CUENTOS DE HÁBITOS PARA NIÑOS Y NIÑAS....Había una vez un enorme elefante llamado Flipy, al que...
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COLEGIO LUTERANO TRANSICIÓN I Verónica Arancibia- Macarena Lagos.
Objetivo: Excelencia Personal y Calidad Aprendizajes. Misión: Educar en y para la VIDA. Visión: Vivir de acuerdo al Modelo de JESÚS
CUENTOS DE HÁBITOS PARA
NIÑOS Y NIÑAS.
COLEGIO LUTERANO TRANSICIÓN I Verónica Arancibia- Macarena Lagos.
Objetivo: Excelencia Personal y Calidad Aprendizajes. Misión: Educar en y para la VIDA. Visión: Vivir de acuerdo al Modelo de JESÚS
NEO NO LE GUSTA HACER EJERCICIOS
Había una vez un pequeño ratoncito llamado Neo, al que le gustaba
pasar todo el día acostado en su cama, mirando televisión o jugando
con su computador.
Eran las vacaciones de verano y Neo tenía un mes libre del colegio,
así que no salía de su pieza ni para comer. Un día su mamá le tocó la
puerta de su dormitorio y le dijo a Neo que se vistiera para que la
acompañara a comprar víveres en el supermercado, Neo quería ir,
pero no se podía mover de la cama, había engordado mucho, estaba
muy pesado. En eso se le apareció el papá y le dijo: Neo por no
hacer ejercicios has engordado y se ha atrofiado tus músculos, si
quieres recuperarte debes ejercitarte.
Neo se asombró y el papá continúo: si prometes dejar de ser
perezoso y hacer ejercicios te prometo que te puedo ayudar. Neo
pensó hacer ejercicios a cambio de poder moverse e ir a donde
quiera, cuando quiera me parece muy bien.
Entonces le contestó al papá con un ¡SI ¡ y el padre lo ayudó. Al
sentirse ágil y con menos peso sonrió le dio las gracias a papá ratón
y continuo haciendo ejercicios todo los
días, después de todo podía hacer
ejercicios mirando sus programas favoritos
de televisión, decidió ese mismo día
activarse. Ahora Neo goza de buena salud
y todas las tardes se ejercita un poco.
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FLIPI NO LE GUSTA ABRIGARSE
Había una vez un enorme elefante llamado Flipy, al que le gustaba
jugar en el frente de su casa, generalmente cuando salía se
encontraba con su vecina y juntos jugaban toda la tarde.
El invierno estaba llegando y empezaba a hacer frio sin embargo
Flipy igual salía a divertirse pero a diferencia de su vecina no se
abrigaba.
Un día Flipy estaba jugando y empezó a caer la nieve, sin darle
importancia Flipy siguió jugando. Al día siguiente se despertó muy
enfermo, estornudaba sin parar, en eso apareció la abuelita y le
dijo: Flipy por no colocarte tu polerón pescaste un resfriado sin
embargo si prometes abrigarte cada vez que salgas a jugar,
prometo darte un remedio para sanar pronto.
Flipy pensó no me gusta abrigarme pero si eso evita que me
enferme prometo hacerlo de ahora en adelante, entonces contesto
a la abuelita con un sí y se tomó el remedio. Al sentirse mejor Flipy
sonrió le dio las gracias a la
abuelita y prometió colocarse
chaqueta, guantes y gorro cada vez
que hiciera frio.
Ese mismo día se abrigo y salió a
jugar con su amiguita y los dos se
divirtieron mucho bajo la nieve.
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SILVESTRE NO SE CEPILLA LOS DIENTES
Había una vez un gatito llamado Silvestre al que le gustaba comer
de todo, comía sopa, pollo, arroz, puré, pescado y siempre
terminaba con un dulce de postre: caramelos, chupetes, tortas,
chicle, chocolate o cualquier dulce que pasara frente de su boca.
Contaba con cuatro hermosos y afilados dientes, los que Silvestre
luego de comer no se cepillaba.
