Efecto Rashomon postneoliberal. L Nacional, Provincial y...

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1 “Efecto Rashomon” Administración y gestión del territorio en un contexto postneoliberal. La cuestión del territorio en el Estado “neodesarrollista” a nivel Nacional, Provincial y Municipal. El caso del Municipio Partido de General Pueyrredón y el aglomerado Mar del Plata a comienzos del siglo XXI (2004-2014) José María Mantobani

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“Efecto Rashomon”

Administración y gestión del territorio en un contexto

postneoliberal.

La cuestión del territorio en el Estado “neodesarrollista” a nivel

Nacional, Provincial y Municipal.

El caso del Municipio Partido de General Pueyrredón

y el aglomerado Mar del Plata

a comienzos del siglo XXI

(2004-2014)

José María Mantobani

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Efecto Rashomon. Administración y gestión del territorio en un contexto

postneoliberal: la cuestión del territorio en el Estado “neodesarrollista” a nivel

Nacional, Provincial y Municipal. El caso del Municipio Partido de General Pueyrredón

y el aglomerado Mar del Plata a comienzos del siglo XXI (2004-2014)

José María Mantobani*

Índice

Introducción: el “Efecto Rashomon”

1. Cuestiones preliminares: ¿es válido hablar de “neodesarrollismo” en América

Latina?

De Miami a Mar del Plata: un final y un comienzo

La “anomalía kircherista”

2. Modelo de Desarrollo: las desventuras del neodesarrollismo neokeynesiano… pero

en la era de la globalización

Las peripecias del Modelo K

El papel del Estado

3. Más allá del modelo de acumulación: la estrategia de creación de consensos del

Modelo K. Más allá del capitalismo… pero no tanto

4. ¿Pudo el Modelo K ser independiente del estilo de desarrollo (pre)dominante a

comienzos del Siglo XXI? El retorno a un concepto más vigente que nunca en la era de

la renta sojera

La noción de estilo de desarrollo como contradicción interna del Modelo K

5. El enigma del territorio en el Modelo K: ¿Planificar sin territorio es igual a crear

territorios sacrificados?

Neodesarrollo y territorio en las escalas subnacionales (provincia y municipio)

______________________

* Muchas de las ideas y conclusiones de estas páginas han sido posibles gracias a los intercambios

realizados con mis compañeros del Grupo Medio Ambiente y Urbanización y a los comentarios de mis

alumnas del Seminario Administración y Gestión Territorial del año 2015. A todos ellos muchas gracias.

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El Plan Federal Solidario de la Soja: luces y sombras de una estrategia de

infraestructura económica y social

El Plan Más Cerca: cuando el desarrollo quiere “llegar hasta el fondo” (unidades

político administrativas de tercer orden)

Conclusión: Salir del “Efecto Rashomon”

Cambio de efectos: del “Efecto Rashomon” al “Efecto Titanic”. Buscando nuevas

metáforas para comprender la debacle del Modelo K

“Cambios de estado”. Puntos débiles de un sistema en transición

Bibliografía

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Introducción

En 1951 se estrenó la película Rashomon del director japonés Akira Kurosawa.

La película fue un éxito de la crítica y mereció varios premios cinematográficos

recibiendo en EUA, ese mismo año, el premio Oscar al Mejor Film Extranjero de la

Academia de Hollywood.

¿Por qué comenzar hablando de una vieja película en blanco y negro del cine

japonés para iniciar esta introducción sobre un tema actual. Tan actual que todavía no

somos conscientes de sus consecuencias?

Porque creemos que el argumento de dicho film no solamente refleja fielmente

lo ocurrido en Argentina no solamente al final del “Modelo K” sino también durante los

12 años en que se sucedieron los tres gobiernos del ciclo kirchnerista, sino que además

manifiesa el desconcierto en que quedó sumido en su mayoría el pueblo argentino (o

la sociedad en su conjunto) frente a los distintos, opuestos y contrarios puntos de vista

(por no decir contradictorios) con que dicho período fue vivido, observado, analizado,

evaluado, valorado o desprestigiado.

Nunca antes en la historia contemporánea de Argentina se abrió tanta

polémica, se experimentó tanto desconcierto, tanto desprecio, tanta soberbia, tanta

falta de ecuanimidad, tanta perplejidad, tanta indignación, tanta confusión como en

estos últimos 12 años y más aún en el momento mismo en que el pueblo soberano

decidió en las urnas mediante el sufragio, llegar al extremo de un abrupto (y hasta

quizás absurdo) cambio de modelo económico y regresar a la dinámica pendular que

nos devuelve al tan vilipendiado neoliberalismo que perjudicó al país desde 1989 hasta

2003.1 Este parecería ser el escenario que se abre a partir de fines de 2015, después de

haber celebrado unos y padecido otros, tres períodos consecutivos de gobierno, con

un tinte primero acentuado y luego desteñido, denominado por algunos como

neodesarrollista y, desde el interior del modelo, como nacional y popular, es decir

como opuesto y contrario al neoliberalismo.

Retomando el argumento del film Rashomon, nos encontramos con una

situación muy simple y muy compleja a la vez, algo que se asemeja mucho con lo

sucedido durante ese período de doce años. Ha ocurrido algo (en el film, un asesinato)

y se ha encontrado a la víctima pero, sin embargo, resulta imposible establecer qué

ocurrió en realidad y quiénes son los culpables ya que todos los implicados (inclusive el

muerto) relatan versiones diferentes y contradictorias entre sí.

Tal como en esa película, en Argentina también ha ocurrido “algo” pero, hasta

el día de hoy no hay acuerdo en su explicación ni en su descripción. Peor aún, mientras

1 En realidad en nuestro país el neoliberalismo debería datarse desde el 24 de marzo de 1976 cuando el

gobierno democrático de Isabel Martínez de Perón fue derrocado seis meses antes de su finalización por un golpe de Estado cívico-militar.

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estaba ocurriendo ese “algo”, tampoco había acuerdo en la forma de explicar lo que

estaba sucediendo. Así la polarización entre sectores K y anti-K condujo a que para

unos se trataba de desarrollo pero para otros, populismo. Unos lo celebraban como

proyecto nacional y popular mientras que otros lo veían como un gobierno en contra

de la clase media. Para unos era democracia y para otros una seudo-dictadura. Para

unos era la “década ganada”, pero para otros la década desperdiciada.2 Unos lo veían

como un modelo inclusivo, progresista, proteccionista y equitativo mientras que para

otros era excluyente, retrógrado, anticuado y que acentuó no solamente las

desigualdades sociales sino que además agravó la polarización.

En medio de esta confusión se perdieron la objetividad de los instrumentos que

permitían evaluar los procesos socioecónomicos, sus progresos, avances o

performances así como los retrocesos, fracasos o hándicaps. Fue el fenómeno

conocido como “romper el termómetro” o, en otras palabras, la intervención

gubernamental del INDEC.3

Frente a esta situación, la gente, la sociedad, primero perdió y luego renunció a

ejercer su papel de ciudadanía informada y responsable buscando activamente y

reclamando respuestas convincentes y no partidistas a estos dilemas. En consecuencia

se conformó por ponerse del lado del oficialismo o de la oposición, de forma orgánica

o inorgánica, pero adoptando pasivamente los puntos de vista que le obligaba esta

posición comprometida, quedando así prácticamente el país dividido en partes iguales

a favor y en contra del Modelo K.4

2 Tal como la denominón en un artículo periodístico de uno de los principales diarios opositores al

kirchnerismo (La Nación) el economista Alieto Guadagni 3 Con más elegancia, un economista que ha estudiado el ciclo kirchnerista dice que “uno de los mayores

desaciertos de los períodos kirchneristas ha sido la introducción de una serie de cambios en la gestión del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), que terminaron afectado la consistencia y credibilidad de muchas de las estadísticas económicas y sociales más importantes. Si bien la situación del organismo previa a 2007 presentaba problemas, las modificaciones significaron un grave retroceso en la disponibilidad de fuentes estadísticas, lo que obligó a recurrir a diferentes instrumentos y al análisis de la información de manera segmentada para arribar a conclusiones con cierta base de consistencia” (Kulfas 2016:15). 4 Desde ahora y a lo largo de estas páginas denominaremos como “Modelo K” (o “Modelo”) al período

que va desde el ascenso al gobierno del presidente Néstor Kirchner en 2003, hasta la finalización del segundo mandato presidencial de su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, en 2015. El Modelo K es un modelo neodesarrollista neokeynesiano autodefinido como “nacional y popular” y opuesto y contrario al Modelo Neoliberal. El gobierno del matrimonio Kirchner también se denomina kirchnerismo debido a que, durante esos 12 años, los tres mandatos presidenciales estuvieron en manos de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2011 y 2011-2015). Sin embargo llegaron al poder liderando una coalición o alianza electoral de centroizquierda que impulsó sus candidaturas denominada Frente para la Victoria (FPV). Aunque el FPV tiene orígenes peronistas, no se identifica con el ala histórica, nacionalista y de derecha del partido Justicialista. Dicha coalición estaba formada, además de por facciones del Justicialismo, el Partido Intransigente, el Frente Grande y el Partido Comunista, así como por fuerzas políticas pertenecientes al radicalismo y el socialismo, entre otras, que se integraban como líneas “transversales” al eje principal.

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Para colmo de males, los intelectuales y más aún los cientistas sociales también

quedaron prácticamente afectados en su totalidad (sino directamente cooptados) por

esta falta de objetividad a favor o en contra de ese Modelo, lo cual se agravó por la

falta de datos estadísticos oficiales confiables y por el debilitamiento de un

pensamiento crítico informado, como consecuencia de la pérdida de interés en la

objetividad, algo heredado de la(s) década(s) neoliberal(es) precedentes.5

En uno u otro de los bandos así conformados, más allá del apoyo o del rechazo

faccioso observable en la superficie, la atmósfera subyacente a ese fervor

prevaleciente fue de que todo era relativo y daba lo mismo, de que como la verdad no

existe no hacía falta tomarse la molestia de buscarla (mucho menos de construirla) que

no había mucho para hacer porque todo era demasiado malo o demasiado bueno.

Nuevamente habíamos caído o retornado a un escenario en el cual se enfrentaban dos

Argentinas.

Pero ninguna sociedad, ninguna nación, ningún pueblo ni gobierno, mucho

menos en democracia, puede mantenerse así por mucho tiempo y dentro de los

límites de la gobernabilidad, pues el repudio y la indignación (“que se vayan todos”)

puede ser la contracara del cinismo (es decir aceptar cualquier fórmula o receta

político-económica con tal que prometa o logre mitigar los problemas más

preocupantes o devolverle la hegemonía a los actores, grupos y sectores sociales,

políticos y económicos poderosos de siempre) o creer que dentro de la democracia

siempre manda y gana el capitalismo. En efecto, se iba revelando una cierta

desconfianza en la democracia como denominador común de las tres posturas o

reacciones frente a sus defectos y debilidades, en parte con cierta razón cuando la

“democracia real” se experimentaba más como un “gobierno de los políticos” en vez

de como el “gobierno del pueblo” (Nun 2015).

Pero durante el predominio del Modelo K esos actores, grupos y sectores

habían perdido su hegemonía o se habían organizado de otra manera y en pos de

intereses o estrategias distintas o más adaptativas. Es decir, el Modelo K como

expresión de “lo nacional y popular” ¿prescindió de un Modelo de Acumulación” (tal

como poseen todos los modelos de desarrollo)6 o también lo tuvo y trató de no

5 Hablamos de “décadas” porque consideramos que el período de dictadura militar desde marzo de

1976 hasta diciembre de 1983, cabe ser considerado como el primer período neoliberal que experimentó nuestro país. El segundo habría comenzado en 1989 con la presidencia de Carlos S. Menem, luego del interregno del presidente Raúl Alfonsín (1983-1989). 6 No debe confundirse el Modelo de Desarrollo (el Modelo K durante el período 2004-2015) con el

Modelo de Acumulación que predominó a lo largo de esos años. Todos los modelos de desarrollo poseen un modelo de acumulación implícito o subyacente que beneficia a unos actores, grupos y sectores socioeconómicos y perjudica a otros. No existen Modelos de Desarrollo sin Modelos de Acumulación. Este fenómeno es lo que se ha intentado subrayar o demostrar con el concepto de “Estilo de Desarrollo”. Para nosotros, el “modelo de acumulación” está subsumido en la “estrategia de creación de consenso y concentración del poder”.

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reconocerlo o mostrarlo (o mejor aún lo disimuló) para no ir en contra de su propio

discurso. Desde aquí comenzamos a percibir los primeros defectos del Modelo.

Y continuando con el tanteo de sus defectos, ¿qué ocurrió con el territorio –esa

dimensión crucial y a la vez olvidada o descuidada y soslayada del desarrollo nacional?

¿Se mantuvo presente en el discurso y en planes, programas y proyectos de dudosa

eficiencia e incluso a veces comenzados y no finalizados o peor aún nunca

comenzados? ¿O el desarrollo y el territorio fueron tan sólo dos términos con los que

se beneficiaron sectores y actores sociales poderosos en vez de la economía argentina

en su conjunto?

Pero más allá de estos interrogantes la cuestión central sigue en pie: ¿Qué pasó

entre el 2003 y el 2015? ¿Qué le ocurrió al país? ¿Fue para bien o para mal? ¿Cuáles

fueron las virtudes y defectos y las fortalezas y debilidades del Modelo K? Y mientras

no podamos responder estas preguntas de forma racional, desapasionada y

distanciada7 de cualquiera de los dos extremos en pugna corremos un gran peligro

como sociedad y como nación: perder la fe en las instituciones que rigen nuestra vida

civilizada y nuestra cohesión social; poner en riesgo la legitimidad de la democracia y

sus principios subyacentes: el contrato social y el lazo social. Nada menos que eso es lo

que está en juego mientras no podamos salir del Efecto Rashomon: las historias o

relatos totalmente diferentes de un largo período de la historia de nuestro país que no

admiten ser conjugadas o articuladas por ser incompatibles entre sí, como si

provinieran de dos paradigmas y de su inconmensurabilidad se derivara la ceguera

paradigmática resultante.8 Es por esta razón que un enfoque como el de Elias nos

parece el más adecuado para que los esfuerzos y aportes para explicar el período no

queden “atrincherados” de acuerdo a los que sostiene comprometidamente uno u

otro bando.

La cultura milenaria china, muy sabia y realista en materia política y relaciones

de poder, siempre advirtió a los gobernantes acerca de evitar caer en los extremos ya

que esto lleva a la perplejidad y al desconcierto de los gobernados y, de persistir dicha

situación, se inician conflictos que nos arrastran contra nuestra voluntad por la vía de

la ingobernabilidad. Se aconseja evitar la intransigencia, los extremos irreconciliables,

para poder acercar las posiciones y ubicarse en el centro de una cuestión, antes que el

proceso se vaya de nuestras manos. Si bien todo conflicto nace por alguna razón, se

alimenta de las sinrazones de cada bando hasta que se prefiere el pleito a la paz.9 Y si

alguna de las partes llegara a vencer en el conflicto, el pleito se transformaría en

revanchismo y venganza.

7 Lógicamente estas palabras inscriben nuestros esfuerzos en la línea del enfoque y de los aportes del

sociólogo alemán Norbert Elias (Mantobani 2004, cap. 5). 8 Obviamente hacemos referencia a los aportes del sociólogo de la ciencia Thomas Kuhn.

9 Véase por ejemplo el Hexagrama 6 del I Ching.

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Lo único que podemos hacer, la única salida para salir del desconcierto, es

reconocer los aciertos y los errores, las fortalezas y las debilidades, las virtudes y los

defectos; y eso solamente será posible mediante el pensamiento libre y poniendo en

primer plano la objetividad por encima del partidismo, el distanciamiento en vez del

compromiso. No es poco lo que está en juego: nada más y nada menos que la

legitimidad de la democracia después que, por una u otra razón, todo el pueblo quedó

sumido en la perplejidad, la indignación y la desconfianza, después del eco jacobino10

del “vamos por todo” que debilitó la fe en el gobierno del pueblo y en que ese

gobierno –la democracia- podía conducirnos al desarrollo, a la equidad y la inclusión

no sólo económico-social sino también ideológicamente pluralista (para todos los

ciudadanos independientemente de sus opiniones con respecto al kirchnerismo).

En esta línea, y debido a la forma como se encuentran estrechamente

entrelazados los aspectos políticos, ideológicos, económicos, sociales y subjetivos, este

trabajo debe ser visto como un intento de realizar aportes a un análisis del Modelo K

que intenté ser ecuánime, no inclinarse acríticamente hacía puntos de vista y

opiniones extremos e irreconciliables, es decir hacer un esfuerzo por focalizarnos en

dicho Modelo y, mediante una lectura territorial del mismo tratar de ver más allá de

las brumas del “enloquecimiento de la historia” que produjo el kirchnerismo.11

10

Sarlo (2012) es quien subraya este eco en el discurso kirchenrista. 11

Afortunadamente, mi metáfora del “Efecto Rashomon” se vió apoyada por las ideas de algunos autores que investigaron el ciclo kircherista, como Forster (2013) con su idea de la “anomalía kirchnerista” y Kulfas (2016) con su estudio focalizado de los tres kirchnerismos.

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1. 1. Cuestiones preliminares: ¿es válido hablar de “neodesarrollismo” en América

Latina?

“El Estado argentino ha vuelto a poner en

primer plano la cuestión del desarrollo, luego

de casi tres décadas de Estado mínimo”

(Aránibar y Rodríguez, 2013:77).

“El desarrollo retorna al espacio público y al

debate político y académico […] tras 30 años

de implementación de una verdadera

revolución conservadora, que destruyó el

contrato social bienestarista y subsumió todas

las dimensiones de lo social en la lógica de

maximización del interés individual” (García

Delgado y Nosetto, 2006).

“El neoliberalismo operó en los años ochenta

para desarticular los ‘Estados de Bienestar’

[…] a la vez que de este modo entraban la

idea de progreso y la propia democracia

representativa” (Nun 2015: 193).

Este proyecto es continuación de una línea de investigación relacionada con el

tema de las transformaciones socio-territoriales iniciadas durante la última década del

siglo XX que el director del mismo comenzó a principios de última década del siglo

pasado. Por eso, su origen está relacionado con trabajos (proyectos y becas)

anteriores sobre un conjunto de transformaciones socio-territoriales que coincidieron

con el inicio, apogeo y declive de las políticas neoliberales que incidieron

negativamente no sólo sobre la sociedad y la economía sino además sobre la

urbanización y la región. Esto puede verse como un costo social por no contemplar al

territorio en los planteos de ordenamiento territorial y planificación urbana y regional

de dicho período anterior. Es sobre este telón de fondo que pueden advertirse con

mayor claridad los cambios sucedidos en el período de este proyecto.

El marco temporal de aquel primer período coincidió en gran medida con el

gobierno del presidente Carlos Menen (1989-1999), durante el cual se llevó a cabo una

de las grandes redefiniciones de las funciones del Estado,12 que se caracterizó por la

12

No toda la agenda menemista de redefinición de las funciones del Estado pudo cumplirse. Quedó pendiente (como consecuencia de obstáculos ligados a la estructura burocrática-institucional), por ejemplo, la llamada “Reforma del Estado III”, es decir, la última etapa del proyecto neoliberal de “modernización” estatal.

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adopción acrítica de las recetas neoliberales de moda en los países centrales y la

desimplicación de la cuestión social. Pero una vez finalizado su segundo mandato, el

país entró en un período de inestabilidad y turbulencia durante el cual los intentos de

cambio de rumbo fueron vagos e infructuosos. Entre otras consecuencias negativas

para la sociedad argentina de aquella etapa de desimplicación del Estado, quizás una

de las más perjudiciales fue, no sólo el desmantelamiento del cuasi, semi o seudo

Estado Benefactor, sino además la forma como se llevó a cabo la misma delegando de

manera autoritaria al sector privado de la economía funciones que tradicionalmente le

compitieron a un modelo de Estado redistributivo, así como también la transferencia

de funciones del Estado Central a las jurisdicciones y niveles inferiores, la privatización

de empresas de servicios públicos, el desguace del sistema de políticas sociales

públicas universales y la pérdida de coberturas existentes hasta ese momento. Es el

período que hemos denominado como la “Década Perdida para el Desarrollo” (véase

Mantobani, varios trabajos) derivada de la hegemonía de un Estado Neoliberal (o

neconservador periférico) con un modelo económico y un tipo de Estado que puso

todo su interés en el crecimiento (“crecimiento empobrecedor”) y la acumulación

aunque desentendido de la redistribución y sobre todo del desarrollo equitativo de la

sociedad y del territorio como su escenario y por ello como una de sus principales

dimensiones constitutivas.

Por eso, esas políticas tuvieron serias consecuencias no solamente sobre el

territorio y sobre la estructura político-territorial, sino también sobre el sistema

político-administrativo, produciendo desarticulaciones, desintegraciones, dislocaciones

y disfunciones entre el Estado Central, las regiones, las provincias y entre estas y las

unidades político-administrativas de tercer orden (municipios y departamentos).

Debido a esto, el desarrollo fue omitido, ignorado o directamente desapareció, tanto

discursiva como sustantivamente, de las agendas gubernamentales y solamente quedó

limitado a las escasas y aisladas iniciativas locales inspiradas en el desarrollo local (o

endógeno o desde abajo) pero en general con una notable ausencia de Estado central

y provincial como necesario e insoslayable promotor, lo que explica su escaso éxito.

Todo esto se manifestó en una pérdida de instrumentos de política pública y

debilitamiento de la presencia y participación e interés estatal en la administración y

gestión territorial.

A partir del año 2003, coincidiendo con el comienzo del gobierno del Presidente

Néstor Kirchner, comienza un nuevo período democrático en Argentina (posterior al

interregno del presidente Fernando de la Rua y sus reemplazantes), que se expresa en

un cambio de rumbo y que representa a la vez un cambio de modelo de Estado y de

proyecto de desarrollo. Se manifiesta como un turning point o una marcada transición

desde el contexto neoliberal o neoconservador de la última década del siglo XX hacia

un modelo económico y de nación totalmente diferente, que formula e implementa

políticas y medidas de gobierno en un “contexto postneoliberal” (García Delgado y

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Nosetto 2006) que, actualmente, algunos especialistas se animan a denominar como

“neodesarrollo” (Palomino y Pastrana, 2013; Araníbar y Rodríguez, 2013). Esto se

apoya a través del fortalecimiento y el nuevo protagonismo que adquiere el Estado en

materia de políticas públicas y sociales tendientes a cerrar la brecha de pobreza

generada por el período anterior (García Delgado y Nosetto 2006; Villar, 2007; Abal

Medina y Cao, 2012; Acuña, 2008 y 2013).

Entramos así en un nuevo proceso de redefinición de las funciones del Estado,

de signo contrario al acontecido durante la Ciclo Neoliberal. Entre otras características

este nuevo tipo de Estado involucra un replanteo en las relaciones entre el Estado y la

Sociedad (legitimada en el rechazo de identificar crecimiento económico -y

acumulación- con desarrollo), el abandono de una economía que crece

emprobreciendo (“crecimiento empobrecedor”, sobre todo de los estratos populares y

medios)13 y la adopción de un estilo de desarrollo económico que ahora utiliza el

crecimiento y la acumulación en pos de una redistribución con equidad. Se retoman así

algunos instrumentos de la economía keynesiana para volver a reconstruir no

solamente un Estado Benefactor bismarckiano sino también keynesiano (Isuani, Lo

Buolo y Tenti Fanfani, 1991), por ello nuevamente involucrado o implicado en la

cuestión social. Sin lugar a dudas, la cuestión del desarrollo engloba también la

cuestión social.14

Este retorno a lo que algunos autores consideran básicamente como

“neodesarrollo” o directamente “neodesarrollismo” comparte un énfasis en común

con varios gobiernos latinoamericanos pertenecientes al MERCOSUR y más

precisamente al UNASUR y que, al menos en el caso de Argentina, se adjudica una

identidad “popular y nacional”, contrastando rotundamente con el período neoliberal

(o neoconservador) anterior. Es así que desde principios del siglo XXI:

“la agenda de desarrollo en América Latina ha comenzado a redefinirse

sobre la base de un modelo propio asentado en la centralidad del Estado

y en una democracia que cumple ya tres décadas. Este modelo toma

distancia de su predecesor –la teología económica desreguladora, que

perdió fuerza con el cambio de siglo– y se afirma en su carácter ecléctico,

pues apunta a concertar de manera activa el protagonismo estatal con

diversos elementos de la economía de Mercado, en un ejercicio que

impulsa la expansión de las políticas sociales y la articulación del mercado

interno. Su dinámica se afianza en el surgimiento de un nuevo orden

mundial multipolar, en el que América Latina se instala y juega un papel

13

También se ha denominado a este proceso como “modernización excluyente” (Barbeito y Lo Vuolo 1996). 14

Este Estado reimplicado postneoliberal también se lo denomina como “Estado Social”. Esta mutación, como consecuencia de un proceso de redefinición de las funciones del Estado de signo popular, sería imposible sin la aplicación de políticas y herramientas neodesarrollistas y neokeynesianas.

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creciente gracias al cual se intensifican las interacciones con potencias

emergentes o establecidas." (Araníbar y Rodríguez, 2013:21)

Los expertos en desarrollo que, como acabamos de señalar, atisban unos rasgos

neodesarrollistas en esta etapa, reconocen cinco puntos en común en los países de

América Latina, sobre los cuales se estaría construyendo un nuevo modelo de

desarrollo latinoamericano:

1) "un cierto retorno a la centralidad del Estado, tras el abandono definitivo de los

discursos y marcos conceptuales de las décadas del ochenta y noventa que

preconizaban su achicamiento y justificaban su desmantelamiento”.

2) “la consolidación de un consenso regional sobre la necesidad de preservar la

estabilidad macroeconómica”.

3) “crecimiento, sin precedentes, de las exportaciones latinoamericanas que, aunque

se basa fundamentalmente en el auge de los precios de exportación de las materias

primas, sostiene también un incremento del valor de las exportaciones de

manufacturas de recursos naturales y de manufacturas con cierto grado de

incorporación de tecnología”.

4) “un proceso de ampliación del mercado interno, que se funda en el dinamismo

económico sostenido a lo largo de una década, en políticas sociales activas y en el

incremento sostenido de los salarios”.

5) “Por último, […] la excesiva presión que el crecimiento económico ejerce sobre los

recursos naturales de la región, multiplicando los conflictos ambientales” (Araníbar y

Rodríguez, 2013).

A pesar que para ciertos sectores intelectuales y progresistas de América Latina

y de nuestro país hablar de “neodesarrollo” despierta comentarios y opiniones que van

desde la ironía hasta el sarcasmo,15 actualmente existe una corriente de investigación

que está fundamentando sólidamente esta idea. Tanto en el ámbito académico como

en el político, comienzan a advertirse y señalarse las diferencias concretas entre el

período neoliberal y el iniciado en Argentina a partir de 2003. Por un lado, no se puede

pasar por alto las diferencias entre el modelo neoliberal o neoconservador y el modelo

nacional y popular adoptado por la coalición de fuerzas políticas de centro izquierda

que llevó al poder presidencial a Néstor Kirchner en las elecciones del 2003 conocido

como Frente para la Victoria (FPV).

Además “el debate sobre el desarrollo vuelve a ocupar una posición central en

las ciencias sociales y en la política latinoamericana” (Dos Santos, 2000). Así entre la

15

Se trata de sectores “progresistas reaccionarios” de derecha y de movimientos y partidos de izquierda inspirados en el troskismo.

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Ciencia Política y la Economía, también se comienza a construir un nuevo paradigma

de desarrollo que enfatiza el nuevo papel del Estado en el contexto postneoliberal

(Skocpol, 1989; García Delgado y Nosetto, 2006; Bresser-Pereira, 2007; Boschi y

Gaitán, 2008; Draibe y Riesco, 2009 entre otros). Finalmente, las estadísticas concretas

que indican el gran esfuerzo que se ha realizado en los países de la región y

particularmente en Argentina para resolver el tema de la Deuda Externa y mitigar la

brecha de pobreza dejada por el modelo neoliberal a través de políticas sociales

(Acuña, 2013; Repetto, 2013).

¿Qué se entiende por “neodesarrollo”? Según Boschi y Gaitán (2008) es “un

modelo en formación que plantea la construcción de un espacio de coordinación entre

las esferas pública y privada, con el objetivo de aumentar la renta nacional y los

parámetros de bienestar social”.

Para Draibe y Riesco (2009), “es una nueva estrategia de desarrollo [que]

parece estar emergiendo, que nuevamente ubica al Estado como actor principal, sólo

que esta vez puede descansar en los modernos actores de la sociedad civil que han

alcanzado la edad adulta como resultado de los períodos precedentes”.

Para Bresser-Pereira “no es una simple teoría económica, sino una estrategia

nacional de desarrollo [que] apuesta a que los países en desarrollo exporten bienes

manufacturados o productos primarios de alto valor agregado”. Agrega además que es

“un tercer discurso, un conjunto de propuestas útiles para que los países de desarrollo

medio, como Brasil y Argentina, recuperen el tiempo perdido y logren ponerse a la par

de las naciones más prósperas” aunque no es aplicable a los países pobres, que aun

tienen que “realizar su acumulación primitiva y su revolución industrial, y por tanto

enfrentan desafíos diferentes que implican estrategias distintas”.

