Del Mictlan y de Mictlantecuhtli, dios de los muertos
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DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2006 No. 233
Del Mictlan y de Mictlantecuhtli, dios de los muertos
◆ Isabel Garza Gómez ◆
ara los antiguos mexicanos la muerte
no implicaba el fin, sino el inicio de una
nueva forma de existencia. Desde esta
perspectiva, se consideraba que coexistían
varios reinos de los muertos y que el tránsi-
to de las ánimas hacia alguno de ellos de-
pendía de las circunstancias en que acon-
tecía el deceso. Las fuentes históricas con-
ceden mayor importancia a cuatro reinos.
Uno de ellos, era el Chichihualcuauhco,
sitio destinado para los que morían aún sien-
do lactantes. Sobre los otros tres reinos,
fray Bernardino de Sahagún menciona en
la Historia General de las cosas de Nueva
España, que el Tlalocan, reino de Tláloc,
estaba reservado para los que fallecían por
alguna causa relacionada con agua, para
los fulminados por rayos y para los que
eran victimados en honor a esta deidad. A
los guerreros caídos en combate, a las mu-
jeres que fallecían durante su primer parto
y a los que eran sacrificados ante sus ído-
los, les correspondía ir a la Morada del Sol.
Los que morían por causas naturales y por
enfermedades comunes tenían como desti-
no final el Mictlan, ámbito presidido por
Mictlantecuhtli, dios de los muertos.
Debido a que el tipo de muerte condicio-
naba el destino final de las ánimas, existían
diversos y elaborados tipos de ritos fune-
rarios. En el caso de los que iban al Mictlan,
sin importar su condición social, recibían el
mismo tratamiento mortuorio y los cadáve-
res eran expuestos al fuego. Si el que falle-
cía era un personaje importante, el entierro
se posponía algunos días para que los no-
bles de otros pueblos asistieran al funeral y
se sacrificaban algunos cautivos para que
le sirvieran durante su recorrido al más allá.
Se concebía un Universo constituido por
un nivel celeste y por el inframundo. El pri-
mero, con trece cielos en los que habitaban
astros y deidades. En el segundo, había
nueve pisos y en el más profundo de ellos
se encontraba el Mictlan, lugar de los des-
carnados. Por ello, se consideraba que el
camino que conducía el Mictlan era el más
largo y el más peligroso. Se creía que este
viaje duraba cuatro años y que durante este
tiempo, las ánimas tenían que pasar entre
dos sierras que chocaban entre si; burlar a
una culebra que cuidaba el camino, atrave-
sar el lugar de la lagartija verde, cruzar ocho
páramos y ocho precipicios, caminar por la
región del viento de navajas y cruzar a nado
un caudaloso río. Finalmente y después de
haber vencido estos obstáculos, se encon-
traban con Mictlantecuhtli. Para ayudar en
este difícil trance, los deudos quemaban,
como ofrenda a Mictlantecutli, las perte-
nencias del difunto a los ochenta días, al
año, a los dos años, a los tres años y a los
cuatro años del deceso.
A diferencia de los otros reinos de los
muertos en los que predominaba la luz, el
Mictlan era concebido como un lugar frío,
oscuro y pestilente. Se asociaban a este
reino de los muertos los perros color ber-
mejo, porque ellos ayudaban a cruzar el pe-
ligroso río que separaba a las ánimas de su
destino final. Otros animales asociados con
el Mictlan eran los alacranes, los ciempiés,
las arañas y los murciélagos. A Mictlante-
cuhtli se le conocía también como Ixpúzte-
pec, rostro quebrado, Nextepehua, esparci-
dor de cenizas y Tzontémoc, el que baja la
cabeza. La contraparte femenina de Mict-
lantecuhtli era Mictlancíhuatl y ambas dei-
dades eran representadas como esquele-
tos o personajes semi-descarnados, cuyo
principal atributo consistía en un rosetón
en forma de círculo o semi-círculo de papel
plegado, con un cono en el centro del que
se desprendían dos bandas. Este mismo
rosetón formaba parte de la indumentaria
de los sacerdotes dedicados al culto del
dios de los muertos.
