Cuarta Unidad- EXP
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EXPRESIÓN ESCRITA
UNIDAD 4: TEXTOS ARGUMENTATIVOS YEXPOSITIVOS
Entender un texto nos implica determinar la intencio-nalidad del discurso que se está desarrollando. De esta manera a través de un texto podemos informar, acla-
rar, persuadir, etc., y cada una de estas acciones se ubican en un contexto social. Por esto cuando una
persona escribe un reclamo, escoge argumentos para este tipo de texto y acomoda su discurso a lo que está escribiendo, quizás utilizando un lenguaje más formal y
manejando cierta superestructura.
EXPRESIÓN ESCRITA
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Textos argumentativos yexpositivos
Análisis e identificación deestructuras argumentativas
y expositivas.Aplicación de la tipología al
ensayo
UNIDAD 4
Competencia: Producir textos según necesidades de acción y de comunicación.
Objetivo específico: Fundamentar los puntos de vista propios (argumentar)
EXPRESIÓN ESCRITA
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EXPRESIÓN ESCRITA
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Leamos detenidamente el siguiente escrito.
La cultura como espectáculo
Admito que puede ser pura envidia, pero hay un fenómeno típico de la cultura contemporánea que no me logro tragar: que ciertas perso-nas con talentos elementales conquisten la atención y la reverencia de las multitudes, que ganen -por consiguiente- cifras exorbitantes
cada mes, y sobre todo, que a su lado pasen completamente inadver-tidas personas con méritos muy superiores. Me explico: un cantante de rock gana muchísimo más y es mucho más famoso que un gran médico. Un buen tenista se gana en una final de Gran Slam lo mismo que le dan a un premio Nobel de física o de química por el trabajo de toda su vida y más de lo que se gana un profesor en toda su carrera universitaria. O un ejemplo más cercano: una cantante como Shakira -con talento, sin duda- es más famosa y gana en un mes lo que se gana en diez años un compositor serio de música, no digamos culta ni clásica (que se ofenden), sino simplemente más elaborada, com-pleja y más difícil de componer.
No caigo en la trampa de creer que una persona vale según lo que gana, pero en un mundo dominado por el mercado, donde el patrón del éxito se mide sobre todo en dólares, señalar el factor de los ingre-sos es ineludible. Y el gran negocio del espectáculo (en el que los empresarios ganan millonadas) ha destruido por completo la relación que idealmente debe existir entre mérito y recompensa.
La cultura contemporánea, dominada por los medios de comunica-ción masiva y que los gustos fáciles y caprichosos de las multitudes, tiende a glorificar, a convertir ídolos, a figuras apenas mediocres. Una actriz de telenovela, que tuvo la suerte ser dotada por la naturaleza o por el cirujano plástico de una nariz perfecta o pecho rebosante, es
tratada en las revistas como si fuera una diosa. Pero esa misma revista, salvo rarísimas excepción jamás se ocuparía de una bióloga que salva vidas humanas o de un geólogo que previene desastres o de un historiador que logra ver más allá de lo puramente anecdótico. Un futbolista con buen amague cintura recibe más aplausos en un minuto que un gran matemático toda la vida o que un misionero después de treinta años sacrificios en la selva. Ya sé que el matemá-tico y el misionero no están esperando aplausos y que el premio para ellos consiste en superar sus propios retos o en ayudar al próji-mo y conquistarse el cielo, pero no deja de ser injusto.
También son ridículos los precios que alcanzan algunas obras artísti-cas, sin relación alguna con el talento, el esfuerzo y ni siquiera con la calidad. La fama de unos pocos escritores y pintores puede ser merecida, pero es también desmesurada si la compara con el casi absoluto anonimato de otros creadores no menos importante. Gracias a cierto esnobismo alimentado por los negociantes (agentes literarios, corredores de arte, editoriales, galeristas, etcétera), tam-bién su fama llega a los estúpidos niveles de la farándula.
