Dios y La Ciencia

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SUMARIO PRÓLOGO ..................................................... 9 ADVERTENCIA......................................... 19 El big bang....................................................... ............................................................. .............29 El misterio de lo viviente .............................. ............................................................. .............45 ¿Azar o necesidad? ........................................ ............................................................. .............57 En busca de la materia ................................... ............................................................. .............69 Los campos de lo real .................................... ............................................................. .............81 El espíritu en la materia ................................. ............................................................. .............93 Los universos divergentes ........................ 103 A imagen de Dios ..................................... 115 Hacia el metarrealismo ............................ 125 EPÍLOGO: ¿Por qué hay algo en lugar de nada? ....................................................... ... 133 Este libro ha nacido de una serie de conversaciones y, sobre todo, de un encuentro con quien la tradición filosófica considera como el último gran pensador cristiano: Jean Guitton. El lector encontrará aquí una especie de «filosofía en voz alta», tal como antaño se practicaba en otras culturas, entre los griegos y en la Edad Media. Naturalmente, hemos llegado a las preguntas sencillas y esenciales: ¿de dónde viene el universo? ¿Qué es lo real? ¿Tiene sentido la noción de mundo material? ¿Por qué hay algo en lugar de nada? Por mucho que se busque, para estas preguntas y sus eventuales respuestas no hay más que tres caminos posibles: la religión, la filosofía y la ciencia. Hasta

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SUMARIOPRÓLOGO ..................................................... 9ADVERTENCIA......................................... 19El big bang.................................................................................................................................29El misterio de lo viviente ........................................................................................................45¿Azar o necesidad? ..................................................................................................................57En busca de la materia .............................................................................................................69Los campos de lo real ..............................................................................................................81El espíritu en la materia ...........................................................................................................93Los universos divergentes ........................ 103A imagen de Dios ..................................... 115Hacia el metarrealismo ............................ 125EPÍLOGO: ¿Por qué hay algo en lugar denada? .......................................................... 133Este libro ha nacido de una serie de conversaciones y, sobre todo, de un encuentro con quien la tradición filosófica considera como el último gran pensador cristiano: Jean Guitton.El lector encontrará aquí una especie de «filosofía en voz alta», tal como antaño se practicaba en otras culturas, entre los griegos y en la Edad Media. Naturalmente, hemos llegado a las preguntas sencillas y esenciales: ¿de dónde viene el universo? ¿Qué es lo real? ¿Tiene sentido la noción de mundo material? ¿Por qué hay algo en lugar de nada?Por mucho que se busque, para estas preguntas y sus eventuales respuestas no hay más que tres caminos posibles: la religión, la filosofía y la ciencia. Hasta ahora, sólo la religión y la filosofía, cada una a su manera, han intentado aportar respuestas a los hombres.Pero en un mundo cada vez más ocupado por la ciencia y sus modelos de pensamiento, por la tecnología y por las formas de vida que ella genera, el discurso filosófico ha perdido su antigua autoridad sobre la verdad.Amenazado por las ciencias humanas, impotente para producir sistemas ideológicos que sean al menos una guía política, el filósofo parece a punto de perder su último privilegio: el de pensar.Queda la religión. Pero, también aquí, parece que los saberes derivados de la ciencia se oponen cada vez más al orden profundo de las certezas que se inscriben en lo sagrado; parece que Dios y la ciencia pertenecen a mundos tan diferentes el uno del otro que nadie soñaría siquiera en correr el riesgo de aproximarlos.Sin embargo, ciertos signos precursores nos dicen que ha llegado el momento de abrir nuevos caminos en el saber profundo, de buscar, más allá de las apariencias mecanicistas de la ciencia, el rastro casi metafísico de algo diferente, a la vez próximo y extraño, potente y misterioso, científico e inexplicable: algo quizá como Dios.Eso es lo que hemos buscado en este libro. A causa de los desplazamientos que la filosofía y la religión han experimentado bajo el formidable empuje de la ciencia, era imposible intentar una descripción de lo real sin recurrir a las ideas más recientes de la física

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moderna. Poco a poco, fuimos conducidos hacia otro mundo, extraño y fascinante, donde la mayor parte de nuestrascertezas sobre el tiempo, el espacio y lamateria no eran ya sino perfectas ilusiones,sin duda más fáciles de captar que la mismarealidad.Con nosotros, el lector no dejará depreguntarse sobre las consecuencias, apenasconcebibles, de uno de los descubrimientosmás grandes de la física moderna: el mundo«objetivo» no parece existir fuera de laconciencia, que determina sus propiedades. Así,el universo que nos rodea se vuelve cada vezmenos material: no es ya comparable a unainmensa máquina, sino más bien a un vastopensamiento.De ahí que, si la hipótesis del universomáquinade Laplace-Einstein se derrumba, estodo el conjunto de modelos materialistas yrealistas lo que se tambalea y desapareceprogresivamente con su estela. Pero, ¿enbeneficio de qué?Si se observa de cerca la historia de lasideas, se verá cómo se codean —y, a veces, seenfrentan duramente— dos corrientesopuestas, dos campos conceptuales adversos:el espiritualismo y el materialismo. Según elprotocolo espiritualista, tal como surge porprimera vez con Santo Tomás de Aquino —yes gradualmente afinado por Leibniz oBergson después—, lo real es una idea puray, por lo tanto, no tiene, en sentido estricto,ningún sustrato material: no podemos dar porsegura otra existencia que la de nuestrospensamientos y nuestras percepciones.Por el contrario, la lectura materialista de loreal impone una determinaciónrigurosamente inversa: de Demócrito a KarlMarx, el espíritu, el ámbito del pensamiento,no es más que un epifenómeno de la materia,más allá de la cual nada existe.Estas dos doctrinas sobre la naturaleza delSer deben ser completadas con suscorrespondientes teorías del conocimiento: elidealismo y el realismo. ¿Se puede conocer loreal? Imposible, responderá el idealista;solamente podemos llegar a los fenómenos, a

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las representaciones dispersas alrededor delSer. A esto, el realista opondrá lo contrario:para él, el mundo es cognoscible porquedescansa sobre mecanismos y engranajes que,aunque complicados, son racionales,calculables.Ahora bien, nos encontramos en el linderode una revolución del pensamiento, de unaruptura epistemológica como lailosofía no ha conocido desde hacevarios siglos. Creemos que, a través de la víaconceptual abierta por la teoría cuántica,está emergiendo una nueva representación delmundo, fundamentalmente otra, que se apoyaen las dos corrientes anteriores y lassobrepasa, sintetizándolas..Nosotros situamosesta naciente concepción más acá delespiritualismo, aunque mucho más allá delmaterialismo.¿Por qué se trata de un pensamientofnuevo? Porque borra las fronteras entre elespíritu y la materia. Por eso hemosdecidido darle este nombre: metarrealismo.¿Es sorprendente la aparición de estenuevo punto de vista filosófico? No tanto, sise hace hincapié en el hecho de que se sitúaen el seno de un desplazamientoepistemológico de gran amplitud, presentidopor numerosos pensadores, especialmentepor Michel Foucault.Este pensador ha descrito las variacionesdel saber —y, por lo tanto, de los modos depensar—, desde el Renacimiento hastanuestros días, dividiendo en dos grandes«momentos» la historia del pensamiento.Después de haber sido analógico,esencialmente ocupado en establecer relacionesentre diversas clases de objetos o defenómenos, el pensamiento alcanza unanueva dimensión, hacia finales del siglo XVII,al aprehender los fenómenos en lo que tienen decuantificable, de mecánico y de calculable: esentonces el reinado del pensamiento lógico.¿Dónde estamos ahora, al final del sigloXX? Del sabe, científico está emergiendo,contra el sentido común y sin la colaboración

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de los filósofos, una concepción muydiferente del mundo, una visión del universoque entra en conflicto violento con la razóncomún, hasta tal punto sus consecuencias sonpasmosas, inasimilables.Este nuevo espacio del saber, en cuyoseno se organiza poco a poco unpensamiento revolucionario, de tipometarrealista, ¿no está situado, de hecho, másallá de la lógica clásica? ¿No estamoshaciendo ya el aprendizaje de un modo depensar metalógico?El desplazamiento es de importancia.Mientras que el campo del pensamientológico se limita al análisis sistemático de losfenómenos desconocidos —aunque, a fin decuentas, cognoscibles—, el pensamientometalógico franquea la última frontera que losepara de lo incognoscible: se sitúa más alláde los lenguajes, incluso más allá de lascategorías del entendimiento. Sin perder nadade su rigor, toca el misterio e intentadescribirlo. ¿Ejemplos?: la indecibilidad enmatemáticas (que demuestra que es imposibleprobar que una proposición es verdadera ofalsa) o la complementariedad en física(que enuncia que las partículas o, másexactamente, los fenómenos elementales son ala vez corpusculares y ondulatorios).Por lo tanto, el primer acto de unpensamiento metalógico, el más decisivo,consiste en admitir que existen límitesfísicos al conocimiento: una red de fronteras,progresivamente identificadas y a menudocalculadas, que cercan la realidad y que deninguna manera es posible franquear. Un casoespecialmente significativo de barrera físicafue puesto de manifiesto por el físico alemánMax Planck en el mes de diciembre de 1900.Se trata del «quantum de acción», másconocido por el nombre de «constante dePlanck».De una pequeñez extrema (su valor es de6,626.11 -34 julio-segundos), representa lamás pequeña cantidad de energía que existeen nuestro mundo físico. Detengámonos uninstante en este hecho, que es, a la vez,

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fuente de misterio y de asombro: la máspequeña «acción mecánica concebible». Estamosaquí frente a un muro dimensional:la constante de Planck señala el límite de ladivisibilidad de la radiación y, porconsiguiente, el límite último de todadivisibilidad.La existencia de un límite inferior en elámbito de la acción física introducenaturalmente otras fronteras absolutasalrededor del universo perceptible; entreotras, se tropieza con una longitud última —llamada «longitud de Planck»—, querepresenta el intervalo más pequeño posibleentre dos objetos aparentemente separados.Del mismo modo, el «tiempo de Planck»designa la unidad de tiempo más pequeñaposible.Esto nos plantea una preguntainquietante: ¿por qué existen esas fronteras?¿Qué misterio las ha hecho aparecer en esaforma tan precisa y, además, calculable?¿Quién —o qué—ha decidido su existencia ysu valor? Y, por último, ¿qué hay más allá?Si se acepta entrar en el pensamientometalógico, si no se cede en nada ante loincognoscible, si se admite que ese incognosciblereside en el corazón mismo de lamoderna andadura científica, secomprenderá por qué los descubrimientosmás recientes de la nueva física se acercan ala esfera de la intuición metafísica. De paso,se entenderá mejor en qué sentido se equivocóEinstein, el último de los físicos clásicos, persuadidode que el universo, la realidad, erancognoscibles. Hoy, todos los físicos, sinexcepción, experimentan un agnosticismo denuevo cuño ante las extrañas e inestablesfronteras establecidas por la teoría cuántica:la realidad no es cognoscible; está velada ydestinada a permanecer así. Aceptar estaconclusión es descubrir que existe unasolución de recambio a la otredad física: laotredad lógica.¿Una lógica de lo extraño? No se necesitabamenos para fundar el nuevo edificioconceptual, el más potente y también el más

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desconcertante de nuestro siglo: la teoríacuántica. Frente a ella, las interpretacionesdel universo fieles al buen sentido, como laobjetividad y el determinismo, no se sostienen.¿Qué debemos admitir a cambio? Que larealidad «en sí» no existe. Que depende delmodo en que decidamos observarla. Que lasentidades elementales que la componenpueden ser al mismo tiempo una cosa (unaonda) y otra (una partícula). Y que, encualquier caso, esta realidad es, en el fondo,indeterminada. Aunque formada por variossiglos de teorías físicas y de experimentos, lavisión materialista del mundo desaparece denuestra vista: debemos prepararnos parapenetrar en un mundo totalmente desconocido.¿Otro resultado de esa otredad lógica? Laexistencia de un orden en el seno del caos.¿Qué hay de común entre una columna dehumo, un relámpago en el cielo, unabandera que ondea al viento o el agua quemana de un grifo? Aparentemente, estosfenómenos son caóticos, desordenados. Sinembargo, al examinarlos a la luz de esenuevo enfoque que es la teoría del caos, sedescubre que acontecimientos en aparienciadesordenados, imprevisibles, entrañan un ordentan sorprendente como profundo. ¿Cómoexplicar la existencia de un orden así en elcorazón del caos? Más exactamente: en ununiverso sometido a la entropía,irresistiblemente arrastrado hacia undesorden creciente, ¿por qué y cómo aparece elorden?Este libro no se limita, pues, a unaexploración —clásica, en resumidascuentas— de los misterios del espíritu y dela materia; tampoco se contenta con ofrecer allector un enfoque atractivo de las creencias yde la religión: se abre a una nueva cosmología,a una manera profundamente diferente ,depensar la realidad misma. Detrás del ordenevanescente de los fenómenos, más allá de lasapariencias, la física cuántica roza de manerasorprendente la Transcendencia.En resumen, este primer encuentroexplícito entre Dios y la ciencia, este trabajo

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situado, inscrito, en el mundo extraño de lafísica avanzada, quizá recoge también elimpulso de una nueva metafísica. ¿No existehoy una suerte de convergencia entre eltrabajo del físico y el del filósofo? ¿Noplantean, uno y otro, las mismas preguntasesenciales? Cada año que pasa trae una nuevacosecha de revisiones teóricas acerca de esaslíneas fronterizas que cercan nuestrarealidad: lo infinitamente pequeño y loinfinitamente grande. Tanto la teoría cuánticacomo la cosmología empujan cada vez máslejos los límites del saber, hasta casi rozar elmás fundamental enigma con que se enfrentael espíritu humano: la existencia de un Sertranscendente, a la vez causa y significado delgran universo.Y, a fin de cuentas, ¿no se encuentra lomismo en la teoría científica que en lacreencia religiosa? ¿El mismo Dios no es yaperceptible, reconocible, casi visible, en elfondo último de lo real que describe el físico?Nací en el primer año del siglo XX.Alcanzada ya la edad en que los recuerdos seapartan del tiempo personal y ocupan susitio entre grandes corrientes históricas,siento que he atravesado un siglo sin igualen la historia de la especie pensante sobreeste planeta: siglo de rupturas irreversibles,de cambios imprevisibles. Con los últimosaños del milenio, una larga época se acaba:entramos a ciegas en un tiempo metafísico.Nadie se atreve a decirlo: siempre se guardasilencio sobre lo esencial, que es insoportable.Pero una gran esperanza surge para losque piensan. En nuestros diálogos, deseamosmostrar que se acerca el momento de unafatal reconciliación entre los sabios y losfilósofos, entre la ciencia y la fe. Impulsadospor una conciencia profética, varios maestrosdel pensamiento habían anunciado estaaurora: Bergson, Teilhard de Chardin,Einstein, Broglie, y tantos otros.Por su parte, Igor y Grichka Bogdanovhan escogido este camino: me han pedido quedialogue con ellos sobre la nueva relación delEspíritu y la materia, sobre la presencia del

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Espíritu en el seno de la materia. Su proyectoes sustituir el «materialismo» y el«determinismo» que inspiraron a losmaestros del siglo XIX por lo que se atrevena llamar metarrealismo: una nueva visión delmundo que, creen, ha de imponerse progresivamenteentre los hombres del siglo XXI.Yo no he podido rechazar su petición. Heaceptado dialogar con ellos. Y he recordadootro diálogo, más secreto: mi encuentro conel filósofo alemán Heidegger, que tan graninfluencia ha ejercido sobre este tiempo.Heidegger, que hablaba a través de símbolos,me enseñó sobre su mesa de trabajo,al lado de la imagen de su madre, unflorero delgado, transparente, del queemergía una rosa. A sus ojos, esa rosaexpresaba el misterio, el enigma del Ser.Ninguna palabra podría expresar lo que larosa decía: estaba allí, sencilla, pura, serena,silenciosa, segura de sí misma; en unapalabra, natural, como una cosa entre lascosas, manifestando la presencia del espírituinvisible bajo la materia demasiado visible.A lo largo de mi vida, mi pensamiento haestado ocupado por un problema que a todosse plantea: el sentido de la vida y de lamuerte. En el fondo, esta es la única cuestióncon la que se enfrenta el animal pensantedesde el origen: el animal pensante es elúnico que entierra a sus muertos, el únicoque piensa en la muerte, que piensa sumuerte. Y para iluminar su camino en lastinieblas, para adaptarse a la muerte, esteanimal tan bien adaptado a la vida no tienemás que dos faros: uno se llama la religión; elotro, la ciencia.Para la mayor parte de los espíritusilustrados, la ciencia y la religión seopusieron mutuamente en el último siglo.La ciencia refutaba a la religión en cada unode sus descubrimientos; la religión, por suparte, prohibía a la ciencia ocuparse de laCausa Primera o interpretar la palabra bíblica.Pero hace poco hemos comenzado a vivir—sin todavía saberlo— el inmenso cambioque ha impuesto a nuestra razón, a nuestro

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pensamiento, a nuestra filosofía, el trabajoinvisible de los físicos, los teóricos delmundo, los que piensan lo real.Lo que, junto a los hermanos Bogdanov,quiero mostrar, apoyándome en la partecientífica de su saber, es que los nuevosprogresos de las ciencias en este fin demilenio permiten entrever una posible alianza,una convergencia todavía oscura,entre lossaberes físicos y el conocimiento teológico,entre la ciencia y el misterio supremo.¿Qué es la realidad? ¿De dónde viene?¿Descansa sobre un orden, sobre unainteligencia subyacente?Evoco lo que me han enseñado los hermanosBogdanov: la inmensa diferencia entre la viejamateria y la nueva materia.En primer lugar, mis interlocutores, sabiosen ciencia, me han recordado que la idea demateria que se tenía antes de 1900 erasencilla: si yo rompía una piedra, obteníapolvo; y en ese polvo, moléculas compuestasde átomos, especie de «canicas» de materiaque se suponía indivisibles.En todo esto, ¿hay sitio para el espíritu?¿Dónde está? En ninguna parte.En ese universo, mezcla de certezas y deideas absolutas, la ciencia no podía dirigirsesino a la materia. El camino la conducíaincluso a una especie de ateísmo virtual: unafrontera «natural» se levantaba entre elespíritu y la materia, entre Dios y la ciencia,sin que nadie osara —ni siquiera imaginara—ponerla en duda.Henos, pues, a comienzos del siglo XX. Lateoría cuántica nos dice que para comprenderlo real hay que renunciar a la nocióntradicional de materia: materia tangible,concreta, sólida. Que el espacio y el tiemposon ilusiones. Que una partícula puede serdetectada en dos sitios a la vez. Que la realidadfundamental no es cognoscible.Estamos ligados a la realidad de esasentidades cuánticas que transcienden lascategorías del tiempo y del espacio ordinarios.Existimos a través de «algo» cuyanaturaleza y cuyas asombrosas propiedades

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son difíciles de captar, pero que se asemejamás al espíritu que a la materia tradicional.Y es ahora, cerca de ese mundodesconocido y abierto, cuando un verdaderodiálogo entre Dios y la ciencia puede por fincomenzar.Jean GuittonBergson presintió como nadie losgrandes cambios conceptuales inducidospor la teoría cuántica. A sus ojos —al igualque en la física cuántica—, la realidad no esni causal ni local: el espacio y el tiempo sonabstracciones, puras ilusiones.Las consecuencias de estatransformación superan con mucho todo loque hoy podemos remitir a nuestraexperiencia o incluso a nuestra intuición. Pocoa poco, empezamos a comprender que lo realestá velado. es inaccesible, que de elloapenas percibimos la sombra que proyecta,en forma de espejismo provisionalmenteconvincente. Pero, ¿qué hay tras el velo?Frente a este enigma, no hay sino dosactitudes: una nos conduce al absurdo; laotra, al misterio. La elección final de una uotra es, en sentido filosófico, la más alta demis decisiones.He mirado siempre hacia el misterio de larealidad misma. ¿Por qué hay Ser? Porprimera vez, surgen respuestas en elhorizonte de los saberes. Ya no se puede ignoraresos nuevos resplandores, ni permanecerindiferentes a los ensanchamientos deconciencia que ocasionan: a partir de ahora,existe no una prueba —Dios no esdemostrable—, sino un punto de apoyocientífico a las concepciones que propone lareligión.¿Por qué hay algo en lugar de nada?¿Por qué apareció el universo? Ninguna leyfísica que se deduzca de la observación permiteresponder a estas preguntas. Sin embargo,las mismas leyes nos autorizan a describircon precisión lo que sucedió al comienzo, 10-43 segundos después del espejismo deltiempo cero, un lapso de tiempo de unapequeñez inimaginable, puesto que el número

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1 va precedido de 43 ceros. Comparativamente,10 -43 segundos representan, enun solo segundo, una duración mucho máslarga que la de un relámpago en los quince milmillones de años que han transcurridodesde la aparición del universo.¿Qué pasó, pues, en el origen, hacequince mil millones de años? Para saberlo,vamos a remontarnos hasta el tiempo cero,hasta ese muro originario que los físicosllaman «muro de Planck». En ese tiempolejano, todo lo que contiene el gran universo —planetas, soles y miles de millones degalaxias—estaba concentrado en una«singularidad» microcósmica de unapequeñez inimaginable. Apenas una chispa enel vacío.Sin olvidar, desde luego, que hablar delsurgimiento del universo nos conducirá a lapregunta inevitable: ¿de dónde viene elprimer «átomo de realidad»? ¿Cuál es elorigen del inmenso tapiz cósmico que, en unmisterio casi total, se extiende hoy hacia losdos infinitos?EL BIG BANGJEAN GUITTON.—Antes de entrar enel libro, deseo plantear la primera preguntaque me viene a la cabeza, la más obsesiva, lamás vertiginosa de toda la investigaciónfilosófica:¿por qué hay algo en lugar de nada? ¿Porqué hay Ser, ese «no 1 sé qué» que nossepara de la nada? ¿Qué sucedió al principiode los tiempos y dio origen a todo lo quehoy existe, a esos árboles, a esas flores, aesos transeúntes que andan por la calle comosi nada? ¿Qué fuerza ha dotado al universode las formas que hoy lo cubren?Estas preguntas son la materia prima demi vida de filósofo; conducen mipensamiento y cimentan toda mi búsqueda.Donde vaya, allí están, al alcance de lamente, extrañas y familiares, bien conocidasy sin embargo inseparables del misterio quelas ha engendrado. No se necesitan grandesdecisiones; se piensa en estas cosas tansencillamente como se respira. Los objetos

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más familiares pueden conducirnos hacia losenigmas más inquietantes.` Por ejemplo, esallave de hierro que está sobre mi escritorio,delante de mí. Si pudiera reconstruir lahistoria de sus átomos, ¿hasta dónde tendría,que remontarme? Y, ¿qué encontraría?IGOR BOGDANOV.—Como cualquierobjeto, esa llave tiene una historia invisibleen la que no se piensa nunca. Hace cien años,la llave se ocultaba tras el mineral bruto, enel corazón de una roca. Antes de serdesenterrado por un golpe de pico, el bloquede hierro que le dio origen llevaba allí milesde millones de años, prisionero de la piedraciega.J. G.—El metal de mi llave es, pues, tanantiguo como la misma Tierra, cuya edadhoy es estimada en cuatro mil quinientosmillones de añosa, ¿Significa esto el fin denuestra investigación? Intuyo que no.Seguramente, es posible remontarse aún másen el pasado para encontrar el origen de lallave.GKICHKA BUGDANOV.-El núcleo dehierro es el elemento más estable deluniverso. Podemos proseguir nuestro viaje alpasado hasta ese tiempo en el que la Tierray el Sol no existían todavía. Sin embargo, elmetal de su llave ya estaba allí, flotando en elespacio interestelar en forma de nube quecontiene una gran cantidad de elementospesados, necesarios para la formación denuestro sistema solar.J. G.—Cedo aquí a esa curiosidad quecimenta la verdadera pasión del filósofo:admitamos que, ocho o diez mil millones deaños antes de tenerla entre mis manos, estallave existía en forma de átomos de hierroperdidos en una nube de materia naciente.Pero, ¿de dónde venía esta nube?I. B.—De una estrella, un sol que existíaantes que el nuestro y que explotó, hace diezo doce mil millones de años. En esemomento, el universo estaba constituidoesencialmente por inmensas nubes dehidrógeno que se condensan, se calientan, yacaban por encenderse y formar las primeras

