Ejercicio de Desidentificacion - Roberto Assagioli

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1 EJERCICIO DE DES-IDENTIFICACIÓN 1 Estamos dominados por todo aquello con lo que nuestro Yo se identifica. Podemos dominar, dirigir y utilizar todo aquello de lo cual nos des-identificamos. La experiencia central, fundamental de la au- toconciencia, el descubrimiento del Yo, está im- plícita en nuestra conciencia humana. El término "autoconciencia" está usado aquí en el sentido puramente psicológico de percibirse a sí mismo como un individuo distinto, y no en el sentido de estar egocéntrica y hasta neuróticamente centra- do en sí mismo. Esto es lo que distingue nuestra conciencia de la de los animales, que son cons- cientes más no autoconscientes. Pero en general esta autoconciencia está en realidad “implícita” más que explícita. Se percibe de manera nebulosa y distorsionada porque generalmente se confun- de con los contenidos de la conciencia. Este continuo movimiento de influjos oculta la claridad de la conciencia y produce falsas identifi- caciones del Yo con su contenido, en lugar de ha- cerlo con la conciencia misma. Si queremos hacer a la conciencia clara, explícita y vital, primero de- bemos des-identificarnos de los contenidos de la conciencia. Más precisamente, el estado habitual para la mayoría de nosotros consiste en identificamos con aquello que, en ese momento dado, nos hace sentir más vivos y nos parece más real o más in- tenso. Esta identificación con una parte de noso- tros mismos está ligada, generalmente, a una función predominante o punto focal de nuestra conciencia, al papel predominante que represen- tamos en la vida. Puede asumir muchas formas. Algunas personas se identifican con su cuerpo. Se perciben y a menudo hablan de sí mismas princi- palmente en términos de sensaciones, en otras palabras funcionan como si fueran su cuerpo. 1 Tomado de ASSAGIOLI, ROBERTO. El Acto de Vo- luntad: un nuevo enfoque de psicología humanista. México: Trillas, 1989, p. 161-166. Otras se identifican con sus sentimientos; perci- ben y describen su estado de ser en términos afectivos y consideran a sus sentimientos como la parte más central y más íntima de sí mismas, mientras que los pensamientos y las sensaciones se perciben muy fijamente, tal vez como algo se- parado. Los que se identifican con la mente acos- tumbran describirse con construcciones intelec- tuales, aun cuando se les pregunta cómo se sien- ten. A menudo consideran tangencialmente a los sentimientos y a las sensaciones, o los descono- cen en una gran parte. Muchos se identifican con una función, como por ejemplo “madre”, “espo- so”, “esposa”, “hombre de negocios”, “maestro”, etcétera. Esta identificación con una sola parte de nues- tra personalidad puede satisfacemos temporal- mente, pero tiene inconvenientes graves. Nos impide realizar la experiencia del Yo, el sentido profundo de auto-identificación, de saber quié- nes somos. Excluye, o disminuye, la capacidad de identificamos con todas las otras partes de nues- tra personalidad, de obtener placer de esto y de utilizarlas plenamente. Así, nuestro modo “nor- mal” de expresamos en el mundo está limitado, en todo momento, a una sola fracción de lo que puede ser. Saber conscientemente, o hasta in- conscientemente, que de un modo o de otro no tenemos acceso a gran parte de lo que hay en nosotros, puede frustramos y damos la dolorosa sensación de no estar completos, de ser unos fra- casados. Finalmente, identificarse continuamente con una función o con un elemento predominante a menudo, y casi inevitablemente, lleva a una pre- caria situación de vida, que antes o después se traduce en un sentimiento de pérdida, hasta de desesperación, como en el caso del atleta que se hace viejo y pierde su fuerza física; de la actriz cuya belleza física se marchita; de la madre que se queda sola cuando los hijos crecen; o del estu- diante que debe dejar la escuela y afrontar un nuevo tipo de responsabilidad. Estas situaciones pueden dar lugar a crisis graves y a veces muy do- lorosas, que pueden considerarse como “muer-

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EJERCICIO DE DES-IDENTIFICACIÓN1

Estamos dominados por todo aquello con lo que nuestro Yo se identifica. Podemos dominar, dirigir y utilizar

todo aquello de lo cual nos des-identificamos.