De acuerdo a Sahagún, durante la festi-
vidad Tepeíhuitl en la que se honraba a los
montes, se rendía culto a los muertos. Como
Mictlantecuhtl.- Dios de los muertos Mitecacihuatl recibe la ofrenda. Códice Borgia La dualidad vida-muerte. Códice Laud
parte del ritual se hacían imágenes de los
difuntos con una pasta preparada con ble-
dos. Dichas imágenes, se colocaban prime-
ro sobre roscas de zacate y al amanecer, las
ponían encima de un lecho de juncos en
sus adoratorios. Se les ofrendaban alimen-
tos, bebidas e incienso. Posteriormente, la
ofrenda era consumida por familiares y ami-
gos. De acuerdo al calendario romano esta
festividad se celebraba a fines del mes de
octubre y coincidía con la época en que se
cosechaban los cultivos. Era una fiesta agrí-
cola en la que coexistían la vida y la muerte.
Este binomio de vida-muerte, fuerzas
antagónicas que se complementan, era una
de las expresiones de la dualidad, concepto
básico de la filosofía religiosa mesoameri-
cana. Esta dualidad estaba implícita en sus
actividades cotidianas y era la perspectiva
desde la cual se analizaban los fenómenos
naturales. En el Códice Borgia se represen-
tan a Mictlantecuhtli y a Quetzalcóatl como
fuerzas opuestas complementarias; el pri-
mero como la muerte y el segundo como la
vida, ciclo básico del Universo. De igual
manera esta concepción dual se manifiesta
en la Leyenda de los Soles, texto que relata
que antes del Quinto Sol, época en que se
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DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2006II
◆ Barbara Konieczna ◆
Las exequias a los difuntos guerreros mexicas
a celebración de la fiesta a los difun-
tos, nos trae recuerdos de los seres que
hemos conocido y que se nos “adelan-
taron” en el camino hacia el más allá. Hay
también otros difuntos, cuya muerte quedó
en el olvido y sólo las antiguas crónicas
nos narran sobre los hechos que ocurrie-
ron y la tristeza que causó su pérdida. En
esta ocasión, quiero recordar a los guerre-
ros que murieron en la guerra de los mexi-
cas contra los tarascos de Michoacán, en
los tiempos de Axayacatl.
Axayacatl fue sucesor de Motecuhzo-
ma y gobernó aproximadamente entre los
años 1469-1481 d.C. Al igual que en tiem-
pos de su antecesor, durante su mandato
se inauguraron varias piedras de sacrificio.
de darles consuelo por medio de las pala-
bras, que expresaban el honor que repre-
sentaba haber tenido esposos que murie-
ron para la gloria de la patria y hacerlas sa-
ber que no era una muerte común.
Concluidas estas visitas, llegaban a la
plaza principal los cantores, gente espe-
cialmente preparada para entonar cantos de
las ceremonias fúnebres. En la cabeza te-
nían cintas negras. Tocaban una música
triste y hacían los lamentos para dar entra-
da a las viudas de los guerreros muertos.
Las mujeres traían los cabellos sueltos y
bien arreglados. En sus hombros estaban
puestas las mantas de sus maridos y en el
cuello les colgaban los ceñidores y brague-
ros. Al son de la melodía de los instrumen-
tos de los cantores, daban grandes palma-
das y lloraban amargamente y de vez en
cuando bailaban, inclinándose hacia la tie-
rra y andando en esta posición de recogi-
miento. Después de las viudas, salían los
hijos de los difuntos, vestidos en mantas
de sus padres y adornados con los bezo-
tes, orejeras, narigueras y todas las joyas.
Al igual que sus madres, daban palmadas
al tono de la música de los cantores. Esta-
ban presentes también otros parientes, de
pie, inmóviles, llorando. En las manos traían
las espadas y rodelas de los muertos.
