Cronistas coloniales

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J. Roberto Páez

Cronistas coloniales (Primera parte)

Índice Introducción La historia, excelsa escuela de patriotismo Elementos que integran la nacionalidad Una mirada a los relatos de los Cronistas Primitivos Primeros habitantes de nuestro territorio. Lo que escribe Luis Baudin ¿Cuáles fueron las tribus primitivas? El Inca Tupac-Yupanqui y la invasión de nuestro territorio Huayna-Cápac extiende sus dominios A la muerte de Huayna-Cápac, Huáscar declara la guerra a Atahualpa El período indígena en la historia americana División de la historia patria según Belisario Quevedo Parecer del historiador peruano, reverendo padre Rubén Vargas Ugarte ¿Cuál fue el ideal perseguido en la conquista española? Una ojeada a la sorprendente civilización de los Incas, según Rafael Kartsten Pronto se supo de las tierras situadas hacia el Sur. Trayectoria de Francisco Pizarro Hacia Cajamarca. Mayo 24 de 1531 Muerte del Inca, 29 de agosto de 1533

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Qué causas facilitaron la Conquista del Perú Alvarado en Bahía de Caráquez Fundación de Lima. Los Cabildos Civiles Breve apreciación de las Fuentes para la historia de América Funda Quito Sebastián de Benalcázar, con independencia de la Gobernación del Perú, en 1534 España y Quito Gonzalo Pizarro, Gobernador de Quito. Descubrimiento del Amazonas Provincias - Audiencia - Virreinato La Audiencia de Quito fue muy combatida Las Guerras Civiles del Perú Conquistadores y Conquistados. Un capítulo de Belisario Quevedo Cronistas e Historiadores de Indias. Los Cronistas según Raúl Porras Barrenechea Estos volúmenes de «Cronistas de Indias» Notas biográficas y selecciones Francisco de Jerez Biografía de Francisco de Jerez Relato de Francisco de Jerez de la prisión de Atahualpa. Guerra entre Atahualpa y Huáscar. Riquezas de Atahualpa Pedro Sancho de la Hoz Biografía de Pedro Sancho de la Hoz Relación de la conquista del Perú escrita por Pedro Sancho secretario de Pizarro y escribano de su ejército Capítulo I De la gran cantidad de plata y oro que se trajo del Cuzco, y de la parte que se envió a Su Majestad el Emperador por el quinto real: de cómo fue declarado libre el cacique preso Atabalipa de la promesa que les había hecho de la casa llena de oro por rescate: y de la traición que el dicho Atabalipa meditaba contra los españoles por la cual le hicieron morir Capítulo II Eligen por señor del Estado de Atabalipa a su hermano Atabalipa , en cuya coronación se guardaron las ceremonias, según la usanza de los caciques de aquellas provincias. Del vasallaje y obediencia que ofrecieron Atabalipa y otros muchos caciques al Emperador Capítulo III Trayendo una nueva colonia de españoles para poblar en Xauxa tienen nueva de la muerte de Guaritico hermano de Atabalipa. Después que pasaron la tierra de Guamachuco, Adalmach , Guaiglia , Puerto Nevado y Capo Tambo , entienden que en Tarma les aguardan para acometerles muchos indios de guerra por lo cual echan prisiones a Calicuchima, y siguiendo intrépidos su viaje van a Cachamarca donde hallan mucho oro Capítulo IV Llegan a la ciudad de Xauxa; quedan algunos guardando aquel lugar y otros van contra el ejército de los enemigos, con los cuales pelean. Alcanzan victoria y se vuelven a Xauxa. No se quedan allí mucho tiempo, sino que van algunos la vuelta del

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Cuzco para pelear con el grueso del ejército enemigo; pero no les sale bien el intento y se vuelven a Xauxa Capítulo V Nombran nuevos oficiales en la ciudad de Xauxa para fundar población de españoles, y habiendo tenido nueva de la muerte de Atabalipa, con mucha prudencia y arte para mantenerse en gracia de los indios, tratan de nombrar nuevo señor Capítulo VI Descripción de los puentes que los indios acostumbran hacer para pasar los ríos, y de la trabajosa jornada que tuvieron los españoles en la ida al Cuzco, y de la llegada a Panarai y a Tarcos, ciudad de los indios Capítulo VII Prosiguiendo su viaje tienen aviso enviado por los cuarenta caballeros españoles, del estado del ejército indio, con el cual victoriosamente habían combatido Capítulo VIII Después de varias incomodidades sufridas en el viaje, habiendo pasado las ciudades de Bilcas y de Andabailla, antes de llegar a Airamba tienen cartas de los españoles por las cuales le mandan un socorro de treinta caballeros Capítulo IX Llegados a un pueblo encuentran mucha plata en tablas de veinte pies de largo. Prosiguiendo su viaje tienen cartas de los españoles del reñido y adverso combate que habían sostenido contra el ejercito de los indios Capítulo X Viene nueva de la victoria alcanzada por los españoles hasta poner en fuga al ejército indio. A Chilichuchima le mandan echar una cadena al cuello teniéndolo por traidor. Pasan por Rímac y allí se reúnen y luego todos juntos van a Sachisagagna y queman a Chilichuchima Capítulo XI Visítalos un hijo del cacique Guaynacaba con el cual conciertan amistad, y les hace saber los movimientos del ejército de los indios enemigos, con el que tienen algunos encuentros antes de entrar en el Cuzco, donde ponen por señor al hijo de Guainacaba Capítulo XII El nuevo cacique va con ejército para echar a Quizquiz del Estado de Quito; tiene algunos encuentros con los indios, y por la aspereza de los caminos se vuelven, y de nuevo van allá con ejército y compañía de españoles, y antes que vayan, el cacique da la obediencia al Emperador Capítulo XIII Tienen sospecha de que el cacique quiere revelarse, resulta infundada, van con él muchos españoles con veinte mil indios contra Quizquiz, y de lo que les acontece dan aviso al Gobernador por medio de una carta Capítulo XIV

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De la gran cantidad de oro y plata que hicieron fundir de las figuras de oro que adoraban los indios. De la fundación de la ciudad del Cuzco, donde se hizo población de españoles, y del orden que en ella pusieron Capítulo XV Parte el Gobernador con el cacique para Xauxa, y tiene nueva del ejército de Quito, y de ciertas naves que vieron en aquellas costas unos españoles que fueron a la ciudad de San Miguel Capítulo XVI Labran en la ciudad de Xauxa una iglesia, y mandan tres mil indios con algunos españoles contra los indios enemigos. Tienen nueva de la llegada de muchos españoles y caballos, por lo cual mandan gente a la provincia de Quito. Relación de la calidad y gente de la tierra de Tumbes hasta Chincha y de la provincia Collao y Condisuyo Capítulo XIX En cuánta veneración tenían los indios a Guarnacaba cuando vino y lo tienen ahora después de muerto; y cómo por la desunión de los indios entraron con los españoles en el Cuzco, y de la fidelidad del nuevo cacique Guarnacaba a los cristianos El cronista Pedro Pizarro Biografía del cronista Pedro Pizarro Noticias contemporáneas de la captura de Atahualpa Relación del primer descubrimiento de la Costa y Mar del Sur, manuscrito Pedro Pizarro, descubrimiento y conquista de los reinos del Perú, manuscrito Carta de Hernando Pizarro, apud Oviedo, Historia General de las Indias, manuscrito, libro XLVI, capítulo XV Noticia de las costumbres personales de Atahualpa estractada del manuscrito de Pedro Pizarro Relaciones contemporáneas de la ejecución de Atabalipa Pedro Pizarro, descubrimiento y conquista del Perú, manuscrito Relación del primer descubrimiento de la Costa y Mar del Sur, manuscrito Pedro Gutiérrez de Santa Clara Biografía de Pedro Gutiérrez de Santa Clara Historia de la conquista del Perú Por Guillermo Hickling Prescott Historia de las Guerras Civiles del Perú (1544-1548) y de otros sucesos de las Indias. Tomo II Por Pedro Gutiérrez de Santa Clara Capítulo XXII De las cosas que Gonzalo Pizarro hizo en la cibdad del Quito, y cómo desposseyó de la flota al gran corsario y la dio a Pedro Alonso de Hinojosa, su primo hermano, para que fuesse a Tierra Firme por General della Capítulo XLI

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De cómo el visorrey Blasco Núñez Vela hurtó el viento a Gonzalo Pizarro y no saliendo con el efecto se metió en la cibdad, la qual halló sin gente de guarnición, y de las cosas que en ella hizieron los soldados, y de lo demás que passó Capítulo L De cómo el tirano, aviendo hecho muchas cosas en Quito, se partió della dexando allí a Pedro de Puelles por su Theniente y Capitán y se fue a los pueblos de Sant Miguel y de Truxillo, y de las cosas que proveyó yendo por su camino adelante Historia de las Guerras Civiles del Perú (1544-1548) y de otros sucesos de las Indias. Tomo III Por Pedro Gutiérrez de Santa Clara Capítulo XLIX En donde se cuenta del linaje de los Yngas y de dónde salieron, cuándo conquistaron las provincias del Perú, y qué quiere dezir Ynga en la lengua propia del Cuzco, que es la que se vssa y se habla en estas partes tan remotas Capítulo L En donde se prosigue y cuenta de linaje y prosapia de los Yngas, reyes y señores que fueron destas amplíssimas y riquíssimas provincias del Perú, y se relatan las cosas que mandaron hazer en todas estas tierras Capítulo LI En donde se cuentan y relatan las diferencias y debates que los hermanos Yngas Guáscar y Atagualpa tuvieron sobre la sucessión y herencia del reyno de Quito, hasta que llegó el marqués don Francisco Pizarro con los suyos a estas provincias Capítulo LVI De como estos yndios del Perú tuvieron dos dioses muy nombrados, y de las grandes supersticiones que los Yngas tenían hablando con el demonio, y de los templos que avía en estas provincias, y de los ritos y cerimonias que ussavan en sus sacrifficios Capítulo LVII En donde se cuentan las calidades y temples de las tierras y provincias destos reynos del Perú, y de la cordillera de vnas sierras que ay en estas partes, y de muchas cosas incógnitas y maravillosas que avía en todas ellas Capítulo LVIII En donde se da noticia de los muy grandes ríos que salen destas provincias y regiones del Perú, que van a dar a la mar del Norte, y cuenta quiénes fueron los que descubrieron por aquellas partes, y de la yerva escorzonela que ay Capítulo LXIV De la solenydad que los Yncas hazían quando agujeravan las orejas a sus vasallos, que era como dalles horden de cavaliería, y de las cerimonias que tenían quando salían fuera de sus palacios con su real corte Capítulo LXV En donde se cuenta brevemente el número de los meses que

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tenían los yndios del Perú en cada vn año, y de las cosas que hazían en ellos para el bien y provecho de sus repúblicas, y de otras cosas que ay muy curiosas de saber Capítulo LXVI De cómo ciertos gigantes aportaron a la provincia de Manta, los quales salieron de vnas yslas de la mar del Sur, y después fueron quemados con fuego celestial, y cuenta de otras cosas que ay en la tierra Diego Fernández llamado «El Palentino» Biografía de Diego Fernández llamado «El Palentino» Primera Parte de la Historia del Perú Por Diego Fernández, vecino de Palencia Capítulo LXXIV Llega el presidente Gasca al puerto de Manta y danle nueva de los pueblos que se han reducido. Dan nueva al Presidente de otros pueblos que se han reducido. Propiedad del pan de maíz. Escribe el Presidente a muchas partes su llegada. Llega mensajero de Guayaquil y da nueva que el pueblo está desamparado. Envía Gasca gente en favor de los de Guayaquil. Escribió Gasca a Pedro de Puelles Capítulo LXXV Tratan de matar a Pedro de Puelles. Muerte de Pedro de Puelles. Redúcese la ciudad de Quito al Rey Capítulo LXXVI Manera de enfermedad de verrugas como mal francés. Razón por que se causa esta enfermedad. Llega el Presidente a Túmbez. Llega Manuel de Carvajal a Gasca y dale la embajada de los de Arequipa. Especialísima gracia del presidente Gasca. Halla el Presidente en Túmbez mensajeros de diversas partes. Lo que hizo y despachó Gasca. Dio Loaysa al Presidente relación de lo sucedido y enviole a Quito Juan Cristóbal Calvete de Estrella Biografía de Juan Cristóbal Calvete de Estrella Rebelión de Pizarro en el Perú y Vida de don Pedro Gasca Escritas por Juan Cristóbal Calvete de Estrella y publicadas por Antonio Paz y Meliá Capítulo II Gonzalo Pizarro sienta sus reales junto a los del Virrey. Marcha éste a Quito y resuelve dar batalla a Pizarro. Sale el último a su encuentro y vienen a las manos. Muerte del Virrey. Victoria de Pizarro. Hace su Teniente General del Perú a Benito de Carvajal. El triunfo ensoberbece a Pizarro, que se entrega a la liviandad. Imítanle sus capitanes Capítulo IX Arribo del Presidente a Manta, donde prosigue sus prevenciones contra Pizarro. Muerte de Pedro de Puelles a manos de Rodrigo de Salazar. Reducción de Quito. Abnegación de Ovando por los Pizarros. Crueldades ordenadas por Puelles. Nombra Gasca a Salazar Capitán y Justicia mayor de Quito. Comunica a Benalcázar las buenas noticias que va recibiendo. Expedición

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de Aldana. Traición del indio don Martín. Entra en Trujillo Acosta. Coge dos prisioneros que le aseguran que Gasca no llegaría en aquel año. Envía Pizarro a Acosta en persecución de Mora. Fortifícase éste entre dos ríos. Sabedor Pizarro de la marcha de Gasca y de la reducción de la armada, resuelve salir contra Diego Centeno. Ahorca Acosta a Mejía y a otros soldados. Fuga de Jerónimo de Soria a Trujillo con las cartas de Pizarro. Carvajal manda dar garrote al capitán Lope Martín. Salen Acosta y Pizarro contra Centeno. Reúnese toda la armada con el Presidente en Manta. Promesas de próximo socorro que recibe de Nueva España. Nuevas prevenciones para la guerra. Tumor pestilencial que sufre su gente. Arriba a Túmbez Nicolás de Albenino Biografía de Nicolás de Albenino Epístola Lo que ocurrió luego de la batalla de Chupas. Se conoce la venida del virrey Blasco Núñez Vela. Noticia de las ordenanzas nuevas Llega el virrey Blasco Núñez Vela. Primeros actos de gobierno Vaca de Castro sale del Cuzco con dirección a Los Reyes Vaca de Castro llega a Jauja. Pasa luego a Los Reyes Llega Blasco Núñez Vela a Los Reyes. Aplica las nuevas ordenanzas Gonzalo Pizarro pasa de Las Charcas al Cuzco. Los vecinos le nombran su Procurador ante el Virrey Blasco Núñez Vela se maravilla de que nadie vaya del Cuzco a Los Reyes. Pizarro recoge toda clase de armas El Virrey prohíbe salir de Los Reyes al Cuzco El Virrey resuelve resistir a Gonzalo Pizarro Pedro de Puelles alza bandera por Gonzalo Pizarro en Huánuco Gonzalo Díaz alza bandera por Gonzalo Pizarro Descontento general contra el Virrey Blasco Núñez Vela da muerte a puñaladas a Illán Suárez de Caravajal Los Oidores apresan al Virrey Pizarro ambiciona gobernar la tierra. Sale del Cuzco. Vecinos contra Pizarro Vecinos del Cuzco se movilizan para servir al Virrey Degüella Pizarro dos capitanes del Virrey Prisión de Vela Núñez hermano del Virrey. Recupera luego su libertad Blasco Núñez Vela recupera su libertad y envía a Quito un mensajero desde el puerto de Tumbes Apresan los Oidores a Vaca de Castro Gonzalo Pizarro se acerca a la ciudad de Los Reyes Caravajal ordena ahorcar a tres vecinos del Cuzco Los Oidores nombran a Pizarro Gobernador en nombre de Su Majestad. Entra en la ciudad Gonzalo Pizarro ejerce desde luego sus funciones Pizarro no permite que los Oidores participen en el Gobierno

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Pizarro envía unas barcas con gente a Panamá. La gente de Quito apoya al Virrey El Virrey se entera de la movilización de capitanes de Pizarro. Bachicao se apodera de una nave mercante El Virrey huye de Tumbes. Bachicao se apodera del puerto y lo saquea en parte. Se le junta gente maleante Bachicao se acerca a Panamá y luego desembarca allí. Gran temor de sus habitantes. Se hace de navíos y gente. Todos ansían pasar al Perú Llega a Quito el virrey Blasco Núñez Vela. Es Quito provincia de las mejoras y más provistas de Indias. Tiene ricas minas Sale el Virrey con dirección a San Miguel. Órdenes de Pizarro Llega a Trujillo Gonzalo Pizarro. El Virrey derrota a cuatro de sus capitanes El Virrey victorioso avanza a Piura. Miguel Yánez muere en la horca Pizarro se entera de la derrota en Trujillo Manda el Virrey a su hermano por el camino de Trujillo. Es ahorcado Argüello Gonzalo Pizarro se acerca a San Miguel y celebra consejo con sus capitanes El Virrey decide salir de San Miguel Gonzalo Pizarro emprende la persecución del Virrey al saber que salió de San Miguel. Pierde el Virrey toda su gente Robos y sevicias de la gente de Pizarro. Caravajal ahorca a gente de distinción y de valía El virrey Núñez de Vela llega en su retirada a la ciudad de Quito. Sale a Popayán. Pizarro llega a Quito El Virrey mata tres capitanes suyos El capitán Bachicao sale de Panamá con gente y va a juntarse con Pizarro Gonzalo Pizarro y Bachicao se meten en Quito Pizarro envía a Panamá al capitán Hinojosa con el título de General Los vecinos de Panamá deciden resistir a Bachicao y alzan bandera por Su Majestad Parte el Virrey a la Gobernación de Benalcázar. Es bien recibido Hinojosa apresa a Vela Núñez y parte a Panamá Hinojosa usa de astucia para entrar en Panamá Conoce Pizarro en Quito que el capitán Diego Centeno se ha alzado por Su Majestad en las Charcas. Centeno es vencido por fuerzas de Pizarro al mando de Toro Melchor Verdugo se alza en Trujillo por Su Majestad. Albenino cae preso Francisco de Caravajal derrota al capitán Diego Centeno. Crueldades de Caravajal Sale el virrey Blasco Núñez de Vela de la gobernación de Benalcázar con rumbo a Quito, en busca de Pizarro Gonzalo Pizarro piensa que el Virrey no quiere darle batalla y se sitúa media legua fuera de Quito. Combate el Virrey con

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Pizarro y es vencido. Muerte del Virrey. Benalcázar queda herido. Crueldades de la gente de Pizarro después de la batalla. Degüello de prisioneros y rendidos Prisiones ordenadas por Pizarro. Manda a Benalcázar a su gobernación. Pedro de Puelles se queda en Quito por Pizarro, mientras éste parte a San Miguel. Destierros a Chile Melchor Verdugo sale de Nicaragua para auxiliar al Virrey ignorando su descalabro. Combate con Pedro de Hinojosa y es derrotado por éste Verdugo se encuentra en Cartagena con don Pedro de La Gasca, quien le envía de inmediato a Castilla, para que informe de los sucesos hasta entonces ocurridos Pedro de Hinojosa informa a Pizarro la llegada de La Gasca Llega La Gasca a Nombre de Dios y pasa luego a Panamá desde donde escribe una carga a Gonzalo Pizarro por no poder pasar al Perú como lo deseaba Pizarro celebra consejo con sus partidarios al saber la venida de La Gasca. Pide para sí el gobierno del Perú Desdichada suerte de dos capitanes del virrey Núñez de Vela La Gasca se atrae la confianza y simpatía de los capitanes de Pizarro en Panamá. Amplitud de los poderes que traía consigo Saldaña e Hinojosa hablan con La Gasca Tres capitanes tratan con Hinojosa y se someten a La Gasca. Hinojosa hace lo propio. Panamá alza bandera por Su Majestad La Gasca acopia refuerzos en Panamá Juan Vedrel construye una galera para La Gasca y ella sale aunque pequeña muy gentil Pizarro se ve forzado a enviar desde el Perú seis navíos a Panamá Gonzalo Pizarro intenta inútilmente deshacerse de La Gasca en Panamá Gonzalo Pizarro ordena degollar a Vela Núñez, hermano del virrey Blasco Núñez. Destierra a Panamá al obispo Loaiza. Celada que Pizarro tendió a Vela Núñez. Ni entre moros se vio cosa semejante La Gasca, para dar aviso del perdón de Su Majestad, despacha cuatro navíos desde Panamá El presidente La Gasca se hace a la mar Ordena Pizarro se le avise la llegada de navíos Puerto Viejo se declara por Su Majestad Diego de Mora decide levantar los vecinos de Trujillo por Su Majestad Diego de Mora se embarca y se encuentra con cuatro navíos de La Gasca a los que suministra víveres. Regresa luego a Trujillo Es apresado un navío de Pizarro al encaminarse a Trujillo Diego de Mora pasa a Cajamarca y se comunica con sus compañeros de armas. Mercadillo alza bandera por Su Majestad Muerte de Pedro de Puelles en Quito. Rodrigo de Salazar alza bandera por Su Majestad en Quito. Es nombrado Justicia mayor y Capitán General por Su Majestad en Quito

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Diego de Villalobos alza en San Miguel bandera por Su Majestad Llega La Gasca y pasa luego a Tumbes Gonzalo Pizarro junta hombres y armas en la ciudad de Los Reyes. Pizarro da una paga de gran valor a los suyos Diego Centeno se apodera del Cuzco en nombre del Rey. La Gasca pide a Salazar salir de Quito y juntarse con él Lorenzo de Aldana entra en el puerto de la ciudad de Los Reyes con cuatro navíos. Pizarro se niega a acatar la autoridad de Su Majestad Lorenzo de Aldana comunica el perdón de Su Majestad a todos los que abandonen a Pizarro. Muchos de sus soldados abandonan a Pizarro Lorenzo de Aldana despacha un barco a Tumbes con cartas para La Gasca Don Antonio de Rivera, cuñado de Pizarro, alza bandera en Los Reyes por Su Majestad, aprovechando de la ausencia de Pizarro Juan de Illanes se queda con los navíos Diego Centeno sale al encuentro de Pizarro La Gasca llega a Jauja Diego Centeno combate con Pizarro en Guarina y es vencido. Pizarro se fortifica en el Cuzco La Gasca reúne más gente y se moviliza al Cuzco. Llega a tener más de dos mil hombres. Préstamo en oro de los mercaderes de Los Reyes Pedro de Bobadilla llega de Chile al puerto de Los Reyes y se une a La Gasca Diego de Mora, testigo presencial de los sucesos, los describe desde la ciudad del Cuzco en carta a un amigo suyo El día lunes nueve de abril del año 1547 Pizarro quema dos puentes construidos por La Gasca. Pedro de Hinojosa y Pedro de Valdivia, en acción Pizarro envía a Juan de Acosta para detener el avance de La Gasca Los campos enemigos se sitúan sólo a media legua de distancia Trábase la lucha y Pizarro sufre el primer descalabro Las tropas de La Gasca descienden de las alturas al llano y se ordenan para la batalla final Gonzalo Pizarro espera ser acometido. La Gasca desea que se pasen a él las tropas de Pizarro. Confusión en el campo de Pizarro. Diego Guillén le abandona. Las tropas de Pizarro vuelven las espaldas Yo soy el desdichado de Gonzalo Pizarro. Prisión de Caravajal Total desbarato y muerte de Gonzalo Pizarro. Mueren también Caravajal, Guevara, Maldonado y Juan de Acosta Serena actitud de La Gasca. Entra en la ciudad del Cuzco Sentencia de muerte que dieron contra Gonzalo Pizarro, Alonso de Alvarado y el licenciado Cianca Éste es el fin de Pizarro La Gasca se halla en el Cuzco

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Introducción Ningún conocimiento de mayor importancia para un pueblo que el de sus orígenes, porque en ellos se encierran los elementos que le dieron el ser y los que determinaron su formación a través del tiempo, así en sus caracteres racionales como en los que, integrándose con otros, llegaron por la evolución a constituir lo que se conoce, en un momento dado, como una nacionalidad determinada. Pueblo que no sabe de dónde procede, cómo se ha ido estructurando con el correr de las edades, las vicisitudes por las que ha pasado y los acontecimientos que en él influyeron decisivamente, no merece el nombre de tal, ni puede estimarse poseedor de una individualidad jurídica y política digna de respeto. El estudio y aprecio de la historia, se funda precisamente en estas consideraciones. No es la historia pasatiempo de desocupados o entretenimiento de eruditos ansiosos de hurgar en el ayer para satisfacción de su vana curiosidad. Si el pasado no interesara para el presente y sirviera para el porvenir, bien podría quedar enterrado y olvidado sin remedio, sin que valiera la pena preocuparse con él para nada. -34- La célebre frase que asevera que la humanidad se compone más de muertos que de vivos y aquella otra que enseña que los muertos mandan, tienen un fondo de verdad indiscutible. Vivimos del ayer más que del presente. Somos la resultante de generaciones que actuaron antes que nosotros y de fuerzas que obraron activamente en épocas remotas. Ni el hoy se puede comprender sin conocer el ayer, ni el futuro preparar adecuadamente sin medir las fuerzas que influyeron en la evolución de la sociedad. Se ha aseverado, con razón, que si conociéramos como es debido los siglos en que América vivió bajo la dominación de España, tendríamos resueltas las tres cuartas partes de los problemas que tanto nos agobian. La explicación de los acontecimientos históricos no es dable si se desconocen los antecedentes que los determinaron. El presente no se formó de manera espontánea: es una resultante de hechos anteriores reales y verdaderos. La historia, excelsa escuela de patriotismo La historia es la más excelsa escuela de patriotismo. En realidad, no se puede amar lo que no se conoce y, correlativamente, mientras más se conoce más se ama, según la frase feliz de Leonardo de Vinci. Para amar a la Patria hay que conocerla. Hay que remontarse a sus orígenes, verla nacer y formarse; observar cómo crece y se va desarrollando; cómo avanza y también cómo retrocede, qué causas obraron para su progreso y cuales para su momentánea -35- decadencia; analizar, en suma, su vida tal como se haría con la de un ser orgánico. Nunca ahondaremos suficientemente en el pasado, para apreciar como es

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debido a nuestra Patria. Elementos que integran la nacionalidad Desde que en 1871 Mancini lanzara en su cátedra de la Universidad de Turín la cuestión relativa a la nacionalidad y a sus alcances, ella ha influido profundamente en las transformaciones de los Estados, dando lugar a sucesos de veras importantes. Son variados y múltiples los elementos que integran la nacionalidad de un pueblo. Los hay histórico-geográficos, lingüísticos, sociales, culturales. ¿Cuáles son los más importantes de ellos? Sin base territorial no se puede hablar de nacionalidad, por tanto los factores histórico-geográficos son los de veras fundamentales para un pueblo y a ellos hay que dar atención preferente. Una mirada a los relatos de los Cronistas Primitivos Era del caso recordar estas verdades, que no por sabidas dejan de ser de perenne actualidad, para comprender -36- y aquilatar el valor de los relatos de los Cronistas Primitivos. Si queremos afirmar nuestra posición internacional, si anhelamos que al Ecuador se le considere y estime en el concierto de los pueblos de América, es de todo punto indispensable que procuremos hacer valer los rasgos esenciales que le dan personalidad inconfundible y singular; que consideremos y veamos cómo en todo tiempo habitó en territorio propio un grupo humano que se distinguía de los otros, al parecer de idénticas costumbres y de común origen. Hubo un asiento geográfico llamado Quito, en el que seres primitivos convivieron, más o menos ordenadamente, en la época anterior a la conquista de América por hombres blancos venidos desde Europa y antes también de la invasión incásica que partiera de las tierras del Sur. Existió por lo menos un principio de nacionalidad quiteña, que hemos de tratar de poner en claro. No somos de ayer: nuestros orígenes se remontan muy lejos en la historia. Conocer esos antecedentes, así fuera de modo imperfecto y somero, es de todo punto necesario y ello podremos lograrlo recorriendo los relatos que nos conservaron los Primitivos Cronistas que escribieron sobre cosas de América. Primeros habitantes de nuestro territorio. Lo que escribe Luis Baudin ¿Cuáles fueron los primitivos habitantes de nuestro territorio y de dónde procedían? -37- He aquí un problema que, como tantos otros, no ha sido aún resuelto

