Desde El Mirador de La Guerra IV
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7/17/2019 Desde El Mirador de La Guerra IV
http://slidepdf.com/reader/full/desde-el-mirador-de-la-guerra-iv 1/1
LA VANGUARDIA
P ág i n a 15
—
Jueves t
de
junio
de 1938
esd
r
d
s d e ei mirad or e i guerra
IV
"Parece evidente que la política conser-
vadora,
de
Inglaterra y, encierto modo, la
francesa
que
le es tributaria y
por
ella
con-
ducida,
a
remolque,
es una
política
de cla-
ee, enpugna
con
latotalidad de
los
intere-
ses nacionales,
los de
ambos imperios
(el in-
glés y el francés), pero
que,
no obstante,
&e presenta ante
el
mundo
y
ante
sus pue-
blos respectivos como política nacional. Es
esto.
lo. que
vengo diciendo hace
ya
varias
meses.
Soy
yo el primer convencido
de" mi
insignificancia como escritor político, y no
ignoro
que
mi opinión carece de toda im-
portancia.
Ni
siquiera contaría
con mi
adhe-
sión decidida,
si
algo
muy
parecido
no lo
hubiera sostenido, hace
muy
pocos días,
nada menos
que sir
Norman Angelí,
un
«premio Nobel de la paz», y
una
autoridad
suprema como tratadista
de
política inter-
nacional.
Mas no me
complace tanto el
éxi-
to
ote una
coincidencia
a que
nunca aspiré
cómo el haber, merced a ella, encontrado
quien. cargue,
por
su
mayor solvencia,
con
la responsabilidad de unaopinión, tan ro-
tunda. Pero dejemos a un lado todo crite-
rio basado
en la
autoridad,
no sin
antes
recordar la frase de Mairena: «la verdad
es
la
verdad dígala Agamenón
a su
porque-
ro». Parece cierto que la política conser-
vadora,
de las
grandes democracias perju-
dica a
sus
pueblos.
Por
su torpeza, cuando
no
por su
perversidad, esta política
ha con.
sentido y aun ha coadyuvado a
que
dos
grandes naciones,
dos
grandes impelios,
hayan perdido ante
sus
adversarios venta-
jas
que
suposición geográfica y su historia
le® habían deparado. Es evidente
que una
España sometida a la influencia, cuando
no
al
completo dominio,
de
Alemania
y de
Italia, supone, para Francia,
una
frontera
más
que
defender
y una
esencialísima
vía
marítima perdida o interceptada a
sus tro-
pas coloniales, imprescindible
en el
caso
de
una guerra
que
obligue a ladefensa de la
metrópoli, supone, para Inglaterra,
por lo
menos la puesta en litigio de su hegemo-
nía en el Mediterráneo, la pérdida proba-
ble de la
más
importante llave de su impe-
rio. El Gobierno inglée, noobstante, y su
obligado acólito,
el de la
República france.
sa, nosólo no
han
hecKo nada para
evi-
tar estos peligros, sino
que han
contribuí-
do
con
la llamada no intervención en la
guerra
de
España
(que esuna
decidida
y
obstinada intervención en favor de los ii^
vaeores
de
nuestra península)
a sumás te-
rrible agravamiento.
Tal
es la abominable
guerra
que
brindan
a
sus
pueblos respecti-
vos, mientras,
por
otro lado, fuerzan
el
ritmo á
os
preparativos bélicos enpropor.
ciones vertiginosas. Norman Angelí ha se-
ñalado agudamente esta contradicción.
«In-
glaterra, viene
a
decir,
se
arma hasta
los
dientes contra Alemania, convencida de
que
no otro puede
ser su
enemigo; Inglaterra
aplaude, alienta y ayuda a Alemania, en
su tarea
de
adquirir ventajas para
una pró-
xima, acaso inminente contienda contra la
Gran Bretaña» Para
una
mentalidad alema-
na
—
habla Juan
de
Mairena,
—
la contra-
dicción sería
más
aparente
que
real: todo
se explicaría fácilmente,
con
sólo r eparar
en
que
la «voluntad depoderío» ni puede
ejercitarse contra pigmeos,
ni
contra
ene-
migos descuidados, insuficientemente aper-
cábidosj
o
desventajosamente colocados para
una gran refriega,.