Pero según este mismo autor existen diferencias de fondo entre el nacional-

desarrollismo de las décadas de 1950 a 1970 y el neodesarrollo actual, ya que este

último:

- No es proteccionista pero busca fortalecer la competitividad de las empresas

nacionales.

- No cree en los déficits crónicos, si bien admite déficits transitorios.

- No le tiene fobia al Mercado pero tampoco fe ciega.

- Le da un triple papel al Banco Central en materia de términos de inflación, tipo de

cambio y empleo.

En síntesis intenta crear un Estado fuerte para un Mercado fuerte a través de

políticas económicas y de reformas institucionales (Bresser-Pereira, 2007; Acemoglu y

Robinson, 2013; Acuña, 2013 y 2014).

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14

Por último, según Araníbar y Rodríguez (2013) los cinco rasgos que identifican

al neodesarrollo como una estrategía de desarrollo son los siguientes:

1) el neodesarrollo “le otorga al Estado un rol estratégico como inductor del desarrollo

y mayor grado de coordinación y regulación del Mercado” (pp. 53-54).

2) “se basa en una mayor integración y coordinación entre las esferas pública y

privada, con actores no estatales calificados para impulsar actividades de inversión e

innovación productiva en beneficio nacional” (pág. 54).

3) “preserva los equilibrios macroeconómicos conjugando una tasa de interés baja, un

tipo de cambio competitivo y una inflación controlada para promover la inversión en el

sector exportador (pág. 54).

4) “genera condiciones para que las empresas nacionales compitan en la globalización,

preferentemente en los sectores de bienes manufacturados o productos primarios de

alto valor agregado” (pág. 54).

5) “redistribuye el ingreso y amplía el mercado interno, a partir de las políticas sociales

activas y de la concertación entre capital y trabajo” (pág. 54).

En síntesis, este regreso del neodesarrollo “viene diferenciado de la perspectiva

desarrollista del industrialismo sustitutivo, que predomina desde los ’40 hasta

mediados de los ’70 (estructuralismo cepalino), y asume la complejidad del cambio de

época producido en estas tres décadas al menos en tres aspectos […]: políticos,

económicos y sociales” (García Delgado y Nosetto, 2006: 18-19; Mealla, 2006). Luego

veremos que lamentablemente en este nuevo discurso se menciona poco al territorio.

En el contexto postneoliberal actual “el desarrollo […] queda equiparado a la

problemática del nuevo modelo o rumbo, en un sentido más amplio que una política o

estrategia económica. El modelo de desarrollo viene a suceder como problemática a la

centralidad que tenía la transición y consolidación democrática en los ’80, o las

reformas del Estado de primera y segunda generación en los ’90. […] Es decir que la

problemática del desarrollo es un aspecto central del debate actual no sólo económico

(de una macroeconomía más bien heterodoxa) sino también político, social, cultural y

ambiental. Esto hace del concepto de desarrollo un espacio polisémico y provisional

desde el momento en que su definición forma parte de un campo de debate y

deliberación colectiva. Y esto es lo que hace al desarrollo inescindible de la

democracia; lo que hace del desarrollo una ética de definición de valores, fines y

medios socialmente construidos, incorporados y promovidos” (García Delgado y

Nosetto, 2006:21).16

16

En la actualidad existe un nuevo discurso “antidesarrolista” que, mientras que impugna la teoría del desarrollo, introduce la noción del “buen vivir” (Unceta 2015).

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15

En Argentina este nuevo contexto, acompañado por un nuevo modelo

económico y tipo de Estado, y que está caracterizado por el papel de las políticas y

coberturas sociales y de los subsidios estatales directos o indirectos a la sociedad,

contrasta con las políticas sociales inexistentes o focalizadas (o ausentes) del modelo

neoliberal y del Estado subsidiario de las empresas privadas, que fuera hegemónico

durante la década de 1990. Sumado a esto pueden agregarse conquistas sociales tales

como la Asignación Universal por Hijo, una política social universal para personas

desocupadas, en el sector informal o que ganen menos de un salario mínimo, creada

por decreto presidencial en 2009.

Dejando de lado el debate acerca de si se trata de un modelo que exhibe tan

sólo políticas neoasistencialistas (Isuani; Lo Vuolo; Tenti Fanfani, 1991) o si estamos

realmente frente a una trayectoria de neodesarrollo que busca conjugarse con ciertos

rasgos típicos del Estado Benefactor Keynesiano, no cabe duda que estas

características son nuevas y establecen una identidad y unos objetivos por completo

distintos a los del modelo anterior (Ferrer, 2012; Rapoport, 2010; Calcagno y Calcagno,

2004).17

Como hemos mostrado, existe un indudable consenso entre economistas,

historiadores, sociólogos, politólogos, etc, sobre el hecho de que Argentina está frente

a un nuevo tipo de Estado, modelo económico y proyecto de desarrollo; entonces llega

el turno de que, buscando un enfoque interdisciplinario a partir de los aportes de otras

ciencias sociales, como la geografía, la economía y el urbanismo, indaguemos --ya

transcurridos más de diez años en esta trayectoria--, qué ocurre en su interior con el

territorio, una de las dimensiones más insoslayable en todo proyecto de desarrollo, y

con la administración y gestión territorial y la planificación urbana y regional. En otras

palabras, tenemos que preguntarnos si además de la reimplicación del Estado

postneoliberal en la cuestión social también existe la misma preocupación con

respecto a la cuestión territorial.

El territorio es quizá uno de sus factores más importantes, junto con aquellos

más específicamente económicos o a-espaciales, ya que a través del mismo y hacia él

deben canalizarse aquellas políticas públicas destinadas a lograr el desarrollo nacional.

Sin embargo, a pesar de su importancia, es necesario comenzar por preguntarnos si

este nuevo estilo de “neodesarrollo” le concede al territorio la relevancia

correspondiente, diseña nuevos enfoques de administración y gestión territorial

observando así qué ha ocurrido durante esta década y si el territorio ha dejado de ser

una cuestión pendiente (como ocurrió durante el neoliberalismo) para ser considerado

en toda su importancia y complejidad. La cuestión del territorio en el contexto

postneoliberal y en el marco de un nuevo modelo socioeconómico de neodesarrollo

17

Algunos autores como Salvia proponen una tercera situación denominada como “poblaciones ‘sobrantes’ bajo un frágil control”.

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16

inspira una serie de preguntas e interrogantes que nos permiten hablar de una “lectura

territorial” del modelo de desarrollo kirchnerista.18

¿Hablamos de un modelo de desarrollo con escasa, nula o testimonial presencia

del territorio? ¿O existe preocupación de conjugar (y no seguir escindiendo) el

desarrollo y el territorio? ¿Se siguen utilizando los abordajes tradicionales o

preexistentes en materia de administración y gestión del territorio o se diseñan y

adoptan otros nuevos? ¿Se percibe en nuestros días una transición desde una

perspectiva de desarrollo centralizado (típica del nacional-desarrollismo) hacia una

perspectiva de “desarrollo centrada en el territorio” (Madoery, 2003). ¿Existe en el

nuevo modelo una planificación territorial del desarrollo? ¿Existe una planificación del

desarrollo desde el territorio (o al menos que lo considere como un componente

clave)? ¿En qué organismos u organizaciones estatales se considera al territorio como

un componente clave del desarrollo? ¿Dentro de qué organismos u organizaciones

estatales se planifica actualmente el desarrollo territorial? ¿El desarrollo territorial

continúa siendo un “aspecto no resuelto”, coyunturalmente, en el marco del nuevo

protagonismo del Estado en un contexto postneoliberal y, por consiguiente, un reto,

un desafío o una “asignatura pendiente” que aún no ha podido ser enfrentado tan sólo

por falta de tiempo? ¿O esa ausencia manifiesta hoy un problema estructural de difícil

solución que podría debilitar los fundamentos del nuevo modelo de desarrollo? ¿Qué

obstáculos produce el actual sistema político-administrativo y la actual estructura

político-territorial argentina para que los objetivos del nuevo modelo de desarrollo

redistributivo se manifiesten a nivel y escala de las unidades territoriales de tercer

orden?

Ya a principios de la década de los años setenta del siglo XX, en consonancia

con los aportes de la Teoría Económica Keynesiana, el debate sobre el desarrollo y las

estrategias para alcanzarlo había llegado a la conclusión sobre la necesidad de

conjugar dos clases de “canales de [transmisión del] desarrollo”,19 que el Estado debía

implementar. Por un lado, los “canales verticales” identificados con ciertas políticas

públicas como el pleno empleo y el salario mínimo (que apuntaban a elevar el nivel de

vida de toda la población, sostener al mercado interno y garantizar la redistribución

asegurando así la inclusión y el consumo).

Por otro lado, los “canales horizontales” identificados con aquellas políticas

públicas que intentaban incorporar el territorio a la economía y a los procesos de

desarrollo a través de la administración, gestión, ordenamiento territorial y la

planificación urbana y regional (Störh, 1972).

18

Propongo que también podríamos hablar de una “huella territorial del Modelo K”. 19

Si bien Störh habla de “canales de desarrollo” a secas, nos ha parecido más claro y apropiado referirnos a ellos como canales de transmisión del desarrollo.

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17

Lamentablemente la debacle política económica que afectó nuestro país a

partir de 1975 y luego en el marco del Proceso de Reorganización Nacional (1976-

1983) fue estrangulando dichos canales hasta que los mismos terminaron por

desaparecer durante la década de 1990. Por otro lado los instrumentos de

intervención territorial también fueron debilitándose o perdiendo eficacia o

legitimidad.

En este marco, es válido preguntarse qué papel juega el territorio en el proceso

de “neodesarrollo” transcurrido entre los años 2003/4 y 2014. ¿Es una dimensión

contemplada como un factor de desarrollo nacional o local? ¿Consiste en una

preocupación real o es tan sólo un tema presente en marcos declamativos como

discursos y planes-libro? ¿Se encuentran dentro del período políticas estatales de

desarrollo de base territorial? ¿Se corresponde el interés por revertir las inequidades

sociales mediante políticas sociales con una preocupación similar por enfrentar las

inequidades espaciales mediante políticas territoriales? ¿Existen planes, programas y

proyectos que así lo demuestren? ¿Cuáles son los riesgos de la inexistencia o la

debilidad de la dimensión territorial dentro de la década 2003-2014 para alcanzar los

objetivos de desarrollo nacional formulados? ¿Existe una cuestión o un dilema del

territorio en el neodesarrollo, tanto considerando su ausencia o su presencia? ¿O

continúan vigentes las políticas neoliberales en materia territorial y a escala local a

pesar de las tendencias de neodesarrollo en lo concerniente a políticas sociales a

escala nacional? ¿Qué ha sucedido con la administración y gestión territorial así como

con la planificación urbana y regional?

Esta cuestión no sólo se presenta a nivel nacional sino que también adquiere

relevancia a nivel provincial y municipal. Una de las facetas a nivel provincial es la del

grado de desarrollo a escala local en distintos contextos y realidades de los municipios-

partidos y departamentos que conforman la estructura político-territorial y el sistema

político-administrativo de la provincial. Por su parte, a nivel de las unidades político-

administrativas de tercer orden, la posible ausencia de la dimensión territorial en las

políticas municipales y la inexistencia de planes de desarrollo urbano propiamente

dicho (reemplazados por el sucedáneo de los Planes Estratégicos y los Planes Urbano-

Ambientales) podría agudizar la “cuestión municipal” (Catenazzi y Reese), es decir, el

nivel de protestas y demandas a escala local a causa de insatisfacciones o carencias

cuyo origen se encuentra ligado a los problemas socio-económicos estructurales

ligados a la ruptura del “contrato” reproductivista de la fuerza de trabajo provocado

por la economía neoliberal (que ni el nuevo tipo de Estado ni el nuevo modelo

económico han logrado revertir) y a las competencias de los niveles provincial o

central, pero expresadas e nivel local, sobre todo en aquellos municipio-partidos

correspondiente a ciudades medias o aun de mayor jerarquía y afectadas por procesos

de metropolización (Mantobani, 2014).

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18

En esta línea, el municipio-partido de General Pueyrredón, más conocido por el

fenómeno urbano singular que alberga, el Aglomerado Mar del Plata (o Gran Mar del

Plata), constituye un referente insoslayable a la hora de reconocer y analizar las

características y las consecuencias de dicha ausencia o presencia de la dimensión

territorial en las políticas estatales de desarrollo en los niveles superiores provincial y

nacional y manifestándose en las formas concretas de administración, gestión

territorial, planificación urbana y regional.

Por todo lo dicho, se propone un recorrido, indagatorio e interpretativo, por las

distintas facetas de la cuestión del territorio (o del dilema de la dimensión territorial)

dentro de este período en busca de rastros, indicios o pruebas de su presencia o

disolución en los “productos” (políticas, planes, programas, proyectos) elaborados en

(o aplicados desde) el Estado, la Administración Pública Nacional (APN) y las

dependencias de las administraciones de los tres niveles con competencia,

atribuciones y jurisdicciones en el desarrollo económico municipal, provincial y

nacional, para llegar a establecer su impacto sobre la administración y gestión

territorial de General Pueyrredón y Mar del Plata, una de las urbanizaciones más

importantes del país y la principal de la Provincia de Buenos Aires.

Con respecto al neodesarrollismo, el argumento no es demostrar si tuvimos o

no un modelo con esas características (ya que dicha pregunta ya fue respondida en

muchos de los textos citados más arriba y en muchos de los trabajos citados en la

bibliografía de este informe) sino por qué no se lo percibió así. Este problema de

percepción tiene dos aspectos. Uno depende de la ideología de quienes discrepan con

el pensamiento económico heterodoxo, es decir que al analizar el modelo con una

mentalidad neoliberal o un pensamiento ortodoxo, no se puede aceptar que sea un

modelo neodesarrollista.

Otra fuente de oposición proviene del pensamiento de izquierda de tipo

asambleario troskista que interpreta que los doce años del Modelo K fueron “lo

mismo” que el último período neoliberal por haberse continuado con el ajuste y la

profundización de la exclusión social. No nos detendremos en este aspecto por

tratarse de argumentos que no pueden debatirse racionalmente por partir de premisas

y objeciones inconmensurables con el pensamiento heterodoxo y con la incapacidad

de reconocer la diferencia entre neoliberalismo y neodesarrollismo.

Otro obstáculo pasado por alto con mucha facilidad es que a pesar de los

esfuerzos realizados por el Modelo K para revertir los efectos de las políticas

neoliberales que van desde 1976 hasta 2003, la destrucción fue tan profunda y masiva

que los doce años del proyecto nacional, popular y democrático fueron insuficientes

para llevar a cabo una reconstrucción.

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19

De esta situación se desprende otra similar, un problema que ha contribuido

fuertemente sobre la puesta en cuestión del carácter desarrollista del Modelo K: los

relatos y realidades que, en la ciudad, parecían contradecir los logros y efectos

positivos que desde el gobierno se aseguraba haber alcanzado. Esto se debió a

realidades indiscutibles (como multitud de problemas preexistentes sin resolver y

nuevos) y al uso que de ellas hicieron las facciones opositoras para construir un relato

que, o bien aseguraba que el Modelo K era la profundización y continuidad del

neoliberalismo de la década de 1990 (versión de ciertos grupos de izquierda), o bien

que la política económica kirchnerista no solamente no cumplió con lo prometido en

materia de crecimiento y desarrollo sino que además creaba más problemas que los

que decía estar solucionando (versión de los grupos de derecha).

Sin lugar a dudas estos relatos descansaban sobre realidades que se

manifestaban con inusitada claridad en las ciudades argentinas, sobre todo en aquellas

urbanizaciones afectadas por procesos de metropolización. Sin embargo, además de

esta explicación, la ciudad por ser un proceso social que se constituye y reproduce en

torno a la lógica capitalista, a la propiedad privada, al capital financiero y al Mercado,

se presenta como un marco o hábitat especialmente propicio para confrontar con un

modelo neodesarrollista.

Problemas tales como la inseguridad, el desempleo, el déficit en algunos

servicios básicos públicos, el estado de abandono de las periferias, además de la forma

como cada gestión municipal/departamental gestionaban con menor o mayor éxito la

reproducción de cada ciudad, llevaron a que fueran más visibles y preocupantes que lo

que realmente aportaba y lograba el Estado con respecto a cada uno de esos

problemas y particularmente en lo relacionado con la obra pública y las políticas

sociales.20

Por un lado, la lógica de la ciudad es totalmente opuesta a la lógica del Estado

social, de allí que haya que hacer grandes esfuerzos para lograr evitar no solamente los

efectos perversos del proceso de urbanización, sino que además el deterioro heredado

del neoliberalismo y el que fue generado por la Crisis Económica Internacional del

2007-2008. De hecho, el bastión o el baluarte de los principios y del pensamiento

neoliberal es la ciudad (como objeto, hábitat y ambiente) y la urbanización (como

proceso), ya que ambos son esencialmente “neoliberales” por naturaleza, vale decir

opuestos a los fenómenos y procesos populares, políticos, participativos y

democráticos.

20

Nótese que no estamos diciendo que el Modelo K no hizo nada, al contrario, como veremos más adelante fue mucho lo invertido y realizado; sólo que, frente a la situación de crisis urbana y municipal heredada de las décadas anteriores, lo realizado o bien no era percibido, o no era bien valorado o no era suficiente con respecto a las demandas y necesidades de la población de cada municipio o departamento.

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20

Por otro lado, la ciudad y la urbanización están en permanente y constante

estado de crisis precisamente porque ese es el carácter del capital como proceso que,

al mismo tiempo, rige la economía urbana. Por esta razón, un modelo neodesarrollista,

un Estado implicado, no pueden cambiar esta lógica sino a penas intentar mitigar los

efectos negativos de esta lógica sobre los sectores sociales más vulnerables sino

también sobre todo la sociedad. A esto se le denomina regulación y sus instrumentos

son la legislación y la planificación. En suma, es otra variación de la compleja relación

entre democracia y capitalismo y entre política y Mercado, pero dentro del marco de

referencia urbano.

Por último, aunque no porque no haya otros factores para añadir, se suma el

problema de la compleja, desarticulada y desorganizada administración del gobierno

de la ciudad, donde confluyen con la limitaciones recién indicadas los niveles,

jerarquías, competencias, incumbencias y atribuciones además del estilo de gestión

urbana municipal (el gobierno local) de cada intendente, lo que complica

considerablemente que se logre alcanzar en el nivel, la jurisdicción y la escala local los

objetivos de desarrollo definidos a nivel nacional o central, aun en el caso en que

desde este nivel se creen los canales horizontales de transmisión del desarrollo y

además se implementen planes, programas y proyectos específicamente dirigidos al

municipio.

Debido a toda esta suma de ingredientes no es de extrañar que los opositores

al Modelo K hayan encontrado realidades que abonen sus relatos opositores, aun

cuando no solamente existieron tales políticas nacionales de desarrollo urbano-

municipal sino que además se llevaron a cabo importantes obras públicas de

infraestructura en las principales ciudades del sistema urbano nacional.

Sin embargo, así como el Modelo K no pudo evitar quedar “atrapado” en el

Estilo de Desarrollo Predominante (con su excesiva dependencia del extractivismo),

tampoco pudo (lo cual es imposible de lograr) enfrentar los problemas urbanos que

afectan a todas las ciudades del mundo en un contexto de crisis económica globalizada

y de grandes problemas y déficits heredados del ciclo neoliberal de nuestra economía.

Sin embargo, la oposición al Modelo K en vez de utilizar o inspirarse en esas realidades

que al ser problemas no resueltos deberían convertirse en materia del hacer política,

las utilizó para construir un relato que cuestionaba y enjuiciaba a la propia política y a

sus límites intrínsecos. Y en este punto se unieron los neoliberales con ciertas

facciones de la izquierda y del “progresismo reaccionario”, tal como corresponde cada

vez que las posturas postmodernistas quieren poner en cuestión la posibilidad de

realizar proyectos democráticos de matriz igualitaria.

También se puede señalar como obstáculo para lograr dicho reconocimiento

una “falta de una adecuada contextualización histórica” (Kulfas 2016) ya que “el

análisis tiende a centrarse en el período en cuestión [el ciclo kirchnerista y el Modelo

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21

K] como si los problemas nacionales hubieran comenzado en 2001 o 2002; por lo

tanto, los resultados son miradas parciales” y como consecuencia solamente se

manifiestan argumentos “Pro-Modelo K” o “Anti-Modelo K” pero no se aportan

elementos concretos y objetivos al debate.

Otro factor es que el territorio, si bien fue tenido en cuenta en el transcurso del

Modelo K, fue considerado como “variable dependiente”, siendo en cambio la obra

pública (infraestructura) la “variable independiente” del neodesarrollismo

neokeynesiano de dicho Modelo. Es decir que el territorio estuvo en un segundo plano

con respecto a las obras de infraestructura y demás inversiones o políticas públicas.

El otro aspecto tiene que ver con los defectos y debilidades inherentes al

Modelo K, que para la oposición y los críticos relacionados con la fracción del capital

más concentrado tuvieron más peso y mayor importancia que sus virtudes y fortalezas,

llevando a que ante los “ojos” de mucha gente influida por los medios de

comunicación pertenecientes a dicha fracción, lo que el Modelo K no pudo lograr ni

pudo corregir sea más “visible” y más significativo que todo lo que logró para el

desarrollo del país. A su vez, estos “fracasos” se relacionan con factores

condicionantes que hemos denominado como “contradicciones internas” y

“limitaciones internacionales” del Modelo, los cuales al potenciarse mutuamente

comenzaron a desgastar y debilitar los cimientos del Modelo a partir de 2008 cuando

el comienzo del segundo período de gobierno presidencial del FPV coincide con el

inicio de la Crisis Económica Internacional.

De Miami a Mar del Plata: un final y un comienzo

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22

Para finalizar esta introducción es importante recordar la importancia que los

principales países de América Latina le concedieron al desarrollo. En efecto esta

preocupación por centrar la macroeconomía alrededor del neodesarrollismo quedó de

manifiesto en el año 2005 en el “Consenso de Mar del Plata” (OIT 2005). Se denominó

así al acuerdo -realizado entre Argentina, Brasil y Venezuela con motivo de la

realización en dicha ciudad argentina de la Cuarta Cumbre de las Américas en 2005-

para establecer principios y objetivos de desarrollo nacional y colaboración

internacionales entre estos tres países (a los que pronto se agregaría Bolivia y Ecuador)

y que contrarrestaban el acuerdo de libre comercio patrocinado por EUA para crear el

ALCA o Área de Libre Comercio.21 No podríamos entender cómo renació, se propagó y

se hizo realidad el ideal de volver al desarrollo nacional en América Latina sin comentar

algunos de los principios y objetivos definidos en el Consenso de Mar del Plata:

- “La indisolubilidad entre el trabajo, la lucha contra la pobreza y la democracia

verdadera, su vez los tres pilares sobre los que debería descansar la dirección política

de la región”.

- “Crear trabajo para enfrentar la pobreza y fortalecer la gobernabilidad democrática,

bajo el convencimiento de que el gran desafío de América Latina es lograr quebrar la

tendencia que tensiona a nuestras democracias: el crecimiento de la brecha entre ricos

y pobres que refleja una realidad lacerante de pobreza y exclusión social sin

precedentes. La repetición de crisis institucionales en la región, ineludiblemente nos

lleva a pensar en tres conceptos estrechamente vinculados: trabajo, pobreza y

gobernabilidad democrática. […] Si tuviéramos que resumir las implicancias directas

del acuerdo al que hemos llegado, diría que en adelante, cada decisión que tomemos

al interior de nuestros países y con terceros, tendrá que tomarse teniendo en cuenta

su influencia en la creación de trabajo decente”.

- “[…] nuestra meta es erradicar la pobreza, lograr un crecimiento económico

sostenido y promover un desarrollo sustentable al tiempo que debemos avanzar hacia

sistemas económicos nacionales y mundiales basados en los principios de justicia,

equidad, democracia, participación, transparencia, responsabilidad e inclusión”.

- “[…] la capacidad y firmeza de nuestros gobiernos es fundamental para alcanzar esos

objetivos, pero el contexto internacional incide de modo determinante. Es por ello que

debemos evaluar el impacto en el empleo de los acuerdos de integración comercial a

nivel hemisférico o regional, así como en las negociaciones con los organismos

multilaterales de crédito, de modo que las políticas instrumentadas minimicen las

consecuencias adversas sobre los trabajadores” (OIT 2005:12-15).

21

El ALCA fue el nombre oficial con que se designaba la expansión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Estados Unidos, México y Canadá) al resto de los estados del continente americano excluyendo a Cuba. Dicho tratado se había firmado en la reunión Cumbre realizada en Miami en 1994.

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23

Si estos eran algunos de los principios del Consenso de Mar del Plata, sus

objetivos eran los siguientes:

- “[…] preservar y fortalecer la comunidad de democracias; promover la prosperidad a

través de la integración económica y el comercio; erradicar la pobreza y la

discriminación; garantizar el desarrollo sostenible y conservar nuestro medio ambiente

para las generaciones futuras; sostener la educación como factor decisivo para el

progreso individual y social; reconocer el valor de la participación de la sociedad civil;

fomentar el acceso al conocimiento y a las redes de información; promover el

crecimiento económico con equidad; promover un crecimiento económico […]

apuntalado por el conocimiento científico y tecnológico” (OIT 2005:12-15).

El Consenso de Mar del Plata comenzó a gestarse junto con el nacimiento del

Modelo K, el 25 de mayo de 2003. Pero tampoco podríamos entender la difusión de los

modelos neodesarrollistas en América Latina sin entender lo que significó dicho

Consenso para demostrar que era posible pensar de otra manera para diseñar

“sistemas económicos nacionales y mundiales basados en los principios de justicia,

equidad, democracia, participación, transparencia, responsabilidad e inclusión” es

decir, modelos nacionales y populares.

Esta evolución estuvo acompañada por la creación, en 2004, de la Comunidad

Suramericana de Naciones (CSN), que en 2007 dio origen a la Unión de Naciones

Suramericanas (UNASUR), un organismo internacional, conformado por los doce países

de la región suramericana: (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador,

Guyana, Paraguay, Perú, Guyana, Suriname, Uruguay y Venezuela) cuyos objetivos son

construir un espacio de integración en lo cultural, económico, social y político; respetar

la realidad de cada nación; eliminar la desigualdad socio económica; alcanzar la

inclusión social; aumentar la participación ciudadana; fortalecer la democracia y

reducir las asimetrías existentes, considerando la soberanía e independencia de los

Estados.

Finalizada esta acotación, deberíamos preguntarnos qué fue lo sucedido

durante el período en los principales países de América Latina que se embarcaron en

modelos de neodesarrollo neokeynesianos. Comenzando por el caso de México, que

no ha acompañado la tendencia de los modelos neodesarrollistas, es el país donde

percibe el menor nivel de cambios positivos. Continúa sin cambios un esquema de

distribución del ingreso sumamente desigual (el 1% de la población concentra el 21%

de la riqueza y la pobreza afecta a casi el 50% de la población) y tanto su alto grado de

desigualdad como de exclusión están generando serias consecuencias sobre la

ciudadanía. El modelo se basa sobre el caciquismo y patrimonialismo y la corrupción

hace que los flujos financieros ilícitos eviten la inversión de recursos estatales para

invertirlos en planes sociales e infraestructura.

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24

Según Nun (2015:206), el área andina es la que experimentó mayores

transformaciones. Desde el triunfo presidencial de Evo Morales, Bolivia aparece como

el caso más exitoso como resultado de profundos cambios “en la composición étnica,

clasista y político-ideológica de la dirigencia de un país hasta entonces altamente

desigual, empobrecido, polarizado y racista. La última década no es solo la de mayor

estabilidad política en mucho tiempo sino la que ha conocido la bonanza económica

más elevada de toda la historia boliviana”. Si bien aún queda mucho por hacer en un

país que depende de una matriz productiva extractivista que se basa en la minería y el

gas y donde una cuarta parte de la población se encuentra bajo la línea de pobreza, ya

que las necesidades en materia de salud, educación y vivienda continúan siendo muy

importantes. Sin embargo, en este período Bolivia presenta la tasa de desempleo más

baja de toda América Latina (3,2%), el promedio de crecimiento anual más alto

(superior a 5%) y unas reservas acumuladas equivalentes a un 51% del PBI. Por otro

lado, la inflación no sobrepasa el 6%, el nivel de vida general se duplicó y la pobreza

urbana pasó del 24 al 14% y la rural del 63 al 43%.

