Ejercito del Norte

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Tulio Halperin Donghi. Gastos Militares y Economía Regional: El Ejército del Norte ( 1810-1817) Desarrollo Económico. Vol. 11 Nº 41. 1971. Este documento ha sido descargado de http://www.educ.ar 1 GASTOS MILITARES Y ECONOMIA REGIONAL: EL EJERCITO DEL NORTE (1810-1817) * TULIO HALPERIN DONGHI ** A partir de octubre de 1810 el gobierno revolucionario de Buenos Aires mantuvo en el norte del nuevo país una presencia militar que no pudo dejar de gravitar de modo muy complejo en el área que sería teatro de su acción. Esta área era ella misma cambiante; desde 1810 hasta junio de 1816 debido a los azares del combate (en la primera mitad de 1811, de nuevo por diez meses de 1813 y nuevamente por otros diez meses de 1815 la acción militar se desarrolla en territorio altoperuano; durante el resto de este período el ejército revolucionario acampa en el Tucumán); a partir de mediados de 1816 es la función misma del ejército la que es redefinida: se transforma esencialmente en una fuerza de retaguardia, mientras el peso del combate queda a cargo de las fuerzas militares provinciales de Salta. Junto con la ubicación y la función, son las dimensiones mismas del ejército las que cambian reiteradamente a lo largo de esos años: en abril de 1811 son seis mil hombres los que avanzan hacia las fronteras del virreinato; un año después son mil quinientos los que se repliegan hacia el sur, perdido el Alto Perú y también Salta; son alrededor de dos mil los que, luego de la victoria de Tucumán, retoman la marcha hacia el norte; seis meses después será un ejército ampliado hasta alcanzar tres mil quinientos hombres el que vuelva a intentar -sin éxito la conquista del disputado Alto Perú; cuatro mil oficiales y hombres de tropa, de los que sólo dos mil emprenderán la retirada luego de la catastrófica derrota de 28 de noviembre de ese año. Ese ejército al que la derrota disuelve reiteradamente y que la recluta local, más todavía que los refuerzos enviados desde el núcleo del poder revolucionario, rehace una vez y otra, es entre otras cocas un elemento nuevo y no desdeñable en el cuadro de una economía regional ya afectada por otras razones por la guerra (que introduce una barrera difícilmente franqueable en esa ruta altoperuana que ha sido la principal arteria del comercio interno del virreinato). La cuantia de ese elemento y los modos en que su influjo se hace sentir no son fáciles de determinar; está claro que los elementos que quisiera aquí agregar a ese expediente no permitirán de ningún modo darlo por clausurado. * St. Antony's College, Oxford. ** Este trabajo utiliza en parte los datos reunidos en una investigación hecha posible por el apoyo del Joint Committee del American Council of Learned Societies y el Social Sciences Council, al que estoy vivamente reconocido.

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Este es un trabajo de Tulio Halperin acerca de los gastos militares que hizo el gobierno de Buenos Aires para poder mantener el Ejército del Norte entre los años de 1810 y 1817.

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GASTOS MILITARES Y ECONOMIA REGIONAL:EL EJERCITO DEL NORTE

(1810-1817)*

TULIO HALPERIN DONGHI**

A partir de octubre de 1810 el gobierno revolucionario de BuenosAires mantuvo en el norte del nuevo país una presencia militar queno pudo dejar de gravitar de modo muy complejo en el área que seríateatro de su acción. Esta área era ella misma cambiante; desde 1810hasta junio de 1816 debido a los azares del combate (en la primeramitad de 1811, de nuevo por diez meses de 1813 y nuevamente porotros diez meses de 1815 la acción militar se desarrolla en territorioaltoperuano; durante el resto de este período el ejércitorevolucionario acampa en el Tucumán); a partir de mediados de 1816es la función misma del ejército la que es redefinida: se transformaesencialmente en una fuerza de retaguardia, mientras el peso delcombate queda a cargo de las fuerzas militares provinciales de Salta.Junto con la ubicación y la función, son las dimensiones mismas delejército las que cambian reiteradamente a lo largo de esos años: enabril de 1811 son seis mil hombres los que avanzan hacia lasfronteras del virreinato; un año después son mil quinientos los que serepliegan hacia el sur, perdido el Alto Perú y también Salta; sonalrededor de dos mil los que, luego de la victoria de Tucumán,retoman la marcha hacia el norte; seis meses después será unejército ampliado hasta alcanzar tres mil quinientos hombres el quevuelva a intentar -sin éxito la conquista del disputado Alto Perú;cuatro mil oficiales y hombres de tropa, de los que sólo dos milemprenderán la retirada luego de la catastrófica derrota de 28 denoviembre de ese año.