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satisfactoriamente. ¿Fueron, como parece probable, mayas procedentes de América Central los que desde las costas ecuatorianas subieron hasta las tierras andinas? ¿Vinieron acaso de más remotos países, de la China o de la Polinesia? La prehistoria de América es aún incierta y llena de oscuridades y vacíos. La de nuestra Patria se halla en sus comienzos, en cuanto a investigaciones se refiere. ¿De dónde procedían los indígenas que poblaron nuestro territorio, antes de la invasión de los Incas peruanos? Nada seguro podemos afirmar hasta el momento y hemos de contentarnos, por lo pronto, con lo que conocemos de la época histórica en que ocurre la conquista española y, a lo sumo, con lo que antes de ella nos han conservado ciertas tradiciones orales. Conviene recordar, a este propósito, lo que escribe el publicista francés Luis Baudin, en su reciente libro sobre La Vida cuotidiana en tiempo de los últimos Incas, aparecido en París en 1955. Al estudiar las civilizaciones primitivas de América, nos encontramos, dice, con una en la que siendo desconocida la escritura, nos vemos forzados para conocerla, a interrogar a arqueólogos, folkloristas y cronistas. La arqueología deja filtrar algunas luces relativas al pasado, al azar de los descubrimientos que sugieren hipótesis, antes que verdaderas soluciones; el folklore, muy rico, nos proporciona ecos que provienen del medio indígena, poco cambiante en el transcurso de los tiempos; en fin los escritos de los españoles, las crónicas, demasiado abundantes en cierto respecto, forman una masa caótica de informaciones políticas, económicas, sociales, militares, anecdóticas y científicas, por lo general mal presentadas, a menudo contradictorias y rara vez imparciales. Garcilaso de la Vega encomia a los Incas con exceso, mientras Sarmiento de Gamboa los vitupera sin medida; los -38- secretarios de los conquistadores se pierden en detalles militares, al paso que los misioneros se engolfan en sermones interminables. Poma de Ayala mismo, tan de moda entre los historiadores de hoy, por ser indio, por haberse descubierto su manuscrito no hace mucho y porque en su texto se introducen unos ingenuos dibujos, da prueba de poca cultura y objetividad. Por lo expuesto puede medirse la cautela exquisita con la que hay que proceder, antes de sentar conclusiones que rara vez resultan acertadas. El mismo reputado investigador, autor, no lo olvidemos, de ese estudio sobre El Imperio Socialista de los Incas, traducido a varias lenguas, recuerda, a propósito de los habitantes de nuestro suelo ecuatoriano, anteriores a la invasión incásica, el relato recogido por el padre Anello Oliva, de un encargado de custodiar las cuerdas de nudos en que iban siendo guardadas las noticias sobre sucesos del Imperio, llamado Catari, reputado por su saber, según el cual relato los hombres que huyeron del Diluvio alcanzaron a llegar a las costas ecuatorianas y un grupo de ellos, que comandaba el capitán llamado Tumbe se asentó en la ribera meridional del golfo de Guayaquil, fundando allí la población que tomó el nombre de su jefe: Tumbes. Un hijo de este fundador, llamado Quitumbo, huyó de una invasión de gigantes que había capturado a un hermano suyo, franqueó la Cordillera, ganó tierras altas y creó la ciudad que después llevó su nombre: la ciudad de Quito. En su reciente y celebrado libro sobre Las relaciones diplomáticas del Ecuador con los Estados limítrofes, su autor, don Jorge Pérez Concha, ha

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escrito con razón: «Hablar de los primitivos pobladores del Ecuador es tan incierto, como es hablar de las diferentes inmigraciones que -ya procedentes del Asia, ya de Polinesia- -39- llegaron al Nuevo Continente; y como incierta es también, la teoría de Ameghino, según la cual el hombre americano surgió de su propio medio». ¿Cuáles fueron las tribus primitivas? Recordemos la grave disputa tocante a la existencia de los Shyris y sobre si éstos sojuzgaron a los Quitus, o si acaso fueron pobladores primitivos de la Costa, los Caras, los que subieron hasta la planicie andina. En tanto se aclaran estos puntos, diremos, siguiendo autorizadas opiniones, que las tribus principales asentadas en la que es hoy República del Ecuador, parece que fueron las siguientes: los Quillasingas, al Norte; los Quitus y Puruhaes, al Centro; los Cañaris, Paltas y Huancabambas, al Sur; los Huancavilcas y Punaes en la Costa. Refundidas estas tribus en tres principales, no quedaron en la época de la conquista, al parecer, sino las de los Quitus y Puruhaes; los Cañaris; los Huancavilcas, Punaes y Caraques. Desde el Carchi hasta el Azuay se extendían Quitus y Puruhaes. Los Cañaris ocupaban el Azuay hasta el golfo de Jambelí y en la región de la Costa se asentaron Huancavilcas, Punaes y Caraques. El señor Jorge Pérez Concha, trae, en la obra ya mentada, esta cita del señor don Jacinto Jijón y Caamaño, tomada de su libro sobre Sebastián de Benalcázar: «Lo que hoy es la República del Ecuador no formó antes de la conquista incaica una sola Nación, un solo pueblo. Sin contar con las varias razas de la -40- zona pacífica y de la amazónica, más o menos vinculadas con las de la serranía, existían siete clases de gentes, que, de Sur a Norte, eran: Los paltas, los cañaris, los puruhaes, los pantzaleos, los caranquis, los pastos y -ya en Nariño- los quillasingas. Ninguna de estas Naciones formaba un Estado propiamente dicho; cada una se encontraba fraccionada en varias parcialidades, que se hacían mutuamente la guerra, de lo que provenía el que ciertos caciques llegaran a predominar, formando pequeños principados. Ello no era un óbice para que estos Régulos se agruparan, en confederaciones, en momentos de peligro». El Inca Tupac-Yupanqui y la invasión de nuestro territorio El Inca Tupac-Yupanqui emprendió desde el Sur la conquista de estas tribus, asentadas desde tiempos remotos en nuestro territorio. Parece que dominó fácilmente ciertas tribus del Sur, pero que se estrelló en un momento dado con la resistencia de los Cañaris, que le obligaron a retroceder en busca de refuerzos. Cuando volvió con ellos, los Cañaris se

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le sometieron y celebraron con él tratados de paz. Luego venció a las tribus del centro en Tiocajas y llegó hasta Quito, desde donde regresó al Cuzco. Sus conquistas las continuó su hijo, el Inca Huayna-Cápac, nacido en Tomebamba, ciudad de los Cañaris. -41- Huayna-Cápac extiende sus dominios Huayna-Cápac aumentó sus dominios por el Sur, hasta la actual República de Chile y una parte de la Argentina, y por el Norte hasta Pasto, sojuzgando también las tribus de la costa. El Inca incorporó, pues, el Reino de Quito al Imperio quichua, y para evitar toda oposición posterior y para congraciarse con los que había dominado, pidió en matrimonia a la princesa Paccha, hija del jefe del Reino de Quito. Así los vencidos pudieron ver en el Inca una especie de Rey propio, en cuanto esposo de la que había sido su princesa. Según los historiadores, duró treinta y ocho años el gobierno de Huayna-Cápac, que lo ejerció como soberano del Cuzco y como sucesor de los reyes de Quito. No viene al caso ponderar la avanzada civilización que los Incas encontraron en las tierras del Norte del Perú que ellos sometieron por las armas. Es de estos días el asombro que despertó la orfebrería de Puná, en cuantos tuvieron ocasión de admirarla en la exposición realizada en Lima. Tomebamba de los Cañaris, ocupaba el segundo lugar después del Cuzco en importancia y sus edificaciones competían con las mejores del Imperio. Usos, costumbres, idioma, religión, subsistieron en muchas partes del Reino de Quito, pese a la conquista del Inca y ello contribuyó no poco para que se disgregara el Imperio a la muerte de Huayna-Cápac, quien en su testamento lo dividió entre sus dos hijos: Atahualpa, nacido en Quito, y Huáscar, dando a este último el Cuzco y al primero el Reino de Quito. Los españoles habían desembarcado ya en Atacames, cuando murió Huayna-Cápac. -42- A la muerte de Huayna-Cápac, Huáscar declara la guerra a Atahualpa Don Horacio H. Urteaga, Miembro del Instituto Histórico del Perú, en su libro El fin de un Imperio, publicado en Lima en 1935, ha puesto en claro cómo Huáscar, mal aconsejado por envidiosos y desleales que conocían su modo de ser, «incapaz de ejercitarse en empresas militares, ni en vastos planes de expansión», todo lo contrario de su hermano Atahualpa que era de espíritu emprendedor y activo, concibió contra éste odio mortal, al suponer, como le decían, que Atahualpa aspiraba a coronarse como Inca, no contento con ser Rey de la porción de los dominios imperiales que le habían sido dados en el testamento de Huayna-Cápac, esto es de los que formaban la gobernación o Virreinato de Quito. Huáscar, de carácter violento e irascible, no sólo ultrajó a su madre, Arahua-Callo, sino que sometió al tormento a su tío Cusi-Tupac-Yupanqui, por creerlos adictos a Atahualpa. Por fin, habiendo Atahualpa enviado al

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Cuzco una embajada de nobles quiteños, portadora de mensajes de felicitación y de preciosos regalos para el nuevo Inca Huáscar, este último, en el colmo de su insensatez, hizo dar muerte a los embajadores y dio orden de abrir inmediatamente campaña sobre Quito, nombrando al valiente general Atoc jefe del ejército que debía marchar contra Atahualpa, al que calificaba de rebelde. Vino a complicar la situación el haberse declarado los Cañaris y los Huancavilcas, que habían sido siempre rivales de los quiteños, ostensiblemente partidarios de Huáscar. Habiendo fallecido el curaca gobernador de los Cañaris, el que debía sucederle creyó del caso acudir no donde Atahualpa sino donde Huáscar para pedir la confirmación de su título. Atahualpa nombró curaca de los Cañaris a uno de sus partidarios, residente en Tumipampa, y al saber que Cañaris y Huancavilcas -43- se agitaban en rebeldía, sacó sus tropas de Quito y atacó a los destacamentos de Tumipampa y los pasó a cuchillo. Huancavilcas, Cañaris y los de la isla de Puná trataron de organizarse para resistir a los de Quito, pero los venció Atahualpa, arrasó Tomebamba y degolló a sus pobladores. Huáscar, entre tanto, declaraba traidor y sacrílego a su hermano Atahualpa y ordenaba al general Atoc partir sin dilación, para traerlo vivo o muerto a la capital del Imperio, el Cuzco.- Escribe Horacio H. Urteaga: «La guerra fratricida fue ya inevitable. Las gentes pacíficas vieron con dolor este alistamiento para una lucha que había de ser cruentísima, motivada por pasiones tan violentas y odios tan encarnizados; y hubieron de llorar amargamente cuando las músicas militares anunciaron la salida de las tropas por la amplia vía abierta hacia el Norte, en dirección al Chinchasuyo: un respetuoso silencio los despedía, como fatal augurio de grandes calamidades». (Obra citada, páginas 93 a 101) Empeñada la guerra fratricida, Atahualpa derrotó a los ejércitos de Huáscar, y con sus generales Calicuchima y Quizquiz abrió para sí las puertas del Cuzco. Huáscar mismo cayó prisionero. Se ha notado, por distinguidos escritores, que la guerra entre Atahualpa y Huáscar fue una verdadera guerra de límites, pues que este último no acató las disposiciones de su padre Huayna-Cápac, que señaló lo que a Atahualpa debía corresponderle para su gobierno propio, entre Tumbes por el Sur y las tribus de los Quillasingas por el Norte. Recordemos que Atahualpa fijó su residencia en Cajamarca, en donde había de perder el Imperio y la vida a manos de Pizarro. -44- El período indígena en la historia americana Con la muerte de Atahualpa se cierra el período indígena en la parte de historia americana que con nosotros se relaciona, según la denominación aceptada por el doctor Juan Comas, Coordinador del Instituto Panamericano

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de Historia y Geografía. En este período vemos cómo las tribus indígenas autóctonas de nuestro territorio, que no eran por cierto tribus salvajes, según los testimonios que han quedado de su civilización, fueron sometidas a la dominación incásica que llegó del Sur, como invasión reciente a las tierras que ahora llamamos Ecuador. La ocupación del territorio por Conquistadores españoles, acabó con la autoridad de los Incas, pero también dio fin a la que había sido organización indígena propia de las tribus quiteñas, todas las cuales quedaron definitivamente sometidas al Conquistador extraño, venido desde Europa, que hizo tabla rasa de la que había sido autóctona civilización americana, en cuyo aprecio y conocimiento vamos adelantando día a día, a medida que progresan las investigaciones y descubrimientos arqueológicos. División de la historia patria según Belisario Quevedo A propósito de la llegada de los españoles a América, escribió Belisario Quevedo en su Texto de Historia Patria, lo siguiente: -45- «Mediante este suceso, nuestra Patria que como toda América, estaba separada del curso general de la Humanidad y de la Historia Universal, entró en ese curso y tomó parte en la Historia, recibiendo la sangre, la religión, las artes, las ciencias y las costumbres, de un pueblo altamente culto». (Obra citada, página 15. Edición de Quito, de 1942) La historia patria, como anota nuestro ilustre compatriota Quevedo, se divide naturalmente en tres partes: la primera, desde los más antiguos tiempos hasta la llegada de los españoles, la segunda, desde este hecho hasta la guerra de la Independencia, y la tercera desde esta guerra hasta nuestros días. Y agrega el mismo pensador que en la primera parte los datos son tanto más vagos y dudosos cuanto más lejos nos vamos remontando en el pasado; en la segunda tenemos ya relaciones escritas, monumentos y otras fuentes de saber precisas: se puede señalar cuándo comienza ese período y cuando termina. La tercera parte, en actual desarrollo, comienza con la guerra libertadora y llega hasta el momento actual. Parecer del historiador peruano, reverendo padre Rubén Vargas Ugarte El notable investigador R. P. Rubén Vargas Ugarte, a su vez, al hablar de la historia del Perú dice que pueden distinguirse en ella tres épocas: Incaica, Colonial y Republicana, siendo de advertir eso sí, agrega, que sería un error creer que estos tres períodos no se hallan vinculados entre sí y que hay entre ellos -46- solución de continuidad. Lo afirma así

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en su celebrada monografía Síntesis del Perú Colonial, publicada en Lima el año de 1950. Anota el padre Vargas que los elementos de raza y medio, enlazan estos tres períodos unos con otros. Si la historia del Perú arranca del Imperio fundado por los descendientes del legendario Manco, la de nuestra Patria ecuatoriana también se inicia con las noticias de las tribus indígenas que vivieron en nuestro suelo y con las luchas que hubieron de sostener en defensa de su autonomía, a las que antes hemos hecho referencia. Mas la historia verdadera de los países llamados a sobrevivir y desarrollarse incesantemente, comienza una vez que los Conquistadores españoles se asentaron definitivamente en suelo americano y se fundieron con el elemento indígena que encontraron en él. ¿Cuál fue el ideal perseguido en la conquista española? Una interrogación, dice el padre Vargas Ugarte, se han hecho en todo tiempo, los investigadores: ¿fue la conquista de América por España únicamente la hecatombe sangrienta del indígena, perpetrada por un grupo de aventureros, ávidos de riquezas? La pregunta equivale a indagar cuál fue el ideal de la conquista, y el distinguido jesuita peruano recuerda que para algunos se redujo a saciar la sed de oro que consumía a los que a ella vinieron, al paso que otros han visto en el conquistador al cruzado de la fe, ansioso de extender el reino de Cristo en regiones ignotas. -47- Ambas maneras de enfocar el problema se alejan de la verdad. Los hombres no proceden guiados únicamente por ideas abstractas o por inconfesables apetitos. Los españoles que pasaron a la América descubierta por Colón, lo hicieron a la vez con el afán de encontrar riquezas que les redimieran de necesidades y angustias y también movidos del celo de difundir la religión de Cristo. En la época de la conquista, subsistía en España el impulso guerrero que había llevado al pueblo a luchar con los moros y existía también en los espíritus una arraigada fe religiosa y un anhelo de que todos participaran de ella. Los dos impulsos no se excluyen ni se contradicen. Se podía trabajar por la fe católica y a la vez era dable obtener los bienes materiales, el oro y los servicios personales, que asegurarían el porvenir de los felices descubridores y pobladores de América. Fines económicos y fines espirituales integraban, así, el impulso que llevaría a cumplir hazañas de veras legendarias a una raza de hombres que a la distancia de siglos nos parece de titanes. Se ha anotado, acertadamente, que a la época de la conquista el celo religioso por extender la fe y combatir las herejías, formaba parte del ideal de España y que ésta acometió la conquista del Nuevo Mundo como empresa civilizadora y cristiana, movida por altísimo idealismo. Si el cruzado de Palestina, escribe el padre Vargas, llevaba en su pecho el ideal religioso, también lo tenía el conquistador de América, conjuntamente con el ansia de enriquecimiento y de dominación sobre los habitantes del Continente descubierto hacía años. Pasión religiosa y pasión del oro: dos móviles que explican la conquista de América.

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-48- Una ojeada a la sorprendente civilización de los Incas, según Rafael Kartsten Después de una vida toda ella consagrada a estudios e investigaciones sobre el pasado de América, el notable profesor de la Universidad de Helsingfors, Rafael Kartsten, fallecido en 1956, nos dio su libro titulado La civilización del Imperio Inca. Un Estado totalitario del pasado, traducido al francés y publicado en 1952 en la Casa Payot de París. Creo oportuno transcribir aquí algunos párrafos de la «Conclusión» de tan notable trabajo, que resumen adecuadamente lo que debemos opinar de aquella civilización y de la obra de España en el Nuevo Mundo. Dice así el profesor Kartsten. «Se puede mirar como hecho bien establecido, que los Incas no se quedaron en el estado de organización por ayllus. Sobre las bases sentadas por las tribus peruanas, centenares y aun millares de años antes de que aparecieran los Incas, estos últimos crearon un nuevo orden social y político, un verdadero Imperio que, considerado en el cuadro de su época, ha de estimarse casi como sin paralelo alguno en la historia. »El reino del Tahuantinsuyo en tiempo de Pachacutec, de Tupac Yupanqui y de Huayna Cápac, no era, como afirma Curnow por ejemplo, un mero agregado de tribus, más o menos hostiles entre ellas: era un Estado, en el sentido moderno de la palabra, de tal modo imponente que no puede menos de atraer nuestra admiración, pues, demuestra el genio de los hombres que lo fundaron. »La enorme extensión del Imperio, resultado de un sorprendente poder militar y de una muy hábil política, a la vez que su organización interior con la jerarquía de funcionarios de todos los rangos y el maravilloso sistema administrativo que parece haber -49- funcionado con la precisión de un mecanismo bien regulado, todo ello se debió a los Incas. »El hecho de que este gran Imperio tan bien organizado -diríamos que demasiado bien organizado- se haya desmoronado relativamente pronto bajo los golpes de un enemigo muy inferior es otro asunto, y proviene de circunstancias de las que dijimos ya algunas palabras. Hay que buscar la causa, en parte en la inercia y en la pasividad características aún hoy de los indígenas del Perú y de Bolivia, que viven en las montañas. El Imperio Inca estaba también ya en decadencia cuando aparecieron los españoles. Se había iniciado un proceso de desintegración que tarde o temprano habría ocasionado su ruina. Además y éste es un hecho capital, los Indios de la América del Sur hubieron de enfrentarse por vez primera con una raza de civilización superior y de 'diplomacia' de métodos violentos, desprovistos de escrúpulos, que les superaba en todo. »Hay una cuestión que deseamos dilucidar en pocas palabras. En la época de la conquista española y después de ella, algunos escritores han tratado de acreditar la opinión según la cual la ley

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'totalitaria' de los Incas era en esencia una tiranía insoportable que no merecía otra suerte que la de ser destronada. Los autores de la escuela de Toledo hasta han pretendido que la conquista española fue beneficiosa para el pueblo peruano. Es una idea que aparece constantemente, por ejemplo, en la Historia de Sarmiento de Gamboa. Es ésta una manera de presentar las cosas que conviene refutar. No es raro oír que el poder absoluto del soberano, por lo menos en el apogeo del Imperio, traía como consecuencia una cruel opresión para el pueblo y que el soberano era temido y odiado. La exposición que hemos hecho sobre el carácter teocrático del Imperio Inca y sobre las relaciones existentes entre los súbditos y su monarca 'divino', demuestran que ésta es una opinión injustificada. -50- »La ley de los Incas era rigurosa y rígida, pero era justa. Es cierto que existía diferencia muy marcada entre las diversas clases sociales y que el gobierno ejercía supervigilancia muy estrecha sobre las clases medias e inferiores; pero esta supervigilancia la estimaba el pueblo perfectamente natural y los súbditos del Inca apreciaban mucho las precauciones tomadas para que los señores y los funcionarios no oprimiesen a los desvalidos. »El aspecto más admirable de la civilización Inca, aparte de su sistema político, era, en mi opinión, su legislación social mediante la cual los soberanos habían tomado medidas cuya utilidad y necesidad sólo muy recientemente han asomado en las naciones civilizadas en Europa. Ningún Estado, ni aun en la época moderna tomó tanto afán para asegurar que los más humildes miembros de la colectividad, los más pobres y desheredados, fuesen protegidos por la sociedad y pudiesen llevar una existencia digna del ser humano. »El período colonial español vio nacer un estado de cosas radicalmente diferente: una raza extranjera, completamente ignorante de la psicología de los Indios, animada del deseo desenfrenado de destruir y de enriquecerse, se apoderó del poder en el antiguo Imperio Inca. El libro del escritor indio, Huamán Poma Ayala, nos relata cuán profundamente sintieron los antiguos súbditos del Inca la terrible opresión bajo la cual vivieron después de la conquista española. Sabemos que el libro fue precisamente compuesto para llamar la atención del gobierno español hacia las graves faltas y los abusos de la administración colonial. Debemos subrayar, para concluir, que a pesar de todo no hemos de reprobar con exceso a los españoles su conducta, pues que ellos no se portaron en conjunto, con sus súbditos de color, peor que las otras potencias coloniales. Los anglosajones y los franceses que con el alcohol, las matanzas y las salvajes guerras de exterminio sometieron a los Indios de la América del -51- Norte, no fueron más humanos que los españoles en la América del Sur. Monarcas como Carlos Quinto y Felipe Segundo por lo menos ensayaron, mediante disposiciones legales, aliviar los sufrimientos de sus miserables súbditos de color, bien que estas leyes se mostrasen ineficaces en la práctica. Por regla general, los sacerdotes españoles hicieron esfuerzos para proteger a los indígenas y las razas anglosajonas no han sido capaces de producir

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en América del Norte un defensor de dos derechos de los Indios que pueda compararse a Bartolomé de las Casas. »Y hay que recordar también que no es sólo bajo la dominación española cuando los indios del Perú han conocido la opresión. Todavía ahora, los herederos de la civilización del antiguo Imperio, viven en condiciones sociales casi intolerables, que llevarán fatalmente a una crisis, tarde o temprano». (Obra citada, páginas 254 a 257) Pronto se supo de las tierras situadas hacia el Sur. Trayectoria de Francisco Pizarro En el afán conquistador y descubridor, pronto se conocen las noticias acerca de unas tierras situadas al Sur de las que ya se había encontrado en un primer momento. Allí estaría la verdadera Castilla del Oro que algunos descubridores creyeron hallar en las tierras del Istmo y en el Golfo de las Perlas. Para la empresa en esas nuevas tierras del Sur, se comprometen con un contrato Pizarro y Almagro, -52- Luque, Andagoya y Basurto, cuyas labores de descubrimiento se inician en 1524. Las primeras tentativas no obtienen buen resultado y Luque pide ayuda al licenciado Espinosa el 10 de marzo de 1526. Andando los meses se rescindirá el contrato celebrado con él, pero se mantendrá en todo tiempo una especie de compañía entre los socios de la primera hora. El año de 1526 se señala en la historia como aquel que permitió llegar hasta la Bahía de Atacames a los expedicionarios, en tierras sometidas a los Incas. Hay que mirar al piloto Bartolomé Ruiz como al verdadero descubridor del Perú. Había él dejado a Pizarro a orillas del San Juan, mientras Almagro regresaba a Panamá en busca de refuerzos. Viene luego la hazaña de Pizarro y de los que en la Isla del Gallo decidieron con él atravesar aquella línea que marcaba el derrotero por donde se iría a la fortuna y a la fama, venciendo con audacia lo desconocido. Partieron de la Gorgona para descubrir el Sur en el pequeño barco que había traído Bartolomé Ruiz de Panamá. Quedaron asombrados al contemplar el golfo de Guayaquil, «rodeado de verdura, mientras en lontananza se dibujaban las crestas de los Andes, coronadas de nieve», como escribe el autor de la Síntesis del Perú Colonial. En este sitio se encontraron con embarcaciones tripuladas por indígenas: eran los tumbecinos y guiados por ellos llegaron al puerto de Tumbes, entrada del Imperio peruano. Decidieron regresar a Panamá, pues, lo que habían visto era suficiente para despertar la codicia del descubrimiento y conquista, pero faltaban para ello los medios necesarios. A buscarlos partió Pizarro a España y a firmar también con el gobierno español las «capitulaciones» de la conquista del Perú, porque hay que recordar que la empresa de la conquista de América era un negocio de interés particular, en -53- el que los

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conquistadores españoles tenían que actuar por su cuenta y riesgo, sujetándose a las concesiones que les había hecho la Corona de España, en orden a los territorios que descubrieran y pacificaran. Toda conquista y descubrimiento entrañaba un contrato bilateral. Anota el padre Vargas que en ese contrato «el Estado se comprometía a otorgar mercedes y franquicias y otros gajes al Capitán o Adelantado, y éste, en cambio, se obligaba a costear la empresa, llevarla adelante con su persona y bienes y sujetarse a las instrucciones que se le diera al respecto». Las capitulaciones para la conquista del Perú se firmaron en Toledo, entre la reina doña Juana la Loca y Francisco Pizarro, el 26 de julio de 1529, «para continuar, dicen ellas, la dicha conquista y población, a su costa y minsión». Desde luego, esas capitulaciones tenían un molde legal al cual debían sujetarse, pues, ya el 17 de noviembre de 1526, Carlos Quinto había mandado promulgar en Granada las Ordenanzas e Instrucciones sobre Descubrimientos, en previsión de los que habían de ocurrir en el devenir de los años. Salió Pizarro de Sevilla, acompañado del padre Valverde, en 1580, y en diciembre de ese año tomaba rumbo a Tumbes, «sin la gente y vitualla que convenía», como dijo en carta al Rey el licenciado La Gama. Con Pizarro viajaron desde Sevilla sus hermanos Hernando, Gonzalo y Juan y, a más de Valverde, el dominico fray Reginaldo de Pedraza. De Panamá salieron ciento ochenta infantes y veintisiete caballos. Recalaron en San Mateo y acordaron continuar por la costa. Sin los auxilios que llegaron con el tesorero Riquelme y en especial sin los que desde Nicaragua trajo Benalcázar, que alcanzó a Pizarro en Puerto Viejo, habría sido imposible seguir adelante, pues, enfermedades y muertes afligieron a las tropas del descubridor del Perú. El cuartel general lo establecieron en la Isla de Puná y con los refuerzos que allí llevó en dos navíos -54- Hernando de Soto, consistentes en cien infantes y unos pocos caballos, pasó el conquistador a Tumbes, que habían asolado sus habitantes. Hacia Cajamarca. Mayo 24 de 1531 En mayo 24 salió Pizarro hacia Cajamarca con sesenta y siete hombres de a caballo y ciento diez de a pie. La lucha entre los partidarios de Atahualpa y los de Huáscar seguía cada vez con más violencia. El día viernes 15 de noviembre de 1531 pudo contemplar Pizarro por vez primera la ciudad incaica de Cajamarca, desde una eminencia. Dividíase en dos partes: en una de ellas se alzaban las casas reales, en otra el campamento del ejército del Inca, bajo toldos de campaña. Son conocidos los sucesos posteriores y cómo, en un arranque de audacia y de valor propio de esos tiempos y esos hombres, Pizarro tomó preso a Atahualpa en su propio campamento. Dos puntos ha aclarado el padre Vargas Ugarte en la valiosa monografía antes citada y de la que nos hemos servido para resumir los acontecimientos que estamos recordando. Fray Vicente Valverde leyó al Inca el «requerimiento», alegato en que se

