diccionario abreviado de jardinería
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Diccionario abreviado de
jardinería
o
cosas que pueden hacerse
amontonando restos de
poda
A.
Aroma
Conservo tu olor retenido
en la palma de la mano izquierda .
En alguna de mis viejas libretas
juré y perjuré no volver a escribirte
nunca más un poema.
Pero ahora me acuesto sin ti y descubro
tu olor retenido en la palma
de mi mano izquierda.
Mira qué sencillo me resulta
quebrantar una promesa.
C.
Caligrafía
En el pupitre de delante una letra
entrevista por encima
del hombro de su propietaria;
una caligrafía que engorda y adelgaza
en ciclos que parecen naturales,
como si respirara;
una caligrafía que inclina los palitos
de las t y de las d y de las l
hacia uno y otro lado -sístole, diástole-,
como si, además de respirar, latiese.
Al final de la clase, camino de la puerta de salida,
intento ver de reojo por última vez su letra
y mis ojos se encuentran con un pezón
que se eriza al contacto con la tela de la camiseta.
La chica que respira y late
a través de su propia caligrafía,
esta mañana vino a clase
sin sujeción de ningún tipo.
Cicatriz
Ni es muy honda ni, gracias al maquillaje, se aprecia bajo la luz de los focos, pero
durante el día es perfectamente visible surcándole el rostro. Una recta perfecta que
atraviesa la parte izquierda de su cara, desde la comisura de los labios hasta media
mejilla, como si alguien hubiese intentado alargarle a la fuerza la sonrisa.
Confesión
En la vida nunca se me han dado bien los finales. O son demasiado abruptos o
demasiado dilatados. O se demoran hasta la náusea o son tan expeditivos y eficaces que
parece que nunca hubiese existido la etapa que con ellos concluye.
Todo esto es por el cambio de estación, por el cambio de estado, por el curso que aún no
comienza, porque no escribo, porque masturbarse dos veces al día no es ni de lejos
saludable a partir de los treinta, porque tengo el piso hecho una pocilga, porque ya
empiezan las alfombrillas del coche a estar otra vez llenas de colillas.
A veces pienso que el mundo me queda grande, que me sobran al menos un par de
tallas, que haría falta hacerle algún remiendo pero, por más que busco, no consigo
encontrarle las costuras.
Coronofagia
Al otro lado de las certidumbres se esconde la verdad.
¿Y si mañana se secasen todos los mares de la tierra?
¿Sabría qué hacer el viento con tantos granos de arena?
Mujeres desnudas piden la tanda sin saber que, tan cerca del abismo,
la carne que les den para comer pudiera ser la de sus propios hijos.
Un mundo desquiciado en el que la lluvia
en lugar de mojar deshidrata.
Corazones destrozados por el frío se preparan para convertirse
-previo paso por la sartén-
en trivial pasto para tenedores:
latidos metálicos camino del estómago
de cualquier gilipollas.
Costura
Que la vida es corta
y los días estrechos
ya lo saben casi
todos los boleros.
A veces aprietan tanto
que hasta cuesta respirar;
Entonces, claro, me veo
como un pececillo naranja
boqueando bajo el sol
sobre la última mancha de humedad
de un charco que se evapora.
D.
Delirio
(niños corriendo descalzos
por un descampado cubierto de cristales rotos
y colillas encendidas)
Imágenes que te asaltan a veces
en el mismo centro de la pesadilla,
(enormes extensiones de campos quemados
donde aún se distingue el borboteo del tuétano
entre las brasas encendidas)
cuando llega el sueño y la fiebre se dispara
y en cualquier momento cualquiera
puede acabar con tu vida.
Desprendimiento
Debí haber llorado y no lloré.
Ahí empezó el proceso,
la sutil erosión de mis párpados.
El tejido destinado
a proteger mi mirada de la luz
fue adelgazando hasta quedar convertido
en algo translúcido como papel de fumar.
Un día, al parpadear,
cayeron a mis pies las pestañas.
Esa noche soñé
con el techo de mi dormitorio,
no he vuelto desde entonces
a soñar con otra cosa.