Mientras tanto, las personas que realmente transforman y mejoran nuestras vidas un inventor, un biólogo, un ingeniero nuclear o un matemático, arrastran una existencia anónima, gris, silenciosa y casi siempre solitaria. Todo el mundo conoce el nombre de diez actrices, de tres tenistas, de ocho cantantes, de once futbolistas, ¿pero cuán-
tos de nosotros sabemos los nombres de siquiera tres científicos de nuestros días? Es mucho más probable que sepan los nombres de cinco escritores o de cinco pintores, pero no de las personas que han mejorado definitivamente nuestros trajines cotidianos con vacunas, electricidad, motores, aviación, teléfonos, computadores... Incluso los mismos inventos que han posibilitado esta cultura de masas (radio y televisión) son creaciones casi anónimas, cuyos héroes son desconocidos para la mayoría. Como si los seres humanos no fuéra-mos capaces de distinguir lo verdaderamente importante, como si nos quedáramos en lo superficial, en la bulla, en el espectáculo, en los colorines de la farándula.
Definitivamente, no me puedo tragar estas aberraciones de la cultura de masas contemporánea. Aunque reconozco, repito, que puede ser pura envidia. Pero, eso sí, envidia no en el sentido de "pesar por el bien ajeno", sino más bien de pesar por el poco bien que se les hace -o se les reconoce- a otros que se lo merecerían mucho más. Aunque, bien pensado, nadie se merece esa idolatría que reciben en estos tiempos las estrellas de la farándula.
Héctor Abad Faciolince (colombiano)
1. ANALIZAR E IDENTIFICAR LAS ESTRUCTURAS ARGUMENTATIVAS Y
EXPOSITIVAS.
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Leamos detenidamente el siguiente escrito.
La cultura como espectáculo
Admito que puede ser pura envidia, pero hay un fenómeno típico de la cultura contemporánea que no me logro tragar: que ciertas perso-nas con talentos elementales conquisten la atención y la reverencia de las multitudes, que ganen -por consiguiente- cifras exorbitantes
cada mes, y sobre todo, que a su lado pasen completamente inadver-tidas personas con méritos muy superiores. Me explico: un cantante de rock gana muchísimo más y es mucho más famoso que un gran médico. Un buen tenista se gana en una final de Gran Slam lo mismo que le dan a un premio Nobel de física o de química por el trabajo de toda su vida y más de lo que se gana un profesor en toda su carrera universitaria. O un ejemplo más cercano: una cantante como Shakira -con talento, sin duda- es más famosa y gana en un mes lo que se gana en diez años un compositor serio de música, no digamos culta ni clásica (que se ofenden), sino simplemente más elaborada, com-pleja y más difícil de componer.
No caigo en la trampa de creer que una persona vale según lo que gana, pero en un mundo dominado por el mercado, donde el patrón del éxito se mide sobre todo en dólares, señalar el factor de los ingre-sos es ineludible. Y el gran negocio del espectáculo (en el que los empresarios ganan millonadas) ha destruido por completo la relación que idealmente debe existir entre mérito y recompensa.
La cultura contemporánea, dominada por los medios de comunica-ción masiva y que los gustos fáciles y caprichosos de las multitudes, tiende a glorificar, a convertir ídolos, a figuras apenas mediocres. Una actriz de telenovela, que tuvo la suerte ser dotada por la naturaleza o por el cirujano plástico de una nariz perfecta o pecho rebosante, es
tratada en las revistas como si fuera una diosa. Pero esa misma revista, salvo rarísimas excepción jamás se ocuparía de una bióloga que salva vidas humanas o de un geólogo que previene desastres o de un historiador que logra ver más allá de lo puramente anecdótico. Un futbolista con buen amague cintura recibe más aplausos en un minuto que un gran matemático toda la vida o que un misionero después de treinta años sacrificios en la selva. Ya sé que el matemá-tico y el misionero no están esperando aplausos y que el premio para ellos consiste en superar sus propios retos o en ayudar al próji-mo y conquistarse el cielo, pero no deja de ser injusto.