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exhortaba a las nuevas gentes a reconocer la soberanía de los Reyes de Castilla, a recibir de paz a sus enviados y a aceptar la fe que se les iba a predicar. Se prescribía esta lectura en las Instrucciones para los nuevos descubrimientos; el texto lo había compuesto el doctor Palacios Rubio. -55- Valverde, al ver la actitud amenazadora de Atahualpa, no tuvo más que hacer que volverse a los suyos y animarles a hacer uso de sus armas. El otro punto se relaciona con el número de indios muertos en la refriega que siguió a este hecho. Parece que debe fijarse en el de dos mil el número de muertos. Muerte del Inca, 29 de agosto de 1533 Conocemos ampliamente lo relativo a la oferta de rescate que hizo el Inca, y lo que del oro que reuniera Atahualpa correspondió a los españoles que le habían apresado. No se han conservado ni el proceso ni la sentencia dictada contra el Inca, ajusticiado el 29 de agosto de 1533 y al que se le acusó de dos delitos: haber ordenado la muerte de su hermano Huáscar y haber dispuesto que se acometiera a los españoles. Ninguna de estas acusaciones es válida, pues, no consta que fuera Atahualpa quien dispuso el suplicio de su hermano y en cuanto a lo segundo, como todos convienen en ello, no es delito jamás la propia defensa, sino por el contrario cosa enteramente lícita. Salió Pizarro de Cajamarca el día 15 de setiembre de 1533, con dirección al Cuzco. Antes fundó, en el mismo año, la población de Jauja. Ocupó con sus tropas, unidas a las de Almagro y a las de Hernando de Soto, la llanura de Jaquijaguana, aquella en la que años más tarde sería vencido su hermano Gonzalo Pizarro. En Jaquijaguana fue quemado Calicuchima, acusado de haber asesinado al hermano menor de -56- Huáscar, Tupac-Huallpa, al que había proclamado Pizarro como soberano indio, y de estar en conversaciones con Quisquis para atacar a los españoles. El día 15 de noviembre de 1533 entró Pizarro en el Cuzco, cuya defensa habían abandonado las fuerzas del Inca, luego de incendiar los almacenes y palacios reales. La fundación española del Cuzco se hizo el día 23 de marzo del año siguiente, 1534. Qué causas facilitaron la Conquista del Perú Al sociólogo y al historiador le interesa averiguar qué causas contribuyeran a facilitar a las huestes de Pizarro la conquista del poderoso Imperio del Perú. No he hallado mejor resumen de ellas que el elaborado por el padre Rubén Vargas Ugarte en su Síntesis del Perú Colonial, que me place reproducir aquí. Las conquistas incaicas habían dado a sus dominios una extensión desmesurada. Muchas tribus o naciones no habían sido sometidas sino en parte, como ocurría precisamente con las de la comarca de Quito. Los

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orejones, nervio del Estado, se habían enervado en el mando y perdido la unidad con los privilegios creados por el Inca; se había multiplicado la clase de los yanaconas o siervos, y el reparto de las tierras a los orejones había disminuido la producción y aumentado las cargas sobre los demás. Las crueldades de Huayna-Cápac le enemistaron con muchos súbditos. Las matanzas de Atahualpa hicieron que fuera odiado y que desapareciera la veneración con la que se trataba al Inca. El régimen socialista de los Incas había acostumbrado a los indios al yugo -57- y a la sumisión; su inercia y pasividad les llevaba a someterse fácilmente, en cuanto despareciera el jefe; su estrecha mentalidad no negó a medir el alcance de un cambio de dominación. Pizarro se aprovechó de su docilidad y del respeto a la autoridad del Inca y se sirvió hábilmente de miembros de la familia de este último y de los principales jefes, para tener a raya a los súbditos del Inca. En suma, sin las luchas intestinas en el país de los Incas, la conquista no se habría realizado tan rápidamente. Alvarado en Bahía de Caráquez Estando Pizarro en el Cuzco, recibió aviso de que don Pedro de Alvarado había desembarcado en la bahía de Caráquez y al saberlo destacó inmediatamente a Almagro para que fuera a unirse a Sebastián de Benalcázar que desde la primera población fundada por el Conquistador en el Perú había partido a Quito, en razón de figurar el Reino de Quito dentro de los territorios que la Corona de España reconocía en favor de Francisco Pizarro en las estipulaciones acordadas con él. En Riobamba se juntaron Almagro y Benalcázar y la lucha con las hueste de Alvarado se evitó con el acuerdo a que llegaron estos capitanes. Almagro y Alvarado partieron en busca de Pizarro que a la sazón se hallaba en Pachacámac. Hízose la paz en términos satisfactorios y Alvarado regresó a Guatemala dejando en tierras de Quito y del Perú la gente que con él había venido. -58- Fundación de Lima. Los Cabildos Civiles Pizarro resolvió fundar una ciudad en el valle del Cacique de Lima, repartiendo solares a los vecinos de Jauja, que abandonaron su primer asiento y pasaron al nuevo. Surgió así el 18 de enero de 1535 la Ciudad de los Reyes, que había de ser Metrópoli de la América Austral. El año anterior, 1934, había sido fundada ya la Ciudad de San Francisco de Quito. Las ciudades habían de ser los asientos civilizados desde donde irradiarían a las regiones todas del territorio los beneficios de la cultura traída a América desde el antiguo Continente. Sus Cabildos Seculares serían el trasunto de los Municipios castellanos y la fuente de donde emanaría todo impulso civilizador y creador, no menos que el baluarte de las libertades que comenzaban a decaer en la Península. El estudio fundamental sobre esta materia, del que no se puede prescindir, es

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el del insigne americanista padre Constantino Bayle, de la Compañía de Jesús, titulado: Los Cabildos Seculares en la América Española, publicado en Madrid el año de 1952, al que hemos de recurrir en todo caso. La fundación de las ciudades fue el arraigo que a la tierra tuvieron los que habían venido en son de guerra al Continente Americano. Nacía así una nueva forma de cultura y de vida; nacía América española. Dejadas de lado las armas, comenzaba el roturar y cultivar de las tierras; se iniciaba el laboreo de las minas, principiaban los trabajos e industrias que habían de llenar necesidades imprescindibles de los núcleos de vida. Se lograba también así, como lo han anotado los historiadores, la fusión entre la ciudad y el campo. Quedaron, claro es, algunos que empleaban su tiempo en empresas bélicas: Almagro partió a Chile, Gonzalo Pizarro se fue a las Charcas, pero la generalidad se asentó en las tierras que les tocó en el reparto de las mismas para cultivarlas y hacerlas -59- valer. No pocos mezclaron su sangre con la indígena, y desde luego religión, idioma y costumbres trataron de introducir entre los habitantes autóctonos de la tierra que habían venido a descubrir y conquistar. La lectura de los Libros de Cabildos, es, por todos estos motivos, la única que puede capacitarnos para seguir acertadamente y apreciar como es debido el desarrollo y crecimiento de nuestra Patria Ecuatoriana. Por ello, no hay empresa que pueda estimarse de mayor interés patriótico que la encaminada a publicar por la imprenta la totalidad de los Libros de Cabildos que guardan en sus Archivos las Municipalidades ecuatorianas. Muchos de esos venerables Libros se han perdido ya, desgraciadamente; es tiempo de que se salve de extravíos, incendios y robos lo que aún queda de los mismos, pues, en ellos se consignan día a día los esfuerzos creadores de nuestros antepasados, merced a los cuales se formó la que hoy llamamos República del Ecuador. Breve apreciación de las Fuentes para la historia de América Vale la pena, con esta oportunidad, de ahondar un tanto, siguiendo a escritores de renombre, en lo que podríamos llamar estimación o valuación de las fuentes para la historia de América. El ilustre profesor de las Universidades de Buenos Aires y La Plata, doctor Fernando Márquez Miranda, en su Ensayo sobre los artífices de la platería en el Buenos Aires colonial, expresa que debemos, hoy por hoy, negarnos al fácil halago de las vastas -60- síntesis, cuando tratamos de la historia de América, debiendo limitarnos, humildemente, a reunir materiales sólidos que habrá de utilizar ágilmente el historiador de mañana, materiales que reposan todavía en su mayor parte en los Archivos del Continente Americano y de fuera de él. Esta observación y llamamiento a la humildad y sensatez, es particularmente preciosa para nuestra historia ecuatoriana, pues, apenas hemos comenzado a catalogar nuestros Archivos y ponerlos en orden, no se diga a hacer valer en debida forma documentos que ellos guardan y que son indispensables para el conocimiento acertado de los hechos. El notable Rector de la Universidad de Tucumán, ya fallecido, doctor Juan

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B. Terán, del que escribió Javier de Cardaillac que en sus obras recuerda a Taine por la técnica y a Michelet por el estilo, en su libro sobre El Nacimiento de la América Española, traducido al francés, hace notar que para la historia de América, los documentos más importantes son los del siglo XVI: la época de la Conquista, la de la gestación creadora, la que ha decidido y determinado las demás. El doctor Terán analiza las fuentes de que disponemos para el estudio del período colonial en nuestra América, discrimen que raros publicistas han realizado con tanto acierto y competencia. No da importancia mayor, el célebre Rector, a las Leyes y Decretos Reales, al revés de otros que los han mirado como la más autorizada y pura. Esas leyes y decretos no expresan la realidad social: son meras manifestaciones de ideas y proyectos. Tienen un estilo enfático y elevado y abundan en consideraciones filosóficas y morales. Su tono autoritario haría creer que son órdenes que un capitán dirige a sus soldados. Atenernos a las Cédulas Reales y a las Reales Órdenes, para juzgar de la condición social de América en el siglo XVI, sería suponer que ellas fueron no sólo «acatadas» sino también «cumplidas». Y eso es lo que rara vez pasó. Las mismas Cédulas reconocen a cada -61- paso que las que se dictaron antes fueron vanas y recomiendan «que en el porvenir haya mayor vigilancia y celo por cumplirlas». Tomando como base las disposiciones reales en favor de la raza indígena dominada y vencida, se podría creer que la conquista de América no redujo a dura esclavitud a los aborígenes de ella y que fue tan sólo empresa enderezada a su bienestar espiritual y material. Basándose en las ordenanzas reales se podría juzgar que los abusos de autoridades y encomenderos fueron refrenados a tiempo y corregidos, mas, como anota Terán: «Lo único que ellas nos revelan es la existencia de esos abusos y de esos atropellos, en perjuicio de los indígenas de América, sin que debamos hacernos ilusiones suponiendo que hicieron cesar el abuso y la esclavitud». Las leyes, en la América colonial, se respetan por pura fórmula: en el fondo jamás se las observa. En frase lapidaria el historiador argentino agrega: «El respeto escrupulosa de la forma, era el rescate del desprecio que se hacía del fondo de la ley». Las Leyes de Indias no tienen, pues, todo el valor que podría suponerse a primera vista, para juzgar del pasado de América. Mayor valor poseen los Expedientes de servicios y méritos, presentados a la autoridad real por los conquistadores y sus hijos, en busca de mercedes y de concesiones. Allí se reúnen y relatan hechos que ayudan a penetrar mejor en la confusa época colonial, si bien como piezas preparadas ad hoc para alcanzar un fin determinado, tienen que mirarse con prudente recelo. Cita don Juan Terán estas palabras de un Auditor del Monarca español: «Tenga desconfianza, porque entre testigos e interesados, hay muchas colusiones tratándose de servicios que se pretende haber prestado a Vuestra Majestad». No se ha de descuidar, para el estudio de la Colonia, los procesos civiles y criminales; los testamentos -62- y las memorias secretas de las Órdenes Religiosas. Allí, mejor que en las Cédulas y que en los Expedientes de servicios, se descubre la realidad que tanto importa conocer.

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Ocupan sitio de honor muy merecido, las Relaciones de los Cronistas que fueron a la vez actores en los acontecimientos que relatan. Así acontece con Bernal Díaz del Castillo, con Pedro de Cieza de León, con Zárate, con Jerez. Ocurre lo propio con el insigne dominico fray Bartolomé de las Casas, un tiempo encomendero de indios en Santo Domingo, convertido luego y que ingresó al sacerdocio abrasado de amor por los indios, para emprender su defensa en América y en España. Su vida acaba de ser escrita nuevamente, en forma sencilla, emocionada y hermosa, por una hermana suya de hábito, sor María Rosa Miranda, en volumen que ha publicado en Madrid en 1956 el editor Aguilar y que ha prologado el Director de la Biblioteca Nacional, don Luis Morales Oliver, conocido y apreciado ya en el campo de las letras por sus estudios sobre Miguel de Cervantes Saavedra. Sin ningún aparato bibliográfico, ni acopio de citas y documentos, sor María Rosa Miranda nos ha dado un libro ceñido a la verdad, que ella lo ha preparado con muchos años de asiduo estudio y meditación sobre El Libertador de los Indios. Como obra de divulgación serena de un difícil tema histórico, merece señalarse este libro a la atención de los que no juzgan que sólo han de leerse los escritos de firmas consagradas por la fama. Del respeto que por la verdad tuvieron, en hora buena, algunos Cronistas de Indias dan testimonio las palabras de don Antonio de Herrera, que desgraciadamente jamás estuvo en América, y que cita también don Juan Terán. Dicen así: «Se debe tener en cuenta el honor del Cronista que escribió su historia con documentos traídos de las Indias. Si hay piezas nuevas que desmienten las primeras, desde ahora y sin necesidad de ningún proceso -63- este historiador se declara convencido». Hermosa frase, que revela todo el valor que Herrera atribuía a la verdad. Fuente principalísima para el conocimiento de nuestro pasado colonial, obscuro e intrincado, de ese que aún pesa duramente en el presente, son las «Actas» en que se asentaron las resoluciones, ordenanzas y disposiciones de nuestros Cabildos. Ellas expresan las preocupaciones, necesidades y problemas de los tiempos en que la nacionalidad comenzaba a afirmarse. En ellas se consignan desde el primer momento normas para la defensa de la raza autóctona, sometida a dura servidumbre, al paso que se consagra también en no pocas veces la distinción de razas, como ocurre con las severísimas penas que se impone al infractor de una Ordenanza cuando él pertenece a la clase indígena. Los Libros de Cabildos arrojan así torrentes de luz sobre la realidad social y a ellos habrá de acudir quien trate de conocer el estado miserable de los indígenas en nuestro suelo, para entregarse luego a amargas reflexiones acerca de lo poco que en cuatrocientos años hemos hecho en bien de una clase de veras infeliz. Funda Quito Sebastián de Benalcázar, con independencia de la Gobernación del Perú, en 1534 Desde la primera población fundada por Francisco Pizarro en el Perú, avanzó a Quito el que había sido su capitán y apoyo eficaz en las horas difíciles de la conquista: Sebastián de Benalcázar, encargado de actuar

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-64- en nombre del Marqués en las tierras comprendidas dentro de la concesión que le había hecho la Corona de España. La obra conquistadora de Benalcázar se facilitó grandemente con el apoyo que encontró en los Cañaris, en cuyo recuerdo se conservaban frescos los degüellos inmisericordes de Atahualpa en el Cañar. Se había alzado con el gobierno de los territorios indígenas de Quito, Rumiñahui, y contra él cooperaron los cañaris, ayudando a Benalcázar. Los Libros de Cabildos de Quito enumeran en detalle los actos de fundación cumplidos en territorio del antiguo Reino de Quito, a partir de 1534, fecha en la que se asientan los primeros vecinos para crear la Ciudad de San Francisco de Quito, llamada así en recuerdo del conquistador Francisco Pizarro. De ella partió Benalcázar para descubrir y conquistar el territorio de la Nueva Granada. Digno es de notar que Benalcázar organizó el antiguo Reino de Quito con independencia de la Gobernación del Perú, y encargó a sus compañeros de armas hacer fundaciones en los territorios descubiertos y conquistados, que debían llamarse «asientos» y servir en el futuro para que se convirtieran en villas y ciudades. Al Sur de Quito teníamos así los asientos de Latacunga, Ambato, Cañar, mientras al Norte se creaban los de Cayambe, Otavalo, Huaco y en la costa los de Portoviejo y Guayaquil, en tierra de los huancavilcas. A Benalcázar tampoco le fue desconocida la región de la Canela. -65- España y Quito Cuando se fundaba Quito, ¿cuál era la situación de España? ¿Qué le debe a España la causa de la civilización?, preguntó un día Mr. Masson, queriendo dar a entender que en realidad nada le debía. ¿Fue una desgracia para América el que la conquistaran los españoles? Muchos lo han afirmado así, pero, afortunadamente si un tiempo fue elegante y aceptado denigrar todo lo español, hoy se hace el indispensable discrimen entre lo que de censurable tuvo la conducta de los conquistadores y la obra laudable cumplida por ellos en el Nuevo Mundo. La verdad es muy compleja casi siempre, para que se la pueda encerrar en una sola frase, cuando se trata de la conducta de los hombres. Muchos libros y documentos vieron la luz en la primera mitad del siglo veinte que ya no permiten denigrar sin distingos lo español. Al tiempo que se descubría el Perú y se fundaba Quito, la nación española tenía la primacía en las letras, en las artes y en las ciencias, así filosóficas y religiosas como físicas y naturales. Los estudios de don Marcelino Menéndez y Pelayo, de don Julio Cejador, de don Antonio Ballesteros y Beretta, de don José María Salaverría, para no citar sino los más conocidos, confirman ampliamente este aserto. A esas voces de España se han juntado las de distinguidos investigadores extranjeros, en la tarea de volver por el buen nombre de la raza ibérica, acusada injustamente de todos los defectos y de todas las taras, por los que no quisieron ver en ella sino sombras. Fitz Maurice Kelly, Annig Bell en Inglaterra; Arturo Farinelli en Italia; Morel Fatio, Pierre Paris y

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Alfredo Baudrillart en Francia; Ludwig Pfandl en Alemania; Archer Milton Hungtinthon, Artur Schevill y Charles Lumis, en los Estados Unidos, han conseguido destruir la leyenda formada en torno a España, por los que en ella querían que a lo sumo se vieran sólo las -66- hogueras de la Inquisición, quitándole toda parte en el progreso de la especie humana y abominando totalmente de su obra en América del Sur. No es indiferente para nosotros que, cuando se descubría el Perú y se fundaba Quito, España se hubiera hallado en decadencia u ocupara, por el contrario, la primacía entre todos los pueblos; que cuando sus hijos se asentaban por vez primera como vecinos de Quito, fueran parte de una raza endeble y gastada, sin virilidad ni iniciativas y en plena decadencia, o, por el contrario, miembros de un pueblo magno en la investigación de la verdad, desbordante de energías, pleno de vida, valeroso y audaz en los combates, fuerte en la resistencia, capaz de soportar la adversidad y recio en todas las circunstancias de la existencia. Si los hijos son trasunto fiel de los padres y si no es indiferente que éstos gocen de salud y de virilidad cuando trasmiten la vida a sus descendientes, el proceder nosotros los quiteños de padres que alcanzaron su apogeo cuando se asentaban en la Villa de San Francisco de Quito, es prenda de que poseemos virtualidades que bien encaminadas harán del nuestro un pueblo de los primeros de este Continente. Cuando España fundaba Quito, extendía sus dominios desde Flandes hasta Roma; Carlos Primero de España era Quinto en Alemania. Ni era sólo el poderío militar y material el que hacía de ella la primera potencia del siglo dieciséis: su aporte era magno en todos los aspectos de la cultura. Para convencerse de ello basta abrir el libro de don Julio Cejador y Frauca, dedicado a La Época de Carlos Quinto. Todas las grandezas españolas del siglo XVI, debiéronse a la raza, afirma Cejador, por aquel entonces sana, entera y como llegada a su cabal madurez; bien encauzada en la reventazón juvenil de sus ardimientos y bríos por reyes tan notables como Fernando, Isabel y Carlos Quinto. Agrega luego Cejador, que la raza aquella daba de sí capitanes y maestros de capitanes; teólogos y maestros de teólogos; conquistadores y estadistas, -67- prosistas y poetas; santos y fundadores religiosos. El siglo XVI español, siglo de la fundación de Quito, fue el de Francisco de Vitoria, creador del Derecho Internacional; de Domingo de Soto, padre de la Filosofía del Derecho. Fue también el de Fernando de Córdova, que hacía reunir a la Universidad de París para discutir si cabía tanta ciencia en cerebro humano o si acaso era el Anticristo o tenía pacto con el demonio. El siglo de la fundación de Quito fue el de José Acosta y de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, observadores insignes de la naturaleza, cuyos libros no han pasado de moda y se reeditan y se leen en nuestros días; el de Sebastián del Cano, que por vez primera dio la vuelta al mundo; el de Juan de la Cosa, autor del primer Mapa de América; el de Martín Fernández de Enciso, que escribió la primera geografía de América. Fue también el de Eduardo López, primer viajero a las fuentes del Nilo; el de Melchor Cano, renovador de la pedagogía y de la cultura; el de Andrés Laguna, insigne botánico; el de Miguel Francés, llamado por las universidades de París y de Bolonia el Aristóteles español; el de Juan de Herrera, arquitecto, matemático e inventor de renombre perdurable. También

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fue el siglo de los primeros Cronistas de las Indias: Francisco de Jerez, Pedro de Cieza de León, Francisco López de Gómara, Oviedo y Valdez, Bernal Díaz del Castillo, merced a los cuales sabemos algo de lo que hubo en el Nuevo Continente a la llegada de los conquistadores. No fue España pueblo sin importancia cuando vinieron a América sus primeros hijos; ni su aporte al progreso de la humanidad despreciable. En América continuó la obra de cultura fundando las primeras escuelas y las primeras universidades, preocupándose también con la educación de la raza dominada, dígalo fray Jodoco Ricke, más notable que por haber importado el trigo a nuestra Patria, por haber creado -68- en ella el primer instituto de educación de los indios en territorio ecuatoriano. Oigamos a Julio Cejador: «¿Qué se debe a España, qué ha hecho por la civilización europea? La supina ignorancia que suponen semejantes preguntas sube de punto cuando las oímos de labios españoles, no de varones maduros que tienen bien tanteado el valor real de nuestra raza, que conocen lo que España fue, que tienen bien asentado juicio sobre la vida, la religión, la política, sino de ciertos mozos que todavía no han tenido espacio bastante sino para pasear de sobrepeine ojos y pensamiento sobre las cosas y hojear algunas revistas y libros de los que hoy andan de moda, que son extranjeros, pues, para apechugar con viejos librotes españoles forrados de pergamino no habrían de descalzarse los guantes, retraídos a la soledad, y si son todavía de los que no saben vivir a solas y no salen de los salones, tertulias y Ateneos». Gonzalo Pizarro, Gobernador de Quito. Descubrimiento del Amazonas El año de 1540 Francisco Pizarro nombró Gobernador de Quito a su hermano Gonzalo Pizarro, dándole autonomía para que rigiera el territorio comprendido entre los Pastos por el Norte y Tumbes por el Sur. En lo tocante a la región oriental, le dio amplias facultades para que pudiera conquistar así el País de la Canela como los ríos y tierras circundantes. Es de 1541 la magna empresa de Gonzalo Pizarro que, con el propósito de descubrir el País de la Canela y la vía fluvial que podría llevarle hasta el Océano y -69- de la que ya se tenía alguna noticia, partió de Quito con gentes de esta ciudad y de la de Guayaquil, según testimonios que nos han conservado los primeros que escribieron sobre este viaje por siempre memorable. La expedición de Pizarro permitió encontrar el mayor río de la tierra: el Amazonas, llamado Río de San Francisco de Quita, con sobra de justicia. Jamás podríamos prescindir de rememorar este acontecimiento de los más notables en la historia de todos los tiempos y que es timbre de orgullo para nuestra Patria, como quiera que fueron habitantes de ella los que llevaron a cabo el descubrimiento con recursos materiales y humanos sacados de nuestro territorio. Ningún investigador imparcial podrá dejar

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de reconocer que el descubrimiento del Amazonas fue obra de las gentes de Quito. En su reciente libro, ya citado, don Jorge Pérez Concha ha sintetizado así aquella inmortal hazaña: «Benalcázar había abandonado la Gobernación de Quito y dirigídose hacia el Norte, en busca de nuevas y peligrosas aventuras. Para reemplazarlo, Pizarro designó primero a Lorenzo de Aldana y, luego, a su hermano Gonzalo, quien arribó al lugar de sus funciones al término de 1540. Por entonces, Gonzalo Díaz de Pineda había realizado un intento de penetración a las selvas orientales, llegando a surcar las aguas del río Cosanga, afluente del Coca. Con las informaciones recibidas, Gonzalo Pizarro concibió la idea de organizar una expedición capaz de adentrarse en la región desconocida, cuyas extraordinarias riquezas deslumbraban la imaginación de los conquistadores. Era, para unos El Dorarlo, y para otros el País de la Canela. No escatimó, pues, el Gobernador cuanto estuvo a su alcance para la realización de esta hazaña, que habría de inmortalizar su nombre. Y saliendo de quito, a principios de 1541, con 350 españoles, 4.000 indígenas y 5.000 cerdos, perros, caballos, etc. -que, en suma, daban a la expedición un aspecto gigantesco-, siguió las huellas dejadas por Díaz de Pineda, -70- llegando hasta Muti, donde, con reducido contingente, se le incorporó Francisco de Orellana, quien había abandonado Guayaquil para tomar parte en tal empresa. La marcha era lenta y angustiosa, pues, a medida que los expedicionarios avanzaban, los víveres escaseaban sin tener cómo reemplazarlos. Y así, adelantándose Pizarro, con 80 hombres, caminaron durante setenta días, soportando, según la relación del padre Gaspar de Carvajal -uno de los religiosos que formaban parte de la expedición- 'grandes trabajos y hambres por razón de la aspereza de la tierra y variación de los guías, del cual trabajo murieron algunos españoles'. Al fin, llegaron a un lugar cercano al volcán Sumaco, donde Pizarro dispuso esperar a Orellana, para continuar juntos, con dirección al Coca. Así lo hicieron. Y una vez en presencia de este río, resolvieron construir una embarcación en la que Orellana habría de adelantarse en busca de recursos. »Y aquí comienza la epopeya: Orellana, al mando de 50 hombres, asume la dirección de la nave, con la cual desciende el Coca, sale al Napo, continúa hasta el Curaray y desemboca en el Amazonas. Era el 12 de febrero de 1542. La hazaña estaba consumada. El fundador de Guayaquil, a órdenes de Gonzalo Pizarro, Gobernador de Quito, había descubierto la más importante arteria fluvial que ojos humanos hubieran visto. Y al inmortalizar, con esto, su nombre, unió el de la antigua Capital de los Schyris a la realización de tal hazaña. »Pero la acción no estaba concluida. Y ante la imposibilidad de regresar en busca de Pizarro, Orellana continuó por las aguas del Amazonas -que, por sus dilatadas dimensiones, era a la manera de un mar interior- hasta desembocar, el 20 de agosto, en el Océano Atlántico, que habría de llevarlo a España. »Entre tanto, Pizarro, luego de haber perdido las esperanzas de que algún día retornara Orellana, emprendió viaje de regreso. Era algo

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doloroso y trágico, -71- pues, durante la marcha caían los expedicionarios, después de consumidos todos los recursos y defraudadas todas las esperanzas. Era el viaje de retorno, que se realizaba con los últimos alimentos y con la inseguridad de arribar, alguna vez, al punto de partida. »En efecto, cincuenta leguas antes de llegar a Quito, Gonzalo Pizarro, con el reducido número de supervivientes, recibió los primeros socorros, que el Gobernador rechazó por no alcanzar para todos. A la sazón habían devorado hasta los correajes puestos a los caballos. Y, para completar el cuadro de desolación e infortunio, a su arribo a Quito, quien había visto fracasar su esfuerzo, quedó informado de que, durante su ausencia, había sido ultimado en Lima, víctima de las contiendas civiles, su hermano don Francisco. Era en junio de 1542». (Obra citada, página 19 y 20) Provincias - Audiencia - Virreinato Se ha anotado, acertadamente, que el régimen administrativo español establecía la Provincia como la unidad territorial y administrativa de la colonia, y que el conjunto de provincias formaba la Audiencia, siendo a su vez el Virreinato el conjunto de las Audiencias. Así, pues, el territorio se dividía en Provincias, las Provincias unidas formaban la Audiencia y la reunión de éstas creaba el Virreinato. La Audiencia de Los Reyes, se creó en 1542. Los vecinos de Quito iniciaron desde el año 1560 gestiones -72- conducentes a la creación de una Audiencia propia, habiendo contribuido poderosamente a ello la fundación de la ciudad de Cuenca, llevada a cabo en 1557. No olvidemos que la ciudad de Portoviejo, en la provincia de Manabí, se fundó en 1535 y que la de Santiago de Guayaquil se realizó definitivamente en 1537, habiendo una fundación anterior verificada por Benalcázar en 1535. En 1541 el Rey había expedido la Cédula Real que concedía escudo de armas a la Muy Noble y Muy Leal ciudad de San Francisco de Quito. Los empeños en pro de la creación de la Audiencia de Quito, culminaron el 27 de agosto de 1563, en que el Rey la erigió por decreto en los siguientes términos: «En la ciudad de San Francisco de Quito, en el Perú, resida otra nuestra audiencia y chancillería real, con su presidente; cuatro oidores, que también sean alcaldes del crimen; un fiscal; un alguacil mayor; un teniente de gran chanciller y los demás ministros y oficiales necesarios; y tenga por distrito la provincia de Quito, y por la costa hacia la parte de la ciudad de los Reyes, hasta el puerto de Paita exclusive; y por la tierra adentro, hasta Piura, Cajamarca, Chachapoyas, Moyobamba y Motilones exclusive; incluyendo hacia la parte susodicha los pueblos de Jaén, Valladolid, Loja,