El caso de Venezuela es más complejo y menos exitoso (y habría derivado en un

populismo autoritario) ya que pueden identificarse dos períodos. Un primer período,

los años dorados del chavismo entre el 2004-2008, durante los cuales gracias al

encarecimiento del precio del barril de petróleo (que pasó de 9 dólares en 1998 a 145

en 2008) permitió una tasa de crecimiento anual del 10%, lo cual permitió un

descenso drástico de la desigualdad. Durante esos años se calcula que la pobreza se

redujo un 50% y el desempleo descendió a un 7,9%, mientras que el salario mínimo se

duplicó. Además los recursos provenientes de la exportación de petróleo a precios

inéditos permitieron realizar grandes inversiones en programas sociales y obras de

infraestructura que beneficiaban a los más necesitados. Sin embargo la crisis del 2007-

2008, al hacer caer estrepitosamente el precio del único recurso exportable del país

(del cual provenía el 96% de sus ingresos) sumió al modelo chavista en una grave crisis

que se tradujo en una tasa de inflación de un 64%, hogares por debajo de la línea de

pobreza cercanos al 50% (con generación de nuevos pobres), desabastecimiento y

desvanecimiento de los avances logrados en los cuatro años dorados del modelo y

retorno a fuertes niveles de desigualdad y pobreza. Para los críticos del chavismo esto

indicaría que las mejoras fueron superficiales y volátiles y que la renta petrolera de los

años de oro se desperdició en una estrategia populista que buscaba el apoyo de las

masas a través de una distribución asistencialista del excedente petrolero y del

estímulo al consumo pero sin superar la pobreza estructural ni modificar la matriz

extractivista que lo hizo tan dependiente del exterior y tan vulnerable ante la crisis

internacionales.

Con respecto a Ecuador, a partir de 2007 con la llegada a la presidencia de

Rafael Correa también se produjeron profundos cambios que los analistas consideran

positivos para el país andino, aunque no se ha logrado revertir la desigualdad social

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estructural. Según datos oficiales, hacia 2014 la pobreza se había reducido en un 50% y

se continuaba desarrolando políticas sociales para los más desfavorecidos. Aunque el

modelo también se encontraba virando hacia un populismo, el modelo del presidente

Correa intentaba realizar cambios en la matriz energética, vigorizar la agroindustria

nacional, invertir en infraestructura, captar inversiones extranjeras, realizar una

reforma fiscal y aumentar los recursos públicos que se invierten en políticas sociales.

Aunque no pertenece al grupo de los países que optaron por modelos

neodesarrollistas, Chile aparece como el segundo país latinoamericano con menos

pobreza medida a partir del ingreso, después de Uruguay. Hacia 2013 se consideraba

que existía un 14% de pobreza y un 4,5 de indigentes. Sin embargo sigue siendo uno de

los países con mayor grado de desigualdad y concentración de la riqueza y, a partir de

la crisis de 2007-2008, tanto la pobreza como el desempleo han vuelto a subir con

rapidez debido a que la economía del país depende en gran medida de una matriz

extractivista. Al haber caído el precio internacional del cobre esto ha repercutido en

una caída de la producción, la inversión, el consumo y el recorte del gasto público. El

hecho de haberse mantenido en el marco del neoliberalismo, tampoco ha impedido

estar a salvo de la crisis internacional ni brindarle a la población esperanzas de mejores

condiciones de vida ni distribución más equitativa de la riqueza.

Con respecto a Brasil, considerada por el Banco Mundial como la sexta

economía del mundo, desde el año 2000 allí se experimentó un alto nivel de

crecimiento pero este se interrumpió en 2014, registrándose un crecimiento del 3,3%

durante ese período. Con la llegada al poder en 2003 del presidente Lula da Silva,

impulsado por el Partido de los Trabajadores, el país adoptó un modelo

neodesarrollista restringido22 pero muy exitoso ya que logró realizar cambios que

permitieron una mejor distribución de la riqueza y la implementación de nuevas

políticas sociales para luchar contra la pobreza. Sin embargo, aunque el modelo logró

reducir la pobreza de 60,1 millones de personas en 2004 a 26,6 millones en 2013, la

desigualdad y la pobreza estructural se encuentran tan arraigadas que, a pesar de los

esfuerzos, continúa siendo uno de los países más desiguales del mundo.

Con respecto a Argentina, ya un año antes que a través de las elecciones

presidenciales se eligiera un gobierno que pondría en marcha un modelo nacional y

popular, un cientista político argentino apuntaba a las cuestiones indispensables que

los sectores progresistas opuestos al neoliberalismo aguardaban que llevara a la

práctica un gobierno nacional y que, inesperadamente, el FPV intentaría implementar

22

Se dice “restringido” para indicar que desde el 2003 hasta la actualidad se han realizado reformas que no han modificado las relaciones de poder, los intereses del capital nacional y extranjero ni los privilegios de los grupos más ricos, es decir que si bien se ha encarado una lucha contra la pobreza se han dejado intactas las causas de la desigualdad y la exclusión, todo lo cual puso límites a las transformaciones y cambios que harían falta realizar.

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desde el 25 de mayo del 2003, de acuerdo a su interpretación de las necesidades

sociales y a su forma de construir consenso:

“Un estímulo inmediato a la demanda y al mercado interno mediante la

creación de un seguro de desempleo sustantivo, de subsidios familiares

universales, de una reforma fiscal profunda que genere una redistribución

progresiva del ingreso y de la riqueza, etc.; el diseño y la implementación

de políticas industriales y de empleo muy activas, acompañadas de

medidas de protección selectiva; un urgente control al libre movimiento

de los capitales (que, dicho sea de paso, poco y nada tiene que ver con la

prédica liberal clásica que estuvo referida al libre movimiento de bienes y

servicios y no de los capitales); la imposición de gravámenes a las rentas

financieras y a las “ganancias caídas del cielo (windfall taxes); un impulso

franco a políticas de promoción de las exportaciones con alto valor

agregado; el otorgamiento de créditos baratos a las Pymes; una pronta y

decidida reestructuración de la deuda externa con fuertes quitas,

apoyada en alianzas internacionales de índole productiva; etc. Desde

luego, todo esto exige a su vez centrar el gasto público en la salud y la

educación del pueblo; constituir un sólido sistema de ciencia y técnica;

realizar una reforma política y judicial que acabe de cuajo con la

corrupción y con la impunidad; reasignar los recursos presupuestarios en

forma participativa, a fin de que se sustenten en ellos los derechos civiles,

políticos, económicos, sociales y culturales de la ciudadanía, etcétera”

(Nun 2002:119).

Sin embargo, aún no existe coincidencia con respecto a los logros positivos y los

fracasos del Modelo K. Tal como ocurriera en el resto de América del Sur, la economía

kirchnerista no pudo escapar a los efectos de la crisis internacional del 2007-2008

debido a los cual los analistas de distintas corrientes coinciden en que es posible

diferenciar tres etapas del modelo nacional y popular que coinciden con los tres

mandatos presidenciales del matrimonio Kirchner. Es así que la presidencia de Néstor

Kirchner se considera como los “años dorados” o el apogeo del Modelo Nacional y

Popular gracias al precio internacional de la soja y a los superávits gemelos. La segunda

etapa, durante la primera presidencia de Cristina Fernández, fue un período cuando se

comenzó a desdibujar el núcleo neodesarrollista neokeynsiano del Modelo K debido a

la caída del precio internacional de la soja y la pérdida de los superávits gemelos. Es

aquí cuando se comienzan a percibir las primeras señales de déficit fiscal total,

recesión de la economía y los primeros indicios regresivos y un viraje hacia un

populismo autoritario como consecuencia de la crisis de la estrategia competitiva

productiva y de la reticencia por realizar los cambios correspondientes para adecuar el

Modelo a la nueva realidad internacional e interna. La tercera etapa, también

coincidente con el segundo mandato presidencial de Cristina Fernández, se considera

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27

como el período de decadencia del Modelo K, debido al preocupante déficit fiscal total

y de la cuenta corriente del balance de pagos (déficit gemelos) y, como consecuencia,

de franca transformación del modelo popular y nacional en modelo populista

autoritario (véase Figura 1).23

La “anomalía kircherista”

23

Analizar la transformación del Modelo Nacional y Popular en Populista Autoritario excede los límites de estas reflexiones y deberá ser abordada en otro trabajo.

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28

En la línea de nuestra metáfora del “Efecto Rashomon” encontramos

semejanzas con la idea de Forster acerca del fenómeno que denomina como

“anomalía kirchnerista”. Y decimos que existen coincidencias ya que precisamente su

forma de describir ese fenómeno (más allá de que lo haga desde un punto de vista

militante) nos ayuda a comprender el por qué del desconcierto frente al Modelo K, de

las reacciones en su contra y de las dificultades para valorarlo con cierta objetividad.

En efecto, para Forster el kirchnerismo debe ser visto “como una disrupción,

como un giro enloquecedor de la historia que, por esas paradojas de la vida nacional,

permitió, nos permitió reencauzar nuestras interrogaciones y nuestros fervores tanto

tiempo adormecidos” (Forster 2013:15); y “además de invertir la lógica estructural del

capitalismo neoliberal, comprendió que la batalla decisiva se darpia también en el

terreno cultural-simbólico, allí donde las conciencias van definiendo su mirada del

mundo que signará su derrotero y su relación con el sistema” (pág. 25-26). Y agrega:

“El kirchnerismo […] vino a sacudir y a enloquecer la historia. El impacto

enorme de su impronta sigue irradiando a nuestro alrededor y continúa

definiendo el horizonte de nuestros conflictos y posibilidades” (pág. 13).

“Todo ha sido puesto sobre el tapete y en discusión en nuestro país tal

vez como no lo hacíamos desde hace décadas y en el interior de un

proceso de intensa y apasionada recuperación de la vida política (eje

vertebrador de una democracia que no desfallezca atrapada entre las

redes del mercado y de los gerenciadores que buscan dar un paso

definitivo hacia el más allá de la política” (pág. 14).

“[el kirchnerismo logró] redefinir no sólo la marcha de la economía sino,

más importante aún, de reintroducir la lengua política sacándola de su

profunda degradación y reponiéndole su potencia desafiante, litigiosa y

transformadora. Política y democracia comenzaron a recuperar, bajo el

impacto de lo inesperado y del giro enloquecido de la historia, ese vínculo

originario y lejano, que se hunde en los tiempos de la fundación de la

fundación griega, y remite a la evidencia de un litigio no resuelto: el litigio

por la igualdad. El kirchnerismo rescató la relación entre política y

emancipación, entre política y memoria popular, entre política y sueño

igualitarista y, sobre todo, volvió a poner de manifiesto que la invención

democrática es inescindible de la dimensión política del conflicto, de esa

práctica que desvela lo que la ideología del poder intenta velar, la

evidencia de lo no resuelto en el interior de la sociedad, la persistencia de

una desigualdad contra la que se rebelan los incontables de la historia

reapropiándose de los mejor de la tradición política” (pág. 33-34).

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29

Creemos que esta idea de un fenómeno político que “sacudió” y “enloqueció” a

la historia argentina mediante la irrupción (al mejor estilo instituyente de Castoriadis)

de un nuevo estilo de hacer política es fundamental para entender el proceso que

nosotros denominamos como “Efecto Rashomon”, pues esa irrupción es lo que ha

engendrado “tantas polémicas, tantas querellas y tantas pasiones” (pág. 15) y lo que

ha permitido

“el retorno, bajo las condiciones de una particular y difícil época del país y

del mundo, de la política como ideal trasformador y como eje del litigio

por la igualdad. Ese el punto de inflexión, lo verdaderamente

insoportable, para el poder real y tradicional, que trajo el kirchnerismo: el

corrimiento de los velos, el fin de las impunidades materiales y

simbólicas, la recuperación de palabras y conceptos arrojados al tacho de

los desperdicios por los triunfadores implacables del capitalismo

neoliberal y revitalizados por quienes, saliendo de un lugar inverosímil,

vinieron a interrumpir la marcha de los dueños de lo que parecía ser el

relato definitivo de la historia. […] Porque si algo ha quedado claro en

estos años turbulentos y extraordinarios es que se ha vuelto imposible

mantener la neutralidad sustrayéndose a las demandas que provienen de

una realidad en continua agitación. Lo inaugurado por Néstor Kirchner en

mayo de 2003 ayudó a conmover la lógica del statu quo al mismo tiempo

que rehabilitaba la lengua política como instrumento de transformación.

[…] Tomando algunas de las consecuencias del estallido de diciembre de

2001, se lanzó […] a romper el continuum de una historia destinada a

reproducir el estado de inequidad e injusticia de un país que no lograba

sustraerse a la voracidad destructiva del establishment económico,

financiero y mediático” (pág. 16).

Y continúa reflexionando:

“Tal vez en esto último radique uno de los rasgos esenciales de lo que el

kirchnerismo ha venido a conmover en el interior de nuestra sociedad.

Abrir, nuevamente, los canales de la política y de la participación

rompiendo la hegemonía de un discurso y de una práctica de la

desmovilización social y de la apatía ante los destinos del país. El

kirchnerismo, se esté o no de acuerdo o no con él, no dejó nada intocado

ni se dejó ganar por la inercia decadentista que venía surcando de lado a

lado la vida argentina. Vino, en el mejor de los sentidos, a conmover a la

ciudadanía conmoviendo el estancamiento y la repetición malsana de un

destino previamente escrito. Pero lo hizo sin eludir los conflictos que

inevitablemente irían estallando a medida que se profundizara en ese

camino contrahegemónico y sostenido en la imperiosa necesidad de

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reintroducir en la escena nacional el litigio central de toda política que,

desde los albores griegos, no es otro que el que surge de la demanda de

los incontables de la historia por darle forma ampliada a las promesas de

la igualdad democrática. Si ésa ha sido y sigue siendo la contribución del

kirchnerismo a este tiempo argentino creo, con sinceridad, que su

potencia y proyección seguirán interpelando los años por venir. Mientras

tanto, la historia sigue su curso sinuoso y, eso parece, tendremos que

seguir interpelándola. Ella, por su cuenta, no dejará de interrogarnos y

desafiarnos” (pág. 17).

Cerramos con esta larga cita esta sección porque creemos que, tal como

sostiene su autor, aun en el caso de que no se concuerde con el kirchnerismo, no

puede dejar de reconocerse que los cambios que provocó en la sociedad y la política

argentina fueron tales que de esa intensidad se desprenden las causas y las razones de

las pasiones a favor y en contra que despertó y que en definitiva son las que impiden

su valoración distanciada.24

24

Sin embargo más adelante tendremos que fundamentar la posibilidad de tal valoración con independencia de los que exigen un compromiso acrítico con el Modelo K y los que lo descalifican sin tener en cuenta sus logros.

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31

2. Modelo de Desarrollo: las desventuras del neodesarrollismo neokeynesiano… pero

en la era de la globalización.

Las peripecias del Modelo K

“el fracaso de las experiencias

nacionales y populares responde más a

factores políticos que a la situación

económica, que puede estar en una

encrucijada pero razonablemente

controlada y con bajo endeudamiento

externo” (Ferrer 2016:5)

Debido a que el Modelo K es un tipo de organización de la economía inspirada

en el neokeynesianismo, existen serias dificultades para efectuar una evaluación del

mismo que sea satisfactoria para todo el espectro del pensamiento económico. Esto se

debe a que su lógica es totalmente opuesta y contraria a la de un modelo inspirado en

el neoliberalismo, es decir basada en los principios de las teorías económicas

marginalistas u ortodoxas. Dado que ambas teorías se encuentran en extremos

opuestos debido a sus implicaciones no sólo técnicas sino ideológicas, son

prácticamente inconmensurables entre sí como si se tratara de dos paradigmas

científicos. De hecho, al presenciar las discusiones entre economistas de las dos

escuelas se tiene la impresión de que la economía es una ciencia influida por ideologías

más que por teorías científicas y modelos matemáticos. Las consecuencias prácticas de

este fenómeno son básicamente dos. La primera es que el Modelo K (así como

cualquier modelo de desarrollo inspirado en el neokeynesianismo no es comparable en

términos de accountability con otro modelo basado en el neoliberalismo. Esto se debe

a que sus lógicas son totalmente diferentes por no decir opuestas y quizás

contradictorias. La segunda es que es prácticamente imposible superar estas

diferencias de enfoque debido a que los representantes de cada modelo se

“atrincheran” en sus posiciones ideológicas e intelectuales y son incapaces de realizar

una autocrítica “distanciada” o desapasionada de sus propias teorías o de las teorías

contrarias. Se produce así un fenómeno de conflicto de ideologías más propio de las

ciencias sociales que de las ciencias económicas. Aunque esto no debería

sorprendernos puesto que las teorías económicas, mal que les pese a los economistas,

representan los intereses de las distintas clases sociales. Esto es así incluso en pleno

capitalismo. En otras palabras, es como si los economistas que adscriben a cada

tendencia hablaran lenguajes o idiomas distintos y además cargados de valoraciones

ofensivas hacia los de la tendencia opuesta. Así, el que no haya acuerdo entre ambos

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con respecto a lo que significa “subsidio” y “despilfarro” o cuál deberían ser las

funciones del Estado, son dos buenos ejemplos (entre los muchos que podríamos

seguir agregando) con respecto a las dificultades referidas.

Hecha esta aclaración se plantean una serie de cuestiones relevantes: ¿Por qué

un modelo económico es neodesarrollista? ¿Cuándo y por qué deja de serlo y en qué

se convierte? ¿Qué factores influyen en esta transformación?

Un modelo económico es neodesarrollista cuando un gobierno intenta el

desarrollo de un Estado-Nación adoptando los principios y teorías elaborados por el

economista John M. Keynes en la era de la globalización. Precisamente es el intento de

adaptación de dichos aportes que datan de la década de 1930 en el contexto del siglo

XXI, lo que permite hablar de neodesarrollismo. Entre los rasgos más característicos de

un modelo neodesarrollista podemos mencionar:

- La reformulación y adopción de la teoría de Keynes para guiar la macroeconomía de

un país.

- La redefinición de las funciones del Estado, para fortalecerlo, expandirlo y

reimplicarlo en la cuestión social.

- La integralidad en la acción estatal.

- La mitigación del desempleo, la devaluación, la inflación y la exclusión social.

- El fortalecimiento del mercado interno y el fomento del consumo.

- La protección de la industria nacional.

- La disminución de las grandes diferencias en la distribución de la riqueza entre la

clase alta y baja.

En síntesis las características más importantes de un modelo neodesarrollista

son:

- Un Estado fuerte.

- Un Estado “social” (o la versión postneoliberal del Estado Benefactor).

- Una economía con superávits gemelos.

- Una economía con altos índices de empleo y bajos índices de inflación.

- Una predilección por el mercado interno.

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- Una predilección por la clase baja como sujeto de las políticas de redistribución de la

riqueza y la promoción social.

Para el Modelo K 25 los objetivos más emblemáticos fueron:

- La industrialización del país.

- El ensanchamiento del mercado interno vía el aumento del consumo de las masas

trabajadoras.

- La distribución de la riqueza a favor de las clases populares.

- La reconquista de la soberanía política y económica.

- La progresiva participación del Estado como actor empresario e inversor estratégico.

- La política exterior fuertemente latinoamericanista.

- La socialización de algunos privilegios de la oligarquía y de ciertos sectores

parasitarios.

Es decir que en un modelo neodesarrollista existen dos dimensiones bien

diferenciadas pero en estrecha relación: la dimensión social y la dimensión económica,

articuladas en lo político con otras dos elementos de crucial importancia en un modelo

de este tipo: el Gobierno y el Estado.

Sin embargo, debido a las dificultades de implementar y llevar adelante un

modelo neodesarrollista en el Siglo XXI, el mismo está expuesto a transformaciones y

deformaciones, las cuales pueden ocurrir como consecuencia de contradicciones

internas, limitaciones internacionales o la suma de estos y otros factores. De hecho,

una de las transformaciones que pueden ocurrirle a un modelo neodesarrollista es que

se convierta, a través de un proceso eleccionario, de un “golpe blando” (o “golpe de

mercado”)26 o un golpe militar, en lo contrario, es decir, en un Modelo Neoliberal.27

(Véase Figura 2)

25

El núcleo neodesarrollista keynesiano del Modelo K fue denominado por Curia como estrategia o modelo “competitivo productivo” (Curia 2011). 26

Al analizar el Modelo K, Aldo Ferrer sostuvo recientemente que los golpes de mercado eran inviables debido a las “tasas chinas” que caracterizaron la macroeconomía kirchnerista. 27

También puede plantearse la posibilidad de golpes “mediáticos” tal como se desprendería de lo denunciado por el ex presidente Fernando de la Rúa luego de su dimisión en 2001. Actualmente existe la certeza de que los medios masivos de comunicación y en particular la prensa escrita o televisada en manos de grupos económicos y políticos opositores aliados entre sí son capaces, no sólo de desestabilizar un gobierno, sino incluso de llevarlo a su forzosa y anticipada finalización. El novelista David Mitchell lo expresó así: “Los medios son el campo de batalla donde las democracias libran sus guerras civiles” (Aut. Cit: El atlas de las nubes. Buenos Aires, Océano, 2012, pág. 146).

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Fig. 2. Tensiones en la política

Sin embargo, debido también al gran número de desafíos que debe afrontar,

también puede deformarse, distorsionarse, y convertirse en un modelo populista. La

diferencia entre un modelo neodesarrollista es básicamente la pérdida de capacidad

de la dimensión económica para el financiamiento de la dimensión social, debido

principalmente a la pérdida de los superávits gemelos por diferentes razones,

dependiendo del caso o país analizado. En el caso del Modelo K el factor principal se

debió a las consecuencias de la Crisis Internacional que comenzó en el 2007-2008. Sin

embargo esta deformación solamente es posible cuando el Gobierno y el Estado se

encuentran demasiado imbricados, es decir cuando sus relaciones (al contrario que en

el neoliberalismo) son demasiado estrechas (Nun 2015). Esto último le agrega un rasgo

más a dicha distorsión del neodesarrollismo: el autoritarismo. La “democracia

autoritaria” es un rasgo característico de los gobiernos neoliberales que “exprimen” el

Estado para dejarlo en su mínima expresión o del gobierno populista que lo expanden

hasta que su estructura demasiado “inflada” deja de cumplir con sus funciones

sociales. Así comienza el círculo vicioso del déficit fiscal, uno de los defectos más

atacados por los economistas marginalistas y los partidos neoliberales a pesar que,

debido al problema de accountability ya indicado, cueste ponerse de acuerdo sobre su

real existencia. Otra cara del populismo autoritario28 son las actitudes de revancha de

clases que suelen expresarse en los discursos de los gobernantes y en las conductas de

los militantes. Algo que también caracteriza al neoliberalismo cada vez que vuelve al

poder. Pero aquí nuevamente aparece ese rasgo de atrincheramiento que impide

cualquier entendimiento y construcción de consenso. 28

La denominación “populismo autoritario” está inspirado en Nun 2015:225 (“[…] los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner han ido virando hacia un populismo autoritario que, en buena medida, volvió realidad ese ‘despotismo electivo’ acerca del cual prevenía Jefferson”).

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Más allá de que se transforme en neoliberal o en populismo autoritario, las

causas por las que un modelo neodesarrollista cambia son varias. Sin embargo algunas

son más posibles que otras dependiendo de si provienen del marco internacional o del

interior del propio modelo. Concentrándonos en el Modelo K podemos identificar

cuatro conjuntos de factores, los externos y los internos.

Entre los factores externos o “limitaciones internacionales” podemos

mencionar, dentro de este primer grupo, al sistema capitalista y sus crisis (o “ciclo

económico”) y a la globalización. Si el desarrollo de un país periférico fue sumamente

dificultoso en la época “desarrollista” (1950-1970), actualmente lo es mucho más, no

solamente porque cualquier proyecto nacional de desarrollo tiene como marco un

sistema económico que le opone serios obstáculos, sino además debido a las crisis que

lo afectan periódicamente y con mayor recurrencia o con un ciclo cada vez más corto

(la más reciente del 2007). Además hay que agregar otro factor de mucha importancia

como la globalización. En el siglo XXI es prácticamente imposible, para cualquier

Estado-Nación, escapar a la influencia de dichas “limitaciones”.

Entre los factores internos, podemos mencionar, dentro del segundo grupo, a

las cuestiones macroeconómicas y a las contradicciones internas del Modelo. Las

cuestiones son los problemas intrínsecos más cruciales a los que debe enfrentarse

todo modelo de desarrollo, como por ejemplo el desempleo, el déficit fiscal, la

inflación, la devaluación y la retracción de la economía. El tercer grupo de factores

internos son las “contradicciones internas” del Modelo, como el Estilo de Desarrollo

Predominante y el Modelo de Concentración del Poder. Mientras que el Estilo de

Desarrollo es la forma, más impuesta que libremente elegida, como el país se inserta

en la economía internacional al valorizar y explotar determinados recursos naturales

con una determinada racionalidad, el Modelo de Concentración de Poder se refiere a

la forma como el Gobierno mantiene su legitimidad acumulando poder para seducir o

premiar lealtad de actores y grupos (fundamentalmente económicos pero también

políticos) que le permitan tener aliados para llevar a cabo su proyecto de país.

Sin embargo no podemos pasar por alto un cuarto grupo de factores muy

importantes para comprender el comportamiento, la racionalidad y las respuestas de

los actores, grupos, sectores, etc.: los factores subjetivos. Entre estos cabe mencionar

el individualismo, la desconfianza en la economía, la preferencia del dólar en vez del

peso, el desprestigio de los políticos a causa del “transformismo” (Basualdo 2002 y

2012)l la “crisis orgánica” de la democracia argentina (Nun 2002, 2015) y el estilo de

comunicación presidencial (confrontador y desafiante en vez de conciliador y creador

de consensos) que reforzaba innecesariamente la forma extremadamente polarizada y

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rivalizadora de hacer política que prevalece en Argentina al contrario que en otros

países.29

Por último tenemos que reconocer que existen actores y grupos muy

poderosos que se comportan como auténticos “predadores” del neodesarrollismo

tales como el neoliberalismo, el pensamiento económico ortodoxo (marginalismo), el

endeudamiento externo, los “fondos buitre”, los grupos económicos “pro-mercado

externo”, las empresas transnacionales, el capital financiero y la corrupción.30

Aunque podríamos seguir agregando factores a esta lista, creo que habría que

agregar que otra dificultad para reconocer el rasgo neodesarrollista del Modelo K

radica en la deficiente coordinación y articulación entre el nivel nacional y los niveles

de gobierno provincial y municipal/departamental para lograr que, en el marco del

singular federalismo argentino, se compartan e implementen los objetivos

neodesarrollistas del gobierno. En otras palabras, que el desarrollo “baje”, “descienda”

o se “derrame” hacía abajo. La falta de corrección de dicha deficiencia se manifestó, a

primera vista, en una considerable y ostensible falta de continuidad entre las

propuestas del gobierno nacional y los logros de los gobiernos subnacionales (niveles

provincial y departamental/municipal). En aquellos casos en los que se manifestó

menos grado de coordinación y articulación, se percibió una gran divergencia entre los

objetivos y logros del Modelo K a nivel nacional y los resultados alcanzados con

respecto a los problemas más importantes de las unidades político-administrativas de

segundo y tercer orden y sus respectivas estructuras político-territoriales. Desde ya

que esto también dependió de otros factores, como por ejemplo, la capacidad de

gestión de cada nivel de gobierno. Sin embargo, las mejoras en la coordinación y la

articulación no solamente quedaron como “asignatura pendiente” del Modelo K sino

que, a partir de dichas deficiencias, los opositores y detractores del modelo nacional y

popular encontraron fundamentos, pruebas y ejemplos para realizar acusaciones de

corrupción, malversación,31 despilfarro e ineficiencia y así poner en tela de juicio el

estilo neodesarrollista del Modelo. En otras palabras, el modelo nacional y popular del

FPV encontró en os gobiernos subnacionales, independientemente de que fueran

afines, “transversales” u opositores, un considerable freno a su proyecto desarrollista.

29

Para este delicado tema del estilo de comunicación presidencial de los dos últimos períodos kirchneristas y sus efectos negativos sobre los “receptores” no oficialistas, me he inspirado en la observación directa de las reacciones que producía en una gran variedad de personas no opositoras al Modelo K y en los aportes de Rosenberg (2006) sobre la comunicación no violenta y en los aportes de Marafioti (2005) sobre cultura y comunicación. El libro de Morris (2004) aportó un apoyo suplementario a mi idea sobre el estilo comunicacional de la expresidente. 30

Véase más adelante la diferenciación entre “corrupción vernácula” en un modelo nacional y popular y la corrupción internacional en un modelo neoliberal. 31

Desde ya que es la Justicia la que deberá determinar si estás acusaciones son válidas. Ya que no hay que olvidar que debido a las abismales diferencias de accountability entre un modelo neokeynesiano y otro neoliberal es muy difícil comparar objetivamente en base a criterios compartidos. Que la variable independiente del desarrollo sea la equidad o la eficiencia genera puntos de vista incompatibles entre los economistas.

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Más allá de la cuota de responsabilidad que le corresponda a cada nivel de gobierno

por no saber, poder o querer seguir el ritmo del gobierno central, lo cierto es que la

forma de este último de interpretar la administración y la gestión federalista

contribuyó considerablemente a reforzar este déficit de coordinación y articulación al

dejar indefinidamente en suspenso la sanción de la Ley de Coparticipación Nacional de

modo de utilizar la distribución de los fondos coparticipables como un sistema de

premios y castigos” a favor de los amigos y enemigos del Modelo.32

Quizás esto último sea lo que subyace al hecho que más contribuya al “Efecto

Rashomon”, es decir a la sensación de perplejidad ya comentada, sea el problema para

percepcibir los efectos positivos de los numeroso planes, programas y proyectos de

desarrollo sobre todo en las escalas subnacionales. En efecto la realidad parecería

indicar que a medida que descendemos desde la escala nacional a los niveles provincial

y municipal, la percepción de las mejoras que deberían provocar las cuantiosas

inversiones y acciones estatales se diluye hasta el punto de percibirse el efecto

contrario, es decir la ausencia del Estado. Un fenómeno especialmente cierto en el

caso de las áreas periféricas de las grandes ciudades argentinas.

