Daney, Serge - La Rampa (Bis)

3
8/10/2019 Daney, Serge - La Rampa (Bis) http://slidepdf.com/reader/full/daney-serge-la-rampa-bis 1/3 pasa si el  actor expuesto  —que  también  fue un  autor,  y que  comprende  ainbtn lados (both sides}-  ha  suscitado este espectáculo,  si lo ha  querido? Frente  a K i\ hay otro  actor, introvertido, más  bien incómodo:  Wenders. Entre ellos, el  juc go es el mismo, porque tienen  un  punto  en  común: ambos  posan.  Wendei s  i-,. desde sus  comienzos,  un  cineasta  de la  seducción;  no de la  exhibición,  sino  d«i una pose discreta, imperceptible,  que  hace  que las  imágenes  más  neutras  p ro curen a los que en  ellas  figuran, y al que los ha  hecho  figurar  en  ellas,  el  gOCt secreto de no saberse vistos, de saberse sorprendidos en el momento en  qur no se  posa . Pose  al  cuadrado ,  que me  irritaba  en los  primeros  films  il r Wenders,  e  incluso  en  El amigo americano,  y de la  cual  veo  que,  en  lugar  il r cultivarla,  ha  hecho  con  ella  el  tema  y la  materia misma  de  Ñick's  Movie.  \\i que el encuentro entre  Ray y  Wenders, empezamos  a  sospecharlo,  es un  vci dadero encuentro. Entre padre e  hijo,  sin duda; entre pares seguramente.  Ray sabe que se  trata  de un  juego entre  el que  posa  y el que  hace posar; entre  el qur mata y el que  muere  (Amarga  victoria  nuevamente, retomada  en  El  amigo ame- ricano:  el que  asesta  el  golpe mortal  es el que  grita; grita  en  lugar  del  otro). Basta con ver el final del  film  y el  agotamiento  en el rostro de Ray. No tiene ya nada que  decir,  y  dice:  "Cut ".  Wenders  (fuera  de  campo):  "Don't cuf.  Es un juego en que  nadie gana, pero  que  salva  al film de la  necro-cinefilia  pura  y simple. Hay en todos  ellos  una tal  conciencia  de la  cámara que,  en un  punto,  la presencia  de  ésta  se  vuelve  el  motor  del film,  empujando  al  espectador  a la periferia,  privándolo  de su fragmento de muerte . 7.  Porque  se  cree  con  demasiada facilidad  que la  cámara deshace  las  poses, hace caer las máscaras. Pero una cámara no  capta sino máscaras  y reflejos. Más acá o más allá del  rol .  Lo directo nunca es otra cosa que el nombro dado a una técnica de registro de las imágenes y los sonidos. Lo directo en sí no existe.  En  directo ,  se  asiste  a la  creación  de un  cuerpo sutil,  hecho  de indicios materiales de la idea que se hace de sí mismo el cuerpo expuesto a la cámara. Un  cuerpo  sutil, una  veleidad  de máscara, una perturbación y una mueca, un jeroglífico: nada simple. Hay ahí, más que el saber hacer de los actores (o, entonces, todo el mundo es actor), porque ese cuerpo sutil, ese cuerpo protector, esa  piel  de  más,  es el  mismo  que el  otro,  con un  himen cerca (pero el  himen  es  sólido).  Por  esto pienso  que  Wenders tuvo razón  al  volver  a montar  Ñick's Movie.  La  versión mostrada  en  Cannes  era un film  largo, incó- modo  y  bastante caótico,  al que no se  podía adherir, salvo diciéndose  que se trataba de lo  real  del rodaje que se  hallaba  tan puesto  de  manifiesto. Pero el rodaje de un  film  que  nadie había querido,  un  film  huérfano  y que  nadie asu- mía. En una escena que ha desaparecido del montaje  final, se veía al  montajista intentar poner  en  orden  el  film.  