Desde hace seis años nuestra celebración religiosa se · Para poder comprender la obra y lo que...
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El 18 de Octubre en la Iglesia Católica celebramos la
fiesta de San Lucas Evangelista y en la Parroquia de Villanueva
del Pardillo añadimos a esta fiesta la celebración gozosa y devota
de nuestro patrón.
Desde hace seis años nuestra celebración religiosa se
inicia la tarde anterior con las “Vísperas Solemnes y el Te Deum”,
acto seguido la ofrenda floral y los bailes encabezados por la
“Jota de San Lucas”. Con ello queremos dedicar un tiempo de
oración a nuestro patrón, que nos acompaña e intercede ante
Dios nuestro Señor todo el año, antes de celebrar el día de la
fiesta la Solemne Eucaristía en honor al Santo.
Se atribuye a nuestro patrón una obra compuesta por el
Evangelio de San Lucas y por los Hechos de los Apóstoles. Estas
obras nos ayudan a conocer a Jesús, nos muestran cómo es Dios
y los inicios de la Iglesia. En el prólogo San Lucas nos dice que
está dedicada a un tal Teófilo (el amigo de Dios o el que es
amado por Dios). Para poder comprender la obra y lo que nos
quiere transmitir sería muy bueno ponernos en el lugar de
Teófilo.
Los cristianos del s XXI estamos llamados a profundizar en
nuestra fe, que debemos arraigar y edificar en Cristo y a ello nos
puede ayudar la Buena Noticia que nos presenta el Evangelio de
San Lucas.
Nuestro mundo actual no difiere mucho de aquel en el
que vive San Lucas. Por eso, nos advierte de los peligros de la
rutina, de la inercia y del aferrarse a los bienes de este mundo, e
invitación a la conversión.
En la obra se nos presenta a Jesús como el mensajero de
la misericordia de Dios. Él manifiesta la ternura de Dios y su
bondad: las parábolas del Buen Samaritano, del Hijo pródigo, el
encuentro entre Jesús y Zaqueo… Esta experiencia del encuentro
con Jesús y de su seguimiento camino de Jerusalén configuran al
hombre como creyente y cristiano. El seguimiento y la fe en
Cristo se nos dan hoy a través de la escucha de la Palabra, la
oración, los sacramentos y la experiencia de la gratuidad como
entrega a los hermanos, ya que hemos experimentado en
nuestro interior el amor que Dios nos tiene. La obra de San Lucas
nos ayudará a vivir nuestra fe, a caminar por el mundo con un
fundamento, a vivir en la esperanza de que no estamos solos,
que Dios nos acompaña, acoge y guía.
Dividimos este librito en tres partes:
-Aproximación a San Lucas.
-Oración de Vísperas.
-Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II con ocasión del
reconocimiento de las reliquias de San Lucas.
Quiero, pues, invitar a profundizar por medio de nuestro
Patrón en Jesucristo nuestro Señor, para que nuestra fe y
nuestra devoción hacia él sean verdaderamente cristianas y no
sólo una estéril inclinación de nuestra naturaleza humana, que
se refleja es sentimentalismos y sensiblerías. Nuestro Patrón nos
puede ayudar a superar cualquier dificultad porque nos presenta
a Alguien que no falla, Jesús, y nos dice algo muy importante
para el hombre de hoy: Dios nos ama a cada uno de nosotros
con nuestros dones y valores, defectos y pecados. Estando
llamados a caminar hacia la casa del Padre por el camino de la
conversión, amemos a Dios y entreguémonos a los hombres,
nuestros hermanos.
Que Santa María, bajo la advocación del Soto, admirada
por San Lucas, nos ayude a crecer y vivir cada día más como
cristianos.
Gabriel Comas Bauzá, párroco.
Scriba mansuetudinis Christi1
Dante, De Monarchia 1, 16
El tercer evangelio, igual que los otros tres reconocidos
por el canon, es una obra anónima. En el relato, tal como ha
llegado hasta nosotros, no hay la más mínima indicación sobre la
identidad del autor, ni siquiera algún indicio textual que nos
permita deducirla. Por eso, la narración evangélica –ésta y las
demás- es totalmente distinta de los escritos de Pablo, cuyo
nombre –solo o con los de sus compañeros- aparece
invariablemente al principio de sus cartas, como elemento
estable de la fórmula llamada praescriptio o ‘encabezamiento’.
De la narración evangélica en sí misma se deduce que el
autor no fue testigo ocular del ministerio de Jesús, sino que
depende de los que lo fueron directamente (Lc 1, 2). Se trata,
más bien, de un cristiano de la segunda o de la tercera
generación. Por otra parte, difícilmente se le puede considerar
como nativo de Palestina; su escaso conocimiento de la
geografía y de las costumbres locales es una clara prueba de su
origen foráneo. Además, se ve que es una persona culta, un
buen escritor, familiarizado con las tradiciones literarias del
Antiguo Testamento –especialmente, como las presenta la
traducción griega de la Biblia (LXX)- y con las técnicas literarias
del helenismo. Por último, su diferencia con los otros
evangelistas consiste esencialmente en su intención de
relacionar la vida de Jesús no sólo con el ambiente y la cultura
1 Escritor de la ternura de Cristo.
contemporáneos, sino también
con el desarrollo expansivo de la
naciente Iglesia cristiana.
El título que se dio en la
Antigüedad a esta narración
evangélica:
(Evangelio según Lucas) se
encuentra al final de la obra, en
el manuscrito más antiguo que
poseemos, el P75, un papiro de
los años 175-225 d. C. (forma
parte de la llamada colección de
Papiros Bodmer XIV). Por lo
general, estos últimos títulos que
aparecen en los manuscritos
datan de finales del siglo II d. C., cuando la atribución de los
cuatro evangelios canónicos a sus autores tradicionales era ya
patrimonio común del cristianismo.
Recorte del Papiro P75 de la página donde concluye el evangelio
según Lucas y comienza el de Juan.
El personaje ‘Lucas’, al que se refiere esta atribución
antigua, se menciona tres veces en el Nuevo Testamento2:
En Flm 24 (‘23Te saludan Epafras, mi compañero de
cautiverio en Cristo Jesús, 24Marcos, Aristarco, Demas y
Lucas, mis colaboradores.’) Lucas aparece como
‘colaborador’ de Pablo, que une su saludo al de sus
compañeros.