La ceremonia se interrumpía con el pro-
nunciamiento de los viejos que recordaban
a todos los presentes que estas exequias
no sólo estaban dedicadas a los guerreros
muertos sino también al sol, que quedaba
honrado con estos llantos y que abrazaba
el mundo al resplandecer.
muy sucio, con mantas manchadas y cin-
tas de cuero atadas a la cabeza, todo lle-
no de mugre. Este canto se llamaba tzo-
cuicatl, lo que quiere decir “cantar puer-
co”. Todos se untaban las cabezas con
corteza molida del árbol que se usaba para
matar piojos. Luego, los cantores toma-
ban en las manos las jícaras con pulque,
las levantaban varias veces en lo alto,
delante de las estatuas, y derramaban el
liquido alrededor de la estatua.
A la puesta del sol, las viudas regalaban
a los cantores las mantas comunes y bra-
gueros y les daban coas para cavar. Los
viejos juntaban las estatuas y les prendían
fuego. Todo se quemaba en presencia de
las viudas que lloraban de tristeza. Acaba-
do el fuego, salían los viejos a agradecer a
las viudas y a consolarlas y anunciarles que
debían regresar a sus casas a sus labores
diarias. Iban a estar de luto por un periodo
de ochenta días, que consistía en no lavar-
se la cara, ni la cabeza, ni cambiar de ropa.
Pasado este tiempo, los viejos manda-
ban a sus ayudantes para que les raspa-
ran la mugre mezclada con lágrimas y la
recogieran en unos papeles especiales.
Éstos, debían ser llevados a los sacerdo-
tes del templo. Aquéllos, los recogían y
echaban a un lugar llamado Yaualiuhcan
(lugar redondo) que se encontraba en las
afueras de la ciudad. Por su lado, las muje-
res iban al templo para hacer oraciones y
ofrecer ofrendas de papel y copal y final-
mente quedar libres de llanto y luto.
El cronista Sahagún menciona la creen-
cia de que los muertos en guerra iban al
cielo, donde vive el Sol. En el cielo había
árboles y bosques y las ofrendas que se
hacían en la tierra, llegaban a los muertos
que moraban allá felices. Pasados los cuatro
años, las ánimas de los difuntos en guerra
se convertían en diversos aves de ricas plu-
mas y de colores y chupaban las flores del
cielo y de la tierra, como lo hace el colibrí.
desarrollaron las poblaciones prehispáni-
cas, existieron cuatro mundos que fueron
creados y destruidos por fuerzas divinas
antagónicas. Esta leyenda menciona que
creado el quinto Sol, los dioses sintieron la
necesidad de poblarlo con una nueva hu-
manidad para que le rindiera culto. Fue en-
tonces que Quetzalcóatl descendió al infra-
mundo por huesos de las poblaciones an-
teriores para crear con ellos al nuevo hom-
bre. Mictlantecuhtli, celoso de sus perte-
nencias, se enfrentó a Quetzalcóatl, pero
finalmente éste lo engañó y logró llevarse
las preciadas osamentas.
Del Mictlan y de... Viene de la página I
El culto a Mictlantecuhthi, señor de los
muertos, es uno de los más antiguos y más
difundidos en las culturas mesoamericanas.
Sus representaciones en piedra, códices,
vasijas y en otras manifestaciones artísticas
sugieren, particularmente entre los mexicas,
un culto importante a la muerte. Este culto
constituía uno de los principios básicos de la
religión de los antiguos mexicanos. Vida y
muerte eran inseparables, constituían un pro-
ceso cíclico. Por ello, en época prehispánica
la muerte no representaba el fin, sino una
transición a otra forma de existencia, era el
paso hacia una vida ultraterrena.
Estas ceremonias requerían ofrecer en sa-
crificio a los prisioneros capturados en las
guerras, con el fin de ensangrentar el tem-
plo. Entre las piedras talladas que mandó
hacer Axayacatl sobresalía la piedra del sol;
de la cual, su elaboración se encargó a Tla-
caelel. Para la ceremonia de su inaugura-
ción, se necesitaban de nueva cuenta cau-
tivos, así que por común acuerdo, se deci-
dió emprender una guerra, en este caso,
contra los tarascos de Michoacán.
La campaña militar congregó a muchísi-
mos guerreros de los señoríos que confor-
maban el imperio mexica. Se calcula que hubo
alrededor de 24 mil combatientes en total.
