos estaban llenos de tinieblas.

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- Espera y verás.En su camino de vuelta a sus aposentos, Artagel se di

uenta de que estaba positivamente ansioso por ver Geraden de nuevo. Deseaba tener a alguien que le dijera qu

staba ocurriendo.

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9

Un viejo aliado del Rey

Aquel mismo día, Terisa y Geraden cabalgarolejándose de las colinas sudoccidentales del Care d

Termigan y empezaron a acercarse a Sternwall, la sede d

Termigan y la principal ciudad de su Care.El camino relativamente directo desde Houseldon, y alta de lluvia, atípica en aquella época del año, había

hecho que el viaje fuera fácil, al menos para Geraden. Estabcostumbrado a los caballos , habituado a buscar acomodo ado del camino, experimentado en las acampadas. Y parecíeguro de sí mismo. Por primera vez en su vida, sabxactamente lo que estaba haciendo. La única cosa queducía su ansia por llegar hacia donde estaban yendo era lacer de tener a Terisa consigo.

La ansiedad de Terisa por alcanzar Sternwall er

ompletamente distinta. Había perdido de una forma visceru interés en Orison…, en el Maestro Eremis y en el Reoyse. Sus preocupaciones eran más inmediatas. Le dolíaodas las articulaciones, el cansancio se infiltraba en su

huesos, estaba harta de caballos. Deseaba un baño calien

y sábanas limpias. Gracias a la por otro lado muy desead

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orma en que Geraden utilizaba su peso por las noches, duro suelo le había producido hematomas desde lo

moplatos hasta la rabadilla. A veces, tenía la sensación dque hubiera sido capaz de matar para conseguir un

lmohada para sus ríñones. Tras uno o dos días en la sillada movimiento de la yegua baya parecía triturar suhuesos unos contra otros. Un par de días después, apenara capaz de impedir gruñir cada vez que Geraden brazaba.

Sin embargo, se aferraba a él tan fuertemente y tan menudo como le era posible; cruzaba sus piernas contra uerpo de él y lo retenía encima de ella pese al dolor. Sentía tan llena de amor que apenas podía apartar los ojos dl, apenas era capaz de mantener su piel fuera de contacton la suya. Si era necesario, podía soportar unos cuanto

hematomas más.Tenía que admitir, sin embargo, que había aprendido

diar los caballos. Cualquier cultura incapaz de diseñar umodo de transporte mejor que ése merecía realmente moriCuando Geraden anunció que estaban llegando a Sternwa

xclamó:- ¡Gracias a Dios! -con tanta sinceridad que él estalló euna carcajada.

Se sintió ofendida.- Tú pensarás que es divertido -gruñó-. Nunca me h

entido tan miserable en toda mi vida, y tú crees que es alg

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ara reírse. Juro que no sé lo que he visto en ti.»Por supuesto -añadió consideradamente-, si lo supier

robablemente desearía arrancarme los ojos.- Ve con cuidado, mi dama -respondió él con ton

graviado-. Poseo una naturaleza sensible. Si me ofrecelguna excusa, cualquier excusa, empezaré a disculparme dnmediato.

- Oh, estupendo -gruñó ella, intentando sonar amargadunque estaba sonriendo con todo su cuerpo-. La última v

que hiciste eso, no nos dormimos hasta después dmedianoche.

Aquello le hizo reír de nuevo. Luego se inclinó en silla y la besó espectacularmente.

- Ah, Terisa -suspiró, después de apartarse-, me haceanto bien. Jamás hubiera creído que fuera posible. Despué

de todos esos años sirviendo a la Cofradía y fracasanddespués de equivocarme deteniendo a Nyle en vez doncentrarme en el Príncipe Kragen, después de estrope

nuestras posibilidades de detener a Elega, después donseguir que pareciera que era el asesino de mi propi

hermano y luego tener que arrojarme a un espejo sin menor idea de lo que iba a ocurrir… -la lista de desastres eealmente impresionante cuando la enumeraba de aqu

modo-, nunca hubiera creído posible sentirme así de bien.- ¿Tenemos que ir mucho más lejos todavía? -pregunt

lla, porque no tenía ninguna otra cosa mejor que decir

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Deseo una cama.Geraden sonrió y le ofreció la mejor respuesta que teníEra su cuarto día en el camino, y desde que había

dejado atrás las humeantes ruinas de Houseldon no había

visto ni la más ligera indicación de que Mordant estaba euerra. Yendo casi directamente en dirección nordesthabían cruzado el Broadwine en su camino este-nordeshacia el Demesne, y habían seguido la ruta que conducía Care de Termigan.

- El Termigan nos ayudará -había dicho confiadamentGeraden-. Es un viejo aliado del Rey. Corre la historia de qualvó la vida del Rey Joyse en la última de las grandeatallas contra Alend…, hará unos treinta años.

Terisa había asentido sin apartar los ojos del paisajque les rodeaba. Había conocido al Termigan: tenía

mpresión de que era un hombre en el que podía confiarsbsolutamente…, pero sólo en sus propios términos.

Al norte y al este de Houseldon, el Care de Domnarecía estar compuesto casi enteramente por el tipo dértiles colinas que hacían el cultivo difícil, pero qu

roporcionaban abundante y rica hierba para las ovejaHacia el sur y el oeste seguían siendo visibles las montañaero se hacían cada vez más difíciles de vislumbrar a medid

que el camino serpenteaba fuera del Care. Geraden explicque la frontera de Domne se extendía desde el punto má

riental de la estribación de montañas al norte -un pun

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lamado la Boca del Pestil, porque era allí donde el río Pesrotaba de las estribaciones- y a lo largo de una líneelativamente recta hacia un claramente divisable pico de ortillera meridional, una enorme e inconfundib

rominencia rocosa llamada, sin que se supiera la razón, Kendumble. Esa línea separaba Domne del Care de Termigal norte del Broadwine y del Care de Tor al sur.

Aunque la frontera era puramente teórica, el paisaareció cambiar después de que Terisa y Geraden entraran Termigan. El paisaje se volvió más rocoso; la hierba y

maleza, las flores silvestres y los bosquecillos tenían uspecto más resistente, como si estuvieran arraigados a unierra menos fértil y tuvieran que soportar un clima menoenigno.

- El suelo es bueno para las viñas -explicó Geraden-,

no es malo para el lúpulo. Pero no sirve de mucho para maíz, o el trigo, o el worren. -El worren era uno de los pocoereales, de hecho, uno de los pocos alimentos, que Teris

había descubierto que eran propios de aquel mundo-. EDomne, es un chiste común el que todo el mundo que viv

quí desarrolla un caso permanente de dispepsia debido a omida que come…, y que intenta mejorar su salud bebienddemasiado.

»Por otra parte, he oído decir que el Gran Rey Festteno bebe nada excepto vino de Termigan.

A medida que cambiaba el suelo, lo mismo hacían la

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olinas: empezaron a parecer menos suaves, máccidentadas, como si hubieran sido cortadas por la erosión vez de ser elevadas por los huesos subterráneos de ierra. El camino serpenteaba por entre barrancas

desfiladeros en vez de suaves y poco profundos valles hondonadas. Como contraste, sin embargo, el tiempo emás primaveral…, cálido al sol pese a las frías noches y a laombras; lleno de aromas verdes y de flores; oliendo

humedad.Terisa deseaba tan desesperadamente un baño que l

imple idea hacía que le picara el cuero cabelludo.Obligándose a sí misma a pensar en otras cosa

eflexionó ocasionalmente que los desfiladeros y barrancaran lugares ideales para una emboscada. Tales cosas, simbargo, parecían completamente irreales. Después de tod

Alend había enviado todas sus fuerzas al asedio de OrisoY las fuerzas de Cadwal estaban en el extremo más alejado dMordant, hacia el este. Así que el único peligro real pod

roceder de la Imagería. Y cualquier ataque que cayera sobrllos a través de la Imagería no necesitaría confiar e

desfiladeros y barrancas para tener éxito.Razonó que probablemente el Maestro Eremis no sabrdónde estaban. No podía saberlo, a menos que diera asualidad de que pasaran junto a un lugar que se mostran uno de sus espejos…, y él estuviera mirándolo durante

reve tiempo en que fueran visibles en él.

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Pero no podía dejar de preocuparse por la posibilidad.De hecho, ni siquiera recordaba lo que había dicho

Termigan acerca de los problemas en su Care hasta quGeraden la llevó a la vista de Sternwall, a última hora de l

arde de su cuarto día de camino.La vista le hizo preguntarse cómo podía haberlvidado.

 Pozos de fuego en el suelo, había dicho el Termigan.Sternwall era una ciudad de piedra fortificada. Pose

una muralla almenada construida de granito; y, dentro de lmuralla, todas las casas y demás edificaciones eran d

iedra. Desde aquella distancia, el estilo básico donstrucción parecía ser la argamasa de barro reforzada coemento. La gente del Termi-gan podría haberse reído dtaque que había destruido Houseldon.

Sin embargo, Terisa estaba segura de que no se estabaiendo.

Incluso desde varios centenares de metros de distancodía sentir el calor de la resplandeciente roca líquida que sgitaba y burbujeaba en largas charcas fuera de las muralla

Había media docena de ellas, todas instaladas en terreno alque descendía hacia la ciudad, todas dispuestas como ueran fluyendo lentamente, inexorablemente, hacia la

murallas. Eremis había dicho: Pozos de fuego aparecen en euelo de Termigan…, casi dentro de las fortificaciones d

ternwall . Debió de costarle refrenar su regocij

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detenerse, señalar hacia ella y Geraden; uno de ellobandonó la muralla. Supuso que, bajo las circunstancia

Sternwall no recibía muchos visitantes . Intentó hacer bajar abor a hiél que había subido a su garganta y puso d

nuevo su montura en movimiento.Hoscamente, ella y Geraden cabalgaron más allá de loozos hacia la puerta en el extremo más alejado de la ciudad

Cerca de la lava, Terisa pudo oír el líquido agitarse, urofundo y casi inaudible rumor que pareció crear ecos en

médula de sus huesos; el sonido de la tierra al ser devoradaPese a lo suave que era el ruido, sin embargo, parec

nsordecerla. Apenas pudo oír el solitario grito de unorneta alzándose de las murallas de la ciudad. Apenas pudír a Geraden decir:

- Parece que el Termigan envía algunos hombres

nuestro encuentro. Quizá no quiera correr el riesgo ddejarnos entrar hasta saber quiénes somos.

Hubiera debido estar preparada para ella. Estaban cercde una Imagen: hubiera debido comprender que ella Geraden corrían el peligro de ser descubierto

Desgraciadamente, no pensaba con claridad. Estabdemasiado llena con el apuro de Sternwall como para penslaramente.

Fue cogida completamente por sorpresa cuando sintil roce de un frío tan suave como una pluma y tan agud

omo una hoja de acero deslizarse directamente a travé

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del centro de su abdomen.Sin embargo, quizá fue la propia sorpresa lo que

alvó. No tuvo tiempo de sentirse asustada, paralizada. Evez de ello, aulló una advertencia y se dejó caer hacia u

ado, fuera de la silla, fuera del camino.Los afilados colmillos fallaron su presa. Estuvieron taerca, sin embargo, que desgarraron su blusa a la altura d

hombro, casi arrancaron un trozo de su carne.Golpeó torpemente el suelo, su rodilla se dob

dolorosa-mente, cayó de bruces. Desesperada, intentonerse en pie…

…justo a tiempo para ver una flecosa mancha negra damaño de un cachorro alzarse sobre sus patas y avanz

velozmente hacia ella. Sus salvajes mandíbulas ocupabamás de la mitad de su cuerpo; estaban tendidas hacia ell

nsiosas.Ante su grito, Geraden había hecho girar su montur

Saltando de una invisible percha al otro lado de sraslación, una forma negra y redonda pasó volando juntol. Se aferró con todas sus cuatro patas a la cabeza d

ppaloosa.Sus mandíbulas abrieron con toda facilidad el cránedel caballo. Derramando sangre como una fuente, ppaloosa se derrumbó como si hubiera chocado contra unared. Geraden aterrizó duramente contra el suelo: qued

momentáneamente aturdido. Antes de poder recobrarse, la

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onvulsiones de su montura arrojaron la masa del caballobre sus piernas.

Devorando hueso y sesos, la criatura negra empezó brirse camino a través del caballo hacia él.

Otra feroz forma apareció de la nada…, y otra…olpearon el suelo…, rodaron y se detuvieron…Una de ellas se dirigió hacia Geraden. La otra se lanz

hacia Terisa.Ésta no tenía elección, no tenía tiempo: cuando

riatura más cercana saltó hacia ella, se agachó y se echóun lado. Geraden le había dado un cuchillo -para cocinar, había dicho, burlándose de ella porque era él quien sncargaba de toda la cocina-, y lo agarró mientras sgachaba; lo sacó de un tirón de su funda, tajlocadamente en dirección a su asaltante.

Sus golpes sólo encontraron aire. Desequilibrada, cancapaz de sostener su peso con su rodilla doblada, se pusdirectamente en el camino de la segunda forma atacante.

Sus colmillos eran curvos y dentados, hechos pardesgarrar. En un espejo, había visto a una criatura com

quélla arrancarle a dentelladas el corazón a un hombre. Ibhacerla pedazos. Y había otra dando la vuelta para atacaror detrás.

Geraden tendría unos pocos segundos más de vida qulla. La roja carne de su caballo había distraído a sus do

tacantes: estaban alimentándose vorazmente. Estab

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eguro hasta que alcanzaran sus atrapadas piernas.En aquellos momentos luchaba alocadamente por abr

as bolsas de la silla de su caballo.La hoja que le había dado a Terisa era poco más que u

imple cuchillo: un cazador hubiera podido usarlo padesollar un conejo. Pero era la única cosa que tenía pauchar; no le puso objeciones. Puesto que ya casi haberdido el equilibrio, dejó caer su peso en la dirección en

que estaba cayendo, al tiempo que su brazo y el cuchilrazaban un amplio arco.

De alguna forma, su golpe alcanzó a la criatura antes dque la criatura alcanzara su rostro. La forma negra rebotontra un lado, salpicando sangre verde por todas partes.

Intentó contener su caída, pero su rodilla le falló. Sderrumbó con un grito justo en el momento en que

egundo atacante saltaba hacia su espalda.Los asaltantes de Geraden estaban acabando con lo

hombros del appaloosa.De la bolsa más cercana, Geraden extrajo un saco llen

de harina de maíz y lo arrojó contra ellos.

El saco reventó contra los dientes de la primera criaturCon un sonido semejante al de una tela al ser rasgada forma estornudó.

Como sus mandíbulas y su apetito, su estornudo fudemasiado grande para su cuerpo. El estallido la arrojó hac

trás, fuera del muerto caballo; ocultando sus patas cont

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u cuerpo, rodó sobre sí misma.Otro estornudo; otro rodar.Geraden buscó frenéticamente alguna otra cosa qu

rrojar.

Terisa había caído. No conseguía volver a ponerse eie. Agitaba las piernas contra el suelo como si tuviera spalda rota, pero no conseguía hallar el apoyo necesariara alzarse.

Una de las formas negras avanzaba hacia ella.Como si captara su impotencia, la cosa dejó d

presurarse: sus pasos fueron casi cautelosos a medida que aproximaba. Sus enormes mandíbulas se abriero

delicadamente. Cada uno de sus dientes parecía afiladxclusivamente para su carne.

Entonces, la saeta de una ballesta golpeó ta

violentamente contra la criatura que la arrancó del suelo y anzó por el aire como si hubiera sido pateada por uigante. Unas cuantas gotas de su verde sangre salpicarol pelo de Terisa cuando pasó volando por su lado.

Como un clavo golpeado con una almádena, otra sae

lavó la devorante bestia a la carcasa del appaloosa. Sin uonido, la criatura abrió enormemente la boca y murihorreando abundantes fluidos por entre sus colmillos .

Uno de los hombres del Termigan-redujo a pulpa lúltima forma negra bajo los cascos de su montura.

Un momento más tarde, los tres hombres se detuviero

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nte Terisa y Geraden. Les miraron desde sus altas sillaMostrando los dientes, uno de ellos preguntó:

- En nombre de toda la mierda de chivo y fornicacióqué eran esas cosas?

Geraden no parecía darse cuenta de que había sidescatado. Siguió trasteando en la bolsa de su silluscando inútilmente un arma.

- Ese bastardo -jadeaba entre dientes-. Ese bastardo. uviera un espejo… -Su rostro estaba empapado de sudor ágrimas-. Si tan sólo tuviera un espejo…

Terisa no conseguía levantarse. Notaba su rodilntumecida, como muerta. Deseaba decir, insisti

Ayudadme, ¿está él bien, los habéis matado a todos? Lúnica cosa que su garganta y su estómago conseguíahacer, sin embargo, era revolverse alocadamente. Tení

angre verde en el pelo, y hedía…, olía como cadávereudriéndose en aguas fecales. La cabeza y la mayor parte dos hombros del caballo de Geraden habían desaparecid

devorados…, como los dos guardias del Castellano Underwell. Las náuseas eran irreprimibles, pero n

onseguía hacer aflorar nada por su boca.Quizá Mordant no estuviera en guerra. Pero ella Geraden sí lo estaban.

Oh, sí.Los hombres del Termigan desmontaron. Dos de ello

lzaron la carcasa del appaloosa para liberar a Geraden;

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ercero alzó en pie a Terisa. Eran hombres duros con bocahoscas y ojos enrojecidos; habían pasado demasiado tiempontemplando la destrucción de Sternwall, viendo acercaru ardiente final.

- Está bien -dijo roncamente uno de ellos-, ya estáis alvo. Nosotros os hemos salvado. ¿Quiénes sois? ¿Quran esas cosas?

- Imagería -jadeó Geraden-. Puede que haya más. Puedrasladarlos hasta aquí en este mismo momento. Tenemo

que salir fuera de su alcance.Los hombres deseaban respuestas…, pero tambié

omprendieron a Geraden. Se miraron entre sí sólo por uegundo, vacilantes. Luego, el hombre que había ayudado

Terisa a ponerse en pie la tomó por la cintura y la alzó hastu caballo.

Los otros dos montaron instantáneamente; uno de elloiró de Geraden para que montara tras él. Los caballomprendieron un galope hacia las puertas de la ciudaoniendo tanta distancia como era posible entre los jinetes l punto de traslación.

Terisa tenía aún su cuchillo aferrado en la mano. Smano y el cuchillo estaban cubiertos por una horribangre verde.

- ¡Relájate! -rechinó a su oído el hombre que la sujetabnte él en su montura-. Podremos mantener mejor t

quilibrio si te relajas.

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 No podía relajarse. No podía impedir los repetidos nfructuosos intentos de vomitar.

- ¿Hasta dónde? -preguntó uno de los otros hombresGeraden-. ¿Hasta dónde debemos ir para estar seguros?

Finalmente, Geraden empezó a reaccionar.- No podemos estar seguros. -El golpeteo de los cascohogaba su voz-. Depende del tamaño del espejo. Y de lejos que esté ajustado el foco para alcanzarnos. -U

momento más tarde añadió-: Un centenar de metros deberíaer suficientes.

- ¡Correcto!Los de Termigan llevaron sus monturas hasta la

uertas de Sternwall. Allí se arriesgaron a detenerse.Terisa no sintió nada afilado o frío en el estómago. N

entía nada excepto náuseas. Ninguna otra forma flecos

negra, saltó al aire desde la nada.Ahora, en vez de desear vomitar, empezó a pensar qu

ería terriblemente agradable desvanecerse. No tuvo oportunidad de ello. El hombre que la sujetab

a dejó deslizar al suelo, luego bajó de su silla a su lado. L

resión de su mano hizo comprender claramente a Terisa quno tenía intención de soltarla. Uno de los otros hombreujetó a Geraden mientras desmontaba.

El aire estaba lleno ya con el atardecer, además de col resplandor de la lava. Los pesados maderos de la puer

staban teñidos de carmesí; el rojo formaba estrías a lo larg

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de los bordes de los edificios. Los rostros de los hombreenían una rojez de sangre.

- Está bien -repitió uno de los hombres-. Ahordecidnos quiénes sois. Antes de que decidamos cerrar l

uerta y dejaros fuera.Terisa aún podía oír el profundo y visceral hervir de ava. Aquel ruido parecía minarlo todo a su alrededor; hac

que los hombres de Termigan sonaran malignos, llenos detorcida malicia.

Pero Geraden asintió hacia ellos.- Venimos de Domne -jadeó-. Soy Geraden, el hijo d

omne, Uno de sus hijos, al menos. Houseldon ha sidncendiado hasta sus cimientos.

Los hombres permanecieron inmóviles, atrapados ento que era y lo que decía. Una multitud empezó a reunirs

unto a la puerta: más hombres de Termigan, mozos parhacerse cargo de los caballos, comerciantes, transeúnteTodos tenían la misma luz roja en sus ojos.

Al cabo de un momento, uno de los hombres dijvasivamente:

- Será mejor que nos cuentes quién es esa mujer. Y poqué fuisteis atacados.Instintivamente, Terisa apoyó una mano en el brazo d

Geraden, buscando protección contra una amenaza que nodía identificar.

Él también pareció sentir la amenaza. Su brazo estab

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enso; se mantuvo firme. Su miraba escrutó los rostros a slrededor. Cuidadosamente, dijo:

- Muy padre ha sido un buen y leal vecino del Termigaoda su vida. La última vez que estuve aquí, dormí en la cas

del Termigan como un huésped bien recibido. Nadie se movió; ninguna mirada bajó. El hombre quarecía ser el jefe de los guardias apoyó deliberadamen

una mano en su espada.- Estoy seguro de que eso es cierto -gruñó

Probablemente serás de nuevo un huésped bienvenido aqsta noche. Pero no hasta que me digas quién es ella y po

qué fuisteis atacados.El tono del hombre irritó a Geraden. Enderezó lo

hombros; su voz tuvo asomos de autoridad, como stuviera acostumbrado a reclamar respeto.

- Ella es dama Terisa de Morgan, archi-Imagera ampeona augurada. Por esa razón, los enemigos d

Mordant desean destruir… No fue más allá. O, si lo hizo, ella no lo oyó. Alguien

olpeó en la nuca tan fuerte que el suelo pareci

desaparecer bajo sus pies.Mientras perdía el conocimiento, se dio cuenta de qul Termigan también estaba en guerra.

Más tarde, la guerra pareció asentarse en algún lugntre su nuca y la parte frontal de su cráneo. Había un

onfrontación de dolor en pleno desarrollo. Su frente le dol

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omo si alguien en su interior estuviera martilleándola coun garrote; la nuca estaba dolorosamete rígida. Pero, ¿quié

anaba? No deseaba pensar en ello.Entonces recordó a Geraden.

Gruñó e intentó levantarse de la cama.De inmediato, los dos bandos en guerra unieron suuerzas contra ella. Cada movimiento de cualquier parte du cuerpo adquiría una dimensión agónica.

Se sentó de todos modos y sacó los pies por el bordde la cama.

Su rodilla conmemoró la ocasión con un latigazo taeco como un aullido. Dejó escapar un jadeo inarticulad

Por un momento tuvo que permanecer sentada sin moversermanecer sin hacer nada mientras intentaba recuperar alg

de control.

El olor de la sangre verde aún se aferraba a su pelSeguía sintiendo náuseas.

Geraden, pensó.¿Quién me golpeó?Pese al dolor, obligó a sus ojos a enfocarse.

Estaba sentada en el borde de la cama en un dormitorimplio pero más bien austero. Un cierto número de velaluminaban las paredes de piedra y el techo de madera, lasteras de caña entretejida en el suelo; las enormes sillaan pesadas que podían haber sido diseñadas par

comodar al Tor; las oscuras planchas de madera de

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uerta. Comparada con los lugares donde había dormidecientemente, la cama era lujosa.

 No estaba sola.Un hombre permanecía sentado al otro lado de

habitación, en una silla al lado de la puerta. Iba vestido couna camisa marrón lisa, pantalones y botas sencillas; nlevaba ningún arma que ella pudiera ver. Sus ojos eralanos; su pelo parecía no tener color. Las líneas de sostro y los bordes de sus rasgos eran angulosorudamente tallados. Tenía los brazos cruzados encima decho, como si estuviera preparado para aguardar

ndefinidamente.Lo reconoció.El Termigan. El señor del Care.- Así que has aparecido inesperadamente, mi dama -dij

l hombre, tras escrutarla por un tiempo.Ella le devolvió la mirada, intentando luchar contra

dolor para poder pensar.- La última vez que te vi -siguió el Termigan-, no estaba

llí por ninguna buena razón excepto para demostrar que la

osas habían ido mal cuando la Cofradía intentó obedecer Rey Joyse. Se suponía que nosotros debíamos creer quimplemente eras un accidente, una nulidad…, sólo un

mujer. Ahora estás aquí, y Geraden dice que eres una archmagera.

«Quiero una explicación.

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Su postura sugería que nunca permitiría que elbandonara aquella habitación hasta que le hubieatisfecho.

Terisa hizo un esfuerzo por aclarar su garganta.

- ¿Dónde está Geraden?El Termigan se encogió ligeramente de hombros.- En la puerta de al lado. Mis hombres no tuvieron

valor de golpear a un hijo del Domne, así que ha estadorcejeando y chillando desde que hice que te retiraran de sado. Pero está encerrado, y no saldrá hasta que yo decidermitirle que te vea.

- ¿Cuándo será eso?El señor se encogió de nuevo de hombros. Su plan

mirada no se apartó del rostro de Terisa.- Lo decidiré cuando haya oído lo que tengas qu

decirme.Ella no pudo impedir que su voz temblara.- Tus hombres no golpearon a Geraden. ¿Por qué m

olpearon a mí? ¿Golpeas a las mujeres como un asunto dolítica general, o he hecho personalmente algo que te hay

fendido?El sarcasmo no tuvo ningún efecto en el Termigan.- Mis hombres -explicó con voz llana- no sabían que y

e conocía. Simplemente oyeron a Geraden decir que erauna Imagera. No me gustan los Imageros, mi dama. Cuand

mi padre resultó muerto en las guerras, y yo me convertí e

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l Termigan, luché al lado del Rey Joyse durante añoorque no me gustan los Imageros . Durante toda mi vida,

mayor parte de la gente a la que valoro ha resultado mueror Imageros. O gente de Alend. Nunca he permitido qu

Havelock penetrara dentro de estas murallas. Ni siquieuando no estaba loco.«Ahora estamos siendo atacados por la Imagerí

Sternwall caerá pronto, y no hay nada que podamos hacara defendernos. Mis hombres tienen órdenes estrictas deducir a la impotencia a cualquier Imagero que llegue hasquí y formular luego las preguntas.

»Mi dama, ¿cómo te convertiste en una Imagera? Ocómo convenciste a Eremis y Gilbur de que eras unmagera? O… -su tono se hizo más afilado-, ¿por qué ello

nos mintieron acerca de ti?

El Termigan estaba definitivamente en guerra.Terisa apartó la vista. Buscando los medios de control

u furia y su dolor -y sus náuseas, y el hedor de su peloscrutó la habitación. Ño me gustan los Imageros. Canmediatamente, descubrió un frasco de vino y un par d

vasos en una mesa cercana a la cama, al lado de una bandeque contenía lo que parecía ser una colación fríCuidadosamente, moviendo su cabeza y cuello tan pocomo le fue posible, se puso en pie, cojeó hasta la mesa, sirvió un poco de vino. Reducirlos primero y hacer la

reguntas después. Por otra parte, el Termigan no ten

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ntención de dejarla morir de hambre. Los tembloreecorrieron sus brazos a partir de los hombros, pero fuapaz de conservar la mayor parte del vino dentro del vas

Lo alzó con las dos manos y lo vació.

Sólo por un segundo, su estómago se agitó locamenteu cabeza resonó como un tambor; pensó que acababa dometer un estúpido error. Luego, sin embargo, empezó entirse un poco mejor.

Deliberadamente, se enfrentó al Termigan. En efecthabía tomado prisionero a Geraden. Geraden probablemenstaba enfermo de preocupación por ella. Y él también era umagero. ¿Qué haría el Termigan si supiera que el hijo d

Domne era también un Imagero? Era capaz de mantenerlncerrado durante todo el resto de la guerra…, hasta qu

Sternwall cayera, y Mordant fuera destruido, y el Maestr

Eremis hubiera matado a todo el mundo que se interpusien su camino. La furia le dio las fuerzas que necesitaba.

- Mi señor, nos mintieron a ambos. Prácticamente todo que nos dijeron fue una mentira.

El Termigan no se movió; apenas parpadeó.

- ¿Por qué deberían mentirte a ti? Tú eres uno de ellos.Ella le miró unos instantes con la boca abierta. Serebro era lento en reaccionar; transcurrió un momenntes de que fuera capaz de decir:

- No, no lo soy.

»Ni siquiera descubrí que tenía el talento hasta -con

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ápidamente hacia atrás- hace cinco días. ¿Cómo podía suno de ellos? Ellos no querían que yo supiera que tenningún talento. Por eso me mintieron. Por eso siguententando matarme. Por eso ardió Houseldon. Estaba

ntentando matarnos. Piensan que soy alguna especie dmenaza para ellos.- ¿Qué tipo de amenaza?- No lo sé -admitió amargamente. Deseaba a Gerade

on ella. No le gustaba el riesgo de hablar por ella misma Termigan-. Pero estamos intentando descubrirlo. Mientraanto, deseamos crearles tantos problemas a Eremis y Gilbuomo podamos. Por eso estamos aquí.

Bruscamente, el señor asintió.- Ahora empiezo a creerte. Quieren matarte. Tú quiere

rearles problemas. Todo esto -su actitud se refería a alg

más que sólo los pozos de fuego en las afueras de Sternwas sólo otra confrontación entre Imageros. Nosotros somoas víctimas -ahora se refería a la gente de su Care-, perealmente no somos lo más importante.

»Lo más importante es el poder.

La había entendido mal. Terisa hizo un esfuerzo poxplicarse.- No es eso lo que quiero decir. Estamos intentand

defender Mordant. Es al Rey Joyse a quien Eremis y Gilbudesean destruir. Nosotros somos secundarios…, Geraden

yo nos hemos interpuesto en su camino, eso es todo. Es

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Rey Joyse quien necesita nuestra ayuda.Sin ningún cambio en su expresión o inflexión,

Termigan respondió:- Mierda de cerdo.

Terisa se detuvo y lo estudió, intentando ver más alde su rostro, a lo más profundo de su mente. Pero estaba taerrado como un trozo de pedernal. En un esfuerzo poentrarse, se sirvió un poco más de vino, luego regresó a ama y se sentó en ella de nuevo.

Lentamente, dijo:- No te gustan los Imageros, ¿no?- Joyse necesita mi ayuda, estoy seguro de ello

espondió él-, pero no porque tú lo pidas. A ti él no tmporta. Deseas que yo haga algo que te ayudará contr

Eremis y Gilbur. Si eso ayuda hoy al Rey, ayudará

destruirlo mañana.- ¿Dices esto porque soy una Imagera? -pregunt

Terisa, hablando casi para sí misma-. Tiene que ser así. Todl mundo que conoce al Domne confía en sus hijos.

- Lo único que tú deseas es librarte de él. Sólo hay u

motivo por el que estéis unidos. Él es el único hombre quha conseguido nunca controlarte.- Entiendo. -Terisa había aprendido mucho d

Castellano Lebbick: había aprendido cómo hablarleduramente a los hombres irritados-. Crees que un Imagero n

uede ser honesto. Crees que el talento, un accidente d

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nacimiento, excluye la lealtad. O la compasión. O incluso tica.

El Termigan siguió sin moverse de su silla; no alzó ni abeza ni la voz.

- En resumidas cuentas -articuló llanamente-, ningúmagero es leal a nadie excepto a sí mismo. Ésta es naturaleza del poder. Seduce…, exige. Un Imagero pued

arecer leal sólo en tanto que su poder y su lealtad nntren en conflicto. La única cosa, mi dama -ahora, sólo p

un momento, alzó la voz-, la única cosa que nos ha salvaddurante los últimos diez años, ha s ido la locura de HavelocSi Vagel no le hubiera arrebatado su mente, se hubieribrado del Rey Joyse tan pronto como la Cofradía hubierstado completa. Hubiera establecido una tiranía e

Mordant que hubiera hecho que las atrocidades d

Margonal y Festten parecieran como niños arrancándoleas alas a las mariposas.

La virulencia, no de su tono, sino de sus creenciampresionaron a Terisa.

- ¿Crees realmente eso? ¿Pese a que Havelock fue

migo y el consejero del Rey durante…, cuánto fue…durante más de cuarenta años? Pese a que renunció a sordura  por su Rey? -El dolor y los efectos residuales d

haber estado a punto de morir hicieron que su voz adquirieuna nota de salvajismo-. ¿Qué hubiera tenido que hacer par

que tú confiaras en él? ¿Acabar con todos los Imagero

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penas nacer? ¿Exterminar todo el talento del mundo?El señor echó a un lado su protesta con un liger

movimiento de su cabeza.- Ni siquiera eso hubiera sido suficiente. El Imagero e

l que confío es aquel que simplemente se suicida.»Si me dices la verdad, lo cual siempre es posiblupongo…, no hace mucho que conoces tu talento. Sól

has tenido unos cuantos días para descubrir lo que es capade hacerte. Mi dama, te diré lo que hace.

»Te enseña…, no, te obliga, a creer que eres mámportante que los demás. Porque puedes hacer más. Si ereo bastante listo, y lo bastante fuerte, y nadie se interponn tu camino, puedes cambiar el devenir del mundo. Puedeemodelar Mor-dant a tu propia imagen. Así que, ¿cómuedes permitir que nadie se interponga en tu camino

Cómo puedes permitir que nadie te diga lo que debehacer? ¿Cómo puedes someterte a ningún tipo de control?

»No puedes, mi dama. Descubrirás que no puedes.»Y, cuando descubras eso, descubrirás que Joyse es t

nemigo. Yo soy tu enemigo. Aunque pienses que ere

honesta, y leal, y de confianza, aprenderás que nos deseasodos muertos. Aprenderás que es mejor trasladar pozos duego para asarnos a todos a menos que huyamos d

nuestras casas que correr el riesgo de que nonterpongamos en tu camino.

Terisa se sentía algo más que impresionada: se sent

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brumada. ¿Cómo puedes permitir que nadie se interpongn tu camino? El Termigan tenía razón: ella conocía mageros que encajaban con aquella descripción. Y más quso: conocía a personas que hubieran encajado con aquel

descripción si hubieran sido Imageros. Su padre era una dllas.Si él fuera la hija de su padre, podría ser también uno d

llos.- Ahora, mi dama -dijo el Termigan como una piedr

filada-, dime lo que crees que puedo hacer para ayudar a mRey.

Afortunadamente, no tuvo posibilidad de respondeUna llamada en la puerta la salvó de balbucencoherentemente. El Termigan volvió la cabeza, gruñó:

- Entre -y uno de sus soldados penetró en la habitación

- Mi señor -dijo el hombre, con voz pálida. Su rostro eeniciento, pero sus ojos aún conservaban el resplandojo de la lava-. Las cosas se están poniendo peor.

- ¿Peor? -preguntó el señor, sin moverse.El soldado asintió con una sacudida de su cabeza.

- Están trasladando más lava. Podemos verla derramarsdesde el aire. Está avanzando más rápido hacia nosotroDos de los pozos se han unido. -Vaciló, luego dijo-: Parte da muralla acaba de ceder.

Una punzada de alarma atravesó a Terisa. Medi

nvoluntariamente, dijo:

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- Eso es porque nosotros estamos aquí. Somodemasiado peligrosos.

Y porque se estaban acercando a la crisis…, el punto el que el Maestro Quillón había dicho que Eremis sería má

vulnerable. A fin de atacar aquí. El punto en el que el Reoyse pretendía devolver el golpe. Si de hecho había tenidlguna vez la política que Quillón le atribuía…, o seguiendo lo suficientemente Rey como para llevarla adelant

Eremis necesitaba matar o paralizar a los aliados del Rentes de ese momento, a fin de que el Rey Joyse no tuvie

ninguna fuerza con la que golpear.Probablemente era cierto -aunque el pensamiento

onía enferma- que Eremis no intentaría matarles tabcecadamente a ella y a Geraden si ella no hubieronvencido al Maestro de que el Rey Joyse sabía lo qu

staba haciendo, que las elecciones del Rey eradeliberadas, tenían una finalidad concreta, antes que s

asivas o accidentales.- ¿«Nosotros»? -preguntó el Termigan. Sonab

atalista…, demasiado tranquilo para el extremismo de s

ultraje y su desánimo-. ¿Una nueva Imagera y un Apracasado? No lo creo.- Deberías. -Terisa no podía soportarlo. Sternwall iba

er destruido. Como Houseldon. A causa de ella y dGeraden-. Él también es un Imagero. Incluso es má

oderoso que yo. Déjale hacer un espejo, y te librará de tod

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sa lava.»Eremis nos desea muertos. No puede correr el riesg

de que consigamos convencerte de que nos ayudes.Entonces cerró los ojos, intentando descansar s

abeza de aquella prolongada lucha contra el dolontentando creer que no había condenado a Geraden y a elmisma a pasar el resto de sus cortas vidas en las mazmorradel Termigan.

Esperó que el señor hiciera algo vehemente; saltara eie, se lanzara a pasear arriba y abajo por la habitación, quirdenara que la aherrojaran. Sin embargo, no hizo ningun

de esas cosas. Murmuró algo a su soldado, y el hombrbandonó la habitación. Luego siguió sentado, inmóvstudiando llanamente a Terisa; su mirada era tanescrutable que cuando ella cruzó finalmente sus ojos co

os de él sintió deseos de gritar.Unos momentos más tarde el soldado regresó, trayend

Geraden a presencia del Termigan.Después de eso, el hombre se fue.Geraden miró a Terisa, luego al señor. Dijo:

- Mi señor Termigan. -Secamente, su única concesión as formas. Se dirigía ya apresuradamente hacia TerisaEstás bien? -preguntó en voz baja-. Te golpearon tan fuer

que creí que te habían partido el cuello.Ella consiguió esbozar una torcida sonrisa, un rígid

sentimiento con la cabeza. Apoyó su mano sobre la de él

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e puso en pie.- La lava es cada vez peor -dijo, habland

uidadosamente para no empezar a gritar-. Creo que es otrorma de atacarnos. -Se enfrentó al Termigan, aunque sigui

hablándole a Geraden, sosteniendo su mano; deseaba coodas sus fuerzas que el señor no le hiciera ningún dañoGeraden-. Y creo que Eremis teme al Termigan. Tiene quhaber algo que podamos hacer para luchar contra él. -Porqudeseaba que el señor comprendiera que le estabmenazando, concluyó para Geraden-: Le he dicho que ere

un Imagero.Y Geraden -sin ninguna vacilación, casi si

stremecerse- la apoyó, aunque probablemente no tenía menor idea de lo que ella pretendía hacer.

- Es cierto -dijo-. Si tienes algo de arena aquí, algún tip

de horno de cualquier clase, puedo ser capaz de hacer uspejo. Y trasladar lejos ese fuego.

Terisa apretó fuertemente su mano y contuvo el alientoPor primera vez, vio que el Termigan reaccionab

laramente. Un músculo se contrajo en su mejilla; sus ceja

e anudaron en un dolido fruncimiento. La emoción qunotó que lo bañaba de pies a cabeza no era de furia iquiera de disgusto; era de dolor.

Con voz quebrada, dijo:- No. Aunque estés diciendo la verdad, no tengo nad

de eso. No permito la Imagería aquí.

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Su propia severidad le costó su esperanza,Geraden dejó escapar un suspiro; pero, pese a todo, n

vaciló.- Entonces, mi señor -dijo claramente-, sólo hay un

osa que puedas hacer por tu gente. -Terisa se maravillnte él…, ante la fuerza de su voz, ante la seguridad con que se enfrentaba a un dilema que a ella la habonfundido-. Evacúa Sternwall. Reúne a tus hombres. Ve uchar por el Rey Joyse. Antes de que sea demasiado tarde

 No funcionó.- ¿Evacuar Sternwall? -escupió el Termigan, como

cabara de descubrir un trozo de espejo en su comidaAbandonar a mi gente? ¿Abandonar mi Care? -Suavementero con tanta intensidad que sonó como un grito brotad

de lo más profundo de su corazón, preguntó-: ¿Por qué?

- Por Mordant -respondió Geraden-. Por la paz.El Termigan no respondió, así que Geraden prosiguió:- Orison está bajo asedio. El Príncipe Kragen trajo

jército de Alend contra nosotros…, al menos diez mhombres. Y Cadwal avanza también. El ejército del Gran Re

s aún mayor…, no sé cuánto tiempo podrá resistírsele Perdón. En estos momentos, el Monarca de Alend puedhallarse en la extraña posición de tener que defender Orisoontra Cadwal.

»No creo que puedas hacer nada respecto a eso. N

reo que dispongas de los hombres suficientes.

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»Pero puedes atacar directamente a Eremis. -Soltó mano de Terisa para poder acercarse al Termigannfrentarse más directamente al señor-. Se halla confabuladon el Gran Rey Festten. Pero Cadwal tiene que luch

ontra Alend y Orison. Así que el lugar donde Eremimantiene sus espejos es vulnerable…, el lugar desde dondhace las traslaciones como ésta, la que está destruyendSternwall. El lugar donde él y Gilbur y Vagel se ocultan paromplotar y modelar sus espejos.

»Puedes atacarles allí. En el Care de Tor. En su hogaEsmerel.

¿Esmerel? Terisa se sorprendió. Aquello no teníentido.

- ¿Qué hay de sus padres…, de sus hermanos? reguntó estúpidamente. Le hubieran traicionado desd

hacía mucho-. No puede utilizar Esmerel.Geraden se volvió hacia ella. Frunciendo el ceño ante

distracción, dijo:- Eremis no tiene ninguna familia. Toda ella murió en u

ncendio hace años. Algunos de sus sirvientes en Oriso

on gente que había servido a su padre. Les he oído hablde ello.Así que eso también era una mentira, simplemente otr

de los intentos de Eremis de manipularla. Rechinó lodientes.

Repentinamente, sintió un feroz deseo de hacer lo qu

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Geraden estaba proponiendo: cabalgar hacia el Care de Toabalgar hasta Esmerel, atacar… Acabar de una vez coquel bastardo.

Pero el Termigan no pareció conmovido.

- ¿Salvará eso Sternwall? -preguntó a Geraden con unvoz como un viento invernal.- Probablemente no -admitió Geraden-. Tomar

demasiado tiempo. Sternwall está probablemenondenado…, a menos que ocurra algo bueno que hagambiar las cosas. A menos que ocurra algo que distraiga

Eremis o Gilbur y les impida seguir trasladando esa lava.- Entonces, repito -rechinó el señor-, ¿para qué?Esta vez, Geraden dijo simplemente:- Tal vez consiguieras salvar al Rey Joyse.El Termigan masticó aquello por un tiempo. Luego dij

ecamente:- ¿Crees que hay algo que valga la pena salvar? ¿N

rees que el Rey Joyse simplemente se ha vuelto pasivo enil? -Había sido empujado demasiado lejos; estaberdiendo la calma, su inhumana contención-. ¿Crees qu

xiste alguna razón por la que deba permitir que esoomemierda de Image-ros le hagan esto a mi Care?- Sí -dijo inmediatamente Terisa, antes de que el dolor

a aflicción del señor se hicieran demasiado para ella-. No musta mucho. No creo que sea lo bastante buena. Pero ha

una razón.

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En unas pocas y rígidas frases, mientras el Termigan miraba como si ella estuviera librándose de todos su

arásitos, le explicó lo que el Maestro Quillón le habontado acerca de las razones del Rey Joyse.

El señor saltó en pie; casi antes de que ella hubieerminado, restalló:- ¿Es eso todo? Se volvió de espaldas a nosotros, dej

que su reino se pudriera, permitió que los Imageros hicierao que quisieran con su gente…, ¿sólo para que fuertacado Mordant, en vez de Alend o Cadwal?

