Edward F. Benson [=] La silla de ruedas
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e. F. Benson
La silla de ruedas
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[1]
A los cincuenta aos de edad, Edmund
Faraday tena todas las razones para estar
satisfecho de la vida: posea todo lo que
realmente deseaba, y adems en abundancia. La
salud era una de las principales causas de su
satisfaccin, y a menudo pensaba que la
profesin mdica tendra muy poca cosa que
hacer si todo el mundo fuese como l. Su
apreciacin de su buena suerte le permita en
ocasiones tentarla: coma sin mesura y consuma
grandes (aunque nunca excesivas) cantidades de
alcohol proveniente de diversos tipos de licor,
aludiendo agradablemente a su inmunidad ante
cualquier efecto desagradable. Tambin haca
saber a todo el mundo que cada maana tomaba
un bao de agua fra, que pasaba diez minutos
frente a una ventana haciendo ejercicios y
flexiones, y que se tomaba el desayuno con gran
apetito. No resultaba tan popular, sin embargo,
su escaso respeto por aquellos que tenan que
cuidarse. Y no es que lo expresase en trminos
despreciativos, sino ms bien al contrario:
-
[2]
mostraba una jovial simpata por todos aquellos
hombres, quiz diez aos ms jvenes que l, que
elegan ser prudentes con el alcohol.
Eso que se pierde, abuelo comentaba
, pero ya espabilar.
Adems de estas ventajas fsicas, era dueo
de unos considerables ingresos derivados de sus
acciones en una compaa muy segura dedicada
a los grandes almacenes, que l mismo haba
fundado y de la que era presidente: aquello y sus
ahorros acumulados le permitan vivir como le
apeteciese. Tena una casa cerca de Ascot en la
que pasaba casi todos los fines de semana, desde
el viernes hasta el lunes, jugando constantemente
al golf, y otra en Massington Square,
convenientemente cercana a su negocio. Poda
esperar una razonable y prspera travesa en
aquel ltimo tramo de la vida que en los hombres
acomodados suele continuar hasta bastante
despus de haber cumplido los setenta. En
Londres estaba acostumbrado a jugar todos los
das al bridge durante un par de horas en su
-
[3]
club, antes de regresar a su hogar de soltero, del
que se encargaba su hermana, y desde la maana
hasta la noche su vida se centraba en disfrutar o
procurarse placeres.
Alice Faraday era, dentro de su propio
campo, una de las claves de su prspera
existencia, ya que era la que se encargaba de los
asuntos domsticos. El la vea poco, ya que
siempre desayunaba solo y durante la maana
nicamente coincidan unos instantes, cuando l
descenda las escaleras para dirigirse hacia su
oficina y le deca si vendran algunos amigos a
cenar o si por el contrario era l quien cenara en
otro lugar; entonces ella hablaba con el cocinero,
telefoneaba a los proveedores, y recorra la casa
para asegurarse de que todo estaba ordenado e
impoluto. Al final del da era tambin rara la
ocasin en la que reciban juntos la noche, ya
que o bien l cenaba fuera dejndola sola, o bien
invitaba a tres o quiz a siete amigos, entre los
que formaban una o dos mesas de bridge. En
aquellas ocasiones, Alice nunca participaba. No
-
[4]
le gustaba jugar a las cartas, estaba bastante
sorda, mantena un silencio nada decorativo y
senta que ya haba quedado representada por la
admirable comida que les haba proporcionado
tanto a l como a sus amigos. En la residencia de
Ascot desempeaba un papel parecido,
acudiendo all en tren los viernes por la maana
para que la casa estuviera preparada cuando
llegara l montado en su coche algo ms tarde.
A veces Faraday se preguntaba si no se
sentira ms a gusto casndose y
proporcionndole a Alice una casa modesta que
fuera de su propiedad y una renta equivalente, ya
que, aunque raras veces la vea, su presencia le
repugnaba ligeramente. Pero el matrimonio era
algo arriesgado, especialmente para un hombre
de su edad, que se haba librado durante tanto
tiempo, y adems podra topar con una esposa
que tuviera voluntad propia, y que no entendiera,
del modo que lo haca Alice, que la nica razn
de su existencia debera ser hacerle sentir
cmodo. De nuevo se pregunt si unos criados
-
[5]
tan perfectamente adiestrados como los suyos no
podran llevar la casa de una manera tan
eficiente como lo haca su hermana, en cuyo caso
ella estara mejor en otro lugar; l desde luego se
sentira ms a gusto si no viviera bajo el mismo
techo. Pero podra pasar que su cocinero se
despidiera, o que la chica que limpiaba la casa
hiciera mal su trabajo, y adems haba facturas
de las que encargarse, e impuestos que pagar, y
haba que pensar en el abastecimiento. Alice se
encargaba de todo aquello, y lo nico que l tena
que hacer era extenderle un cheque mensual,
refunfuando al ver el total. Y respecto a sus
ocasionales cenas con ella, aunque era
aburridsimo sentarse frente a aquella criatura
medio sorda, grosera y huesuda, aquellas noches
eran las menos, y en cuanto acababa de cenar se
retiraba a su estudio y pasaba una o dos horas
tolerables entretenido con un libro o un
crucigrama. A qu se dedicaba ella, no tena ni
idea, y tampoco es que le importara mientras ella
no le importunase. Probablemente leera aquellos
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[6]
espantosos libros sobre el subconsciente y las
ciencias ocultas que tanto le gustaban. Para l,
con el consciente ya le bastaba, y ella tena poco
espacio reservado en el suyo. Qu mujer tan
desagradable y enigmtica: qu extrao que l,
tan pulcro y robusto, llevara su misma sangre.