También son ridículos los precios que alcanzan algunas obras artísti-cas, sin relación alguna con el talento, el esfuerzo y ni siquiera con la calidad. La fama de unos pocos escritores y pintores puede ser merecida, pero es también desmesurada si la compara con el casi absoluto anonimato de otros creadores no menos importante. Gracias a cierto esnobismo alimentado por los negociantes (agentes literarios, corredores de arte, editoriales, galeristas, etcétera), tam-bién su fama llega a los estúpidos niveles de la farándula.
Mientras tanto, las personas que realmente transforman y mejoran nuestras vidas un inventor, un biólogo, un ingeniero nuclear o un matemático, arrastran una existencia anónima, gris, silenciosa y casi siempre solitaria. Todo el mundo conoce el nombre de diez actrices, de tres tenistas, de ocho cantantes, de once futbolistas, ¿pero cuán-
tos de nosotros sabemos los nombres de siquiera tres científicos de nuestros días? Es mucho más probable que sepan los nombres de cinco escritores o de cinco pintores, pero no de las personas que han mejorado definitivamente nuestros trajines cotidianos con vacunas, electricidad, motores, aviación, teléfonos, computadores... Incluso los mismos inventos que han posibilitado esta cultura de masas (radio y televisión) son creaciones casi anónimas, cuyos héroes son desconocidos para la mayoría. Como si los seres humanos no fuéra-mos capaces de distinguir lo verdaderamente importante, como si nos quedáramos en lo superficial, en la bulla, en el espectáculo, en los colorines de la farándula.
Definitivamente, no me puedo tragar estas aberraciones de la cultura de masas contemporánea. Aunque reconozco, repito, que puede ser pura envidia. Pero, eso sí, envidia no en el sentido de "pesar por el bien ajeno", sino más bien de pesar por el poco bien que se les hace -o se les reconoce- a otros que se lo merecerían mucho más. Aunque, bien pensado, nadie se merece esa idolatría que reciben en estos tiempos las estrellas de la farándula.
Héctor Abad Faciolince (colombiano)
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Leamos detenidamente el siguiente escrito.
La cultura como espectáculo
Admito que puede ser pura envidia, pero hay un fenómeno típico de la cultura contemporánea que no me logro tragar: que ciertas perso-nas con talentos elementales conquisten la atención y la reverencia de las multitudes, que ganen -por consiguiente- cifras exorbitantes
cada mes, y sobre todo, que a su lado pasen completamente inadver-tidas personas con méritos muy superiores. Me explico: un cantante de rock gana muchísimo más y es mucho más famoso que un gran médico. Un buen tenista se gana en una final de Gran Slam lo mismo que le dan a un premio Nobel de física o de química por el trabajo de toda su vida y más de lo que se gana un profesor en toda su carrera universitaria. O un ejemplo más cercano: una cantante como Shakira -con talento, sin duda- es más famosa y gana en un mes lo que se gana en diez años un compositor serio de música, no digamos culta ni clásica (que se ofenden), sino simplemente más elaborada, com-pleja y más difícil de componer.
No caigo en la trampa de creer que una persona vale según lo que gana, pero en un mundo dominado por el mercado, donde el patrón del éxito se mide sobre todo en dólares, señalar el factor de los ingre-sos es ineludible. Y el gran negocio del espectáculo (en el que los empresarios ganan millonadas) ha destruido por completo la relación que idealmente debe existir entre mérito y recompensa.
La cultura contemporánea, dominada por los medios de comunica-ción masiva y que los gustos fáciles y caprichosos de las multitudes, tiende a glorificar, a convertir ídolos, a figuras apenas mediocres. Una actriz de telenovela, que tuvo la suerte ser dotada por la naturaleza o por el cirujano plástico de una nariz perfecta o pecho rebosante, es
tratada en las revistas como si fuera una diosa. Pero esa misma revista, salvo rarísimas excepción jamás se ocuparía de una bióloga que salva vidas humanas o de un geólogo que previene desastres o de un historiador que logra ver más allá de lo puramente anecdótico. Un futbolista con buen amague cintura recibe más aplausos en un minuto que un gran matemático toda la vida o que un misionero después de treinta años sacrificios en la selva. Ya sé que el matemá-tico y el misionero no están esperando aplausos y que el premio para ellos consiste en superar sus propios retos o en ayudar al próji-mo y conquistarse el cielo, pero no deja de ser injusto.