En Col 4, 14 (‘Os saluda Lucas, el médico querido, y
Demas’) se le llama ‘el querido médico’, que también
manda sus recuerdos a la comunidad de Colosas
En 2 Tim 4, 11 (‘El único que está conmigo es Lucas. Toma
a Marcos y tráele contigo, pues me es muy útil para el
ministerio.’), Pablo lo menciona como ‘el único que está
conmigo’.
Desde los tiempos de san Juan Crisóstomo se ha querido
ver una referencia a Lucas en 2 Cor 8, 18: él sería ‘el hermano
que se ha hecho célebre en todas las comunidades predicando el
evangelio’.
Una de las razones para mantener que Lucas es el
verdadero autor del Evangelio y del libro de los Hechos de los
Apóstoles es la constante tradición eclesial. Aunque actualmente
2 San Juan Crisóstomo (Homilía 18, 1 a la Segunda Carta a los Corintios, PG 61, 523) es el primero en identificar como Lucas el compañero de Tito encargado de llevar la colecta a favor de los pobres de Jerusalén que Pablo organiza por las iglesias de Grecia y Asia Menor. Lucas sería ‘el hermano que se ha hecho célebre en todas las comunidades predicando el evangelio’ (2 Co 8, 18). La lectura de la Eucaristía antes de la reforma litúrgica del Vaticano II era precisamente ésta.
esté de moda rechazar esa identificación, no estaría mal revisar
los datos tradicionales, dada la tendencia a interpretarlos de una
manera exageradamente maximalista o radicalmente
minimalista. Un breve resumen de esos datos es el siguiente:
La primera referencia a la tradición parece ser la del
Canon de Muratori. Se atribuye la composición de este
escrito a los años 170-180 de nuestra era. Las líneas 2-8
dicen:
“La tercera recensión evangélica es según Lucas. Lucas
era médico de profesión. Después de la ascensión de
Cristo, Pablo lo tomó consigo, porque era un buen
literato. Lucas escribió su narración de oídas, y la firmó
con su propio nombre. Aunque no había tenido contacto
personal con el Señor, empezó su relato por el
nacimiento de Juan, según se lo permitían sus propias
investigaciones”
Un nuevo testimonio, de finales del siglo II, lo tenemos
en la obra de san Ireneo Adversus Haereses 3.1, 1:
“También Lucas, el compañero de Pablo, escribió en un
libro el evangelio, como él (Pablo) lo predicaba.”
En la misma obra, en 3. 14, 1, Ireneo añade:
“El propio Lucas afirma con toda claridad que era
inseparable de Pablo y que colaboraba con él en (la
predicación de) el evangelio; y eso, no por vanagloria,
sino porque realmente era verdad.”
En este pasaje de sus escritos apologéticos, Ireneo
atribuye la composición del tercer evangelio a Lucas,
‘inseparable compañero de Pablo’, ante todo por su
interés en mostrar el carácter ‘apostólico’ de la
narración. El razonamiento de Ireneo depende,
obviamente, de los datos que ofrece el propio Nuevo
Testamento. La prueba principal de que Lucas es el
verdadero autor del relato se toma de las secciones
narrativas del libro de los Hechos de los Apóstoles,
escritas en primera persona del plural.
También de finales del siglo II es un antiguo ‘prólogo al
evangelio’ que precede al texto canónico de Lucas. Dice
así:
“Lucas nació en Antioquía de Siria. Fue médico de
profesión, discípulo de los apóstoles y, más tarde,
compañero de Pablo, hasta que éste sufrió el martirio.
Sirvió al Señor con absoluta dedicación; no se casó, ni
tuvo hijos. Murió a los ochenta y cuatro años en Beocia,
lleno del Espíritu Santo.
Aunque ya existían relatos evangélicos, uno según
Mateo, compuesto en Judea, y otro según Marcos,
escrito en Italia, Lucas, impulsado por el Espíritu Santo,
compuso esta narración evangélica en alguna parte de la
región de Acaya. En su propio prólogo, es decir, Lc 1, 1-4,
afirma con toda claridad la existencia de otros evangelios
escritos con anterioridad; pero era necesario escribir
para los convertidos del paganismo un relato exacto de la
nueva disposición salvífica, para prevenir posibles
desviaciones provenientes de las falsedades inventadas
por el judaísmo o posibles engaños creados por las
absurdas fantasías de los herejes, que llevarían a una
corrupción de la verdad auténtica. El comienzo de este
evangelio nos transmite, como algo realmente
importante, el relato del nacimiento de Juan, que es el
principio del evangelio. Juan fue, efectivamente, el
precursor del Señor, y tomó parte en la proclamación de
la buena noticia, en la administración del bautismo y en
la posesión del Espíritu. Uno de los Doce, un profeta,
menciona esta disposición salvífica. Más tarde, ese
mismo Lucas escribió los Hechos de los Apóstoles”.
A principios del siglo III, Tertuliano, en su obra contra
Marción, escrita hacia los años 207-208, distingue entre
evangelios escritos por ‘apóstoles’ (es decir, Mateo y
Juan) y evangelios escritos por ‘contemporáneos de los
apóstoles’ (es decir, Marcos y Lucas). A propósito del
tercer evangelio, escribe estas palabras:
“Sin embargo, Lucas no era apóstol, sino únicamente
contemporáneo de los apóstoles; no era maestro, sino
discípulo y, consiguientemente, inferior al maestro; y por
lo menos tan posterior a los otros como su propio
maestro, es decir, el apóstol Pablo fue posterior a los
demás” (Adversus Marcionem, 4. 2, 2)
Para Tertuliano, Pablo fue el ‘inspirador de Lucas’, y el
Evangelio según Lucas era ‘el evangelio de su maestro’, o
una ‘recopilación’ del evangelio de Pablo.