En
pueblos, como Ingla-
terra
y
Francia, abrumados
de
sentido
co-
mún, esta explicación nopuede ser válida.
Queda
la que
Norman Angelí
y
otros
con
él, también
muy
autorizados, seinclinan a
aceptar. Indecisos
los
Gobiernos conserva-
dores entre
dos
pavuras
y
dos
imanes,
ger-
manismo y comunismo, su línea de
con-
ducta política es
una
resultante, nomenos
indecisa y temblorosa, de su posición de
clase,
yaque no
personal.
En
ella decide,
a última hora,
la,
simpatía
por
la posición
socialmente defensiva,
su
honda fascistofi-
lia, el poderoso atract ivo queejercen los
«totalitarios» sobre
las
conciencias burgue-
sas.; Yesta explicación puede
ser,
enefec-
to, la
buena, pero hemos
de
reconocer
que
eEa sólo explica loshechos nías o menos
lamentables de la turbia actuación conser-
vadora; losexplica sincohonestarlos,
por-
que deningún modo pueden ellos inspirar
normas para
una
conducta política
de por-
venir, ni conservadora
ni
/progresiva. Ingla.
térra
y
Francia podrán
eer ono ser
comu-
nistas en unfuturo remoto o inmediato; el
comunismo podrá
ser
para ellas
un
peligro
grave, como piensan algunos, o
una
solu-
ción conservadora
del
problema social,
co-
mo piensan en la misma Inglaterra otros,
que
ni
siquiera
son
comunistas; pero
hay
algo
que
Inglaterra
y
Francia
no>
podrán
ser nunca: amigos de la Alemania hitleria-
na y de la Italia deMussolini, sinantes
vomitar hasta laúltima miga
del
festín de
Versalles
y, lo que es más
grave,
sin re-
nunciar a gran parte de
sus
vastos domi.
nios coloniales.
De
modo
que la
contradic-
toria conducta conservadora,
que
ingell
se-
ñala
y
pretende explicar, arguye
en sus
mantenedores unatorpe visión del porve-
nir
y una
absoluta incapacidad poiuica.
i'orque
elloe, los políticos conservadores,
deben saber
que
la Alemania del .ifürher»
y la Italia
del
Duoe
son
lahostilidad
mis-
ma, contra Inglaterra y Francia, y
que
sin
duda
el eje
Roma-Berlín
y el
mismo
Ber-
lín
y.
lamisma Roma, encuánto focos de
ambición imperial,
no
tienen otra razón
de existencia
que
su aspiración al aniqui-
lamiento
de
sus
rivales.
Si se
nos
rearguye
que esos políticos conservadores de Ingla-
terra y Francia sólo aspiran a hacerse
res-
petar y temer, como lomuestra la cuantía
de susaprestos marciales, para mantener
la
paz
como equilibrio
de:
tensiones.polémi-
cas
— una
práctica política
de]
siglo
XIX
hoy
en
descrédito,
—
contestaremos
que
es.
•te mi«mo equilibrio de fuerzas y esta
mis-
ma
paz de
fieras prevenidas
y en
acecho
constante, tamppco puede conseguirse, sin
el concurso
de as
energías
que
dominan
en
sus pueblos,
los
cuales no
han
de.inclinar-
se,
por
instinto
de
conservación,
a
conce-
der ventajas
a sus
enemigos,
ni a
cambiar
la dirección de
sus
corrientes políticas
más
impetuosas:
las
democráticas.
En suma,
esa
política contradictoria
a
qué alude Norman Angelí, atenta a los in-
tereses,
de
clase,
que
cede, contemporiza,
pacta
con
el enemigo o ante él claudica,
acaso merece menos
que
nada, desde
:
el
punto
de
vista nacional, el nombre depolí-
tica /conservadora; porque nada puede
con-
servar, como no
sea.
el nombre
que
mere-
ció antaño, cuando en verdad conservaba
las conquistas
del
espíritu
:
liberal y progre-
sivo
de
suspueblos.
Hoy
representa una
remora
en su
camino,
la
reacción desmedi-
da,
que
sólo puede conducir, dentro de ca-
sa,
a la
guerra civil, fuera
de
ella,
a la
pérdida
o al
apartamiento
de sus
aliados
naturales-,
las
grandes democracias ricas
de porvenir, en el Viejo y en el Nuevo
Con-
tinente,
las
defhoeracias
más
propiamente
dichas cuyos nombres todos conocemos.
