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1 Seminario Estudios de la República http://www.estudiosdelarepublica.cl SEMINARIO DE EMINARIO DE EMINARIO DE EMINARIO DE ESTUDIOS DE LA STUDIOS DE LA STUDIOS DE LA STUDIOS DE LA REPÚBLICA EPÚBLICA EPÚBLICA EPÚBLICA Facultad de Derecho Universidad de Chile ¿E ¿E ¿E ¿ESTATISMO COMO NOSTAL STATISMO COMO NOSTAL STATISMO COMO NOSTAL STATISMO COMO NOSTALGIA GIA GIA GIA? MARIO ARIO ARIO ARIO GÓNGORA Y LA GÉNESIS ÓNGORA Y LA GÉNESIS ÓNGORA Y LA GÉNESIS ÓNGORA Y LA GÉNESIS DE UNA TESIS POLÉMIC DE UNA TESIS POLÉMIC DE UNA TESIS POLÉMIC DE UNA TESIS POLÉMICA DIEGO GONZÁLEZ CAÑETE 1 PALABRAS CLAVE ALABRAS CLAVE ALABRAS CLAVE ALABRAS CLAVE: Mario Góngora - Ensayo histórico - noción de Estado – estatismo - corporativismo socialcristiano - romanticismo alemán - conservantismo historiográfico 1 Licenciado en Historia en la Pontificia Universidad Católica de Chile (2011). Estudiante de Magíster en Historia en la Universidad de Chile (2012-13). Correo electrónico: [email protected] El presente artículo pretende situar y comprender históricamente la tesis del historiador chileno Mario Góngora contenida en su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX (1981). Yendo más allá de la polémica que siguió a la publicación de la obra, invitamos a un análisis retrospectivo y genealógico capaz de restituir la densidad conceptual que rodeó a la tesis de Góngora. Por esto, nos detendremos en los efectos que en su interpretación de la historia de Chile tuvo la formulación corporativa de los años 30 y el impacto espiritual del romanticismo alemán durante su vida. Quisiéramos, en definitiva, complejizar el rótulo de “historiador estatista” que le fue atribuido, y ofrecer así una nueva mirada a este importante capítulo de la historiografía chilena del siglo XX.

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DIEGO GONZÁLEZ CAÑETE1

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1 Licenciado en Historia en la Pontificia Universidad Católica de Chile (2011). Estudiante de Magíster en Historia en la Universidad de Chile (2012-13). Correo electrónico: [email protected]

El presente artículo pretende situar y comprender históricamente la tesis del historiador chileno Mario Góngora contenida en su Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX (1981). Yendo más allá de la polémica que siguió a la publicación de la obra, invitamos a un análisis retrospectivo y genealógico capaz de restituir la densidad conceptual que

rodeó a la tesis de Góngora. Por esto, nos detendremos en los efectos que en su interpretación de la historia de Chile tuvo la formulación corporativa de los años 30 y el impacto espiritual del romanticismo alemán durante su vida.

Quisiéramos, en definitiva, complejizar el rótulo de “historiador estatista” que le fue atribuido, y ofrecer así una nueva mirada a este importante capítulo de la historiografía chilena del siglo XX.

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“Historia vero testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia vetustatis”

Cicerón

“Allí donde no hay dioses, acechan los fantasmas”

Novalis

INTRODUCCIÓNINTRODUCCIÓNINTRODUCCIÓNINTRODUCCIÓN

El 13 de diciembre de 1982 María Angélica Bulnes, periodista de La Segunda, consultó a Mario Góngora (1915-1985) en relación con temas de contingencia en Chile. Teniendo en cuenta las repercusiones políticas e historiográficas de la última obra del historiador, el Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX2, Bulnes inquirió:

-Algunos lo consideran ahora un ‘estatista’...

-Cosa que no es así –respondió Góngora–. En Chile se confunde la noción de Estado con la burocracia o con el Fisco. Para mí, en el fondo, el Estado es una entidad espiritual, es lo que da forma a una nación. Pero eso no significa que sea estatista en lo contingente. Un Estado puede perfectamente realizarse entregando ciertos aspectos de su tarea a los individuos y a las iniciativas privadas. Pero a lo que no puede renunciar es a regular las actividades particulares para someterlas a un interés superior general. Y tampoco puede el Estado renunciar a la orientación hacia ciertos grandes valores3.

La polémica que siguió a la publicación del Ensayo daba sustento a la pregunta formulada por Bulnes. Mario Góngora, un historiador identificado con el tradicionalismo conservador y que consideró legítimo el golpe de Estado de 1973, se mostraba esta vez crítico de la política económica y social del régimen pinochetista. Para él, se había transado la tradición histórica de Chile –ligada a la noción de Estado– por un liberalismo experimental. Recibió, entonces, el apelativo de historiador estatista, nostálgico de un Chile sólo existente en

2 Mario Góngora, Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, Santiago, Universitaria, 2010 (La Ciudad, 1981). 3 La Segunda, Santiago, 13 de diciembre de 1982, p. 4.

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los anales históricos. Dos años más tarde, y ante la persistencia del debate, fue Raquel Correa quien abordó al historiador:

-¿Usted es estatista, profesor?

-Estatismo es una palabra ambigua; puede aplicarse tanto a un conservador tradicionalista, como a un socialista o un fascista. Para mí, el Estado no es necesariamente burocrático –aunque, desgraciadamente, en Chile tendió a serlo por la mentalidad reglamentista del chileno–, sino que es la totalidad viviente del país. Eso no significa que el Estado sea productor –si bien en casos excepcionales puede serlo–, pero sí que el Estado es un mediador general entre todos los intereses. En este siglo, tiene el deber especial de proteger a las capas miserables de la población4.

Observando el rechazo del rótulo de estatista, ¿cómo explicar, entonces, su profunda defensa del Estado contenida en el Ensayo? Las respuestas del historiador anteriormente transcritas proyectan uno de los episodios más significativos de la historiografía reciente en Chile. La polémica surgida en torno al Ensayo otorga un marco amplio para la reconstrucción histórica, en torno al supuesto estatismo de Mario Góngora, a su relación con el corporativismo socialcristiano, a su tradicionalismo o al lugar que ocupa en el panteón de los historiadores chilenos. Esto pues el Ensayo posicionó a Góngora como un pensador de primera línea en el Chile de los años ochenta. Ya en 1982 se escribían recensiones críticas y reseñas de historiadores e intelectuales ligados al régimen militar, a los partidos de oposición o a la izquierda exiliada: Arturo Fontaine T., Ricardo Krebs, Sergio Villalobos, Gabriel Salazar, Bernardino Bravo, entre otros, manifestaron su interés por el libro. Ni académicos reputados ni estudiantes universitarios quedaron al margen de su lectura. Y es que Góngora gozaba en la época de un importante prestigio: en 1976 había recibido el Premio Nacional de Historia y su actividad tanto en la Universidad de Chile como en la Universidad Católica de Santiago le había permitido realizarse como profesor universitario. Tenía el respeto, a su vez, de los historiadores latinoamericanos por su prolífica producción en temas de historia social e institucional de la América colonial.

El presente trabajo es un esfuerzo de aproximación crítica a uno de los capítulos más notables del pensamiento histórico chileno en el siglo veinte. Su importancia, más allá de los contenidos inmediatos del Ensayo, radica en el significado de su recepción intelectual, en los argumentos que están detrás de su concepción y en el estatus historiográfico de su autor. El Ensayo, más allá de posibles reparos, alcanzó la estatura de clásico en el canon literario nacional. Fue el producto del espíritu vital de su autor, de una trayectoria inteligible y coherente, no fruto de la casualidad o de un impulso desprolijo. Por esto, generó polémica y revisión; de una u otra forma, pervive gracias a referencias, a su lectura, a las discusiones de pasillo o a la memoria de su autor en círculos académicos. Alcanzó, en grado no menor, a

4 El Mercurio, Santiago, 9 de diciembre de 1984.

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devolver a los historiadores chilenos su sitial de hombres públicos, como observadores privilegiados y partícipes del acontecer histórico de Chile, un rasgo que, como sabemos, ha sido una prenda de garantía de la historiografía chilena producida desde el siglo diecinueve. Por esto, su importancia a nuestro juicio (esto es, “a los ojos del presente”), resulta capital: el Ensayo, por su concepción, tesis y recepción a lo largo de los años, ocupa junto a La fronda aristocrática en Chile de Alberto Edwards5, un lugar incuestionable entre las interpretaciones esenciales del Chile republicano6.

Teniendo en cuenta lo mencionado, nuestro objetivo es situar históricamente el Ensayo y su polémica, atendiendo a su fundamento político e intelectual. Elementos ineludibles de esta obra como la noción de Estado, las planificaciones globales o su transversal actitud conservadora pueden ser aprehendidos, pensamos, de una mejor forma al considerar la experiencia intelectual de Góngora. Nos resulta necesario, por esto, complementar los alcances inmediatos elevados por sus críticos y complejizar el rótulo de estatista que le fue atribuido. Este es, en efecto, el problema nuclear que guiará nuestro esfuerzo, una vez evidenciado el desacuerdo entre sus lectores y su propia confesión. Esperamos proyectar nuevas luces sobre esta tensión: ¿Fue Mario Góngora un historiador estatista? ¿Qué clase de idea de Estado abrigó que pudo generar tal diversidad de reacciones y críticas? ¿Cómo explicar su rechazo de tal etiqueta? Como veremos, la propuesta de Góngora se ubicó en las antípodas del proyecto neoliberal de los economistas de Chicago. Es bien sabido que en su juventud Góngora había abrazado la expresión corporativa del pensamiento socialcristiano, integrándola con su fervor por los románticos alemanes y el conservantismo político. Ambos elementos nos entregan luces, a nuestro juicio, para explicar su reacción contenida en el Ensayo, caracterizada por un rechazo moral del orden político y económico liberal. Tal visión histórica, anclada en las experiencias de una generación derrotada, generó una polémica que escapó de los linderos de la academia, alcanzando un carácter político e ideológico. Dotó a Góngora, asimismo, de un rol en la esfera pública no desconocido por los grandes historiadores chilenos del pasado.

Esta recepción crítica, por lo demás, es la que entrega pistas al historiador para restituir la historicidad de una obra conflictiva. Creemos que en el tránsito y encaje entre las intenciones de un autor, su carga vital, las coyunturas de una época y, desde luego, el conjunto de interpretaciones y lecturas, es donde una obra adquiere trascendencia histórica y se vuelve plenamente inteligible. En esta dirección, pretendemos ser un aporte a la comprensión de este capítulo de la historia político-intelectual de Chile7.

5 Que para Góngora era “la mejor interpretación existente de nuestra historia nacional republicana”. Cita en “Prólogo de Mario Góngora” a Alberto Edwards V, La fronda aristocrática en Chile, Santiago, Universitaria, 1982. 6 Cf. Cristián Gazmuri, La historiografía chilena (1842-1970), Tomo II, Santiago, Taurus, 2009, p. 459. Para Gazmuri, “es quizá el segundo ensayo histórico más importante del siglo XX chileno, después de La fronda aristocrática”. 7 Este artículo no se plantea como una historia conceptual. Tampoco se sitúa bajo la sombra de una influencia definitiva e inmóvil, que subyugaría a sus categorías las huellas del pasado. Existen, sin embargo, ideas surgidas de tal o cual autor. En el campo de la hermenéutica, debemos inspiración a la obra de Hans-Georg Gadamer, Verdad y Método I (Salamanca, 1999), por su agudeza al evidenciar que “el sentido de un texto supera a su autor no ocasionalmente sino siempre” (p. 366). Más allá de sus diferencias, el aporte de la historia conceptual de tradición alemana (Koselleck) y la historia de las ideas inglesa (Skinner, Pocock) ha sido significativo. Sin embargo, y para los efectos de este trabajo, sentimos mayor proximidad a los postulados de los historiadores de Cambridge. El giro

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Una vez considerados los argumentos principales del Ensayo, nos detendremos en la extensa polémica –ideológica e historiográfica– surgida en 1982. Tras distinguir las áreas principales abordadas por sus críticos, proyectaremos entonces una lectura histórica de la polémica a partir de la trayectoria intelectual de Góngora y de su marco interpretativo8.

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Resulta intrigante, a primera vista, la decisión de Góngora de publicar su Ensayo en Editorial La Ciudad, prácticamente desconocida a la fecha. Su elección, no obstante, puede explicarse debido a las ataduras editoriales que pudo recibir una obra controvertida en pleno régimen militar, frente a lo cual Góngora se mostró prudente y receloso9. Pero, ¿qué podía resultar tan polémico en 1981 que Mario Góngora, Premio Nacional de Historia en 1976 y cuyo respaldo al golpe de Estado era conocido, expresara suma cautela y se mostrara más bien temeroso con la publicación de su Ensayo?

En este apartado nos adentraremos en la trayectoria histórica del Ensayo, destacando las raíces de su tesis y la polémica que siguió a su publicación en 1981. Justificada o no su excesiva cautela, los contenidos del Ensayo no pasarían inadvertidos para el público culto en Chile. El Ensayo generó una polémica de connotaciones ideológicas entre Góngora y sus críticos, y proyectó una recepción historiográfica y política de una riqueza significativa. Situado en su contexto y en la experiencia íntima de su autor, es posible reconocer en el Ensayo una interpretación valiente y decidida de la historia de Chile republicano.