Aquel rgimen, sin duda el ms cmodo que
haba podido idear para s mismo, haba sido
prcticamente impuesto sobre Alice. Ella haba
cuidado de la casa de su padre hasta la muerte de
ste, quien al ir envejeciendo haba cado en las
malas costumbres. Haba perdido un capital
considerable especulando estpidamente en el
mercado de valores, y durante sus ltimos cinco
aos haba pasado a depender completamente de
su hijo, que los haba alojado a ambos en un
pequeo y srdido piso a la vuelta de la esquina
de Massington Square. Entonces el viejo sufri un
ataque y qued parcialmente paralizado, y
Edmund, siempre despreciativo de los enfermos y
los incapaces, le haba tacaeado hasta el ltimo
penique del par de cientos de libras que le pasaba
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[7]
anualmente. Al mismo tiempo, admiraba la
habilidad para la gestin y la economa exhibidos
por su hermana, que consegua ofrecerle a su
padre una existencia cmoda pese a su magra
miseria. Por ejemplo, incluso haba conseguido
comprarle una silla de ruedas de segunda mano,
destartalada y desgastada por el uso, con la que
los das soleados le paseaba por los jardines de
Massington Square, o sencillamente se sentaba a
su lado para leerle. Ciertamente, saba cmo
aprovechar el dinero, de modo que, al morir su
padre, y ya que era su deber ocuparse de ella,
Edmund le ofreci cien libras al ao, alojamiento
y manutencin, a cambio de que llevara la casa
por l. Si no aceptaba aquella oferta, debera
arreglrselas sola, y dado que no posea un
penique, no estuvo en su mano oponerse. Haba
trado consigo la silla de ruedas, y la haba
guardado en un gran trastero que haba en el
jardn trasero de la casa de su hermano. Quiz
podra ser de algn uso en otra ocasin.
Edmund Faraday era un hombre astuto, pero
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[8]
nunca sospech que existiese alguna razn,
aparte de la necesidad material, por la que Alice
hubiera aceptado su oferta de tan buen grado.
Brevemente, esta razn era que su hermana le
profesaba un odio que se incrementaba y brillaba
furioso ante su presencia. Ella lo abrazaba, lo
atesoraba y lo alimentaba, pero para hacer todo
aquello necesitaba estar cerca de l: de otra
manera, podra enfriarse y morir. Orle llegar
alguna tarde la emocionaba al sentir su cercana;
sentarse con l en silencio durante sus escasas y
solitarias cenas, observarle, servirle...
representaba un festn para ella. No tena ningn
deseo personal de daarle, incluso aunque eso
hubiera sido posible, pero senta que deba estar
cerca, esperando a que cayera sobre l alguna
desgracia inconjeturable, la cual, aunque pudiera
demorarse todo lo que quisiera, acabara por
llegar con toda seguridad, al menos mientras ella
mantuviera la dinamo de su odio constantemente
encendida. Toda emocin intensa, ella lo saba,
representaba una fuerza en el mundo, y antes o
-
[9]
despus acabara por realizarse con creces.
Durante sus horas solitarias, cuando las tareas
del hogar estaban completadas, ella centraba su
mente en l, como un proyector, y estudiaba
libros de magia y ciencias ocultas que le
revelaban o le hacan intuir los poderes
otorgados por la concentracin. Las brujas y los
magos, en los tiempos antiguos, ignorantes de la
causa subyacente, pronunciaban hechizos y
encantamientos o construan muecos de cera
que representasen a sus vctimas, y los ataban y
los pinchaban con agujas con el propsito de
producir malestar fsico y agudos dolores. Pero
todo aquel trabajo con smbolos era un juego de
nios: la verdadera fuerza que se esconda detrs,
aquella que ms convendra dejar libre para
realizar su voluntad sin interferencias, era el
odio. Y no mereca la pena ser impaciente: era la
paciencia la que realizaba un trabajo perfecto.
Quiz, cuando su maldicin empezara a tomar
forma, se le podra ayudar de alguna manera: los
miedos podan ser potenciados, se poda
-
[10]
aumentar la desesperanza... pero nada ms. Tan
slo la espera fatigosa, el deseo intenso, la
insaciable y negra llama...