También son ridículos los precios que alcanzan algunas obras artísti-cas, sin relación alguna con el talento, el esfuerzo y ni siquiera con la calidad. La fama de unos pocos escritores y pintores puede ser merecida, pero es también desmesurada si la compara con el casi absoluto anonimato de otros creadores no menos importante. Gracias a cierto esnobismo alimentado por los negociantes (agentes literarios, corredores de arte, editoriales, galeristas, etcétera), tam-bién su fama llega a los estúpidos niveles de la farándula.
Mientras tanto, las personas que realmente transforman y mejoran nuestras vidas un inventor, un biólogo, un ingeniero nuclear o un matemático, arrastran una existencia anónima, gris, silenciosa y casi siempre solitaria. Todo el mundo conoce el nombre de diez actrices, de tres tenistas, de ocho cantantes, de once futbolistas, ¿pero cuán-
tos de nosotros sabemos los nombres de siquiera tres científicos de nuestros días? Es mucho más probable que sepan los nombres de cinco escritores o de cinco pintores, pero no de las personas que han mejorado definitivamente nuestros trajines cotidianos con vacunas, electricidad, motores, aviación, teléfonos, computadores... Incluso los mismos inventos que han posibilitado esta cultura de masas (radio y televisión) son creaciones casi anónimas, cuyos héroes son desconocidos para la mayoría. Como si los seres humanos no fuéra-mos capaces de distinguir lo verdaderamente importante, como si nos quedáramos en lo superficial, en la bulla, en el espectáculo, en los colorines de la farándula.
Definitivamente, no me puedo tragar estas aberraciones de la cultura de masas contemporánea. Aunque reconozco, repito, que puede ser pura envidia. Pero, eso sí, envidia no en el sentido de "pesar por el bien ajeno", sino más bien de pesar por el poco bien que se les hace -o se les reconoce- a otros que se lo merecerían mucho más. Aunque, bien pensado, nadie se merece esa idolatría que reciben en estos tiempos las estrellas de la farándula.
Héctor Abad Faciolince (colombiano)
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Leamos detenidamente el siguiente escrito.
La cultura como espectáculo
Admito que puede ser pura envidia, pero hay un fenómeno típico de la cultura contemporánea que no me logro tragar: que ciertas perso-nas con talentos elementales conquisten la atención y la reverencia de las multitudes, que ganen -por consiguiente- cifras exorbitantes
cada mes, y sobre todo, que a su lado pasen completamente inadver-tidas personas con méritos muy superiores. Me explico: un cantante de rock gana muchísimo más y es mucho más famoso que un gran médico. Un buen tenista se gana en una final de Gran Slam lo mismo que le dan a un premio Nobel de física o de química por el trabajo de toda su vida y más de lo que se gana un profesor en toda su carrera universitaria. O un ejemplo más cercano: una cantante como Shakira -con talento, sin duda- es más famosa y gana en un mes lo que se gana en diez años un compositor serio de música, no digamos culta ni clásica (que se ofenden), sino simplemente más elaborada, com-pleja y más difícil de componer.
No caigo en la trampa de creer que una persona vale según lo que gana, pero en un mundo dominado por el mercado, donde el patrón del éxito se mide sobre todo en dólares, señalar el factor de los ingre-sos es ineludible. Y el gran negocio del espectáculo (en el que los empresarios ganan millonadas) ha destruido por completo la relación que idealmente debe existir entre mérito y recompensa.