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estrellas gigantes. En cierto modo, estasestrellas pueden ser comparadas agigantescos hornos, destinados a fabricar losnúcleos de los elementos pesados que sonnecesarios para la ascensión de la materiahacia la complejidad. Al final de surelativamente breve vida —apenas algunasdecenas de millones de años—, estasestrellas gigantes explotan y lanzan alespacio interestelar los materiales queservirán para fabricar otras estrellas máspequeñas, llamadas estrellas de segundageneración, los planetas y los metales quecontienen. Su llave, como todo lo que seencuentra en nuestro planeta, no es más queel «residuo» engendrado por la explosión deesa antigua estrella.J. G.—Ése es el punto. Una simple llavenos lanza al fuego de las primeras estrellas.Ese pequeño trozo de metal contiene toda lahistoria del universo, una historia quecomenzó hace miles de millones de años,antes de la formación del sistema solar. Veoahora extraños fulgores correr por el metal,cuya existencia depende de una larga cadenade causas y efectos que se extiende, en unperíodo de tiempo impensable, de loinfinitamente pequeño a lo infinitamentegrande, del átomo a las estrellas. El cerrajeroque fabricó la llave no sabía que la materiaque martillaba había nacido en el torbellinoardiente de una nube de hidrógenoprimordial. De pronto, respiro con másamplitud. Y deseo ir más lejos, remontarmea un pasado todavía más remoto, anterior ala formación de las primeras estrellas. ¿Sepuede decir algo más sobre los átomos quehan de formar mi famosa llave?G. B.—Entonces hay que remontarse lomás lejos posible, hasta el origen del propiouniverso. Nos encontramos, pues, quince milmillones de años atrás. ¿Qué pasó en esemomento? La física moderna nos dice que eluniverso nació de una gigantesca explosiónque provocó la expansión de la materia.Todavía hoy podemos observarla; porejemplo, en las galaxias. Esas nubes,

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constituidas por centenares de miles de millonesde estrellas, continúan alejándose unasde otras por el empuje de esa explosiónoriginaria.J. G.—Basta medir la velocidad con queestas galaxias se separan para inducir elmomento primero, en el que se encontrabanconcentradas en un punto; algo así comocontemplar una película al revés. Alrebobinar la gran película cósmica imagenpor imagen, acabaremos por descubrir elmomento preciso en el que todo el enterouniverso tenía el tamaño de una cabeza dealfiler. Me imagino que es en ese instantedonde hay que situar el comienzo de su historia.I. B.—Los astrofísicos toman como puntode partida las primeras milmillonésimas desegundo que siguieron a la creación.Por lo tanto, nos encontramos a 10 -"segundos después de la explosión original.En este tiempo fantásticamente pequeño, eluniverso entero, con todo lo que contendrámás tarde, las galaxias, los planetas, la Tierra,sus árboles, sus flores, y la famosa llave,todo eso está contenido en una esfera de unapequeñez inimaginable: 10 -" centímetros; esdecir, miles y miles y miles de millones deveces más pequeña que el núcleo de unátomo.G. B.—Como comparación, el diámetrodel núcleo de un átomo es «sólo» de 10centímetros.I. B.—La densidad y el calor de eseuniverso original alcanzan magnitudes que lamente no puede captar: una desmesuradatemperatura de 10 " grados; es decir, un 1seguido de 32 ceros. Estamos aquí frente al«muro de la temperatura», una frontera decalor extremado, más allá de la cual nuestrafísica se derrumba. A esta temperatura, laenergía del universo naciente es monstruosa.Por lo que se refiere a la «materia» —si estapalabra puede tener aquí sentido—, estáconstituida por una «sopa» de partículasprimitivas, antepasados lejanos de losquarks, partículas que interaccionancontinuamente entre sí. Aún no hay ninguna

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diferencia entre estas partículas primarias,que interaccionan todas de la mismamanera: en este estadio, las cuatrointeracciones fundamentales (gravitación,fuerza electromagnética, fuerza fuerte y fuerzadébil) son todavía indistinguibles,confundidas como están en una sola fuerzauniversal.G. B.—¡Y todo esto en un universo que esmiles de millones de veces más pequeño que lacabeza de un alfiler!Este es quizá el momento másenloquecido de toda la historia cósmica. Losacontecimientos se precipitan a un ritmoalucinante, hasta tal punto que sucedenmuchas más cosas en estas milmillonésimasde segundo que en los miles de millones deaños que seguirán.J. G.—Algo así como si esta efervescenciade los comienzos fuera una especie deeternidad. Porque si seres conscientes hubieranpodido vivir esos primeros momentos delcosmos, habrían tenido sin duda la sensaciónde que un tiempo in-' mensamente largo, casi eterno,transcurría entre un acontecimiento y otro.G. B.—Por ejemplo, un acontecimientoque hoy percibimos en forma de flashfotográfico hubiera equivalido, en eseuniverso naciente, a una duración de milesde millones de años. ¿Por qué? Porque enesos momentos, la extremada densidad de losacontecimientos implica una distorsión de laduración. Después del instante originario de lacreación, fueron suficientes algunasmilmillonésimas de segundo para que eluniverso entrara en una fase extraordinaria,que los físicos llaman la «era inflacionaria».Durante ese tiempo fabulosamente breve,que se extiende de 10 -" a 10 -" segundos,el universo se hincha 1050 veces. Su longitudcaracterística pasa del tamaño de un núcleo deátomo al de una manzana de diez centímetrosde diámetro. En otras palabras, estaexpansión vertiginosa es mucho másimportante que la que seguirá: de la erainflacionaria a nuestros días el volumen del

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universo no se multiplicará más que por unfactor relativamente reducido: 10 es decir,apenas mil millones de veces.I. B.—Debemos insistir sobre este punto,difícil de captar visualmente: la diferencia detamaño que existe entre una partículaelemental y una manzana esproporcionalmente mucho más grande que laque separa a una manzana del universoobservable.G. B.—Estamos, pues, frente a ununiverso tan grande como una manzana. Elreloj cósmico marca 10 segundos: la erainflacionaria acaba de terminar. En eseinstante no existe todavía más que una solapartícula, a la cual los astrofísicos han dadoel poético nombre de «partícula X». Es lapartícula originaria, la que ha precedido a todaslas demás. Su cometidoconsiste simplemente en transmitirfuerzas. Si en ese momento alguien hubierapodido observar el universo, habría comprobadoque la manzana del comienzo era perfectamentehomogénea: nada más que un campo defuerzas que aún no contiene el menor ápice demateria.Pues bien, exactamente a 10 -31 segundosalgo va a suceder. Las partículas X van a darorigen a las primeras partículas de materia:los quarks, los electrones, los fotones, losneutrinos y sus antipartículas. Echemos denuevo un vistazo sobre este universonaciente: ahora alcanza el tamaño de unbalón grande. Las partículas que existen enese momento son, al principio, fluctuacionesde densidad que dibujan, aquí y allá, estrías,irregularidades de todas clases.Hoy debemos nuestra existencia a esasprimeras irregularidades. Porque esas estríasmicroscópicas se desarrollarán hasta darorigen, mucho más tarde, a las galaxias, a lasestrellas y a los planetas. En resumen, la«tapicería cósmica» de los orígenes engendra,en unas milmillonésimas de segundo, todo loque hoy conocemos.I. B.—Keconstruyamos juntos el recorridodel universo. A 10 -" segundos, primer

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cambio de fase: la fuerza fuerte (que asegurala cohesión del núcleo atómico) se separa de lafuerza electrodébil (resultante de la fusión dela fuerza electromagnética y la fuerza dedesintegración radioactiva). En ese momento,el universo ha crecido ya enproporciones fenomenales: ahora mide 300metros de un extremo a otro. En el interior,es el reino de las tinieblas absolutas y de lastemperaturas inconcebibles.Pasa el tiempo. A 10 -" segundos, la fuerzaelectrodébil se divide en dos fuerzasdiferentes: la interacción electromagnética yla fuerza débil. Los fotones no pueden ya serconfundidos con otras partículas, como losquarks, los gluones y los leptones: acaban denacer las cuatro fuerzas fundamentales.Entre 10 -" y 10 segundos, prosigue ladiferenciación. Sin embargo, en ese lapso detiempo sobreviene un acontecimientoesencial: los quarks se asocian en neutrones yprotones y la mayor parte de lasantipartículas desaparece para dejar sitio a laspartículas del universo actual.Así pues, en una diezmilésima fracciónde segundo, las partículas elementales sonengendradas en un espacio que acaba deordenarse. El universo sigue dilatándose yenfriándose. Aproximadamente 200segundos después del primer instante, laspartículas elementales se reúnen paraformar los isótopos de los núcleos dehidrógeno y de helio: progresivamente, elmundo, tal como lo conocemos, se coloca en susitio.G. B.—La historia que hemos recorrido hadurado alrededor de tres minutos. A partir deeste momento, las cosas van a ir mucho másdespacio. Durante millones de años, todo eluniverso será anegado por radiaciones y porun turbulento plasma de gas. Al cabo deunos 100 millones de años, en medio deinmensos torbellinos de gas, se forman lasprimeras estrellas. Como ya hemos visto, ensu seno van a fusionarse los átomos dehidrógeno y de helio para dar origen a loselementos pesados que acabarán apareciendo

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mucho más tarde, miles de millones de añosdespués (1 y 7).J. G.—No se puede dejar de sentir unvértigo de irrealidad ante tales cifras, como si,al acercarnos a los comienzos del universo, eltiempo se estirase, se dilatase, hasta volverseinfinito, Lo cual me sugiere, además, unaprimera reflexión: ¿no hay que ver en estefenómeno una interpretación científica de laeternidad divina? Un Dios que no ha tenidocomienzo y que no conocerá el fin no estáforzosamente fuera del tiempo, como ha sidodescrito con demasiada frecuencia., e r eltiempo mismo, a la vez cuantificable einfinito, un tiempo en eI que un solo segundocontiene toda la eternidad completa. Precisamente,creo que un ser transcendentealcanza una dimensión del tiempo a la vezabsoluta y relativa; en mi opinión, es inclusouna condición indispensable a la creación.A este respecto, volvamos una vez más alos primeros instantes del universo. Seadmite que es posible describir con muchaprecisión lo que sucedió 10 -" segundos despuésde lacreación, pero, ¿qué sucedió antes? Laciencia parece impotente para describir, oincluso imaginar, algo razonable, en el másprofundo sentido de la palabra, a propósito delmomento originario, cuando el tiempo estabatodavía en el cero absoluto y nada habíasucedido aún.G. B.—En efecto. Los físicos no tienen lamenor idea acer-, ca de lo que podría explicarla aparición del universo. Pueden remontarsehasta 10 -43 segundos, pero no más allá.Tropiezan entonces con el famoso Muro dePlanck, llamado así porque el célebre físicoalemán fue el primero en señalar que laciencia es incapaz de explicar elcomportamiento de los átomos cuando lafuerza de la gravedad llega a ser extrema. En elminúsculo universo del comienzo, lagravedad no tiene todavía ningún planeta,ninguna estrella o galaxia sobre los queejercer su poder; sin embargo, esa fuerza yaestá ahí, interfiriendo con las partículas

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elementales que dependen de las fuerzaselectromagnética y nuclear. Esto esprecisamente lo que nos impide saber quésucedió antes de 10-e segundos. La gravedadlevanta una barrera infranqueable ante cualquierinvestigación: más allá del Muro de Planck es elmisterio total.1. B.-10 segundos. Es el Tiempo dePlanck, según la hermosa expresión de losfísicos. Es también el límite último denuestros conocimientos, el fin de nuestroviaje hacia los orígenes. Detrás de estemuro, se esconde todavía una realidadinimaginable. Algo que probablemente nuncapodremos comprender, un secreto que losfísicos ni siquiera sueñan con desvelar algúndía. Algunos de ellos han intentado echar unamirada al otro lado del muro, pero no hanpodido decir nada realmente comprensiblesobre lo que han creído ver. Un día encontréa uno de estos físicos. Afirmaba que, en lajuventud, sus trabajos le habían permitidoremontarse hasta el Tiempo de Planck yechar un vistazo furtivo al otro lado delmuro. A poco que se le incitase a habla",murmuraba que había advertido una realidadvertiginosa: la estructura misma del espaciose había hundido en un cono gravitacional tanintenso que eltiempo recaía del porvenir alpasado y estallaba, en el fondo del cono, enuna miríada de instantes iguales a laeternidad. Eso es lo que este hombre habíacreído adivinar allá abajo, detrás del Murode Planck. Y se tenía la extraña sensaciónde que el sabio anciano hablaba de ellocomo de una especie de alucinación metafísicaque le había conmocionado para siempre.J. G.—Imagino esa conmoción: las másrecientes teorías relativas a los orígenes deluniverso echan mano, literalmente, denociones de orden metafísico. ¿Un ejemplo?La descripción que el físico John Wheelerhace de ese «algo» que precedió a lacreación del universo: «Todo lo queconocemos procede de un ~ infinito de energíaque tiene la aparienciade la nada».

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G. B.—Según la teoría cuántica, eluniverso físico observable no está hecho deotra cosa que de pequeñas fluctuacionessobre un inmenso océano de energía. Así,las partículas elementales y el universotendrían por origen ese «océano deenergía»: no solamente el espacio-tiempo yla materia nacerían de ese plano primordialde infinita energía y de flujo cuántico, sinoque incluso estarían permanentementeanimados por él. El físico David Bohmpiensa que la materia y la ' conciencia, eltiempo, el espacio y el universo norepresentan más que un ínfimo «chapoteo»respecto a la inmensa actividad del planosubyacente, el cual proviene de una fuente eternamentecreadora situada más allá del espacio ydel tiempo (3).J. G.—Intentemos comprender mejor.¿Cuál es, desde un punto de vista físico, lanaturaleza de ese «plano subyacente»? ¿Setrata de algo físicamente mensurable?G. B.—En física existe un nuevo conceptoque ha demostrado su riqueza operativa: el devacío cuántico. Precisemos en seguida que elvacío absoluto, caracterizado por unaausencia total de materia y de energía, noexiste. Incluso el vacío quesepara las galaxias no está totalmente vacío:contiene algunos átomos aislados y diversostipos de radiación. Ya esté natural oartificialmente creado, el vacío en estadopuro no es más que una abstracción: no seconseguirá eliminar de la realidad el campoelectromagnético residual que forma el«fondo» del vacío. En este nivel, esinteresante introducir la noción deequivalencia entre materia y energía. Siplanteamos que en el seno del vacío existeuna energía residual, ésta puede perfectamenteconvertirse en materia durante elcurso de sus «fluctuaciones de estado»:nuevas partículas surgirán entonces de lanada.El vacío cuántico es así el teatro de unincesante ballet de partículas que aparecen ydesaparecen en un tiempo extremadamente

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breve, inconcebible a escala humana. J. G.—Si se admite que la materia puede surgir de esecasinada que es el vacío, ¿no disponemos ahíde un elemento de respuesta a la preguntaque se ha planteado más arriba: de dóndeviene el big bang? ¿Qué pasó antes de 10 -"segundos?G. B.—Tomemos un espacio vacío. La teoríacuántica demuestra que si le transferimosuna cantidad suficiente de energía, la materiapuede surgir de él. Por extensión, se puedesuponer, por lo tanto, que al principio,justo antes del big bang, un flujo de energíainconmensurable fue transferido al vacíoinicial y generó una fluctuación cuánticaprimordial de la que habría de nacer nuestrouniverso.J. G.—Entonces, ¿de dónde viene esacolosal cantidad de energía en el comienzodel big bang? Intuyo que lo que se escondetras el Muro de Planck es una forma deenergía primordial de una potencia ilimitada.Creo que lo que reina antes de la Creación esuna duración infinita. Un tiempo total, inagotable,que todavía no ha sido abierto,troceado en pasado, presente y futuro. A esetiempo que todavía no ha sido separado enun orden simétrico, cuyo presente no seríamás que un espejo doble, a ese tiempo absolutoque no transcurre, corresponde la mismaenergía, total, inagotable. El océano deenergía ilimitada es el Creador. Si nopodemos comprender lo que hay detrás delMuro es porque todas las leyes de la físicapierden pie ante el misterio absoluto de Dios yde la Creación. ---¿Por qué ha sido creado eluniverso? ¿Qué ha empujado al Creador aengendrar el universo tal como loconocemos? Intentemos comprender: antes delTiempo de Planck, nada existe o mejor dicho, esel reino de la Totalidad intemporal, de la -integridad perfecta, de la simetría absoluta:sólo el Principio Original está allí, en lanada, fuerza infinita, ilimitada, sin comienzoni fin. En ese «momento» primordial, estafuerza alucinante de potencia y de soledad, de

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armonía y de perfección, no tiene quizá laintención de crear nada. Se basta a sí misma.Sin embargo, «algo» va a suceder. ¿Qué?No lo sé. Un suspiro de Nada. Quizá unaespecie de accidente de la nada, unafluctuación del vacío: en un instantefantástico, el Creador, consciente de ser elque Es en la Totalidad de la nada, decidecrear un espejo de su propia existencia. Lamateria, el universo: reflejos de suconciencia, ruptura definitiva con la hermosaarmonía de la nada original. En cierto modo,Dios acaba de crear una imagen de sí mismo.¿As-1- comenzó todo? Quizá la ciencia nuncalo dirá directamente; pero, en su silencio, puedeservir de guía a nuestras intuiciones.G. B.—Lo que acabamos de describir, esdecir, el big bang, descansa sobre lo que losastrofísicos, en su mayoría, admiten hoycomo el modelo estándar. Pero, ¿tenemospruebas tangibles de que las cosas sucedieronasí? ¿El big bang sucedió realmente? Enrealidad, existen por lo menos tres indicioscapitales que nos permiten pensar que sí.El primero es la edad de las estrellas. Losdatos que se refieren a las más antiguasindican una edad entre los doce y los quincemil millones de años, lo cual es coherentecon la duración del universo desde su supuestaaparición.El segundo argumento se basa en elanálisis de la luz emitida por las galaxias, queindica sin ambigüedad que los objetosgalácticos se alejan unos de otros auna velocidad tanto más elevada cuanto másalejados están. Lo cual sugiere, a su vez, queantaño las galaxias estaban concentradas enuna única región del espacio, en el seno deuna nube primordial de quince mil millonesde años de antigüedad.Queda el tercer fenómeno, el másdecisivo. En 1965 se puso de manifiesto laexistencia, en todas las regiones deluniverso, de una radiación muy poco intensa,análoga a la de un cuerpo a muy bajatemperatura: 3 grados por encima del ceroabsoluto. Pues bien, esta radiación uniforme

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no es otra cosa que una especie de fósil, eleco fantasmal de los torrentes de calor y de luzde los primeros instantes del universo.J. G.—En medio de este viaje al fondo de lafísica, tengo la indefinible certeza de haberrozado el borde metafísico de lo real, como side pronto algo en mi conciencia fuera sensibleal halo invisible que nos rodea, a una especiede orden superior que está en el origen de todo.I. B.—Parece aproximadamente ciertoque la sopa primordial, la mezclamateria/radiación del comienzo, contenía, enla primera centésima de segundo, protones yneutrones en interacción constante. Estasprimeras interacciones habrían creado laasimetría materia-antimateria del universo,que hoy se manifiesta por la inestabilidad delprotón.En compensación, si nos remontamos máslejos en dirección al origen, hasta porejemplo la primera milmillónesima demilmillonésima de segundo, esas partículasno existían todavía. En resumidas cuentas, lamateria no es más que el fósil de una edadmás remota en la que reinaba una simetríaperfecta entre las formas de interacción. Pueshacia el Tiempo de Planck, en el momentoen que la temperatura estaba en su puntomás alto, la sopa primordial debía de estarconstituida por partículas más fundamentalesque los quarks: las partículas X. Y loextraordinario es que en el primerísimoinstante de la Creación, en ese universo deenergías muy altas donde aún no existíaninteracciones diferenciadas, el universoteníauna simetría perfecta. En resumen, elcosmos, tal como lo conocemos hoy, contodo lo que contiene, desde las estrellas hastaesa llave encima de la mesa, no es sino elvestigio asimétrico de un universo queantaño era perfectamente simétrico. Laenergía de la bola de fuego primordial era tanelevada que las cuatro interacciones, lagravedad, la fuerza electromagnética, lafuerza nuclear fuerte y la fuerza dedesintegración, estaban entonces unificadasen una sola interacción, de una simetría

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perfecta. Después, esa bola de fuego,compuesta de quarks, electrones y fotones,conoció la fase de expansión, el universo seenfrió, y la perfecta simetría fue rotainstantáneamente.J. G.—Esto me recuerda una hermosaintuición de Bergson. El decía que la Creaciónera un gesto que cae»; en otras palabras: lahuella de un acontecimiento que se deshace.Y yo creo que Bergson captó, mucho antes quelos físicos, algo del misterio de la Creación;comprendió que el inundo ue hoy conocemoses_ la expresión de una simetria rada siBergson estuviera todaviá- entre nosotros,estoy seguro de que las últimas conquistas dela física le harían añadir que es de esta mismaimperfección de donde ha podido surgir la vida.El mensaje más importante de la físicateórica de los últimos diez años es habersabido descubrir la perfección en el origendel universo: un océano de energía infinita.Y lo que los físicos designan con el nombrede simetría perfecta tiene otro nombre para mí:enigmático, infinitamente misterioso,omnipotente, originario, creador y perfecto. Nome atrevo a nombrarlo, porque cualquiernombre es imperfecto para de' signar al Sersin igual.Hace mil millones de años que el sol brillasobre la Tierra de los primeros tiempos.Hasta donde alcanza la vista, no sedistingue sino inmensos desiertos de lavafundida que vomitan sin interrupción columnasde vapor y de gas de varios kilómetrosde altura. Poco a poco, esas nubes oscuras seacumulan y forman la primera atmósfera de laTierra. Gas carbónico, amoníaco, óxido decarbono, nitrógeno e hidrógeno: esa mezclaopaca, mortal, abruma entonces el horizonte,aún vacío.Pasan millones de años. Lentamente, elcalor comienza a decaer. Ahora la lava formauna pasta, tibia aún, sobre la que ya se podríaandar. El primer continente acaba de nacer.Es entonces cuando un acontecimientocapital viene a romper la monotonía de esaedad remota: las nubes inmensas que giran

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en el cielo se condensan y la primera lluvia delmundo comienza a caer. Durará siglos. Elagua invade casi todo el planeta, rompecontra las depresiones hasta que forma elocéano primitivo. Durante centenares de milesde años, olas gigantes golpean la roca negra.La Tierra, el cielo y las aguas están todavíavacías. Sin embargo, las moléculas primitivasson constantemente agitadas por lasmonstruosas tormentas que se desencadenan,quebrantadas incansablemente por laformidable radiación ultravioleta del sol. Enese estadio surge lo que, retrospectivamente,pareceun milagro: en el corazón de este caos,se juntan, se combinan algunas moléculaspara formar progresivamente estructurasestables, reflejo de un orden. Ahora, unaveintena de aminoácidos existe en losocéanos: son los primeros ladrillos de lamateria viva.Hoy, encontramos en cada uno denosotros a los descendientes lejanos de esosprimeros «habitantes» de la Tierra.De este modo, al cabo de una ascensiónmuy larga y misteriosa hacia la complejidad,emerge por fin la primerísima célula viva: lahistoria de la conciencia podrá comenzar.Pero qué inquietante es todavía estapregunta, planteada un día por un físico:¿Cómo puede un flujo de energía que sederrama sin objetivo esparcir la vida y laconciencia por el mundo?G. B.—Antes de remontarnos a losorígenes de la vida, empecemos porcomprenderla mejor, tal y como hoy existe.Delante de mí, al borde de esa ventana,está posada una mariposa cerca de unapiedrecita. Una es un ser vivo; la otra, no.¿Cuál es exactamente la diferencia entre lasdos? Si nos situamos en el nivel nuclear, esdecir, en la escala de las partículaselementales, piedra y mariposa sonrigurosamente idénticas. Un escalón porencima, en el nivel atómico, se manifiestanalgunas diferencias, pero no atañen másque a la naturaleza de los átomos y, por lo

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tanto, son todavía reducidas.EL MISTERIO DE LO VIVIENTEJ. G.—Por la noche, antes de dormir, meremonto a menudo hacia el lejano amanecerque iluminó mi juventud, alrededor de 1900.En el calvero de mi memoria, encuentro imágenesde otro tiempo: un coche de caballos,cuyas grandes ruedas, ceñidas de acero,oprimen el empedrado; una joven vestida delargo que duerme tranquilamente a lasombra de un castaño; un anciano querecoge su sombrero de copa, derribado poruna ráfaga de viento: las imágenes de la vida.Pero, ¿qué es la vida?La cuestión que quiero plantearme aquí,la que no puedo evitar, es saber por qué«milagro» apareció esta vida. Acabamos dever que, detrás del nacimiento del universo,había algo, como una fuerza organizadoraque parece haber calculado todo, elaboradotodo con una minuciosidad inimaginable.Pero quiero saber más: ¿qué hay detrás de lavida? ¿Apareció la vida por azar o, muy alcontrario, es fruto de una secreta necesidad?Atravesemos un estadio más. Estamosentonces en el reino de las moléculas. Estavez, las diferencias son mucho másimportantes y atañen a las segregaciones demateria entre el mundo mineral y el mundoorgánico. Pero el salto decisivo se da en elnivel de las macromoléculas. En eseestadio, la mariposa parece infinitamentemás estructurada, más ordenada que lapiedra.Este pequeño ejemplo nos ha permitidocaptar la única diferencia de fondo entre loinerte y lo viviente: uno es simplemente másrico en información que el otro.J. G.—Admitámoslo. Pero si la vida noes otra cosa que materia mejor informada,¿de dónde viene la información? Yo estoysorprendido por el hecho de que todavíahoy son numerosos los biólogos y losfilósofos que piensan que las primerascriaturas vivas nacieron «por azar» en lasolas y resacas del océano primitivo, hacecuatro mil millones de años.