Su pasión detuvo la voz de Terisa. Asintió torpementeSin advertencia previa, el Termigan dejó escapar un

struendosa carcajada. La luz de las velas se reflejó en sujos como un eco de la lava.

- Brillante. Destruir a tus amigos para salvar a tu

nemigos. Completamente brillante.- De todos modos, necesita la ayuda, mi señor -murmur

Geraden-. No importa lo artero que parezca, la posibilidad dque sepa lo que está haciendo es la única esperanza que noqueda. Podrías hacerle algún bien golpeando Esmerel.

Por un momento, el señor permaneció inmóveprimiéndose como si una tempestad estuviera agitándodentro de él. Luego, bruscamente, alzó los puños y rugió:

- ¡No!»¡Decidió sacrificar Sternwall sin consultarme! ¡Qu

ague en carne propia el resto de sus razonamientos!

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Cuando abandonó la habitación, cerró la puerta tras on tal violencia que saltaron astillas de la parte del cerroj

y uno de los travesanos crujió. Geraden miró a Terisa cojos turbios.

- Bien -dijo finalmente-, al menos no he perdido malento para estropear las cosas.Ella se acercó a él y lo abrazó.- Espera y veamos -murmuró secamente-. Si no nos a

y nos arroja a la lava, habrás conseguido de él más de lo quonseguí yo.

Eso hizo que Geraden riera quedamente.- ¿Quieres decir -preguntó- que, si simplemen

obrevivimos a esta experiencia, se supone que debonsiderarla un éxito?

- Espera y veamos -repitió ella. No sabía qué otra cos

frecerle.Esperaron.Finalmente, un sirviente les trajo agua caliente, tras

ual Geraden colocó una silla apuntalada contra la puerta e bañaron el uno al otro. Bebieron el vino y comieron

omida; aprovecharon la cama. Incluso durmieron un poco.A la mañana siguiente respondieron a una llamada a suerta, y otro sirviente entró en la habitación trayendo s

desayuno.Un soldado los visitó también. Bruscamente, como s i n

uviera tiempo para ello, preguntó a Terisa y Geraden qu

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necesitaban para el viaje.Se mostraron sorprendidos…, pero no tan sorprendido

que Geraden no pudiera pensar en una lista. Después dodo, el Termigan tenía una reputación de fidelidad. Pod

diar a los Imageros y haber perdido la confianza en su Reero aparentemente no podía olvidar sus lealtades de toduna vida. Al Domne, por ejemplo. Y Geraden y Terisa habían

erdido sus caballos y provisiones delante de las puertas dSternwall; necesitaban todo lo que el señor pudie

roporcionarles. Así que Geraden habló con el soldaddurante varios minutos; y cuando él y Terisa hubieroerminado con su desayuno, el hombre regresó parnformarles que sus nuevos caballos y sus provisiones deserva estaban ya dispuestos.

De hecho, el Termigan los envió a seguir su camin

mejor pertrechados de lo que lo estaban cuando llegaron u Care. Además de los caballos, les proporcionó abundantomida, pellejos de vino, utensilios para cocinar, una espadorta para cada uno de ellos, y útiles de dormir que parecíaujosos en comparación con las delgadas mantas con las qu

habían abandonado Houseldon. Incluso les proporcionó uosco mapa que mostraba una ruta directa a través de egión hacia el Care de Fayle y Romish.

Pero no hizo nada para ayudar al Rey Joyse.

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10

Consiguiendo apoyo

Según el mapa, Romish estaba situado cerca de la punudoriental del Care de Fayle, donde la frontera entre Fayle

Armigite se unía con la frontera entre Termigan y Fayle.

Terisa y Geraden deseaban apresurarse. Desde unierta perspectiva, el ataque a Sternwall era una buena señamplicaba que el Maestro Eremis aún aguardaba a que sulanes maduraran, aún era vulnerable. Desde todas la

demás perspectivas, sin embargo, el apuro del Termigan erausa de alarma. Hasta ahora, Houseldon había sidncendiado hasta sus cimientos; Sternwall estaba cayendn un pozo de fuego. El Armigite había llegado a un acuerdon el Príncipe Kragen. El Perdón estaba solo contra todo oder del Gran Rey Festten. ¿Quién venía a continuación? ste proceso seguía mucho tiempo, era posible que pront

no le quedara a Mordant nada que salvar.Terisa y Geraden tenían razones para apresurarse.Desgraciadamente, el terreno no se lo permitía.Hicieron un buen progreso durante un día después d

que abandonaran Sternwall, pero eso fue solamente porqu

onsiguieron mantenerse en el camino que conduc

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inalmente al Demesne y Orison. El segundo día, su ruxigía que se apartaran de la carretera, encaminándose má

hacia el norte mientras la carretera giraba hacia el este. Y esarte de Termigan era el terreno más abrupto que hubiera

visto en Mordant.- Bien, si esto fuera Armigite… -jadeó Geraden mientrairaba de su caballo, un larguirucho animal de color gris co

una cabeza como un mazo, por una interminable ladedemasiado pedregosa para subirla cabalgando-. Armigite e

rimavera es algo digno de ver. El suelo es tan fértil qudicen que sólo tienes que agitar unas cuantas semillaplastadas sobre él para que las plantas trepen al moment

hasta tus caderas. En estos momentos ya debe estrotando el primer heno…, huele tan fresco que desearíaonerte a bailar sobre él. Y las mujeres… -Miró a Terisa

onrió-. Una tierra tan rica y un paisaje tan agradable haceu trabajo tan fácil que en realidad no tienen nada mejor qu

hacer que sentarse y ponerse espléndidas.Terisa bufó suavemente. En aquellos momentos

hubiera encantado estar en Armigite. Que las mujeres allí s

usieran tan espléndidas como quisieran. En lo que a ella sefería, la única cosa peor que montar a caballo era tirar de ntentando por pura fuerza hacerle subir una colina que nimal no deseaba subir, cuando su rodilla aún le dolí

Generalmente, se sentía contenta con la montura que

había proporcionado el Termigan, un capón ruano con u

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aso decente y nada de malicia. En las actualeircunstancias, sin embargo, hubiera dejado calegremente al maldito animal en uno de los pozos de fueg

de Eremis.

Sin embargo, no sugirió que ella y Geraden olvidaran Fayle; que regresaran al camino y se dirigieran directamenhacia Orison. El Fayle era el único señor que quedaba dque podían obtener apoyo para el Rey.

Y la Reina Madin vivía en Fayle, en Romish. Myshabía mencionado una propiedad justo en las afueras dRomish.

Tenía la intensa aunque irracional convicción de que Reina Madin tenía derecho a saber lo que estaba haciendealmente su esposo. De otro modo, la Reina podía irse a umba creyendo que el Rey Joyse había perdido su interé

or la vida, su compromiso hacia Mordant; su amor por ellaEra típico del estado de ánimo de Terisa -su alm

mpresionada por el peligro de Sternwall, sus turbadoensamientos por las ramificaciones de lo que estab

haciendo el Maestro Eremis, y pese a todo ello su corazó

leno de Geraden- que considerara los sentimientos de Reina Madin al menos tan importantes como la necesidad dyuda del Rey Joyse.

Así que tiró de su ruano colinas arriba, lo cabalgrecariamente bajando las hondonadas, y trot

nexpertamente en él por las llanuras, no precisamente s

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quejarse, pero sí sin sentir demasiada lástima de sí misma.El Care de Termigan, como explicó Geraden, no estab

muy poblado. Y la mayor parte de ciudades y pueblostaban dispersos a lo largo del río Broadwine, lejos d

Pestil y Alend. Después del segundo día, los dos jinetearecieron estar solos en un desolado paisaje. Terismpezó a pensar que Termigan había perdido ya todo lo qu

había llegado a contener y por lo que valía la pena luchar.Durante tres días nubes oscuras cerraron el ciel

menazando con lluvia. Agua y barro hubieraerfeccionado el placer de su viaje; sin embargo, deseaba uoco de lluvia. Orison siempre podría usar un poco más dgua. Y el barro haría más difíciles los movimientos de lojércitos.

Pese a la feroz forma en que miraban al suelo, s

mbargo, las nubes sólo fueron capaces de escupir unauantas gotas antes de alejarse. El propio clima parecía estfavor de los intereses del Maestro Eremis.

Por otra parte, mientras las nubes se alejaban, el terrenmpezó a mejorar, como si la luz del sol tuviera un efect

ealzador en las laderas y el suelo. Los árboles se hicieromás comunes: pronto los aislados ejemplares de Termigampezaron a acumularse en largos bosquecillos de saúcos icómoros, fresnos y acacias.

- Nos estamos acercando -comentó Geraden-. Fayle e

onocido por su madera.

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»En realidad, ésa es una de las razones de que Alentaque tradicionalmente a través de Termigan o Armigitntes que de Fayle. Y es por eso por lo que el Fayle es eegundo aliado del Rey Joyse, después del Tor. Puede

hacerte viejo intentando llevar una campaña militar a travéde los bosques de Fayle. El Care tiene más historia desistencia, o quizá debería decir de éxitos en la resistenci

que la mayor parte del resto de Mordant.»Eso probablemente explica -concluy

humorísticamente- de dónde obtuvo el Fayle su lealtad…, a Reina Madin su testarudez.

Terisa tuvo la sensación de que, aunque nunca volvierver otra colina cubierta de tojos y ortigas, podía morir feli

- ¿Falta mucho todavía?Geraden consultó su mapa.

- Dos días, si tenemos suerte. Es fácil perderse entre loosques. Y nunca antes había estado en Fayle. En realidad

Batten, en Armigite, es lo más cerca que he estado nunca dRomish.

»Pero la buena noticia -miró a su alrededor- es qu

deberíamos empezar a volver a ver gente pronto. Según mapa, tenemos que pasar por varios pueblos. Técnicamentlgunos de ellos aún son Termigan. Pero, a todos los efectorácticos, en estos momentos estamos entrando en el Ca

de Fayle.

Simplemente porque él acababa de decir aquella

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alabras, Terisa miró más atentamente hacia delante…, divisó lo que parecía ser una mancha contra el horizonte.

Con el ceño fruncido, intentó forzar su vista pabtener un mejor enfoque.

Geraden observó la dirección de su mirada.- ¿Qué es lo que ves?- No lo sé. ¿Humo?Él frunció también los ojos , luego agitó la cabeza.- No puedo decirlo. -Terisa no necesitaba decir nad

os dos tenían los mismos recuerdos. Tras examinar dnuevo el mapa, él añadió-: En realidad eso tendría que ser

rimer pueblo. Un lugar llamado Aperyte. A menos que estquivocado respecto a dónde estamos. Si hay una herrería fragua debería echar humo.

- Vayamos a averiguarlo -dijo ella con voz contenida.

Casi sin darse cuenta, él aflojó la espada en su fundLuego dio un tirón a las riendas y animó al trote a su caball

El capón de ella le siguió. Estaba mejorando eonseguir decirle lo que debía hacer.

Entre los árboles, el terreno estaba cubierto p

xtensiones de hierba y heléchos. Los primeros asomos dtardecer estaban en el aire, pero ella no los notó; estaboncentrada al frente, intentando ver más allá de un cier

número de bosque-cillos de acacias. Las acacias teníarillantes flores amarillas que crecían en racimos como las d

as mimosas. El terreno se elevaba; si se hubiera vuelto en s

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illa, hubiera visto el panorama desenrollarse tras ella. Perhabía visto arder Houseldon; no tenía intención de apartu atención de delante.

La distancia era mayor de lo que había esperad

Empezó a pensar que la mancha que había visto era un trucde la luz.Luego, bruscamente, un conjunto de matorrales dej

aso a un claro.Un corral con una cerca de troncos partido

ongitudinalmente por la mitad llenaba la mayor parte dlaro. No era tan grande como parecía al principio; pervidentemente era lo suficientemente grande como palbergar a diez o quince caballos. Terisa -que tenía ensación de que se estaba convirtiendo en una experta excrementos de caballo- estuvo segura de que el corral hab

stado lleno de caballos.Recientemente.Pero no ahora.Geraden se detuvo. Estudió el claro.- Es extraño -murmuró.

- ¿Qué es extraño?- La puerta del corral está cerrada.Aquello era cierto: la puerta no sólo estaba cerrad

staba fuertemente atada.- ¿Por qué? -murmuró Geraden suavemente-. ¿Por qu

acar todos tus caballos y luego cerrar así la puerta?

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Ella bajó la voz.- ¿Por qué no?- ¿A quién se le ocurriría hacerlo? -murmuró él.Terisa no tenía la menor idea.

Al cabo de un momento, él dijo en voz baja:- Vamos -y se deslizó de su silla al suelo-. Echemos uvistazo.

Cuando ella hubo desmontado, él llevó los dos caballohacia un lado hasta que quedaron ocultos entre lomatorrales, fuera de la vista del claro. Ató los caballos a urbol; pero no aflojó las cinchas ni soltó las bolsas de laillas.

Tomando a Terisa de la mano, avanzó silenciosamenthacia el pueblo.

Terisa, con la atención centrada en ver lo que tení

delante, en mirar por entre los árboles, tenía dificultades ever donde ponía los pies. Geraden, por su parte, no tropezni se tambaleó ni una sola vez. Por un momento ella no pudmaginar cómo sabía él hacia donde iban. Luego se duenta de que estaba siguiendo una serie de huella

marcadas en el suelo…, una especie de sendero abierto pl paso de gente y animales desde sus casas hacia sudistintos destinos o a la inversa.

La llevó a la parte de atrás de un cobertizo de madera arro. En realidad, era poco más que un refugio destinado

roteger la paja para los caballos de la intemperie.

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Más allá se extendía el pueblo.A primera vista Terisa pudo ver quizá una docena d

abanas, todas construidas con madera y barro, todas coechumbres hechas con lo que parecían ser puñados d

hojas de plátano. Entre ellas se alzaba una estructura dados abiertos que podía servir como lugar de reuniones. Eamaño del espacio despejado daba la impresión de qu

había más casas y edificios fuera de la vista detrás de lomás cercanos.

De alguna parte entre ellos brotaba una columna ddelgado y sucio humo.

El pueblo estaba inquietantemente tranquilo. Nadie ritaba cosas. No se veía a nadie, Ni perros. Ni pollorañando el polvo. Ni niños lloriqueando o jugando en

distancia. La brisa alzaba un pequeño remolino de polvo

o largo del apelmazado suelo entre las casas, pero nroducía ningún ruido.

- Oh, mierda -gruñó suavemente Geraden.- Quizás estén trabajando -murmuró ella-. En los campo

algo así.

Él sacudió negativamente la cabeza.- Un pueblo así nunca está vacío. No de este modo.- ¿Una evacuación? ¿Quizás el Fayle se los llevó a todo

ejos?Él pensó por unos instantes.

- Esa idea me gusta más. -Luego dijo-: Mientras estamo

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hablando, vayamos a ver si realmente se han ido.Penetraron juntos en el pueblo.Los habitantes, realmente, se habían ido.Lo mismo que todo el ganado y aves de corral; lo

nimales de carga; los domésticos. Terisa tuvo la impresióde que incluso los insectos habían desaparecido.Las sombras se alargaban en el desnudo suelo. El ocas

arecía acumularse en las cabanas y asomarse a sus abiertoortales, a sus ventanas como ojos sin pupilas. La brisenía el sabor de algo frío, un asomo de algo podrido.

Tuvo miedo de preguntarle a Geraden si lo reconocía.El pueblo contenía efectivamente una herrería, pero s

ragua estaba fría. El humo procedía de alguna otra parte.Tardaron poco tiempo en descubrir su fuente. En

xtremo norte del pueblo, tres cabanas situadas muy junta

staban ardiendo.Llevaban ya algún tiempo ardiendo…, casi se había

onsumido por completo. Sólo sus ennegrecidos armazonee mantenían aún en pie. Pequeñas llamas brotabaamiendo los caídos restos de las techumbres; el humo qu

derivaba hacia arriba tenía un olor amargo.Las tres estaban llenas de cadáveres.Terisa apenas pudo dominar las arcadas cuando vio lo

muñones de los carbonizados brazos y piernas, las cabezasomando por entre las cenizas.

- ¿Son todos ellos? -se atragantó-. ¿Todos ellos?

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- No. -Geraden tenía problemas para respirarProbablemente sólo unas cuantas familias. Todo el pueblno cabría aquí. Ésos son los que no se fueron.

Inspirada por la náusea -y por el extraño aroma de

risa, que no tenía nada que ver con la madera quemada os cuerpos carbonizados-, Terisa murmuró:- O los que lo hicieron.Él le lanzó una mirada como un latigazo.Ella oyó un débil ruido susurrante…, pies desnudo

deslizándose sobre el suelo. Miró a su alrededor; su visióeriférica creyó captar un atisbo de algo que se deslizabntre las sombras del atardecer. Luego desapareció. Nudo estar segura de haber visto realmente algo.

Sin embargo, un estremecimiento recorrió su espindorsal cuando recordó lo que el Maestro Eremis había dich

de los señores de los Cares. Todo Mordant está siendsaltado. Extraños lobos han destrozado al hijo del Toragartos devoradores hormiguean por los almacenes demesne. Pozos de fuego aparecen en el suelo d

Termigan.

Pero eso no era todo. Ahora recordaba exactamente. Los devoracadáveres merodean por los pueblos dayle.

- Geraden… -carraspeó a duras penas-. Salgamos dquí.

Él seguía contemplando las cabanas; no oyó lo que el

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dijo. Pero asintió ausentemente.Sin ninguna razón aparente, extrajo su espada mientra

chaban a andar de vuelta hacia los caballos.Ella esperó que no tuviera ninguna razón para ello. S

mbargo, se alegró de que fuera armado…, y de que smostrara decidido, si no hábil. Permaneció cerca de durante todo el camino a través del pueblo y más allá dorral.

Sus botas hacían demasiado ruido contra el apisonaduelo: no podía oír ningún ruido suave que se produjera a slrededor. Pero dos veces creyó ver movimiento en orazón de las sombras, en las profundidades de unabana, como si la oscuridad estuviera naciendo a la vida.

Se sintió irracionalmente aliviada al encontrar loaballos allá donde ella y Geraden los habían dejado…,

ncontrarlos vivos. Ambos estaban inquietos; el gris dGeraden sacudía temeroso la cabeza; el ruano no dejaba dhacer girar los ojos. Quizás olían el mismo aroma que

onía a ella tan nerviosa. Resultaron difíciles de manejar rincipio, hasta que se dieron cuenta de que ya no estaba

tados al árbol.Respetando la intranquilidad de los caballos -y sropia inquietud-, Geraden condujo a Terisa en un amplírculo más allá del pueblo vacío antes de regresar a la ru

marcada en el mapa del Termigan.

Hasta que la caída de la noche les obligó a deteners

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usieron tanta distancia como les fue posible entre ellos Apery-te. Terisa no deseaba detenerse; pero, por supuestno podían hallar su camino con seguridad en medio de

scuridad. Una linterna hubiera sido útil. Una gran lintern

Seguro, murmuró hoscamente para s í misma. Y, ya qustaba en ello, ¿por qué no un tanque para viajar en él? ¿ncluso un avión para dejar caer unas cuantas bombastratégicas sobre Esmerel? ¿Sobre el ejército del Gran Re

Festten?Todo lo que Geraden necesitaba era un espejo.Podía hacerlo, si conseguía llegar hasta su cristal…,

que la había traído a ella hasta aquí.Seguro.Cuando establecieron el campamento, ella le ayudó

ncender el fuego más grande que pudieron. Se alejó tant

omo se atrevió recogiendo leña para alimentarlo. Luegmientras cenaban, comentó morosamente:

- No sé qué me hizo decir eso.Geraden la miró a través del pote del que estab

omiendo su guiso.

- Tú dijiste que eran los que no se habían ido -expliclla-. Yo dije que eran los que sí lo habían hecho. No sé poqué lo dije.

Él intentó sonreír, sin demasiado éxito.- Esperemos que fuera tan sólo tu imaginación morbos

La luz del fuego reflejada en su rostro la hacía recordar

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Termigan.Ella tampoco pudo sonreír.- ¿Por qué -prosiguió, intentando exorcizar las imágene

que la atormentaban- todas las cosas que llegan aquí po

raslación son tan destructivas? ¿Por qué es tan fácil hallosas terribles en los espejos? ¿Es realmente tan maligno universo?

- Realmente espero que no. -En un claro esfuerzo poranquilizarla, Geraden hizo una mueca más bien lúgubr

Luego se dedicó a ofrecerle una respuesta.«Probablemente sea cierto que todo mundo tiene su

reda-dores. Pero, aunque un mundo no contuviera ningunviolencia en absoluto, sus criaturas o poderes seguiríaiendo destructivas si fueran trasladadas…, si fuerarrancadas de su lugar natural. No hay nada inmoral acerc

de un pozo de fuego…, siempre que lo dejes allá dondertenece. Lo que es realmente destructivo es el nombre qu

o traslada a algún otro lugar.«¿Llamarías a un zorro destructivo? Después de tod

aza gallinas. Y la gente necesita esas gallinas. Aun así, n

hay nada malo en el zorro.»Por todo lo que sabemos, el felino de fuego quncendió Houseldon podía ser algo parecido a un zorro en sropio mundo. Podía ser cualquier cosa. Podía ser inclus

un administrador de caridad.

Un administrador de caridad. Sólo por un moment

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Terisa se tomó en serio la idea. Alguien que dirigía unmisión, por ejemplo. Luego, sin embargo, se vio asaltada pol pensamiento del Reverendo Thatcher yendo por aqu

mundo incendiando ciudades. Bajo sus propios término

so le complacería. Pero incendiar literalmente ciudades…Involuntariamente, sonrió. Cuando Geraden volvió sujos a ella, empezó a reír.

Se sintió como una estúpida…, como si estuvieerdiendo la cabeza. Pero siguió riendo, y después de uato se sintió un poco mejor.

Sin embargo, no durmió muy bien aquella noche. Ndejó de esperar que los caballos bufaran y relincharan…, ndejó de esperar oler algo frío y ligeramente podrido en

scuridad. Y, por alguna razón, Geraden pasó la mayor partde la noche roncando como una sierra mecánica. Cuando l

despertó con un ligero codazo en las costillas al primer grdel amanecer, a fin de poder seguir su camino, se sintió fría vagamente estúpida, como si la materia dentro de su cránehubiera empezado a volverse rancia.

El día empezó bien. El aire era limpio y diáfano, y lo

aballos avanzaban fácilmente a lo largo de caminos cadvez más marcados. Y, antes del mediodía, ella y Geradelegaron a un pueblo que no tenía nada de malo en él.

Es decir, nada excepto la ansiedad. Cuando la gente dueblo oyó lo que Terisa y Geraden habían encontrado e

Aperyte, murmuraron nerviosamente y escrutaron lo

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osques alrededor de sus casas y empezaron a hablar acercde marcharse.

- Devoracadáveres -pronunció una mujer, confirmanda suposición de Terisa-. No sé qué otra cosa llamarlo

unca hemos visto ninguno…, pero el señor envió hombreadvertirnos. Atacan al anochecer o al amanecer. Soriaturas pequeñas, casi como niños. Verdes y malolientes .

«Devoran cualquier tipo de carne. Ni siquiera dejan rasa y los huesos. Eso es lo que dijeron los hombres deñor.

Geraden frunció el ceño como si le doliera algo.- Por eso la puerta de la cerca estaba cerrada -murmuró

Los caballos no llegaron a salir nunca. Fueron devorados amismo, en el corral.

Terisa estaba pensando: Ellos son quienes lo hicieron

Escaparon al interior de sus cabanas y de algún modellaron sus puertas. Y luego fueron incinerados en suropios hogares.

Eremis.Estaba empezando a comprender por qué el Rey Joys

había luchado durante veinte años para despojar Alend Cadwal de Imageros y crear la Cofradía. Deseaba impedir quriaturas como los devoracadáveres fueran trasladadas

mundo.A través de una bruma de ira y náusea, preguntó a un

de los del pueblo:

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- ¿Qué vais a hacer?- Lo que los hombres del señor nos dijeron -le llegó

espuesta-. Si oímos cualquier rumor de devoracadávereor los alrededores, si vemos alguna señal, partiremos hac

Romish tan rápido como podamos.- Bien -dijo Geraden ferozmente.Él y Terisa siguieron cabalgando.Ella todavía tenía la sensación de que la sustancia de s

erebro se estaba descomponiendo. Aunque aquelloldeanos estuvieran a salvo, no podía librarse de mpresión de que el día estaba empeorando. ¿Cuánto

devoracadáveres había trasladado ya Eremis al Care dFayle? ¿Cuántas de las fuerzas del Fayle habían siddevoradas ya?

¿Cómo podía ayudar al Rey Joyse y defender a s

ropia gente al mismo tiempo?Practicó diciéndose a sí misma oh, mierda hasta qu

mpezó a parecerle más natural.- Aquí hay más buenas noticias -observó Geraden l

iguiente vez que estudió el mapa-. Al ritmo que estamo

yendo, se supone que llegaremos a otro pueblo justo tardecer. Un lugar llamado Naybel.Oh, mierda.Hoscamente, hizo un esfuerzo por pensar.- Quizá debiéramos permanecer alejados de él. Tal ve

sas cosas nos estén siguiendo.

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Él la miró fijamente.- Tienes una imaginación morbosa -dijo. Al cabo de u

momento, añadió-: Si estamos siendo seguidos, debemodvertir al pueblo. No podemos conducir a lo

devoracadáveres más allá de Naybel y esperar que lo dejeranquilo.El día, definitivamente, estaba empeorando.La tarde fue avanzando, tan miserable y prolongad

omo un dolor de muelas. Finalmente, Terisa llegó a onclusión de que después de todo había cosas peores quasar tanta parte del día a caballo. No podía apartar aqulor de su mente…

Sin ninguna decisión explícita de apresurarse, ella Geraden empezaron a animar a sus caballos a ir más aprisDeseaban alcanzar Naybel antes del anochecer.

La mala suerte siguió persiguiéndoles. Debido a que spresuraron, entraron en el pueblo precisamente en

momento en que el sol empezaba a hundirse tras horizonte. A un paso más lento, no hubieran llegado hastque fuera totalmente oscuro.

La decisión de cruzar el pueblo también fue una que nomaron de forma explícita; lo hicieron simplemente porqua necesidad de advertir a la gente de Naybel cubrió todaas demás consideraciones. Como resultado de ello, estabaya entre las casas, en su camino hacia el centro del puebl

uando se dieron cuenta de que Naybel estaba tan vací

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omo Aperyte.Geraden retuvo el paso de su caballo. La cabeza d

nimal se alzó y bajó como un martillo, luchando contra laiendas. El capón de Terisa tenía las orejas pegadas hac

trás. Donde la luz del sol penetraba por entre los árboleas sombras de las casas eran tan afiladas como hojas.- Geraden -murmuró Terisa-, hemos llegado demasiad

arde. Salgamos de aquí.Geraden dudó, volvió la cabeza para mirar a s

lrededor…, y perdió el control de su montura. El cabalpretó el bocado entre sus dientes y saltó.

Terisa no pudo impedir que su ruano lo siguiera.Casi inmediatamente, oyó el chillido de un cerd

Geraden casi cayó de la silla cuando su gris saltruscamente a un lado para evitar la colisión con el gord

nimal. Inmediatamente el caballo se metió en medio de uhillar y revolotear de pollos. Terisa lo siguió a través dlumas y sombras.

Hacia el centro del pueblo.Como Aperyte, Naybel tenía un lugar de reunión abiert

or los lados en medio de sus casas.Había allí un grupo de hombres…, seis u ochLlevaban botas pesadas y correajes de batalla; iban armadoon espadas, picas y arcos largos.

Tan pronto como vieron a Geraden y Terisa empezaro

chillar, agitando locamente los brazos.

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- ¡Estúpidos!- ¡Fornicación!- ¡Marchaos!- ¡Alto!

Al parecer, varios de ellos deseaban alejar los caballoAfortunadamente, un hombre tuvo una idea distinta. O sdio cuenta de que el animal de Geraden iba desbocado. Coa facilidad de alguien que ha trabajado con caballos toda svida, saltó a la cabeza del gris y agarró las riendas. El anim

iró y se detuvo tan en seco que Geraden estuvo a punto daltar de su silla.

Más por evitar chocar contra el otro caballo que pualquier cosa que hubiera hecho Terisa, el capón se detuvambién en seco.

- ¡Estúpidos! -exclamó un hombre-. ¡Os van a matar!

Terisa intentó mantenerse inmóvil, pero todo el pueblarecía girar a su alrededor. Una sombra tan nítida como uuchillo cruzaba la cabeza del ruano. Los hombres del lug

de reunión entraban y salían de las sombras, sus armadesaparecían, captaban un rayo de sol, desaparecían d

nuevo. Geraden casi había atropellado a un cerdo. Y polloaybel no estaba vacío, no como Aperyte.Entonces, ¿qué…?Era cierto: podía oler algo frío, algo que había empezad

pudrirse; algo como la exhalación de una tumba olvidada.

De una casa más allá del lugar de reunión salió un niñ

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equeño. Pensó que era un niño pequeño, extrañamendesnudo. Una sonrisa hendía su rostro, dejando un huecnorme, vacío. No abandonó las sombras; debido a la escasluminación, transcurrió un momento antes de que Terisa s

diera cuenta de que llevaba un pollo en sus manos.El pollo se estaba fundiendo. Se deshacía entre sudedos como cera caliente. Pero nada de él goteaba al suelEn vez de ello, a medida que rezumaba era absorbido por sarne.

Entonces se dio cuenta de que todo el cuerpo del niñstaba cubierto de una especie de lodo. Quizá las sombrastaban jugándole malas pasadas a sus ojos. El niño parecerde…

Un ronco grito brotó de los hombres. Dos de ellohabían alzado ya sus arcos, con las flechas preparada

Arcos como aquéllos podían atravesar fácilmente con sulechas las paredes de aquellas casas. Las dos flechas qutravesaron al niño lo clavaron al suelo.

Terisa oyó claramente un sonido como un pop, un ruidde ruptura; escuchó un breve quejido arañar el aire.

Al instante, otros tres niños verdes aparecieron en laombras al lado del primero. Sonrieron mientras empezabanlimentarse.

En alguna parte, fuera de su vista, el cerdo chilló…, uhillido de agonía porcina. El capón eligió aquel momen

ara arrojar a Terisa fuera de su lomo. Con un relincho com

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un lamento, galopó a toda velocidad fuera del pueblo.Terisa aterrizó pesadamente, y el golpe vació su pech

de aire. En la distancia, Geraden gritó su nombre, pero nudo reaccionar a él. El impacto la había aturdido. Una lan

de luz solar cayó sobre su rostro: alzó la vista y vio a uno dos devoracadáveres de pie en las sombras, a no más de un dos metros de distancia. Pudo olería. Era una niña…

De hecho, el olor no era particularmente fuerte. Smbargo, era insidioso, y su sutilidad parecía hacerlo má

nauseabundo, más corrosivo, que cualquier hedor mántenso. Oliéndolo, contemplando a la niña pequeña que onreía como si fuera un bocado apetitoso, Terisa decidi

que el lodo que cubría la piel de los devoracadáveres ercido. Reducía la carne a una especie de sebo que podía sbsorbido a través de sus poros. Y cuando alguien intentab

scapar atrancando la puerta de una casa, el ácidrobablemente incendiaba la madera.

La devoracadáveres estaba tan hambrienta que salió das sombras hacia la luz que cubría el rostro de Terisa.

Geraden saltó sobre ella y decapitó a la niña con u

argo arco de su espada.El sonido como un pop, el ruido de ruptura; un fino gudo grito.

Dos, tres, no, al menos otros seis devoracadávereparecieron a la vez para alimentarse de su caída hermana.

En torno al lugar de reunión se estaba librando un

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xtraña batalla. Superficialmente, era una lucha desigual: lohombres terminaban con los devoracadáveres con relativacilidad. Espadas, picas, flechas, incluso piedras arrojadaon la fuerza suficiente…, todo funcionaba. Jadeand

maldiciendo, los hombres hendían, cortaban, tajabadecapitaban a los devoracadáveres tan rápido como erosible. Sólo eran niños, tan fáciles de matar como cualqui

niño.Pero eran tantos…

 No, no eran tantos como eso. La verdad era máompleja. Tan pronto como uno de ellos conseguía omida suficiente, la criatura se escindía, se convertía e

dos. Y cada vez que uno de ellos moría, su cuerproporcionaba alimento suficiente para que tres o cuatro dtros devoracadáveres se multiplicaran.

Y, con cada gemido de muerte, más criaturahormigueaban fuera de las sombras.

Además, las armas de los hombres no duraban muchCada flecha que alcanzaba su destino se incendiaba; cadhoja que cortaba se mellaba y debilitaba; cada pica qu

travesaba un devoracadáveres perdía su punta.Geraden intentó arrastrar a Terisa hacia el lugar deunión, hacia el centro relativo de la batalla, donde lo

hombres se vigilaban mutuamente las espaldas. Ella creque debía ayudarle, pero no conseguía ponerse en pie;

aída del caballo parecía haber roto la conexión entre lo qu

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u cerebro sugería y lo que sus músculos hacían. Deseabdecir: Agua. Probad con agua. Quizás el ácido pueda seavado de esa forma. O diluido. Desgraciadamente, todo

que brotaba de entre sus labios era un ronco jadeo en busc

de aire.Y el aire es taba lleno de gemidos y de muerte; hedor dodredumbre; hombres maldiciendo por sus vidanochecer.

Luego, tan repentinamente que su sonido casi relajó uficiente su pecho como para permitirle respirar, oyó unrompeta.

Aquella alta y penetrante llamada pareció cambiarodo.

A su señal, veinte o treinta hombres cargaron a travédel pueblo a lomos de sus caballos .

Sabían lo que estaban haciendo: no arriesgaroninguna de sus monturas en un intento de pisotear a lodevoracadáveres. En vez de ello, llevaban luces de todo tipntorchas, linternas, gavillas llameantes , incluso lámparas dceite. Brillando como una hueste gloriosa, los jinete

ntraron en tromba en la noche de Naybel.Oblicuamente, Terisa observó que uno de ellos era ropio Fayle. Lo reconoció por su edad, su delgadez, s

arga y pesada mandíbula. No tuvo las fuerzas de preguntarse qué estab

haciendo allí. Se hallaba demasiado ocupada observando.

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La luz parecía herir a los devoracadáveres más que ropia muerte: los paralizaba. Perdían sus sonrisas, s

hambre, su capacidad de movimiento. Y, cuando no podíamoverse, no podían alimentarse unos de otros; no podía

multiplicarse.Evidentemente, los hombres del Fayle sabían que esba a pasar. Inmediatamente, lo aprovecharon.

Con hosca concentración, como si nunca hubieran sidapaces de reconciliarse a matar criaturas que parecía

niños, empezaron a hacer pedazos a los devoracadáveres yrrojar los trozos a una fogata que prepararon rápidamente.

Utilizaron tenazas de hierro y palas para amontonar lodesmembrados cadáveres de modo que las llamas slimentaran de ellos . Al poco rato, la fogata al lado del lug

de reunión de Naybel se hizo tan grande que sus llama

arecieron alcanzar el oscurecido cielo. Después que loúltimos rayos del sol desaparecieron, no quedó otra luz en

oblado excepto aquel fuego.El ardiente fuego y el humo acre se llevaron lentamen

l frío y podrido olor del aire. Un soplo de viento arrastró

humo a los ojos de Terisa; las lágrimas resbalaron por sumejillas como si estuviera llorando. Pero fue capaz despirar de nuevo, capaz, de llevar de nuevo el aire hasta ondo de sus pulmones, capaz de mover su hombro. Así qura por eso, pensó deliberadamente, distrayéndose de

arnicería que acababa de presenciar para no sentirs

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brumada por ella; así que era por eso que los cuerpos equellas cabanas incendiadas en Aperyte no se habíaonsumido, cuando todas las demás formas de carne en ueblo habían desaparecido. Una vez el ácido hab

rendido la madera, las llamas habían arrojado la luuficiente como para mantener alejados a los devoracadveres.

Al cabo de uno o dos minutos, se dio cuenta de quGeraden aún la rodeaba con sus brazos. Como ella, habecibido el humo en su rostro; como ella, parecía estlorando. La luz de los niños ardiendo se reflejaba en sujos.

Se abrazó a él, se apretó fuertemente contra él. No sabuánto más podría soportar.

Intentando recobrar la compostura, Geraden murmuró:

- Nunca le hablaré a Quiss de esto. Nunca, mientraviva.

Terisa tosió en el humo, se aclaró la gargantRecordando la forma en que él la había mantenido cuerduando el campeón de la Cofradía había desplomado

echo de la gran sala sobre ella, hizo un esfuerzo pdevolverle el favor:- Probablemente sea una buena idea. Si no lo hubie

visto yo misma, no desearía que nadie me lo contara.En el mismo tono, como si estuviera hablando de

mismo, él dijo:

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- Si alguna vez pongo mis manos encima del MaestrEre-mis, te juro que lo mataré.

Claramente, para que no pudiera haber ninguna duda especto, ella respondió:

- Para eso tendrás que atraparlo antes que yo.Geraden la estudió a través del anochecer y la luz de ogata. Entonces, sólo por un momento, sonrió.

- Si supiera que estamos tan furiosos contra émpezaría a sudar.

Consiguió que ella sonriera también.- ¿Sabes? -murmuró Terisa, muy cerca de su oído-, has

que te conocí, nunca se me ocurrió que algún día pudiera sapaz de hacer sudar a mis enemigos.

- ¿Tus enemigos, mi dama? -Geraden le dio un abrazxtra-. Me haces sudar a mí.

Cuando Terisa vio que el Fayle cabalgaba hacia ella, sdio cuenta de que ahora era capaz de enfrentarse a él.

El hombre desmontó cuidadosamente y le ofreció la levy quebradiza inclinación de cabeza de un viejo.

- Mi dama Terisa -dijo, con una voz como hojas secas

me sorprendes. Cuando nos vimos por última vez, creí que Maestro Eremis era la fuente de mi sorpresa, pero ahoruedo ver que estaba equivocado. La sorpresa venía de ti.

»Esta trampa fue preparada para los devoracadáveremi dama. Nunca fue mi intención mezclarte en ella…, pon

n peligro tu vida.

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- Por supuesto que no, mi señor Fayle. -No sabía quipo de reverencia hacerle. Afortunadamente, él no parecsperar ninguna-. Simplemente ocurrió… -Se recompus

hizo un esfuerzo por hacer las cosas una a una-. Mi seño

ste es Geraden.El Fayle miró a Geraden.- El hijo del Domne -murmuró-. El trasladador de dam

Terisa de Morgan. Una figura prominente en el augurio de Cofradía sobre la necesidad de Mordant. -Hizo una nuevnclinación-. Eres bienvenido al Care de Fayle.

Geraden devolvió la inclinación. Terisa se preguntó si si ella misma- serían aún bienvenidos si el señor supiera dus talentos; pero no tuvo oportunidad de explorar aquelosibilidad. Sin ninguna pausa, el Fayle prosiguió:

- Debemos salir de este humo. Nuestro campament

stá a poco más de un kilómetro de aquí. Allá podrfreceros comida caliente y un lecho seguro. Si aceptácompañarme, oiremos vuestra historia en un ambiente máonfortable.

»Por la mañana, los del pueblo regresarán a limpiar su

asas, y cabalgaremos para intentar de nuevo esta táctica elgún otro lugar. Seréis bienvenidos si deseácompañarnos.

- Gracias, mi señor -respondió inmediatamente Geradenos encantará acompañarte…, al menos por esta noch

Tenemos muchas cosas que contarte.

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- Estoy seguro de que sí -dijo el Fayle-. Quizá podádecirme si el Maestro Eremis es honesto…, si me equivoquraicionando sus intenciones con respecto al Castellan

Lebbick.

»Venid.Como si le dolieran todas las articulaciones, volvió montar en su caballo.

Probablemente le dolían todas las articulaciones. Terisno hubiera dudado en pensar que era demasiado viejo parmboscadas y batallas. Para sí misma, se preguntó qué lmpulsaba a ello.

También se preguntó cuánto sería seguro decirle. Ella Geraden habían llegado muy cerca del desastre contándodemasiado al Termigan.

Antes de que tuviera tiempo de preguntarse qué hab

ido de su ruano, uno de los hombres del Fayle se ldevolvió; lo había hallado entre los árboles. Pronto ella Geraden cabalgaban entre los compañeros del Fayle hacia sampamento.

Tras el tumulto y la agitación de la batalla, la cabalgad

areció relajante y pacífica, demasiado breve. Al cabo doco tiempo desmontaban delante de un brillante fuegerca del centro de un claro. Alrededor de Terisa habíirvientes y carros de provisiones, sacos de dormnstalados en el suelo, más hombres, caballos de repuest

lgunos de los habitantes de Naybel habían acudido a oír

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que había ocurrido en su pueblo. Un camarero trajo urasco de vino caliente para el Fayle, luego se apresuró lejarse en busca de más para los inesperados huéspede

del señor. La forma en que la miraban los hombres le record

Terisa que no se había dado un baño decente desde hacídías. Su pelo parecía probablemente un nido de ratas, y suopas estaban sucias. Desgraciadamente, no había nada qulla pudiera hacer al respecto por el momento. En vez de ellntentó ignorar las miradas de los hombres del Fayle.

Fue traída una silla plegable para el señor, y éste sentó cerca del fuego, como si estuviera helado. Canmediatamente, aparecieron más sillas plegables para Terisy Geraden. Se sentaron, aceptaron sendos vasos de vinaliente. Terisa dio un sorbo, luego olvidó toda timidezlvidó que al menos treinta personas la estaba

bservando- el tiempo suficiente como para lanzar un larguspiro de agradecimiento. El vino estaba aromatizado coanela y naranja, un bendito antídoto para el olor de lo

devoracadáveres. Si hubiera tenido el suficiente para bebequizás hubiera conseguido sacarse completamente el hed

de su mente.Deseó poder pasar un tiempo saboreando la sensacióde que se hallaba segura.

Pero Geraden estaba ansioso por hablar.- Mi señor Fayle -dijo, antes de que ella estuvie

reparada-, hemos recorrido un largo camino para decir

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que el Maestro Eremis no es honesto. Es él quien trasladsos devoracadáveres a tu Care…, él y el Maestro Gilbur, robablemente el archi-Imagero Vagel.

«Hemos venido a decirte que el Rey Joyse necesi

yuda. Si no la consigue, el Maestro Eremis puede destruirlPor fuerza o por costumbre, el Fayle se sentaba erguidn su silla. Sus ojos eran profundamente azules; su miradrecisa. Observándole, Terisa se sorprendió ante el extrañensamiento de que él no había sido nunca capaz de hac

o que el Rey Joyse había hecho…, parecer débil y estúpiddurante años. Nadie que se enfrentara a la mirada del Fay

odía dudar de que éste sabía lo que estaba haciendo.- Es reconfortante saber -murmuró secamente el Fayl

que el Maestro Eremis merecía ser bloqueado. Discutiremosto con mayor extensión. De todos modos, es

deshonestidad hace poco para explicar cómo llegasteis aer en una trampa que yo había preparado para lo

devoracadáveres.- En realidad lo explica mucho, mi señor -respondi

Geraden-. El resto son sólo detalles. -Por razones que Teris

omprendía perfectamente, estaba siendo cautelosoCabalgamos hasta aquí desde Sternwall. El Termigan no smostró especialmente alegre de vernos.

»Como el tuyo, su Care está siendo duramenolpeado por una de las traslaciones de Eremis. Le dijimos

mismo que acabamos de decirte. El Rey Joyse necesi

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yuda. No pareció importarle. Creo que fuimos afortunadode que nos dejara marchar.

»Mi señor, no deseo que eso ocurra de nuevo. DamTerisa y yo vamos a luchar por el Rey. Aunque tengamo

que hacerlo solos, vamos a hacerlo. Si tú te interpones enuestro camino, tendremos que luchar también contra ti.- Antes me cortaría las manos.Todos los hombres en torno al campamento estaba

scuchando. Algunos de ellos fingían atarearse con surmas o sus sacos de dormir, pero todos estabascuchando. Un denso silencio lo cubría todo excepto loufidos y el agitar de los caballos.