A menudo senta que el espritu de su padre
se mantena en contacto con ella, ya que tambin
l haba aborrecido a su hijo, y mientras yaca
paralizado, sin poder hablar, ella inventaba
historias sobre Edmund para entretenerle: cmo
perdera todo su dinero, cmo se descubrira un
gran fraude en su negocio, cmo le traicionara
su tan cacareada salud, y cmo le atenazara el
cncer o alguna enfermedad degenerativa;
entonces, los ojos del viejo brillaban con alegra,
gorjeaba sin poder decir nada y se retorca de
placer. Desde la muerte de su padre, Alice an no
haba sentido que ste la abandonara; su espritu
estaba cerca de ella y su malevolencia no haba
disminuido. Ella, por su parte, le haca el
compaero de sus pensamientos: a veces,
Edmund llegaba tarde del trabajo, y mientras los
minutos se deslizaban sin que l hubiera
aparecido an, ella se senta como si todava
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[11]
estuviera inventando historias para su padre, y le
contaba que el telfono sonara de un momento a
otro, y que la llamada provendra de algn
hospital al que Edmund habra sido conducido
tras sufrir un accidente de trfico. Pero entonces
recordaba que deba mantener a raya sus
pensamientos; no deba permitirse definir
excesivamente sus ideas ni sugerir nada a la
fuerza que se estaba preparando para actuar
sobre l. Y aunque en aquellos momentos todo
pareca marchar a la perfeccin, y los siguientes
meses incluso le proporcionaron nuevos
beneficios, Alice nunca dud que llegara el da
de la retribucin, siempre y cuando ella fuese
paciente y mantuviera aquella dinamo del odio
en marcha.
Edmund Faraday se haba trasladado haca
relativamente poco a la casa que ahora ocupaba.
Previamente haba vivido en otra de la misma
plaza, una docena de puertas ms all, pero
siempre haba deseado sta: era ms espaciosa, y
contaba en la parte trasera con una considerable
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[12]
parcela de tierra rodeada por una alta pared de
ladrillo y ocupada por un jardn de csped y
lechos de flores. Sin embargo, an no haba
conseguido alquilar la otra casa, y el cartel que el
agente inmobiliario haba colocado frente a ella
era sencillamente horroroso, pero lo peor era que
mientras estuviera libre habra dinero por ganar.
No obstante, aquella noche, mientras se acercaba
a ella, caminando vigorosamente al regresar de
su oficina, vio que haba un hombre asomado al
balcn de la sala de estar: evidentemente, haba
alguien visitndola. Cuando se estaba acercando,
el hombre dio media vuelta, dio un par de pasos
hacia la puerta y entr en la casa. Faraday pudo
darse cuenta de que cojeaba pesadamente,
apoyndose en un bastn y arrojando el cuerpo
hacia adelante cada vez que avanzaba la pierna
izquierda, como si la articulacin no siguiera su
juego. Pero aquel no era problema suyo, y se
senta satisfecho con pensar que alguien haba
acudido a visitar su vaca propiedad. A la
maana siguiente, de camino a la oficina, pas a
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[13]
ver al agente en cuyas manos haba dejado la
casa, y le pregunt quin se haba interesado por
ella. El agente no saba nada al respecto: no le
haba cedido las llaves a nadie.
Pero anoche vi a un hombre en el balcn
dijo Faraday . Tuvo que hacerse con las
llaves de alguna manera.
Sin embargo, las llaves estaban en su lugar
habitual, y el agente prometi enviar a alguien de
inmediato para asegurarse de que la vivienda
estuviera apropiadamente cerrada. Faraday se
tom la molestia de pasar de nuevo cuando
regresaba a su casa para enterarse de que todo
estaba en orden, que tanto la puerta principal
como la trasera estaban cerradas y que no haba
ni rastro de que hubieran entrado ladrones.
De alguna manera, aquel extrao incidente
se grab en la mente de Faraday, y algo ms de
una semana ms tarde tuvo motivos para
recordarlo. Una maana vio en la calle, un poco
por delante de l, a un hombre que cojeaba y se
doblaba sobre su bastn, reconociendo de
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inmediato al visitante de la casa vaca, ya que su
constitucin y su modo de moverse eran los
mismos, por lo que aceler sus pasos con el
objetivo de intentar echarle un vistazo. Pero la
acera estaba repleta de gente, y antes de que
pudiera alcanzarle el hombre haba saltado a la
calzada y haba sorteado el abundante trfico, de
modo que Edmund le perdi de vista. En otra
ocasin, mientras recorra la plaza hacia su casa,
le vio caminando por el otro lado y en direccin
opuesta, as que retrocedi para intentar
interceptarle en el otro extremo del jardn. Pero
para cuando lleg a la otra acera, ya no haba ni
rastro de l. Recorri con la mirada la calle de
arriba abajo; seguramente aquel modo de andar
debera de ser visible desde una gran distancia.
Se trataba de un hombre grande, de anchos
hombros y fornido: debera haber sido fcil
distinguirle. Faraday estaba seguro de que no se
trataba de un vecino de la plaza, ya que de otro
modo le habra visto con anterioridad. Qu
habra estado haciendo en su casa cerrada? Y
-
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por qu, de repente, le vea casi cada da? De una
manera bastante irracional, sinti que aquel
entrometido y sin embargo elusivo extrao tena
algo que ver con l.