El prefacio de la primera edición de 1981 del Ensayo ilustra el diagnóstico previo de Góngora sobre la coyuntura política de Chile tras el golpe de Estado de 1973: “Los ensayos sobre el Estado Nacional Chileno que he reunido en este volumen tuvieron su origen en los sentimientos de angustia y de preocupación de un chileno que ha vivido la década de 1970 a

contextual de Skinner y la primacía otorgada a los usos de los conceptos más que a las ideas como tales, nos resulta iluminador. Para profundizar en sus implicancias teóricas: Q. Skinner, “Meaning and Understanding in the History of Ideas”, en History and Theory, 8, 1969; R. Koselleck, Futuro Pasado: para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993. 8 Hemos procurado, desde un punto de vista metodológico, acercarnos al entorno intelectual de Góngora en los años ochenta, conversando con antiguos alumnos, colegas o ayudantes. No nos atuvimos, sin embargo, al parámetro formal de una entrevista o el método de la historia oral. Más que rescatar sentidos ocultos, nuestra intención fue recoger experiencias, impresiones o críticas a la labor intelectual de Mario Góngora en su Ensayo. La lista de interlocutores es significativa: Claudio Rolle, Nicolás Cruz, Eduardo Castro, Cristián Gazmuri, Ricardo Krebs, Sol Serrano, María José Cot, Joaquín Fermandois, María Rosaria Stabili, Gabriel Salazar, Alfredo Jocelyn-Holt, Ana María Stuven, Eduardo Palma C., Enrique Brahm y Sofía Correa. Desligamos a estas personas de responsabilidad por los argumentos que aquí desarrollamos, aunque sí recurrimos a citar algunas de las ideas surgidas en estas conversaciones y que no nos pertenecen. 9 Conversación con Eduardo Castro el 21 de junio de 2011. Castro, editor jefe de Editorial Universitaria, se refirió a la cautela de Mario Góngora por publicar su controvertido Ensayo en su casa editorial. Según Castro, el mismo Góngora le expresó su preocupación por las repercusiones que podrían tener los contenidos de su nuevo trabajo, por lo que desistió de “comprometer” a Universitaria con su publicación. Prefirió, en cambio, una hasta entonces desconocida Editorial La Ciudad, con casa matriz en Viña del Mar y propiedad de un conocido suyo.

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1980, la más crítica y grave de nuestra historia”10. La angustia y el pesimismo de Góngora tienen una explicación que se cierne y posa sobre la historia personal del historiador. Su trayectoria intelectual –que ya tendremos ocasión de detallar–, originada en la década de 1930, marcó de forma indeleble toda su perspectiva futura sobre el siglo XX y la civilización occidental. Para Góngora –y siguiendo de cerca La decadencia de Occidente de Spengler11–, la civilización de masas mellaba en su composición interna la cultura vital forjada tras siglos de tradición europea. El nuevo “ídolo del foro”, el materialismo neocapitalista y liberal, amenazaba con socavar las esperanzas por conservar la forma y el sentido de la cultura12. Así, Góngora identificó esta amenaza en las políticas desarrollistas de mediados de siglo en Chile y en las “planificaciones globales” desde 1964, que anteponían el triunfo de una ideología al bien común de la nación13. El gobierno de Salvador Allende terminó por confirmar las sospechas de Góngora y de una generación proclive al conservantismo político y social, que celebró el discurso restaurador subyacente al golpe de Estado del 11 de septiembre14. En el golpe militar de la Junta, Góngora vio las semillas de un vuelco en las tendencias ideológicas del gobierno de la Unidad Popular. Reconoció, asimismo, en la Declaración de Principios de 1974, un respeto por la tradición histórica de Chile al prevalecer como objetivo programático el corporativismo social hispánico y el “principio de subsidiariedad”15.

Las esperanzas de un comienzo, no obstante, fueron rápidamente socavadas. La influencia de economistas neoliberales en el círculo interno del régimen, y la conversión pragmática de ideólogos como Jaime Guzmán desde el corporativismo al liberalismo económico, provocaron un quiebre histórico16. Ya en 1975 la política económica del régimen militar se orientaba hacia el liberalismo de Chicago como proyecto de largo plazo y al Estado mínimo como visión ideológica.

Para Góngora fue una decepción mayúscula. Su cercanía con los románticos alemanes, la tradición tomista y el pensador Spengler, le hacían valorar espiritualmente la idea de Estado en toda sociedad aspirante a desarrollarse como Cultura17. Así apreció en Chile la

10 Mario Góngora, Ensayo histórico...op. cit., p. 59. 11 Cf. Álvaro Góngora, “El Estado en Mario Góngora: una noción de contenido spengleriano”, Historia, vol. 25, 1990, pp. 39-79; Ricardo Krebs, “El historiador Mario Góngora” en Mario Góngora, Ensayo histórico...op. cit., p. 417; Cristián Gazmuri, La historiografía...op. cit., p. 460. 12 Mario Góngora llamo el “nuevo ídolo del foro” al materialismo neocapitalista, para él un rasgo ubicuo de la civilización de masas. Véase, Mario Góngora, Civilización de masas y esperanza y otros ensayos, Santiago, Vivaria, 1987. 13 Así en 1976 Góngora definía públicamente sus convicciones políticas: “[M]e siento cada vez más adversario del desarrollismo, la tecnocracia y el economicismo, al cual se entregan desgraciadamente buena parte de los gobiernos del mundo occidental. El racionalismo en que se basa todo ese complejo ideológico, su desprecio por las tradiciones locales y nacionales, su olvido de todo humanismo y de toda motivación espiritual o vital, arrasan con todas las resistencias profundas que precisamente serían los obstáculos para el marxismo”. Cita en: ¿Qué Pasa?, n° 281, 9 de septiembre de 1976. 14 Cf. Renato Cristi y Carlos Ruiz, El pensamiento conservador en Chile, Santiago, Universitaria, 1992, p. 136. 15 Cf. Mario Góngora, Ensayo histórico…op. cit., pp 294-295; Sofía Correa, “El pensamiento en Chile en el siglo XX: bajo la sombra de Portales”, en Oscar Terán (coord.), Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2004, p. 291. 16 Cf. Renato Cristi, El pensamiento político de Jaime Guzmán. Autoridad y Libertad, Santiago, LOM, 2000; Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, Nacionales y gremialistas. El “parto” de la nueva derecha política chilena, 1964-1970, Santiago, LOM, 2008. 17 Mario Góngora, “Nociones de Cultura y de Civilización en Spengler” en él mismo, Civilización...op. cit., p. 75.

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importancia transversal del Estado, como forma y matriz de la nación chilena, órgano elemental de nuestra tradición, que cual historiador, se sintió con el deber de proteger. El prefacio al Ensayo continúa de esta forma: “Esos sentimientos” –de angustia y preocupación, recordemos–, “me han forzado a mirar y a reflexionar sobre la noción de Estado, tal como se ha dado en Chile, donde el Estado es la matriz de la nacionalidad: la nación no existiría sin el Estado, que la ha configurado a lo largo de los siglos XIX y XX”18. Esta ha sido, probablemente, la tesis más polémica de la historiografía chilena en los últimos cincuenta años.

La historia posterior del Ensayo está escrita con los tintes de una difusión amplia y controversial. En 1986, tras un año del trágico fallecimiento de Mario Góngora a las afueras del Campus Oriente de la Universidad Católica, la Editorial Universitaria preparó una segunda edición del Ensayo. En esta se incluyeron algunos artículos de la polémica de 1982 entre Góngora y Arturo Fontaine T. Se integraron también comentarios laudatorios de Ricardo Krebs, Fernando Silva, Nicolás Cruz y Sergio Villalobos, reconociendo la trayectoria de Góngora como historiador e intelectual. Hoy, a la fecha, las ediciones del Ensayo suman diez, y de un texto de 149 páginas en la primera edición de La Ciudad de 1981, pasó a un volumen que supera las 430 páginas, incluyendo un prólogo de Joaquín Fermandois a la séptima edición.

Es importante subrayar, asimismo, el impacto que el Ensayo tuvo en las tendencias políticas de mediados de los ochenta y comienzos de los años noventa. En un escenario intelectual a lo menos complejo, el Ensayo fue leído con interés, sobre todo por su formulación de las planificaciones globales, entre sociólogos, economistas y politólogos de partidos de oposición al régimen militar19.

EL ESTADOEL ESTADOEL ESTADOEL ESTADO DE CHILEDE CHILEDE CHILEDE CHILE Y LAS PLANIFICACIONES GLOBALESY LAS PLANIFICACIONES GLOBALESY LAS PLANIFICACIONES GLOBALESY LAS PLANIFICACIONES GLOBALES

Como paso previo a un análisis crítico posterior, será necesario recordar los principales temas e ideas contenidos en el Ensayo. Esto pues a primera vista se presenta como una obra desigual. La pluma de Góngora circula desde grandes intuiciones históricas –su noción de Estado– hasta la más fina erudición documental; el Ensayo ofrece pasajes destinados a develar el sentido más profundo de una época (la “tierra de guerra”, el Balance Patriótico de Huidobro, el autorretrato de Santa María o las “planificaciones globales”), y otros cercanos a la narración histórica más convencional, mediante el desfile de episodios,

18 Mario Góngora, Ensayo histórico...op. cit., p. 59. 19 Conversación con Gabriel Salazar el 12 de septiembre de 2011. Salazar mencionó como influyente también la obra de Arturo Valenzuela, El quiebre de la democracia en Chile. Asimismo, en conversación con Eduardo Palma C. el 2 de diciembre de 2011, quien nos aseguró que la obra fue leída con entusiasmo por el círculo de la DC y cercanos a Edgardo Boeninger, quien ya había observado la presencia de “ideologismos” en la segunda mitad del siglo XX chileno. El libro de Boeninger, Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad (Barcelona, 1998), es un ejemplo interesante. En su apartado sobre la crisis de la democracia, Boeninger alude con confianza a las “planificaciones globales” de Góngora como marco interpretativo. Estos esquemas excluyentes habrían creado un espacio abierto para la ideologización del Estado y el control por parte de los partidos políticos.

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personajes y coyunturas críticas (en los casos de los gobiernos de Alessandri e Ibáñez). Esta variedad de temas y niveles de reflexión, podrían incluso llegar a relativizar la solidez argumental del Ensayo, extraviando el hilo conductor de su tesis central.

Con todo, en el primer capítulo de su obra Góngora afirma que Chile hasta el siglo XIX fue una “tierra de guerra”. La guerra como fenómeno histórico, político y social habría coadyuvado a la formación de un sentimiento nacional, proyectado desde el aparato estatal. Los eventos bélicos, en efecto, son numerosos: además de la tensión secular en la frontera mapuche, Chile como república naciente experimentó las guerras de Independencia, la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, la guerra contra España, la guerra del Pacífico y guerras civiles en distintos momentos del siglo. De la inestabilidad de la década de 1820, surgió el pragmatismo político de Diego Portales. Góngora, al interpretar a Portales, no se aparta sustancialmente de las tesis sostenidas por Edwards o Encina20, salvo en el impersonalismo que el autor de La fronda aristocrática le atribuyó al “régimen” inaugurado por el Ministro21. Para Góngora, en la década de 1830 nace un “Estado portaliano”, autoritario y fuerte, guardián celoso ante posibles utopismos democráticos o el caudillismo militar. Este Estado modelo, único entre las nacientes repúblicas latinoamericanas, habría llegado a su fin en 1891 con el surgimiento de nuevos sectores sociales y un pujante desarrollo económico. Era, en efecto, otro Chile y la realidad política se configuraba de acuerdo a las exigencias de la oligarquía.

Para Góngora, un rasgo distintivo de la naciente república de Chile fue el ethos aristocrático de su elite dirigente. El liderazgo del Estado que ejerció este grupo fue necesario por dos razones: una, para mantener la cohesión institucional del país, y dos, para traspasar al “pueblo” una virtud republicana antes inexistente. La sujeción de esta clase aristocrática terrateniente al gobierno presidencial para la mantención del orden público la distinguió de otras elites de la región. Su decadencia arreció una vez que se mezcló con la plutocracia banquera, constituyendo una nueva oligarquía, razón del “fin del régimen portaliano” en 1891.