ANTONIO MACHADO.
ASPECTOS
NSTINTO
DE
ESPAÑA
Para nuestra tensión
d&
españoles,
ios
acón
tecimientos
de
estos últimos días
han
revestido
.
interés singular. Las inquietudes levantadas
por
el
panorama
que- se
acusaba
en
centroeuro-
pa, tras
una tan
poco gallarda actuación
de
la
Sociedad
de
Naciones, parecen aminoradas
en
no pequeño grado Subsisten
aún los
peligros
para
que
la
paz sea
duradera, porque subsisten
los
dos
monstruos
que
laacechan.
No
obstante,
cabe pensar
que, por
©1 momento, hállase
ale-
jado el fantasma
de una
conflagración
que
se
diputaba inminente.
Checoslovaquia afirma supropósito d man-
tenerse como país independiente frente a las
constantes amenazas hitlerianas.
Es
el instinto
de defensa
que
acentúa
la
certidumbre
<5e que,
en otro caso,
con lamás
pequeña debilidad
se-
ríadiezmada inexorablemente.
Pero
no
esesta cuestión
,]a qué
aisladamente
queremos, destacar. Otra serie
de
hechos
con-
catenados
que nos
afectan
más de
cerca
y que,
por ello, deben
ser
sopesados
con un
mayor
in-
terés,
son
los
que nos
atraen al comentario.
Nos referimos al desmoronamiento
que
se
«.ca-
sa
en la
retaguardia enemiga: prim&rament»,
Yagüe
que, con
sudiscurso,
no
hizo sino plas-
mar undenso estado
de
opinión.
No
podemos
establecer lapresunción de
que
laspalabras
del rebelde
ex
general respondieran
a un sen-
timiento
de
tipo personal;
más
tarde,
los
falan-
gistas, denostando
de
raidor—de lo
que es,
en
©fecto-̂ -, a Franco; después,
del.
alzamiento en
Pamplona contra
los
invasores
de mis
de un
millar
de
hombres;
y,
por
último,
el
desembar-
co enMotril defuerzas republicanas
que
libe-
raron a trescientos asturianos prisioneros.
Añá-
dase a esta relación laheroica gesta
de
nues-
tra Gloriosa, abatiendo
en los
frentes dieciocho
aparatos
de
la aviación italogermana.
Aún, meditemos
en un
hecho enormemente
sintomático: lavisita de ungran número de
«personajes» rebeldes a Mussolini, enRoma,
coincidiendo
con las
fiestas qtie allí
se
organi-
zan pretendiendo contrarrestar
la
auténtica
so-
ydaridad demostrada
al
pueblo español interna-
cioiialmente.
Las deducciones
que
todo esto sugiere
no pu&-
den
ser más
halagüeñas: laconsigna
de
resistir
que el Gobierno
del
doctor Negrln haimbuido
firmemente en todos
los
españoles leales,
pro-
duce
sus
frutos
más
sazonados
y que
tienen,
indudablemente,
una
enorme repercusión
en 3a
marcha
de los
¡acontecimientos
en
el exterior.
Quiéranlo
o no los
analistas
que nos
obser-
van, laresistencia férrea española es la
que
engendra
ese
alto valor
de
estímulo
que en es-
tas horas
ha
revalorado el instinto
del
mundo:
el estímulo
por
defenderse, como capackL",d
para obrar
de un
modo efectivo contra
las
tira-
nías. Aunque mucho
se
esfuerzan
los
totalita-
rios, larealidad
los
vence.
El
único frente
que,
>en efecto,
ha de
desaparecer,
es el
fascista,
en-
telequia mantenida
no por la
fuerza
-le
ellos,
sino
por
l miedo inconcebible de
os
demás,
Y esto
es loque
España
vio
claro desde
e?
principio.
La
necesidad
de
defenderse
de
unos
imponderables
que boy
perfilan
sus
contomos
con lainvasión.
No vamos a analizar,
de
puro repetidas, ías
razones fundamentales,
por las que
el
prelá»
lucha;
una de
ellas
©s tan
simple
y a apa?.
tan augusta ynoble,
que
sobrepuja a todas: la
acusa
de
nuestra independencia. Pero sí hemos
de hacer hincapié n
qué
forma tuvo asisten-
cia, inieialmente,
ese
poderoso talismán
en qué
se apoyó el mpulso español:
el
instinto
de con-
servación, elevado a lacategoría
de
conciencia,
pudo
más que
el mismo desgaja miento bruta '
que sufrieron
los
resortes
del
poder público.