Al da siguiente iba a desplazarse hasta Ascot,
y aquella noche fue una de esas escasas ocasiones
en las que cen con su hermana. Apenas tena
apetito, y estaba culpando mentalmente a la
comida cuando el habitual silencio se rompi. De
repente, su hermana le obsequi con una de
aquellas risas suyas que pareca un balido y dijo:
Se me haba olvidado decrtelo. Hoy ha
venido un hombre que deseaba hablar contigo
sobre el alquiler de la otra casa. No dio ningn
nombre y le he dicho que eso era cosa del agente
inmobiliario, as que le he dado la direccin. He
hecho bien, Edmund?
Cmo era? dijo l violentamente.
No he llegado a ver su cara con claridad.
Cuando yo he bajado al recibidor ya se haba
colocado de pie frente a la ventana. Pero era
corpulento, ms o menos como t, aunque
-
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tullido. Cojeaba mucho y se apoyaba en un
bastn.
A qu hora ha sido?
Un par de minutos antes de que llegaras.
Y entonces?
Bueno, cuando le he dicho que se dirigiera
al agente inmobiliario se ha dado la vuelta y se
ha marchado y, como te deca, no he llegado a
ver su cara. En todo caso tena algo raro. Le he
observado desde la ventana y le he visto rodear la
plaza para marcharse por la otra acera. Un par
de minutos despus te he odo entrar.
Ella le observ mientras hablaba, y vio que la
preocupacin tea su cara.
No logro averiguar quin es ese tipo
dijo l . Por tu descripcin parece un hombre
al que vi en el balcn de la otra casa hace una
semana. Sin embargo, cuando fui a preguntarle
al agente, result que nadie le haba solicitado las
llaves, y la casa estaba completamente cerrada. Le
he visto varias veces desde entonces, aunque
nunca de cerca. Por qu no le has preguntado
-
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su nombre o su direccin?
Sinceramente no se me ha ocurrido
respondi ella.
Si vuelve a aparecer, no te olvides de
hacerlo. Y ahora, si has terminado, puedes
retirarte. Maana por la maana irs a Ascot y
preparars una buena comida. Vendrn tres
amigos mos a pasar el fin de semana.
Faraday acudi a su ronda de golf del sbado
por la maana de excelente humor: haba ganado
sobradamente al bridge la noche anterior y se
senta vigoroso y agudo. La maana era muy
calurosa y el sol resplandeca con fuerza, pero un
pequeo grupo de oscuras nubes se aproximaba
por el este, amenazando con un chaparrn.
Adems, resultaba desesperante tener que
esperar en uno de los hoyos cortos a que la
pareja que iba delante de l dejara de enredarse
en las trampas de arena que sembraban el green.
Finalmente consiguieron superarlas, y Faraday,
mientras esperaba a que cambiaran de hoyo, vio
que un hombre fornido, que se apoyaba en un
-
[18]
bastn y cojeaba pesadamente, les estaba
observando.
Est aqu dijo para s . Ahora podr
verle bien.
Pero cuando lleg al green el hombre ya se
haba marchado, y no pudo encontrar ni rastro
de l en ninguna parte. En todo caso, conoca a la
pareja que iba delante de l, y podra
preguntarles quin era su amigo cuando se
encontraran en el club. En aquel momento
empez a llover, durante poco tiempo pero con
gran intensidad, por lo que su compaero fue a
cambiarse en cuanto entraron en el local.
Faraday se burl de aquella precaucin: l nunca
haba cogido un mnimo resfriado, y tampoco
haba sufrido en su vida la menor punzada de
reumatismo, de modo que mientras esperaba a su
no tan robusto compaero aprovech para
preguntar sobre quin era aquel tullido a la
pareja que haba estado jugando por delante de
l. Pero ninguno de ellos le conoca: de hecho,
ninguno de los dos le haba visto siquiera.
-
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De alguna manera aquello estrope su
sensacin de bienestar, ya que se trataba de un
asunto de lo ms extrao. Pero el domingo
amaneci despejado y brillante, por lo que nada
ms despertarse salt de la cama con la intencin
de ir a dar un paseo por el jardn antes de tomar
su bao. Inmediatamente tuvo que agarrarse a
una silla para no caer al suelo. Su pierna
izquierda haba cedido bajo su peso y un dolor
punzante le sacudi la cadera. Qu fastidio: quiz
debiera haberse quitado aquellas ropas hmedas
la tarde anterior. Se visti con dificultad y
descendi las escaleras cojeando. Alice estaba all,
colocando flores frescas sobre la mesa.
Vaya, Edmund, qu te pasa? pregunt.
Un leve ataque de reumatismo dijo .
Ya se me pasar en cuanto me mueva un poco.