En el capítulo “La república aristocrática y la autocrítica de Chile”, Góngora califica el gobierno de la oligarquía como “política fantasmal”, incapaz de destrabar los nuevos conflictos sociales y económicos que el país veía nacer. Surgió, entonces, una crítica al “modelo” que cambiaría el mapa político de Chile en tan sólo un par de décadas. La pérdida de legitimidad tradicional preparó el camino al “Tiempo de los caudillos (1920-1932)”. Góngora reflexiona in extenso en torno a los gobiernos de Alessandri e Ibáñez, presentando digresiones notables, como la dedicada a la generación creativa de 1920. Los caudillos renovaron el gobierno fuerte característico del orden portaliano, orientado esta vez hacia las masas y los segmentos intermedios de la población. Una nueva organización del Estado permitió el surgimiento del prurito benefactor, con una influencia decisiva en los asuntos

20 Distintos autores han retomado la discusión en torno al supuesto “régimen portaliano” y su aspecto mítico o fundacional. Véase: Alfredo Jocelyn-Holt, El Peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica, Santiago, Planeta/Ariel, 1997; Sergio Villalobos, Portales, una falsificación histórica, Santiago, Universitaria, 1989; Bernardino Bravo, De Portales a Pinochet, Santiago, Andrés Bello, 1985. 21 Mario Góngora, Ensayo histórico...op. cit., p. 73.

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económicos. Un momento culmine del Ensayo tiene lugar en el último capítulo, cuando Góngora proyecta una interpretación en torno al período de “1964-1980: La época de las planificaciones globales”. A grandes rasgos, en este tipo de gobierno la influencia de las ideologías se revela con tal notoriedad, que los fines del Estado pasan a segundo plano. El bien común como aspiración republicana se pierde entre la nebulosa discursiva y programática de la Democracia Cristiana, la Unidad Popular y la dictadura de Pinochet.

En torno a las planificaciones globales, en tanto, y su proyección en la interpretación histórica de Góngora, es necesario hacer algunos alcances. Como ha argumentado lúcidamente Joaquín Fermandois, “por ‘planificación’ no entiende –Góngora– meramente el uso común, como ‘estatismo’ o ‘socialismo’; estos se incluyen quizás en aquella, pero no es la totalidad. Se refiere a un ‘constructivismo racionalista’ que llega a conformar la vida moderna, de la cual la política chilena no es más que una emanación, uno de sus tantos resultados. Aludiendo a Jaspers, señala que la fuerza a la ofensiva pretende abolir la tradición en nombre de la utopía”22. Tanto la Reforma Agraria en Frei, como la política de nacionalización y expropiación en Allende, y la merma del “Estado dirigista” en el régimen militar, constituyen ataques directos contra la tradición histórica de Chile, siendo una manifestación más de la civilización de masas que tanto atemorizaba a Góngora. Y es esta última política la que provoca su “angustia y preocupación” a comienzos de los años ochenta. La descomposición flagrante del Estado, en su importancia y sentido, lo inquietó seriamente. Se transaba, para él, la experiencia histórica de la nación –coincidente con el Estado– por un materialismo tecnocrático burdo y ruin. La noción de Estado que abrigaba Góngora lo estimulaba a denunciar el proyecto neoliberal de los economistas de Chicago, evidenciando su completa carencia de todo sustento moral, religioso o metafísico. La siguiente cita, parte final del Ensayo, revela en toda su magnitud el dramático relieve que Góngora atribuía al proyecto económico asumido por el régimen militar:

El espíritu del tiempo tiende en todo el mundo a proponer utopías (o sea, grandes planificaciones) y a modelar conforme a ellas el futuro. Se quiere partir de cero, sin hacerse cargo ni de la idiosincrasia de los pueblos ni de sus tradiciones nacionales o universales; la noción misma de tradición parece abolida por la utopía. En Chile la empresa parece tanto más fácil cuanto más frágil es la tradición. Se va produciendo una planetarialización o mundialización, cuyo resorte último es técnico-económico-masivo, no un alma. Suceden en Chile, durante este período “acontecimientos” que el sentimiento histórico vivió como decisivos: así lo fue el 11 de septiembre de 1973, en que el país salió libre de la órbita de dominación soviética. Pero la civilización mundial de masas marcó muy pronto su sello. La política gira entre opciones marxistas a opciones neoliberales, entre las cuales existe en el fondo “la coincidencia de los opuestos”, ya que ambas proceden de una misma raíz, el pensamiento revolucionario

22 Joaquín Fermandois, “Camino al Ensayo”, en Mario Góngora, Ensayo histórico…op. cit., p. 40. Considerando las lecturas de cabecera de Góngora, la alusión a Karl Jaspers podría apuntar a una de sus obras célebres: Origen y meta de la historia, Madrid, Revista de Occidente, 1965.

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del siglo XVIII y de los comienzos del siglo XIX. Otras vías, aparecen cerradas, como la que señala Solzhenitsyn, la mayor autoridad moral del mundo de hoy.

En la inacabable crisis del siglo XX, que puede ser mirada desde tan diversos ángulos, hemos querido señalar en este ensayo tan solamente una, la crisis de la idea de Estado en Chile: es decir, la de una noción capital para nuestro pueblo, ya que es el Estado el que ha dado forma a nuestra nacionalidad23.

POLÉMICA Y RECEPCIÓN CRÍTICAPOLÉMICA Y RECEPCIÓN CRÍTICAPOLÉMICA Y RECEPCIÓN CRÍTICAPOLÉMICA Y RECEPCIÓN CRÍTICA

Una detallada presentación de la polémica que tuvo lugar tras la publicación del Ensayo resulta fundamental. Fueron sus críticos los que posicionaron bajo el escrutinio público la obra de Góngora, destacando sus aciertos, límites y omisiones. Sin existir la crítica y las consecuencias polémicas que el Ensayo trajo consigo, resultaría difícil explicar su trascendencia historiográfica; es, en definitiva, su recepción intelectual la que enriqueció y potenció la tesis de Góngora, justificando así la cautela con la que el historiador lanzó su obra.

Con todo, la polémica, cual genuina experiencia intelectual, ofrece una red de sentidos posibles de rastrear. A nuestro juicio, la recepción del Ensayo fue dispar y contradictoria; mientras algunos dirigieron sus miradas al detalle factual de su interpretación historiográfica, otros abordaron críticamente la idea de Estado contenida en la tesis del libro. El doble cariz de la polémica ofrece, por tanto, herramientas de distinción: cuando las recensiones no pretendieron corregir una visión específica desde un punto de vista historiográfico –o, en su forma, “científico”–, tuvieron un carácter ideológico; fueron, en su génesis, críticas políticas. Por esto, la presentación que sigue engloba estas dos áreas de interpretación.

La polémica inicial tuvo lugar en la revista Economía y Sociedad, cercana al círculo de los economistas de Chicago y dirigida en 1982 por José Piñera Echeñique. La reseña de Gonzalo Vial Correa, publicada en junio de 1982 y titulada “Un libro estimulante”, está planteada desde un punto de vista estrictamente historiográfico24. Vial Correa, historiador ligado al régimen militar –fue Ministro de Educación–, y heredero del sello conservador de Jaime Eyzaguirre, resalta los aciertos de la propuesta de Góngora, su variedad temática y las

23 Mario Góngora, Ensayo histórico...op. cit., p. 304. Existe la posibilidad de que el concepto de “planificación global” no sea original de Góngora en su aplicación a Chile. Se nos ha señalado que, antes que él, fueron Fernando Silva y Edgardo Boeninger los que lo formularon. Es posible que, en el caso del primero, hayan esbozos de la idea en su capítulo “Un contrapunto de medio siglo: democracia liberal y estatismo burocrático 1924-1970” en la obra Historia de Chile (1976). No es, sin embargo, una presentación clara y sistemática como la de Góngora. En el caso de Boeninger, no encontramos ninguna referencia previa a 1981 que contenga la idea de “planificaciones globales”. Sí es utilizada por el político DC en obras posteriores, como Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad, en la que cita explícitamente a Góngora atribuyéndole la autoría del concepto (en la p. 248 se argumenta que “la formulación de proyectos globales excluyentes o planificaciones globales fue la consecuencia directa de la ideologización de los partidos [...] al decir de Góngora”). Nos preguntamos si sería lógico que, habiendo formulado él mismo la idea antes que el historiador, lo cite ahora para apoyar sus argumentos. 24 Economía y sociedad, 2ª época, Nº2, Santiago, junio de 1982. Esta misma reseña apareció también en Historia, N°17, Santiago, 1982, pp. 514-517.

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nuevas opciones que abre a la investigación. Para él, la revisión gongoriana del “Estado portaliano” es un acierto, mientras que critica el escaso realce que alcanzan las Fuerzas Armadas y los partidos políticos en la argumentación del Ensayo. El tono de la recensión es, en general, laudatorio, atento a las dudas y silencios de Góngora, pero respetuoso de las categorías utilizadas y de la forma en que está planteado el Ensayo. Para Vial, “quizás el mejor homenaje al libro de Mario Góngora, es apreciar esta variedad infinita de temas, estudios, incógnitas y discusiones que su sola lectura sugiere”.

También en un nivel netamente historiográfico sitúa Sergio Villalobos su reseña publicada en revista Hoy25. Aunque Villalobos considera que tanto la tesis como la inspiración que sustenta al libro son un acierto, dirige sus esfuerzos a depurar y corregir, en base a su investigación personal, las que considera premisas erradas en el Ensayo, como la metáfora de “tierra de guerra”. En efecto, si alguien se ha esforzado en demostrar cuán relativa fue la intensidad de la Guerra de Arauco durante el periodo colonial ha sido Sergio Villalobos. Por esto, destaca inexactitudes y ambigüedades que comportaría el adjetivo utilizado por Góngora enfatizando, en cambio, la noción de “vida fronteriza” surgida en los márgenes del río Biobío. La Guerra del Pacífico, no obstante, sí habría supuesto un esfuerzo militar de mayor calibre aunque, como Villalobos advierte, nunca se impuso en Chile un militarismo caudillesco que intentase usurpar el poder a la elite civil constitucionalmente legitimada. La etiqueta de “tierra de guerra” no sería, pues, nada más que un mito sin fundamento en la documentación.

En cuanto a la influencia de Portales, Villalobos concede a Góngora el carácter personalista de su ministerio, mas no el vínculo con la aristocracia, grupo al que el Ministro “despreciaba abiertamente”:

Su personalismo se mostró con toda claridad mientras fue ministro. Impuso su voluntad, avasalló a las autoridades y no vaciló en tomar medidas exageradas, todo lo cual mantuvo al país en duras tensiones y concluyó por aislar al gobernante.

Entendiendo el gobierno como una tarea personal, llegó a decir, en el secreto de su correspondencia, que “la ley la hace uno procediendo con honradez”, es decir, la voluntad del gobernante es la ley.

Esa última frase nos da la clave, además, de otro hecho que desvirtúa uno de los mitos portalianos más difundidos: la creación de la institucionalidad.

Villalobos daba cuenta entonces de sus tesis en relación con el mito del “régimen portaliano”, vertidas unos años después en Portales, una falsificación histórica (1989).

25 Hoy, Santiago, 12 y 19 de marzo y 1º de junio de 1982.

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Bernardino Bravo Lira, en tanto, planteaba su recensión de síntesis, publicada en la revista Política en junio de 1984, en torno al problema de la génesis del Estado en Chile26. Sus argumentos apuntan a señalar la prexistencia de una nacionalidad al Estado formado en el siglo XIX, contenida en la tradición hispánica. Una de las tesis fundamentales de Bravo es la continuidad entre el Estado indiano y el Estado configurado por Portales, siendo este una restauración del anterior. La crisis de la idea de Estado, para Bravo, se vincula a una crisis en el régimen de gobierno durante el siglo XX. La época de planificaciones globales mantenía al Estado subordinado a los partidos políticos, propiamente ideológicos, y la “significación del pronunciamiento armado de 1973” habría liberado al Estado de tal yugo. No corrigió, sin embargo, la crisis de la idea de Estado provocada por el vacío institucional. Bravo Lira subraya la importancia del Ensayo como motor de la reflexión, pero también llama la atención sobre el acentuado número de comentarios enfocados en el periodo post 1973: “Ello se debe, en parte, a que es” –la última fase del libro– “la de más inmediata actualidad y en parte, tal vez, a que es también la menos elaborada”. Si bien Bravo Lira no critica directamente la comprensión de Estado de Góngora, su recensión también es un testimonio de época: las sucesivas crisis de la idea de Estado que percibe en el siglo XX otorgan verosimilitud al “pronunciamiento armado de 1973”, el cual “puso fin a la subordinación del Estado a un partido o combinación de partidos gobernantes”.

Aun así, los tres historiadores anteriormente visitados plantean sus recensiones en términos historiográficos, sin detenerse en las implicaciones políticas e ideológicas –o, aun más, morales– del debate propuesto por Góngora. Al ubicarse en un terreno pretendidamente “científico”, historiadores como Villalobos o Vial no buscaron explicitar posibles críticas a las categorías fundamentales del argumento de Góngora, como la idea de Estado o nación, evitando un debate político que a esas alturas podría resultar comprometedor.

