Dabiz Muñoz · 2017-09-20 · por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por...
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<<Santceloni es uno de los mejores restaurantes de España. Soy un enamorado de la gente con talento, cocineros con un d iscurso propio y personal, con oficio y con sensibilidad. Por eso me gusta tanto Óscar>>.
Dabiz Muñoz
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© del texto: Óscar Velasco, 2017
© del epílogo: Rafael Ansón, 2017
© de las fotografías: © Joan Pujol-Creus, excepto pág. 21, 23, 25, 27, 29, 31,
35: archivo personal Óscar Velasco, y pág. 32: Joan Llenas
Diseño:
Zoo Studio
Xavier Castells
Gisela Solé
Primera edición: octubre de 2017
© Editorial Planeta, S. A., 2017
Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
Planeta Gastro es marca registrada por Editorial Planeta, S. A.
www.planetadelibros.com
ISBN: 978-84-08-17080-8
D. L: B. 17.707-2017
Impresión: Talleres Gráficos Soler
Impreso en España – Printed in Spain
ÓscarVelascoLa evoluciónsencilla
Fotografía Joan Pujol-Creus
El cocinero Buscando estrellas 16 En el camino 18 Querer aprender 24 En las entrañas de Can Fabes 28 Pongamos que hablo de Madrid 32 Algo llamado «mi filosofía» 42
Las recetas La estacionalidad de los productos 59 Índice de recetas por temporada (y postres) 60 Menú de Primavera 63 Menú de Verano 93 Menú de Otoño 123 Menú de Invierno 153 Índice alfabético de recetas 182
Prólogo I Por Dabiz MuñozPrólogo II Por Montse Abellà
Epílogo Por Rafael Ansón
A simple evolution187
Cuando Óscar me pidió que escribiera el prólogo de
su libro me hizo una especial ilusión porque, aunque
en un principio pueda parecer lo contrario, Óscar
Velasco y yo tenemos muchas cosas en común: nos
mueve la misma pasión, la cocina, y ambos quere-
mos que nuestros clientes disfruten al máximo en
nuestras casas, Óscar, desde el moderno clasicismo
de Santceloni, y yo, desde la locura que engloba el
mundo XO. La mayor emoción para un cocinero es
que un plato esté delicioso, y que cuando alguien se
introduzca en la boca algo que hemos cocinado diga:
«Esto es la hostia». Así de simple, hemos nacido
para cocinar.
Los dos sabemos del esfuerzo que es necesario para
llegar donde estamos: la presión, la obsesión por la
perfección, el intentar llegar cada día un poco más
allá y la angustia que provoca el pensar que todo
se puede mejorar. No olvidemos lo difícil que es
gestionar un equipo que siga nuestro ritmo infernal
trabajando dieciséis horas diarias y, a la vez, poder
transmitirles nuestra pasión por la cocina.
Además, tenemos en común una ciudad, Madrid,
que está llena de gente con talento haciendo cosas
únicas y que vive su mayor eclosión con aperturas
muy interesantes con una gran variedad de cocinas
y rangos de precio. Santceloni y DiverXO no somos
competencia, y trabajamos por un objetivo común:
que Madrid tenga los mejores restaurantes del mun-
do. Eso nos obliga a ser cada día un poco mejores.
Nos encontramos en un momento de crecimiento
de la gastronomía. La cocina está de moda. Ahora
los niños ya no quieren ser futbolistas, quieren ser
cocineros, nos admiran y piden a sus padres venir
a cenar a nuestros restaurantes. Por eso escribir un
libro sobre cocina no solo ayuda a acercar nuestro
mundo a los aficionados al buen comer, sino que es
una gran responsabilidad. Es necesario que estos
niños sepan que los sueños se pueden conseguir
con mucho sacrificio y esfuerzo, que detrás de un
restaurante hay mucho trabajo y que la insatisfac-
Óscar como profesional
Prólogo I
Dabiz Muñoz
ción constante debe ser uno de los sentimientos
primarios. Que los sueños se cumplen, pero que es
un camino largo no exento, como ya he reseñado, de
sacrificio y esfuerzo.
Santceloni es uno de los mejores restaurantes de Es-
paña. La cocina, todo el equipo de sala y la sumillería
son de un clasicismo renovado, moderno y fresco,
que brilla con luz propia. Todo en este restaurante
está perfectamente cuidado: un excelente servicio y
un menú sensacional que no deja de sorprenderme
en cada visita.
He de confesar que he sido un adepto tardío de la
filosofía de Santceloni: estuve muchos años oyendo
alabanzas de este gran restaurante, pero mi locura
diaria me impedía encontrar el tiempo necesario
para poder visitarlo. Quizá también porque no era
consciente de la revolución que allí estaba ocurrien-
do. Esa fue la primera sensación que tuve hace tres
años al sentarme a una de sus mesas y observar los
primeros compases de una cena que se convirtió en
un festival de comida, servicio y sumillería. Sant-
celoni rompe con las reglas establecidas, es verdad
gastronómica y placer hedonista. Óscar, Abel y David
son gente joven con un talento brutal y han redefini-
do qué es el clasicismo en un restaurante. He llegado
tarde, pero lo he hecho para quedarme.
Soy un enamorado de la gente con talento, cocineros
con un discurso propio y personal, algo que cada vez
es más difícil de encontrar en los tiempos actuales
en los que la copia sin rubor y la poca identidad
proliferan por doquier. Cocineros con oficio, con
sensibilidad, esos que tienen mucho de cocineros,
capaces de sublimar con guisos, sofritos, fondos,
cocciones de horno, asados, purés untuosos y golo-
sos, salteados al fuego precisos… Por eso me gusta
tanto Óscar, porque es uno de esos cocineros. Mucho
sabor, mucha técnica y mucho oficio. Así de simple.
Quiero muchos Óscar Velasco cerca de mí. Porque
me obliga a ser cada día un poco mejor y porque me
hace disfrutar como nadie de esta ciudad.