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Desde luego, las leyes de la evolución,enunciadas por Darwin, existen y dejanmucho sitio a lo aleatorio; pero, ¿quiénha determinado esas leyes? ¿Por qué«azar» se han aproximado ciertos átomospara formar las primeras moléculas deaminoácidos? Y, aún más, ¿por qué azar esasmoléculas se han ensamblado hasta llegar aese edificio terriblemente complejo que esel ADN? Exactamente igual que el biólogoFranÇois Jacob, planteo esta simplepregunta: ¿quién ha elaborado los planos dela primera molécula de ADN, portadora delmensaje inicial que permitirá reproducirsea la primera célula viva?Estas preguntas —y una infinidad deotras— quedan sin respuesta si uno seatiene únicamente a las hipótesis que hacenintervenir el azar; por eso, las ideas de losbiólogos han comenzado a cambiar desdehace algunos años. Los investigadores másavanzados ya no se contentan con recitarirreflexivamente las leyes de Darwin:construyen nuevas teorías, con frecuencia muysorprendentes; hipótesis que se apoyan(Tara mente en la intervención de unprincipio organizador, que transciende lamateria.I. B.—Según esos nuevos enfoques, quezarandean cada día más el dogma del «azarcreador», la vida es una propiedad queemerge de la materia, un fenómeno queobedece a una especie de necesidadinscrita en el corazón mismo de lo inanimadoJ. G.—Todo esto es tanto mássorprendente cuanto que, a escala cósmica,la vida debe abrirse un difícil camino,sembrado de miles de obstáculos, antesde emerger por fin. Por ejemplo, elespacio vacío es tan frío que, dentro de él,cualquier criatura viva, incluso la más sencilla,sería congelada instantáneamente, ya que latemperatura desciende a menos de 273grados. En el otro extremo, la materia delas estrellas es tan ardiente que ningún servivo podría resistir allí. Es decir, en eluniverso hay perpetuas radiaciones y

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bombardeos cósmicos que vedan casi en todaspartes la manifestación de lo viviente. Enresumidas cuentas, el universo es Siberia,es el Sahara, es Verdun. Quiero decir que esel infinito de lo frío, el infinito de localiente, la multiplicidad de losbombardeos. Ahora bien, a pesar de todoeso, la vida ha aparecido, al menos sobrenuestro planeta.En consecuencia, el problema que seplantea a los científicos y a los filósofos essaber si entre la materia y la vida hay unatransición continua. Hoy en día, la cienciatrabaja sobre esa juntura entre lo inerte y loviviente: tiende a mostrar que existe unazona de continuidad; en otras palabras, quelo viviente proviene de un ascenso necesario dela materia.Una palabra más. Parece que la vidaesté irremediablemente llamada a recorreruna escala ascendente; de las formas máspróximas a la materia (como losultravirus) a las formas más elevadas, hayuna ascensión dentro de la evolución: laaventura de la vida está ordenada por unprincipio organizador.I. R. - Miremos más de cerca en quépuede consistir un principio Paraello, nos apoyaremos en los trabajos deuno de los más grandes bioquímicosactuales, el premio Nobel de Química IlyaPrigogine.En el origen de sus investigaciones seencuentra una idea muy sencilla: eldesorden no es un estado «natural» de lamateria, sino, por el contrario, un estadioque precede a la aparición de un orden máselevado.J. G.—Esta concepción —que ibaclaramente en contra de las ideasadmitidas— suscitó en primer lugar lahostilidad de los medios científicos; creo queincluso se intentó impedir que Prigoginecontinuase sus trabajos.I. B.—Exacto; pero nada logró hacertambalear su convicción: leyes desconocidasdebían explicar cómo el universo y la vida

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habían nacido del caos primordial.G. B.—Una observación importante: esaconvicción no era solamente teórica sino quetambién descansaba en el resultado de unexperimento extremadamente inquietante.J. G.—¿Cuál?G. B.—El experimento de Bénard. Esmuy simple: tomemos un líquido; agua, porejemplo. Calentémosla en un recipiente.¿Qué observamos? Que las moléculas delíquido se organizan, se reagrupan de unamanera ordenada para formar célulasexagonales, algo semejantes a loselementos de una vidriera. Este fenómeno,más bien inesperado, conocido por el nombrede inestabilidad de Bénard, intrigó muchoa Prigogine. ¿Por qué y cómo aparecen esas«células» en el agua? ¿Qué podía provocarel nacimiento de una estructura ordenadaen el seno del caos? (6).J. G.—Estoy tentado de establecer unaanalogía entre la formación de esasestructuras minerales y la aparición de lasprimeras células vivas. En el comienzo dela vida, en el seno del borbollón primitivo,¿no habría un fenómeno de autoestructuracióncomparable al que seobserva en el agua caliente:"G. B. _ Es la conclusión a la que llegóPrigogine: lo que es posible en la dinámicade líquidos debe serlo igualmente enquímica y en biología.Pero, para comprender mejor surazonamiento, hay que rehacer las etapasprincipales. Primero, es obligado reconocerque las cosas que se encuentran a nuestroalrededor se comportan como sistemasabiertos, es decir, que intercambiancontinuamente con su entorno materia,energía y —lo que es más importante—información. Dicho de otro modo; esos sistemasen continuo movimiento varíanregularmente a lo largo del tiempo y debenser considerados como fluctuantes. Ahorabien, las fluctuaciones pueden ser tanimportantes que la organización que lasacoge se encuentre incapacitada para

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tolerarlas sin transformarse. A partir deeste umbral crítico, hay dos posiblessoluciones, descritas en detalle por Prigogine:o el sistema es destruido por la amplitudde las fluctuaciones, o alcanza un nuevoorden interno, caracterizado por un nivelsuperior de organización.Y aquí llegamos al corazón deldescubrimiento de Prigogine: la vidadescansa en estructuras dinámicas, que llama«estructuras de disipación», cuyo cometidoconsiste, precisamente, en disipar el influjode energía, de materia y de informaciónresponsable de una fluctuación.J. G.—Un momento. Este nuevo enfoquedel orden da un mentís al segundo principiode la termodinámica, que ordena que, en elcurso del tiempo, los sistemas cerrados paseninevitablemente del orden al desorden. Porejemplo, si vierto unas gotas de tinta en unvaso de agua, se dispersarán, y ya nopodré separar los dos líquidos.I. B.—Ese famoso principio de latermodinámica fue formulado por el físicofrancés Carnot en 1824. Según él y lasgeneraciones posteriores de sabios, no había lamenor duda: eluniverso está en perpetua lucha contrala irreversible ascensión del desorden.J. G.—¿Pero no sucede lo contrario enlos sistemas vivos? Si examinamos lahistoria de los fósiles, vemos que de modoconstante las organizaciones celulares se hantransformado, estructurado por niveles decomplejidad creciente. En otras palabras,la vida no es sino la historia de un ordencada vez más elevado y general. Porque amedida que el universo vuelve a su estadode equilibrio, se las arregla a pesar de todopara crear estructuras cada vez más complejas.G. B.—Eso es lo que demuestra Prigogine. Asus ojos, los fenómenos de autoestructuracióniluminan una propiedad radicalmente nuevade la materia. Existe una especie de tramacontinua que une lo inerte, lo previviente y loviviente: por su construcción, la materiatiende a estructurarse para llegar a ser

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materia viva. Es en el nivel molecular donde seopera esa estructuración, de acuerdo conleyes que son todavía enigmátias en granparte. Se comprueba, efectivamente, elcomportamiento extrañamente«inteligente» de esas moléculas oagregados moleculares, pero, sinembargo, no se puede explicar losfenómenos. Extremadamente impresionado porla omnipresencia de ese orden, subyacente alcaos aparente de la materia, Prigogine declaróun día: «Lo asombroso es que cada moléculasabe lo que harán las otras moléculas,simultáneamente y a distanciasmacroscópicas. Nuestros experimentosmuestran que las moléculas secomunican. Todo el mundo acepta estapropiedad en los sistemas vivos, pero es,por lo menos, inesperada en los sistemasinertes» (6).J. G.—Estamos, pues, invitados a dareste paso decisivo: hay continuidad entre lamateria llamada «inerte» y la materia viva.En realidad, la vida extrae sus propiedadesdirectamente de esa misteriosa tendenciade la naturaleza a organizarseespontáneamente y a marchar haciaestados cada vez más ordenados y complejos.Ya lo dijimos: el universo es unvastopensamiento. En cada partícula, átomo,molécula, célula de materia, vive y obra, aespaldas de todos, una omnipresencia.Desde el punto de vista filosófico, estaúltima observación está cargada deconsecuencias. Quiere decir que, en efecto, eluniverso tiene un eje; o mejor, un sentido.Este sentido profundo se encuentra en suinterior, bajo la forma de una causatranscendente. Si, como acabamos de ver, eluniverso tiene una «historia»; si veoaumentar la improbabilidad a medida queme remonto hacia el pasado, y la probabilidada medida que desciendo hacia elporvenir; si hay en el cosmos un tránsito delo heterogéneo a lo homogéneo; si hay unprogreso constante de la materia haciaestados más ordenados; si hay una evolución

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de las especies hacia una «superespecie»(quizá, provisionalmente, la humanidad),todo me lleva a pensar entonces que, en elfondo mismo del universo, hay una causade la armonía de las causas, una inteligencia.La presencia manifiesta de esainteligencia en el corazón mismo de lamateria me aparta para siempre de laconcepción de un universo que habríaaparecido «por azar», que habríaproducido la vida «por azar» y lainteligencia también «por azar».G. B.—Tomemos un caso concreto: unacélula viva está compuesta de una veintenade aminoácidos que forman una «cadena»compacta. La función de estos aminoácidosdepende, a su vez, de alrededor de 2.000encimas específicas. Siguiendo elrazonamiento, los biólogos han sidoinducidos a calcular que la probabilidad deque un millar de encimas diferentes se unaordenadamente para formar una célula viva(a lo largo de una evolución de variosmiles de millones de años) es del orden deuno entre 101000°.J. G.—Que es tanto como decir que laprobabilidad es nula.I . cu a l imp ul s ó a Fr an c i s Cr i ck,p r emio Nob e l d e Biología por eldescubrimiento del ADN, a concluir enidéntico sentido: «Un hombre honesto,que estuviera provisto de todo el saber quehoy está a nuestro alcance, debería deafirmar que el origen de la vida pareceactualmente provenir del milagro, tantascondiciones es preciso reunir para establecerla»(1).G. B.--Volvamos, precisamente, uninstante a los orígenes, hace cuatro milmillones de años. En esa lejana época, loque llamamos vida no existe todavía.Sobre la tierra de esos primeros tiempos,barrida por los vientos eternos, las nacientesmoléculas son agitadas sin tregua,cortadas, reformadas, y despuésdispersadas de nuevo por el rayo, el calor,las radiaciones y los ciclones.

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Pues bien, a partir de ese primitivoestadio, los primeros cuerpos simples vana unirse según leyes que nada deben ya alazar. En química, por ejemplo, existe unprincipio hoy conocido por el nombre de«estabilización topológica de cargas».Esta «ley» implica que las moléculas queincluyen en su estructura cadenas deátomos en alternancia —especialmente elcarbono, el nitrógeno y el oxígeno—forman sistemas estables al unirse.¿De qué sistemas se trata? Nada menos quede las piezas fundamentales que forman lamecánica de lo viviente: los aminoácidos.Siguiendo la misma ley de afinidadatómica, los aminoácidos van a unirse a suvez para formar las primeras cadenas deesos preciosos materiales de la vida que son lospéptidos.En el seno del borbollón primitivo, enlas negras olas de los primeros océanosdel mundo, comienzan a surgir así, segúnel mismo proceso, las primerísimasmoléculas nitrogenadas (que llamamos«purinas» y «pirimidinas»), de las quenacerá más tarde el código genét ico.Y comienz a la gran aventura,arrastrando la materia hacia lo alto, enuna irresistible espiral ascendente: lasprimeras partículas nitrogenada.; sefortalecen al asociarse al fosfato y a losazúcares hasta elaborar los prototipos de losnucleótidos, los famosos elementosle baseque, al formar a su vez interminablescadenas, conducirán a esa etapafundamental de lo viviente que es laaparición del ácido ribonucleico (el célebreARN, casi tan conocido como el ADN).Así, en algunos centenares de millonesde años, la evolución engendra sistemasbioquímicos estables, autónomos, protegidosdel exterior por membranascelulares, los cuales se parecen ya a ciertasbacterias primitivas.J. G.—Fuera del abastecimiento deenergía (que abundaba en el entorno delmomento), el verdadero problema que

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hubieron de afrontar estas célulasarcaicas fue el de la reproducción. Enefecto, ¿ cómo mantener esas val iosasuniones? ¿Cómo asegurar la perennidadde esas pequeñas maravillas de lanaturaleza? Acabamos de ver que losaminoácidos que las forman obedecen aun orden preciso. Por lo tanto, eranecesario que estas primeras célulasaprendiesen a «recopiar» en algunaparte el encadenamiento en laelaboración de sus proteínas de base,con el fin de estar en condiciones defabricar ellas mismas nuevas proteínasenteramente iguales a las precedentes.Por lo tanto, la cuestión está en sabercómo sucedieron las cosas en ese estadio.¿Cómo inventaron esas primerísimas célulaslas innumerables estratagemas quehan conducido a este prodigio: lareproducción?I. B.—Una vez más, una «ley» inscritaen el corazón mismo de la materiapermitió el milagro: los aminoácidosmás «polares» (es decir, los quecontienen una elevada carga electrostática)son espontáneamenteatraídos por moléculas ni t rogenadas ,mient ras que los menos polares seunen sobre todo a otras familias, como lacitosina.Así nació el primer esbozo del códigogenético: al acercarse a ciertosnucleótidos (y no a otros), nuestrosfamosos aminoácidos elaboraronlentamente los planos de su propia construccióny, más tarde, las herramientas ylos materiales para llevarla a cabo.G. B.—Hay que volver a insistir: ningunade las operaciones mencionadas más arribapodía llevarse a cabo por azar.Tomemos un ejemplo entre varios. Paraque la unión de los nucleótidos conduzca«por azar» a la elaboración de unamolécula de ARN utilizable, es necesarioque la naturaleza multiplique a tientas losensayos durante al menos 10 105 años, es

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decir, un tiempo cien mil veces más largoque la edad total de nuestro universo.Otro ejemplo. Si el océano primitivohubiera engendrado todas las variantes (esdecir, todos los isómeros) susceptibles deser elaborados «por azar» a partir de una solamolécula que contuviese algunos centenaresde átomos, eso habría conducido a laconstrucción de más de 108" posiblesisómeros. Sin embargo, el universo enterocontiene sin duda menos de 10 80 átomos.J. G.—Dicho de otro modo, un solointento al azar sobre la Tierra habríabastado para agotar el universo entero;como si todos los esquemas de la evoluciónhubieran sido escritos de antemano, desde losorígenes.Pero otra pregunta vuelve aquí. Si laevolución de la materia hacia la vida y laconciencia es buena muestra de un orden, ¿dequé orden se trata?Señalo que si el azar tiende a destruir elorden, la inteligencia se manifiesta, alcontrario, por la organización de las cosas,por la introducción de un orden en el caos.Concluyo, por lo tanto, al observar lapasmosa complejidad de la vida, que eluniverso es «inteligente»: una inteligenciaque transciende lo que existe en nuestroplano de realidad ordenó (en el instanteprimordial de lo que llamamos la Creación)la materia que ha dado origen a la vida.Una vez más: ¿cuál es la naturalezaprofunda del «orden», de la inteligencia quese percibe en todas las dimensiones de loreal?I. B.—Para responder, es precisoreflexionar más profundamente sobre lo quellamamos azar.A lo largo de las páginas anteriores,hemos visto que la aventura de la vidaproviene de una tendencia universal de lamateria a organizarse espontáneamenteen sistemas cada vez más heterogéneos. Elmovimiento se dirige desde la unidad haciala diversidad, creando orden a partir deldesorden, elaborando estructuras de

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organización cada vez más complejas.Pero, ¿por qué la naturaleza produce orden?No se puede responder si no se recuerda esto:el universo parece haber sido reguladominuciosamente con el fin de permitir laaparición de una materia ordenada, de la vidadespués y, por fin, de la conciencia. Si lasleyes físicas no hubieran sido en rigor lo queson, entonces, como subraya el astrofísicoHubert Reeves, «no estaríamos aquí paracontarlo». Mejor aún: si en un principioalguna de las grandes constantesuniversales —por ejemplo, la constante degravitación, la velocidad de la luz o laconstante de Planck— hubiera sido sometidaa una ínfima alteración, el universo nohabría tenido ninguna posibilidad dealbergar seres vivos e inteligentes; inclusoes posible que él mismo no hubiera aparecidojamás.Este ajuste, de una precisión vertiginosa,¿está hecho de puro «azar» o proviene de lavoluntad de una Causa Primera, de unainteligencia organizadora que transciendenuestra realidad?¿AZAR O NECES IDAD?G. B.—Después de recorrer el largocamino de la vida, desde las primerasmoléculas orgánicas hasta el hombre, henosaquí, confrontados de nuevo con unapregunta inevitable: la evolución cósmicaque ha conducido hasta el hombre, ¿es purofruto del azar, como pensaba el biólogoJacques Monod, o bien se inscribe en ungran propósito universal, cada elementodel cual habría sido calculadominuciosamente? ¿Hay un ordensubyacente detrás de lo que, sincomprenderlo, llamamos el azar?J. G.—Para responder a esta pregunta,debemos ir hacia el azar profundo, el delenigma y los misterios. ¿Cuál es el significadode lo que se llama, sencillamente, elorden de las cosas?Tomad un copo de nieve. Ese pequeñoobjeto obedece a leyes matemáticas yfísicas de una sutileza sorprendente, que dan

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lugar a figuras geométricas ordenadas,aunque todas diferentes entre sí: cristales ypolicristales, agujas y dendritas, plaquetasy columnas, etc. Lo más asombroso es quecada copo de nieve es único en el mundo.Después de haber flotado en el vientodurante una hora, es sometido a toda clasede condiciones (tales como temperatura,humedad, presencia de impurezas en laatmósfera) que inducirán una figuraespecífica: la forma final de un copocontiene la historia de todas las condicionesatmosféricas que ha atravesado. Lo que mefascina es que en el corazón mismo del copode nieve recobro la esencia de un orden: unequilibrio delicado entre fuerzas deestabilidad y fuerzas de inestabilidad; unainteracción fecunda entrefuerzas a escala humana y fuerzas aescala atómica. ¿De dónde viene esteequilibrio? ¿Cuál es el origen de eseorden, de esa simetría?1. B.—Para encontrar una respuesta,vamos a descender un poco más en loinfini tamente pequeño. Mi remos lo quesucede en el nivel del átomo. Elcomportamiento de las partículaselementales parece desordenado,aleatorio, imprevisible. En físicacuántica no existe, en efecto, ningúnmedio de predecir acontecimientosindividuales o singulares. Imaginemosque encerramos un kilo de radio en unacámara acorazada y que, mil seiscientosaños después, volvemos para ver lo queha pasado. ¿Encontraremos intactonuestro kilo de radio? En absoluto: lamitad de los átomos de radio habrádesaparecido, según el proceso bienconocido de desintegración radioactiva.Los físicos dicen que la «semivida», operíodo del radio, es de mil seiscientosaños, el tiempo que necesita la mitad delos átomos de un bloque de radio paradesintegrarse.Aquí, una pregunta: ¿podemosdeterminar qué átomos de radio van a

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desintegrarse? Mal que les pese a losdefensores del determinismo, no tenemosningún modo de saber por qué tal átomose desintegra en lugar de tal otro.Podemos predecir cuántos átomos van adesintegrarse pero somos incapaces dedecir cuáles: ninguna ley física permitedescribir el proceso de selección. Lateoría cuántica puede describir con unaprecisión muy grande elcompor tamiento de un grupo depar t ículas , pero cuando se trata de unapartícula individual no puede adelantarmás que probabilidades.J. G.—Es un argumento de peso, perono merma mi convicción. ¿Hasta quépunto lo que nos parece aleatorio en uncierto nivel no aparece ordenado en unnivel superior? Volviendo a lo quedecíamos, tengo la impresión de que elazar no existe: lo que llamamos azar noes sino nuestra incapacidad paracomprender un grado superior de orden.G. B.—Ahí encontramos las ideas del físicoinglés DavidBohm, para quien losmovimientos de las motas de polvo en unrayo de sol no son aleatorios más que enapariencia: bajo el desorden visible delos fenómenos existe un orden profundo,de un grado infinitamente elevado, quepermitiría explicar lo que nosotrosinterpretamos como fruto del azar (3).Recordemos, por ejemplo, un célebreexperimento de física: el de las «doblesrendijas». El dispositivo es de una gransimplicidad. Se coloca una pantalla, condos perforaciones verticales en formade rendija, entre una placa fotográfica yuna fuente luminosa que envía fotones,es decir, granos de luz, hacia lapantalla. Al proyectar una a una laspartículas luminosas hacia las rendijas nopodemos decir qué rendija atravesarácada partícula, ni exactamente dónde cadapartícula alcanzará la placa fotográfica.Desde ese punto de vista, losmovimientos y la trayectoria de cada una