La batalla era feroz y la matanza de gue-
rreros del ejército de los mexicas resultó tan
grande, que se tuvieron que retirar para que
no los matasen a todos. Se estima que mu-
rieron alrededor de 20 mil hombres; entre
ellos, grandes señores locales. La tristeza
de la derrota y de la pérdida de tantas vidas
era muy grande. Para consolar a los deudos
y para revindicar la imagen del ejercito de-
rrotado, Axayacatl ordenó hacer unas exe-
quias especiales con los ritos fúnebres que
ameritaban a los caídos en guerra. El cro-
nista español Fray Diego Durán, dominico
del siglo XVI, narra en el capitulo XXXVIII
de su Historia de las Indias de Nueva Es-
paña e Islas de Tierra Firme, las ceremo-
nias luctuosas que se llevaron a cabo por
este motivo. Como se ha dicho, las exe-
quias tenían el propósito de consolar a las
viudas de los guerreros muertos en el com-
bate, así como de otorgar el honor a los
caídos como defensores de la patria.
En la sociedad mexica había personas
que específicamente se encargaban de or-
ganizar las ceremonias fúnebres. Antes de
iniciar los rituales, Axayacatl dio la orden a
los llamados cuauhuehuetques para que
acudiesen a las casas donde vivían las mu-
jeres de los guerreros muertos. Se trataba
Enseguida, entraban a la plaza los amor-
tajadores, que eran parientes de las viudas.
Su entrada estaba acompañada del sonido
de los instrumentos, acompañados con el
llanto, lamento, grito, aullido, todo un tre-
mendo ruido que daba miedo. Cuando ce-
saba este gran alboroto, los amortajadores,
en fila, iban acercándose a las viudas y les
daban el pésame, así como a los viejos que
estaban presentes.
Pasados los cuatro días de la ceremonia,
al quinto día se hacían figuras de los muer-
tos con palos de ocote. Se les ponían los
pies, brazos y cabeza, así como los ojos y la
boca. Estas figuras, bultos, los vestían en
mantas de papel, bragueros y ceñidores.
En los hombros se les colocaban las alas de
plumas de gavilán, para que de esta mane-
ra, el muerto pudiera volar cada día alrede-
dor del sol. Las plumas adornaban también
las cabezas. Finalmente, le colocaban al
bulto orejeras, bezotes y narigueras.
Hay que mencionar, que en esta circuns-
tancia particular, las estatuas de palos imita-
ban a los cuerpos que quedaban abandona-
dos en la guerra. En una situación normal, el
bulto contenía el cuerpo del muerto, que
después de cuatro días se llevaba a quemar
o sepultar. Los restos se enterraban, por lo
general, abajo del piso de la casa o cerca de
ella, colocando junto algunas ofrendas.
Regresando a la descripción de la cere-
monia, las estatuas así hechas, se las lleva-
ban a un recinto llamado Tlacochcalco. Era
un lugar especial, dedicado a la guerra. Las
viudas ponían delante de la estatua de su
marido muerto, un plato con un guisado
que llaman tlacatlacuali (comida humana) y
tortillas llamadas papalotlaxcalli (pan de
mariposas); además de harina de maíz tos-
tado disuelta en agua, como bebida. Se
ofrendaba también una jícara con pulque,
flores e incienso. Se ponía un palo grueso,
llamado bebedero de sol, para que a través
de él, se bebiera.
Terminada esta ofrenda, los cantores re-
tomaban los tambores y empezaban a can-
tar los cantares de luto. Esta vez, vestían
Piedra de sacrificio Tizoc. Museo Nacionalde Antropología
El duelo y el llanto. Códice Florentino
Piedras ceremoniales ( temalacatl ycuauhxicalli) para sacrificio. CódiceVindobonensis
Exequias de los guerreros muertos enMichoacán en presencia de Axayacatl.Lámina 25 de Códice Duran
DOMINGO 5 DE NOVIEMBRE DE 2006 III
ada año, durante los últimos días de
octubre y los primeros de noviembre
se lleva acabo lo que comúnmente
se conoce como “Día de muertos”; sin
embargo, para las comunidades nahuas
del Alto Balsas, Guerrero, éstas no son
las únicas fechas en las que se les invita
a la casa ni que se les pone ofrenda. Se
puede mencionar que, por ejemplo, en
las localidades cercanas a San Agus-
tín Oapan, como parte del proceso ri-
tual matrimonial, hay una celebración
especial para los parientes difuntos (el
responso), en donde se les da una ofren-
da para invitarlos y presentarles a los
nuevos miembros de la familia.