El Fayle miró fijamente a Geraden.- Tenéis que haberle dicho al Termigan algo que é

specialmente no deseaba oír.

Geraden asintió.- ¿Qué fue? -preguntó el Fayle-. ¿Qué pudisteis decir

que hiciera que un leal aliado de confianza del Reospechara de vosotros?

Geraden interrogó a Terisa con la mirada.

Simplemente porque los ojos del señor eran tan azulean precisos , ella asintió a correr el riesgo.- Le dijimos la verdad -respondió Geraden al Fayle-. Lo

dos nos hemos convertido en Imageros. Terisa es una archmagera. Los devoracadáveres han empezado a mostrars

eores que nunca, ¿verdad? Sólo recientemente.

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Ahora fue el turno del Fayle de asentir.- Eso se debe a nosotros. Eremis sabía que veníamo

quí. O lo imaginaba. Estuvimos primero en HouseldoLuego estuvimos en Sternwall. ¿A qué otro sitio podíamo

r? «Desea matarnos antes de que hallemos una forma dhacerle daño.

- ¿Y habéis encontrado esa forma? -preguntó fríamentl Fayle.

- Lo hemos estado intentando. Por eso fuimos Sternwall…, por eso hemos venido aquí. Hemos estadntentando conseguir apoyo para el Rey. -Geraden inspirrofundamente-. Y, si no podemos conseguir eso, deseamoncontrar a alguien que pueda ayudarme a hacer un espejo

- ¿No tienes ningún espejo? -La mirada del Fayle e

guda.Geraden envaró los hombros, y Terisa creyó oír u

distante eco de fuerza en su voz, una extraña amenaza.- Mi señor -dijo-, un cierto número de cosas sería

diferentes si tuviéramos tanto como un espejo pequeñ

ntre nosotros. Por una parte, hubiéramos podido ayudarteuchar contra esos devoracadáveres. -Estaba hablando coos dientes apretados-. Para eso sirven nuestros talentos.

Al cabo de un momento, sin embargo, la amenaza sdesvaneció de su tono.

- Desgraciadamente, somos impotentes . Hasta ahora.

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El Fayle estudió a Geraden y Terisa por un tiempo. Svolvió para pedir comida y más vino. Luego comentó:

- Quizá debierais contarme ahora vuestra historiMientras comemos.

Geraden miró de nuevo a Terisa. Ella asintió sin vacilaRecordaba la forma en que el viejo señor había abandonada reunión que el Maestro Eremis había dispuesto entre loeñores y el Príncipe Kragen. La Reina Madin es una mujeormidable, había explicado en un tono de disculpa e inclusvagamente tonto. Cualquier elección que haga aqudeberé justificarla ante ella. Sus picudos hombros y slargada cabeza debieran haberle hecho parecer estúpid

mientras se alejaba del complot de Eremis. Y, sin embargono fue así. Su clara lealtad lo había hecho admirable.

Bajo las circunstancias, ella no sabía qué esperar d

Fayle. De todos modos, estaba dispuesta a confiar en él.Al parecer, Geraden sentía lo mismo. Tan pronto com

ue tomada la decisión de hablar libremente, empezó elajarse.

Sin embargo, no intentó incluirlo todo. Aún deseab

una respuesta del Fayle. Así que solamente describió laíneas generales de lo que él y Terisa habían averiguado, do que habían hecho. El Fayle se estremeció ante la notic

de lo que le había ocurrido a Houseldon, de lo que le estabcurriendo a Sternwall; pero Geraden siguió hablando. Cad

vez que el señor le interrumpía con una pregunta, si

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mbargo, respondía dando más detalles.La mayoría de los hombres escuchaban abiertamen

hora. Unos cuantos de ellos acariciaron sus armas con fur miedo. Pero, debido a que su atención no estaba centrad

n Terisa, ésta podía ignorarles.Mientras Geraden y el señor hablaban, ella siguebiendo su vino, comió la comida situada frente a ella,

hizo unos cuantos cálculos retrospectivos. Aquello la llevla inesperada conclusión de que habían pasado trece día

rece, desde su traslación desde Orison. En trece días podhaber ocurrido cualquier cosa, absolutamente cualquiosa. El Príncipe Kragen podía haber tomado el castillo…,a Cofradía. El Gran Rey Festten podía haber tomado astillo y la Cofradía y al Príncipe Kragen. Por otra parte,

Castellano Lebbick podía haber clavado un silencios

uchillo en la espalda del Maestro Eremis.- El problema -intervino cuando Geraden hizo un

ausa- es que llevamos demasiado tiempo lejos de OrisonBruscamente, se convirtió en el foco de la atencióTragando una oleada de timidez, se obligó a sí misma a deci

Trece días en lo que a mí respecta. Catorce para él.»No tenemos ninguna forma de saber lo que hcurrido mientras tanto.

- Así que quizá -murmuró lentamente el Fayle- estxtraña política del Rey haya llegado realmente a su crisi

Quizá ya haya salido victorioso. O quizá ya haya sid

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derrotado y muerto.- No podemos saberlo -admitió ella-. Todo lo qu

odemos decir es que, cuando abandonamos Orison, Eremún seguía afanándose en aparecer inocente. Y, desd

ntonces, ha estado trabajando duro para matarnos. Aúeme que podamos hacerle daño de algún modo. -Se encogde hombros-, No es mucho. Pero, mientras sigemiéndonos, nos queda algo en lo que confiar.

- Hay algo más que podríamos conseguir dispusiéramos de un espejo -añadió Geraden-. Obtener unmagen de Orison. Ver lo que está ocurriendo.

El Fayle miró agudamente a Geraden. Luego miró Terisa, la escrutó. Al cabo de un momento, abrió las manoEl gesto era pequeño, pero parecía lleno de resignación.

- No tengo ningún espejo, ni ninguna forma d

abricarlo. No poseo Imageros…, ¿de qué me servirían lospejos? Cada producto o herramienta de laImagería que hido hallado en el Care de Fayle ha sido enviadnmediatamente al Rey Joyse y al Adepto Havelock.

Gradualmente, su mirada derivó hacia el fuego.

- Sin Imageros, mi Care es impotente contra esodevoracadáveres. Vosotros lleváis lejos de Orison trece atorce días. Yo no he visto Romish desde el día en qu

volví de la reunión con el Maestro Eremis. He estado en milla, en los pueblos de mi Care…, luchando…

Terisa nunca lo había oído sonar tan viejo.

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- No puedo ganar esta lucha. Al final, fracasaré. -Nmiraba a sus hombres. Sus hombres no lo miraban a é

inguno le contradijo-. Visteis que fracasé en Aperyte. Eólo uno entre los muchos pueblos muertos, desiertos…

«Esos devoracadáveres son demasiados. Apenaoseo los suficientes hombres entrenados para cuatrrupos como éste. Debo fracasar.

- Entonces, mi señor -dijo Geraden suavementormalmente, apuntando una cierta autoridad-, lucha de otorma. Reúne a tus hombres. Golpea a Eremis en Esmere

Mientras todavía queda alguna esperanza.El viejo señor estudió el corazón del fuego. Su postu

rguida no varió, no se hundió, pero sus manos colgarontre sus rodillas como si fueran inútiles. Al cabo de u

momento susurró:

- No.- Mi señor… -empezó a decir Geraden.- No -susurró de nuevo el Fayle-. Joyse es mi Rey…,

l esposo de mi hija. Le quiero. No comprendo su político me gusta. Sin embargo, le quiero.

»Pero él nunca… -Una mano se convirtió en un puñayó de nuevo-. En todos sus años de guerra contra Cadwy Alend y la Imagería, nunca ha pedido ayuda a un señouando el Care de ese señor estaba bajo ataque. Él vino

mí, liberó a mi gente. No me pidió ninguna ayuda hasta qu

mi Care estuvo a salvo.

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»No me la pedirá ahora. No siente deseos de romper morazón.

Geraden lo intentó de nuevo:- Mi señor…

- No. -El Fayle no sonaba furioso: sonaba triste-. Hoalvamos Naybel. Vosotros fuisteis tes tigos. Mañana, dentro de cinco días, o dentro de cincuenta días… -ahous dos manos eran puños, golpeando uno contra otro itmo de sus palabras-. soltaremos otra trampa, y ésa tendxito. Gente que moriría si la dejo a merced de eso

devoracadáveres vivirá.»¿Me oyes, Geraden? ¿Cabalgó tu padre fuera de s

Care? ¿Lo hizo el Termigan?»No abandonaré a mi gente para que muera sin s

defendida.

- Comprendo, mi señor. -La voz de Geraden era tauave y triste como la del señor, pero no había amargura ella-. No importa lo desesperado que esté el Rey Joyse, él n

querría que tú abandonaras tu propio Care. Él no creMordant o la Cofradía porque estuviera desesperado. Lo

reó porque cree en las mismas cosas que tú.El Fayle miró al fuego, asintió varias veces. Con una voomo una brisa de invierno, suspiró:

- Gracias .Geraden dudó unos momentos, luego se aventuró

decir:

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- Desgraciadamente, eso no cambia nuestro problemHay algo que puedas hacer para ayudarnos a Terisa y a mí

El señor giró la cabeza y su mirada azul se clavó en ostro de Geraden. Por un instante, Terisa creyó que estab

urioso. Luego, sin embargo, vio el asomo de una sonrisozar su vieja boca.- Eso es cierto, Geraden -dijo-. Mi testarudez no camb

n nada vuestro problema. Tú y dama Terisa sois Imageroy el mal de la Imagería debe ser confrontado y respondid

or Imageros. Ése es vuestro «Care», por decirlo de algúmodo.

»Os daré provisiones. Si lo necesitáis, os facilitaré umapa. Y os proporcionaré dos hombres para que cabalgueon vosotros hasta tan lejos como decidáis…, hasta Orisoncluso hasta Esmerel. No os servirán de nada contra lo

mageros, pero sabrán cómo usar sus espadas para protegvuestras espaldas y despejar vuestro camino.

Antes de que Geraden pudiera responder, Terisreguntó:

- ¿Pueden llevarnos hasta la Reina?

Geraden se mostró sorprendido: al parecer, no habíensado mucho en la Reina Madin. El Fayle alzó una cejero es ta vez su sonrisa fue amplia.

- Un buen pensamiento, mi dama -murmuró-. Se mhubiera ocurrido en un momento. Ciertamente, mis hombre

ueden llevaros hasta la Reina. Tiene todo el derecho

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aber lo que su esposo ha estado haciendo. -Su sonrisa sdesvaneció ante el recuerdo-. Después de todo, ella se hentido profundamente herida por su política. Y es posib

que desee hacer alguna cosa al respecto.

Como respuesta, Terisa tragó saliva y dijo:- Gracias. Aprecio esto. -La fuerza de su alivio lbrumó. Había sabido que deseaba conocer a la Reina, per

no se había dado cuenta antes de lo terriblemente que shubiera sentido si ella y Geraden hubieran recorrido todquel camino y luego se hubieran marchado sin tomarse iempo de compartir lo que sabían con la esposa del Reoyse.

Geraden la miró, pero no discutió; no dijo: Eso es uetraso que no necesitamos, un día que podemos emple

mejor en el camino a Orison. Afortunadamente, su instint

de confiar en ella estaba aún intacto. Al cabo de umomento, abandonó el asunto y se concentró en su cena.

Sin embargo, más tarde, aquella misma noche, mientralla y Geraden estaban en la cama juntos, a corta distanc

de los hombres del Fayle, él dijo en voz muy baja:

- No sabía que desearas conocer a la Reina Madin. ¿s en Torrent en quien estás interesada?Terisa no respondió directamente. Tras meditar uno

nstantes, murmuró:- ¿Recuerdas lo que le dijo el Castellano a Elega…,

mensaje que dijo que el Rey Joyse envió para ella? -En cas

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de que él no lo recordara, le refrescó la memoria-: «Estoeguro de que mi hija Elega ha actuado por las mejoreazones. Lleva mi orgullo con ella allá donde vaya. Por sien, así como por el mío, espero que esas mejores razone

roduzcan también los mejores resultados».- Sí -respondió Geraden-. Sigue sin tener sentido. Siguin encajar con lo que te dijo el Maestro Quillón.

- Espera un momento -dijo ella, para mantenerranquilo-. ¿Recuerdas la charla que tuve con el Adept

Havelock, mientras tú y Artagel estabais al otro lado de olumna…, después de que él nos rescatara de aquellonsectos?

Obedientemente, Geraden asintió.- Habló acerca de Myste -susurró ella- y del campeó

de la Cofradía. Dijo que él había hecho un augurio sobre

Rey Joyse, y que una de las Imágenes mostraba a Myste y ampeón juntos.

Obedientemente, Geraden no interrumpió.- Siempre me he preguntado por qué nos dijo eso. Si n

ra simplemente porque está loco. Y siempre me h

reguntado por qué el Rey Joyse se trastornó tanto cuande mentí acerca de Myste…, cuando le dije que volvía con smadre. Por qué se mostró aliviado cuando le dije que yudé a ir tras el campeón.

Geraden aguardó pacientemente en silencio. Finalment

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ugirió:- ¿Por qué no me dices lo que piensas?- Pienso… -Terisa contuvo la respiración, luego sigui

delante-. Pienso que hay más en los planes del Rey Joys

de lo que nos dijo el Maestro Quillón. Pienso que sus hijaon importantes…, pienso que toda su familia es importantde algún modo. Pienso que deseaba unir a Elega y Príncipe Kragen. Pienso que deseaba que Myste fuera tras ampeón.

- ¿Piensas que deseaba que nosotros habláramos con Reina Madin y Torrent? ¿No es eso un poco cogido por lo

elos? Después de todo, él no sabía que ninguno dnosotros tuviera ningún talento. No hay ninguna forma en que pudiera haber predicho que nosotros llegaríamos a estn algún momento aquí.

Aquello era cierto. Y lo hacía todo mucho máeligroso. Sin embargo, Terisa insistió:

- Pienso -dijo- que y o deseo ir a hablar con la ReinMadin y Torrent. Sólo por si acaso. -Al cabo de umomento, añadió-: Él tenía razones para pensar que nosotro

odíamos tener algún talento.Pudo sentir a Geraden sonreír en la oscuridad.- Mi dama, tienes una mente notablemente sutil. O un

ndigestión… No puedo imaginarme cuál de las dos cosas.Ella metió una mano bajo su chaquetilla y le puñeó la

ostillas hasta que él se disculpó.

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Luego le puñeó por disculparse.Con tantos espectadores potenciales cerca, ella

Geraden durmieron más de lo habitual. Y, al día siguientedos de los hombres del Fayle los condujeron a Romish.

La sede del Fayle estaba situada en una fértil llanuorprendentemente -para aquel Care- desprovista de árboleA lo largo de dos o tres kilómetros en todas direcciones, ierra había sido despejada para dejar sitio a los campos qulimentaban la ciudad. Pero Terisa no vio más del propi

Romish que la muralla en terraplén que la rodeaba. ComMyste había dicho, la Reina Madin y Torrent vivían en un

ropiedad fuera de la ciudad.La Propiedad, la Casa del Valle, que un antiguo príncip

de Cadwal se había hecho construir para proteger suo b re s relaciones mientras gobernaba Fayle, estab

ncajada en un pliegue entre pequeñas colinas quizá a ukilómetro corriente arriba del pequeño río Kolted qu

roporcionaba la mayor parte del agua para Romish y loampos. Como posición defensiva -Terisa se sorprendiensando en esas cosas-, la localización de la Casa del Val

dejaba mucho que desear: a plena luz del día, un jinete podrobablemente llegar a menos de veinte metros del edificin ser observado. Por otra parte, la Casa era fácilmenlcanzable desde Romish, y estaba tan reciamenonstruida que probablemente no corría el menor peligro

mayor parte del tiempo. Sus paredes eran de piedra -fuer

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ontra los devoracadáveres-, y las maderas de sus puertastaban reforzadas con hierro.

A través del largo crepúsculo de la llanura, los hombredel Fayle guiaron a Terisa y Geraden por entre las colina

hasta la Casa del Valle. Desmontaron delante de las altauertas. Los hombres del Fayle dijeron a los sirvientes qualieron que trajeran antorchas para iluminar y mozos paos caballos ; también que avisaran a dama Reina Madin. Laventanas de la Casa se iluminaron brillantemente cuanddentro fueron encendidas lámparas y linternas. Al cabo d

oco tiempo, una mujer cruzó el porche hasta los escaloneon una intensa iluminación a sus espaldas, tan regia comi gobernara el mundo.

Los hombres del Fayle inclinaron respetuosos la cabezy se retiraron.

- Mi dama Reina -Geraden se inclinó también, tanto qustuvo a punto de caer de bruces. Había un asomo dágrimas en su voz. Madin era una soberana para él, despuéde todo…, y la esposa del Rey al que amaba-. Hace bien a morazón verte de nuevo.

- Geraden. -El tono de la Reina Madin daba la inmediampresión de que sabía cómo decidirse-. Es una auténticorpresa. Pero buena…, por ahora. -No sonaba dura, iertamente no fría; sólo sonaba rápida en sus elecciones. L

decisión era un poder que ejercía sin apenas darse cuenta d

llo-. Me alegra ver un rostro amigo de casa. Y me alegrar

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ír tus noticias, sean cuales sean. -Un momento más tardñadió-: Pero si ese viejo estúpido de Joyse te ha enviadquí para defender su caso, puedes olvidarlo ahora mismo egresar. No te escucharé.

- Mi dama Reina -repitió Geraden. Se inclinó de nuevsta vez para cubrir una sonrisa-. Ésta es dama Terisa dMorgan.

- Ah. -La reina Madin se volvió hacia Terisa, perTerisa seguía sin poder ver su rostro; oscuro contra esplandor de la casa, sus rasgos eran indescifrables-. Dam

Terisa. Mi padre te mencionó, tras su regreso de Orison.»Mi dama, Geraden…, sois bienvenidos a la Casa d

Valle. Por favor, entrad.Se volvió y caminó de vuelta a la luz.Geraden cogió a Terisa del hombro, la empujó hacia lo

scalones y el porche. La luz brilló en su rostro, y por umomento ella se vio llena con la inesperada convicción dque habían hecho lo correcto viniendo allí. Él nunca hab

arecido más alto; su mirada nunca había parecido máirme. Aquella era la forma en que debería haber aparecid

uando se detenía delante del Rey Joyse…, si el Rey no hubiera dedicado tan concienzudamente a quebrar sealtad.

Deslizó su brazo en el de él y lo apretó, de modo quubieron al porche y penetraron por la alta puerta de la Cas

del Valle unidos.

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Siguieron a la Reina y a un obsequioso sirviente a argo de un vestíbulo con tapices y retratos en las parede

varias puertas a cada lado, y una amplia escalinata al finaLa Reina Madin eligió una puerta a su izquierda; el sirvien

a mantuvo abierta para Terisa y Geraden, y ambos shallaron en lo que parecía una amplia sala de estar. Unlameante chimenea dominaba la pared exterior, y dorofundos sofás y cuatro o cinco mullidos sillones formaba

un semicírculo delante del hogar, con sus respaldos vueltol panelado del resto de la habitación. La Reina Madin envl sirviente a por algo de vino, luego hizo un gesto a su

huéspedes hacia las sillas; pero ella permaneció de pie ado de la chimenea.

 Ni Terisa ni Geraden se sentaron. Hubieran podidermanecer de pie por pura cortes ía, pero los pensamiento

de Terisa estaban en otra parte. Al fin podía ver claramente a Reina Madin, y lo que vio la mantuvo en pie.

Hasta aquel momento no se había dado cuenta de mucho que esperaba que la Reina se pareciera a ElegDesde el punto de vista de Terisa, Myste se parecía a s

adre: la risa de Myste era tan parecida a la sonrisa del Reoyse que la semejanza parecía más importante que cualquitra diferencia. Simplemente sobre esta base, y porque ontraste entre Myste y Elega era tan pronunciado, Teris

había supuesto que la Reina Madin demostraría ser

rogenitor al que Elega se parecía.

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Resultaba claro ahora, sin embargo, a la luz del fuego l brillante candelabro y las lámparas que les rodeaban, quas suposiciones de Terisa estaban equivocadas. Una buenmirada a la Reina dejaba claro que tanto Elega como Mys

e parecían de hecho a su padre. Madin era aún una mujuminosa, pese a sus años; su mirada era fuerte, y los añono le habían costado a su porte ninguna pérdida discernibde firmeza. Pero sus rasgos eran a la vez demasiado firmes demasiado directos para ser el modelo para los rostros dMyste y Elega.

Lo que mantenía a Terisa de pie, sin embargo, no era specto de la Reina, sino más bien su porte: permanecía die de la forma en que debería hacerlo una reina, como si nólo su autoridad sino también su juicioso uso de elcudieran de una forma tan natural que ambas cosas s

hallaran más allá de toda cuestión. Era la hija del Fayle emás de un sentido; incluso reflejaba un asomo del mism

esar que atormentaba al viejo señor. Sin embargo, quizorque la estructura de su cuerpo estaba más sólidamenonstruida que la de él, proyectaba más fuerza d

ersonalidad, más habilidad y deseo de conseguir que lademás personas hicieran lo que ella deseaba.Su fracaso en conseguir que el Rey Joyse abandonar

u pasividad y se convirtiera en un gobernante decente paMordant debió haber sido más abrumador que cualquier ot

herida que hubiera sufrido en toda su vida.

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Pero, evidentemente, no era una mujer que sompadeciera mucho a sí misma, y no se compadecía de

misma en estos momentos. Estaba estudiando tanto a Terisomo a Geraden con intenso interés. Y parecía encontrarle

l especialmente intrigante, pese a que era Terisa la quhabía llegado a Mordant desde un mundo alienígena. Aabo de un momento, explicó su atención diciendo:

- Geraden, has cambiado.La reacción inmediata de Terisa fue: No, no lo ha hech

Desde su perspectiva, había vuelto a su yo esencial dhierro y desesperación. La observación de la Reina Madin hizo pensar de nuevo, sin embargo. De hecho, s í habambiado. No había perdido simplemente su torpeza: haberdido su expresión de cachorro, su apariencia de ser u

muchacho oculto dentro de un hombre. Su espalda era rec

y fuerte, y a Terisa le costó imaginarlo cometiendo ahora urror.

Como para demostrar el cambio, Geraden sonrió cas i smbarazo.

- Es la influencia de Terisa, mi dama Reina. Ella me hiz

dejar de disculparme.- No -respondió firmemente la Reina Madin-. Ldiferencia es que estás más en paz contigo mismo. -Estabegura de su propio juicio-. Te has convertido en umagero.

Como respuesta, él se encogió modestamente d

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hombros; pero sostuvo la mirada de la Reina.- No sabía que se notara.- Oh, se nota, Geraden -afirmó la Reina-, se nota. Nad

odría confundirte ahora con el viejo Apr fracasad

dispuesto siempre a servir a la Cofradía.»En cuanto a ti, mi dama -continuó, volviéndose hacTerisa-, me resultas menos clara. Tus sorpresas están mejo

cultas, creo. Ambos tenéis mucho que contarme.- Eso es cierto, mi dama Reina -dijo de inmedia

Geraden. Su comprensión de lo difícil que iba a resultar rabajo se reflejó en la forma en que preguntó-: Pero, ¿y túNo nos contarás primero cómo estás? ¿Y Torrent?

La Reina agitó la cabeza.- Lo que te cuente de mí dependerá enteramente de

habéis sido enviados aquí por ese viejo chocho del Rey. O

he preguntado eso ya una vez, pero no me habéespondido claramente.

Por un momento, Geraden midió su respuesta. Luegdijo llanamente:

- El Rey Joyse no nos ha enviado. Creo que se mostrar

orprendido si supiera que estamos aquí.La Reina Madin pareció recibir aquella informacióomo si le infligiera un profundo daño que no tenntención de mostrar. Mientras hablaba, sin embargo, nudo ahogar la aspereza en su voz:

- En ese caso, Geraden…, Torrent y yo estamos bien

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Pero no tan bien como lo estaríamos si nuestra familia hallara completa de nuevo. Las aberraciones del Rey ejerceun precio sobre todos nosotros.

»¿No queréis sentaros? -prosiguió, extrayéndose de su

ensamientos-. Aquí llega el vino. -El sirviente había vueltentrar en la habitación con una bandeja de plata-. Y estoegura de que Torrent estará pronto con nosotros.

»Ah -concluyó, cuando la puerta se abrió de nuevoquí la tenemos.

Terisa se volvió a tiempo para ver a la segunda hija dRey Joyse y la Reina Madin cerrar la puerta a sus espaldas cercarse al fuego.

La actitud de Torrent y su mirada baja y sus modestaopas proporcionaban dos impresiones casi simultánearimera, era tan tímida que hacía que Myste y Eleg

arecieran tan extrovertidas como un charlatán de feria; egunda, pese a su timidez, era casi la imagen de su madr

Podría haber sido la sombra de la Reina Madin; eran taarecidas como un reflejo la una de la otra. Sólo que altaban la decisión de su madre, la seguridad de su madre.

- Torrent -dijo la Reina-, aquí están Geraden y damTerisa de Morgan. Tienen muchas cosas que contarnos. Ellha conseguido algo que todos los Maestros juntos de Cofradía no lograron hacer. Lo ha convertido en un Imagero

Torrent se detuvo entre las sillas. La mirada que alz

or debajo de sus pestañas era a la vez tan vacilante y ta

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lena de maravilla que Terisa enrojeció involuntariamente.- Bajo las circunstancias -murmuró humorísticamen

Geraden…, quizá en beneficio de Torrent, quizá de Terisano creo que esto sea exactamente un cumplido. El únic

eneficio que he conseguido con el cambio ha sido quhora hay gente que desea matarme.»Mi dama Torrent -prosiguió-, me alegra verte. Cuand

ú y la Reina abandonasteis Orison, no creí poder volverener este privilegio.

- Oh, «privilegio», Geraden -murmuró Torrent, como lla también estuviera enrojeciendo; sin embargo, su

mejillas siguieron pálidas-. Te estás burlando de mí.Antes de que él pudiera responder -quizá para que n

uviera la oportunidad de responder-, Torrent se volviruscamente hacia Terisa. Mirando a Terisa como si

hecho de mantener alzada la barbilla fuera un acto de valodijo:

- Estoy segura de que mi madre te ha dado ienvenida, mi dama, pero permíteme que te la dé yambién. Mi abuelo, el Fayle, nos contó todo lo que sab

cerca de ti, pero sólo nos hizo sentir más curiosas. Me temque te agotaremos con nuestras preguntas.- Por favor -Terisa no tenía ni idea de que estab

nrojeciendo. Hizo un esfuerzo especial para hablranquilamente, confortablemente, para relajar a Torrent

Llámame Terisa. Tanto Myste como Elega lo hacen así.

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Eso trajo una sonrisa al rostro de Torrent, una ligerdisminución de su timidez.

- ¿Conoces a Myste y Elega? Supongo que sí, puestque has estado en Orison. ¿Sois amigas? ¿Cómo están? -A

abo de un instante de vacilación y una rápida mirada a Reina Madin, preguntó-: ¿Y mi padre? ¿Cómo se encuentra?- Torrent -dijo la Reina, amable pero firmemente

debemos sentarnos. Si no lo hacemos, Geraden y damTerisa permanecerán de pie toda la noche.

Con una convincente imitación de una mujer sivoluntad propia, Torrent se sentó inmediatamente en la silmás cercana.

La Reina Madin tomó un sillón cerca del fuego. Geradey Terisa se acomodaron juntos en un sofá entre la Reina u hija. Inmediatamente, el sirviente trajo vasos de vino e

una bandeja, luego depositó la jarra cerca de Torrent y setiró.

- Estaréis cansados de vuestro viaje -dijo la ReinMadin después de probar el vino-. Dentro de poco podré

añaros y comer. Se os proporcionará todo el descanso qu

necesitéis. Pero debéis comprender que estamohambrientas de noticias. A la Casa del Valle no nos llegan niquiera los rumores de Romish, sin mencionar los de OrisoCómo están Elega y Myste? -Sólo por un momento, sarganta se cerró-. ¿Cómo se encuentra el Rey?

Ahora Geraden vaciló; el cambio que la Reina Mad

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había observado pareció abandonarle momentáneamente. Lual tenía perfecto sentido para Terisa. Sintió encogerse sorazón, y una punzada de dolor la envolvió. Era posible qua Reina y Terisa aceptaran de buen grado las noticias d

Rey Joyse: posible, pero muy improbable.- Es difícil -murmuró torpemente Geraden-. Realmentno puedo decirte nada sin contártelo todo…, y no sé podónde empezar. No puedo pensar en ninguna forma de decsto s in que duela.

Torrent estudió sus manos, pero Terisa pudo ver qustaba respirando profundamente para tranquilizarse. L

Reina Ma-din, por su parte, se enfrentó a la inseguridad dGeraden sin parpadear.

- Dinos la verdad -indicó llanamente-. Laspeculaciones serán más dolorosas para nosotros qu

ualquier noticia.De todos modos, Geraden siguió dudando.Hoscamente, porque lo único peor que el conocimient

ra la ignorancia, Terisa dijo:- El Rey sabe lo que está haciendo. Lo hace a propósito

Torrent no alzó los ojos; pareció quedarse helada en silla.- A propósito -hizo eco lentamente la Reina Madin-. M

dama, debes explicar esta observación.- Desgraciadamente, es cierta -intervino rápidamen

Geraden-. Terisa sabe más que nadie acerca de las razones

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ntenciones del Rey Joyse. Ha tenido varias charlas con él…l le ha respondido preguntas. Se ha salido de su caminara darle explicaciones. Creo que es debido a la forma e

que ella llegó a Orison. Una traslación imposible…, o qu

odos pensamos que era imposible hasta que me di cuende que puedo hacerla todas las veces que quiera. Ella era tabviamente importante. Se halla implicada en el augurio de

Cofradía. No sabíamos cuál era su talento, pero resultabvidente que tenía que poseer algún tipo de poder sirecedentes.

Bruscamente, se obligó a detenerse. Hablando con vomuy clara, dijo:

- Por lo último que he oído, Elega está bien. No sabemonada de Myste.

- Es una trampa, mi dama Reina -intentó explicar Terisa

El Rey está preparando una trampa para sus enemigos, paros enemigos de Mordant. Eran demasiado poderosos…, y no sabía quiénes eran. Y temía que se fueran haciendo más más fuertes…, que pudieran devorar Alend o Cadwal, mbos a la vez, y dejarlo a él solo mientras se hacían más

más fuertes, hasta que fueran demasiado fuertes para édemasiado fuertes para cualquiera. Temía que, si ndescubría quiénes eran sus enemigos y los detenía, l

erdería todo.- Eso era cierto -intervino crispadamente la Reina

Cualquier tonto puede verlo.

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- Así pues -siguió Terisa, con un gruñido para sí mismase hizo débil.

La Reina Madin la miró.- No te creo. ¡Qué tontería! ¿Para qué sirve la debilidad

Cómo puede usarse contra Imageros y ejércitos?Hubiera podido decir más, pero Geraden intervino. Lnesperada autoridad en la forma en que alzó la cabeza

detuvo.- Escúchanos, mi dama Reina -jadeó suavemente-. Po

avor, escúchanos.- Lo siento -murmuró Terisa-. Es la verdad. Es todo l

que tenemos.«Paralizó su propia fuerza. Hizo imposible que

Cofradía hiciera nada efectivo. Minó al CastellanAbandonó al Perdón sin refuerzos. Insultó al Príncip

Kragen…, probablemente el Fayle te lo contó. Se hizparecer como un estúpido. Hizo -su voz se detuvo unstante- todo lo posible por alejar de su lado a su familia

Pensó que debía mencionar al hijo del Tor, pero no tuvvalor para ello-. Prácticamente castigó a la gente com

Geraden por ser leal.La Reina Madin permaneció sentada sin mover ni umúsculo, escuchó sin ninguna reacción excepto un lentnrojecimiento de sus mejillas. Torrent respiraba taesadamente que casi estaba jadeando.

- Mi dama Reina, se convirtió a sí mismo en un blanc

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Para que sus enemigos lo atacaran a él, en vez de devorentamente Alend y Cadwal y Mordant hasta hacers

demasiado fuertes para ser vencidos. Todo fue un ardid, uruco para hacer que sus enemigos intentaran destruirle a

ntes de hacerse lo bastante fuertes como para sentirseguros.El Domne había puesto su dedo en la llaga. El Re

oyse deseaba salvar al mundo. Había hecho daño a toda ente a la que más amaba porque salvar al mundo era má

mportante para él que cualquier otra cosa.Aquel era un terrible peso que soportar.Por otra parte, tampoco era exactamente sencillo para

ente a la que amaba.Sin advertencia previa -y casi sin transición, como

hubiera estado secretamente de pie todo el rato-, la Rein

Madin se levantó.- ¿Por qué? -preguntó, con una voz que hizo que Teris

intiera deseos de esconderse debajo del sofá-. Si eso eierto, ¿por qué no me lo dijo? -No gritó, pero su tono tuvl impacto de un grito-. ¿Acaso no confiaba en mí? ¿Acas

reía que yo no lo comprendería…, que no lo aprobaría?Geraden se puso también en pie para enfrentarse a ella- Mi dama Reina -preguntó suavemente, intensamente

qué hubieras hecho tú si él te lo hubiera dicho?- No hubiera venido aquí. -La Reina hubiera podid

star muy bien gritando-. Hubiera permanecido a su lado, e

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vez de permitir que todo el mundo pensara que haberdido mi amor por él y sus ideales y el reino.

Geraden lanzó a Terisa una mirada llena de dolor y dena, una mirada que la hizo levantarse y situarse a su lad

ero no retrocedió.- Ése es el problema, mi dama Reina. Hubieras seguidou lado. Y mientras hubieras permanecido allí, nadie hubierreído que se estaba derrumbando. No realmente. O, aunquo hubieran creído, hubieran sabido que tú seguías allí paomar decisiones por él. La Reina Madin, la hija del Fayle,

mujer más formidable de Orison. Su trampa hubieracasado. Nadie hubiera caído en ella.

»¿Y si él te hubiera pedido que te fueras? -siguiGeraden-. ¿Si te hubiera explicado su trampa y te hubie

edido que cooperaras abandonándole? ¿Hubieras cedido

Hubieras podido permanecer así con los brazos cruzadodurante…, cuánto hace ya, dos años…, mientras rriesgaba su vida y todo aquello en lo que ambos creéis?

Tenía razón: aquello era doloroso en extremo. Simbargo, Terisa estaba segura de que aquellas cosas debía

de ser dichas. Se sintió agradecida de no ser ella quien lastuviera diciendo.Y la Reina Madin estaba dolida: eso era inconfundibl

Había recibido un golpe que la había agitado hasta lohuesos.

- Mi dama Reina -concluyó Geraden, con voz densa p

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l pesar-, si esa política tiene éxito, si hay alguna posibilidade salvar Mordant…, ¿qué otra cosa podía haber hecho?

- Oh, padre. -Torrent estaba tan afligida que observbiertamente el rostro de Geraden, sin timidez, s

vergüenza-. ¿Qué he hecho? Hubiera debido quedarmontigo. Como Myste y Elega.- No, Torrent. -La Reina Madin intentó hablar como

as lágrimas no resbalaran por sus mejillas, como si nhubiera ningún dolor en su pecho-. Hubiéramos roto sorazón. Ya fue bastante difícil para él echarnos de su lado

Hubiera sido terrible intentar echarnos de su lado racasar…, y perder así la posibilidad de salvar su reino.

- Pero ha causado todo este dolor, y nosotros lbandonamos para que lo soportara solo. -Sentada, Torrenarecía pequeña e indefensa, demasiado niña pa

omprender o ser consolada-. Yo lo abandoné. Él no queríausar ningún dolor. Su corazón ya está roto, o de otr

modo no hubiera hecho algo tan desesperado…Pese a su propio dolor, la Reina ofreció a su hija un

espuesta consoladora:

- Tranquila, niña. No nos precipitemos en llamardesesperado. Tu padre siempre ha sabido calcular bien loiesgos. No debemos creer en lo peor hasta que haya sid

demostrado.Entonces se secó los ojos y se enfrentó directamente

Geraden y Terisa.

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- Ahora -dijo, con un tono de apenas oculta ferocidadenéis que decirnos cuáles han sido los resultados de

debilidad del Rey.Geraden asintió. Terisa murmuró:

- Sí.A retazos, yendo hacia delante y hacia atrás a medidque se les ocurrían los detalles y desarrollos, contaron shistoria de una forma tan coherente como les fue posible.

Y, mientras la contaban, la Reina Madin se convirtió etra mujer ante sus ojos. Pareció hallar sostén en locontecimientos que describían, las implicaciones quxaminaban. Ella conocía, por ejemplo, lo del desastre dampeón de la Cofradía, así como el extraño intento d

Maestro Eremis de conseguir una alianza de los señores dos Cares, el Príncipe Kragen y la Cofradía: el reavivar de es

nformación no tuvo ningún efecto sobre ella ahora. Pero resencia -y la libertad de movimientos- del Monomach d

Gran Rey en Orison hizo que sus hombros se enderezaraLa forma en que el Rey Joyse trató al Perdón y al PríncipKragen pareció fortalecer sus huesos. La loca y galan

ersecución por parte de Myste del campeón hizo brillar sujos. Y el complot de Elega con Nyle y el Príncipe Krageara traicionar Orison -que Geraden explicó con considerab

dificultad porque él también se sentía herido por ellareció traer un fluir de juventud a las mejillas de la Reina.

- Valiente Elega -murmuró, como si ella hubiera hecho l

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mismo en el lugar de su hija. Pero, cuando oyó que Orisostaba sitiado, restalló como un soldado:

- Entonces, ¿qué estáis haciendo vosotros aquí? ¿Pqué no estáis allí, luchando por el Rey Joyse y Mordant?

- Mi dama Reina -respondió Geraden-, aún tenemomucho que explicarte.Sólo por un segundo, la Reina hizo una pausa…, n

dudando, sino simplemente dando tiempo a las fuerzadentro de ella para que se recuperaran. Luegorprendentemente, dijo:

- Eso tendrá que esperar. Hasta la cena, quizá. No tengiempo para ello ahora.

Inmediatamente dio dos palmadas, llamando a uirviente.

Casi de inmediato, el sirviente que había traído el vin

ntró en la habitación. Sin dirigir una mirada a suhuéspedes, la Reina ordenó:

- Por favor, conduce a Geraden y a dama Terisa a suhabitaciones. Proporciónales agua caliente para bañarse opas limpias. Anuncia la cena para ellos para dentro de un

hora. Luego tráeme a los hombres del Fayle.»Ven, Torrent. Tenemos que prepararnos .Mientras el sirviente hacía una inclinación de cabeza,

Reina Madin se dirigió hacia la puerta tan regiamente comi llevara tras ella toda una procesión.

Con expresión enrojecida, Torrent saltó en pie y s

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presuró detrás de su madre.Las miradas de Geraden y Terisa se cruzaron en rápid

prensión; luego él reunió toda su temeridad para pregunta- Mi dama Reina, ¿qué piensas hacer?

La Reina Madin se detuvo en la puerta.- ¿«Hacer», Geraden? Mi esposo y mi hogar se hallaitiados. Una de mis hijas se ha aliado con los de Alen

Otra, si aún vive, se ha embarcado en una loca búsquedras un campeón de otro mundo. No voy a permaneclejada de todo esto. Regreso a Orison.

«Tengo intención de llegar allí en tres días.Abandonó la habitación con Torrent casi jadeando

us talones.Durante un largo momento, Terisa y Gerade

ermanecieron allí donde estaban, inmóviles, como

speraran que el techo se derrumbara sobre ellos . Luego, ele recuperó, hizo un esfuerzo por sacudirse la sorpresa de sabeza. Para romper el shock, murmuró:

- Bueno, al menos nos va a dar tiempo para tomar uaño y comer algo.

Él bufó.- Hubiera debido sospechar que ocurriría algo así. Hacmucho tiempo que la conozco.

»La verdad -se encogió impotente de hombros- es quiempre me ha gustado.

Terisa se sintió levemente inquieta al descubrirs

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ensando en su propia madre, que no se había parecido a Reina Madin en ninguna forma significativa. Y ella, Terisahubiera podido convertirse tan fácilmente en la imagen de s

adre: pasiva y vana, con toda su pasión mantenida secret

Si Geraden no hubiera acudido a por ella…Deslizando su brazo como una promesa bajo el de él, compañó fuera de la sala de estar.

Cenar en la larga mesa del comedor formal de la Casa dValle fue una extraña experiencia.

Una abundancia de velas hacía resplandecer loandados y los ornamentos. Había una gruesa alfombra bajus pies, abultados almohadones en las sillas. La comida euena, mejor que cualquier cosa que Terisa y Gerade

hubieran comido últimamente; el vino era casi igual a omida. Y la sensación de sentirse limpios de nuevo de pie

cabeza, de hallarse envueltos en ropas limpias, de podensar en una buena cama, era un lujo tan grande quarecía prácticamente indecente.

Además, Torrent se sentía fascinada por el ladersonal de la historia de Terisa y Geraden. Antes de qu

erminaran la sopa, estaba tan prendida en lo que oía qulvidó toda su timidez. Se mostró indignada ante lamanipulaciones del Maestro Eremis, horrorizada por sesinato del Maestro Quillón. Los repetidos rescates d

Terisa de los intentos de asesinato de Gart la emocionaron

Mostró su pena por el Castellano Lebbick, y sin embargo n

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udo contener un estremecimiento ante las cosas que Castellano le había hecho a Terisa. Las heridas de Artagel a infelicidad de Nyle abrumaron su corazón. E

descubrimiento del talento en sus huéspedes la llenó d

maravilla. Escuchó la destrucción de Houseldon y el peligrde Sternwall con labios entreabiertos y mejillas encendidasSin pretenderlo, sin darse cuenta de ello, ayudó a hac

a cena tan agradable como era posible para sus huéspedesFue la Reina Madin quien proporcionó la nota con s

xtraña conducta. No pareció oír ni una palabra de lo quTerisa y Geraden dijeron.

 No se mostró vaga o desconcertada: simplemenstuvo ausente. Su atención estaba tan intensamenentrada en otra parte que no le quedaba nada para perdern detalles tan comparativos como la mendacidad d

Maestro Eremis o las acumuladas aflicciones del CastellanLebbick.

Como resultado de ello, ni Geraden ni Terisa fueroapaces de relajarse. Inesperadamente, Terisa se hallensando que la Reina era una mujer más bien vieja pa

ntentar algo tan arduo como un viaje a toda prisa hasOrison. Así que decidió hablar en privado con Torrendespués de la cena, para preguntarle si había alguna cosque Torrent pudiera hacer para disuadir a la Reina.

Desgraciadamente, cuando la Reina Madin anunció

inal de la cena, se llevó de inmediato a Torrent con ella. E

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vez de decir buenas noches, informó a sus huéspedes quos hombres que los habían traído hasta allí irían en busca dun grupo de caballos a Romish.

- A fin de que no tengamos que detenernos tan

menudo por el camino. Partiremos tan pronto como lamonturas sean capaces de ver donde pisan. -Luego se llevon ella a Torrent.

Terisa regresó con Geraden a su habitación, turbador la sensación de que aquella visita a la Reina no estabroduciendo los resultados que había esperado. Hubieraido ésos cuales hubieran sido.

Cuando estuvieron a solas, le preguntó a Geraden:- ¿Es esto una buena idea?- ¿Qué? -respondió él distraídamente-. ¿Esa prisa p

lcanzar Orison en sólo tres días?

Ella le dio un golpe en el hombro para llamar stención.

- Por supuesto, idiota. ¿De qué otra cosa crees qustaba hablando? ¿No es un poco extraño intentar algo así?

Él dejó escapar una risita.