Yo  tuve  la  impresión  de que el  film  no era ni de  Ray  (muerto antes  del fin del  rodaje),  ni de  Wenders  (a  quien  el  equipo reprochaba, en una escena también desaparecida, haber abandonado el  film al  partir  a  California, para ocuparse  de  otro,  Hammetí),  sino  que el  film  era del montajista,  Peter Przygodda, que testimoniaba sus dificultades y su  sufrimien- 111,  I V/.ygodda  privilegiaba  la  figura  de Ray  moribundo,  lo s  estancamientos  de 1111  11  ii  la  e  azaroso,  la  desgracia  d el  equipo, encerrado entre  su  impotencia  y su voluntad  de  hacer  l as  cosas bien.  Es  cierto  que al  montar  de  vuelta  el film,  nilcrs  ha  traicionado algo:  ha  traicionado  el  film  de  Przygodda,  el  docu- Illi  nio  lluro  y en  bruto.  Se lo  puede deplorar, desde luego. Pero  es  cierto  que  m ío  esto, Wenders  ha  encontrado  el  verdadero tema  de su  film:  ni la .IIIH-I  it:  de  Ray,  ni el  rodaje puesto  en  abismo, sino  la  verdad  de su  relación  co n . /.  /niltis  Ray Es  necesario recordar  e sa  escena magnífica  de  En el  transcurso  d el ni ni donde Zischler, que  vuelve  a ver a su  padre  y es  incapaz  de  hablarle, pune,  cuando el padre se ha dormido, la primera página del diario en que ii  >l  njaba (es un  impresor).  El  escrito triunfa  allí donde  la  palabra  falta. Mien- ii  ti  padre duerme . Durante  la  muerte  de  Nick Ray: aprovechando  una iiicnnitencia.  En la  versión  definitiva  de  Ñick's  Movie,  la  presencia  de Ray es  .1  intermitente,  misteriosa.  A  vece s parece  ya  muerto desde hace tiempo.  Po r  . i  me  gusta mucho  esa  escena (que  se  podrá juzgar  muy  explícita, pero  es eso i  a  ¡sámente  lo que me  gusta  de  Wenders,  la  pesadez  de las  explicitaciones), I.  un  le  Wenders sueña  que  está  en la  cama  de sufrimiento de Ray y que  éste  lo  U:  un Ray  zombie, atento,  algo  cómico, como  un  fantasma  salido  de I  mosawa. H Wenders dijo que  quiso que, después  de  todo,  Ñick's Movie  fuese  un  film. i 1 .,  po r  eso que  deshizo  el montaje de su  amigo Przygodda.  No es  solamente u n i  diferencia  de  estilo  o una  preocupación comercial;  es una  cuestión  de tenido. Quizás no haya más que dos grandes temas en el  cine:  la filiación y l.i  .ilianza.  Ray y  Wenders tienen  en  común  que  tienden  a  mezclar,confundir, invertir  esos dos temas. Decía al comienzo: filiaciones vividas como alianzas, o ili.mzas forzadas  en el  sentido  de la  filiación.  ¿Wenders  es el  amigo  o el here- -i  11  de  Ray?  La  elección  que ha  hecho,  al  renunciar  a la  piedad documental n  beneficio  de la  ficción,  indica  que ha  optado  por la  filiación,  una filiación  |iu:  ha  tenido  la  fuerza  de  asumir. Este  es el  sentido  que le doy al  retorno  de l  .lilo  de  Wenders,  en ese  montaje  final, con sus  ticsj  sus  facilidades (sobre (mío  l as  inserciones musicales). Como  si, en un  momento,  se  hubiese dicho: •. >y  a  hacer  el film de tal  modo  que  L'Officiel  des  spectacles  pueda resumirlo así: I  In  anciano  y un  hombre  m ás  jove n, vinculados  por una  extraña amistad, i  •  11  nienzan  a  hacer  un film  juntos, pero  el  primer o muere prematuramente... K ra  necesario  que el  film  se  volviera anónimo,  que el  cadáver estuviese arre- glado, embalsamado. La única manera de responder a la exhortación perversa  li-  Ray  (algo  así  como:  te  pido  que me  traiciones),  es ser un  buen  hijo,  un  buen hijo  de l  cine  [ciné-fils].  a  r mp (bis) Se llama  clásico al muy corto momento de la historia del cine  -¿treinta anos?—  durante  el  cual  los  cineastassupieron producir  el  cebo  de  aquello  que parece  faltarle desde siempre  al  cine:  la  profundidad.  Fue la  edad  de oro de la escenografía, el triunfo  paradójico  de una  escenografía  sin  escena.  Con el so- 79