Más allá de las ideas anteriores, el éxito del Modelo K (y hablamos de éxito para

referirnos a un modelo que se prolongó por voluntad popular y sin interrupciones

durante 12 años) no podría explicarse alegando sus características inherentes (como su

núcleo desarrollista neo-keynesiano –en lo económico- y su estrategia de construcción

de consensos –en lo político), es decir, la construcción de un proyecto de país y un

estilo de democracia basado en el rol activo de la militancia como nuevo actor

protagónico33 y totalmente opuesto al neoliberalismo y a los grupos y sectores

relacionados.34 Ya que en plena y real democracia representativa no podría haber sido

viable durante un período relativamente extenso si Argentina no se hubiera visto

inmersa en una favorable burbuja económica internacional que le permitió al Estado

contar, especialmente durante los cuatro primeros años, con los recursos necesarios

para redefinir sus funciones, expandirse e implementar los planes, programas y

proyectos de carácter popular a lo largo de los ocho años restantes, luego que la

“burbuja” se hubiera desvanecido dando lugar a la crisis internacional iniciada en el

2007.

32

Sobre el problema de la coordinación y articulación véase Garnier (2000). Sobre el problema de la postergada Ley de Coparticipación Nacional se puede consultar Centrángolo y Jiménez (2004). 33

Sobre el papel de la militancia en el Modelo K y como nuevo actor social, véase Cao, Rey y Laguado Duca (2015). 34

Es interesante señalar como curiosidad (por no decir como proposición intelectualmente insostenible) que para cierto sector de la izquierda el Modelo K fue una continuidad y una “profundización” del modelo neoliberal de la década de 1990. Creemos que no hay mucho que decir acerca de un pensamiento político-ideológico para el cual el período democrático que va desde 2004 a 2015 es un continuismo del ajuste llevado a cabo por el neoliberalismo durante la década anterior al 2004 o quizás desde 1976 para remontarnos aún más atrás en nuestro pasado.

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38

Sin embargo, el reemplazo de la burbuja favorable por la crisis internacional al

incidir negativamente sobre la estrategia de construcción de consensos y afectar

negativamente la legitimidad del Modelo K debido a la disminución de recursos para

seguir financiando el Modelo y a medidas macroeconómicas para captarlos

desacertadas,35 terminó reactivando la “dinámica pendular” (Diamond 1973) de la

economía argentina acercándola nuevamente a los proyectos neoliberales.36

Una vez fortalecido el neoliberalismo hasta el punto de instaurar un nuevo

gobierno -cuya institución central vuelve a ser el Mercado, su lógica la eficiencia y su

estrategia la “modernización” del Estado (es decir su achique o contracción)-

convirtiéndose en el núcleo del nuevo Modelo, el marcado sesgo popular del modelo

anterior (el Modelo K) dio lugar a un preocupante fenómeno de “revancha de clases”

como primera muestra de desmantelamiento y contracción del Estado que otrora

fuera la institución central, con la equidad como lógica y la integralidad como

estrategia.

El papel del Estado

En nuestro país, el éxito o el fracaso de un modelo económico (y el tipo de

efectos que se derive sobre la población) ha estado siempre en estrecha dependencia

de la conjugación de tres elementos: el Estado, el Gobierno y la Economía. El tipo de

realidad social que se ha derivado de dicha relación ha dependido además de si esos

tres elementos se conjugaban según los objetivos de la equidad o de la eficiencia,

entendiéndose por estas dos palabras no el estilo administrativista del Estado sino el

grado de influencia del mercado de capitales sobre un gobierno dando como resultado

un Estado excluyente o incluyente con respecto no solamente a los sectores sociales

más expuestos a los efectos perversos del Mercado, sino a toda la sociedad.

En Argentina este fenómeno ha dado como resultado dos estilos de Modelos

económicos: el Modelo Neoliberal (o neoconservador periférico) o el Modelo

desarrollista. Aunque cada uno de estos modelos, ha adoptado distintas características

a lo largo de la historia económica argentina, el proceso subyacente que les ha dado

origen y que explica su alternancia a lo largo del tiempo puede ser explicado mediante

una metáfora muy sencilla. Esa metáfora es la de una esponja, un material que, como

todos conocemos, tiene una gran capacidad de absorber líquidos.

Comparando al Estado con una esponja, un modelo de neodesarrollo implica un

Estado expandido. ¿Cómo se expande el Estado? Lo hace incluyendo (o absorbiendo) la

35

“Desacertadas” para los mismos economistas afines con el Modelo, como Curia (2007), que ya venían vaticinando el riesgo del giro hacia el neoliberalismo debido a las “desviaciones” del núcleo neodesarrollista neokeynesiano del Modelo K a partir del segundo período kirchenerista iniciado en 2008. 36

Y al final el “péndulo” se volvió a inclinar a las propuestas neoliberales en las elecciones presidenciales de octubre de 2015.

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mayor cantidad de demandas y necesidades sociales posibles, hasta un punto en que,

al saturarse, en vez de seguir absorbiendo, comienza a gotear. La esponja (el Estado)

se mete en el balde lleno de líquido (las demandas y necesidades sociales) y debido a

la acción de determinadas fuerzas (políticas neokeynesianas) absorbe la mayor

cantidad de líquido que puede hasta quedar impregnado y aumentar

considerablemente su tamaño. El costo de mantener el balde lo más vacío posible es

muy elevado en el sentido que el Estado no solamente experimenta una expansión

estructural sino que su administración implica el reclutamiento de una gran burocracia

que se encarga de manejar un vasto aparato estatal. Pero este costo permite la

creación o el mantenimiento de un Estado de Bienestar (o Estado Benefactor) que es

el comportamiento ideal del Estado cuando, intentando aplicar el principio de la

equidad, se comporta como una verdadera esponja. Es un Estado que reconoce un

conjunto muy amplio de derechos civiles, sociales y económicos, pero debido a que

cuanto más se expande paradójicamente más de debilita, para ser viable en el tiempo

y no colapsar por su propia complejidad se necesita que se nutra de recursos

provenientes de una economía basada en el capital genuino que genere desarrollo. Es

el fin de este Estado no puede ser únicamente la distribución (o el bienestar). También

tiene que ser lograr revertir o evitar procesos económicos perversos de la economía

capitalista como el desempleo, la inflación, el estancamiento, la desindustrialización, la

especulación financiera. Cuando el Estado garantiza todos estos requisitos que

permiten acumular recursos para poder seguir siendo un Estado expandido o un

Estado Benefactor, recién en esa etapa puede ser considerado como un Modelo

Económico Neodesarrollista. Solamente logrando evitar que los problemas antes

mencionados se desboquen el Estado expandido puede estar a salvo de una hipertrofia

que lo condena a absorber constantemente sin que se dé el alivio proveniente de una

economía que al ir generando empleo, permite que el balde lleno de demandas y

necesidades se vaya vaciando en parte por el funcionamiento de una economía que no

necesita el permanente auxilio del Estado. En otras palabras, no está mal que exista el

Estado Benefactor, ni que el Estado se expanda, ni que se comporte como una

esponja. El problema es cuando el único alivio del conjunto de necesidades y

demandas proviene del Estado y no de un comportamiento de la economía capaz de

actuar en conjunto con ese Estado. Cuando la esponja se satura y ya no puede

absorber más pero aun así un gobierno se empeña en que el Estado continúe actuando

así, se pasa de un Modelo Neodesarrollista a un Modelo Populista. Según nuestra

manera de ver, el populismo es un neodesarrollismo que no logro o no quiso realizar

los cambios necesarios para que, cuando faltaban o no alcanzaban los recursos

necesarios para seguir expandiéndose, el Estado no colapsara. ¿A qué clase de colapso

nos referimos? A la falta de recursos genuinos para el financiamiento del Estado

Benefactor debido a que el Modelo Económico vigente no logró generar el necesario

crecimiento de la economía de donde obtenerlos. Explicado de esta manera parece

muy sencillo, lineal y mecánico, sin embargo es más complejo de lo que parece ya que

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es este proceso se mezclan factores subjetivos, ideológicos y como si fuera poco, el

comportamiento global del capitalismo y la hegemonía del capital financiero sobre el

industrial, complican por demás cualquier búsqueda de simplificación

Ahora pasemos al otro Estado posible: el Estado “contraído”. En este caso

sucede lo contrario y volviendo a nuestra metáfora, la esponja se exprime. Hay fuerzas

como las políticas neoliberales que, partiendo de la base de que el Estado no debe

interferir con el Mercado, ni que debe hacerse cargo de las demandas y necesidades

sociales (no solamente porque esto debe hacerlo el Mercado, es costoso para el

Estado y lo que se prioriza es la eficiencia sobre la equidad) exprimen al máximo la

esponja, devuelven al balde la mayor cantidad de líquido posible pero manteniendo

contraído al Estado por políticas que, además de separarlo todo lo posible del

Gobierno, tratan de que se mantenga en un tamaño mínimo (si fuera posible invisible),

limitándose más que a distribuir a acumular la mayor cantidad de recursos que puede

a través de tributos e impuestos para seguir modernizándose y ser cada vez más

eficiente. Confundiendo eficiencia con desimplicación y modernización, el Estado

mínimo genera un Modelo económico excluyente que, en su manifestación más

acabada, se mantiene en constante proceso de ajuste estructural, recortando de paso

todo lo posible los derechos civiles, sociales y económicos de los sectores populares

para continuar con la clase media cuando haga falta. Dado que los derechos que no se

cercenan son los políticos, es decir el derecho al voto, es posible que los nefastos

efectos de un modelo económico que sostiene un Estado contraído (o desimplicado)

lleven a la sociedad a su rechazo categórico y a optar por el Modelo contrario.

Lamentablemente, también es posible que el proceso de ajuste estructural genere un

poco de impaciencia en la gente hasta el punto de no poder esperar hasta la época de

elecciones y se genere una crisis institucional que deslegitime al Gobierno hasta tal

punto que se produzca una dimisión causada, sin ninguna duda, por haber exprimido

demasiado la esponja. Porque, así como el Modelo Neodesarrolista corre el riesgo de

convertirse en un populismo, el Modelo Neoliberal correr el riesgo de convertirse en

un Modelo Excluyente. Los dos modelos tienen su “dark side”. Y hasta el día de hoy,

lamentablemente para nuestro país, no se ha encontrado el punto de equilibrio en

ninguno de los dos. Vale decir ¿cuál es el punto óptimo de expansión o contracción del

Estado para que un modelo de desarrollo basado en el neokeynesianismo o en el

neoliberalismo sea viable temporal y económicamente?

En síntesis, lo que nos quiere representar el ejemplo de la esponja es que

existen distintos tipos de “redefinición de las funciones del Estado”. Cada vez que se

pasa de un modelo a otro, la funciones del Estado son redefinidas y esto no solamente

pone sobre el tablero la cuestión de la eficiencia y la equidad sino también la cuestión

del “modelo de acumulación de poder” subyacente a cada modelo económico. Como

hemos sugerido, cada modelo económico tiene una particular fórmula de

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implicación/desimplicación de las demandas y necesidades sociales, manteniéndose

como una esponja expandida o contraída y al balde más vacío o más lleno.

Pero ¿qué ocurre con el territorio en cada modelo? Argentina como Estado-

Nación es posee un territorio, además de un pueblo y un gobierno. Entonces ¿será que

no solamente puede haber distintos niveles de implicación/desimplicación de las

necesidades y demandas sociales, sino también del territorio? ¿Será que un modelo de

desarrollo independientemente de si su Estado es expandido o contraído, puede llegar

a prescindir del territorio mismo? ¿Tanto la equidad como la eficiencia pueden

prescindir de tener proyección territorial? O lo que es peor ¿puede el territorio ser una

“variable” sacrificable incluso en un Modelo de Desarrollo basado en el

neokeynesianismo? En otras palabras es suficiente un Estado expandido para que su

proyección sobre el territorio se corresponda con la idea de que cuanto más grande es

un cuerpo más superficie abarca? ¿O aunque parezca que contradice la lógica y el

sentido común, puede haber un Estado expandido que tenga mínima presencia o

interés sobre el territorio, para desarrollarlo, no así para explotarlo como recurso de

emergencia que permita obtener al precio de sus sacrificio, los recursos que se

necesitan para mantener al Estado expandido más allá de los que el crecimiento de la

economía le permite? Aunque parezca incomprensible, el territorio puede ser

considerado una dimensión prescindible del desarrollo.

Una vez que hemos caracterizado al Modelo K e identificado sus coincidencias e

inconsistencias con el enfoque Neokeynesiano, cabe la pregunta de si es posible

establecer algunas diferencias más, sobre todo en lo que respecta a la forma como el

estilo incide en la distribución del poder al interior del modelo, en las relaciones con el

medio ambiente y con el territorio.

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3. Más allá del modelo de acumulación: la estrategia de creación de consensos del

Modelo K. Más allá del capitalismo… pero no tanto

Otra forma de entender por qué el Modelo K no fue tan eficiente y eficaz para

lograr sus principal objetivo (el desarrollo) es su particular forma de crear consenso y

concentrar poder (e indirectamente recursos financieros) permitiéndole a los actores y

grupos económicos aliados al Proyecto acumular capital como “socios” y contratistas

del Estado en condiciones de favoritismo. Al intervenir en la economía (o mejor dicho

lo que los neoliberales llaman “libre juego del mercado”), el Estado del Modelo K se

convirtió en otro actor del sistema económico37 que, al beneficiar a actores y grupos

económicos afines y adeptos a su Proyecto, desequilibraba la balanza de poder en la

que siempre ganaban los grupos económicos internacionales y los grupos económicos

locales opuestos acérrimamente al Modelo K por no priorizar la lógica del mercado

externo sobre la que se edifican los modelos neoliberales. Con el argumento (en parte

cierto) de que este apoyo estatal a la facción del empresas oficialistas tendría efectos

favorables sobre la distribución de la riqueza, sobre la inversión y sobre la reactivación

económica, en realidad el Modelo K construyó un Modelo de Concentración de Poder

que, tanto desde la perspectiva de la oposición neoliberal como desde un punto de

vista más neutral (pero influido por aquel), podía ser calificado como “corrupción,

clientelismo y despilfarro”. Pero mediante esta “alianza estratégica de poder” el

Modelo K concentraba poder y al mismo tiempo acumulaba capital para el

financiamiento de sus cuadros de militancia y campañas políticas. Más allá de la

legitimidad o de la ubicuidad de estas prácticas (tan comunes en todas la democracias

representativas),38 el Modelo K comienza a debilitarse ante la opinión pública debido a

sospechas de corrupción o, como mínimo, a no emplear los recursos habidos de esta

forma para volcarlos al proceso de gestión de sus objetivos primarios como modelo

neodesarrollista. Se trata, una vez más, de una estrategia que se ha vuelto muy común

y, si viola la Ley, se vuelve muy difícil de enjuiciar por haberse vuelto parte de “la

cocina” de las democracias representativas.

Ningún modelo económico puede, en la actualidad, escapar de estas

contradicciones. Como ya sabemos, por nuestro reciente pasado, el Modelo Neoliberal

de la última década del siglo anterior, fue un excelente ejemplo de que “el capitalismo

financiero y la corrupción marchan de la mano” (Nun 2015:194). Por lo general, sin un

Estado con la capacidad y la legitimidad para velar por un proyecto nacional, el “libre

juego del mercado” neoliberal pronto se convierte en una “economía casino” (Nun

2002:118). Pero la corrupción (o prácticas muy cercanas a ella o demasiado parecidas,

al menos a simple vista) también puede hacer que un Estado expandido recurra a 37

“El Estado se incorporará urgentemente como sujeto económico activo, apuntando a la terminación de las obras públicas inconclusas, la generación de trabajo genuino y la fuerte inversión en nuevas obras” (Presidente Néstor Kirchner, discurso de asunción presidencial el 25 de mayo de 2003). 38

De hecho, en la política argentina de la década de 1990 esta práctica quedó consagrada a través de la justificación de un funcionario de alto rango de la gestión del Presidente Menem: “robo para la corona”.

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dichas prácticas sobre todo si se ha desviado desde un objetivo neodesarrollista inicial

transformándose en un Estado populista autoritario. Por lo general, este cuestionable

y poco claro comportamiento lleva a que, en ausencia de información oficial pública,

clara y confiable, el ciudadano promedio quede expuesto a la influencia

desinformadora de los medios masivos de la oposición39 crea que, como mínimo, los

recursos públicos se están desperdiciando o, peor aún, malversando. Esta es una de las

consecuencias de un desdibujamiento de los límites entre Gobierno y Estado en el

marco de un modelo neodesarrollista, debido al papel crucial del Estado para lograr

transformaciones económicas de fondo inspiradas en el pensamiento heterodoxo.

Debido a que el partido político que llevó al kirchenerismo al poder durante los

tres períodos democráticos en que gobernó al país era una coalición (FPV o Frente

para la Victoria) dentro del cual se conjugaban los intereses de distintos partidos,

fuerzas y sectores político-ideológicos progresistas del espectro centro-

izquierda/izquierda, esto se transformó en el “talón de Aquiles” de la estrategia de

creación de consensos y concentración de poder debido a la cantidad y variedad de

intereses que debía satisfacer al interior del establishment. Esta heterogeneidad

sumada a la necesidad de mantener y financiar a la militancia pro-gubernamental que

a veces coincidía con la burocracia estatal generó un debilitamiento interno que se

transformó en el flanco sobre el que la oposición (y los medios en su poder) lanzaba

sus ataques.

Esto significa que, a medida que la crisis internacional iba dificultando la

captación de recursos a disposición del Modelo K, se hacía cada vez más difícil

armonizar sus requerimientos internos para seguir funcionando como una coalición

políticamente viable (recursos para los grupos económicos aliados, para los distintos

intereses partidistas, para la militancia y para el funcionamiento de un Estado tan

dilatado) y esta situación lo fue haciendo cada vez más vulnerable teniendo en cuenta

que en teoría un modelo neodesarrollista tenía que velar el desarrollo nacional. De allí

que, a medida que se iba desviando de su núcleo original (período 2004-2008), el

Modelo K comenzó a transformarse en un Modelo Populista Autoritario y el consenso

fue siendo reemplazado por el discenso, primero dentro de la propia coalición y luego

en la sociedad en general.

39

[…] es indiscutible el enorme peso que las múltiples instituciones de derecha (periódicos de gran circulación incluidos) han tenido en nuestra historia, volviendo plausibles determinadas interpretaciones de la realidad y no otras y modelando así la visión, las representaciones y los intereses de clase tanto de los dueños del capital como de buena parte de las dirigencias sindicales y políticas” (Nun 2002:117). Habría que agregar dos cosas más. Primero, el peso de los medios masivos de comunicación y los principales diarios que representan los intereses de los dueños del capital sobre la opinión pública. Segundo, que es tal el nivel de inconmensurabilidad entre ambos modelo y pensamientos económicos que, por ejemplo, para el neoliberalismo todo lo que sea subsidio se entiende como despilfarro y toda acción de intervención estatal en la economía y en el mercado le huele a corrupción y clientelismo. Después de Keynes la economía se volvió más inexacta que nunca en la medida que se volvía cada vez más política y social.

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A fin de cuentas el Modelo K tuvo que ceder al capitalismo o, en otras palabras,

no pudo mantenerse -no sabemos si- tan lejos o tan cerca de su influencia como

hubiera querido. Aunque lo que estaba claro eran dos cosas, que los días de combatir

el capital ya habían quedado en el olvido y que había un solo capitalismo, el

capitalismo “tal como es” y que no existía un “capitalismo nacional” o un “capitalismo

en serio”. De hecho, en su alocución pronunciada el 25 de mayo de 2003 ante la

Asamblea Legislativa con motivo de su asunción presidencial, señaló que “en nuestro

proyecto ubicamos en un lugar central la idea de reconstruir un capitalismo nacional

que genere las alternativas que permitan reinstalar la movilidad social ascendente”.40

En otras palabras, después de todo el capitalismo es el sistema económico que hace

posible optar, dadas las condiciones, por un modelo más social, aunque siempre

cautivo de dicho sistema (Schumpeter 1961). Sin embargo, esta posibilidad puede

convertirse en una contradicción muy difícil de regular cuando, tal como le sucedió a

Argentina a partir de 2008, la base económica del modelo comienza a flaquear por una

crisis económica internacional y, como consecuencia, los recursos para seguir

financiando el desarrollo (sin endeudamiento externo) comienzan a escasear. Para un

Modelo Neoliberal este problema se resuelve siguiendo las recetas acostumbradas:

endeudamiento externo, devaluación y ajuste. Un Modelo Neodesarrollista, como el

Modelo K, lo hace ampliando el Modelo de Creación de Consensos, Concentración de

Poder y Acumulación de Capital, fortaleciendo el empleo y el mercado interno y

buscando capitales internacionales para realizar proyectos de infraestructura y

explotación de recursos.

Pero esto último termina creando otras de las contradicciones internas del

Modelo K: su imposibilidad de despegarse del Estilo de Desarrollo predominante, tal

como veremos en la sección siguiente, que en su fase hegemónica actual

(neoestractivismo) fue y sigue siendo no solamente el origen de los recursos

económicos más importantes para hacer crecer al país sino además lo que ha hecho

viable al Modelo K durante los 12 años de su existencia permitiéndole el superávit

gemelo durante su primer período, y su mantenimiento durante los dos período

siguientes frente al embate del pensamiento económico ortodoxo y la turbulencia, la

incertidumbre y la indeterminación iniciada en 2008 al comenzar la Crisis Económica

Mundial.

40

Y en otro discurso subrayó que “nuestra estrategia […] debe ser la de construir en nuestro país un capitalismo en serio. Capitalismo con reglas claras en las que el Estado cumpla su rol con inteligencia, para regular, para controlar, para estar presente donde haga falta mitigar los males que el mercado no repara. Un Estado que ponga equilibrio en la sociedad y que permita el normal funcionamiento del país. Capitalismo en serio donde no imperen los monopolios y donde se evite la concentración que ahogue la iniciativa de los pequeños y medianos emprendedores. Capitalismo en serio donde se proteja al inversor y también al consumidor, con marcos regulatorios explícitos y transparentes y organismos de control que cumplan su rol” (Presidente Néstor Kirchner, alocución ante el Parlamento en 1° de marzo de 2004.

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4. ¿Pudo el Modelo K ser independiente del estilo de desarrollo (pre)dominante a

comienzos del Siglo XXI? El retorno a un concepto más vigente que nunca en la era de

la renta sojera

Durante los 12 años de su duración, el Modelo K mantuvo una “relación de

amor-odio” con un sector muy poderoso de productores agrícolas globalizados que a

través de un determinado monocultivo lograron transformar la lógica de la

valorización financiera neoliberal y de la renta agraria en general en la renta sojera. Si

bien como ya explicamos con anterioridad, la relevancia de dicha renta para el Modelo

K dependió en última instancia de la burbuja económica internacional que benefició a

los empresarios de la soja, aun dentro de la crisis que comenzó en el 2007, el Gobierno

siguió beneficiándose de las retenciones a este cultivo y, al mismo tiempo, a pesar de

estar en conflicto con el sector, era muy sensible a las fluctuaciones del mercado

internacional. Esto se debía a que el Modelo K no solamente estaba expuesto al ciclo

económico del capitalismo –sobre todo en la era de la globalización), sino también a lo

que en la perspectiva ambiental de la relación sociedad/naturaleza se denomina como

“Estilo de Desarrollo”. En este caso, un estilo de desarrollo no solamente globalizado

sino también predominante en todo el mundo con una lógica que apenas varía en

función del tipo de recursos que existan en un determinado territorio.41

La noción de estilo de desarrollo como contradicción interna del Modelo K

Entre 1978 y 1980 se desarrolló un proyecto en la CEPAL denominado “Estilos

de desarrollo y medio ambiente en la América Latina”. Considerado un hito en el

pensamiento de la región, estuvo orientado al análisis de la relación del desarrollo con el

medio ambiente. Desde entonces, muchas estrategias y políticas se han puesto en

marcha. La complejidad del tema ambiental es cada vez mayor. No obstante lo mucho

que se ha hecho, el desarrollo de la región latinoamericana sigue teniendo altos grados

de insustentabilidad. Por ello que es conveniente reflexionar sobre lo que se planteó y

delineó como trayectoria probable hace un cuarto de siglo a través del proyecto

“Estilos de desarrollo y medio ambiente en la América Latina”. El continente no es el

mismo, ni su desarrollo, ni su medio ambiente. Muchas iniciativas ambientales

prosperaron pero otras se desvanecieron el camino.

El discurso del medio ambiente, en el que aparecía éste como una dimensión

contestataria y contraria a la expansión natural del sistema, muchas veces se diluyó,

otras hizo mella, pero en no contadas ocasiones fue cooptado por el sistema. Quedan

aún muchas deudas y desafíos ambientales. Una de estas deudas es hacer la reflexión

un cuarto de siglo después que el citado proyecto presentó sus estudios.

41

Con respecto a esta situación, el Avance Bicentenario del PET ya reconocía que “la organización territorial de todos los países de América del Sur representa una estructura pautada por la matriz extractiva de los recursos naturales”. Lo que faltó aclarar es que actualmente esa matriz ha evolucionado en “neoextractivista”, lo cual supone nuevos y más complicaciones y problemas.

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En el decenio de los sesenta, en América Latina surgió una manifiesta

disconformidad porque no se alcanzaba el objetivo del desarrollo de lograr niveles de

ingreso, patrones de consumo y estructuras económicas similares a los países

capitalistas desarrollados (Villamil, 1980). En especial, había descontento porque no se

vertía en calidad de vida los logros del crecimiento económico. Tanto A. Pinto como J.

Graciarena en estudios realizados para el citado proyecto, señalaron la necesidad de la

utilización del concepto de estilos de desarrollo para poder captar mejor las diferencias

entre países y poder así llegar a recomendaciones más apropiadas para modificar los

patrones vigentes de desarrollo (Pinto 1976; Graciarena,1976).

A partir de la incorporación de este concepto en la literatura de la época,

aparecieron ampliaciones, precisiones y desagregaciones, lo que indicaba que no

satisfacía plenamente a los usuarios. Varsavsky profundizó el tema de los estilos

tecnológicos (Varsavsky, 1979). Fue Marshal Wolfe también como contribución al

proyecto, el que precisó aún más el concepto de estilo, definiendo, los estilos

deseados, utópicos, etc (Wolfe, 1976). Graciarena definió el estilo como “...la

modalidad concreta y dinámica adoptada por un sistema social en un ámbito definido

y en un momento histórico determinado”.

En vista de la diversidad de intereses de clase, el conflicto entre los diversos

grupos adquiere un carácter central como atributo de un estilo. “Desde una

perspectiva Estilos de desarrollo y medio ambiente en América Latina, un cuarto de

siglo después dinámica e integradora un estilo de desarrollo es (...) un proceso

dialéctico entre relaciones de poder y conflictos entre grupos y clases sociales, que

derivan de las formas dominantes de acumulación de capital, de la estructura y

tendencias de la distribución del ingreso, de la coyuntura histórica y la dependencia

externa, así como de los valores e ideologías”. José Joaquín Villamil contribuyó al

proyecto “Estilos de desarrollo y medio ambiente en la América Latina” profundizando

el concepto de estilos de desarrollo: “La pregunta que habría que hacerse es si las

diferencias entre países responden a diferencias en el estilo o si son manifestaciones

de sus condiciones objetivas, tamaño del país, dotación de recursos, localización y

otras consideraciones que, a su vez, afectan la forma en que el país está inserto en la

economía mundial. La diferencia en las condiciones de los países podría implicar que,

en distintos países, el mismo estilo tuviera manifestaciones diversas, al menos en

cuanto a la estructura económica, la importancia del sector público en la economía y

algunos otros aspectos”.

Definido ambiguamente el estilo de desarrollo, es lógico aceptar la vigencia de

esta interrogante. Otra de las interrogantes que planteó Villamil fue ¿un estilo o

varios?, dejando entrever la diferencias entre el estilo ascendente a nivel mundial y un

estilo dominante a nivel nacional. Es posible que esta diferenciación haya sido la más

utilizada y la más didáctica en la discusión de la época. El estilo ascendente se entendió

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como la penetración a nivel mundial de un proceso de cambio en el seno de las

estructuras sociales, culturales, económicas y políticas de los países periféricos. Este

proceso se caracterizaba por dos tipos de penetración: el primero, denominado

difusión, referido a la ampliación del conjunto de actividades incorporadas al estilo

(widening).

El segundo tipo, la profundización (deepening) donde cada actividad

crecientemente se ciñe a la lógica del sistema y se hace cada vez más homogénea. De

allí se generan diversas dinámicas que permiten desplazar, reemplazar, anular y

sobreponer actividades, creándose nuevas actividades y desplazando o anulando otras

que actuaban con los criterios, la lógica y la racionalidad del estilo suplantado. Hay

actividades y procesos que sobreviven al estilo dominante pero muy rara vez

recuperan su posición predominante. José Joaquín Villamil aclaró que el estilo

ascendente no siempre se hacía dominante, dependiendo del ritmo y la velocidad de

penetración. El conflicto con las estructuras existentes y el grado de resistencia de

éstas condicionaban el ritmo del ascenso.