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Zamora, Cuenca, la Zarza y Guayaquil con todos los demás pueblos que estuvieren en sus comarcas, y se poblaren; y hacia la parte de los pueblos de la Canela y Quijos, tenga dichos pueblos con los demás que se descubrieren; y por la costa hacia Panamá, hasta el pueblo de la Buenaventura inclusive; y la tierra adentro a Pasto, Popayán, Cali, Buga, Champanchica y Guarchicona, porque los demás lugares de la Gobernación de Popayán son de la Audiencia del Nuevo Reyno de Granada, con la cual y con la Tierra Firme parte términos por el Septentrión, y con la de los Reyes por el Mediodía, teniendo al Poniente la mar del Sur, y al Levante provincias aún no pacificadas, ni descubiertas». -73- En resumen podríamos, pues, decir que la Audiencia de San Francisco de Quito limitaba, por el Sur con la de los Reyes (creada en 1542) en Paita, San Miguel de Piura y tierras adentro; por el Norte con la de Panamá (establecida en 1535), en el puerto de Buenaventura y por el Noroeste con la del Nuevo Reino de Granada. La Audiencia de Quito fue muy combatida En los primeros años de su creación, la Audiencia de Quito tuvo muchos adversarios de ella. En 1565 y 1566 el Presidente de la Audiencia de Lima pretendió conseguir que, aboliéndose la de Quito, se creara una en Santiago de Chile, alegando que en Quito no había negocios suficientes para justificar la existencia de la misma. No fueron escuchadas estas pretensiones y si bien se creó la Audiencia de Chile, no se suprimió la de Quito. Si subsistió la Audiencia de Quito, su gobierno, por instancias y gestiones del licenciado Castro, Presidente de la Audiencia de los Reyes, le fue concedido a él, por Real Cédula, de 15 de febrero de 1566, fechada en Madrid, y en la que se dice: «Avemos acordado que por ahora entre tanto por nos otra cosa se provea, vos solo tengáis el gobierno de todos los Distritos ansí de la Audiencia de esa ciudad de los Reyes, como de las Audiencias de las Charcas y Quito, en todo lo que se ofreciere, por ende por la presente os damos poder y facultad para ello y mandamos a nuestros Presidentes y Oidores de las -74- dichas audiencias de las Charcas y Quito que no se entrometan ni se puedan entrometer en el gobierno de los distritos de las dichas audiencias». El hecho de conferir el gobierno de un distrito a una entidad distinta de la propia del distrito, según los tratadistas del derecho indiano, no significaba un cambio territorial. Se ha aclarado por suerte, definitivamente, que en la legislación española, un mismo territorio podía

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pertenecer en lo político a un determinado gobierno, en lo judicial, a otro gobierno, y a un tercero en lo eclesiástico y militar, lo que por cierto no ha dejado de provocar graves problemas, cuando aconteció la creación de las Repúblicas Americanas. Las Guerras Civiles del Perú Imposible es prescindir de ellas en una ojeada, por breve y sumaria que sea, de la vida de la Colonia en sus primeros años y más cuando se trata de elaborar una sencilla introducción a la lectura de los Cronistas Primitivos. El padre Rubén Vargas Ugarte ha aseverado, con justicia, que no hay época en que más se hayan ocupado los primeros que escribieron sobre cosas de América, que ésta de las guerras o luchas civiles, llamadas así porque ya no se pretendía combatir con los primeros pobladores del Continente americano, sojuzgarlos y vencerlos; se trataba ahora de las diferencias surgidas entre los Conquistadores y de sus ambiciones, que no sufrían contrarresto y querían imponerse a todo trance. -75- ¿Cómo surgieron las disputas que por tanto tiempo conmoverían a estos países, ocasionando daños incalculables en las nacientes poblaciones y mortandad muy grande en la raza indígena, víctima una vez más de los acontecimientos? La rivalidad entre Pizarro y Almagro es el origen verdadero de las luchas. Parecía, en un primer momento, que la concesión a Almagro del título de «Adelantado» y de una considerable extensión de tierras al Sur de la gobernación de Pizarro, iba a permitir que se viviera en paz. Pero aconteció lo contrario, ya que había forzosamente que determinar los límites de los respectivos territorios de Pizarro y Almagro, y ante todo a quién le pertenecía el Cuzco, que era la manzana de la discordia. Las ilusiones de Almagro se desvanecieron cuando en su viaje a Chile pudo conocer que la tierra se hallaba desprovista de oro y habitada por tribus bravías. El Cuzco, más que antes, fue su sueño dorado. La presencia de Hernando Pizarro, tenaz adversario de Almagro, impidió que pudieran entenderse éste y Francisco Pizarro. Surgió así la lucha armada entre los Conquistadores. El historiador peruano Vargas Ugarte, que ha sintetizado admirablemente la historia de su patria, tan estrechamente vinculada con la nuestra, distingue tres períodos o etapas, al tratar de las Guerras Civiles: el primero se inicia con la toma del Cuzco por Almagro y prisión de Hernando Pizarro (18 de abril de 1537) terminando este período con la derrota de Almagro en el campo de las Salinas y su muerte en la prisión el 8 de julio de 1538. La victoria había quedado para el campo de Pizarro, pero sus adversarios juraron vengarse tarde o temprano. Se demoraron en lograrlo, mas, el 26 de junio de 1541, caía el Marqués a medio día en su Palacio de Lima, atravesado por los estoques de los almagristas. El segundo período se cuenta desde la muerte de Francisco Pizarro hasta la sangrienta batalla de -76- Chupas, en que Vaca de Castro triunfa sobre Almagro el Mozo, que muere después en el Cuzco en 1542, habiendo causado

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su ruina con sus imprudencias. El tercer período, el más largo y complejo de todos, se inicia con la resolución tomada por Gonzalo Pizarro para ponerse al frente del movimiento de protesta a que dan lugar las Ordenanzas que Blasco Núñez promulga contra los encomenderos. Deja Pizarro su repartimiento de Chaqui para ir al Cuzco a asumir el cargo de Procurador de los encomenderos agraviados por las nuevas leyes, en abril de 1544. Termina la lucha con la victoria de don Pedro de La Gasca en el campo de batalla de Jaquijaguana y ejecución de Gonzalo Pizarro en el mismo lugar el 8 de abril de 1548. Si Pizarro procedió con ambición, anota el padre Vargas, Blasco Núñez actuó sin la prudencia digna de un mandatario sesudo, que le aconsejaba aplazar la vigencia de las nuevas Ordenanzas, tal como se hizo en México. Se habrían evitado así las matanzas de indios y el grave retroceso que sufrió todo el país, en los primeros pasos que comenzaba a dar hacia adelante. Muchísimos problemas surgidos en la penosa marcha de las colonias de la parte Sur de nuestro Continente se explican únicamente con el episodio importantísimo en la historia de América, llamado «Las Guerras Civiles del Perú», sin cuyo cabal conocimiento no puede haber historia verdadera. La pacificación total después de esas guerras puede decirse que sólo se logró en el período del virrey don Andrés Hurtado de Mendoza, que va desde el año de 1550 hasta el de 1561. -77- Conquistadores y Conquistados. Un capítulo de Belisario Quevedo No he hallado mejor resumen de la psicología de conquistadores y conquistados, indispensable de conocer para explicarnos el devenir histórico del país, los acontecimientos ocurridos en él y los mil sucesos del diario vivir que van formando la trama de la historia, que el que nos dejó el malogrado historiador y sociólogo Belisario Quevedo, autor de unas preciosas Notas sobre el carácter del pueblo ecuatoriano. La prematura muerte de Belisario Quevedo, privó al Ecuador de uno de sus grandes valores intelectuales. El capítulo que ahora se reproduce, pertenece al que, con modestia ejemplar, denominó Texto de Historia Patria, es el séptimo de esa obra tan valiosa y me ha parecido que con él podría terminar este breve resumen acerca de la evolución de nuestra nacionalidad en los primeros años de su existencia, antes de entrar a consignar algunos datos sobre los Cronistas Primitivos, que han de ser recordados, entre otros muchos, por haberse referido a asuntos relativos a nuestra historia. Dijo así el pensador latacungueño: «Como la historia es el conocimiento de los hechos y de sus causas y como una de estas causas es el carácter de los pueblos, Vamos a tratar del carácter de los españoles y de los indios, siguiendo a notables psicólogos. Así comprenderemos mejor el momento actual y los hechos que la historia cuenta. »En las diferentes regiones de España se notan diferencias de carácter sobre un fondo común.

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»Entre los castellanos, que fueron los que en mayor número vinieron a América, se notan estos rasgos: estatura mediana, fuertes músculos, sobrios, avezados a la fatiga y capaces de soportar grandes privaciones. -78- De temperamento bilioso, nervioso, saben ocultar bajo un continente sereno, hondas y a veces terribles pasiones. »Las dos características más notables son la irritabilidad y el amor propio. Se muestran serios, lentos, graves, solemnes y altaneros. Aun en la miseria y la desgracia, su actitud es orgullosa de señores y amos, apáticos ante las necesidades de la vida. Son generosos pero no humanitarios, obsequiosos como amigos pero no como hombres. »Duros con los animales, con los hombres, consigo mismos, contrastan con otros pueblos por falta de bondad simpática y sociable. Su insensibilidad que experimentaron los indios, llegó con grande frecuencia a la crueldad fría y hasta la indiferencia. Su varonil voluntad es inflexible, seca, sin arranques de ternura ni sentimentalismo. »Aspira siempre a lo grande, a lo solemne y es ritualista y amigo de muchas formalidades y expedientes. Por hacer las cosas perfectamente bien, del mejor modo que puede realizarlo, medita proyectos quiméricos y se queda en la inacción más completa. »En todo español típico hay un don Quijote idealista y soñador y un Sancho observador y socarrón. »Su imaginación se exalta interiormente y vive de visiones internas que se traducen en proyectos irrealizables. Muy amigo del descanso, se entrega, bajo el acicate de la necesidad pasajera, a trabajos duros y violentos antes que a la labor metódica y permanente y además es lleno de prejuicios contra el trabajo manual y en pro de la nobleza de apellidos y de sangre. »A América vinieron aventureros, fantaseadores febriles, amigos del azar, y la ociosidad llegó a ser motivo de orgullo y el trabajo de menosprecio. »Se cree que para el trabajo manual no se ha menester de talento. Todo el que se cree con medianas -79- facultades se entrega al ocio o busca títulos académicos o empleos. »Los vagos creen rebajarse al trabajar y no juzgan deshonroso vivir de limosna, de prestado o de otros modos peores. La aversión por el esfuerzo sostenido y perseverante, la idea de superioridad que se atribuye a la vida ociosa por mezquina que sea, dice un español, la admiración y simpatía que se tiene por los que gastan y derrochan estérilmente su fortuna, la especie de altanería con que se mira todo lo que es previsión, orden, trabajo personal, son rasgos de nuestro pueblo. »El mérito de la buena conducta es postergado ante el de las recomendaciones de la nobleza o de los personajes. »Es muy amigo de crearse personajes indiscutibles, aptos para todo. »Bajo un manto de individualismo falso, es inclinado al gregarismo alrededor de su persona, más que alrededor de una idea o institución; personajes para el gobierno, caudillos para la política, directores para la conciencia. Con frecuencia se oye decir

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a un subalterno dirigiéndose a su superior: no le hago caso como autoridad, pero hago lo que Ud. me manda como amigo. Tenemos respetos personales pero difícilmente respetamos una ley, una autoridad, una institución, por el solo carácter de tales. Obedecemos mejor órdenes personales que disposiciones generales. »No es buen militar el español por indisciplinado, pero es buen guerrero, formado de espontaneidad, de valor individual, fundamentalmente aventurero, contrario a toda organización verdadera. La autoridad de un jefe le deja inmóvil, pero puede ir hasta la muerte atraído por un caudillo. Si conoce el fin, el objeto preciso, decae su entusiasmo; en cambio, lo desconocido, lo imprevisto le atrae. »Exagerado en la piedad religiosa, fácilmente llega al fanatismo. Desmedido en amor propio, es orgulloso -80- y exaltado; en el amor es celoso. Es absoluto y difícilmente reconoce la relatividad ni el límite hasta donde se debe creer, amar, obrar, imponer u obedecer y desde donde no se debe creer, amar, obrar, imponer u obedecer. »Es incondicional en todo sentido. El subalterno, o es insolente o es sumiso; el amante mata o adora; el superior le manda todo o no manda nada. En la árida llanura castellana, en los horizontes sin matices, las almas no reconocen la realidad y las cosas son buenas o malas y los credos verdaderos o falsos y los hombres santos o perversos. Le gusta la línea recta, seca, fría, aunque le lleve al abismo. De aquí que es intolerante. Hombres fieros defienden principios absolutos con fe agresiva y convierten la historia en tragedia sangrienta. A nombre de ideas simples, rígidas y de una intolerancia a la vez política y religiosa, arrojó de la península a los moros y a los judíos y quemó a un sinnúmero de españoles. »El clero es todo poderoso y se confunden la Iglesia y el Estado, la religión y la política. »En religión es ritualista, dogmático, de devoción inflexible y ciega a los actos externos del culto, vacío de sentimientos hondos, dulces, caritativos; desconoce el derecho ajeno a la libertad de conciencia e impone la fe por el terror. Tiene afán de proselitismo y de conquistas espirituales, de unidad, de uniformidad, de monotonía. »Políticamente ha sido España una democracia anarquista, contraria a la jerarquía, indisciplinada y orgullosa. El español echa la culpa de todo lo malo al gobierno, y de éste lo espera todo, hasta la felicidad eterna. »Es el pueblo más amigo de leyes y reglamentos, juntas y discusiones y todo lo quiere hacer con estatutos y decretos. Y las resoluciones y leyes quedan escritas, porque nadie quiere tomarse el trabajo ni la responsabilidad de llevarlas a cabo. Es un rasgo común -81- del español el miedo a cargar sobre sí una responsabilidad. 'Pero no dirá que yo he dicho', es la muletilla que va después de una delación o queja. »Se dice con frecuencia que el español es individualista, profundamente impregnado del sentimiento de libertad personal. Desde

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luego no es un individualismo como el de los ingleses, de voluntad verdaderamente enérgica que no excluye la obediencia a la regla y que, por el contrario, exige el dominio de sí mismo. Y esta energía no existe en el individualismo de los españoles. Al contrario, indisciplina, movilidad, facilidad en el olvido de las reglas, dificultad para ofrecer una obediencia sostenida y paciente, hábito de contar con el apoyo ajeno, de esperar siempre de otro, en la ayuda extraña, de evitar responsabilidades y de descargarla sobre el vecino, todo esto no constituye un individualismo positivo, fundado en la energía y el valor personal. Es más bien un individualismo negativo por falta de voluntad e imperio sobre sí mismo, como también por falta de unión y cooperación. »Si podemos decir que el español peca por falta de disciplina, el indio peca por el extremo opuesto. Tiene una alma tan largamente disciplinada por la servidumbre, por el despotismo, que ya lleva en sí como carácter la bajeza, el servilismo, el miedo. Nunca visto es un indio que sepa defender con entereza y dignidad su persona y sus derechos. »Paciente, sumiso, resignado, no se subleva ni por el honor, ni por la virtud, ni por la patria, ni por la ambición, ni por la codicia. Sólo el instinto de conservación, cuando se siente atacado, es capaz de moverle. A porciones se ofrecieron los indios para servir de espías en contra de su misma raza. Es callado y taciturno, hipócrita y desconfiado. Suele guardar mucho tiempo el sentimiento de la venganza. »Físicamente no es enérgico, pero es resistente; no es capaz de trabajos de empuje, pera sí de aquellos que no requieren sino una fuerza media de larga duración. -82- Es sobrio y los españoles, que pasan por muy sobrios en Europa, se admiraban de que una familia india pudiera vivir con la ración de un español. »Es desaseado y de pocas necesidades; por consiguiente, consume poco y no siente el afán ni la exigencia de una producción y un trabajo intensos: vive con poco y trabaja también poco. »Su talento es diestro para la imitación: notables artesanos, hábiles ejecutantes, diestros copiadores de su raza, que para la inventiva no se muestra favorecida. »Sentimentalmente es melancólico, triste, de pasiones sencillas y monótonas, incapaz de fuertes arranques y grandes complicaciones espirituales. En el corazón del indio no hay dramas pasionales. Sus quereres no tienen profundidades ni misterios; el diapasón de ellos muy bajo y de mínimas alternativas. Sus decisiones para hacer o no hacer son rápidas, sin vacilaciones, sin equilibrios ni contrapesos de motivos varios. Las luchas del alma rara vez las padece. »Su vida es en gran parte instintiva y tradicional; la invención y la reflexión desempeñan en ella un papel muy escaso. De impulsos violentos y pasajeros, su acción es así mismo violenta y pasajera y pronto cae en la inacción y la indiferencia. Pasa horas de horas a la puerta de su choza contemplando el cielo y el suelo. »La codicia, el afán de enriquecerse no es conocido por él, que es perezoso y amigo de la vida indolente. Imprevisivo, no guarda para

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el porvenir y consume a medida de sus deseos presentes. Muy difícil en ofrecer, no vuelve a acordarse de sus promesas. Para él no existen eventualidades lejanas, ni remotas probabilidades, ni compromisos contraídos si no van afianzados por el temor. Para él la suprema norma de conducta es la aprobación de sus iguales. El tener a la reprobación le lleva a sacrificar su fortuna y hasta -83- su libertad, con tal de hacer una fiesta que le traerá los respetos y consideraciones de los suyos. »Cada uno es duro para con los que tiene a sus órdenes: el marido con la mujer, la mujer con los hijos, los hijos con los animales de la manada que pastan. En sus observaciones se fija más y con mucha precisión en nimios detalles insignificantes y deja pasar los caracteres fundamentales de las cosas que pueden servir de base a pensamientos generales. »En religión es supersticioso y en moral obediente únicamente a las apariencias. »Tales eran los dos pueblos que convivieron y se mezclaron en la larga época colonial». Cronistas e Historiadores de Indias. Los Cronistas según Raúl Porras Barrenechea Es interesante determinar con precisión, si hay diferencias y cuáles son éstas, entre Cronistas e Historiadores de Indias, o si es indiferente llamar de uno o de otro modo a los que se ocuparon en relatar los hechos ocurridos en América en los siglos XVI, XVII y XVIII. Don José Tudela ha estudiado el punto en un artículo del Diccionario de Historia de España, publicado en Madrid en 1952, por la Revista de Occidente. Siguiendo a Rómulo D. Carbia, que en Buenos Aires y en 1942 estudió la Crónica Oficial de las Indias Occidentales, juzga Tudela que debe reservarse -84- la denominación de «Cronistas de Indias» sólo para los que recibieron ese título dado por la autoridad española. El afán por conocer la verdad de lo que acontecía en las tierras recientemente descubiertas induce muy pronto a los Reyes a crear la Crónica oficial de Indias, de carácter eminentemente histórico, tarea que se encarga al Cronista mayor. La institución nace bajo Felipe Segundo, pera ya antes de él hubo personas encargadas de confeccionar las Crónicas. Cítanse los nombres de Pedro Mártir de Angleria, de fray Antonio de Guevara, de Juan Cristóbal Calvete de Estrella. El establecimiento oficial de la Crónica y del Cronista mayor, data de 1571 y es obra de Felipe Segundo, aconsejado por el licenciado Juan de Ovando. A su vez el Consejo de Indias ordenaba a descubridores y conquistadores consignar en un diario todos sus actos, a la vez que disponía se recogieran cuidadosamente las relaciones que de conquistas y descubrimientos se hubieran consignado por escrito, cualquiera que fuera

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el que las hubiera redactado. Rómulo Carbia ha intentado determinar los nombres de los «Cronistas mayores de Indias» y sus actividades. Un resumen de ello sería el siguiente. El primero digno de mención es Juan de Velasco, autor de una Geografía universal de Indias; luego el licenciado Arias de Loyola, del que nada se conserva de provecho; viene luego Ambrosio de Onderiz, cosmógrafo y cronista; le sigue Antonio de Herrera y Tordesillas, autor de las famosas Décadas, para las que utilizó sin escrúpulo cuantos relatos tuvo a la mano, muchos de ellos ahora desaparecidos, sin citar a los autores. El valor de sus Décadas radica precisamente en que muchos datos importantes sólo en ellas han quedado consignados, por lo cual la obra es de interés perdurable y de obligada consulta en todo tiempo. El licenciado Luis Tribaldos de Toledo, nos -85- ha dado informes sobre las guerras civiles de Chile; el doctor Tomás Tamayo de Vargas, trató de escribir una crónica religiosa de las Indias, sin realizar el proyecto. El maestro Gil González Dávila nos dio su Teatro eclesiástico del Nuevo Continente, al que hay que recurrir con frecuencia. Son conocidos los trabajos de Antonio de León Pinelo, maestro de eruditos y bibliógrafos. Don Antonio de Solís nos dejó su Historia de la Conquista de Méjico, más poética que histórica, como se ha notado con justicia. De Pedro Fernández del Pulgar, se citan unas Décadas inéditas. Luis Salazar y Castro y Miguel Herrero Ezpeleta, nada han dejado de provecho. Fray Martín de Sarmiento fue el último Cronista individual, pues, luego de él viene la Academia de la Historia como cronista perpetuo de Indias. Juan Bautista Muñoz recibió comisión extraordinaria del Rey, para escribir la Historia del Nuevo Mundo, de la que apenas logró imprimir el tomo primero en Madrid en 1793. De la Historia de Muñoz, escribió don Diego Barros Arana, en el tomo primero, página 18 de su Historia de América lo siguiente: «Es el de Muñoz el primer tomo de una historia general de América, preparada con vastísimo estudio, concebida con espíritu crítico y escrita con arte y elegancia». Rómulo D. Carbia, en su Historia de la leyenda negra hispano-americana, asevera que la obra de Muñoz constituye el punto de partida de una nueva historiografía. Por fin, don Primo Feliciano Velázquez, en su Biografía de Joaquín García Icazbalceta, publicada en México en 1943, se expresa así: «Por extender el campo y abrir las nuevas vías, dedicó cincuenta años de su vida don Juan Bautista Muñoz a la acumulación de materiales sobre el descubrimiento y conquista de América: no publicó más que el primer tomo de su Historia en 1793, pero lustró su nombre con su preciosa colección de manuscritos, que tiempo adelante tradujo Terneaux Compans -86- al francés». En 1954, la Real Academia de la Historia de Madrid, publicó el tomo primero del Catálogo de la Colección de Juan Bautista Muñoz. Los estudiosas podrán ya utilizar así el esfuerzo de tan renombrado y paciente recopilador de materiales para la historia. No participamos del parecer de Carbia que excluye expresamente del número de los Cronistas de Indias a Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, del que dice que escribió motu proprio, su Historia General y Natural de las Indias y no en calidad de cronista oficial. La Academia de la Historia de Madrid, al editar en 1851 la obra de Oviedo y Valdez, le llamó expresamente «el Primer Cronista de las Indias» y Julio Cejador y Frauca, al estudiar la época de Carlos V, dentro de su monumental historia de la

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literatura española, anota que fue el Emperador el que nombró a Oviedo como tal cronista. A la cabeza de los cronistas de Indias coloca a Oviedo y Valdez el académico colombiano doctor Julio César García, en la monografía que dedicó al insigne historiador y naturalista madrileño, con la que ingresó en la Academia Colombiana de Historia en año de 1957. Recordemos en fin que don Marcelino Menéndez Pelayo al escribir en 1893 sobre Los Historiadores de Colón calificó a nuestro autor de «el primero y más antiguo de los cronistas de Indias». La denominación de «Historiadores de Indias», se aplica, según José Tudela, no sólo a los llamados propiamente «Cronistas de Indias», que sabemos ya quiénes son, sino a todos los que, con encargo oficial o sin él, escribieron sobre América en los siglos XVI, XVII y XVIII. Se ha tratado de clasificar a los historiadores de Indias en grupos, atendiendo a criterios determinados; tendríamos así una primera clasificación según que los historiadores hubieren o no presenciado las hechos que relatan: los hay que estuvieron en América y -87- otros que escribieron desde Europa, sin haber estado jamás en las tierras recién descubiertas. Según el campo geográfico historiado, los hay generales, particulares y locales. El momento histórico narrado divide a los historiadores en prehispánicos, del descubrimiento, de la conquista, de la colonización o de los virreinatos y de la independencia. La profesión del cronista, permite clasificarlos en cronistas legistas, soldados, geógrafos o religiosos. En fin, la clase social a la que pertenecen, da margen para llamarlos cronistas indios, blancos o mestizos. Como anota Tudela, los historiadores y cronistas de Indias representan un género nueva en la historiografía hasta entonces conocida, toda vez que careciendo la mayor parte de ellos de formación humanística, no podían sujetarse en sus narraciones a los cánones de los historiadores clásicos de la antigüedad. Narraron, pues, con espontaneidad y objetividad todo aquello que les parecía sorprendente y maravilloso del Nuevo Mundo, así en lo tocante a las gentes que allí vivían, como en sus costumbres y hábitos, satisfaciendo la curiosidad del público ávido de conocer costumbres y formas de vida diferentes de las del Viejo Mundo. Unos historiadores dieron preferencia a las hazañas de los descubridores y sus padecimientos; otros describieron minuciosamente las costumbres de las tribus y naciones conquistadas; otros, en fin, dieron atención preferente a la naturaleza americana, sin descuidar la parte moral de la conquista. Los historiadores religiosos dedicaron gran parte de sus desvelos a narrar los acontecimientos de sus órdenes y el proceso de la conversión. No faltó quien se preocupara con defender la acción de España en las Indias o con la censura de los excesos en ellas cometidos. La denominación de «Historiadores de Indias», amplia y general, abraza aún a los que escribieron diarios y narraciones privadas extensas, sin pensar en que un día podrían publicarse, y que encierran datos dignos de ser por todos conocidos. -88- El tema apasionante de los Cronistas de Indias, ha sido estudiado con afán y profundidad por el notable publicista peruano, doctor Raúl Porras Barrenechea, cuyo último libro, publicado en Lima en 1955, titulado

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Fuentes Históricas Peruanas ha sido recibido con aplauso por la crítica sabia de América y Europa. Séame lícito resumir brevemente el capítulo cuarto de ese notable trabajo, que lleva como epígrafe «Los Cronistas», en beneficio sobre todo de quienes no hayan podido tener a la mano la obra, ahora agotada, del historiador peruano. La crónica es tan antigua como el país en que ella aparece. La crónica castellana tuvo una tendencia ascética y moralizadora; busca ser advertencia y consejo de buenos gobernantes, espejo de verdad y ejemplo de doctrina, por ello Gonzalo Fernández de Oviedo dice que «el oficio de cronista es de evangelista y conviene que esté en persona que tema a Dios». La crónica primitiva que es puro relato de los hechos y que en España se escribe generalmente y en loor del príncipe, cuando pasa a América se hace popular y reclama, por boca de Bernal Díaz del Castillo, que se incluye en las gestas los nombres de los soldados junto al del jefe de la hueste. La crónica se traslada a Indias por mandado real. Las ordenanzas relativas a los descubrimientos disponen que todos los que vayan a su costa y minción, lleven un Veedor que describa la tierra y sus riquezas y los usos y costumbres de sus habitantes. De ese encargo y de la espontaneidad natural de los soldados, dice Porras Barrenechea, brotan inmediatamente relaciones, cartas, crónicas y coplas. Los cronistas soldados son sobrios, rudos y ascéticos en su relato; narran las hechos sin comentario ni reflexión alguna. Si alguna vez se permiten una digresión, es para elogiar la bondad de Dios, condenar la mendacidad de los indios o ponderar el valor de -89- los españoles. Sus impresiones sobre la naturaleza que han contemplado son rápidas y sumarias. La crónica oficial primitiva tuvo una doble consigna: disminuir los vejámenes y crueldades de los conquistadores y amenguar también las demostraciones de barbarie de los indios. Escribe Porras Barrenechea: «Los cronistas primitivos enaltecieron al pueblo vencido, al punto de merecer por algunas de sus exageraciones sobre la magnificencia de las cosas indígenas, las censuras de Robertson». La crónica de los soldados casi no da importancia a las costumbres e instituciones de los Incas; los cronistas de las guerras civiles están atentos a narrar las peripecias de las luchas que han surgido; es sólo cuando el país se ha pacificado, cuando los cronistas castellanos comienzan a recoger las tradiciones del pasado indio y a descubrir, por el afán de la evangelización, las creencias religiosas, los ritos y las supersticiones de los gentiles. Las voces indígenas van apareciendo en las crónicas, y las informaciones que ordenan hacer La Gasca, Cañete y Toledo, forman la base que subsiste de la historia incaica. De esas Informaciones nacieron, luego, crónicas fundamentales sobre el Incario. Las de La Gasca, sirvieron a Cieza; las de Cañete a Betanzos; las de Toledo a Sarmiento de Gamboa. Distingue nuestro autor la Crónica anterior al virrey Toledo, que la llama pre-toledana, de la que se origina en las Informaciones del Virrey, que la denomina toledana. La crónica pre-toledana es por lo general adversa a los conquistadores y