La cultura contemporánea, dominada por los medios de comunica-ción masiva y que los gustos fáciles y caprichosos de las multitudes, tiende a glorificar, a convertir ídolos, a figuras apenas mediocres. Una actriz de telenovela, que tuvo la suerte ser dotada por la naturaleza o por el cirujano plástico de una nariz perfecta o pecho rebosante, es
tratada en las revistas como si fuera una diosa. Pero esa misma revista, salvo rarísimas excepción jamás se ocuparía de una bióloga que salva vidas humanas o de un geólogo que previene desastres o de un historiador que logra ver más allá de lo puramente anecdótico. Un futbolista con buen amague cintura recibe más aplausos en un minuto que un gran matemático toda la vida o que un misionero después de treinta años sacrificios en la selva. Ya sé que el matemá-tico y el misionero no están esperando aplausos y que el premio para ellos consiste en superar sus propios retos o en ayudar al próji-mo y conquistarse el cielo, pero no deja de ser injusto.
También son ridículos los precios que alcanzan algunas obras artísti-cas, sin relación alguna con el talento, el esfuerzo y ni siquiera con la calidad. La fama de unos pocos escritores y pintores puede ser merecida, pero es también desmesurada si la compara con el casi absoluto anonimato de otros creadores no menos importante. Gracias a cierto esnobismo alimentado por los negociantes (agentes literarios, corredores de arte, editoriales, galeristas, etcétera), tam-bién su fama llega a los estúpidos niveles de la farándula.
Mientras tanto, las personas que realmente transforman y mejoran nuestras vidas un inventor, un biólogo, un ingeniero nuclear o un matemático, arrastran una existencia anónima, gris, silenciosa y casi siempre solitaria. Todo el mundo conoce el nombre de diez actrices, de tres tenistas, de ocho cantantes, de once futbolistas, ¿pero cuán-
tos de nosotros sabemos los nombres de siquiera tres científicos de nuestros días? Es mucho más probable que sepan los nombres de cinco escritores o de cinco pintores, pero no de las personas que han mejorado definitivamente nuestros trajines cotidianos con vacunas, electricidad, motores, aviación, teléfonos, computadores... Incluso los mismos inventos que han posibilitado esta cultura de masas (radio y televisión) son creaciones casi anónimas, cuyos héroes son desconocidos para la mayoría. Como si los seres humanos no fuéra-mos capaces de distinguir lo verdaderamente importante, como si nos quedáramos en lo superficial, en la bulla, en el espectáculo, en los colorines de la farándula.
Definitivamente, no me puedo tragar estas aberraciones de la cultura de masas contemporánea. Aunque reconozco, repito, que puede ser pura envidia. Pero, eso sí, envidia no en el sentido de "pesar por el bien ajeno", sino más bien de pesar por el poco bien que se les hace -o se les reconoce- a otros que se lo merecerían mucho más. Aunque, bien pensado, nadie se merece esa idolatría que reciben en estos tiempos las estrellas de la farándula.
Héctor Abad Faciolince (colombiano)
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Comentario:
- Una actriz de telenovela(ella)
- La fama de unos pocos escritores y pintores puede ser merecida, pero es también desmesurada si la
compara con el casi absoluto anonimato de otros creadores no menos importante(ella)
Análisis: Son ejemplos del uso de la tercera persona
- La cultura contemporánea, dominada por los medios de comunicación masiva y que los gustos fáciles y
caprichosos de las multitudes, tiende a glorificar, a convertir ídolos, a figuras apenas mediocres.
- Todo el mundo conoce el nombre de diez actrices, de tres tenistas, de ocho cantantes, de once
futbolistas, ¿pero cuántos de nosotros sabemos los nombres de siquiera tres científicos de nuestros
días?
Análisis: Estas son dos oraciones enunciativas (se declara un estado de las cosas)
Un futbolista con buen amague de cintura recibe más aplausos en un minuto que un gran matemático
toda la vida o que un misionero después de treinta años sacrificios en la selva. Ya sé que el matemático
y el misionero no están esperando aplausos y que el premio para ellos consiste en superar sus propios
retos o en ayudar al prójimo y conquistarse el cielo, pero no deja de ser injusto.