El estilo ascendente, fue a la postre derivado de la expansión del capitalismo en

la región, y el estilo dominante (y predominante a partir del Siglo XXI), sin excepción,

provino de las formas que tomó esta dominancia en cada uno de los países de la

región. No cabe la menor duda que el estilo referido en el decenio de los setenta y de

los ochenta se definió en función de las características de la expansión capitalista. En

este sentido, José Joaquín Villamil destacaba la inversión externa, su proceso de

internalización de la producción industrial, la tecnología importada predeterminada

por el patrón de consumo, el incremento de los costos sociales, el proceso de

homogeneización cultural como reflejo de las necesidades de que las corporaciones

transnacionales reorientaran la cultura local de acuerdo a su expansión industrial, y las

contradicciones importantes de índole económica, social y ambiental.

Más allá de este apresurado resumen del origen del término y de las falencias

en su conceptualización, su aplicación concreta permitió establecer diferencias entre

los fenómenos de subdesarrollo latinoamericano, fundamentalmente al reconocer que

los conceptos de sistema y estructura económica (capitalismo y subdesarrollo) admitía

una diferenciación más que provenía precisamente del concepto de estilo de

desarrollo.

En esta línea, y más allá de las críticas ya indicadas, la mejor definición

elaborada hasta el presente es la que dice que el estilo de desarrollo es “la manera

como dentro de un determinado sistema [económico] se organizan y asignan los

recursos humanos y materiales con el objeto de resolver los interrogantes sobre qué,

para quiénes y cómo producir bienes y servicios” (Pinto 1976).

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Las relaciones entre el estilo de desarrollo y el medio ambiente durante el auge del

Modelo K: ¿Desarrollo tóxico?

En el manejo del término de estilo de desarrollo, debería entenderse que la

dimensión ambiental es intrínseca a su definición. Pero en la práctica, por ser esta

dimensión totalmente ajena a la gran mayoría de los autores que definieron el

término, la dimensión ambiental siempre fue marginal y no se le consideró en su real

dimensión. Las limitaciones propias de los economistas para abordar temas referidos a

las ciencias naturales le dieron ese sello.

Con el paso del tiempo la incorporación de los conceptos de desarrollo

“sustentable” o “sostenible” y la aparición de nuevos enfoques como la economía

ecológica, permitieron insertar de un modo más sólido y consistente la dimensión

ambiental en los procesos de desarrollo.

Sin embargo el tiempo transcurrido y desde fines de la década de 1970 y los

cambios producidos como consecuencia del advenimiento y fortalecimiento de la

sociedad de la información y la globalización, hizo que cada vez fuera más difícil lograr

que un Estado-Nación pudiera apartarse del estilo de desarrollo prevaleciente (y

actualmente global) y definir estilos deseables, posibles o alternativos. Esta posibilidad

se reduce todavía más cuando un país se encuentra alineado con el neoliberalismo y/o

se encuentra gravemente endeudado al extremo de que su soberanía política y

territorial se diluya debido a las presiones que recibe de los países y organismos

financieros internacionales.

Con la globalización de la economía se produjo un nuevo disciplinamiento en la

división internacional del trabajo, de modo que a menos que un Estado-Nación tuviera

la suficiente libertad, soberanía y autodeterminación (por no decir superávit fiscal y

comercial) debía conformarse con desempeñar un rol afín con el tipo de recursos

naturales disponibles para insertar en el mercado internacional de acuerdo a las

demandas y no a las necesidades internas. Es decir que su estilo de desarrollo debía

ajustarse al fortalecimiento del mercado externo por sobre el mercado interno.

Justamente lo contrario de lo que propone el neokeynesianismo y lo que se propuso el

Modelo K durante el primero de los tres períodos presidenciales durante los cuales

dirigió el rumbo del país.

Pero las consecuencias de la crisis internacional del 2008 junto con la caída del

precio de la soja, hizo entrar en crisis el equilibrio fiscal y comercial del país, lo cual

desfinanció al Estado y por ende al gobierno, llevándolo a tener que retornar al típico

comportamiento de los países subdesarrollados que tienen que sacrificar sus recursos,

su ambiente y su territorio en pos de las inversiones de empresas internacionales

especializadas en extraer dichos recursos sin demasiados remordimientos por el daño

ambiental provocado por sus tecnologías y con el tácito aval del Estado.

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Esta situación nos lleva a preguntarnos hasta qué punto, algunos de los males

atribuido al Modelo K, no son en realidad los rasgos que asume el “desarrollo” cuando,

en razón del tipo de recursos naturales que existen en nuestro territorio, el Estado-

Nación, forzosa o consentidamente, debe aceptar el estilo de desarrollo que la

globalización le impone, como si se tratara de una nueva forma de determinismo ya no

propuesto por filósofos y científicos sino por el sistema económico globalizado, el

capital financiero y las instituciones financieras internacionales, las economías de los

países más industrializados y la etapa en que se encuentre el Ciclo Económico.

Si bien el Modelo K pudo independizarse en sus comienzos de las presiones de

la economía global que querían mantener al país en su consuetudinaria situación de

dependencia del capital financiero y de las vicisitudes de los mercados externos y de

empresariado nacional ligado a ellos, esta situación de relativa independencia

solamente pudo mantenerse sin afectar las bases de su legitimidad gracias a los

recursos que el Estado obtenía de las exportaciones de soja. Es decir que ya desde el

comienzo estábamos en presencia de un estilo de desarrollo tóxico o con marcado

“sabor a soja” y con las consecuencias de sacrificio territorial e impacto ambiental

negativo debido a los agrotóxicos utilizados y al monocultivo.

Sin embargo, pese a no querer reconocerlo, el Modelo K entra de lleno en el

estilo de desarrollo global debido a que la crisis de balanzas fiscal y comercial en que

comienza en entrar a partir del 2008, lo lleva a buscar socios internacionales para la

explotación de recursos naturales como petróleo y minerales aceptando sin

cuestionarla a la “megaminería” y otras formas de extracción de recursos productoras

no solamente de riesgo sino también de peligros para el medioambiente como el

“fracking”. Aquí entramos en el tema de la “tecnología adecuada” para corroborar que

el neoestractivismo como estrategia característica del estilo de desarrollo

predominante, emplea paquetes tecnológicos extremadamente tóxicos generalmente

desarrollados y comercializados por la empresa Monsanto.

De modo que, debido a los cambios ocurridos a escala internacional el gobierno

debió aceptar los marcos que en materia de explotación de recursos le planteaba el

ciclo económico global y ajustarse a las reglas del juego del estilo de desarrollo

predominante con la esperanza de obtener recursos para equilibrar los desajustes

fiscales y comerciales.

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5. El enigma del territorio en el Modelo K: ¿Planificar sin territorio es igual a crear

territorios sacrificados?

Contrariamente a lo que debería esperarse en el marco de un modelo

neodesarrollista neokeynesiano, el territorio casi no aparece mencionado en los

discursos presidenciales del primer período kirchnerista (2003-2007). ¿Pero significó

esto que en vez de ser una dimensión de suma importancia del sistema geoeconómico

y un objetivo reconocido como válido en los planes de desarrollo, como tal solamente

tuvo una presencia escasa, difusa e indirecta en algunas de las medidas que tomó el

flamante gobierno del FPV? ¿Fue el territorio el sujeto del desarrollo (un protagonista

del neodesarrollismo K, un marco de la macroeconomía, una plataforma estratégica de

desarrollo)? (Madoery 2003) ¿El territorio solamente apareció como un tema

impreciso (sin densidad, especificidad ni problemática propia) dentro, sobre o en el

cual hacer obras públicas? ¿Tuvo el Modelo K el defecto de creer que las obras son

para la gente sin tener en claro en cambio que estas debían hacerse en un territorio?

Dos de las primeras medidas tomadas por Néstor Kirchner al asumir como

Presidente de la Nación fueron la unificación del Ministerio de Economía y el

Ministerio de la Producción, surgiendo así el Ministerio de Economía y Finanzas

Públicas, y la creación de un “superministerio” denominado Ministerio de Planificación

Federal, Inversión Pública y Servicio, poniéndose así en sintonía con el tipo de Estado

expandido típico del neodesarrollismo.42 También transfirió al nuevo superministerio

el Fondo Fiduciario Federal de Infraestructura Regional de la Secretaría General de la

Presidencia de la Nación (Decreto N°408/2003) y la Dirección Nacional de

Infraestructura Social (antes dependiente del Ministerio de Desarrollo Social (Decreto

1142/2003) y de esta forma unificó un gran número y variedad de competencias y

atribuciones en una única Cartera de Estado que tomaba bajo su responsabilidad los

siguientes temas:

- Transporte

- Comunicaciones

- Minería

- Energía

- Saneamiento

Este nuevo “superministerio” haciendo honor al desarrollismo neokeynesiano

se caracterizaba no solamente por su incidencia en la expansión del Estado sino

también por contribuir en la formula keynesiana de la reactivación de la economía

42

Estos cambios fueron realizados mediante el Decreto 1283/2003 (Ley de Ministerios) para modificar la Ley de Ministerios.

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mediante las inversiones en obras públicas. En esta línea, abarcaba las siguientes

ramas:

-Vivienda

- Obras de explotación y aprovechamiento sustentable de los recursos hídricos

- Desarrollo vial

- Planificación de la inversión pública

Más allá de esta amplitud de objetivos, a lo largo de las cincuenta y tres

atribuciones y competencias que reconoce este Ministerio, no existe ninguna mención

directa sobre el territorio; y las únicas dos veces en que aparece aludido lo hace

indirectamente en la competencia 43 y 48 al encuadrarlas dentro del marco de la

“política de ordenamiento territorial” vigente.

Además en los discursos presidenciales el énfasis no recae jamás, al menos

explícitamente, sobre el territorio sino sobre la planificación (en segundo término) y

sobre la ejecución de la obra pública (en primer término), con la intención de

diferenciarse del Modelo Neoliberal anterior en cuyo marco dichas obras eran vistas

como “gasto público improductivo”.

Sin embargo, la misma forma de diferenciarse, paradójicamente, también

mantenía una semejanza o punto en común con el neoliberalismo teniendo en cuenta

que a este tampoco le interesaba demasiado el territorio (aunque quizás en sus

documentos se empleara un poco más el término porque estaba de moda en las

agendas gubernamentales). ¿Esa común falta de interés en el territorio puede haber

llevado a que unos hablaran explícitamente de “provincias inviables” mientras que

otros, mientras en teoría hablaban de cómo el federalismo del Modelo K lograría que

las provincias del interior dejen su papel de “patio trasero de la región

agroexportadora” y experimenten un “equilibrado desarrollo geográfico territorial”, en

la práctica estaban creando “territorios sacrificados” y desarticulación de economías

regionales?

Retomando el hilo, hasta este punto el territorio no se menciona ni se tiene en

cuenta, aunque obviamente planes, programas y proyectos incidan directamente

sobre él pero hay que subrayar que, ante el inexistente reconocimiento como

dimensión, medio y objetivo del desarrollo, quedan desarticuladas o carentes de un

marco que al mismo tiempo que las englobe se beneficie al recibirlas.

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Algunos de los Programas emanados de dicho Ministerio que se pueden

mencionar son:

- Mejoramiento habitacional e infraestructura básica (PROMEHIB)

- Provisión de agua potable, ayuda social y saneamiento básico (PROPASA)

- Emergencia para la recuperación de las zonas afectadas por las inundaciones

(PROERZAPI)

- Desarrollo social en áreas fronterizas del noroeste y nordeste argentino con

necesidades básicas insatisfechas (PROFOSA)

- Integral de recuperación de asentamientos irregulares en Rosario (ROSARIO HÁBITAT)

- Mejoramiento de barrios (PROMEBA)

Como la filosofía neodesarrollista kirchnerista se basaba en generar desarrollo a

escala nacional a través de “obras de infraestructura como palancas del desarrollo

regional […] o dicho de otro modo, la inversión pública y las obras como motor del

desarrollo” (De Vido y Bernal 2015:472) el Gobierno del Presidente Néstor Kirchner

dentro del “superministerio” una dependencia de crucial importancia en lo

concerniente a la llegada del desarrollo (léase obras públicas) al territorio (léase a

distintas provincias del interior). Se trata de la Subsecretaría de Planificación Territorial

e Inversión Pública, la cual sería la encargada de formular un Plan Estratégico

Nacional.43 A partir de este punto, la presencia del tema del territorio (al menos en los

papeles) cambia y se vuelve no solamente más frecuente sino que además es

empleado con mucha precisión, ya que cuatro años después también se crearía el

COFEPLAN o Consejo Federal de Planificación y Ordenamiento Territorial.44

Los considerandos de la creación de dicha Subsecretaría decían:

“Que es competencia del Ministerio de Planificación Federal, Inversión

Pública y Servicios todo lo inherente a la planificación de la inversión

pública federal tendiente a un equilibrado desarrollo geográfico regional,

y en particular, lo atinente a las obras pública, la vivienda, las obras de

43

Decreto 1824 de agosto de 2004. 44

Decreto 420/2010. “Tendrá por objeto velar por la implementación efectiva de la Política Nacional de Desarrollo y Ordenamiento de Territorio de la Nación y […] tendrá por misión participar en la planificación, articulación e implementación de los aspectos de la política territorial que comprometan a la acción conjunta de la Nación, las Provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a fin de reafirmar el proceso de planificación y ordenamiento del territorio nacional conducido por el gobierno nacional, hacía la concreción de un país equilibrado, integrado, sustentable y socialmente justo”.

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explotación y aprovechamiento sustentable de los recursos hídricos, el

transporte, las comunicaciones, la minería y la energía. Que las diferentes

áreas y regiones del país presentan una desigual capacidad para generar

procesos integrales de desarrollo, habiéndose acentuado en los últimos

años las desigualdades entre las regiones centrales y las regiones

periféricas. Que ello contribuye a la fracturación interna de las ciudades,

en áreas ricas y pobres conviviendo dentro de un contexto de violencia y

marginalidad que imposibilita la creación de lazos sociales, económicos y

culturales esenciales para el desarrollo de una sociedad. Que frente a esta

situación resulta necesario poner en marcha una política de desarrollo

territorial estratégico, cuyo objetivo central es construir un país integrado

y equilibrado desde un punto de vista territorial, con una fuerte identidad

ecológica y ambiental y con una organización que favorezca la

competitividad de la economía y el desarrollo social. Que a los fines de

llevar a cabo los objetivos trazados para el Ministerio de Planificación

Federal, Inversión Pública y Servicios, especialmente en relación con la

planificación de la inversión pública federal y el ordenamiento territorial

tendiente a un equilibrado desarrollo geográfico regional que consolide el

federalismo, resulta conveniente la creación de una Subsecretaría que

pueda colaborar en el desarrollo de un plan estratégico en la materia”.45

Así podemos ir adentrándonos en las características que, al menos en los

Planes, Programas y Proyectos formulados, guiaron la forma de entender (y actuar

sobre) el territorio del Modelo K. Comencemos puntualizando cuáles fueron los

objetivos de dicha Subsecretaría según el Decreto 1824/04.

1) “Intervenir en la formulación del Plan federal de Inversión en Infraestructura y

Equipamiento, a fin de proporcionar un soporte a las actividades productivas y a la vida

humana, para contribuir al desarrollo y al bienestar general, teniendo en cuenta las

características del territorio nacional y la distribución de la población, así como las

necesidades reales de la economía y las poblaciones locales, actuando como

articulador estratégico de los diferentes niveles de organización territorial y

productiva”.

2 “Intervenir en forma conjunta con los organismos competentes en los ámbitos

nacional y provincial, a fin de delinear la Política y la Estrategia Nacional de Desarrollo

Territorial de la República Argentina, identificando, priorizando y acordando las

principales inversiones públicas a realizarse para promover el desarrollo”.

3) “Diseñar y proponer, en coordinación con los organismos competentes en el ámbito

nacional y provincial, las estrategias y proyectos de organización del territorio, de

45

Decreto 1824/04 (diciembre), considerandos.

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integración territorial nacional e internacional, de reorganización, de desarrollo y

ordenamiento urbano, rural y ambiental y en toda otra estrategia de fuerte impacto

territorial, dentro del marco de la Política Nacional de Desarrollo y Ordenamiento

Territorial a fin de establecer las inversiones públicas necesarias”.

4) “Elaborar junto con las provincias y los organismos nacionales y provinciales qu

correspondan los documentos técnicos necesarios para implementar y difundir las

políticas, estrategias, planes, programas y proyectos territoriales y de infraestructura y

equipamiento”.

5) “Elaborar y proponer los instrumentos de planificación territorial y de obras públicas

de carácter nacional que sean necesarios a los efectos de llevar adelante los programas

y proyectos necesarios para contribuir a la Política y la Estrategia Nacional de

Desarrollo y Ordenamiento Territorial”.

6) “Elaborar un sistema de información, vinculación y asistencia técnica para el

desarrollo territorial que contribuya a realizar la planificación estratégica y el

monitoreo y evaluación de las políticas, planes, programas y proyectos desarrollados”.

Es interesante observar que el Modelo K formuló una Política Nacional de

Desarrollo y Ordenamiento Territorial cuyos fundamentos son:

1) “Recuperación de la planificación estratégica territorial desde el Estado: proceso del

cual resulta una visión de futuro que establece lineamientos para el adecuado

despliegue de la inversión pública de infraestructura para el alcance del desarrollo

equitativo y sustentable de un adecuado análisis de escenarios prospectivos. Esta

concepción recupera el rol del Estado como promotor del desarrollo y ordenamiento

territorial. El ordenamiento territorial es un instrumento de política pública, destinado

a orientar el proceso de producción social del espacio, mediante la adopción de

medidas de diversa naturaleza, destinadas a la adecuación del espacio para analizar las

metas deseadas que los actores sectoriales por sí solos no podrían alcanzar”.

2) “Desarrollo territorial: entendido como parte de una vinculación compleja y

dinámica entre el ambiente, la economía y la sociedad, en la que interviene una nueva

manera de abordar y construir el territorio. En el proceso de desarrollo, mediante el

cual se acrecientan las capacidades de un determinado territorio, es indispensable la

incorporación de la dimensión territorial en la gestión de los distintos sectores,

incluyendo los vínculos regionales multilaterales”.

3) “Territorio: comprendido como el espacio geográfico resultante de la dinámica de

los procesos sociales, políticos, económicos, culturales y ambientales que configuran

un modelo territorial determinado. Este modelo territorial es la materialización del

proceso de producción del espacio, que la sociedad realiza, y expresión visible de los

conflictos y oportunidades inherentes a su estilo de desarrollo”.

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4) “Articulación de las políticas públicas de impacto en el territorio: superando la

inercia heredada caracterizada por las miradas e intervenciones sectoriales en el

abordaje del territorio, que no dan cuenta de la compleja y dinámica vinculación entre

el ambiente, la economía y la sociedad”.

5) “Participación y transversalidad: en la planificación y la gestión, propiciando la

articulación entre los distintos niveles de gobierno y el consenso con las organizaciones

de la sociedad civil”.

Es decir que a través de esta Política Nacional de Desarrollo y Ordenamiento

Territorial el Modelo K se propuso (al menos en sus comienzos) “guiar y orientar las

acciones con impacto territorial hacia el desarrollo equilibrado, integrado y

sustentable del territorio argentino, buscando superar las visiones sectoriales de la

Argentina y construyendo un nuevo modelo de intervención más sistémico y global,

capaz de aprovechar las oportunidades del desarrollo en el marco del nuevo contexto

nacional e internacional. No obstante, para lograr una intervención de esa naturaleza

en la gestión del territorio no se puede depender sólo de la acción de las autoridades

nacionales, es necesario apelar a la consolidación y fortalecimiento de los gobiernos

provinciales y locales en el tema territorial, a la participación social, al avance de la

integración socio-económica interna, de la integración y cooperación internacional –en

particular en el Bloque MERCOSUR- y a la consolidación de un desarrollo económico

sustentable y mejor distribuido geográficamente. En otras palabras el desarrollo

territorial depende, por un lado, de una compleja y dinámica vinculación entre

territorio-ambiente-cultura y sociedad y, por otro lado, de la construcción de una

nueva manera de abordar y construir el territorio” (De Vido y Bernal 2015: 470).

¿Cuál fue la “meta estratégica” declarada por esta Política Nacional de

Desarrollo y Ordenamiento Territorial? La misma fue explicada a través de los

siguientes objetivos:

- “Desarrollar la identidad territorial y cultural y su sentido de pertenencia al territorio

argentino”.

- “Alcanzar el progreso económico según sus capacidades y proyectos personales sin

necesidad de abandonar su región de origen”.

- “Alcanzar la sustentabilidad ambiental de su territorio para garantizar la

disponibilidad actual y futura de los recursos del mismo”.

- “Participar planamente en la gestión democrática del territorio en todas sus escalas”.

- “Acceder a los bienes y servicios esenciales, posibilitando el desarrollo personal y

colectivo y una elevada calidad de vida en todos los rincones del país”.

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Es decir que el acercamiento y la convergencia entre la perspectiva de las personas y la

visión estratégica del Estado actual constituyen la base de una nueva forma de hacer

política territorial en la Argentina; desde ese enfoque valorativo y estratégico, el

desarrollo se mide tanto por los logros alcanzados por las personas, como por la

cantidad y calidad de las inversiones, la infraestructura instalada o las acciones

realizadas por el Estado. En esta visión la inversión se justifica, las acciones se validan,

las políticas son eficientes y las intervenciones son exitosas, en la medida que el

habitante de ese territorio en transformación logra asimilar los beneficios en provecho

personal, de su familia, de su comunidad y participar en forma activa del progreso de

su territorio” (De Vido y Bernal 2015:479-480).

Todo esto se articula con el Plan Estratégico Territorial (PET) que diera

comienzo en 2004. Tuvo como objetivo la formulación de un plan federal de inversión

de infraestructura y equipamiento y estaba concebido como un proceso de

construcción federal, conducido por el gobierno nacional, que se propone identificar

las inversiones necesarias en infraestructura y equipamiento para el desarrollo del país

en el mediano y largo plazo, y se constituye, entonces, en una guía para el despliegue

de la inversión pública” (PET-Avance III-2015:24). La identidad federal del PET se logró

a través de la construcción de un equipo de trabajo formado por las oficinas de

planificación de las distintas provincias y de otros sectores públicos nacionales

relacionados con la planificación del territorio. También se crearon instancias de

articulación interprovincial de planificación para conjugar esfuerzos y construir una

base de datos con la información provista por cada provincia. Por este camino logró

editarse el informe “Modelo actual y modelo deseado del territorio nacional”, el cual

se ponía como horizonte de concreción el año 2016.

La propuesta inicial del PET fue realizar un diagnóstico territorial a nivel

provincial, formular escenario estratégicos traducidos en objetivos y líneas de acción,

construir “modelos actuales” y “modelos deseados” de cada jurisdicción y diseñar

proyectos estratégicos de infraestructura para impulsar la transformación de lo actual

a lo deseado.

El PET estaba inspirado en la idea de que la planificación estratégica territorial

es un proceso más que un producto y debido a ello debe ser flexible para tener en

cuenta tanto las demandad más urgentes y de corto plazo como los escenarios de

desarrollo de largo plazo. El PET fue presentando Informes de Avance cada tres o

cuatro años, llegando editar cuatro avances en los años 2008, 2012 y 2015. De este

modo a través del PET se intentaba llegar a lo que, en 2008, la Presidente de la Nación

definía como delinear “una nueva organización territorial, que induce procesos de

desarrollo sostenibles que posibilitan conjugar justicia en la distribución de los

recursos y sustentabilidad ambiental en todo el territorio argentino […] a partir de

vanzar desde el año 2003 y en todo el país con una fuerte y decida política de inversión

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en infraestructura como motor de la economía, se alcanzó una primera identificación

de la dotación de infraestructuras y equipamientos necesarios para garantizar un

desarrollo equilibrado, integrado y sustentable en el mediano y largo plazo. […] El

desarrollo de la infraestructura debe tender no solamente al abastecimiento de

servicios y materias primas para el desarrollo industrial, sino fundamentalmente como

palancas esenciales del desarrollo regional, especialmente de las regiones más

atrasadas del país” (PET-Avance III-2015:7).46

Esto continúa resaltando nuestra idea acerca de que, más que el territorio en sí

mismo, lo que importó fue “la infraestructura como motor de la economía nacional”,

lo cual se encuentra en sintonía con el desarrollismo neokeynesiano y, en comparación

con modelos de desarrollo anteriores fue un indiscutible avance. Sin embargo, el

territorio en sí mismo, como dimensión de la realidad social, evidencia ser más un

tema discursivo que una preocupación auténtica, de dónde parecería derivarse otro

“Talón de Aquiles” del Modelo K. Es decir, ni la intención ni lo hecho estuvo mal;

sencillamente se confundió la presencia del territorio en los textos de los Planes,

Programas y Proyectos con la presencia real y concreta de dicha dimensión en la

mente y en las prácticas de los planificadores, los funcionarios y los gobernantes

quedando enmascarado bajo la preocupación por la obra pública y los planes de

infraestrucura. Y este “defecto” contribuyó a debilitar los efectos positivos que las

inversiones en infraestructura tuvieron no solamente sobre la economía, las regiones y

las provincias, sino ante todo sobre el territorio y sus habitantes.

El Modelo K se había propuesto revertir la existencia de áreas periféricas u

olvidadas, lo cual lo impulsó a formular un ordenamiento territorial distinto para

formar un país más equilibrado, más integrado, sustentable y socialmente justo, todo

lo cual constituyó un eje central de la política del Modelo. Y para lograrlo el Estado

recurrió a estilos, estrategias y herramientas de planificación olvidadas junto al

desarrollismo de mediado del siglo XX debido al ascenso del neoliberalismo y su credo

en el papel del mercado como mecanismo asignador infalible. Pero el Modelo K las

reconceptualizaría para adaptarse al mundo globalizado del siglo XXI y para que se

adecuen al neodesarrollismo neokeynesiano. En base a la adopción de esa nueva visión

en materia de planificación estatal y estratégica, durante el 2004, también se formuló

la Política Nacional de Desarrollo y Ordenamiento Territorial, de la cual derivó como

principal producto el PET.

Esto se explica porque:

46

Luego veremos que la preocupación acerca de la sustentabilidad ambiental lamentablemente quedó en un segundo plano debido a las consecuencias sobre la economía nacional de la crisis internacional que comenzó en 2007 y al Estilo de Desarrollo predominante, lo que llevó al problema de los “territorios sacrificados”.

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“Veníamos de una década donde se entendía que ‘invertir’ era vender el

patrimonio del Estado Nacional. Para este gobierno, invertir es ejecutar

las obras que no están hechas –o mejorar las existentes- para ponerlas al

servicio de la sociedad, del desarrollo de la economía argentina, del

bienestar del pueblo. También nos alejamos de la postura vigente en los

90 que afirmaba que la obra pública era un gasto público improductivo.

Como decíamos, para nosotros, hacer obras es invertir, generar empleo,

brindar lugar a políticas de inclusión social y permitir la creación de

infraestructuras necesarias para el bienestar popular. Es esta concepción

la que lleva a procurar que en las contrataciones se ponga especial énfasis

para que los materiales a utilizar sean fabricados en el país, pues ello

potencia nuestra industria y significa trabajo para los argentinos,

mejorando su calidad de vida. De este modo se multiplica el impacto

directo de la infraestructura” (De Vido y Bernal 2015: 508).

En otras palabras, el Modelo K tuvo su propia forma de incorporar el territorio a

la planificación estatal y el nexo estuvo en el papel de la obra pública o la inversión en

infraestructura pública, de donde surge la pregunta si esta última al ser más

importante que el territorio fue distribuida más con criterios políticos que

auténticamente territoriales. Más allá de estas críticas no se puede discrepar con

respecto al papel del territorio y se las diversas estrategias de actuación como la

planificación estratégica participativa y el ordenamiento territorial. Como lo expresara

el Avance 2012 del PET:

“La crisis que actualmente padecen las economías de los países

desarrollados permite revalorizar las ideas clave con las cuales se condujo

el vigoroso proceso de desarrollo de la Argentina desde 2003. Durante

años, prevalecieron las teorías que concebía la necesidad de achicar el

Estado para que el mercado desplegara su iniciativa y pudiera realizarse el

círculo virtuoso del crecimiento. Lo que se hizo en base a ello fue

rediseñar los Estados para que fueran funcionales al flujo de los capitales

financieros globales y a sus intereses locales asociados. En este contexto,

no es cierto que no se planificara, sino que, bajo el supuesto de que era el

mercado el que garantizaba la mayor eficiencia y racionalidad en la

asignación de recursos, el Estado tomaba las decisiones de inversión

sobre la base de las iniciativas planificadas por el sector privado como

parte de su estrategia empresarial. Nuestra historia reciente muestra que

esas teorías, lejos de hacer converger crecimiento y desarrollo, aumentan

las brechas entre los sectores sociales y acrecientan las distancias entre

regiones ricas y pobres. El accionar especulativo de los mercados provoca

desastres socieconómicos como los que estamos presenciando en el

mundo, y son los Estados los que vuelven a adquirir protagonismo;

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aunque lamentablemente, en muchos casos, llevando a delante

soluciones de ajuste que acaban profundizando las inequidades. Lo que

hoy ocurre a nivel global demuestra que la planificación debe estar en

manos de Estados que garanticen el desarrollo con inclusión social y que

la utilicen como instrumento de fomento, invirtiendo para promover el

crecimiento con igualdad de oportunidades” (PET-Avance 2012).