Transcript of Daney, Serge - La Rampa (Bis)

Page 1: Daney, Serge - La Rampa (Bis)

8/10/2019 Daney, Serge - La Rampa (Bis)

http://slidepdf.com/reader/full/daney-serge-la-rampa-bis 1/3

pasa si el actor expuesto  — q u e también fue un autor, y que comprende  a i n b t n

lados

  (both sides}- ha

 suscitado este espectáculo,

 si lo ha

 querido? Frente

 aK i \

hay otro actor, introvertido, más bien incómodo: Wenders. Entre ellos, el j u c

go es el mismo, porque tienen un punto en común: ambos posan. Wendei s  i- , .

desde

 sus

 comienzos,

 un

 cineasta

 de la

 seducción;

 no de la

 exhibición,  s ino

  d « i

una

 pose discreta, imperceptible,

 que

 hace

 que las

 imágenes

 más

 neutras p ro

curen

 a los que en

 ellas

 figuran, y al que los ha

 hecho  f igurar

  en

 ellas,

 el gOCt

secreto de no saberse vistos, de saberse sorprendidos en el momento en

  q u r

no se

 posa . Pose

  al

  cuadrado ,

  que me

  irritaba

  en los

  primeros

  f i lms   il r

Wenders,

  e

 incluso

 en El

  amigo americano,

 y  de la

 cual

  veo

  que,

  en

  lugar  il r

cultivarla,

 h a

 hecho

  c on

 ella

  el

 tema

  y la

 materia misma

 d e

  Ñick's

  Movie.

  \\i

que el

 encuentro entre

 Ray y

 Wenders, empezamos

 a

 sospecharlo,

 es un

  v ci

dadero encuentro. Entre padre

 e

 hijo,

 sin

 duda; entre pares seguramente.

 Ray

sabe

 que se

 trata

 de un

 juego entre

 el que

 posa

 y el que

 hace posar; entre

 el qur

mata y el que muere  (Amarga  victoria nuevamente, retomada  en El  amigo  ame-

ricano:  el que asesta el golpe mortal es el que grita; grita en  lugar del  otro).

Basta con ver el final del

 film

 y el agotamiento en el rostro de Ray. No tiene ya

nada

 que

  decir,

 y

 dice:

  "Cut ".

 Wenders

  ( fuera

  de

 campo):

  "Don't cuf.  Es un

juego

  en que

 nadie gana, pero

  que

 salva

 al film de la  n e c ro - c i n e f i l ia

  pura

 y

simple. Hay en

 todos  ellos

 una tal

 conciencia

 de la

 cámara que,

 en un

 punto,

 la

presencia

 de

  ésta

 se

 vuelve

 el

 motor

 del film,

 empujando

 al

 espectador

  a la

periferia, privándolo de su fragmento de muerte .

7. Porque

 se

 cree

 con

 demasiada facilidad

 que la

 cámara deshace

 las

 poses,

hace caer las máscaras. Pero una cámara no

 capta sino máscaras

 y reflejos.

Más acá o más allá del  rol .  Lo directo nunca es otra cosa que el nombro

dado a una técnica de registro de las imágenes y los sonidos. Lo directo en sí

no

  existe.

  En

  directo ,

  se

  asiste

  a la

  creación

  de un  cuerpo  sutil,

 hecho

  de

indicios materiales de la idea que se hace de sí mismo el cuerpo expuesto a la

cámara. Un cuerpo sutil, una veleidad  de máscara, una perturbación y una

mueca, un jeroglífico: nada simple. Hay ahí, más que el saber hacer de los

actores (o, entonces, todo el mundo es actor), porque ese cuerpo sutil, ese

cuerpo protector,

 esa

 piel

 de

 más,

 es el

 mismo

 que el

 otro,

 con un

 himen cerca

(pero

 el

 himen

  es

 sólido).

 Por

 esto pienso

 que

 Wenders tuvo razón

 al

 volver

 a

montar  Ñick's  Movie.