Arturo Fontaine T., por su parte, publicaba su recensión crítica –“Un libro inquietante”– en la misma edición de Economía y Sociedad en que aparecía la reseña de Gonzalo Vial27. Los argumentos de Fontaine se ubican en el terreno de la filosofía política y resaltan las debilidades e inconsistencias del Ensayo. El filósofo y literato reprocha a Góngora su “historicismo implícito” y la nula definición, clara y sistemática, de lo que para él es el Estado. Dice Fontaine: “No queda bien en claro si es una historia de la génesis y evolución de esta idea en Chile o un estudio de esa institución tal como se ha dado en los siglos XIX y XX”. Suma a esto, la certeza de que Burke se refería a la sociedad (“un contrato permanente”) y no al Estado en la cita que Góngora ofrece en el prefacio. Interesante, por otro lado, resulta la crítica de Fontaine a la desconfianza de Góngora por las planificaciones globales y el tipo de reacción que significa su obra. Al ser, en definitiva, un impulso tradicionalista, el intelectual no ofrecería una solución global al problema que lo aqueja, un rasgo típico del pensamiento conservador28. Esto a Fontaine pareciera sumirlo en incertidumbre:

26 Política Nº5, Santiago, junio de 1984. Y una tesis similar en Bernardino Bravo, De Portales...op. cit. 27 Economía y sociedad, 2ª época, Nº2, Santiago, junio de 1982. 28 Cf. Joaquín Fermandois, “Movimientos conservadores en el siglo XX: ¿Qué hay que conservar?”, Estudios Públicos, 62, 1996; Michael Oakeshott, “¿Qué es ser conservador?”, Estudios Públicos, 11, 1983.

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El profesor Góngora estima negativas estas “planificaciones globales”. Sin embargo, lo que da grandeza a la política son los ideales y los principios. Sin duda que es una ilusión fatal pretender “partir de cero”. Pero es bueno y necesario, creo, tener un modelo de sociedad por el cual luchar. Por lo demás, la tesis queda sólo planteada, ya que el autor no se detiene a examinar cómo encajaron o no encajaron estos modelos en la realidad chilena. La fragmentación de la corriente demócrata cristiana o el fracaso del proyecto socialista de la Unidad Popular son algunos de los fenómenos que no quedan explicados.

Aunque a ratos el tomismo parece atraer al profesor Góngora, en el fondo, no nos dice exactamente que sea compatible con la noción chilena del Estado. Nos dice sí qué es incompatible: el marxismo, el liberalismo, las doctrinas de CEPAL asumidas por la DC...¿Qué queda? ¿El puro tomismo? ¿Vásquez de Mella? ¿El corporativismo? ¿Un socialismo al estilo de los militares peruanos que encabezó Velasco Alvarado? El autor no lo dice. La noción de una “tierra de guerra” poblada de negaciones –ni democracia, ni liberalismo, ni socialismo– no proporciona una buena base para construir el porvenir de Chile.

La respuesta de Góngora no se hizo esperar. Aparte de aclarar el tema del Estado, afirmando que su visión histórica es una entre muchas posibles, y defendiendo la línea corporativista que aprecia en la Declaración de Principios de 1974, resulta interesante el intercambio que se genera a partir de los últimos comentarios de Fontaine Talavera. ¿Es que Góngora se plantea en un plano netamente negativo, impidiendo a su libro la posibilidad de ser “una buena base para construir el porvenir de Chile”? Resultaba, por cierto, una pregunta válida considerando el contexto político y económico de entonces. Académicos y profesionales cercanos a una publicación como Economía y Sociedad se vieron en la necesidad de justificar la adopción del proyecto neoliberal en Chile, en medio del surgimiento de los primeros desequilibrios macroeconómicos. Góngora asume esta realidad e invierte el debate: estima, en definitiva, que la crítica de Fontaine sólo podría ser aceptable en caso de que debamos esperar proyectos para Chile y programas ideológicos desde la historiografía. Al extender Góngora una crítica profunda al neoliberalismo, Fontaine solicita al profesor que ofrezca entonces un programa alternativo, que no “critique por criticar”. La réplica de Góngora, en tanto, aparece en la próxima edición de Economía y Sociedad correspondiente a julio de 1982:

Finalmente, Arturo Fontaine desearía que mi libro tradujese el Estado chileno en términos de una determinada ideología, ya sea el tomismo, o Vásquez de Mella (o sea, el tradicionalismo español), o el corporativismo, o el nacionalismo de izquierda. Al no hacerlo, el lector quedaría vacilante y consideraría que no le proporciono “una buena base para construir el porvenir de Chile”. Un historiador no tiene por qué adscribirse taxativamente a una ideología, ni a una filosofía política, ni siquiera a aplicar una filosofía de la historia. Sus convicciones se manifiestan más concretamente en lo que

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relata, describe o analiza. Ni tampoco puede dar recetas para reconstruir un país. La Historia es un saber contemplativo: no pretende, dice Jacobo Burckhardt, “hacernos prudentes para un instante, sino sabios para siempre”.

La próxima respuesta de Fontaine, contenida en el mismo tercer número de la revista, da por finalizada la breve pero intensa polémica:

No es que haya deseado encontrar, en este ensayo histórico, “ideologías”, sino una mayor determinación de los objetos que le ocupan, en este caso, las nociones de Estado y Nación en Chile durante los siglos XIX y XX. Mi posición es que el profesor Góngora no nos explica suficientemente cuál es la noción de Estado que corresponde a la tradición de nuestro pueblo. Niega las principales escuelas de pensamiento político de los siglos XIX y XX –las que quedan en consecuencia desprovistas de raigambre nacional– sin precisar el concepto que da nombre a este ensayo. Tampoco espero del historiador recetas. La relevancia que tiene la obra de un historiador es que la historia se escribe desde el presente, que es como un punto de apoyo desde el cual podemos actuar sobre el futuro y dar forma al pasado. No hay visión de pasado sin intuición del futuro. Porque respeto la tradición y creo que las formas de organización social del futuro deben anclarse en la experiencia anterior, es que examino con atención las categorías conceptuales del historiador, en función de las cuales él interpreta los hechos.

La incertidumbre de Fontaine pudo haber despertado en cualquier lector atento y bien dispuesto a la crítica histórica. Es dudoso que el carácter ensayístico que Góngora asumió para su obra lo exima de una presentación mejor y más certera de sus categorías. Pocos, podríamos decir, creyeron entender a qué se refería el historiador con la noción de Estado, hacia dónde apuntaba su interpretación o cuál era verdaderamente la matriz de su obra. Más allá de estos alcances, la reseña de Fontaine trasciende su inmediatez filosófica y participa del escenario ideológico de principios de los años ochenta. Fontaine recuerda a Góngora una serie de proyectos históricos ligados a la noción de Estado y políticamente fallidos. Pareciera preguntarse, entonces, qué es lo que resta para que el Estado gongoriano se vea a sí mismo reconociendo su intrínseco anacronismo, y para que se confiese como una nostalgia incapaz de ofrecer proyectos para “construir el porvenir de Chile”.

Patricio Prieto, en tanto, columnista de El Mercurio en agosto de 1982, publicó un comentario crítico titulado “El Estado, ¿formador de la Nación chilena?”29. En él, Prieto asumía tímidamente una defensa del rol político del régimen militar, generando una recensión estrictamente política. Frente a los recelos de Góngora por las influencias neoliberales desde

29 El Mercurio, Santiago, 1º de agosto de 1982.

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1975, que estarían mermando al Estado en su sentido y composición, Prieto afirma: “La realidad vivida durante estos últimos nueve años no parece confirmar estos temores. El poder coactivo del Estado no se ha debilitado. El orden público ha sido mantenido con vigor y las facultades de control económico han sido reforzadas, a extremos desconocidos aun en el periodo del presidente Allende [...] Si ha habido un cambio este ha sido en el sentido de fortalecer al Estado”30. Prieto realiza, en lo sucesivo, una enumeración –como él mismo reconoce– de aspectos propios del Estado que habrían sido reforzados durante el régimen militar como el rol de la justicia, la educación y la previsión social. Sitúa el debate, pues, más allá de la crítica moral elevada por Góngora a las planificaciones globales. La pregunta que asoma en su recensión apunta a dilucidar si el régimen militar era verdaderamente una restauración portaliana (como pudo pretender el discurso oficial en 1974) o un experimento neoliberal revolucionario de la escuela de Chicago (no olvidemos la consigna ofrecida por Joaquín Lavín: “Chile, revolución silenciosa”)31. La respuesta de Góngora a esta interrogante sería muy pronto conocida32.

En una vereda ideológica opuesta, si se quiere, el Ensayo también generó repercusiones de grueso calibre. Como se podría esperar, ninguna de las recensiones que expondremos a continuación figura entre las seleccionadas por Editorial Universitaria para integrar la edición póstuma del Ensayo de 1986.

En 1982, José Bengoa publicó un comentario crítico del Ensayo en revista Proposiciones, vinculada por ese entonces a la ONG SUR e intelectuales de izquierda33. Su argumento general apunta a una lectura en clave democrática de la noción de Estado en Chile, por lo que revela cuán insuficiente le parece la perspectiva histórica de Góngora. Si el Estado gongoriano, según Bengoa, está marcado por la autoridad y la obediencia, entonces calza con la noción de presidencialismo expuesta en el Ensayo, lo que concluye que “esta visión del Estado tiende a personalizarse en quien lo administra. Aparece por tanto una visión profundamente elitista de la sociedad, el Estado y la historia de Chile. Son ciertos hombres los que han encarnado el Estado y por lo que este significa, a la Nación, a su alma, a su espíritu permanente”. Para Bengoa, la deficiencia de Góngora radica en su implícito esencialismo; atribuye rasgos suprahistóricos a una sociedad plural, compleja y en constante

30 Con ciertas diferencias, esta crítica a Góngora se asemeja a la propuesta por Alfredo Jocelyn-Holt en su libro El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar, Santiago, Planeta, 1998. Jocelyn-Holt cuestiona que la dictadura militar de Pinochet haya descompuesto el Estado añorado por Góngora. Para este autor, la implantación radical del modelo neoliberal exigió un Estado fuerte y autoritario, para él el más poderoso de la historia de Chile. La acción de este Estado omnipotente habría sellado la ruptura con el “Antiguo Régimen” apreciada desde la Reforma Agraria en los años sesenta. 31 Cf. Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, “Estatismo y neoliberalismo: un contrapunto militar. Chile 1973-1979”, Historia, N°34, Santiago, 2001. 32 En entrevista para El Mercurio, Raquel Correa preguntó a Góngora en 1984: “¿Usted diría que este es un gobierno portaliano? – No. Yo diría que no –respondió el historiador. Portales eliminó al Ejército de las determinaciones políticas decisivas. La guerra contra la Confederación Perú-Boliviana fue producto de su personal plan de hacer de Chile el primer país del Pacífico. Como lo expresó al confiar el mando a Blanco Encalada, la motivación de la guerra no vino de círculos militares y, al contrario, produjo la sublevación militar de Vidaurre […] La Declaración de Principios tiene una inspiración totalmente diversa de la política de Chicago”. Cita en: El Mercurio, Santiago, 9 de diciembre de 1984. 33 José Bengoa, “El carácter de una obra y la necesidad crítica en el trabajo intelectual”, Proposiciones N°7, 1982.

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transformación, otorgando no sólo una noción de Estado a Chile sino que encarnándola en determinadas figuras políticas:

El problema anterior, es otorgarle a ciertos personajes el valor de intérpretes o expresión del alma nacional, como si esta existiera. Si uno entiende la historia de este país, en lo que ella es, un conjunto de relaciones de todo tipo (económicos, políticos, ideológicos, culturales, etc.) entre personas, grupos, clases sociales, corrientes de opinión, etc…que viven y mueren en un mismo territorio y que para vivir buscan formas de convivencia para unos y de sinviviencia para otros. No hay almas, ni esencias, ni espíritus nacionales flotantes, hay una manera de convivir posible en este territorio, que se fue mostrando posible y que es nuestro perdido “estilo de vida”, que casi todos añoramos, aunque por distintas razones.

Según Bengoa, Góngora buscaba con nostalgia una “esencia inmóvil un poco perdida” pero no correspondida en los hechos. Así, se pregunta: “¿Por qué [si] la idea de Estado en Chile es esta –la que explica Góngora– ha entrado en crisis?”. Sería interesante relacionar esta crítica, al esencialismo del Ensayo, con la del “historicismo implícito” atribuido por Fontaine. Sin duda, para Bengoa, Góngora no se comporta como un historicista, no al menos en el sentido individualizador que a esta corriente de pensamiento atribuyó Friedrich Meinecke en 193634. Correspondería a otra investigación señalar la correcta orientación de estas observaciones –considerando, por ejemplo, la admiración de Góngora por Dilthey y su tendencia “rankeana” de los años 50. Por ahora, podríamos sugerir que se trata de un nuevo rasgo ambivalente en la personalidad intelectual de nuestro historiador; se evidenciaría un historicismo de dos rostros, fiel al objetivismo documental, pero también afecto a categorías trascendentes de comprensión histórica.