Volviendo al título de esta sección, podemos concluir que efectivamente y

fuera de toda duda el Modelo K contempló el territorio en su plan de desarrollo. Sin

embargo la forma de incorporar esta dimensión fue más pragmática que teórica-

conceptual. Si a primera vista puede parecer que el territorio se insertó sólo parcial o

insuficientemente en las políticas de desarrollo del Modelo, esta apariencia de debe a

que a lo que más importancia le dio el gobierno kirchnerista fue a la obra pública y a

las infraestructuras, en vez de al territorio en sí mismo. Sin embargo el excesivo énfasis

en los soportes materiales antes que en el soporte-territorio, debilitó los resultados

efectivos del Modelo ya que, por ejemplo, más allá de sus buenas intenciones, generó

efectos o resultados negativos como el de los “territorios sacrificados”, como

consecuencia de su estrecha dependencia del Estilo de Desarrollo predominante y del

impacto de la crisis internacional del 2007-2008.

No obstante la forma como la versión neodesarrollista neokeynesiana del

Modelo K encontró una forma de resolver el dilema de cómo utilizar los canales

verticales y horizontales para generar desarrollo (Stöhr 1972). Si en la década de 1970

estos canales eran respectivamente el pleno empleo y el salario (por el lado de los

canales verticales) y la planificación con énfasis en la teoría del “derrame” o sprawl

(por el lado de los canales horizontales), durante los doce años de duración del Modelo

K el salario y el empleo se abordaron indirectamente a través del fortalecimiento del

mercado interno, las políticas sociales y la expansión del Estado. Por su parte, los

canales verticales nunca antes estuvieron tan claramente presentes, de manera directa

e indirecta, como en dicho período debido al papel del Estado en la inversión pública

en materia de infraestructura, préstamos a las empresas y políticas de mejoramiento

del hábitat.

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Neodesarrollo y territorio en las escalas subnacionales (provincia y municipio)

“La guerra por una redistribución

equitativa de las rentas y riquezas

estratégicas entre los dos proyectos

políticos antagónicos –uno de 23

provincias, otro de un puñado de

provincias limitadas a la región

pampeana- no ha concluido. Sigue tan

vigente como desde un comienzo,

aunque expresándose por supuesto por

la vía política” (De Vido y Bernal

2015:715).

El Plan Federal Solidario de la Soja: luces y sombras de una estrategia de

infraestructura económica y social47

Como ya hemos visto, el Modelo K no sólo tuvo en cuenta el territorio sino que

incluso lo hizo de una forma que no se había visto en Argentina desde el período 1944-

1955. También hemos visto que la forma de contemplar el territorio en este Modelo

no se basó en definiciones ni planteos disciplinares sino que, desde un comienzo,

actuó de una forma directa, proactiva y frontal sobre el mismo. Si bien desde las

disciplinas que estudian el territorio hubiéramos querido encontrar más “teoría” sobre

planeamiento y ordenamiento territorial, no podemos pasar por alto que

precisamente, en el pasado,48 aquellos gobiernos que más teorizaron sobre el

territorio fueron los que menos hicieron. Por el contrario su forma de abordar el

territorio, nos guste o no, fue directa y por medio de la inversión pública directa en

planes, programas y proyectos de obra pública e infraestructura. Ya hemos visto cómo

se realizó esto a escala nacional. Queda ahora analizar cuál fue la estrategia del

Modelo K para hacer “bajar” el desarrollo a los niveles y jurisdicciones subnacionales,

fundamentalmente mediante inversiones traducidas en infraestructura urbana. Nos

centraremos fundamentalmente por su importancia socioeconómica y relevancia

histórica en el Plan Federal Solidario de la Soja o también conocido como Fondo

Federal Solidario.

El Plan Federal Solidario de la Soja o Fondo Federal Solidario (en adelante FFS)

fue creado por la presidente Cristina Fernández en 2009 durante el transcurso de su

47

Véase además sobre este tema el aporte de la economista Graciela Franco, a continuación de este trabajo. 48

Sobre todo en nuestro pasado neoliberal de la década de 1990.

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primer mandato por Decreto 206 del 19 de marzo de dicho año.49 El FFS fue creado

para beneficiar a las 23 provincias y las 24 jurisdicciones de segundo orden del sistema

político administrativo y la estructura político-territorial argentina. Su principal

objetivo fue la recuperación, federalización y coparticipación de la renta sojera para

una planificación de la industrialización y el desarrollo a través de su equitativa

redistribución entre todas las provincias y fue una medida del Modelo K que intentaba

fortalecer las bases del federalismo argentino.

Como puede verse, la fuente fundamental del FFS eran los derechos de

exportación de la soja lo cual, en el contexto de la crisis económica internacional,

puede verse tanto como una fortaleza como una debilidad del Modelo. Una fortaleza

porque logró acceder a una fuente de capitales provenientes de la agricultura nacional

para continuar impulsando su modelo nacional y popular, no sin antes afrontar uno de

los conflictos más arduos de sus doce años con los poderosos actores sociales que

representaban los intereses de las exportaciones sojeras y que habían logrado la

transformación de la renta agraria en renta sojera.50 En efecto, era el período durante

el cual la soja había alcanzado los valores históricos de exportación más altos y había

mucho dinero en juego.51 El conflicto con el campo se tradujo en numerosos y

multitudinarios paros, protestas, cortes de rutas y piquetes que puso al país al borde

de la inestabilidad y la pérdida de la institucionalidad democrática.

Pero, en la línea de nuestra argumentación y análisis del Modelo K, la forma de

financiar el FFS puede considerarse una debilidad, ya que la continuidad del Modelo

quedó atada a un monocultivo y de este modo quedó sellada la dependencia del

Modelo K al estilo de desarrollo predominante. Si bien por un lado el gobierno dispuso

de gran cantidad de fondos para continuar financiando sus Planes, Programas y

Proyectos sociales y de infraestructura sin caer (por el momento) en un círculo vicioso

de déficit fiscal, por otro lado, se perdía libertad y autonomía y lo que se había

conquistado a costa de desendeudamiento internacional se perdía al quedar atado

como “socio” al crecimiento del cultivo de esta oleaginosa. Esto llevó a una de las

grandes contradicciones del Modelo K: por el lado de la planificación, a los territorios

sacrificados; y por el lado del desarrollo sustentable, a apoyar indirecta y tácitamente

49

El convenio fue firmado el 26 de marzo de 2009. No hay que pasar por alto que este año la Crisis internacional ya asolaba la economía mundial y hacía entrar en recesión a las economías más importantes del Planeta. 50

Nos referimos al paro agropecuario, lock out y bloqueo de rutas en Argentina de 2008 fue un extenso conflicto en el que cuatro organizaciones del sector empresario de la producción agro-ganadera en la Argentina (Sociedad Rural Argentina, Confederaciones Rurales Argentinas, CONINAGRO y Federación Agraria Argentina), tomaron medidas de acción directa contra la Resolución nº 125/2008 del Ministro de Economía Martín Lousteau, durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, que establecía un sistema móvil para las retenciones impositivas a la soja, el trigo y el maíz. 51

El 13 de junio de 2008 la tonelada de soja alcanzó el precio record histórico de 573 dólares.

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el impacto ambiental negativo del paquete tecnológico sojero, con sus consecuencias

de desmonte y contaminación.52

El FFS se reglamentó con el mismo sistema que la Ley de Cheques. Un 70% para

la Nación y el 30% restante para las provincias. A su vez, la misma proporción 70/30

era aplicada por las provincias para coparticiparlo con los municipios y departamentos.

Los fondos eran exclusivamente para financiar obras de infraestructura económica y

social. La lógica del FFS fue sostener la actividad económica para sostener la expansión

del gasto fiscal en infraestructura.53 Este Plan no se basó en criterios retributivos

(devolverle a las provincias que más soja producían) sino distributivos; es decir que el

criterio adoptado se basaba en la equidad para con aquellas provincias con mayores

necesidades en materia de infraestructura.54 Como subrayan De Vido y Bernal:

“No hubiese sido justo ni viable para un modelo realmente federal

(nacional) que la renta agraria, producto de la soja nacida en las

provincias históricamente privilegiadas por sus condiciones naturales,

quedara fuera del alcance de las regiones y poblaciones más postergadas

por casi dos siglos de conservadorismo. Aquí, en este hecho

económicamente solidario […] está el verdadero sentido equitativo

(federal) de la medida. En efecto, mientras que la región pampeana, que

produce más del 85% de la soja y concentra aproximadamente igual

porcentaje del PBI del país, recibe el 45% de los recursos del FFS, las

regiones y provincias extrapampeanas, que sólo producen manos del 15%

de la soja y aportan algo más del 10% al PBI nacional, acaparan el 55% de

lo recaudado por el mencionado fondo” (Aut. Cit.; pág. 715).

La ejecución de los fondos del FFS desde su creación puede verse en la Tabla 1.

De acuerdo a los valores que se proyectaban para el 2015 se esperaba llegar al máximo

histórico de recursos redistribuidos desde el la creación del FFS, con 21.756 millones

de pesos, repartidos de la siguiente manera:

52

Utilizar o no los derechos de exportación de la soja para puede haber sido un dilema para el Modelo K a sabiendas que al depender de estos perdía autonomía. Desde ya que mucha más autonomía (por no decir soberanía) se hubiera perdido si en vez de recurrir a esta fuente de financiamiento basada en una producción nacional, se hubiera regresado a las fórmulas y recetas del “pensamiento único” en economía: endeudarse con organismos financieros internacionales (el consabido origen de nuestra deuda externa). Sin embargo, el hecho de que el Modelo K haya volcado estos recursos en planes de infraestructura para el desarrollo (los “canales horizontales” de Stöhr) no puede dejar de verse como una forma de convertir una debilidad en una fortaleza. Sobre todo planteando que estos recursos podrían haberse utilizado para otros fines alejados del desarrollo. 53

Discurso presidencial del 19 de marzo de 2009. 54

Aunque no hemos encontrado ningún elemento que apoye la idea, habría que preguntarse si no pudieron haber entrado en juego criterios “punitivos” para castigar a las provincias “anti” Modelo K.

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- 23,59% para la provincia de Buenos Aires y CABA.

- 17,21% para las provincias de Córdoba y Santa Fe.

- 17,69 para las provincias del noroeste.

- 19,84% para las provincias del noreste.

- 10,18% para las provincias de la Patagonia.

- 11,50% para las provincias cuyanas.

Desde el Modelo K se consideró que el FFS venía “a saldar –al menos

parcialmente ya que aún queda mucho por hacer- una deuda histórica con el

federalismo real pero también a minar los pilares de ese “campo” especulativo y

semicolonial, que a pesar del tiempo transcurrido, pretende seguir reteniendo para sí

los frutos de una rentabilidad que debiera ser compartida con la totalidad del país. El

FFS se constituye en una herramienta fundamental del plan de obra pública vigente

desde el 25 de mayo del 2003, habiendo repartido desde su creación y al 2014 49.328

millones de pesos entre las 23 provincias y sus jurisdicciones”.

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Tabla 1. Fondo Federal Solidario: Recursos afectados por jurisdicción y año (Fuente:

Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios).

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65

El Plan Más Cerca: cuando el desarrollo quiere “llegar hasta el fondo” (unidades

político administrativas de tercer orden)

El Modelo K también contempló la necesidad de llegar al nivel y a la escala

municipal o departamental con sus planes de desarrollo nacional, lo cual constituye

otra de sus diferencias con los modelos neoliberales descentralizadores y

privatizadores. Esto se llevó a cabo a través de políticas de dotación de infraestructura

urbana para municipios enmarcadas en el “Plan Más Cerca. Más municipio, más país,

más patria”. Este interés por la creación de canales de desarrollo para las unidades

político-administrativas de tercer orden bajo la competencia y la articulación y

coordinación Nación-Municipio no debería llamar la atención en vista de los

antecedentes de la cuestión municipal desde el último período neoliberal durante la

década de 1990 y comenzado el siglo XXI (hasta 2003).

No podemos olvidar que la década de 1990 fue el período de la llamada

“municipalización de la crisis” (Reese y Cattenazi), proceso derivado de la redefinición

de las funciones del Estado neoliberal que descentralizó atribuciones y competencias

sin la correspondiente transferencia de recursos para cumplir con sus nuevas

funciones en el ámbito departamental, fundamentalmente en las ciudades. Sin

embargo, la debacle del 2001 llevó a esta crisis a un nivel imposible de gestionar

debido a que al salir violentamente de la convertibilidad los municipios quedaron

quebrados a causa del endeudamiento en dólares con los organismos multilaterales de

crédito ante la imposibilidad de saldar esas deudas como consecuencia de la

pesificación de la economía argentina. A partir del 2003, gracias a la política económica

del Modelo K la situación comenzó a revertirse y normalizarse. Sin embargo, el modelo

nacional y popular intentó desde un comienzo evitar contraer deuda externa para

financiar la obra pública en cualquiera de sus tres niveles y sus cuatro jurisdicciones.

De ahí que se preocupara por proveer de recursos que se traduzcan en “canales

horizontales de desarrollo”.

Además de proveer los recursos financieros, el plan “Más Cerca” priorizaba el

uso de fuerza de trabajo y materiales locales o regionales (en todo caso siempre

nacionales) a través de cooperativas y PyMES con el propósito de fortalecer las

economías locales y regionales. Dicho Plan estaba dividido en cuatro rubros:

1. “Mejor calidad de vida, más salud”: agua potable, desagües cloacales y pluviales,

infraestructura hospitalaria.

2. “Mejor inclusión, más justicia social”: vivienda, mejoramiento habitacional,

infraestructura comunitaria, centros culturales, centros deportivos, escuelas y demás

obras de arquitectura.

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3. “Mejor conectividad urbana, más integración”: obras viales de acceso, pavimento de

circuito de conexión de escuelas, centros de salud, administrativos y bacheo.

4. “Mejor espacio urbano, más seguridad pública”: plazas y espacios públicos,

alumbrado público y cordones cuneta y veredas.

En 2014, el “Plan Más Cerca” entró en su segunda etapa y fue ampliado para

contemplar otros rubros relacionados con soluciones energéticas clave como por

ejemplo mejora en la distribución de electricidad mediante obras municipales y mejora

de alumbrado público.

Inversión en Ejecución desde el 2012

Obras Finalizadas Cantidad de Municipios donde se realizaron Obras

38.256.000

7311

1682

Tabla 2. Plan Más Cerca: Inversiones, obras y municipios afectados (Fuente: Ministerio

de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios).

Tipo de Obra Inversión

Infraestructura urbana 16.373

Obras eléctricas 14.819

Obras hídricas 4.594

Obras gasíferas 2.470

Tabla 3. Plan Más Cerca: Tipo de obra e inversión realizada (Fuente: Ministerio de

Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios).

Tipo de Obra Cantidad

Pavimentación, cordón cuneta, plazas y parques

3240

Centros públicos de salud, cultura y deporte

1115

Viviendas y otras mejoras urbanas 1308

Redes de agua potable 700

Redes de cloaca 438

Desagües, saneamiento y defensa contra inundaciones

250

Infraestructura hídrica 52

Tabla 4. Plan Más Cerca. Tipo de obra y cantidad (Fuente: Ministerio de Planificación

Federal, Inversión Pública y Servicios).

Para cerrar esta sección podemos recordar el lúcido análisis de Rofman acerca

de la planificación del desarrollo en América Latina. A pesar de los años transcurridos

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desde sus aportes, estos siguen más vigentes que nuca. Según este autor, la

efectividad o el éxito de la planificación territorial del desarrollo “debe juzgarse a partir

del sentido de las estrategias y del modo como las políticas espaciales se ajustan a

ellas”. Es decir que serían exitosas bajo la condición de que esas dos dimensiones

vayan a la par pero fracasarían cuando ocurre lo contrario (Rofman, pág. 10). En otras

palabras, si el objetivo declaro de una política de planificación es el desarrollo, las

estrategias que se implementen para llevarlo a cabo no deberían ser contradictorias o

incongruentes con lo que se pretende.

Ahora bien ¿cuáles pueden ser las causas o las razones por las cuales se

produzca dicha divergencia? Para Rofman, toda planificación del desarrollo encierra

“mecanismos decisionales puestos en práctica para orientar el procesos de

acumulación a escala regional en un contexto concreto: el del modelo capitalista

dependiente, y en situaciones precisas: el de cada estrategia de desarrollo impulsada a

nivel nacional por los sectores que controlan el aparato del Estado” (pág. 10-11). Es

decir que de acuerdo a los intereses de esos sectores de poder, la planificación aun

autodefiniéndose como desarrollista bien podría ir en contra de los intereses de los

sectores sociales y las regiones más postergadas y focalizarse únicamente en aquellos

que son afines a la acumulación de capital y concentración de poder.

Es por eso que en el caso del Modelo K, y a la luz de los temas recorridos en las

páginas precedentes, la planificación del desarrollo parece auténtica y explícitamente

dirigida a “dotar de un marco espacial a las políticas nacionales en ejecución” en vez de

continuar con la tendencia prevaleciente en los períodos neoliberales que azotaron al

país, las que siempre se han expresado explícitamente como “respuestas concretas a

las necesidades de los sectores económicos y políticos dominantes en términos de sus

respectivos procesos de acumulación” aplicando “[…] métodos y mecanismos de

ejecución engendrados y experimentados en el exterior, en los países capitalistas

avanzados, sin ningún tipo de adaptación al contexto socio-económico que pretenden

modificar” (pág. 113).

En el caso del Modelo K la planificación ha hecho un proceso de autocrítica con

respecto a teorías y prácticas heredadas del neoliberalismo y del desarrollismo y ha

retomado, pero adaptándolos a los tiempos que corren, las preocupaciones nacionales

y populares y los enfoques capaces de enmarcarlas en el nuevo neodesarrollismo

neokeynesiano. De esta forma, se produjo un pensamiento auténticamente crítico y al

mismo tiempo teórico-conceptual, al menos en el campo de los instrumentos de

planificación y ordenamiento territorial, contestatarios de la formas de intervención

neoliberales.

Si bien la planificación puede verse como “el instrumento de planificación

diseñado para tornar más eficiente el proceso de acumulación del capital acorde a la

estrategia de desarrollo dominante” (pág. 116), sus “contenidos” pueden variar y por

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eso es necesario distinguir si estamos frente a un modelo neoliberal o a uno nacional y

popular. Aquí se plantea la disyuntiva entre eficiencia y equidad en la planificación

territorial, dos formas o modalidades diferentes de hacer llegar el desarrollo al

territorio a través de los correspondientes “canales horizontales”.

Más allá de que en el marco de la planificación del desarrollo el énfasis en la

equidad y la eficiencia casi nunca se encuentra presente de forma “pura”, es evidente

que es posible identificar si el énfasis recae sobre un aspecto u otro. En nuestro caso

siempre hemos empleado como ejemplo la pregunta acerca de cuál es la “variable

independiente” de la planificación y la gestión, ya que las consecuencias que se

desprenden son muy significativas y diferentes.

En palabras de Rofman “entendemos como contendido de equidad aquel que

supone propugnar medidas de alcance espacial que se basen en restablecer o afirmar

derechos justos a sectores sociales rezagados dada su inscripción espacial, como

contenido básico de la política” (pág. 118, subrayado J.M.M.). Y a continuación brinda

el siguiente ejemplo que permite comprender mejor las diferencias entre políticas de

desarrollo territorial inspiradas en la equidad o en la eficiencia:

“Si lo que se propugna es la descentralización ella se fundamenta en que

de este modo la población concentrada podrá disfrutar de condiciones

ella se fundamenta en que desde este modo la población concentrada

podrá disfrutar de condiciones de vida más propicias y la población

distribuida en la periferia tendrá derecho a recibir los beneficios

históricamente postergados y hasta ahora reservados a los sectores ue

habitan las áreas de mayor densidad poblacional. En cambio, el contenido

de eficiencia supone que cualquier política de planificación […] que se

adopte debe apuntar a incrementar la eficiencia del proceso productivo,

lo que se puede lograr descongestionando áreas densamente

aglomeradas, trasladando industrias a zonas donde los recursos naturales

son más fácilmente obtenibles, etc. Es decir redistribuyendo las

principales localizaciones se logrará [supuestamente] un mayor bienestar

pues todo el sistema estará en mejores condiciones para producir bienes

y servicios a disposición de la población.55 Amos ejemplos, por supuesto,

son solamente algunos de los que podrían ilustrar los enfoques

diferenciados que se pretenden evaluar” (pág. 118).

55

Desde ya que en este caso, donde a pesar de que la eficiencia sea la variable independiente, se pone como objetivo el bienestar general, se pasa por alto algo que Rofman sostiene en su texto como una de las principales incongruencias. En efecto, en el caso de procesos económicos fuertemente condicionados por una alianza entre el capital y el poder político, cuando los argumentos explícitos de la eficiencia no se corresponden con los implícitos: acumular más capital y concentrar más poder, agudizando los fenómenos de explotación y dominación, a expensas de las poblaciones a los que se dice beneficiar.

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Y en este segundo caso, ¿hasta qué punto el núcleo neodesarrollista

neokeynesiano se mantiene íntegro y con relativa independecia del estilo de desarrollo

predominante? Es decir ¿hasta qué punto el Modelo K pudo mantener una cierta

autonomía con respecto a las presiones de las que, a pesar de su declarada

independencia y nacionalismo, no pudo escapar ni prescindir debido tanto a su

urgente necesidad de recursos económicos –para continuar manteniendo en marcha

un modelo más afín con la equidad populista que con la eficiencia conservadora- como

a las presiones y compromisos internos derivados de su estrategia de creación de

consenso (concentración de poder)? He aquí el nudo gordiano, el Caribdis y Escila o

como queramos llamarle, pero al fin y al cabo, el origen de la perplejidad subyacente al

“Efecto Rashomon”.

Independientemente de estas preguntas de fondo, si focalizamos nuestros

interrogantes acerca de la transmisión de desarrollo al nivel municipal y urbano, nos

volvemos a encontrar con claros indicios de que se realizaron intervenciones

significativas y relevantes para cada ciudad siempre y cuando se hayan canalizado

recursos a través de convenios con los niveles inmediatamente superiores del Estado.

Esto mismo se verifica tomando el caso del Aglomerado Mar del Plata y el

Partido de General Pueyrredon. Es sabido que durante décadas existieron carencias

urbanas con respecto a infraestructura que permanecían sin resolver por falta de

decisión política, apoyo provincial y central o imposibilidad de afectar recursos del

presupuesto municipal debido a la crisis financiera crónica que estos padecen.56 Esas

carencias, denominaron como “problemas de la vieja agenda”, tuvieron que aguardar

a la llegada del Modelo K para ser abordados y resueltos mediante su enfoque

neodesarrollista. No podría pasarse por alto la importancia de las obras de

infraestructura (al igual que otros logros alcanzados) que quedaban sin implementar a

lo largo de las décadas. Es decir que, el hecho de que esa “agenda” recién se haya

podido “vaciar” durante los doce años que duro el Modelo Nacional y Popular, habla a

las claras sobre la importancia que se le dio a al desarrollo a escala local.

Los principales temas que formaban parte de la “vieja agenda” y las soluciones

que se aportaron fueron las siguientes:

56

Históricamente, el 90% del presupuesto de los municipios de la Provincia de Buenos Aires se encuentra afectada a pago de salarios, mientras que el 10% restante es el remanente efectivamente disponible para funcionamiento. Durante el ciclo neoliberal, la cifra para funcionamiento se redujo aún más y esta situación se mantiene hasta el día de hoy. Este es uno de los factores de la “Municipalización de la Crisis”.

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- La construcción de una estación ferroautomotora y la desafectación de la antigua

estación de micros de larga distancia.

- La finalización de las obras de saneamiento de los efluentes cloacales que se vierten

en el mar (construcción de un “emisario submarino” y una nueva planta de

pretratamiento de efluentes cloacales).

- Desarrollar una forma ambientalmente sustentable de disposición de residuos sólidos

domiciliarios.

- Resolver la situación de las personas cuyas estrategias de sobrevivencia se basan en

la separación manual y el reciclado de materiales extraídos de los vertidos de basura

en el predio de disposición final.

- La construcción de un nuevo sistema de salud pública municipal, que comenzó con un

Centro de Especialidades Ambulatorias (CEMA) y el proyecto de un hospital municipal

para no seguir dependiendo del sistema de salud provincial (recordemos que el Partido

de General Pueyrredon no cuenta con hospital municipal a pesar de su jerarquía

urbana.

- Recuperación de los terrenos ocupados por la Villa de Paso y relocalización de las

familias en conjuntos de viviendas de interés social.

Más allá de este temario, también se realizaron obras e intervenciones con

respecto a nuevos temas y problemas:

- Problema de déficit de vivienda: Plan Procrear.

- Desempleo de sectores sociales residentes en áreas periféricas y periurbanas:

creación de cooperativas de trabajo a cuyos integrantes contrataba directamente el

municipio.

- Aumento de la inseguridad e ineficiencia de la policía provincial: creación de la Policía

Local.

- Obras de protección y recuperación de playas: “refulado” y construcción de defensas

costeras de tipo rompeolas.

- Situación de baja operatividad del puerto de Mar del Plata: obras de dragado del

canal de acceso al puerto para permitir la operación de buques de mayor calado (por

ejemplo portacontenedores) y habilitación del Puerto para operar con contenedores.

- Falta de turismo internacional: construcción de una terminal de cruceros.

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- Falta de políticas municipales de promoción industrial: ampliación de Parque

Industrial de la ciudad de Batán.

- Sectores sociales vulnerables: creación de nuevos Planes, Programas y Proyectos para

paliar a sectores sociales de bajos ingresos y su administración compartida junto con el

Municipio.

- Deficit de servicios básicos en algunos sectores del aglomerado: ampliación y mejora

de redes de agua potable y cloacas.

- Deterioro del sistema vial del aglomerado: pavimentación, bacheo y cordón cuneta.

- Demandas no atendidas de AVF: mejoramiento barrial.

- Problemas de falta de integración y delincuencia juvenil: Centros deportivos barriales

con natatorios.

- Inseguridad vial en las rutas que conectan a Mar del Plata con capital fedral:

finalización de la Autovía 2 (Ruta Provincial 2).

- Perdida del FF.CC. como medio de transporte de pasajeros: recuperación y

renovación del ferrocarril como transporte público de pasajeros entre Capital Federal y

Mar del Plata.

- Descenso de la inversión por el Cepo Cambiario: Políticas urbanísticas de fomento a

la construcción privada.

- Preservación y rehabilitación de patrimonio urbanístico: Complejo Rambla-Casino-

Hotel Provincial y Asilo Unzué.

Si bien podríamos seguir prolongando esta lista, creemos que todas estas

obras, acciones e intervenciones son concretas y visibles dentro del Municipio y del

Aglomerado y por lo tanto no puede ponerse en duda su “lectura territorial”. Otra

cuestión sería plantear si la forma como se resolvieron los problemas subyacentes a la

vieja agenda y a los nuevos problemas haya sido la mejor, la más eficiente o la más

equitativa. Más allá de la pertinencia de esta pregunta su respuesta excede los límites

de este trabajo y nos conformamos con reconocer que el desarrollo llegó al nivel y la

escala local y municipal a través de los respectivos canales de transmisión.

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6. Balance del Modelo K

No podemos pretender ni buscar la perfección en un modelo de desarrollo, eso

sería tan ambicioso como irreal ya que los errores, defectos, debilidades,

inconsistencias, conflictos y contradicciones, son una parte intrínseca de todo

fenómeno socio-económico. Sin embargo, basándonos en la duración y la estabilidad

del ciclo kirchnerista, un fenómeno inédito en la historia argentina, no podemos hacer

otra cosa que reconocer que se trató de uno de los mejores períodos de la historia

económica. O al menos así lo han expresado en las urnas más de dos tercios del

electorado a lo largo de doce años y tres presidencias del FPV.57

Más allá de los defectos y debilidades del Modelo K, algunos de los cuales

pueden haber influido en las decisiones electorales que en las postrimerías del ciclo

pusieron en cuestión su continuidad en el gobierno por un cuarto período presidencial,

las características positivas (o menos cuestionables) se proyectan hacia el futuro del

país como y con una poderosa fuerza interpelante para los gobiernos y modelos

económicos por venir –sobre todo si provienen del “pensamiento único”.

Precisamente, su fuerza interpeladora proviene de haber demostrado que es

posible un estilo nacional, popular y democrático o, en otras palabras, gobernar a

través de un Estado capaz de generar condiciones de gobernabilidad y de crecimiento

con estabilidad económica e institucional que permitan una distribución más

equitativa de la riqueza en la sociedad postneoliberal de la última década del siglo XX y

principios del siglo XXI.

Esta acción interpelante cobra todavía más fuerza frente a los gobiernos y

estilos de Estado neoliberales debido a sus políticas decididamente excluyentes y

polarizadoras o que, en otras palabras, decididamente excluyen y polarizan amplios

sectores de la sociedad debido a la desimplicación del Estado y la exagerada y acrítica

confianza (casi teológica) en el papel asignador del Mercado.