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de las partículas luminosas son aleatoriose imprevisibles.Sin embargo, alrededor de un millarde disparos después, los fotones no dejanuna mancha aleatoria sobre la placa fotográfica.El conjunto de partículas quefueron enviadas por separado formaahora una figura perfectamenteordenada, bien conocida por el nombrede franjas de interferencias. En conjunto,esta figura era perfectamenteprevisible. Dicho de otro modo, elcarácter «aleatorio» delcomportamiento de cada partículaaislada encubría, de hecho, un grado muyelevado de orden que no podíamos interpretar.J. G.—Este experimento refuerza miintuición primera: el universo nocontiene azar sino diversos grados deorden cuya jerarquía nos toca descifrar.Con mis colegas de la Academia deCiencias, trabajé en un libro sobre laturbulencia, sobre ciertos fenómenoscaóticos, como un remolino en el agua olas volutas de humo en el ai re encalma. Aparentemente, esosmovimientos son, a la vez,indescriptibles e imprevisibles; pero, encontra de lo esperado, detrás de losdesagües turbulentos o en losmovimientos azarosos del humo se notauna especie de coerción: de algún modo,el desorden se encuentra canalizado dentrode los motivos construidos sobre un mismomodelo subyacente, al que losespecialistas del caos han dado el bonitonombre de «atractor extraño».G. B.—Una precisión: el atractorextraño existe en el «espacio de fases»,es decir, en el espacio que contiene todaslas informaciones dinámicas, todas lasvariaciones posibles de un s i s temamecánico. ¿Un ejemplo de at ractorelemental? Un punto f ijo del que es tásuspendida una bola de acero. Éstapuede desplazarse en el extremo delhilo, pero según una órbita precisa, de la

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que a nuestra bola le sería difícilapartarse. En el espacio de fases, todaslas trayectorias vecinas están comoat raídas por la órbita de rotación: és taes el atractor extraño del sistema.Ahora bien, lo que es cierto para un sistemasencillo también lo es para lossistemas complejos: en ellos existenatractores extraños que ordenan enprofundidad su comportamiento.B.-----A escala macroscópica, la presencia deestructurasque caracterizan al universo sigue siendo, apesarros conocimientos, un misterio.Tomemos la cuestión ,de lahomogeneidad de las galaxias. Launiformidad y i sotropía en ladistribución de la materia sonpasmosas; recordemos que el tamaño deluniverso observable es del orden de 10centímetros. A esta escala, la materiatiene una densidad uniforme, que se puedemedir con una precisión del orden de10 No obstante, a escalas inferiores,el universo deja de ser homogéneo: estáconstituido por montones de galaxiasque contienen otras galaxias que, a suvez, están compuestas de estrellas, etc.Ahora bien, ¿cómo la heterogeneidadque reina a pequeña escala ha podidoengendrar a gran escala un orden tanelevado?J. G.—Si un orden subyacentegobierna la evolución de lo real, esimposible sostener, desde un punto devista científico, que la vida y lainteligencia han aparecido en el universodespués de una serie de accidentes, deacontecimientos aleatorios sin ningunafinalidad. Al contrario, al observar la naturalezaylas leyes que se desprenden de ella, meparece que el universo entero tiendehacia la conciencia. Mejor aún: en suinmensa complejidad y a pesar de susapariencias hostiles, el universo estáhecho para engendrar vida, conciencia

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e inteligencia. ;Por qué? Porque,parafraseando una célebre cita,«materia sin conciencia no es más queruina del universo». Sin nosotros, sinuna conciencia que dé testimonio de sí,el universo no podría existir: nosotrossomos el universo mismo, su vida, suconciencia, su inteligencia.G. B.--Rozamos aquí el granmisterio. Recordemos que toda larealidad descansa sobre un pequeñonúmero de constantes cosmológicas:menos de quince. Son la constante degravitación, de la velocidad de la luz,del cero absoluto, la constante dePlanck, etc. Conocemos el valor de cadauna de ellas con una notable precisión.Ahora bien, a poco que hubiera sidomodificada una sola de esas constantes,el universo —al menos, tal como loconocemos— no hubiera podidoaparecer. Un ejemplo contundente loproporciona la densidad inicial deluniverso: a poco que esta densidadhubiera sido desviada del valor críticoque mantiene desde los 10 -35 segundosdespués del big bang, el universo nohubiera podido constituirse.I. B.—Hoy, la relación entre ladensidad del universo y la densidadcrítica original es del orden de 0,1; ahorabien, esta relación estuvo increíblementecerca de 1 en el momento muy lejano alque nos remontamos: los 10 " segundos.Un instante después del big bang, ladesviación con respecto al umbral críticofue extraordinariamente pequeña (delorden de 10 -40), de modo que eluniverso se «equilibró» justo después desu nacimiento.G. B.—Lo que permitió eldesencadenamiento de todas las fases quesiguieron. Otro ejemplo de este fantásticoajuste: si aumentáramos apenas en ununo por ciento la intensidad de la fuerzanuclear que controla la cohesión del núcleoatómico,

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suprimiríamos cualquier posibilidadde que los núcleos de hidrógenopermanecieran libres: éstos secombinarían con otros protones yneutrones para formar núcleos pesados.Entonces, al no exi s t i r el hidrógeno,no podr ía combinar se con los átomosde oxígeno para producir el aguaindispensable para el nacimiento de lavida. Por el contrario, si disminuimosligeramente esa fuerza nuclear, lafusión de los núcleos de hidrógeno sehace entonces imposible. Sin fusiónnuclear, no hay soles, no hay fuentes deenergía, no hay vida.I. B.—Lo que es cierto para la fuerzanuclear lo es también para otrosparámetros, como la fuerzaelectromagnética. Si la aumentáramosmuy ligeramente, intensificaríamos larelación entre el electrón y el núcleo;entonces, no serían ya posibles lasreacciones químicas que resultan de latransferencia de electrones a otrosnúcleos. Una gran cantidad deelementos no podría formarse, y en ununiverso así las moléculas de ADN notendrían ninguna posibilidad de aparecer.¿Otras pruebas del perfecto ajuste denuestro universo?: la fuerza de lagravedad. Si hubiera sido apenas unpoco más débil en el momento de laformación del universo, las primitivasnubes de hidrógeno nunca habrían podidocondensarse y alcanzar el umbral críticode la fusión nuclear: las estrellas nuncase habrían encendido. En el casocontrario, apenas seríamos más felices.Una gravedad más fuerte habríaconducido a un verdadero«desbocamiento» de reaccionesnucleares: las es t r el las se habr íanabraz ado fur iosamente y habr íanmuerto tan depri sa que la vida nohabría tenido t iempo de desarrollarse.En realidad, cualesquiera que sean losparámetros considerados, la conclusión

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es siempre la misma: si se modifica suvalor, por poco que sea, suprimimoscualquier posibilidad de eclosión de lavida. Las constantes fundamentales de lanaturaleza y las condiciones inicialesque han permitido la aparición de la vidaparecen, pues, ajustadas con unaprecisión vertiginosa. Un último dato. Sila tasa de expansión del universo hubieraexperimentado al comienzo una desviación delord e n d e 1 0 4 0 l a ma t e r i a i n i c i a l s eh a b r í a d e s p a r r ama d o por el vacío: eluniverso no habr ía podido dar a luz alas galaxias, a las estrellas y a la vida.Para dar una idea de la inconcebiblefinura con la que parece haber sidoajustado el universo, es suficienteimaginar la proeza que debería realizar unjugador de golf que, desde la Tierra,consiguiese meter la pelota en un agujerosituado en el planeta Marte (10).J. G.—Esas cifras no hacen sinoreforzar mi convicción: ni las galaxias ysus miles de millones de estrellas, ni losplanetas y las formas de vida quealbergan, son un accidente o una simple«fluctuación del azar». No hemosaparecido así como así, un buen díacualquiera, porque un par de dadoscósmicos hayan caído bien. Dejemos esopara quienes no quieren afrontar la verdadde las cifras_I. B.—Es cierto que el cálculo deprobabilidades aboga en favor de ununiverso ordenado, minuciosamenteregulado, cuya existencia no puede serengendrada por el azar. Sin duda, losmatemáticos no nos han contado todavíatoda la historia del azar: ignoran inclusolo que es. Pero han podido llevar a cabociertos experimentos gracias aordenadores que generan númerosaleator ios . A par t i r de una reglader ivada de las soluciones numéricas alas ecuaciones algebraicas, se han programadomáquinas para producir azar.En nuestro caso, las leyes de

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probabilidad indican que esosordenadores deberían estar calculandodurante miles y miles y miles de millonesde años —es decir, durante un períodocasi infinito—, antes de que pudieseaparecer una combinación de númeroscomparable a la que ha permitido laeclosión del universo y de la vida. Dichode otro modo, la probabilidadmatemática de que el universo hayas ido engendrado por azar espráct icamente nula.J. G.—Estoy convencido de ello. Si eluniverso existe tal como lo conocemos espara permitir que se desarrollen la vida yla conciencia. En cierto modo, nuestraexistencia fue minuciosamente programadadesde el principio, en el Tiempo dePlanck. Todo lo que hoy me rodea, desdeel espectáculo de las est rellas hasta losárboles que adornan el jardín deLuxemburgo, todo eso ya existía engermen en el minúsculo universo de loscomienzos: el universo sabía que elhombre llegaría en su momento.G. B.—Aquí encontramos el«principio antrópico», que emi t ió en1974 el as t rof í s ico inglés BrandonCar ter , para quien, en efecto, «resultaque el universo se encuentra, exactamente,con las propiedades necesariaspara engendrar un ser capaz deconciencia y de inteligencia».Consecuentemente, las cosas son lo queson simplemente porque no habrían podidoser de otra manera: en la realidadno hay sitio para un universo diferente delque nos ha engendrado.I. B.—Salvo si aceptamos la idea deque existe, a los lados de nuestrouniverso, una infinidad de otrosuniversos «paralelos», que presentandiferencias más o menos importantes conel nuestro. Pero ya volveremos en detallesobre ello más adelanteJ. G.—Si, efectivamente, no hay sitiopara otro universo que aquél en el que

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vivimos, ello quiere decir, una vez más,que un orden implícito, muy profundo einvisible, está manos a la obra por debajodel desorden explícito que se manifiestacon tanta generosidad. La naturalezamodela en el mismo caos las formascomplicadas y altamente organizadas delo viviente. En oposición a la materiainanimada, el universo de lo viviente secaracteriza por un creciente grado deorden: mientras que el universo físico sedirige hacia una entropía cada vez máselevada, lo viviente va de algún modoa cont racorriente y crea mucho más orden.Por consiguiente, es preciso querevaluemos el papel de lo que llamamos«azar». Jung sostenía que la aparición de«coincidencias significativas» implicabanecesariamente la existencia de unprincipio explicativo que debía serañadido a losconceptos de espacio, detiempo y de causalidad. Este granprincipio, llamado principio desincronicidad, se funda en un ordenuniversal de comprensión,complementario de la causalidad. En elorigen de la Creación, no hayacontecimiento aleatorio alguno, no hayazar, sino un grado de orden infinitamentesuperior a todo lo que podemosimaginar: orden supremo que regula lasconstantes físicas, las condiciones iniciales,el comportamiento de los átomos yla vida de las estrellas. Potente, libre,infinitamente existente, misterioso,implícito, invisible, sensible, está ahí,eterno y necesario detrás de losfenómenos, muy lejos sobre el universo ypresente en cada partícula.De este modo, la realidad —tal como laconocemos— parece el fruto de un ordentranscendente que subtiende su aparición ysu desarrollo.Pero, ¿qué es lo real? ¿Qué constituye elmundo físico que nos rodea? La concepciónmecanicista del universo que propone la físicade Newton se funda en la idea de que la

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realidad comprende dos cosasfundamentales: objetos sólidos y un espaciovacío. En la vida cotidiana esta concepciónfunciona sin fallos: los conceptos de espaciovacío y de cuerpos sólidos formaníntegramente parte de nuestra manera depensar y de aprehender el mundo físico. Elámbito cotidiano puede así ser visto comouna «región de dimensiones medias» endonde las reglas de la física clásica continúanaplicándose.Ahora bien, todo cambia si dejamos eluniverso de nuestra vida diaria y nossumergimos en lo infinitamente pequeño enbusca de sus fundamentos últimos. Hastaprincipios de siglo, gracias al descubrimientode las sustancias radiactivas, no fue posiblecomprender la verdadera naturaleza de losátomos: no eran bolas indivisibles demateria, sino que estaban compuestas departículas aún más pequeñas. En la líneade los experimentos de Rutherford, lasinvestigaciones de Heisenberg y de losfísicos cuánticos han mostrado que loselementos constituyentes de los átomos —electrones, protones, neutrones y lasdecenas de otros elementos infranucleares quefueron descubiertos más tarde— nomanifiestan ninguna de las propiedadesasociadas a los objetos físicos. Las partículaselementalesno se comportan de ningunamanera como particulas «sólidas»:parecen conducirse como entidades abstractas.¿De qué se trata?Para intentar saberlo, debemos abandonarnuestro mundo, sus leyes y sus certidumbres.Y admitir entonces que el universo no sóloes más extraño de lo que pensamos, sinomucho más extraño aún de lo que podemospensar (1).EN BUSCA DE LA MATERIAJ. G.—Hace ahora casi un siglo queentramos en la era cuántica: ¿en qué pone entela de juicio esta nueva concepción nuestracomprensión de los objetos que nos rodean adiario? Recobremos el ejemplo de la llave.

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Lo que hemos aprendido nos obliga en losucesivo a admitir que se trata de una llavehecha de entidades que pertenecen a otromundo: el de lo infinitamente pequeño, eldel átomo y las partículas elementales. Pero,¿cómo hacer coincidir la evolución de nuestrosconocimientos teóricos con la experienciaque nos llega de la realidad de todos losdías? Todo lo que la física cuántica me haenseñado sobre esta llave no me impidesentirla, en efecto, como un «objeto»material, cuyo peso y consistencia experimentoen el hueco de la mano. Pero eso noes más que una ilusión en el teatro de larealidad. ¿Qué hay, por lo tanto, más allá desu sustancia sólida? Antes de dejar la palabraa la ciencia de hoy, querría volver a dosgrandes pensadores que han respondido a estapregunta, cada uno a su manera: el primerose llama Bergson.Cierto día del mes de mayo de 1921decidí acudir a la Academia de CienciasMorales y Políticas. Allí, por primera vez,encontré —más bien, contemplé de lejos, enel claroscuro de una sala que olía a cera y amadera vieja— a Bergson. De ese primerencuentro, hoy me quedan dos cosas: undibujo de su rostro, cuyo perfil bosquejédeprisa y corriendo; y, más allá de laimagen, la huella profunda, imborrable,de su pensamiento. Aquel día me dicuenta de que él tenía una visiónpuramente espiritual de la materia. Paracomprenderla bien,hay que recordar lo que escribió en 1912a un jesuita, el padre de Tonquédec.«Las consideraciones expuestas en miensayo Materia y memoria rozan, así loespero, la realidad del espíritu. De todo ellose desprende naturalmente la idea de unDios creador y libre generador de la materia yde la vida.»- ¿Cómo llegó a una certidumbre así?Nada menos que apoyándose en la idea deque en el origen del universo hay unimpulso de pura conciencia, una ascensiónhacia lo alto que, en cierto momento, se

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interrumpe y «cae». Esta caída de laconciencia divina es lo que ha engendrado lamateria tal como la conocemos. Nada hayde sorprendente, entonces, en que estamateria tenga una memoria «espiritual»,ligada a sus orígenes.Ahora, unas palabras sobre un segundopersonaje, que también ha contado muchoen mi vida: el padre Teilhard de Chardin.Fue compañero de mi tío Joseph, quiensiempre me habló de él. Un día de 1928,acabé por encontrarlo durante un retiro.Estaba del todo en esa primera aparición,impregnado de la gravedad que no leabandonó jamás. Se ha dicho y escritomucho sobre este gran pensador, pero —a pesarde lo que equivocadamente se piensa— loesencial de su filosofía se manifiestamenos en la visión que tenía de la evoluciónbiológica que en la idea completamentepersonal que se hacía de la materia. Esa ideale fue impuesta bruscamente cuando teníasiete años. Cierto día rozó con su mano deniño la reja de un arado; en un relámpago,captaría lo que era el Ser: algo duro, puro ypalpable. Y en el momento en que susdeditos se posaron sobre el frío y liso acerodel apero, su madre comenzó a hablarle deJesucristo. Entonces, los dos extremos delSer, la materia y el espíritu, esos dos polosque se suele oponer la mayoría de las veces,se unieron para siempre en el niño.Hoy deseo dar la razón a Bergson y aTeilhard; como ellos, estoy tentado decreer que la materia está hecha de espírituy que, por lo tanto, nos conducedirectamente a la contemplación de Dios.Sesenta años después de los grandesdescubrimientos de la teoría cuántica, micreencia en la «espiritualidad» de lamateria, o incluso en la materialidad delespíritu, está objetivamente fundada?¿Es que nuestros conocimientos másactuales sobre la materia nos conducen,científicamente, hacia el espíritu? Comenzamosa comprender que puede haberrespuestas a estas preguntas: es en el

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corazón de la materia, en su intimidad másprofunda, donde debemos buscarlas.G. B.—Partamos de algo visible: unagota de agua, por ejemplo. Está compuestade moléculas (alrededor de miles y miles demillones), cada una de las cuales mide 10 -9metros. Penetremos ahora en esasmoléculas: descubriremos allí átomos máspequeños, cuya dimensión es de 10 -10metros. Continuemos nuestro viaje. Cadauno de estos átomos está compuesto de unnúcleo todavía más pequeño (10 -14 metros)y de electrones que «gravitan» a su alrededor.Pero nuestra exploración no se detieneaquí. Un nuevo salto, y estamos en elcorazón del núcleo: esta vez encontramosuna multitud de nuevas partículas (losnucleones, los más importantes de los cualesson los protones y los neutrones), de unapequeñez extraordinaria, puesto quealcanzan la dimensión de 10 -15 metros.¿Hemos llegado al final de nuestro viaje?¿Se trata de la última frontera, más allá dela cual no hay nada? De ningún modo.Hace una veintena de años se descubrieronunas partículas todavía más pequeñas, loshadrones, compuestas a su vez de entidadesinfinitesimales, los quarks, que alcanzan elinimaginable «tamaño» de 10 -18 metros.Después veremos por qué estas partículasrepresentan una especie de «murodimensional»: no existe ninguna magnitudfísica más pequeña de 10 -metros.I. B.—Volvamos a nuestra llave. Enprimer lugar, ahora estamos seguros de queestá hecha de vacío. Un ejemplo nos permitirácomprender mejor que el universoentero esté esencialmente compuesto devacío. Imaginemos que nuestra llave crecehasta alcanzar el tamaño de la Tierra. A esaescala,los átomos que componen la llavegigante tendrían apenas el tamaño de cerezas.Pero hay aquí algo más sorprendenteaún. Supongamos que cogemos con lamano uno de esos átomos del tamaño de

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una cereza. Por más que lo examinemos,incluso con ayuda de un microscopio, nosserá absolutamente imposible observar elnúcleo, demasiado pequeño a esa escala. Enrealidad, para ver algo sería necesario denuevo cambiar de escala. Por lo tanto, lacereza que representa a nuestro átomocrece hasta convertirse en un enormeglobo de doscientos metros de alto. Apesar de este impresionante tamaño, elnúcleo de nuestro átomo no será sinembargo más grueso que una minúsculamota de polvo. Eso es el vacío del átomo.G. B.—Detengámonos en este temadesconcertante: la paradoja de una multitudde elementos que desembocan finalmenteen el vacío, en lo inaprensible. Paracomprenderla, supongamos que quiera contarlos átomos de un grano de sal. Y supongamostambién que sea lo suficientemente rápidocomo para contar mil millones de átomospor segundo. A pesar de esta notablehazaña, necesitaría más de cincuenta siglospara realizar el censo completo de lapoblación de átomos que contiene eseminúsculo grano de sal. Otra imagen: sicada átomo de nuestro grano de sal tuvierael tamaño de una cabeza de alfiler, elconjunto de átomos que componen el granode sal cubriría toda Europa con una capauniforme de veinte centímetros de espesor.J. G.—El número de individuos queexiste dentro de una partícula de materiaestá tan alejado de lo que nuestra imaginaciónestá acostumbrada a concebir queproduce un efecto comparable a ciertoterror...I. B.—Sin embargo, reina un inmensovacío entre las partículas elementales. Sirepresento el protón de un núcleo deoxígeno por una cabeza de alfiler y lacoloco encima de esa mesa que hay delantede mí, el electrón que gravita a su alredeudordescribe entonces una circunferencia quepasa por Holanda, Alemania y España. Poreso, si todos los átomos que componen micuerpo se juntaran hasta tocarse, no me

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verían. Ni a simple vista podría alguiencontemplarme: tendría el tamaño de unaínfima mota de polvo de apenas unasmilésimas de milímetro.Durante su alucinante inmersión en elcorazón de la materia, los físicos se dieroncuenta de que su viaje, lejos de pararse enla frontera del núcleo, desemboca enrealidad en el inmenso océano de esaspartículas nucleares que hemos designadoantes con el nombre de hadrones. Todosucede como si, después de haberabandonado el río sobre el que teníamos lacostumbre de navegar, nos encontráramosfrente a un mar sin límites, surcado por olasenigmáticas que se pierden en un horizontenegro y lejano (8).J. G.—Lo cual podría aplicarse también alo infinitamente grande. Si volvemos losojos hacia las estrellas, ¿qué encontramos?Una vez más, el vacío. Un enorme vacíoentre las estrellas y, aún más lejos, amillones o a miles de millones de años luzde aquí, el vacío intergaláctico: unainmensidad inconcebible, en la que no seencuentra absolutamente nada, excepto,quizá, un átomo vagabundo, perdido parasiempre en la oscuridad infinita, silenciosa yglacial. Hay como una similitud entre loinfinitamente grande y lo infinitamentepequeño.G. B.—Excepto en que si las estrellas sonobjetos materiales, las partículassubatómicas no son pequeñas motas de polvo.Más bien son, como hemos visto,tendencias a existir, o también«correlaciones entre observablesmacroscópicos».Por ejemplo, cuando un simple electrónatraviesa una placa fotográfica, deja unaseñal que parece una sucesión de puntitos enforma de línea. Normalmente, tenemostendencia a pensar que esa «pista» resultadel paso de un único electrón sobre la placafotográfica, como si una pelota de tenisrebotase sobre una superficie de tierrabatida. Pues bien, nada de eso. La mecánica

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cuántica afirma que la relación entre lospuntos que representan un «objeto» enmovimiento es producto de nuestramente: en realidad, no existe el supuestoelectrón que ha dejado la señal puntual. Entérminos más rigurosos y ajustados a lateoría cuántica, postular que una partículaestá dotada de existencia independiente esuna convención, cómoda sin duda, peroinfundada.J. G.—Pero, ¿qué es lo que deja huellaen la placa fotográfica?G. B.—Para responder, es necesarioque abordemos un nuevo ámbito de lafísica. Los físicos piensan ahora que laspartículas elementales, en vez de objetos,son en realidad el resultado, siempreprovisional, de incesantes interacciones entre«campos» inmateriales.J. G.—Hace una treintena de años queoí hablar por primera vez del concepto decampo. Me parece que esta nueva teoríadesemboca en un enfoque verdadero de loreal. El tejido que forman las cosas, elúltimo sustrato, no es material sinoabstracto: una idea pura cuya silueta sólo esdistinguible indirectamente, por un actomatemático.A este respecto, observo que la cienciarectora, la que nos hace penetrar en elinterior de los secretos del cosmos, no estanto la física como la matemática, o lafísica matemática. Lo cual es visible en eldestino de dos sabios ilustres que cruzaronvarias veces mi vida: los dos hermanosBroglie. El mayor, el duque Maurice, era antetodo físico; pero su hermano Louis,matemático de formación, hizo másdescubrimientos delante de su pizarra queMaurice en su laboratorio. ¿Por qué? Probablementeporque el universo esconde un secretode abstracta elegancia, un secreto en el que lamaterialidad es poca cosa.I. B.—Su intuición se acerca a lassoluciones propuestas por la nueva física.Pero, ¿es posible decir algo más a propósitode ese secreto que, a sus ojos de filósofo, se