- Dile tú que es demasiado vieja…, si te atreves. -Antede que Terisa pudiera golpearle de nuevo, sin embargntentó darle una respuesta seria-. No es el camino lo que mreocupa. O bien puede hacerlo, o bien no. En cualquiaso, es algo que no está en nuestras manos. Lo que m

reocupa es el asedio. El Príncipe Kragen y sus diez m

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hombres. O, peor aún, el Gran Rey Festten y su númerdoble de hombres de Cadwal.

«¿Cómo se propone entrar en Orison a través de ellosSuponiendo que el castillo aún no haya sido tomad

Cuando descubran quién es, no van a echarse exactamenteun lado para dejarla pasar. Es el rehén perfecto. El Rey Joysuede haber sido capaz de volver sus espaldas al Perdó

Puede incluso haber conseguido tragarse lo que le ocurrió hijo del Tor. Hasta puede haber dejado marchar a Myste Elega. Pero no será capaz -Geraden pronunció claramente la

alabras, como redobles de tambor- de permanecer sentadmientras alguien como el Gran Rey amenaza a su esposa.

»Ella es la única arma que Alend o Cadwal necesitaara vencerle.

Terisa sintió que se le revolvía el estómago ante

ensamiento.- Oh, estupendo -murmuró-. Me alegra tanto que me

hayas dicho.- Duerme bien -respondió él con una sonrisa malicios

y se volvió del otro lado.

Ella tuvo que puñearle varias veces para conseguir que volviera del lado que le correspondía.Por una variedad de razones, ninguno de los do

durmió mucho. Bastante antes del amanecer se levantaroe vistieron, y acudieron a ayudar a los preparativos para

amino.

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Fuera de las protectoras piedras de la casa, el aiarecía más frío que en los últimos días. Incluso a la grisáce

uz de antes de la salida del sol, el día tenía una claridad cares-ciente, una dimensión de precisión visual que hiz

stremecer a Terisa. Apretó en torno a sus hombros la medapa que le había dado el Termigan, e intentó no pensar eo cansada que estaba.

Las tablas del porche crujieron bajo sus pies.Desde el porche de la Casa del Valle, las colinas qu

odeaban el río Kolted parecían alzarse más grandes de lque habían parecido la tarde anterior. Eran oscuras

enumbroso preaviso del amanecer, llenas de potenciaodo un mundo se extendía tras ellas, completamente ocult

Le recordaban que la Casa del Valle podía ser fácil dmboscar.

Por otra parte, una emboscada no parecía muy probabn aquellos momentos. Incluso los villanos y traidores que respetaban estaban aún en la cama a aquellas horas. Y lo

dos hombres del Fayle se hallaban ya allí, junto con el mozque habían traído de Romish para ocuparse de los caballos

un sirviente para atender a las necesidades de las damaReina Madin y Torrent. En cuanto a los caballos…Debía haber dieciséis o diecisiete de ellos, llenando

hondonada entre la casa y el río. Las monturas de Terisa Gera-den. Caballos para los cuatro hombres y las dos dama

Varios animales para cargar con las provisiones. Y un

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egunda montura para cada uno, a fin de que los caballoermanecieran descansados mientras la Reina seguvanzando.

Golpeteaban sus cascos contra el suelo, agitaban su

rines; dos o tres de ellos resoplaron desconsoladamentLos adornos de las guarniciones tintineaban suavementhogados por el cuero. El mozo se movía entre elloolocando las sillas a aquellos que iban a ser montadorimero, apretando las cinchas. El sirviente de la Rein

Madin estaba atareado contemplando de nuevo el contenidde sus provisiones.

Puesto que hacía frío y tenía que hacer algo, Terisreguntó a Geraden:

- ¿No crees que deberíamos intentar detenerla?Él se encogió de hombros; la penumbra ocultó s

xpresión.- Lo intentaré. Pero no confíes demasiado en ello.El cielo que se extendía por encima de las colina

mpezó a adquirir un color perlino, pero sin su cualidanacarada: era a la vez profundo e impenetrable. Si acaso,

roximidad del amanecer hacía las colinas más oscuras; serraban en torno al río y la Casa del Valle, como meditaran. Sin embargo, un tramo de agua cerca de la curvunto a las colinas captó el reflejo del aire y brilló plateado.

Terisa deseó poder dejar de temblar.

Al cabo de un momento, la Reina Madin salió al porch

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on Torrent a sus talones. La luz iba mejorando: Terisa vique ambas damas iban envueltas en cálidas capas; botas dmontar protegían sus pies y tobillos; llevaban pañuelotados en torno a sus cabezas para mantener el aire fuera d

us rostros.- ¿Estamos listos? -preguntó la Reina a quienquieapaz de contestarle-. ¿Podemos irnos?

- Dentro de un momento, mi dama -respondió el mozEstaba inspeccionando los cascos de los caballos.

Geraden carraspeó.- Mi dama Reina, ¿estás segura de que es pruden

sto? Tengo recelos al respecto.- Geraden… -la Reina Madin no le miró, sus ojo

staban fijos en la nítida silueta de las colinas-, mubestimas si piensas que cualquier «recelo» tuyo s

nterpondrá entre yo y mi esposo.Geraden dejó que su voz adquiriera una cierta dureza:- Quizá tú me subestimes a mí, mi dama Reina. No sabe

uáles son mis recelos.- ¿De veras? -Seguía sin mirarle-. Estás preocupado d

que pueda convertirme en un rehén a manos de las fuerzaque asedian Orison.- Sí -admitió él. Su tono le dijo a Terisa que se sentía u

anto estúpido.- Ésa es una importante preocupación. No teng

ntención de permitir que Alend o Cadwal me utilicen contr

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l Rey. -Hizo una pausa, luego dijo-: Será tu deber ayudarmasegurarnos de que esta dificultad no se produzca.

- Sí, mi dama Reina -murmuró hoscamente Geraden.Terisa apoyó una mano en el brazo de él y le dio u

equeño apretón de consuelo.- Ya está, mi dama Reina -anunció el mozo por encimdel ruido de los cascos de los caballos-. Puedes montuando desees.

Torrent dejó escapar un jadeo ahogado.- Un momento -dijo rápidamente-. He olvidado algo.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, se apresuró dnuevo al interior de la casa.

En voy muy baja, de modo que nadie excepto Terisa Geraden pudiera oírla, la Reina murmuró:

- Probablemente una de sus muñecas. No le gus

dormir sin sus muñecas. -Su tono era afectuoso, perugería que no comprendía cómo había llegado a produc

una hija como Torrent.Era sorprendente lo nítido que resultaba todo pa

Terisa. Cada una de las colinas al otro lado del río tenía un

orma particular, un carácter individual. Cada una de lamonturas miraba en una dirección distinta, testarudamendecidida a ver la vida desde su propio ángulo. Gerademantenía la cabeza alzada como si hubiera atrapado algo da actitud y el estado de ánimo de la Reina. La propia Rein

Madin era un nudo de controlada impaciencia. El mozo y

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irviente aguardaban. Los hombres del Fayle habíampezado a moverse hacia el porche a fin de ayudar

montar a las damas.Y sintió el roce de un frío tan suave como una pluma

an agudo como una hoja de acero deslizarse directament través del centro de su abdomen.- ¡Geraden! -gritó, casi gimió, porque su desesperació

ue tan repentina-. ¡Viene una traslación!Como si ella y Geraden compartieran una misma ment

una misma voluntad, aferraron a la Reina Madin por lorazos, uno a cada lado, y prácticamente la arrojaron fue

del porche, escalones abajo, por entre los bruscamenlocados caballos.

Terisa tuvo tiempo de oír a uno de los hombres maldecomo si hubiera sido pateado por uno de los caballo

Registró el rápido jadeo de sorpresa de la Reina, su rápidutocontrol. Sintió, antes que ver, las aún atadas monturaetorcer sus grandes cuerpos a su alrededor, chocar entre sropezar, iniciar un pánico.

Luego se volvió a tiempo para ver una lluvia de roca

parecer de la nada en medio del vacío cielo y caesadamente contra el techo de la Casa del Valle.Una lluvia de rocas tan enorme como una avalanch

Seguida de un resonar como de truenos, el desprendimientde toda una ladera de una montaña.

Las tejas y las vigas no podían resistir aquello,

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iquiera podían soñarlo. Casi sin transición, todo el pisuperior de la casa se combó y se hundió, sumergiéndos

hasta el nivel donde se hallaban los dormitorios.- ¡Torrent! -gritó la Reina Madin. Sin pensar, se retorci

ntre los brazos de Terisa y Geraden, intentó correr hacia asa-. ¡Torrent!Terisa ayudó a Geraden a arrastrar a la Reina hac

trás.Un caballo enloquecido les golpeó con sus cuarto

raseros y les hizo perder el equilibrio. Cayeron.La caída de rocas siguió con un sonido como si la

ropias colinas hubieran empezado a retumbar y desmoronarse. El nivel de los dormitorios de la casa resisthasta que demasiadas toneladas de cascotes se acumularoobre él; entonces, una habitación tras otra, fueron cediend

hacia el piso bajo.Rebotando como pelotas, enormes piedras cayeron d

montón a la hondonada. Un caballo chilló horriblementtros relincharon, agitándose en alocados círculos. Estabatados, no tenían forma de escapar. Detrás de Terisa,

mozo fue mortalmente pisoteado. No supo cómo ninguna das piedras la alcanzó a ella. La caída, el derrumbe y loaballos hacían tanto ruido que no pudo oír ninguna de laiedras que chapotearon en el río; no pudo oír ningún grit

ninguna orden, ninguna advertencia.

Lentamente, la avalancha fue disminuyendo. La caíd

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de rocas se convirtió en grava, luego en polvo.Terisa miró alucinada mientras el tronar recedía

normes nubes de polvo se alzaban en el amanecer,El hecho de que no se estaba moviendo casi la mató.

Había hombres a caballo en medio del caos, al menomedia docena de ellos. Agitaban sus animales en medio das monturas atadas.

Uno de ellos derribó a Geraden al suelo de un golpste nunca llegó a verlos venir. Otro derribó a Terisa e

medio de un torbellino de cascos agitados por el pánico.Y, sin embargo, de alguna forma, antes de que s

rotegiera la cabeza y se hiciera un ovillo para protegerse der pisoteada, tuvo tiempo de ver a tres hombres saltar dus monturas y agarrar a la Reina.

Tuvo tiempo de ver que iban armados y vestidos com

os hombres del ejército del Príncipe Kragen.Eran hombres de Alend.Luego, los cascos danzaron a todo su alrededo

olpeando el suelo, martilleando contra su vida, y ella nodía hacer nada excepto aferrarse a sí misma y mantener lo

jos fuertemente cerrados hasta que los caballos la matara retrocedieran.Retrocedieron. Geraden estaba de pie: gritaba a lo

aballos, los palmeaba desesperadamente hasta que setiraron. Inmediatamente, se inclinó y la puso en pie.

- ¡La Reina! -jadeó, como si algo se hubiera roto dentr

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de su pecho-. ¿Qué le ha pasado a la Reina?Al mismo tiempo, otra mujer gritó desde lo má

rofundo de su corazón:- ¿Madre? ¡Madre!

Tambaleante, Terisa se volvió; arrastró a Geraden colla.Torrent estaba de pie en medio de las ruinas del porch

omo si nunca hubiera sido tocada. Sus brazos estabaensos y rígidos a sus costados; una de sus manos aferrab

un cuchillo. No miraba a la hondonada, a los caballos, Terisa y a Geraden; su rostro estaba alzado al cielo.

- ¡Madre!Terisa avanzó en aquella dirección, saliendo de

onfusión de los caballos, intentando alcanzar a la hija de Reina antes de que Torrent se volviera loca. Con Gerade

ras ella, trepó entre las astillas de lo que quedaba dorche.

- ¡No ha resultado muerta! -respondió al gemido dTorrent, gritando para hacerse oír por encima del recuerddel trueno-. ¡Se la llevaron! ¡Ha sido secuestrada!

El Maestro Eremis había soltado otra de sumponderables trampas. Pero ésta lo cambiaba todHombres de Alend! ¿Estaba coaligado con AlendAdemás de con Gart y el Gran Rey? En nombre de loielos, ¿qué estaba pasando?

El grito de Terisa hizo que Torrent bajara la cabez

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rasladó su frenética mirada del cielo al rostro de ella.- ¿Qué?Y Geraden preguntó ferozmente:- ¿Qué? ¿Secuestrada?

- Vinieron soldados. -Terisa era casi incapaz ddistinguir entre su propia voz y el largo y profundo retumbque aún resonaba dentro de su cabeza-. Soldados de AlendSe la llevaron. Por eso ocurrió todo esto. Para que tuvieran

portunidad de llevársela.- ¿Soldados de Alend? -Geraden empezó a gruñ

bscenidades muy poco características de él, que Terisnunca le había oído emplear.

- ¿Por qué? -preguntó suavemente Torrent, como si sstuviera hendiendo en dos.

- ¡Porque es tan importante! -jadeó de inmediat

Geraden-. El Rey Joyse hará cualquier cosa para salvarlRendirá Orison y la Cofradía y a cada uno de nosotros paalvarla.

Lentamente, Terisa alzó su cuchillo, lo miró.- Es culpa mía. -Terisa se sorprendió de que Torrent n

stuviera llorando. La hija de la Reina sonaba como stuviera llorando-. Deseaba coger un cuchillo. Para ayudar a defendernos. Elega lo hubiera hecho. Myste

hubiera hecho. Pero yo lo olvidé. Así que corrí a la cocina.Volvió la hoja a un lado, luego al otro, como si acariciara

dea de apuñalarse a sí misma-. Si yo hubiera estado co

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lla…, si no lo hubiera olvidado…, hubiera podido salvarlHubiera podido intentar salvarla.

 No había duda en la mente de Terisa: Torrent se estabvolviendo loca.

Si hubiera ido a su dormitorio, como creía su madre, evez de a la cocina, hubiera muerto casi ins tantáneamente.- ¡No! -respondió Terisa, tan fuerte como pudo

ntentando poner convicción en su voz en medio dreciente sentimiento de horror-. Ninguno de nosotro

hubiera podido salvarla. Nos cogieron por sorpresa. Loaballos crearon demasiada confusión. Los hombres…

Bruscamente, dio media vuelta para ver lo que les habcurrido al mozo, al sirviente, a los hombres del Fayle.

El amanecer era más brillante ahora: no creaba mucholor, pero permitía verlo todo claramente.

Un casco había aplastado la cabeza del mozo: yacía el suelo como si se estuviera humillando. Uno de lo

hombres del Fayle se aferraba una enorme heridncapacitadora en el hombro izquierdo; el otro había sidcuchillado también y yacía muerto. Caballos muertos

moribundos se extendían por todas partes, algunos aústremeciéndose. Quizá diez de los animales permanecíaún vivos, pero de ellos la mitad al menos mostraban herida

de uno u otro tipo.En medio de aquella carnicería, el sirviente de la Rein

Madin estaba arrodillado al lado de su montura, gimoteand

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or su vida.Tragándose la náusea, Terisa giró de nuev

ruscamente para enfrentarse a Terisa.- Ninguno de nosotros hubiera podido salvarla -repit

oncamente.- Entonces -la voz de Torrent tembló alocadamentero consiguió dominarse como si de repente se hubieonvertido en una mujer distinta-, debemos rescatarla.

Terisa la miró, sorprendida por la extraña sensación dque podía ver al Rey Joyse en los ojos de Torrent.

- ¿Cómo? -Con un visible esfuerzo, Geraden se obligóhablar de forma suave y razonable-. No tenemos ningún tipde armas…, y no somos suficientes. Cuando consigamoyuda de Romish, ellos ya estarán muy lejos. Tendrán todl tiempo que quieran para borrar su rastro.

Torrent sacudió la cabeza.- No Romish. -Inspiró profundamente varias vece

omo si estuviera hiperventilando, con el resultado de quuego fue capaz de dominar el temblor en su voz-. Debéonseguir ayuda de Orison.

Tanto Geraden como Terisa se la quedaron mirando coa boca abierta.- No ocultarán su rastro de mí. Yo los seguiré y dejar

uno nuevo tras ellos. No puedo ayudar en nada más, perso sí puedo hacerlo. Él -señaló al hombre con la enorm

herida en el hombro- irá a buscar apoyo para mí en Romis

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Pero vosotros debéis cabalgar a Orison. Debéis advertir a madre.

Había perdido la cabeza. No había duda acerca de ello.Torrent no dominó por completo su creciente histeria.

- ¿No lo entendéis? ¡Es nuestra única esperanza!Terisa y Geraden la miraron, abrieron la bocontuvieron el aliento…, y de pronto él jadeó:

- ¡Tiene razón! -Aferró el brazo de Terisa, haciéndolirar hacia los caballos-. ¡Vamos! ¡Tenemos que salir dquí!

Terisa se inmovilizó; se sentía incapaz de dar un pasSalir de allí. Por supuesto. ¿Por qué no había pensado ello? Cabalgar como locos atravesando medio Morda

hasta Orison, mientras ella va detrás de esos hombres dAlend y su madre, sola. Has hecho esto mismo una ve

ntes. ¿Acaso no lo recuerdas? Enviaste a Argus detrás dPríncipe Kragen, y lo mataron. Y detener a Nyle no noirvió de nada.

- Terisa -dijo él-. Te lo repito, ella tiene razón. Enuestra única esperanza.

- ¿Qué…? -No podía hacer funcionar su garganta. Unvalancha había estado tan cerca de caer sobre ella. Como derrumbarse de la sala de reuniones de la Cofradía-. ¿De qustás hablando?

Como respuesta, Geraden hizo uno de sus supremos

enerosos esfuerzos de controlarse en bien de ell

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ntensamente, dijo:- Su única esperanza es saber lo que le ha ocurrido a el

ntes de que la gente que la ha secuestrado sepa que él labe. Antes de que puedan decírselo. Antes de qu

mpiecen a intentar usarla contra él. Durante este lapso, odemos concederle un lapso, entre el momento en que él epa y ellos sepan que él lo sabe…, todavía podrá actua

Podrá hacer algo para salvarla. O salvarse a sí mismo.- Sí -jadeó Torrent-. Esto es lo único que yo pued

hacer.Bruscamente, saltó de las ruinas del porche y s

ncaminó hacia los caballos. Mantenía todavía el cuchilirmemente sujeto en su puño.

Como s i fuera su madre, ordenó al hombre herido:- Toma un caballo, cabalga hasta Romish. Será

tendido allí. Explícales lo que ha ocurrido. Diles qunecesito ayuda. Dejaré un rastro para ellos. -Luego su tone ablandó-. Sé que estás gravemente herido. Pero no pued

hacer nada por ayudarte. Debo intentar salvar a la Reina…,l reino de mi padre.

Como s i estuviera acostumbrada a decisiones extremasin mencionar los caballos-, eligió uno de los animales, oltó y saltó a la silla.

Terisa hubiera intentado detenerla, pero la aquiescencde Geraden la detuvo.

- Geraden -murmuró, suplicándole-. Geraden…

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- Terisa -respondió él, tan lleno de certidumbre que elno pudo discutir con él-, tiene razón. Tengo la más intensensación de que tiene razón.

- Adiós, Geraden -interrumpió Torrent-. Adiós, mi dam

Terisa. Salvad al Rey.»Hacedlo, y juntos rescataremos a la Reina Madin.Geraden se volvió para ofrecerle a la hija del Rey un

everencia formal.- Adiós a ti también, mi dama Torrent. Esta histori

lenará al Rey Joyse de orgullo, le llegue como le llegue. -Umomento más tarde añadió-: Y tanto Myste como Elega va

sentirse impresionadas.Eso casi hizo sonreír a Torrent.A solas, cabalgó fuera de la hondonada en dirección

endero tomado por los secuestradores de la Reina Madin.

Terisa aplicó el mejor torniquete que pudo en el hombrdel hombre herido. Rechinando los dientes, Geradebofeteó un poco de sentido común en el temblorosirviente de la Reina, luego le dio instrucciones de que ssegurara de que el hombre del Fayle llegaba a Romish.

Después de esto, seleccionaron los dos mejoreaballos, cargaron un tercero con provisiones, mprendieron la marcha hacia el Demesne y Orison.

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11

Equilibrados para la victoria

El ejército de Alend no se movía. No se había movido desde hacía días.Oh, el Príncipe Kragen mantenía a sus hombre

astante ocupados: estaba decidido a hallarse preparadara cualquier cosa. Pero no malgastó otra catapulta; nrriesgó ningún tipo de incursión, y mucho menos un ataqu

masivo; no hizo nada más que esfuerzos encubiertos dspiar dentro del castillo. De hecho, lo único que al parec

hizo para adelantar el asedio fue impedir completamente qunadie entrara o saliera de Orison: aisló al Rey Joyse dualquier fuente concebible de noticias. Aparte esto, él us fuerzas pudieran estar muy bien de maniobras.

En otros sentidos estaba atareado, por supuesto. Pojemplo, tenía un abundante número de hombres fuera tod

l tiempo, buscando furtivamente algún signo del campeóde la Cofradía. Sabiendo lo que el campeón le había hechoOrison, el Príncipe Kragen sentía una positiva aversión haca perspectiva de ser atacado por detrás por aquel luchadolitario, Además, pasaba bastante tiempo, tanto a sola

omo con su padre, intentando comprender a las hijas d

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Rey Joyse.Pero las advertencias del Rey Joyse le atormentaban…

y las del Maestro Quillón. No tomó ninguna acción direcara apresurar la caída de Orison.

Eso cambió durante la noche que Terisa y Geradeasaron con la Reina Madin. Naturalmente, el Príncipe Kragen no tenía ningun

orma de saber dónde estaban Terisa y Geraden. Ni siquierodía saber que habían abandonado Orison…, o que

necesidad de Mordant estaba llegando a una crisis a slrededor.

Por otra parte, estaba alerta a cualquier signo externo do que estaba ocurriendo en el castillo.

Cuando los hombres que tenían el deber de vigilar lamurallas más atentamente después del anochecer

nformaron de que habían oído gritos y agitación, y vistuces al otro lado del muro cortina, no dudó: envió med

docena de exploradores elegidos para que se arrastraran lmás cerca que pudieran del muro, treparan a él si ernecesario, y descubrieran qué estaba ocurriendo.

Las noticias que trajeron de vuelta tensaron xcitación o el temor en torno a su corazón.Se estaban produciendo disturbios al otro lado del mur

ortina.Al parecer, la superpoblada y excesivamente nervios

oblación de Orison estaba iniciando una rebelión activ

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ontra el Castellano Lebbick.Al cabo de un tiempo el ruido menguó, como si lo

disturbios estuvieran trasladándose hacia la parte principdel castillo. Pero s iguió viéndose luz en los bordes del mur

lameando intermitentemente, como un fuego fuera dontrol. Y, cuando llegó el amanecer, el Príncipe vio sucianubéculas de humo enroscarse hacia arriba desde la heridn el costado de Orison, proporcionando al castillo unpariencia de muerte que no había tenido desde el día en qul campeón le causó aquella primera herida.

De nuevo, el Príncipe Kragen no vaciló: había pasado noche preparando su respuesta. A su señal, cincuenthombres cargando un ariete y protegidos por un armazóorrieron a probar las puertas. Las paredes y el techo drmazón, tras recibir la lluvia de flechas de los defensore

hizo que el ariete pareciera tan erizado como un puercspín; pero el uso del armazón podía ser una táctica efectiviempre que la puerta cediera antes de que los defensoreuvieran tiempo de preparar un contraataque…, o siemp

que se vieran distraídos por problemas en algún otro lugar.

Como distracción, el Príncipe Kragen envió varioientos de soldados con escalerillas de cuerda y garfios salto del muro cortina.

Desgraciadamente, los guardias de Orison demostrarostar a la altura de las circunstancias. Un barril de aceite pa

ámparas y una gavilla encendida convirtieron el armazó

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rotector del ariete en un infierno. Y el Castellano -o quieuera que había tomado el mando después del disturbi

había esperado obviamente el ataque contra el muro cortinsí que las defensas allí habían sido reforzadas.

Cuando el Príncipe Kragen supo que sus hombrestaban recibiendo más bajas de las se podía aceptar sonseguir nada, se mordisqueó el bigote, maldijo, agitó suuños al cielo…, todo ello interiormente, en la intimidad dus pensamientos, para que nadie fuera testigo de srus tración. Luego ordenó la retirada.

Más bien tentativamente, como si deseara comprobar stado de ánimo del Príncipe, uno de sus capitanes coment

- Bueno, en algún momento se les acabará el aceite.El Príncipe Kragen maldijo de nuevo…, esta vez en vo

lta. Luego dio instrucciones al capitán de que efectua

ncursiones por los pueblos y bosques de los alrededores eusca de madera: deseaba más arietes, más armazonerotectores. Y, mientras se realizaban esas incursiones, sreparó a usar todos los arietes y armazones de que y

disponía.

Si los defensores hubieran dejado que cualquiera de lorietes que envió ahora contra ellos alcanzara las puertaronto hubieran sabido que ninguno de ellos llevab

hombres suficientes como para ponerlas ni siquiera eeligro. Esta vez, sin embargo -¡por una sola vez!-, su táctic

uncionó. Los defensores hicieron arder concienzudamen

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odos los arietes y sus armazones hasta convertirlos earbón.

El Príncipe sonrió hoscamente bajo su bigote. Aarecer, el Castellano Lebbick -o quienquiera que lo hubier

eemplazado después de los disturbios- era aún luficientemente humano como para ser engañado de tantn tanto.

Los disturbios que se produjeron aquella noche eOrison fueron graves.

Había un cierto número de excusas. Realmente, astillo estaba superpoblado, terriblemente superpoblado…

un detalle que empezaba a ser cada vez más oneroso parodo el mundo a medida que se prolongaba el asedio. Y, poupuesto, el asedio se había iniciado a finales de un durnvierno, antes de que la primavera pudiera haberle sido d

ningún bien a nadie; así que las provisiones eraelativamente escasas, y todo, desde la comida y el agu

hasta las mantas y el espacio, estaba estrictamente -unúmero creciente de personas decían duramente- racionadPor el Castellano Lebbick, naturalmente. Pese al heroic

ellenado del depósito por parte del Maestro Eremis.Y el excedente de población de Orison no tenía nadque hacer. Nadie en realidad tenía nada que hacer. Mientral ejército de Alend se limitara a sentarse con todas laabezas clavadas en el culo del Príncipe -como apuntó u

viejo y cansado guardia-, nadie tenía ninguna salida pa

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liviar su creciente miedo.¿Por qué el Príncipe Kragen no hacía algo?¿Dónde estaba el Gran Rey Festten?E, incidentalmente, ¿dónde estaba el Perdón?

¿Cuánto tiempo más iba a durar aquello?Los temperamentos empezaban a deteriorarse; hostilidad era alimentada por la frustración y la inutilidaos agravios se multiplicaban en todas direcciones. Laloacas de Orison no dejaban de cegarse porque los campo

de drenaje no eran adecuados para la población actual. Y loíderes de Orison, los hombres al mando -el Rey Joyse,

Castellano Lebbick, el Maestro Barsonage- no hacían nadara aliviar la presión. Todos ellos proseguían sus vidas el más absoluto aislamiento, como si la creciente miserellada dentro de aquellos muros fuera algo inmaterial pa

llos. Incluso los habitantes del castillo que estaban eituación más cómoda -los hombres de posición, las mujere

de privilegio- estaban de un terrible humor; y el descontenba extendiéndose.

Pero ni siquiera ese descontento podía funcionar en

vacío: neces itaba un foco, un blanco. Necesitaba al Castellano.Hubiera sido un candidato probable en cualquier cas

Después de todo, la responsabilidad de decidir y distribuas aflicciones de Orison descansaba sobre sus hombro

Los comerciantes y granjeros habían tenido tiempo d

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margarse sobre la confiscación de sus artículos. Las madreon niños enfermos tenían causa de queja sobre acionamiento de las medicinas. La gente con una necesida

normal de actividad -e intimidad- no tenía a nadie más

quien culpar de la falta de esas necesidades.Los guardias, sin embargo, eran leales a su comandantLa mayoría de ellos habían tenido años para familiarizaron sus lealtades…, hacia ellos tanto como hacia el Reoyse. Y estaban acostumbrados a recibir sus órdenes. D

una u otra forma, trabajaban para controlar la crecienresión contra el Castellano.

Como resultado de ello, no hubo ningún disturbioningún brote serio de resentimiento- hasta que alguierrojó una chispa sobre la leña del sombrío humor de Orison

Ese alguien fue Saddith.

Ahora ya estaba en pie, capaz de ir de un lado para otrPese a la pérdida de unos cuantos dientes, y al más biespectacular daño sufrido en el resto de su rostro, era capa

de hablar. Y eso fue lo que estuvo haciendo desde que sintió lo bastante fuerte como para levantarse de la cama:

de un lado para otro, hablando.Había empezado con todos los hombres de Orison qua habían visitado alguna vez entre sus piernas…, o

habían dejado saber que les gustaría visitarla. Les habontado a esos hombres lo que el Castellano le había hech

y por qué: ella se había metido en su cama por simple lástim

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de su soledad, por simple compasión ante las presiones a laque estaba sometido; y él la había golpeado espantosamen

qu í , y aquí, y aquí . Pero, a medida que sus fuerzaegresaban, fue ampliando su campo. Mostraba sus herida

n público en cualquier parte: su mano izquierda rota e inúta derecha casi; su rostro tan magullado que nuncecobraría su forma anterior, un pómulo aplastado, un ojncapaz de cerrarse correctamente, cicatrices en toda

direcciones. Llevaba sus blusas desabrochadas hasmucho más abajo que antes, permitiendo al mundo ver lque Lebbick le había hecho allí.

Y, a cualquier parte donde iba, su mensaje era siempre mismo.

Vosotros, desagradecidos, que fuisteis rápidos eornicarme cuando tenía toda mi belleza. Si fuerais realmen

hombres, ahora las pelotas del Castellano Lebbick colgaríal extremo de un palo.

Su violencia no había tenido ni razón ni justificacióhabía sido tan insensata como brutal. Tan insensata comodas las demás pequeñas brutalidades que había cometid

or todo el castillo.¿Cuánto tiempo transcurriría antes de que alguna otmujer indefensa recibiera el mismo tratamiento? ¿Cuániempo pasaría antes de que la brutalidad se convirtiera en rincipio que gobernara Orison?

¿Cuánto tiempo vosotros, estúpidos jodeoveja

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ermitiréis que esto continúe?Por supuesto, cuando hablaba a las mujeres -cosa qu

hacía a menudo, más cada día-, sus palabras eran diferenteSu mensaje, sin embargo, seguía siendo el mismo.

Sus desfiguraciones, tanto como su intensidad, hacíamposible que los ojos se apartaran de ella. Atraía lamiradas y la piedad; la náusea y la indignación. Emposible mirarla y no sentir miedo.

Debido a la forma como hablaba, y a la forma que lohombres que se habían recreado alguna vez con elhablaban, y a la forma en que las mujeres que se sentíaterrorizadas por el mismo destino hablaban, su miedo toma forma de una llamada a la justicia, una apenas ocul

demanda de retribución. Con Alend justo al otro lado de lamurallas, la violación y el asesinato estaban en las mentes d

odo el mundo.Por aquel entonces, poca gente tenía ninguna noció

de cómo podía traducirse aquella demanda en acción. Udía, la gente se gruñían los unos a los otros, murmurandvagas amenazas que no tenían auténticas intenciones d

levar a la práctica: al día siguiente, parecían filtrarse podas partes rumores acerca de que había que alzar la voxigir justicia; tomar acción. Se celebraría una reunióquella tarde en la sala de baile no utilizada, el gran saló

donde el Rey Joyse y la Reina Madin se habían casado,

donde se había celebrado la paz de Mordant.

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Oh, ¿sí? ¿Qué idea era aquélla? Nadie lo sabía.Estamos sitiados. ¿Es realmente una buena idea desafi

l Castellano en unos momentos como éstos?

Quizá no. Pero la cosa ha ido demasiado lejos pardetenerla. Mejor apoyarla, asegurarnos de que tiene éxitque correr el riesgo de que él sea capaz de aplastarla…, iesgo de que sea dejado libre para hacer alguna cosa peor róxima vez.

Sí. De acuerdo.Así que aquella tarde la multitud empezó a reunirse en

lto, enorme y polvoriento salón. Al principio fue claramenuna multitud antes que una turba, pese al hecho de que snúmero se incrementó rápidamente a varios cientos: el miedque amenazaba con convertirse en violencia fue equilibrad

or la incertidumbre; por los hábitos mentales aprendidodurante los muchos años del gobierno pacífico del Reoyse; por la perfectamente razonable idea de que eeligroso debilitar Orison durante un asedio; por

manifiesta presencia de los guardias del Castellano Lebbic

todo alrededor de la sala. Sin embargo, a medida que scuridad aumentaba a través de las ventanas, la única lurocedió de las antorchas que alguien había traídrevisoramente, y la errática iluminación de las llamas tuv

un efecto inquietante sobre los rostros y la racionalidad. L

ente empezó a parecer extravagante los unos a los otro

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oca y extraña; el aire estaba lleno de sombras grotescas; tmósfera parecía parpadear. Y, a través de las sombras y da luz amarillo-anaranjada, apareció Saddith, girando irando en torno a la sala de baile, mostrando sus herida

hablando de ultraje. El hirviente murmullo de varios cientode voces tomó forma en puños y estallidos cuando más más gente halló ocasión de pronunciar un nombre: Lebbick

 Lebbick .Y el capitán de los guardias al que se le habí

ncargado mantener el orden cometió un error.Era un viejo y duro luchador, con una insondab

determinación y no mucha inteligencia; y, durante una de laatallas del Rey Joyse, el Castellano había salvado a toda samilia de ser despedazada cuando fue atrapada en el camin

de una incursión de Alend. Oyó a todos aquello

imoteantes culos de mierda -prácticamente estabaloriqueando de autocompa-sión- empezar a murmuraebbick, Lebbick, como si tuvieran razón, y decidió que

multitud tenía que ser dispersada.Aunque las posibilidades estaban contra él, hubie

odido tener éxito si hubiera sido capaz de empujar a ente fuera de la sala de baile y de vuelta a los salones asillos públicos. Desgraciadamente, fracasó en consegusto. Alguien con más presencia de ánimo -o quizolamente con un sentido del humor más perverso- que

esto de la turba fue a la entrada que conducía al laborium

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idió que todos le siguieran.El miedo al Castellano y el miedo a los Imageros form

una poderosa combinación. Varios centenares de personae lanzaron en aquella dirección como si hubieran perdido

apacidad de pensar.De alguna forma, forzaron a los guardias a retrocedeDe alguna forma, penetraron en eí /aborium, donde l a gramayoría de ellos nunca habían puesto el pie en sus vidas. Dlguna forma, se hallaron apretujados en el arruinadspacio donde la Cofradía había celebrado sus reunione

hasta que el campeón había abierto una brecha al mundo.Los hombres cerraron las puertas contra los guardia

orrieron los cerrojos. Las antorchas rodearon los muñonede los pilares que antes habían sostenido el techo. Debidoque el muro cortina no sellaba completamente el agujer

hecho en el costado de Orison, la sala se hallabeóricamente expuesta a los guardias que defendían

muralla. La muralla, sin embargo, había sido construida paroteger contra un asedio antes que contra un tumulto: suosiciones defensivas miraban hacia fuera en vez de hac

bajo, al interior de la sala de abajo. Sólo los arquerohubieran podido tomar alguna acción. E incluso los mácérrimos defensores de Lebbick tenían mejor juicio qumpezar a matar habitantes de Orison.

 Lebbick . Hombres y mujeres gritaban de un lado par

tro, lanzaban amenazas. Lebbick . Su actitud se hacía má

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violenta por momentos. Empezaban a exigir sangre.

 Lebbick . ¡Lebbick.1

Apoyado contra la pared, cerca de una de las puertaermanecía de pie un hombre alto que no gritaba, que n

hacía ninguna exigencia. Envuelto en su capa colzabache, era casi invisible entre las sombras. Pero apucha de su capa no podía ocultar la forma en que sujos captaban los reflejos de las antorchas, y la forma en quus dientes brillaban cuando sonreía.

- Muy bien hasta ahora -dijo en tono conversacionaorque absolutamente nadie podía oírle-. Ha llegado momento. Haz lo que te dije.

A su alrededor, la confusión empezó a cambiar. Algotrajo la atención de la turba, la enfocó.

Entre las antorchas, Saddith se subió a la tarima de loMaestros.

Era jus to lo suficientemente alta como para ser vista pncima de las cabezas de la gente agrupada a su alrededor.

- ¡Escuchadme! -No quedaba nada de su belleza: eoda desfiguración y rabia. Su voz resonó contra las piedra

esonó contra la turba-. ¡Miradme!Alzó las manos a la luz.- ¡Miradme!La turba gruñó.Apartó el pelo de su rostro.

- ¡Miradme!

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La turba s iseó.Desgarró su blusa, dejó al descubierto sus lisiado

echos.- ¡Miradme!

La turba gritó.- ¡Lebbick hizo esto! ¡Él me hizo todo esto a mí!La turba rugió.- Sí, mi pequeña y querida puta -comentó el hombre d

a capa azabache-. Y tú te lo mereciste. Quizás eso tnseñará la locura de traicionar mis secretos.

- Ahora él os ha amenazado a vosotros -siguió Saddithan feroz como su desnudez-, ¡sin ninguna otra razóxcepto que pensáis que no hubiera debido hacerme esto!

¡Lebbick! ¡Lebbick!- ¡Fui a él porque sentí piedad! -gritó-. ¡Fui a ofrecerle m

mor cuando era hermosa y todos los hombres mdeseaban! ¡Éste es el resultado!

- No -dijo el hombre de la capa azabache, sin que nade oyera-. Fuiste a él porque eras ambiciosa. Y fuiste cuandyo te dije que fueras. Yo comprendí su necesidad much

mejor que tú.La voz de Saddith pareció convertir la luz de lantorchas al color de la sangre.

- ¡Debe pagar por esto!¡Lebbick! ¡Debe pagar! ¡Lebbick!

- Piensa en este gambito, Joyse. -El hombre de la cap

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zabache ya no sonreía-. Sálvalo si puedes. Deténme uedes. Pensaste en jugar este juego contra mí, pero te hanado.

Entonces frunció sorprendido una ceja y miró p

ncima de las cabezas de la multitud, mientras una figunvuelta en una capa azul saltaba inesperadamete a la tariml lado de Saddith.

Iluminada por las antorchas, y con el aspecto de unmagen surgida de un sueño, la figura se volviruscamente; la capa pareció girar en el aire y flotalejándose, arrojada mientras el hombre al que cubría sevelaba.

El Castellano Lebbick Llevaba la banda púrpura de su autoridad sobre su co

de malla, la banda de su posición anudada en torno a s

orto pelo gris. Llevaba una espada larga en una vaina en sadera, pero no la tocó; no parecía necesitarla. Su familieño fruncido respondió tenebrosamente a las antorcha

Alzó la cabeza, echó hacia delante su mandíbula, lomovimientos de sus brazos y hombros estaban tensos co

asión y mando. No era alto, pero hacía creer que era el málto de todos los reunidos allí. Nunca había parecido más un hombre que pega a la

mujeres.- De acuerdo -resonó su voz; prometía violencia, com

un martillo arrancando esquirlas de piedra-. Esto ha durad

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ya demasiado. Salid de aquí. Volved a vuestras habitacioneA los Maestros no les gusta que se invada su preciosaborium. Si deciden defenderlo ellos mismos, puederasladaros a todos vosotros, sabandijas, a la no existencia

Una interesante amenaza, pensó el hombre de la capzabache…, completamente hueca, pero interesante. Smbargo, todo el mundo tenía los ojos fijos en el Castellan

Había hecho callar a la turba. La sorpresa y el antiguespeto y una alarma innata habían hecho más que cincuenuardias.

Saddith ignoró aquellas amenazas. Ignoró su aparicióu probada capacidad para hacer daño. Después de lo que

había costado, ya no le quedaba nada que perder, ningunazón más para tener miedo. Y le odiaba…, oh, cómo ldiaba. Su rostro era un amasijo de costras e hinchazone

etorcido por el odio cuando escupió su nombre:- Lebbick .Pese a su autoridad y su furia, el hombre se volvió pa

mirarla como si ella tuviera el poder de arrastrarle.- ¿Qué quieres aquí? -preguntó con voz espesa-. ¿Ha

venido a regocijarte? ¿Has venido a comprobar lo bien quhiciste tu trabajo? ¿Estás orgulloso de él?- No. -Su voz era tranquila, pero pudo oírse a través d

oda la sala-. Me equivoqué.- ¿Te equivocaste? -exclamó ella.

- No fue culpa tuya. Probablemente ni siquiera fue ide

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uya. No hubiera debido emprenderla contigo.En un momento más calmado, la multitud quizá

hubiera mostrado absolutamente asombrada de oír Castellano Lebbick decir algo que sonaba tan parecido a un

disculpa, casi a una humillación. Pero la gente allí nensaba como individuos: sentía como una turba, a un nivdestructivo y extremo. Lebbick , murmuró alguien; y otr

ebbick… Se inició una especie de canto, muy en lrofundo de las gargantas, a través de los dientes, un gruñítmico: Lebbick , Lebbick.

- ¿Te equivocaste? -repitió Saddith. Respirabesadamente, intentando acumular el aire suficiente para su

vituperaciones-. ¿Admites que te equivocaste? -Sudañados pechos brillaban con el sudor-. ¿Crees que eso murará? ¿Piensas que un pequeño fragmento de mi dolor s

verá reducido, que una pequeña cicatriz será eliminada? -Surazos se agitaban al ritmo de su respiración, marcando ompás de la turba, Lebbick, Lebbick -. ¡Te lo digo, pagaráon sangre]

«¡Sangre! -aulló, siguiendo el ritmo de la sala-. ¡Sangre

Y la turba respondió:- ¡Lebbick! ¡Lebbick!El hombre de la capa azabache sonrió con n

disimulado regocijo.Sin embargo, el Castellano Lebbick no parec

reocupado. Quizá ni siquiera se sentía temeroso.

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- ¡Oh, callaos! -restalló por encima del violento gritomo si la gente que le rodeaba no fuera nada más que niño

malos y él no tuviera tiempo para sus travesuras-. ¿Pensáque todo esto me sorprende? Sabía que iba a ocurrir. Llev

reparado para ello desde hace días.Su voz tenía las suficientes características de un látigomo para restallar por entre el batir de su nombre, el ultraj

Hombres y mujeres dudaron, empezaron a escuchar.- Os he conducido hasta aquí para poder hacer lo qu

deseaba hacer con vosotros. No sabíais que yo estaba aquo sabéis cuántos de mis hombres están aquí con vosotro

Bien, os lo diré. Noventa y cuatro. Todos disfrazadoTodos fingiendo ser uno de vosotros. La persona de piunto a vosotros, gritando Lebbick , Lebbick como un perron sarna, es probablemente uno de mis hombres. Si algun

de vosotros alza una mano contra mí, será degollado amismo donde se encuentre. ¡Y el resto de vosotros lecordaréis*.

Era un notable farol. El hombre de la capa azabachstaba virtualmente seguro de que era un farol, de que

Castellano no estaba realmente protegido, que era tavulnerable como siempre; pero eso no cambiaba nadFuncionaba. Como el agua sobre unos carbonencendidos, transformaba la furia de la turba de nuevo e

miedo.