Una recensión que se atuvo a considerar el especial contexto en que fue escrito el Ensayo, ponderar su ánimo interpretativo de tipo decadentista y valorar, ante todo, la existencia de una mirada inserta en los problemas del presente histórico, fue la escrita por Gabriel Salazar Vergara a comienzos de 1982 en Londres y publicada en revista Nueva Historia, publicación ligada a historiadores de izquierda exiliados en Gran Bretaña35. La reseña, titulada “Historiadores, historia, estado y sociedad”, valora el resurgimiento, con el Ensayo, del género de ensayos históricos característico en ciertos momentos de la historiografía chilena. Para Salazar, el Ensayo de Góngora se integra en una tradición formal de escritura de la historia en Chile, representada por figuras como Alberto Edwards, Francisco Antonio Encina, Julio César Jobet, Aníbal Pinto o Hernán Ramírez. Su mérito consiste en revertir la “introversión academicista de la ciencia histórica chilena durante el período crucial

34 Friedrich Meinecke, El historicismo y su génesis, México, Fondo de Cultura Económica ,1982. Para quien “la médula del historicismo radica en la sustitución de una consideración generalizadora de las fuerzas humanas históricas por una consideración individualizadora […]”, p. 12. 35 Gabriel Salazar V., “Historiadores, historia, estado y sociedad: comentarios críticos en torno al Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX, de Mario Góngora”, Nueva Historia N° 7, 1982.

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1938-1981”. El género del ensayo histórico, para Salazar, conecta una visión interpretativa con la historia viva, objeto de los historiadores por antonomasia. Advierte, por lo demás, la incomodidad de Góngora ante el surgimiento de las “masas” en comunión con Ortega y Gasset o Jaspers.

La excesiva valoración histórica de un arquetipo ideológico remoto (a decir verdad, el autor no da una definición clara y distinta de Estado; las citas iniciales de Burke y Spengler carecen de las formalidades lógicas necesarias a una verdadera definición, de modo que se deduce que, trabajando según el modelo de Edwards, su concepto de Estado no es otro que el de Portales), ha conducido al autor a realizar una reflexión oblicua, y por tanto históricamente incómoda, respecto de por lo menos tres rupturas históricas de importancia: la generada por la burguesía que surge después de 1850, que contribuyó en buena medida al establecimiento de un capitalismo industrial en Chile; el desarrollo político del conjunto del pueblo chileno y la instauración de una democracia que fue considerada por muchos como un modelo en América Latina (1910-1930), y el advenimiento, después de 1973, de un régimen con un “poder total” aún mayor que el que tuvo nunca Portales, y que es universalmente conocido por características que son muy diferentes a su política descentralizadora del Estado (la que no podría ser, paradojalmente, su contribución progresiva y no regresiva a la historia de Chile).

Salazar manifiesta similares inquietudes a las vertidas por Arturo Fontaine en relación con la precaria y confusa “definición” que Góngora hace de su noción de Estado. A pesar de las consideraciones críticas, Salazar asegura que “el ‘ensayo’ del profesor Góngora puede ser considerado como un estimulante estudio hecho con profesionalidad y coraje. No podía esperarse menos de quien ha sido uno de los más altos exponentes de la historiografía académica chilena de las últimas décadas, sino el mejor”. Su recensión, sin embargo, se plantea en un terreno ambiguo. Sin ofrecer connotaciones políticas explícitas, no podría obviarse que la interpretación histórica de Gabriel Salazar en 1982 ya contenía una profunda crítica a la “historia de los vencedores”, elitista por antonomasia, similar discurso al proferido por José Bengoa.

Pasados años desde estas recensiones, en tanto, ha sido justamente la historiografía de izquierda, en su afán por derribar el mito constructivista de la nación por los grupos dirigentes de la oligarquía, la que ha acentuado su rechazo de la tesis de Góngora, incluyéndola en el marco de la “escuela” conservadora de historiadores chilenos del siglo XX36.

36 La obra de Gabriel Salazar, Construcción de Estado en Chile (1800-1837), acentúa algunos matices en la tesis de la supremacía oligárquica en la conformación del Estado en Chile tras la Independencia. Para este autor, en el periodo denominado “de anarquía”, existió una “democracia de los pueblos” sui generis, arraigada en la nación y expresada en el ejercicio del poder constituyente mediante asambleas populares locales. Este modelo democrático habría sido cercenado por la dictadura de Portales, figura al que historiadores como Edwards o Góngora atribuyen

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Con todo, en los últimos quince años han sido dos las contribuciones más comentadas provenientes de la historiografía de izquierda, en la polémica en torno a la “construcción” de Estado y nación. La Historia contemporánea de Chile, en su volumen I “Estado, legitimidad, ciudadanía”, de Gabriel Salazar, contiene una mención crítica al libro de Góngora. Para este autor, la construcción del Estado destaca por su fragilidad histórica: “[C]risis cíclicas, entrada y salida de bloques parlamentarios, aparición recurrente de generales y coroneles, ‘transiciones’ de medio camino, y, sobre todo, masas ciudadanas en actitudes de tibia conformidad, o de vigilia, o protesta, reforma, crítica o trasgresión”. Se opone, por ende, a la visión “constructivista” del Estado y la sociedad chilena supuestamente levantada por Góngora. “Para muchos, el Estado no es una ‘construcción histórica’ o un artefacto producido por la sociedad, sino, más bien, una entidad cuasi metafísica y supra-social que, como un Demiurgo, fabrica la sociedad, reduce la ciudadanía a un permiso jurídico y monopoliza el protagonismo histórico. En Chile, esta ha sido una concepción frecuente en ciertos historiadores”37, citando el Ensayo de Góngora.

Julio Pinto y Verónica Valdivia, en tanto, en ¿Chilenos todos? La construcción social de la nación (1810-1840), reducen el argumento de Góngora quien, para ellos, “abiertamente afirma la génesis ‘estatista’ de la nación chilena, forjada al calor de las empresas bélicas decimonónicas. Esta atribución de facultades de modelaje social a la acción estatal ha encontrado eco en autores como Sol Serrano, cuyo texto Universidad y Nación se predica precisamente en esa visión ‘constructivista’ del Estado”38.

¿Podía, sin embargo, resumirse el argumento de Góngora en la afirmación de la “génesis estatista de la nación chilena”? ¿Cuáles son los límites de este rótulo, levantado desde la historiografía, la prensa y la política chilena hacia la tesis de Góngora?

A nuestro juicio, la polémica que hemos descrito –atendiendo a su ineludible carácter político–, debe ser situada en contraste con la trayectoria intelectual de Mario Góngora. El contenido de racionalidad e historicidad en su interpretación del Estado de Chile requiere de una aproximación contextual plausible. Por esto, en la siguiente sección buscaremos pistas en la formación intelectual de Góngora que nos permitan hacer una lectura histórica de la polémica en torno al Ensayo. Resulta manifiesto, a los ojos de cualquier observador, que Góngora y sus críticos no hablaban del mismo Estado; el riesgo de un “diálogo de sordos” se volvió entonces patente.

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la construcción de un Estado “modelo” en América Latina. No han sido sólo historiadores de izquierda, sin embargo, los que han acentuado la pertenencia de Góngora a una línea conservadora tendiente a resaltar la figura de Portales en la construcción del Estado. Véanse obras de Alfredo Jocelyn-Holt como La independencia de Chile. Tradición, modernización y mito, Santiago, DeBolsillo, 2009 y El peso de la noche, op. cit. 37 Gabriel Salazar y Julio Pinto, Historia contemporánea de Chile, Tomo I, Santiago, LOM, 1999, p. 19. 38 Julio Pinto y Verónica Valdivia, ¿Chilenos todos? La construcción social de la nación (1810-1840), Santiago, LOM, 2009, p. 13.

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En el presente apartado, pretendemos delinear algunos rasgos de la formación intelectual de Góngora y sus años de juventud. Adscribimos, mediante este esfuerzo, a un enfoque contextual en la comprensión del Ensayo. Más allá del valor y el significado intrínseco de una tesis como la desplegada por Góngora, aprehensible a través de un ejercicio hermenéutico en su propia especificidad, hemos optado en este trabajo por dotar al Ensayo de un fondo interpretativo múltiple: las pistas que nos permiten restituir el carácter de esta obra así nos lo sugieren. El Ensayo no sólo adquiere un significado en sí mismo, así como tampoco resulta plausible reducir su comprensión a la intentio auctoris –esto es, un reactment a lo Collingwood. La trascendencia historiográfica de esta obra obliga a un campo epistemológico ensanchado y, a fuerza, ecléctico. Confesamos, por esto, la necesidad de dotar al Ensayo, y su campo de implicancias políticas e ideológicas, de un marco de contexto atento a las raíces del pensamiento histórico de Góngora, su ethos conservador y el fermento histórico de la generación de 1930. En sus dilemas de juventud encontramos las claves para una aprehensión efectiva de su reacción de 1981, otorgando una base explicativa a la tensión evidenciada entre el autor y sus críticos más implacables. Y es que el sentido de un texto no se encuentra irremisiblemente sujeto a su instante de producción; mediante la dialéctica propia del quehacer intelectual, el acontecimiento creativo es a todas luces superado.

La juventud de Mario Góngora coincidió con los decisivos años treinta, época de luchas ideológicas alrededor del mundo. La violencia inédita de la Gran Guerra europea había quebrado con indeleble fuerza las conciencias de toda una generación. Las certezas de progreso, modernización y bienestar se desmembraban una tras otra. El liberalismo, por su parte, sufrió a causa de sus inestables cimientos y presenció cómo programas antagónicos triunfaban en la Unión Soviética y en Europa Central. Intelectualmente, la crisis del liberalismo y el positivismo trajo consigo el brote de tendencias de vanguardia en las artes y las ciencias. La desazón por proyectos fallidos auguraba tiempos de duda, recogimiento y una sensibilidad decadentista en los espíritus jóvenes. Entretanto, Estados Unidos y las democracias occidentales recogían el clamor de las masas, mientras la Iglesia Católica permitía el ascenso del socialcristianismo; tras la crisis de 1929, en efecto, el “modelo” abrió las puertas a nuevas formas de relación entre el mercado, el Estado y la sociedad civil. A fines de los años treinta, no obstante, los desaciertos de una generación política empecinada y la fuerza de las ideologías, sembrarían el desconcierto y el temor en Europa y el mundo: la Guerra Civil española y el ascenso del Tercer Reich forzaban a los observadores a tomar una posición, elevar consignas o adscribir a un proyecto global39.

En Chile, la caída de Ibáñez y la acentuación de los proyectos modernizadores ligados a la industria y el fortalecimiento del Estado, fueron el marco propicio para estimular a una generación de jóvenes conservadores de clase media acomodada a buscar respuestas para Chile en medio de tiempos cruciales. Existía una crítica del pasado oligárquico del país y un desafío proveniente de las distintas influencias que estos jóvenes recogían. Mario Góngora era uno de ellos. Su catolicismo de raigambre familiar orientaba sus inquietudes a comienzos de los años treinta. Comenzó así a frecuentar los círculos católicos de la Liga Social y la ANEC, donde ya figuraban Armando Roa, Jaime Eyzaguirre, Radomiro Tomic, Eduardo Frei, Ignacio 39 Cf. Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Buenos Aires, Crítica, 1998.

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Palma, Rafael Gandolfo, entre otros, todos con distintos grados de participación política y religiosa40. Guiados por el jesuita Fernando Vives y, más tarde, por Oscar Larson, estos jóvenes se familiarizaron con el pensamiento socialcristiano, vuelto a formular por Pío XI en 1931 con la encíclica Quadragesimo Anno41. La juventud crítica era el signo de los tiempos; en la Casa Central de la Universidad Católica se gestaban por ese entonces las bases intelectuales de la Falange Nacional. Así lo formula el propio Góngora en un conocido ensayo de 1979:

La generación intelectual que se formó hacia 1931 –1945 se sintió en total ruptura con la generación anterior y, por tanto, con la herencia decimonónica, bebiendo con ansiedad del tiempo contemporáneamente vivido en Europa, particularmente en Francia, España y Alemania. Es un caso interesante de brecha en la continuidad de la conciencia histórica, digna de ser estudiada como tal, no solamente en el pensamiento político, religioso o histórico, sino también en Poesía y Arte42.