La experiencia central, fundamental de la au-toconciencia, el descubrimiento del Yo, está im-plícita en nuestra conciencia humana. El término "autoconciencia" está usado aquí en el sentido puramente psicológico de percibirse a sí mismo como un individuo distinto, y no en el sentido de estar egocéntrica y hasta neuróticamente centra-do en sí mismo. Esto es lo que distingue nuestra conciencia de la de los animales, que son cons-cientes más no autoconscientes. Pero en general esta autoconciencia está en realidad “implícita” más que explícita. Se percibe de manera nebulosa y distorsionada porque generalmente se confun-de con los contenidos de la conciencia.

Este continuo movimiento de influjos oculta la claridad de la conciencia y produce falsas identifi-caciones del Yo con su contenido, en lugar de ha-cerlo con la conciencia misma. Si queremos hacer a la conciencia clara, explícita y vital, primero de-bemos des-identificarnos de los contenidos de la conciencia.

Más precisamente, el estado habitual para la mayoría de nosotros consiste en identificamos con aquello que, en ese momento dado, nos hace sentir más vivos y nos parece más real o más in-tenso. Esta identificación con una parte de noso-tros mismos está ligada, generalmente, a una función predominante o punto focal de nuestra conciencia, al papel predominante que represen-tamos en la vida. Puede asumir muchas formas. Algunas personas se identifican con su cuerpo. Se perciben y a menudo hablan de sí mismas princi-palmente en términos de sensaciones, en otras palabras funcionan como si fueran su cuerpo.

1 Tomado de ASSAGIOLI, ROBERTO. El Acto de Vo-

luntad: un nuevo enfoque de psicología humanista. México: Trillas, 1989, p. 161-166.

Otras se identifican con sus sentimientos; perci-ben y describen su estado de ser en términos afectivos y consideran a sus sentimientos como la parte más central y más íntima de sí mismas, mientras que los pensamientos y las sensaciones se perciben muy fijamente, tal vez como algo se-parado. Los que se identifican con la mente acos-tumbran describirse con construcciones intelec-tuales, aun cuando se les pregunta cómo se sien-ten. A menudo consideran tangencialmente a los sentimientos y a las sensaciones, o los descono-cen en una gran parte. Muchos se identifican con una función, como por ejemplo “madre”, “espo-so”, “esposa”, “hombre de negocios”, “maestro”, etcétera.

Esta identificación con una sola parte de nues-tra personalidad puede satisfacemos temporal-mente, pero tiene inconvenientes graves. Nos impide realizar la experiencia del Yo, el sentido profundo de auto-identificación, de saber quié-nes somos. Excluye, o disminuye, la capacidad de identificamos con todas las otras partes de nues-tra personalidad, de obtener placer de esto y de utilizarlas plenamente. Así, nuestro modo “nor-mal” de expresamos en el mundo está limitado, en todo momento, a una sola fracción de lo que puede ser. Saber conscientemente, o hasta in-conscientemente, que de un modo o de otro no tenemos acceso a gran parte de lo que hay en nosotros, puede frustramos y damos la dolorosa sensación de no estar completos, de ser unos fra-casados.

Finalmente, identificarse continuamente con una función o con un elemento predominante a menudo, y casi inevitablemente, lleva a una pre-caria situación de vida, que antes o después se traduce en un sentimiento de pérdida, hasta de desesperación, como en el caso del atleta que se hace viejo y pierde su fuerza física; de la actriz cuya belleza física se marchita; de la madre que se queda sola cuando los hijos crecen; o del estu-diante que debe dejar la escuela y afrontar un nuevo tipo de responsabilidad. Estas situaciones pueden dar lugar a crisis graves y a veces muy do-lorosas, que pueden considerarse como “muer-

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tes” psicológicas más o menos parciales. Aferrar-se desesperadamente a la vieja “identidad” en declinación no sirve de nada. La verdadera solu-ción solamente puede ser un renacimiento, es decir, entrar en una identificación nueva y más amplia. A veces, esto involucra a toda la persona-lidad y requiere un despertar o un “nacimiento” a un nuevo y superior estado de ser. El proceso de muerte y renacimiento ha sido expresado simbó-licamente en distintos misterios, y ha sido vivido y descrito en términos religiosos por muchos mís-ticos. Actualmente se le está redescubriendo en términos de experiencias y realizaciones trans-personales.