Todos los gritos cesaron. Hombres y mujeres s

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miraron unos a otros, intentaron apartarse unos de otroCuando el Castellano ladró:

- Ahora salid de aquí. Abrid las puertas y salid de aquYa habéis cometido demasiadas estupideces para una sol

noche -la gente que estaba al lado de las puertas descorros cerrojos, y la multitud empezó a moverse.Aquello era demasiado para Saddith…, como sabía qu

o sería el hombre de la capa color azabache. Por supueste había sorprendido como todos ante la aparición d

Castellano Lebbick en la sala; y se había sentido más vejadque la mayoría, aunque no lo mostró. Desde un principio, smbargo, había estado preparado para la posibilidad de qulla pudiera fallar…, de que la multitud se negara a reunirs

de que no se convirtiera en una turba, de que la turba nintiera sed de sangre. Entonces ella acabaría de romperse.

l odio dentro de ella se negaría a seguir siendo contenido.Por eso le había dado el cuchillo.Lo tenía en la mano ahora, y gimió en una aguda

stridente voz mientras se lanzaba contra Lebbick.Quizás él no estaba tan preparado como pretendía esta

O quizás algo lo había distraído. O quizás aquello era lo quhabía tenido en mente todo el tiempo. Fuera cual fuese azón, fue lento en volverse, lento con sus mano

demasiado lento para impedir que Saddith lanzara su hojontra su garganta.

Sin embargo, apenas hizo más que rozarla.

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Mientras se lanzaba contra él, Ribuld saltó al estrado euna carga frontal que la ensartó de parte a parte con sspada, al tiempo que los arrojaba a los dos contra

multitud al fondo de la sala mientras caían al suelo.

Sólo por un segundo, los rasgos del Castellanarecieron desmoronarse, como si se sintiera decepcionadCasi inmediatamente, sin embargo, extrajo su propia espady se situó junto a Ribuld para evitar que nadie intentatacar al guardia que le había salvado la vida.

El hombre con la capa azabache se sintió ligeramendivertido al oír al Castellano Lebbick gruñir a Ribuld:

- La próxima vez, procura no apresurarte tanto.El tiempo empezaba a precipitarse junto con la multitu

Si el hombre de la capa azabache se entretenía, podía vermpujado cuando la partida de la turba se convirtiera e

huida, gente apresurándose y luego corriendo para alejarsdel Castellano y de los problemas. Con un encogimiento dhombros, salió de la sala.

A la mañana siguiente, sin embargo, se sintiecompensado al oír que algunos de los partidarios d

Saddith habían sido lo suficientemente sinceros en su ultraomo para quemar todo lo inflamable que pudieron encontrntes de que llegaran los guardias suficientes para echarlo

del laborium. La muchacha se merecía al menos eseconocimiento. Se había vuelto demasiado horrible pa

eguir viviendo, por supuesto; pero, mientras había durad

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había valido la pena correr el riesgo de conocerla. Aunquno se sentía exactamente apenado por su pérdida, admirabl juicio estético del hombre u hombres que habían intentadonmemorar su muerte causando un poco de daño trivial

aborium.Por otra parte, se sintió sorprendido y más biedivertido cuando transcurrió la mayor parte del día antes dque alguien descubriera que, durante el disturbio, alguiehabía forzado su entrada a la madriguera de estancias donde guardaban los espejos de la Cofradía y había destrozad

varios de ellos.La traición estaba en todas partes, parecía. Qu

vergüenza.Mastica eso, Joyse, viejo chivo. Espero que

tragantes con ello.

A la mañana siguiente, con Orison lleno de noticias das que se suponía que se había enterado honestamente,

Maestro Eremis fue a visitar al mediador de la Cofradía.Tenía un cierto número de asuntos que deseaba trat

on el Maestro Barsonage. Había estado retrasándolo

durante días, en parte porque no había deseado llamar tención sobre sí mismo, en parte porque había estadcupado con otras cosas. Pero había llegado el momento dfectuar un poco de sondeo. Quizá consiguiera averigulgo útil…, y mostrar un asomo o dos de incertidumbre en

roceso.

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Retorciendo los extremos de su casulla, cruzó la torque albergaba los aposentos privados del Rey Joyse. Dhecho, había convertido en una costumbre pasar por allí menudo, fuera cual fuese su destino. Si alguien le hubier

reguntado por qué ocasionalmente caminaba una distanconsiderable e innecesaria a fin de cruzar la sala de esperente a las escaleras que subían a los aposentos del Rey

hubiera respondido que siempre esperaba oír algo…ualquier chismorreo o rumor que pudiera revelar dónde s

hallaba él en relación a su soberano.Después de todo, el Rey Joyse no le había dich

bsolutamente nada, ni en persona ni por mensajerdespués de su solución al problema del abastecimiento dgua de Orison. Puesto que lo que había hecho era a todauces el tipo de cosa que el Rey Joyse había pedido siemp

sus Imageros, él, el Maestro Eremis, podía ser perdonador interferir de forma ruidosa con el silencio del ReAcaso éste no confiaba en Eremis? ¿Estaban sus enemigo

hablando contra él? ¿Había ofendido el aparente deseo dRey Joyse de traer el colapso al reino? ¿O era cierto que

nsistencia del Rey acerca de un uso ético de la Imagernunca había sido sincera?Seguro que el interés del Maestro Eremis en cualqui

noticia que de algún modo pudiera emanar del Rey eomprensible. Bajo las circunstancias, ¿cómo podía confi

n que su vida no estaba en peligro, pese a que hab

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alvado a Orison de un terrible sufrimiento y una inevitabderrota?

Esta explicación -aunque el Maestro Eremis la hubieroporcionado con una perfecta seguridad- no era más qu

un retorcimiento de la verdad.La verdad era que había pasado por allí por accidenhacía varios días, y había visto por casualidad al Toguardando en la sala de espera.

El viejo señor estaba solo, por supuesto. La sala dspera estaba casi siempre vacía, ahora que el Rey Joys

había dejado clara su escasa inclinación a respondnteligentemente -si respondía- a las peticiones de suubditos. Era posible que el Tor llevara allí horas solo…, eguiría solo muchas horas más.

Estaba dormido en el suelo, con el rostro apretad

ontra la esquina entre el suelo y la pared; su grasa formabuna temblorosa montaña, y roncaba como una siermecánica; estaba tan borracho que el Maestro Eremhubiera sido incapaz de despertarlo con una trompeta. Ehedor que exhalaba de él era tan fuerte que simplemen

espirarlo hacía que el Maestro Eremis se sintiera achispadoMientras la gruesa carne del viejo señor se agitaba ompás de su áspero roncar, el Maestro Eremis hizo unausa para pensar. Consideró aprovechar aquelportunidad para deslizar un discreto cuchillo entre la

ostillas del Tor. Eso hubiera sido una ventaja…, no e

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quel momento, por supuesto, pero sí más tarde. Vagel lhubiera hecho sin vacilar; Gil-bur, con deleite. Por otra partno hubiera sido en absoluto divertido. Eremis deseabhumillar al Tor antes de matarle.

Además, sólo había un señor al que el Maestro Erememiera menos, y ése era el Armigite, que ya había vendidu Care al Príncipe Kragen para comprarse una seguridaemporal para sí mismo y sus mujeres y sus nuevo

muchachos. Reflexionando sobre esto, Eremis abandonó osibilidad del asesinato.

Pero no lo olvidó.Si el Tor podía hallarse ocasionalmente en la sala d

spera a solas y borracho y dormido, entonces era posibque pudiera ser hallado también allí a solas y borracho despierto. Lo bastante despierto como para hablar…,

demasiado borracho como para ser cauteloso.El Maestro Eremis creía que las oportunidades era

omo las mujeres: se presentaban a los hombres que sabíaómo cortejarlas.

Como regla, se sentía más inclinado a los destellos d

nspiración que al trabajo duro. Era por eso por lo qunecesitaba -y también Vagel- al Maestro Gilbur. Sin embargmpezó a cortejar asiduamente su oportunidad. Se asegur

de pasar junto a la sala de espera más a menudo quualquier otro hombre en Orison.

Hoy, en su camino para hablar con el Maestr

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Barsonage, su diligencia halló su justa recompensa. El Tostaba sentado en uno de los vacíos bancos, tan borrach

que apenas podía hallar su cabeza con ambas manos. Sujos estaban enrojecidos y miserables, y exhalaba un ol

cre a sudor y vómitos ácidos. Lo que quedaba de su pelolgaba en mechones sobre su rostro.Claramente, la larga y extraña espera mientras el Príncip

Kragen aguardaba fuera de Orison y no hacía nada habmpezado a dar sus frutos. Disturbios contra el Castellan

Lebbick, qué vergüenza. Espejos rotos en el laborium. Y emás viejo amigo del Rey reducido a esto, bebiendo hasmatarse a plena vista de cualquiera que quisiese darsuenta de ello.

Era extraño y sorprendente que el hombre que smolestaba en observar esto no fuera en absoluto el Rey, n

uera a quien iba dirigido todo aquel despliegue. En vez dllo, era el Maestro Eremis.

- Mi señor Tor -dijo amablemente el Maestro-, esto eortuito.

Lentamente, como si estuviera poniendo de nuevo e

ervicio músculos largo tiempo olvidados, el Tor alzó abeza; miró a Eremis a través de una bruma de alcohol. Sarecer darse cuenta de ello, eructó.

Luego dijo, con una voz sorprendentemente clara:- ¿Tienes algo de vino?

El Maestro Eremis sonrió por entre sus dientes.

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- Deseaba hablar contigo, mi señor. Grandecontecimientos transpiran en Orison.

El viejo señor consideró flaccidamente esa afirmacióTras un momento, dejó caer la cabeza: osciló pesada sobr

u cuello. Sin embargo, cuando habló de nuevo, cadalabra era tan clara como un trozo de cristal: roto y exacomo un augurio.

- Demasiado lejos para ir. Demasiadas escaleras.Eructó de nuevo, sin objetivo preciso.- Hemos tenido disturbios contra el buen Castellano

xplicó el Maestro Eremis-. Y puede que hayan sidremeditados. Mientras los guardias estaban distraídos col tumulto, varios de los espejos de la Cofradía han sid

destruidos.La cabeza del Tor siguió balanceándose hacia delante

hacia atrás, hacia delante y hacia atrás, como si estuviecunándose para dormir.

- Y ahora, como un hombre que sabe lo que ocurrdentro de nuestros muros, el Príncipe Kragen nos ataca in…, aunque debo confesar que estoy menos impresionad

or la audacia de su asalto que por su circunspección.Y ojalá prosigan los ataques, deseó el Maestrdesafiando al destino a contradecirle. Son una admirabdistracción.

Simplemente porque estaba tan decidido a persegu

us metas aunque todo fuera contra él, se sentía confiado d

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que el destino respaldaría de hecho sus deseos.El Tor respondió a las observaciones del Maestr

Eremis con un bufido; podía ser incluso el inicio de uonquido. Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo, s

mbargo, y parpadeó con sus enrojecidos ojos.- Vino -pronunció, como si esperara que ante pareciera mágicamente una garrafa.

El Maestro Eremis tuvo dificultades en reprimir unarcajada. Cierto, algunos de los partidarios del Rey Joystaban demostrando tener más recursos de lo que Erem

hubiera pre-dicho. Otros, en cambio, sólo se salvaban dparecer patéticos siendo ridículos.

- ¿Qué es lo que haces con todo eso, mi señor Tor?reguntó con amable buen humor-. ¿Dónde están las fuerza

de Cadwal? ¿Dónde está el Perdón? ¿Cómo se ha atrevido

Príncipe Kragen a dejarnos resistirle tanto?Sin alzar la vista, el Tor contestó con aire ausente:- ¿Te dije que mi hijo fue muerto?- Parece claro, ¿no crees? -en aquel momento, Erem

staba encantado de no haber acuchillado al viejo señor

que el Príncipe y su ilustre padre saben algo que nosotrono. -Aquella conversación era demasiado divertida paerdérsela-. No hubieran malgastado ni un día e

vacilaciones, a menos que tuvieran alguna razón para creque el Gran Rey Festten no llegará contra ellos. ¿Qu

onclusiones extraes, mi señor?

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El Tor parecía sufrir la ilusión de que estabarticipando realmente en la conversación.

- ¿Te dije -replicó- que le dio a Lebbick permiso parorturarla?

Aquello era una interesante revelación; pero el MaestrEremis podía adivinar demasiado fácilmente el resto comara proseguirla. En vez de ello, inquirió:

- ¿Qué conclusiones puedes extraer? Sólo hay dos. Lrimera es que Festten y Margonal se hallan aliados…,

que Festten confía lo suficiente en Margonal como paroncederle tiempo para que capture por sí mismo la Cofradí

Y, si tú eres capaz de creer eso, me temo que no tenemonada más que decirnos .

- Torturarla -repitió el Tor-, pese a su obvia decencia…y a su probado deseo de ayudarle.

- La segunda -continuó el Maestro Eremis, sonriends que el Príncipe nos ha cortado el acceso a unnformación que él sí posee…, y según cuyo conocimient

no nos hallamos en absoluto amenazados por Cadwal. EGran Rey Festten tiene otras intenciones. Ha reunido s

jército, no contra nosotros y Alend, sino para emprendetra guerra completamente distinta. Y, si tú eres capaz dreer eso, me temo que no tienes nada más que decir a nadi

- Se lo supliqué a ella. -Gruesas lágrimas rodaron por lagraviadas mejillas del viejo señor-. Hubiera debid

uplicárselo a él, por supuesto, pero él se halla ya más al

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de oírme. Así que se lo supliqué a ella. Traiciona a GeradenPara que así él no sea responsable de lo que haga LebbicPara que así no la tenga a ella sobre su conciencia. -Parecno darse cuenta de que estaba llorando. Su habilidad d

hablar con tanta exactitud cuando apenas estaba uficientemente sobrio como para evitar que sus ojos ruzaran era deliciosa, incluso entretenida, como un truc

hecho por un charlatán-. Pero ella sólo tiene su leal corazóuesto en Mordant. No traicionará a Geraden, ni siquieara salvarse de Lebbick.

El Maestro Eremis estaba tan complacido que apenaodía contener su satisfacción. Puesto que su exuberanc

necesitaba absolutamente tener alguna salida, hizo girar loxtremos de su casulla corno molinetes .

- Mi señor Tor -preguntó intrascendentement

legando al fin a lo que le interesaba-, ¿qué ha estadhaciendo todo este tiempo, mientras su pueblo se alborota,os espejos son destrozados, y las mujeres son mutiladas sesinadas? ¿Qué ha estado haciendo el buen Rey Joyse?

Como si la palabra brotara de su boca por sorpresa,

Tor respondió:- Practicando.- ¿Practicando? -Una breve risita estalló en la boca d

Maestro; no pudo reprimirla-. ¿Qué, el brinco? ¿TodavíaAún no ha abandonado esta locura?

El viejo señor sacudió la cabeza, tan adusto como u

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lato con las patatas frías y la salsa congelada.- Esgrima.Aquello cortó en seco la risa del Maestro Eremis: le hiz

mirar involuntariamente, como si el Tor, de alguna form

milagrosamente, hubiera abierto un pozo de víboras a suies…, o le hubiera contado un chiste tan divertido que nudiera creerlo, no pudiera reírse de él hasta haber pensadn él por unos minutos. ¿Esgrima? ¿ A s u edad? ¿L

quedaban todavía las fuerzas suficiente como para alzar unspada?

- Mi señor Tor -dijo casualmente, para ocultar ntensidad de su atención-, estás bromeando conmiguestro bravo Rey no puede agitar una espada. Ni siquieruede permanecer en pie sin ayuda.

Bruscamente, con un esfuerzo que parecía hacer qu

odo su cuerpo gorgoteara, el Tor se levantó. No habmirado al Maestro Eremis desde el inicio de la conversacióApagadamente, como si estuviera perdiendo su sentido da pronunciación, anunció:

- Voy a buscar vino.

Agitando vacilante las gruesas piernas bajo él, se alejóEl Maestro Eremis estuvo a punto de saltar tras él, dhacerle retroceder, extraerle una explicación, cuando uténtico sentido del chiste le golpeó. El Rey Joyretendía luchar…, y habían pasado años o incluso década

desde el tiempo en que era lo bastante fuerte como pa

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hacerlo. Aquello arrojaba una nueva luz sobre todo…, sobrada signo de que el Rey sabía lo que estaba haciendo, qu

había hecho lo que había hecho con una política deliberadn vez de con una locura petulante. Pretendía luchar porqu

no sabía o no podía admitir que ya no poseía la fuerznecesaria. No era autodestructivo o apático: simplemente eiego a la edad y al tiempo. Arriesgaba su reino en usfuerzo por demostrarse a sí mismo que aún era capaz dalvarlo.

Eso era un auténtico chiste, demasiado auténtico paun burdo despliegue de carcajadas. En vez de reírse en volta, Eremis silbó alegremente a través de sus diente

mientras seguía su camino para ver al Maestro Barsonage.El mediador respondió a su llamada a su puerta con só

una toalla anudada en torno a su cintura…, un estilo d

vestir que enfatizaba sus dimensiones a costa de sdignidad. El agua brillaba en su piel color pino, su calvráneo: al parecer, el Maestro Eremis lo había sorprendidañándose, y sus sirvientes estaban fuera. Su piel nolgaba sobre él como lo hacía la del Tor, sin embargo; s

masa era sólida, firmemente apretada sobre músculos huesos. No pareció especialmente azarado de recibir Maestro Eremis en aquella húmeda y medio desnudondición.

De hecho, sonó casi amistoso cuando dijo:

- Maestro Eremis, buenos días tengas. Entra, entra. -S

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partó de la puerta, agitó un goteante brazo-. Es un honer visitado por el hombre que ha salvado Oriso

Esperemos que nos hayas salvado permanentemente. ¿Thas recobrado de tu dura prueba? Tienes buen aspecto.

El Maestro Eremis rió suavemente ante la pocaracterística efusión de Barsonage.- Buenos días a ti también, Maestro Barsonage. Veo qu

he venido en un momento inoportuno. Puedo volver máarde.

- Tonterías. -El mediador cogió a Eremis por la manga du capa, lo animó a entrar en la habitación-. Orison está bajsedio. En un sentido, todos los momentos sonoportunos. En otro, el momento actual es siempre mej

que cualquier otro. ¿Un poco de vino?Pensando en el Tor, el Maestro Eremis dij

deliberadamente:- Con placer.Aceptó un vaso de una cosecha del Armigit

rancamente mediocre, luego se sentó en la silla que Maestro Barsonage le indicó. Había visitado los aposento

del mediador un buen número de ocasiones -disputarivadamente arbitradas en un extremo, fiestas formales dienvenida de nuevos Maestros en el otro-, pero siemp

que venía allí se tomaba unos momentos para admirar mobiliario.

Todo había sido fabricado por el propio Maestr

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Barsonage.Eremis tenía que hacer la justicia de admitir que

mediador era un competente Imagero. En particular, reparación y la ejecución del más importante augurio de

Cofradía había sido efectuada diestramente por él. Por otarte, era mucho más que competente con la madera. Euniversalmente reconocido en torno a la Cofradía que sumarcos eran mejores que los de cualquier otro: más biehechos, más adaptados; completamente precisos. Y sumuebles hubieran podido realzar el salón más elegante dOrison…, o de Carmag, por citar otro sitio. El sobre de smesa había sido tan bien modelado y pulido que parec

rillar desde dentro; los brazos de sus sillones fluían de unorma tan natural con las vetas de la madera que eorprendente hallarlos además confortables.

Secretamente, Eremis se reía del Maestro Barsonage pdedicarse a esos talentos menores…, por malgastar siempo con la Imagería cuando hubiera podido contribuon algunas auténticas bellezas para el mundo en otrentido.

Y deseaba reírse aún más ahora. En vez de abandonar habitación para ponerse al menos una bata, Barsonage sentó tal como iba, bebió de un trago su vino, se secó gua de sus rígidas cejas y empezó a charlar.

- Eres muy admirado en estos momentos, Maestr

Eremis. Por supuesto, siempre has sido admirado. Pero no

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orprenderá oír que no siempre has sido querido. Eredemasiado capaz, demasiado rápido. Y te burlas de la gent

o te has hecho fácil de querer.»Ah, pero ahora… El volver a llenar el depósito de agu

ue una hábil acción, además de valerosa. No, no lo nieguedijo, aunque Eremis no había movido un músculo-. Egotamiento de una traslación tan prolongada. Si yo hubie

hecho ese intento, mi corazón me hubiera fallado. Smbargo, tú no vacilaste en correr el riesgo de una compleostración. Y, como he dicho, fue hábil. Tu reputación no hido la única beneficiaria de tu acción. Tu heroísmo y

horrible muerte del Maestro Quillón se han combinado palevar la estima en que es tenida toda la Cofradía.

»¿Debo darte un ejemplo? Mis sirvientes ya no se ríede mí cuando los pongo a trabajar.

Sonriendo, el Maestro Eremis alzó las manos pardetener el aluvión de palabras.

- Maestro Barsonage, por favor. No he venido aquí parer halagado. Soy muy consciente de mis propias virtudes,

no merecen esta alabanza.

- ¿De veras? -volvió a la carga el mediador-. Creo qures demasiado modesto. -Sus ojos eran tan blandos comuentas de cristal-. Pero si las alabanzas te resultafensivas, las olvidaré. Por supuesto que no has venidara ser halagado. ¿En qué puedo servirte?

- Como ves, en estos momentos estoy bien descansad

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respondió Eremis-. Y otro asunto que requería mi atencióha llegado a su fin. No es ningún secreto que la doncelSad-dith era mi amante. -Habló con una admirabinceridad-. Después que recobré mis fuerzas, pasé much

de mi tiempo con ella. Necesitaba amigos…Hizo una mueca.- Desgraciadamente, no quiso ceder en su odio hac

núestro buen Castellano. No hubo nada que yo pudierhacer al respecto. -El dolor no era su mejor pose, per

royectó tanto como le fue posible. Como si pusiera Saddith y su muerte tras él con un esfuerzo de voluntadijo-: Maestro Barsonage, estoy preparado.

El mediador alzó una ceja. A medida que su piel secaba, parecía más y más como pino recién cortado.

- ¿ Preparado?

- He oído decir que los Maestros están atareados…que desde la muerte de Quillón habéis redescubierto vuestrentido de la finalidad. Estoy preparado para reanud

nuestro trabajo dentro de la Cofradía.- ¿Nuestro trabajo? -Los rasgos del Maestro Barsonag

no reflejaron nada-. ¿A qué trabajo te refieres?El Maestro Eremis tuvo dificultades en reprimir unonrisa. El mediador era casi ridiculamente transparent

Clavando en él una chispeante mirada que pretendxpresar indignación tanto como penetración, Erem

espondió lentamente:

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- Así que es cierto. Sigue sin confiarse en mí. Ésa es lazón de que no haya sido convocado a ninguna d

vuestras reuniones…, a ninguno de vuestros trabajos. Halvado Orison de una rápida caída en manos de Alend. Hic

odo lo que haría cualquier hombre por mantener a Nyle covida…, y fui el único hombre aquí que hizo tanto comntentarlo. He estado luchando con diligencia para halllgún medio de eludir el destino de Mordant. No fui yo quie

desbandó la Cofradía. Y  sigue sin confiarse en mí. Esachorro asesino, Geraden, arroja unas cuantas aspersionein base sobre mi buen nombre, y de pronto nada de lo qu

hago es suficiente para redimirme.- Oh, no, Maestro Eremis. -Barsonage alzó una grues

mano como protesta-. Me has entendido mal. Nos hantendido mal a todos. -Con un tono tan blando como s

xpresión, explicó-. Creo que no has conseguido captar llto que ha llegado a situarse tu posición. El hombre qu

volvió a llenar el depósito de agua…, el hombre que hizanto para salvar a Nyle…, no es alguien que deba sconvocado» a las reuniones como un Apr. No puede se

uesto a trabajar como un caballo de carga. Has estado mumetido en tus propias preocupaciones…, y te has ganado derecho de estarlo. La Cofradía no desconfía de tSimplemente respetamos tu alto status actual…, y ntimidad.

Firmemente, Eremis resistió una irreprimible tentación d

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oltar un bufido. ¿Durante un asedio? ¿Con la caída dOrison atada como un nudo corredizo en torno a tu cuello,ninguna esperanza en ninguna parte? ¿Me crees realmenan estúpido como para tragarme esa mentira? El mediado

in embargo, no parecía un hombre que tuviera una opinióormada acerca de la estupidez del Maestro Eremis, en uno tro sentido. Parecía -su propia blandura lo traicionabomo un hombre que ha pasado un cierto tiempreparándose para este encuentro.

El Maestro Eremis se sentó hacia delante en su silla; slacer en aquella conversación se agudizó.

- Quizá -dijo, tan escéptica como lentamente-. Mdisculparás s i me reservo mi juicio sobre este punto.

«¿Resulta cierto, sin embargo, que ha habido reunionelas que no he sido invitado? ¿Que hay trabajos e

rogreso que no se me ha pedido que comparta? ¿Que Cofradía ha redescubierto su finalidad?

El Maestro Barsonage asintió.- Por supuesto. -Algo en él, quizá la forma en que s

gitaban sus cejas, sugería una intensificación que su suav

mirada contradecía-. Me alegra decir que ése es el caso.- ¿Se me permite preguntar cómo se llegó a ello?- Evidentemente. Al fin fuimos capaces de ve

laramente que dama Terisa es una Imagera.Eremis frunció el ceño para ocultar el hecho de que n

e gustaba lo que oía.

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- Maestro Barsonage, ésta es una respuesta que nxplica nada.

- Bueno, quizá no. -Al parecer, el mediador se habíreparado a conciencia para aquel encuentro-. Un hombre d

u reputación y habilidad puede que tenga dificultades eomprender a unos hombres cuyo principal talento reside eu capacidad para la duda.

»Sin embargo, en la práctica, tan distinta de la teoría, ran piedra que se ha interpuesto en el camino de la Cofrad

y nos ha hecho tropezar a todos ha sido la cuestión de damTerisa. ¿Qué significa? ¿Qué indica su presencia entrnosotros? ¿Existe una razón para su inesperada aparición, Geraden fue simplemente el agente de un accidenmonumental?

»Si fue un accidente, entonces toda la Imagería e

ccidental en último extremo, y nuestras investigacioneomo nuestra mortalidad, son mera estupidez. El papel d

Geraden en el augurio no tiene significado.El Maestro Eremis asintió como si la verdad le resulta

bvia.

- Pero si -prosiguió el mediador- hay una razóntonces son ineludibles dos conclusiones. Tan ineludiblecomentó, sin discernible sarcasmo o humor- que inclus

nuestros miembros más disputadores las han aceptadPrimero, la responsabilidad que ella representa cae sob

nosotros. La Imagería es nuestra heredad. Segundo, puest

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que el problema que ella representa existe, tiene que tenuna solución. Lo que un Imagero puede hacer, otro puedomprenderlo y combatirlo.

»Ha sido demostrado -concluyó- que hay una razó

Ella es una Imagera. Podemos lamentar que haya decididliarse con el Maestro Gilbur y el archi-Imagero Vagel, perno podemos rehuir ni la responsabilidad ni la esperanza qumplica ese conocimiento.

- Sí, muy bien. -El Maestro Eremis hizo un gesmpaciente-. Todo eso es razonable por lo que es, pero aú

no lo has explicado. ¿Cómo sabes que ella es una ImageraQué pruebas os ha dado? Lebbick informa que Gilbur iberó de su celda. Mató a Quillón. Él la llevó a la habitació

donde se guardan los espejos de Havelock. Lebbick loncontró allí. Después de que Gilbur derribara a Lebbick, el

y él desaparecieron de Orison. ¿Qué demuestra eso? Lhabilidad de Gilbur de ir y venir ha quedado tan biestablecida como la de Gart…, y es igual de inexplicable. N

hay ninguna razón para atribuirle a ella Imagería.El Maestro Barsonage se encogió de hombros, se rasc

l pecho. Como para compensar su calvicie, su pecho es tabubierto de un denso vello amarillento. El agua se aferrabal como cuentas de savia.

- Eso es cierto -respondió, sin apresuramiento vacilación-. Por otra parte, puede argumentarse que

Maestro Gilbur y el archi-Imagero no tendrían razón algun

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ara liberarla, del mismo modo que e l Monomach del GraRey no tendría razón alguna para matarla, si no fuera unmagera. Hablando sólo por mí mismo, he examinado esrgumentación y la considero persuasiva. De hecho, m

ersuadió a aceptar de nuevo la posición de mediador de Cofradía.«Desde entonces, sin embargo, hemos obtenid

ruebas en vez de argumentaciones, el tipo de pruebas quú y algunos otros Maestros requerís.

Enloquecedoramente, hizo una pausa y miró a Eremomo si ya hubiera dicho lo suficiente.

El Maestro Eremis se obligó a inspirar profundamentelajarse, dejar de rechinar los dientes. Cuando hubecuperado la compostura dijo:

- Afirmas que no desconfiáis de mí. ¿Confías en mí l

uficiente como para decirme cuáles son esas pruebas?- Por supuesto -respondió de nuevo el Maestr

Barsonage.»El Castellano es un hombre duro, difícil de derrota

Había recuperado ya la consciencia cuando dama Terisa y

Maestro Gilbur abandonaron el almacén de los espejos dAdepto Havelock. Vio que no se marchaban juntos.»Dama Terisa se desvaneció en un espejo. El Maestr

Gilbur estaba demasiado lejos de ella para haberla trasladadl. Él abandonó la habitación por el mismo lugar por el qu

había entrado, el corredor.

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El mediador dedicó al Maestro Eremis una sonrisa talanda como la leche.

Eremis tiró de las riendas de su contención. Smbargo, traicionó una cierta sorpresa cuando protestó:

- Ésta no es la historia que cuenta Lebbick.Estaba sorprendido porque no había esperado quBarsonage supiera tanto. Y un hombre que sabía más de lque se esperaba que supiera también podía hacer más de que se esperaba que hiciera.

Y, si realmente no confiaba en Eremis, como dejablaro su actitud, ¿por qué le estaba revelando lo que sabía?

- No -corrigió amablemente el mediador a su visitantesa no es la historia que el Castellano Lebbick ha contado eúblico. Supongo, por lo que he oído, que al principstaba demasiado lleno de furia y desesperación por capt

l significado de lo que había visto. Y desde entonces hdecidido guardarse sus pensamientos para sí mismo. Perhabló con Artagel. Y Artagel me contó la historia a mí. Creíaon mucha razón, que esta información era vital para

Cofradía.

En un tono que le hacía sonar como un simple, Maestro Barsonage añadió:- Me ha permitido unir a los Maestros por primera v

desde que fue creada la Cofradía.El Maestro Eremis bebió más vino para ocultar el hech

de que todas aquellas sorpresas estaban empezando

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fectarle. Lebbick se lo había dicho a Artagel. Artagel se lhabía dicho a Barsonage. Pero Gilbur había jurado quLebbick estaba aún sin sentido cuando él se fue. ¿Estabimplemente intentando encubrir un error? ¿O estab

mintiendo Barsonage…, Barsonage, de entre toda la genteEstaba jugando a alguna especie de juego?Eremis sonrió en torno al borde de su vaso. Aquello er

mejor de lo que había anticipado, más divertido. Le gustabaos oponentes que eran capaces de sorpresas. Casi hablegado a sentir afecto por el Rey Joyse. Incluso Lebbicenía su lado bueno. Geraden era casi digno de ser querid

Y en cuantoAquello hacía su destrucción particularmente excitant

Unid a los Maestros, ¿no era eso? Entonces, habría quunirlos.

Hizo girar su vaso entre sus largos dedos.- Gracias, Maestro Barsonage - dijo alegremente

Ahorate comprendo.»¿Qué trabajo está realizando la Cofradía con s

edescubierta finalidad?El mediador se encogió de nuevo de hombros. Un hilillde agua descendió por entre el pelo de su pecho hacia s

arriga.- No te sorprenderá. Trabajamos para averiguar cómo e

osible que hombres como el Monomach del Gran Rey, qu

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no es un Imagero, y el Maestro Gilbur, cuyos talentos noon

conocidos, puedan ser trasladados dentro y fuera dOrison sin ningún coste para su cordura. La traslación

ravés de un espejo plano vuelve locos a los hombres. Esha sido ciertodesde el amanecer de la Imagería. ¿Por qué, entonce

no resultan destruidos nuestros enemigos por las mismarmas que utilizan contra nosotros?

Ah. Ése era un tema que el Maestro Eremis habvenido preparado a discutir. Con un pequeño suspiro hacidentro - alivio, quizás, o decepción -, dijo:

- Aquí tal vez pueda ayudaros. Tengo una idea quuede arrojar algo de luz.

Por primera vez desde que se inició la conversación,

Maestro Barsonage pareció interesado.- Por favor, explícate -dijo de inmediato-. Sabes que

sunto es urgente.- Por supuesto. -Poniéndose al nivel de la blandura d

Maestro Barsonage, Eremis explicó-: Por todo lo qu

ntendemos, como tú sabes muy bien, el peligro del espejlano surge de la propia traslación, no del simpmovimiento de lugar a lugar dentro de nuestro mundo. Dichrudamente, la traslación es demasiado fuerte para el simp

movimiento. La energía que hace posible el paso ent

mágenes enteramente separadas se vuelve contra el homb

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rasladado porque no es necesaria.Barsonage asintió.- Apoyándonos en la suposición de que nuestr

omprensión del hecho es exacta -siguió el Maestro Eremis

mi idea es ésta. Supongamos que se hacen dos espejos; unlano, mostrando, digamos, una habitación no utilizada eOrison, el otro normal, mostrando una llanura árida desierta. Supongamos entonces que el espejo plano erasladado al interior del otro, de modo que queda instaladn la llanura de la Imagen, y el foco de la Imagen es ajustad

de modo que el espejo plano llene el cristal. ¿No eoncebible que el Imagero que modeló esos espejos puedhora pasar directamente a través de ellos, realizando eealidad dos traslaciones seguras en vez de una que podr

volverle loco?

Él mediador estaba escuchando intensamente; parecmpaparse de las palabras de Eremis a través de todos suoros. Suavemente, como si estuviera asombrado, jadeó;

- Es concebible.- Por supuesto -prosiguió el Maestro Eremi

implemente ganando tiempo mientras observaba la reacciódel mediador-, la dificultad es que el Imagero que pasara ravés de sí mismo no sería capaz de efectuar el movimienla inversa…, de volver. Y para enviar y luego recuperar

lguien por este método, necesitaría ser capaz de realiz

mbas traslaciones simultáneamente. No tenemos forma d

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aber si una cosa así es posible. -Como la mayor parte dus mentiras, ésta llevaba consigo un insidioso parecido a

verdad-. Aquí, Vagel está por delante de nosotros. Puedhaber pasado quince años perfeccionando las traslacione

imultáneas.»Pero, ¿seguro que no podemos intentarlas? ¿Nodemos averiguar por nosotros mismos si esta idea es d

hecho posible además de concebible?- Sí. -El Maestro Barsonage había perdido su aire d

studiada suavidad, de deliberada simplicidad. Sus ojorillaban-. Podemos.

Se puso bruscamente en pie, como un nadadourgiendo de las olas.

- Podemos, y lo haremos. Hoy. Concédeme una horara reunir a los Maestros. Ven al laborium. Empezaremos

xperimentar. -Casi con la misma voz jadeante, añadió-: Euna brillante idea. Dos espejos…, traslaciones simultáneaAunque fracase, sigue siendo brillante. Brillante.

Tras haber lanzado el anzuelo, el Maestro Eremirocedió como si estuviera dejando al mediador actuar p

u cuenta. Se mostró de acuerdo con todo, se puso en pimpezó a marcharse, luego se detuvo junto a la puertComo si fuera inocente de toda malicia, dijo:

- Oh, Maestro Barsonage, otro asunto…, en caso dque lo olvidara más tarde. Hay el rumor de que algunos d

nuestros espejos se han roto. ¿Puede ser eso cierto?

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La actitud del Maestro Barsonage se volvnstantáneamente hosca: al parecer, estaba impresionado po que había ocurrido.

- Durante los disturbios contra el Castellano Lebbick

dmitió-. Cinco espejos. -Agitó la cabeza-. Es evidente qulguien nos odia. Pero, ¿por qué sólo cinco? ¿Y por qué esoinco? Si uno estuviera lo bastante loco como parrivarnos de los medios de defender Orison y defenderno

nosotros mismos, ¿no hubiera roto todos los espejos quncontrara?

- Ciertamente. -El Maestro Eremis hizo un sincersfuerzo por parecer también impresionado

Desgraciadamente, las acciones insanas son por naturalezropia insanas. ¿Cuáles espejos fueron rotos?

El mediador respondió de inmediato: de nuevo estab

reparado.- El espejo con el que tú volviste a llenar el depósito d

gua. Eso fue un ataque contra Orison. Y el espejo dGeraden, el que trajo a dama Terisa aquí. O él o ella se halladefinitivamente extraviados ahora, estén donde estén…

omo lo está nuestro campeón perdido. Eso fue un ataquontra uno de ellos tres. Pero el tercero fue un espejo plande Quillón, que muestra unos viñedos de Termigan. Euarto fue uno con la Imagen de un cielo sin estrellas. E

quinto, ése en el que puede verse esa gigantesca best

omo una babosa…, uno de los espejos que el Rey Joys

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apturó en sus guerras. ¿Un ataque contra el vino? ¿Contros cielos? ¿Contra los monstruos? No tiene sentido.

»Geraden y dama Terisa y nuestro campeón, si aúigue con vida, pueden estar ahora eternamente perdidos

zar, a causa de alguien que no tenía la menor idea de lo quhacía.Intentando sonar inquieto, quizá incluso preocupad

Eremis dijo:- Mi espejo. Entonces debemos depender del tiemp

ara el agua. No puedo volver a salvarnos.- Eso es cierto -respondió Barsonage-. La posición d

Príncipe Kragen es ahora mucho más fuerte. Esperemos quno lo sepa.

El Maestro Eremis tragó una sonrisa final y salió de loposentos del mediador. Deseaba alcanzar rápidamente su

ropios aposentos, donde podría permitirse reír a carcajadaSe daba cuenta, por supuesto, de que se hallaba en un

ituación delicada. Pero era una situación que él mismhabía diseñado. Gracias a las semillas que acababa d

lantar, Barsonage y los demás Maestros podían pasar

esto de su tiempo hasta que murieran intentando hacuncionar una traslación simultánea porque no sabían qura algo imposible. O, más bien, era algo trivial. El truco nesidía en la traslación, sino en el cristal.

Para todos los efectos prácticos, había neutralizado a

Cofradía…, la única fuerza en Orison capaz aún d

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nfrentársele.Por otra parte, tendría que ser muy cauteloso. Lebbick

había dicho algo a Artagel, el cual se lo había dicho Barsonage. No algo acerca de Terisa: algo acerca del propi

Eremis. El mediador le había mentido.Para él, el truco consistiría de determinar exactamenuál era esa mentira.

Pensar en cosas como ésta le hacía adoptar pariencia de que iba a estallar en carcajadas de un momentotro.

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Conflicto en las puertas

- El asunto -dijo Geraden la primera vez que dejarodescansar los caballos- es no ser detenidos.

Habían cabalgado duramente durante la mayor parte d

a mañana: el camino desde Romish era fácil, y él tenía prisPero los caballos no podían mantener aquel pasndefinidamente.

- Oh, ¿de veras? -Terisa no se dio cuenta de lo lúgubrde su forma de hablar. Aún seguía pensando en Torrent: ldea de la tímida hija del Rey cabalgando sola en un loco eligroso esfuerzo por rescatar a la Reina Madin se aferrabsu mente como una salpicadura de ácido-. Volvemos

Orison. Donde el Maestro Eremis desea echarnos la manncima. ¿Por qué debería querer detenernos nadie?

Geraden la miró agudamente; por un momento, parec

nseguro de cómo responder. Como si no hubiera entendidodijo:

- Hemos cabalgado durante tanto rato…, y me sientan bien estando contigo… No dejo de pensar que conoce

Mordant mejor de lo que lo conoces en realidad. ¿T

mportaría mirar de nuevo el mapa?

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Ella negó con la cabeza. No le importaba el mapa. No mportaba el ser detenidos. En aquel momento, ni siquiera mportaba el tener que enfrentarse a Eremis de nuevo.

Geraden, así es como fue muerto Argus.

- Bien -explicó él, aún sin entender-, realmente, sólo haun camino rápido para llegar de Romish a Orison, y ése eiguiendo esta ruta…, el camino principal que cruz

Armigite. Que resulta ser precisamente la ruta que utilizó Príncipe Kragen. Es su enlace con Alend…, su línea d

rovisiones, su línea de retirada. Tiene que estar atestadon sus hombres.

«Además de eso, ni siquiera el Armigite puede ser tastúpido como piensa la gente. Tiene que tener exploradore

y espías por todas partes, especialmente a lo largo damino. Necesita saber lo que está ocurriendo. Y en esto

momentos probablemente desea uno o dos Imageros máque cualquier otra cosa en el mundo. Si sus hombres nochan la mano encima, no van a dejarnos ir simplemenorque les sonriamos y digamos por favor.

Terisa miró a los árboles sin decir nada.

- Y encima de todo eso -el tono de Geraden se volviigeramente más duro-, supongo que Orison se halla aúajo asedio. Supongo que no ha caído todavía, o no habr

ninguna razón para secuestrar a la Reina Madin. Si tenemoque entrar allí para ver al Rey Joyse, deberemos cruzar tod

l ejército de Alend.

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»Los hombres que se llevaron a la Reina eran de AlenParece como si todo eso fuera algún plan del PríncipKragen. Así que es de él de quien tenemos qu

reocuparnos. Y no va a permitirnos entrar en Orison hast

que él esté preparado…, hasta que su trampa esté preparadEso sorprendió a Terisa, que retrocedió unos pasos.- ¿Crees realmente que eso es cierto? ¿Crees de vera

que el Príncipe Kragen es el responsable de habecuestrado a la Reina?

- ¿Tú no? Fuiste tú quien dijo que eran hombres dAlend. Y se la llevaron hacia Alend.

El ácido en su mente se estaba convirtiendo en náusea- Pero si él es el responsable… -Hasta aquel moment

no había considerado detenidamente la cuestión-. Esignifica que está trabajando con eí Maestro Eremís. ¿£?

qué otra forma hubiera podido conseguir a un Imagero quudiera trasladar una avalancha?

Geraden la observó y aguardó.- Pero, si eso es cierto, ¿por qué volvió a llenar Eremis

depósito de agua? ¿Por qué simplemente no dejó que

Príncipe Kragen entrara en Orison?- Una pregunta interesante -murmuró Geraden entdientes.

Ella intentó imaginar una explicación; pero casi dnmediato otro aspecto de la cuestión la golpeó.

- Si lo hizo el Príncipe, entonces tuvo que hacerlo

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spaldas de Elega. Ella nunca aprobaría algo así.Geraden asintió una sola vez, secamente.Las implicaciones hicieron detenerse a Terisa.- Elega está siendo también traicionada. -Se enfren

directamente a Geraden, le mostró su inquietud-. ¿Quvamos a hacer?La forma en que él le devolvió la mirada dio la impresió

de que había conseguido su objetivo: había desviado dirección de los pensamientos de Terisa.

- Seguiremos en el camino hasta que nos acerquemos Batten -respondió-. Allí es donde lo toman los de Alend. Yllí gira hacia el sur para unirse con el camino que vien

desde Sternwall. Podemos ir directamente hacia el sudesn dirección a Orison. Ahorraremos algunos kilómetros…,

quizá no perdamos mucho tiempo.

«Cuando alcancemos el asedio, intentaremos lleghasta Elega antes de que el Príncipe se dé cuenta de lo qustamos haciendo. -Bruscamente sonrió…, una agudonrisa sin nada de humor en ella-. Si ella sabe lo que le hcurrido a su madre…, si ha permitido que ocurriera, si

prueba…, entonces voy a sentirme muy decepcionado colla.- Y si no lo sabe -completó Terisa por él, intentand

ranquilizarse a sí misma-, tal vez esté dispuesta yudarnos.

Él asintió de nuevo.

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Al cabo de un tiempo, montaron en sus caballos iguieron adelante.