Al pasar algunos días Silvestre dejo de comer porque le dolía
mucho la boca, veía los platos pero nada, el dolor era tan grande que
no lo dejaba comer incluso su postre favorito lo miraba he intento
darle un mordisco pero no pudo le dolía mucho la boca.
En eso se le apareció el hada de los dientes y le dijo: Silvestre tu
boca ha sido invadida por los gérmenes y he venido a ayudarte,
haber Silvestre abre la boca, cuando abrió la boca tenía todo
lleno de gérmenes de toda clase y un fuerte olor, entonces el hada
dijo a Silvestre: para ahuyentar los invasores necesitamos cepillo
dental, limpiador de lengua y pasta dental.
Entonces Silvestre con todos los
implementos comenzó a limpiarse y
cepillarse, ya no había gérmenes en su
boca. Bueno Silvestre, ya has aprendido,
que debes lavarte los dientes después de
cada comida, si no te lavas volverán a
invadirte los gérmenes y no podrás comer
tu postre favorito, Silvestre aprendió la
lección.
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QUIERO CARAMELOS
Bea y Luis eran dos hermanos que disfrutaban mucho jugando
juntos. Todos los viernes sus papás podían coincidir en casa y
decidían llevar a los niños a jugar al parque. Se iban los cuatro a la
calle, los hermanos con sus bicis y sus balones para jugar con el
resto de los niños.
Cuando el sol se iba del cielo, los papás iban a otra zona del barrio
donde había una terraza, mientras los papás se tomaban un
refresco los niños jugaban con el resto de los niños del vecindario.
Aquí era cuando empezaban los conflictos.
Cada vez que Luis miraba la pastelería no se podía controlar.
Miraba con deseo las tartas de dulces que tenían presentadas.
Deseaba con ganas comer dulces, las que tenían forma de plátano
eran sus favoritas. A Bea también le gustaban los caramelos, pero
entendía que ya habían comido y que sus padres, como todos los
viernes, no les darían dinero para caramelos o les daría dinero para
unas pocas y debían repartirlas entre los dos.
Luis era muy insistente y no solía escuchar a Bea, se acercaba a la
mesa donde estaban sentados sus padres y les decía:
-Papá, ¡quiero caramelos! Es viernes. Ya hice todos los deberes.
-A ver cariño, ya comiste chocolate en casa. Si hay chocolate no hay
caramelos. Es mucho dulce.
-¡Noooooo! -gritaba Luis con frustración-. No es justo. Bea dilo tú,
¡Queremos caramelos!
Ante la negativa de los padres Luis lanzaba su balón lo más alto que
su corta edad le permitía.
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-No entiendo por qué no puedo comer dulces como los demás.
Al final los dos hermanos siguieron jugando y al poco tiempo se
fueron del parque.
Al viernes siguiente volvió a suceder lo mismo. Luis insistió a sus
padres para tener unos cuantos caramelos. Esta vez mamá le dijo:
-Hoy no has comido chocolate. Te voy a dar unas monedas y
compras algo para los dos
-Bea entró en el kiosco con Luis y compraron sus caramelos. Pero
para Luis no fue suficiente. Volvió a la mesa y siguió pidiendo porque
le parecía poco.
-Luis se acabó. No hay más caramelos. El azúcar no es bueno para
los dientes y tampoco para el estómago. Además, luego no cenas.
Luis se fue llorando y un niño se acercó y le dijo:
-Toma Luis, no quiero mis dulces -le tendió una bolsa con caramelos
y otra con chicles.
Luis las tomo y antes de que Bea llegara a su lado se puso a
comerlas. Cuando acabó siguió jugando tranquilamente.
Cuando llegó la noche, algo le pasó, con un dolor terrible se
despertó en la cama. Luis se levantó llorando y llamó a sus padres.
Cuando indicó donde estaba su dolor señaló un
diente.
-Luis, este dolor es porque hay un diente malito
por no cuidarlo y comer azúcar. Tenemos que ir
al dentista.
Cuando el dentista cuidó su diente y ya no tuvo
dolores Luis entendía que no podía comer muchos
caramelos cuando quisiera.