Frecuentemente, este proceso tiene lugar sin una clara comprensión de su significado y no ra-ras veces contra el deseo y la voluntad del indivi-duo involucrado. Una colaboración voluntaria, consciente y deliberada puede hacer mucho para facilitarlo, favorecerlo, y acelerarlo.

El mejor modo de hacerlo es un ejercicio deli-berado de desidentificación y auto-identificación. Por medio de este ejercicio obtenemos la libertad y el poder de elección para identificamos con, o des-identificarnos de, todo aspecto de nuestra personalidad, según lo que nos parezca más oportuno en cada situación. De este modo po-demos aprender a dominar, dirigir y utilizar todos los elementos y los aspectos de nuestra persona-lidad en una síntesis armónica e inclusiva. Así, es-te ejercicio es considerado fundamental en la Psi-cosíntesis.

Ejercicio

Este ejercicio está considerado como un ins-trumento para obtener la conciencia del Yo, y la capacidad de enfocar nuestra atención, su-cesivamente, en cada uno de los aspectos y fun-ciones principales de nuestra personalidad. En-tonces podemos percibir claramente y examinar sus cualidades mientras mantenemos el punto de vista del observador, y reconocemos que el ob-servador no es lo que él observa.

En la fórmula que sigue, la primera fase del ejercicio -la desidentificación- consta de tres par-

tes que tratan los aspectos físicos, emotivos y mentales de la conciencia. Esto lleva a la fase de auto-identificación. Una vez adquirida cierta ex-periencia, el ejercicio puede ser ampliado y modi-ficado, dependiendo de la necesidad, como se in-dica enseguida.

Procedimiento

Póngase en una posición cómoda y relajada, y respire profundamente algunas veces (pueden ser útiles algunos ejercicios preliminares de rela-jación). Después afirme lenta y deliberadamente:

Yo tengo un cuerpo pero no soy mi cuerpo. Mi

cuerpo se puede encontrar en distintas situacio-nes de salud o de enfermedad, puede estar des-cansando o cansado, pero no tiene nada que ver conmigo mismo, con mi verdadero Yo.

Yo valoro mi cuerpo como a un preciado ins-trumento de acción y de experiencia en el mundo externo, pero es solamente un instrumento. Lo trato bien, trato de tenerlo en buena salud pero no es yo mismo. Yo tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo.

Ahora cierre los ojos, traiga brevemente a la

conciencia la sustancia general de esta afirmación y concentre gradualmente la atención en el con-cepto central: yo tengo un cuerpo pero no soy mi cuerpo. Trate, en lo posible, de tomar conciencia de esto como de un hecho experimentado. Ahora abra los ojos y proceda del mismo modo con los dos estadios siguientes:

Yo tengo emociones, pero no soy mis emocio-

nes. Mis emociones son diversas, cambiantes y a veces contradictorias. Pueden pasar del amor al odio, de la calma a la ira, de la alegría al dolor, y sin embargo mi esencia -mi verdadera naturale-za- no cambia, “yo” permanezco. Aunque una oleada de ira pueda sumergirme temporalmente, sé que con el tiempo pasará; por lo tanto, yo no soy esta ira. Ya que puedo observar y comprender mis emociones y después aprender gradualmente a dirigirlas, utilizarlas e integrarlas armónica-

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mente, está claro que ellas no son yo mismo. Yo tengo emociones, pero no soy mis emociones.

Yo tengo una mente pero no soy mi mente. Mi mente es un preciado instrumento de investiga-ción y de expresión, pero no es la esencia de mi ser. Sus contenidos cambian continuamente mientras ella acoge nuevas ideas, conocimiento y experiencia. A veces rehúsa obedecerme. Por lo tanto no puede ser yo mismo. Es un medio de co-nocimiento ya sea para el mundo externo como para el mundo interno, pero no es yo mismo: Yo tengo una mente, pero no soy mi mente.

La fase siguiente es la de identificación. Afirme

lentamente y concentrándose en lo que dice: Después de haberme des-identificado a mí

mismo, al yo, de los contenidos de la conciencia, de las sensaciones, las emociones, los pensamien-tos, reconozco y afirmo ser un centro de autocon-ciencia pura. Yo soy un centro de voluntad capaz de observar, dirigir y usar todos mis procesos psi-cológicos y mi cuerpo físico.