Nunca hubiera imaginado
que la oscuridad pudiera deslumbrarme.
E.
Economía
Al salir a la calle me di cuenta de que iba descalzo, al parecer me habían robado los
zapatos.
Hacerse el dormido no es la mejor forma de dormir pero, si te lo haces con convicción,
puede acabar desembocando en el sueño.
Quiero decir que yo estaba despierto cuando entraron, no abrí los ojos pero estaba
despierto. Creo que eran tres, supongo que los tres iban borrachos.
Erizo
En invierno
adquiere dimensiones trágicas
el amor de los erizos.
Si se abrazan,
se lastiman con sus púas;
si se separan,
se mueren de frío.
Erosión
Conozco esta sensación;
he pasado mucho tiempo aquí
como si ya nada importara.
Dejando crecer el musgo
en las zonas de sombra,
aguantando los embates
del viento y el agua.
Viendo caer pedazos de mí mismo
en forma de guijarros
desprendidos por la tormenta.
Luchando contra la evaporación
que está en la raíz de toda nube,
contra mi natural tendencia
a acabar convertido en charco.
Una nube con raíces,
contradicción de nacimiento,
el estigma del inútil sobre mis espaldas;
las gafas de sol de un búho
obligado a vivir de día
porque le da miedo la oscuridad.
Esperanza.
No esperar nada de nadie
ni permitir que nadie
espere nada de uno.
Intentar imaginar que el mundo
no existe más que en tu mente,
que mañana, al abrir los ojos,
descubrirás que todo es mentira.
La persistente pesadilla
de un borracho que por error
está soñando tu cerebro.
F.
Futuro.
A veces me siento triste
sin venir a cuento.
Los placeres cotidianos,
la comida caliente,
las sábanas limpias,
no consiguen causar en mí
el más mínimo efecto.
Mis programadores no lo entienden,
me reprograman,
me reconfiguran,
revisan mis circuitos.
Funambulismo.
Una estación chiquita en medio de ninguna parte. Un atardecer lento que va tiñendo el
cielo al otro lado de los cables del tendido eléctrico. Un niño que mira los pájaros
posados en los cables y se imagina que, un día de estos, en lugar de volver al circo en el
que trabaja, trepará por uno de aquellos postes y dará la vuelta al mundo.
G.
Grafiti
Y pese a todo van cayendo las palabras
como los purpúreos restos de vino
de una copa tumbada
que se resiste a dejar de gotear.
Palabras asediadas por el silencio,
mendicantes y babosas
como viejas putas sin dientes
por las que ya nadie pagará.
Palabras perdidas para siempre
como el vino derramado
que nadie beberá.
Palabras que se escapan sin saberlo,
como ratas en fuga de un barco que se hunde,
en busca de un verso ajeno
en el que tal vez germinar.
Palabras que resisten la tormenta
aunque sepan que con la calma
llegará la soledad.
Palabras escritas en las paredes
por el último hombre vivo sobre la tierra
que sólo volverán a ser pronunciadas
cuando las cucarachas aprendan a leer.
Grafomanía.
X es grafómano, un enfermo de la escritura. Alguien para quien las personas, los objetos
y los aconteceres tanto de la vida en general como de su vida en particular, sólo
cristalizan como verdadera realidad en el momento en el que los inserta en alguna de
sus libretas.
X atribuye su grafomanía a la extraña propensión que existía entre sus profesores de
primaria al recurso de la copia como forma de castigo; a hacer escribir n veces la misma
frase ante la menor travesura o salida de tono de los alumnos.
X, que de niño era más bien revoltoso e indisciplinado, se pasó gran parte de la
Educación General Básica con un bolígrafo en la mano, sentado frente a un folio que se
iba llenando de palabras que, a fuerza de repetidas, dejaban de tener sentido. Frases del
tipo No hablaré en clase o No insultaré a mis compañeros o No pegaré a nadie.