Todavía me acuerdo de aquel día, cuando llegamos
en tu coche verde cargado hasta la bandera con
nuestras pertenencias. Llegamos, si mal no recuer-
do, un jueves. No traíamos solo cosas físicas: tu
coche verde venía repleto de ilusión, de compromiso
y de una enorme dosis de entusiasmo. No cabía ni
un gramo más de fuerza; la fuerza que los dos llevá-
bamos en cada una de nuestras maletas. Empezar
tan jóvenes un proyecto de estas características nos
hizo madurar rápidamente; enseguida convertimos
el nuevo espacio de trabajo en propio con un senti-
miento inexplicable de cariño: lo sentíamos como
nuestra casa.
Después de tanto tiempo sigues aquí, sencillo, dis-
creto, justo. Este libro, del que tantas veces hemos
hablado, con el que tanto hemos soñado, es un
resumen de nuestras vidas, de tu trabajo a lo largo
de estos años, una carrera de fondo sin prisa, pero
sin pausa. Este libro es un trabajo sincero, honesto y
muy deseado; realizado con una ilusión desbordante
sin la cual no sería posible sobrellevar la fatiga del
abrumador ritmo de nuestras vidas.
Santceloni es un equipo en el que se te respeta y se
te admira. Existen tres cualidades obligadas para
formar parte de él; son tácitas, no expresadas en
ningún reglamento, pero si se carece de ellas, es difí-
cil llegar a ser uno de sus componentes. La primera
es ser buena gente, otra es conservar siempre viva
la ilusión y la última es la capacidad de afrontar el
trabajo duro, durísimo. No es fácil, el esfuerzo nece-
sario es enorme, nada se consigue porque sí; esto tus
compañeros lo sabemos bien.
Agradezco por muchas razones que me hayas
Óscar como compañero y persona
Prólogo II
Montse Abellà
pedido crear este prólogo: la primera por el orgullo
que supone para mí ser tu compañera en este viaje, y
también por la hermosa oportunidad que me brindas
de recapitular y revisar lo vivido juntos, de observar
la evolución del restaurante con el paso de los años y,
sobre todo, tu propia evolución personal.
Es gracioso retomar fotografías de platos de otras
épocas y preguntarnos cómo podíamos hacer aquello
y dar gracias por el aprendizaje que nos ha hecho
llegar a donde ahora estamos, pidiendo al cielo que
podamos continuar siempre aprendiendo de la
misma manera, en una evolución lenta, meditada,
sin estridencias, con disfrute; adquiriendo madurez
mental sin perder la frescura de tu cocina.
Siempre curioso: investigas, estudias, viajas. A veces
me parece que en lugar de envejecer lo que haces es
retroceder a la infancia por el modo en que juegas,
descubres, nos sorprendes y nos emocionas a todos
cuantos estamos a tu alrededor, no solo a los más
cercanos, sino también a clientes, periodistas o cole-
gas de profesión que a menudo acaban por entrar en
ese círculo tuyo.
El restaurante Santceloni es, desde hace dieciséis
años, el eje central de nuestras vidas. Sin duda, mar-
ca un antes y existirá, si llega, un después de nuestro
paso por aquí. Desde el minuto uno diriges esta
orquesta como una buena sinfonía, con sus altibajos,
pero siempre adelante, dándolo todo con ilusión,
como solo tú sabes.
Siento una gran admiración por ti, Óscar, como
compañero de vida y de profesión. Doy gracias a la
vida por unir nuestros destinos para hacer juntos
el camino.
pletamente distinto al que se llevaba a cabo en el restaurante de Martín, y eso fue lo que
hizo que tardara no ya varios meses, sino, para ser preciso, medio año, en adaptarme a la
situación.
Las diferencias que percibí no solo tenían que ver con los números del restaurante en
cuanto al equipo, puesto que en Lasarte llegábamos a veces a trabajar medio centenar de
personas en la cocina, en tanto que en Can Fabes éramos quince, veinte como mucho en
épocas estivales, sino también porque en este existía una jerarquía laboral muy marcada,
que propiciaba un ambiente muy distinto, pues fomentaba en exceso el trabajo individual
o de partidas: un jefe de partida no pelaba una cebolla ni limpiaba un pescado, y cuando
llegaban las partidas te decían que debías tener todo eso listo para tal hora o para el día
siguiente temprano a las diez, por ejemplo. No era una labor de equipo, sino que era proble-
ma tuyo si sacabas tu trabajo adelante o no, por lo que debías solucionarlo a base de horas,
ya fuese por la tarde-noche o por la mañana temprano. Tu tarea debías concluirla como
fuera.
A mí, huelga decirlo, esto no me gustaba y, lo que es casi peor, nunca he llegado a entender-
lo. Me parecía (y me lo sigue pareciendo) absurdamente una equivocación.
La consecuencia obvia de todas estas circunstancias es, en definitiva, que me costó adap-
tarme, y lo que siempre impedía en situaciones extremas que diera el paso de marcharme
era el saber que hacerlo sería tirar la toalla y quedar mal tanto con Santi como con Martín,
con el uno por darme trabajo y con el otro por recomendarme.
La situación llegó a tal extremo que en una ocasión hablé por teléfono con Martín y le dije
cómo me sentía y que lo mismo me despedían cualquier día porque la cantidad y la calidad
de mi trabajo no eran las que se esperaban de mí. Él respondió como todo un señor: me dijo
que me tranquilizase y me aconsejó que aguantase porque seguro que tarde o temprano me
iba a ir bien. Y por último añadió que si algún día quería irme debía recordar que siempre
tendría una casa a la que ir donde me recibirían con las puertas abiertas. Y no se refería a la
mía de Segovia, sino a su restaurante en Lasarte.