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EL LADRÓN DE COLIFLORES
En el comedor del colegio de Pablo comían 300 niños a diario. Los
menús eran muy variados. Todos los días había algo de verdura. Al
vapor, asada, a la parrilla, guisada…. De todas las formas, siempre
divertidas y saludables. A Pablo le encantaba la coliflor. Era
extraño, porque normalmente los niños la detestaban. A él le
gustaba de todas las maneras: gratinada, con aceite de oliva, con
pimentón o en ensalada.
Cada mes, el primer día de clase, cada niño recibía un papel con el
menú del mes entero. Era algo muy útil para que sus padres se
pudiesen organizar en casa. Por ejemplo, si un día comían merluza en
el colegio, por la noche cenaban lentejas y, si comían pasta, por la
noche tomaban sopa.
Todos los meses había como mínimo dos días de coliflor en el
comedor del colegio. Un día, de repente y sin explicación, la coliflor
desapareció del menú de la escuela. Después se esfumó también de
las tiendas del pueblo y de los restaurantes. Al día siguiente, en la
portada del periódico local, Pablo leyó el siguiente titular en letras
enormes:
Desabastecimiento generalizado de coliflores en la provincia. Los
investigadores tratan de encontrar una explicación a tan extraño
suceso.
La cuestión es que todas las coliflores de la provincia habían
desaparecido de los huertos y los invernaderos. También las
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semillas de los viveros, así que no se podían volver a plantar de
nuevo. La investigación tardó solo un par de semanas en dar sus
frutos.
Resulta que un chico del pueblo, que de niño odiaba profundamente
la coliflor, se había encargado de hacerlas desaparecer. En la
comisaría explicó que de pequeño le obligaban a comerla y que por
las noches tenía pesadillas con coliflores gigantes y con enormes
dientes. Decía que le daba tanto asco esa verdura que no quería que
nadie pasase por lo mismo, que ningún niño tuviese que comerla a la
fuerza.
Al final, reconoció que se había equivocado, que lo inteligente era
dejar a la gente decidir si comer o no coliflor. Como conservaba
todas las semillas en casa, las devolvió y pronto las plantaciones de
la comarca tuvieron coliflores de nuevo.
Pablo pudo volver a disfrutar de su
verdura favorita y de todos sus
beneficios para crecer sano y fuerte.
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EL LAGARTO PÉREZ
El Lagarto Pérez se buscaba una y mil formas de engañar a su mamá
para no lavarse los dientes ningún día.
Inventaba todo tipo de engaño como decir que le había entrado un
horrible dolor de estómago después de comer, que había quedado
con los compañeros del colegio para hacer un trabajo en grupo y
llegaba tarde… incluso se metía en el baño y dejaba correr el grifo
de agua un rato para que pareciera que se estaba lavando los
dientes, si estaba tomando el sol y veía asomarse a su mamá con el
cepillo de dientes, se escondía rápidamente entre las rocas o en
algún arbusto.
Pero su mamá que tenía mucho olfato para estas cosas y sabía que
su hijo no se lavaba los dientes a diario porque su pasta dental le
duraba meses y meses y nunca se acababa.
Al lagarto le gustaba mucho comer galletas con insectos y
caramelos de mosquito. Su pasión eran las arañas bañadas en
chocolate y los caracoles con miel. Como su mamá sabía que el
azúcar era muy malo para los dientes y le daba manzanas para
almorzar en el colegio, pero Pérez con sutileza se las olvidaba
siempre en casa.
- Pérez, tienes que lavarte los dientes – le decía su mamá tras la
comida.
- Lo siento mami, pero no puedo perder un minuto porque tengo que
estudiar para el examen de mañana. ¿O es que no quieres que saque
buenas notas? - le decía poniendo carita de bueno.
- Pérez, hay que lavarse los dientes después de cada comida y más
aún si has comido azúcar – insistía su mamá.
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- Pero mami si ya me lavé los dientes ayer... – respondía con una
mentira Pérez.
