Discurso "Las ideas de la lucha"

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Las Ideas de la Lucha La lucha le es inexorable al hombre. Su primer aliento es una declaración de guerra a la muerte. Desde entonces su lucha no cesa: expresarse, andar, ser libre, pleno y feliz. Cada paso es en sí una lucha, una constante batalla por sobrevivir, por preservar lo que ha hilado a través de su transcurrir por el mundo. Y aun cuando la vida rebosa de lucha, lo verdaderamente importante está agazapado detrás de la maleza de la acción que se convierte en lucha. Detrás de cada decisión, inacción e inercia está latente una razón profunda, real y tangible. Se lucha por lo importante: por el amor, por la felicidad, por la supervivencia, por la realización; lo demás son causas accesorias. La celebración de un nuevo ciclo en nuestra historia, el aniversario 23 que nuestra organización cumplió hace unos días, es justamente una oportunidad para reflexionar y poner en la tela de juicio cuáles son las cosas que realmente importan, si las hemos perseguido y

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Discurso pronunciado por Alberto Galarza en el 23 Aniversario de la Federación de Estudiantes Universitarios.

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Las Ideas de la Lucha

La lucha le es inexorable al hombre. Su primer aliento es una

declaración de guerra a la muerte. Desde entonces su lucha no

cesa: expresarse, andar, ser libre, pleno y feliz. Cada paso es en sí

una lucha, una constante batalla por sobrevivir, por preservar lo

que ha hilado a través de su transcurrir por el mundo.

Y aun cuando la vida rebosa de lucha, lo verdaderamente

importante está agazapado detrás de la maleza de la acción que

se convierte en lucha. Detrás de cada decisión, inacción e inercia

está latente una razón profunda, real y tangible. Se lucha por lo

importante: por el amor, por la felicidad, por la supervivencia, por

la realización; lo demás son causas accesorias.

La celebración de un nuevo ciclo en nuestra historia, el aniversario

23 que nuestra organización cumplió hace unos días, es

justamente una oportunidad para reflexionar y poner en la tela de

juicio cuáles son las cosas que realmente importan, si las hemos

perseguido y sobre todo, qué vamos a hacer en el futuro para

hacer de ellas nuestro eje vital.

¿Cuál es la sustancia que se esconde en las espaldas de nuestra

historia? ¿Cuál sentido recóndito hace respirar las luchas que

hemos dado y que han configurado nuestra historia? ¿Para qué

hemos luchado, para que estamos aquí y hacia dónde vamos?

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Quizá debamos iniciar rememorando nuestra primera declaración

de guerra a la muerte. El primer aliento de la FEU es indispensable

para entender que la lucha partió de algo más importante que su

composición, que su conformación legal, que su funcionamiento

orgánico.

La FEU nace a partir de ideas. Ideas poderosas como la

democracia, la visión de una universidad moderna, el rechazo de la

violencia y la corrupción. Pero incluso detrás de las ideas fuertes

que dieron origen a nuestra organización, son la plenitud de los

estudiantes, la promoción de sus derechos, su futuro, sus sueños y

su felicidad los valores que configuraron el fenómeno político

estudiantil que ahora se llama FEU.

El día de nuestra creación, en efecto se tuvo que cortar el aire

pesado y enrarecido de las instalaciones del tecnológico que nos

vio nacer, y para eso el llanto vital de nuestra primera bocanada

fue el bisturí estruendoso que contenía en sus decibeles la

declaración de la necesidad de cambiar la realidad en la que se

vivía, la transformación del mundo viciado que nos dio la

bienvenida con las fauces abiertas.

Desde ahí hasta ahora la lucha no ha cesado. Primero contra los

fantasmas del pasado que habían desaparecido en forma pero que

merodeaban siempre, recordando a las figuras de terror que

existían en los planteles. La primera lucha fue partir de la ruptura

con la peor cara de la representación estudiantil y entenderlos

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como el ejemplo vivo de lo que nunca deberíamos de ser. Ellos se

convirtieron en un punto de referencia o anti referencia. De esa

negación se comienza a construir nuestra identidad.

Lo que seguía era la lucha constante contra nuestro potencial

olvido, ceñirnos a nuestras declaraciones de principios y a la propia

ética para dirigir una agrupación estudiantil que trasciende su

naturaleza, que trastoca la realidad de nuestro estado. Era

entender que aunque nuestra función principal era en esencia un

tema de escuelas, estudiantes y representaciones, se trataba en

realidad de un cúmulo de generaciones de ciudadanos en

formación, de manos que podrían remoldear el mundo, mentes

capaces de soñar con nuevos horizontes, corazones moviendo

corazones, espíritus predispuestos a luchar las guerras perdidas.

Entender eso dotaba de sentido el convertir a las calles en ríos de

causas estridentes, en movimiento constante, en arena para el

argumento y en escaparate de la inconformidad. Dotaba de

sentido a asociarse para perseguir causas de orden común que

transformaran vidas, que plantearan nuevas realidades.