 La

 versión mostrada

  en Cannes era un film

 largo, incó-

modo

  y

 bastante caótico,

 al que no se

 podía adherir, salvo diciéndose

 que se

trataba

 de lo

  real

 del

  rodaje

 que se

 hallaba

 tan

 puesto

  de

  manifiesto. Pero

 el

rodaje de un

  film

  que

 nadie había querido,

 un

  f ilm

 huérfano

 y que

 nadie asu-

mía. En una escena que ha desaparecido del m o n t a j e  final, se veía al montajista

intentar

 poner

 en

 orden

 el  f i lm. Yo

 tuve

 la

 impresión

 de que el  f ilm  no era ni

de

  Ray

  (muerto antes

 del fin del

  rodaje),

  ni de

 Wenders

  (a

 quien

  el

 equipo

reprochaba, en una escena también desaparecida, haber abandonado el  film

al   p a r t i r a

 California, para ocuparse

 de

 otro, Hamm et í),  sino

 que el film  era del

mo n t a j i s t a , Peter Przygodda, que testimoniaba sus dificultades y su  s u f r i mi e n -

1 1 1 ,   I V/.ygodda  privilegiaba la   f igura   de Ray  moribundo, lo s estancamientos  de

1 1 1 1

  1 1

  i i  la

  e

 azaroso, l a

 desgracia

 d el

 equipo, encerrado entre

 s u

 impotencia

 y su

v o l u n t a d

  de   hacer las cosas bien. Es cierto que al montar  de  vuelta el film,

  n i l c r s   ha   traicionado algo:  ha   traicionado  el   film   de   Przygodda,  e l  docu-

I l l i  n i o

  l l u r o

  y en

 bruto.

  Se lo

 puede deplorar, desde luego. Pero

  e s

 cierto

  q u e

  m ío

  esto, Wenders  ha   encontrado  el   verdadero tema  de su

  f i lm:

  n i la

. I I I H - I   i t :   de   Ray,  n i e l rodaje puesto e n  abismo, sino l a   verdad

  de su

  relación

 co n

. / .

 /niltis

 Ray Es

 necesario recordar

 e sa

 escena magnífica

 de   En e l transcurso d el

n i n i

donde Zischler, que vuelve a ver a su padre  y es incapaz de  hablarle,

p u n e ,

 cuando el padre se ha dormido, la primera página del diario en que

i i   > l n j a b a ( e s u n  impresor).  E l escrito triunfa allí donde l a  palabra falta. Mien-

i i   ti

  padre duerme . Durante

 l a

  muerte

 de

 Nick Ray: aprovechando

  una

i i i c n n i t e n c i a .

  En la   versión  defini t iva   de   Ñick's  Movie,  la  presencia  de Ray es

 

.1

  i n t e r m i t e n t e ,

 misteriosa.

 A

 veces parece

 y a

 muerto desde hace tiempo.

  Po r

 

.

i

  m e gusta mucho  es a  escena (que se

 podrá

 juzgar m u y explícita, pero  es eso

i

  a

  • ¡sámente  l o que m e   gusta de  Wenders, la  pesadez  de las  explicitaciones),

I .

  u n

 le  Wenders sueña q u e  está  e n l a  cama  d e s u f r i mi e n t o d e R a y y q u e  éste lo

  U :  un Ray  zombie, atento,  algo  cómico, como  un  fantasma  salido  de

I   m o s a w a .

H

Wenders  di jo que  quiso que, después de  todo, Ñick's Movie fuese  u n   f i lm.

i 1 . ,   po r   e s o q u e

  deshizo

  e l mo n t a j e d e s u

 amigo Przygodda.

  N o e s

 solamente

u n i   d i f e re n c i a   de  estilo o una  preocupación comercial; es una  cuestión  de

tenido. Quizás no haya más que dos grandes temas en el cine: la filiación y

l . i   . i l i a n z a .   R a y y  Wenders tienen e n  común q u e  tienden a  mezclar, confundir,

i n v e r t i r

 esos

 dos

 temas. Decía

 al

 comienzo: filiaciones vividas como alianzas,

 o

i l i . m z a s

 fo rz a d a s en el

 sentido

 de la  f i l i ación.

 ¿Wenders

 es el

 amigo

 o el here-

- i

  1 1   de

  Ray?

  La

  elección

  que ha

  hecho,

  al

 renunciar

 a la

 piedad documental

n   b e n e f i c i o de la

  f i cción,

  indica que ha  optado por la  f i l i ación, una filiación

  | i u :   ha   tenido  la

  f u e r z a

  de  asumir. Este  es e l sentido  que le doy al retorno  de l

  . l i lo   de   Wenders,  en ese  montaje  f inal , con sus  ticsj  su s  facilidades (sobre

( m í o

 las

 inserciones musicales). Como

 si, en un

  momento,

 se

 hubiese dicho:

• .