Parecería ilógico hacer recaer toda
la
epopeya
de nuestra defensa
en
algo
tan
sutil
y al pro-
pio, tiempo
tan
diluible
ce nú
puede
ser en •">
hombre el instinto,
que
propulsa a veces a
ac-
tos casi mecánicos. Pero al hablar
del
instinto
queremos abarcar
con
©lio. simplistamente,
la
idea
de Tos
valores morales
y
espirituales dfe
homTire
más
generalizados, vaíores
que
subsi-
guienteiinente
se
desdoblan
en
lafunción
de
tipo
social, hasta coincidir
con sus
naturales reivin-
dicaciones
por
medio
de las
organizadores
de
sindicación y laidea
de
partido. Pues bien:
sin
pretender hacer demagogia
con
el espíritu
es-
* ¥ I N 0
DEL CAMPO DE TARRAGONA
Despacho todos
los
d ías ,
de
9 a
2.
Bodegas de
Valdepeñas, calle
La
In ternacional .
90,
iunto al
campo de>fútbol Martinenc.
T
i / f ( Despacho, 54H¡?
e l e t o n o s :
( P a i t i o u l a r > 5 39 7 7
pañol,
es lo
cierto que-por
su
ejemplo
se
debate
noy
el
mundo entre
ser ono ser.
Esto'es:
en-
tre vivir como seres
que
alcanzaron
las
prima-
cías
del
siglo
XX
oretroceder a laEdad Media,
que
es
la
concreción
de
la
doctrina fascista.
Esto
>es loque ha
puesto ahora
en
práctica
Checoslovaquia.
Su
nstinto.
Ese
instinto—muy
español,
muy
acusado y
muy
firme—, es el
que
se
expande ahora también en a retaguar-
dia franquista.
Y
«se
instinto
de
España—que
lo
llevó aveces
a empresas
de
alto linaje—es
el que
tiene
en
frente
la
política totalitaria,
Y el que,,
pese
a
todas
las
embestidas de
los
menos valerosos,
hace
que las
barbaries y
las
injusticias
más fla-
grantes zozobren ante
las
apariencias
que pa-
reoían
dar la
razón
a lo
estúpido
y
desear
<*1
•triunfo de••los menos escrupulosos.
ÁNGEL MIGUEL POZANCO
L O S H É R O E S
DE L
E S P A C I O
viadores a?ce
ridíd
os
por méritos
de
guerra
Entre el los f igura e¡ sargento Rómulo Negrin
que
h
sit io promovido teniente
En
el
«Diario Oficial
del
Ministerio
de
Defensa
Nacional»
so
publica lasiguiente circular:
«Como recompensa a
los
méritos contraídos
y servicios prestados durante
la
actual campaña,
por el personal
que
acontinuación
se
relaciona,
he resuelto otorgarle los
:
cargos que-se indican,
con laantigüedad
que
a cada
uno se
señala- y
efectos administrativos, a partir de
las
fechas
que también
se
expresan:
Con efectos administrativos
de 1de
mayo
de
1938.
A capitanes:
Tenientes Juan Vinent Roger, Juan Manuel
Capdevila Cicilia yMáximo Ricote Juan.
A tenientes:
Sargentos Victoriano Sánchez Catalán, Joaquín
Carrillo Arces, Juan Francisco Gómez Martin,
Anselmo Sepúlveda García y Julián Sainpedro
Gande.
A sargentos:
Cabos Carlos Hernández García,.Juan Grau
&o-
ñol, Joaquín Carnero Montero, Salvador Pomés
Centelles.
Con efectos administrativos desde primero
da
junio:
A capitanes:
Tenientes Ricardo Domingo Bochaca, Antonio
Sirvent Cerrilla, Manuel Ocaña Fariñas y José
M Bravo Fernández.