Para entenderlo, hay que conocer la
concepción que se tiene sobre la muerte
y los difuntos en estas comunidades,
tema que ha sido analizado en diversos
estudios, en diferentes grupos étnicos.
Para los nahuas del Alto Balsas, Ca-
tharine Good (2004) menciona que los
muertos no dejan de ser miembros de la
comunidad, a lo que agregamos, que
tampoco de las redes parentales. Por
esto se observa que a lo largo del año
hay una serie de intercambios entre los
seres humanos y los difuntos que no se
limitan a estas fechas.
También hay que decir, en referencia
al “Día de muertos”, que no se reducen a
2 ó 3 días sino que para los nahuas del
Alto Balsas hay una serie de eventos
anteriores a los días a los que en las ciu-
dades se les destinan. Asimismo, tampo-
co se refieren a éstos como “Día de muer-
tos”, sino que se acostumbra decir “las
ofrendas”, es decir, la gente expresa “des-
pués de ofrendas” o “para las ofrendas”
para hablar acerca de estos momentos.
De la región, nos interesa presentar la
celebración que se lleva a cabo durante
estos días en una comunidad, en parti-
cular Tula del Río.
Las ofrendas en Tula del Río
Los preparativos para recibir a los muer-
tos comienzan con la reparación del ca-
mino del Campo Santo, que se encuentra
a las afueras, hacia la comunidad, lo cual
es una tarea asignada a los hombres.
Cada grupo doméstico tiene que mandar
a un miembro hombre, sea niño o adulto,
en su representación para trabajar, pues
esto es visto como una de las obligacio-
nes que cada “ciudadano” o tequitlaca-
tl (trabajador) de la comunidad debe
cumplir. La reparación consiste en arre-
glar las brechas causadas por la lluvia y
limpiar la maleza crecida, que se realiza
un sábado anterior antes de su llegada.
El año pasado, fue el 22 de octubre.
Para los tulenses, los lunes y jueves son
“los días de las almas”, no importa la épo-
ca del año, pues son los días en que Dios
“suelta” las almas y pueden salir a visitar
las casas de sus parientes vivos. Así cada
vez que alguien quiere poner un vaso de
agua, una fruta, una cera, etc., a algún pa-
riente fallecido lo hace en esos días.
De igual forma, tiene que ser un lunes
o un jueves que los parientes vivos de-
ben ir por ellos hasta el Campo Santo para
las ofrendas. La fecha varía, pero indu-
dablemente debe ser uno de estos días,
pues como Dios los ha dejado salir, en-
tonces se encuentran todos juntos
En nuestro registro de 2005, fue el lu-
nes 24. En esta fecha salen, principalmen-
te mujeres, a recogerlos hasta el Campo
Santo; son llevados a la iglesia del pue-
blo, donde permanecen hasta el 3 de no-
viembre. Diariamente en este periodo, se
reza por las mañanas un rosario en la iglesia
dirigido por los rezanderos (cantorme).
Es hasta el 31 de octubre que se ponen
las primeras ofrendas en las casas, comen-
zando con la dirigida a los niños, a quien se
les colocan frutas (manzanas, plátanos,
sandías y guayabas), pan en forma de
figuras de animales, caldo de pollo o mole
verde sin chile y flores (cempoaxóchitl,
terciopelo y alelí). Además, calabaza en
dulce, refrescos y tamales de fríjol.
Al día siguiente se pone la ofrenda a
los adultos, para la cual se matan galli-
nas para el mole verde que, a diferencia
del de los niños, es picoso.
La puesta de la ofrenda se hace en ná-
huatl y es realizada con el trabajo de las
señoras, las muchachas, los niños y las ni-
ñas, siempre mencionando el nombre del
difunto, con un padre nuestro o rezando un
rosario: “este año todavía nos dio tiempo
para ponerte tu comidita, es poquita, pero
te la damos para que comas con nosotros,
para que estés contento porque te recor-
damos”, dice doña Ana a su abuelo.