Pero moverse no resultaba tan fcil: el golf
quedaba ms all de toda consideracin, y tuvo
que quedarse sentado todo el da en el jardn,
maldiciendo aquella desacostumbrada afliccin,
y durante todo el da la imagen de aquel hombre
-
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tullido, cuya complexin era la misma que la
suya, se le enterr en el cerebro como un topo.
De regreso a Londres, Faraday visit a un
mdico fiable, el cual, tras enterarse de sus baos
de agua fra y su indisciplinado uso de los
placeres de la mesa y la bodega, le puso a
rgimen, lo que para l era una de las
humillaciones ms amargas, ya que acababa de
alistarse en el despreciable ejrcito de los
cuidadosos.
Moderacin, mi querido seor dijo el
doctor aconsejndole . Se acabaron para usted
los baos de agua fra y el oporto, y ponga lmite
a su insaciable apetito. Sera tambin
recomendable que empezara a hacer un poco de
ejercicio en los das de diario y reducir el de los
fines de semana. Siga trabajando, jugando sus
partidas y viendo a sus amigos. Pero sobre todo,
moderacin, y pronto volveremos a tenerle en
plena forma.
De acuerdo a aquellos desagradables
consejos, Faraday tom la costumbre de regresar
-
[21]
caminando hasta casa cada vez que acuda a
cenar cerca del vecindario, y de dar un par de
vueltas a la plaza antes de irse a la cama si lo
haca en casa. Aquella semana, contrariamente a
la costumbre, las noches pasaron sin invitados, y
la ltima de ellas, antes de regresar al campo,
sali cojeando a eso de las once sintindose
inquieto y mostrando una extraa aprensin
hacia el futuro. Aunque la violencia del ataque
haba remitido, caminar segua siendo doloroso y
difcil, y sus titubeantes pasos, estaba convencido,
no podan sino despertar una despreciable
compasin en todos aquellos que le conocan y
saban el hombre dinmico y gil que haba sido.
La noche apareca cubierta de nubes y
sofocantemente calurosa, y en el ambiente se
respiraban una tensin y una opresin que iban a
la par con su humor. Todos los placeres de su
vida le haban sido arrebatados por aquella
indisposicin, y en su interior senta con terrible
seguridad que aquello no era sino la sombra de
un visitante mucho ms espantoso que se estaba
-
[22]
acercando. Durante toda aquella semana,
adems, Alice se haba comportado de una
manera extraa. Pareca esperar algo, y aquella
espera la llenaba de un regocijo secreto. Le
vigilaba, tomaba notas, estaba alerta...
Haba completado su primera ronda a la
plaza y se encontraba ahora realizando la
segunda, tras la cual se retirara. Unos cien
metros le separaban de su casa, y tanto la acera
como la calzada aparecan completamente
desiertas. Entonces, a medida que se acercaba a
su puerta, vio que una figura avanzaba en su
direccin; como l, cojeaba y se apoyaba en un
bastn. Pero aunque haca una semana haba
querido encontrarse con aquel hombre cara a
cara, algo en su mente haba cambiado, y ahora
la perspectiva de encontrrselo le llenaba de un
tembloroso terror. No haba manera, en todo
caso, de evitar aquel encuentro, a no ser que
volviera a retroceder, y pensar que aquel hombre
le estaba siguiendo le pareca algo ms
intolerable an que enfrentarse a l. Entonces,
-
[23]
mientras se encontraba a unos doce metros, vio
que el otro se haba detenido justo frente a su
puerta, como si le estuviese esperando.
Faraday agarr sus llaves, preparado para
entrar. No pensaba mirar al tipo en absoluto, sino
pasar a su lado con la cabeza inclinada. Cuando
apenas se encontraba a medio metro de l, el otro
extendi la mano como haciendo un gesto que
reclamara su detencin, e involuntariamente
Faraday se volvi. El hombre se encontraba junto
a una lmpara, y su cara apareca
completamente iluminada. Y aquella cara era la
cara de Faraday: era como si se estuviera
enfrentando a su propia imagen en un espejo...
Respirando dificultosamente, entr en su casa y
cerr de un portazo. All estaba Alice, a su lado,
esperndole, con toda seguridad.
Edmund dijo, y junto a esa misma
seguridad percibi en su voz un temblor que
delataba alegra , acabo de salir para echar
una carta al correo y me he encontrado con el
hombre que vino el otro da a preguntar por la
-
[24]
casa. Qu curioso.
l se limpi los goterones de sudor fro que le
invadan la frente.
Le has visto bien? pregunt . Cmo
era?
Ella dej escapar su risa bovina, y sus ojos
brillaron alegres.
Es algo de lo ms extraordinario! dijo
. Se te parece tanto que llegu a hablarle antes
de darme cuenta de que no eras t. Su modo de
andar, su complexin, su rostro: todo.
Extraordinario! Bueno, me voy a la cama. Ya es
tarde, pero pens que querras saber que estaba
por aqu, por si acaso queras charlar con l. Me
pregunto quin ser y qu querr. Felices
sueos!