Cabalgaron fuera de las últimas colinas de Fayle pae-netrar en una de)as muchas y fértiles llanuras d

rmigite a lo que parecía un paso vertiginoso. Dejar loosques detrás incrementaba la ansiedad de Terisa: Armigiarecía casi innaturalmente abierto, como si todo lo que ruzaba estuviera de alguna forma expuesto. Quizás era poso por lo que el Armigite se había convertido en lo que eral vez su personalidad se había visto distorsionada por laresiones de hallarse tan expuesto. Pero en realidad habastantes árboles por los alrededores, incluso en las tierraajas, que evidentemente llevaban siendo cultivadas desd

mucho antes de que el Príncipe Kragen y su ejército cruzaral Pestil. Los lugares donde ocultarse eran escasos, per

había sombra disponible. Parcialmente por esa razón, arcialmente a causa de la riqueza del suelo, las llanuras d

Armigite no se parecían en nada a los áridos espacios dTermigan.

Terisa y Geraden hicieron buenos progresos, pese a l

alta de monturas frescas. Geraden estudió repetidamente mapa -estaban cruzando todavía una parte de Mordandonde él no había estado nunca antes-, y le aseguró a Terisque su avance era bueno. Tal vez estuviera tan sólntentando elevar su espíritu. Por alguna razón, el de él n

arecía necesitar ningún apoyo: su entusiasmo sugería qu

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e gustaba aquel avance veloz a través del paisaje, aquellara y urgente sensación de finalidad; que estaba ansiosor regresar a Orison. Cuando la caída de la noche les obligdetenerse y acampar, estaban cumpliendo las previsione

del viaje hasta Orison tal como lo había proyectado la ReinMadin, en tres días.Cuanto más miraba él hacia delante, sin embargo, má

volvía hacia atrás la atención de ella. Torrent la habmocionado inesperadamente, le había hecho darse cuen

de sus propias insuficiencias. A sus distintos modos, caduna de las hijas del Rey la había cautivado. Habían heredadmás valor del que ella parecía poseer. Su determinación d

ponerse al Maestro Eremis era poco más de un fingimientdespués de todo…, un fingimiento de que, de algún mod

odía trascender a su pasado.

Mientras miraba a través de la fogata a la abierscuridad de Armigite, murmuró:

- Geraden, hay algo que no comprendo.- ¿Sólo «algo»? -respondió él, haciendo un transparen

sfuerzo por sacarla de su estado de ánimo-. Entonces ere

maravillosa para mí, mi dama. Mi falta de comprensión no sdetiene en «algo». Es tan enorme como el mundo.Ella le miró. Su rostro era tan encantador como siempr

Y si algo podía decirse de él era que se había vuelto mátractivo; la excitación que había sentido desde que Torren

e fuera había sacado al exterior lo mejor de él a través d

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us ojos, de las líneas de sus rasgos. No merecía smelancólico estado de ánimo. Por su bien, hizo un esfuerz

or sonreír.- Eso es probablemente cierto. Pero apostaría a qu

onoces la respuesta a esto.Él la miró fijamente y sonrió.- Pruébame. -La danzante luz del fuego creaba

mpresión de que su sonrisa iba todo el camino hasta lohuesos.

Casi inmediatamente, ella descubrió que el peso qumpujaba su espíritu hacia abajo no era en absoluto taesado como había creído.

- Creo que lo haré -dijo-. Pero primero deseo que mxpliques algo.

El destellar en los ojos de Geraden se hizo más brillan

mientras aguardaba a que ella continuara.- Esa avalancha -dijo ella-. Tuvieron que usar do

spejos . ¿No es así? Uno para trasladarla de allá donde fueque la hallaran. Y uno para trasladarla a la Casa del Valle.

- Sí -respondió de inmediato Geraden-. Pero eso e

ierto también respecto a todo lo que hemos visto. Esoozos de fuego en las afueras de Sternwall. Lodevoracadáveres en Fay-le. Incluso las criaturas qutacaron Houseldon. -Una sombra que muy bien pudiera sesar o rabia oscureció brevemente su mirada-. Todo ello h

necesitado dos espejos. Ése debe ser el secreto de Eremi

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Así debe ser como es capaz de atacar tantos lugaredistintos en Mordant sin tener que ir realmente a ellos . Y adebe ser como es capaz de trasladar a la gente dentro uera de Orison sin que eso les cueste su cordura.

»Ya hemos hablado de eso antes -añadió.- Lo recuerdo. Es la única explicación que he oído quarece tener sentido. Dos espejos. Uno muestra una escenon un montón de deslizamientos de tierras. El otro es uspejo plano con la Casa del Valle en la Imagen. Esignifica -su corazón se contrajo al llegar a ese punto- qu

Eremis puede habernos visto en la Imagen. Debe habernovisto. Sé que yo estaba en la imagen. De otro modo nhubiera sentido la traslación.

»Eso significa que sabe dónde estamos.»Y significa que somos responsables de lo que l

currió a la Reina Madin. Fue secuestrada a causa dnosotros.

- No. -Geraden rechazó la idea sin ninguna vacilaciónEso no puede ser cierto. No fue a causa de nosotros.

- ¿Por qué no?

- Es demasiado complicado. Tenía hombres preparadoara ese ataque. Debían estar ya en camino mucho antes dque nosotros llegáramos siquiera a Fayle. Si tuviéramos algque ver con ello, él hubiera tenido que saber que nosotrobamos a ir ahí, y no a Romich, mucho antes de que l

upiéramos nosotros mismos. Y sus hombres no no

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hubieran ignorado. Se hubiera sentido feliz ante osibilidad de capturarnos.

«Ese ataque fue dirigido contra la propia Reina. Lcasión fue una pura coincidencia. Eremis no pued

ontrolar las avalanchas en su espejo. Tenía que estareparado para actuar en el momento en que se presentara portunidad.

Involuntariamente, Terisa sacudió la cabeza. No ustaba lo que estaba pensando.

- No. Probablemente puede controlar las avalanchaQuiero decir que puede causar una en el momento qudesee. Todo lo que tiene que hacer es enfocar su espejo ipo adecuado de ladera. Entonces, cuando desea uorrimiento de tierras, todo lo que tiene que hacer erasladar a otro lado la roca que retiene toda la ladera.

Geraden la miró, con sus ojos despidiendo llamas.- Tienes razón. Nunca había pensado en eso.- El ataque no fue dirigido contra nosotros -asintió ella

Pero él sabe que nosotros estábamos ahí. Pudo haber vistque sobrevivimos. Pudo habernos visto alejarnos a caball

Pudo suponer dónde íbamos.»Eso significa que no podemos advertir al Rey Joyso servirá de nada. No habrá ningún lapso entre el momentn que él sepa lo que le ha ocurrido a la Reina y el momenn que Eremis sepa que él lo sabe. No tendrá ningun

osibilidad de actuar. Lo que estamos intentando hacer n

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iene ningún sentido.Se detuvo y escrutó el rostro de Geraden, conteniend

l aliento como si temiera su reacción.Se sintió aliviada al ver que él no se descorazonaba. S

xpresión se volvió intensamente pensativa, pero no parecspecialmente alarmado; y, ciertamente, no horrorizadSuavemente, comentó:

- Ya lo he dicho antes. Tienes una imaginaciómorbosa. No me extraña que hayas estado tan deprimidodo el día.

»Esta vez -añadió al cabo de un momento- creo qustás equivocada.

Suavemente, ella dejó escapar el aire de sus pulmones.- Si Eremis nos vio -preguntó él, a guisa de explicación

dónde está Gart?

Terisa abrió mucho la boca. No era ella la única con unmaginación morbosa.

- Mientras estábamos hablando con Torrent -prosiguiGeraden-, mientras estábamos intentando ayudar al hombdel Fayle, mientras estábamos preparando nuestro

aballos…, era la mejor oportunidad que tuvo nunca Gart dmatarnos a ambos. Estábamos indefensos. ¿Por qué no sibró Eremis de nosotros mientras tenía la posibilidad?

»No creo que nos viera.»Pudo habernos visto, por supuesto. Descubrimos es

n las afueras de Sternwall. Pero esta vez no creo que l

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hiciera.»Estoy seguro de que no lo hizo antes de la avalanch

Estábamos en el porche, debajo del tejado, y su espejstaba enfocado en el aire encima de la casa. Después d

odo, no deseaba matar a la Reina Madin. No le hubieervido de nada muerta. Pero no es ése realmente el asuntEl asunto es que, si estás trasladando varios cientos doneladas de roca fuera de un espejo y dentro de otro, ¿qu

haces entre traslaciones? Si cometes incluso el más pequeñrror, todas esas rocas destrozarán el segundo espejo, y tncontrarás con toda la avalancha sobre tus rodillas.

Pese a sí misma, Terisa dejó escapar una pequeña rishistérica. Hubiera sido de perfecta justicia si la avalanchque Eremis había planeado para la Casa del Valle hubieraído sobre su propia cabeza.

Geraden le dedicó una rápida sonrisa.- La solución -dijo- es aquella de la que hablamos e

una ocasión…, hace un centenar de años o así, en Orisouando no sabíamos que éramos dos de las personas viva

más poderosas. Trasladar el segundo espejo dentro d

rimero. En efecto, las rocas van a parar directamente nterior del espejo plano.»Pero -alzó una mano para impedir cualqui

nterrupción-. Esto es lo que nos salvó. Cuando haces unraslación así, cuando pones el segundo espejo dentro d

rimero antes de empezar…, ¿qué es lo que puedes ve

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Puedes ver la ladera de la montaña. Puedes ver las rocaPero no puedes ver la Imagen del segundo espejo. El dorsdel espejo plano es el que mira hacia ti, a fin de que la parrontal pueda trasladar las rocas.

»Y una vez inicias un proceso así, tienes qumantenerlo en marcha hasta que se aclare el polvo y estéeguro de que estás a salvo. Si lo detienes mientras aún haualquier posibilidad de que uno o dos peñascos caigan da ladera de la montaña, el cristal plano puede verse hechedazos, y las rocas pueden terminar en tu cara. Así que nuedes apresurarte en trasladar el segundo espejo de vueluera del primero y darle la vuelta a éste y reenfocarlo.

«Por eso tuvimos tiempo de alejarnos .Escuchándole, Terisa sintió que un nudo en su interio

e aflojaba al fin. Geraden tenía razón. Era posible que Erem

no les hubiera visto. De haberlo hecho, seguramente hubienviado un ataque tras ellos…, lobos o un felino de fuego,

no el propio Gart. Aún había esperanzas para el loco plaque Torrent y Geraden habían concebido.

Aquella noche, experimentó algunos de los beneficio

del entusiasmo de Geraden. Ella empezó a sentirse tambiéun poco entusiasmada.

Casi al mismo tiempo, cuando las ascuas se habíapagado ya y las nubes cubrían la luna, el Príncipe Krage

nvió algunos hombres a limpiar los carbonizados restos d

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us arietes y sus armazones protectores de las puertas dOrison. Deseaba que los nuevos arietes y armazones qustaban siendo terminados se lanzaran a un ataque que nncontrara obstáculos en su camino.

Y, a la mañana siguiente, preparó ese ataque. Bueno, en algún momento se les acabará el aceite.Parecía una táctica más bien endeble sobre la qu

ravitar las esperanzas de supervivencia de Alend, sihablar de la victoria. Sin embargo, insistió. Simplemente, nenía ninguna idea mejor. Con tiempo suficiente, hubierodido permanecer sentado tranquilamente allá dondstaba, en plena seguridad, discutiendo asuntos dobierno con su padre, o con dama Elega, entrenando a suuerzas…, y aguardando a que Orison se sometiera o murie

de hambre. Así era como se suponía que funcionaban lo

sedios. Pero nada que tuviera algo que ver con el Reoyse se desarrollaba nunca de la forma en que se supon

que tenía que hacerlo. Y en cuanto al Gran Rey Festten…Si el Príncipe podía agotar las reservas de aceite pa

ámparas, aceite de cocinar, grasa inflamable, de Oriso

quizá fuera capaz de lanzar con eficiencia sus arietes contras puertas. Todo lo que necesitaba era conseguir abrquellas puertas.

Sabía que disponía de hombres suficientes para tomar astillo, si sólo conseguía abrir sus puertas.

Hacia media tarde de aquel día, mientras el quinto de lo

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rietes de fabricación casera del Príncipe Kragen ardía comuna tea, Terisa y Geraden avistaron Batten y abandonaron amino para rodear la ciudad por el este.

Aquél era uno de los momentos difíciles, explic

Geraden. Tenían que cruzar la ruta de aprovisionamiento dAlend. El peligro de tropezar con soldados de Alend erhora grave. Y los exploradores o espías del Armigitstarían seguramente concentrados a lo largo de las línea

donde eran esperadas las fuerzas de Alend. Geraden Terisa disminuyeron su paso hasta casi andar; y Geraden s

asaba largos momentos en las crestas de cada nueva alturensando sus ojos hacia el horizonte. De tanto en tant

hallaba un árbol y trepaba a él para estudiar el terreno desdquella ventaja.

Sin ninguna buena razón excepto que no veía nada -

iquiera las murallas de la ciudad, una vez ella y Geradebandonaron el camino-, Terisa empezó a pensar ququellas pausas cautelares eran innecesarias. Cruzaron nconfundible porción de terreno que había llevado jército de Alend hasta el camino -inconfundible porque

uelo aún ofrecía las marcas de las ruedas, las huellas de loascos, la presión de las botas-, pero no vieron ningúigno de los carromatos de provisiones de Alend o de lo

hombres del Armigite. Hubiera preferido el riesgo de apidez que la frus tración de la espera.

Cambió de opinión, sin embargo, cuando él bajó de un

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de los árboles tan rápido que casi estuvo a punto de caomo el torpe que había sido antes. Siseando rápidamennstrucciones, arrastró sus monturas hasta un bosquecilercano; con su ayuda, obligó a los animales a echarse

uelo, luego hizo todo lo posible por cubrir sus hocicos mpedir que se agitaran mientras los otros caballos llegabaerca.

Un pequeño grupo de jinetes con ropas sucias y ojomalignos pasaron tan cerca que Terisa hubiera podidlcanzarles de una pedrada.

- Mercenarios -chirrió Geraden en voz muy bajdespués de que los jinetes hubieran desaparecido-. Ese tipde hombres…, si van con prisa, pueden degollarte antes dviolarte.

»Pensé que todos los mercenarios del mund

rabajaban para Cadwal.Terisa tenía problemas con su pulso. -Entonces, ¿qu

stán haciendo aquí? Él se encogió rígidamente de hombroomo si todos sus músculos estuvieran anudados.

- Trabajando para alguien distinto. O espiando para

Gran Rey. Si los Feudos envían refuerzos al Príncipe KragenFestten deseará saberlo. Puede que a estas alturas tenghombres por toda esta parte de Mordant.

Oh, estupendo, murmuró Terisa para sí misma. Justo lque necesitamos.

Ella y Geraden tuvieron que ocultarse dos veces má

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ntes de terminar el día, pero en ambas ocasiones pudierovitar el ser descubiertos con relativa facilidad. Los grupo

de mercenarios esperaban muchas cosas, pero claramente nsperaban encontrarse a un hombre y una mujer con tre

aballos avanzando por terreno abierto en torno a Batten.Aquella noche, en un campamento sin fuego en unequeña hondonada, ella observó:

- No puedo vivir de este modo.- ¿Cómo, escabulléndonos así? ¿Rodeados de gente qu

nos abriría en canal a menos que tuviera el buen sentido dhacernos prisioneros si sólo supiera quiénes somos? ¿N

romeas? -Geraden bufó suavemente-. Terisa, morprendes.

En realidad, ella también estaba sorprendida de misma. Sin ninguna advertencia previa, de pronto se hab

visto inundada por la sensación de lo extrañas que eran suircunstancias. ¿No era ella Terisa Morgan, la muchachasiva que había estado escribiendo cartas tristes para

Reverendo That-cher hasta perder la fe en él y su misiónNo era ella la solitaria mujer que había decorado s

partamento con espejos porque no sabía ninguna otorma de demostrar que existía?Así que, ¿qué estaba haciendo allí…, rodeada, com

había observado Geraden, de enemigos; afanándose pampo abierto a lomos de un caballo en un casi loc

sfuerzo para advertir al Rey Joyse de que su esposa hab

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ido secuestrada; tan furiosa contra el Maestro Eremis quno podía pensar en él sin echarse a temblar? ¿Qué estab

aciendo?- Yo también me sorprendo -murmuró; pero Gerade

había hablado bromeando, y ella lo decía en serio. Por todoados, la noche parecía a la vez enorme y sutil, demasiadrande para enfrentarse a ella, demasiado hábil para escapella. Y las estrellas… Sabía en sus huesos que la ciuda

donde estaba su apartamento no tenía nada parecido a aqunúmero de estrellas contemplándola-. En este precismomento, parece como si no hubiera ningún otro lugar en universo más alejado de donde acostumbraba a vivir quste.

- ¿Tienes miedo? -preguntó él gentilmente-. Todavínos queda un largo camino por recorrer.

 No estaba hablando de la distancia a Orison.- Eso es lo divertido -murmuró ella-. Cuando me deteng

y me tomo el pulso, tengo la impresión de que nunca hstado tan asustada en toda mi vida. Pero cuando pienscerca de dónde vine: mi apartamento, mi trabajo, m

adres…, creo que nunca he sido tan valiente.Al cabo de un rato, él dijo:- Constituye una sorprendente diferencia cuando tiene

unas razones buenas y claras para lo que estás haciendCreo que yo sufría tantos accidentes porque estab

onfuso. En conflicto conmigo mismo.

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Ella estaba de acuerdo, pero no lo dijo. En vez de ellmurmuró:

- No seas presumido. Te vi estar a punto de caer de esrbol.

Eso le hizo reír. Y su risa siempre hacía que ella sintiera mejor.El Príncipe Kragen también tenía razones para su

cciones.Lo que estaba haciendo carecía de precedentes. Pese

a oscuridad, pese al hecho de que sus hombres no podíaver los contraataques de Orison a tiempo para defendersmuy bien…, estaba atacando las puertas con el ariete má

oderoso de que disponía.Tenía dos razones para arriesgar tan derrochadoramen

a sangre de su ejército: la una inmediata, la otra alarmante.

Su razón inmediata era que justo antes del anochecos defensores habían dejado de derramar aceite sobre larotecciones de sus arietes. El ariete en particular aerdonado no había sido especialmente impresionante: srmazón protegía solamente a los hombres suficientes pa

moverlo, no a los suficientes para amenazar seriamente lauertas. Sin embargo, el hecho de haber sido perdonado ra significativo. Sin vacilar, el Príncipe llamó de vuelta aquriete y envió otro mucho mayor, con toda su dotación d

hombres.

A éste también se le permitió hacer su trabajo sin s

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ncendiado desde arriba.Dos interpretaciones se sugerían por sí mismas d

nmediato. Orison había agotado su aceite. U Orison estabntentando conservar el aceite que le quedaba…, confiab

n la oscuridad para protección.Bajo otras circunstancias, esta posibilidad de atacar lauertas hubiera valido el riesgo. Por la noche, protegidoor la oscuridad de los arqueros, los defensores del castilodían descender de los muros con cuerdas y atacar el arien cuestión de minutos. Pero el Príncipe estaba demasiadreocupado para perderse aquella oportunidad, por costos

que pudiera resultar.Estaba alarmado porque durante aquella tarde su

xploradores habían interceptado a dos hombres heridoasi agonizantes, que al parecer eran los último

upervivientes que el Perdón enviaría ya a Orison. Ni siquiera estaban seguros de cuál había sido

destino de su señor. Cuando éste los envió a Orisonodavía tenía varios cientos de hombres a su alrededor, aúeguía luchando. Pero sabía que estaba acabado. Envió

sos dos soldados para advertir al Rey Joyse.Estaban demasiado malheridos para sobrevivir a aquelnoche; pero el Príncipe Kragen consiguió hilvanar shistoria a partir de sus confusos y febriles balbuceos. Lque al parecer había ocurrido era que el Gran Rey Festte

había cambiado repentinamente de táctica. Había detenid

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u inexplicable marcha hacia el Care de Tor: por un tiempncluso había dejado de atacar al Perdón. En vez de ell

había acampado su enorme ejército como si hubieronseguido su objetivo, como si el único auténtic

ropósito de su marcha hubiera sido capturar el terrendonde se hallaba ahora…, una región relativamendeshabitada de complejas colinas y pequeños ríos no máerca de Marshalt que de Orison.

Y entonces, mientras el Perdón estaba aún intentandmaginar lo que Festten estaba haciendo, el Gran Rey envióasi cinco mil soldados a rodear y atrapar al señor. Al finaólo el terreno había permitido a aquellos dos hombre

heridos escapar. Se habían ocultado en un boscosarranco hasta que la oscuridad les permitió alejarsrrastrándose hacia el norte.

¿Cuántos días hacía de esto?, deseaba saber el PríncipKragen. ¿Cuál era la distancia exacta? De hecho, deseabanto saberlo que su misma frustración lo tentó a recurrirlgunas formas más duras de interrogatorio. Pero ervidente que los hombres del Perdón habían sido torturado

ya más allá del punto en que eran capaces de pensar hablar coherentemente. El Príncipe Kragen se quedó comuy poca idea de cuándo habían abandonado a su señor, dónde estaba Festten.

Así que atacó las puertas de Orison por la noche, pes

las pérdidas que sabía que iba a sufrir. Tenía miedo: podí

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entir una especie de hado adverso avanzar a largaancadas hacia él en la oscuridad. Un enemigo que pod

hacer avanzar al menos a veinte mil hombres hasta tan lejoomo en medio de la nada -en este caso, en medio del Car

de Tor-, sin ninguna finalidad razonable excepto acampara capaz de cualquier cosa.Durante las horas de oscuridad, Kragen escuchó

ordo y plano retumbar del ariete contra las puertas, loritos de los defensores y los gritos de sus propiauerzas…, escuchó, y rechinó los dientes para refrenar sabia ante una guerra que no podía ni evitar ni comprender.

El Castellano Lebbick parecía estar de un talanompletamente distinto. Si sentía algún deseo de ponerurioso, no lo demostraba. Desde las almenas encima de uerta, contemplaba el enorme ariete de Alend trabaj

ontra la puerta con una retorcida expresión en su rostromo si algo dentro de él estuviera siendo desgarrado; smbargo, no alzaba la voz ni maldecía. Ni siquiera sonreí

Por alguna razón no muy clara, murmuraba con disgustalabras que sonaban a los guardias de su alrededor algo a

omo «estúpida mujer». Luego pidió cuerdas y empezó disponer a sus hombres para defender las puertas.Sin embargo, no se quedó para contemplar la lucha. U

uen número de sus capitanes sabían lo que había que hacn una situación como aquélla. Se alejó como una sombr

del hombre que acostumbraba a ser, dispuesto a pasar tant

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arte de la noche como fuera posible bebiendo con ArtagelDesgraciadamente, la cerveza -ni siquiera en aquel

antidad- servía para aliviar la ardiente y seca sensación eu mente. Estaba lleno de presentimientos; su cerebr

masticaba anticipaciones de desastre. Así que se sintihoscamente sorprendido cuando a la mañana siguiendespertó y supo que algo bueno estaba ocurriendo.

Llovía.Una lluvia intensa, tan densa que cegaba el castillo

onvertía el polvo del patio en una sopa instantánea; lo qua gente allá donde Lebbick había crecido llamaba unuténtica limpiabarrancas. Y muy esperada; Mordant estabcostumbrado a lluvias así en primavera.

Por supuesto, hacía que Orison fuera imposible ddefender. Los guardias encima de las puertas no podría

aberlo ni aunque todo el ejército de Alend se acercara a uiro de piedra de sus narices.

Por otra parte, la lluvia también hacía imposible taque.

Los de Alend no disponían de pie firme. Podían tra

us arietes más grandes y golpear con ellos hasta que se leartiera el corazón; pero no podían coger el impulsuficiente para conseguir algo efectivo. Las puertaesistirían eternamente contra cualquier golpeteo quudieran recibir en aquella lluvia. Y las demás máquinas d

sedio eran igualmente inútiles.

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La lluvia no alegró al Castellano Lebbick. Habebasado el punto en el que algo podía alegrarle aún. Pero roporcionaba un respiro, un poco de tiempo en el quoder aferrarse un poco más a sí mismo.

También ayudó a Terisa y Geraden.Eso sorprendió a Terisa. Se empapó y cogió tanto frían rápidamente que se sintió derrotada antes de que el d

hubiera despuntado por completo. Pronto se dio cuenta, smbargo, de que ella y Geraden no corrían tanto peligro der descubiertos o capturados en medio de aquel aguacer

Si hubiera dejado que Geraden se adelantara tres metros coespecto a ella, no hubiera sido capaz de divisarle.

Ahora el problema no tenía nada que ver con sdetenidos. Ahora el problema era hacia dónde estabayendo.

- ¿Cómo sabes que no nos hemos perdido? -le gritóGeraden en medio del diluvio.

- ¡La lluvia! -Pese al agua que corría en arroyos por sostro, sonrió-. ¡En esta época del año, siempre procede deste! ¡Estamos yendo hacia el sur, así que lo único qu

enemos que hacer es ir cortando el viento!Se hubiera sentido realmente impresionada si todo suerpo no se sintiera tan miserable.

Sin embargo, siguió avanzando; ella y Geradeiguieron avanzando. Mientras sus enemigos estaba

egados era el mejor momento para ganar el máximo terren

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osible. La lluvia podía hacer imposible que Torrent siguiersu madre; pero Terisa se sentía demasiado fría y empapadomo para preocuparse por algo tan fuera de su control. Soncentró principalmente en Geraden y en su avance has

que finalmente la tormenta disminuyó, una o dos horas antedel anochecer, y él tuvo la oportunidad de orientarse.- Mañana. -Había alivio en su voz; sin embargo, el

nunca lo había oído sonar tan cansado-. Estaremos en Demesne mañana por la mañana. Mañana por la tarde o pa noche alcanzaremos Orison.

Sólo por decir algo, ella murmuró:- Si el Príncipe Kragen no me ofrece ropa seca,

scupiré a la cara.Geraden asintió su aprobación.- Simplemente no le des una patada en las partes. H

ído decir que los príncipes tienden a ponerse furiosos si loatean en las partes.

- Ño me importa -respondió ella-. Llevo tanto tiempoomos de un caballo que ya no puedo recordarlo, y me dueodo el cuerpo. Voy a patear a quien quiera y en el lugar qu

quiera.Él asintió de nuevo.- Puede que tengas que hacerlo. -Era evidente que su

ensamientos estaban en otra parte-. Llevamos conosotros un montón de preguntas desde hace un montón d

iempo. Mañana empezaremos a conseguir respuesta

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Puede que tengas que patear a todo el mundo con quien noncontremos.

Terisa se negó a preocuparse por aquello. Todo lo qudeseaba en aquellos momentos era sentirse caliente y seca.

Los habitantes de Orison tuvieron una reacciópuesta: rezaron para que la lluvia siguiera.Desgraciadamente, no lo consiguieron. A la mañan

iguiente, el suelo estaba lo suficientemente seco como paque el Príncipe Kragen reanudara su ataque.

El barro era aún denso: un mar de él rodeaba OrisoPero décadas o siglos de uso habían compactado luficiente el camino de entrada al castillo; proporcionabuficiente pie a los de Alend como para poner un poco duerza a los embates de su ariete.

Protegidos por el armazón y sus escudos, casi un mill

de hombres se agruparon cerca de los muros para apoyar riete mientras martilleaba las puertas. Cada golpe parecransmitirse a través de la piedra y ascender hasta la paruperior de las torres y descender hasta las más profunda

mazmorras.

Como respuesta, los guardias del Castellano Lebbicnstalaron mandrones lo suficientemente poderosos comara mellar el hierro y astillar la madera. Los mandrone

destrozaban los escudos de Alend casi sin ningún esfuerzeducían a pulpa la carne bajo los escudos y aplastaban lo

huesos. Lebbick, sin embargo, no disponía de mucha

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allestas lo bastante potentes. Y sus hombres tenían qudisparar docenas de flechas a fin de dañar el armazón qu

rotegía el ariete.Lentamente, inevitablemente, golpe tras golpe, la

uertas empezaron a ceder.La madera empezó a comprimirse y a cuartearsparecieron las tensiones a lo largo de los refuerzos d

hierro; el mortero empezó a saltar de entre las piedras quujetaban las puertas al muro; los cerrojos empezaron flojarse.

En aquel momento, el Príncipe Kragen estaba pagandya por su éxito con docenas y luego con centenares de suhombres. Dentro del castillo, los defensores de Orison nufrían pérdidas. Pero aquel desequilibrio cambiaría dentido tan pronto como cedieran las puertas.

- Mañana -murmuró Lebbick, inspeccionando lamaderas con ojo experto-. Esos lamemierda estarán dentrmañana. Nos queda eso de vida.

 No parecía preocupado. Ni siquiera sonaba furioso.Sonaba satisfecho.

Como correspondía, envió un informe al Rey JoysLuego redujo los defensores de Orison al mínimo. Caduardia que podía ser retirado recibió la orden de alejarara pasar todo el tiempo que pudiera con los amigos amilia que tuviera.

Su esposa hubiera aprobado aquello.

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Amistosamente, Artagel le preguntó:- ¿Qué supones que hará el Rey Joyse para salvarnos?Sin la menor advertencia, el Castellano Lebbic

ecuperó su ira.

- Por la forma en que está yendo nuestra suerte -tenos dientes tan fuertemente apretados que parecía como u frente fuera a cuartearse-, desafiará al fornicador Príncip

Kragen a un duelo.Con la furia crujiendo en cada músculo, abandonó la

uertas y el patio. Mientras estaba furioso, al menos, nodía soportar ver lo que estaba ocurriendo.

Como el Príncipe, no tenía ninguna forma de saber quTerisa y Geraden estaban ya en el Demesne.

Más tarde, aquella tarde, cabalgaron como si nuvieran miedo directamente hacia la primera patrulla d

Alend que encontraron, y pidieron ser llevados ante damElega.

Las espadas y la desconfianza les rodearon dnmediato. La montura de Terisa mostraba una inquietannclinación a girarse en todas direcciones; tenía que luch

on ella para mantenerla bajo control. Era consciente de qul clima se había vuelto frío desde la lluvia del día anterioHombres de Alend?, se preguntó. ¿No de CadwalSignifica eso que Orison aún sigue resistiendo? Pero nenía intención de formular aquellas preguntas en voz alt

Después de todo, estos soldados iban vestidos como lo

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hombres que habían secuestrado a la Reina Madin.El jefe de la patrulla restalló:- ¿Qué mierda de cerdo os hace pensar que tené

lguna razón para ver a la dama del Príncipe?

La boca de Geraden sonrió, pero sus ojos eran duros.- Somos sirvientes -respondió, con un asomo de riesgn su voz-. Nuestros padres han servido a su familia desdntes de que nosotros naciéramos. Hemos crecido junto colla.

«Venimos de Romish. La Reina nos envió a verla.El jefe de los hombres de Alend gruñó una maldición.- ¿La Reina? ¿Madin, esa jodida esposa de Joyse?El esfuerzo de controlar su caballo cubrió el rostro d

Terisa tan efectivamente como una máscara. La expresión dGeraden era positivamente serena: sólo sus ojo

menazaban con traicionarle.- Así que has oído hablar de ella -dijo blandamente

Bien. Entonces comprenderás que a dama Elega no va ustarle nada si nos impides entregarle nuestros mensajes.

- ¿La Reina Madin? -repitió el de Alend, con la vo

ongestionada por la hostilidad-. ¿Traéis mensajes de Reina Madin?La boca de Geraden sonrió de nuevo.- Vaya, eres rápido. -Luego, suavemente, añadió

Llévanos a presencia de dama Elega.

Un pequeño estremecimiento recorrió el corazón d

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Terisa cuando oyó la autoridad en su tono.El jefe de la patrulla dudó; había sido cogido p

orpresa…, un hecho que pareció desconcertarle. Parompensarlo, gruñó una obscenidad. Luego dijo:

- Creo que el Príncipe deseará oír vuestros mensajes.- Siempre que podamos hablar con ella -respondiGeraden-, no me importa quién más nos escuche. Llévanosverlos a los dos.

«Simplemente hazlo.Ante su propia y evidente sorpresa, el jefe de la patrul

de Alend se dio la vuelta y organizó a sus hombres para quscoltaran a Geraden y Terisa hacia el campamento. Un p

de sus hombres galoparon delante; el resto formó un nudn torno a los viajeros.

Repentinamente aturdida por el alivio -quizás a causa d

que su caballo había dejado de querer actuar por cuenropia-, Terisa se permitió el riesgo de guiñarle un ojo

Geraden. Éste fingió no darse cuenta.Estaban más cerca del asedio de lo que había

upuesto. Al cabo de poco tiempo llegaron a la vista d

jército de Alend y de Orison.Terisa se sorprendió de lo pequeño que parecía astillo bajo aquellas circunstancias, rodeado por diez moldados, medio centenar de máquinas de guerra y u

número incontable de sirvientes y seguidores d

ampamento. La masa de piedra gris de Orison, que hubier

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debido parecer impenetrable, mostraba un inesperadarecido al cartón; las pequeñas banderas que ondeaban e

as torres daban al lugar el aspecto de un juguete de niño.Al mismo tiempo, la brecha parcialmente cubierta por

muro cortina parecía bostezar innaturalmente amplia, como uera más grande de lo que había sido antes, y más oscuruna herida mortal.

Los hombres que cabalgaban delante habían causadya una conmoción: Terisa pudo ver al ejército y sucompañantes moverse para recibirles a ella y a Geraden. Lente corrió hacia delante para mirar; se formularoreguntas que el jefe de la patrulla ignoró o respondió co

un grito. El ataque a las puertas empleaba tan sólo unracción de las fuerzas del Príncipe Kragen; el resto no ten

nada que hacer por el momento excepto aguardar

reocuparse. Algunos de los soldados sólo deseabanoticias. Pero otros ofrecían chistes e insultos que hicieroque los ojos de Geraden se volvieran tan duros comristales. Sin embargo, mantuvo su expresión de serenidad,iguió a la patrulla a través del campamento.

Pasaron junto a una zona de sucias y descuidadaiendas donde vivían los más pobres de los seguidores dampamento, hundidos hasta los tobillos en la acumulació

de sus propios desechos. Luego el orden y la limpieza dampamento empezó a mejorar, de acuerdo con el crecient

status de sus ocupantes. Al cabo de unos minutos,

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atrulla llevó a Terisa y Geraden a una zona abierta como mitación de un patio, rodeada por varias tiendas tarandes y lujosas que Terisa estuvo segura de que ella

Geraden habían alcanzado su meta.

Su meta inmediata, en cualquier caso. Para poder entrn Orison, primero tenían que pasar más allá del PríncipKragen.

Salió de una de las tiendas a las sombras del atardecntes de que nadie hubiera tenido oportunidad d

desmontar. Avanzó como si tuviera intención de dirigirsdirectamente a los jinetes; pero tan pronto como los vio detuvo en seco.

Clavó los puños en sus caderas cuando Terisa cruzó smirada con la de él; sus negros ojos llamearon como si ella hubiera dado un bofetón. Por un momento, obligándose

er meticuloso, volvió la cabeza y estudió a Geraden; luegmiró de nuevo fijamente a Terisa.

- ¿Sirvientes de la Reina? -preguntó a su hombre, en uono que podía ser burlón o amargo-. ¿Te dijeron eso, y tes creíste? ¿A ninguno de vosotros, estúpidos, se o

currió preguntarles sus nombres?Sin embargo, no dio al jefe de la patrulla la oportunidade responder.

- Oh, olvídalo. Te hubieran mentido también con sunombres, y entonces hubieras quedado como un estúpid

mayor aún que ahora.

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»Al menos ten el sentido común de desarmarlos. Lueguedes irte.

Herido en su amor propio, el jefe de la patrulla spoderó de las armas de Terisa y Geraden, las espadas qu

es había dado el Termigan. Luego sus hombres se retiraronEl Príncipe Kragen dio la impresión de que la patrulhabía dejado ya de existir en lo que a él se refería. Estaboncentrado exclusivamente en Terisa.

- Mi dama Terisa de Morgan -dijo lentamentrrastrando las palabras de una forma que sugería humor urla-. Me sorprendes por completo. Y tu compañero deber el infame Apr Geraden, el blanco a la vez del augurio y das burlas. No puedo pensar en otra posibilidad.

»Sin embargo, me sorprendes también en eso. Puestque estás aquí fuera -apartó un puño de su cadera par

hacer un gesto hacia el terreno entre las tiendas-, cuando ebvio que deberías estar ahí dentro -señaló hacia Orisonlego a la conclusión de que tenéis una notable historia quontarme.

»Me la contaréis -gradualmente, su tono convenció

Terisa de que no estaba de buen humor- ahora.- Mi señor Príncipe -intervino firmemente Geradeomo si no estuviera interrumpiendo al Pretendiente d

Alend-, ¿dónde es tá dama Elega?- Estoy aquí, Geraden.

Terisa se volvió en su silla y vio a la hija del Rey.

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Elega estaba de pie entre los faldones de la entrada duna de las tiendas. Un rayo de sol incidía sobre su rostro, dmodo que su palidez habitual quedaba cubierta por un rubonaranja dorado, y la luz ahogaba la vividez de sus ojos. Vis

de aquel modo, parecía como si se hubiera convertido euna mujer completamente distinta desde que Terisa la habvisto por última vez.

- Así que es cierto, mi dama Terisa -dijo claramentlzando su voz como si se tratara de una ocasión formal

Siempre fue cierto. Eres una Imagera.La boca del Príncipe Kragen se agitó bajo su bigote e

una maldición. Cuando habló, sin embargo, su tonermaneció neutro:

- ¿Cómo has llegado a es ta conclusión, mi dama Elega?La mirada de Elega no se apartó de Terisa; la estudió

ravés de los rayos del sol.- Como tú has dicho, mi señor Príncipe, no están e

Orison. Es dudoso que hayan podido arrastrarse fueruzando su asedio. En consecuencia, tienen que hab

utilizado la Imagería.

- Que puede habernos proporcionado otra personaeñaló ásperamente Geraden-. No olvides esa posibilidao creerás que Gart efectúa sus propias traslacioneverdad?

Un inesperado silencio cayó sobre las tiendas. Elega s

levó a medias una mano a la boca, luego la dejó caer. U

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destello de blancos dientes apareció entre los labios dPríncipe Kragen. Desde algún lugar en la distancia, Teris

odía oír un metódico golpeteo, un profundo resonar a vez tan duro y tan lejano que parecía llegar a través del sue

ntes que del aire. Unos hombres gritaban rítmica débilmente. Su presencia allí, y la de Geraden, debía habonstituido una completa sorpresa para Elega y el Príncip

Ahora la idea que sugería Geraden parecía impresionarleún más, como si hiciera que toda la situación fuesncomprensible.

Bien, pensó Terisa, esto era mejor que verse atados…degollados. Sintió un excéntrico, casi alocado deseo dplaudir a Geraden. Los hombres que se habían llevado a

Reina Madin eran de Alend. Y Terisa y Geraden teníanantas preguntas… Y deseaban entrar en Orison. Si Krage

había ordenado realmente el secuestro de la Reina, su únicsperanza era mantenerlo desequilibrado y rezar para qucurriera algo inesperado.

Intentando hacer su contribución, preguntó:- Mi señor Príncipe, ¿puedo desmontar? Llevo en es

aballo desde mucho antes de lo que puedo recordar.Un leve estremecimiento pareció recorrer el cuerpo dPríncipe Kragen, una breve convulsión de su voluntanmediatamente se tranquilizó, como si su seguridad en

mismo hubiera sido tensada una muesca.

- Por supuesto, mi dama Terisa. -Avanzó hacia ella-. E

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o que a otros asuntos se refiere, ya he dicho que las deudantre nosotros han sido saldadas. Pero eres una amiga d

dama Elega, y así eres bienvenida entre nosotros. Permítemfrecerte la hospitalidad del Monarca de Alend.

Alzó las manos para ayudarla a desmontar.Aquella era una cortesía a la que Terisa no estabcostumbrada, pero hizo todo lo que pudo por dejar que yudara. Geraden desmontó también y acudió a su ladnmediatamente, hizo una formal inclinación de cabeza

Príncipe Kragen.- Mi señor Príncipe, no he sido propiamente presentad

unque tú me has nombrado. Soy Geraden, el séptimo hijdel Domne, un Apr de la Cofradía de Imageros.

»Como has dicho, tenemos una notable historia quontar. -De alguna forma, consiguió sonar como si n

udiera pensar en una sola razón para desconfiar dPríncipe-. Y tiene que haber un montón de cosas que t

uedas contarnos a nosotros, si podemos persuadirte dque lo hagas.

- Geraden. -Elega había avanzado hacia ellos mientra

Terisa tenía la mirada clavada en el Príncipe Kragen. Sostro y su silueta estaban en sombras ahora, con aradójico resultado de que parecía más brillante, máguda; más capaz-. ¿Qué significa esto? -preguntó-. ¿P

qué estáis aquí? ¿Y cómo? Seguramente no nos pedirás qu

reamos que esto no es más que el resultado de otra de tu

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olosales equivocaciones.- No -respondió Geraden-. Por otra parte, espero qu

reas que me resulta difícil confiar en ti lo suficiente comara decírtelo todo.

Bien: acababa de dar el primer indicio de cuáles eran suealtades; en consecuencia, de sus intenciones. Terisontuvo el aliento, temeroso de que estuviera arriesgand

demasiado, demasiado pronto.Afortunadamente, Kragen no estaba lo bastan

orprendido como para reaccionar de forma errónea. Sabía que le había ocurrido a Nyle en su intento de alcanzar Perdón: probablemente era capaz de dar por sentadas laealtades de Geraden. Antes de que Elega pudiera respondel sarcasmo de Geraden, el Príncipe Kragen se situó entrllos y cogió a Terisa del brazo.

- Discutiremos concienzudamente estas cosas, os lseguro -observó-, pero no veo ninguna razón por la que n

debamos hacerlo en un lugar más confortable…, y erivado. -Con su mano en el brazo de Terisa, la animó vanzar, conduciéndola hacia la mayor de las tiendas qu

odeaban el espacio-. Además, os he ofrecido la hospitalidadel Monarca de Alend, y eso no debe rechazarse. -Como ya no se estuvieran moviendo, como si ella tuviera algun

osibilidad, preguntó-: ¿Vendrás conmigo?Terisa asintió. Pero no dejó escapar el aliento hasta qu

vio que tanto Geraden como Elega les seguían.

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El principe la introdujo en lo que al cabo de un momene dio cuenta de que era el avance de la tienda. Establuminado tan sólo por los braseros que lo calentaban, con esultado de que su mobiliario era oscuro, vagamen

minoso; las sillas parecían agazaparse en las tinieblas, tampredecibles como bestias. El Príncipe Kragen, smbargo, dio unas palmadas, y pidió lámparas y vino. Loirvientes respondieron casi instantáneamente; pronto unálida luz amarilla llenó el avance, y el peligro se arrastr

hacia atrás, ocultándose en la oscuridad de la parte superide los postes o en las sombras detrás de las sillas.

- El Monarca de Alend se ha retirado a su cama -dijasualmente el Príncipe Kragen-. De otro modo os hubie

dado personalmente la bienvenida. Esta tienda sirve comu sala de consejos, y dudo -sonrió- que haya ningú

hombre en todo el campamento que se atreva a escuchar que se dice aquí. Podemos hablar libremente.

Hizo que Terisa, Geraden y Elega se sentaran. Cuandstuvo servido el vino, él tomó también una silla. Terisebió un sorbo de la espléndida cosecha, intentand

ontrolar su nerviosismo; pero Elega los observaba a ella yGeraden, mientras que Geraden observaba al Príncipe.El Príncipe Kragen jugueteó con su vaso.- Mi dama Terisa, Geraden, éstos son tiempo

omplejos. Sospecho que todas las historias son notable

Sin embargo,  vuestra llegada aquí sugiere preguntas a la

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que me gustaría obtener respuestas.- Perdóname, mi señor Príncipe -intervino Gerade

omo si no hubiera oído a Kragen-. Han ocurrido tantaosas… Lo último que sabemos es que Cadwal avanzab

hacia aquí. Un ejército enorme. ¿Dónde está? ¿Qué le hcurrido al Perdón? ¿Cómo ha sido capaz Orison detenerte durante tanto tiempo?