Es un acto doloroso, pues se llora al
recordar al difunto; otros se ponen tris-
tes cuando escuchan a la banda tocar,
pues saben que sus parientes los están
acompañando, pero no los pueden ver.
La comida tiene que provenir, en su
mayoría, de lo que tengan en sus sola-
res, es decir, las gallinas deben ser cria-
das y no compradas; asimismo, la semilla
de calabaza para hacer el mole. De esta
manera, es a través de la comida que se
les comparte trabajo a los difuntos, pues
a la gallina la tuvieron que alimentar, cui-
dar y matar; mientras que a la calabaza la
tuvieron que sembrar y cortar.
Suponen que los “muertitos” perma-
necen en la iglesia, pero en las noches
visitan las casas de sus parientes, así que
frente a la ofrenda se ponen sillas y peta-
La celebración a los muertos en un
pueblo nahua de Guerrero◆ Adriana Saldaña Ramírez* ◆
Ofrenda a los difuntos niños (2005) Tula del Río, Guerrero
Foto: A
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Visita de los huexkisklis a un altar familiar donde recogen parte de la ofrenda parallevarla el 3 de noviembre al Campo Santo y repartirla a todos los difuntos de lacomunidad (2005) Tula del Río, Guerrero
Foto: A
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Pasa a la página IV
Consejo Editorial: Ricardo Melgar, Lizandra Patricia Salazar, JesúsMonjarás-Ruiz, Miguel Morayta y Barbara Konieczna
Coordinación: Guadalupe Calzada Gutiérrez
Formación: Arturo Mendoza Vázquez
Matamoros 14, Acapantzingo, [email protected]
EL YAUHTLI
◆ Margarita Avilés y Macrina Fuentes ◆
NARDO / OMIXOCHITL
Polianthes tuberosa L.
FAMILIA: AGAVACEAE
Flor de nardo
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n México, como parte de los fes-
tejos de días de muertos, encon-
tramos una diversidad de flores
en las ofrendas y en los panteones;
entre ellas, se encuentra el nardo que
puede incluirse, según las costumbres
de cada región. Popularmente, las flo-
res de color blanco como el nardo, al-
helí y nube, se incluyen debido a que
significan pureza y ternura.
El género Polianthes cuenta con 10
especies originarias en nuestro país. Po-
lianthes tuberosa es una de las especies
ampliamente cultivada en México y Cen-
troamérica, actualmente se cultiva en
otros países. Las especies conocidas
como nardos silvestres se venden en los
mercados. En algunas fuentes bibliográ-
ficas podemos leer que con anterioridad
ya se incluía a estas especies en la fami-
lia amarylidáceas.
La especie Polianthes tuberosa, tam-
bién conocida popularmente como vara
de San José, es una planta herbácea,
anual, que tiene rizomas tuberosos; sus
hojas son de forma acintada, algo carno-
sas, las flores se encuentran en racimos
terminales, que son vistosas y fragan-
tes, de color blanquecino, verdoso, ro-
sado o blanco.
Actualmente, de las flores se extraen
sus aceites esenciales que son utilizados
en perfumería y en aromaterapia.
En fuentes históricas del siglo XVI,
Francisco Hernández en su obra Histo-
ria natural de nueva España, menciona
al nardo como OMIXÓCHITL o flor de
hueso y cita que “… algunos las llaman
azucenas de indias…y … La raíz es fría,
húmeda, y de naturaleza salivosa o mu-
cilaginosa. Parece ser una especie de
narciso desconocida en el Viejo Mundo.
La raíz aplicada resuelve los tumores, y
tomada, corta las fiebres y contiene
los flujos que provienen de causa cá-
lida. Nace en regiones frías o tem-
pladas. Las flores se emplean en ra-
milletes y en perfumes…”
Esta planta fue introducida y culti-
vada en Francia, en el siglo XVII. La
corte del Rey Sol la apreciaba espe-
cialmente; y las mujeres utilizaban las
flores como perfume, adornaban con
ella sus corpiños.