Desde nuestro punto de vista Modelo K fue un intento de plantear el desarrollo

inspirándose en el pensamiento económico neokeynesiano. En esta línea, el

fortalecimiento del mercado interno representa un esfuerzo por guiar la

macroeconomía por carriles por completo diferentes a los del pensamiento económico

marginalista y al Modelo Neoliberal.

Los principales aportes del Modelo K, en el contexto de la historia económica

argentina podrían sintetizarse como sigue:

57

Kulfas, en su profundo estudio sobre los tres kirchnerismos, reconoce que en dicha etapa hubo logros “altamente significativos en muchos casos –dentro del contexto histórico particular” (2016:14).

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- Se puede crecer con lo propio y dinamizar la economía desde adentro.

- El ahorro genuino basado en un modelo económico autosuficiente que se apoyó en el

desendeudamiento externo y en el fortalecimiento del mercado interno, permitió

transferir generosamente el excedente hacia una gran cantidad de planes, programas y

proyectos sociales de una envergadura inédita y revolucionaria debido al volumen de

recursos asignados.

- Se retornó a la infraestructura como herramienta estratégica para el desarrollo.

Sin embargo, como hemos visto, las contradicciones internas del Modelo K y

sus limitaciones externas le dejaron poca capacidad de maniobra sobre todo a partir

del año 2007-2008, debido a las consecuencias de la crisis económica internacional.

Como consecuencia de estos factores, al no poder alcanzar los objetivos del Modelo ni

procesar el efecto negativo de las causas externas, se abandona prematuramente la

forma neodesarrollista del Estado Neokeynesiano así como sus objetivos sociales

tendientes a la búsqueda del desarrollo y ello se reemplaza por objetivos más

identificados por la búsqueda y el mantenimiento del control del sistema político-

económico adoptándose para ello una forma de Estado más identificada con lo

populista autoritario.

De acuerdo a nuestras reflexiones, el movimiento del sistema político y del

sistema económico, después de las elecciones presidenciales de octubre de 2015,

hacia una nueva fase neoliberal puede atribuirse a que el Modelo K no logró afrontar

exitosamente el conjunto de contradicciones internas y limitaciones internacionales en

varios frentes a la vez, lo cual fue debilitando su consenso y legitimidad a pesar que

opuso cierta resistencia en la medida que se lo permitió cada período del Modelo K.

En efecto, tanto el Modelo de Acumulación de poder del gobierno, como el

Estilo de Desarrollo por el lado de las contradicciones internas (sumado a un

desafortunado estilo de comunicación presidencial más inclinado a la confrontación

que a la construcción de consensos), además de los efectos de los factores

internacionales como el proceso de globalización de la economía, los avatares del

capitalismo y el comportamiento de su ciclo económico, condicionaron fuertemente al

Modelo K dificultando que, pese a sus esfuerzos y aspiraciones continuara siendo el

mismo proyecto popular y nacional que comenzara siendo durante su primer período

(2004-2008). El Modelo K se transformó así (sin haberlo reconocido jamás) en un

modelo populista autoritario con un Estado fuertemente expandido estructuralmente

pero que, al no contar con los recursos genuinos para financiarlo (aquellos que

provenían del crecimiento de la economía y de políticas afines) continuó creciendo a

expensas de las funciones que debía cumplir en la sociedad. Esto fue aprovechado por

la oposición de derecha para dar la impresión, al mejor estilo periodístico principios de

los años 90) de que se había creado un Estado ineficiente y corrupto. Por su parte, la

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oposición de izquierda, también intentó socavar por todos los medios la legitimidad y

la gobernabilidad del Modelo K, argumentando que sus políticas económicas no

solamente no habían cumplido con los prometido sino que además habían provocado

niveles de empobrecimiento, inflación y desempleo superiores a los existentes al 2004.

Si hubo una crítica sobre la que coincidió la oposición de derecha y de izquierda

fue en las acusaciones de corrupción por parte del gobierno del FPV. Sin embargo, con

respecto a estas, hay que expresar tres advertencias. Primero, que debido a que la

accountability del keynesianismo es inconmensurable con la del marginalismo, el

neoliberalismo es incapaz de poder evaluar la performance de una economía

neodesarrollista viendo en consecuencia corrupción en toda la gestión y en cada

política o decisión que utilice los recursos de forma distinta a como lo hacen los

economista que adscriben al “pensamiento único”. Segundo, que será en la justicia y

mediante sentencia fundada en ley y no en acusación vertidas en medios masivos de

comunicación opositores donde deberá establecerse si hubo o no corrupción. Tercero,

que la destrucción socio-económica provocada por el Neoliberalismo desde mediados

de la década de 1970 hasta principios del Siglo XXI fue tan profunda y estructural que

es muy poco lo que puede hacer un gobierno con un modelo neodesarrollista para

revertir esos niveles de desmantelamiento, sobre todo cuando las condiciones

internacionales le son adversas.

Sobre el tema de la corrupción son sumamente interesantes los comentarios

que realizó Aldo Ferrer, poco antes de su muerte, haciendo una comparación entre el

modelo de desarrollo nacional y popular y el modelo neoliberal:

“En el modelo nacional y popular la corrupción es vernácula: se

manifiesta principalmente en ilícitos vinculados a transacciones en el

mercado interno. En el neoliberal es cipaya, porque tiene lugar

principalmente a través de la especulación financiera con el exterior y la

extranjerización de la explotación de los recursos naturales y los servicios

públicos. Es decir, agrede la soberanía. Por su magnitud y consecuencias

naturales, la corrupción y el ‘capitalismo de amigos’ propios del modelo

neoliberal son mucho más graves que los ilícitos vernáculos

característicos del nacional y popular” (Ferrer 2016:5).

Quizás el mejor balance del Modelo K provenga de la valoración de aquellos

economistas que no coincidían con él y darnos cuenta que por encima de las críticas

efectuadas a diestra y siniestra, hubo características positivas y fortalezas que ni los

propios opositores pudieron desconocer. Como reflexionaba un economista afín con la

ortodoxia en 2015:

“Cada crisis tiene características propias. La típica pregunta es si la

coyuntura actual puede devenir en una crisis como la del 2001, o sea, en

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un evento altamente traumático con corrida bancaria y con tasas de

desempleo y de pobreza muy elevadas. En principio, todo indica que las

condiciones económico-financieras en la actualidad son muy diferentes a

las que precedieron la crisis del 2001, especialmente porque a priori no se

vislumbran los riesgos de una crisis macrofinanciera, sino algo más

parecido a lo que fueron las crisis de balanza de pagos del período stop

and go. Tal vez podría hablarse de una crisis mucho más fuerte que la de

los años cincuenta y sesenta y más parecida al Rodrigazo, aunque en una

economía más compleja, debido a un mayor desarrollo financiero y con

menor tasa de inflación subyacente. No hay duda de que los

fundamentals macroeconómicos argentinos son más robustos que los

que prevalecían antes del 2001, principalmente por tres motivos.58

Este economista argentino señala tres motivos fundamentales debido a los

cuales es poco probable que se manifieste una crisis del estilo de la del 2001. Dichos

motivos son los siguientes:

1) “[…] el nivel de dolarización en la economía es mucho menor, sobre todo de las

deudas y de los depósitos, con lo cual las empresas, los bancos y el gobierno no son

tan vulnerables al efecto de una devaluación […]. Esto favorecería que una devaluación

pueda funcionar con un impacto positivo en precios relativos sin generar efectos

“secundarios” sobre la solvencia del gobierno o las empresas”.

2) “[…] el tamaño de la deuda pública es mucho menor que en 2001, y esto se debe en

parte, a la política de desendeudamiento que presentó algunas virtudes a pesar de las

críticas que mencionamos. Con una deuda neta que ronda el 20% del PBI, que es baja

para los estándares internacionales, es impensable que pueda desatarse un default

como el que declaró Adolfo Rodríguez Saá en 2001 y que esta tenga efectos

devastadores sobre la economía. Es cierto que el país está en default, incluso, de gran

parte de la deuda que ya reestructuró. Sin embargo, en esta ocasión no se trata de un

default que ocurriera por falta de capacidad de pago, sino por razones técnicas o

legales. Este menor nivel de deuda en el sector público se extiende al sector privado,

que ha bajado fuertemente su nivel de endeudamiento, debido al alto costo financiero

que ha venido sufriendo el país y a la incertidumbre que ha prevalecido en muchos

sectores de la economía que jugaron en detrimento de las inversiones a largo plazo”.

3) “[…] el sistema bancario es sólido y no hay indicios de que haya un riesgo de una

corrida de depósitos ni un problema de solvencia en el sistema que lleve a una caída

de bancos que afecte el funcionamiento de la cadena de pagos”.

58

Según el economista neoliberal Kiguel (2015:294) los fundamentals son las “variables económicas que muestran la fortaleza o debilidad macroeconómica de un país, es decir, miden la probabilidad de que haya una crisis. Incluye variables como el ratio de deuda sobre PBI, el stock de reservas internacionales, el déficit fiscal y el déficit en la cuenta corriente del balance de pagos”.

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Este economista dice con otras palabras lo que sosteníamos más arriba al

afirmar que, aunque no haya cumplido con todos sus objetivos, el Modelo K no fracasó

desde un punto de vista económico y que es prueba de tal éxito su duración. Así que

todas las críticas que se puedan hacerle, fundadas o infundadas, no alcanzan para

opacar sus aciertos.

Sin embargo es importante rescatar las reflexiones del economista Aldo Ferrer

con respecto a las diferencias entre la crisis de un modelo neodesarrollista o de uno

neoliberal. En efecto, los períodos neoliberales anteriores

“[…] culminaron con severas crisis y endeudamiento extremo. Los

factores económicos explican su derrumbe. En cambio, el fracaso de las

experiencias nacionales y populares responde más a factores políticos

que a la situación económica, que puede estar en una encrucijada pero

razonablemente controlada y con una bajo endeudamiento externo”

(Ferrer 2016:5).

Y luego agrega que:

“En las dos etapas del kirchnerismo,59 pese al protagonismo del Estado,

no se había logrado avances significativos en la transformación de la

estructura productiva y la resolución del déficit industrial y la

consecuente restricción externa. [No obstante] al momento de la

transmisión del mando, en diciembre del 2015, no era previsible ningún

descalabro en la situación económica. Existían problemas complejos, pero

no crisis. La alternancia tuvo lugar en una economía desendeudada, con

un sistema bancario sólido, pesificado, sin descalce de monedas ni

burbujas especulativas” (Ferrer 2016:5).

Intentando una mayor focalización en los debates que han inspirado los

intentos, aun prematuros, de balance del Modelo K, podemos señalar las principales

líneas argumentales en que se han apoyado los puntos de vista a favor o en contra. Sin

embargo ante todo hay que señalar que actualmente nuestra capacidad de análisis se

encuentra limitada por el “Efecto Rashomon” debido a la carencia de investigaciones

más interesadas de valorar que en defender u atacar al Modelo Nacional y Popular. En

esto coincide Kulfas (2016) cuando afirma que durante el ciclo kirchnerista:

“se registraron importantes logros en materia económica y social.

También dificultades para introducir transformaciones perdurables en la

estructura económica, vulnerabilidades y una mayor tendencia a la

polarización en los enfoques de la política económica. Esta polarización

59

Se refiere al primer período del Modelo K (entre 2003-2008), durante la presidencia de Néstor Kirchner, y al período formado por los dos gobiernos de la presidente Cristina Fernández de Kirchner (2008-2011 y 2011-2015).

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produjo innumerables debates y multiplicidad de perspectivas, orientadas

mayoritariamente hacia la reinvindicación o la impugnación de las

políticas del período, antes que focalizadas en un balance capaz de

enriquecer la comprensión de los fenómenos acontecidos, de extraer

enseñanzas para profundizar o consolidar logros y de introducir las

correcciones necesarias. Cuando comenzaba a aproximarse el fin de este

ciclo de los gobiernos kirchneristas surgieron de manera espontánea

diferentes versiones acerca del balance del período” (pág. 11).

En otras palabras, tal como nosotros planteamos en torno al “Efecto

Rashomon”, precisamente la aparición de puntos de vista extremadamente

polarizados es lo que impide “acceder a un balance más acabado lo acontecido en esta

década” (Kulfas 2016: 12). ¿Pero cualés son los argumentos construidos a partir de

esos puntos de vista inconmensurables entre sí? Pueden identificarse dos, que de

manera sintética denominaremos como:

- el argumento de la “década ganada” y de las dificultades impuestas por los

problemas del contexto internacional, obviamente a favor del Modelo K (Argumento

Pro-Modelo K).

- El argumento de la “década perdida (o desperdiciada)”, del “déficit fiscal” y de la falta

de políticas de largo plazo, o el argumento esgrimido por los opositores al Modelo K

(Argumento Anti-Modelo K).

El “Argumento Pro-Modelo K” subraya los logros de ese modelo y tiende a

relativizar los problemas enfrentados sobre todo a partir de la tercera presidencia del

FPV, que produjeron efectos negativos expresados en la baja de la tasa de crecimiento,

el aumento del desempleo y en las presiones del sector externo. Este argumento

subraya que en su mayor parte las razones de la crisis del Modelo K durante la segunda

presidencia de Cristina Fernández (la tercera del ciclo kirchnerista) se debe a “el

cambio en el contexto internacional, a la profundización de la crisis en los países

centrales y sus canales de transmisión a los periféricos, y a sectores internos que se

opusieron de manera activa y abierta a las políticas gubernamentales” (Kulfas

2016:12).

En cambio, “Argumento Anti-Modelo K” critican el excesivo diseño

cortoplacista de la economía kirchnerista, la producción de dos preocupantes

desequilibrios simultáneos: el fiscal y el de la cuenta corriente que estancaron el

crecimiento, lo cual llevó a desincentivar la inversión privada y a proyectar el

crecimiento en el largo plazo. Señala Kulfas que para este argumento “el contexto

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internacional siempre resultó favorable (con excepción del período de crisis

internacional entre fines del 2008 y fines del 2009), pero el gobierno no supo

aprovechar los beneficios que ofrecía cada etapa” (2016:12).

Debido a esta polarización en los argumentos y al escaso tiempo transcurrido

desde la finalización del ciclo kirchnerista es que tanto Kulfas como quien escribe estas

líneas y otros investigadores, sostenemos que hace falta investigar más distanciada,

focalizada pero menos apasionadamente, sin perjuicio de reconocer los aspectos

positivos del modelo.60

60

Por ejemplo un dato interesante brindado por Kulfas en su estudio sobre los tres kirchnerismos para comprender la complejidad aún no abordada del ciclo k, es este no se refiere exclusivamente a los tres períodos (de cada presidencia) sino a los tres estilos de gestión presidencial que variaron de acuerdo a los problemas que les iba deparando la realidad nacional e internacional (2016:14).

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Conclusión: Salir del Efecto Rashomon

“Entre nosotros se ha perdido la

costumbre de la libertad de

pensamiento y mucho más la costumbre

de hablar a hombres intelectualmente

libres. Aún la libertad acostumbramos a

verla puesta al servicio de algún

propósito o de algún interés de partido”

(Ezequiel Martínez Estrada: La cabeza

de Goliat)

Entre aquellos sectores sociales identificados con el “Argumento Pro-Modelo K”

es frecuente confundir “pensamiento libre” con “oposición acérrima al Modelo

Nacional y Popular; según nuestro punto de vista inspirado en Elias esto conlleva a otra

error: confundir “obligación de tomar partido a favor o en contra del Modelo” con

“legítima reacción a lo que se considera injusto” y “derecho a criticar los que se

considera erróneo y falto de corrección”.

Para nosotros, “pensamiento libre” es la búsqueda de respuestas sobre el

fenómeno del “desconcierto” postkirchnerista o acerca de la la “Anomalía

Kirchnerista” (Forster 2013) pero sin embanderarse con los “pro” ni con los “anti” ni

con ningún “ismo” y manteniendo la actitud de distanciamiento que preconizó Elias.

Con respecto a la “obligación de tomar partido”, una cosa es identificarse con el

progresismo (y neodesarrollismo) subyacente e inherente al Modelo K y otra es militar

en una coalición política sin tener libertad de señalar los errores y desaciertos de un

gobierno ni poder ejercer el pensamiento crítico para no transgredir el principio de la

“disciplina de partido”. Quizás esa ciega obediencia sea lo común para los militantes de

un partido pero no es lo que se le debe exigir, por principio, ni a los intelectuales ni a la

sociedad en general.

Si bien, en una sociedad democrática (o poliárquica) pluralista y participativa la

militancia es necesaria, creemos que sería una actitud contraproducente para un

cientista social puesto que, cuando frente a un hecho o proceso político, las únicas

voces que lo expresan o analizan son las que lo defienden o lo atacan, es imposible

llegar a establecer qué fue lo que realmente sucedió en ese período. A menos que

lleguemos a desarrollar una actitud ecuánime y distanciada de las partes e intereses en

conflicto será prácticamente imposible llegar a una conclusión objetivamente

sustentada.

En otras palabras, nos oponemos por principio a que aquellos que creemos que

es válido, deseable, posible y necesario desarrollar un enfoque o mirar lo sucedido

desde un punto de vista neutral, distanciado, objetivo, honesto y no partidista se nos

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considere por la militancia kirchnerista y desde luego también por sus oponentes,

como actores sociales insensibles con respecto a los rasgos positivos del Modelo K o

como actores demasiado tolerantes con respecto a los errores y defectos de dicho

Modelo.

El distanciamiento, la ecuanimidad, la objetividad, la neutralidad, en suma, la

honestidad intelectual (una actitud que también siempre está en construcción a

medida que se van incorporando nuevos datos) están más allá de cualquier “ismo”

pues de otro modo poco o nada es lo que se podría aportar desde las ciencias sociales

a la comprensión de los histórico social y territorial.

Es por eso que consideramos como válido plantear que un enfoque lícito y

viable para elucidar el neodessarrollismo del Modelo K es a partir de una “lectura

territorial”, es decir, indagando cuál fue la impronta espacial del kirchnerismo,

encontrando de esta manera respuestas a las preguntas y cuestiones que surjan con

respecto a sus efectos positivos, negativos o neutros.61

Por eso nos parece que expresiones como las que transcribimos a continuación

–más allá de su validez dentro del contexto militante- se entroncan más con la

búsqueda de confrontación (o de crear un enemigo o un antagonista donde no lo hay,

un rasgo típico del “discurso kirchnerista”) que en la creación de espacios para la

reflexión, la participación y el respeto por el pluralismo y el pensamiento libre: porque

pensar libremente no es ser un enemigo del Modelo K (ni estar a favor del

neoliberalismo) sino hacer ejercicio de la libertad, de la democracia y de la ciencia

social.

En efecto, para Forster, la irrupción del kirchnerismo en la vida política

argentina

“hizo imposible el reclamo de neutralidad o de distanciada perspectiva

académica, hizo saltar en mil pedazos la supuesta objetividad

interpretativa o la reclamada independencia periodística, mostrando, una

vez más, que cuando retorna lo político como lenguaje de la

reivindicación democrática, se acaban los consensualismos vacíos y los

llamados a la reconciliación fundados en el olvido histórico. Lo que

emerge, con fuerza desequilibrante, es la disputa por el sentido y la

irrevocable evidencia de las fuerzas en pugna” (2013:13).

Para Forster la clave del análisis y la valoración del ciclo kirchnerista y así poder

“penetrar en el vértigo de estos últimos años en los que no se nos ahorraron

61

Así como Freud consideró en su momento a la interpretación de los sueños como la “vía regia” al inconsciente, nosotros estamos proponiendo que una forma de poder comprender hasta qué punto el Modelo K cumplió o no con sus objetivos neodesarrollistas, es realizando una lectura territorial, es decir observando si el desarrollo llegó al territorio y bajo qué condiciones.

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dificultades ni se nos ahorraron exigencias de orden político y moral” debe ser

realizado “sin neutralidades hipócritas ni análisis revestidos con los ropajes de una

falsa objetividad”. Sin embargo ¿quién sería el árbitro o en base a qué criterios se

determinaría quién es el hipócrita o el falso; o dónde la búsqueda de consenso o de

reconciliación no es mejor que la creación del enemigo, del antagonista, del conflicto y

de la constante confrontación? Porque si vamos por el camino de la política el

preámbulo de nuestra constitución no deja lugar a dudas: allí no encontramos lenguaje

jacobino ni un rechazo a la posibilidad de vivir todos los argentinos en armonía. Por

eso, mientras se exija, se imponga o se dictamine sin derecho a réplica que es

imposible mantener la neutralidad (Forster 2013:16) estaremos condenados a

permanecer dentro del “Efecto Rashomon” y no poder sacar conclusiones válidas

acerca de los logros reales del Modelo K.

Si bien el autor de la cita se refiere fundamentalmente a lo que él denomina

como “progresistas reaccionarios”, es necesario volver a señalar que cuando la

iniciativa igualitarista de matriz popular recae en la matriz del discurso “jacobino”

siempre quedan abiertos “huecos” donde por lo general corren el riesgo de ser

arrojados todos aquellos que sin ser “opositores” natos a un modelo son vistos como

tales por su pensamiento independiente de todo “ismo”.

Si en nuestro discurso a veces parece que estamos en contra del Modelo K o a

su favor, ello solamente indica que somos capaces de verlo, no en blanco sobre negro

sino en matices de gris, tal como es la realidad social humana: ni buena ni mala en sí

misma.

Cuando el discurso kirchnerista (y el estilo de comunicación oficial) crea a su

propio antagonista, surge otro problema que ha perjudicado seriamente al Modelo K:

el problema de la soberbia militante y sus rasgos “jacobinos”.

Ante todo, para salir del “Efecto Rashomon”, es decir de esta situación de

perplejidad, es necesario realizar algunos reajustes en distintas áreas. En primer lugar,

en lo que respecta a las Ciencias Sociales hay que lograr romper con el presupuesto de

que los actores políticos y económicos siempre saben de antemano los resultados de

sus prácticas, proyectos y estrategias o que lo que sucede en un sistema político-

económico siempre es la consecuencia de un cálculo racional y lógicamente

fundamentado.

Es lo que Elias denominó en sus investigaciones como “procesos sociales no

planificados”, “procesos sociales no planeados y no intencionados”, “consecuencias no

intencionadas de las acciones humanas intencionales” o las “secuelas no intencionadas

y no planeadas de las acciones humanas”. Este sociólogo intenta hacernos reparar en

que toda planificación de corto plazo emprendida por los hombres sufre la influencia

de procesos no planeados de largo plazo” y que “el desarrollo social real casi siempre

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diverge del desarrollo planeado e intencionado por los hombres para el largo plazo”

(Elias 1998:196).62 A esta misma necesidad de “no desdeñar el claroscuro” y hacerle

lugar a “las diferencias, a los dilemas y a las contradicciones” (Nun 2002:118) para no

caer en un determinismo excesivo y así poder profundizar en los análisis de la compleja

realidad argentina es a la que este cientista social argentino contemporáneo se refiere

y amplía en los siguientes términos:

“Otro tema importante (y conexo) es el del lugar que también se les debe

dar en el análisis a los errores de diagnóstico, especialmente en contextos

complejos y mundializados, donde son muchos los agentes y las variables

que operan y en los cuales tanto os capitalistas como los políticos y los

técnicos del país –todos ellos, salvo ciertas excepciones, de un nivel

bastante mediocre- tienen que empeñarse en hacer conjeturas acerca de

las expectativas y de los comportamientos de otros, en coyunturas muy

cambiantes y de escasa visibilidad ([…] Gramsci fue […] quien previno

acerca de las faltas de correspondencia entre la estructura y la

superestructura que podía originarse en las equivocaciones de los

políticos. Agrego que otro tanto sucede con las equivocaciones de los

empresarios y de los tecnócratas). (Nun 2002:117-118).

También hay que lograr el distanciamiento y el desapasionamiento que

proponía Norbert Elias contra el fanatismo y el interés de partido, tanto en la

comunidad científica como en la vida democrática.63

En efecto, como señalara lucidamente Elias “la utilidad del trabajo de

investigación sociológica como instrumento de praxis social queda fortalecida siempre

que no nos engañemos proyectando en la investigación de lo que es y de lo que fue

aquello que deseamos o que pensamos que debe ser” (Elias 1986:30). Mientras el

Modelo K se analice desde la perspectiva de la militancia que, como era de esperar lo

defiende a capa y espada, y de la oposición que siempre vio y verá en él algo cuanto

menos abominable, no podremos llegar a una valoración si no objetiva, al menos a

salvo de los enfoques comprometidos ideológicamente.

Esto se relaciona con otro reajuste, que tiene que ver con la emergencia de una

ética postmoderna que, sin volverse comprometida (en el sentido que usa Elias la

palabra “compromiso”) ni perder su actitud de distanciamiento, sea leal con ciertos

valores contrarios a los que el postmodernismo implantó para desimplicarse de la

cuestión social. Es decir que:

62

Sobre los aportes de este sociólogo, véase Mantobani, José M. Más allá de la ciudad del actor y el sistema. Repensando el proceso de producción del espacio urbano a partir de los aportes de Norbert Elias. Mar del Plata, UNMdP-Suárez, 2004, capítulo 3 “Los aportes de Norbert Elias”. 63

Idem, nota 30.

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- Aunque no sepamos cuál es o dónde está la verdad, sostenemos que la verdad existe.

Indaguemos con libertad de pensamiento dónde está la verdad en medio de nuestra

perplejidad y de nuestra indignación. La ciencia nos auxiliará en esta búsqueda.

- Aunque todo sea relativo, sostenemos que no todo es igual o da lo mismo.

Busquemos lo que sea relevante en medio de la relatividad y de la indignación;

indaguemos con libertad de pensamiento. La ética nos guiará en medio de esta

incertidumbre.

- Aunque no podamos hacer mucho, nos parece que no es válido ni digno sentarnos a

ver pasivamente lo que pasa. Seamos constructivos en medio de nuestra perplejidad y

nuestra indignación. Hagamos algo para fortalecer lo que es bueno, lo que alimente la

vida, sin caer en la tentación de combatir lo que nos parezca malo y entrar en un

conflicto estéril entre “buenos” y “malos”. La planificación nos dará las herramientas

para no quedarnos paralizados al no saber qué hacer o por dónde comenzar.

Otros aspectos que debemos comenzar a considerar para poder salir del

“Efecto Rashomon” pasan por reconocer que:

- El territorio permite una lectura y valoración desde los objetivos del Modelo K hacia

los resultados o logros vistos en el territorio: una lectura “territorial” de la

performance del Modelo K

- Los enclaves de la resistencia a los cambios que proponía el Modelo K fueron

“territoriales” o “espaciales” o “geográficos”: la ciudad y el campo. Allí comenzó a

fallar el cambio de modelo y desde allí provino el retorno al Neoliberalismo.

- La ciudad, la urbanización y todo el sistema urbano nacional fue y es el principal

enclave de resistencia al Modelo K, es decir a un modelo de desarrollo nacional y

popular. Esto es así porque es el principal enclave del Modelo Neoliberal y de la

aplicación de los principios de la economía ortodoxa o marginalista debido al papel de

la propiedad privada, del mercado, el sector privado de la economía y el proceso del

capital.

- No debemos olvidar ni pasar por alto que el Capitalismo existe gracias a la

preexistencia de dos componentes precapitalistas de la civilización: el Estado y Ciudad.

Esto no significa un rechazo ni a uno ni al otro, tan sólo que son realidades que hay que

transformar porque, aunque la tarea parezca ímproba, no hay otra alternativa si

buscamos proseguir por la senda de un neodesarrollismo neokeynesiano.

- Pero la oposición al Modelo K no solamente se atrincheró en la ciudad: también lo

hizo en el campo: en el caso argentino el campo no es un territorio que fortalece la

democracia, la equidad y el desarrollo sino que, al ser un espacio de propiedad privada

concentrada (terratenientes) y de producción agrícola orientada al mercado externo,

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siempre ha estado estrechamente aliada a la ciudad como enclave de relaciones de

poder neoliberales y capitalistas, es decir con el modelo agroexportador y neoliberal.

Para entender cómo el campo se convirtió en otro sólido muro de contención al

Modelo K hay que entender que el neoliberalismo y la globalización lograron que en el

campo se lleve a campo la metamorfosis de la renta agrícola en la renta sojera.

- Puede interpretarse que el rechazo de los cambios socioeconómicos que intentó

promover el Modelo K tocó los sensible intereses de los capitales más concentrados

generando una acérrima oposición, algo semejante a lo sucedido durante otros

intentos de cambio en Modo de Producción Capitalista desde el fracaso de la Segunda

República española que finalizó con la luctuoso Guerra Civil hasta los tres gobiernos de

Perón, interrumpidos por la Revolución Libertadora de 1955 y el Proceso de

Reorganización Nacional de 1976 (los cuales volvieron a fortalecerse durante el

peronismo menemista).

Por último deberíamos reparar en que el “fracaso” del Modelo K comienza cuando

deja de ser “progresivo” y de vuelve “regresivo” económicamente hablando. El Modelo

K fue “progresivo” mientras prevalecieron las condiciones económicas internacionales

favorables que dejaban saldos de balanza comercial positivos que permitían llevar a

cabo políticas económicas y sociales distributivas. Este período coincide con el

gobierno del presidente Néstor Kirchner (los primero 4 años del Modelo K: 2003-2008).