- Geraden, yo estoy al mando de este asedio. -La voz dríncipe se convirtió en un suave ronroneo, una amenaza

Este ejército es mío. Deseo comprender cómo habéis llegadhasta aquí.

- Por supuesto, mi señor Príncipe. -Geraden se permituna ligera y sugerente pausa-. Por otra parte, desearía sapaz de medir las consecuencias de lo que te diga. Esto

hablando con un honorable enemigo y una poco honorab

miga. -Ignoró la forma en que Elega se envaró, el violentlamear de su mirada-. El conocimiento es poder. No deseolocar un arma en las manos equivocadas .

- No lo harás. -El Príncipe Kragen podría ser muy bieun gato fingiendo que no estaba a punto de saltar-. L

ondrás en mis manos.Geraden no parpadeó.- ¿O de lo contrario?El Príncipe se encogió delicadamente de hombros.- No hay ningún «o de lo contrario». Simplemen

firmo un hecho. Me contarás tu notable historia.

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Su tono dejó el estómago de Terisa convertido en uuro nudo. Cuando miró su vaso, descubrió que estaba ca

vacío.- Geraden -intervino Elega-, ¿por qué habéis venid

quí? Nunca habéis sido estúpidos. Sabíais que roduciría esta situación. Sabíais que tanto el Príncipe comyo deseamos la derrota de Orison. Y sabíais -pareció dudar

ero sólo por un instante- que no podemos permitirnos ujo que mantengáis en secreto vuestros conocimientoosotros también arriesgamos mucho. Mi vida quizá sea unosa pequeña, pero el Príncipe es responsable de todo jército de Alend. En resumen, es responsable de upervivencia de todo el reino de su padre.

»Y por ello -añadió firmemente- tengo mi propesponsabilidad. Como el Rey, yo he traído a todos nosotro

este lugar.»¿Por qué os habéis puesto tú y dama Terisa e

nuestras manos, si no tenéis intención de decirnos lo quabéis?

Geraden no se lo pensó.

- Porque somos incapaces de entrar de nuevo en Orisoin vuestro consentimiento.- ¿Es eso lo que deseáis? -preguntó suavemente

Príncipe Kragen-. ¿Queréis que os permitamos entrar eOrison, para que podáis contarle al Rey Joyse la historia qu

retendéis ocultarme a mí?

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Geraden contempló aquel aspecto de la situación.- Eso es esencialmente cierto, mi señor Príncipe.- Sospechaba algo parecido. -El Príncipe juntó la

manos sobre sus muslos, con las puntas de los dedo

ocándose ligeramente, como si su autocontrol fueerfecto-. Mi mente no es como la de mi dama Elega. Cuandntrasteis en mi campamento, no dije: Son Imageros. Dij

Son exploradores que desean informar a su señor.»Si creéis que voy a permitiros cruzar mi asedio pa

que podáis prestar ayuda o información de cualquier tipo Rey Joyse, estáis seriamente equivocados.

Geraden se encogió de hombros. A juzgar por llandura de su expresión, no tenía ni idea de lo seriamen

que acababa de ser amenazado.Terisa estaba demasiado llena de ansiedad par

ermanecer quieta en su silla. Sin pedir permiso, se levantóue hacia la jarra de vino.

- ¿Por qué no llegamos a un acuerdo? -dijmpulsivamente. El cansancio y los primeros efectos del vinodían estar hablando por ella. Había jugado al juego d

ntercambiar información con el Rey Joyse: sabía que eeligroso. Pero era lo mejor que podía ofrecer. Con su vasleno de nuevo, regresó a su asiento-. Vosotros nos decílgo. Nosotros os decimos algo. Un intercambio justo. Dsa forma no tendremos que confiar los unos en los otros.

- ¿Quién hablará primero? -preguntó Elega, con un ton

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uidadosamente neutral.- Vosotros -dijo Terisa sin vacilar-. Estamos en vuestr

oder. Podéis hacernos cualquier cosa que deseéis eualquier momento que deseéis. ¿Qué tenéis que perder?

Se sentó.Geraden mantuvo oculta su reacción. Dama Elega mirl Príncipe Kragen.

El Príncipe pensó por unos instantes; no parecía sonsciente de que estaba mordisqueándose el bigote. Do

de sus dedos tamborileaban silenciosamente el uno contra tro, midiendo la amenaza en el avance de la tienda. Lueg

dijo con firme tranquilidad:- Creo que no.»Mi dama Elega -prosiguió, antes de que Teris

stuviera seguro de que había oído bien-, tú no ha

scuchado los detalles de la llegada de nuestros huéspedeEstoy seguro de que te interesará conocerlos.

«Geraden y dama Terisa no hicieron ningún intento dcultarse. Fueron abiertamente al encuentro de una de matrullas -hizo una pausa ominosa-, pero no solicitaron un

udiencia conmigo. No pidieron permiso para acercarse Orison. No, mi dama, exigieron el derecho de hablar contigoInvoluntariamente, Elega contuvo la respiración.Sin dejar de mirar a Geraden y Terisa, el Príncipe Krage

ñadió:

- Resulta claro que cualquier subterfugio o plan qu

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hayan preparado para que les conduzca a Orison va dirigidti. Creen que poseen los medios necesarios pa

ersuadirte. -De nuevo hizo una pausa; luego observrípticamente-: Incluso es concebible que sean consciente

de la existencia de un precedente.Como respuesta, los ojos de Elega se abrieron con fury dolor.

- Eso es injusto, mi señor. -Casi instantáneamente, simbargo, pareció captar las implicaciones de lo que él hab

dicho. Precipitadamente, preguntó-: Geraden, ¿has visto…?Tan repentinamente, tan fuertemente que el sonido hiz

dar un vuelco al corazón de Terisa, el Príncipe Kragen diuna palmada, interrumpiendo a Elega; deteniéndola.

- Mi dama -articuló cuidadosamente-, he dicho que ndeseo intercambiar historias con ellos. Cuando nos haya

ontado todo lo que saben, decidiré qué pueden oír.Elega contuvo su lengua; sin embargo, su rostro mostr

a dificultad de su contención. Bruscamente, Terisa se diuenta de que deseaba oír la historia de Elega: la Elega qulla recordaba no hubiera tolerado tan sumisamente un

rden de callate. ¿Qué había ocurrido para cambiar a dama, para volverla tan aquiescente? ¿Qué tipo donfrontación se estaba produciendo entre ella y

Príncipe? ¿Era sólo una cuestión de culpa porque su ataquontra el depósito de agua había fracasado? ¿O había hech

lgo más para merecer la desconfianza de Kra-gen?

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Puesto que su corazón latía aún desbocadamente deseaba calmarlo, Terisa fue en busca de algo más de vino.

Como si desearan mostrarse educados, los demácupantes del avance aguardaron hasta que se hub

entado de nuevo. Tuvo la impresión de que todos lbservaban.- Sirves un vino muy embriagador, mi señor Príncipe

murmuró suavemente Geraden-. No había probado nada adesde hace mucho tiempo.

En opinión de Terisa, aquello era algo extraño de decn unos momentos como aquéllos.

Al parecer, el Príncipe Kragen estuvo de acuerdo colla. Ignoró el comentario de Geraden. Hablando aún a Elegomo si fuera ella el auténtico objetivo de su escrutinio, dijo

- En cualquier caso, mi dama, todavía no te he dich

odo lo que debes oír. Cuando Geraden y dama Terisidieron hablar contigo, dieron una explicación de lo mánteresante. Dijeron que traían mensajes para ti de la Rein

Madin, tu madre.Elega estuvo inmediatamente en pie.

- ¿La Reina? -No pareció darse cuenta de que se habevantado-. ¿Habéis hablado con la Reina? ¿Envió mensajeara mí? -Sus ojos brillaron con excitación y angustia; s

voz contenía un temblor visceral-. Indudablemente hablasteis de mi participación en el asedio. ¿Qué es lo qu

quiere decirme mi madre ahora?

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Terisa se sintió absorta al descubrir que se habdeslizado de nuevo en su silla. El vino parecía hacer sabeza pesada.

Poniéndose en pie, dijo:

- Podemos deciros quiénes son los traidores dentro dOri-son. Quiénes son los Imageros renegados. Podemodeciros cómo planearon todo esto con Cadwal. Junto

odemos ser capaces de adivinar qué tipo de trampa planeadesencadenar.

La mirada del Príncipe Kragen ardió sombría hacia ellSin ninguna razón en particular, Terisa añadió:

- Si deseáis intercambiar información, podemos decironcluso lo que Domne y Termigan y Fayle van a hacer especto.

Por todo lo que pudo decir, Geraden y Elega y Krage

e pusieron a hablar al mismo tiempo. Geraden preguntó:- ¿Sabes lo que estás haciendo? Parece que has bebid

demasiado vino. -Sonaba como un hombre que ha perdidu sentido del humor.

Al mismo tiempo, Elega protestó:

- ¡No! ¡Quiero oír los mensajes de mi madre!El Príncipe Kragen estaba diciendo:- Sigue, mi dama Terisa. -Pese a su autocontrol, parec

nsioso-. Estoy seguro de que podemos llegar al acuerdo dun intercambio equitativo cuando hayas terminado.

Sonriendo, Terisa agitó un dedo hacia él.

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- Oh, no, mi señor Príncipe. -Realmente estaba agitandun dedo hacia él-. Seamos justos. Así no es como se juegaste juego.

Geraden estaba de pie frente a Elega; su voz hab

dquirido un timbre agudo para cubrir la de Terisa. Su tonin embargo, carecía de autoridad. Ni siquiera reflejabonfianza. En vez de ello, rozaba la histeria.

- El hecho -dijo- es que no tenemos ningún mensaje da Reina. No tuvo tiempo de darnos ninguno. Planeaba venquí ella misma. Deseaba estar al lado del Rey. Pero no tuva oportunidad.

Pese a la presión de hablar, dudó. La mirada de Elegstaba clavada en su rostro; todo su cuerpo se concentrab

hacia él.- Sigue -dijo, con la garganta agarrotada.

- ¡Continúa, mi dama! -restalló el Príncipe Krageparentemente intentando arrancarle a Terisa más palabras.

Justo a tiempo, Terisa se llevó un dedo a los labios hizo un ruido siseante.

- Elega, lo siento -dijo miserablemente Geraden

Mientras estábamos allí, la Reina nos fue arrebatadEmboscada. Imagería y soldados. Fue secuestrada.Lentamente, como si apenas pudiera alzarlas, Elega

levó las manos a la boca.- Sabemos quién fue el Imagero.

Su respiración se hizo afanosa, siseando entre su

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dientes.- Los soldados eran de Alend.El Príncipe Kragen se sobresaltó de tal modo que saVi

n pie y ladró:

- ¡Mientes! -antes de poder contenerse.Terisa estudió a los tres.- No. -Era maravilloso lo claro que podía hablar, a pes

del peso en su cabeza-. No está mintiendo. Estábamos alPor eso deseamos entrar en Orison. Eso es lo que queremodecirle al Rey Joyse. Tus hombres secuestraron a la ReinMadin.

Desde la perspectiva de Terisa, dama Elega se prendiomo la llama de una vela. Sin moverse, pareció estallar easión; barrió a través de ella hasta el techo, lo bastanrdiente como para carbonizar. Enfrentándose al Príncip

omo si Terisa y Geraden hubieran quedado olvidadousurró como un grito:

- ¿Qué es lo que has hecho?El rostro de Kragen se crispó; sus dientes reluciero

ajo su bigote.

- Están mintiendo. Te lo digo, es una mentira.Ella no se inmutó.- Geraden nunca ha dicho una mentira en toda s

vida…, nunca una que doliera tanto. ¿Qué es lo que haecho?

- ¡Nada! -gritó en respuesta, intentando apartar su furi

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¿Geraden no miente? Quizá no. ¡Yo no alzaría mi manontra una mujer solitaria e indefensa! Nunca en mi vida.

Quizás ella no lo oyó; tal vez no podía. Sus manostaban cerradas en puños contra sus mejillas; ardiend

lzó su voz en un gemido.- ¿Dónde está mi madre? ¿Qué le has hecho a mmadre?

Con aquel grito, ardió demasiado brillantemente comara sostenerse. Era demasiado vulnerable: sus fuerzaallaron, y se desvaneció. Delicadamente, como cera caliente derrumbó hacia el suelo.

Geraden la sostuvo.Sujetándola en sus brazos, se enfrentó al Príncip

Ahora era él quien jadeaba pesadamente, en busca de airomo si hubiera respirado el fuego emanado de ella. S

flicción lo había vuelto salvaje, imprudente. El PríncipKragen avanzó hacia él, intentó cogerla. Él la apartó de uirón, como si no le importara el hecho de que el Príncipodía matarle.

- Sólo hay dos posibilidades, mi señor Príncipe, ¿no e

sí? O bien lo hiciste tú, así que vas a tener que atarnos a my a Terisa y empezar a torturarnos, o bien te lo hizo alguien cuyo caso vas a tener que dejarnos ir a ver al Rey.

»¿Cuál de las dos cosas vas a hacer?Pero el Príncipe Kragen no estaba escuchando.

- Suéltala, Geraden -murmuró, casi suplicando-. Ella e

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ólo tu amiga. Yo la quiero. Si todo Cadwal y el ancho mar snterponen entre nosotros , me casaré con ella antes de morDámela.

Tendió los brazos.

Terisa vio a Geraden arder de la misma forma que habrdido Elega; lo vio al borde de gritarle algo de lo que nodría retractarse luego a los dientes del pesar del Príncip

Afortunadamente, ella ya estaba en pie, erguida en su furiDe otro modo no hubiera podido alcanzarle a tiempo. Apoyuna mano en su hombro, luego deslizó su brazo en torno u cuello y lo abrazó.

- Le creo -dijo suavemente-. Tú mismo dijiste que era uhonorable enemigo. No haría algo así. Y, de ser capaz dhacerlo, lo hubiera hecho hace mucho tiempo.

»Va a dejarnos entrar en Orison.

 Notó que los músculos de Geraden se tensaban, taígidos como el grito de Elega.

Al cabo de un momento, los notó relajarse.Suavemente, entregó a Elega al abrazo del Príncip

Kragen.

Inmediatamente, Kragen se sentó en el suelo, sujetandElega muy cerca de él mientras comprobaba su pulso y sespiración, la instalaba cómodamente. Inclinó la cabezobre ella, ignorando a Terisa y Geraden.

Permanecieron de pie a su lado y aguardaron. Los lado

del avance de la tienda estaban flanqueados por sirvientes

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oldados, atraídos por el grito de Elega. No teníanstrucciones, sin embargo, de modo que no se movieron.

Entonces los ojos de Elega parpadearon y se abrieroCuando vio dónde estaba, una ligera sonrisa curvó su boc

Gentilmente, como si no deseara herirle, alzó una mano pacariciar la mejilla del Príncipe.Él dejó escapar un tenso suspiro y alzó la cabeza.Su voz tuvo que luchar para salir de su pecho.- ¿Por qué debo dejaros entrar en Orison?Geraden carraspeó. Con la voz constreñida por

moción, jadeó:- Porque si los hombres que secuestraron a la Rein

Madin eran de Cadwal o mercenarios disfrazados comhombres de Alend, el ataque apunta hacia ti además de hacl Rey Joyse. Parte de su finalidad es impedir que nadie cre

n ti. Y parte de ella es impedir que tú y el Rey Joyse confiél uno en él otro, impedir que forméis una alianza.

»Estás siendo manipulado. Por el Gran Rey Festten. os traidores. Y la única forma en que puedes salvarte eermitir que hablemos con el Rey.

- Y si yo no les dejo entrar en Orison -el Príncipe sdirigía a Elega-, tú creerás que soy el responsable decuestro de tu madre.

Elega no asintió ni agitó la cabeza. La leve sonriermaneció en sus labios; su mano se cerró formando cop

n la mejilla de Kragen.

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- Tú deseas una alianza, mi señor. Siempre has deseaduna alianza, no este mal concebido e inútil asedio. Quizáso sea posible ahora. Tal vez valga la pena intentarlo.

El Príncipe Kragen dejó escapar un sonido seco, com

l intento de una risa.- La última vez que propuse eso, él me humilló. Se tomun considerable esfuerzo en humillarme.

- Él no… -empezó a decir Terisa. Pero sus piernas sambaleaban, y tuvo que apoyarse en el hombro de Gerade

Por un momento olvidó lo que estaba diciendo.Luego recordó.- Te estaba probando. Pensaba que eras su enemigo

o sabía quién era el traidor. No sabía qué alianzas shabían establecido ya. Ahora podemos decírselo.

La cabeza del Príncipe Kragen se volvió; sus ojo

enían un brillo de obsidiana que la hubiera aterrorizado hubiera sido capaz de concentrarse en ello. Suavement

rdenó:- Cuéntamelo.Geraden inspiró profundamente y se envaró.

- Yo te lo contaré, mi señor. El traidor es el MaestrEremis. Podemos suponer cómo efectúa las traslaciones que permiten atacar cualquier parte de Mordant…, que ermiten a él y a Gart y al Maestro Gilbur moverse a travé

de los espejos planos sin perder la razón. Y sabemos dónd

e halla localizado su poder, dónde tiene sus espejos.

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Con una intensidad que Terisa no comprendió ebsoluto, el Príncipe Kragen quiso saber:

- ¿Dónde?Cuando Geraden hubo descrito Esmerel y s

ocalización, el Príncipe bajó la cabeza.- Mi dama -preguntó a Elega-, ¿puedes ponerte en pie?Ella asintió.Un gesto de sus dedos trajo corriendo a dos sirviente

Tomaron a la dama entre sus brazos, la ayudaron evantarse. Inmediatamente, el Príncipe Kragen estuvo eie. Mantenía el rostro vuelto hacia un lado, de modo que

Terisa ni Geraden pudieran ver su expresión. Casi para mismo, murmuró:

- Tengo que hablar con el Monarca de Alend.Sin ofrecer ninguna explicación o esperar un

espuesta, entró en la oscuridad de la tienda principal y cerl faldón tras él.

Mientras Geraden y Elega se estudiaban el uno al otron inseguridad y un cierto embarazo, Terisa fue a llenar d

nuevo su vaso.

Estaba tendida en el suelo, profundamente dormida oncando suavemente, cuando regresó el Pretendiente dAlend.

Su actitud había cambiado de una forma sutil. Parecmenos furioso, menos alterado por la frustración;

erspectiva de una batalla o un peligro inmediato brotaba d

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l como un palpable alivio. Pese a sus esfuerzos por sonneutro, su voz era varios tonos más aguda cuando anunció

- El Monarca de Alend ha decidido que se os permitntrar en Orison mañana por la mañana.

Cuando dijo eso, el rostro de Elega brilló radiante hacl.Geraden dejó escapar el aire de su congestionad

echo con un estallido que era casi una risa.- Gracias, mi señor Príncipe. Me alegra que n

stuviéramos equivocados contigo. Y me alegra que nuardes rencor hacia mí por detener a Nyle. -Mirfectuosamente a Terisa-. Ella también se alegrará…, cuand

despierte.El Príncipe asintió bruscamente y continuó:- Yo os acompañaré, tanto para demostrar mi buena f

omo para proseguir con el deseo del Monarca de Alend duna alianza.

- Buena idea -observó Geraden.- Dama Elega permanecerá aquí para asegurarnos de qu

l Rey Joyse no abuse de mi buena fe.

Elega bajó los ojos, pero no intentó discutir.- Mientras tanto -concluyó el Príncipe Kragelamand(la atención de sus soldados con un gesto-, pued

que sez aconsejable detener nuestro asalto contra lauertas. -Miró a uno de sus hombres-. Da la orden.

El hombre saludó y se fue. El resto de sirvientes

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oldado; salieron también del avance de la tienda.Para su propia sorpresa, Geraden se dio cuenta de qu

e sentía repentinamente mareado, con un deseo irreprimibde contar chistes y hacer tonterías.

- Con tu permiso, mi señor -dijo-, tomaré un poco máde este fuerte vino. Luego, si estás interesado en el trato qumencionó Terisa, te contaré una historia que erizará todous pelos.

Sonriendo como un predador, el Príncipe volvió a llenaersonalmente el vaso de Geraden.

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13

El cebo final

A medianoche, el Príncipe Kragen y dama Elega sabíaa mayor parte de los secretos de Geraden.

El Pretendiente de Alend era un hombre honorable, simbargo, y mantuvo su palabra.

Mientras Terisa y Geraden dormían el pesado sueño d

demasiado vino, los sirvientes los llevaron a otra tienda os metieron en la cama. Al amanecer, más sirvientes lodespertaron, les ofrecieron baños y comida y ropas limpiaSegún los sirvientes, el Príncipe Kragen deseaba que suhuéspedes sacaran el máximo provecho de su hospitalidaCuando estuvieran completamente preparados, se dirigiría astillo con ellos .

Terisa se sentía algo aturdida y soñolienta, con abeza espesa por la resaca del vino. Deseaba ta

urgentemente un baño que no pudo contenerse.También se sentía considerablemente azarada.

Cuando se dio cuenta de que era incapaz de cruzar mirada con la de Geraden, preguntó torpemente:

- ¿Todavía me hablas?- Por supuesto. -Había un aire vigilante tras su sonris

ero no una discernible irritación-. Si deseas que deje d

hablarte, vas a tener que hacer algo peor que eso.

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Al menos no fingió que no sabía a qué se refería ellTerisa se cubrió el rostro con las manos.

- ¿Me porté como una completa idiota?Él rió suavemente.

- Eso es lo más sorprendente. Me asustaste, dcuerdo. Pensé que ibas a meternos en un terrible problemPero todo lo que hiciste resultó estupendo. Incluso bebanto como bebiste debió ayudar. Te hizo creíble. No cre

que hubiera podido manejar ni a Elega ni al Príncipe sin ti.Ella bajó las manos. Deliberadamente, le miró con ojo

uriosos.- Deja de intentar ser amable conmigo. Fui un

rresponsable. Deberías estar furioso.Geraden la miró con la boca abierta como un payaso.- Tienes razón. Lo siento. Oh, lo siento, lo siento. Po

avor, perdóname. Me siento tan avergonzado.Ella hizo un hosco pero semirregocijado esfuerzo p

atearle las espinillas.Riendo, él la abrazó, la apretó fuertemente contra sí,

esó. Al cabo de un rato, un extraño deseo de llorar

nvadió, y se dio cuenta de que se aferrabdesesperadamente a él. Afortunadamente, el deseo sólduró un instante. Tan pronto como se desvaneció, se sintimejor.

Tuvo que soltarse de él para sonarse la nariz.

- Gracias -dijo suavemente-. Algún día haré algo bonit

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or ti.La sorprendió ver que estaba mirándola de reojo.- Si tuviéramos tiempo, te obligaría a que lo hiciera

hora mismo.

Aquello hizo sonreír a Terisa.- No, no lo harías. -Definitivamente, empezaba a sentirsmejor-. Apesto como una cerda. Creo que debo teneucarachas en el pelo.

Él sacó la lengua en burlona náusea.Terisa fue a tomar un baño.Cuando estuvieron limpios y vestidos con las nueva

opas proporcionadas por el Príncipe Kragen -cómodaopas de viaje, de una piel tan suave como cabritilla

desayunaron. La impresión de que estaban haciendo esperl Pretendiente de Alend remordía a Terisa en el fondo de s

mente; sin embargo, dejó que esperara a fin de tener unúltima oportunidad de hablar con Geraden. Tenía qu

repararse para Orison.- No creo que vayamos a ser muy bien recibidos, ya l

abes -dijo entre mordisco y mordisco de pan con miel

huevos pasados por agua…, un inesperadamente sabrosjemplo de la hospitalidad del Monarca de Alend-. Intenonseguir que el Castellano pensara que era inocente, perl Maestro Gilbur hizo un buen trabajo en echarlo todbajo. -No mencionó a Artagel-. Todo el mundo allí se h

asado todo el tiempo pensando que tú mataste a Nyle

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que yo estoy confabulada con el archi-Imagero.Geraden asintió.- No va a ser muy divertido. Pero no estoy demasiad

reocupado. Tenemos con nosotros al Príncipe Kragen. Baj

una bandera de tregua. No importa lo que Lebbick y todoos demás piensen de nosotros, nos dejarán tranquilos.Masticó unos instantes en silencio, luego añadió:- Lo que me preocupa es ese espejo…, el que atacó

Perdón cuando llegó aquí en busca de la ayuda del Reoyse.

De pronto, Terisa sintió un gusto amargo en la boca.- ¿Acaso Eremis no cambió todo eso? Utilizó a esa

mismas criaturas para intentar matarnos en las afueras dSternwall. Debió usarlas también para matar a UnderweQué puede hacer aún?

«Bien, debe haber metido espejos planos en la Imagedel mundo de donde proceden esas criaturas. De otro modno hubiera podido atacarnos. Pero ha tenido mucho tiempdesde entonces. Puede haber vuelto a cambiar los espejos.

»En cualquier caso, lo más importante es que tiene u

spejo que muestra todo lo que se acerca a Orison, el caminde acceso. Será capaz de vernos venir. Estará advertido.Ella pensó en aquello mientras el sabor en su boc

ambiaba a una vieja y bien asentada furia. Entoncemurmuró:

- Al menos se sorprenderá. No tendrá ni idea de cóm

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hemos conseguido meter al Príncipe Kragen en esto. No le hizo bien ponerse furiosa. Enfrentarse

Castellano Lebbick -o al Tor y Artagel, que se habían vueltontra ella- podía ser ya bastante duro. Pero enfrentarse

Maestro Eremis podía ser peor. Cuanto más quería Geraden, más se erizaba su piel ante el recuerdo de las cosaque el Maestro Eremis le había hecho.

Pudo ver el ansia de Geraden en sus ojos, en la forma eque se movía: estaba empezando a apresurarse. Ella nunchabía sido tan confiada o tan decidida como él; pero ahorambién sentía la necesidad de apresurarse. Con un acuerdácito, abandonaron los restos de su comida. No tenían nad

que cargar, nada que empaquetar. Se besaron una sola vezomo una promesa; luego salieron de la tienda.

El Príncipe Kragen les estaba aguardando. L

ncontraron paseando arriba y abajo en una zona despejadntre las lujosas tiendas.

Iba vestido con sus galas ceremoniales: una casaca deda negra y pantalones, con un peto de cobrelucientemente pulido; una espada en una resplandecien

vaina de cobre a la cadera; un crestado casco de cobre sobu rizado pelo. El brillo del metal realzaba su morena piehacía resplandecer sus negros ojos y relucir su bigote. Y smpaciencia sólo incrementaba su porte, realzando su hábi

de mando.

Tres caballos estaban atados, dispuestos ya, más all

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de las tiendas. También habían sido adornados con todaus galas, con satén y seda colgando de sus sillas y jaece

y cordones dorados atados a sus crines y colas. En tornollos había ya montada una guardia de honor: diez hombre

on el estandarte y el rango del Príncipe.Terisa no vio a Elega por ninguna parte.El Príncipe Kragen hizo una seña con la cabeza

Geraden, una inclinación a Terisa, Con voz contenidxplicó:

- Dama Elega os envía sus mejores deseos a vosotrossu padre, pero no puede acudir a deciros adiós. Ha sid

uesta ya bajo guardia. El Monarca de Alend tiene intencióde que no se cometa ningún error con nosotros, y damElega es su único medio para ese fin. Ni siquiera yo dónde está confinada. En consecuencia, no puedo hacer qu

os hombres del Rey, o sus Imageros, consigan hallarla.Terisa tragó dificultosamente saliva. El sol estaba y

lto, pero no parecía gozar con su trabajo. La luz sobre ampamento y contra los muros de Orison era débil, poconvincente; el aire tenía un sabor frío, más como un residu

del invierno que como parte de la primavera. Las almenas dastillo parecían sombrías, como si hubieran sidbandonadas. Si algo les ocurría a ella y a Geraden allí, perspecialmente si algo le ocurría al Príncipe Kragen, Elega ibverse en serios problemas.

- Mi señor Príncipe -cambió torpemente de tem

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Geraden-, seguro que debes haber oído hablar del espejque atacó al Perdón. Si él mismo no te contó nada especto, seguro que Elega sí lo hizo.

- Sí. -Un sutil cambio en su expresión sugirió que

Príncipe Kragen se alegraba de poder hablar de otra cosdistinta a Elega-. Pero debo confesar que me sientdesconcertado Nuestras máquinas de guerra solamen

ueden acercarse a la puertas a través del camino. Nuestrorietes deben pasar través de la Imagen que golpeó

Perdón. Sin embargo, nada ha sido trasladado contnosotros.

»Me habéis dicho que el Maestro Eremis se halonfabulado con Cadwal para destruir Mordant…, y tambié

Alend. Por esa razón, su poder ha sido usado para defendOrison contra nosotros. Sin embargo, ahora nos hallamos

ocas horas, a un día como máximo, de abatir sus puertas,no ha hecho nada para impedírnoslo.

Abatir las puertas. El estómago de Terisa se retorciAs que era ahora o nunca. Si ella y Geraden no conseguíaque e Rey Joyse aceptara una alianza, Orison caería ca

nmediata mente.Los músculos a lo largo de la mandíbula de Geraden sensaron; pero, si estaba preocupado por la vulnerabilida

de Orison al Príncipe Kragen, no lo admitió.- Probablemente no os ha creado problemas -dijo- p

que no habéis estado atacando muy duramente. Si estáis

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unto de derribar las puertas y aún no ha usado la Imageríupongo que eso quiere decir que su trampa está j usto unto de ser disparada.

El Príncipe Kragen asintió sombríamente. Sin un

alabra, hizo un gesto hacia los caballos y su guardia dhonor.Al cabo de un momento, a Terisa le fue ofrecido u

oree tan grande que no podía ver por encima de su lomOh, mierda, murmuró para sí misma. Aquella era una de laosas que había aprendido en Mordant; tras un poco dráctica, ahora era capaz de decir oh, mierda sin esperar qu

nadie le lavara la boca con jabón. Si caía de aquel animaodían pasar días antes de que golpeara el suelo.

Desgraciadamente, el Príncipe Kragen había montadya; Geraden estaba subiendo a la silla de su caballo. Aqu

robablemente no era un buen momento para pedir algo máequeño.

De algún modo, no supo cómo, consiguió trepar omos de su animal.

Las riendas llevaban tantas cintas que parecían com

os flecos de un poste de mayo. Temía moverlas; podíasustar ¡ su caballo. Pero el Príncipe Kragen y Geraden nenían ningúr problema. Al parecer, aquellos animalestaban entrenados para las ocasiones ceremoniales. Ncurrió nada embarazoso mientras guiaba a su montur

hasta s ituarla al lado de la de Geraden.

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- Simplemente como precaución -anunció el Príncipevitaremos el camino. Cabalgaremos directamente hacia

muro y seguiremos su línea hasta las puertas.Geraden pareció pensar que aquello era una buena idea

El Príncipe Kragen hizo una seña con la cabeza a suardia de honor. Su portaestandarte alzó la bandera verdeoja de Alend, luego ató una bandera de tregua debajo dlla. Los soldados ocuparon sus posiciones formales eorno al Príncipe y sus compañeros.

En formación, los jinetes abandonaron el campamento.Los pasos del caballo de Terisa hacían las distancia

más cortas de lo que correspondía. Antes de que tuvieriempo de acostumbrarse a los movimientos del anima

Terisa descubrió que estaban avanzando ya a lo que parecer un tiro de flecha del castillo. Ahora podía ver hombre

obre los muros, observando, señalando; algunos de elloe apresuraban de un lado para otro. Intentó refrenar emor de que ignoraran la bandera de tregua y empezaran

disparar, pero se negó a seguir aquel pensamiento.Afortunadamente, todavía quedaba algo de bue

entido en Orison. Ninguno de los hombres en las almenaensó su arco. Ninguno de ellos hizo ningún gestmenazador.

En vez de ello, el trompeta del castillo hizo sonar snstrumento, enviando una desolada nota como un lamen

de desafío a la escéptica luz del sol. Mientras los jinete

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doblaban la esquina de Orison y se acercaban a la entradyeron los grandes manubrios chirriar contra la tensión dlzar las golpeadas y deformadas puertas arquitrabe arriba.

Terisa no sintió nada que indicara que se producí

ninguna traslación cerca de allí.En formación, el Príncipe Kragen y su compañruzaron el terreno despejado hasta el camino frente a lauertas.

El Castellano Lebbick y diez de sus hombres salieronaballo a su encuentro.

Ver al Castellano llenó el estómago de Terisa con ucuoso pánico. Sus hombres estaban nerviosos; loaballos se agitaban porque les faltaba ejercicio. Comontraste, él parecía demasiado obsesionado y obcecadara el nerviosismo. Sus ojos estaban rojos y abotagado

eligrosamente agraviados; se movía como si la violencnroscada en sus músculos pudiera estallar en cualqui

momento. Sus rasgos eran duros con anticipación…, caon ansia.

- Mi señor Príncipe. -Exhibió sus dientes; quizás estad

ntentando sonreír-. Traes contigo extraños amigos. Uratricida y una traidora. Nunca pensé que iba a volver a vde nuevo a ninguno de ellos.

- Castellano Lebbick -el Príncipe Kragen carecía del aide locura de Lebbick, pero igualó el tono del Castellano

Geraden y dama Terisa me acompañan bajo bandera d

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regua. No tengo ningún interés en tu opinión sobre elloRespetarás la bandera.

- Oh, por supuesto. Aquí están tan seguros comebés. Especialmente puesto que están contigo. Tú eres

hombre que pretende derribar mis puertas. No levantaría udedo contra ninguno de vosotros.El Príncipe Kragen encajó las mandíbulas. Antes de qu

udiera hablar, sin embargo, Geraden dijo acaloradamente:- Castellano, yo no maté a mi hermano. -Su rostro estab

nrojecido; la furia brillaba en sus ojos. Asomos dutoridad hicieron eco en su voz-. Terisa no es ningunraidora. Ya es hora de que empieces a creer en nosotro

Estás condenado si no lo haces.El Castellano se echó a reír…, un sonido áspero, com

un trozo de piedra siendo triturado.

- ¿Creer en vosotros? Yo creo en vosotros. No necesitque me digáis que estoy condenado. No es ése el problema

El Príncipe Kragen se contuvo.- ¿Cuál es el problema, Castellano?- El problema, mi señor Príncipe -respondió ferozmen

Lebbick- es que yo soy el único. A nadie más le importa luficiente. Nadie más está lo suficientemente desesperado.Terisa se echó atrás ante su vehemencia. No deseab

aber de lo que estaba hablando; deseaba alejarse de éGeraden, sin embargo, se inclinó hacia delante en su sill

asi jadeaba.

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- ¿He oído bien, Castellano? -preguntó-. ¿Acabo de oque admites que Terisa y yo somos inocentes?

- No. -El Castellano exhibió sus dientes de nuevo-. Mhas oído decir que os creo. Todos ellos piensan que esto

oco.Si dijera que el sol brilla hoy en el cielo, la gente de adentro -señaló Orison con un gesto de su cabeza- correruera para ver la lluvia.

»A nadie le importa lo que un loco cree. Además -sncogió maliciosamente de hombros-, puedo estquivocado.

- Castellano Lebbick -dijo secamente el Príncipe Kragententando controlar la situación-, discutiremos la cuestió

de tu cordura en otro momento. Como puedes suponeGera-den y dama Terisa han viajado mucho desde qu

bandonaron Orison. Traen noticias. Debo celebrar unudiencia con el Rey Joyse.

- ¿Una audiencia? -restalló inmediatamente LebbickTú? ¿El Pretendiente de Alend? Cualquier noticia qu

desees que escuche el Rey Joyse es o falsa o peligrosa. Va

empezar a gritar pidiendo la sangre de tu corazón apenantres ahí dentro. Por supuesto que puedes celebrar unudiencia.

Hizo girar su caballo como si el asunto quedara zanjady miró a sus hombres. Contó a cuatro de ellos y ordenó:

- Decídselo al Rey Joyse. Voy a llevar a Kragen y a eso

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dos a la sala de audiencias. Decidle que va a habdisturbios a menos que me respalde. Tendremos que matar

ente para mantener al Príncipe y a sus amigos vivos si Rey Joyse no acude a la sala.

Inmediatamente, el Príncipe Kragen añadió con vohosca:- Y dile también que dama Elega es mantenida com

ehén. Hasta ahora ha sido una respetada huésped y amigdel Monarca de Alend. Para garantizar mi seguridad, simbargo, ha sido privada de su libertad. -Habló como uviera intención de hacer que alguien pagara por

necesidad que le obligaba a utilizar a Elega de aquella formaSi yo o alguno de mis amigos sufre algún daño, ella sufridaño también.

»Dile al Rey Joyse eso.

- Oh, por supuesto, mi señor Kragen -chirrió Castellano sin mirar al Príncipe-. Ardo en deseos de hacodo lo que ordenes. Mis hombres te mantendrán con vid

De algún modo.Sus cuatro hombres regresaron al patio. Terisa los vi

desmontar, los vio encaminarse a la carrera hacia una de lauertas interiores.- Entra -añadió el Castellano. Muy bien podía estar

hablando al muro que se extendía hasta mucho más arriba du cabeza por encima de las puertas-. O cabalga de vuelta

Margonal y admite que no has tenido el suficiente val

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omo para hacer lo que tienes en la cabeza.Volvió a entrar en Orison con sus restantes hombres.El Príncipe Kragen contempló las espaldas d

Castellano. No hizo ningún esfuerzo por bajar la voz.

- Este hombre ha perdido la cabeza.Aún sintiendo un fuerte dolor interno, Terisa murmuró- El Rey Joyse minó el suelo bajo sus pies. Su espos

murió, y no ha tenido ninguna otra cosa por la que vivxcepto su lealtad, y el Rey lo ha hecho aparecer como ustúpido por ser leal.

- Una historia lamentable -gruñó el PríncipEvidentemente, no tenía paciencia para los problemas dLebbick-. Desgraciadamente, no nos dice si podemos confin él o no. ¿Quién nos asegura que no nos hará matpenas crucemos ese umbral?

- Decide tú mismo. -Bruscamente, Geraden dio un tirónas riendas de su caballo-. Yo confío en él. Voy a entrar.

Rompiendo la formación, se encaminó hacia las puertaEl Príncipe Kragen le lanzó una maldición, le ordenó qu

egresara. Terisa, sin embargo, ya le estaba siguiend

nimando a su montura a que casi pisara los cascos aballo de Geraden. El Príncipe y su guardia no tuvieron otlección que entrar en Orison detrás de Geraden y Terisa.

Mientras cruzaba el grueso muro de piedra y penetrabn el rectángulo protegido del patio, el pulso de Teris

umentó su latir. Pese a sus numerosas ansiedades -o quizá

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causa de ellas-, tenía la extraña sensación de que estabvolviendo a casa.

Las fachadas interiores del castillo se irguieron anlla, atestadas de espectadores, puntuadas con rop

endida. El Castellano Lebbick había desmontado en el barrCuando el grupo de Alend se acercó a él, saludó coulminante sarcasmo. Inmediatamente, sus guardiaujetaron las cabezas de los caballos para que el Príncip

Kragen y los suyos pudieran desmontar de una formrdenada.

Pasando vacilante su pierna por encima del lomo de sorcel, Terisa se halló sujeta y bajada por las fuertes mano

de Artagel.El hombre la abrazó como si fuera su ser más querido.- ¡Artagel! -Una vez él le había hecho daño, much

daño.Por otra parte, era el hermano de Geraden; ella conocía

oda su familia. Y su abrazo era tan elocuente como undisculpa. Ins tintivamente, le echó los brazos al cuello.

Al cabo de un momento, él la apartó y le dirigió un

mirada de reojo, casi azarada.- Ve con cuidado, mi dama. -Volvió sus ojos a Geradeno queremos que se ponga celoso.

-  Artagel . -Geraden saltó prácticamente sobre shermano; lo aferró, lo sacudió, lo abrazó, palmeó su espalda

Cómo estás, cómo está tu costado, te sientes bien, qué es

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asando aquí, qué ocurre con Lebbick? -El rostro dGeraden irradiaba alegría-. ¿Te das cuenta del tiempo que h

asado desde que te vi bien? Puedo adelantártelo, el Domniene algunas cosas severas que decirte acerca de dejar

herir de esta manera.- Papá -intervino alegremente Terisa-. Prometiste que llamarías «papá». -La sonrisa de Artagel le dijo todo lo qu

necesitaba saber. Se alegró de no haberle hablado nunca Geraden de las desconfianzas de Artagel.

Sin embargo, las siguientes palabras de Artagel ranquilizaron aún más. En vez de responder a las pregunta

de Geraden, comentó casualmente:- He oído lo que él dijo. -Señaló con la cabeza hacia

Castellano-. Todos lo hemos oído. En realidad, él no es nico que cree en vosotros. Pero tengo que admitir que aú

stamos en minoría.Terisa irradió placer y alivio.- No te preocupes por él -dijo Geraden-. Arreglaremo

sto tan pronto como veamos al Rey Joyse. Dime algmportante. ¿Cómo está tu costado?

Artagel rió francamente.- Terrible. Todo este descanso me está dandhormigueos por todas partes. -Humorísticamente, susurróSi no consigo luchar contra alguien pronto, voy a terminomo Lebbick.

- Mi dama Terisa. Geraden. -El Príncipe Kragen s

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dirigió a ellos fríamente, pero su expresión era de sorpresmás que de irritación-. Tal vez fuera prudente dejar esteunión para más adelante. Las actuales circunstancias so

menos que cordiales. Debemos reunimos con el Rey Joyse

ntes posible.Artagel rió de nuevo.- Tiene razón. Primero lo primero. Os seguiré a la sal

Cuando hayáis terminado, hablaremos.Agitando alegremente la mano, se retiró entre lo

aballos y los guardias.Cuando Terisa miró a Geraden, vio que sus ojo

staban llenos de lágrimas.Era feliz: sabía que era feliz. Quería a Artagel. Por es

azón, le sorprendió el dolor en su rostro.Hasta que vio el dolor de Geraden no se dio cuenta d

hecho de que Artagel se movía con una ligera cojera, comi hubiera una rigidez aún no curada en su costado.

Y no llevaba espada.¡Oh, Artagel!¿Tan seriamente lo había herido Gart? ¿O era su larg

ecuencia de esfuerzos y recaídas lo que había agravado daño lo suficiente como para causarle aquel impedimentoUn espadachín con las proezas de Artagel no podía versmutilado o tullido de aquella forma. Unos músculos que nanaran adecuadamente en su costado podían conducir

quello.

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- Es demasiado, Terisa -rechinó entre dientes GeradenDemasiada gente ha resultado dañada. Se ha ocasionaddemasiado daño. Esto tiene que detenerse. Tenemos qudetenerlo.

Ella lo rodeó con sus brazos y lo apretó contra sí: sabde quién estaba hablando.Desgraciadamente, no podía extraer de su estómago

ensación de que mucha más gente iba a resultar dañadronto.

- Vamos -murmuró, para que el Príncipe Kragen nuviera que llamarles de nuevo-. Si debemos detenerle, éss la forma de hacerlo.

Geraden asintió; borró la expresión de pesar de sostro.

Juntos, él y Terisa se reunieron con el Príncipe y

Castellano Lebbick.Lebbick los estudió ominosamente. No parecía u

hombre que creyera en ellos. Tampoco sonaba como uhombre que creyera en ellos . Sin preámbulos, indicó:

- Dejarás a tus hombres aquí, mi señor Príncipe.

El Príncipe Kragen se envaró.- Ésa es una idea extraña, Castellano. ¿Por qué deberhacerlo?

La boca del Castellano se crispó.- Comprendo tu problema. No crees estar seguro aqu

Bien, yo también tengo un problema. Puede que m

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quivoque con ello. Pero puedes estar planeando unraición.