A partir del tercer o cuarto mes la cosa empezó a cambiar, imagino que mi trabajo co-
menzaba a estar a la altura esperada. Mi único objetivo era intentar pasar desapercibido,
que ninguno de mis errores me pusiera en el punto de mira, y poco a poco otra vez volví a
disfrutar trabajando y cocinando.
Pero, además, en esos primeros meses no era todo malo, conocí a Montse Abellà, que
empezó a trabajar en Can Fabes a principios de 1999 y que ha resultado ser la mujer con la
Óscar Velasco. La evolución sencilla
que me he casado y con quien llevo trabajando en Santceloni desde su
misma fundación, hace más de dieciséis años, pues es la encargada de
crear la propuesta dulce, además de la madre de mis dos hijos.
Un hombre de familia Santi era familiar y amigable,
campechano y franco, directo y
amante de disfrutar de la vida, de la comida y de la compañía. Recuerdo
que algunas tardes, después del servicio, podía acercarse tranquila-
mente a donde tú estabas y decirte, de la manera más sencilla posible,
si antes del servicio de las cenas, querías ir con él al pueblo de al lado a
comer productos de la zona (el maciso del Montseny), embutidos, setas,
escudella… Todavía hoy no he podido olvidar la carn d´olla que un día to-
mamos. Era impresionante. Eso sí, luego regresábamos al restaurante y,
a la hora de ponernos a trabajar descubría que estaba doblado después
de la pitanza, que llamaba más a echarse la siesta que a cocinar. Aun así,
a la siguiente vez que volvía a invitarte a merendar, sin pensártelo ni un
segundo volvías a responder que sí encantado de la vida porque, además
de comer tenías la oportunidad de hablar con él y empaparte de su sabi-
duría y sus experiencias.
Las comidas del personal en Can Fabes estaban muy cuidadas, de hecho
ha sido el restaurante en el que he trabajado donde mejor he comido,
incluso Santi presionaba mucho para que esto fuera así, porque esa
misma comida era la que le subíamos a su familia (hijos y padres) a casa,
y hay que reconocer que también ponía medios para ello.
Sin embargo, por la noche no cenábamos en el restaurante. Podíamos
cocinar en la casa donde vivíamos el personal quienes así lo quisieran,
pero nuestra falta de atención y de higiene, por cuidar y mantener las
cosas limpias hacía que utilizar la cocina de la casa fuera prácticamen-
te misión imposible, no exento de unos riesgos higiénicos y sanitarios
importantes, lo que hacía que nuestra cena fuera a base de bocadillos.
Cierto es que los embutidos eran muy buenos, porque es de todos
conocido que los embutidos catalanes poseen un enorme prestigio y ca-
lidad, pero el caso es que se trataba de un menú fijo, siempre bocadillo.
Todavía recuerdo en esos primeros meses incluso que algún compañero
me traía el pan, el embutido y el tomate para untar para que cenase
rápido y así poder seguir intentando recuperar el retraso que arrastraba
en mi trabajo.
Pese a todo, y después de seis meses duros en Can Fabes, poco a poco, a
partir de la primavera de 1999, fui consiguiendo hacerme con el trabajo
y con los métodos y las dinámicas propios del restaurante. Adquirí las
rutinas de mi puesto.
Nuevos cambios, Cuando Xavi Pellicer, jefe de
nuevas responsabilidades, cocina en esos momentos, se fue
nuevas opciones de Can Fabes, a finales del verano
de 1999 —la vacante de jefe de
cocina tardó unos meses en ocuparse—, yo era el jefe de la partida de
pescado y pasé a ser el segundo jefe de cocina, una posición que hasta
ese momento no existía en Can Fabes de manera oficial. Finalmente,
Santi contrató para tal cometido a principios del 2000, a Philippe Serre,
que había sido jefe de cocina con Michel Guérard, y tenía una buena re-
lación de amistad con Santi y una formación y una experiencia tremen-
das. Había trabajado con anterioridad con Joël Robuchon y era y es un
grandísimo cocinero, además de excelente persona.
Pero lo más importante de Philippe para mí fue que
él se ocupaba en enseñarme las técnicas de cocina y
en cómo mejorar mi trabajo. Fue en ese momento, y
de su mano, cuando comencé a crecer como cocine-
ro y a sentirme a gusto en Can Fabes. De pronto, ya
nadie del equipo me consideraba un topo de Martín
y me sentía feliz en mi trabajo. Además, en esa época
Philippe me tenía casi medio adoptado como hijo.
Muchas veces me llevaba a comer a su casa con su
familia y otras nos íbamos a comer juntos a Perpi-
gnan y a otros lugares del sur de Francia que a él le
interesaba visitar a modo de excursión gastronómi-
ca, para comprar, conocer nuevos locales o degustar
ingredientes. Y tampoco puedo no mencionarlo, pese
a mi tendencia natural a la discreción, Montse y yo
ya habíamos comenzado a salir.
Me sentía bien y muy a gusto con mi labor en el res-
taurante. Notaba que estaba aprendiendo, progre-
sando y experimentando de primera mano un modo
muy diferente de cocinar y trabajar del que viví con
Martín, lo cual para mí resultaba enriquecedor preci-
samente porque suponía seguir aprendiendo.
Aunque Montse y yo empezamos a salir casi desde
que llegó a Can Fabes (en 1999), en el año 2000 estaba
solo, porque Montse había ido a trabajar con Michel
Guérard durante un año a Francia, puesto que tanto
sus estudios como su experiencia previa y sus prácti-
cas siempre los realizó como cocinera y no comenzó
como repostera a tiempo completo hasta llegar a
Madrid, lo cual supone el siguiente paso tanto en su
carrera como en la mía.
31En las entrañas de Can Fabes
demasiado grandes? ¿Habíamos pegado el salto, como decían muchos
otros, demasiado pronto en nuestras carreras?