Ese ejército al que la derrota disuelve reiteradamente y que larecluta local, más todavía que los refuerzos enviados desde el núcleodel poder revolucionario, rehace una vez y otra, es entre otras cocasun elemento nuevo y no desdeñable en el cuadro de una economíaregional ya afectada por otras razones por la guerra (que introduceuna barrera difícilmente franqueable en esa ruta altoperuana que hasido la principal arteria del comercio interno del virreinato). Lacuantia de ese elemento y los modos en que su influjo se hace sentirno son fáciles de determinar; está claro que los elementos quequisiera aquí agregar a ese expediente no permitirán de ningún mododarlo por clausurado.

* St. Antony's College, Oxford.** Este trabajo utiliza en parte los datos reunidos en una investigación hechaposible por el apoyo del Joint Committee del American Council of Learned Societiesy el Social Sciences Council, al que estoy vivamente reconocido.

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Estos elementos son ante todo las cuentas de la comisaría delEjército del Norte. Desde octubre de 1810 hasta el 2 de junio de 1816los pagos realizados por esa comisaría se encuentran registrados através de tomas de razón -es decir, cuentas de pagos realizados,acompañadas de sus documentos justificativos-. En un primermomento esas cuentas se reunieron en cuadernos, cada uno de loscuales va precedido de un inventario que numera todos losdocumentos; en una etapa posterior esos cuadernos fueron a su vezencuadernados en los siete volúmenes que han llegado hastanosotros (AGN III, 365-1 a 36-5-7). El legajo conservado acontinuación de los mencionados (AGN III, 36-5-8) incluye unmaterial de índole distinta: se trata del "libro manual del principalmanexo de la Comisaría del Ejto. del Perú" desde el 3 de junio de1816 hasta el 29 de marzo de 1817; aquí los gastos se registran sinacompañamiento de documentos justificativos, y en orden cro-nológíco; aun así no es imposible someter a las cifras así registradasal mismo tipo de tratamiento que a las de los legajos precedentes (yobtener de este modo una serie continua desde octubre de 1810hasta marzo de 1817).

Los primeros siete legajos incluyen también, aunque de modoesporádico, documentos de otros tipos: constancias de ingresos de lacomisaría bajo la forma de aportes director o de libranzas contraotras cajas o contra privados sólo incluidos en el primero y tercerlegajo, es decir, para el período que va desde octubre de 1810 hastafines de 1812 que cubren incompletamente, y de nuevo en el sextolegajo, para un período más breve (12 de diciembre de 1815-29 demarzo de 1817), para el cual ofrecen en cambio un registro completo.¿Hasta qué punto es completa, por otra parte, la colección de cuentasde gastos y documentos justificativos que forma la serie principalcontenida en los siete primeros legajos? El hecho de que se trata dedocumentos contenidos primero en hojas sueltas, agrupadas en unaprimera instancia en cuadernos también sueltos y sólo en un segundomomento encuadernadas en volúmenes autoriza a algunadesconfianza, agravada quizá por la ordenación sólo aproximativa delmaterial reunido en ellos: los volúmenes segundo y tercero, porejemplo, contienen documentos fechados entre una fecha inicial yuna final que es en ambos casos la misma (y lo mismo vuelve aocurrir con el tercero y el cuarto, y de nuevo con el quinto y elsexto); tampoco son diferencias de contenido y carácter de losdocumentos las que han dictado su inclusión en uno a otro de loslegajos cronológicamente simultáneos. Ese carácter de colecciónabierta es sobre todo el que permite alimentar alguna sospecha. Haysin embargo motivos para suponer improbable que la colección seaseriamente incompleta. Notemos en primer término la antigüedad dela encuadernación misma, que proviene de una época en que la serie,antes que un documento histórico, era un conjunto de constanciascontables de interés no sólo retrospectivo. Ello permite conceder