Curiosamente, aquella especie de suplicio medieval acabó sentándole bien a X. le
relajaba el sonido del bolígrafo deslizándose sobre el papel, el breve refulgir de la tinta
un instante antes de secarse, la forma en la que las letras se le iban tendiendo hacia la
derecha a medida que avanzaba el proceso…
Como un monje budista dibujando un mantra, así me sentía copiando quinientas veces
la misma estúpida frase, completamente solo en el aula después de que se hubieran
terminado las clases; sobre todo cuando el profesor de turno, una vez acabada la faena y
en un alarde de crueldad innecesario, rasgaba las hojas ante tus ojos y arrojaba los
pedazos resultantes a la papelera, escribe X, ya adulto, en una de sus libretas, y es un
tema sobre el cual, con el paso de los años, vuelve con relativa frecuencia.
H.
Herida
Pensar en cosas simples.
El olor de la tierra mojada
cuando de repente
y contra todo pronóstico
estalla un chaparrón.
El sonido del mar;
el color del cielo.
Pensar en cosas simples.
Luchar contra la sensación
de que otra vez estoy solo.
No dejar crecer las grietas,
recuperar de cualquier manera
algo parecido a la sonrisa.
Pensar en cosas simples.
Convencerme , pese a las apariencias,
de que no te has ido.
Hoguera
Los sinónimos no existen,
la palabra es ante todo sonido,
las frases brillan en frecuencias concretas,
el párrafo debe ser
correlato de esa danza.
Hay que arder mientras se escribe
si se quiere ser digno
de semejante privilegio.
Humanidad
El ser humano, ese bicho despreciable
que de tanto repetírselo a sí mismo
ha acabado por llegar a creerse
la culminación de algo, el huevo del picnic,
la guinda del pastel, el ajo de todas las salsas;
punto álgido de un proceso
que se inicia en el big bang
y se proyecta hacia el infinito.
Estúpida presunción, verborrea de borrachos,
delirio de científicos jugando a ser dioses,
consuelo para idiotas incapaces
de aceptar que no son más
que el azaroso conglomerado de moléculas
que estúpidamente los conforman.
I.
Incapacidad
A veces intento escribir con rima como si la rima
fuese el remedio para todos mis males;
lo intento con el verso como si el verso
sirviese como antídoto, para consolarme.
Vivir con la desgracia de no ser poeta,
ese es mi castigo y mi cruz,
la razón profunda de esta tristeza mía
empeñada en no dejarme ni a sol ni a sombra,
en no dejarme.
Después me doy cuenta, claro,
de que no tengo talento para estos menesteres
y recaigo en la prosa como un vagabundo que comprende
que, a pesar del frío y de la rima,
él nunca va a poder dormir en un albergue.
Infancia
A veces piensa en hacerlo al revés, por delante. Enterrar la nariz en el justo centro de la
almohada y apretar los extremos con fuerza contra los oídos hasta que no le quede una
brizna de aire en los pulmones para tal vez así encontrar un silencio de verdad en el que
poder dormir tranquilo.
Lo piensa con los ojos clavados en el techo de la habitación y la almohada apretada
contra las orejas. Lo piensa y mientras lo piensa siente que la cabeza le va a estallar,
"igual ya se han dormido", se dice antes de ir, poco a poco, aflojando la presión.
Parece que no se oye nada. El niño suelta la almohada, se incorpora en la cama, pega la
oreja a la pared.
Más allá de los latidos de su propio corazón no escucha más que un ligero y
acompasado ronquido de hombre y, como de muy lejos, el lento y entrecortado llanto de
una mujer.
Invisible
La luz del atardecer arremolinándose en torno a los charcos;
destello efímero que refleja
tu absoluta falta de importancia.
Te miras en el espejo
como el que mira el reloj sin ganas
y no es capaz de recordar la hora.
Tu propia mirada te traspasa
y a tu espalda puedes ver
las manchas en las baldosas.
Y sin embargo cuando te tocas
tu carne es consistente,
como si sólo estuvieses hecho
para vivir en el tacto.
Quizá si al menos gritaras
alguien podría escucharte.
M.
Madurez
Descubrir un día que el café,
que siempre te había gustado dulce,
ahora te gusta sin azúcar.