»Si eres honesto, puedo decirte segura una cosMoriré antes de que tú lo hagas. Pero si no lo eres… -S

ncogió de hombros-. Dejarás a tus hombres en el patio.Los dedos del Príncipe Kragen acariciaron ligeramena empuñadura de su espada. Su actitud era serena, per

Terisa pudo captar su ira. Suavemente, preguntó:- ¿Tan despreocupado te sientes de la posición de dam

Eremis, Castellano?El Castellano Lebbick respondió con un bufido.- Ella no es m i hija. No me importa lo que le ocurr

Estoy al mando de Orison. Si me haces cortarte en pedazol Castellano nunca sabrá la diferencia. Yo le informaré de l

que quiera.

Se enfrentó al Príncipe, desafiando al Pretendiente dAlend a que dudara de él.

La ofuscación en los ojos del Príncipe Kragen asustóTerisa. Pensó que debía hacer algo, intervenir de algunorma. Pero Geraden sujetó su brazo; la mantuvo inmóvil.

Al cabo de un momento, el Príncipe dijo:- Si tú hubieras venido a mí, Castellano, hubieraecibido un mejor trato.

- Meados de cerdo -observó Lebbick sucintamente.Las mandíbulas del Príncipe Kragen se encajaron;

angre oscureció el tono de su piel. Al cabo de un moment

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in embargo, asintió.- Mi guardia esperará fuera de las puertas. Si n

egresamos en el término de una hora, cabalgarán de vuell Monarca de Alend. Dama Elega será muerta. Dile al Re

oyse lo que quieras.El Castellano Lebbick le ofreció otra de sus risas coml triturar de una piedra.

- Que los de Alend aguarden fuera de las puertas -dijo a uno de sus hombres-. Sed considerados con elloMantened las puertas abiertas.

Sin aguardar una respuesta, se encaminó hacia la puermás cercana.

El Príncipe Kragen miró a Terisa, luego a GeradenTerisa se mordisqueó el labio; pero Geraden asintiápidamente.

- Es la mejor oportunidad que hemos tenido. Nunca hpuñalado a nadie por la espalda.

- Sois una mala influencia -murmuró el Príncipe KragenLos dos. Me animáis a aceptar horribles riesgos como ueran enteramente plausibles. Si alguna vez soy coronad

Monarca de Alend, tendré que ser más cauteloso.Sonriendo ominosamente, condujo a Terisa y Geraderas el Castellano.

Dentro del castillo, más allá de los guardias en la puertos salones estaban desiertos. Los espectadores que s

habían apiñado en las ventanas y balcones interiores no s

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veían por ninguna parte; cualquier indicación de que Orisostaba superpoblado había desaparecido.

- Toque de queda -explicó el Castellano Lebbicmientras avanzaba a largas zancadas por un pasillo lleno d

cos-. Pensé que ibais a derribar hoy las puertas. Ordenque todo el mundo se saliera del camino. Nadie tienermitido utilizar los pasillos excepto los guardias del Rey.

Era posible que su explicación pretendiera sranquilizadora. No obstante, el silencio innatural del lugrispaba los nervios de Terisa. Parecía sentir como si hubie

un gran número de gente acurrucada fuera de su vista, en laombras, aguardando…

Los rumores viajaban rápido en un castillo sitiadCuando la suficiente gente supiera que el asesino de Nylea asesina del Maestro Quillón y el Pretendiente de Alen

staban en Orison, el toque de queda podía no servir parnada. Ningún toque de queda serviría para nada.

Y cuando todo estallara, ¿qué haría Lebbick?El Rey Joyse tenía que escucharles. A eso se limitab

odo. Tenía que escucharles. Tenía que creerles.

De otro modo, ella y Geraden e incluso el PríncipKragen podían no vivir lo suficiente como para averiguuál era realmente la trampa del Maestro Eremis.

Evidentemente, estaban siendo vigilados. No veía nadie, pero podía oír voces. Sólo un murmullo al principi

una impresión de susurros que llenaba los pasillos co

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somos de amenaza. Luego las voces se hicieron máuertes , más atrevidas. Una de ellas dijo:

- Asesino.Otra exclamó claramente:

- ¡Carnicero!El Castellano Lebbick no miró hacia ningún lado. Narecía oír las voces. O quizá las aprobaba. Aguardó hast

que se desvanecieron a sus espaldas. Luego, a nadie earticular, comentó:

- No se refieren a vosotros . Se refieren a mí.Su forma de caminar era tan tensamente controlada qu

hacía parecer como si todo su cuerpo fuera quebradizo.Llevó a Terisa, Geraden y el Príncipe Krage

directamente a la sala de audiencias.A través de un alto y formal espacio marcado co

ventanas y estandartes, se acercaron a un conjunto duertas con la parte superior en punta. Como las del patisas puertas estaban custodiadas. Terisa tomó aquello com

una buena señal. Sujetó el brazo de Geraden e intentmantener su respiración regular mientras los guardias abría

as puertas que daban a la sala de audiencias.La recordaba vividamente…, su altura y su longituomo de catedral; las paredes cubiertas por paneles d

madera tallada, sus florones que alcanzaban los seis u otrmetros hacia el abovedado techo; las dos estrecha

ventanas muy arriba en la pared del fondo. Apenas avisad

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tiempo, un viejo y enrojecido sirviente se apresuraba a argo de las hileras de velas, más allá de las baterías dámparas, intentando encenderlas tan rápido como le eosible. Aún le quedaba un largo trecho; sin embargo, él -

as ventanas- proporcionaban ya la suficiente iluminacióomo para mostrar el adornado trono de caoba del Reoyse sobre su estrado. Una larga tira de gruesa alfombra ib

desde las puertas hasta el estrado; el resto de la amplia zonrente al trono estaba despejada, rodeada por bancos com

de iglesia. A cada lado del estrado, una hilera de sillavanzaba hacia los bancos.

Debido a la poca intensidad de la luz, los balcones quodeaban la sala por encima de los paneles estaban sumidon la penumbra. Terisa podía ver lo suficientemente bien, simbargo, como para observar que el Castellano tenía y

uardias apostados allí: arqueros alineados a lo largo de laaredes de la sala, cuatro en cada lado.

Dos piqueros cerraron las puertas y se situaron a suados. Otros cuatro estaban firmes al lado del trono del Re

Los contó de nuevo: catorce guardias en tota

Lúgubremente, supuso que la negativa de Lebbick dermitir que la guardia de honor del Príncipe Kragen asistiela audiencia tenía sentido. Si el Castellano solamente pod

levar allí catorce guardias, los diez soldados de Kragehubieran sido suficientes para protegerle de la

onsecuencias de cualquier traición.

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Luego, mientras el viejo sirviente seguía con su trabajy la luz mejoraba, se dio cuenta de que los bancos y s illas nstaban vacíos.

La congregación era pequeña, comparada con la qu

había recibido al Príncipe Kragen en su primera visita. Terisospechaba, sin embargo, que la gente reunida allí era la qumportaba. No había cortesanos presentes, ningún señor

dama cuya única pretensión de importancia fuera snacimiento o su riqueza. En los bancos había varios guardiamás, cada uno con la insignia de capitán: los lugartenientede Lebbick. Artagel estaba sentado entre ellos, sonriendnimosamente. Vio algunos de los consejeros del Rey Joys

hombres a los que sólo había conocido una vez antes: Señor del Comercio, por ejemplo; el Embajador Local; Señor de los Fondos Reales. Y en las sillas…

A la derecha del trono se sentaba el Tor, con su masrrellanada sobre al menos dos sillas. Según todas lapariencias, no había cambiado sus ropas desde que Teriso había visto por última vez: estaban arrugadas y sucias, taerriblemente manchadas que parecía como si nunc

udieran volver a quedar limpias de nuevo. El rojo apagadde sus ojos y la forma en que colgaba la carne de los huesode su cara daban la impresión de que estaba borracho. econoció a Terisa o a Geraden, no lo demostró.

Como para evitarlo -como si apestara o hubiera perdid

a continencia-, todos los demás se sentaban a la izquierda.

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Los hombres que había allí eran Maestros. Teriseconoció a Barsonage, por supuesto: el mediador la mirabon el ceño fruncido, como si hubiera traicionado alg

valioso para él. Y había visto también a la mayor parte de lo

mageros que había junto a él. Pero al menos uno de elloarecía tan poco familiar -y tan joven- que pensó que deber un Apr que recientemente se había ganado su casulla.

Dos o tres de ellos respiraban agitadamente. Debíahaber venido corriendo. Después de todo, los hombres dCastellano no habían tenido mucho tiempo para convocara gente a aquella audiencia.

La razón de la asistencia de los Maestros era evidentEl Rey Joyse había amenazado con defender Orison con magería. Para hacer eso, necesitaba el apoyo de la Cofradía

Los Imageros hicieron a Terisa pensar en el Maestr

Quillón, y su corazón se encogió.Luego se dio cuenta de que faltaba el Adepto Haveloc

El Esbirro del Rey no se veía por ninguna parte en la sala.Tampoco estaba el Maestro Eremis, sin embargo. Es

ra un alivio.

Sin producir ningún ruido sobre la alfombra, Castellano Lebbick avanzó hacia las sillas de la derecha y sentó a unos cuantos lugares de distancia del Tor, dejandl Príncipe Kra-gen, a Geraden y a Terisa en el espaci

despejado delante del trono. Inconsecuentemente, Teris

bservó la quemadura en la alfombra, allá donde Haveloc

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había dejado caer en una ocasión su incensario. Nadie shabía molestado en reparar el daño. El Rey Joyse no habutilizado mucho su sala de audiencias en los últimos años.

Al parecer, tampoco parecía tener mucho deseo d

utilizarla ahora. No estaba presente.El Príncipe Kragen examinó la sala; escrutó loalcones. Una esquina de su bigote se alzó como stuviera sonriendo para sí mismo. Cuando hubompletado su estudio de las defensas del Rey, dijlaramente:

- Notable. ¿Es ésta la mejor audiencia que puedonseguir el Rey? Si un embajador acudiera al Monarca d

Alend, al menos un centenar de nobles conmemorarían casión, independientemente de la hora…, o de la urgencia

Un momento más tarde, sin embargo, observ

ducadamente-: De lo más impresionante, Castellano. Primera vez creo realmente que no pretendes hacerno

ningún daño. No necesitarías tantos hombres, y tantoestigos, para procurarnos la muerte.

»¿Qué es lo que pretendes? ¿Dónde es tá el Rey Joyse?

El Castellano Lebbick siguió sentado. Con una voz que parecía a su risa, ladró:- ¡Norge!Lentamente, casi casualmente, uno de los capitanes

evantó y se puso firmes. Saludó calmadamente

Castellano. De hecho, todo en él parecía calmado. Son

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omo si estuviera hablando en sueños:- ¿Mi señor Castellano?- Norge, ¿dónde está el Rey Joyse? -preguntó Lebbick

 Norge se encogió confortablemente de hombros.

- Yo mismo hablé con él, mi señor Castellano. Le dije lque tú me comunicaste. Incluso le dije lo que me transmitl Príncipe. Respondió: «Entonces será mejor que prepares ala de audiencias».

Al parecer, el capitán pensaba que no era necesariningún otro comentario. Se sentó.

Terisa oyó abrirse y cerrarse una puerta cuando irviente se marchó, una vez terminado su trabajo.

El Castellano Lebbick miró al príncipe.- Ahora -dijo- sabes tanto como yo. ¿Estás satisfecho?- No, Castellano -intervino el Rey Joyse-. Dudo qu

epa tanto como tú. Y estoy seguro de que no estatisfecho.

De alguna forma, Terisa se había perdido la llegada dRey. Debió entrar por alguna puerta oculta detrás de srono: llegó a esta conclusión porque ahora estaba a un lad

del estrado, con una mano apoyada en la base del tronomo si se preparara para subir los cuatro o cinco escaloney sentarse. Sin embargo, no le había visto llegar. Por todo que sabía, podía haber aparecido por Imagería.

Llevaba lo que consideró como su atuendo formal: u

manto de terciopelo púrpura, no especialmente limpio; un

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orona de oro mantenía su pelo blanco fuera de su frente. de un cinto de brocado colgado de su hombro derech

endía una funda fileteada que contenía una espada largon una empuñadura enjoyada. Sus azules ojos eran ta

vagos y acuosos como los recordaba; sus manos parecíartríticas, hinchadas e inflexibles. La forma en que se movdaba la impresión de fragilidad bajo sus ropas, como penas fuera capaz de soportar su propio peso; demasiadrágil para dignidad o decisión.

Sólo su barba había cambiado. Había sido recortada uidadosamente peinada. Bajo sus blancas patillas, su

mejillas mostraban el enrojecimiento del ejercicio o del vinoInmediatamente, todo el mundo se puso en pie. U

oco demasiado lentamente para el decoro, Lebbick tambiée puso en pie e inclinó la cabeza.

- Atención -dijo con voz lenta, anunciando contecimiento-. Esta audiencia es concedida al Príncip

Kragen, Pretendiente de Alend, por Joyse, Señor dDemesne y Rey de Mordant. Es una audiencia privada. Todl mundo aquí deberá hablar libremente…, y no decir nad

uando haya abandonado la sala. Hablar fuera de estaaredes de lo que se diga aquí constituye traición.Amargamente, como si no sirviera de nada aguardar

ermiso del Rey, se sentó. Nadie más se sentó. Incluso los capitanes de Lebbic

ermanecieron de pie mientras el Rey Joyse examinaba

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ala de arriba abajo como si estuviera tomando nota mentde todos los presentes. Al cruzar su mirada con las de Terisy Geraden, frunció el ceño tan espectacularmente que Terisstuvo tentada a pensar que no era real; tentada a pens

que fruncía el ceño para ocultar un arrebato de alegría. Smbargo, no tenía ninguna forma de saber la verdad. En vede dirigirse a ella o a Geraden -o a la audiencia en generae volvió bruscamente y subió a su trono, tirando de sspada hacia arriba como si fuera una piedra de molin

Cuando alcanzó el trono, se derrumbó en él; tuvo que hacuna pausa y respirar profundamente por un momento antede ser capaz de decir a la concurrencia que se sentara.

Los capitanes, consejeros e Imageros reunidobedecieron.

Por supuesto, el Príncipe Kragen, Terisa y Gerade

uvieron que seguir de pie.La reacción de Terisa ante el Rey Joyse fue má

ompleja de lo que había esperado: se sintió a la vez máontenta y más afligida. El Rey tenía un extraño poder quiempre la sorprendía, una atracción de su personalidad qu

a hacía desear creer que aún era tan fuerte e idealista dedicado y, sí, heroico como siempre había sido. Era por esor lo que su apariencia la inquietaba. Simplemente e

demasiado débil. Allá en su trono, con Mordant hechrones, y Eremis preparándose para dar el último

plastante golpe, estaba demasiado cerca de su tumba…,

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anteón tanto de su espíritu como de su decrépito cuerpComprendía por qué Geraden lo amaba. Oh, sí, lomprendía. Todo en su pecho le dolía porque él ya norrespondía al amor que le ofrecía la gente.

Alguien distinto tendría que salvar Orison y Mordant.Él parecía compartir su opinión. Con un tono seco quejumbroso que le hizo sonar casi decrépito, dijo s

reámbulo:- Tú primero, Kragen. Y sé rápido. No tengo much

aciencia para los hombres que amenazan a mis hijas.Los puños del Príncipe Kragen se crisparon furioso

etuvo su voz firme.- Entonces tampoco debes tener paciencia para

mismo, mi señor Rey. He venido porque tengo noticias qudebes oír. Gracias en parte al Apr Geraden y a dama Terisa,

n parte a otras fuentes de conocimiento propias, tengo unorprendente colección de amenazas que extender ante t

Pero todas ellas son obra tuya, no mía. Incluso dama Elegstá completamente a salvo…, a menos que tú hayaerdido incluso la más pequeña honestidad necesaria pa

espetar una bandera de tregua.Inesperadamente, el Tor dejó escapar un sonidufante como un ronquido. Sus ojos parecieron cerrarsentamente; su cabeza empezó a oscilar sobre su gruesuello.

- Por todas las putas -comentó el Castellano Lebbick s

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ninguna ceremonia-. Supongo que te habrás dado cuenta dque estamos asediados. Quizás incluso hayas observadque eres tú el que nos asedia.

Cuando el Rey Joyse no intervino para hacer callar

Castellano, el corazón de Terisa se hundió. El Rey tenía quscuchar, tenía que hacerlo. Tenía que comprender. Simbargo, no parecía capaz de comprender…, y no parecstar escuchando. Se limitaba a mirar al Príncipe Krageomo si la presencia del Pretendiente de Alend no fuera mágradable -ni más interesante- que un mal olor.

- No, mi señor Rey. -El Príncipe Kragen hizo lo quudo, dadas las circunstancias: trató las palabras de Lebbicomo si hubieran procedido del propio Rey-. Incluso emenaza la has traído tú sobre ti mismo. Cuando vine aqor primera vez en busca de una alianza, me humillas

deliberadamente. Y desde entonces tu única ambición hido destruir tu reino antes de morir. Has olvidado quambién Alend se halla atado a la necesidad de Mordant. Treaste la Cofradía, mi señor Rey, y ahora tienes qunfrentarte a las consecuencias. Si el poder de toda

magería cae en manos del Gran Rey Festten, nuestra ruins segura. Debemos luchar por nuestra supervivencincluso los perros lo hacen. Si estás decidido a dejar que

Cofradía caiga en manos de Cadwal, entonces no tenemomás elección que impedírtelo de la mejor manera qu

odamos.

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El Príncipe había avanzado un paso hacia el Rey JoysTerisa y Geraden estaban cada uno a un lado de él, un pocmás atrás. Por la espalda d e l Príncipe, Terisa susurró Geraden:

- Esto no va a funcionar. Tenemos que hacer algo.Un brillo tenso llenó los ojos de Geraden.- Mi señor Rey… -murmuró, como si las palabras s

ncallaran en su garganta-. Mi señor Rey, por favor. Danouna oportunidad.

El Rey Joyse no le prestó la menor atención.- No, mi señor Príncipe. -El Maestro Barsonage le mir

uriosamente desde debajo de sus gruesas y densas cejao se puso en pie. Por otra parte, sin embargo, hablortésmente-. Tu visión de la situación es persuasiva, per

no enteramente justa. Olvidas que la Cofradía es

ompuesta por Imageros…, y los Imageros también sohombres. Como tú, debemos luchar por nuestupervivencia. Al contrario que tú, sin embargo, somo

hombres que hemos aceptado los ideales del Rey, lobjetivos del Rey. Oh, hay algunos entre nosotros qu

irven a la Cofradía solamente porque no les gustan las otralternativas disponibles ante ellos. Pero son pocos, mi señPríncipe…, sólo una minoría. El resto de nosotros valora que somos.

»¿Crees que nos someteremos tranquilamente al Gra

Rey Festten cuando Mordant se derrumbe?

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»Dices que debes impedir que la Cofradía caiga emanos de Cadwal, y ése es un buen propósito, estoy segurde ello. Pero la suposición sobre la que se basan tucciones es que la Cofradía es una cosa, no un conjunto d

hombres…, que no podemos elegir, o creer, o tener el valode hombres.»¿Por qué piensas que tienes derecho a decidir nuestr

upervivencia, y nuestras lealtades, por nosotros?El Príncipe Kragen recibió esta argumentación con u

ostro cerrado. Una vez más, trató lo que acababa de decirsomo si procediera del Rey Joyse. Sólo el sudor en suienes traicionaba la presión que sentía.

- Un debate fascinante, mi señor rey -dijo con vohosca-, pero irrelevante. No podemos dejar el futuro dAlend en manos de unos hombres que se hallan ta

onfundidos, ya sea por la propia Imagería o por necesidad de llegar a decisiones a través del debate, qureen que la traslación de un campeón de batalncontrolable es una acción sensata.

»No, mi señor Rey. Tu gente te defenderá, como deb

hacerlo. Sin embargo, la responsabilidad de este asedio euya.El Rey Joyse se encogió de hombros. Al menos estab

scuchando lo suficiente como para saber que el PríncipKragen había hecho una pausa. Dio al Príncipe la posibilida

de seguir, luego dijo bruscamente:

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- Ya sé todo esto. Cuéntame algo que no sepa. Habíamde tu «sorprendente colección de amenazas».

El Tor bufó de nuevo, suavemente, y abrió un ojo.- Así que Terisa y Geraden son unos traidores despué

de todo -retumbó. Estaba perdido en un mundo de vinoQué pena. -Volvió a cerrar el ojo inmediatamentdesentendiéndose de todo lo que ocurría a su alrededor.

- En cualquier caso, mi señor Príncipe -gruñó Castellano, como s i el Rey Joyse no hubiera hablado-, tiene

tras elecciones. Ya te hemos dicho cuáles eran. Retírate una posición segura. Aguarda y observa lo que ocurre. Shaces eso, el Rey Joyse está dispuesto a encontrarse coMargonal bajo una bandera de tregua y discutir una alianza

Cuando oyó aquello, una pequeña llama de esperanzrendió en Terisa.

Y fue apagada inmediatamente. Antes de que el PríncipKragen pudiera responder, el Rey Joyse murmuremblorosamente:

- No, Castellano. Es demasiado tarde para eso. Edemasiado tarde para cualquier cosa.

»Es el momento de la verdad.Sus hinchadas manos aferraron los brazos de su tronouvo problemas para ponerse en pie. Casi gimiendo, le dijo

Príncipe:- Habíame de tus amenazas. Cuéntame lo que sabe

Terisa y Geraden. Dime por qué has dejado de golpea

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nuestras puertas. -Bajo su gimoteo, sin embargo, había unhoja de acero, demasiado bien afilada para ser olvidadToda la luz de la sala parecía reflejarse en él-. Cuéntamelhora.

Un denso silencio se cerró sobre todos lospectadores. Terisa no podía soportar seguir mirando Rey Joyse. Desvió la vista hacia Geraden, vio que estabmordisqueándose la parte interna de la mejilla; sus ojostaban muy abiertos y blancos, como si estuvieensando desesperadamente. Puesto que el Príncipe Kragestaba más cerca del trono que ella, Terisa no podía ver

mayor parte de su rostro; pero sí pudo observar que ustremecimiento recorría el largo músculo de su mandíbul

una cuenta de sudor resbalaba de su sien y descendía pou mejilla. Ignorando los cánones sociales de una audienc

eal, volvió la cabeza y captó la mirada de Artagel; buscabnspiración. Pero el hermano de Geraden no le ofrec

ninguna. Parecía tenso y pálido, como si estuvieeprimiendo una náusea.

Aún evitando al Rey, miró al Maestro Barsonage. Está

quivocado respecto a nosotros. Eso es lo que deberdecirle. Todas las suposiciones aquí están equivocadaGeraden no mató a Nyle. Yo no maté al Maestro Quillón.

Pero no dijo nada. El silencio la envolvió.¿Por qué sudaban Geraden y el Príncipe Kragen

Seguro que el aire era más frío que eso.

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El puño del Príncipe Kragen saltó involuntariamente du costado; lo forzó de nuevo a su sitio.

- No -dijo, apretando los dientes-. No lo haré.Una sonrisa hendió el ros tro del Castellano Lebbick. Ib

echarse a reír. O a gemir.- ¿Por qué no, Príncipe? ¿Para qué otra cosa viniste?Kragen ignoró al Castellano.- No soportará este trato insensato. No canjearé m

únicas esperanzas con un Rey tan despreciativo que nespeta a nadie. -Pese a sus esfuerzos por hablalmadamente, su voz creció con la pasión hasta casi rito-. Dama Elega me persuadió de que viniera. El Ap

Geraden y dama Terisa me persuadieron. Todos ellos estángañados por la idea de que su señor es todavía poseed

de algún vestigio de buen juicio, o de valor…, o de simp

decencia.Cada palabra era para Terisa como un clav

martilleando la tapa del ataúd de Mordant.- ¿Me oyes, Joyse? -rugió el Príncipe Kragen-. Ere

ordo a todo lo demás. Eres sordo a la miseria de tu gent

ncerrado en un asedio inútil, atrapado en el sendero dCadwal…, atacado por Imageros renegados. Eres sordo a lamás simples exigencias del reino, al buen juicio y a

ecesidad de tratar honestamente con otros monarcas. Ereordo al amor, sordo a la lealtad que destruye a tus amigos

amilia.

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- Ya basta, mi señor Príncipe. -El Rey Joyse alzó unmano-. Ya te he oído. -Ahora no sonaba quejumbroso. Yampoco sonaba irritado. Sonaba extrañamente como u

hombre que está experimentando una vindicación personal

Ya has dicho lo suficiente.Pero el Príncipe Kragen había ido demasiado lejos padetenerse. Por un segundo, dejó que sus puños azotaran ire.

- Por las estrellas, Joyse, no es suficiente. No arrastraráAlend a la ruina de Mordant. No lo permitiré.

»¡No te diré nadal Bruscamente, giró en redondo y se alejó del trono.Sujetó por el brazo a Terisa y Geraden y tiró de ello

hacia las puertas.Instintivamente, Terisa se desprendió de su presa.

 No había tomado ninguna decisión consciente, ontra él ni hacia el Rey Joyse. Simplemente se sentía ta

desgarrada, tan dolida por la diferencia entre lo que enecesario y lo que estaba ocurriendo, sentía una tal urgencde otro resultado a todo aquello, que no podía soportar

bandonar.Geraden tenía las ideas más claras. Él también se soldel Príncipe Kragen. Se volvió hacia el trono y exclamomo un clarín:

- ¡Mi señor Rey…! Houseldon ha sido destruid

Sternwall está cayendo. La gente del Fayle es muerta por lo

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devoracadáveres. Es t u gente, mi señor Rey. ¡Por todaartes!

El Rey Joyse estaba de pie. Terisa no lo había vistonerse de pie: sólo lo vio de pie ahora, dominándola desd

l estrado, con su barba echada hacia delante y su pelo llende luz.- ¿Y? -preguntó-. ¿Y?Como si no le quedara otra elección, ella respondió:- Y la Reina ya no está. Ha sido secuestrada.Entonces el estómago de Terisa se anudó como

stuviera a punto de vomitar.La idea de que Joyse podía derrumbarse ahora, de qu

lla había golpeado al Rey lo bastante fuerte como paquebrantarlo, fue demasiado para ella. El Príncipe Kragestaba gritando:

- ¡Estúpidos! ¡Ahora me hará matar! -Demasiado tardElla se volvió de espaldas al Rey Joyse, se aferró el vienton ambas manos.

Un movimiento en los balcones atrajo su atencióLanzó una mirada hacia arriba, a tiempo para ver a uno de lo

rqueros doblarse sobre sí mismo y caer al suelo.Unas manos la aferraron, la hicieron girar en redondo. Rey Joyse había bajado de su trono tan rápido que ella nuvo tiempo de pensar, de reaccionar; clavó sus dedos eus brazos.

Gritando el nombre del Rey, Geraden intentó interveni

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El Rey Joyse lo apartó.- ¿Quién la secuestró? -El Rey pareció crecer delante d

Terisa. Sus ojos eran fuego azul; sus dientes destellaron; lacudió como si su corazón fuera un saco vacío-. ¡Tendré l

abeza de ese hombre! ¿Quién la secuestró?Terisa luchó por volver la cabeza, para volver a mirahacia el balcón. Pero el Rey Joyse la sacudía demasiaduertemente; no conseguía enfocar su mirada.

- ¡Los de Alend! -gritó Geraden-. ¡Fue secuestrada pooldados de Alend!

Tan repentinamente que Terisa estuvo a punto de cael Rey Joyse la soltó. Su espada apareció bruscamente en s

mano, captando la luz como un látigo de fuego.Terisa giró en redondo para mirar hacia los balcones.Tres de los arqueros habían caído.

El resto estaban tan atentos a lo que ocurría abajo quno se habían dado cuenta de lo que estaba sucediendo a sltura.

El Rey Joyse y el Príncipe Kragen se enfrentaron. EPríncipe había extraído su propia hoja: las puntas de su

spadas danzaron una frente a la otra al resplandor de laámparas y velas.- ¿Dónde está ella? -preguntó el Rey.Alocadamente, Geraden se situó entre las dos hojas.- ¡Iban vestidos como los de Alend! -jadeó-. ¡Creemo

que era un truco! ¡El Príncipe Kragen vino aquí par

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demostrar su buena fe! -Antes de que el Rey pudiernsartarle con su espada, añadió-: Torrent fue tras ella. Est

dejando un rastro para ayudarnos a seguirla.- Los balcones -dijo Terisa. Apenas fue capaz de oírse

í misma.Escudado por Geraden, el Príncipe Kragen bajó sspada. Mirando regiamente al Rey Joyse por encima d

hombro de Geraden, declaró:- Mi señor Rey, escupo sobre los hombres que t

hicieron esto. Y escupo sobre el burdo plan que los hizparecer como si fueran de Alend. Antes moriría quonvertirme en un hombre que sólo puede conseguir suines usando la violencia contra las mujeres.

Era demasiado tarde: el golpe que le hizo caer ya estabn movimiento. Demasiado rápido para cualquier reacción -

iquiera por parte del Rey Joyse-, Artagel avanzó por detrádel Príncipe y le golpeó tan fuertemente en la nuca que ésayó como si hubiera recibido un hachazo.

Al mismo tiempo, el Castellano Lebbick exclamó con uullido de alegría:

- ¡Gart!Terisa pudo ver ahora al Monomach del Gran Rey. En emomento en que caía el cuarto arquero, Gart rodeó lo

alcones para atacar a los del otro lado. Era negro y rápiduna cuchillada de medianoche, y su espada parecía salpic

angre en todas direcciones.

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Los restantes arqueros tenían sus arcos preparadoara proteger al Rey Joyse del Príncipe Kragenstantáneamente, desviaron su puntería hacia Gart oltaron sus flechas.

Desgraciadamente, Gart no estaba solo. Tenía un ciertnúmero de sus Aprs con él. Deslizándose como sombratraparon a los arqueros desde atrás, derribándolo

haciendo fallar su puntería. Sólo una de las flechas parthacia su objetivo.

Gart la desvió golpeándola con el plano de su espada.Su próximo golpe decapitó al arquero más cercano. L

abeza rodó de lado sobre la barandilla y cayó entre loancos con un ruido sordo.

Los hombres gritaban por todas partes. El CastellanLebbick rugió:

- ¡Ahora vengo, bastardo! ¡Ahora vengo! -y saltó hacuna puerta oculta detrás de uno de los paneles. La may

arte de los Imageros empezaron a huir. El MaestrBarsonage los hizo volver a su lado entre maldiciones.

Geraden exclamó a Artagel, inútilmente:

- ¡Idiota!- ¡No lo sabía! -respondió Artagel. Con expresiórenética y disgustada consigo mismo, alzó la mirada hacia alcón, hacia Gart, luego escrutó la sala; no podía decid

qué hacer. Pese a su inseguridad, sin embargo, no vaciló e

oger la espada del Príncipe Kragen.

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Lacónico en medio del tumulto, Norge pidió refuerzoDos de los capitanes salieron de la sala para cumplir

rden; el resto de los hombres de Lebbick le siguieron haca escalera que conducía a los balcones.

El ruido despertó al Tor. Abrió los ojos con un bufido aseó una mirada turbia a su alrededor.Tensa no pudo apartar los ojos de la cercenada cabez

uando rodó por la barandilla del balcón y cayó. El sonidque hizo cuando golpeó el banco era inconfundible: ecordaría durante todo el resto de su vida. Tenía qupartarse de en medio, pero por alguna razón era incapaz d

moverse. Geraden se volvió hacia los Maestros: creyó oque les preguntaba:

- ¿Podéis luchar? ¿Habéis traído espejos con vosotrosLa tensión en torno a los ojos de Artagel era clar

uando alzó la espada del Príncipe; se movía rígidamentSupo, como si él mismo se lo explicara, su dilema, su anhede ir tras Gart y su temor de hacerlo porque sabía que nstaba a la altura del Monomach del Gran Rey. Claramentyó a un Maestro decir:

- No trajimos ninguno. ¿Cómo podíamos saber que ibanecesitarse espejos en la sala de audiencias?Realmente tenía que apartarse de allí. Antes de que Ga

sus Aprs tuvieran una posibilidad de ir tras ella.En vez de moverse, aguardó hasta que sintió el roce d

n frío tan suave como una pluma y tan agudo como un

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oja de acero deslizarse directamente a través del centrde su abdomen.

Entonces se lanzó hacia delante, se dejó caer al suelodó sobre sí misma. Cuando se puso en pie de nuev

orrió hacia Geraden y los Maestros.Surgidos del aire donde ella había estado de pie unomomentos antes aparecieron el Maestro Gilbur y el MaestrEre-mis.

El Maestro Gilbur aferraba su daga en un puño. Soroba y el grosor de sus brazos hacían que sus manoarecieran tan poderosas como arietes.

El Maestro Eremis llevaba una espada en una fundtada a su capa azabache. Sin embargo, su principal armstaba ya en sus manos.

Un espejo del tamaño y la forma de una teja.

Con una precisión que parecía casi lunática, Terisbservó que ambos hombres llevaban todavía sus casullas

Inmediatamente, el Maestro Gilbur saltó para atacar Príncipe Kragen.

Sonriendo alegremente, el Maestro Eremis avanzó hac

Terisa y Geraden. No había guardias que pudieran oponérseles. Loefuerzos de Norge aún no habían llegado. Y el resto de lo

hombres habían seguido al Castellano Lebbick.Lebbick apareció bruscamente en el balcón con s

spada en ambas manos, pidiendo sangre. Y casi atrapó

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Gart. Poco familiarizado con la escalera, Gart no podía sabdónde se abría; además, por simple ignorancia, se habituado en una mala posición. Sin embargo, paró el primtaque de Lebbick, lo bloqueó contra la barandilla con tan

uerza que saltaron astillas. Retirándose ágilmentespondió al golpe.Eso le dio todo todo el tiempo que necesitaba pa

ecuperar el equilibrio.Detrás del Castellano, seis guardias y otros tanto

apitanes, conducidos por Norge, brotaron de la escalera duno en uno para ocuparse de los Aprs del Monomach.

Gart sólo tenía a cuatro hombres consigo: fuerobrumadoramente vencidos por el número. Pero el balcón e

demasiado estrecho para que grupos de dos hombreudieran luchar lado a lado. Gart bloqueó a Lebbick en u

ado; en el otro, un Apr se enfrentaba al primer piquero quhabía llegado a él. El resto de los defensores fuerotrapados en medio, impotentes.

Gart golpeaba furiosamente, intentando arrojar a suponentes unos contra otros; casi consiguió empujar

Castellano hacia atrás. Lebbick hizo deslizarse un golploqueó un segundo que llevaba la fuerza suficiente comara descoyuntar sus articulaciones y dejar una muesca eu hoja. Pero se sentía feliz al fin, casi extático ante osibilidad de luchar sin contención. Una salvaje alegr

luminó su ros tro mientras contenía el ataque de Gart.

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- ¡Bastardo! -jadeó-. ¡Te enseñaré a creer que puedehacer lo que quieras en mi castillo!

Detrás de él, desgraciadamente, el primer piquero no desenvolvía tan bien. El guardia probablemente no hab

ecibido ni una fracción del entrenamiento dado a los Aprde Gart. Tropezó; y su oponente de negra armadura le clavu arma en el vientre casi sin ningún esfuerzo, luegprovechó el momento de sorpresa mientras caía para cort

horizontalmen-te el pecho del capitán más cercano. Norge se inclinó, recogió uno de los arcos. Ta

lácidamente que parecía no estarse apresurando, clavó unlecha en la garganta del Apr.

Al otro lado del pasillo, uno de los hombres de Gaanzó frenéticamente una daga. Desde aquella distanc

hubiera debido fallar: su blanco hubiera debido verla veni

Desgraciadamente, no fue así. El guardia se derrumbó con hoja enterrada en su ojo izquierdo.

 Norge acertó limpiamente al Apr en el pecho.La mirada de Gart barrió el balcón. Captó las posicione

de la gente debajo de él. En vez de seguir atacando

Castellano Lebbick, el Monomach del Gran Rey empezó eder terreno.Artagel observó lo que ocurría encima de él por u

momento más, luego volvió su atención al Maestro Gilbur.Evidentemente, Gilbur tenía intención de matar

Pretendiente de Alend.

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También era evidente que no iba a conseguirlo. Eostado de Artagel estaba rígido y dolorido; en ciertentido, era un inválido. Pero era capaz de enfrentarsncluso dormido a un solitario Imagero armado solamen

on una daga.- ¡Proteged al Príncipe! -gritó el Tor sin ninguna razódiscernible. Estaba de pie, las piernas separadas, osciland

ajo la influencia de demasiado vino.Sonriendo placenteramente, Artagel apuntó la espad

del Príncipe Kragen…, y apenas se salvó cuando el MaestrGilbur se volvió bruscamente, agarró uno de los bancos y so arrojó a la cabeza.

Una esquina del banco chocó contra su hombro, y cayde espaldas; golpeó duramente el suelo, perdió

rientación. La fuerza del Maestro era prodigiosa. ¿Cómo e

osible luchar contra alguien que podía arrojar bancos a slrededor con una sola mano? El golpe había entumecido

hombro de Artagel, pero lo ignoró. Ignoró su costadoSuprimiendo todo tipo de dolor, se puso de nuevo en pie tauavemente como pudo…

En dirección en equivocada.Giró rápidamente hacia el cuerpo tendido del Príncipusto a tiempo para bloquear la daga del Maestro Gilbur.

Rugiendo, Gilbur golpeó la hoja de Artagel con tantuerza que casi se la arrancó de la mano.

Casi: no completamente.

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Recuperando su equilibrio, su seguridad, su viejhabilidad, Artagel apuntó su espada en la base de

arganta del Maestro Gilbur y desafió al Imagero a que smoviera de nuevo.

La lucha sobre el Príncipe Kragen no tenía al parecnterés para el Maestro Eremis. Se acercó a Geraden y Terisy el grupo de Maestros como si se hallara al borde de unpifanía. Su sonrisa era tan afilada que parecía cortar el air

Cuando Geraden gritó, frustrado:- ¿Tiene alguien un espejo? -Eremis se echó a reír.Tensó los dedos, murmuró algo que Terisa no pudo oíInstantáneamente, una criatura del tamaño y la forma d

un murciélago brotó del espejo, aleteó hacia delante, y anzó contra la mejilla del Imagero más cercano.

El hombre cayó hacia atrás, chillando.

- ¡Eremis! -aulló Geraden, como si fuera la pebscenidad que conociera. Extrajo de debajo de shaquetilla un cuchillo, un cubierto de mesa del que debpropiarse durante el desayuno, y lo arrojó con todas suuerzas.

Por una vez en su vida, hizo algo acertado. Nunca habenido entrenamiento con los cuchillos; pero por casualidau hoja hizo añicos el espejo en manos de Eremis taimpiamente como si aquello fuera lo que había pretendid

desde un principio. Las astillas de cristal escaparon d

manos de Eremis, brillando como joyas a la luz.

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La risa del Maestro se convirtió en un gruñido.Mientras sacaba violentamente su espada, las puerta

de la sala se abrieron de golpe y veinte guardias entrarona carga.

Los refuerzos de Norge.Los guardias llegaban demasiado tarde para salvar Geraden o Terisa. Sus espaldas estaban contra los panelede la pared: no tenían escape de la rápida acción de la hojde Eremis. Evidentemente, éste sabía cómo manejar unspada. Parecía flexionarse como una cosa viva en su mano

Como contraste, Artagel no necesitaba ninguna ayudaAquél era el trabajo para el que había nacido. Primero hizaltar la daga de manos del Maestro Gilbur. Luego empezó fectuar pequeños y delicados cortes en el grueso cuello dmagero, como si estuviera señalando el lugar por el qu

Gilbur debería ser decapitado. Todos sus movimientos eraensos y precisos.

Arriba en el balcón, Gart perdió otro Apr. El propio Gano había matado a nadie: Lebbick lo mantenía a raya. La furde Lebbick parecía casi igual a la habilidad de Gart. Los Ap

e habían hecho cargo de cinco de los defensoreExaminando la situación, Gart juzgó que otro piquero morirntes de que su último estudiante cayera. Se preparó par

despachar a Lebbick, quizá abrirle el vientre de un tajuego miró hacia abajo, vio la llegada de los refuerzos,

ambió de opinión.

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Antes de que nadie pudiera captar sus intenciones, partó bruscamente del Castellano Lebbick y saltó pncima de la barandilla.

Una caída como aquella hubiera podido matarle; hubie

debido romperle las piernas. Pero había estado saltando dugares altos desde que iniciara su entrenamiento bajo Mo-nomach anterior: sabía cómo hacerlo.

Cuando golpeó la alfombra, se encogió sobre sí mismy rodó para absorber el impacto. Luego, pese al hecho dque sus pies y piernas habían quedado entumecidas como e hubiera roto la espina dorsal, se lanzó contra la espald

de Artagel.La única advertencia que recibió Artagel fue el sonid

del golpe cuando Gart aterrizó. Se volvió justo a tiempo papartar la espada del Monomach de sus costillas.

Rápidamente, efectuó una segunda parada, uontragolpe. Sabía que no podía vencer a Gart, pero en xcitación de la acción, el mareante fluir de la batalla, no mportaba.

Desgraciadamente, nunca terminó su respuesta. L

apidez de Gilbur era como su fuerza: prodigiosa. En unstante, saltó detrás de Artagel y lo derribó al suelo con uolpe de sus dos puños.

El Príncipe Kragen seguía aún inconsciente. Hubieodido ser muerto casi sin ningún esfuerzo.

Ahora, sin embargo, el Maestro Gilbur y el Monomac

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del Gran Rey tenían otras prioridades. Los guardias a arga habían cubierto ya la mitad de la distancia desde lauertas: a los aliados del Maestro Eremis sólo les quedaba

unos pocos segundos.

Tras ellos, el Castellano Lebbick cayó sobre la alfombron un terrible impacto. Había intentado el salto de Garterrizó mal. El dolor le arrancó un jadeo; ahogó el sonido dos huesos al romperse.

Juntos, Gilbur y Gart corrieron a ayudar a Eremis.Estaba luchando por su vida.

 Nadie se había opuesto a su avance hacia los Maestrohacia Terisa y Geraden. Los Maestros eran tan inútiles obardes como siempre había creído que lo eran; no valía ena molestarse en matarlos. Ni siquiera valía la pena matl Maestro Barsonage.

Geraden, en cambio…Pero, en el último momento, el Maestro Eremis hizo un

ausa. Vio algo en los ojos de Geraden…, una amenaznesperada; alguna especie de promesa fatal.

Hizo que el Maestro frenara su impulso.

Terisa no parecía peligrosa. Ni siquiera parecdeseable. Se había vuelto hacia su interior, con la espaldontra la pared, como si intentara desvanecerse.

Eremis alzó su espada para ensartar a Geraden garrarla al mismo tiempo a ella.

De pronto, una montaña de carne le golpeó con t

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uerza que casi lo arrojó de bruces al suelo.¡El Tor…! Eremis alzó su espada justo a tiempo par

mpedir que la del gordo y viejo señor le partiera en dos abeza.

Considerando las habilidades y la edad y la embriagudel Tor, su espada hubiera podido ser muy bien una mazaSin embargo, había peso tras ella, y una loca y burbujeanuria. El Maestro Eremis paró el golpe de la mejor manera quudo, y de nuevo, y de nuevo; sin embargo, estaba siendbligado a retroceder. Tendría que abrir en canal a aquell

vieja masa de grasa para detenerla.- ¡Mi señor! -gritó Geraden-. ¡Cuidado!El Tor no pareció oír la advertencia. Estaba aú

haciendo girar su espada como una maza cuando Gart anzó una patada al estómago lo bastante fuerte como par

eventar sus entrañas.Eructando, se desplomó de rodillas y presentó s

xpuesto cuello a la hoja de Gart.Geraden saltó contra Eremis.Gilbur lo interceptó, sin embargo, y lo arrojó a un lad

omo un puñado de trapos. Como el Príncipe KrageGeraden no era lo bastante importante como para arriesgar muerte. Terisa era la que importaba. Eremis cerró una mann torno a su brazo. Gart se preparó para la rápidatisfacción de decapitar al Tor.

H d ldi i í dil