Los jóvenes católicos, entre los que se encontraba el propio Góngora, bebían de una serie de influencias intelectuales de origen europeo, como el “renacimiento católico” francés de Léon Bloy, Charles Péguy y Jacques Maritain, que acompañó a Góngora a través de los años43. Era una generación de lectores y potenciales ensayistas. “Por primera vez se hicieron familiares a través de lecturas directas y en un ámbito amplio, los nombres de Bergson, Proust, Joyce, Dilthey, Max Weber, Gide, Sheller, Husserl, Jaspers, Kiekergaard, Heidegger, Rilke, George, Freud, Russel, Spengler, Ranke, Burckhardt, Mommsen, Frobenius, Junger, Pound y otros”, recordó Roa44. Para Góngora, autores como Mann, Proust o Rilke jugaron un rol esencial en sus años de juventud: “Estos escritores no son sólo ‘hobbies’ míos. Están muy cerca de mi corazón”, confesaría después45. Lo cierto, es que un registro personal de Mario Góngora desde 1934 da cuenta de lecturas amplias, profundas, que incluían los clásicos del pensamiento universal en historia, filosofía, poesía, ensayo y novela. Sus autores predilectos fueron Rilke, Huidobro, George, Nietzsche, Dostoievski y Spengler. En 1935 su registro superó los doscientos cincuenta títulos46. Por esos años, además, manifestaba todas las complejidades posibles de un espíritu joven: se sentía embargado por una baja autoestima, practicaba la lectura voraz, los estudios de derecho lo afligían y consideró, por un momento, la posibilidad

40 Cf. Patricia Arancibia, Mario Góngora en busca de sí mismo 1915-1946, Santiago, Vivaria, 1995, cap. III. 41 Para el contexto espiritual del catolicismo de los años treinta, véase: Alejandro Magnet, El Padre Hurtado, Santiago, Del Pacífico, 1954; y Gabriel Salazar V., “La gesta profética de Fernando Vives, S.J., y Alberto Hurtado, S.J. Entre la espada teológica y la justicia social”, en Simon Collier et. al., Patriotas y Ciudadanos, Santiago, CED, 2003. 42 Mario Góngora, “Reflexiones sobre la Tradición y el Tradicionalismo en la Historia de Chile”, Santiago, Revista Universitaria, Nº2, Universidad Católica, 1979. 43 Simon Collier, “Entrevista a Mario Góngora”, en Mario Góngora, Civilización de masas…op. cit., p. 15. 44 Cita en Patricia Arancibia, op. cit., p. 31. 45 Simon Collier, Ibid., p. 20. 46 Cf. Patricia Arancibia, op. cit., Apéndice. Para profundizar en las lecturas de Mario Góngora, véase: Gabriela Andrade, “Una aproximación al estudio de la biblioteca privada de Mario Góngora del Campo”, Historia, vol. 26, 1991-1992, pp. 5-60.

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de ingresar al sacerdocio, evidenciando la decisiva influencia del sacerdote Juan Salas Infante en su carácter introspectivo47.

La participación de Mario Góngora en la Juventud Conservadora y en este círculo de intercambio cultural y de potencial proyección política, se materializó en los años de revista Lircay (1934-1940). El periódico fue una manifestación patente del compromiso de los jóvenes conservadores con el catolicismo en boga y un proyecto político-social de signo corporativo. Sin ir más lejos, fue en Lircay donde anidó intelectualmente la escisión de un grupo de jóvenes pertenecientes al Partido Conservador, que años más tarde daría vida a la Falange Nacional.

Por esto, es preciso concederle un espacio al contenido de la formulación corporativista de Lircay. Esta publicación alcanzó un relieve significativo en el pensamiento católico de los años treinta y constituyó una fuente de discusión y encuentro para el joven Góngora. Allí es donde su generación vertió impulsos creativos, pretendiendo sentar las “bases espirituales de un orden nuevo”48. El corporativismo, sin embargo, trascendió a los jóvenes de Lircay. Propuesto como un proyecto paralelo tanto a la democracia liberal como al socialismo, el corporativismo otorgó sustento a sectores políticos en el centro y la derecha, adquiriendo nuevos ropajes conforme transcurría el siglo veinte49.

Con todo, es posible dar cuenta de los principales rasgos del corporativismo que promovieron los jóvenes católicos a través de las páginas de Lircay50. No es posible, por ejemplo, olvidar los vínculos históricos de la formulación corporativa. La génesis hispánica de este proyecto político y social es evidente: “En la cultura hispánica, la sociedad y el Estado subsidiario se encontraban integrados en un conjunto corporativo libre, de asociaciones naturales que unían a los hombres por su trabajo, vecindad e intereses peculiares, promoviendo al bien común sobre la base de la cooperación entre ellos”51. La concepción orgánica del Estado corporativo acentúa la presencia de “estructuras naturales” sobre las que se cierne el orden social: la familia, la comuna y la corporación gremial. Los corporativistas “veían en la sociedad un hecho natural, ordenado por Dios”52, siendo el único modelo de organización política que recogía el pensamiento católico y la tradición legal española en su integridad. La asociación de los cuerpos intermedios, asimismo, pretendía rescatar la noción de “bien común”, olvidada por el liberalismo, cuya protección se convirtió en una tarea

47 Cf. Patricia Arancibia, op. cit., p. 165. 48 Célebre es el discurso pronunciado por Góngora en 1937 en la convención de la Juventud Conservadora, que llevó como título “Bases espirituales de un Orden Nuevo”. Un registro crítico en: Jorge Cash Molina, La Falange Nacional. Bosquejo de una historia, Santiago, Copygraph, 1986, p. 105. Para Cash, la intervención de Góngora ya contenía un diagnóstico de todos los futuros problemas del socialcristianismo durante el siglo XX chileno. 49 Para un análisis crítico de la derecha en el siglo XX chileno, véase: Sofía Correa, Con las riendas del poder. La derecha chilena en el siglo XX, Santiago, Sudamericana, 2005. 50 Sobre la influencia y el contenido del corporativismo en Chile, véase: Sofía Correa, “El pensamiento en Chile…”, op. cit., y “El corporativismo como expresión política del socialcristianismo”, Teología y Vida, vol. XLIX, N°3, 2008; Carmen Fariña, “Notas sobre el pensamiento corporativo de la juventud conservadora a través del periódico Lircay (1934-1940)”, Revista de Ciencia Política, vol. IX, N°1, 1987;Teresa Pereira, “Lircay (1934 – 1938): Una expresión política-doctrinaria del joven Góngora”, en Nicolás Cruz (coord.), Reflexiones sobre Historia, Política y Religión. Homenaje a Mario Góngora, Ediciones UC, 1988. 51 Carmen Fariña, op. cit., p. 28. 52 Idem.

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primordial del Estado corporativo53. En América Latina, sin embargo, la influencia del corporativismo debió ser conjugada con la realidad de las instituciones republicanas. En el contexto chileno, los jóvenes católicos de Lircay estuvieron a cargo de formular este ajuste, rescatando las virtudes del pasado colonial y denunciando los peligros del liberalismo.

No olvidemos, sin embargo, que el corporativismo asumido por los jóvenes de Lircay se nutrió con fuerza de la actualización de la doctrina social de la Iglesia, Quadragesimo Anno. Por esto, tuvo un carácter socialcristiano, distinguiéndose del corporativismo autoritario y estatista, que ya sumaba adeptos en algunos países europeos. El corporativismo socialcristiano adhería al carácter orgánico de la sociedad que ya hemos descrito. Proclamaba, a su vez, la convicción de “revertir la laicización del Estado y de la sociedad para asegurar que los principios religiosos organizaran la vida social, económica y política”54.

En tanto, y como una emanación del catolicismo social que daba sustento al proyecto corporativo, los jóvenes conservadores estimaron como fundamental la acción política. La mayoría, en efecto, convirtió la acción social en proyección partidista, dando vida a la Falange Nacional y, posteriormente, a la Democracia Cristiana55. Tras 1945, no obstante, el triunfo de la democracia liberal como opción política predominante derrumbó la construcción ideológica de la generación de Lircay. Su derrota, sin embargo, no fue total: bajo el “comunitarismo” democratacristiano de Jaime Castillo Velasco la aspiración corporativista de los sectores conservadores ligados al socialcristianismo pervivió en la política chilena56.

¿En qué sentido, no obstante, el corporativismo socialcristiano constituyó una fuente de apropiación intelectual para el joven Mario Góngora? ¿Podríamos distinguir categorías recobradas de sus años de juventud y reformuladas en su obra historiográfica?

Ciertamente, la noción de Estado perfilada en el Ensayo encuentra algunas raíces en los postulados corporativistas. Los jóvenes católicos valoraban la mítica “creación portaliana” de un Estado fuerte, partícipe de un poder central e impersonal, aunque rechazando la interferencia en las actividades económicas de los cuerpos intermedios. Para el corporativismo de Lircay, el Estado no debía asumir mayores atribuciones de las que podía sobrellevar, siendo la descentralización del aparato estatal una de las soluciones a la crisis detectada57. Era necesario, sin embargo, restituir la autoridad moral del Estado. En comunión con las ideas de León XIII, los jóvenes de Lircay rechazaron tanto la inclinación individualista como socialista del Estado, con el fin de restituir su contenido cristiano. En este sentido, la principal característica del Estado corporativo fue la protección del bien común, como protector de la persona y los altos valores cristianos. Un anónimo comentarista ponderó el carácter radical de esta concepción del Estado, entendiendo que su existencia efectiva “requiere de transformaciones sociales, económicas y políticas y sólo puede estar dispuesto a

53 Cf. Sofía Correa, “El pensamiento en Chile…”, op. cit., p. 258. 54 Sofía Correa, “El corporativismo como expresión…”, op. cit., p. 471. 55 Un registro crítico de la proyección política de la juventud conservadora, en: Mario Góngora, “Libertad política y concepto económico del gobierno de Chile hacia 1915 - 1935”, Historia, N°20, Santiago, 1985, pp. 11-46. 56 Cf. Mario Góngora, Ensayo histórico…, op. cit., p. 284. 57 Cf. Carmen Fariña, op. cit., p. 41.

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realizar este nuevo orden revolucionario un grupo que siente ese mismo misticismo del bien común nacional que existía en Portales”58.

Esta concepción del Estado, de cuño socialcristiana, encuentra un eco innegable en la crítica moral formulada por Mario Góngora en 1981 a las “planificaciones globales”. La noción de Estado abrigada por la generación de 1930 no estaba sujeta a la burocracia o al fisco, sino a su valor histórico y moral como garante del bien común. En este sentido es que el derrumbe del Estado proyectado por el régimen militar de Pinochet angustió al historiador: significaba el fin de una aspiración orgánica y cristiana de la sociedad chilena, y la fractura indeleble de los sueños de una generación59. Con respecto a esta proyección de su Ensayo, el mismo Góngora se mostró enfático en distintas oportunidades:

La escuela de Chicago negaba la noción de Bien Común al subordinar toda la realidad económica a la ley del mercado, concebida según el modelo de las ciencias naturales. Además, el grupo proyectó la ley de mercado en todas las direcciones y hacia diversas instituciones: así, el autofinanciamiento de las universidades, la supresión de los colegios profesionales, la supresión del Código del Trabajo, la supresión de las reducciones indígenas, etc. Olvidando la peculiaridad tradicional de las instituciones que estaban incorporadas a la noción del Bien Común60.

Y, anteriormente, había insistido en la decepción que significó la instauración del neoliberalismo para las esperanzas depositadas en el golpe de 1973, todo por el abandono del bien común como aspiración del Estado:

A mi juicio, el neoliberalismo ha socavado las esperanzas concebidas el 11 de septiembre, y las bases políticas y tradicionales del régimen surgido de esa jornada […] [A]l convertirse en planificador de toda la vida social nacional, creo que ha dañado enormemente a Chile […] Los economistas de la escuela de Chicago han olvidado toda la experiencia de este siglo, en virtud de la cual el Estado interponía su misión mediadora para enfrentar la lucha de clases y el socialismo revolucionario […] [E]so

58 Anónimo, “Portales y la tradición”, Lircay, 6 de junio de 1937. Considerando que Góngora fue el autor de un trabajo de 1937, publicado en Estudios N°49 y titulado “Portales”, no sería aventurado pensar que de él se trata en esta cita. 59 A primera vista, podría cuestionarse la identificación de Góngora con el proyecto corporativo una vez concluida la publicación de Lircay. En efecto, Góngora no sólo no continuó con las aspiraciones corporativas en el terreno político; tras un viaje a París en marzo de 1938, el joven estudiante se unió al Partido Comunista. Pudo el catolicismo social acercarlo a una formulación radical de la lucha de clases y el rol del Estado, o bien, tratarse sólo de una aventura intelectual, considerando su breve militancia y el antimarxismo que profesó hasta el fin de sus días. Lo cierto es que Góngora no volvería a participar del ruedo del debate público hasta sus años de madurez intelectual, como académico reconocido en Chile y América Latina. Para Góngora, tras 1945 no existía sentido en la acción política partidista; su generación había sido derrotada y, como historiador, se refugió en la sombra de los archivos. 60 Entrevista de Rosario Guzmán E., La Segunda, 9 de marzo de 1984, p.9.

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era la concepción tradicional europea e hispanoamericana de Estado, la de velar por el Bien Común. En cambio, en neoliberalismo deja subsistente solamente la ley del mercado61.

Será necesario, en el siguiente apartado, complementar la batería de influencias que Góngora desplegó en su Ensayo al referirse al Estado. Como veremos, el historiador integró su visión del Estado como garante del bien común con una visión romántica del mismo, reflejada en sus ensayos de madurez.

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En la madurez de su vida, la obra de Góngora cambia de tono, adquiriendo un carácter de dolorosa angustia. En sus últimos ensayos y estudios monográficos, Góngora recoge todas sus influencias de juventud, aglutinándolas en torno a una interpretación de la historia de Chile y la civilización occidental de tipo decadentista. En este momento de su producción académica, el historiador desplegó todos los rasgos de su espíritu intelectual y creativo. ¿Es posible, no obstante, llegar a un acuerdo en torno al retrato intelectual de un historiador?