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mayor fe a la numeración corrida de los cuadernos agrupados en losvolúmenes (que si no parece ser de la mano de quienes escribieronlas cuentas agrupadas en ellos, es inequívocamente contemporáneo).El interés de los sucesivos comisarios del ejército por presentarcuentas completas de sus gastos es indudable; ya que eranresponsables del dinero que había ingresado en su caja medianteoperaciones de las cuales quedaba en manos ajenas constancia, queno podrían suprimir (el problema de la veracidad de esas cuentas esdesde luego diferente, y mucho menos fácil de resolver). Sólo comoargumento de apoyo podría invocarse la coincidencia entre las cifrasobtenibles sumando las de las cuentas parciales que han llegadohasta nosotros y las -necesariamente completas- del libro manual,para el único período en que unas y otras han llegado igualmentehasta nosotros, el sin duda breve que va del 12 de diciembre de 1815al 2 de junio de 1816.

No son éstas, sin embargo, las únicas observaciones que merecela documentación reunida en los legajos ya mencionados. Su manejopresenta algunas dificultades, sin duda no insalvables; el mayorescollo parece ser el peligro constante de computar más de una vezla misma transacción, puesto que las cuentas registradas no sólosuponen pagos finales, sino en otros casos sólo reflejantransferencias de dinero entre distintos sectores de la fuerza armada.Menos fácilmente salvable es la falta de una ordenación cronológicaunívoca, debida básicamente al tiempo transcurrido entre el momentoen que el pago es efectivamente realizado y aquél en que esregistrado en las distintas instancias de la administración militar. Esacircunstancia haría de la elaboración de una serie cronológica de losgastos del ejército del Norte una tarea sin duda posible peroextremadamente engorrosa y prolongada. No se la ha intentado aquí;por el contrario se ha conservado la periodización -perfectamentefortuita- brindada por la agrupación de los documentos mismos,realizada por la administración central. Ello permite discriminar lossiguientes períodos: octubre de 1810-octubre de 1811 (primerlegajo); octubre de 1811-octubre de 1812 (segundo y tercer legajo);octubre de 1812-diciembre de 1815 (cuarto y quinto legajo); 1° deenero-2 de junio de 1816 (sexto y séptimo legajo); 3 de junio de1816-29 de marzo de 1817 (legajo adicional, libro manual). Ladivisión no parece particularmente desafortunada, salvo para el tercerperíodo, más prolongado y lleno de alternativas de lo que seríadeseable.

Otro problema que la documentación plantea es la clasificación delos gastos registrados. Existe desde luego un margen que resulta detodos modos inclasificable, sea que se trate de gastos discrecionales,de orden superior o reservados, para los cuales no se da justificación,o que sólo se trate de gastos de carácter demasiado peculiar paraque sean incluidos junto con otros en una categoría más amplia y almismo tiempo de monto demasiado reducido para que sea posible