El lagarto Pérez era astuto para crear mentiras tratando de
engañar a su mamá y a sus amigos, pero más maña tendría su mamá
para conseguir que por fin se lavara los dientes a diario. Como sabía
que a su hijo le gustaban los dulces, compró pasta dental con sabor
a fresa y olor a chocolate, en vez del tradicional de menta. Y como
le apasionaba la música, consiguió un moderno cepillo de dientes que
emitía sonidos.
- ¡bieeeen! ¡Que buen cepillo de dientes mami! ¡Y qué pasta más rica!
¡Sabe a fresa!
- Me alegro de que te guste, Pérez, pero ahora ya sabes lo que
tendrás que hacer. Tienes que lavarte los dientes.
Así la mamá de Pérez consiguió que se cepillara los dientes durante
dos minutos tres veces al día. Sobre todo antes de acostarse. Y que
siempre llevara en su mochila un cepillo y un tubo pequeño de pasta
junto con un vasito. Con el tiempo también comenzó a usar enjuague
bucal y hasta hilo dental y visitó de forma periódica al dentista.
Pérez logró tener unos dientes relucientes, y un día le dijo a su
mamá:
- Mami siento haberte mentido y
haberte dicho que me lavaba los
dientes cuando no lo hacía… no
volveré a hacerlo jamás.
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EL REY QUE SOLO COMÍA PASTEL DE CHOCOLATE
Había una vez un reino gobernado por un rey al que le encantaba el
pastel de chocolate. Tanto le gustaba que lo comía a todas horas.
Incluso había ordenado a los cocineros que utilizaran el pastel de
chocolate como ingrediente para todos los platos.
Los cocineros reales hacían sopa de pastel de chocolate, croquetas
de pastel de chocolate, sushi con pastel de chocolate, salsa de
pastel de chocolate para acompañar la pasta, el pescado y la carne.
Pero un día, el rey se puso muy enfermo. Ante el temor de ser
castigado si le recetaba otra cosa, el médico le recetó jarabe de
pastel de chocolate. Pero el rey no mejoró, sino que se puso peor.
En ese momento coincidió que pasaba por allí una vieja hechicera
conocida en el mundo entero por haber sanado a otros reyes. Como
los médicos reales no encontraban remedio para curar al rey,
fueron a buscar a la mujer.
La hechicera visitó al rey. Cuando entró en su dormitorio se
encontró a un hombre inmensamente gordo y pálido que devoraba
con muchas ganas un enorme pastel de chocolate.
- ¿Cuál es su opinión señora? - preguntó el médico a la hechicera.
- Tranquilo, esto tiene remedio -dijo la hechicera-. Iré a la cocina a
preparar una poción mágica.
Tras comprobar que en la cocina no había nada de lo que necesitaba,
envió a un mensajero a comprar los ingredientes.
Cuando la hechicera entró en el dormitorio del rey con la poción
mágica en la mano, todo el mundo se puso a temblar. Aquello no
tenía el color del pastel de chocolate y eso no iba a gustar nada al
rey.
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- ¡Esto no lleva pastel de chocolate! -dijo el rey, muy enfadado.
- Tómalo, señor. Cuando lo termines puedes tomar un poco de pastel
de chocolate-dijo la hechicera.
- ¡Mmm! ¡Qué maravilla! -dijo el rey-. ¿Puedo tomar un poco más?
- Por supuesto. -dijo la hechicera mientras llenaba el plato del rey.
- Toma esta poción todos los días para comer y para cenar- dijo la
hechicera-. Volveré en un tiempo para ver cómo estas.
Cuando la hechicera regresó, el rey estaba mucho mejor. Ya se
había levantado de la cama y había perdido un poco de peso.
- Dime, ¿qué tenía la poción que me has dado, buena hechicera? -
preguntó el rey.
- A decir verdad, no era más que una simple sopa de pollo, señor -
respondió la hechicera-. Espero que de ahora en adelante comas
algo más que pastel de chocolate. Puedes tomarlo si quieres, pero
con moderación si no quieres volver a caer enfermo. Les dejaré más
recetas a tus cocineros.