A pesar de aquellos buenos deseos, Faraday
no durmi bien en absoluto. Siguiendo su
costumbre, haba abierto completamente las
ventanas antes de acostarse, y estaba quedndose
dormido cuando oy en el exterior unos pasos
irregulares y el sonido de un bastn golpeando
-
[25]
contra el suelo; su propio paso, podra haber
pensado, y el sonido de su propio bastn. Se
paseaba frente a su casa, de un lado a otro,
patrullando su reducido permetro. A veces
cesaba durante un rato, pero tan pronto como el
sueo empezaba a rondarle empezaba de nuevo.
Debera mirar, se preguntaba, y ver si haba
alguien ah? Desech la idea, ya que la
perspectiva de volver a mirarse a s mismo, a su
propia cara y a su propio cuerpo, le inundaba la
frente de sudor. Finalmente, incapaz de seguir
soportando aquella vigilia, se asom a la ventana.
Desde un extremo al otro, hasta donde le
alcanzaba la vista, la plaza estaba vaca salvo por
la presencia de un polica que realizaba su ronda
en silencio, iluminndose con su linterna.
El doctor Inglis le visit al da siguiente.
Desde su ltima cita, haba examinado las
radiografas de la articulacin daada, y poda
ofrecerle nuevos detalles. No haba rastros de
artritis; un reumatismo muscular, el cual sin
duda desaparecera con el apropiado
-
[26]
tratamiento, era todo el achaque. De modo que
Faraday se dirigi a su oficina, mientras que el
doctor se qued para hablar con Alice, ya que,
segn le haba confesado jovialmente el primero,
sospechaba que no iba a ser un paciente
demasiado obediente, y que debera decirle a su
hermana cules eran sus instrucciones respecto a
la comida y los medicamentos.
Fsicamente no tiene ningn problema
demasiado grave, seorita Faraday dijo ,
pero hay algo que quiero consultarle. Le he
encontrado muy nervioso y estoy seguro de que
quera contarme algo, pero no se ha decidido a
hacerlo. Debera haber superado este
reumatismo hace das, pero tiene algo en la
mente que est minando su vitalidad. Tiene
usted idea, en completa confidencialidad, por
supuesto, de qu podra tratarse?
Ella lanz un pequeo balido, riendo.
Ya s que no est bien que me ra, doctor
Inglis dijo , pero es que me alivia tanto
saber que no le pasa nada malo a mi querido
-
[27]
Edmund... S, hay algo que le preocupa...
Caramba, es algo tan ridculo que apenas puedo
hablar de ello!
Pero quiero saberlo.
Bueno, se trata de un tullido al que ha
visto en varias ocasiones. Yo tambin le he visto,
y lo ms extrao es que es exactamente igual a
Edmund. Anoche se lo encontr frente a la casa y
entr... bueno, con un aspecto horrible.
Y cundo le vio por primera vez?
Apuesto a que fue despus de que le asaltara esta
cojera.
No. Fue antes. Ambos le vimos antes. Era
como si... va a sonar tan tonto!... como si esta
especie de doble suyo le hubiera mostrado lo que
iba a sucederle.
Haba regocijo y placer en su voz. Y qu
desaliada y grosera resultaba su apariencia con
aquel mechn de pelo gris revuelto sobre su
frente y sus manos descuidadas. El doctor Inglis
sinti disgusto: se pregunt si estara del todo
bien de la cabeza.
-
[28]
Ella se agarr una rodilla con aquellos dedos
largos y huesudos.
De modo que eso es lo que le turba. Oh, le
conozco perfectamente dijo . A Edmund le
aterroriza ese hombre. No sabe lo que es. No
quin es, sino qu es.
Pero qu es lo que hay que temer?
pregunt el doctor . El tullido no es producto
de su alterada imaginacin, ya que tambin usted
le ha visto. Es un ser humano normal y corriente.
Ella se ri de nuevo y palme como una nia
complacida.
Oh, por supuesto, as debe ser! dijo .
De modo que no hay nada que temer.
Esplndido! Tengo que decrselo a Edmund.
Qu alivio! Y en cuanto a las reglas que usted le
ha impuesto, sobre la comida y toda eso, ser
muy estricta con l. Comprobar que hace
exactamente lo que le ha dicho. Ser implacable.
Durante una semana o dos, Faraday no volvi
a ver a aquel visitante no bienvenido, pero no le
olvid, y en algn lugar de su cerebro, bien
-
[29]
enterrada, permaneca aquella sensacin de
miedo. Entonces lleg una noche en la que haba
estado fuera cenando con unos amigos: la comida
y el vino eran excelentes, y los otros se haban
burlado de l por su condicin de abstemio, de
modo que relaj un poco sus restricciones y
disfrut de una noche alegre, como en los viejos
tiempos. Le pareca haber escapado de la sombra
que se haba cernido sobre l, y regres
caminando a casa de buen humor, cojeando y
apoyndose en su bastn, pero con bastante ms
energa que en los das anteriores. Deba
levantarse por la maana temprano, ya que se
aproximaba la asamblea general de su compaa
y al da siguiente tena que acabar de escribir su
discurso para los accionistas. Les ofrecera una
agradable media hora; los almacenes Faraday
haban conseguido un doce por ciento libre de
impuestos y un cinco por ciento en el incremento
de beneficios.