Posiblemente. Y aunque no puedo hablar por mis compañeros Abel y
David, ni por Montse, lo que sí puedo asegurar es que lo mío fue cuestión
de estar en el sitio justo en el momento adecuado. Como diría mi madre:
«Más vale llegar a tiempo que rondar cien años».
Tras nuestros durísimos inicios en Madrid, pronto descubrimos que el
esfuerzo valía la pena: no había pasado ni un año de la inauguración,
en marzo del 2001, cuando en Santceloni recibimos nuestra primera
estrella Michelin, algo que, como es lógico, nos llenó de alegría y, lo más
importante, supuso un espaldarazo a nuestra labor. Ya nadie nos ponía
en duda, ya no se nos acusaba de ser demasiado jóvenes. Lo éramos,
cierto, pero sabíamos lo que hacíamos, y esa estrella lo demostraba.
Después, en noviembre de 2004, nos concedieron la segunda estrella,
lo que vino a significar, mucho más allá del reconocimiento a nuestra
calidad, un apoyo a nuestra propia identidad. Con esa estrella quedó
demostrado que no éramos una simple filial de Can Fabes con la carta
duplicada, sino un restaurante independiente en el que trabajábamos
buscando nuestra propia identidad, como Santi siempre había querido.
Maestros inesperados Gracias a todas las personas con
en el arte de hacer equipos las que he tenido la oportunidad
de trabajar. Han ido preparándo-
me para dar el siguiente paso y han forjado mi propia identidad como
jefe de cocina y de ellos aprendí cómo quería relacionarme con mi
equipo, y por experiencia sé que la elección y la relación con estos, así
como establecer un método de trabajo y la formación de ayudantes, son
cuestiones fundamentales en el buen desarrollo y funcionamiento de un
local de restauración.
En la actualidad, en la cocina de Santceloni estoy al mando de trece
personas (en sala hay otras tantas a cargo de Abel) y si de algo puedo
enorgullecerme es de que muy muy pocas veces he tenido que despedir
a alguien, y cuando esto ha ocurrido he sido yo personalmente quien ha
hablado de forma razonada con esa persona explicándole las causas,
sin mensajeros ni personas interpuestas.
Creo que el motivo por el que casi todos los empleados, tanto los de coci-
na como los de sala, permanecen muchos años en Santceloni, es porque
hay muy buen ambiente laboral. Intentamos que haya la mejor conci-
liación entre la vida personal y laboral, que en nuestra profesión no es
fácil, puesto que de manera general trabajamos cuando la gran mayoría
de las personas no trabajan.
Pero, por otra parte, en esta sensación de bienestar de nuestros em-
pleados, en esta larga permanencia, en este no querer irse pese a la
relativa alta rotación del personal de los restaurantes gastronómicos, y
a diferencia de otros en los que cada mes hay un camarero diferente y
los cocineros cambian cada pocos meses, quiero creer que algo habre-
mos influido tanto Abel como yo, los responsables de los dos equipos
que sacan día a día el restaurante adelante, es decir, sala y cocina, y que
estamos obligados a conseguir lo mejor de cada una de las personas del
grupo.
De igual modo, creo que es también muy meritorio que las cuatro
personas que inauguramos Santceloni al frente de nuestras respectivas
secciones (esto es, David, Abel, Montse y yo) continuemos en nuestros
puestos tantos años después. Que no haya habido cambios ni desercio-
nes es, a mi juicio, la mejor demostración de que, con compañerismo,
comunicación, afán por trabajar y respeto a los de-
más se pueden forjar relaciones laborales fructíferas
y duraderas que, a estas alturas, ya son mucho más
que amistad.
En efecto, los cuatro jovencitos que llegamos a Ma-
drid para abrir el restaurante seguimos en nuestros
puestos, con alguna que otra cana y arruga y con
varios hijos, pero siempre con las mismas ganas de
seguir adelante, creciendo, creando y buscando nue-
vas vías para que la satisfacción de nuestros clientes
se mantenga igual que el primer día.
Por mi parte puedo decir que con la experiencia que
te dan los años aprendes y consigues comunicarte
mejor con tus empleados. Yo soy un tipo franco y
directo, y lo he sido siempre, pero he aprendido a
controlar mucho mejor la presión y el estrés de tra-
bajar en una cocina como la nuestra y sé que dando
voces y gritos para intimidar al personal no se obtie-
ne nada en limpio. Se trata de saber cómo motivar
a tu gente para sacar de cada uno de ellos lo mejor
de sí mismos, con la presión justa, argumentar, más
que gritar, aunque tengo que reconocer que mentiría
si dijera que siempre ha sido así, y creo que con los
años he ganado en seguridad y dominio tanto de mí
mismo como de mi oficio.
La realidad es que en Santceloni formamos un equi-
po serio y consolidado. Esto también tiene mucho
que ver, además de con una de mis obsesiones como
chef: la regularidad.
Creo que, como jefe, he conseguido formar un buen
equipo, delegar e implicarles en el proyecto, y tengo
plena confianza en todos ellos. Partimos de una idea
que desarrollamos, trabajamos y sometemos a todas
las pruebas que creemos necesarias hasta llegar a la
creación del plato. Servimos a nuestros clientes de
confianza los primeros ejemplares de cada uno de
ellos porque quiero conocer su opinión, pero también
pretendo que el personal de la cocina vaya conocien-
do el plato.
Ahora toca ponerlo en funcionamiento, ser capaces
de organizar el trabajo y crear la rutina que nos
permita poder ofrecérselo a todos nuestros clientes y
empezamos a repartir las tareas entre los miembros
del equipo.
Ponemos en marcha los nuevos platos y, poco a poco,
cada una de las partidas va tomando esta autonomía
en las elaboraciones, haciendo la receta como suya.
Está claro que esto tiene su riesgo, porque cada per-
sona que trabaja en el equipo, de manera involunta-
ria, con la rutina y la incorporación de nuevas tareas,
irá aportando pequeñas modificaciones a la receta. Si
lo dejas pasar y en dos meses haces una comparativa
entre la inicial y la actual del momento, puedes llegar
a pensar que no es la misma receta.