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crear para ellos una categoría separada (un ejemplo lo proporcionanlos subsidios a prisioneros realistas). La clasificación que se escojaestará parcialmente impuesta por otra parte por los criteriosutilizados en el documento originario, y aun por los usosadministrativos en él reflejados (un ejemplo lo proporcionan losgastos de vestuario, aquí registrados por separado por su interésintrínseco, pero también gracias a que las cuentas que sirven defuente los registran ya por separado; lo que no supone una meradecisión contable, sino la de contratar la confección de vestuarios conempresarios independientes, que tomaban a su cargo la compra delas materias primal y el pago de la mano de obra y cobraban unasuma previamente convenida por unidad; esta solución, que suponeuna cierta complejidad del aparato administrativo, no era de ningúnmodo la única posible; en la provincia de Santa Fe, por ejemplo, seiba a aplicar una muy diferente luego de 1820). Aún así laclasificación estará gobernada, dentro del margen que la índole de lafuente deja aún libre, por las curiosidades del investigador. La queaquí se utiliza está entonces lejos de ser la única posible; intenta poruna parte facilitar la respuesta a las preguntas que han parecido másinteresantes sobre el desempeño del ejército como entidadeconómica-financiera y su consecuencias, y por otra parte eludir, enla medida de lo posible, los peligros de las clasificaciones inspiradasen varios criterios simultáneos, que hacen en rigor posible ubicar endos categorías diferentes al mismo ítem. Este segundo peligro no hasido sin embargo totalmente esquivado, ni podría serlo sinosacrificando en medida mayor de lo que pareció deseable la riquezainformativa de las cifras finalmente obtenidas. En particular la ca-tegoría de gastos de transporte incluye items todos los cuales podríanidealmente incluirse en alguna de las demás aquí utilizadas (aunqueen realidad la frecuente vaguedad de la descripción del origen de losgastos de transporte no suele hacer fácil asignarlos con mayorprecisión). En todo caso no sólo esta última dificultad ha aconsejadoincluir los gastos de transporte como categoría separada; una veztomada esta decisión se han incluido en la categoría todos los gastosincluidos en transporte, aunque fuese posible en algunos casosasignarlos igualmente, por su índole, a alguna otra. Hechas estasaclaraciones previas, corresponde registrar los gastos, de acuerdocon las categorías utilizadas (véase el cuadro siguiente).

Las categorías utilizadas no parecen necesitar definicionesdemasiado complicadas. La de paraoficiales designa a los funcionariosdel ejército que cobran sueldos comparables a los de los oficiales, sinpertenecer al sector combatiente; en su mayor parte se trata de loscapellanes y médicos militares. La de bonificación al trabajo artesanalde militares agrupa los pagos de jornales (siempre más bajos que losasignados a artesanos no militares) destinados en el parque ymaestranza del ejército a los soldados que trabajaban allí. La dehospital no cubre todos los gastos en sanidad (sin duda varias veces

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superiores a los registrados en este rubro), sino sólo los pages ahospitales locales en que san atendidos miembros del ejército; laíndole del material haría extremadamente engorrosa la determinacióndel costo de los servicios sanitarios, entendidos en sentido másamplio.

¿Qué nos informan, en todo caso, las cifras divididas entre estascategorías? Notemos en primer término don rangos que son comunesa la estructura de los gastos militares en el Río de la Plata en laprimera mitad del siglo XIX: la modestia de los destinados aarmamentos y el volumen de los que suponen retribución al personalmilitar y paramilitar. Sin duda en el caso del Ejército del Norte eltestimonio de las cuentas de la comisaría no sería bastante paraconcluir que esos rangos se presentan también aquí: en efecto, seregistran sólo los gastos del ejército en campaña, y no los realizadosen la retaguardia para adquirir o fabricar armas enviadas luego a loscombatientes. Pero, sin anticipar las conclusiones de otro estudio enmarcha, baste señalar aquí que las cuentas de la Caja de BuenosAires, que registra los gastos realizados no sólo en la capitalrevolucionaria sino en centros de fabricación de armas y material deguerra establecidos fuera de ella, pero en la retaguardia, se descubreuna estructura de gastos comparables a la del sector combatiente.