Por eso luchar con ideas como la paz y la justicia, tareas que

emprendimos y que sostenemos, tienen una perfecta coherencia

con el principio de perseguir lo importante; porque de poco sirve

formar a miles de personas en las aulas cuando en la cotidianidad

y hasta en nuestros espacios hay quienes están siendo vejados en

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su libertad y en su condición humana, cuando hay familias rotas,

futuros cercenados y sistemas acéfalos de valores sin fondo.

Por eso tiene sentido luchar por un transporte público digno y

seguro; porque la discusión no es de pesos, llantas y transvales,

sino de qué manera un servicio propone medios para que todos

puedan estar con los suyos, prepararse, producir y esparcirse sin

tener que preocuparse por su seguridad, sin tener que limitar su

dignidad, sin tener que sufrir por tener condiciones mínimas para

una buena vida.

Vencer el miedo a la juventud y ocupar las calles con

manifestaciones de cultura libre, de personas convergiendo en

responsabilidad, en armonía, con causas, también era en esencia

una lucha por que todos pudiéramos tener más elementos para el

desarrollo, porque el hombre necesita también alimentar su

espíritu y eso se logra a través del arte y la cultura.

Todas esas cosas las hicimos porque además de nuestra función

básica, entendimos que tendríamos que llenar los huecos que

dejaron los cobardes, los simuladores y los violentos, los que no

entendieron o no les importa entender que en la medida que cada

quien desde su espacio de responsabilidad: gobiernos, universidad,

ciudadanos, profesionistas y estudiantes, juguemos

adecuadamente nuestro rol, las personas se tendrán que

preocupar menos en los accesorios y más en la sustancia. Trabajar

con la razón sintonizada con el corazón y la ética nos acerca como

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individuos y en comunidad a una mayor calidad de vida, a una

mejor sociedad y a un futuro más deseable.

Tiene sentido luchar por lo que motiva al corazón a seguir

bombeando: por la equidad que permite que las voces generen un

coro de concurrencias y disensos necesarios para la democracia,

por la justicia social que se refleje en estómagos llenos que a su

vez permitan a las mentes construir sueños, por sociedades

humanas creadas de individuos que ponderen la comunidad, que

urdan los lienzos para trazar el arte de un porvenir generoso con el

hombre.

La lucha de las ideas que hemos mantenido por dos décadas y tres

años, que nos ha llevado a las calles, a los tribunales, a las plazas

públicas, a los consejos, a las aulas, a los organismos ciudadanos,

a la protesta y a la propuesta, a la paz, a la indignación, a la

solidaridad; esa lucha tiene que seguir y tiene que permanecer

como una oferta de respuesta ante la pregunta: ¿Para qué?

Con un mundo que se despedaza con la caída de las grandes

ideas, con el auge de un capitalismo que ha saqueado la visión de

un mundo compartido desde lo humano, con una violencia que

hace pensar que miles de años de historia no nos han enseñado a

enclaustrar la barbarie, con un crecimiento industrial insostenible

que para vivir asesina a la vida, con una elite política global que

detiene el progreso por sus propios intereses, con los que mueren

de sed, con los que matan, con los que roban, con los que simulan,

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con los que venden nuestra energía vital, con los que prostituyen

la actividad política, con los que siembran desesperanza y

cosechan inconformidad, con los que guardan silencio, con

nosotros ciegos y sordos, cómplices del infierno que asumimos

como el mundo, despreciadores de la amistad, del amor y de la

felicidad, resignados por nuestros sueños asesinados por el tiro de

gracia de la realidad. Con este mundo del carajo que es nuestro

mundo, en el que aprendimos a respirar veneno y a comer el

hambre de otros, con todo eso no se puede renunciar a la lucha y

no se puede luchar por el poder, ni por la fama, ni por la

continuidad.

Los 23 años son la oportunidad para decidir un punto crucial. Si en

medio de ese mundo pensaremos en la siguiente elección, en la

siguiente contienda, en los siguientes intereses o realmente

regresaremos la vista a las cosas importantes.

Existir sin un proyecto idílico de transformar el mundo, no dirigirse

a eso desde la FEU, desde la universidad y la sociedad, es asumir

la condena de repetir los grandes vicios que nos tienen sumergidos

en un mar de corrientes abruptas.

Por eso quizá hoy estar aquí implicará el valor de romper

esquemas, pero no dicho como la insulsa frase que se repite como

una moda vacua, sino a romper NUESTROS esquemas. A desafiar

lo que aprendimos que es el mundo, atrevernos a borrar lo que nos

rodea y con ello la parte que nosotros le aportamos a ese mundo,

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atrevernos a sostener uno de los millones de pinceles que pintarán

el mural que estará en nuestra bóveda, atrevernos a ponerle

nuevos astros al oscuro cielo que nos techa, aprender a dibujar

nuevos soles ponientes el horizonte.