Análisis: Los verbos de este fragmento, al igual que muchos otros, se encuentran en modo indicativo
Gran Slam, rock, actriz, farándula,electricidad, motores, aviación, teléfonos, computadores, radio y
televisión.
Análisis: Son términos técnicos correspondientes al tema tratado en el escrito
Hasta ahora hemos encontrado las características de un texto expositivo sin embargo, este texto tiene
los componentes de un texto argumentativo. Veámoslas
Admito que puede ser pura envidia, pero hay un fenómeno típico de la cultura contemporánea que no
me logro tragar: que ciertas personas con talentos elementales conquisten la atención y la reverencia
- Una actriz de telenovela(ella)
- La fama de unos pocos escritores y pintores puede ser merecida, pero es también desmesurada si la
compara con el casi absoluto anonimato de otros creadores no menos importante(ella)
Análisis: Son ejemplos del uso de la tercera persona
- La cultura contemporánea, dominada por los medios de comunicación masiva y que los gustos fáciles y
caprichosos de las multitudes, tiende a glorificar, a convertir ídolos, a figuras apenas mediocres.
- Todo el mundo conoce el nombre de diez actrices, de tres tenistas, de ocho cantantes, de once
futbolistas, ¿pero cuántos de nosotros sabemos los nombres de siquiera tres científicos de nuestros
días?
Análisis: Estas son dos oraciones enunciativas (se declara un estado de las cosas)
Un futbolista con buen amague de cintura recibe más aplausos en un minuto que un gran matemático
toda la vida o que un misionero después de treinta años sacrificios en la selva. Ya sé que el matemático
y el misionero no están esperando aplausos y que el premio para ellos consiste en superar sus propios
retos o en ayudar al prójimo y conquistarse el cielo, pero no deja de ser injusto.
Análisis: Los verbos de este fragmento, al igual que muchos otros, se encuentran en modo indicativo
Gran Slam, rock, actriz, farándula,electricidad, motores, aviación, teléfonos, computadores, radio y
televisión.
Análisis: Son términos técnicos correspondientes al tema tratado en el escrito
Hasta ahora hemos encontrado las características de un texto expositivo sin embargo, este texto tiene
los componentes de un texto argumentativo. Veámoslas
Admito que puede ser pura envidia, pero hay un fenómeno típico de la cultura contemporánea que no
me logro tragar: que ciertas personas con talentos elementales conquisten la atención y la reverencia
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Admito que puede ser pura envidia, pero hay un fenómeno típico de la cultura contemporánea que no
me logro tragar: que ciertas personas con talentos elementales conquisten la atención y la reverencia
de las multitudes, que ganen -por consiguiente- cifras exorbitantes cada mes, y sobre todo, que a su
lado pasen completamente inadvertidas personas con méritos muy superiores. Me explico: un cantante
de rock gana muchísimo más y es mucho más famoso que un gran médico. Un buen tenista se gana en
una final de Gran Slam lo mismo que le dan a un premio Nobel de física o de química por el trabajo de
toda su vida y más de lo que se gana un profesor en toda su carrera universitaria. O un ejemplo más
cercano: una cantante como Shakira -con talento, sin duda- es más famosa y gana en un mes lo que se
gana en diez años un compositor serio de música, no digamos culta ni clásica (que se ofenden), sino
simplemente más elaborada, compleja y más difícil de componer.
- En la oración inicial (subrayada) encontramos el planteamiento del autor, su posición o lo que algunos
denominan el problema.Las oraciones subsiguientes amplían mediante ejemplos la aseveración.
No caigo en la trampa de creer que una persona vale según lo que gana, pero en un mundo dominado
por el mercado, donde el patrón del éxito se mide sobre todo en dólares, señalar el factor de los ingresos
es ineludible. Y el gran negocio del espectáculo (en el que los empresarios ganan millonadas) ha
destruido por completo la relación que idealmente debe existir entre mérito y recompensa.