No es entonces sorprendente que en este ejército, a lo largo deseis años y medio, el gasto en armas cubra sólo algo más del 5 porciento del total, y el de retribuciones a personal absorba más del 59por ciento. Aun ese porcentaje no permite, sin embargo, pagar aoficiales y soldados la totalidad de las retribuciones previstas; casi deinmediato se producen no sólo retrasos (corregidos esporádicamentemediante esfuerzos intensos pero breves, como el que se refleja en lasegunda columna) sino también disminuciones definitivas del montode las retribuciones, que se intenta primero justificar medianteretenciones para rancho (tres pesos mensuales para cada uno de losmiembros de la entera tropa, desde el 1° de diciembre de 1811,según comunica Pueyrredón al comisario en nota del 21 de ese mes-AGN III, 36-5-3) o para uniforme (dos pesos mensuales en varioscuerpos, según cuentas de pagos datadas en Humahuaca el 12 dejunio del año siguiente, AGN III, 36-5-2), que luego se explican glo-balmente invocando una penuria demasiado real. A partir de 1812 losretrasos son ya insalvables, y lo que se paga son en rigor anticipos("buenas cuentas" para oficiales, "buenas cuentas" y "socorros" parapersonal de tropa) reiterados irregularmente, que sólo cubren unafracción de la que sería la retribución regular.

Esa irregularidad de ritmo y monto de pagos tiene unaconsecuencia adicional muy importante: la progresiva alteración delequilibrio entre las retribuciones de los oficiales y las de la tropa. Laproporción entre la que toca a unos y otra no podría determinarsecon alguna precisión sin discriminar entre ambos sectores también enaquellos casos en que se registra un pago realizado conjuntamente a

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uno y otro. A través de los ejemplos con que contamos, ladistribución de esas retribuciones -registradas globalmente- entreambos sectores se hizo de modo variable a lo largo de esos seis años.En 1810-11 las rendiciones de cuentas que han llegado hasta

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nosotros asignan alrededor del 55 por ciento a los oficiales, en 1812,en una brusca baja, sólo reciben el 20 por ciento; en 1815-16, por elcontrario, vuelven a tener posición predominante; en junio de 1816 loque toca a los oficiales se acerca al 80 por ciento; la proporción ha dedisminuir en seguida, al ampliarse el reclutamiento de nuevos sol-dados, destinados a reemplazar a los dispersados en la catastróficacampaña que terminó en Huaqui, y al doblarse (luego del retorno deBelgrano al comando su jefe) la retribución del personal de tropa.Aun así, si es cierto que los soldados pasan a recibir dos pesosmensuales en lugar de uno, con ello no hacen sino llegar a cobrarmenos de un séptimo de la soldada mensual correspondiente a lamayor parte de ellos al comenzar la campaña del Norte; los oficiales,por su parte, san colocados a media paga, con lo cual su situaciónsigue sometida a un deterioro menos considerable que el sufrido porsus subordinados. Sin duda, es la penuria financiera la quedesfavorece a la tropa frente a los oficiales; junto con ella influyetambién, sin embargo, la progresiva indiferencia ante las privacionesimpuestas a los soldados, cuyas consecuencias se hacen evidentes sise compara el ejército comandado por Rondeau -ante el cual el suecoGraaner no sabía si sorprenderse más de la arrogancia de los oficialeso del pasivo heroísmo de sus subordinados- con el que en 1810 habíapartido para liberar el Norte. Cuantificando -sólo muyaproximativamente- las consecuencias de esa doble transformación,señalemos que en la etapa que va de octubre de 1810 al mismo mesde 1811 y en la que cubre el año sucesivo los oficiales y paraoficialesabsorberá alrededor del 33 por ciento de las retribuciones militares;en la que va de noviembre de 1812 a diciembre de 1815 alcanzan al52 por ciento, para llegar en la siguiente (enero-junio de 1816) alpunto más alto, con el 67 por ciento, y bajar en la última al 55 porciento. Sin embargo, como consecuencia del hecho de que la paga delos oficiales aumenta cuando el total de remuneraciones disminuye, laproporción de los percibidos por éstos a lo largo del entero períodocubierto por estas cuentas se halla más cerca del porcentajecorrespondsente a los dos años iniciales que de los vigentes en loscuatro que siguen; es aproximadamente el 41 por ciento del total delas retribuciones militares el que es absorbido por oficiales yparaoficiales . . .