Pero cuando dichas condiciones favorables comienza a debilitarse, hasta que se

produjo la Crisis Internacional de 2007, el Modelo K en vez de hacer los cambios

pertinentes frente a un cambio global de tal magnitud, se empeñó en seguir

manteniendo la “progresividad” implementando políticas económicas (“cepo” al dólar,

impuesto a las ganancias) que permitían seguir financiando las políticas sociales pero

que comenzaron a perjudicar al sector empresarial e industria que apoyaba al Modelo

así como también a la Clase Media. De modo que paradójicamente, lo “progresivo” se

volvió “regresivo”, por no llevar a cabo las adaptaciones necesarias al Modelo K

requeridas por los profundos cambios ocurridos en la economía internacional.

Así, el Modelo K comenzó a perder apoyo paulatinamente (aunque se mantuvo

vigente durante dos períodos de gobierno presidencial más) a medida que se iban

perdiendo o debilitando los dos requisitos básicos que según Lipset sustentan la

democracia: el desarrollo económico y la legitimidad política.

Con el resultado de las elecciones presidenciales de fines de 2015, Argentina se

convierte nuevamente en un laboratorio de políticas económicas neoliberales para

América Latina en un mundo que atraviesa inmensos desafíos en materia económica

global y donde se experimentan las desigualdades sociales más grandes de la historia.

Se cierra así un período de doce años durante los cuales nuestro país marcó un rumbo

diferente en materia de política económica, no carente de contradicciones claro está,

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lo cual significa un retorno a los trillados caminos inspirados en la ideología del “no hay

alternativa” y en el “pensamiento único”. Sin embargo, este retorno al extremo más

conocido del comportamiento pendular de la economía argentina (en este caso el

modelo neoliberal), lamentablemente no nos ayuda a comprender el otro extremo

(Modelo Neodesarrollista) tal como se dio durante esos doce años sin recurrir a las

consabidas críticas de la teoría económica marginalista, ni a las burlas, insultos y

acusaciones más ideológicas que reales (al menos hasta que la justicia dicte sentencia).

Dejando de lado la valoración irónica, sarcástica y revanchista tanto de derecha como

de izquierda y caracterizada por una evidente miopía y resentimiento hacia el campo

popular, esos doce años serán como un “lapsus” o una “laguna” en la historia

económica argentina y hasta que no se evalúe con seriedad, en profundidad y con

distanciamiento y desapasionamiento ideológico y partidista no solamente no

permitirá extraer sus enseñanzas sino que actuará como un punto de inflexión,

ciertamente oscuro y confuso pero no por ello menos real y presente en la memoria de

todos los argentinos, que actuará como patrón de medida para valorar a todas las

políticas económicas y sociales por venir, sean del signo ideológico y de la escuela

económica que sean. Por eso, hasta que no podamos establecer cuáles fueron los

aciertos y errores y las virtudes y defectos del Modelo que guiara el rumbo del país

durante esos doce años (y poder utilizar esa experiencia para construir el país que

queremos), ese período será un fantasma que pondrá en jaque a todos los

experimentos o recetas en materia de política económica que presenciemos o

padezcamos a partir de ahora. Quizás, como ya fuera hecho tanto en la antigüedad

como en épocas históricas más recientes se intente borrar de la historia esa etapa,

aunque jamás se la pueda borrar de la memoria de quienes las vivieron ni anular las

cuestiones que inspiró para nuestro país y para toda América Latina. Más allá de estas

cuestiones queda una mucho más profunda abierta y que afecta al futuro de la

democracia: la historia ya demostró que la única democracia que tiene chance de

sobrevivir no es “el gobierno de los políticos” sino el “gobierno del pueblo”; sin

embargo la nueva etapa “democrática” que comenzó a transitar nuestro país al

parecer ha logrado seguir soslayando el gobierno del pueblo pero ahora con el

gobierno de los CEOs. Dejando de lado este tema que excede los límites de nuestros

aportes, esperamos que este trabajo contribuya a comenzar a entenderlo echando luz

sobre algunas de las características del período y los procesos estudiados.

Cambio de efectos: del “Efecto Rashomon” al “Efecto Titanic”. Buscando nuevas

metáforas para comprender la debacle del Modelo K

La palabra de origen francés debacle significa “Desastre que produce mucho

desorden y desconcierto, especialmente como final de un proceso”. En las ciencias que

se interesan por el riesgo, existe un fenómeno que se denomina “Efecto Titanic”.

Como es bien conocido el Titanic fue un transatlántico de 46.000 toneladas que se

hundió en las heladas aguas del Atlántico Norte el 12 de abril de 1912, con un saldo de

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1500 personas ahogadas sobre un total de 2200 pasajeros que viajaban entre los

puertos de Southampton y New York. Si bien ese buque, un prodigio de la ingeniería

naval de la época, se consideraba insumergible debido a los avances de diseño que

incorporaba en su construcción para que el cruce del Océano Atlántico fuera cien por

cien seguro, un accidente imprevisto determinó que el buque se hundiera en poco más

de dos horas sin siquiera finalizar su primer viaje.

Desde entonces, el “Efecto Titanic” hace referencia a aquellos fenómenos en

los cuales, debido a que los niveles de seguridad son muy elevados, no se toman en

cuenta las consecuencias ni los medidas de emergencia ante un posible desastre.

Nadie pensaba que el Titanic pudiera hundirse debido a accidentes o factores

naturales pero, sin embargo, eso ocurrió al cuarto día después de su estreno. Eso llevó

a que, desde ese luctuoso hecho, se extremaran las medidas de seguridad que

deberían cumplir los transatlánticos. Sin embargo, el “Efecto Titanic” ha continuado

sorprendiendo a los seres humanos cada vez que un riesgo se convirtió en peligro y a

continuación en una tragedia inesperada por no haberse contemplado con

anticipación y seriedad la posibilidad de que ocurriera un accidente y considerar las

medidas para evitarlo o contrarestar sus efectos negativos sobre la sociedad, el

ambiente, la población, los recursos, etc. Un buen ejemplo fueron los accidentes en las

centrales termonucleares de Three Mile Island (EUA), Chernobil (ex – URSS) y Fukujima

(Japón). Pero la ocurrencia de tragedias imprevistas no solamente queda limitada a los

accidentes relacionados con fallas tecnológicas o desastres naturales sino que también

hay que incluir a las grandes crisis económicas, políticas e institucionales a las que

lamentablemente estamos muy acostumbrados no solamente en América Latina y

otros países en vías de desarrollo sino en todo el mundo como consecuencia del ciclo

económico capitalista, de la interdependencia del sistema político internacional y la

formación de bloques político-económicos internacionales, además de lo que

actualmente se conoce como los “golpes de estado blandos”. En este caso también es

apropiado recurrir a la denominación “Efecto Titanic” para referirnos a las

consecuencias negativas que se derivan de la ocurrencia más o menos insospechada e

inesperada de un fenómeno de cambio que afecta una situación o un proceso que se

consideraban estáticos, estables o no susceptibles de modificación. Las revoluciones,

las crisis económicas y los conflictos bélicos han sido los mejores ejemplos a lo largo de

la historia contemporánea, agregando a estos fenómenos uno de los más nuevos como

del terrorismo.

Pero el “Efecto Titanic” también nos sirve para aplicarlo y entender las

consecuencias del cambio de modelo económico que comenzó en Argentina una vez

que, a través de las urnas, se eligió un cambio de rumbo para el destino del país; es

decir un retorno a las fórmulas y recetas de la economía neoliberal, luego de doce años

de un modelo que en lo más esencial y más allá de sus defectos se identificaba con una

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matriz contraria y opuesta a las teorías económicas marginalistas, es decir, es decir una

opción por el neokeynesianismo y el desarrollismo.

Pero proponer la utilidad del “Efecto Titanic” no queda limitado a una lectura

política que se aplique a los yerros del partido gobernante (mejor dicho, una coalición)

entre el 2004 y el 2015, debido a que por un error de cálculo jamás contempló la

posibilidad de ser vencido en los comicios por una propuesta de cambio político-

económico de ideología en sus antípodas, sino a las consecuencias que esto tendrá

para el país debido al cambio de modelo económico que el nuevo camino a seguir

implicará para toda la sociedad. Y en la línea de la tragedia y el desastre que dio origen

al concepto del “Efecto Titanic” también podemos referirnos a un verdadero

“hundimiento” o naufragio imprevisto, inesperado, sorpresivo de un modelo

económico que, manteniendo una conexión entre el Estado y el Gobierno más

estrecha de lo recomendable y saludable para el destino del país, moldeó durante más

de una década y con una profundidad considerable el imaginario, la vida cotidiana, la

cultura material, las prácticas y las instituciones, generando una huella sobre la

memoria social de los argentinos con respecto a la viabilidad de un Estado incluyente.

Porque, precisamente, ya sea que se acepte o no como válida la palabra

“hundimiento”, no ya para describir el trágico destino de un soberbio y majestuoso

buque sino de un proyecto de país y del modelo económico que lo posibilitó, un

cambio de semejante intensidad y profundidad (un cambio en dicho modelo) tendrá

consecuencias de una trascendencia difícil de predecir, no solamente durante la etapa

de transición sino también durante su período de afianzamiento, generando desde un

principio unas tensiones sociales, económicas, políticas e institucionales, que no

solamente pueden llegar a afectar la estabilidad democrática sino a las mismas bases

sociales que le dan legitimidad. Después de nuestra larga “Era Neoliberal” que alcanzó

su apogeo durante la década de 1990 pero que se extendió hasta el 2003, un retorno a

las fórmulas y recetas neoliberales puede generar más disconformidad, perplejidad

indignación, turbulencia, inestabilidad e incertidumbre, además de empobrecimiento,

que un modelo neokeynesiano imperfecto. Y como consecuencia de las medidas de

ajuste que, como siempre, son las herramientas ya conocidas del neoliberalismo, se

derivarán críticas que sobrepasarán a todas las que con o sin razón se le hicieron al

Modelo K.

Esto podría agravarse no solamente como resultado de las reacciones sociales

sino también como consecuencia de las repercusiones nacionales de fenómenos,

situaciones y procesos provenientes del medio global internacional (crisis económicas,

desaceleración del crecimiento en economías de los países más industrializados -como

China- y/o estancamiento de toda la economía global).

En síntesis, en estas líneas, al hablar de “Efecto Titanic” nos referimos a que

“hundimiento” imprevisto de un modelo económico inconmensurable con los

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principios, fundamentos y objetivos del modelo que vino a reemplazarlo, es un

fenómeno más complicado, delicado y riesgoso de lo que se piensa ya que no se trata

solamente de un cambio de políticas sino de un cambio de modelo. Modelos que,

reiteramos, son inconmensurables entre sí. Y sus diferencias no radican solamente en

que el nuevo buque es más pequeño y que su tripulación y la empresa que los

administra tiene otra filosofía sino porque, además, no está diseñado como el anterior;

en este no solamente hay menos lugar para llevar pasajeros sino que incluso hay

menos espacio reservado para los sectores populares. ¿Pero qué ocurrirá si esta nueva

oferta en vez de hacer olvidar la forma en que se viajaba antes, no solamente inspira el

rechazo por las nuevas condiciones sino que incluso hace renacer las demandas por la

forma de viajar cuando había espacio para casi todos?

“Cambios de estado”. Puntos débiles de un sistema en transición

La inesperada debacle en las urnas del Modelo K no se debió a su crisis (como

afirman sus críticos y opositores), la cual ya había comenzado ocho años antes, en el

2008 como consecuencia del impacto de la crisis internacional. Pese a ello, el Modelo K

podría haber seguido guiando los rumbos del país con la misma hegemonía y

legitimidad comprobada en las elecciones anteriores. En efecto no hay mejor blindaje

contra la crisis nacional o global que un modelo económico basado en el

neokeynesianismo. Es por eso que la crisis en sí misma no puede considerarse el factor

principal de su caída precisamente porque el neokeynesianismo es una forma de

manejar la macroeconomía en crisis. Lamentablemente Keynes nunca ofreció recetas

para evitar los efectos de las crisis políticas ya que fue un economista y no un

estadista. Pero ya que hemos mencionado a Keynes, podemos comprender mejor la

razón principal de la debacle y encontrar de paso una salida al “Efecto Rashomon”

haciendo hincapié en lo importante que eran para el economista británico los factores

subjetivos. Después de todo quizás la explicación del resultado de las elecciones de

fines del 2015, en las que una porción apenas superior al 50 por cien de los votantes

decidió volver al Modelo Neoliberal no sea exclusivamente económica sino subjetiva o

más precisamente el rasgo de una idiosincrasia de los argentinos sobre la cual han

reparado muy poco los historiadores, sociólogos, economistas, cientistas políticos y

sicólogo sociales: la tendencia a la libertad en su forma más individualista, es decir no

una libertad como principio filosófico o socio-económico sino más bien un sentimiento

profundo, instintivo, inorgánico e incluso anárquico que se siente irritado por y rechaza

cualquier proyecto político y modelo económico que limite no solamente su libertad

de pensamiento y ponga en peligro su integridad y seguridad individual sino que le

imponga un sacrificio en esa actitud individualista, antigubernamental, antiestatal y

anti-ideológica. De alguna manera la historia de la construcción nacional desde 1810

hasta el presente puede relatarse en esa clave y así entender no solamente los

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avatares de nuestra economía –siempre ligados al individualismo a ultranza-, a la

dominación y la explotación partidista y capitalista y al desarrollo desigual, sino

también el fracaso de todos los intentos de imponer autoritariamente un pensamiento

o proyecto único al destino de todos los argentinos. Este carácter indomable frente a

cualquier gobierno autoritario que intente sofocarlo, independientemente de su

ideología, de sus logros, de sus promesas, se ha ido acentuando en las últimas décadas

como consecuencia de un hartazgo del gobierno de los políticos (Nun 2015) llegando a

la crisis político institucional del 2001 pero sin que, lamentablemente, tampoco se

haya logrado construir propuestas más cercanas a un gobierno del pueblo. El

populismo solamente es viable transitoriamente mientras sirva como forma de liberar

de la opresión y la exclusión a los sectores sociales más expuestos a la explotación y a

la dominación, pero una vez que han salido de esa situación de subordinación forzosa,

y conquistan derechos civiles y sociales que antes no tenía, se suman a los que no

solamente reclaman por más calidad de vida y más autodeterminación. Indagando en

la simbología de nuestra nacionalidad se encuentran unos versos de nuestro himno

nacional que dice:

“Sean eternos los laureles

Que supimos conseguir.

Coronados de gloria vivamos

¡O juremos con gloria morir!

La nación argentina, su pueblo, se formó como consecuencia del logro de la

libertad y de la independencia del poder absolutista monárquico, en primer término y

más delante de las distintas formas de tiranía que tuvo que afrontar. Sin embargo, más

allá que esa libertad muchas veces haya sufrido o preferido caudillos, tiranías y

dictaduras en vez de la democracia legítimamente constituidas, parece como si los

argentinos estuviéramos dispuestos a sacrificar lo que se dirimió en las urnas alegando

que la legitimidad se termina allí donde esa idiosincrasia individualista es amenazada,

sofocada, irritada o desafiada de forma autoritaria. Es decir que aun un gobierno

democrático puede ser considerado como una tiranía si limita en exceso a las clases

más poderosas y privilegiadas. Por eso, una forma de interpretar la esencia de lo que

significan esos versos es que los sectores sociales argentinos que más capital y poder

concentran por idiosincrasia no están dispuestos a renunciar a los laureles de la

libertad ni a la gloria que resulta de mantenerlos coronando su cabeza. Antes de

renunciar a esa gloria, a la “libertad” que representan, es preferible morir aunque esa

muerte implique volver a modelos político-económicos nefastos y destructivos para

todo el pueblo.64 Ese es nuestro “dark side”. Aunque suene ilógico, irracional,

64

Como se recordará, el golpe cívico-militar que derrocó al presidente electo Juan D. Perón durante su segunda presidencia se autodenominó “Revolución Libertadora”.

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anárquico, individualista, esa es una idiosincrasia que bajo determinadas

circunstancias también puede comprometer a la clase media, pues ¿de qué otra

manera entender que una proporción superior al 50 por ciento de los votantes decida

retornar (en las elecciones presidenciales de octubre de 2015) al modelo económico y

a la ideología que más perjudicó al país? ¿O es que para los argentinos existe algo peor

que el neoliberalismo y eso es el autoritarismo cuando es percibido como una tiranía?

Es que para los argentinos existe algo mucho peor que la inflación, el desempleo, las

privatizaciones, el achique del Estado, la flexibilización laboral y el endeudamiento

externo y eso que es mucho peor y a lo que le tememos más es a que le impongan un

límite a nuestra libertad de manera autoritaria. Cualquier gobierno que no comprenda

este hecho, por más progresista, popular y nacional que sea, fracasará por la sencilla

razón de que no respeta su papel en el contrato social.

Aquí me parece importante realizar una reflexión que profundice un poco más

en las consecuencias de ese lado oscuro de la idiosincrasia argentina. En un sistema

capitalista, la existencia de derechos políticos y económicos, si bien es un avance con

respecto a otros sistemas económicos, no alcanza para evitar asimetrías y

desigualdades resultantes de los procesos de acumulación de capital y concentración

del poder y, debido a esto, hacen falta los derechos sociales que implican, entre otras

cosas, contar con recursos públicos para financiarlos y garantizarlos así como también

un Estado abierto a las demandas y necesidades derivadas. La sociedad argentina tiene

sus propias contradicciones derivadas de su forma particular de enfrentarse con dichas

disyuntivas.

Con respecto a esta idea sobre esta supuesta característica de la idiosincrasia y

la cultura política de los argentinos debo reconocer que si bien desde un principio me

parecía adecuada no encontraba una forma válida y concisa de fundamentarla. El

argumento básico es que los argentinos especialmente los que forman parte de las

clases sociales más poderosas y privilegiadas pero también los que pertenecen a las

clase media, tienen una cultura propensa a oponerse a cualquier tipo de tiranía o

autoritarismo que limite los derechos económicos de inspiración liberal. Y si bien en

algunos períodos de nuestra historia, sobre todo antes del período en que se consolida

la Organización Nacional, existió una tendencia política proclive a formas de poder

totalitario impulsadas por figuras de liderazgo en el marco de proyectos de Estado-

Nación alternativos, que concentraban la suma de todo el poder, nuestra sociedad

siempre prefirió una libertad que bordea la anarquía o la anomía tanto en lo social y en

lo político aunque no en lo económico, lo cual de por sí ya es en sí mismo una situación

imposible de mantener en el tiempo a menos que lo sea para permitirle a las clases

más poderosas la explotación de las más débiles.

Fue entonces cuando me di cuenta que no era esta la única tendencia de

nuestra cultura política sino que existía otra más profunda, menos visible y

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responsable de la anterior, la que podría llamarse tendencia a la libertad individual y,

por ende, opuesta a cualquier tendencia política o socio-económica que buscara la

igualdad social. Así ambas tendencias (libertad individual versus igualdad social) podía

ser visualizadas como los dos polos alternantes de la historia político-económica

argentina (sobre todo en períodos democráticos): la tendencia a la libertar individual

en lo político-económico que abrazó el ideario liberal de la confianza excesiva en el

Mercado como institución reguladora de la economía y la sociedad (y que actualmente

retorna con ciertas diferencias, pero sin cambiar su esencia, con el Neoliberalismo) y la

tendencia a la igualdad social a través de la intervención estatal de la economía y la

regulación del Mercado propuesta en la actualidad por el Desarrolismo Neokeynesiano

pero también por sus formas distorsionadas que dan como resultado el populismo al

desviarse demagógicamente del “núcleo duro” de aquel.

Sin embargo, mientras nuestra historia como nación se mantenga oscilando

pendularmente entre ambos polos no se llegará a encontrar un rumbo consensuado y

que permita afrontar, dentro del marco de la democracia, los desafíos que presente el

capitalismo y su fase de globalización. Esto es así porque en nuestra historia, nuestra

sociedad, nuestra cultura política no ha podido encontrar un punto intermedio (un

proyecto de nación que incluyente de todas las clases sociales) que articule en una

necesaria complementariedad la tendencia a la libertad individual y a la igualdad

social. Ese lugar entre ambos polos debería ser ocupado por una tercera instancia: la

justicia, es decir la capacidad para lograr realizar lo que planta el preámbulo de nuestra

Constitución: el bienestar general… para lo cual se necesita tanto de la libertad

individual como de la igualdad social.

Así tenemos una propuesta a la cuestión que plantea el “Efecto Rashomón”,

más allá que muy pocos, por no decir casi nadie, acepte esta respuesta que trata de

interpretar lo sucedido en estos doce años señalando esta faceta tan argentina, tan

profundamente impresa en nuestra cultura nacional que pasa desapercibida si se

observa desde la trinchera del oficialismo o desde la de la oposición, si se argumenta a

favor del Modelo K o del Modelo Neoliberal. Como aconsejaba Elias, hay que mirar

desapasionadamente.

El Modelo K no fracasó económicamente, como sus opositores y detractores

quieren hacer creer. Lo que fracasó fue un estilo de gobierno autoritario (que en sus

postrimerías era visualizado por amplios sectores de la clase media como poseyendo

rasgos de tiranía) y su estilo de comunicación confrontador. El Modelo K, que fuera

realmente el modelo económico más innovador, popular y nacional de los últimos 50

años, fracasó en otro plano, el plano ideológico y comunicacional pero no en el

económico. Su fracaso fue enteramente debido a creer que los argentinos estarían

dispuestos a sacrificar su libertad de pensamiento y su individualismo por mantener un

proyecto de país que fue confundiendo cada vez más los límites entre Gobierno y

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Estado por estrechar demasiado sus lazos (al contrario que el Neoloberalismo que los

vuelve demasiado laxos) sino también la confusión entre populismo autoritario y

democracia representativa, todo lo cual condujo a una deslegitimación y a una pérdida

de consenso dentro y fuera de la coalición del FPV, a un debilitamiento de la poliarquía

y a un resquebrajamiento del apoyo al modelo que la prensa opositora, los medios

masivos y la opinión pública de derecha acentuaron. El propio gobierno, con sus

errores de cálculo y de comunicación durante la campaña previa a las elecciones de

octubre de 2015 no hizo más que agudizar los problemas de comunicación que

caracterizaban la forma confrontadora y despectiva de la Presidente y agravar las

tensiones y desviaciones en que el Modelo K cayó desde el 2008 al negarse a

adaptarse a las transformaciones de la realidad económica internacional llevando a

cabo, en cambio, medidas y políticas regresivas en vez de progresivas.

Así el inesperado y sorpresivo naufragio y “hundimiento” del Modelo K,

confirmando lo que advierte el “Efecto Titanic”, fue y será trágico para el país no

solamente por la oportunidad de desarrollo perdida sino por lo compleja, difícil,

conflictivo y profundo (por no decir turbulento) que será el proceso de transición y

cambio de modelo económico y de tipo de Estado. Ni que decir que esto confirma

además la “suma de todos los miedos” de los sectores más progresistas argentinos en

el escenario socioeconómico: el retorno a la “dinámica pendular” que algunos expertos

señalaban como posible (Curia 2012). Sobre este fenómeno característico de la

economía argentina, Aldo Ferrer señaló lo siguiente:

“Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, la economía argentina

alterna entre dos modelos de desarrollo, que podemos denominar

‘nacional y popular´y ‘neoliberal’. […] La actual alternancia es un caso más

de la historia de los últimos 70 años, pero se de en condiciones

absolutamente inéditas. Es la primera vez que se produce como

consecuencia de elecciones bajo la Constitución. Las alternancias

anteriores fueron provocadas por golpes de Estado, retornos a la

democracia o estuvieron enmascaradas en otro encuadre político, como

en el peronismo menemista. Este último, sin embargo, fue relegitimado

en 1995, cuando ya estaba plenamente comprometido con la

convertibilidad y el proyecto neoliberal. Del mismo modo, en 1999 De la

Rúa y Eduardo Duhalde compitieron prometiendo sostener la

convertibilidad. Es decir que ya en otros momentos el proyecto neoliberal

contó con apoyo mayoritario” (Ferrer 2016:5).

La “esponja” ha comenzado a exprimirse, con más rapidez, decisión e

intensidad de lo esperado. Ya sabemos que esto no es un buen augurio para el

porvenir de nuestra sociedad, al menos de los sectores que no se benefician con el

neoliberalismo. ¿Lo será para el territorio? ¿O seguirá siendo el aspecto y la dimensión

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de la realidad nacional que siempre queda relegada o, peor todavía, cada vez más

“sacrificada” como consecuencia de la inercia entre factores globales como el Estilo de

Desarrollo imperante tanto en un modelo económico neodesarrollista como

neoliberal. Sin embargo, es gracias a advertir lo que le ocurre (o no le ocurre) al

territorio que podemos darnos cuenta que existen factores globales que pesan por

igual para cualquier modelo por más que se denomine “nacional y popular”, como si la

soberanía quedara cada vez más debilitada así como cualquier intento de insertar al

territorio de una manera integral en un modelo de desarrollo aunque este sea

neokeynesiano.

Porque, para terminar de hilvanar la respuesta que nos permita responder o

dar cuenta de la cuestión que plantea el “Efecto Rashomon” y más allá de los intentos

que harán los representantes del modelo económico que reemplazará al del gobierno

kirchnerista, modelo afín al “pensamiento único”, quizás el juicio más justo o al menos

desapasionado que debiera aceptar la historia (y en cuya formulación quisiéramos

contribuir con estas páginas) es que si bien no sería realista afirmar que el Modelo K

fue perfecto ni carente de contradicciones internas, ni que su declive, crisis y debacle

estuvo propiciado enteramente por los esfuerzos de sus opositores y enemigos, en vez

que por sus propios defectos que no supo corregir, tampoco sería justo negar que se

trató del esfuerzo más largo, más serio, sistemático, integral y exitoso por darle un

nuevo rumbo al destino del país inspirado en los intereses nacionales en vez que en las

tensiones, presiones, tendencias y contradicciones de la economía capitalista

globalizada. Y quién sabe si, recuperados de sus tendencias autoritarias, empleando

un nuevo discurso y replanteando su estrategia de desarrollo, el Modelo K como

ejemplo de modelo económico neodesarrollista viable para Argentina, no vuelve a

guiar la macroeconomía del país antes de lo esperado.

Según la Teoría del Riesgo los momentos más propensos para pasar del riesgo

al peligo con la posibilidad de que ocurra un desastre o un accidente es en los instantes

previos a un cambio de estado o, dicho en otras palabras cuando, cuando un sistema

se encuentra en una fase de transición. Cada vez que una aeronave despega o aterriza,

cada vez que un reactor nuclear se enciende o se apaga, cada vez que se afecta la

estabilidad de un sistema, un dispositivo, un mecanismo o un proceso que se

encontraba en un estado de equilibrio las probabilidades de un accidente aumentan.

Sin embargo, aunque esta manera de pensar parezca demasiado mecanicista,

también puede aplicarse a los sistemas sociales en dos sentidos igualmente relevantes,

significativos y articulables entre sí y ayudarnos a concluir o cerrar estas reflexiones

finales.

Primero, cuando un sistema político democrático está a punto de recurrir a los

comicios para dirimir si el mismo modelo económico permanece guiando el rumbo de

un país o es reemplazado por otro, totalmente opuesto, digamos pasar de un modelo

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neokeynesiano a otro neoliberal. En ese momento previo a las elecciones

presidenciales se encierra mucha incertidumbre y los errores de cálculo y las falsas

certezas pueden llevar a una amarga sorpresa (derrota) a boca de urna para el

gobierno y el modelo económico que se consideraba como el más progresista y por

ello el más apoyado por la sociedad.

Segundo, si como ya explicamos, un cambio de modelo económico implica una

transición hacia un Estado distinto, es decir si del Modelo K se pasará (o volverá) a un

Modelo Neoliberal y ello implicará o tendrá como inmediata y “natural” consecuencia

“exprimir” al Estado expandido anterior para convertirlo en un nuevo Estado contraído

y socialmente desimplicado, este cambio de estado que ahora es un literal cambio de

Estado será un momento muy delicado para nuestro país debido a la complejidad que

encierra toda redefinición de las funciones del Estado (y a las consecuencias negativas

que dará como resultado) como ya lo hemos visto en períodos anteriores de nuestra

historia.

La pregunta final es si nuestra sociedad, nuestra economía, nuestro territorio,

nuestro sistema político serán capaces de asimilar las fuertes tensiones derivados de

cambios de esa profundidad, a qué costo, durante cuánto tiempo y con qué

consecuencias y costos sociales y, por último, si servirá para algo, más allá de volver a

sumir al pueblo argentino en un nuevo ajuste. Un nuevo ajuste propiciado en gran

parte por un excesivo apego a un individualismo que con, tal de oponerse al

autoritarismo, es capaz de volver a adoptar modelos que no dejarán de limitar nuestra

libertad. Pero esta vez bajo un discurso que nos alienta a hacer la apuesta a un cambio

que se llevaría a cabo con las herramientas y las recetas que la década de 1990

demostró que eran ineficaces para mejorar la vida de la gran mayoría del pueblo

argentino.

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