Si cribamos toda esta ingente masa de testimonios
antiguos sobre el autor del tercer evangelio, podremos obtener
dos tipos de elementos:
a) Particularidades no deducibles del Nuevo
Testamento: El autor del evangelio fue Lucas, que habría nacido
en Antioquía de Siria. Escribió un evangelio que recogía la
predicación de Pablo. Compuso su narración en Acaya y murió
en Beocia o en Tebas, soltero, sin hijos, y a los ochenta y cuatro
años de edad.
b) Particularidades deducidas del Nuevo Testamento:
Lucas fue médico, compañero o colaborador de Pablo, discípulo
de Jesús, pero sin haber sido testigo ocular del ministerio público
del Maestro. Escribió su evangelio para los paganos convertidos
al cristianismo; lo compuso después de que ya se habían escrito
los evangelios según Marcos y Mateo; comenzó su narración por
el nacimiento de Juan Bautista; escribió también el libro de los
Hechos de los Apóstoles; su estilo griego es excelente.
Estos son los datos que tenemos procedentes de los
escritos que nos han llegado. Pero sabemos más cosas de San
Lucas, que proceden de la Arqueología3.
3 A partir de aquí sigo el artículo de ANDREA TORNIELLI, El querido médico.
En octubre de 1992, el obispo de Padua, Antonio
Mattiazzo, recibió una carta en griego escrita por el
metropolitano ortodoxo de Tebas, Hyeronimus, en la que le
pedía «un fragmento significativo de las reliquias de san Lucas
para depositarlo allí donde se encuentra y es venerado hoy el
sepulcro sagrado del evangelista». Ciertamente, según una
antigua tradición, la tumba de Lucas se encontraría en la Tebas
griega.
Al obispo Mattiazzo le estremeció tal petición. ¿Cómo era
posible que su hermano ortodoxo estuviera tan seguro de que
en Padua se conservan los restos de san Lucas? El culto al
evangelista ha sido casi nulo en Padua en los últimos decenios o,
en todo caso, minoritario. Decidió ponerse manos a la obra; y
antes de satisfacer la petición del metropolitano de Tebas, se
interesó por estudiar más profundamente la tradición y
someterla al análisis de la ciencia. Se llegó así, paso a paso, al
reconocimiento de 1998 y a la conclusión de los experimentos
en 2000, con un sorprendente resultado que confirma la antigua
tradición. En otoño, la diócesis de Padua organizó un congreso
internacional dedicado a tal descubrimiento. El
anatomopatólogo de la Universidad de Padua Vito Terribile Wiel
Marin, coordinador de los trabajos, afirmaba: «Antes de la
investigación, basándonos únicamente en los datos históricos en
nuestro poder, podíamos considerar que en Padua se hallaban
las reliquias de san Lucas. Hoy, a partir de los resultados
obtenidos con estos estudios, podemos afirmar que la hipótesis
está comprobada con un altísimo grado de probabilidad. A pesar
de que la ciencia no sostiene nunca el 100%, podríamos hablar
de un dato bastante cercano a la certeza».
Cuando en 1998 los expertos de la diócesis y los
hermanos de Santa Giustina abrieron los cerrojos de 400 años de
antigüedad que sellaban la gran urna de plomo de 190 cm de
longitud, 40 de anchura y 50 de fondo, con un peso de 600 kilos,
se encontraron ante los huesos de un esqueleto completo (a
excepción del cráneo), protegido por un sudario de tejido blanco
transparente, que se supone debió ser utilizado para la última
exposición pública, en 1562. Los huesos atribuidos al santo
estaban mezclados con algunas costillas y vértebras de
pequeños roedores, algunos caparazones, residuos vegetales (tal
vez restos de flores arrojadas por los fieles), unas escudillas de
barro y algunas vasijas que contenían pergaminos y monedas.
Además, en el fondo de la caja se encontró un total de 34
monedas, de las cuales la más antigua data del año 299 d. C.
También había una lastra y una inscripción que testifican los
reconocimientos llevados a cabo en 1463 y 1562, y que
refuerzan la atribución de los restos al autor del tercer
evangelio. Aparte del cúbito derecho y el astrágalo izquierdo (un
pequeño hueso del pie), el esqueleto sin cráneo estaba completo
y perfectamente conservado. La antropóloga Mariantonia
Capitanio, de la Universidad de Padua, explicó que el cuerpo «no
fue nunca sepultado en una tumba bajo tierra, sino siempre en
contenedores que pudieran garantizar una conservación
duradera incluso en caso de traslación». Ello da testimonio de un
culto antiquísimo, que se ve confirmado también por la
presencia de mirto en el ataúd, particularmente utilizado en las
ceremonias fúnebres antiguas y que, entre otras cosas, situaría
la muerte entre el final de la primavera y el comienzo del verano,
dada la estacionalidad de su floración. Además, por las
considerables dimensiones de la caja de plomo resulta evidente
que no fue fabricada para contener las reliquias del esqueleto
sino el cuerpo mismo del evangelista. Una confirmación
interesante viene precisamente de Tebas: en el sepulcro de
mármol venerado como tumba de Lucas encaja con una
precisión milimétrica la urna de plomo.
Las investigaciones han confirmado que los huesos son
atribuibles a un individuo de raza siria. A estas conclusiones se
ha llegado gracias al examen del ADN a cargo del genetista
Guido Barbujani. El esqueleto pertenece a un hombre muerto a
edad avanzada, presumiblemente entre los 70 y los 85 años (un
dato perfectamente en línea con las noticias de los dos
«Prólogos»), de estatura en torno a 1,63 centímetros y de
complexión robusta. El profesor Terribile Wiel Mewrin ha
descubierto en los huesos una grave clase de osteoporosis, una
artrosis de la columna vertebral y un notable desgaste de los
dientes. Además, de la curvatura de las costillas se deduce la
presencia de un enfisema pulmonar. Entre los resultados más
interesantes de las investigaciones, se encuentra el de la
datación con radiocarbono, examen efectuado en dos
laboratorios, uno en Tucson (Arizona) y otro en Oxford. De ellos
se coligue que la muerte de la persona a la que pertenece el
esqueleto se remonta a un periodo comprendido entre el 130 y
el 400 después de Cristo. Un dato que no contradice la tradición,
la cual sitúa la muerte del evangelista en los primeros decenios
del siglo segundo. Finalmente, los estudios del experto en
palinología Arturo Paganello acerca de los pólenes presentes en
la urna y en los huesos han establecido que se trata de pólenes
típicos de la Italia meridional y sobre todo de la cuenca
mediterránea, datos que confirman la procedencia del cuerpo y
del ataúd de aquella zona y que coinciden con la tradición de la
muerte y sepultura en Beocia.