Estas cifras porcentuales no sólo nos informan sobre el contextosocial en que se da la toma a cargo del estado de las retribuciones deun grupo humano de volumen nada desdeñable (que está cada vezmás lejos de corregir en beneficio de los sectores bajos la tendenciadominante en casi todas las restantes actividades del estado, eimpuesta hasta cierto punto por la índole de éstas- a reclutar susservidores entre los grupos más altos). Todavía no carecen derelevancia respecto de otros problemas que querría evocarse aquí: elya mencionado de la incidencia que la presencia de ese grupohumano alcanzó en la economía regional.

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El primer rubro que sería preciso tomar en cuenta en relación conello es sin duda el de los gastos privados de oficiales y soldados. Sino puede excluirse que algunos de ellos hayan enviado parte de sussoldadas a sus familias, la existencia de procedimientos más segurosque los envíos individuales (en particular el otorgamiento deautorización para percibir una parte de esa soldada, extendido a unpariente antes de la partida) hace que pueda descartarse laprobabilidad de envíos demasiado nutridos; aun más fácilmentepuede eliminarse la de un atesoramiento en volumen considerable.No es aventurado suponer, entonces, que la mayor parte de los casiquinientos mil pesos insumidos por las retribuciones a personalmilitar haya sido gastada por éste en el mismo Norte, conconsecuencias para la economía regional que no podrían serdesdeñadas. No es materia de poca monta, por ejemplo, que entreoctubre de 1811 y octubre de 1812 un grupo de hombres que oscilaalrededor de los mil quinientos haya recibido una retribución total quese compara con el total de las exportaciones del distrito de Tucumán,en el cual se encuentran apostados la mayor parte del tiempo. . .Pero esa presencia de una fuerza militar también puede vincularsecon la economía regional de una manera distinta, en la medida enque el reclutamiento local se hace más frecuente. De nuevo aquí-aunque un estudio pormenorizado de las listas de revista permitiríasin duda seguir paso a paso los avances en la regionalización delreclutamiento- la serie que tenemos en examen sólo permite algunasconjeturas, que confirman la vigencia de la tendencia general quefavorece esa regionalización.

Hemos hallado, entonces, dos efectos que no podría juzgarsenegativos de la presencia del ejército en la economía norteña: esapresencia crea un grupo dotado de cierta capacidad de compra; porotra parte coloca a cargo del estado el mantenimiento de una partede la población local (que a la vez retira del mercado de trabajo, conconsecuencias que desde luego dependen de la situación previa deéste). En otros rubros los gastos militares tienen consecuencias a lavez más claramente comprobables y más matizadas.

Muy claro es el efecto que en cuanto a la economía rural tiene lacompra de ganado y otros productos agrícola-ganaderos por elejército, por un promedio de alrededor de veinte mil pesos anuales,que en regiones en que los tráficos ganaderos normales han sidoduramente afectados por la guerra significó sin duda un alivio paralos productores. Aun así, los gastos presentan altibajos sugestivos.Sin duda ellos se deben en parte a los precios cada vez más bajospagados por el ganado (que no revelan necesariamente una actitudexpoliatoria en las etapas finales; precios como los de $ 2,50 a $ 4,pagados por cabeza vacuna en los primeros meses de 1816, no soninferiores a los anteriores a la guerra; son por el contrario los de $ 7y $ 8, usuales en los primeros años de guerra, los que autorizanalguna sorpresa; acaso influye en ellos la escasez local, causada por

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la súbita aparición en áreas de escasa tradición en tráficos de ganadovacuno de un nuevo comprador tan fuerte; acaso el mantenimientode esa escasez haya incluido algún elemento intencional . . . ) . Entodo caso las oscilaciones de precios no bastan para explicar que, porejemplo, mientras en el primero de los años registrados se gastealrededor de tres mil pesos mensuales en víveres y en el siguiente seexcedan los dos mil -con un ejército inferior durante todo ese año alos dos mil hombres- en los tres años largos que siguen se hayagastado menos de mil pesos mensuales para alimentar a un ejércitomás numeroso.