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favorable a los indios, cuyas virtudes y civilización elogia, al par que hace resaltar los abusos de los españoles, así la posición de Cieza de León es netamente contraria a los conquistadores y equilibrada para juzgar a los indios. Escribe Porras Barrenechea: «En la época de la Gasca y de la debelación de la revolución de Gonzalo Pizarro, la crónica -90- inspirada por el Pacificador es contraria a la obra y al predominio de los primeros conquistadores; trata de arrebatar a éstos sus encomiendas y, con este fin, acentúa la crueldad de la conquista, atenúa la barbarie de los indios y contagiada de ímpetu lascasista sostiene la tesis de la despoblación del Perú». Las Informaciones del tiempo de Toledo permiten conocer más a fondo la época de los Incas y se insiste mucho en probar su tiranía, para justificar la pérdida del señorío de éstos. Sarmiento de Gamboa es el tipo cabal de este género de crónica. Se salva de toda exageración el ecuánime y sabio jesuita José de Acosta, que halla en los Incas «cosas dignas de admiración». Surge una crónica que quiere corregir los excesos de la tesis toledana. Asoman en ella escritores criollos y mestizos, fusión de razas y culturas. Es su intérprete más cabal el Inca Garcilaso de la Vega, nacido en el Cuzco en 1539, hijo de un capitán español y de una ñusta incaica. La crítica severa de Riva Agüero rehabilitó en un sagaz análisis la autenticidad de las noticias del Inca, sus errores incidentales y la verdad general del cuadro por él trazado. Podemos aplicar al Ecuador, nuestra patria, lo que del Perú dice Porras Barrenechea. La crónica de la conquista es el crisol en que por obra del impulso misionero y humanitario de la metrópoli, se funden esencias de los dos pueblos, bajo el signo cristiano y español. El servicio fundamental prestado por los cronistas castellanos, es el haber salvado la historia de la raza indígena que sin ellos habría perecido, como desapareció la de las razas anteriores a los Incas. Los catequistas describieron las creencias religiosas de los indios. Los quechuistas la estructura de la lengua indígena; los cronistas soldados, como Cieza y Estete, la geografía de los territorios; otros inventariaron su fauna y su flora y alguno, como José de Acosta, fue el primero en coordinar las leyes físicas -91- del Nuevo Mundo, como años más tarde lo hiciera Humboldt. El historiador peruano sintetiza así el papel de los Cronistas de Indias: «Historia, Geografía, Ciencia de la Naturaleza, lenguaje y alma del primitivo Perú, hay que aprenderlos, pues, en las obras de los cronistas del siglo XVI. Ellos son los verdaderos forjadores de la cultura mestiza y original del Perú». Estos volúmenes de «Cronistas de Indias» Vale la pena aclarar, desde el primer momento, que los volúmenes en que se han reunido algunas páginas de Historiadores Primitivos y Cronistas de

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Indias, no de todos ellos, por cierto, sino de un reducido grupo de los mismos, tiende únicamente a servir como libros de divulgación, encaminados a poner al alcance del mayor número de lectores hechos sobresalientes de la historia de América del Sur y en especial de nuestra patria ecuatoriana. Ningún dato nuevo o desconocido hallarán los estudiosos en ellos. No se han escrito para investigadores y peritos en las disciplinas de la historia; no fueron el resultado de descubrimientos y pesquisas en archivos o repositorios de antiguos documentos: son dos libros sencillos de divulgación de cosas conocidas, compuestos con el único afán de servir al mayor número de personas, particularmente a aquellas que no pueden tener a la mano obras raras o agotadas, cuyo costo en el mercado excede toda posibilidad de -92- adquirirlas para quien no dispone sino de limitados recursos pecuniarios. Preciso es publicar las páginas de los que antes que otros escribieron sobre América, porque así y sólo así podremos llevar a las gentes a interesarse por ese pasado del que no es dable prescindir. Las páginas entresacadas de los libros venerables que tratan de América, han de despertar forzosamente el anhelo de conocer esos libros en su integridad. Cuántas veces la lectura de un relato histórico despertó la vocación del hombre de talento por esas arduas disciplinas, cuya necesidad se siente cada vez con mayor fuerza. Recuérdese a este propósito lo que nos cuenta en sus Memorias Íntimas el más grande de los historiadores de la patria, el ilustrísimo doctor González Suárez. Los doctos, los eruditos, los historiadores consagrados, harán bien en prescindir de la lectura de estos sencillos y modestos libros. No se escribieron para ellos. El público al que se dirigen está formado por hombres de buena voluntad que ansían saber, sin mayor esfuerzo, algo de la historia del Continente Americano y en especial del Ecuador, al mismo tiempo que se informan de los textos a los que tendrían que acudir si ansían completar sus conocimientos en tan notables temas. Para información de los lectores se consignan algunos datos biográficos, relativos a los autores cuyas páginas se insertan en el tomo. Se ha procurado que esos datos se ajusten a las más recientes investigaciones realizadas. -93- Notas biográficas y selecciones -[94]- -95- Francisco de Jerez -[96]- -97- Biografía de Francisco de Jerez

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En Sevilla el año de 1534, el mismo de la fundación de la ciudad de San Francisco de Quito, salía de las prensas de Bartolomé Pérez un tomo en folio en escritura gótica, que llevaba como título el de Verdadera relación de la Conquista del Perú y provincia, del Cuzco, llamada la nueva Castilla. Su autor era Francisco de Jerez, Secretario del Marqués don Francisco Pizarro. Digna es, por muchos títulos, de recordarse la figura del Secretario de Pizarro que en el año preciso en que se fundaba Quito imprimía ya el relato de los altos hechos castellanos. Nos hubiera sido acaso desconocida, si el insigne Cronista del emperador Carlos V, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, no hubiera puesto a continuación del retrato de su amigo y compañero de aventuras, Jerez, unas quintillas con datos para su biografía. El fecundo polígrafo español, don Julio Cejador y Frauca, incluyó el libro de Francisco de Jerez entre -98- los más notables del siglo XVI, de ese siglo del que don Marcelino Menéndez y Pelayo escribió: «No hay, no ha habido ni habrá en la tierra pueblo que, en una misma época, presente en igual grado de desarrollo todas las ramas de la cultura, como lo presentó el pueblo español». ¿Quién era este Francisco de Jerez, que tan pronto consignaba en el papel los hechos de la conquista de América? Había nacido en Sevilla hacia 1497 o 1499. Era hijo de Pedro de Jerez «ciudadano honrado». Salió de Sevilla con Pedro Arias de Ávila y se embarcó en Sanlúcar rumbo a Tierra Firme el once de abril del año 1514; tendría entonces diecisiete años de edad, si le suponemos nacido en 1497. En Tierra Firme ejerció el oficio de Escribano y, en 1524, decidió acompañar a Francisco Pizarro en la empresa de la conquista del Perú, en calidad de Secretario suyo. Se halló en la isla del Gallo y por enfermedad hubo de retornar a Panamá. Allí estuvo hasta la vuelta de Pizarro de España, con el que nuevamente se juntó y le acompañó hasta Cajamarca, en donde quedó cojo a consecuencia de una caída de caballo. Mientras recuperaba la salud comenzó a escribir su Verdadera Relación, la que terminó en España. En el rescate de Atahualpa o botín del Inca, le correspondió ciento diez arrobas de plata que condujo a España en nueve cajones. Llegó a Sevilla el 3 de junio de 1534. A salvo de pobreza, retirado de las armas, no hizo vida egoísta ni miserable, pues, con los recursos llevados del Perú, socorrió abundantemente a los necesitados: «repartió, escribe Cejador, entre pobres grandes cantidades». Gonzalo Fernández de Oviedo alabó a Jerez como a soldado valiente que dio siempre buena cuenta de su persona, recibió herida en una pierna y sirvió con bizarría y buen comportamiento. En 1547 hizo la segunda edición de la obra de Jerez, Juan de Junta en Salamanca, mas en ella no -99- reimprimieron todas las quintillas relativas a la vida del autor. Como dato curioso debemos anotar que un ejemplar de esta segunda edición de Jerez figuró en la venta de libros sobre América que pertenecieron al emperador Maximiliano de México y que se llevó a cabo en casa del librero José Baer, en Francfort, a fines del siglo XIX. La obra de Jerez se tradujo al italiano y al alemán, según anota Cejador, y volvió a imprimirse en Madrid en 1740 y luego en la estimadísima

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colección de Historiadores Primitivos de Indias que, como parte de la Biblioteca de Autores Españoles, editó don Enrique de Vedia en Madrid en 1853, en la imprenta de Rivadeneira, benemérito de las letras. Don Enrique de Vedia reimprimió también las quintillas de la edición príncipe. En el Prólogo de la Verdadera Relación, anota Jerez que los conquistadores de España no pueden compararse ni con los griegos ni con los romanos: «porque si los romanos tantas provincias sojuzgaron, fue con igual o poco menor número de gente y en tierras sabidas y proveídas de mantenimientos usados y con capitanes y ejércitos pagados; mas nuestros españoles siendo pocos en número, que nunca fueron juntos sino doscientos o trescientos y algunas veces ciento y aun menos, los que en diversas veces que han ido no han sido pagados ni forzados, sino de su propia voluntad y a su costa». Del oro que fue a España en los primeros años de la conquista. hace Jerez la siguiente relación: «Año de 1534 a nueve días de enero, llegó al río de Sevilla la nao nombrada Santa María del Campo, en la cual vino el capitán Hernando Pizarro, hermano de Francisco Pizarro, gobernador y capitán general de la Nueva Castilla. En esta nao vinieron para su majestad ciento y cincuenta y tres mil pesos de oro y cinco mil y cuarenta y ocho marcos de plata. Más, trajo para pasajeros y personas particulares, trescientos -100- y diez mil pesos de oro y trece mil y quinientos marcos de plata, sin lo de su majestad. Lo sobredicho vino en barras y planchas y pedazos de oro y plata, cerrado en cajas grandes. Allende la sobredicha cantidad, trujo esta nao para su majestad, treinta y ocho vasijas de oro y cuarenta y ocho de plata, entre las cuales había una águila de plata que cabían en su cuerpo dos cántaros de agua, y dos ollas grandes: una de ora y otra de plata, que en cada una cabrá una vaca despedazada; y dos costales de oro, que cabrá en cada uno dos hanegas de trigo, y un ídolo de oro, del tamaño de un niño de cuatro años». La historia ha fallado ya cómo fue de poco provecho el oro que de América pasó a España y cómo el verdadero beneficio que de la ambición por obtenerlo se siguió, fue el ansia por los viajes y exploraciones en la América del Sur, en pos del oro cada vez más deseado, viajes y exploraciones que abrieron a la navegación y al comercio nuevas vías, completando a la vez el conocimiento del mundo recién descubierto. Jerez se casó dos veces y su segunda mujer fue doña Francisca de Pineda. Le hallamos el año de 1554 en Valladolid, gestionando nuevamente pasar a Tierra Firme. Se le dio permiso para pasar al Perú, pero no sabemos a ciencia cierta si llegó a realizar el proyectado viaje o se quedó en España. Se ha creído encontrar su nombre en unos autos de la Audiencia de Lima de los años 1563 a 1565 en que figura como Escribano un Francisco López, que acaso podría ser nuestro autor, como quiera que su nombre completo era el de Francisco López de Jerez. La Relación del Secretario de Pizarro ha sido muy apreciada por los historiadores en todo tiempo. Don Enrique de Vedia dice de ella, que es parte oficial de los sucesos «extendido, por decirlo así, al otro día de la batalla y sobre el mismo campo del combate, y obra digna de atención

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por ser de un testigo presencial de ellos y revestido de la confianza, del hombre -101- singular que los dirigía». Robertson, por su parte, ha llamado a la de Jerez, «narración sencilla e ingenua que sólo alcanza hasta la muerte de Atahualpa, acaecida en 1533, porque el autor volvió a España en 1534, e hizo imprimir inmediatamente de su llegada su reducida historia de la Conquista del Perú, que dedicó al Emperador». Añade el historiador escocés que el autor merece el mayor crédito en todo cuanto dice de las operaciones de Pizarro. Un compatriota nuestro, cuyo nombre no debe ser olvidado, el reverendo padre fray Alberto María Torres, de la Orden de Predicadores, que escribió un libro muy notable sobre El Padre Valverde, al presente agotado por completo y cuya reimpresión debería hacerse sin tardanza, enuncia este juicio sobre nuestro autor: «Habiendo sido Jerez actor y testigo presencial de los sucesos de Cajamarca; y habiéndolos consignado en el papel en la misma ciudad, a raíz del acontecimiento, bajo la inspección ocular, y quizá dictado, del mismo protagonista responsable de los hechos, Francisco Pizarro, no vacilamos en declarar su Relación como la fuente más autorizada de la historia del Perú y de Sud América en general». (Obra citada, 2.ª edición de Quito, año de 1932, página 5) El doctor Raúl Porras Barrenechea, publicó en setiembre de 1941 su notable estudio Los Cronistas de la Conquista, en el Número 3, tomo I, de los Cuadernos de Estudio de la Universidad Católica del Perú, Instituto de Investigaciones Históricas. Del capítulo consagrado a Francisco de Jerez, reproducimos unos párrafos esenciales, pues, no es fácil hallar aquel estudio en nuestras Bibliotecas. Dice así: «El relato de Xerez es el más importante de todos los que refieren la empresa de la conquista del Perú y la caída del Imperio Inkaico. Ningún otro cronista ha contado con más detalles los sucesos del descubrimiento y las escenas del viaje de Tumbes a Cajamarca. -102- Su versión de la prisión y del proceso del Inka representa con la crónica de Sancho, que la continuó, la palabra oficial de Pizarro. La objetividad más constante y la calma son las dotes de Xerez como cronista. Ninguna apreciación subjetiva se le escapa sobre hombres ni sucesos. Prefiere narrar o transcribir secamente el diálogo, con frialdad de micrófono. »Defecto y mérito, su sobriedad le defiende del cargo de parcialidad. No recarga, ni insiste, ni juzga, ni acusa: refiere únicamente, lo más conciso posible. Pero en sus apuntes hay filones insospechados. Fue el primero que trató de describir el territorio y recoger la tradición histórica de los Inkas. Y es tal la exactitud de sus apuntaciones que, desapercibidas a veces, algunas verdades, por los historiadores, resultan descubiertas más tarde por otros documentos y volviendo a Xerez, se halla en él una comprobación anticipada. Tal ocurre, por ejemplo con los sacrificios humanos,

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negados por Garcilaso y afirmados por los demás cronistas. Basta el testimonio primicio e inobjetable de Xerez, para resolver la discusión. Él nos dice, inadvertidamente, al paso de los españoles por Motupe, que los vio y era costumbre general: 'Sacrificar cada mes a sus propios hijos y con la sangre dellos untar las casas de los ídolos y las puertas de las mezquitas'. Exactamente, como lo recogieron cincuenta años más tarde de boca de los quipocamayos, Sarmiento, Ondegardo y Molina. Así guarda el relato de Xerez, en su sobriedad y sencillez, otras anotaciones, etnográficas e históricas, sobre costumbres, vestidos, casas y aun sobre historia de los Inkas, que hay que leer cada vez con mayor atención y acuciosidad. La crónica de Xerez resulta así como un texto sagrado de la conquista del Perú». -103- Relato de Francisco de Jerez de la prisión de Atahualpa. Guerra entre Atahualpa y Huáscar. Riquezas de Atahualpa1 Luego el Gobernador mandó secretamente a todos los españoles que se armasen en sus posadas y tuviesen los caballos ensillados y enfrenados, repartidos en tres capitanías, sin que ninguno saliese de su posada a la plaza; y mandó al Capitán de la artillería que tuviese los tiros asentados hacia el campo de los enemigos, y cuando fuese tiempo les pusiese fuego. En las calles por do entran a la plaza puso gente en celada; y tomó consigo veinte hombres de a pie, y con ellos estuvo en su aposento porque con él tuviesen cargo de prender la persona de Atabalipa si cautelosamente viniese, como parecía que venía, con tanto número de gente como con él venía. Y mandó que fuese tomado a vida; y a todos los demás mandó que ninguno saliese de su posada, aunque viesen entrar a los contrarios en la plaza, hasta que oyesen soltar el artillería. Y que él ternía atalayas, y viendo que venía de ruin arte, avisaría cuando hobiesen de salir; e -104- saldrían todos de sus aposentos, y los de a caballo en sus caballos, cuando oyesen decir: «Santiago». Con este concierto y orden que se ha dicho estuvo el Gobernador esperando que Atabalipa entrase, sin que en la plaza paresciese algún cristiano, excepto el atalaya que daba aviso de lo que pasaba en la hueste. El Gobernador y el Capitán General andaban requiriendo los aposentos de los españoles, viendo cómo estaban apercibidos para salir cuando fuesen menester, diciéndoles a todos que hiciesen de sus corazones fortalezas, pues no tenían otras, ni otro socorro sino el de Dios, que socorre en las mayores necesidades a quien anda en su servicio; y que aunque para cada cristiano había quinientos indios, que tuviesen el esfuerzo que los buenos suelen tener en semejantes tiempos, y que esperasen que Dios pelearía por ellos; y que al tiempo del acometer fuesen con mucha furia y tiento, y rompiesen sin que los de caballo se encontrasen unos con otros. Éstas y semejantes palabras decían el Gobernador y el Capitán General a los cristianos para los animar; los cuales estaban con voluntad de salir al campo más que de estar en sus posadas. En el ánimo de cada uno parecía que

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haría por ciento, que muy poco temor les ponía ver tanta gente. Viendo el Gobernador que el sol se iba a poner, y que Atabalipa no levantaba de donde había reparado, y que todavía venía gente de su real, enviole a decir con un español que entrase en la plaza y viniese a verlo ante que fuese noche. Como el mensajero fuese a Atabalipa hízole acatamiento, y por señas le dijo que fuese donde el Gobernador estaba. Luego él y su gente comenzaron a andar, y el español volvió delante, y dijo al Gobernador que venía, y que la gente que traía en la delantera traían armas secretas debajo de las camisetas, que eran jubones de algodón fuertes, y talegas de piedras y hondas, que le parecía que traían ruin intención. Luego la delantera de la gente comenzó a entrar en la plaza; venía delante un escuadrón de indios vestidos de una librea de colores a manera de escaques; éstos venían quitando las pajas del suelo y barriendo el camino. Tras -105- éstos venían otras tres escuadras vestidos de otra manera, todos cantando y bailando. Luego venía mucha gente con armaduras, patenas y coronas de oro y plata. Entre éstos venía Atabalipa en una litera aforrada de pluma de papagayos de muchas colores, guarnecida de chapas de oro y plata. Traíanle muchos indios sobre los hombros en alto, y tras désta venían otras dos literas y dos hamacas, en que venían otras personas principales; luego venía mucha gente en escuadrones con coronas de oro y plata. Luego que los primeros entraron en la plaza, apartaron y dieron lugar a los otros. En llegando Atabalipa en medio de la plaza, hizo que todos estuviesen quedos, y la litera en que él venía y las otras en alto: no cesaba de entrar gente en la plaza. De la delantera salió un Capitán, y subió en la fuerza de la plaza, donde estaba el artillería, y alzó dos veces una lanza a manera de seña. El Gobernador, que esto vio, dijo a fray Vicente que si quería ir a hablar a Atabalipa con un faraute; él dijo que sí, y fue con una cruz en la mano y con su Biblia en la otra, y entró por entre la gente hasta donde Atabalipa estaba, y le dijo por el faraute: «Yo soy sacerdote de Dios, y enseño a los cristianos las cosas de Dios, y asimesmo vengo a enseñar a vosotros. Lo que yo enseño es lo que Dios nos habló, que está en este libro; y por tanto, de parte de Dios y de los cristianos te ruego que seas su amigo, porque así lo quiere Dios, y venirte ha bien dello; y ve a hablar al Gobernador, que te está esperando». Atabalipa dijo que le diese el libro para verle, y él se lo dio cerrado; y no acertando Atabalipa a abrirle, el religioso extendió el brazo para lo abrir, y Atabalipa con gran desdén le dio un golpe en el brazo, no queriendo que lo abriese; y porfiando él mesmo por abrirle, lo abrió; y no maravillándose de las letras ni del papel, como otros indios, lo arrojó cinco o seis pasos de sí. E a las palabras que el religioso había dicho por el faraute respondió con mucha soberbia diciendo: «Bien sé lo que habéis hecho por ese camino, cómo habéis tratado a mis caciques y tomado la ropa de los bohíos». El religioso -106- respondió: «Los cristianos no han hecho esto; que unos indios trajeron la ropa no lo sabiendo el Gobernador, y él la mandó volver». Atabalipa dijo: «No partiré de aquí hasta que toda me la traigan». El religioso volvió con la respuesta al Gobernador. Atabalipa se puso en pie encima de las andas, hablando a los suyos que estuviesen apercibidos. El religioso dijo al Gobernador lo que había pasado con Atabalipa, y que había echado en tierra

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la sagrada Escriptura. Luego el Gobernador se armó un sayo de armas de algodón, y tomó su espada y adarga, y con los españoles que con él estaban entró por medio de los indios; y con mucho ánimo, con solos cuatro hombres que le pudieron seguir, llegó hasta la litera donde Atabalipa estaba, y sin temor le echó mano del brazo izquierdo, diciendo: «Santiago». Luego soltaron los tiros y tocaron las trompetas, y salió la gente de a pie y de a caballo. Como los indios vieron el tropel de los caballos, huyeron muchos de aquellos que en la plaza estaban; y fue tanta la furia con que huyeron, que rompieron un lienzo de la cerca de la plaza, y muchos cayeron unos sobre otros. Los de caballo salieron por encima dellos, hiriendo y matando, y siguieron el alcance. La gente de a pie se dio tan buena priesa en los que en la plaza quedaron, que en breve tiempo fueron los más dellos metidos a espada. El Gobernador tenía todavía del brazo a Atabalipa, que no le podía sacar de las andas, como estaba en alto. Los españoles hicieron tal matanza en los que tenían las andas, que cayeron en el suelo; y si el Gobernador no defendiera a Atabalipa, allí pagara el soberbio todas las crueldades que había hecho. El Gobernador, por defender a Atabalipa, fue herido de una pequeña herida en la mano. En todo esto no alzó indio armas contra español; porque fue tanto el espanto que tuvieron de ver al Gobernador entre ellos, y soltar de improviso el artillería y entrar los caballos al tropel, como era cosa que nunca habían visto, que con gran turbación procuraban más huir por salvar las vidas que de hacer guerra. Todos los que traían las andas de Atabalipa pareció ser hombres principales, los cuales todos murieron, y también los que venían en las literas y hamacas; y el de la -107- una litera era su paje y señor, a quien él mucho estimaba; y los otros eran también señores de mucha gente y consejeros suyos; murió también el cacique señor de Caxamalca. Otros capitanes murieron, que por ser gran número no se hace caso dellos, porque todos los que venían en guarda de Atabalipa eran grandes señores. Y el Gobernador se fue a su posada con su prisionero Atabalipa, despojado de sus vestiduras, que los españoles les habían rompido por quitarle de las andas. Cosa fue maravillosa ver preso en tan breve tiempo a tan gran señor, que tan poderoso venía. El Gobernador mandó luego sacar ropa de la tierra y le hizo vestir; y así, aplacándole del enojo y turbación que tenía de verse tan presto caído de su estado, entre otras muchas palabras le dijo el Gobernador: «No tengas por afrenta haber sido así preso y desbaratado, porque las cristianos que yo traigo, aunque son pocos en número, con ellos he sujetado más tierra que la tuya y desbaratado otros mayores señores que tú, poniéndolos debajo del señorío del Emperador, cuyo vasallo soy, el cual es Señor de España y del universo mundo, y por su mandado venimos a conquistar esta tierra, porque todos vengáis en conocimiento de Dios y de su santa fe católica; y con la buena demanda que traemos permite Dios, criador de cielo y tierra y de todas las cosas criadas; y porque lo conozcáis y salgáis de la bestialidad y vida diabólica en que vivís, que tan pocos como somos subjetamos tanta multitud de gente; y cuando hubiéredes visto el error en que habéis vivido, conoceréis el beneficio que recibís en haber venido nosotros a esta tierra por mandado de Su Majestad; y debes tener a buena ventura que no has sido desbaratado de gente cruel como vosotros sois, que no dais a ninguno; nosotros usamos de piedad con nuestros enemigos vencidos, y no hacemos

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guerra sino a los que nos la hacen, y pudiéndolos destruir, no lo hacemos, antes los perdonamos; que teniendo yo preso al cacique señor de la isla, lo dejé porque de ahí adelante fuese bueno; y lo mismo hice con los caciques señores de Túmbez y Chilimasa y con otros, que teniéndolos en mi poder, siendo merecedores de muerte, los perdoné. Y si tú fuiste preso, y tu gente -108- desbaratada y muerta, fue porque venías con tan gran ejército contra nosotros, enviándote a rogar que vinieses de paz, y echaste en tierra el libro donde estaban las palabras de Dios, por esto permitió Nuestro Señor que fuese abajada tu soberbia, y que ningún indio pudiese ofender a ningún cristiano». Hecho este razonamiento por el Gobernador, respondió Atabalipa que había sido engañado de sus capitanes, que le dijeron que no hiciese caso de los españoles; que él de paz quería venir, y los suyos no lo dejaron, y que todos los que le aconsejaron eran muertos. Y que también había visto la bondad y ánimo de los españoles; y que Maizabilica, sintiendo que envió a decir de los cristianos, y como ya fuese de noche, y viese el Gobernador que no eran recogidos los que habían ido en el alcance, mandó tirar los tiros y tañer las trompetas porque se recogiesen. Dende a poco rato entraron todos en el real con gran presa de gente que habían tomado a vida, en que había más de tres mil personas. El Gobernador les preguntó si venían todos buenos. Su Capitán General, que con ellos venía, respondió que sólo un caballo tenía una pequeña herida. El Gobernador dijo con mucha alegría: «Doy gracias a Dios Nuestro Señor, y todos, señores, las debemos dar, por tan gran milagro como en este día por nosotros ha fecho; y verdaderamente podemos creer que sin especial socorro suyo no fuéramos parte para entrar en esta tierra, cuanto más vencer una tan gran hueste. Plega a Dios, por su misericordia, que, pues tiene por bien de nos hacer tantas mercedes, nos dé gracia para hacer tales obras, que alcancemos su santo reino. Y porque, señores, vernéis fatigados, váyase cada uno a reposar a su posada, y porque Dios nos ha dado victoria no nos descuidemos; que, aunque van desbaratados, son mañosos y diestros en la guerra, y este señor (como sabemos) es temido y obedecido, y ellos intentarán toda ruindad y cautela para sacarlo de nuestro poder. Esta noche y todas las demás haya buena guarda de velas y ronda, de manera que nos hallen apercibidos». Y así, se fueron a cenar, y el Gobernador hizo asentar a su mesa a Atabalipa, -109- y haciéndole buen tratamiento, y sirviéronle como a su misma persona; y luego le mandó dar de sus mujeres que fueron presas las que él quiso para su servicio; y mandole hacer una cama en la cámara que el mismo Gobernador dormía, teniéndole suelto sin prisión, sino las guardas que velaban. La batalla duró poco más de media hora, porque ya era puesto el sol cuando se comenzó; si la noche no la atajara, que de más de treinta mil hombres que vinieron quedaron pocos. Es opinión de algunos que han visto gente en campo, que había más de cuarenta mil; en la plaza quedaron muertos dos mil, sin los feridos. Viose en esta batalla una cosa muy maravillosa, y es, que los caballos que el día antes no se podían mover de resfriados, aquel día anduvieron con tanta furia, que parecía no haber tenido mal. El Capitán General requirió aquella noche las velas y ronda, poniéndolas en conveniente lugar. Otro día por la mañana envió el Gobernador un Capitán con treinta de a caballo a correr por todo el campo, y mandó quebrar las armas de los indios; y entre tanto