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esconde detrás del universo?J. G.—Cuando considero el ordenmatemático que aparece en el corazón delo real, mi razón me obliga a decir que lodesconocido que se esconde detrás del cosmoses al menos una inteligenciahipermatemática, calculante y, aunque lapalabra no esté bien, relacionante, es decir,fabricante de relaciones, de modo que esainteligencia debe de ser de tipo abstracto yespiritual.Tras el rostro visible de lo real hay, pues,lo que los griegos llamaban un «logos», unelemento inteligente, racional, que regula,que dirige, que anima el cosmos, y quehace que ese cosmos no sea caos, sino orden.G. B.—Hay que confrontar la descripción deese elemento estructurante que ustedpropone con el modo en que hoy seconciben los campos físicos fundamentales.J. G.—¿Cuál es la naturaleza profunda deesos campos físicos?G. B.—Lo veremos más adelante. Peroantes, creo indispensable delimitar mejorlo que hoy recubre la noción, bastante vagaa fin de cuentas, de partícula elemental.Primero, hay que saber que, en el mundoatómico, no hay en total más que cuatropartículas estables: el protón, el electrón, elfotón y el neutrón. Existen centenares deotras partículas, pero son infinitamentemenos estables: se desintegran casiinstantáneamente nada más aparecer o lohacen al cabo de un tiempo más o menoslargo.J. G.—Un dato me llama la atención:usted dice que existe un centenar departículas, todas diferentes...I. B.—A medida que avanzan lasinvestigaciones, se encuentran sin cesar máspartículas nuevas, cada vez más fundamentales.En realidad, durante suinmersión en el corazón del núcleo, losfísicos han descubierto el inmenso océanode las partículas nucleares que, desdeentonces, se acostumbra a llamar hadrones.G. B.—Se impone una precisión: no

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hay más que tres posibilidades enrelación con lo que está detrás de lafrontera del núcleo. La primera hipótesises que la carrera hacia lo infinitamentepequeño puede no tener fin. Desde haceuna veintena de años, gracias a los cadavez más potentes aceleradores departículas, los físicos han identificadouna multitud de partículas siempre másfundamentales, más pequeñas, más inestables,más inasibles, de manera queparece existir un número infinito deniveles sucesivos de realidad. Frente aesta proliferación vertiginosa, que se haacelerado aún más en estos últimos años,algunos investigadores son hoy presa deuna duda: ¿y si, en el fondo, noexistiese ninguna partícula verdaderamente«elemental»? ¿No estarán laspartículas identificables constituidas porpartículas cada vez más pequeñas, en unproceso de ajuste que jamás tendrá fin?El segundo enfoque, desarrollado poruna minoría de especialistas del núcleo,se basa en la idea de que un día llegaremosa encont rar el nivel fundamentalde la materia, una especie de «fondorocoso», constituido por partículasindivisibles, más allá de las cuales seráabsolutamente imposible encontrar nadamás.Queda, por fin, la tercera hipótesis:en este último nivel, las partículasidentificadas como fundamentales seríana la vez elementales y compuestas. Eneste caso, las partículas estaríanconstituidas por elementos, pero estoselementos serían de la misma naturalezaque ellas. Por poner un ejemplo: todosucede como si, al cortarla en dos, unatarta de manzana proporcionara dosnuevas tartas de manzana enteras,absolutamente idénticas a la tartaoriginal. Se hiciera lo que se hiciera, eneste caso sería imposible obtener dos mediastartas.Este tercer enfoque es el que parece

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conseguir la adhesión de la mayoría delos físicos nucleares; en especial, hapermitido diseñar la teoría de los quarks (1 ).J. G.—A pesar de todo, cualquiera quesea el enfoque que se adopte, lainmersión en el corazón de la materiapresenta aspectos desconcertantes. Por eso elfilósofo debe plantearseuna preguntasencilla: ¿cuál es hoy la partícula máselemental, las más fundamental, que el físicoha puesto de manifiesto?G. B. _ Parece que esa entidad últimaha sido alcanzada, al menos por la teoría,con lo que los físicos, no sin picardía, hanbautizado como quark. ¿Por qué? Porqueesas partículas existen en grupos de tres,igual que los famosos quarks inventadospor James Joyce en su novela FinnegansWake. Para descubr i r los ,sume r j ámonos en e l co r a zón d e lnúc l eo: a l l í encontraremos a loshadrones , hoy bien identificados , queparticipan en todas las interaccionesconocidas. Ahora bien, estas partículasparecen descomponerse, a su vez, enentidades más pequeñas: los quarks.Con los quarks comienza el ámbito dela abstracción pura, el reino de los seresmatemát icos. Hasta ahora no ha sidoposible comprobar la dimensión física delos quarks: mediante innumerablesexperimentos de laboratorio, han sidobuscados por todas partes en los rayoscósmicos, pero nunca han sidoobservados. En resumen, el modelo delquark descansa sobre una especie deficción matemática que, curiosamente,tiene la ventaja de funcionar.I. B.—La teoría de esta partículahipotética fue propuesta por vez primeraen 1964 por el físico Murray Gell-Mann.Según ella, todas las partículas hoyconocidas resultarían de la combinaciónde algunos quarks fundamentales ,di ferentes unos de otros. Lo mássorprendente es que la mayor parte delos físicos acepta hoy la idea de que los

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quarks serán siempre inasibles :permanecerán i r revers iblementeconfinados «al otro lado» de la realidadobservable. Por lo tanto, se reconoceimplícitamente que nuestroconocimiento de la realidad está basadoen una dimensión no material, en unconjunto de entidades sin modos niforma, que transciende el espacio-tiempo,cuya «sustancia» no es más que una nube decifras.J. G. _ Eso es una muestra dedeclaración puramente metarrealista. ¿Notienen esas entidades fundamentales una doblecara? Una, abstracta, estaría enrelación con el ambito de las esencias; otra,concreta, estaría en contacto con nuestromundo físico. En este orden de ideas, elquark sería una especie de «mediador» entrelos dos mundos.G. B.—En apoyo de su intuición,podemos proponer un primer esbozo que,por ahora, parece corresponder muy biencon lo que son los quarks, si es que existen.Hoy comienza a ser conocido en loscírculos de la física por el nombre algomisterioso de «matriz S». ¿De qué se trata?Contrariamente a las teorías clásicas,ésta no se esfuerza por describir el quark ensí mismo sino que permite captar la sombraque arroja en sus interacciones. Desde esepunto de vista, las partículas elementalesno existen como objetos, como entidadessignificativas por sí mismas, sino que sonúnicamente perceptibles a través de losefectos que producen. Así, los quarks puedenser considerados como «estados intermediarios»en una red de interacciones.1. B.—¿Dónde se detendrá, pues, nuestrabúsqueda de los materiales últimos? Quizásobre tres partículas que parecen constituirellas solas todo el universo: el electrón y, asus lados, dos familias de quarks: el quarkU (por up) y el quark D (por down), en losque U y D representan un carácter que losfísicos han llamado «sabor». Estas tresfamilias parecen garantizar ellas solas toda la

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prodigiosa variedad de fuerzas, de fenómenos yde formas que se encuentra en la naturaleza.J. G.—En resumen, estamos al final denuestro viaje por lo infinitamente pequeño.¿Qué hemos encontrado en nuestro periploen torno al corazón de la materia? Casi nada.Una vez más, la realidad se disuelve, se disipaen lo evanescente, en lo impalpable: la«sustancia» de lo real no es sino una nube deprobabilidades, humo matemático. Laverdadera cuestión es saber de qué estáhecho ese impalpable: ¿qué hay bajo ese«nada» en cuya superficie reposa el ser?Hemos llegado ya al borde del mundomaterial. Enfrente de nosotros están esasentidades tenues y extrañas que, con elnombre de «quarks», hemos encontrado ennuestro camino. Son los últimos testigos dela existencia de «algo» que todavía se parecea una «partícula». Pero, ¿qué hay más allá?La observación nos enseña que elcomportamiento de los quarks estáestructurado, ordenado. Pero, ¿qué loordena? ¿Qué es esa huella invisible queinterviene por debajo de la materiaobservable?Para responder, vamos a tener queabandonar todas nuestras referencias, todas lasseñales sobre las que se apoyan nuestrossentidos y nuestra razón. Por encima detodo, vamos a tener que renunciar a lacreencia ilusoria en «algo sólido», de lo cualestaría hecho el tejido del universo.Lo que vamos a encontrar en el caminono es ni una energía, ni una fuerza, sino algoinmaterial, que la física designa con el nombrede «campo».En física clásica, la materia estárepresentada por partículas, mientras que lasfuerzas son descritas por campos. La teoríacuántica, al contrario, no ve en lo real másque interacciones, que son transportadaspor entidades mediadoras llamadas«bocones». Más exactamente, esos bosonestransportan fuerzas y aseguran las relacionesentre las partículas de materiaque la física designa con el nombre de

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«fermiones ,los cuales, forman los «camposde materia».Por lo tanto, deberemos recordar que lateoría cuántica anula la distinción entrecampo y partícula y, al mismo tiempoac entre lo que es material y lo que no lo es.Dicho de otro modo: entre la materia y sumás allá.No se puede describir un campo más que entérminos de transformaciones de las estructurasdel espacio-tiempo en una región dada; por lotanto, lo que se llama realidad no es otracosa que una sucesión de discontinuidades, defluctuacionesac de contrastes y de accidentesde terreno que, en conjunto, constituyen unared de informaciones.Pero todo consiste en saber cuál es elorigen de tal información...LOS CAMPOS DE LO REALI. B.—Estamos, por fin, frente a laúltima frontera, la que limitamisteriosamente lo que llamamos larealidad física. Pero, ¿qué hay más allá?Nada más, sin duda. O, mejor dicho: nadamás de tangible.J. G.—Ahí comienza el dominio delespíritu. El soporte físico ya no esnecesario para transportar esainteligencia, ese orden profundo queobservamos al rededor nuest ro. Ahorabien, ese «casi nada», como decía elfilósofo Jankélévitch, es precisamenteeso, la sustancia de lo real. Pero, ¿dequé se trata?G. B.—Descendamos una vez más alo infinitamente pequeño, al corazón dela famosa materia. Supongamos que podemosintroducirnos en el núcleo delátomo. ¿Cómo será entonces el«panorama» que percibiremos allí? Lafísica nuclear nos indica que en ese niveldebemos encontrar partículas de lasllamadas «elementales», en la medidaen que no existe nada más «pequeño»que ellas: los quarks, los leptones y losgluones. Pero, una vez más, ¿de quépasta están hechas tales partículas?

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¿Cuál es la «sustancia» de un fotón o deun electrón?Hasta mediados de siglo, no se suporesponder a una pregunta as í. Hemospodido juzgar más ar r iba la potenciade esos dos grandes aparatos depensamiento que son la relatividad y lamecánica cuántica. Ahora bien, unadescripción completa de la materiaimplicaba una fusión de estas dosteorías en un conjunto nuevo. Eso fue,precisamente, lo que una nuevageneración de físicos comprendió haciafinales de los años cuarenta. Así, tras años detanteos y de esfuerzos, apareció lo que sellama la «teoría cuántica relativista de loscampos».J. G.—Lo que, según parece, nos acerca a laconcepción espiritualista de la materia...I. B.—Completamente. En estaperspectiva, una partícula no existe por símisma sino únicamente a través de losefectos que origina. Este conjunto deefectos se llama «campo». Así, los objetosque nos rodean no son otra cosa queconjuntos de campos (campoelectromagnético, campo gravitatorio, campoprotónico, campo electrónico); la realidadesencial, fundamental, es un conjunto decampos que interaccionan permanentementeentre ellos.J. G.—Pero, en tal caso, ¿cuál es lasustancia de ese nuevo objeto físico?I. B.—En sentido estricto, un campo notiene otra sustancia que la vibratoria; setrata de un conjunto de vibracionespotenciales, a las cuales están asociadasdiferentes clases de «quanta», es decir, departículas elementales. Estas partículas —que son las manifestaciones «materiales»del campo— pueden desplazarse en elespacio e interactuar unas con otras. En unmarco así, la realidad subyacente es el conjuntode campos posibles que caracterizan a losfenómenos observables, los cuales sólopueden ser observados por mediación de laspartículas elementales.

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J. G.—En resumen, lo que describe lateoría cuántica relativista de los campos noson las partículas como tales, como objetos,sino sus interacciones incesantes, innumerables.I. B.—Lo que quiere decir que no sepuede encontrar el «fondo» de la materia,al menos en forma de cosa, de una últimaparcela de realidad. A lo sumo, podemospercibir losefectos originados por elencuentro entre esos seres fundamentales,a través de acontecimientosfugitivos, fantasmales, a los que llamamos«interacciones».J. G.—Acabamos de atravesar una etapaimportante en el camino que, a través de laciencia, nos conduce a Dios.En efecto, el conocimiento cuántico quetenemos de la materia nos lleva acomprender que no existe nada estable en elnivel fundamental: todo está en perpetuomovimiento, todo cambia y se transformasin cesar, en el curso de ese ballet caótico,indescriptible, que agita frenéticamente laspartículas elementales. Lo que creemosinmóvil revela de hecho innumerablesvaivenes: zigzags, inflexiones desordenadas,desintegraciones o, por el contrario,expansiones. En el fondo, los objetos quenos rodean no son más que vacío, frenesíatómico y multiplicidad. Tengo entre mismanos esta sencilla flor. Algoespantosamente complejo: la danza de milesy miles de millones de átomos —cuyonúmero supera al de todos los posiblesseres que se puedan contar sobre nuestroplaneta, al de los granos de arena de todaslas playas—, átomos que vibran, oscilanalrededor de equilibrios inestables. Miro la flory pienso: en nuestro universo existe algosemejante a aquello que los antiguosfilósofos llamaban «formas», es decir, tiposde equilibrio que explican que los objetosson así porque son así y no de otra manera.Ahora bien, ninguno de los elementos quecomponen un átomo, nada de lo quesabemos sobre las partículas elementales,puede explicar por qué y cómo existen tales

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equilibrios. Éstos se apoyan en una causa que,en sentido estricto, no me parece quepertenezca a nuestro universo físico. Lo quevosotros llamáis «campo» no es otra cosaque una ventana abierta sobre un segundoplano mucho más profundo, el divino quizá.En el fondo, nada de lo que podemospercibir es verdaderamente «real», en elsentido que habitualmente damos a estapalabra. En cierto modo, nos hemossumergido en el corazón de una ilusión,que despliega a nuestro alrededor uncortejo de apariencias, de señuelos queidentificamos con la realidad.Todo lo que creemos sobre el espacio ysobre el tiempo, todo lo que imaginamos apropósito de la localidad de los objetos yde la causalidad de los acontecimientos,lo que podemos pensar acerca del carácterseparable de las cosas que existen en eluniverso, todo eso no es más que unainmensa y perpetua alucinación, quecubre la realidad con un velo opaco. Unarealidad extraña, profunda, existe bajo esevelo; una realidad que no estaría hechade materia, sino de espíritu; un vastopensamiento que, después de mediosiglo de tanteos, la nueva física empiezaa comprender, lo cual nos incita, comosoñadores que somos, a iluminar lanoche de nuestros sueños conuna nueva luzI. B.—Estamos alcanzando aquí elnivel fundamental de lo real,aprehendiendo su sustancia última, lamateria de la que está hecho. Ahora bien,¿qué es esta materia?La realidad observable no es nada másque un conjunto de campos. Ahora bien,en este punto, sus reflexiones a propósitode un orden transcendente adquierenuna extraña impor tancia. En efecto, losfísicos comienzan a percibir que lo quecaracteriza a un campo es la simetría, o,más exactamente, la invariante global desimetría.J. G.—¿Qué quiere decir?

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G. B.—Ese «orden subyacente» sobreel que reposa la naturaleza y del queproviene todo lo que vemos es. de hecho,la manifestación de algo muyinquietante, hasta ahora totalmenteinexplicable: la simetría primordial.Supongamos que hacemos girar undisco alrededor de su eje de rotación.Cualquiera que sea el número de vueltasque dé, o su velocidad, la simetría deldisco alrededor de su eje permaneceinalterada. En términos más rigurosos:el disco está sometido a una«invariante de aforo». Como demostraronhacia finales de los años sesentaalgunos físicos especialmente audaces ,toda simet ría requiere la existencia deun «campo de aforo», destinado a conservar lainvariante globaldel disco a pesar de lastransformaciones locales que sufrentodos sus plintos cuando gira.J . G.—En resumen, lo que us tedesl laman el campo de aforo sería lo queimpide al disco deformarse y perder asísu simetría original...G. B.—Algo así, trasladado a nuestraescala. Sin embargo, no olvidemos queestamos evocando fenómenos que seproducen en el seno del mundoext raordinariamente ajeno de loinfinitamente pequeño.J. G.—Antes de ir más allá, megustaría compartir lo que siento: unaimpresión de felicidad intelectualfrente a este concepto de simetría, nuevopara mí. Sé, o mejor dicho, siento desdes iempre que nuest ro universo descansaen un orden subyacente, en una especiede equilibrio estructural que tiene algode admirable, de bello, como puedetenerlo el carácter simétrico de unobjeto. Por eso espero de la físicamoderna que me diga en qué par te desu intimidad la naturaleza es«simétrica».1. B.—Volvamos a los orígenes deluniverso. En resonancia con la fórmula

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bíblica, podríamos decir que en esetiempo lejano, comprendido entre losquince y veinte mil millones de años, erala simetría. Recordemos el big bang: en elTiempo de Planck reina la simetríaabsoluta, que se manifiesta por la presencia,en el naciente universo, de laspartículas elementales denominadasgluones, que evolucionan de cuatro encuatro. Ahora bien, la masa de estosgluones es nula y todos ellos sonrigurosamente iguales, es decir, simétricos.A partir de aquí se puede adelantar lasiguiente hipótesis. Esta simetríaprimordial se quiebra por una repentinaruptura del equilibrio entre las masas degluones: mientras que sólo uno de losgluones conserva nula su masa (y seconvierte así en el soporte de la fuerzaelectromagnética), los tres restantes, porel contrario, alcanzan una masaextremadamente elevada,cien veces superior a la delprotón. Así apareció k) que se llama lainteracción débil, cuya existencia yahemos mencionado antes (2).J. G.—Si la simetría, es decir, elperfecto equilibrio entre las entidadesoriginales, caracterizaba al universo ensus comienzos, ¿por qué se quebró«espontáneamente»? ¿Qué sucedió?(3. B.—Nadie lo sabe, al menostodavía. Una de las explicaciones,propuesta por el físico Peter Higgs, es queexisten «partículas-fantasma», todavíaindetectables, cuyo papel ha consistidoen quebrar la simetría que reinaba entrelos quanta originales.J. G.—Algo así como una bola querueda entre un conjunto ordenado de bolos...G. B.—Exactamente. Y uno de losdesafíos de la física del futuro consistiráen poner de manifiesto esas partículasfantasma,mediante el uso deaceleradores de partículas suficientementepotentes.J. G.—De todos modos, me alegro de

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retener lo esencial: el universo-máquina,el universo granular, compuesto de materiainerte, no existe. Lo real estásubtendido por campos, el primero de loscuales es un campo primordial,caracterizado por un estado desupersimetría, un estado de orden y deperfección absolutos.¿Os asombraría si concluyo que esteestado de perfección, que la ciencia sitúaen los orígenes del universo, me parecepropio de Dios?I. B.—Su conclusión requiere unaevocación más afinada de aquello quepone precisamente punto final aldeterminismo mecanicista y a todo enfoquematerialista de lo real.Ya sabemos que en sentido estricto laspartículas elementales no existen, que noson más que manifestaciones provisionalesde campos inmateriales. Lo cualnos obliga, por consiguiente, aresponder a esta pregunta: ¿son loscampos la última realidad? ¿Sonentidades ajenas e inmersas en la geometría?O, ¿no son, por el contrario,otra cosa que la propia geometría?En realidad, de todo lo que precedese desprende que el espacio y el tiempono tienen ninguna clase de existencia independientey son, a su vez, proyeccionesligadas a los campos fundamentales. Enotras palabras, la imagen de un espaciovacío que si rve de escena al mundomaterial no tiene más sentido que la deun tiempo absoluto donde nacen y sedesarrollan fenómenos en el curso deuna cadena inmutable de causas y efectos.J. G.—Resumiendo: los campos sonlos verdaderos soportes de lo que yo hellamado el espíritu de realidad. Sinembargo, las reflexiones que hemosmantenido dejan intacta la pregunta: ¿dequé están constituidos estos campos?G. B.—En primer lugar, hemos vistoque el vacío no existe: no hay ningunaregión del espacio- tiempo donde no se

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encuent re «nada»; por todas par tesencont ramos campos cuánticos más omenos fundamentales. Más aún: estevacío es el teatro de acontecimientospermanentes, de fluctuacionesincesantes, de violentas «tempestadescuánticas», en cuyo transcurso se creannuevas entidades infra-atómicas que sondestruidas casi inmediatamente.I. B.—Hay que subrayar que estaspartículas virtuales, engendradas por loscampos cuánticos, son algo más queabstracciones; por muy fantasmales quesean, sus efectos existen en el mundofísico ordinario y son, por consiguiente,mensurables.J. G.—Si los seres cuánticos songenerados por campos fundamentales,si —dicho de ot ra manera— provienendelvacío, ¿qué es la realidad fundamentalsino «algo» cuyo tejido no es otra cosa quepura información?G. B.—En apoyo de su intuición, soncada vez más numerosos los físicos paraquienes el universo no es otra cosa que unaespecie de tablero informático, una vastamatriz de información. En tal caso, larealidad aparecería ante nosotros como unared infinita de interconexiones, una reservailimitada de planos y de modelos posiblesque se cruzan y se combinan según leyesque son inaccesibles para nosotros y quequizá nunca comprenderemos.J. G.—Sin duda, el físico David Bohmpiensa en esto cuando afirma que existe unorden implícito, escondido en lasprofundidades de lo real. En este sentido,deberíamos admitir que es como si eluniverso entero estuviera lleno de inteligenciay de intención, de la más mínimapartícula elemental a las galaxias. Y loextraordinario es que, en los dos casos, setrata del mismo orden, de la misma inteligencia.I. B.—Creo que es útil precisar lo quepiensan los físicos cuando afirman que eluniverso no es otra cosa que una inmensa

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red de información. Uno de losinvestigadores que con más entusiasmo haformalizado esta hipótesis es un teórico denombre Edward Fredkin. A sus ojos, bajo lasuperficie de los fenómenos, el universofunciona como si estuviera compuesto porun enrejado tridimensional deinterruptores, algo así como las unidadeslógicas de un ordenador gigante. Por eso,en este universo, las partículas infraatómicasy los objetos que ellas engendrancon sus combinaciones no son otra cosa que«esquemas de información» en perpetuomovimiento.J. G.—Si Fredkin está en lo cierto,cuando sea posible la puesta al día de lasleyes que permiten a la información universalordenar lo real, comprenderemos porqué funcionan las leyes de la física: la próximaetapa será la de la física «semántica», la delos significados. Me parece que estarevolución científica abre la tercera era de lafísica.La primera fue la de Galileo, Kepler yNewton, en cuyo transcurso fue redactadoel catálogo de movimientos sin explicarqué es el movimiento; la segunda es lafísica cuántica, que estableció el catálogo deleyes del cambio sin explicarlas; la tercera,todavía por llegar, es el desciframiento dela ley física misma.G. B.—Es forzoso reconocer, sinembargo, que la devaluación de losconceptos de materia y energía en beneficiode la «nada» de la información no se harásin dolor: ¿cómo abandonar el material físicoque fundamenta nuestra existencia yreemplazarlo por un «programa»? * Y,¿cómo pueden ser convertidos a estos nuevosfundamentos los elementos de conocimientoduramente adquiridos por la ciencia?¿Cómo y dónde ir a extraer los secretos deese universo de significado? Una vez más,los procesos fundamentales que gobiernanel universo en el nivel de la «red deinformación» se sitúan más allá de losquanta. Cuando nuestra tecnología nos