Atenientes:
Sargentos Antonio Grau Morell, Ramón Jimé-
nez Marañón, José Ruiz Baquero, Jaime Pérez
Chulvi, José Alarcón Ríus, Juan Bosch LluU,
Marcial Diez Marco, Francisco Moroco Pellicer,-
Felipe Ostrujeda Esteye, José Mará Fauria, Juan
Maizquez Pellicer, José Bruíaoi Basanta, Juan
Lario Sánchez, Juan Sayos Estivill, Melchor Díaz
Román, Diego Girao González, Fulgencio Martí-
nez Montoya, Antonio Sánchez Salvador, Juan
Olmos Genoves, Francisco Janhoor Buendía,
Ma-
nuel Martínez Alba, Róirmlo Negrin Miajilov,
Antonio Briz Martínez, MigúolLuisProñao,
Ma-
nuel Llop Casany, Joaquín Velasco Garro, Alfon»
so García Martín, Juan Huertas García.
A sargentos:
Cabos Eduardo Peña Pérez, Joaquín Costa
Al-
sina, Enrique Fernández Fernández, F«rrán
Na-
varro Ruiz, José Noguero Peña, Rafael Setrano
Sanz, José Martínez Oubells yÁngel Gómez
Paz.
Pareceres
D
os a m igos deespar ta
Esta precisión encifra de
as
amistades
de-
claradas a España nosignifica
que
yovaya
a contarlas
con los
dedos
de la
mano
y
que
aún sobren dedos. Pero
hay que
diferenciar
a
los amigos,
que loson, de los
turistas
que no
lo serán nunca. El urista
es
solicitado
por
a
apariencia de
las
cosas,
por
su exterioridad,
más gustada cuanto
más
pintoresca; mientras
al amigo,
al
verdadero amigo,
le
place inter-
narse enellas, en
su.
entraña, para hacerlas
suyas.
i
Los
turistas entierra española
han
sido in-
numerables. García Mercadal tiene registrados
a muchos
de
ellos
en
tres
o
cuatro volúmenes,
llenos deobservaciones y anécdotas: -España
vista ipor
los
extranjeros»; vista y
no
mirada,
vista y
no
comprendida.
De un
siglo para
acá,
hasta recientemente, solo Ricardo Ford, avecin-
dado,
en
Sevilla
por
tres años, desde
1830,
supo
mirar ypenetrar
l a
realidad española, entender
su complejidad diversa:
«La
lengua,
los
trajes,
las costumbres
y el
carácter local
de. los
habi-
tantes
son tan
varios como,
el
clima
ylas pro-
ducciones
del
suelo».
Y
luego:
«Mi
paisano
no
quiere decir español, sino andaluz, catalán, et-
cétera. Cuando
se
pregunta
a un
español,
¿de
dónde
es
usted?, suele contestar:
soy
hijo
de
Murcia,
de
Granada, etcétera. Algo semejante a
los hijos
de
Israel y al Beni
de los
moros espa-
ñoles.» (Acaso
la
terrible guerra
nos
deje
el dul-
ce:
presente
de
fundir estas diferencias,
si
ellos
llegan a sentir como nosotros, en lo
más
ínti-
mo , el dolor
de
España ante lainvasión codi-
ciosa
de los
extraños.
Ese
dolor
de
España,
su-
frido
en el
corazón, guió
a
Unamuno —buscan-
do salvarla^—
a
desear
que los
españoles fuéra-
mos africanos
de
primera categoría antes
que
euroipeos
de
tercera).
En
larealidad observada
por Ford
hay una
originalidad
que
debe
ser te-
nida presente
al
estudiar
y
plantear
los
graves
problemas
de
España, siendo deseable
que ese
localismo personalista searmonice
con
éi
cen-
timiento superior de la unidad hispana, que
ahora
se
cimienta
con
sangre.
Ricardo Ford
vio
además nuestras divisiones
banderizas, lacalidad
de los
gobiernos, la
va-
lía
del
pueblo.
Y
viéndolo,
no se
escandalizó
como otros viajeros, sino
que se
inclinó
aexa-
minar
los
motivos y a pensar
que,
si España
es
así, así
había
que
admitirla y amarla;
por-
que Ricardo Ford
era
un
amigo,
no un
uris-
ta como Edmundo
de
Amícis,
por
ejemplo
en-
tre
mil.