Entre los huesos de Padua falta, como ya hemos
señalado, el cráneo. Y precisamente de esta “ausencia” proviene
una última confirmación y autentificación de las reliquias. De la
lectura de los documentos históricos resulta que en 1354 el
emperador Carlos IV retiró la calavera del esqueleto de Padua y
se la llevó consigo a Praga, donde ha permanecido y sigue siendo
venerada en la catedral de San Vito. El obispo Mattiazzo solicitó
al cardenal Miloslav Vlk examinar la reliquia. De esta manera, en
septiembre de 1998, el decano de la catedral de Praga y un
experto en paleontología atravesaron Europa para llegar a Padua
con ella. Durante tres días los estudiosos coordinados por el
profesor Terribile Wiel Marin examinaron el cráneo para
comprobar si se articulaba con el atlas, es decir, con la primera
vértebra cervical del esqueleto conservado en Santa Giustina.
«La correspondencia nos ha parecido indiscutible tanto a mí - ha
dicho el profesor -, como a la profesora Capitanio y al profesor
Emanuel Vlcek, venido desde Praga». La articulación cráneo-
atlas es considerada “altamente específica”, del tipo llave-
cerradura: es absolutamente impensable que otra calavera
pueda adaptarse a la primera vértebra. Además el cráneo es
dolicocéfalo, es decir, alargado hacia atrás y estrecho. Esta
forma es bien compatible con la población de la Antioquía de
Siria del siglo I y II, y no con la población de la misma región en el
año 1000 ni aún menos con la actual. Así pues, una confirmación
más de la tradición.
¿Cómo llegaron a Padua estas reliquias, que a raíz de su
descubrimiento son las más importantes que se pueden atribuir
a un evangelista? Una tradición confirmada por el testimonio de
san Jerónimo atestigua que la urna con los huesos fue
transportada a Constantinopla en la época del emperador
Constancio (siglo IV) e instalada dentro de la basílica de los
Santos Apóstoles. Desde allí sería transportada posteriormente a
Padua. Según algunos estudiosos ello habría sucedido tras el
saqueo de Constantinopla por los cruzados. Pero estudios más
recientes, dirigidos por monseñor Claudio Bellinati, director del
Archivo Histórico de Padua, revelan que la presencia de los
huesos ya estaba registrada en la ciudad de san Antonio en el
año 1177, cuando la urna de plomo - que a causa de las
incursiones bárbaras se había escondido en el cementerio de
Santa Giustina con todos los demás cuerpos que se conservan en
la iglesia - fue descubierta y ubicada de nuevo en el interior de la
basílica. El documento que encontró monseñor Bellinati tira por
tierra la hipótesis de que fueron los cruzados quienes
transportaron las reliquias. «Los huesos pudieron haber llegado
mucho antes - ha dicho el estudioso, en el siglo VIII, durante el
periodo de las luchas iconoclastas». La tradición señala que un
sacerdote llamado Urio, custodio de la basílica de los Santos
Apóstoles en Constantinopla, llevó consigo a Padua los restos de
san Lucas, los atribuidos a Matías y un icono de la Virgen, todo lo
cual se encuentra ahora en Santa Giustina.
Enrique Olmo Ayuso, vicario parroquial
Invocación inicial
Los ministros, revestidos con capa pluvial, se dirigen en procesión
hacia el altar. El diácono lleva el cirio pascual encendido y lo deposita en su
sitio. Los ministros besan el altar y se dirigen a su sitio.
El que preside canta:
Dios mío, ven en mi auxilio
Y el pueblo responde:
Señor, date prisa en socorrerme.
Todos se inclinan hasta “Como era”
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Lucernario
Monición
Con la oración de las Vísperas, la oración de la tarde, la
Iglesia se dirige a Cristo, luz del mundo, para que permanezca
durante la noche con nosotros hasta que, de nuevo, con el
nuevo día, nos vuelva a alumbrar Él, el Sol que nace de lo alto.
Por eso, encendemos estas lámparas con la luz que procede del
Cirio Pascual, que representa a Cristo. Durante la noche
queremos ser como las vírgenes sensatas que, con la lámpara
encendida y la alcuza llena de aceite, esperan el regreso del
Esposo. El himno que cantamos nos recuerda que, cuando Él
vuelva, va a examinar si tenemos en nuestras vidas esa luz que
es el amor a Dios y al prójimo. Nuestro canto es un melancólico
grito para que llegue pronto a nuestras vidas. Mientras, en esa
oscuridad que nos rodea durante la noche, nos alumbras estas
lámparas que se alimentan con el aceite de nuestra caridad
fraterna.
El diácono con una candela toma luz del Cirio Pascual y se la entrega
al que preside que enciende uno de los seis cirios que hay sobre el altar. A
continuación, cinco miembros de la comunidad parroquial encienden los cirios
restantes. Mientras se canta el himno.
Salmodia
Monición
El salmo 115 es la oración del enfermo que, envuelto en
redes de muerte y caído en tristeza y angustia, invocó el nombre
del Señor y pudo ver cómo el Señor arrancó su alma de la
muerte. En esta parte del salmo que vamos a rezar hoy, el
salmista da gracias a Dios por la curación y se dispone a celebrar,
con el pueblo de Dios congregado, una libación eucarística:
Alzaré la copa de la salvación, en presencia de todo el pueblo, en
el atrio de la casa del Señor.
Empecemos, pues, estas vísperas de nuestro patrón San
Lucas con este salmo de acción de gracias, y que este texto nos
prepare ya para la Eucaristía que los pardillanos celebraremos
unidos en el Señor mañana solemnidad de San Lucas. Porque
Dios nos arrancó de la muerte, rompiendo sus cadenas,
ofreceremos un sacrificio de alabanza en presencia de todo el
pueblo.