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permita penetrar en niveles de existenciatodavía más ínfimos quizá comencemos aasegurar nuestra —precaria--posición en elreino nebuloso de la información cósmica (1).* La locución que aparece en el originalfrancés —«logiciel de signification»—vale literalmente por software o —ennuestra lengua— por «soporte lógico».Sin embargo, para su versión al castellanose ha preferido, en perjuicio de laprecisión, pero en beneficio de lacomprensión utilizar el vocablo«programa», sin duda mucho másdifundido entre la mayoría de los lectores.(N. del T.)En el fondo, todo sucede como si elespíritu, en sus intentos por traspasar lossecretos de lo real, descubriese que esos secretostienen algo en común con él. El campode la conciencia podría pertenecer al mismocontinuo que el campo cuántico. Noolvidemos este principio esencial de lateoría cuántica: el acto mismo de laobservación —es decir, la conciencia del observador—interviene en la definición y,aún más profundamente, en la existencia delobjeto observado: el observador y la cosaobservada forman un único sistema.Esta interpretación de lo real, resultadodirecto de los trabajos de la Escuela deCopenhague, abolió toda distinción fundamentalentre materia, conciencia y espíritu:sólo queda una misteriosa interacciónentre esos tres elementos de una mismatotalidad. Recordemos una de lasexperiencias más fascinantes de la físicacuántica: la de las rendijas de Young. Segúnla ecuación de Schródinger, cuando laspartículas de luz pasan a través de la rendijade una pantalla y golpean el muro situadodetrás de ella, el 10 por ciento de laspartículas chocará contra una zona A,mientras que el 90 por ciento restantechocará contra una zona B. Ahora bien, elcomportamiento de una partícula aislada esimprevisible: sólo el modelo de distribución deun gran número de partículas obedece a leyes

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estadísticas previsibles. Si enviamos laspartículas una a una a través de la rendija,una vez que el 10 por ciento de ellas hayachocado contra la zona A, nos parecerá que lassiguientes partículas «saben» que laprobabilidad ya se ha cumplido y que debenesquivar esa zona (1).¿Por qué? ¿Qué tipo de interacción existeentre las partículas? ¿Intercambian algoparecido a una señal? ¿Obtienen de lamisma red del campo cuántico lainformación adecuada para guiar sucomportamiento?Vamos a intentar descubrirlodescomponiendo, fase por fase, la célebreexperiencia de las rendijas de Young...1. B.—Para encontrar en el seno de lamateria lo que llamamos el «espíritu»,vamos a penetrar ahora en el corazón dela otredad cuántica a través de unexperimento sorprendente que, desdehace muchos años, sigue desembocandoen un misterio. El experimento, del queya hemos dicho algunas palabras, esconocido por el nombre de «experimentode la doble rendija» y constituye elelemento fundamental de la teoríacuántica.J. G.—¿Por qué razón?G. B.—Porque, como dijo un día elfísico americano Richard Feynman,pone de mani f ies to «un fenómeno quees imposible de explicar de una maneraclásica y que alberga el corazón de lamecánica cuántica. En realidad, encierra elúnico1. B.—Si querernos llegar, no aresolver un misterio así sino,simplemente, a hacernos una idea —incluso vaga— de lo que oculta,debemos abandonar, una vez más,nuestras últimas referencias al mundocotidiano.J. G.—Niels Bohr tenía una maneraespecial de describir esa otredad a la quealudís. Cuando alguien venía a exponerleuna idea nueva, susceptible de resolver

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alguno de los enigmas de la teoríacuántica, le respondía, divertido: «Suteoría es absurda, aunque no lo suficientecomo para ser verdadera.»EL ESPÍRITU EN LA MATERIAG. B.—En este sentido, el acierto dela teoría cuántica es estar edificada almargen y, la mayoría de las veces, encontra de la razón ordinaria. Por eso hayalgo de «loco» en esa teoría, algo quedesde entonces sobrepasa a la ciencia.Sin que aún lo sepamos claramente, loque está en juego y comienzairreversiblemente a tambalearse esnuestra representación del mundo.J. G.—¿Podemos dar un ejemplo de esetambaleo?G. B.—Tomemos una flor. Si decidocolocarla fuera de mi vista, en otrahabitación, no deja por eso de existir. Almenos, esto es lo que la experienciacotidiana me permite suponer. Ahorabien, la teoría cuántica nos dice otracosa diferente: sostiene que si nosotrosobservamos la flor con suficiente detalle,es decir, en el nivel del átomo, su realidadprofunda y su exi s tencia se l iganínt imamente al modo en que la obser -vamos.J. G.—Estoy dispuesto a admitir que elmundo atómico no tiene ningunaexistencia definida mientras no dirijamoshacia él algún instrumento de medida. Loque cuenta es el juego de conciencia aconciencia; para usar una expresiónmatemática: el cometido que a partir deahora recae en el espíritu, y sólo en él,de «cuantificador existencial» en elcorazón de esa realidad que persistimos sinmotivo en llamar material.I. B.—Vamos a intentar establecerclaramente este juego de conciencia aconciencia viendo con detalle el famosoexperimento que el físico inglésThomas Young real izó por primera vezen 1801.Imaginemos de nuevo el dispositivo:

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una superficie plana, horadada por dosrendijas; una fuente luminosa, situadadelante; y una pantalla, colocada detrás.A partir de aquí, ¿qué sucede cuandolos «granos de luz» que son los fotonesatraviesan las dos rendijas y encuentranla pantalla que hay detrás? Desde 1801, larespuesta es clásica:se observa en la pantallauna serie de rayas verticales, alternativamenteoscuras y claras, cuyo trazadogeneral evoca inmediatamente el fenómenode las interferencias.J. G.—En tal caso, se debería poderconcluir, como hizo Young por otra parte,que la luz es comparable a un fluido, quese propaga por ondas que son de la mismanaturaleza que las ondas en el agua.Ahora bien, como hemos subrayado, ésano es la conclusión de Einstein. Para él, laluz está hecha de pequeños granos, losfotones. ¿Cómo pueden miríadas de granosturbulentos, separados unos de otros,configurar las coherentes y precisasformas de las bandas alternativamenteclaras y oscuras?G. B.—Ahí está precisamente elmisterio. Para captar su amplitud,propongo que realicemos el experimentopor etapas.Supongamos, en primer lugar, quecierro una de las dos rendijas, la izquierda,por ejemplo. Ahora, los fotones deberánpasar por la única rendija existente, la derecha.Reduzcamos la intensidad de la fuenteluminosa hasta que emita los fotones de unoen uno.«Disparemos» ahora un fotón. Uninstante más tarde, el fotón pasa por laúnica rendija abierta y alcanza la pantalla.Como conocemos su origen, su velocidad ysu dirección, podríamos, con ayuda de lasleyes de Newton, predecir exactamente elpunto de impacto de nuestro fotón en lapantalla.Introduzcamos ahora en el experimentoun elemento nuevo: vamos a abrir la rendijade la izquierda. Seguimos después la

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trayectoria de un nuevo fotón en dirección ala misma rendija, la de la derecha.Recordemos que nuestro segundo fotón partedel mismo lugar que el primero, se desplaza a lamisma velocidad y en la misma dirección.J. G.—Si he comprendido bien, la únicadiferencia en este segundo «disparo de fotón»es que, al contrario que en el primer caso, larendija de la izquierda ahora permaneceabierta...G. B.—Exactamente. En buenalógica, el fotón número dos deberíagolpear la pantalla exactamente en elmismo sitio que el fotón número uno.Pues bien, no sucede nada de eso.El fotón número dos golpea,efectivamente, la pantalla en un sitiomuy diferente, completamente distintodel punto de impacto del primero. Esdecir, todo sucede como si el comportamientodel fotón número dos hubierasido modificado por la aper tura de larendi ja de la izquierda. El mis terio esés te: ¿cómo ha «descubierto» el fotónque la rendija izquierda estaba abierta?Antes de intentar responder, vayamos más lejos.Continuemos despachando fotonesde uno en uno en dirección a la placa,sin apuntar a ninguna rendija. ¿Quéconstatamos al cabo de cierto tiempo?Que, en contra de lo esperado, laacumulación de impactos de los fotonesen la pantalla forma progresivamente latrama de interferencia producidainstantáneamente en el curso del experimentoinicial.Aquí se plantea de nuevo unapregunta s in respues ta: ¿cómo «sabe»cada fotón qué parte de la pantalla debegolpear para formar, junto con susvecinos, una imagen geométrica querepresenta una sucesión perfectamenteordenada de rayas verticales? Ésta es,precisamente, la pregunta que, en 1977,planteó el físico americano Henry Stapp,profundamente conmocionado por estosresultados: «¿Cómo sabe la partícula

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que hay dos rendijas? ¿Cómo es acopiadala información sobre lo que sucede en losdemás sitios para determinar lo que esprobable que suceda aquí?»J. G.—Se tiene casi la impresión deque los fotones están dotados de unaespecie de conciencia rudimentaria, locual me conduce i rres is tiblemente alpunto de vi sta de Tei lhard de Chardin,para quien todo en el universo, hasta lamás ínfima partícula, es portador de un ciertogrado de conciencia...I. B.—En el estado actual de la ciencia, lamayoría de loscientí ficos no comparten suopinión. Sin embargo, algunos dan unsalto y llegan hasta a imaginar que laspartículas elementales están dotadas deuna propiedad más o menos comparablecon el libre albedrío. Es, por ejemplo, elcaso del físico amer icano Evan Walker ,quien, en 1970, expuso es ta sor -prendente tesis: «La conciencia puede serasociada a todos los fenómenoscuánticos... ya que todo acontecimientoes en última instancia el producto deuno o varios acontecimientos cuánticos;el universo está habitado por un númerocasi ilimitado de entidades conscientes,discretas)(en el sentido matemático),generalmente no pensantes, que tienenla responsabilidad de hacer funcionar eluniverso» (1).G. B.—Sin llegar a hablar deconciencia, es inquietante comprobar,sin embargo, hasta qué punto la realidadobservada está ligada al punto de vistaadoptado por el observador. Demos otroejemplo. Supongamos que consigoidentificar la rendija por la que pasa cadauno de los fotones que participan en elexperimento.En este caso, por muy sorprendenteque pueda parecer, ¡no se formaninguna trama de interferencias en lapantalla! En otras palabras, si decidoverificar experimentalmente que el fotónes una partícula que atraviesa una

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rendija definida, entonces nuestro fotónse comporta exactamente como unapartícula que atraviesa un orificio.Por el contrario, si no me empeño enseguir la trayectoria de cada fotóndurante el experimento, entonces ladistribución de las partículas en lapantalla termina por formar una trama deinterferencias de onda.J. G.—En resumen, se tiene laimpresión de que los fotones «saben»que son observados y, aún másexactamente, de qué manera son observados.I. B.—Algo así. Aunque es ilusoriopensar que el concepto de conciencia estrasladable a las entidades que pueblanel universo cuántico.En cambio, este experimentoasombroso confirma que no tiene sentidohablar de la existencia objetiva de unapartícula elemental en un punto definidodel espacio. Se comprueba de nuevo queuna partícula no existe en forma deobjeto puntual, definido en el espacio yen el tiempo, más que cuando es observadadirectamente.G. B.—En el fondo, la única manerade comprender los resultados de unexperimento así consiste en abandonarla idea de que el fotón es un objetodeterminado. En realidad, sólo existe enforma de onda de probabilidad, queatraviesa simultáneamente las dosrendijas e interfiere consigo misma en lapantalla.J. G.—De aquí concluyo que noexiste mejor ejemplo deinterpenetración entre la materia y elespíritu: cuando intentamos observarla,esta onda de probabilidad se transformaen una partícula precisa; por elcontrario, cuando no la observamos,conserva abiertas todas sus opciones. Locual conduce a pensar que el fotónmanifiesta tener conocimiento deldispositivo experimental, incluso de loque hace y piensa el observador. En

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cierto sentido, pues, las partes están enrelación con el todo...I. B.—En resumidas cuentas, el mundose determina en el úl t imo momento, enel ins tante de la observación. Antes ,nada es real, en sentido estricto. Tanpronto como el fotón abandona lafuente luminosa, deja de existir comotal y se convierte en un tren deprobabilidad ondulatoria. El fotónoriginal es entonces reemplazado poruna serie de «fotones-fantasma», unainfinidad de dobles que siguenitinerarios diferentes hasta llegar a lapantalla.J. G.—Y basta observar la pantallapara que todos los fantasmas, exceptouno solo, se desvanezcan. El fotónrestante se vuelve entonces real.- Es to plantea la cuest ión de saberen qué se convierte un objeto cuánticocuando dejamos de observarlo: ¿sedivide nuevamente en una infinidad departículas-fantasma y deja, simplemente, deexistir?I. I3.—Desde el punto de vista filosófico,esta noción de partículas-fantasma tieneuna consecuencia interesante, que no sele escapó a Niels Bohr. A partir de 1927,el gran teórico sugirió que la idea de unmundo único podría ser falsa. Volvamosal experimento de la doble rendija:según Bohr, nada nos impide concebirque los dos casos de figura de interferenciade ondas (representados por los dositinerarios posibles del fotón queatraviesa bien la rendija A, bien larendija B) corresponden, de hecho, a dosmundos totalmente diferentes uno de otro.J. G.--¿Qué quiere decir con eso?I. B.—Que, en el mundo posible, lapartícula pasa por el orificio A; y queexiste un segundo mundo, en el cualatraviesa el orificio B.G. B.—Para l legar al fondo delrazonamiento hay que añadi r quenuest ro mundo real es el resul tado de

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la superposición de esas dos realidadesalternativas, que corresponden a los dositinerarios posibles del fotón. En cuantoobservamos la pantalla para saber porcuál de las rendijas ha pasado lapartícula, la segunda realidad sedesvanece instantáneamente, lo cualsuprime las interferencias.J. G.—Lo que se acaba de decirautoriza a arriesgar dos conclusionesextremas.La primera desemboca en esta ideanueva, nunca tratada en filosofía: nosolamente existirían partículas-fantasmaen el costado de nuestra realidad, sinouniversos completos, mundos«paralelos» al nuestro. En tal caso,estaríamos caminando por un dédalo enel que una infinidad de mundosposiblesrodearía nuestro estrecho sendero,todos igualmente reales y verdaderos,aunque inaccesibles. Más adelantemencionaré las razones por las que esta tesisme parece muy incierta.El segundo punto es que nadie está encondiciones de explicar lo que sucede enel nivel del fotón en el momento en elque «elige» pasar por A o por B. Elmisterio es que, frente a la rendija A, elfotón parece saber que la rendija B estáabierta o cerrada. En resumen, parececonocer el estado cuántico del universo.Ahora bien, ¿qué es lo que permite alfotón elegir un i t inerar io u ot ro? ¿Quées lo que devuelve los mundosfantasmales a la nada? Simplemente, laconciencia del observador. Aquívolvemos al espíritu: en los extremosinvisibles de nuestro mundo, por debajoy por encima de nuestra realidad, sepalpa el espíritu. Es quizá allí abajo, enel corazón de la otredad cuántica, dondenuestros espíritus humanos y el de eseser transcendente que llamamos Diosson llevados a encontrarse.Una palabra más. El experimento que

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hemos descrito nos muestra que novivimos en un mundo determinado; alcontrario, somos libres y tenemos elpoder de cambiar todo a cada instante.Por eso, las partículas elementales noson fragmentos de materia sino, simplemente,los dados de Dios.1. B.—Aquí tenemos una ocasión parareconciliar a Einstein con los defensoresde la teoría cuántica. En efecto, comoafirma la teoría en cuestión, los dadosexisten, aunque no lo parezca; sinembargo, conforme al punto de vista deEinstein, no es Dios quien juega con losdados, sino el hombre mismo (8).J . G.—Y es a nosot ros a quienescor responde saber en cada instante cómohacerlos rodar en la buena dirección.Acabamos de ver que la existencia y laevolución del universo dependen de laprecisión rigurosa con la que han sidoestablecidas las condiciones iniciales y lasgrandes constantes que de ellas se derivan.Parece, pues, que estemos en el mejor de losmundos.Y si nuestro universo no fuera el únicouniverso posible? En otras palabras: ¿existen,al lado del nuestro, otros universos«paralelos», que siempre permaneceráninaccesibles para nosotros? Entonces, sinuestro universo no es más que unaversión entre otras de una cantidad infinitade universos posibles, la fabulosa precisión enla regulación de las condiciones iniciales y delas constantes físicas no es nada sorprendente.Sin embargo, es forzoso reconocer que lanoción de universos múltiples no descansasobre ningún fundamento científico verificable.Una vez más, estamos confrontados con ununiverso único, el único posible, cuyascondiciones iniciales de aparición y cuyasconstantes físicas fueron fijadas con unaprecisión vertiginosa.Puesac desde el primer instante, lamateria contiene una chispa que, en el granfresco cósmico, permitirá la aparición dela vida, de la conciencia y, por último, de

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nosotros mismos.LOS UNIVERSOS DIVERGENTESG. B.—Sucede a veces que las ideas másabsurdas, aquéllas de las que pensamos quenunca tendrán la menor oportunidad de serun día ejecutadas, acaban por desembocaren una formulación científica. Eso es loque está sucediendo con una cuestión queparece tan poco razonable de entrada que lamayor parte de entre nosotros ni siquiera seatreve a plantearla. Nacida de la observacióndel mundo tal como es, se refiere al mundotal como podría o habría podido ser.Comencemos por el ejemplo más simple.Después de haber realizado una accióncualquiera, a menudo nos preguntamos quéhabría sucedido si no la hubiéramosrealizado. ¿En qué medida nuestra vidacotidiana habría sido modificada por eso? Estodavía más frecuente que intentemosimaginar, a la inversa, lo que habría podidosobrevenir si hubiéramos realizado tal o cualproyecto. ¿En qué habría cambiado entonces elmundo que nos rodea? Y poco a poco, aveces sin apenas darnos cuenta, nosponemos a imaginar otros mundos posibles,a elaborar cuadros enteros de unaderivación histórica diferente, salida de ununiverso paralelo al nuestro.J. G.—El problema que usted planteaes singularmente arduo. Por ejemplo, yome he preguntado a menudo: ¿qué habríapasado si Luis XVI no hubiera sidoreconocido «por azar» en Varennes; siNapoleón 1 hubiera vencido en Water-loo?Lo primero que me llama la atención esel carácter a menudo «gratuito»,contingente, que reviste tal o cual desarrollode la historia. Cada vez que estudiamos endetalle la génesisde un acontecimiento, tan pronto comointentamos comprender por qué se haproducido tal cosa, vemos aparecer unamultitud de factores, hasta entonces invisibles,enlazados arbitrariamente por una cadenaque parece responder más al «azar» que aun destino explícito. Por lo tanto, cuando

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nos inclinamos sobre nuestra vida cotidiana,tenemos lógicamente derecho a decirnos queuna nadería habría sido suficiente para quetal acontecimiento no hubiera tenido lugar,o, por el contrario, que habría bastado unapequeñez para que tal otro ocurriera. En losdos casos, la realidad que conocemos habríasido diferente.A partir de aquí, grande es la tentación dedecirse: existen, quizá, otros universos,paralelos al nuestro, en los que mihistoria (y, en general, la de la humanidadentera) se ha desarrollado de otra manera.Por ejemplo, hay quizá un mundo donde sepuede encontrar a un Jean Guittontotalmente semejante a mí, excepto en quenunca decidió dedicar su existencia a lafilosofía.1. B.—Quedémonos un instante en estepunto: ¿le parece, desde la distancia, que suvida habría podido tomar un camino diferente?¿Recuerda usted con precisión el momentode su vida en que todo habría podido dar lavuelta?J. G.—Sin duda alguna. Para mí, esemomento de elección entre los mundosposibles, ese turbador instante durante elque hay que alumbrar un universo y,simultáneamente, devolver el otro a la nada,tuvo lugar en 1921, el año de mis veinteaños. Desde hacía dos, yo estabamatriculado en la Escuela Normalsuperior, en la sección de letras. Por lotanto, estoy casi seguro de que me habríaquedado en «literato» si unacontecimiento muy preciso no me hubierahecho desviarme. Un buen día, el director dela escuela, el señor Lanson, tuvo la feliz ideade pedir al gran filósofo Émile Boutroux queviniese a dar una conferencia a los jóvenesalumnos que éramos nosotros. Boutroux eraun monumento viviente del pensamiento.Cuñado del matemático más ilustre de sutiempo, Henri Poin(aré, representaba para míla esencia misma de la filosofía. Hoy,setenta años más tarde, veo todavía su gransilueta encorvada penetrar lentamente en

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el llamado salón de actos, dondeestábamos reunidos. Su voz, medioapagada, se elevó luego en el vacío, porencima de nuestras cabezas, y comenzó ahablarnos de la ciencia y, después, de Dios.Las horas pasaron dulcemente y un gransilencio, semejante al silencio del granTodo en cada ser, nos había envuelto.Entonces, quizá temiendo que la palabraque ascendía en la tarde, como un lentocambio de tiempo, fuera su último actofilosófico, el anciano levantó la cabeza yacabó, en un murmullo: «Todo es uno, peroel uno está en el otro, como las tres personas.»Un soplo, semejante a una lámina deviento, giró entonces en el aireabsolutamente silencioso, y supe que en eseinstante único, tan bello pero tan trágico, algoacababa para siempre.«Señores —dijo levantándose—, muchasgracias.»Tres meses más tarde, en un frío día denoviembre, tuvieron lugar los funerales deÉmile Boutroux. Al pasar por delante delliceo Montaigne, distinguí la negra siluetadel señor Lanson, nuestro director, queavanzaba penosamente contra el viento. Lehice una seña y, empujado por el recuerdodel filósofo que acababa de desaparecer, ledije: «Señor director, he decidido...dejar...lasección de letras...y entrar en la sección defilosofía.» Entonces el señor Lanson posóen mí una mirada que me pareció venir demuy lejos: «La sección de letras estaba unpoco recargada, en efecto. Le agradezco quehaya restablecido el equilibrio.»A partir de ese día, cambiédefinitivamente de universo: desdeentonces era un «filósofo». Estoyconvencido, sin embargo, de que si el granBoutroux no hubiera venido a hablarnos tresmeses antes, me habría convertido quizá enprofesor de letras, o en novelista. Encualquier caso, Jean Guitton, el que yoconsidero el verdadero, el único JeanGuitton, no habría existido.I. B.—Vayamos más lejos. Siguiendo a Niels

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Bohr, arriesguemos esta idea insensata: no sólohabría podido aparecer unJean Guitton «literario», sino querealmente existe en otro universo, ununiverso de alguna manera paralelo alnuestro, aunque separado de él parasiempre. A partir de ahí, nada nos impidepensar que pueda existir una tercera,luego una cuarta y, poco a poco, unainfinidad de versiones diferentes del JeanGuitton que conocemos.G. B.—Esta hipótesis de losuniversos paralelos ha sido propuestapara resolver ciertas paradojasprocedentes de la física cuántica, que,como se sabe, describe la realidad en términosde probabilidad. Hay querecordar que esa interpretación de unmundo en el que numerososacontecimientos no pueden serpronosticados con exact itud, sinos implemente descritos como probables,disgustaba a un gran número de físicos,entre ellos al mismo Albert Einstein. Ypara mostrar los límites de las ideasprobabilistas, el físico austríaco ErwinSchródinger propuso esta pequeña historia.Imaginemos que un gato esencer rado en una caja que contiene unfrasco de cianuro. Encima del frasco hayun martillo cuya caída es provocada porla desintegración de una materiaradioactiva. Tan pronto como el primerátomo se desintegra, cae el martillo,rompe el frasco y libera el veneno: elgato muere. Has ta aquí , elexper imento no revela nada desorprendente.Pero todo se complica cuando, sin abrirla caja, intentamos predecir lo que haocurrido en su interior. Según las leyesde la física cuántica, no hay, en efecto,ningún medio de saber en qué momentotendrá lugar la desintegraciónradioactiva que pondrá enfuncionamiento el dispositivo mortal. Alo sumo, se puede deci r que, en