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la gente del real hicieron sacar a los indios que fueron presos los muertos de las plazas. El Capitán con los de a caballo recogió todo lo que había en el campo y tiendas de Atabalipa, y entró antes de mediodía en el real con una cabalgada de hombres y mujeres, y ovejas y oro y plata y ropa; en esta cabalgada hubo ochenta mil pesos y siete mil marcos de plata y catorce esmeraldas; el oro y plata en piezas monstruosas y platos grandes y pequeños, y cántaros y ollas y braseros y copones grandes, y otras piezas diversas. Atabalipa dijo que toda ésta era vajilla de su servicio, y que sus indios que habían huido habían llevado otra mucha cuantidad. El Gobernador mandó que soltasen todas las ovejas, porque era mucha cuantidad y embarazaban el real, y que los cristianos matasen todos los días cuantas hobiesen menester; y los indios que la noche antes habían recogido mandó el Gobernador poner en la plaza para que los cristianos tomasen los que hobiesen menester para su servicio; todos los demás mandó soltar y que se fuesen a sus casas, porque eran de diversas provincias, que los traía Atabalipa para sostener sus guerras y para servicio de su ejército. -110- Algunos fueron de opinión que matasen todos los hombres de guerra o les cortasen las manos. El Gobernador no lo consintió, diciendo que no era bien hacer tan grande crueldad; que aunque es grande el poder de Atabalipa y podía recoger gran número de gente, que mucho sin comparación es mayor el poder de Dios Nuestro Señor, que por su infinita bondad ayuda a los suyos; y que tuviesen por cierto que el que los había librado del peligro del día pasado los libraría de ahí adelante, siendo las intenciones de los cristianos buenas, de atraer aquellos bárbaros infieles al servicio de Dios y al conoscimiento de su santa fe católica; que no quisiesen parecer a ellos en las crueldades y sacrificios que hacen a los que prenden en sus guerras; que bien bastaba los que eran muertos en batalla; que aquellos habían sido traídos como ovejas a corral; que no era bien que muriesen ni se les hiciese daño; y así, fueron sueltos. En este pueblo de Caxamalca fueron halladas ciertas casas llenas de ropa liada en fardos arrimados hasta los techos de las casas. Dicen que era depositado para bastecer el ejército. Los cristianos tomaron la que quisieron, y todavía quedaron las casas tan llenas, que parecía no haber hecho falta la que fue tomada. La ropa es la mejor que en las Indias se ha visto; la mayor parte della es de lana muy delgada y prima, y otra de algodón de diversas colores y bien matizadas. Las armas que se hallaron con que hacen la guerra y su manera de pelear es la siguiente. En la delantera vienen honderos que tiran con hondas piedras guijeñas lisas y hechas a mano, de hechura de huevos; los honderos traen rodelas que ellos mesmos hacen de tablillas angostas y muy fuertes; asimesmo traen jubones colchados de algodón; tras déstos vienen otros con porras y hachas de armas; las porras son de braza y media de largo, y tan gruesas como una lanza jineta; la porra que está al cabo engastonada es de metal, tan grande como el puño, con cinco o seis puntas agudas, tan gruesa cada punta como el dedo pulgar; juegan con ellas a dos manos; las hachas son del mesmo tamaño y mayores; la cuchilla de metal de anchor de un -111- palmo, como alabarda. Algunas hachas y porras hay de oro y plata, que traen los principales; tras éstos vienen otros con lanzas pequeñas

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arrojadizas, como dardos; en la retaguardia vienen piqueros con lanzas largas de treinta palmos; en el brazo izquierdo traen una manga con mucho algodón, sobre que juegan con la porra. Todos vienen repartidos en sus escuadras con sus banderas y capitanes que los mandan, con tanto concierto como turcos. Algunas dellos traen capacetes grandes, que les cubren hasta los ojos, hechos de madera; en ellos mucho algodón, que de hierro no pueden ser más fuertes. Esta gente, que Atabalipa tenía en su ejército, eran todos hombres muy diestros y ejercitados en la guerra, como aquellos que siempre andan en ella, e son mancebos e grandes de cuerpo, que solos mil dellos bastan para asolar una población de aquella tierra, aunque tenga veinte mil hombres. La casa de aposento de Atabalipa, que en medio de su real tenía, es la mejor que entre indios se ha visto, aunque pequeña; hecha en cuatro cuartos y en medio un patio, y en él un estanque, al cual viene agua por un caño, tan caliente, que no se puede sofrir la mano en ella. Esta agua nasce hirviendo en una sierra que está cerca de allí. Otra tanta agua fría viene por otro caño, y en el camino se juntan y vienen mezcladas por un solo caño al estanque; y cuando quieren que venga la una sola, tienen el caño de la otra. El estanque es grande, hecho de piedra; fuera de la casa, a una parte del corral, está otro estanque, no tan bien hecho como éste; tiene sus escaleras de piedra, por do bajan a lavarse. El aposento donde Atabalipa estaba entre día es un corredor sobre un huerto, y junto está una cámara, donde dormía, con una ventana sobre el patio y estanque, y el corredor asimesmo sale sobre el patio; las paredes están enjabelgadas de un betumen bermejo, mejor que almagre, que luce mucho, y la madera que cae sobre la cobija de la casa está teñida de la mesma color; y el otro cuarto frontero es de cuatro bóvedas, redondas como campanas, todas cuatro encorporadas en una; éste es encalado, blanco como nieve. Los otros dos son casas de servicio. Por la delantera deste aposento pasa un río. -112- Ya se ha dicho de la victoria que los cristianos hobieron en la batalla y prisión de Atabalipa, y de la manera de su real y ejército. Agora se dirá del padre deste Atabalipa, y cómo se hizo Señor, y otras cosas de su grandeza y estado, según que él mesmo lo contó al Gobernador. Su padre deste Atabalipa se llamó el Cuzco, que señoreó toda aquella tierra; de más de trecientas leguas le obedecían y daban tributo. Fue natural de una provincia más atrás de Quito, y como hallase aquella tierra donde estaba apacible y abundosa y rica, asentó en ella, y puso nombre a una gran ciudad donde estaba la ciudad del Cuzco. Era tan temido y obedecido, que lo tuvieron cuasi por su dios, y en muchos pueblos le tenían hecho de bulto. Tuvo cien hijos y hijas, y los más son vivos; ocho años ha que murió, y dejó por su heredero a un hijo suyo llamado así como él. Éste era hijo de su mujer legítima. Llaman mujer legítima a la más principal, a quien más quiere el marido; éste era mayor que Atabalipa. El Cuzco viejo dejó por señor de la provincia de Quito, apartada del otro señorío principal, a Atabalipa, y el cuerpo del Cuzco está en la provincia de Quito, donde murió y la cabeza lleváronla a la ciudad del Cuzco, y la tienen en mucha veneración, con mucha riqueza de oro y plata; que la casa donde está es el suelo y paredes y techo todo chapado de oro y plata, entretejido uno con otro; y en esta ciudad hay otras veinte casas las

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paredes chapadas de una hoja delgada de oro por de dentro y por de fuera. Esta ciudad tiene muy ricos edificios; en ella tenía el Cuzco su tesoro, que eran tres bohíos llenos de piezas de oro y cinco de plata, y cien mil tejuelas de oro que había sacado de las minas; cada tejuelo pesa cincuenta castellanos; esto había habido del tributo de las tierras que había señoreado. Adelante desta ciudad hay otra llamada Callao, donde hay un río que tiene mucha cantidad de oro; y camino de diez jornadas desta provincia de Caxamalca, en otra provincia que se dice Guaneso, haya otro río tan rico como éste. En todas estas provincias hay muchas minas de oro y plata. La plata sacan en la sierra con poco trabajo; que un indio saca en un día cinco o seis marcos, la cual sacan envuelta con plomo y estaño y piedra azufre, y después la apuran, y -113- para sacarla pegan fuego a la sierra; y como se enciende la piedra zufre, cae la plata a pedazos; y en Guito y Chincha hay las mayores minas. De aquí a la ciudad del Cuzco hay cuarenta jornadas de indios cargados, y la tierra es bien poblada. Chincha está a medio camino, que es gran población. En toda esta tierra hay mucho ganado de ovejas; muchas se hacen monteses por no poder sostener tantas como se crían. Entre los españoles que con el Gobernador están se matan cada día ciento y cincuenta, y parece que ninguna falta hace ni harían en este valle aunque estoviesen un año en él. Y los indios generalmente las comen en toda esta tierra. Y asimismo dijo Atabalipa que después de la muerte de su padre, él y su hermano el Cuzco estuvieron en paz siete años cada uno en la tierra que le dejó su padre; y podrá haber un año, poco más, que su hermano el Cuzco se levantó contra él con voluntad de tomarle su señorío, y después le envió a rogar Atabalipa que no le hiciese guerra, sino que se contentase con lo que su padre le había dejado; y el Cuzco no lo quiso hacer, y Atabalipa salió de su tierra, que se dice Guito, con la más gente de guerra que pudo, y vino a Tomepomba, donde hubo con su hermano una batalla, y mató Atabalipa más de mil hombres de la gente del Cuzco, y lo hizo volver huyendo; y porque el pueblo Tomepomba se le puso en defensa, lo abrasó, y mató toda la gente dél, y quería asolar todos los pueblos de aquella comarca, y dejolo de hacer por seguir a su hermano; y el Cuzco se fue a su tierra huyendo, y Atabalipa vino conquistando con gran poder toda aquella tierra, y todos los pueblos se le daban sabiendo la grandísima destrucción que había hecho en Tomepomba. Seis meses había que Atabalipa había enviado dos pajes suyos, muy valientes hombres, el uno llamado Quisques, y el otro Chaliachin, los cuales fueron con cuarenta mil hombres sobre la ciudad de su hermano, y fueron ganando toda la tierra hasta aquella ciudad donde el Cuzco estaba, y se la tomaron, y mataron mucha gente, y prendieron su persona y le tomaron todo el tesoro de su padre, y luego lo hicieron saber a Atabalipa, -114- y mandó que se lo enviasen preso, y tiene nueva que llegarán presto con mucho tesoro; y los capitanes se quedaron en aquella ciudad que habían conquistado, por guardar la ciudad y el tesoro que en ella había, y tenían diez mil hombres de guarnición, de los cuarenta mil que llevaron, y los otros treinta mil hombres fueron a descansar a sus casas con el despojo que habían habido, y todo lo que su hermano el Cuzco poseía tenía Atabalipa subjectado. Atabalipa y estos sus capitanes generales andaban en andas, y después que la guerra comenzó ha muerto mucha gente, y Atabalipa ha hecho muchas

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crueldades en los contrarios, y tiene consigo a todos los caciques de los pueblos que ha conquistado, y tiene puestos gobernadores en todos los pueblos, porque de otra manera no pudiera tener tan pacífica y subjecta la tierra como la ha tenido; y con esto ha sido muy temido y obedecido, y su gente de guerra muy servida de los naturales, y dél muy bien tratada. Atabalipa tenía pensamiento, si no le acaesciera ser preso, de irse a descansar a su tierra, y de camino acabar de asolar todos los pueblos de aquella comarca de Tomepomba, que se la había puesto en defensa, y poblalla de nuevo de su gente, y que le enviasen sus capitanes, de la gente del Cuzco que han conquistado, cuatro mil hombres casados para poblar a Tomepomba. También dijo Atabalipa que entregaría al Gobernador a su hermano el Cuzco, al cual sus capitanes enviaban preso de la ciudad, para que hiciese dél lo que quisiese; y porque Atabalipa temía que a él mesmo matarían los españoles, y dijo al Gobernador que daría para los españoles que le habían predicado mucha cuantidad de oro y plata; el Gobernador le preguntó qué tanto daría y en qué término; Atabalipa dijo que daría de oro una sala que tiene viente y dos pies en largo y diez y siete en ancho, llena hasta una raya blanca que está a la mitad del altor de la sala, que será lo que dijo de altura de estado y medio, y dijo que hasta allí henchiría la sala de diversas piezas de oro, cántaros, ollas y tejuelos, y otras piezas, y que de plata daría todo aquel bohío dos veces lleno, y que esto cumpliría dentro de dos meses. -115- El Gobernador le dijo que despachase mensajeros por ello, y que cumpliendo lo que decía no tuviese ningún temor. Luego despachó Atabalipa mensajeros a sus capitanes, pues estaban en la ciudad del Cuzco, que le enviasen dos mil indios cargados de oro y muchos de plata, esto sin lo que venía camino con su hermano, que traían preso. El Gobernador le preguntó que qué tanto tardarían sus mensajeros en ir a la ciudad del Cuzco; Atabalipa dijo que cuando envía con priesa a hacer saber alguna cosa, corren por postas de pueblo en pueblo, y llega la nueva en cinco días, y que yendo todo el camino los que él envía con el mensaje, aunque sean hombres sueltos, tardan quince días en ir. También le preguntó el Gobernador que por qué había mandado matar a algunos indios que habían hallado muertos en su real los cristianos que recogieron el campo; Atabalipa dijo que el día que el Gobernador envió a su hermano Hernando Pizarro a su real para hablar con él, que uno de los cristianos arremetió con el caballo, y aquellos que estaban muertos se habían retraído, y por eso los mandó matar. Atabalipa era hombre de treinta años, bien apersonado y dispuesto, algo grueso; el rostro grande, hermoso y feraz, los ojos encarnizados en sangre; hablaba con mucha gravedad, como gran señor; hacía muy vivos razonamientos, y entendidos por los españoles, conoscían ser hombre sabio; era hombre alegre, aunque crudo; hablando con los suyos era muy robusto y no mostraba alegría. Entre otras cosas, dijo Atabalipa al Gobernador que diez jornadas de Caxamalca, camino del Cuzco, está en un pueblo una mezquita que tienen todos los moradores de aquella tierra por su templo general, en la cual todos ofrescen oro y plata, y su padre la tuvo en mucha veneración, y él asimesmo; la cual mezquita dijo Atabalipa que tenía mucha riqueza; porque, aunque en cada pueblo hay mezquita donde tienen sus ídolos particulares en que ellos adoran, en aquella mezquita estaba el general ídolo de todos ellos; y que por guarda de aquella mezquita estaba

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un gran sabio, el cual los indios creían que sabía las cosas por venir, porque hablaba con aquel ídolo -116- y se las decía. Oídas estas palabras por el Gobernador (aunque antes tenía noticia desta mezquita), dio a entender a Atabalipa cómo todos aquellos ídolos son vanidad, y el que en ellos habla es el diablo, que los engaña por los llevar a perdición, como ha llevado a todos las que en tal creencia han vivido y fenescido; y diole a entender que Dios es uno solo, criador del cielo y tierra y de todas las cosas visibles e invisibles, en el cual los cristianos creen, y a éste solo debemos tener por Dios y hacer lo que manda, y recebir agua de baptismo; y a los que así lo hicieren llevará a su reino; y los otros irán a las penas infernales, donde para siempre están ardiendo todos los que carecieron deste conocimiento, que han servido al diablo haciéndole sacrificios y ofrendas y mezquitas; todo lo cual de aquí adelante ha de cesar, porque a esto le envía el Emperador, que es Rey y Señor de los cristianos y de todos ellos, y por vivir, como han vivido, sin conoscer a Dios, permitió que con tan gran poder de gente como tenía, fuese desbaratado y preso de tan pocos cristianos; que mirase cuán poca ayuda le había hecho su dios, por donde conoscería que es el diablo que los engañaba. Atabalipa dijo que, como hasta entonces no habían visto cristianos él ni sus antepasados, no supieron esto, y que él había vivido como ellos; y más dijo Atabalipa, que está espantado de lo que el Gobernador le había dicho; que bien conoscía que aquel que hablaba en su ídolo no es dios verdadero, pues tan poco le ayuda. Como el Gobernador y los españoles hubieron descansado del trabajo del camino y de la batalla, luego envió mensajeros al pueblo de San Miguel, haciendo saber a los vecinos lo que le había acaescido, y por saber dellos cómo les iba, y si habían venido algunos navíos, de lo cual mandó que le avisasen; y mandó hacer en la plaza de Caxamalca una iglesia donde se celebrase el santísimo sacramento de la misa; y mandó derribar la cerca de la plaza, porque era baja, y fue hecha de tapias de altura de dos estados, de largura de quinientos y cincuenta pasos. Otras cosas mandó hacer para guarda del real. -117- Cada día se informaba si se hacía algún ayuntamiento de gente, y de las otras cosas que en la tierra pasaban. Sabido por los caciques desta provincia la venida del Gobernador y la prisión de Atabalipa, muchos dellos vinieron de paz a ver al Gobernador. Algunos destos caciques eran señores de treinta mil indios, todos subjectos a Atabalipa, y como ante él llegaban, le hacían gran acatamiento besándole los pies y las manos; él los recebía sin mirallos. Cosa extraña es decir la gravedad de Atabalipa, y la mucha obediencia que todos le tenían. Cada día le traían muchos presentes de toda la tierra. Así, preso como estaba, tenía estado de señor y estaba muy alegre; verdad es que el Gobernador le hacía muy buen tratamiento, aunque algunas veces le dijo que algunos indios habían dicho a los españoles cómo hacía ayuntar gente de guerra en Guamachuco y en otras partes. Atabalipa respondió que en toda aquella tierra no había quien se moviese sin su licencia; que tuviese por cierto que si gente de guerra viniese, que él la mandaba venir, y que entonces hiciese dél lo que quisiese, pues lo tenía en su prisión. Muchas cosas dijeron los indios que fueron mentira, aunque los cristianos tenían alteración. Entre muchos mensajeros que venían a Atabalipa, le vino uno de los que traían preso a su hermano, a decille que cuando sus capitanes

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supieron su prisión habían ya muerto al Cuzco. Sabido esto por el Gobernador, mostró que le pesaba mucho, y dijo que no le habían muerto, que lo trujesen luego vivo, y si no, que él mandaría matar a Atabalipa. Atabalipa afirmaba que sus capitanes lo habían muerto sin saberlo él. El Gobernador se informó de los mensajeros, y supo que lo habían muerto. Pasadas estas cosas, desde algunos días vino gente de Atabalipa y un hermano suyo que venía del Cuzco, y trújole unas hermanas y mujeres de Atabalipa, y trujo muchas vasijas de oro, cántaros y ollas y otras piezas, y mucha plata, y dijo que por el camino venían más; porque, como es tan larga la jornada, cansan los indios que lo traen y no pueden llegar tan ahína; que cada día entrará más oro y plata de lo que queda más atrás. Y así, -118- entran algunos días veinte mil, y otras veces treinta mil, y otras cincuenta, y otras sesenta mil pesos de oro en cántaros y ollas grandes de a dos arrobas y de a tres, y cántaros y ollas grandes de plata, y otras muchas vasijas. Todo lo mandó poner el Gobernador en una casa donde Atabalipa tenía sus guardas, hasta tanto que con ello y con lo que ha de venir cumpla lo que ha prometido. Veinte días eran pasados de diciembre del sobredicho año, cuando llegaron a este pueblo ciertos indios mensajeros del pueblo de San Miguel, con una carta en que hacían saber al Gobernador cómo habían arribado a esta costa, a un puerto que se dice Cancebi, junto con Quaque, seis navíos en que venían ciento y cincuenta españoles y ochenta y cuatro caballos; los tres navíos venían de Panamá, en que venía el capitán Diego de Almagro con ciento y veinte hombres, y las otras tres carabelas venían de Nicaragua con treinta hombres, y que venían a esta gobernación con voluntad de servir en ella, y que desde Cancebi, como hobieron echado la gente y los caballos para venir por tierra, se adelantó un navío a saber dónde estaba el Gobernador, y llegó hasta Túmbez, y el cacique de aquella provincia no le quiso dar razón dél ni mostralle la carta que el Gobernador le dejó para dar a los navíos que por allí viniesen. Y este navío se volvió sin llevar nueva del Gobernador, y otro que tras él había salido siguió la costa adelante hasta que llegó al puerto de San Miguel, donde desembarcó el Maestre y fue al pueblo, en el cual hubo mucha alegría con la venida de aquella gente. Y luego se volvió el Maestre con las cartas que el Gobernador había enviado a los del pueblo, en que les hacía saber la victoria que Dios había dado a él y a su gente, y la mucha riqueza de la tierra. El Gobernador y todos los que con él estaban hobieron mucho placer con la venida destos navíos. Luego despachó el Gobernador sus mensajeros, escribiendo al capitán Diego de Almagro y algunas personas de las que con él venían, haciéndoles saber cuánto holgaba con su venida, y que, llegados al pueblo de San Miguel, porque no le pusiesen en necesidad, se saliesen a los caciques comarcanos que están en el camino de Caxamalca, porque tienen mucha abundancia -119- de mantenimientos, y que él proveería de hundir oro para pagar el flete de los navíos, porque se volviesen luego. Como de cada día venían caciques al Gobernador, vinieron entre ellos dos caciques que se dicen de los ladrones, porque su gente saltea a todos los que pasan por su tierra; éstos están camino del Cuzco. Pasados sesenta días de la prisión de Atabalipa, un cacique del pueblo donde está la mezquita, y el guardián della, llegaron ante el Gobernador, el cual preguntó a Atabalipa que quién eran; dijo que el uno era señor del pueblo

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de la mezquita y el otro guardián della, y que se holgaba con su venida, porque pagaría las mentiras que le había dicho; y pidió una cadena para echar al guardián porque le había aconsejado que tuviese guerra con los cristianos, que el ídolo le había dicho que los mataría todos; y también dijo a su padre el Cuzco, cuando estaba a la muerte, que no moriría de aquella enfermedad. Y el Gobernador mandó traer la cadena, y a Atabalipa se la echó diciendo que no se la quitasen hasta que hiciese traer todo el oro de la mezquita, y dijo a Atabalipa que lo que quería dar a los cristianos, pues que su ídolo es mentiroso; y dijo el guardián: «Yo quiero agora ver si te quitará esta cadena ese que tú dices que es tu dios». El Gobernador y el cacique que vino con el guardián despacharon sus mensajeros para que trujesen el oro de la mezquita y lo que el cacique tenía, y dijeron que volverían dende en cincuenta días con todo esto. Sabido por el Gobernador que se ayuntaba gente en la tierra y que había gente de guerra en Guamachuco, envió el Gobernador a Hernando Pizarro con veinte de caballo, y algunos de pie a Guamachuco, que está tres jornadas de Caxamalca, para saber qué se hacía, para que hiciese venir el oro y plata que está en Guamachuco. El capitán Hernando Pizarro se partió de Caxamalca víspera de los Reyes del año 1533; quince días después llegaron a Caxamalca ciertos cristianos con mucha cuantía de oro y plata, en que vinieron más de trescientas cargas de oro y plata en cántaros y ollas grandes y otras diversas piezas. Todo lo mandó el Gobernador poner con lo que primero habían -120- traído, en una casa donde Atabalipa tenía puestas guardas, diciendo que él lo quería tener a recaudo, pues había de cumplir lo que había prometido, para que venido lo entregase todo junto; y por tenerlo a mejor recaudo puso el Gobernador cristianos que lo guardasen de día y de noche, y al tiempo que se mete en la casa lo cuentan todo, porque no haya fraude. Con este oro y plata vino un hermano de Atabalipa, y dijo que en Jauja quedaba mayor cuantidad de oro, lo cual traían ya por el camino, y venía con ello uno de los capitanes de Atabalipa, llamado Chilicuchima. Hernando Pizarro escribió al Gobernador que él se había informado de las cosas de la tierra, y que no había nueva de ayuntamiento de gente ni de otra cosa, sino que el oro estaba en Jauja, y con ello un Capitán, y que le hiciese saber qué mandaba que hiciese, si mandaba que pasase adelante, porque hasta ver su respuesta no se partiría de allí. El Gobernador respondió que llegase a la mezquita, porque tenía preso al guardián della, y Atabalipa había mandado traer el tesoro que en ella estaba, y que despachase presto de traer todo el oro que en la mezquita hallase, y que le escribiese de cada pueblo lo que le sucediese por el camino; y así lo hizo. Viendo el Gobernador la dilación que había en el traer del oro, envió tres cristianos para que hiciesen venir el oro que estaba en Jauja y para que viesen el pueblo del Cuzco, y dio poder a uno de ellos para que en su lugar, en nombre de Su Majestad, tomase posesión del pueblo del Cuzco y de sus comarcas ante un escribano público que con ellos iba; y con ellos envió un hermano de Atabalipa. Y mandoles que no hiciesen mal a los naturales ni les tomasen oro ni otra cosa contra su voluntad, ni hiciesen más de lo que quisiese aquel principal que con ellos iba, porque no los matasen, y que procurasen de ver el pueblo del Cuzco, y de todo trujesen relación; los cuales partieron de Caxamalca a 15 días de hebrero del año sobredicho.

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El capitán Diego de Almagro llegó a este pueblo con alguna gente, y entraron en Caxamalca víspera de Pascua Florida, a 14 de abril del dicho año; el cual fue bien recebido del Gobernador y de los que con él estaban. Un -121- negro que partió con los cristianos que fueron al Cuzco volvió a 28 de abril con ciento y siete cargas de oro y siete de plata; este negro volvió desde Jauja, donde hallaron los indios que venían con el oro, y otros cristianos se fueron al Cuzco; y dijo este negro que vernía el capitán Hernando Pizarro muy presto, que era ido a Jauja a verse con Chilicuchima. El Gobernador mandó poner este oro con lo otro, y contáronse todas las piezas. Biblioteca de autores españoles Desde la formación del lenguaje hasta nuestros días Historiadores primitivos de indias Colección dirigida e ilustrada por don Enrique de Vedia Tomo segundo Madrid. 1853 Pedro Sancho de la Hoz Biografía de Pedro Sancho de la Hoz Don Joaquín García Icazbalceta en el Apéndice que compuso para su versión de la Conquista del Perú, del insigne historiador norteamericano Guillermo H. Prescott, dijo que habría sido de desear que hombre tan extraordinario como Francisco Pizarro, escribiera una relación de los hechos asombrosos de que fue protagonista principal, para que se conservara así un

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testimonio comparable al que nos legó Cortés con sus Cartas sobre la conquista de México. A falta de ese relato que hubiera aclarado tantos puntos oscuros de la gesta del Marqués, hemos de acudir forzosamente a lo que consignaron sus Secretarios, Francisco de Jerez, en primer término, y luego Pedro Sancho de la Hoz, que actuó como tal en ausencia del primero y por cierto tiempo. Si lo que nos ha quedado de Jerez es valioso en alto grado, lo que ha llegado hasta nosotros de Sancho de la Hoz tiene igual mérito, por tratarse de un testigo presencial de los hechos por él narrados y -128- porque su Relación de la Conquista del Perú la redactó por orden de Pizarro para enviarla al Emperador. Según asegura al final de la misma, cuando la tuvo concluida la leyó en presencia de Pizarro y de los que estaban a su servicio, los que, por haberla hallado exacta la firmaron. En efecto, al término de la Relación citada constan estas palabras: «Acabose esta relación en la ciudad de Xauxa, la cual yo Pedro Sancho, Escribano general en estos reinos de la Nueva Castilla y Secretario del gobernador Francisco Pizarro, por su orden y de los oficiales de S. M. la escribí justamente como pasó, y acabada la leí en presencia del gobernador y de los oficiales de S. M., y por ser todo así, el dicho gobernador y los oficiales de S. M. la firmaron de su mano.- Francisco Pizarro.- Álvaro Riquelme.- Antonio Navarro.- García de Salcedo.- Por mandado del Gobernador y oficiales, Pero Sancho». Deberemos el conocimiento de la Relación de Sancho de la Hoz, al polígrafo mexicano don Joaquín García Icazbalceta, pues se había perdido el original español y el texto de Sancho no habría llegado hasta nosotros, si no mediara la feliz circunstancia de haberlo traducido al italiano, antes de que se extraviara, Juan Bautista Ramusio, e incorporado en la Colección de Viajes que él publicó en Venecia a mediados del siglo XVI. Ramusio nació en Venecia en 1485 y falleció en Padua el 10 de julio de 1557, a la edad de setenta y dos años. Fue hombre eminente, como anota Icazbalceta, y su actividad intelectual anda vinculada a las que desarrollaba en Venecia Aldo Manucio, ese impresor egregio cuyos trabajos, como dijo Pedro de Nolhac, la humanidad sabia debería recibirlos de rodillas. En la Colección de Viajes de Ramusio encontró Icazbalceta el relato de Pedro Sancho de la Hoz en idioma italiano y devolviéndolo al español lo publicó en 1849 como Apéndice al libro de Prescott sobre el Perú, que lo había vertido del inglés. El conocimiento -129- de los idiomas extranjeros servía al ilustre mexicano para poner los mejores trabajos históricos al alcance de los estudiosos de su patria. ¿Quién era Pedro Sancho de la Hoz, cuya Relación es uno de los documentos más antiguos de la conquista del Perú? No conocemos hasta ahora ni el lugar ni la fecha de su nacimiento en España. En su vida hay que distinguir dos partes bien marcadas: la de sus actuaciones en el Perú y la de sus pasos en la conquista de Chile junto a Pedro de Valdivia. El haber intervenido en esta última, nos ha valido el que don José Toribio Medina se preocupara con la figura de este Cronista y le dedicara un artículo en su Diccionario Biográfico Colonial de Chile,