Por eso una parte importantísima de mi trabajo es
ser ese controlador de calidad, que traza la línea de
Óscar Velasco. La evolución sencilla
hasta dónde queremos ir, forman-
do y marcando lo que vale y lo
que no.
Y por ese motivo, como ya he
dicho antes, procuro buscar el
equilibrio. No quiero dejar de
disfrutar de mi vida personal,
pero intento estar el menor
tiempo posible fuera de Santcelo-
ni cuando está abierto. Creo que
las ausencias prolongadas nos
separan del camino que yo deseo
e intento seguir.
De ahí proviene mi manía de de-
tallarlo todo tanto en las recetas
y, también, de insistir a mi gente
para que sigan la preparación
a rajatabla.
Por otra parte, tal vez no sea lo
mejor que yo explique mi labor
de gestión con el equipo, sino dos
miembros destacados de este,
Pedro Arcos y Montse Abellà,
las personas en cocina con las
que más estrechamente trabajo
y comparten conmigo el peso de
dirigir este barco.
Pedro Arcos Estudié en la Escuela de Hos-
Segundo jefe de cocina de Santceloni telería de Pamplona por tradición
familiar y porque de verdad me
interesaba esta profesión. Después fui a hacer prácticas al hotel Europa
de esta ciudad, donde a los pocos meses me contrataron porque les
gustó mi trabajo. Estuve doce meses allí y a los dieciocho años dejé el
Hotel Europa para trasladarme a Madrid, donde empecé a trabajar en el
restaurante Goizeko, ubicado en el hotel Wellington, de cinco estrellas.
A este restaurante fui en principio para tres meses, pero finalmente me
quedé tres años, hasta que en 2007 el entonces jefe de cocina de Goizeko,
Jorge González, se marchó, lo que propició que yo también quisiera
cambiar de ambiente, pues me sentía estancado. Cuando se lo comenté a
Jorge, este me recomendó que me entrevistara con Óscar Velasco, que ya
llevaba cinco años en el Santceloni, y que tras una charla me contrató.
Desde entonces hasta hoy han pasado diez años: llegué con veintiuno.
En Santceloni encontré una cocina muchísimo más grande de tamaño
que en la que yo anteriormente había estado trabajando, más organiza-
da y estructurada, sin música (algo que me desorientó mucho, porque en
la cocina anterior en la que había estado sí se escuchaba), con un menor
número de platos en la carta y un menor número de cubiertos en cada
servicio. Sin embargo, los platos tienen que ser compuestos con más
finura, más delicadeza y, por supuesto, llevan más preparación.
En mi opinión, si quieres aprender cocina de verdad, los grandes restau-
rantes gastronómicos, como Santceloni, son el puntal en innovación,
pero, además, en el nuestro se conjugan todos los factores: calidad, inno-
vación y tradición, a los que se une el buen ambiente de trabajo que pro-
picia Óscar, que sabe darnos confianza y apoyo pero, también, que nos
enseña, que nos forma, algo que se debe a su talante generoso y franco,
pero también directo, incluso descarnado, cuando hace falta.
En Santceloni nos caracterizamos por servir siempre el mismo plato
para todos los clientes, y a veces año tras año, si no sale de la carta. Los
platos son exactamente iguales, son fotocopias y siempre todo es per-
fecto, y esto para mí habla de su rigor como profesional y de su enorme
respeto a su trabajo y a sus clientes.
Por otra parte, además, Óscar me ha dado una enorme confianza, pri-
mero cuando me pedía que le acompañara como ayudante en los viajes
que tenía que ejercer como chef, para dar cursos, preparar banquetes
en algún país, participar en jornadas… Eso me ha permitido, además
de conocer mundo, codearme con grandes de la cocina viéndolos en los
congresos y aprender de ellos técnicas culinarias, así como con Óscar,
cuyo apoyo me ha hecho ganar seguridad en mí mismo. Y, por otro lado,
su soporte se volvió a manifestar recientemente, en septiembre de 2016,
cuando me nombró su segundo. Ese cargo me impide viajar, pues yo
soy el responsable de la cocina cuando él se ausenta, pero al tiempo me
ha servido para aprender a manejar y dirigir un equipo y, por supuesto,
para entender por mí mismo muchos de los aspectos que él me explica-
ba antes: la necesidad de hacer platos iguales para todos los comensales,
de controlar al equipo, de tratar con el cliente y, en definitiva, y gracias a
Óscar, un buen jefe, firme pero sincero, y que sabe confiar y delegar, soy
mucho mejor cocinero.
35Pongamos que hablo de Madrid
41Pongamos que hablo de Madrid
El Rey ha muerto… Es muy probable que si Santi
Santamaria no hubiera fallecido
aquel 16 de febrero de 2011, a los 53 años, en su restaurante de Singapur
en Marina Bay Sands bautizado con su nombre, Santi, yo no hubiese
continuado trabajando en Santceloni.
Yo estaba muy a gusto en Santceloni y tranquilo, quizá demasiado,
capeando los primeros años de la crisis económica que sufríamos.
Después del duro esfuerzo inicial habíamos conseguido poner en
marcha el restaurante y, tras la temprana primera estrella y el colofón
de la segunda, habíamos alcanzado la estabilidad en un corto espacio
de tiempo, de modo que en nuestra cocina todo funcionaba bien, con los
roces y problemas más o menos normales de un establecimiento de este
tipo en estos años de crisis.
Pero para mí, como chef, su sombra se me hacía muy alargada. Cierto
es que Santi me dejaba libertad para idear la carta de cada temporada y
que Santceloni funcionaba de manera relativamente autónoma de Can
Fabes, que hacíamos nuestro propio camino marcando nuestra propia
identidad, pero aun así, tras diez años, yo notaba que su figura seguía
teniendo un enorme peso sobre mí, y eso imagino que de puertas hacia
fuera la gente lo notaría.