Que un canto aplazado, finalmente,
quizá no llegue a cantarse nunca.
Que hay trenes que se dejan pasar
sin que uno sepa
que esa vez era la última.
Que no hay más verdad que tu sombra
arrastrando su peso por las aceras;
que cada vez es más dura la resaca
y da menos risa la borrachera.
Maullido
Hoy está en celo la gata de enfrente.
El calor hace impensable
cerrar la ventana.
Sus inquietantes maullidos se escuchan
como si estuviese aquí mismo,
dentro del armario.
Como si tuviese encerrado a un bebé hambriento,
o a la madre que sostiene a su hijo muerto entre los brazos
y que ya ha llorado tanto
que no le quedan fuerzas más que para esa especie
de gemido sostenido que ya ni siquiera
llega a ser un grito.
Ahora se ha callado.
La gata, digo.
Miedo
Muchacho acurrucado en un rincón
de la habitación a oscuras
que puede escuchar perfectamente
el latido que le confirma
que tampoco allí está solo.
Mineralización
Mi sofá ha aprendido a hacerse porros.
Desde entonces no he conseguido
volver a moverme.
María Lionza, cuando se encarna
en una india desnuda
cabalgando un tapir,
petrifica a todo aquel
con quien fornica.
¿Estaré teniendo
un romance con el sofá?
¿Me habré convertido
ya en una piedra?
P.
Paciencia
En algún momento el sol
agotará su reserva de hidrógeno
y deberá reconfigurarse
para poder fusionar el helio;
de ser una estrella amarilla
pasará a ser una gigante roja
y su atmósfera llegará
hasta la actual órbita de Marte,
engullendo en su expansión
a Venus, Mercurio y la Tierra.
Se calcula que ocurrirá
dentro de unos cuatro mil
quinientos millones de años.
Palabras.
La palabra nace como sonido,
la oralidad precede
en mucho a la escritura.
La palabra escrito no es sino un intento
de fijar la palabra hablada,
de dotar del atributo de la permanencia
a algo que en esencia es efímero y contingente,
de fotografiar el sonido mucho antes
de que existiese método alguno
de registro auditivo.
Ahí reside la profunda paradoja
de la palabra escrita,
representante sobre el papel
de una entidad sonora
condenada al silencio.
Pienso en la literatura desde dentro,
el aspecto que debe tener
el interior de lo literario.
El paisaje es desolador,
un desierto de silencio donde todos
parecen estar hablando,
el mundo visto desde el cerebro
de un cantaor sordo y ciego
que no deja de cantar.
Pecera
Un astronauta perdido por las playas de Menorca en mitad del invierno, con su
escafandra de humo y su anhelo de soledad y distancia, de atardeceres vistos desde el
espacio y amaneceres que han perdido su capacidad de generar significados.
Un astronauta que mastica su derrota y descubre entre los pliegues de sabor que no
existe la victoria, que para él, en este planeta y en este tiempo, no hay posibilidad
alguna de escurrirle el bulto a la derrota.
Un astronauta que respira en silencio e imagina que los dibujos entrecruzados que deja
sobre la arena húmeda de ciertas playas el mar en retirada son en realidad una escritura
secreta, un alfabeto desconocido; como si el mar fuese un inmenso poeta líquido que
compone extraños poemas sobre la arena; poemas que, quizá, sólo logren entender las
nubes o las aves migratorias.
Poema
A veces las palabras se confabulan para,
desde una simplicidad extrema,
crear instantes de belleza
sólo comparables a cosas tan simples
como una puesta de sol en Gabdos
o una buena tormenta
sobre un techo de uralita.
Q.
Querencia
Quiero dejar de escribir
versos sentimentales
sólo admisibles en adolescentes empachados de Bécquer
y del Neruda de los versos tristes
y el me gusta cuando callas.
Quiero evitar –pero me cuesta- la rima fácil,
los poemas de amor, los cuentos efectistas,
la tendencia a salpimentar la ficción
con mediocres pedacitos de mi vida.