> y

  a

 hacer

  e l f i lm de ta l

 modo

  q u e   L'Officiel

  de s

 spectacles

 pueda resumirlo así:

I   In

  anciano

  y u n

  hombre

  m ás

 joven, vinculados

  por un a

  extraña amistad,

i   •   1 1  nienzan

 a

 hacer

  un f i lm

 juntos, pero

 e l

 primero muere prematuramente...

K ra  necesario que el

  f ilm

  se volviera anónimo, que el cadáver estuviese arre-

g l a d o ,

 embalsamado. La única manera de responder a la exhortación perversa

•   l i -  Ray

 (algo

 así como: te

 pido

 que me

 traiciones),

 es ser un

 buen hijo,

 un

 buen

h i j o

  de l  cine

  [ciné-fils].

  a

 r mp (bis)

Se llama  clásico al muy corto momento de la historia del cine -¿treinta

a n os ? —  durante el cual los cineastas supieron producir el cebo de aquello que

p a r e c e

 faltarle desde siempre

 al

 cine:

 la  p ro fu n d i d a d . Fue la

 edad

 de oro de la

escenografía, el  t r i u n fo

 paradójico

 de una

  escenografía

 sin

 escena.

 Con el so-

79

Page 2: Daney, Serge - La Rampa (Bis)

8/10/2019 Daney, Serge - La Rampa (Bis)

http://slidepdf.com/reader/full/daney-serge-la-rampa-bis 2/3

noro

 había

 desaparecido el lugar de la música de acompañamiento: orquesta

o piano. Luego del sonoro,

 esta escenografía

  estará

 perseguida

 por el

 recuerdo

del estudio, de la escena siempre necesariamente perdida del rodaje, desde

entonces

 fracturada,  volatilizada, sometida

 a los

 forzamientos

 del

 montaje,

 a

los

 azares

 del

 cuadro,

 a los

 saltos

 de los

 tipos

 de

 planos.

 A

 estos forzamientos

se los ha

 llamado puesta

 en  escena , arte de  señalar recorridos,

 para

 los es

pectadores, en un juego de argucias y de caprichos, con el fin de perderlos en

un

 laberinto

 de  raccords . Todo esto es  suficientemente conocido.

Hoy estamos bastante

  lejos

 de ese cine. Ya no sabemos hacerlo y, por eso,

lo amamos más que nunca. Ahí donde nos hemos rendido , nos damos cuen-

ta de que la

 única profundidad, cuyo engaño

 podía

 construir

 el

 cine clásico,

debía

 ser una

  profundidad  deseada . Como

  se

 dice

  un

  niño deseado .

 El

título de un  film  americano de Fritz Lang resume bien lo que hace a esta

escenografía y al deseo que la sostiene: Secreto  t ras la puerta el secreto detrás d e

la puerta. Deseo de ver más, de ver detrás, de ver a través.

¿D e

 qué se trataba, siempre? Del momento difer ido en que se vería lo que

había

 detrás. Detrás de cualquier cosa. El pacto del espectador sólo se sostiene

sobre un punto: hay algo detrás de la puerta . Tal vez sea cualquier cosa. Tal

vez sea el horror. Pero ese horror vale aún más que la constatación

  fría

 y

desencantada

  de que no hay

 nada,

 y de que no

 puede haber nada allí, puesto

que la imagen del cine es una  superficie  sin profundidad. Es lo que el cine

moderno recordará, rompiendo el pacto.

La escenografía del cine clásico ha consistido entonces en disponer obstá-

culos en un estudio, luego luces, luego raíles para la cámara y, en último lugar,

actores.

 Los

 grandes actores

 de ese

 cine

 son

 s implemente aquellos

 que

 menos

se chocan

 con los

  obstáculos.

 O que lo

  hacen, como Cary Grant,

  con una

elegancia cuyo secreto también se ha perdido. Los buenos cineastas son aque-

llos que saben hacer representar a cualquier objeto el papel de un ocultamien-

to temporal, lleno de la promesa de un  más para ver . Objetos-pivote: las

puertas y las ventanas, las miradas y los espejos, los cuerpos esbozados, el

marco

 de una

 puerta.