- ¿Recetas? Quieres decir más pociones, ¿no? -preguntó el rey.
La hechicera se río, y dijo: si eso.
Desde entonces, el rey siempre tomaba alguna de las exquisitas
pociones mágicas de la hechicera. La
poción de sopa de verduras le gustaba
casi tanto como la poción de sopa de
pollo. Aunque la que verdaderamente le
volvía loco es la poción de zumo de
naranja que se tomaba por las mañanas.
El pastel de chocolate no salió de la
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dieta del rey, pero pasó a tomar solo un poquito de vez en cuando
como postre.
LA POCIÓN DE LA MALA VIDA
Hace muchos, muchos años, todas las personas estaban fuertes y
sanas. Hacían comidas muy variadas, y les encantaban la fruta, las
verduras y el pescado; diariamente hacían ejercicio y disfrutaban
de lo lindo saltando y jugando. La tierra era el lugar más sano que
se podía imaginar, y se notaba en la vida de la gente y de los niños,
que estaban llenas de alegría y buen humor. Todo aquello enfadaba
terriblemente a las brujas negras, quienes sólo pensaban en hacer
el mal y fastidiar a todo el mundo.
La peor de todas las brujas, la malvada Caramala, tuvo la más
terrible de las ideas: entre todas unirían sus poderes para inventar
una poción que quitase las ganas de vivir tan alegremente. Todas las
brujas se juntaron en el bosque de los pantanos y colaboraron para
hacer aquel maligno hechizo. Y era tan poderoso y necesitaban
tanta energía para hacerlo, que cuando una de las brujas se
equivocó en una sola palabra, hubo una explosión tan grande que
hizo desaparecer el bosque entero.
La explosión convirtió a todas aquellas malignas brujas en seres tan
pequeñitos y minúsculos como un microbio, dejándolas atrapadas en
el líquido verde de un pequeño frasco de cristal que quedó perdido
entre los pantanos. Allí estuvieron encerradas durante cientos de
años, hasta que un niño encontró el frasco con la poción, y creyendo
que se trataba de un refresco, se la bebió entera. Las
microscópicas y malvadas brujas aprovecharon la ocasión y aunque
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eran tan pequeñas que no podían hacer ningún daño, pronto
aprendieron a cambiar los gustos del niño para perjudicarle. En
pocos días, sus pellizquitos en la lengua y la boca consiguieron que el
niño ya no quisiera comer las ricas verduras, la fruta o el pescado; y
que sólo sintiera ganas de comer helados, pizzas, hamburguesas y
golosinas. Y los mordisquitos en todo el cuerpo consiguieron que
dejara de parecerle divertidísimo correr y jugar con los amigos por
el campo y sólo sintiera que todas aquellas cosas le cansaban, así
que prefería quedarse en casa sentado o tumbado.
Así su vida se fue haciendo más aburrida, comenzó a sentirse
enfermo, y poco después ya no tenía ilusión por nada; ¡la maligna
poción había funcionado! Y lo peor de todo, las brujas aprendieron a
saltar de una persona a otra, como los virus, y consiguieron que el
malvado efecto de la poción se convirtiera en la más contagiosa de
las enfermedades, la de la mala vida.
Tuvo que pasar algún tiempo para que el doctor Sanis Saludakis,
ayudado de su microscopio, descubriera las brujitas que causaban
la enfermedad. No hubo vacuna ni jarabe que pudiera acabar con
ellas, pero el buen doctor descubrió que las brujitas no soportaban
la alegría y el buen humor, y que precisamente la mejor cura era
esforzarse en tener una vida muy sana, alegre y feliz. En una
persona sana, las brujas aprovechaban
cualquier estornudo para huir a toda velocidad.
Desde entonces, sus mejores recetas no eran
pastillas ni inyecciones, sino un poquitín de
esfuerzo para comer verduras, frutas y
pescados, y para hacer un poco de ejercicio. Y
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cuantos pasaban por su consulta y le hacían caso, terminaban
curándose totalmente de la enfermedad de la mala vida.