Para Juan de Dios Vial Larraín, quien fundaría junto a Góngora la revista Dilemas en los años sesenta, la personalidad intelectual de nuestro historiador se alimentaba de tres vertientes: el elemento religioso-ético, fuente de su visión crítica de la modernidad, del sentido decadentista apropiado de Spengler y de cierto tono escatológico; su sensibilidad estética, que lo acercaba a la poesía y a la pintura; y su sentido de la institucionalidad y del derecho, respeto que vertía desde su conciencia histórica62. Todos rasgos que ya asomaban en sus primeros años como estudiante. Su perfil como historiador, por su parte, tuvo su origen en los años treinta: no sólo su formación en derecho le otorgaría la solidez conceptual y los grados justos de erudición que desplegó en su obra de años posteriores; también consolidó una personalidad retraída, tímida y atormentada, que a futuro estrecharía su radio de socialización intelectual63.

61 La Segunda, 7 de mayo de 1982, p. 25. 62 Juan de Dios Vial Larraín, “Otra conversación más con Mario Góngora”, Santiago, Revista Universitaria, Nº22, Universidad Católica, 1987. 63 Conversación con Gabriel Salazar el 12 de septiembre de 2011. Para Salazar, su formación en derecho influyó en la solidez conceptual de sus primeras obras, aunque también se vincula a una construcción teórica débil. En este factor Salazar busca la escasa influencia historiográfica que ha tenido Góngora en generaciones posteriores, así como la no existencia de una “escuela” heredera de su pensamiento. En general, todos los entrevistados coinciden en los rasgos de la personalidad de Góngora: fue tímido, precavido, cauto y hasta hosco. Algunos profesores de la Universidad Católica, no obstante, confirman una apertura interpersonal a comienzos de los ochenta. El recuerdo en el Instituto de Historia UC es de un maestro referente, no cercano, pero sí dispuesto a colaborar con sus estudiantes.

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En torno al decisivo cambio de rumbo en su trayectoria profesional, es que estos rasgos intelectuales se desplegaron con una eficacia insospechada. En el contenido de esta producción, por ejemplo, destacó un tema por sobre otros: el temor de Góngora a la modernidad en su faceta de civilización de masas, para él alienantes e inconscientes de toda tradición cultural.

Las tendencias desarrollistas de mediados de siglo, en efecto, lo alertaron de la presencia de un mecanicismo tecnocrático en Chile, impulsor de la búsqueda de satisfacción y consumo, despojado de ideas de contenido religioso o metafísico64. La absolutización de la técnica era el mayor peligro del siglo. Góngora recogía así la intuición decadentista de Spengler y la formula como el leit motiv de su obra tardía65. La generación católica de los años treinta, reacia al capitalismo, al marxismo y a la democracia liberal, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial había fracasado. Góngora se sintió un derrotado y observó el “Sino de Occidente” con pesimismo y melancolía. Su obra monográfica tiende entonces a concentrarse en nuevos problemas, explorando la historia eclesiástica, el pensamiento utópico o la historia de las ideas. Los textos más significativos de este momento de su vida académica se encuentran recopilados en Estudios de historia de las ideas y de historia social (1980) y el póstumo Civilización de masas y esperanza y otros ensayos (1987). A comienzos de los años ochenta confesaría que esos escritos, ensayos y nuevos temas de investigación, eran “tal vez lo que me es más querido de mi obra”66.

Esta última faceta es la que lo posiciona como un intelectual con desafíos por afrontar en la esfera pública de Chile. Asume un rol de “diagnosticador” –como lo ha identificado Joaquín Fermandois–, entregado a la difusión de su pensamiento en temas de religión, cultura y política67. Ensayos de un tono crítico con respecto a la tendencia social del catolicismo de los sesenta como “Historia y aggiornamiento” (1970), o sinceramente pesimistas como “Materialismo neocapitalista, el actual ‘ídolo del foro’” (1966), son manifestaciones de la “palabra quebrada”, típica del ensayo, género por naturaleza fragmentario, parcial e intuitivo68. No era esta vez una investigación documental rigurosamente desplegada la que Góngora llevaba a cabo, alejándose de la monografía y la erudición legada a él por Ranke; en su producción ensayística vertía lecturas predilectas para ilustrar las angustias que su alma cavilaba, de un modo espontáneo y directo: “Es en esta posición intelectual que se van poniendo los cimientos que nos hacen comprensible el Ensayo, que es el colofón a una delicada labor ensayística que a la vez es gran pensamiento”69. El “espacio intelectual y moral

64 Mario Góngora, “Civilización de masas y Esperanza” en él mismo, Civilización...op. cit., p. 97. Un ensayo que pudo haber inspirado a Góngora en este sentido –y figura en castellano entre los volúmenes de su biblioteca personal– es Eric Voegelin, Los movimientos de masas gnósticos como sucedáneos de la religión, 1966. Véase Gabriela Andrade, op. cit. 65 Algunos ensayos en esta línea son: “Civilización de masas y Esperanza” (1982), “Libertad y cultura occidental” (1985), “Historia y aggiornamiento” (1970) y “Materialismo neocapitalista, el nuevo ‘ídolo del foro’” (1966), todos recopilados en Mario Góngora, Civilización...op. cit. 66 Mario Góngora, Estudios de historia de las ideas e historia social, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1980, prólogo. 67 Joaquín Fermandois, “Camino al Ensayo”, op. cit., p. 24. 68 Cf. Martín Cerda, La palabra quebrada. Ensayo sobre el ensayo, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1982. 69 Joaquín Fermandois, Ibid., p. 32.

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en el que nace el Ensayo” contiene este combate espiritual librado por Góngora desde fines de los sesenta70.

En estos ensayos, asimismo, se delinea la escurridiza noción de Estado que subyace al Ensayo. Románticos alemanes como Müller o Schlegel, y conservadores como Edmund Burke, se añaden a los postulados del corporativismo socialcristiano ya descritos. La complejidad de estas apropiaciones, a nuestro juicio, otorga sentido al rechazo que Góngora manifestó del apelativo de “historiador estatista”; no porque no valorase el rol del Estado, sino porque su noción históricamente enriquecida trascendía la utilización de un rótulo que todavía en los años ochenta tenía fuertes connotaciones ideológicas.

Como ha sido advertido, el Estado del Ensayo presenta un sello marcadamente spengleriano71. Es más, los argumentos del texto mismo ofrecen una concordancia sorprendente con las intuiciones de este pensador alemán o de románticos como Herder, Adam Müller, Novalis o Schlegel, añadidos a la formulación contrarrevolucionaria de Edmund Burke, citada en el prefacio:

El Estado, para quien lo mira históricamente –no meramente con un criterio jurídico o económico– no es un aparato mecánicamente establecido con una finalidad utilitaria, ni es el Fisco, ni es la burocracia. Es, como dijo Burke, algo “que no debiera ser considerado como apenas mayor que un contrato de sociedad para negocios sobre pimienta o café, telas de indiana o tabaco, u otro objetivo de pequeña monta, para un interés transitorio y que puede ser disuelto al capricho de las partes. Debe ser considerado con reverencia; porque no es una sociedad sobre cosas al servicio de la gran existencia animal, de naturaleza transitoria y perecedera. Es una sociedad sobre toda ciencia; una sociedad sobre todo arte; una sociedad sobre toda virtud y toda perfección. Y como las finalidades de tal sociedad no pueden obtenerse en muchas generaciones, no es solamente una sociedad entre los que viven, sino entre los que están vivos, los que han muerto y los que nacerán”. Y diríamos también con Spengler, “el verdadero Estado es la fisonomía de una unidad de existencia histórica”72.

Para Góngora, en comunión con Spengler, el Estado es un sentimiento vital, órgano formal de toda sociedad. Corresponde a una noción espiritual, siendo el orden interno propio

70 El tono ensayístico del Ensayo es defendido por Góngora en el prefacio de su obra: “Se trata aquí esta historia en forma de ensayos, esto es, en una forma libre y abierta, sin ninguna pretensión de sistema, ni con las exigencias rígidas de una monografía. Un ensayo histórico es también una investigación, pero su objetivo es hacer considerar o mirar algo, sin tratar de demostrarlo, paso a paso”, en Mario Góngora, Ensayo histórico…op. cit., p. 60. De este modo, se pone en sintonía con un legado ensayístico de la historiografía chilena; recordemos que Góngora salió al paso del “positivismo” historiográfico al defender el tono intuitivo de la obra histórica de Alberto Edwards V., La fronda aristocrática en Chile, debido “a que ha tenido una visión interpretativa global, a la cual no se le puede aplicar el metro del apoyo documental explícito y detallado con que se podría medir una monografía, o sea, es el odio del especialismo al intuicionismo”, en “Prólogo de Mario Góngora”, op. cit., p. 14. 71 Cf. Álvaro Góngora, “El Estado en Mario Góngora…”, op. cit. 72 Mario Góngora, Ensayo histórico...op. cit., p. 59.

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de todo pueblo consciente de su existencia histórica. Las resonancias del pensamiento alemán invaden su argumento73. En un artículo de 1985, “Romanticismo y tradicionalismo”, Góngora despliega todas las influencias que podríamos encontrar en el Ensayo. Para Adam Müller, por ejemplo, “el Estado no es una manufactura, una granja, una sociedad de seguros o mercantil. Es la conexión íntima de todas las necesidades físicas y espirituales, de toda la vida interior y exterior de una nación, para constituir un gran todo enérgico e infinitamente movido y vivaz”74. Para Schelling, en tanto, “todo Estado es perfecto cuando cada uno de sus miembros a la vez que medio para el todo, es un fin en sí mismo. Mientras más espirituales y más vivos son los miembros, más vivo y personal es el Estado”75. Góngora, en definitiva, sintetiza: “De modo que hay una concepción vital e histórica del Estado que va más allá del mero contractualismo roussoniano o de la mera concepción mecanicista del Estado a que tendían los tratadistas de la política de los siglos XVII y XVIII, o de lo que era el Despotismo Ilustrado [...] El Estado, pues, para todos los pensadores románticos y tradicionalistas se funda en otros elementos vinculantes que no son el mero derecho positivo, que no es la mera obediencia a una ley escrita o a la Constitución. Hay virtudes que ellos valoran capitalmente: la confianza, el sacrificio, el honor”76. De ahí, pues, la importancia asignada por Góngora a la matriz guerrera del pueblo chileno y a la omnipresencia del elemento aristocrático durante el siglo XIX77. Una vez resquebrajado ese orden, con la “rebelión de las masas”, el Estado debe volver a configurarse y adoptar nuevos signos ajenos a su tradición.

Podría resultar confuso, no obstante, que al proponer un ensayo sobre la noción de Estado, Góngora no haga referencia a estas influencias y, todo lo contrario, termine por escribir la evolución temporal del Estado contingente y territorial: el burocrático e institucional que justamente no plantea como su principal objetivo. Es manifiesto que no escribe una historia de las ideas y que el uso de las palabras resulta ser un arma de doble filo78. Son, desde luego, los riesgos que asume al proponer su obra como un ensayo; y, es más, como un ensayo dispuesto en clave romántica –donde la confusión poética y la incomprensibilidad no sólo fueron tópicos literarios desde el siglo diecinueve, sino también las banderas de una generación enardecida79–. Aun considerado la confusión vital de Góngora en torno al Estado –que, para los efectos del Ensayo, también es histórica–, sería posible salvaguardar su exposición de atender a su adhesión al argumento kantiano de la contraposición entre concepto e idea. Mientras el concepto resultaría fijo y estático, por ende, sujeto a definición, “la idea aprehende una realidad en todo su despliegue vital, en todos sus

73 La concepción vitalista de las instituciones colmó el pensamiento alemán desde el siglo XVII, con raíz en Herder, que reflexionó en torno al “espíritu del pueblo” o Volksgeist. En Hegel, la distinción entre el Estado y la sociedad civil se ubica en el terreno del despliegue del Espíritu Objetivo, y avanza hacia una filosofía de la historia universal. El autoconocimiento del Espíritu es la razón que guía la historia y el desarrollo de los pueblos. 74 Mario Góngora, “Romanticismo y tradicionalismo” en él mismo, Civilización...op. cit., p. 57. 75 Ibid., p. 60. 76 Ibid., p. 61. 77 Cf. Álvaro Góngora, op. cit., p. 54. 78 Como lo destacó Matías Tagle D. en su recensión crítica inédita “La configuración del Estado en Chile. Análisis de una polémica”, noviembre de 1986. 79 Recordemos el ensayo de Friedrich Schlegel Sobre la incomprensibilidad de 1800. Para una lúcida visión de conjunto del movimiento romántico alemán en los siglos XIX y XX, ver la obra de Rüdiger Safranski, Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, Barcelona, Tusquets, 2009.

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momentos”80. La idea o noción en Müller, Kant y, desde luego, en Góngora, incluye en sí los complejos caminos de la experiencia histórica, siendo pura diacronía81. Su elusiva noción de Estado, por ende, más que ensombrecer, podría incluso ser el reflejo transparente de los objetivos trazados por Góngora para su Ensayo.