Salmista:
Ant. 1. Soy ministro del Evangelio por la gracia que Dios
me dio.
SALMO 115
Acción de gracias en el templo
Cantado a dos coros:
Tenía fe, aun cuando dije:
‘¡Qué desgraciado soy!’
Yo decía en mi apuro:
‘Los hombres son unos mentirosos’
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, +
siervo tuyo, hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo +
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Soy ministro del Evangelio por la gracia que Dios me
dio. Al final del salmo todos se ponen en pie y el que preside dice la
siguiente oración sálmica:
Oremos
Te ofrecemos, Señor,
nuestro sacrificio de alabanza,
porque en la resurrección de tu Hijo,
narrada admirablemente por San Lucas,
nos has arrancado de la muerte
y has roto sus cadenas;
haz que, en la Eucaristía de mañana,
alcemos la copa de la salvación,
dándote gracias e invocando tu nombre
en presencia de todo el pueblo
y proclamando que tú eres el Dios de la vida
y no te recreas en la destrucción de los vivientes;
por ello mucho te costaría
la muerte de tus fieles
para dejarlos definitivamente en el sepulcro.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén. De nuevo, todos se sientan.
Monición
A la comunidad judía le cuesta reinstalarse en Israel
después del destierro; pero, pese a las dificultades, los
corazones se llana de alegría al retorno de los primeros
repatriados: Cuando el Señor cambió la suerte de Sión y nos hizo
pasar del desierto a Israel, nos parecía soñar. Pero a la alegría
del retorno hay que unir la súplica por la restauración más plena,
hay que pensar en los que aún están cautivos en la lejana
Babilonia: Que el Señor cambie nuestra suerte y nos dé la
liberación total.
En labios cristianos este salmo debe ser la oración
escatológica de un pueblo que, aunque sufre aún en el destierro
y está lejos aún del reino, se sabe ya salvado. Por la resurrección
de Cristo, el Señor ha cambiado la suerte de Sión; pensar en el
triunfo del hombre, tal como resplandece en la carne del
Resucitado, nos parece un sueño, casi no podemos creer tanta
felicidad…, pero ya es realidad; el Señor ha estado grande con
nosotros realmente. Pero a la alegría del “ya ahora estamos
salvados” hay que unir la súplica ferviente por una salvación y
liberación total que abarque a toda la humanidad: Que el Señor
cambie nuestra suerte, la suerte de la humanidad esclava aún, la
de los hombres que viven sin esperanza. Y nos haga vivir siempre
alegres en la esperanza el saber que a los dolores sucede la
alegría.
Salmista:
Ant. 2. Todo lo hago por el Evangelio, para participar y
también de sus bienes.
SALMO 125
Dios, alegría y esperanza nuestra,
Cantado a dos coros:
Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos. »
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
Gloria al Padre, y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Todo lo hago por el Evangelio, para participar yo
también de sus bienes.
Al final del salmo todos se ponen de pie y el que preside dice la
siguiente oración sálmica:
Oremos
Señor, cambia la suerte de tu Iglesia,
que, peregrina en la tierra,
va sembrando con lágrimas;
haz que el gran día de la siega universal
podamos volver cantando,
trayendo las gavillas, fruto de nuestro esfuerzo,
y, con nuestra lengua llena de cantares,
aclamar que tú has sido grande con nosotros.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
De nuevo todos se sientan.
Monición
En una célebre carta de Plinio, gobernador de una de las
provincias romanas, al emperador Trajano, se describe a los
cristianos como un grupo de hombres que en un día
determinado, se reúnen y entonan un himno a Cristo, como a su
Dios. De hecho, en el Nuevo Testamento encontramos algunos
fragmentos que, muy probablemente, son los himnos a los que
se refería Plinio. San Pablo, en más de una ocasión, exhorta a los
fieles a que, además de los salmos, entonen “himnos
espirituales” a Dios. Uno de estos cantos es, sin duda, el
presente fragmento de la carta a los Efesios.
Nuestro himno espiritual que, como quiere el Apóstol,
vamos a añadir a los salmos que hemos cantado, contiene cuatro
bendiciones o alabanzas a Dios Padre, porque:
-ya antes de crear el mundo, nos ha bendecido,
contemplándonos como formando un solo cuerpo en la persona
de Cristo.
-porque esta predestinación se ha realizado de una
manera admirable: ha hecho de nosotros hijos suyos.
-porque esto es consecuencia de su sabiduría y prudencia
infinitas: es por la sangre de Cristo que nos ha perdonado
nuestros pecados.
-porque, finalmente, por esta su intervención, Dios ha
revelado su plan de salvación oculto al principio: recapitular en
Cristo, a través de su infinita perfección, todas las deficiencias
que, por culpa nuestra pudieran tener los hombres y toda la
creación.
Que los sentimientos de gratitud expresados en este
himno sean, pues, el tema de nuestra alabanza y que, por
nuestra fidelidad a la Iglesia, contribuyamos también nosotros al
pleno cumplimiento de la obra de Cristo.
Salmista:
Ant. 3. A mí se me ha dado esta gracia: anunciar a los
gentiles la riqueza insondable que es Cristo.
CÁNTICO Ef 1, 3-10
El Dios salvador
Cantado o un solo coro:
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo, +
que nos ha bendecido en la persona de Cristo *
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
El nos eligió en la persona de Cristo, +
antes de crear el mundo, *
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo, +
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos, *
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por este Hijo, por su sangre, *
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia +
han sido un derroche para con nosotros, *
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo +
cuando llegase el momento culminante: *
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. +
Como era en el principio, ahora y siempre, *
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. A mí se me ha dado esta gracia: anunciar a los
gentiles la riqueza insondable que es Cristo.
Al final del salmo todos se ponen de pie y el que preside dice la siguiente
oración sálmica:
Oremos
Padre, lleno de amor,
que en Cristo, tu Hijo, nos has dado a conocer
el plan oculto desde la creación del mundo
y que habías proyectado realizar
cuando llegase el momento culminante:
ser hijos por la sangre de Cristo;
haz que creamos en tu amor para con nosotros
y que nuestra vida toda,
a imitación de nuestro patrón San Lucas,
redunde en alabanza de la gloria de tu Hijo.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.