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publicado en Santiago el año de 1906. Anota Medina que de un pleito que le siguió a Pedro Sancho en Sevilla el clérigo Juan de Sosa, consta que el primero actuó como Escribano en el reparto de los tesoros entregados a Pizarro en Cajamarca, por el Inca Atahualpa y que habiéndole dado poder el citado clérigo para que recibiera su parte, se quedó con ella. Los jueces absolvieran a Pedro Sancho de esta acusación. Sancho de la Hoz presta confesión en Sevilla el 23 de junio de 1536 y en ella dice que acompañó a Francisco Pizarro desde que pasó a conquistar la Nueva Castilla, y hasta acabarla de conquistar y poblar anduvo de conquistador en ella y sirvió a S. M. en la dicha conquista, hasta ahora que vino. Hemos visto que la Relación de Sancho está fechada en 1534. Parece que actuó como Secretario de Pizarro en el año de 1533 a 1534, por ausencia de Jerez. En 1535 hallábase todavía en Lima, dice Medina, pero ya no era Secretario de Pizarro. Vuelto a España en aquel mismo año de 1535, con una fortuna de cincuenta mil ducados, se casa con una dama noble llamada doña Guiomar de Aragón y llega a ser Regidor -130- de Toledo; en compañía de doña Guiomar gasta en poco tiempo el dinero que llevara. Logra que se le conceda permiso para quedarse en España sin perder los indios y granjerías que tenía encomendados en el Perú, hasta que por fin, el 24 de enero de 1539, celebra con Carlos V una capitulación para efectuar descubrimientos por la Mar del Sur, desde donde acababan los límites de las gobernaciones de Pizarro y Almagro hacia adelante. Se le concede el título de Gobernador de las tierras que descubriera hasta el Estrecho. Había de descubrir y explorar a su costa en dos navíos que armaría a su costa, la Mar del Sur y proveería de las gentes, armas y bastimentos necesarios para la empresa. Dejó Pedro Sancho a su mujer en España y regresó al Perú, en donde se halló con la desagradable sorpresa de que Francisco Pizarro había otorgado ya la gobernación de Chile a Pedro de Valdivia, hombre de extremada valía. No le quedó sino aceptar lo que Pizarro propuso: que se firmara un contrato de compañía en virtud del cual Valdivia y Sancho se asociaban para la conquista de Chile; Valdivia se adelantaría con las tropas y Sancho de la Hoz se juntaría con él a los cuatro meses, llevando provisiones y pertrechos. En 1540 salió Valdivia del Cuzco para el Sur. Sancho de la Hoz no ha llevado ni armas ni provisiones para la empresa. Arrepentido del contrato firmado en el Perú ha seguido secretamente a Valdivia en compañía de cuatro aventureros, con el plan de apresarle a traición, exhibir sus títulos a la conquista de Chile y tomar el mando en el empeño descubridor. Llegó sorpresivamente a Atacama una noche de junio de 1540 y penetró con los conjurados en la toldería que se le señaló como alojamiento de Valdivia para poner en práctica sus planes. Valdivia no estaba allí, se había adelantado para preparar alojamiento para la tropa y a la sazón se encontraba en un pueblo de indios llamado también Atacama. En el toldo se alojaba Inés Suárez, acompañada de Luis Torres y otros oficiales, con los que conversaba tranquilamente. -131- Prevenido Valdivia de las intenciones de Sancho de la Hoz, contando con la lealtad de sus compañeros, regresó al día siguiente y redujo a prisión a los conjurados. A los aventureros que acompañaban a Sancho les obligó a regresar al Perú y a éste le mantuvo preso en los dos meses que duró la

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permanencia en Atacama. Le perdonó la vida por las súplicas de dos de sus mejores capitanes: Juan Bohón y Alonso de Monroy, escribe don Diego Barros Arana, a condición de que renunciaría por escrito y ante escribano del ejército a todos sus derechos a la conquista de Chile. Valdivia le tomaría bajo sus banderas y le daría un repartimiento proporcionado a su calidad. Se firmó el compromiso el 12 de agosto de 1540. El 10 de diciembre de 1547, se embarcaba Valdivia secretamente en uno de los puertos de la tierra chilena recién descubierta, para pasar al Perú. Iba a ponerse a órdenes de La Gasca sabedor de que había venido al Perú a sofocar la revolución de Gonzalo Pizarro. Encargó el gobierno de la naciente colonia a Francisco de Villagra. A los pocos días de ausencia de Valdivia descubre Villagra un complot movido por Pedro Sancho de la Hoz en el que está complicado también Juan Romero, que ha aconsejado e instigado al acto. A los dos les corta la cabeza: a Sancho de la Hoz el 8 de diciembre, «en honor de María Santísima y para celebrar dignamente su fiesta» y al día siguiente a Romero. Así terminó sus días en Chile, el año de 1547, el Cronista y Secretario de Francisco Pizarro, de cuya obra escrita ha dicho Icazbalceta: «No hay documento que se acerque más a una relación dictada por el mismo Pizarro». Y Raúl Porras Barrenechea ha agregado, en su monografía sobre Los Cronistas de la Conquista, que: «Si ella hubiera desaparecido estaría incompleta la historia de una etapa decisiva de la conquista y de la caída del imperio», agregando que «La Crónica de Sancho es indispensable para reconstruir el proceso y la muerte de Atahualpa y el trayecto de los españoles de Cajamarca -132- al Cuzco. Toda dilucidación histórica sobre las costumbres e instituciones del Inkario tendrá que recurrir a sus notas como al más seguro punto de partida, antes de toda adulteración o posible simbiosis con la cultura importada». El R. P. Rubén Vargas Ugarte, se expresa así en su libro sobre Fuentes históricas del Perú: «En cuanto al valor de la Crónica de Sancho de la Hoz, ha de decirse que tiene toda la verdad y frescura de lo que se ha visto con los ojos. Le resta méritos el haberla escrito por inspiración de Pizarro, y, más que nada, la dudosa moralidad del autor. Encierra datos de importancia sobre la campaña emprendida contra las tropas de Quizquiz y Chalcuchima y no pocas descripciones de la tierra, desde Jauja hasta el Cuzco, así como de esta ciudad y de algunos de sus monumentos». (Obra citada, página 150) -133- Relación de la conquista del Perú escrita por Pedro Sancho secretario de Pizarro y escribano de su ejército Publicada en italiano por Juan Bautista Ramusio, y traducida por primera vez al castellano por Joaquín García Icazbalceta

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1849 -[134]- -135- Relación de lo sucedido en la conquista y pacificación de estas provincias de la Nueva Castilla, y de la calidad de la tierra, después que el capitán Hernando Pizarro se partió y llevó a Su Majestad la relación de la victoria de Caxamalca y de la prisión del cacique Atabalipa2 Capítulo I De la gran cantidad de plata y oro que se trajo del Cuzco, y de la parte que se envió a Su Majestad el Emperador por el quinto real: de cómo fue declarado libre el cacique preso Atabalipa de la promesa que les había hecho de la casa llena de oro por rescate: y de la traición que el dicho Atabalipa meditaba contra los españoles por la cual le hicieron morir Partido que hubo el capitán Hernando Pizarro con los cien mil pesos de oro y cinco mil marcos de plata que se mandaron a Su Majestad por su real quinto, de allí a diez o doce días llegaron los dos españoles que traían el oro del Cuzco y al punto se fundió una parte de él porque eran piezas pequeñas y muy finas y montó a la -136- suma3 de quinientas y tantas planchas de oro arrancadas de unos paneles de la casa del Cuzco, y las planchas más pequeñas pesaban cuatro o cinco libras cada una y otras chapas de diez o doce libras, con las cuales estaban cubiertas todas las paredes de aquel templo; trajeron también un asiento de oro muy fino, labrado en figura de escabel que pesó diez y ocho mil pesos. Trajeron asimismo una fuente toda de oro, muy sutilmente labrada que era muy de ver, así por el artificio de su trabajo como por la figura con que era hecha, y la de muchas otras piezas de vasos, ollas y platos que asimismo trajeron. De todo este oro se juntó una cantidad que subió a dos millones y medio, que reducido a oro fino vino a ser un millón trescientos veinte y tantos mil pesos, de lo que se sacó el quinto para S. M. que fueron doscientos sesenta y tantos mil pesos. De plata se hallaron cincuenta mil marcos, de los cuales tocaron a S. M. diez mil, y se entregaron al Tesorero de S. M. los ciento y sesenta mil pesos y cinco mil marcos de plata, porque, como se ha dicho, los cien mil4 pesos restantes y los cinco mil marcos de plata los llevó Hernando Pizarro para ayuda de los gastos que Su Majestad Cesárea hacía en la guerra contra los turcos enemigos de nuestra santa fe, según se decía. Todo el resto fue dividido entre los soldados y compañeros del Gobernador, el cual dio a cada uno según lo que en su conciencia y en justicia pensaba que merecía considerando los

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trabajos que había pasado y la calidad de la persona, todo lo cual hizo con suma diligencia y con la mayor presteza posible, para partirse de aquel lugar e irse a la ciudad de Xauxa. Y porque entre aquellos soldados había algunos que eran viejos y ya más propios para el descanso que para la fatiga, y que en aquella guerra habían trabajado y servido mucho, les dio licencia para que se volviesen a España, con cuya humanidad lograba que volviendo éstos diesen mejor -137- testimonio de la grandeza y riqueza de la tierra, de manera que acudiese gente bastante para que se poblase y se acreciese; porque en verdad siendo la tierra grande y llena de naturales, los españoles que en ella había entonces eran poquísimos para conquistarla, mantenerla, poblarla; y aunque habían hecho y obrado grandes cosas en la conquista de ella, fue más bien por la ayuda de Dios que en todo lugar y ocasión les dio victoria, que por fuerzas y medios que tuviesen para lograrla; con cuyo auxilio contaban les sostendría en lo de adelante. Hecha aquella fundición, el Gobernador mandó que el notario extendiera una escritura, en la cual daba por libre al cacique Atabalipa y le absolvía de la promesa y palabra que había dado a los españoles que lo prendieron de la casa de oro que les había otorgado; la cual escritura hizo pregonar públicamente a son de trompetas en la plaza de aquella ciudad de Caxamalca, notificándola también al dicho Atabalipa por medio de una lengua5, y asimismo declaró en el propio pregón, que porque convenía al servicio de S. M. y a la seguridad de la tierra, quería mantenerlo preso con buena guarda, hasta tanto que llegaran más españoles con que se asegurase mejor, pues estando libre y siendo él tan gran señor y teniendo tanta gente de guerra, y que todos le temían y obedecían, preso como se hallaba, aunque estaba a trescientas leguas no podía menos de hacerlo así para quitarse de toda sospecha; tanto más que muchas veces se había tenido por cosa cierta, que había mandado juntar gente de guerra para acometer a los españoles; la cual, como luego se dirá, la había juntado y puesto en orden con sus capitanes, y sólo se dilataba el efecto por la falta de su persona y de su general Chilicuchima, que estaba asimismo preso. Pasados algunos días, ya que los españoles estaban a punto de partirse para embarcarse y volver a España, y el Gobernador alistaba la demás gente para salir de Xauxa, Dios Nuestro Señor que con su infinita bondad guía y encamina las cosas para que todo sea en -138- mayor servicio suyo, como será, habiendo en esta tierra españoles que la habiten, y hagan venir en conocimiento del verdadero Dios a los naturales de la dicha tierra, para que Nuestro Señor sea siempre alabado y conocido de estos bárbaros y ensalzada su santa fe, permitió que se descubriese y trastornase el mal propósito que tenía este soberbio tirano en satisfacción de las muchas buenas obras y buen tratamiento que siempre del Gobernador y de cada uno de los españoles de su compañía había recibido; cuya recompensa, según su intento, había de ser de la suerte y manera que solía darla a los caciques y señores de la tierra, mandándolos matar sin culpa ni causa ninguna. Pues sucedió que volviéndose a España nuestros soldados licenciados, viendo él que se llevaban consigo el oro sacándolo de su tierra, considerando que poco ha era tan gran señor que tenía todas aquellas provincias con sus riquezas sin contradicción alguna, y sin considerar las justas causas por las cuales le habían despojado de ellas, había dado orden que cierta gente

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que por mandato suyo se había juntado en la tierra de Quito, viniera a acometer a los españoles que estaban en Caxamalca una noche a una hora concertada, por cinco partes, asaltándoles en sus cuarteles y prendiendo fuego por todas partes donde pudiesen. Andaban en aquel tiempo fuera de Caxamalca treinta españoles y más que eran idos a la ciudad de San Miguel para embarcar el oro de S. M., y creyendo que por ser éstos asimismo pocos les podría matar con facilidad antes que pudieran juntarse con los de Caxamalca6, de lo cual se hubo larga información de muchos caciques y de sus mismos principales, que todos sin temer tormentos ni amenazas voluntariamente dijeron y confesaron esta conjuración; cómo venían a la tierra cincuenta mil hombres de Quito y muchos Caribes, y que en todos los confines de aquella provincia había gente armada en gran número; que por no hallarse mantenimientos para toda así junta, se había dividido en tres o cuatro partes, y que todavía esparcidos de esta -139- manera eran tantos, que no hallando con qué sustentarse cogían su maíz verde y lo secaban para que no les faltasen vituallas. Sabido todo esto, y siendo ya para todos cosa pública y clara que en sus ejércitos decían que venían para matar a todos los cristianos, viendo el Gobernador en cuanto peligro estaba el gobierno y todos los españoles, para poner remedio en ello aunque le dolía mucho venir a tal término, vista sin embargo la información y proceso hecho, habiendo juntado a los oficiales de S. M., y a los capitanes de su compañía, y a un doctor que entonces estaba en este ejército, y al padre fray Vicente de Valverde, religioso de la orden de Santo Domingo enviado por el Emperador Nuestro Señor para la conversión y doctrina de las gentes de estos reinos; después de haberse disputado y discurrido mucho sobre el daño o provecho que podría seguirse de la vida o muerte de Atabalipa, se resolvió que se hiciese justicia de él, y porque así lo pidieron los oficiales de S. M. y el doctor juzgó ser bastante la información, fue al cabo sacado de la prisión en que estaba y a son de trompeta que publicase su traición y alevosía, fue llevado al medio de la plaza de la ciudad y atado a un palo, mientras el religioso lo iba consolando y enseñándole por medio de una lengua las cosas de nuestra fe cristiana, diciéndole que Dios había querido que fuese muerto por los pecados que había cometido en el mundo, y que debía arrepentirse de ellos, y que Dios le perdonaría si lo hacía así y se bautizaba al punto. Movido él de estas razones pidió el bautismo y se lo dio al instante aquel reverendo padre, que le ayudó mucho con esta exhortación; de tal manera que aunque estaba sentenciado a ser quemado vivo, se le dio una vuelta al cuello con un cordón7 y de este modo fue ahogado; mas cuando vio que se le ponían para matarle, dijo que recomendaba al Gobernador sus hijos pequeños, que los tomase consigo; y con estas postreras palabras y diciendo por su ánima los españoles que le rodeaban el credo, fue de pronto ahogado. Dios lo tenga en su -140- santa gloria, pues murió arrepentido de sus culpas y con la verdadera fe de cristiano. Después de haber sido ahogado de esta manera, en cumplimiento de la sentencia se le arrimó fuego de modo que se le quemara alguna parte de la ropa y de la carne. Aquella noche (porque murió ya tarde) quedó su cuerpo en la plaza para que todos supieran su muerte, y a otro día mandó el Gobernador que todos los españoles asistieran a su entierro, y con la cruz y demás religioso aparato fue llevado a la iglesia y enterrado con tanta

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solemnidad como si hubiera sido el primer español de nuestro campo. De lo cual todos los principales señores y caciques que lo servían recibieron gran contento considerando la grande honra que se le hacía, y por saber que por haberse hecho cristiano no fue quemado vivo, y que fue enterrado en la iglesia como si fuera español. Capítulo II Eligen por señor del Estado de Atabalipa a su hermano Atabalipa8, en cuya coronación se guardaron las ceremonias, según la usanza de los caciques de aquellas provincias. Del vasallaje y obediencia que ofrecieron Atabalipa y otros muchos caciques al Emperador Hecho esto mandó el Gobernador que al punto se juntasen en la plaza mayor de aquella ciudad todos los caciques y señores principales que vivían entonces en ella en compañía del señor muerto, que eran muchos y de -141- lejanas tierras, para darles otro señor que los gobernara en nombre de S. M. por estar acostumbrado hacía largo tiempo a dar siempre obediencia y tributo a un sólo señor, que de no ser así resultaría gran confusión, porque cada uno se alzara con su señoría, costara gran trabajo traerlos a la amistad de los españoles y al servicio de S. M.; por esto, y por otras muchas razones los hizo juntar el Gobernador, y hallándose entre ellos un hijo de Gucunacaba9 llamado Atabalipa hermano de Atabalipa, a quien tocaba por derecho el reino, dijo a todos que ya veían cómo Atabalipa había muerto por la traición que había concertado contra él, y puesto que todos habían quedado sin señor que les gobernase y a quien obedecer, él quería darles un señor que les contentara a todos y que éste era Atabalipa que tenían allí presente, al cual pertenecía legítimamente aquel reino, como hijo de aquel Gucunacaba a quien tanto habían amado. Que era persona joven que les trataría con mucho amor, y tenía harta prudencia para gobernar aquella tierra; que sin embargo mirasen si lo querían por señor, que se los daría, y que de no, ellos nombrasen otro, que con tal de que fuese capaz, él se los daría por señor. Ellos respondieron que pues Atabalipa era muerto, obedecerían a Atabalipa o a cualquier otro que les diese, y así se dispuso que a otro día se le prestase obediencia de la manera acostumbrada. Venido el día siguiente se juntaron de nuevo todos delante de la puerta del Gobernador, donde se puso el cacique en su asiento y cerca de él todos los demás señores y principales, cada uno por su orden; y hechas las ceremonias debidas, cada uno vino a ofrecerle un plumaje blanco en señal de vasallaje y de tributo, que ésta es costumbre antigua entre ellos desde que esta tierra fue conquistada por estos Cuzcos10. Hecho esto cantaron y bailaron haciendo una gran fiesta, en la cual el nuevo cacique Rey no se vistió ninguna ropa de precio, ni se puso borla en la frente como solía traerla -142- el señor muerto. Y preguntándole el Gobernador por qué hacía esto, dijo que era costumbre de

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sus antepasados cuando tomaban posesión del señorío, hacer duelo por el cacique muerto y pasaban tres días ayunando encerrados en una casa, y después salían fuera con mucha honra y solemnidad y hacían gran fiesta, por lo cual él quería hacer lo mismo y estar dos días ayunando. El Gobernador le respondió, que pues era costumbre antigua la guardase, y que luego le daría muchas cosas que el Emperador Nuestro Señor le mandaba que le dijera a él y a todos los señores de aquellas provincias; y luego se puso el cacique a su ayuno en un lugar apartado del consorcio de los demás, que era una casa que le habían aparejado para este efecto desde el día que le fue notificado por el Gobernador, la que estaba cerca de su alojamiento, de lo cual quedaron muy maravillados al dicho Gobernador y los demás españoles, viendo cómo en tan breve espacio habían hecho una casa tan grande y buena. En ella se estuvo encerrado y retraído, sin que nadie le viera ni entrara a aquel lugar, salvo los criados que le servían y le llevaban la comida, o el Gobernador cuando le quería mandar alguna cosa. Acabado el ayuno salió fuera ricamente vestido y acompañado de mucha gente; caciques y principales que lo aguardaban, y adornados todos los lugares donde había de asentarse con cojines de gran precio y puestos bajo de los pies paños de corte. Se asentó junto a él Calicuchima, el Gran Capitán de Atabalipa que le conquistó esta tierra, como se cuenta en la relación hecha de las cosas de Caxamalca11 y junto de él el capitán Tice, uno de los principales, y de la otra parte ciertos hermanos del señor, y seguían de uno y otro lado, otros caciques y capitanes y gobernadores de provincias y otros señores de grandes tierras, y finalmente no se asentó aquí ninguna persona que no fuese de calidad; y comieron todos juntos en el suelo, que no usan otra mesa, y después de haber comido, dijo el cacique quería dar la obediencia en nombre de S. M. como la habían dado sus -143- principales. El Gobernador le dijo que hiciera como le pareciera y luego le ofreció un plumaje blanco que sus caciques le habían dado, diciéndole que se lo presentaba en muestra de obediencia. El Gobernador lo abrazó con mucho amor y lo recibió, diciéndole que cuando quisiera le diría las cosas que tenía que decirle en nombre del Emperador, y quedó concertado entre los dos que se juntarían otra vez para este efecto el día siguiente. Llegado se presentó en la junta el Gobernador vestido lo mejor que pudo con ropa de seda, acompañado de los oficiales de S. M. y de algunos hidalgos de su compañía, que asistieron bien vestidos para mayor solemnidad de esta ceremonia de amistad y paz, y a su lado hizo poner el Alférez con el estandarte real. Luego el Gobernador fue preguntando a cada uno por su orden cómo se llamaba y de qué tierra era señor, y mandó que lo fuese notando su Secretario y Escribano, y serían hasta cincuenta caciques y señores principales. Encarándose después con todos ellos les dijo que el emperador D. Carlos nuestro señor de quien eran criados y vasallos los españoles que estaban en su compañía, le había enviado a aquella tierra para darles a entender y predicarles cómo un solo Señor Criador del cielo y de la tierra, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, los había criado y les daba la vida y el ser, y hacía nacer los frutos de la tierra con que se sustentaban, y a este fin les enseñara lo que habían de hacer y de guardar para salvarse; y cómo por mano de este Nuestro Señor Dios todopoderoso y de sus vicarios que dejó en la tierra, porque él subió al cielo donde

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ahora habita y será glorificado eternamente, fueron dadas aquellas provincias al Emperador para que se hiciera cargo de ellas, el cual le mandaba para que los doctrinase en la fe cristiana y los pusiera bajo su obediencia; y que todo lo tenía por escrito a fin de que lo escuchasen y cumpliesen, lo cual les hizo leer y declarar palabra por palabra por medio de un intérprete. Luego les preguntó si lo habían entendido bien y respondieron que sí, y que pues les había dado por señor a Atabalipa ellos harían todo lo que les ordenara en nombre de S. M., teniendo por Señor Supremo al Emperador, -144- y después al Gobernador y después a Atabalipa, para hacer cuanto les mandara en su nombre. Luego al punto tomó el Gobernador en las manos el estandarte real el cual levantó en alto tres veces, y les dijo que como vasallos de la Majestad Cesárea debían hacer ellos lo mismo, y al punto lo tomó el cacique y después los capitanes y los otros principales y cada uno lo alzó en alto dos veces; luego fueron a abrazar al Gobernador, el cual los recibió con mucha alegría por ver su pronta voluntad y con cuánto contento habían oído las cosas de Dios y de nuestra religión. El Gobernador quiso que de todo esto se pusiese testimonio por escrito, y acabado, el cacique y los principales hicieron grandes fiestas, de manera que todos los días había holgorio y regocijo en juegos y convites que de ordinario se hacían en la casa del Gobernador. Capítulo III Trayendo una nueva colonia de españoles para poblar en Xauxa tienen nueva de la muerte de Guaritico12 hermano de Atabalipa. Después que pasaron la tierra de Guamachuco, Adalmach13, Guaiglia14, Puerto Nevado y Capo Tambo15, entienden que en Tarma les aguardan para acometerles muchos indios de guerra por lo cual echan prisiones a Calicuchima, y siguiendo intrépidos su viaje van a Cachamarca16 donde hallan mucho oro -145- En este tiempo acabó de repartir entre los españoles de su compañía el oro y la plata que se hubo en aquella casa, y Atabalipa dio el oro de los quintos reales al tesoro de S. M. el cual hizo cargar para llevarlo a la ciudad de Xauxa donde pensaba fundar colonia de españoles por las noticias que tenía de las buenas provincias comarcanas y de las muchas ciudades que había todo alrededor de ella. Hizo asimismo poner en orden los españoles y proveerles de armas y otras cosas para la jornada, y venido el tiempo de la partida les dio naturales que les llevasen su oro y sus cargas. Antes de partirse habiendo entendido la poca gente que había en la ciudad de San Miguel para poder mantenerse en ella, sacó de los españoles que había de llevar consigo diez soldados de a caballo con un Capitán, persona de mucho recaudo; al cual mandó que se fuere para aquella ciudad y se mantuviera en ella hasta que llegasen navíos con gente que la pudiera guardar, y que luego se volviese a Xauxa donde él iba a asentar un pueblo de españoles, y fundir el oro que llevaba, prometiendo que les daría todo el oro que

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entonces les tocara con tanta puntualidad como si se hallaran presentes, porque su vuelta era muy necesaria, siendo aquella la primera ciudad donde se había de poblar y dejar colonia de españoles por la Majestad Cesárea, y la principal porque en ella se habían de recoger y recibir los navíos que viniesen de España para aquella tierra. De esta manera se partieron con la instrucción que el Gobernador les dio de lo que habían de hacer en la pacificación de la gente de la comarca. El Gobernador se partió asimismo después un lunes por la mañana, y en aquel día caminó tres leguas y fue a dormir a orillas de un río, donde llegó la nueva de que un hermano del cacique Atabalipa llamado Guaritico, y hermano asimismo de Atabalipa, había sido muerto por unos capitanes de Atabalipa por orden suya. Este Guaritico era persona muy principal y amigo de los españoles, el que había sido mandado por el Gobernador desde Caxamalca para aderezar los puentes y malos pasos del camino. El cacique mostró sentir gran pesadumbre por su muerte, y el Gobernador -146- lo sintió mucho porque lo quería, por ser muy útil a los cristianos. A otro día se partió el Gobernador de aquel lugar, y por sus jornadas llegó a la tierra de Guamachucho, diez y ocho leguas de Caxamalca, y habiéndose reposado allí dos días se partió para Caxamalca nueve leguas adelante, a donde llegó en tres días y descansó cuatro para que la gente reposara y recogiese bastimento para pasar a Guaiglia, veinte leguas de allí. Partido de este pueblo llegó en tres días al Puerto de Nevado el que pasó y a otro día de mañana llegó a una jornada de Guaiglia, y mandó el Gobernador un Capitán suyo, que fue el mariscal D. Diego de Almagro, con gente de a caballo para que tomase un puente a dos leguas de Guaiglia cuyo puente era fabricado de la manera que luego se dirá. Este Capitán tomó el puente junto con un monte fuerte que dominaba aquella tierra. El Gobernador no tardó en llegar al puente con el resto de los suyos, y habiéndolo pasado partió a otro día de mañana, que fue domingo, para Guaiglia, y llegados, oyeron luego misa y después entró en ciertos aposentos buenos; y reposado allí ocho días se partió con la gente, y a otro día pasó a otra puente de criznejas que estaba sobre el dicho río, el cual pasa por un valle muy deleitable. Caminaron treinta leguas hasta donde el capitán Herrando Pizarro llegó cuando fue a Pachacamac, según se mandó larga relación a S. M. de todo lo que hizo en este viaje hasta Pachacamac y de allí a la ciudad de Xauxa y en la vuelta a Caxamalca cuando trajo consigo al capitán Chilichuchima y de otras cosas que aquí no se relatan. El Gobernador enderezó su camino, y por sus jornadas llegó a la tierra de Caxatambo. De allí se partió sin hacer más que pedir algunos indios para que cargasen el oro de S. M. y de los soldados, y usando siempre de grande vigilancia en saber y tener noticias de las cosas que sucedían en la tierra; y con buen concierto en la gente siempre con vanguardia y retaguardia como hasta allí había hecho, temiendo que el capitán Chillichuchima que traía consigo le tramase alguna traición por la sospecha que había tenido mucho más que en Caxatambo ni en diez leguas adelante había encontrado gente alguna, ni menos se encontró en una parada que se hizo en un pueblo a -147- cinco leguas más allá, porque toda se había huido sin que pareciese alma viviente. Llegado allí vino un indio criado de un español, que era de aquella tierra de Pambo, distante de aquí diez leguas y veinte de la ciudad de Xauxa, del cual se entendió que se había juntado mucha gente de