EL ESTORNUDO SANO
¡A quién se le ocurre estornudar delante de un libro de magia!
¡Todas las letras volando! - gruñó mamá troll.- Ahora que estábamos
a puntito de encontrar el hechizo para volvernos guapos… - se
lamentó papá troll.- ¿Qué tal han caído las letras? - preguntó
Trolita - ¿Se puede leer el libro, han quedado desordenadas?-
Hummm, a ver, que vea… ¡peor!, no sirve para nada, se ha convertido
en un libro de recetas… ¡Grrrrr! ¡Pero qué mala suerte! - rugió papá
troll tirando el libro por la ventana.Era normal que estuvieran
enfadados. La familia troll había vivido una gran aventura para
conseguir aquel libro mágico. Era su única opción para dejar de
asustar a todos con su horrible aspecto. Pero un libro mágico es
algo muy delicado, y papá troll era tan bruto…Estropeado el libro,
tuvieron que aceptar su aspecto y seguir con su vida. Pero como no
tenían más libros, la pequeña Trolita decidió quedárselo y preparar
algunas de sus recetas.- ¡Puajjj! No nos gusta esto. A partir de
ahora te comes tú sola los platos de ese libro - gruñeron papá y
mamá troll. Tiempo después pasó por allí un valiente caballero de
brillante armadura. Al ver a Trolita junto a sus padres, gritó:- ¡No
temas, princesa! ¡Yo los libraré de esos horribles trolls! Por
supuesto, fue el caballero el que no se libró de un buen porrazo.
Estaba aún tendido en el suelo cuando Trolita vió el reflejo de la
armadura. En su casa habían roto todos los espejos hacía tiempo,
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así que sentía curiosidad. Se acercó para mirarse, y no pudo creer
lo que vio ¡Parecía una niña normal! Se miró varias veces y sí, tenía
que ser ella, pero
¿cómo había dejado
de ser un troll?
El misterio no duró
mucho. Pronto
descubrieron que
ninguno era un troll,
pero que comían tan
pocas frutas y
verduras que no
veían bien, ni se
curaban sus heridas,
ni nada de nada… ¡por
eso tenían tan mala
pinta! Y claro, en
cuanto Trolita había
empezado a comer
las recetas de aquel
libro de verduras, se
había quedado estupenda.- Hubiéramos preferido la magia, pero
dejar de parecer trolls comiendo tus recetas tampoco nos costará
tanto -terminaron diciendo los papás de Trolita.
Claro que no les costó; enseguida se acostumbraron y les gustaban
muchísimo. Y cuando se hubieron aprendido todas las recetas,
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buscaron algún niño anti verduras para regalarle el libro y evitar
que acabara teniendo pinta de troll.
TOMY NO QUIERE ESTUDIAR
Había una vez un alegre niño llamado Tomy, al que le encantaba
jugar con todos los juguetes que tenía en su pieza. Sacaba todos
sus juguetes y materiales de entretención y se divertía mucho
incluso usaba sus materiales del colegio solo para jugar dejando
todo en el suelo hasta que se cansaba y se quedaba dormido en
medio de todo sus juguetes.
En la tarde despertó bruscamente y recordó que tenía que hacer la
tarea del colegio, pero su dormitorio estaba tan desordenado que
no encontró sus materiales del colegio y no pudo seguir jugando
pensando en que no podría llevar la tarea al colegio y se puso muy
triste.
En eso apareció su mamá y le dijo: Tomy por estar jugando y dejar
todo desordenado no hiciste la tarea y no encuentras tus
materiales, vamos juntos a guardar cada cosa en su lugar y te
aseguro que encontraras todas tus cosas del colegio.
Tomy pensó mmm…si guardo todos
mis juguetes aparecerán mis
materiales del colegio y hare mi
tarea. Al terminar de guardar sus
juguetes encontró sus materiales
le dio las gracias a su mamá,
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comenzó hacer su tarea y prometió hacer la tarea antes de jugar y
ordenar cada vez que sacara sus juguetes porque después de todo
no era tan difícil ser ordenado.