Todos se sientan y un lector proclama desde el ambón:
Lectura breve Col 1, 3-6a
En nuestras oraciones damos siempre gracias por
vosotros a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, desde que
nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que
tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que
Dios tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando
llegó hasta vosotros por primera vez el Evangelio, la palabra, el
mensaje de la verdad. Este se sigue propagando y va dando fruto
en el mundo entero.
Homilía
Responsorio breve
V/. Contad a los pueblos, la gloria del Señor.
R/. Contad a los pueblos, la gloria del Señor.
V/. Sus maravillas a todas las naciones.
R/. La gloria del Señor.
V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R/. Contad a los pueblos, la gloria del Señor.
Magníficat
Durante el canto del Magníficat, el que preside pone incienso en el
turíbulo e incensa el altar, la cruz y la imagen de San Lucas. Después el
diácono incensa al que preside, a los ministros y a todo el pueblo, según el
modo acostumbrado.
Todos se ponen de pie.
Ant. Dichoso evangelista San Lucas, que resplandeciste
en toda la Iglesia por haber destacado en tus escritos la
misericordia de Cristo.
Cantado a un solo coro:
Magnificat *
anima mea Dominum,
et exultavit spiritus meus *
in Deo salutari meo;
quia respexit humilitatem ancillae suae, *
ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes.
Quia fecit mihi magna, qui potens est: *
et sanctum nomen eius,
et misericordia eius a progenie in progenies *
timentibus eum.
Fecit potentiam in bracchio suo, *
dispersit superbos mente cordis sui,
deposuit potentes de sede, *
et exaltavit humiles,
esurientes implevit bonis, *
et divites dimisit inanes.
Suscepit Israel, puerum suum, *
recordatus misericordiae suae,
sicut locutus est ad patres nostros, *
Abraham et semini eius in saecula.
Gloria Patri, et Filio, *
et Spiritu Sancto.
Sicut erat in principio, et nunc et semper, *
et in saecula saeculorum. Amen.
Ant. Dichoso evangelista San Lucas, que resplandeciste en toda
la Iglesia por haber destacado en tus escritos la misericordia de
Cristo.
Preces
Invoquemos a Dios, Padre de los astros, que nos has llamado a la
fe verdadera por medio del Evangelio de su Hijo, y oremos por
su pueblo santo, diciendo:
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia.
Padre Santo, que resucitaste de entre los muertos a tu Hijo, el
gran pastor de las ovejas,
- haz que todos tus hijos de Villanueva del Pardillo seamos
testigos de Cristo en el mundo.
Padre Santo, que enviaste a tu Hijo al mundo para dar la Buena
Noticia a los pobres,
- haz que los pardillanos sepamos proclamar el Evangelio a todas
las criaturas.
Tú que enviaste a tu Hijo a sembrar la semilla de la palabra,
- danos también a nosotros sembrar tu semilla con nuestro
trabajo, para que, alegres, demos fruto con nuestra
perseverancia.
Tú que enviaste a tu Hijo para que reconciliara al mundo contigo,
- haz que también nosotros cooperemos a la reconciliación de
los hombres.
Tú que has sentado a tu Hijo a tu derecha, en el cielo,
- admite a los difuntos de nuestro pueblo en tu reino de
felicidad.
Todos cantan el Padrenuestro:
Pater noster,
qui est in caelis:
santificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in caelo et in terra.
Panem nostrum quotidianum
da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris,
et ne nos inducas in tentationem;
sed liberanos a malo.
Oración
Señor y Dios nuestro, que elegiste a San Lucas para que
nos revelara, con su predicación y sus escritos, tu amor a los
pobres, concede, a tus hijos de Villanueva del Pardillo que se
glorían en Cristo, vivir con un mismo corazón y un mismo
espíritu y atraer a todos los hombres a la salvación. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en unidad con
el Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Al final, en pie, se entona el himno Te Deum en acción de gracias.
Después se lleva la imagen de San Lucas hasta el lugar en el que se va a
realizar la Ofrenda Floral.
Te Deum
Solista:
A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines,
te cantan sin cesar:
Todos:
Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo.
Solista:
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti, la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo Paráclito.
Todos:
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Solista:
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tu, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día has de venir como juez.
Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Todos:
Haz que en la gloria eterna nos asociemos a tus santos.
MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL RECONOCIMIENTO
DEL CUERPO DE SAN LUCAS
Al venerado hermano ANTONIO MATTIAZZO
Arzobispo-obispo de Padua
1. Entre las glorias de esa Iglesia, es muy significativa la relación particular que la une a la memoria del evangelista san Lucas, cuyas reliquias, según la tradición, conserva en la espléndida basílica de Santa Justina: tesoro precioso y don verdaderamente singular, que ha llegado a través de un camino providencial. En efecto, san Lucas, según antiguos testimonios, murió en Beocia y fue enterrado en Tebas. Desde allí, como refiere san Jerónimo (cf. De viris ill. VI, I), sus huesos fueron transportados a Constantinopla, a la basílica de los Santos Apóstoles. Sucesivamente, según las fuentes que las investigaciones históricas van explorando, fueron trasladados a Padua. El reconocimiento del cuerpo del santo evangelista y el Congreso internacional dedicado a él ofrecen ahora una ocasión propicia para renovar la atención y la veneración a esta "presencia", arraigada en la historia cristiana de esa ciudad. Se ha querido dar al congreso una significativa dimensión ecuménica, subrayada por el hecho de que el arzobispo ortodoxo de Tebas, Hieronymos, ha pedido un fragmento de las reliquias para depositarlo en el lugar donde aún hoy se venera el primer sepulcro del evangelista.
Las celebraciones que se desarrollan con ocasión de dicho congreso brindan un nuevo estímulo, para que esa amada Iglesia que está en Padua redescubra el verdadero tesoro que san Lucas nos dejó: el Evangelio y los Hechos de los Apóstoles.
Al alegrarme por el empeño puesto en esta dirección, deseo considerar brevemente algunos aspectos del mensaje lucano, para que esa comunidad encuentre orientación y aliento en su camino espiritual y pastoral.