- En este párrafo el autor muestra que la visión señalada en el párrafo anterior constituye un problema
con lo cual refuerza su posición para dar paso a la tesis o hipótesis a argumentar o defender.
La cultura contemporánea, dominada por los medios de comunicación masiva y que los gustos fáciles y
caprichosos de las multitudes, tiende a glorificar, a convertir ídolos, a figuras apenas mediocres. Una
actriz de telenovela, que tuvo la suerte ser dotada por la naturaleza o por el cirujano plástico de una
nariz perfecta o pecho rebosante, es tratada en las revistas como si fuera una diosa. Pero esa misma
revista, salvo rarísimas excepción jamás se ocuparía de una bióloga que salva vidas humanas o de un
geólogo que previene desastres o de un historiador que logra ver más allá de lo puramente anecdótico.
Un futbolista con buen amague cintura recibe más aplausos en un minuto que un gran matemático toda
la vida o que un misionero después de treinta años sacrificios en la selva. Ya sé que el matemático y el
misionero no están esperando aplausos y que el premio para ellos consiste en superar sus propios retos
o en ayudar al prójimo y conquistarse el cielo, pero no deja de ser injusto.
Admito que puede ser pura envidia, pero hay un fenómeno típico de la cultura contemporánea que no
me logro tragar: que ciertas personas con talentos elementales conquisten la atención y la reverencia
de las multitudes, que ganen -por consiguiente- cifras exorbitantes cada mes, y sobre todo, que a su
lado pasen completamente inadvertidas personas con méritos muy superiores. Me explico: un cantante
de rock gana muchísimo más y es mucho más famoso que un gran médico. Un buen tenista se gana en
una final de Gran Slam lo mismo que le dan a un premio Nobel de física o de química por el trabajo de
toda su vida y más de lo que se gana un profesor en toda su carrera universitaria. O un ejemplo más
cercano: una cantante como Shakira -con talento, sin duda- es más famosa y gana en un mes lo que se
gana en diez años un compositor serio de música, no digamos culta ni clásica (que se ofenden), sino
simplemente más elaborada, compleja y más difícil de componer.
- En la oración inicial (subrayada) encontramos el planteamiento del autor, su posición o lo que algunos
denominan el problema.Las oraciones subsiguientes amplían mediante ejemplos la aseveración.
No caigo en la trampa de creer que una persona vale según lo que gana, pero en un mundo dominado
por el mercado, donde el patrón del éxito se mide sobre todo en dólares, señalar el factor de los ingresos
es ineludible. Y el gran negocio del espectáculo (en el que los empresarios ganan millonadas) ha
destruido por completo la relación que idealmente debe existir entre mérito y recompensa.
- En este párrafo el autor muestra que la visión señalada en el párrafo anterior constituye un problema
con lo cual refuerza su posición para dar paso a la tesis o hipótesis a argumentar o defender.
La cultura contemporánea, dominada por los medios de comunicación masiva y que los gustos fáciles y
caprichosos de las multitudes, tiende a glorificar, a convertir ídolos, a figuras apenas mediocres. Una
actriz de telenovela, que tuvo la suerte ser dotada por la naturaleza o por el cirujano plástico de una
nariz perfecta o pecho rebosante, es tratada en las revistas como si fuera una diosa. Pero esa misma
revista, salvo rarísimas excepción jamás se ocuparía de una bióloga que salva vidas humanas o de un
geólogo que previene desastres o de un historiador que logra ver más allá de lo puramente anecdótico.
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- En la oración inicial (subrayada) encontramos el planteamiento del autor, su posición o lo que algunos
denominan el problema.Las oraciones subsiguientes amplían mediante ejemplos la aseveración.
No caigo en la trampa de creer que una persona vale según lo que gana, pero en un mundo dominado
por el mercado, donde el patrón del éxito se mide sobre todo en dólares, señalar el factor de los ingresos
es ineludible. Y el gran negocio del espectáculo (en el que los empresarios ganan millonadas) ha
destruido por completo la relación que idealmente debe existir entre mérito y recompensa.