Cuando Amicis embarca
en
Genova,
los
que le despiden agitan desde el muelíe estos
adioses: «¡Traéme
una
espada de Toledo »
«¡Y
amí una
botella
de
Jerez ». «¡Un sombrero
andaluz ». «¡Un puñal ». Ciertamente \micis
no seconforma
con
estas españoladas;
mas
lo
que busca entre nosotros va acompañado de
ellas. A
todo conceder,
loque
pretende
es com-
probar
si, en
efecto, esas palabras
que
hemos
impuesto a
los
diccionarios ajenos —«pronun-
ciamiento», «guerrilla», «siesta»—
son
auténti-
camente nuestras
y
responden
a
una
voluntad.
(¿Por
qué no? Si
nuestros generales
se pro-
nuncian, también el pueblo sabo pronunciarse
contra ellos y dominar suímpetu.
Las
p terri-
llas fueron nuestro estilo luchador ante
los más
conspicuos Estados Mayores
y
¡pueden
hoy ha-
cer losuyo. Hasta lamisma siesta resulta
a^o
unlversalizado bajo el nombre
que
aquí se hn
dado al dulce oasis
de
lavigilia.) Amicis llega
a Barfelona
en lov
días
de
Amadeo
de
Saboya,
y en
una
barbería Fígaro ledice: «¿Sabe
ÜS
ted, caballero?, si hubiera '¡erra entre Italia
y España, notendríamos miedo
(non
abrebba
paura)». Aquel rapabarbas lejano anunciaba
a
los cámaradas
que,
dejando
la
brocha
y la
na-
vaja, supieron ogaño
ser
enMadrid valerosos
milicianos frente a italianos y teutones.
Con las verdades extrañas abundaron las
mentiras extrañas
o
insidiosas,
que
hicieron
a
Quevedo escribir suestudio,
no
terminado, en
defensa de lo propio: «Cansado
de ver
el
su-
frimiento de. España,
con que ha
dejado pasar
sin castigo tantas calumnias
de
extranjeros,
quizá despreciándolos generosamente.»
Por for-
tuna
hay
otros extranjeros, ennuestros días,
que merecen reconocimiento: losTrend,
con
su documentado libro sobre
los
orígenes
de
la
España
de
nuestro tiempo;
los
StarMe,
con sus
andanzas ti«rra adentro, dándole a suviolín,
y aquélla suaguda observación
de
lacontien-
da
que, ya en los
anteriores años, ofrecíamos al
mundo entre
lo que
España
fue ylo que
quie-
re
ser, lo que
ahora quiere
ser más
ahincada,5}
resueltamente
que
nunca.
Así
lo
estiman estos otros amigos
que se han
acercado anuestros dolores días pasados.
Wal-
do Frank
no es un
amigo
de hoy,
pues haca
años escribió
su
magnífica «España virgen»,,
donde muchos hemos visto descifradas realida-
des misteriosas
que
teníamos ante los ojos*
lAquéllas
sus
perspicaces consideraciones sobre
el cante jondo, sobre
el
alma gitana
y
andalu-
za (Ahora
me veo
trasladado a
un
verano
,da
hace diez, doce años,
en
el jardín
d®
laResi-
dencia deestudiantes, compartiendo bajo las
estrellas
el
entusiasmo
de un
diplomado
de Ox»
íord
por las
«medias granadinas»
de
Vallejo,
escuchadas del gramófono.)
Los
extranjeros,
como Frank,
que así
llegan a gustar
las
esen-
cias españolas
son más
nuestros
que los con-
nacionales insensibles
a
ellas
o
tocados
de úrí
afán epidérmico
de
progreso.
Ignoro de
qué
hora arranca ladevoción de
Malraux
a
España.
Su
. «Espoir»
nos
dice
que
es mucha
intensa, pues el título mismo,del
libro declara laesperanza, manifestada
en las
páginas, de
que
la cruenta guerra lleva hacia
la liberación
del
pueblo español. Malraux,
ca-
ballero
del
aire,
nos
ayuda
a
lograrlo desde,
el
primer
día
yahora, después
de
surcar varios
cielos, hadejado caer sobre el suelo republi-
cano
una
lluvia
de oro.
¡Guerra
de
liberación
Malraux
la ha
visto exactamente, pues
el om-
peño importa atodos
los
españoles,
los de
aquí
y
los de
allá,
los que
luchan
por
laRepública
y
los que
pretenden,
en
laotra zona, salvar a
España
y
habrán
de ser
salvados
a su vez.'
LUIS SANTULLANO
y 2e ' n« c d̂3v¡=a los
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