2. San Lucas, ministro de la palabra de Dios (cf. Lc 1, 2), nos introduce en el conocimiento de la luz discreta, y al mismo tiempo penetrante, que ella irradia iluminando la realidad y los acontecimientos de la historia. El tema de la palabra de Dios, hilo de oro que atraviesa los dos escritos que componen la obra lucana, unifica también las dos épocas que él contempló: el tiempo de Jesús y el de la Iglesia. Casi narrando la "historia de la palabra de Dios", el relato de san Lucas sigue su difusión desde Tierra Santa hasta los confines del mundo. El camino propuesto por el tercer evangelio está profundamente marcado por la escucha de esta palabra que, como semilla, se ha de acoger con bondad y prontitud de corazón, superando los obstáculos que le impiden echar raíces y dar fruto (cf. Lc 8, 4-15).
Un aspecto importante que san Lucas pone de relieve es el hecho de que la palabra de Dios también crece y se consolida misteriosamente a través del sufrimiento y en un ambiente de oposiciones y persecuciones (cf. Hch 4, 1-31; 5, 17-42; passim). La palabra que san Lucas indica está llamada a transformarse, para cada generación, en un acontecimiento espiritual capaz de renovar la existencia. La vida cristiana, suscitada y sostenida por el Espíritu, es diálogo interpersonal que se funda precisamente en la palabra que nos dirige el Dios vivo, pidiéndonos que la
acojamos, sin reservas, en la mente y el corazón. Se trata, en definitiva, de convertirse en discípulos dispuestos a escuchar con sinceridad y disponibilidad al Señor, siguiendo el ejemplo de María de Betania, que "eligió la mejor parte", porque, "sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra" (cf. Lc 10, 38-42).
Desde esta perspectiva, deseo animar, en la programación pastoral de esa amada Iglesia, el plan de las "Semanas bíblicas", el apostolado bíblico y las peregrinaciones a Tierra Santa, el lugar donde la Palabra se hizo carne (cf. Jn 1, 14). También quisiera estimular a todos, presbíteros, religiosos, religiosas y laicos, a practicar y promover la lectio divina, hasta que la meditación de la sagrada Escritura llegue a ser un elemento esencial de su vida.
3. "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lc 9, 23).
Para san Lucas ser cristianos significa seguir a Jesús por el camino que él recorre (cf. Lc 19, 57; 10, 38; 13, 22; 14, 25). Jesús mismo es quien toma la iniciativa e invita a seguirlo, y lo hace de modo decidido e inconfundible, mostrando así su identidad completamente fuera de lo común, su misterio de Hijo, que conoce al Padre y lo revela (cf. Lc 10, 22). La decisión de seguir a Jesús nace de la opción fundamental por su persona. A quien no se siente fascinado por el rostro de Cristo le resulta imposible seguirlo con fidelidad y constancia, entre otras cosas porque Jesús camina por una senda difícil, pone condiciones muy exigentes y se dirige hacia un destino paradójico: la cruz. San Lucas subraya que Jesús no acepta componendas y exige el compromiso de toda la persona, un decidido desapego de toda nostalgia del pasado, de los condicionamientos familiares y de la posesión de los bienes materiales (cf. Lc 9, 57-62; 14, 26-33).
El hombre siempre estará tentado de atenuar estas exigencias radicales y adaptarlas a sus propias debilidades, o de renunciar al camino emprendido. Pero precisamente aquí se muestran la autenticidad y la calidad de vida de la comunidad cristiana. Una Iglesia que viviera de componendas sería como la sal que pierde el sabor (cf. Lc 14, 34-35).
Es necesario abandonarse a la fuerza del Espíritu, capaz de infundir luz y, sobre todo, amor a Cristo; es preciso abrirse a la fascinación interior que Jesús ejerce en los corazones que aspiran a la autenticidad, rechazando las medias tintas. Desde luego, esto es difícil para el hombre, pero resulta posible con la gracia de Dios (cf. Lc 18, 27). Por otra parte, si el seguimiento de Cristo implica llevar a diario la cruz, esta, a su vez, es el árbol de la vida que lleva a la resurrección. San Lucas, que acentúa las exigencias radicales del seguimiento de Cristo, es también el evangelista que describe la alegría de quienes se convierten en discípulos de Cristo (cf. Lc 10, 20; 13, 17; 19, 6. 37; Hch 5, 41; 8, 39; 13, 48).
4. Es conocida la importancia que san Lucas da en sus escritos a la presencia y a la acción del Espíritu, desde la Anunciación, cuando el Paráclito desciende sobre María (cf. Lc 1, 35), hasta Pentecostés, cuando los Apóstoles, impulsados por el don del Espíritu, reciben la fuerza necesaria para anunciar en todo el mundo la gracia del Evangelio (cf. Hch 1, 8; 2, 1-4). El Espíritu Santo es el que forja a la Iglesia. San Lucas delineó en los rasgos de la primera comunidad cristiana el modelo en el que debe reflejarse la Iglesia de todos los tiempos: es una comunidad unida con "un solo corazón y una sola alma", y asidua en la escucha de la palabra de Dios; una comunidad que vive de la oración, comparte con alegría el Pan eucarístico y abre su corazón a las necesidades de los pobres hasta compartir con
ellos sus bienes materiales (cf. Hch 2, 42-47; 4, 32-37). Toda renovación eclesial deberá hallar en esta fuente inspiradora el secreto de su autenticidad y de su lozanía.
Desde la Iglesia madre de Jerusalén, el Espíritu ensancha los horizontes e impulsa a los Apóstoles y a los testigos hasta Roma. En el ámbito de estas dos ciudades se desarrolla la historia de la Iglesia primitiva, una Iglesia que crece y se dilata a pesar de las oposiciones que la amenazan desde fuera y las crisis que frenan su camino desde dentro. Pero en todo este recorrido, lo que realmente interesa a san Lucas es presentar a la Iglesia en la esencia de su misterio, constituido por la presencia perenne del Señor Jesús, el cual, actuando en ella con la fuerza de su Espíritu, la consuela y la anima en las pruebas de su camino en la historia.