Quiero evaporarme como un charco
cuando sale el sol con fuerza,
escapar como el humo acumulado en el salón
al abrir el balcón una noche de fiesta.
Quiero cantar –pero no sé- canciones tristes
como recoger pájaros muertos de la calzada,
hasta desaparecer en la melodía
y reencarnarme en una lágrima.
R.
Refugio
Una lluvia tenue y extrañamente persistente, como la resaca de tres cervezas y dos
canutos a destiempo. Un túnel bajo las vías del tren -o bajo la autopista o bajo algún
edificio-; un túnel de techo abovedado bajo el que refugiarse de la lluvia. La chica joven
apaga el porro mientras abre la funda de su instrumento, lo saca, lo monta, se lo lleva a
la boca y empieza a soplar. El sonido dulzón y melancólico de la trompeta impregna
amplificado el aire del interior del túnel, como si fuese un cuenco puesto del revés.
Fuera sigue tercamente lloviendo. Por encima, quizá, está a punto de pasar un tren.
S.
Saturno
La superficie de Saturno presenta
una densidad menor que la del agua.
La mayoría de sus habitantes
se ahogaron hace tiempo
o aprendieron el difícil arte
de la respiración subterránea.
Los que pudimos huir parecemos bajitos,
es por nuestra tendencia al hundimiento.
A veces, sin previo aviso,
nos da por desaparecer
o parecemos cabezas sin cuerpo
arrastrándose por las aceras.
Silencio
Veo pasar el mundo y sus cosas
como una semilla disecada,
o una larva inmóvil en el interior
de un pedacito de ámbar.
Entidades para el futuro que resisten
atrapadas en un presente que no avanza;
apeaderos abandonados a su suerte
por donde los trenes nunca pasan,
un ojo de cristal que desde el escaparate
observa el mundo sin decir nada.
Soledad
Dolores que se solidifican y adquieren
el aspecto de alguien que se aleja,
un nuevo espejismo que se disuelve
en el horizonte, una retahíla
de cuerpos decapitados, el anhelo
de la soledad más absoluta,
de ser la única persona en el mundo
capaz de ver el mar.
Sortilegio
Dibujar tu mirada
dibujarla como una forma
de arrebatártela.
Tan cerca del abismo
como de tus ojos.
Un sortilegio,
una sustracción mágica.
Lograr a través del dibujo,
gracias a la tinta,
la tan anhelada extracción
de tus globos oculares.
Para echárselos a los cerdos.
T.
Temblor
Suena feo, pero los sentimientos
no son más que una determinada
configuración electroquímica en tu cerebro.
Tenemos el privilegio de ser los últimos
humanos en el camino hacia la máquina.
Alrededor del 2200 los poetas
se irán a vivir al subsuelo con las ratas,
nuestros semejantes.
En el 2666 el mundo será un enorme cementerio
en el ojo sin párpado de un nonato.
Tormenta
Un mar desconcertado
que no sabe qué hacer con tanta agua
y se enfurece y encabrita
y arroja sobre la arena de las playas
el descarnado cuerpo
de todos sus ahogados.
Tren
Normalmente se espera en el andén.
Uno llega a la estación y atiende a los carteles
para ver cuando llega el tren
o se mete en el bar a tomar un cortao
con la leche natural o caliente
según el tiempo del que se disponga.
Pero en el tren no se espera,
para eso ya están los andenes
y las cafeterías de estación.
¿Y qué se hace en el tren?
Algunos -la mayoría si es de noche- duermen,
otros se preparan para cerrar el bar,
tres chicas más bien idiotas juegan a las cartas,
un valenciano bastante pelma intenta ligar
con una australiana de nombre René,
un tal Cabrera Martín esnifa cocaína
y explica a cualquiera que le sostenga la mirada
durante más de cinco segundos
que va a Motril a ver a unos primos
para correrse una juerga,
que se podría haber venido en coche,
que a doscientos veinte en seis horas
de Barcelona se planta en Granada,
que,
que,
que...
Ella duerme.