Concentre su atención en la frase central: yo

soy un centro de voluntad y de autoconciencia pura. Trate, en lo posible de tomar conciencia de esto como de un hecho experimentado. Ya que el fin del ejercicio es obtener un estado de concien-cia específico; cuando se comprende este objeti-vo se pueden eliminar muchos detalles del pro-cedimiento. Así, después de haber hecho el ejer-cicio durante un cierto tiempo, y algunos lo po-drán hacer desde el principio, se le puede modifi-car pasando rápidamente a través de cada fase de la desidentificación, usando solamente la afirmación central y concentrándose en su reali-zación como experiencia.

Yo tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Tengo emociones, pero no soy mis emociones. Tengo una mente, pero no soy mi mente. En este punto es importante considerar más

profundamente la fase de auto-identificación de

la manera siguiente: Entonces, ¿Qué soy yo? ¿Qué es lo que perma-

nece cuando me des-identifico de mi cuerpo, de mis sensaciones, sentimientos, deseos, mente y acciones? La esencia de mí mismo: Un centro de auto conciencia pura. El factor permanente en el flujo cambiante de mi vida personal. Esto es lo que me da el sentido de ser, de permanencia, de equilibrio interior. Yo afirmo la identidad con este centro y reconozco su permanencia y su energía.

Pausa… Yo reconozco y me afirmo a mí mismo como

centro de autoconciencia pura y de energía crea-tiva, dinámica. Reconozco que desde este centro de verdadera identidad puedo aprender a obser-var, dirigir y armonizar todos los procesos psico-lógicos y el cuerpo físico. Quiero alcanzar una conciencia permanente de este hecho, en lo que experimento de todos los días, y usarla para dar a mi vida un significado y un sentido de dirección cada vez mayores.

A medida que la atención se aparta cada vez

más del estado de conciencia, también la fase de la identificación se puede abreviar. La meta es llegar a realizar el ejercicio con mucha facilidad y poder pasar, en breve tiempo, a través de cada fase de la desidentificación y mantener después la conciencia del Yo durante todo el tiempo que se quiera. Entonces se puede, deliberadamente, y en cualquier momento, des-identificarse de toda emoción trastornante, pensamiento desagrada-ble, función inadecuada y, desde la posición de ventaja del observador alejado, entender más claramente la situación, su significado, sus cau-sas, y el mejor modo de afrontarlos. Este ejercicio ha resultado particularmente eficaz si se practica cotidianamente, de preferencia en las primeras horas del día. Siempre que sea posible, se debe realizar poco tiempo después de haber desperta-do y se debe considerar como un segundo des-pertar simbólico. También sirve mucho repetirlo

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de manera abreviada varias veces al día, regre-sando al estado de conciencia del yo des-identificado.

El ejercicio puede ser modificado, dependien-do del propósito de cada quien y aumentando fa-ses de desidentificación con el fin de incluir otras funciones además de las tres fundamentales (físi-ca, emocional, mental), así como las diversas per-sonalidades, funciones, etc. Se puede empezar también con la desidentificación de las posesio-nes materiales.

A continuación hay algunos ejemplos: Yo tengo deseos, pero no soy mis deseos. Los

deseos son provocados por los impulsos, físicos y emotivos, y por otras influencias. A menudo son cambiantes y contradictorios, alternan entre la atracción y la repulsión; por lo tanto no son mi yo. Yo tengo deseos, pero no soy mis deseos (convie-ne colocar esta fase entre la emotiva y la mental).

Yo me dedico a distintas actividades e interpre-to varias funciones en la vida. Debo realizar estas funciones y lo hago con gusto, como mejor puedo, se trate de la función de hijo o padre, de esposo o de esposa, de maestro o de estudiante, de artista o de dirigente. Pero yo soy más que el hijo, que el padre, que el artista. Éstas son funciones, especí-ficas pero parciales, que yo, yo mismo estoy in-terpretando, acepto hacerlas, y puedo verme y observarme mientras las realizo. Por lo tanto, yo no soy ninguna de ellas. Me he auto-identificado y no soy el actor sino el director de la representa-ción.

Este ejercicio se puede hacer en grupo con re-

sultados óptimos. El conductor del grupo dice en voz alta las afirmaciones, y los miembros escu-chan con los ojos cerrados, dejando penetrar pro-fundamente el significado de las palabras en su mente.