 Y ese

 objeto inmaterial,

 la

 palabra, cuando

  se

 pone

 a

funcionar como un retruécano o un jeroglífico.

Este cine ha captado al espectador más durablemente que todo otro por-

que nunca ha dejado de proponerle salidas. Aberturas para respirar y desenla-

ces

 para

 asegurarse. Supo hacer salir al espectador  — de la escena o del  f i l m —

para hacerlo volver enseguida a gozar del  happy

  endingde

 las

 falsas

 salidas. De

ahí la  relativa indiferencia del cine clásico por los  contenidos de los

  films,

porque el único contenido real de un  film reside en el arte con que no des-

alienta al espectador a volver para ver otro  film  que, de hecho, será una va-

riante

 del

 primero.

¿Cuál es el límite del cine clásico? Que los ojos, las puertas, las palabras,

los objetos-pivote y los objetos que ocultan no se abran sobre nada. Ya en

1

 litchcock:

  ojos

  reventados, puertas condenadas, lenguaje intransitivo

  y

 pla-

no . Nada esconde

 nada

 porque todo puede verse. ¿Qué sucede si no hay nada

pa ra

 v er

  detrás ? Un accidente. El cierre del circuito de la pulsión escópica.

I

  ,. i

  n i i i acia  ya no se

 pierde entre obstáculo

 y

 profundidad, sino

  que es

 devuelta

8o

 

¡i   ir   la pantalla como un a pelota sobre un muro. La imagen vuelve a fluir hacia

  I i ' .spectador  con la aceleración d el  boomerangy  lo

 golpea

 de

 lleno.

I  Jamaré

  moderno al

 cine

  qu e

  asumió esta

  no

 profundidad

  de la

 ima-

< • .

- i  i ,

 que la

 reivindicó

 y que

 pensó hacer

 de

 ella  -con humor

 y con furor-  un a

n i . i i | u i n a de

 guerra contra

 el

 ilusionismo

 del

 cine clásico, contra

 la

 alienación

' ' •

  la s series industriales, contra Hollywood.

liste cine nació

 -no por

 azar-

 en la

 Europa destruida

 y

 traumatizada

 de la

I   u  > :;»'uerra, a partir  de las ruinas de un cine aniquilado y descalificado, a partir

'

  l i - l

  i  uchazo fundamental de la apariencia,  de la puesta en escena, de la escena.

• l a c i o  de un

  divorcio

 del

 teatro, expresado

 con  fuerza por

 Bresson.

K se

  rechazo sólo se comprende si no se pierde de vista que las grandes

l ' i i c s t a s en

  escena políticas,

 las

 propagandas

  de

  Estado, convertidas

 en

 cua-

  l i   i  i s vivientes, que las primeras manipulaciones humanas de  masa, y que  todo

 

.< •

  teatro

 h a desembocado  -en lo real-  en un desastre. Detrás  de ese  teatro

uri 'rero, como su reverso oculto y su verdad vergonzosa, había otra escena

| i n - no ha

 dejado desde entonces

 de

 asediar

 las

 imaginaciones:

  la

 escena

 de

I " 1 , i ' .ampos.

I

 )e

 modo que,

 por

  diferentes

 qu e

 hayan sido unos

  de

  otros,

  los

  grandes

i nnova dore s del cine moderno, de Rossellini a Godard, de Bresson a Resnais,

I .   latí

  a

 Antonioni,

 d e

 Welles

 a

 Bergman,

 so n

  aquellos

 qu e

  desvinculan radi-

l ím e n te

  su

 arte

 del

 modelo teatral-propagandista, omnipresente

 por el

 con-

< i

.u

 lo en el cine clásico. Tienen  en común presentir que ya no tienen exacta-

 

u

  - i  i l e

 nada

 que ver con los mismos cuerpos de antes. De antes de los campos,

n n i i ' s

 d e

  Hiroshima.

  Y que

 esto

 e s

  rreversible.

 

Qu é

  escenografía para

  el

 cine moderno, puesto

  que se

 está

 frente  a

 (hu-

ni i

  negro)

 un hombre nuevo , al superviviente de las sociedades post-indus-

i i   i   i l rs ,  frente a un cuerpo aligerado  de su peso,  del que la televisión naciente

  i

  i

  • . ( • u t a

 s u

 delgada radiografía macilenta?