Los hay que permanecen inmóviles,
bien anclados en sus asientos,
otros se balancean
a cada nueva detención;
la chica rubia se cubre el torso y la cabeza
con un polar rojo,
de aquella butaca emergen un par de calcetines
con su respectivo par de pies,
alguien habla por teléfono
en voz muy baja,
suena una tos...
Ella duerme,
ya lo he dicho.
Tomás busca una mirada que le diga
que en el fondo él no es tan malo;
el cincuentón de la bolsa de trapo
va a la naranja o a la aceituna,
a lo que salga;
el Barbate lía canuto tras canuto
sentado en un taburete
del vagón cafetería;
el Rubio de la Perla explica,
entre lingotazos a la petaca
y maldiciones al móvil,
sus anécdotas de cantaor retirado...
¿Y él?
¿Él qué hace?
Él espera,
aunque esté en un tren y sepa perfectamente
que no es el lugar más apropiado para hacerlo.
Él espera,
porque nunca le gustaron los andenes,
porque ni vino aquí para otra cosa,
porque sólo sabe esperar
sin saber muy bien qué es lo que espera
pero esperando.
Ella duerme sin saber que él espera
y él espera sabiendo que es inútil,
que sólo lo hace porque ella duerme,
que en cuanto despierte
se acabó la espera.
Porque cuando ella abra los ojos
al instante él perderá,
otra vez sin saber por qué,
hasta el último resquicio de esperanza.
Mientras tanto le resulta hermoso
verla dormir.
Trinchera.
Como a los golpes y sin fortuna
camino por este mundo,
sin encontrarle las costuras
ni mucho menos el rumbo.
Como a los golpes y a malos pasos,
coleccionando por los rincones
ceniceros que se desbordan
bajo el signo de Diógenes,
trastos por todas partes,
meadas fuera de tiesto,
platos llenos de comida fosilizada,
algún que otro amigo muerto.
Como a los golpes y sin remedio
pero aguantando la compostura,
con la frente todo lo alta que se pueda
sin dejar la garganta al descubierto.
No vaya a ser que alguien se anime
a darme en la tráquea el golpe
que sin duda me merezco.
V.
Vacío
Busco, estoy buscando
lugares inconcebibles:
la singularidad que yace en el centro
de todo agujero negro;
las dimensiones ocultas
por las que, según ciertas teorías,
se escapa el gravitón;
las grietas entre los diferentes mundos
que forman el multiverso;
la vertiginosa superficie
de una estrella de neutrones;
un hueco junto a tu cuerpo
debajo de las sábanas.
Versos
Los hay como disparos
condenados a repetirse,
te atrapan durante días y no puedes
dejar de recitarlos en tu cerebro
una y otra vez; como si
esa conjunción de palabras concreta
creara una necesidad en tus neuronas,
una pequeña adición,
un picor que sólo se calma
repitiendo entre dientes
los versos en cuestión.
El corazón,
si pudiera pensar,
se pararía.
El mar recordó, de pronto,
el nombre de todos sus ahogados.
El amor es mentira.
La caricia es mentira.
La amistad es mentira.
Volver
Con el rabo entre las piernas
como un chucho apaleado,
cargando con todas las pulgas
que le caen a perro flaco;
vuelvo con la piel en barbecho,
el alma en la cola del paro
y la mirada turbia que le dejan
los golpes al boxeador sonado;
vuelvo sin más respuesta
que este refrán mal ladrado:
si naciste pa martillo
del cielo te caen los clavos.
W.
Western
Aprender a esperar.
Saber que, en un momento dado
y sólo con el clima apropiado,
todo se ordena como por ensalmo,
como si alguien hubiese decidido
que justo en ese instante
ha llegado la hora
de empuñar el revólver.
Carroña putrefacta,
alimento para gusanos.
La herencia de la sangre,
la alegre responsabilidad de saberse
parte de una estirpe de asesinos.
La mirada fría y el gesto adusto,
el pulso sereno al apretar el gatillo,
la clara conciencia de que todo hombre
es la prefiguración de su cadáver,
futura carroña putrefacta,
alimento para larvas y gusanos.