En este contexto adquiere relieve un documento como el muycurioso firmado por "el teniente cura del pueblo de Tarapata" en elAlto Perú, el 21 de enero de 1811. En nombre del vicario de Potosí, eldecidido eclesiástico conmina a don José Gregorio Nogales "que en elacto devuelva las doce minas que quitó a los indios del pueblo deSalinas, o el importe de ellas al precio de veinticinco pesos cada una".Cuando Nogales prueba que las ha tornado pare el ejército, elteniente cura de Tarapata acepta retasarlas a "quince pesos cada unaque hacen ciento ochenta por la cual cantidad la he entregado a lasindios interesados" (AGN III, 36-5-1, f. 526). ¿A falta de un testigoigualmente dispuesto a impedir las expoliaciones -y sobre todo de unejército tan interesado como el que en enero de 1811 avanzaba sobreel Alto Perú en ganar la benevolencia de las poblaciones- cuántosepisodios análogos habrán quedado sin registrar, cuánta parte delsustento del ejército habrá sido cubierta con el aporte gratuito (y nocontabilizado) de las áreas en que éste se instala? Aunque el volumende la producción rural entregada sin contrapartida económica nos seadesconocido, la existencia del fenómeno es indudable, y obliga acontrabalancear, con una cantidad desconocida, la inscripta en favorde la economía rural del Norte, correspondiente a las comprasrealizadas por el ejército a ese sector.

¿Hasta qué punto los restantes gastos del ejército lo ponen encontacto directo con la economía local? En cuanto al pago de salariosde artesanos y peones la duda no parece posible; se trata detrabajadores locales. El rubro de artículos no militares autorizamayores vacilaciones. No principalmente porque buena parte de ellosno son de producción local (aun así, incidiría en la economía local elestímulo proporcionado a una corriente de importaciones que lapresencia del ejército intensifica). Es preciso tomar en cuenta a lavez la presencia, entre los proveedores del ejército, de comerciantesque, aunque dotados de sólidos contactas en las áreas norteñas,tienen su base principal en Buenos Aires: es el caso de José MaríaSomalo, cuyo nombre aparece reiteradamente en los años finales denuestra serie... Análogas consideraciones caben en cuanto alvestuario, sobre el cual incide además la tendencia, de la que sólotenemos indicios, a contratar la provisión con miembros del mismoejército; es así sugestivo, por ejemplo, el compromiso tornado el 22

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de abril de 1812 por Antonio Visuara, capitán de pardos, de hacer endos meses y medio dos mil pares de zapatos, que le seríanretribuidos a un peso el par (AGN III 36-5-5).

Más clara es la situación en cuanto a la retribución de servicíoslocales, que pueden inscribirse por entero como pagos a sectoresdiversos de la economía local. Alguna. perplejidad parece autorizar elrubro de gastos de traslado y transporte; si la mayor parte de él esabsorbida en retribuciones a arrieros y maestros de posta, cubretambién los subsidios pare gastos de viaje pagados a personal delejército; aun en este caso, sin embargo -salvo en casos en quepredominase un espíritu de extrema economía, unido a alguna faltade escrúpulos en las relaciones con la caja del ejército- eran enúltimo término sectores de la economía local los que percibían esassumas. Anotemos por último que aun en el rubro de varios es posiblealcanzar alguna conclusión provisional. Sobre todo en el último año ymedio, la mayor parte de las sumas allí registradas corresponden asubsidios a Güemes y a las fuerzas que combatían bajo sus órdenes.

En suma puede concluirse -de modo muy aproximativo- quealrededor del 35 por ciento de los gastos del Ejército del Norte loponían en contacto directo con la economía regional, mientras que ensu mayor parte ese 59 por ciento absorbido por retribuciones apersonal militar concluía por establecer nuevas relaciones, ahoraindirectas, con ella.