Tom un atajo a travs de la oscura callejuela
en la que haba residido su padre durante sus
-
[30]
ltimos aos de enfermedad, y sus pensamientos
retrocedieron, con el sentimiento de una carga
liberada, a la ltima vez que le haba visto vivo,
sentado en su silla de ruedas en el jardn de la
plaza, mientras Alice le lea. Edmund se haba
acercado hasta el jardn para charlar con l, pero
su padre slo le haba mirado con malevolencia
desde sus hundidos ojos, farfullando y
murmullando desde su barba. Era como un mono
viejo, pens Edmund, desdentado, furioso y dbil,
y entonces, sbitamente, le haba golpeado con la
mano que an poda mover. Edmund le haba
respondido ofrecindole el lado ms agresivo de
su labia; le haba dicho que ms le vala
comportarse mejor si no quera que le retirase su
pensin. Vaya una manera ms agradable de
comportarse con un hijo que le haba dado hasta
el ltimo penique que tena!
De este modo, meditando agradablemente,
sali de aquel desagradable callejn y se
aproxim a la plaza. Aquella noche haba
bastante gente, los coches recorran una y otra
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direccin y un taxi se haba detenido en la casa
que haba al lado de la suya, privndole de
cualquier otra visin de la calle. Al sobrepasarlo
vio que justo debajo de la lmpara, frente a su
propia puerta, haba una silla de ruedas vaca.
Detrs de ella, como si fuera a empujarla cuando
su ocupante estuviera preparado, se alzaba un
viejo de barba blanca y desordenada.
Observndole, Edmund pudo ver sus ojos
hundidos y su boca balbuceante, y entonces lo
reconoci. Las llaves se le escaparon de la mano,
pero sin detenerse para recogerlas se abalanz
sobre las escaleras y, en un acceso de pnico
incontrolable, empez a llamar al timbre y al
aldabn de la puerta adems de golpearla con sus
propias manos. Oy pasos en el interior, y all
estaba Alice. La empuj y se derrumb sobre una
silla del recibidor. Antes de que ella cerrase la
puerta y se le acercara, sonri y bes la mano de
alguien que esperaba en el exterior.
Con dificultad consiguieron subirle hasta su
habitacin, ya que aunque hasta entonces se
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hubiera mostrado activo, todas las fuerzas
parecan haberle abandonado, los huesos le
bailaban en sus articulaciones, y ascendi las
escaleras balancendose y retorcindose cada vez
que suba un escaln. Siguiendo sus directrices,
Alice cerr con cerrojo las ventanas y ech las
cortinas; l no dijo ni una sola palabra sobre lo
que haba visto, pero no haca falta que lo
hiciera.
Despus de dejarle, ella se retir a su propia
habitacin, alerta y ansiosa, ya que quin poda
saber lo que podra pasar antes de que llegara el
da? Qu inteligente haba sido dejando el trabajo
en otras manos: no haba tenido ms que
concentrarse y pensar, y ahora poda contemplar
cmo sus pensamientos y la fuerza que haba
permanecido oculta detrs de ellos empezaban a
tomar forma en el mundo material. El terror, ese
gran mecanismo destructivo, tena atenazado a
Edmund, el cual haba quedado atrapado entre su
maquinaria y estaba siendo arrastrado hacia sus
implacables tornos. Y aun as, ella no deba
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interferir: deba seguir odindole y desendole
males. Qu momento tan maravilloso haba
resultado aquel en el que haba aporreado la
puerta, frentico de terror, y cuando al abrirla
haba visto la destartalada silla de ruedas y a su
padre detrs de ella. Apenas pudo dormir aquella
noche, pero yaci feliz y preguntndose,
reconfortada y tensa, si la fuerza podra volver a
reunirse en cualquier momento para otorgar el
golpe que acabara de una vez por todas con todo.
Pero la breve y clida noche de verano pronto se
convirti en da, y ella retom las tareas de la
casa, de modo que todo resultara lo ms cmodo
posible para Edmund.
En aquel momento baj su criado, con orden
de telefonear al doctor Inglis. Despus de que el
doctor le viera, solicit volver a hablar con Alice.
Esta repeticin de su entrevista le result tan
encantadora... Era como la repeticin de un
fraseo musical en una sinfona, amplificado e
interpretado por ms instrumentos, ya que el
punto de vista que sobre su paciente le ofreci
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fue mucho ms pesimista. Aquella repentina
rigidez de las articulaciones no poda ser
explicada mediante causas fsicas, y adems
haba llegado acompaada de una acentuada
prdida de energas que no poda ser explicada
con ninguna lesin corporal. Ciertamente haba
recibido un shock tremendo, mas no quera
hablar de ello. De nuevo el doctor le pregunt si
saba algo al respecto, pero todo lo que ella le
pudo decir fue que haba llegado la noche
anterior en un estado de terror absoluto y de
colapso completo.