 No es

 sorprendente

  que la

 pintura,

i   ñ u

  ya el

 teatro, haya sido

  la

 primera

  referencia, el

 primer testigo

  del

  cine

Ic rno.

  La

 concesión

  del

 estatuto

 de

  autor ,

  y la

 famosa política

que

1 1 l u a  acompañarlo, vinieron  a  señalar,  en el momento preciso,  que el viejo

  i

  i -

  1 .1

 d e  met teur  en  scéne nunca  má s  sería inocente.

I 'ue necesaria entonces una nueva escenografía donde la imagen funciona-

i   i   • ' ) ino  superficie,  sin

 profundidad simulada,

 si n

 argucias,

  sin

 salida. Muro,

l i " l

  i   il e papel,

 tela, cuadro negro, siempre

 u n

  espejo.

 Un

  espejo donde

  el es-

I"   • ( a dor captaría  su propia mirada como  la de un intruso, como u na  mirada

1 1

mas.

  L a

 pregunta central

 de

 esta escenografía

 ya no es:

 ¿Qué

  ha y

 para

  ve r

i l i   u , r , ? sino,  m á s bien: ¿Puedo sostener  con la mirada aquello

 que,

  de todos

i   l i

  > : ;

veo y que se despliega  en un  solo plano?

' •   I  rata de una  escenografía  de la obscenidad,  muy diferente de la pomo-

sagrada del

 viejo

  s tar

  system.

 Lo que

 hacía

 que la

 Garbo,

  o la

 Dietr ich,

l i r t . i n

  s t a r s e s

 q ue miraban a lo  lejos algo que ni siquiera era inimaginable. La

M i M | C I  nidad comienza cuando  la  fotografía  de   Monika de  Bergman,  estreme-

| i >   a

  un a  generación entera  de cinefilos, sin que

 Harriet

 Anderson  se vuelva

k ln   r i n l m r g o una  s t a r . O cuando las miradas-cámara  furtivas  e insistentes de

l i i n i f a : t de Bresson, influencian a todo e l cine  de la

  Nouvelle

  Vague mientras

81

Page 3: Daney, Serge - La Rampa (Bis)

8/10/2019 Daney, Serge - La Rampa (Bis)

http://slidepdf.com/reader/full/daney-serge-la-rampa-bis 3/3

que el nombre mismo del  actor ,  del que lleva de esa mirada, es olvidado.

¿Qué ha cambiado? Esas miradas nos ubican en una situación  insosteni

ble. Insostenible en todo caso para el grande y buen público de cine:

 se r

testigo

 del

 goce

 del otro. Un  otro que ya no es una  star, sino cualquiera. Un

otro que no sabe nada y que mira a través de nosotros. Sin vernos. Erotismo,

po r

  cierto, pero

 m uy

  batailleano: exceso

 y

 sufrimiento.

En

 este sentido,

 si el

 cine moderno nace

 con la

 escena

 de la

 tortura

 frente

a un  tercero  (Roma,

  ciudad

  abierta),  termina  tal vez con la  eterna  pregunta-

denegación

 de los últimos films de

  Godard:

 ¿por qué en el cine  se muestra

siempre

  a las

  víctimas

  de

  frente

  y a los

 verdugos

 d e

  espaldas? Pregunta

  de

escenografía, si la

 hay.

 Con la

 mirada-cámara

 en su

 centro, mirada

 q ue

  nieg;i

al espectador y rompe  con todas las  identificaciones. Porque si se filma a los

verdugos

  de

  frente,  ellos disparan contra

  el

  espectador. Algo

  qu e

  faltabu

demostrar.

Hoy es  posible aventurar esto:  el cine moderno ,  su imagen plana  y s u

escenografía de la mirada,  se

 aleja.

  No porque habría decaído,  o porque h a-

biendo desafiado al espectador,

  habría

 perdido definitivamente. Sino porque

habría sido sustituido, generalizado

 y

 como automatizado

po r

 otro medio,

 la

televisión.

 Ahí,

  la falta  de

  profundidad

 y la espec(tac)ularización de

  todo

 son

la regla. Herramienta  de vigilancia, la televisión ha realizado al cine m oderno.

Pero también

 lo ha

 traicionado.