En el estado de Morelos se reporta
el uso medicinal de otra especie Po-
lianthes variegata (Jacobi) Shinn.,
conocida como hoja de víbora, espe-
cie nativa de México, se emplea para
detener hemorragias, acabar con la
mala influencia, contrarrestar un aire
fuerte y en piquetes de alacrán o en
mordeduras de víbora.
El nardo forma parte de la colec-
ción nacional de plantas medicinales
del jardín etnobotánico.
tes para que puedan descansar. En la
comunidad, cuando las personas lle-
gan a visitar a alguien, es común que
ofrezcan una silla para “descansar”,
pues se piensa que se ha recorrido un
largo camino y lo mismo pasa con los
muertos.
Durante el 31 de octubre, el 1 y 2 de
noviembre, la gente deja abiertas sus
puertas por la noche, con algunas ve-
las en la entrada para que sus parien-
tes puedan pasar a comer la ofrenda.
Las ánimas solas
Desde el 31 de octubre hasta el 2 de
noviembre, por las noches salen los
huexkisklis (de Huexca, “hay ale-
gría”), que es un grupo de más o me-
nos 11 niños, con máscaras, a pedir
pan, frutas y ceras a cada una de las
casas de la comunidad.
En cada una se presentan hasta el
altar donde se persignan y esperan a
que la dueña “coopere” con algo de la
ofrenda. Cada noche, este grupo de
niños deja el pan, la fruta y las velas
en la iglesia. Lo que se recaba es para
las almas que son olvidadas y que
nadie les pone algo. La salida de este
grupo es sólo por la noche, pues se cree
que representan a los muertos y éstos
sólo andan al caer el sol.
Esta práctica tiene más o menos 4
años y fue organizada por maestras
de la misma comunidad, que vieron en
Chilapa y otros lugares, cómo los ni-
ños pedían el Halloween y lo adapta-
ron, pero como la gente dice “aunque
un tantito diferente”.
Los huexkisklis ya existían, pero
eran los que entregaban los regalos
de los padres de los novios a los pa-
dres de las novias, cuando se iban a ca-
sar, salían tapados de la cara, pero con
pelo de ixtle. Ahora, para las ofrendas
han adaptado está práctica, con algu-
nos elementos como las máscaras de Ha-
llowen, pero dándole otro sentido.
Lo que recogen durante los tres días
se lleva al Campo Santo el 3 de noviem-
bre para repartirlo en cada uno de los
“panteoncitos” (así se refieren a las tum-
bas) del lugar, pues de esta manera la co-
munidad en su conjunto comparte con
sus difuntos la comida y sus ceras. Esto
es muy importante, pues cuando lo van
recabando en la iglesia es con el objetivo
de compartir con los difuntos a los que
nadie les pone nada, pero una vez que
sale de ésta para llevar a las tumbas, los
huexkisklis reparten algo a cada difunto
de la comunidad, no importando que ten-
gan parientes que les ofrenden.
Son los mismos panes y las mismas
velas, pero con objetivos diferentes en
este mismo proceso.
Los sueños, espacio y tiempo
de comunicación con los muertos
Don Eufrenio dice: “en los sueños es
lo más real, lo más directo”. Para los
nahuas de esta región, los difuntos utili-
zan los sueños como una vía de comuni-
cación con sus parientes vivos.
En esas fechas es a través de los sue-
ños que se comunican con sus difuntos.
Se encontraron varios testimonios sobre
difuntos que pedían que se les pusiera su
ofrenda o que necesitaban más ceras, como
en éste, en el que Clara soñó con su tía que
le decía: “Clara, necesito brasas, ¿qué no
has comprado tus velitas? Ponme una
vela”. De igual forma, otros miembros de
la comunidad soñaron que sus parientes
pedían que se les diera más agua y luz.
Los sueños no son sólo una vía ex-
clusiva para los muertos, de esta forma tam-
bién se comunican con la Virgen de Guada-
lupe y con otros santos, de los que reci-
ben sanación, consejos o hasta los pre-
vienen de algún problema en el futuro.
*Proyecto de Etnografía de las
Regiones Indígenas de México
en el nuevo milenio
Equipo regional Morelos
La celebración a los... Viene de la página III