Por decirlo de un modo gráfico, si yo ejecutaba alguna receta que me
salía especialmente bien, lo más normal era que en una crítica ese mé-
rito se atribuyera a Santi con la típica frase: «La influencia del maestro
Santamaria sobre Óscar Velasco se percibe en el modo de realizar
ese brillante plato». En cambio, si alguna propuesta no terminaba de
cuajar, si algo no resultaba, lo más fácil era suponer que eso era por mi
culpa, porque con la distancia Santi no había estado tan encima como
debiera de esa elaboración en concreto, porque había fallado su labor de
supervisión sobre el equipo y, al realizarla por nuestra cuenta, había-
mos empeorado la receta… Y aunque estas afirmaciones tenían su parte
de razón, yo anhelaba disponer de la última palabra dentro mi cocina,
poder equivocarme y también poder acertar.
En una ocasión, en una entrevista que me hicieron, salió en prensa unas
palabras mías que expresaban este sentimiento. En cuanto Santi tuvo la
oportunidad de leerlas, me llamó preguntándome si yo no hacía lo que
quería en mi cocina, y yo le contesté que sí, pero siempre con su visto
bueno.
El caso es que yo me sentía en una posición cómoda,
pero notaba que en algunos momentos me faltaba
algo… y de pronto, en la plenitud de su vida tanto
personal como profesional, él falleció en Singapur.
Fue un golpe durísimo a todos los niveles y tuvo
consecuencias insospechadas a nivel empresarial
también, porque su imperio, por llamarlo de alguna
manera, no sobrevivió: tras su muerte, Xavier Pellicer
continuó su trabajo como chef-director de Can Fabes,
pero lo cierto es que, sin Santi, el restaurante cerró a
los dos años. Mucho antes ya se habían desligado del
grupo el restaurante Tierra, el Ossiano de Dubái y el
Santi de Singapur. También el EVO del hotel Hespe-
ria Tower de Barcelona cerró sus puertas. De todos
los establecimientos que él abrió y había dirigido, en
definitiva, ahora solo queda el nuestro, el Santceloni
en el hotel Hesperia de Madrid. Todo el grupo de res-
tauración que a Santi le costó varias décadas formar
quedó disuelto en solo un par de años. Una tragedia.
Algo llamado «mi filosofía»
Óscar Velasco. La evolución sencilla
43Algo llamado «mi filosofía»
Vencer al miedo Y a mí, ¿cómo me afectó
la muerte de Santi?
En lo personal, su ausencia, su partida, fue un palo tremendo, no solo
para mí, sino para todos en Santceloni, pues no en vano habíamos sido
parte de su equipo en Can Fabes. Y, en lo profesional… Así como antes
sentía que su sombra me pesaba, tuve que aprender a volar solo, a libe-
rarme de ese peso sin sentirme culpable, a comenzar por fin a ejercer mi
libertad como chef, algo que es un privilegio, pero que también conlleva
una enorme responsabilidad, y tengo que reconocer que echaba de
menos a esa persona que desde la distancia apuntalaba mi trabajo del
día a día.
En definitiva, tuve que aprender a no dejarme vencer ni atenazar por
el miedo: miedo a no estar a la altura, miedo a tomar decisiones por mí
mismo y miedo a fallarle a su memoria.
Algo que he aprendido en todos estos años es a no dejar que el miedo
decida por mí, porque ante la incertidumbre todos tendemos a ser mie-
dosos, yo el primero, así que hay que echarle arrestos y valor a las cosas,
ser capaz de salir de ahí, de vencer al miedo, a pesar de que este intente
atenazarte.
Porque de pronto las críticas ya eran para mí, directas, a mi trabajo, sin
nada ni nadie donde esconderme.
45Algo llamado «mi filosofía»
Óscar Velasco. La evolución sencilla
49Algo llamado «mi filosofía»
53 4Formación Creatividad Tecnología
El aprendizaje
a lo largo de los años, la expe-
riencia, la necesidad de seguir
siempre aprendiendo, viajando
y conociendo otras culturas,
diferentes puntos de vista que
me permiten seguir creciendo y
mejorando, es fundamental.
Queremos
ofrecer una experiencia única a
nuestros clientes. Debemos crear
nuestro propio camino siendo
innovadores y creativos. Hay mu-
chas maneras de ser creativo, una
forma importante es a través de la
tecnología, pero no la única.
Entiendo que
sin tecnología no hay desarrollo,
pero para mi cocina me quedo
solo con esas técnicas que mejo-
ran el resultado de mi trabajo o
me lo hacen más fácil. La tecno-
logía ha de estar al servicio del
cocinero y nunca al revés.
La tecnología no puede superar
el «saber hacer» del cocinero.
51Algo llamado «mi filosofía»
Óscar Velasco. La evolución sencilla
Mi filosofía Y finalmente, después de tantas y
tantas páginas hablando de mí,
¿cuál puedo decir que es, a la postre, mi filosofía?
Empezaré con una pequeña anécdota. Hace ya unos años tuve la oportu-
nidad de leer en una publicación —no recuerdo cuál, ni tampoco quién la
firmaba—, una frase que decía: «Prefiero la cocina que me hace disfrutar
más que la que me hace pensar». Y me sentí completamente identifica-
do con ella.
Sé que los pensadores son necesarios en la sociedad para evolucionar,
pero me cuesta mucho sentarme a una mesa si no voy a disfrutar.
Durante un cierto tiempo, cuando me pedían que definiera mi cocina,
me costaba mucho contestar. Respondía que era como la parte más
tradicional de la nueva cocina española, pero con los años he llegado a la
conclusión de que la mejor manera de definirla es diciendo que se trata
de una cocina de compromiso, tanto con el producto como con los pro-
ductores, con el medio ambiente y, sobre todo, con los clientes. Es una
cocina de sabor, que empieza desde el producto y la tradición, y camina
hacia la creatividad y la modernidad.