Esta conclusión -cuyo carácter sólo aproximativo se quisierasubrayar nuevamente- no encara un aspecto esencial de la relaciónentre el ejército y la economía regional. ¿Hasta qué punto, en efecto,provenían de ella los fondos cuya mayor parte el ejército redistribuíadentro de ella? Se ha indicado ya que en este punto la serie está lejosde hallarse completa. Contamos, sin embargo, con dos cuentascompletas, una para el período que va del 6 de Julio de 1810 al 27 deoctubre de 1811 (AGN III 36-5-1, ff. 975 y ss.) y otra que cubre ellapso entre el 12 de diciembre de 1815 y el 29 de marzo de 1817(AGN III 36-5-5, if. 88 y ss.). La diferencia entre ambas es notable.En la primera sólo un 24 por ciento de las sumas totales proviene dela Caja de Buenos Aires; el resto se origina en las cajas del Tucumány el Alto Perú, o en préstamos y donaciones de corporacionesregionales, o en recolección de tributos y diezmos entre laspoblaciones altoperuanas. En la segunda el cálculo se hace menossencillo por la heterogeneidad creciente de las fuentes financieras (ytodavía porque cerca del 40 por ciento del cargo aparece agrupado endos rubros de "partidas varias" y cerca de un diez por ciento adicionalaparece ingresado por oficiales del ejército que tenían a su cargofondos que ya pertenecían a éste y se agregaban a la caja de lacomisaría). Tomando en cuenta sólo los ingresos de los cuales sepuede especificar fuente, el primer lugar es ocupado por anticipos decomerciantes con cargo de reintegro ($ 48.197,41/2); el segundo porsumas entregadas contra libranzas sobre Buenos Aires (o en pago de

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libranzas extendidas desde Buenos Aires) por un total de $ 45.166; eltercero por las sumas ingresadas por distintas fuentes públicas osemipúblicas locales (impuestos, empréstitos forzozos, transferenciasde fondos de cajas locales), por un total de $ 33.676,4; anotemos porúltimo un conjunto de pequeñas sumas ingresadas con motivos muyvariados de fuentes locales (por una suma global de $ 476,7 1/4).

Entre la primera y la segunda se advierte el agotamientopaulatino de las fuentes públicas locales, que pasan a cubrir sólo el26 por ciento del total, reemplazadas en parte por un ascenso de losaportes desde Buenos Aires (que ascienden del 24 al 35 por cientodel total) y sobre todo por los anticipos de comerciantes(equivalentes a casi el 38 por ciento de ese total). Sin duda, latraslación del peso de la financiación del ejército de las fuenteslocales a las ajenas al área es aún más significativa de lo que lascifras parecen indicar: baste señalar que los comerciantes queanticipan fondos; sean locales o no, no son exclusivamenterepresentantes de la economía local (lo son aún menos porque entreellos hallamos a importantes proveedores del ejército). Pero que laguerra se paga en parte con un constante flujo de fondos desde lacapital a las áreas en que se combate es una conclusión que puedealcanzarse sin necesidad de desvíos tan prolongados: se halla másdirectamente reflejada por la lista de libranzas sobre Buenos Aires enque constantemente incurre la comisaría del ejército (que pordesgracia ha llegado hasta nosotros aún más incompleta).

En suma, esa curiosa -pero de ningún modo atípica- organizaciónmilitar que es el Ejército del Norte incide sobre la economía del áreaen que actúa mediante la introducción de un nuevo sectorconsumidor, en parte institucionalizado (el ejército mismo), en parteindividual (los miembros de éste), costeados por lo menos en parte(en una parte creciente) mediante aportes; de fondos originados enel gobierno central y transferidos al Norte sin contrapartidaeconómica. Sería absurdo resumir en esta fórmula demasiadosencilla las consecuencias que para el Norte tuvo la guerra; sería aunexcesivo asegurar que los efectos ventajosos para la economíaregional que la presencia del ejército pudo tener contrabalancearonlos negativos de la guerra misma (destrucciones de riqueza yclausura de rutas comerciales), que como se gustaba de decir en laépoca, la lanza de la libertad, como la de Aquiles, curaba las heridasque abría. No parece en cambio aventurado concluir que lasconsecuencias de la guerra no podrían reducirse a los sacrificios queella impuso a hombres y riquezas en la región en que fue combatida.