Permítasenos una digresión. Teniendo en cuenta las influencias que hemos descrito, podríamos preguntarnos qué tipo de reacción intelectual es la que está contenida en el Ensayo. Sabemos que los rótulos entre los historiadores se comercializan a gran escala; forman parte, querámoslo a no, del sentido propio de una obra controversial. En este caso, adyacente a la tesis de Mario Góngora, se ha dispuesto su carácter conservador82. Pues, ¿qué tipo de conservantismo? ¿Un nacionalismo conservador? ¿Un instintivo tradicionalismo? Para algunos, por ejemplo, “es justo decir que con Góngora el pensamiento conservador chileno alcanza una madurez reflexiva” y que la reacción del historiador frente a la política neoliberal del régimen militar fue “abiertamente nacionalista”83. No corresponde a este trabajo resolver este desafío ni proyectar una polémica en torno al cariz ideológico de Góngora. No podríamos eludir, sin embargo, la invitación a ilustrar qué tipo de conservantismo pensamos que formuló el autor del Ensayo, y que se vio reflejado en su obra de madurez.

Distintos observadores han proyectado rasgos de continuidad entre los pensadores de actitud conservadora, llegando a ciertas conclusiones relevantes: el conservantismo posee una raíz histórica discernible. Surgió en Occidente como respuesta a la Ilustración y la modernidad, ubicándose en un terreno de contra corriente; el conservantismo es una reacción ante la historia, de marcado escepticismo y tendencia preventiva, frente al desenfrenado curso de los acontecimientos en las sociedades modernas; no ofrece soluciones globales ni adscribe unívocamente a una tendencia política, como podría ser, por ejemplo, la derecha. El conservador mantiene, ante todo, una confianza en los valores de la cultura y en las tradiciones del orden primordial que percibe: “El conservador tal como lo señaló Oakeshott [...], no se define por estrellarse contra un muro de concreto que sería el mundo moderno. Lo que busca es una adaptación al mismo que no sea una simple aceptación de lo nuevo. En otras palabras, la prudencia es una de sus virtudes cardinales, la que no impedirá en casos excepcionales efectuar una defensa, hasta el último hombre, en los “puestos de avanzada

80 Mario Góngora, “Romanticismo...”, op. cit., p. 61. 81 Para Koselleck, en tanto, “una palabra se convierte en un concepto si la totalidad de un contexto de experiencia y significado sociopolítico, en el que se usa y para el que se usa esa palabra, pasa a formar parte globalmente de esa única palabra”, en R. Koselleck, op. cit., p. 117. Para la historia conceptual, un concepto concita en sí redes semánticas, manifestando un carácter plurívoco. Transforma, en cierta medida, un cúmulo de experiencia histórica en pura sincronía. El concepto de Estado, así como lo revela la historia del Ensayo y su polémica, no puede sino encajar en esta definición. Sin embargo, la liberación del contexto y de los usos efectivos de los conceptos que emprende la historia conceptual alemana (Begriffsgeschichte) no nos resulta satisfactoria para aprehender comprensivamente el Estado gongoriano. Como hemos visto en este artículo, no se trata sólo de la carga semántica de un concepto, sino también del contexto de su enunciación y del marco histórico de su autor. 82 No pocos historiadores y ensayistas han incluido a Mario Góngora en la llamada “escuela conservadora” surgida a comienzos del siglo XX con Alberto Edwards. Más allá de las distinciones entre ellos, las conclusiones resultan similares. Véase: Julio Pinto y María Luna Argudín (comp.), Cien años de propuestas y combates. La historiografía chilena del siglo XX, Univesidad Autónoma Metropolitana, 2006, p. 66; Alfredo Jocelyn-Holt, La independencia…op. cit., p. 318; Renato Cristi y Carlos Ruiz, op. cit., p. 140; Gabriel Salazar y Julio Pinto, op. cit., p. 14. 83 Renato Cristi y Carlos Ruiz, op. cit., p. 140.

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perdidos” (Ernst Jünger), pero para el cual su Norte será la supervivencia de valores e instituciones en medio de las circunstancias cambiantes”84.

Ha sido, sin embargo, una tendencia de raigambre europea. Las posibilidades de un conservantismo político o social en Chile se enfrentan con las condiciones de nuestra historia occidental sui generis. Para Renato Cristi, por ejemplo, el conservantismo chileno posee rasgos liberales y se afianza en el respeto por una tradición autoritaria ligada a los valores de una aristocracia. No posee, por ende, un sentido contrarrevolucionario como el de Burke ni está cerca del romanticismo tradicionalista de Novalis o Müller85.

Góngora, sin embargo, gustaba de calificarse como un tradicionalista. Conocía y valoraba la tradición romántica y la cultura occidental de origen europeo. Bebía de las fuentes teóricas de Ortega y Gasset, Jaspers, Burckhardt y de Tocqueville, llegando como este último a aceptar la democracia como una condición formal inevitable de la modernidad, aun cuando rechazó que constituyese un fin en sí misma.

No apreciamos en Góngora, por otro lado, un programa político o una guía de acción. Asimismo, sus observaciones parecieran contener menos guiños nacionalistas de los que se podría pensar: Góngora integra a Chile en un conjunto total de la cultura occidental. Añora, más que un espíritu propiamente chileno, un valor común a la cultura cristiana, perdido irremisiblemente tras el triunfo de las democracias liberales y el capitalismo moderno. Mario Góngora fue un historiador universal. Recordemos que es en la derrota de una generación intelectual en donde ubicamos la génesis de la reacción de su Ensayo. En este sentido, su reacción bien podría ser catalogada de tradicionalista, propia de un espíritu conservador y sinceramente doliente con el curso de los acontecimientos del siglo veinte.

Tras lo expuesto en este apartado entendemos con qué dificultad, entonces, podría Mario Góngora haber aceptado livianamente el rótulo de “estatista”86. Su campo intelectual lo dirigía hacia una noción culturalmente enriquecida de lo que es y lo que ha sido el Estado en Europa y Latinoamérica. Y, como hemos visto, fue esta la base que tuvo en cuenta a la hora de interpretar la historia de Chile. A la luz de su contexto, de la carga semántica de sus categorías, del significado de una recepción polémica y de la trayectoria formativa de su autor, en definitiva, confiamos en haber arrojado una nueva luz sobre una obra controvertida y medular del pensamiento histórico chileno del siglo veinte.

84 Joaquín Fermandois, “Movimientos conservadores…”, op.cit., p. 22. 85 El mismo carácter liberal del conservantismo político chileno es señalado por Mario Góngora. En este punto subyace, para Cristi, la contradicción inherente en su reacción contra el neoliberalismo del régimen militar: “¿Qué sentido tiene denegarle el carácter de conservador al régimen militar de Pinochet si en Chile no es ni ha sido posible ser tradicionalista o romántico, es decir, auténticamente conservador? Si el conservantismo chileno es, como sostiene Góngora, liberal, ¿no habría respetado la tradición el régimen militar al adoptar políticas neoliberales?” (p. 152). En la interpretación de Cristi, la figura de Góngora es símbolo de un quiebre histórico en el conservantismo chileno: entre el nacionalismo tradicionalista y el neoliberalismo. 86 Cf. Adolfo Ibáñez Santa María, “Estatismo y tradicionalismo en Mario Góngora”, Historia N°22, Santiago, 1987, pp. 5-23. Ibáñez realiza una interesante exposición del tradicionalismo de Góngora y los elementos espirituales en su noción de Estado. A pesar de esto, lo define como estatista. Faltó a su argumento, sin embargo, la distinción entre el estatismo contingente y la valoración ideal del Estado. Ambas facetas del estatismo resultan necesarias para comprender la defensa de Góngora del Estado.

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REFLEXIONES FINALESREFLEXIONES FINALESREFLEXIONES FINALESREFLEXIONES FINALES

Al finalizar el recorrido que hemos emprendido en este artículo, es necesario hacer algunos balances, concluir y evaluar la pertinencia de las hipótesis desplegadas. Así, podemos sintetizar las ideas de nuestro trabajo de la siguiente forma:

El presente artículo pretendía ilustrar la complejidad histórica de una obra. Como hemos visto, el significado de un libro trasciende el instante específico de su producción: escapa a 1981 y al propio Mario Góngora. Una obra como el Ensayo rebasa las intenciones de su autor, integrando la carga semántica de sus categorías, el contexto de emergencia de sus tesis y la recepción crítica del libro. Nos propusimos, por esto, restituir la historicidad del esfuerzo de diagnóstico de Góngora, desplegando el conjunto de factores que posibilitan su comprensión.

Adscribimos, asimismo, a un enfoque contextual de la historia político-intelectual reciente de Chile. Como hemos oportunamente señalado, este artículo ha recogido acercamientos epistemológicos dispares. Valoramos, por un lado, la aplicación del concepto koselleckiano en cuanto al Estado, por integrar la carga semántica histórica en la pura sincronía. Juzgamos, sin embargo, insuficiente este acercamiento a la hora de aprehender el carácter de una obra como el Ensayo.

Hemos sostenido, a su vez, que la recepción crítica del Ensayo ha otorgado a la obra trascendencia histórica87. No sólo por el tono crítico inherente a toda actividad intelectual, sino por la carga ideológica subyacente a la recepción de la obra de Góngora. Recordemos que el historiador ha sido catalogado como “estatista”, rótulo que él se encargó de rechazar mientras vivía. A nuestro juicio, el carácter plurívoco del concepto de Estado fue el responsable del desajuste producido entre el autor y sus lectores. Las críticas a Góngora no eran, por cierto, lecturas erradas. Insertas en un horizonte de racionalidad propio, las recensiones del Ensayo juzgaron el instante de emergencia de una tesis polémica; no poseían, sin embargo, la perspectiva temporal suficiente para comprender por qué Góngora adhería a una noción de Estado tan compleja como anacrónica en los años ochenta. Por esto, hemos argumentado en torno a las razones que tuvo el autor del Ensayo para rechazar el apelativo de “historiador estatista”.

Observamos, asimismo, cómo la trayectoria formativa de Góngora ilustra la noción de Estado que terminó por defender. En el grupo católico de la revista Lircay, se fraguó una de las defensas mejor articuladas del corporativismo socialcristiano en el siglo veinte chileno.

87 En cuanto a la recepción crítica de una obra escrita y su despliegue histórico, debemos inspiración a las reflexiones de Roger Chartier, en relación con la producción cultural de textos: “Anular la ruptura entre producir y consumir es afirmar que la obra no adquiere sentido más que a través de estrategias de interpretación que construyen sus deficientes significados. El del autor es uno entre los demás, que no encierra en sí la ‘verdad’ supuestamente única y permanente de la obra. Podemos entonces restituir un justo lugar al autor cuya intención (clara o inconsciente) no contiene toda la comprensión posible de su creación pero sin evacuar relación con la obra”, en R. Chartier, El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural, Buenos Aires, Gedisa, 2005, p. 38.

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Además de una concepción cristiana y orgánica de la sociedad, los jóvenes conservadores propugnaron un Estado como garante del bien común, noción presente en la arremetida moral de Góngora contra las “planificaciones globales”. A su vez, las influencias de los románticos alemanes y el pensamiento tradicionalista caracterizaron su obra tardía. Dotó, entonces, a su noción de Estado de un sentido morfológico, vitalista e histórico, que ciertamente alcanzó en su Ensayo ribetes míticos.

Mario Góngora fue un historiador sumamente complejo. Ancló en su angustia de madurez un genuino pensamiento conservador, la nostalgia de una generación vencida e intuiciones tradicionalistas. En clave negativa, podríamos afirmar que Góngora fue, ante todo, un anti-liberal. Temió a la modernidad y al resquebrajamiento de los valores culturales de Chile y presenció el derrumbe definitivo de sus convicciones. En este sentido, el Ensayo es, probablemente, la obra que mejor sintetiza la profundidad de su espíritu.

A modo de conclusión, quisiéramos retornar a una idea presente a lo largo de este trabajo. ¿Acaso la historiografía como género se encuentra desligada per se de un rol político en el presente? El planteamiento ensayístico de una obra como el Ensayo, ciertamente exige un debate intelectual más amplio e invita a un público culto a visitar el enfoque histórico. Para el caso del Ensayo, por esto, difícilmente podríamos adscribir a la opinión de Ricardo Krebs cuando aseguró que Góngora “despolitizó y desideologizó la historiografía. Vio en ella, no un instrumento de la acción, sino una forma de pensamiento”88. Al surgir de la sombra de los archivos, ¿acaso no renueva el historiador un rasgo esencial de nuestra historiografía republicana? ¿Qué sentido tendría negar todo rol intelectual de los historiadores en su propio tiempo, atribuyéndoles tan sólo el don de un cientificismo neutral? Más allá de la erudición documental, la angustia vital del autor del Ensayo recayó en una coyuntura crucial de la historia chilena del siglo veinte. Exigió, sin reservas, una toma de posición y una evaluación reflexiva del presente. Recordó a los historiadores, a fin de cuentas, que existen debates políticos imposibles de soslayar.

88 Ricardo Krebs, “Mario Góngora y la historiografía chilena” en Nicolás Cruz (comp.), Reflexiones sobre historia, política y religión: homenaje a Mario Góngora, Ediciones UC, Santiago, 1988, p. 28.

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