 El

 horror frente

  a la

 indiferencia,

 que

  confiere

a los films  de  Godard  ese pa thos  de  sobresalto moral, se ha  convertido, en la

televisión,  en indiferencia

  pura

 y simple  frente al horror.

¿Y  el

 cine?

 Los

 cineastas

 más

 inventivos

 de los

 años setenta

 han

  dejado

 de

denunciar la ilusión de la escena. Menos histéricos, más genealógicos,  mues-

tran el

 mecanismo,

 no

 para  desmitificar  sino para restituir

 al

 cine

 esa

 comple-

jidad perdida  con la instauración del sonoro. La escena d e cine, con sus remi-

niscencias teatrales,  es compleja. Los cuerpos de cine, reales o  representados,

so n

 necesariamente heterogéneos, imprevisibles, m provisados.

Ni la

 profundidad simulada

  de la

 imagen plana,

  ni la

 distancia real

 de la

imagen  respecto del espectador, sino la posibilidad ofrecida a éste de despla-

zarse

 lentamente

  a lo

 largo

 de las

 imágenes

 que se

 desplazan unas sobre otras.

Co n

  delicia

 y con

 ironía.

  Uno de los

 grandes momentos

 d e

  esta  escenografía

del

 tercer

  tipo se encuentra al

  comienzo

  de un bello film de Raúl

  Ruiz,

L Hypothése   d u

 t ab lean

  volé. La cámara encuadra, d e

 frente,

  un cuadro a lo largo

del cual se desliza insensiblemente, al sesgo, haciendo de él una anamorfosis,

pasando detrás

 y

 llevándonos

  co n

 ella.

 ¿Y qué

 encontram os allí?

 N i

 algo,

  ni

  nada , sino

 u n

 desván oscuro

 que se

 revelará como

 u n

 museo.

 U n

 museo

 de

la  escenografía.

En las cum bres del cine, hemos vuelto a los bastidores de la imagen. En ese

no

 m a n s

  l and ,

 l os  diferentes  sistemas de ilusión pueden funcionar uno al lado

del

 otro. Democracia

 de la

 devastación:

 cuadros vivientes,

  verdaderos

acto-

res  que se mueven y hablan, pequeñas marionetas en un  cajón, cuadros reales,

ole.

Esta escenografía ni

 clásica

 ni moderna  es la de la  visita

 guiada .

 La

 Hi s

i i

  u j ; i

  de.l

 Cine, suponiendo q ue existe, toma prestado este puente barroco.  En

82

los films de

  Syberberg,

 e l

 fondo

 de la

 imagen

  es

 siempre

 ya una

  imagen.

  Un a

imagen del cine. Entre ella y nosotros, sobre el delgado proscenio del  estudio

 

Ir cine, l a  ilusión  se construye  a la  vista, exactamente como  en los films de

Méliés.

En

 Syberberg, se juega la utopía de un cine de las primeras épocas, cuyos

  ii  Toes serían

  los

 niños

 o las

 marionetas. Esta utopía tiene lugar frente

  al

 espec-

ia

 i  ulo

 histérico

  del

 antiguo cine,

 el de la propaganda, de

 Hitler

 y de

 Hollywood.

K l  cine tiene

  a

 partir

  de

 ahora

  al

 cine como tela

 d e

 fondo.

Y

  el

  espectador, invitado

  a

  esos

  films-ceremonias

 como

  al

 museo

 de sus

I

 iropias

 ilusiones, no es ya ni la apuesta ni el blanco de esta escenografía

  hojea-

  l . i ,

  barroca

  en  forma  de

  diorama.

 Es el

 espectador

  de la

 primera

  fila,

  el que

 

; , l á   má s  cerca  de una  rampa imaginaria;  ni  teatro,  ni  cine, sino  ese  lugar

ambivalente, que vale por  todos, que es el

 estudio.

Syberberg,

 Ruiz, son seres llenos de cultura. Habría podido citar a Duras,

Schroeter o  Carmelo Bene. O  incluso a  Oliveira. Curiosamente,  en la  otra

 

n

 mta de la industria, en el nuevo Hollywood de los jóvenes cinéfilos-nababs,

 

•: ;

  la misma pregunta  la que se agita a través d el retorno a los efectos especia-

l - : ¡ , a Walt D isney  y a la fantasmagoría  del  mudo.

Entonces, ¿el barroco?