5. Según una tradición piadosa, san Lucas es considerado el pintor de la imagen de María, la Virgen Madre. Pero el verdadero retrato que san Lucas realiza de la Madre de Jesús es el que aparece en las páginas de su obra: en escenas ya familiares para el pueblo de Dios, traza una imagen elocuente de la Virgen. La Anunciación, la Visitación, el Nacimiento, la Presentación en el templo, la vida en la casa de Nazaret, la disputa con los doctores y la pérdida de Jesús en el templo, así como Pentecostés, han proporcionado un amplio material, a lo largo de los siglos, para la creatividad incesante de pintores, escultores, poetas y músicos.
Por esta razón, el Congreso internacional ha programado oportunamente una reflexión sobre el tema del arte y a la vez ha organizado una exposición de obras de gran valor. Sin embargo, lo más importante es captar que, a través de escenas de vida mariana, san Lucas nos introduce en la
interioridad de María, permitiéndonos descubrir al mismo tiempo su función única en la historia de la salvación.
María es quien pronuncia el fiat, un sí personal y pleno a la propuesta de Dios, definiéndose "esclava del Señor" (Lc 1, 38). Esta actitud de adhesión total a Dios y de disponibilidad incondicional a su Palabra constituye el modelo más alto de fe, la anticipación de la Iglesia como comunidad de los creyentes.
La vida de fe crece y se desarrolla en María mediante la meditación sapiencial de las palabras y los acontecimientos de la vida de Cristo (cf. Lc 2, 19. 51). Ella "meditaba en su corazón", para comprender el sentido profundo de las palabras y de los hechos, asimilarlo y luego comunicarlo a los demás.
El cántico del Magníficat (cf. Lc 1, 46-55) manifiesta otro rasgo importante de la "espiritualidad" de María: ella encarna la figura del pobre, capaz de poner plenamente su confianza en Dios, que derriba a los poderosos de sus tronos y enaltece a los humildes. San Lucas nos delinea también la figura de María en la Iglesia de los primeros tiempos, mostrándola presente en el Cenáculo en espera del Espíritu Santo: "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús y de sus hermanos" (Hch 1, 14).
El grupo reunido en el Cenáculo constituye como la célula germinal de la Iglesia. Dentro de él María desempeña un papel doble: por una parte, intercede en favor del nacimiento de la Iglesia por obra del Espíritu Santo; y, por otra, comunica a la Iglesia naciente su experiencia de Jesús.
Así, la obra de san Lucas ofrece a la Iglesia que está en Padua un estímulo eficaz para valorar la "dimensión mariana" de la vida cristiana en el camino del seguimiento de Cristo.
6. Otra dimensión esencial de la vida cristiana y de la Iglesia, sobre la cual la narración lucana proyecta una luz intensa, es la de la misión evangelizadora. San Lucas indica el fundamento perenne de esta misión, es decir, la unicidad y la universalidad de la salvación realizada por Cristo (cf. Hch 4, 12). El acontecimiento salvífico de la muerte-resurrección de Cristo no concluye la historia de la salvación, sino que marca el comienzo de una nueva fase, caracterizada por la misión de la Iglesia, llamada a comunicar a todas las naciones los frutos de la salvación realizada por Cristo. Por esta razón san Lucas ofrece después del evangelio, como consecuencia lógica, la historia de la misión. Es el mismo Resucitado quien da a los Apóstoles el "mandato" misionero: "Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: "Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.
Vosotros sois testigos de estas cosas. Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto"" (Lc 24, 45-48).
La misión de la Iglesia comienza en Pentecostés "desde Jerusalén", para extenderse "hasta los confines de la tierra". Jerusalén no indica sólo un punto geográfico. Significa más bien un punto focal de la historia de la salvación. La Iglesia no parte
desde Jerusalén para abandonarla, sino para injertar en el olivo de Israel a las naciones paganas (cf. Rm 11, 17).
La tarea de la Iglesia consiste en introducir en la historia la levadura del reino de Dios (cf. Lc 13, 20-21). Se trata de una tarea ardua, descrita en los Hechos de los Apóstoles como un itinerario fatigoso y accidentado, pero encomendado a "testigos" llenos de entusiasmo, de iniciativa y de alegría, dispuestos a sufrir y a dar su vida por Cristo. Reciben esta energía interior de la comunión de vida con el Resucitado y de la fuerza del Espíritu que él les da.
¡Qué gran recurso puede constituir para la Iglesia que está en Padua la confrontación continua con el mensaje del Evangelista, cuyos restos mortales custodia!
7. Espero que esa comunidad diocesana, a la luz de esta visión lucana, con plena docilidad a la acción del Espíritu, testimonie con audacia creativa a Jesucristo, tanto en su propio territorio, como, según su hermosa tradición, mediante la cooperación misionera con las Iglesias de África, América Latina y Asia.
Ojalá que este compromiso misionero reciba un ulterior impulso en este Año jubilar, que celebra el bimilenario del nacimiento de Cristo e invita a la Iglesia a una profunda renovación de vida.
Precisamente el evangelio de san Lucas recoge el discurso con el que Jesús, en la sinagoga de Nazaret, proclama el "año de gracia del Señor", anunciando a los pobres la salvación como liberación, curación y buena nueva (cf. Lc 4, 14-20). El mismo evangelista presentará también la fuerza sanante del amor
misericordioso del Salvador en páginas conmovedoras, como las de la oveja perdida y del hijo pródigo (cf. Lc 15).
Nuestro tiempo tiene más necesidad que nunca de este anuncio. Por tanto, aliento encarecidamente a esa comunidad para que su compromiso por la nueva evangelización sea cada vez más fuerte y eficaz. La exhorto asimismo a proseguir y desarrollar las iniciativas ecuménicas de colaboración que ha emprendido con algunas Iglesias ortodoxas en el ámbito de la caridad, de la cultura teológica y de la pastoral. Que el Congreso internacional sobre san Lucas represente una etapa significativa en el camino de esa Iglesia, ayudándole a arraigarse cada vez más en la tierra de la palabra de Dios y a abrirse con renovado impulso a la comunión y a la misión.
Con estos sentimientos, le imparto de corazón a usted, venerado hermano, y a cuantos han sido confiados a su cuidado pastoral, una especial bendición apostólica.
Vaticano, 15 de octubre de 2000