Adems, haba otra cosa. Estaba muy
preocupado por el discurso que deba dar en su
asamblea general. Era importantsimo que
descansara y durmiera, y mientras aquel discurso
ocupara su mente, evidentemente no podra
conseguirlo. Estaba determinado a levantarse
para descender a su estudio, donde tena los
papeles necesarios. Con la ayuda de su criado,
podra llegar hasta all, y cuando su trabajo
estuviese acabado, podra descansar
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tranquilamente. El doctor Inglis regresara por la
tarde para volver a examinarle: tambin sera
recomendable que pasara una o dos semanas en
una casa de reposo. Le dijo a Alice que le vigilara
intermitentemente, y que si algo la alarmaba
enviara a alguien a avisarle. Enseguida volvi al
piso de arriba para ayudar a Edmund a bajar, y
entonces se oyeron los ruidos de unas pesadas
pisadas, y los crujidos del pasamanos, como si un
peso muerto se estuviese deslizando sobre l.
Aquello le trajo a Alice a la memoria el recuerdo
del funeral de su padre, y del momento en el que
haban descendido su atad por las estrechas
escaleras de la pequea casa que la generosidad
de su hijo les haba proporcionado.
Acompa a su hermano y al doctor hasta el
estudio y le acomodaron junto a la mesa. La
habitacin daba al jardn que haba en la parte
trasera de la casa, y una enorme ventana
francesa, que se abra directamente sobre el
suelo, se comunicaba con l. Destacaba en su
interior un platanero con el follaje veraniego en
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todo su esplendor; aquella maana bochornosa la
habitacin estaba oscurecida por la luz verdosa y
crepuscular que se filtraba a travs de sus hojas.
La mesa estaba repleta de folios desparramados, y
Faraday se sent en una silla dndole la espalda a
la ventana. Bajo aquella curiosa y sombra luz su
rostro pareca extraamente incoloro, mientras
que los movimientos de sus manos parecan
vacilar y tropezar entre los papeles.
Alice regres una hora ms tarde mientras l
segua all sentado, tan ocupado que ni siquiera
le dirigi la palabra, y ella encendi la luz
elctrica porque el da se haba oscurecido an
ms; y despus cerr la ventana del jardn
porque haba empezado a llover intensamente.
Mientras echaba los cerrojos, vio que la figura de
su padre se ergua all afuera, apenas a un metro
de distancia. l sonri y asinti, y puso un dedo
frente a sus labios, como si solicitara silencio;
despus le hizo un leve gesto indicndole que se
retirara, y ella abandon la habitacin,
dirigiendo una mirada hacia atrs al cerrar la
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puerta. Su hermano segua afanndose con su
trabajo, y la figura del exterior se haba acercado
an ms a la ventana. Alice deseaba quedarse,
deseaba ver con sus propios ojos lo que iba a
suceder, pero era mejor obedecer aquel gesto y
marcharse. El recibidor estaba muy oscuro, y ella
permaneci all unos instantes, escuchando
atentamente. Entonces, de la puerta que acababa
de cerrar, le lleg el inconfundible chasquido de
una llave al ser echada, y de nuevo todo qued en
silencio salvo por el tamborileo de la lluvia y el
chapoteo de los canalones rebosantes. Iba a
suceder algo: seran los estertores de una mortal
agona los que rompiesen el silencio, o
continuaran los canalones borboteando hasta
que todo hubiese acabado?
Entonces, el silencio se quebr en mil
pedazos. La voz de Edmund se elev
progresivamente, enronquecindose en un
balbuceo suplicante, hasta convertirse en un
alarido que ces tan repentinamente como si se
hubiese tratado de un interruptor que se apaga.
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En el interior de la habitacin algo se desplom
golpendose contra el suelo. Desde el piso
superior baj el criado de Edmund.
Qu ha sido eso, seorita? dijo en un
susurro asustado, girando la manecilla de la
puerta . Vaya, el seor se ha encerrado.
S, est ocupado dijo Alice , quiz no
quiere que le molesten. Pero yo tambin lo he
odo, y despus he odo algo que caa. Llama a la
puerta y mira a ver si responde.
El hombre llam, esper un momento y
volvi a llamar. Entonces, desde el interior, lleg
el sonido de una llave deslizndose en la
cerradura, y entraron.
La habitacin estaba vaca. La luz an
permaneca encendida sobre la mesa, pero la silla
en la que haba dejado a Edmund haca cinco
minutos yaca volcada, y la ventana que haba
cerrado estaba abierta de par en par. Alice
observ el jardn, que apareca tan vaco como la
habitacin. Pero la puerta del trastero en el que
estaba guardada la silla de ruedas de su padre
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estaba abierta, y ella corri bajo la lluvia para
mirar en el interior. Edmund estaba sentado
sobre la silla, y su cabeza colgaba inerte sobre el
borde.