Para nada quiero descartar las nuevas tecnologías, insisto. Sin tecnolo-
gía no hay desarrollo, pero solo quiero quedarme con las que me ayudan
a mejorar el resultado final de mi trabajo o me lo hacen más fácil. No soy
partidario de esas tecnologías que en muchos casos son solo modas que
se van igual de rápido que llegaron sin dejar ningún poso.
Y es que hay muchas maneras de ser creativo, no solo a través de la tec-
nología. Una persona es creativa cuando trata de dar forma a su propio
camino. Fue el propio Ferran Adrià el que dijo: «Crear es no copiar».
En Santceloni siempre tuvimos un objetivo y era no ser «moda». Que-
ríamos ser uno de esos restaurantes que perduran en el tiempo, creando
nuestro propio camino.
Con la experiencia he llegado a la conclusión de que quiero cocinar y
disfruto cocinando lo que me gusta comer. Creo que esa es la manera
de ser uno mismo y el camino de que mi cocina adquiera ese carácter
personal y propio.
Considero, también, que este pensamiento genera diversidad y enrique-
ce nuestra gastronomía.
Con esto quiero decir que no
pretendo imponerme límites.
Cocino a partir de los productos,
dejando que sea la naturaleza la
que marque los ingredientes de
mis platos y no renuncio en la
carta, que cambio cuatro veces al
año, con cada estación, aunque
el menú de Santceloni es una
carta viva, porque en cualquier
momento pueden entrar nuevos
platos y salir otros, ingredientes
que, debido a mis viajes al extran-
jero, he conocido fuera de España
y que me parece que resultan
enriquecedores para mis recetas.
Insisto, no se trata de parecer más
cosmopolita o apegado al terruño
que nadie, sino de dar con los me-
jores ingredientes posibles para
mis creaciones.
Creo, en definitiva, que soy
ecléctico y tradicional a la vez,
y que mis platos son el fruto de
mi experiencia y mi modo de ser,
un tipo sencillo que no rechaza
la evolución, pero que no quiere
renunciar a su personalidad y
que disfruta con lo que hace: dar
de comer a la gente, trabajar sin
prisas, crear sin alardes e intentar
ser feliz; en pocas palabras, la
evolución sencilla.
53Algo llamado «mi filosofía»
Primavera
Corteza de sepia, coliflor y curry 66Espárragos verdes con merengue seco de pimienta rosa 68Arroz frito con caviar y papada de cerdo ibérico curada 70Ensalada de centollo, gazpacho verde, yogur de coco y cardamomo 72Bacalao en láminas finas, habas, pomelo y mostaza con pilpil ibérico 74Guisantes del Maresme, polvo de ajo frito, cebolla morada y emulsión de zanahoria ahumada 76Cigalas a la plancha en hojas de lechuga con sabores de Oriente 78Espárragos blancos, espardeña, piñones y tuétano 80Besugo con remolacha y vino tinto, cacao y pimienta negra 82Costillar de cochinillo de Segovia asado al momento con espinacas y mostaza 84
PostresZanahoria en granizado, lima, eneldo, avena y jengibre 86Mantecado de avellana, limón, romero y menta 88Horchata de cacahuetes y mousse de chocolate 70 % con aceite de oliva 90
Verano
Galleta de guisante y camarón pipa 96Zumo de tomate, pomelo, jerez y wasabi 98Cappuccino de ostras y lentejas 100Caballa flambeada, caviar, coliflor y jalea de manzana 102Pollo de corral con pisto, agridulce de pimentón y corteza de trigo 104Chipirones a la plancha, tomate deshidratado, buñuelos de patata y piparras fritas 106Minicalabacín con cebolla salteada con aroma de cítricos y albahaca 108Sopa de bogavante, fideos de arroz, verduras y lemon grass 110Salmonete sin espinas y huevos estrellados, migas y aceite de pimentón 112Paletilla de cabrito lacada con avellana y ajo negro y puré de boniato especiado 114
PostresEnsalada de melón y albahaca, pimienta negra y cardamomo 116Cerezas sin hueso, queso fresco, amaretto, café y chicharrones 118Gajos de pera cocinados con regaliz, pimienta rosa y leche ahumada 120
Índice de recetas por temporada
Óscar Velasco. La evolución sencilla
Otoño
Galleta de champiñón y queso parmesano 126Fideos de calamar, remolacha y yuzu 128Cebolleta asada a la llama, botarga, membrillo y eucalipto 130Mero marinado con puré de manzana ahumada y espinacas 132Raviolis de ricota ahumada, caviar y anchoa 134Ensalada de trompetas de la muerte, tuétano y cilantro 136Salteado de Boletus edulis, gamba roja y praliné de avellana 138Sepias ahumadas con sarmiento, calabaza asada, azafrán y coles de Bruselas 140Rodaballo confitado, grasa de jamón ibérico y jugo de champiñón 142Pichón deshuesado, remolacha, acelga roja y aceitunas 144
PostresSopa de chía, granizado de manzana y apio, y sorbete de fresa 146Panna cotta de hinojo, aguacate y limón 148Crema de café y mousse de chocolate cocida en el horno y helado grué de cacao 150
Invierno
«Puf» relleno de albahaca, jalea de manzana y caviar 156Ensalada de vieiras, manzana verde, nueces y quinoa frita 158Sopa de queso Idiazábal y aguacate, habas y jamón ibérico de bellota 160Gambas rojas marinadas en cítricos y cebolletas ahumadas con sarmiento 162Terrina de ternera, foie gras y pistachos con puré de higos secos 164Alcachofas, apionabo y trufa negra con el jugo de jamón ibérico y centeno 166Angulas con huevos fritos 168Oreja de cochinillo con judías del Ganxet crujiente, pimentón y comino 170Lomo de lubina, tomate, pimiento rojo y sésamo negro 172Espalda de liebre deshuesada en torta de maíz y berros 174
PostresGranizado de té, compota de cítricos, menta y helado de yogur 176Bizcocho de aceite de oliva, queso fresco, manzana reineta y trufa negra 178Sopa de chocolate y fruta de la pasión, avellana, aceitunas y curry 180
61Las recetas
Primavera Cuando hablamos de primavera la primera idea que me viene a la cabeza son los guisantes del Maresme, y cabe citar también los espárragos blancos, verdes y silvestres, así como las setas de primavera, en especial las colmenillas y los perrechicos.Por otra parte, aunque disponemos de cebollas durante todo el año, es en primavera cuando nos llegan las cebolletas tiernas y, por supuesto, como todos sabemos, es temporada también de fresas, fresones, cerezas, albaricoques, nísperos, brevas, etc.Y no quiero olvidarlo. Durante el mes de mayo tenemos, en el apartado relativo al pescado, los atunes de las almadrabas del Estrecho.