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términos de probabi l idad, hay, porejemplo, un 50 por ciento deposibilidades de que una desintegraciónse produzca al cabo de una hora. Porconsiguiente, si no miramos en elinterior de la famosa caja, nuestro poderde predicción será muy pobre: porejemplo, tendremos una posibilidadentre dos de equivocarnos al afirmarque el gato está vivo. En realidad, en elinterior de la caja reina una extrañamezcla de realidades cuánticas, compuesta deun 50 porcielito de gato vivo y un 50 porciento de gato muerto, situación queSchródinger consideraba inadmisible (5).Para remediar es ta paradoja, elf í s ico amer icano Hugh Everett recurrióentonces a la teoría de los «universosparalelos», según la cual el universo sedividiría en dos en el momento de ladesintegración y daría origen a dosrealidades distintas: en el primeruniverso, el gato está vivo; en el segundo,está muerto. Tan real uno comootro, estos dos universos se habríandesdoblado en cierta forma para novolver a encontrarse jamás. Y también sepuede postular la existencia de unainfinidad de universos que nos estarían vedadosparaI. B.—Desde el punto de vistacuántico, todos estos universos posibles,en cierto modo adyacentes unos de otros,coexisten. Volvamos al gato deSchrödinger. Antes de la observación, enla caja hay dos gatos superpuestos: unoestá muerto mientras que el otro estávivo. Estos dos gatos pertenecen a dosmundos posibles, totalmente diferentesel uno del otro. Sin embargo, si aplicoal pie de la letra la interpretación deCopenhague, en el momento de laobservación se derrumba la funciónondulatoria que transportasimultáneamente a los dos gatos y, en sucaída, arrastra a uno de los dos felinos,cuya desaparición provoca

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instantáneamente la anulación del segundomundo posible.G. B.—Con más precisión aún. Lainterpretación de Copenhague enunciaque los dos estados del gato, quecorresponden a dos aspectos posibles dela función ondulatoria, son, tanto unocomo otro, irreales: simplemente, uno delos dos se materializa cuando miramos en elinterior de la caja.J. G.—En este sentido, el acto mismode observación y la toma de concienciaque genera, ;no solamente modifican larealidad sino que la determinan! Lamecánica cuántica subraya con brillantezla evidencia de una íntima relación entreel espíritu y la materia. ¿Cómo entonces nosentirse transportadopor una inmensa felicidad depensador? He aquí la confirmación deaquello en lo que siempre he creído: lasupremacía del espíritu sobre la materia.I. B.—Una buena conclusión que, sinembargo, un pequeño número de físicosse esfuerza en soslayar recurriendo a unahipótesis cuando menos extraña, cuyasconsecuencias van mucho más al lá delo que la mayor par te de los hombresde ciencia está dispuesta a admitir: lahipótesis de los mundos múltiples.Esta sorprendente interpretación de lamecánica cuántica fue propuesta porprimera vez hace algunos años por unjoven físico de la Universidad de Princeton,Hugh Everett.Volvamos a nuestro ya célebre gatode Schrödinger. Deseoso de proponerideas originales para su tesis doctoral,Everett partió del siguiente punto devista: no hay uno sino dos gatos dentrode la caja, ambos reales. Simplemente,mientras el primero está vivo, elsegundo está muerto; y cada uno, en unmundo diferente.J. G.—¿Qué significa este fenómeno dedesdoblamiento?I. B.—En el pensamiento de Everett,

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más o menos esto: enfrentado a una«eleción» ligada a un acontecimientocuántico, el universo es forzado adividirse en dos versiones de sí mismo,idénticas en todos sus puntos.De es te modo, exis t i r ía un pr imermundo, en el que el átomo se volatilizay causa la muerte del gato, verificadapor el observador. Sin embargo, habríaigualmente un segundo mundo, tambiénreal , donde el átomo no se habríadesintegrado y donde, por consiguiente, elgato seguiría vivo.En lo sucesivo, estaríamos, por lotanto, en relación con dos mundosdiferentes uno de otro, dos universosentre los cuales no habría ya ningunacomunicación posible. Dos mundoscuyas respectivas historias podríandiferenciarse progresivamente, divergerhasta volverse ajenas entre sí.J . G. En tal caso, nuest ra realidadno sería única, sino que estaría rodeadade una miríada de dobles más o menosdiferentes, cada uno de los cuales iríadividiéndose a lo largo de un vertiginosoproceso sin fin.I. B.—Sí. Puesto que si aceptamos estahipótesis, en cada estrella y en cadagalaxia, en la Tier ra lo mismo que enel resto del cosmos, se producen a cadainstante transiciones cuánticas, es decir,fenómenos que llevan a nuestro mundo adividirse en una infinidad de copias, quedan a su vez origen a otras copias, y asísucesivamente.J. G.------¿Habría, pues, en el mismomomento en que hablo, un número de diezelevado a cien copias de mí mismo, máso menos semejantes, cada una de lascuales daría origen a su vez a un númerode copias igual a diez elevado a cien, yasí hasta el infinito?Que me perdonen los partidarios deesta hipótesis, pero tengo varias buenasrazones para juzgarla inaplicable a nuestrarealidad, desde el punto de vista

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filosófico. No nos equivoquemos ;naturalmente, es toy di spues to aadmi t i r que, por ejemplo, haya podidoexistir un Jean Guitton más o menosdiferente de mí ( por ejemplo, un JeanGuitton que no hubiera intentado nuncapintar). Pero otra cosa es decir que viverealmente en «otra» parte, tan ciertacomo ésta, aunque inaccesible.Reflexionemos. Afirmar que existe,como las imágenes en un espejo, unamiríada de mundos paralelos alnuestro, es suponer que realmenteadviene no solo todo lo que es posiblesino, igualmente, todo lo que esimaginable. Deberíamos entoncespostular la existencia, mucho más alláde las simples variantes procedentes denuestro universo, de mundos monstruosamentediferentes, de realidadeserrantes, basadas en estructuras y leyestotalmente ajenas a todo lo quepodemos incluso pensar. Ahora bien,frente a. tal frenesí, frente a todos esosinnumerables mundos encadenados a latrama de las virtualidades, ¿cuál sería «elbueno»? ¿ Habría un mundo de referencia,un mundo-modelo del queprocederían los demás? forzosoreconocer que no: cada uno de esosuniversos extraería su legitimidad de supropia existencia, en igualdad con unainfinidad de otros universos. Nuestrapropia realidad, perdida como una gotitaen un océano sin límites, no sería, pues,ni mejor ni más legítima que cualquier otra.I. B.—Tenemos que precisar que lamayor par te de los físicos rechaza estatesis, siguiendo así el ejemplo de algunosde los fundadores, especialmente delaudaz teórico americano John Wheeler.Con ocasión de un simposio consagradoa Albert Einstein, alguien le preguntósu opinión sobre la teoría de losmundos múltiples , y él respondió:«Confieso que he tenido quedesprenderme a disgusto de esta

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hipótesis, a pesar del vigor con el que laapoyé al principio, porque temo que susimplicaciones metafísicas no sean excesivas.»Por mi parte, estoy tentado de creerque esta interpretación de la mecánicacuántica lleva a conclusionesradicalmente inversas de las propuestaspor el grupo de Copenhague. Se puededecir, para simplificar, que en lainterpretación de Copenhague nada esreal, mientras que para los teóricos delos mundos múltiples, por el contrario, todo esreal.G. B.—El pensamiento de Copenhagueexcluye, en efecto, la posibilidad demundos alternativos. Detrás de cadaelemento de nuestra realidad hayinnumerables elementos virtuales, cadauno de los cuales hace referencia auniversos fantasmales, a realidades quepodrían existir pero que no tienen ningunaconsistencia mientras no sean«materializadas» por un observador . Eles tado cuánt ico remite a un mundos ituado más allá del mundo humano, aun mundo en el que una infinidad desoluciones virtuales, de mundospotenciales, son inducidos a coexistir.Desde esta perspectiva, se puede, por lotanto, admitir que los universos llamadosparalelos sólo existen en el ámbito cuántico,es decir, en estado virtual.I. B.—Precisemos este punto. Antes de serobservada, unapartícula elemental existe enforma de «paquete de ondas». Es decir,todo sucede como si hubiera una infinidadde partículas, cada una con unatrayectoria, una posición, una velocidad;o sea, con características diferentes de lasdemás. Ahora bien, en el momento de laobservación, la función ondulatoria sederrumba y sólo una de esasinnumerables partículas es llevada amaterializarse y a anular de golpe atodas las «partículas paralelas». Y enel momento en que un acontecimientose materializa en la larga cadena de

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fenómenos que forman la historia denuestro universo, una infinidad deacontecimientos virtuales se desvanece yuna miríada de mundos fantasmales esengullido por su estela.Sólo queda entonces nuestra realidad, única eindivisible.J. G.—Eso pide una pregunta: ¿quées lo que provoca el derrumbamiento dela función ondulatoria que caracteriza aun fenómeno? Nada menos que el actode observación. En este sentido y poranalogía, podemos perfectamenteconsiderar que nuest ro universoproviene del der rumbamiento de unaespecie de «función ondulatoriauniversal», derrumbamiento que esprovocado por la intervención de unobservador exterior.Supongamos, pues, que nuestrouniverso aparezca como rodeado por unhalo de realidades alternativas, cada unade las cuales descanse sobre unainfinidad de funciones ondulatoriasencabalgadas unas en otras. A partir deahí, nada me impide adelantar lahipótesis según la cual esa compleja redde funciones ondulator ias eninteracción se der rumba sobre unmundo único cuando es observada.Ahora bien, la incógnita está ahí: ¿quiénobserva el universo?He aquí mi respuesta: los universosparalelos, las realidades alternativas, noexisten. No hay más que realidades virtuales,ramificaciones posibles que seeclipsan para dejar sitio a nuestrarealidad única tan pronto comointerviene ese gran observador que,desde fuera, modifica a cada instante laevolución cósmica. Se comprenderáentonces por qué este observador, únicoy transcendente a la vez, esabsolutamente indispensablepara la exi stencia y lareal ización de nues tro universo.Y se comprenderá, por último, que

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para mí este observador cósmico tenga unnombre.Si aceptamos la idea según la cual larealidad no es más que el fruto deinteracciones de campos entre entidadesfundamentales, de las que ignoramos todo ocasi todo, deberemos admitir que el mundo esen parte comparable a un espejo deformantedel que recogemos, mal que bien, losreflejos de algo que siempre seráincomprensible.La física cuántica nos ha forzado a superarnuestras nociones habituales de espacio y detiempo. El universo descansa sobre un ordenglobal e indivisible, lo mismo en la escaladel hombre que en la de las estrellas. ¿No setrata, como dice Hubert Reeves, de una«influencia inmanente y omnipresente» que seejerce entre todos los objetos del universoaparentemente separados? Cada partecontiene la totalidad: todo refleja al resto.La taza de café encima de esa mesa, la ropaque vestimos, todos esos objetos queidentificamos como «partes» llevan la totalidadenterrada en ellos.Todos tenemos el infinito en el hueco denuestra mano.A IMAGEN DE DIOSJ. G.—Henos aquí, al final de nuestrodiálogo. A lo largo de nuestrosencuentros hemos abierto una fisura enlas altas murallas construidas por laciencia clásica. Detrás de ellas,adivinamos ahora un decorado rodeadode brumas, un paisaje espejeante,infinitamente sutil, cuyo horizonte estáinmensamente lejos. A la luz de la teoríacuántica, muchos misterios se iluminancon una interpretación nueva, encuentranuna especie de coherencia, sin perdernada, sin embargo, de su verdad original.La física moderna deja entreverespecialmente esto: el espíritu delhombre emerge de las profundidades y sesitúa mucho más allá de la concienciapersonal; cuanto más se profundiza, másse aproxima uno a un fundamento

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universal que enlaza la materia, la vida y laconciencia.I. B.—En apoyo de su enunciado,basta con recordar aquí un insólitoexperimento realizado en 1851 por elfísico francés León Foucault. Recordadque en esa época aún no se tenía laprueba experimental de que la Tierragiraba sobre sí misma. Para hacer sudemostración, Foucault suspende unapiedra muy pesada de una larga cuerdacuyo extremo queda fijado a la bóvedadel Panteón. Nuestro experimentadordispone así de un péndulo de grantamaño, que un buen día de primavera espuesto en marcha. Y aquí comienza elenigma. Con gran asombro, Foucaultcomprueba que en realidad el plano deoscilación de su péndulo —es decir, ladirección de sus idas y venidas— no estáfijo, sino que gi ra alrededor de un ejevertical. El péndulo, que había comenzado aoscilar en direccióneste-oeste, unas horas más tardese mueve en dirección norte-sur. ¿Porqué razón? La respuesta de Foucault fuesencilla: este cambio de dirección era sólouna ilusión. Era la Tierra lo querealmente giraba, mientras el plano deoscilación del péndulo permanecíarigurosamente fijo.J. G.--Cierto. Pero, ¿fijo en relacióncon qué? Puesto que en el universo todoes movimiento, ¿dónde encontrar unpunto de referencia inmóvil? La Tierragi ra al rededor del Sol, que, a su vez,gi ra alrededor del centro de la VíaLáctea... ¿Dónde se detiene este balletfantástico?I. B.—Esa es la verdadera cuestión,que reveló el péndulo de Foucault.Porque la Vía Láctea está en movimientohacia el centro del grupo local de galaxiasvecinas, que son arrastradas, a su vez,hacia el superenjambre local, un grupode galaxias todavía más vasto. Ahorabien, ese mismo gigantesco conjunto de

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galaxias se dirige hacia lo que se llama«el gran atractor», un inmenso complejode masas de galaxias situado a unadistancia muy grande.Pues bien, la conclusión que se extraedel experimento de Foucault es pasmosa:indiferente a las masas —considerables,sin embargo— de los soles y galaxiaspróximas, el plano de oscilación delpéndulo se alinea con objetos celestesque se encuentran en el horizonte deluniverso, a vertiginosas distancias dela Tierra. En la medida en que latotalidad de la masa visible del universose encuentra en los miles de millones degalaxias lejanas, esto significa que elcomportamiento del péndulo estádeterminado por el universo en conjuntoy no solamente por los objetos celestesque están próximos a la Tierra.'En otras palabras, si levanto estesimple vaso de la mesa, pongo en juegofuerzas que implican al universo entero:todo lo que sucede en nuestro minúsculoplaneta está en relación con lainmensidad cósmica, como si cada parrellevase dentro la totalidad del universo.Con el péndulo de Foucault estamos, pues,forzados a reconocer que existe una misteriosainteracción entre todos los átomos deluniverso, interacción en la que nointerviene ningún intercambio de energíani fuerza alguna pero que, sin embargo,conecta el universo en una única totalidad(4).J . G.—Parece que todo sucede comos i una especie de «conciencia»estableciese una conexión entre todos losátomos del universo. Como escribióTeilhard de Chardin: «En cadapartícula, en cada átomo, en cadamolécula, en cada célula de materiaviven escondidas y trabajan a espaldasde todos la omnisciencia de lo eterno y laomnipotencia de lo infinito.»G. B.—El físico Harris Walker sehace eco de los pensamientos de

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Teilhard cuando sugiere que elcomportamiento de las partículaselementales parece estar gobernado poruna fuerza organizadora.J. G.—La física cuántica nos revelaque la naturaleza es un conjuntoindivisible en el que todo estárelacionado: la totalidad del universo sehace presente en cualquier lugar y encualquier tiempo. Consecuentemente, lanoción de espacio que separa dos objetospor una distancia más o menos grandeno parece tener ya mucho sentido. Porejemplo, esos dos libros. encima de lamesa: sin duda alguna, nuestros ojos, elbuen sentido, nos dicen que estánseparados por una cierta distancia. ¿Quéhay de eso, según el físico? Desde elmomento en que dos objetos físicos sonllevados a interactuar, se debe considerarque forman un sistema único y que, porconsiguiente. son inseparables.G. B.—La noción de inseparabilidadapareció en los años veinte con lasprimeras teorías cuánticas. En esa época,suscitó terribles controversias, inclusoentre los físicos más grandes, comoEinstein, quien en 1935 publicó unartículo de gran repercusión destinado amostrar que la teoría cuántica era incompleta.Con dos de sus colegas,Podolsky y Rosen, Einstein propuso unexperimento imaginario, célebre hoy con elnombrede «experimento EPR», según lasiniciales de los tres autores.Supongamos que hacemos rebotar doselectrones, A y B, uno contra otro y queesperamos a que se alejen lo suficiente paraque el uno no pueda influir de ningunamanera en el otro. Desde ese momento,realizando mediciones sobre A, se puedeextraer conclusiones válidas sobre B ynadie podrá pretender que al medir lavelocidad de A hemos influido en la de B.Ahora bien, si uno se atiene a lamecánica cuántica, criticaba Einstein, es

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imposible saber qué dirección tomará lapartícula A antes de que su trayectoria searegistrada por un instrumento de medida, yaque, siempre según la teoría cuántica, larealidad de un acontecimiento depende del actode observación. Por lo tanto, si A «ignora»qué dirección tomar antes de ser registradopor un instrumento de medida, ¿cómo podráB «conocer» de antemano la dirección de Ay orientar su trayectoria de manera quepueda ser captado en la dirección opuestaexactamente en el mismo instante?Según Einstein, todo esto es absurdo: lamecánica cuántica era una teoría incompletay los que la aplicaban al pie de la letraerraban el camino. En realidad, Einsteinestaba convencido de que las dos partículasrepresentaban dos entidades distintas, dos«granos de realidad» separados en elespacio, que no podían influirse mutuamente.Ahora bien, la física cuántica diceexactamente lo contrario. Afirma que estasdos partículas aparentemente separadas enel espacio no constituyen más que un únicosistema físico. En 1982, el físico francésAlain Aspect quitó definitivamente la razóna Einstein al mostrar que existe unainexplicable correlación entre dos fotones,es decir, dos granos de luz, que se alejan eluno del otro en direcciones opuestas. Cadavez que, mediante un filtro, se modifica lapolaridad de uno de los dos fotones, el otroparece «saber» inmediatamente lo que leha sucedido a su compañero einstantáneamente experimenta la mismaalteración de polaridad. ¿Cómo explicar unfenómeno así? Demasiado confusos pararesolver la cuestión, los físicos han propuestodos interpretaciones.La primera es que el fotón A «hace saber»lo que sucede al fotón B mediante una señalque va de uno a otro a una velocidadsuperior a la de la luz. Tras haberconseguido una adhesión más bienprudente, hoy día esta interpretación esrechazada cada vez más por los físicos, queprefieren lo que Niels Bohr llamaba la

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«indivisibilidad del quantum de acción», otambién la inseparabilidad de la experienciacuántica (9).Según esta segunda interpretación,debemos aceptar la idea de que los dosgranos de luz, aunque estén separados pormiles de millones de kilómetros, formanparte de la misma totalidad: existe entreellos una especie de interacción misteriosaque los mantiene en contacto permanente.Por poner un ejemplo muy aproximado,digamos que si me quemo la mano izquierda,mi mano derecha será informadainmediatamente y experimentará unmovimiento de retroceso semejante al de laizquierda, porque mis dos manos formanparte de la totalidad de mi organismo.J. G.—Estos resultados vuelven a poneren tela de juicio las nociones mismas deespacio y de tiempo, en el sentido en el queentendemos estas palabras.Lo cual me recuerda una discusión que tuve,hace ya medio siglo, con Louis de Broglie.Estábamos frente al Panteón, y él me decíaque la física y la metafísica, los hechos y lasideas, la materia y la conciencia, no eran sinola misma cosa. Para ilustrar su pensamiento,recurrió a una imagen de la que siempre meacordaré: la del remolino en un ríe. «Acierta distancia —me dijo— se distinguenítidamente el agua agitada del remolinode la corriente más tranquila del río. Sonpercibidos como dos "cosas" separadas.Pero de cerca, se hace imposible decirdónde acaba el remolino y dóndecomienza el río. El análisis en partesdistintas y separadas no tiene ningún sentido:el remolino no es realmente algoseparado, sino un aspecto del todo.»G. B.—Incluso se puede ir más lejostodavía e intentar comprender a los físicoscuando afirman que el todo y la parteson una misma cosa. He aquí un ejemplosorprendente: el del holograma. La mayorparte de la gente que ha visto una imagenholográfica (que se obtiene proyectando unhaz de rayos láser a través de la placa en la

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que ha sido fotografiada una escena) hatenido la extraña impresión de contemplarun objeto real de tres dimensiones. Unopuede desplazarse alrededor de la proyecciónholográfica y observarla desde diferentesángulos, como a un objeto real. Al pasar lamano a través del objeto es cuando secomprueba que no hay nada.Pues bien, si usted utiliza un potentemicroscopio para observar la imagenholográfica de, por ejemplo, una gota deagua, verá los microorganismos que seencontraban en la gota original.Eso no es todo. La imagen holográficaposee una característica todavía máscuriosa. Admitamos que hago una fotografíade la torre Eiffel. Si rompo en dos elnegativo de mi foto y mando a revelar unade las dos mitades, no obtendré, desdeluego, sino la mitad de la imagen original de latorre Eiffel.Pues bien, todo cambia con la imagenholográfica. Por extraño que pueda parecer,si uno rompe un trozo de negativoholográfico y lo coloca bajo un proyectorláser, no se obtiene una «parte» de laimagen, sino la imagen entera. Incluso sirompo una docena de veces el negativo yno conservo más que una parte minúsculade él, esta parte contendrá la totalidad de laimagen.Esto muestra de manera espectacularque no existe correspondencia unívocaentre las regiones (o partes) de la escenaoriginal y las regiones de la placaholográfica, como sucedía en el caso delnegativo de una fotografía habitual. Laescena ha sido registrada por completo entodas partes sobre la placa holográfica, demanera que cada una de las partes de laplaca refleja la totalidad de la escena. ParaDavid Bohm, el holograma representa unasorprendente analogía con el orden global eindivisible del universo (3).J. G.—Pero, ¿qué ocurre en la placaholográfica para producir ese efecto según elcual cada parte contiene la totalidad?