- En este párrafo el autor muestra que la visión señalada en el párrafo anterior constituye un problema
con lo cual refuerza su posición para dar paso a la tesis o hipótesis a argumentar o defender.
La cultura contemporánea, dominada por los medios de comunicación masiva y que los gustos fáciles y
caprichosos de las multitudes, tiende a glorificar, a convertir ídolos, a figuras apenas mediocres. Una
actriz de telenovela, que tuvo la suerte ser dotada por la naturaleza o por el cirujano plástico de una
nariz perfecta o pecho rebosante, es tratada en las revistas como si fuera una diosa. Pero esa misma
revista, salvo rarísimas excepción jamás se ocuparía de una bióloga que salva vidas humanas o de un
geólogo que previene desastres o de un historiador que logra ver más allá de lo puramente anecdótico.
Un futbolista con buen amague cintura recibe más aplausos en un minuto que un gran matemático toda
la vida o que un misionero después de treinta años sacrificios en la selva. Ya sé que el matemático y el
misionero no están esperando aplausos y que el premio para ellos consiste en superar sus propios retos
o en ayudar al prójimo y conquistarse el cielo, pero no deja de ser injusto.
- En este párrafo aparece la tesis en la oración inicial donde el autor da una posible respuesta a qué está
sucediendo en torno a esta problemática. La oraciones secundarias desarrollan la tesis mediante la
ejemplificación y la oposición de ideas
También son ridículos los precios que alcanzan algunas obras artísticas, sin relación alguna con el
talento, el esfuerzo y ni siquiera con la calidad. La fama de unos pocos escritores y pintores puede ser
merecida, pero es también desmesurada si la compara con el casi absoluto anonimato de otros
creadores no menos importante. Gracias a cierto esnobismo alimentado por los negociantes (agentes
literarios, corredores de arte, editoriales, galeristas, etcétera), también su fama llega a los estúpidos
niveles de la farándula.
Mientras tanto, las personas que realmente transforman y mejoran nuestras vidas un inventor, un biólogo, un ingeniero nuclear o un matemático, arrastran una existencia anónima, gris, silenciosa y casi siempre solitaria. Todo el mundo conoce el nombre de diez actrices, de tres tenistas, de ocho cantantes, de once futbolistas, ¿pero cuántos de nosotros sabemos los nombres de siquiera tres científicos de nuestros días? Es mucho más probable que sepan los nombres de cinco escritores o de cinco pintores, pero no de las personas que han mejorado definitivamente nuestros trajines cotidianos con vacunas, electricidad, motores, aviación, teléfonos, computadores... Incluso los mismos inventos que han posibilitado esta cultura de masas (radio y televisión) son creaciones casi anónimas, cuyos héroes son desconocidos para la mayoría. Como si los seres humanos no fuéramos capaces de distinguir lo verdaderamente importante, como si nos quedáramos en lo superficial, en la bulla, en el espectáculo, en los colorines de la farándula.
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- En estos dos párrafosHéctor Abad argumenta mediante la ejemplificación y el contraste y da pruebas
de su tesis convocando nuestra voz para introducirnos en esa sociedad que él crítica. Al final del segundo
de estos párrafos inicia su conclusión.
Definitivamente, no me puedo tragar estas aberraciones de la cultura de masas contemporánea. Aunque
reconozco, repito, que puede ser pura envidia. Pero, eso sí, envidia no en el sentido de "pesar por el
bien ajeno", sino más bien de pesar por el poco bien que se les hace -o se les reconoce- a otros que se
lo merecerían mucho más. Aunque, bien pensado, nadie se merece esa idolatría que reciben en estos
tiempos las estrellas de la farándula.
En este último párrafo se arriba a la conclusión, se da cierre a lo planteado.
2. Aplicar Las Tipologías Textuales De Argumentación Y Exposición A Los Textos Cotidianos (Ensayo - Argumentativo).
Escribamos un ensayo teniendo en cuenta lo visto en el curso y haciendo uso de los conceptos del diagrama expuesto.