63Primavera
Óscar Velasco. La evolución sencilla
65Primavera
Puré de coliflor 100 g coliflor 10 g yogur
sal—En un cazo con abundante agua con sal cocemos la
coliflor troceada. Cuando esté cocida, la escurrimos y
la trituramos en la Thermomix junto con el yogur, po-
nemos a punto de sal y pasamos el puré por un colador
para que nos quede con una textura fina. Por último, lo
introducimos en la nevera en un biberón para que se
enfríe.
Corteza de sepia 1 kg sepia 500 g aceite de oliva
—Introducimos la sepia limpia en el robot y la tritura-
mos hasta obtener un puré fino.
Estiramos el puré sobre dos papeles de horno, for-
mando una lámina lo más fina posible, y la ponemos a
deshidratar a 55 ºC hasta que esté completamente seca
y se despegue sin ningún problema del papel sulfuri-
zado.
La troceamos según el tamaño que deseemos y freímos
en aceite de oliva a 200 ºC, justo el tiempo en que su-
flen y se doren. Depositamos los trozos sobre un papel
absorbente hasta que se escurra todo el sobrante de
grasa.
Otros curry en polvo perejil picado
Corteza de sepia,coliflor y curry
Acabado y montaje del platoColocamos la sepia en el plato y hacemos unos puntos
con el puré de coliflor y lo espolvoreamos con curry en
polvo y perejil picado.
Óscar Velasco. La evolución sencilla
67Primavera
Espárragos verdes 1 manojo de espárragos verdes aceite de oliva virgen extra sal
—Pelamos la parte más fibrosa de los espárragos y los
cocemos en abundante agua salada. Cuando estén al
dente, los sacamos y los enfriamos en agua con hielo
para cortar la cocción. Una vez fríos, los sacamos del
agua con hielo y los depositamos en papel absorbente
para eliminar el agua.
Cortamos las puntas y las aliñamos con un chorro de
aceite de oliva virgen extra y el caramelo de limón, y,
por otro lado, cortamos las colas en pequeños dados,
que aliñamos con sal y aceite.
Caramelo de limón 100 g zumo de limón 10 g azúcar
—Ponemos el zumo de limón con el azúcar en un cazo al
fuego y lo dejamos reducir hasta que coja la textura de
caramelo. Retiramos del fuego y reservamos a tempe-
ratura ambiente.
Merengue seco de pimienta rosa 110 g claras 150 g agua 70 g azúcar 3 g sal 3 g pimienta rosa
—Echamos agua y azúcar en un cazo al fuego y lo mante-
nemos en él hasta obtener un jarabe a 118 ºC.
Aparte, en la máquina, montamos las claras con la sal
y, una vez estén listas, añadimos el jarabe caliente a
chorro fino. Cuando terminemos, añadimos la pimien-
ta rosa molida y justo cuando esté bien mezclado lo
estiramos sobre un papel de horno en una capa fina.
Por último, lo introducimos en el horno a 60 ºC duran-
te unas tres horas —debe quedar seco.
Otros sal en escamas pimienta rosa
Espárragos verdes con merengue seco de pimienta rosa
Acabado y montaje del platoPonemos en el centro del plato un pequeño montón
de las colas y encima la punta del espárrago. Termi-
namos rompiendo el merengue seco por encima de la
punta del espárrago junto con unas escamas de sal y
pimienta rosa.
Óscar Velasco. La evolución sencilla
69Primavera
Arroz frito 100 g arroz 500 g aceite de girasol
—Lavamos el arroz con agua fría y, a continuación, lo
hervimos en agua durante 30 minutos. Nunca debe
quedarse seco.
Transcurrido este tiempo lo escurrimos, lo dejamos
atemperar y lo estiramos entre dos papeles sulfuri-
zados en una lámina lo más fina posible, y después lo
introducimos en la deshidratadora a 55 ºC hasta que
quede completamente seco.
Cortamos la lámina en los trozos del tamaño deseado
y los freímos en el aceite a 200 ºC, el tiempo justo para
que sufle. Lo sacamos sobre un papel absorbente.
Caramelo de limón 200 g zumo de limón 20 g azúcar
—Juntamos el zumo y el azúcar y lo ponemos a reducir
hasta alcanzar la textura de un caramelo no muy den-
so, retiramos del fuego y reservamos a temperatura
ambiente.
Otros caviar papada de cerdo ibérico curada
Arroz frito con caviar y papada de cerdo ibérico curada
Acabado y montaje del platoPara terminar, pintamos el arroz con el caramelo de
limón, y encima colocamos una cucharada de caviar
y una lámina fina de la papada de cerdo ibérico. Lo
metemos en la salamandra justo hasta que la papada
empiece a fundirse y se vuelva casi transparente.
Óscar Velasco. La evolución sencilla
71Primavera