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I. R. -Según Bohm, se trata sólo de unaversión instantánea, petrificada, de lo que,a una escala, infinitamente más vasta, seproduce en cada región del espacio, a travésde todo el universo, del átomo a lasestrellas, de las estrellas a las galaxias.J. G.—Escuchándoles, he tenido larespuesta intuitiva a una pregunta que meplanteé leyendo la Biblia: ¿por qué estáescrito que Dios creó al hombre a su imagen?Yo no creo que hayamos sido creados aimagen de Dios: nosotros somos la imagenmisma de Dios... Como la placa holográfica,que contiene el todo en cada parte, cada serhumano es la imagen de la totalidad divina.G. B.—Quizá yo pueda ayudarle a aclararsu pensamiento yendo más lejos por loscaminos de la metáfora que han abiertonuestros famosos hologramas. Para ello, esnecesario recordar primero que la materiatambién son ondas, como lo demostróLouis de Broglie. La materia de losobjetos está compuesta de configuracionesondulatorias, que interfieren conconfiguraciones de energía. La imagen quese desprende de ahí es la de unaconfiguración codificante —es decir, similaral holograma—, de materia y energía, quese propaga sin cesar a través de todo eluniverso. Cada región del espacio, porpequeña que sea —hasta llegar al simplefotón, que también es una onda o un «paquetede ondas»—, contiene la configuración delconjunto, como cada región de la placaholográfica; lo que sucede en nuestropequeño planeta está dictado por todas lasjerarquías de las estructuras del universo.J. G.—Debo confesar que es una visióncomo para cortar el aliento: un universoholográfico infinito en el que cada región,aun siendo distinta, contiene el todo.Henos, pues, devueltos, una vez más, a laimagen de la totalidad divina, tanto en elespacio como en el tiempo.Es así como desembocamos en el primerprincipio de un universo sin discontinuidad,holísticamente ordenado: todo

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refleja a todo lo demás. Hay que verahí una de las mas importantesconquistas de la teoría cuántica. Inclusosi nuestro espíritu no ha asimiladotodavía todas las consecuencias, estarevolución representa algo mucho másimportante que el deslizamiento delfinal de la Edad Media desde la idea deuna Tierra plana hacia la de una Tierraredonda. La taza de café encima de esamesa, la ropa que ves timos, ese cuadroque acabo de pintar, todos esos objetosque identificamos como partes llevan latotalidad enterrada en ellos: motas depolvo cósmicas y átomos de Dios, todostenemos el infinito en el hueco de nuestramano.A lo largo de este libro hemos intentadomostrar que el antiguo materialismo —incluso el que arrojaba el espíritu al vaporosouniverso de la metafísica— ya notiene actualidad. De cierto modo«tranquilizador y completo», elmaterialismo ejercía en nosotros lairresistible seducción de la antigua lógica;los elementos del universo eran firmes yestables, y los misterios del cosmos, susaparentes incertidumbres, no eran sino elreconocimiento de nuestra propiaincompetencia, de nuestros límitesinteriores: problemas, en suma, que, un díamás o menos lejano, serían resueltos a su vez.Pero la nueva física y la nueva lógica hancambiado esta concepción de arriba abajo.El principio de complementariedad enunciaque los constituyentes elementales de lamateria, como los electrones, sonentidades con una doble cara; al modo deJano, unas veces aparecen como granos demateria sólida; otras, como ondasinmateriales. Estas dos descripciones secontradicen, y sin embargo el físico tienenecesidad de las dos a la vez. Es, pues, forzosotratarlas como si fueran simultáneamenteexactas y coexistentes. De ahí que Heisenbergfuese el primero en comprender que lacomplementariedad entre el estado de grano

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y el de onda ponía para siempre fin aldualismo cartesiano entre materia y espíritu:una y otro son los elementos complementariosde una misma realidad.Resulta así modificada, de manera profundae irreversible, la distinción fundamentalentre materia y espíritu. De ahí, una nuevaconcepción filosófica, a la que hemos dadoel nombre de metarrealismo.Esta nueva vía que ofrece la físicacuántica transforma, de manera mucho másradical que la de la revolución copernicana,la imagen que el hombre se hace deluniverso. Incluso si la gran mayoría todavíano ha tomado conciencia de un cambio así,incluso si los dogmas y los tabúes de laciencia del siglo XIX sobre los conceptosde espacio, de tiempo, de materia y deenergía, prisioneros de la causalidad y deldeterminismo, dominan todavía elpensamiento del hombre corriente, noestá lejos el momento en el que estasnociones del pasado serán consideradasnada más que como anacronismos en lahistoria de las ideas.Los físicos, que han desmaterializado elconcepto mismo de materia, nos hanofrecido, al mismo tiempo, la esperanza deuna nueva vía filosófica: la delmetarrealismo, vía de un cierto más allá,abierta a la última fusión entre materia,espíritu y realidad.HACIA EL METARREALISMOJ. G.—En esta última estación denuestro diálogo, ha llegado el momentode buscar un más allá al viejo debateque durante tanto tiempo enfrentó a lasdos doctrinas fundamentales sobre lanaturaleza del Ser: el materialismo y elespiritualismo. Asimismo, deberemosbuscar una tercera vía entre lascorrespondientes dos filosofías delconocimiento, que son el realismo y elidealismo. Allí, al término de unasíntesis entre el espíritu y la materia,encontraremos esta nueva visión delmundo, a la vez doctrina ontológica y

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teoría del conocimiento: el metarrealismo.1. B.—En este punto, me pareceimportante precisar las diferencias entreespiritualismo e idealismo, por unaparte, y entre materialismo y realismo, porotra.J. G.—Aunque complementarias,estas dos parejas abordan dosproblemas diferentes uno de ot ro:mientras que el espiritualismo (que seopone al materialismo) es una doctrinasobre el Ser, el idealismo (opuesto alrealismo) es una teoría del conocimiento.A ojos de un espiritualista, la realidadtiene una dimensión puramenteespiritual; por el contrario, el materialistareduce lo real a una dimensiónestrictamente mecánica, en la que elespíritu no juega ningún papel y notiene, por lo demás, ninguna existenciaindependiente.Veamos ahora el idealismo. Según él,lo real no es accesible. ¿Existe comorealidad independiente? Es imposibleafirmarlo: sólo existen las percepciones quetenemos de él. Por elcontrario, para el realismo, el mundotiene una realidad objetiva,independiente del observador, ynosotros lo percibimos tal como es.No me parece que ninguna de estasactitudes coincida hoy con lo real ni conlas representaciones que suscita: elúnico modelo del mundo admisible apartir de ahora descansa en la físicamoderna.En el curso de mis reflexiones, aisléeste pensamiento de Heisenberg, hastatal punto me parece que debe serrecordado dentro de la tesis quequeremos defender: «Teniendo presentela estabilidad intrínseca de los conceptosdel lenguaje normal en el transcurso dela evolución científica, se ve que —trasla experiencia de la física moderna—nuestra actitud hacia conceptos como elespíritu humano, el alma, la vida o Dios

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será diferente de la que tenía el siglo XIX.»I. B.—Consideraciones análogascondujeron, por otra parte, al físicoEddington a hacer la observaciónsiguiente: «Se podrá decir, quizá, quela conclusión que se extrae de esosargumentos de la ciencia moderna esque, para un científico razonable, larel igión se ha vuel to pos ible en tornoal año 1927.»J. G.—Ese año de 1927 es uno de losmás importantes en la historia delpensamiento contemporáneo. Señala eldisparo de sal ida de la f ilosofíametarreali sta. Es el año en el queHeisenberg expone su principio deincertidumbre, el canónigo Lemai t re daa conocer su teoría sobre la expans ióndel univer so, Eins tein propone suteor ía del campo uni tar io, Teilhard deChardin publ ica los primeroselementos de su obra. Y es el año delcongreso de Copenhague, que marca lafundación oficial de la teoría cuántica.Pues bien, ¿no es significativo que lasconmociones epistemológicas hayan sidoprovocadas por hombres de ciencia?Los filósofos mismos debenpreguntarse por el significado profundode esas conmociones y responder sobretodo a esta pregunta: ¿qué es lo que laciencia intenta t ransmi t i rnos?¿Cuálesson los nuevos valores que ellapropone y en qué contribuye a forjar unanueva visión del mundo?Para responder, deberemos tomar unadeterminación metarrealista. Lasincursiones de la ciencia en el campofilosófico nos proporcionan por primeravez los medios para hacer la síntesisentre el materialismo y el espiritualismo,para conciliar el realismo y el idealismo:la realidad inmanente que percibimosalcanza entonces el principiotranscendente que se supone le dio origen.Recordemos que los filósofosespiritualistas niegan de manera

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unánime un or igen mater ial al espí r i tuhumano y afirman que el pensamiento esun dato del universo anterior a lamateria. De entre ellos, algunos todavíamás extremistas niegan incluso laexistencia autónoma de la materia. Esel caso de Berkeley, para quien eluniverso no es más que una imagen deDios.I. B.—Las «mónadas» de Leibniz, ¿noson igualmente una forma de espiritualismo?J. G.—Sí, pero llevada al extremo. Elsistema filosófico de Leibniz conduce auna especie de espiritualismo objetivo enla medida en que postula, como en Platóno en Hegel, la existencia de una baseespiritual «objetiva», distinta de laconciencia humana e independiente deella. Esta base espiritual objetiva no esotra cosa que la Idea Absoluta de Hegel,o más sencillamente, Dios. En este caso,Dios transciende el universo y no seconfunde con él.G. B.—La pregunta se plantea en estepunto: si el universo descansa en laexistencia de un Ser transcendente,¿cómo acceder a este Ser? ¿No estamos,en realidad, separados de la esenciaprofunda del universo?I. B.—Ese es el punto de vista quedesarrollan las corrientes idealistas.Bajo el nombre de idealismo sereagrupan las filosofías para las cuales larealidad «en sí» no es cognoscible:la única evidencia de un mundoexter ior res ide en nues t raspercepciones, en nuestras sensaciones decolor, de dimensión, de gusto, de forma,etc. Desde el día en que nacemos, se nosenseña que debemos tener unapercepción común del mundo. Lo queuna persona percibe como un árbol, unaflor, un río, otra distinta debe percibirlocomo árbol, flor o río. Eso es laconsecuencia di recta de nuestrascreencias comunes en un mundo «en sí».Pues bien, el cibernético Heinz von

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Foerster expone que el espíritu humanono percibe lo que está ahí sino lo que creeque está ahí. Nuestra facultad de verdepende de la retina que absorbe la luzdel mundo exterior y transmite despuésseñales al cerebro. Por lo demás, estemismo esquema se aplica a todasnuestras percepciones sensoriales. Sinembargo, la retina no percibe el color,explica von Foerster; ella es ciega a lacalidad del estímulo y sólo es sensible asu cantidad. «Esto no debería constituiruna sorpresa —añade—, porque en realidadno hay luz ni color en sí: sólo hay ondaselectromagnéticas.»Del mismo modo, no hay sonidos nimúsicas: solamente variacionesmomentáneas de la presión del aire ennuestros tímpanos. No hay calor ni frío:solamente moléculas en movimientocon más o menos energía cinética, yasí sucesivamente.En resumen, según los idealistas, nonacemos formando parte del mundo:nacemos formando parte de algo que construimosen el interior del mundo. Elidealismo impone la idea de que cada unode nosotros vive en una especie de«esfera de conciencia» que interfiere a lavez con lo real desconocido y con otrasesferas de conciencia. Una vez más, laconcepción de una realidad objetiva seevapora: preguntarse por la realidad quenos rodea sin tener en cuenta a los quela observan no tiene ningún sentido en esecaso ( 1).En el fondo, mi propia esfera deconciencia nada me informa de larealidad misma: mi conocimiento delmundo se reduce a las ideas que me hagode él. En cuanto a lo real que se sitúamás allá de mis sentidos, permaneceoscuro, velado, misterioso y, probablemente,incognoscible (9).G. B.— Ahí encontramos el idealismoen física: lo real no es comprensible,evaluable, y, en último extremo, no

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existe más que a través de un acto deobservación.J. G.—¿Qué podemos decir de ese realenigmático? Quisiera volver a una idea dela que hemos hablado en este libro: intuyoque estamos inmersos en ese famosocampo de información, hecho de concienciay de materia, que hemos descrito antesG. B.—Y volvemos de nuevo a lateoría del campo cuántico. En ella, laspartículas elementales son consideradas comomanifestaciones de un campo cuántico en elque la materia y todos sus movimientosson producidos por una especie de campode información subyacente. El físicoHamilton va más lejos todavía cuandoenuncia que la materia es quizá el resultadode una serie de interacciones entre «camposde información»: una partícula no sedespliega en el «mundo real», sino en unmovimiento de onda procedente de unocéano de informaciones, como una granola de agua que fuese producida por elmovimiento general del océano. Es este flujoconstante, esta especie de «marea», lo queda origen a un objeto que tiene todas laspropiedades de una partícula material.De manera análoga, según lainterpretación causal de David Bohm, laspartículas elementales proceden de uncampo cuántico global. La informaciónjuega aquí un papel determinante al darorigen, no solamente a los procesoscuánticos, sino también a las partículasmismas. Ella es responsable de la maneraen que los procesos cuánticos se despliegana partir del campo cuántico del universo.J. G.—Todo esto confirma que el ordendel espíritu y el de la materia no sonirreductibles sino que se sitúan dentro de unespectro de orden general, que se extiendedesde el orden mecánico hasta el orden«espiritual». Si el espíritu y la materiatienen por origen a un espectro común, estáclaro que su dualidad es una ilusión, debida alhecho de que no se consideransino los aspectos mecánicos de la materia

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y la cualidad intangible del espíritu (3).I. B.—Llegamos aquí a una idea análogaal principio de incertidumbre de Heisenberg,según el cual nosotros no observamos elmundo físico: participamos en él. Nuestrossentidos no están separados de lo que existe«en sí», sino que están íntimamenteimplicados en un complejo proceso defeedback cuyo resultado final es, en realidad,crear lo que existe «en sí».Según la nueva física, nosotros soñamosel mundo. Lo soñamos como algo durable,misterioso, visible, omnipresente en elespacio y estable en el tiempo. Pero másallá de esta ilusión, se desvanecen lascategorías de lo real y lo irreal. Del mismomodo que ya no se puede considerar queel gato de Schródinger esté o bien vivo, obien muerto, no se puede percibir el mundoobjetivo como existente o no existente: elespíritu y el mundo no forman sino una únicarealidad.J. G.—Como dice Pearce: «El espírituhumano refleja un universo que refleja elespíritu humano.» A partir de ahí, no sepuede simplemente decir que el espíritu yla materia coexisten: existe el uno através del otro. En cierto modo, eluniverso está soñándose a sí mismo a travésnuestro: el metarrealismo comienza en elmomento en que el soñador tomaconciencia de sí mismo y de su sueño (1).I. B.—Me parece interesante en estemomento aproximar nuestro punto de vistaal de un gran físico americano, HeinzPagels: «¿Qué es el universo? ¿Es ungran film en relieve cuyos involuntariosactores somos nosotros? ¿Es una bromacósmica, un ordenador gigante, la obra dearte de un Ser supremo o, lisa y llanamente,un experimento? Nuestras dificultades paracomprender el universo proceden de queno sabemos con qué compararlo.»Sin embargo, el mismo Heinz Pagels,expresando el punto de vista de la mayorparte de los físicos, prosigue: «Creo que eluniverso es un mensaje redactado en un código

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secreto, uncódigo cósmico, y que la tarea delcientífico consiste en descifrar ese código»(8).J. G.—Para admitir la existencia de esecódigo cósmico y para comprenderlo, hayque situar el pensamiento en un marcometarrealista. Invito a nuestros lectores ameditar sobre los tres caracteres que me pareceque definen ese marco:— el espíritu y la materia forman unaúnica realidad;— el Creador de este universomateria/espíritu es transcendente;— la realidad en sí de este universo no escognoscible.¿Es legítima nuestra andadura? En todocaso, encuentra un eco sorprendente en lafilosofía de un pensador que, en el corazónde la Edad Media, tuvo sin embargo laintuición de lo que anuncia elmetarrealismo: Santo Tomás de Aquino. Ala vez metafísico, lógico y teólogo, SantoTomás se propuso conciliar la fe cristiana conla filosofía racional de Aristóteles.Finalmente, para -iluminar el final deeste diálogo, para disipar la tristeza deverlo acabar, esta última observación: siSanto Tomás de Aquino ejerce unainfluencia tan profunda sobre elpensamiento contemporáneo es quizá porser el primero en haber intentado instalarla armonía entre lo que se cree y lo que sesabe: entre el acto de fe y el acto de saber; enuna palabra: entre Dios y la ciencia.Epilogo¿POR QUÉ HAY ALGO ENLUGARDE NADA?¿Qué certidumbre? ¿Qué esperanza?¿Qué saber? ¿Qué debemos retener de esteensayo de filosofía en voz alta?En primer lugar, una manera de buscarsentido en lo insignificante, «proyecto» enla más pequeña de las casualidades,acontecimiento en la tenuidad de las cosas:la hoja de un árbol, el canto de un pájaro, lacaída de una gota de agua, el viento en el

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vacío.Todas estas pequeñas cosas conspiran enlo invisible para formar lo real, convergenhacia nuestro corazón para dar allí origen auna necesidad irreprimible: el deseo de realidad.Es este deseo lo que nos ha empujado, enel curso de nuestros diálogos, en pos del Ser.Pero, ¿qué hemos visto de ese Ser?Ante todo, su densidad, su opacidad, a lavez que su tenuidad y la multiplicidad de susformas. Nuestro diálogo ha encontrado,pues, con esta idea su frontera natural, supunto de llegada más elevado: la realidadindependiente es inaccesible para nosotros;lo real permanece velado, incognoscible parasiempre (9).Quizá, por primera vez, tomemostambién conciencia de que el acierto de unpensamiento «moderno», en el cruce de lafísica nueva y de la filosofía, es haberdescrito el enigma del universo a costa desustituirlo por un enigma más profundo,más difícil: el del espíritu mismo.Queda, pues, esta pregunta, la última,la más temible. Abrió el diálogo y deberácerrarlo: ¿cuál es el sentido del universo?¿Adónde nos lleva todo esto? ¿Por qué hayalgo en lugar de nada?Ante esta interrogación, los que piensanprofundamente conocerán de golpe elvértigo filosófico más intenso. Teilhard deChardin tenía apenas siete años cuando,súbitamente, se encontró frente almisterio. Su madre le había enseñado unmechón de pelo, había acercado una cerilla: elmechón había desaparecido. En cuanto seextinguió la llama, el pequeño Teilhardsintió el absurdo de la nada. Y como lasexperiencias de negación, de muerte, deangustia y de pecado son más fuertes quesus contrarias, Teilhard se pregunta: ¿porqué hay cosas? ¿Por qué tienen fin? ¿Dedónde ha surgido este Ser que hay en mí—que soy yo— y que no sabe la razónprofunda de su existencia?El universo: centenares de miles demillones de estrellas, dispersas por miles de

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millones de galaxias, a su vez perdidas enuna inmensidad silenciosa, vacía y helada.El pensamiento se aterroriza ante eseuniverso tan diferente de él, que le parecemonstruoso, tiránico y hostil: ¿por quéexiste? Y, ¿por qué existimos nosotros através de él?Veinte mil millones de años después desu aparición, la materia continúa surecorrido por el espacio-tiempo. Pero,¿adónde nos lleva este recorrido?La cosmología responde que el universono es eterno. Que tendrá un final, aunquesea infinitamente remoto. No podráescapar a una de estas dos muertesposibles: la muerte por frío o la muerte porfuego.En el primer caso, se llama «abierto» aluniverso: su expansión se prosigueindefinidamente; las galaxias se pierden enel infinito mientras las estrellas seextinguen una a una, después de haberirradiado sus últimas reservas. Más allá de laduración de la vida del protón, la materiamisma se disgrega. Llega el últimoinstante, aquél en el que las últimas motascósmicas de polvo son engullidas a su vez porel inmensoagujero negro en que se haconvertido el universo agonizante. Porfin, el mismo espacio-tiempo sereabsorbe: todo vuelve a la nada.Desde un punto de vista metafísico,nada hay más angustioso que estaconsunción, esta ascensión de una nieve demateria, esta lenta disgregación, estairradiación ilimitada que reviste todos loscolores del arco iris antes de desvanecerse.¿De qué estará hecha esta nada? ¿Quéquedará de la información acumulada entodo el universo durante centenares de milesde millones de años?Una respuesta pasa, quizá, por poner demanifiesto la relación entre la informaciónde un sistema (su organización) y la entropía(degradación del orden de ese sistema).Se puede admitir, con la mayor parte de losfísicos, que la adquisición de información

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(es decir, de un conocimiento) consumeenergía y provoca, en consecuencia, el aumentode la entropía global en el seno de unsistema. En otras palabras, si la entropíamide el desorden físico de un sistema,también es un indicador indirecto de queese mismo sistema guarda localmentecierta cantidad de información. La teoríade la información desemboca, pues, sobreesta afirmación sorprendente: el caos es unindicio de la presencia, en el seno de unsistema, de cierta cantidad de información.En el extremo, el estado de desordenmáximo que caracteriza al universo en elmomento de su desaparición puede quizáser interpretado como signo de lapresencia, más allá del universo material, deuna cantidad de información igualmentemáxima.La finalidad del universo se confundeaquí con su final: producir y liberar elconocimiento. En este último estadio, todala historia del cosmos, su evolución durantecentenares de miles de millones de años, seconvierte en una Totalidad de conocimientopuro.¿Qué entidad guardará este conocimientosi no es un Ser infinito, que transciende elmismo universo? Y, ¿qué uso hará de estesaber infinito que lo constituye y cuyoorigen es, al mismo tiempo, él mismo?El destino del universo a largo plazono es previsible. Al menos , por ahora.Si su masa total es superior a un ciertovalor crítico, entonces, al cabo de untiempo más o menos largo, la fase deexpansión llegará a su fin. La materiaque forman las galaxias, las estrellas,los planetas, todo eso será comprimidohasta convertirse de nuevo en unsimple punto matemático que anulará elespacio y el tiempo.Aunque este argumento sea opuestoal anterior, también aquí, todo vuelve ala nada. También aquí, al término de unlento proceso de desmaterialización, lainformación se separa de la materia y se

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libera de ella para siempre.¿Hay alguna conclusión que extraerde esta observación del destinocósmico? ¿Qué se puede pensar de ununiverso situado entre dos nadas?Esencialmente, esto: el universo notiene el carácter del Ser en sí. Suponela existencia de otro Ser, situado fuerade él. Si nuestra realidad es temporal,la causa de e s ta real idad esul t ratemporal , t ranscendente al tiempoy al espacio.Henos aquí muy cerca de ese Ser alque la religión llama Dios. Peroacerquémonos más: entre las diferentesconstataciones científicas establecidassobre lo real, existen tres que sugierencon fuerza la existencia de una entidadque transciende nuestra realidad.Primera constatación: el universoaparece como acabado, cerrado sobre símismo. Si lo comparamos con unapompa de jabón que abarque todo, ¿quéhay a su «alrededor»? ¿De qué estáhecho el «exterior» de la pompa? Esimposible imaginar un espacio exterioral espacio y que lo contenga; desde unpunto de vista físico, un exterior así no puedeexistir.Estamos, pues, obligados a colocar másallá de nuestro universo la existencia de«algo» mucho más complejo: una totalidad enel seno de la cual nuestra realidad está, enresumidas cuentas, inmersa, algo así como unaola en un vasto océano.La segunda pregunta es ésta: ¿esnecesario el universo? O, al contrario:¿existe un determinismo superior a laindeterminación cuántica? Si la teoríacuántica ha demostrado que lainterpretación probabilista es la únicaque nos permite describir lo real,debemos concluir de ahí que, frente auna naturaleza irresuelta, debe existir,fuera del universo, una Causa de laarmonía de las causas, una Inteligenciadiscriminante, distinta de ese universo.

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Terminemos por el tercer argumento,el más importante: el principio antrópico.El universo parece construido yregulado —con una precisióninimaginable-- a partir de algunasgrandes constantes. Se trata de normasinvariables, calculables, de las que no sepuede saber por qué la naturaleza escogiótal valor en lugar de tal otro. Se debeasumir la idea de que, en todos los casos,con valores diferentes del «milagromatemático» sobre el que descansanuestra realidad, el universo habríapresentado los caracteres del caosabsoluto: danza desordenada de átomos,que se juntarían un instante y sesepararían al instante siguiente pararecaer sin cesar en sus insensatostorbellinos. Y puesto que el cosmosremite a la imagen de un orden, esteorden nos conduce, a su vez, hacia laexistencia de una causa y de un finexteriores aEn la estela de todo lo que precedepodemos aprehender el universo comoun mensaje expresado en un códigosecreto, una especie de jeroglíficocósmico que acabamos de empezar adescifrar. Pero, ¿qué hay en esemensaje? Cada átomo, cada fragmento,cada grano de polvo existe en la medidaen que participa de un sentido universal.Así se descompone el código cósmico:primero la materia, después la energía y, porfin,la información. ¿Hay algo aún más allá?Si aceptamos la idea de que el universo esun mensaje secreto, ¿quién ha compuesto elmensaje? Si el enigma de ese código cósmiconos ha sido impuesto por su autor, ¿noforman nuestros intentos de descifrarlo unasuerte de trama, de espejo cada vez másnítido, en el cual el autor del mensajerenueva el conocimiento que tiene de símismo?AGRADECIMIENTOSHace medio siglo que Henri Bergson se

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extinguió. Obsesionado, como todos losfilósofos, por la última interrogación, habíamurmurado estas extrañas palabras: «Eluniverso es una máquina de hacer dioses...»Este fue su último aliento filosófico.Jean GuittonGrichka BogdanovIgor BogdanovDamos las gracias a nuestro amigo Mathieude LaRochefoucauld por la atenta lectura que hatenidoa bien hacer del manuscrito de este libro.En cuanto a la parte científica dellibro, nuestro reconocimiento va a loshombres de ciencia cuyos trabajos y publicacionesnos han permitido apoyar nuestratesis:Jean Audouze, Brandon Carter, MichelCassé, Bernard d'Espagnat, Paul Davies, JohnGribbins, Alan Guth, Stephen Hawking, JeanHeidman, Heinz Pagels, Illyah Prigogine,Hubert Reeves, Erwin Schródinger, MichaélTalbot, Trinh Xuan Thuan, Steven Weinberg.Por otro lado, la documentación científicanos ha sido ampliamente facilitada por lossiguientes organismos: Académie desSciences, Agence Jules Verne, C.N.R.S.,Institut d'Astrophysique, NationalAcademy of Sciences (USA), NationalScience Foundation (USA).Muchas gracias a todos.