Hacerlo es una tarea titánica, es el absurdo, es lanzarse a la

batalla perdida. Es, más allá del recurso poético o el alegato lírico,

salir a dar la vida por la vida; saber que nos enfrentaremos a los

monstruos a los que antes alimentamos; luchar contra las

estructuras, contra el poder, contra los ríos de dinero, contra la

pobreza extrema, contra el desinterés y la ignominia.

Ahora llegan las preguntas: ¿Estamos listos para volver al principio,

para borrar y volver a escribir, para enseñarnos a nosotros mismos

que a pesar de los pesares hay una alternativa en la que el Deber

Ser pueda derrotar al “Así son las cosas”?

Quizá no lo estemos y partamos de la honestidad. Quizá sea

demasiado para nosotros pensar en derrumbar los cimientos de

una casa que nos cubrió por tantos años. Pero hay que salir y

hacerlo, porque esperar a estar listos para ser lo que debemos ser

puede convertirse en una perpetuidad sin orillas que nos encadene

a la ataraxia, a la atrofia.

Para cambiar el mundo hay que dar un salto decidido al vórtice, a

la lucha, al enfrentamiento. Hay que salir a pelear con bestias sin

olvidar ser humanos, dominar demonios sin bajar al infierno, ganar

guerras sin convertirnos en asesinos.

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Y es justamente ese reducto, esa delgada y casi abstracta línea en

la que nos atrevemos a pensar que el mundo podría ser otra cosa,

donde un día un hombre bien plantado se propuso la idea de

refundar un país.

Porque refundar a un país, volver a escribir su constitución,

escuchar a la gente, plasmar en ese proceso los anhelos de todos y

mitigar también sus miedos, se trata de algo más que de un

político haciendo encuestas o trabajo legislativo. Se trata de

romper sus propios paradigmas, de asumir que no todo está dicho

y que no todas las letras doradas que se guardan en los museos

están cargadas de verdades.

José Manuel Zelaya, Mel, asumió la tarea valiente de escuchar, de

pensar en un futuro distinto, construido con bases distintas; sin

embargo los enemigos del progreso, los enemigos del hombre,

siempre verán en el cambio una amenaza a sus vidas rapaces.

Manuel Zelaya está aquí hoy como un invitado de honor, como un

luchador de ideas, como un hermano en el camino interminable de

la lucha por la plenitud del hombre.

Cuando Mel pelea en Honduras, país sumergido en la desigualdad,

en la pobreza, país que presume a la ciudad más peligrosa del

mundo San Pedro Sula y a Distrito Central que está entre las

primeras cinco, cuando habla de la democracia, del estado de

derecho, de la posibilidad de refundar el país, realmente habla de

la posibilidad de decir, de caminar seguro por las calles, de poder

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ofrecerle algo a los suyos, de amar, de tener amigos, de no temer

por ser asesinados, de tan solo tener la opción de decidir pensar y

hacer en libertad; de no vivir en la desesperación, en la tragedia,

en la abstracción auto inducida.

Mel entiende que mientras que la fuerza, el robo y las mentiras

sigan gobernando, difícilmente los hondureños van a poder aspirar

a mejores condiciones de trabajo, de educación, de salud, de

cultura, de esparcimiento, de equilibrio, de tranquilidad; todos

elementos indispensables para la felicidad, la realización y la

esperanza

Mel; su lucha como la nuestra está perdida porque es contra el

mundo que nosotros también creamos. Es contra las ideas

predominantes, contra nuestras malas costumbres, viejos vicios y

arraigadas carencias.

Pero usted seguramente encuentra en su pueblo lo que nosotros

hallamos en nuestros compañeros. Estamos llenos aún de

corazones dispuestos a creer, de personas ávidas de recuperar la

confianza, de una amalgama de talentos y porvenir. Hay razones

para luchar; lo dijo Camus: “Éste mundo no tiene un sentido

superior. Pero sé que algo en él tiene sentido y es el hombre,

porque es el único ser que exige tener uno. Este mundo tiene al

menos la verdad del hombre y es misión nuestra dotarle de

razones contra el propio destino.”

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Mel, no es discurso decir que estamos juntos en la lucha por la

democracia, por el ser, por la plenitud, por la felicidad, por la

justicia. Lo recibimos con los brazos abiertos y con la mente lista

para escuchar sus argumentos, pronunciar los propios, generar

discusión y tratar de construir algo con todo esto.

Definamos pues, en la lucha de los países, en la lucha de nuestra

organización, en la lucha del hombre, qué es lo que

verdaderamente importa, qué nos va a hacer seguir avanzando,

qué vamos a creer, cuáles van a ser las ideas que defendamos con

nuestro ejemplo y salgamos a cambiar el mundo, como una

convicción de que es posible, de que vale la pena soñar, vale la

pena construir, vale la pena ser libre, vale la pena amar, vale la

pena vivir.

Por eso sigamos por muchos años más como lo que somos,

guerreros de las causas abandonadas, defensores del hombre,

soñadores: salgamos a luchar y ganar con ideas las batallas

perdidas.