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guerra en Xauxa para matar a los cristianos que venían, y que traían por capitanes a Incorabaliba, Iguaparro, Mortay y otro capitán, todos cuatro personas principales y que tenían mucha gente consigo, añadiendo además que en un pueblo a cinco leguas de Xauxa llamado Tarma se había puesto una parte de esta gente a guardar un mal paso que había en un monte, para cortarlo y romperlo de manera que los españoles no lo pudiesen pasar. Informado de esto el Gobernador mandó echar prisiones al capitán Chillichuchima, porque se decía por cosa cierta, que por consejo y mandato suyo se había movido aquella gente, pensando él huírseles a los cristianos e ir a juntarse con ella, de cuyos tratos no era sabedor el cacique Atabalipa, y por esto no dejaban estas gentes que ningún indio pasara a la parte del cacique para que le pudiera dar noticia de estos trabajos. La causa porque se habían rebelado y querían guerra con los cristianos, era porque veían la tierra ganada por los españoles y querían gobernarla ellos17. El Gobernador antes de partirse de aquel lugar envió un Capitán con gente de a caballo para que tomase un puerto nevado que estaba a tres leguas y fuera a pasar -148- la noche en unos campos cerca de Pombo y así lo hizo, que pasó el puerto con mucha nieve, pero sin encontrar tropiezo alguno, y asimismo lo pasó el Gobernador sin oposición, salvo la incomodidad de la nieve que les cayó muy impetuosa. Pasaron todos la noche en aquel campo sin toldo ninguno sobre la nieve, sin tener provisión de leña ni de vitualla. Llegados a la tierra de Pombo proveyó y mandó el Gobernador que los soldados se alojasen con el mejor orden y recaudo que se pudiera, porque tenía nueva de que los enemigos se aumentaban a cada momento, y se tenía por cierto que aquí vendría a embestir a los españoles, y por esa hizo aumentar las rondas y centinelas espiando siempre los pasos de los enemigos. Después de haberse reposado allí otro día de ciertos enviados que el cacique Atabalipa había mandado para saber lo que pasaba en Xauxa, vino uno que dijo cómo la gente de guerra estaba cinco leguas de Xauxa camino del Cuzco, y venía a quemar el pueblo y todos los edificios de él, para que los cristianos no hallaran donde hospedarse y que luego querían irse la vuelta del Cuzco a juntarse con un Capitán que se llamaba Quizquiz, que estaba allí con mucha gente de guerra, que había venido de Quito por mandado de Atabalipa para seguridad de la tierra. Sabido esto por el Gobernador hizo aparejar sesenta y cinco caballos ligeros, y con veinte peones que guardaban a Chillichuchima, sin estorbo de bagajes, se partió para Xauxa dejando allí al Tesorero con la otra gente guardando la cola del campo y el oro de S. M. y de la compañía. El día que se partió de Pombo caminó unas siete leguas y se fue a quedar en un pueblo que se dice Cacamarca y aquí se encontraron setenta mil pesos de oro en piezas ricas, para cuya guardia dejó el Gobernador dos cristianos de a caballo, para que cuando la retaguardia llegara lo condujesen bien guardado; luego a la mañana se partió con su gente en buen orden habida nueva de que a tres leguas de allí estaban cuatro mil hombres; y en la marcha iban siempre por delante tres o cuatro caballos ligeros para que encontrándose con algún espía de los enemigos lo tomasen para que no diera aviso de su venida. A hora del medio día llegaron a -149- aquel mal paso de Tarma donde decían que había gente guardándolo para defenderlo, el cual mostraba ser tan dificultoso que parecía imposible poder subirlo,

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porque había un mal paso de piedra para bajar al arroyo donde tenían que apearse todos los que iban a caballo, y después era preciso que subiesen a lo alto por una cuesta, y por la mayor parte «era» monte empinado y difícil que duraba como una legua, la cual se pasó sin que parecieran los indios que se decía estaban armados. Y a la tarde, pasada la hora de vísperas, llegó el Gobernador con su gente a aquel pueblo de Tarma, que por ser en mal sitio y tenerse nueva que habían de venir a ella indios para sorprender a los cristianos, no quiso detenerse más tiempo que el necesario para dar de comer a los caballos y reponerlos de la hambre y fatiga pasada, para salir presto de aquel lugar que no tenía otra parte llana sino la plaza y estaba en una pequeña ladera cercado de montañas todo alrededor por espacio de una legua. Por ser ya noche asentó aquí su campo estando siempre alerta con los caballos ensillados, y la gente sin comer, y finalmente sin refrigerio alguno, porque no tenía ni leña, ni agua, ni traían consigo sus toldos para poder abrigarse, que fue causa de que casi murieran todos de frío porque llovió mucho a prima noche, y después nevó de tal manera que las armas y ropas que traían puestas se mojaron todas. Mas cada uno se remedió lo mejor que pudo, y así se pasó aquella mala y trabajosa noche hasta que amaneció, y entonces mandó que subieran a caballo para llegar temprano a Xauxa que estaba cuatro leguas de allí, y andadas las dos, el Gobernador repartió los sesenta y cinco caballos entre tres capitanes dando quince a cada uno, y tomando consigo los otros veinte con los veinte peones que guardaban a Chillichuchima. En este orden caminaron hasta Porsi, una legua de Xauxa, habiendo ordenado a cada Capitán lo que debía hacer, y todos se detuvieron en un pueblo pequeño que encontraron. Luego marcharon todos con buen concierto y dieron vista a la ciudad, y en una cuesta se pararon todos a un cuarto de legua. -150- Capítulo IV Llegan a la ciudad de Xauxa; quedan algunos guardando aquel lugar y otros van contra el ejército de los enemigos, con los cuales pelean. Alcanzan victoria y se vuelven a Xauxa. No se quedan allí mucho tiempo, sino que van algunos la vuelta del Cuzco para pelear con el grueso del ejército enemigo; pero no les sale bien el intento y se vuelven a Xauxa Los naturales salieron todos fuera al camino para ver a los cristianos, celebrando mucho su venida, porque con ello pensaban que saldrían de la esclavitud en que les tenía aquella gente extranjera. En este sitio quisieron esperar que entrase más el día, pero viendo que no parecía ninguna gente de guerra, comenzaron a caminar para entrar en la ciudad, y al bajar aquella pequeña cuesta, vieron venir corriendo a gran furia un indio con una lanza enhiesta, y llegado a ellos, se halló ser un criado de los cristianos, el que dijo que su amo lo enviaba a que les hiciera saber que debían darse prisa porque los enemigos estaban en la ciudad, y que dos

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cristianos de a caballo se habían adelantado a los demás, y habían entrado a ver los edificios que había en ella, y yendo registrándola, vieron unos veinte indios que salían de ciertas casas con sus lanzas y otras armas, llamando a los otros para que salieran y vinieran a juntarse con ellos. Los dos cristianos viéndolos juntarse, sin hacer caso de sus gritos ni clamores dieron sobre ellos y mataron algunos, y pusieron en huida a otros, los cuales se fueron luego a juntar con los otros que habían venido a su socorro y formaron un montón como de doscientos, a los que de nuevo acometieron los españoles en una calle angosta y los rompieron, haciéndolos retroceder hasta la orilla de un gran río que pasa por aquella ciudad, y entonces uno de estos españoles había enviado el indio que he dicho con lanza enhiesta en señal de que había en la ciudad enemigos armados. Oído esto arrimaron los españoles -151- las espuelas a sus caballos y sin detenerse llegaron a la ciudad y entraron dentro; y encontrados sus compañeros ellos les contaron lo que les había sucedido con aquellos indios, y corriendo los capitanes para aquella parte adonde se habían retraído los enemigos, llegaron a la orilla del río que estaba entonces muy crecido, y desde la orilla vieron de la otra banda a un cuarto de legua los escuadrones de los enemigos. Pues pasado el río con no pequeño trabajo y riesgo, se fueron para ellos. El Gobernador se quedó guardando la ciudad porque asimismo se decía que dentro había enemigos escondidos. Visto por los indios que los cristianos habían pasado el río comenzaron a retirarse, hechos dos escuadrones. Y uno de los capitanes españoles con sus quince caballos ligeros aguijó por una cuesta del collado donde estaban para ganarlo, de modo que no se pudieran retraer y hacerse fuertes allí; y los otros dos capitanes se fueron por derecho la vuelta de ellos, por junto al río y los alcanzaron en una sementera de maíz, donde los rompieron y pusieron en derrota, cogiéndolos a todos, que de seiscientos que eran, no se escaparían arriba de veinte a treinta, que tomaron el monte antes que llegara el Capitán con los otros quince, y así se salvaron. Los más de ellos se recogían hacia el agua pensando salvarse en ella, pero los caballos ligeros pasaban el río casi a nado tras de ellos y no dejaban uno a vida, salvo algunos pocos que se les habían escondido en el alcance después que fueron desbaratados. Corrieron luego la tierra hasta una legua más abajo sin hallar indio ninguno. Pues vueltos se reposaron ellos y sus caballos, que bien lo necesitaban, porque con la larga jornada hecha antes, y con haber corrido aquellas dos leguas estaban harto estropeados. Sabida la verdad de qué gente fuese aquélla, se halló que los cuatro capitanes y la gente estaban asentados a seis leguas de Xauxa, río abajo, y que el propio día habían enviado aquellos seiscientos hombres para acabar de quemar la ciudad de Xauxa, habiendo quemado ya la otra mitad hacía ya siete u ocho días, y entonces quemaron un edificio grande que estaba en la plaza y otras cosas -152- (cose) a vista de la gente de la ciudad con muchas ropas y maíz, para que los españoles no lo aprovecharan. Quedaron los vecinos tan enemistados con ellos que si algún indio de éstos se metía adentro y se escondía, lo mostraban a los cristianos para que lo matasen, y ellos propios ayudaban a matarlos, y aun los habrían matado con sus propias manos, si los cristianos se lo permitieran. Informados, pues, los capitanes del lugar donde se hallaban estos enemigos y del camino, del cual habían andado parte, determinaron no

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encerrarse en Xauxa sino pasar adelante y dar en el grueso de gente que estaba a cuatro leguas, antes que tuviesen nueva de su venida. Con este intento mandaron que pusiesen a punto los soldados; pero no tuvo efecto su propósito porque hallaron los caballos tan cansados que tomaron por mejor partido el volver atrás, como lo hicieron. Llegados a Xauxa refiriendo al Gobernador lo sucedido, de lo que hubo mucho contento, y los recibió con mucha alegría agradeciéndolos a todos el que se hubieran portado tan valerosamente. Y les dijo que de todos modos entendía que se fuese a acometer el campo de los enemigos, porque aunque fuesen avisados de la victoria estaba cierto que los esperarían. Al punto mandó a su Maese de Campo que los aposentase y les dijese que descansaran lo que les quedaba de día, y la noche hasta que saliera la luna, y que entonces se pusiesen a punto para ir a dar sobre los enemigos. Para aquella hora estuvieron en orden cincuenta caballos ligeros, que al toque de la trompeta se presentaron armados con sus caballos en el aposento del Gobernador, el que los despachó muy luego y siguieron su camino. Quedaron en la ciudad con él quince caballos con los veinte peones que hacían la guardia toda la noche con los caballos ensillados, hasta que volvió el Capitán de aquella salida que fue de allí a cinco días. Contó el Gobernador todo lo que había sucedido desde que él se partió, diciendo que la noche que salió de Xauxa caminó unas cuatro leguas antes que amaneciera, con mucha diligencia para dar en el campo de los enemigos antes que fuesen avisados de su venida; y que estando ya cerca vieron al -153- amanecer una gran humareda18 en el lugar donde estaban aposentados, que serían dos leguas adelante; y así aguijó con los suyos a gran furia pensando que los enemigos avisados de su venida se le huían, y quemaban los aposentos que había en un pueblo; y así era porque se huían después de prender fuego a aquella mísera población. Llegados los españoles a aquel lugar siguieron la huella de la gente por un valle muy llano, y según que los iban alcanzando topaban, porque venían más espacio con muchas mujeres, y muchachos en la retaguardia, y dejándoselos atrás para alcanzar a los hombres, corrieron más de cuatro leguas, y alcanzaron algunos escuadrones de ellos. Como una parte de ellos vio a los castellanos desde algo lejos, tuvieron tiempo de tomar un monte y se salvaron en él, y otros, que fueron pocos, fueron muertos, quedando en poder de los cristianos (que por tener los caballos cansados no quisieron subir al monte) muchos despojos suyos, y mujeres y muchachos. Y como ya era llegada la noche volvieron a dormir a una aldea que dejaron atrás, y al día siguiente determinaron estos españoles seguir su camino la vuelta de Cuzco tras de los indios para tomarles ciertos puentes de red y no dejarlos pasar; pero por falta de pasturas para sus caballos se vieron obligados a volverse atrás, con gran disgusto del Gobernador, porque a lo menos no habían seguido hasta quitarles aquellos puentes y no dejarlos pasar la vuelta del Cuzco, porque siendo gente forastera se temía que hicieran gran daño en los vecinos de aquellos lugares. -154- Capítulo V Nombran nuevos oficiales en la ciudad de Xauxa para fundar población de

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españoles, y habiendo tenido nueva de la muerte de Atabalipa, con mucha prudencia y arte para mantenerse en gracia de los indios, tratan de nombrar nuevo señor Y por esta causa, llegadas que fueron las cargas y la retaguardia que había dejado en Pombo, echó bando de que por cuanto tenía determinado fundar en aquella ciudad población de españoles en nombre de S. M., los que quisieran avecindarse allí podían hacerlo; pero no hubo ningún español que quisiera quedarse, diciendo que mientras estuviese fuera la gente de guerra con las armas en la mano por aquella tierra, no estarían los naturales de la provincia al servicio y sujeción de los españoles y obediencia de S. M. Visto esto por el Gobernador determinó no perder por entonces el tiempo en aquel negocio, sino ir contra los enemigos la vuelta del Cuzco, para echarlos de aquella provincia y desbaratarlos del todo. En el intermedio, para poner orden en las cosas de aquella ciudad, fundó el pueblo a nombre de S. M. y creó oficiales para la justicia de él19 que fueron ochenta, y los cuarenta de ellos fueron cuarenta caballos ligeros que dejó allí de guarnición con el Tesorero para que guardase también el oro de S. M., dejándolo por su Lugarteniente, y para que en todo fuese cabeza y tuviera el mando y suma del gobierno. En estas cosas vino a morir el cacique Atabalipa de su enfermedad, de lo que hubo mucho pesar el Gobernador y con él todos los demás españoles, porque cierto era muy prudente y tenía mucho amor a los españoles. Se dijo públicamente que el capitán Calichuchima le dio con que muriera porque deseaba que la tierra quedara por la gente de Quito y no por la natural -155- del Cuzco ni por los españoles, y si aquel cacique viviera no hubiera podido lograr lo que deseaba. Al punto hizo llamar el Gobernador al capitán Calichuchima y a Tizas y a un hermano del cacique y a otros capitanes principales y caciques que eran venidos de Caxamalca, a los cuales dijo que debían saber bien que él les había dado por señor a Atabalipa, y que siendo muerto, ellos debían pensar a quién querían por señor, que él se los daría. Hubo entre ellos gran diferencia sobre esto, porque Calichuchima quería que fuese señor el hijo de Atabalipa Aticoc, y hermano del cacique muerto, y otros señores que no eran de la tierra de Quito querían que el señor fuera natural del Cuzco, y proponían un hermano carnal de Atabalipa. El Gobernador dijo a los que querían por señor al hermano de Atabalipa que lo mandaran llamar, y que cuando viniera si hallaba que era sujeto de valer, lo nombraría, y con esta respuesta se acabó aquella junta. Y habiendo llamado de parte del Gobernador al capitán Calichuchima le dijo estas palabras: «Ya tú sabes que amaba yo mucho a tu señor Atabalipa, y hubiera querido que pues murió y dejó hijo, éste fuera señor, y que tú ya que eres hombre prudente hubieras sido su Capitán hasta tanto que estuviera en edad de gobernar sus señoríos, y por esto deseo tanto que se le mande llamar presto, porque por amor de su padre lo amo mucho y a ti asimismo. Pero junto con esto, ya que todos estos caciques que están aquí son tus amigos y tienen mucha influencia en los soldados de su nación, será bien que les mandes mensajeros para que vengan de paz, porque no quisiera encruelecerme

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contra ellos y matarlos como vez que lo voy haciendo, cuando deseo que las cosas de estas provincias estén quietas y pacíficas». Este Capitán tenía gran deseo, como se ha dicho, que el hijo de Atabalipa fuera señor, y conociéndolo el Gobernador le dijo con arte estas palabras, y le dio esta esperanza; no porque tuviera ánimo de hacerlo20, sino para que entre tanto -156- que aquel hijo de Atabalipa venía para este efecto, hiciera que aquellos capitanes de guerra que habían tomado las armas vinieran de paz. Se acordó asimismo que él dijese a Aticoc y a los otros señores de la provincia del Cuzco, que les daría por señor al que ellos quisiesen; porque era menester que así se gobernara en el estado que estaban las cosas para estar bien con todos. A Calichuchima trataba de dar palabras para que hiciera venir las gentes que estaban en el Cuzco con las armas a dejarlas, porque no hiciesen daño en las gentes del país, y a los del Cuzco para que fueran amigos verdaderos de los cristianos y les dieran aviso de lo que trataban los enemigos y de todo lo que se hacía en la tierra, y por esta causa y otras decía esto el Gobernador con mucha prudencia. Chilichuchima, a lo que mostró, recibió tanto contento de estas palabras, como si lo hubieran hecho señor de todo el mundo, y respondió que haría todo lo que mandaba y que holgaría mucho de que los caciques y soldados vinieran de paz21 y que despacharía mensajeros a Quito para que el hijo de Atabalipa viniera; pero que temía que lo estorbaran dos grandes capitanes que estaban con él, que no lo dejarían venir; que no obstante eso mandaría tal persona con la embajada que pensaba que todos se conformarían con su voluntad. Y luego añadió: «Señor, pues quieres que yo haga venir estos caciques, quítame de encima esta cadena, porque viéndome con ella no querrán obedecerme». El Gobernador, para que no sospechara que fuese fingido lo que le había dicho, le dijo que era contento de hacerlo, pero con la condición de que había de ponerle guarda de cristianos hasta que hiciera venir de paz aquellos soldados que estaban de guerra y viniera22 el hijo de Atabalipa. Él quedó satisfecho con esto y así fue suelto, y el Gobernador -157- le puso una buena guardia, por ser aquel Capitán la llave para tener la tierra pacífica y sujeta. Tomada esta providencia y ordenada la gente que había de ir con el Gobernador la vuelta del Cuzco, que eran cien caballos y treinta peones, mandó a un Capitán que con sesenta de a caballo y algunos peones fuera por delante para reponer los puentes que estuvieran quemados, y el Gobernador se quedó mientras a dar orden en muchas cosas convenientes a la ciudad y a la República que había de dejar ya como fundada, y para esperar la respuesta de los cristianos que había mandado a la costa para ver los puertos y poner cruces en ellos, por si alguno viniera a reconocer la tierra. Capítulo VI Descripción de los puentes que los indios acostumbran hacer para pasar los ríos, y de la trabajosa jornada que tuvieron los españoles en la ida al Cuzco, y de la llegada a Panarai y a Tarcos, ciudad de los indios

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Se partió este Capitán el jueves con los que habían de seguirle, y el Gobernador con la demás gente, y Chilichuchima y su guardia el lunes siguiente; de mañana estuvieron todos a punto de armas y de todas las cosas necesarias, por ser largo el viaje que habían de hacer y quedarse todas las cargas en Xauxa, por no ser conveniente llevarla consigo en esta jornada. Caminó el Gobernador dos días por un valle abajo, a la orilla del río de Xauxa que era muy deleitable y poblada de muchos lugares, y al tercer día llegó a un puente de redes que -158- está sobre el dicho río, el cual habían quemado los soldados indios después que hubieron pasado; pero ya el Capitán que había ido por delante había hecho que los naturales lo repusieran. Y las partes en que hacen estos puentes de redes, donde los ríos son crecidos, por estar poblada la tierra adentro lejos del mar, casi no hay indio alguno que sepa nadar, y por esta causa, aunque los ríos sean pequeños y se puedan vadear, no obstante les echan puentes, de este modo; que si las dos orillas del río son pedregosas levantan en ellas una pared grande de piedra y después ponen cuatro bejucos («stanghe») que atraviesan el río, gruesos de dos palmos o poco menos y en el medio figura a manera de zarzo entretejen mimbres verdes gruesos como dos dedos bien tejidos, de suerte que unos no queden más flojos que otros, atados y en buena forma, y sobre éstos ponen ramas atravesadas de modo que no se ve el agua y de esta manera es el piso del puente. Y de la misma suerte tejen una barandilla en el borde del puente con estos mismos mimbres, para que nadie pueda caer en el agua de lo cual no hay a la verdad ningún peligro bien que al que no es práctico parece cosa peligrosa el haberlo de pasar, porque siendo el trecho grande se dobla el puente cuando pasa uno por él, que siempre va uno bajando hasta el medio, y desde allí subiendo, hasta que acabe de pasar a la otra orilla, y cuando se pasa tiembla muy fuerte, de manera que al que no está a ello acostumbrado se le va la cabeza. Hacen de ordinario dos puentes juntos, porque dicen que por el uno pasan los señores, y por el otro la gente común. Tienen en ellos sus guardas, y el cacique señor de toda la tierra las tiene allí de continuo, para que si alguno le hurtara oro o plata u otra cosa, a él o a otro señor de la tierra no lo pudiera pasar, y los que guardan estos puentes tienen cerca sus casas, y de continuo tienen a mano mimbres y zarzos y cuerdas para componer los puentes cuando se van estropeando y hacerlos de nuevo si menester fuera. Pues las guardas que estaban en este puente cuando pasaron los indios que lo quemaron escondieron los materiales que tenían para reponerlo, porque de otra manera lo hubieran asimismo quemado, y por esta razón -159- lo hicieron en tan poco espacio para que pasaran los españoles. Los caballos españoles y el Gobernador pasaron por el uno de estos puentes, aunque por estar fresco y no bien ordenado tuvieron mucho trabajo, porque por haber pasado por allí el Capitán que iba adelante con los sesenta caballos se habían hecho muchos agujeros, y estaba medio desbaratado. Todavía pasaron los caballos sin que peligrase ninguno, aunque casi todos cayeron porque se movía el puente y temblaba todo, pero como se ha dicho estaba el puente hecho de manera que aunque doblasen los cuatro pies no podían caer abajo el agua. Pasados que fueron todos, el Gobernador acampó en unas arboledas que había allí por donde pasaban

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muchos hermosos arroyos de agua hermosa y limpia. Prosiguieron después su viaje andando dos leguas por la orilla de aquel río por un valle estrecho, que tenía montañas altísimas de uno y otro lado, y en partes tiene este valle por donde pasa el río tan poco espacio, que hay tanto camino entre el pie del monte y el río como un tiro de piedra, y en otros lugares por la cuesta de la montaña poco más. Pasadas dos leguas de este valle se encontró otro puente pequeño sobre otro río por el que pasó toda la gente de a pie, y los caballos lo vadearon, tanto por estar el puente maltratado como por estar el agua baja en aquel tiempo. Pasado el río se comenzó a subir una montaña asperísima y larga, toda hecha de escalones de piedra muy menudos. Aquí trabajaran tanto los caballos que cuando acabaron de subirla se habían desherrado la mayor parte, y tenían gastados los cascos de los cuatro pies. Subida aquella montaña que duraría hasta media legua, andando en la tarde otro pedazo por una cuesta, llegó el Gobernador con esta gente a una aldea, que habían saqueado y quemado los indios enemigos, y por eso no se halló en ella gente ni maíz, ni otro mantenimiento, y el agua estaba muy lejos porque las indias habían roto las cañerías que venían a la ciudad, que fue un gran mal, y de mucha incomodidad para los españoles, porque por haber aquel día hallado el camino áspero, trabajoso y largo, tenían necesidad de buen alojamiento. Se partió de aquí el Gobernador al otro día, y fue a -160- dormir a otro pueblo, que aunque era muy grande y bueno, y lleno de muchos aposentos, se halló en él tan poco refrigerio como en el pasado: y este pueblo se llama Panarai. Se maravilló mucho el Gobernador con los españoles de no hallar aquí ni mantenimiento ni cosa alguna, porque siendo este lugar de un señor de los que habían estado con Atabalipa y con el señor muerto en compañía de los cristianos, había venido de continuo en compañía suya hasta Xauxa, y dijo que quería adelantarse para aparejar en esta tierra suya vituallas y otras cosas necesarias para los españoles, y no hallándose aquí ni él ni su gente se tuvo por cierto que la comarca estaba alzada, y no habiéndose tenido carta ninguna del Capitán que iba por delante con los sesenta de a caballo, salvo en una en la que hacía saber que andaba tras de los indios enemigos, se temía que los contrarios le hubiesen tomado algún paso, de manera que no pudiera venir ningún mensajero suyo. Los españoles buscaron tanto que hallaron algún maíz y ovejas, con lo que pasaron aquella noche, y al otro día a buena hora se partieron y llegaron a un pueblo llamado Tarcos, donde se encontró al cacique señor de la tierra con alguna gente, el cual dio aviso del día que habían pasado por allí los cristianos y que caminaban a pelear con los enemigos que tenían asentados sus reales en una población vecina. Recibieron todos grande placer con esta noticia, y con haber hallado buena acogida en aquel lugar, porque el cacique había hecho traer a la plaza una buena cantidad de maíz, leña, ovejas, y otras cosas de que tenían gran necesidad los españoles. -161- Capítulo VII Prosiguiendo su viaje tienen aviso enviado por los cuarenta caballeros españoles, del estado del ejército indio, con el cual victoriosamente

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habían combatido A otro día que fue sábado día de Todos Santos, el fraile que estaba con esta compañía, dijo misa por la mañana, según es costumbre decirla en semejante día, y después se partieron todos y caminaron hasta llegar a un río caudaloso tres leguas adelante siempre bajando de la montaña con bajada áspera y larga. Este río tenía asimismo un puente de red que por estar roto fue preciso vadear el río, y después se subió otra montaña muy grande, que mirándola de alto a bajo parecía cosa imposible que los pájaros pudieran llegar volando por el aire, cuanto menos subirla por la tierra hombres de a caballo, pero se les hizo menos pesado el camino porque se iba subiendo en caracol y no derecho; bien que la mayor parte eran escalones grandes de piedra que fatigaban mucho a los caballos y se les gastaban y lastimaban los cascos, aunque los llevaban por la brida. De este modo se subió una legua larga, y se anduvo otra por una ladera de camino más fácil, y a la tarde llegó el Gobernador con los españoles a una población corta, de la que estaba quemada una parte, y en la otra parte que había quedado sana, se aposentaron los españoles, y a la tarde llegaron dos correos indios enviados por el Capitán que iba adelante. Los cuales trajeron por cartas noticias al Gobernador, cómo era llegado con gran diligencia a la tierra de Parcos, la que había dejado atrás, porque habiendo tenido aviso que estaban aquí los capitanes con toda la gente enemiga, no los encontró allí, y tuvo nueva cierta de que se habían retirado a Bilcas, y por lo tanto caminó adelante con su gente hasta llegar cinco leguas de Bilcas donde esperó la noche, y marchó en secreto para no ser sentido de ciertas espías que estaban puestas a -162- una legua de Bilcas. Y habida nueva que los enemigos estaban dentro de un pueblo sin tener noticia alguna de su venida, se alegró mucho el Capitán, y subida una montaña donde estaba aquel lugar, harto difícil, al amanecer entró dentro y entró (¿encontró?) aposentada alguna gente con poco recaudo. Los caballos españoles comenzaron a dar sobre ella por las plazas hasta tanto que entre muertos y huidos no quedó persona alguna, porque había pocos soldados indios que se habían retirado a una montaña aparte del camino, los cuales luego que aclaró el día y vieron a los españoles, se juntaron en escuadrones viniendo contra ellos diciéndoles, «Ingres», el cual nombre tienen ellos por muy afrentoso, siendo ésta una gente despreciable que vive en las tierras calientes de la costa del mar, y por ser aquella provincia región fría e ir los españoles vestidos y cubiertas sus carnes, les llamaban ellos Ingres, amenazándolos con que los harían sus esclavos por ser pocos, que no llegaban a cuarenta, y desafiándolos les decían que bajaran allá abajo a donde ellos estaban. El Capitán, aunque conocía que estaba en mal lugar para pelear con los caballos, de que poco se podían valer los españoles, no obstante para que los enemigos no pensaran que el no pelear era por falta de ánimo, tomó consigo treinta caballos y dejando los otros en guarda del pueblo bajó abajo contra ellos por una espesura23 del monte y una cuesta muy penosa. Los enemigos lo aguardaron animosamente y en el choque mataron un caballo, hiriendo otros

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dos, pero al fin siendo todos desbaratados huyeron unos por una parte y otros por otra del monte, camino muy áspero por donde los caballos no pudieron seguirlos ni hacerles daño. En esto se vino a juntar con ellos un Capitán que se había huido del pueblo, que habiendo sabido de ellos que habían muerto un caballo y herido dos, dijo, «volvamos atrás y peleemos con éstos hasta que no quede uno a vida, que son pocos», y al punto se resolvieron todos con más ánimo y mayor ímpetu que antes, y en -163- esto se trabó una reñida batalla mayor que la primera. Al cabo huyeron los indios y los caballos los siguieron por todas partes del monte mientras que pudieron. En estos dos encuentros quedaron muertos más de seiscientos hombres y se cree que también murió Maila, el uno de los capitanes, porque todos los indios dijeron, y los de su parte cuando mataron el caballo le cortaron la cola y puesta en una lanza la llevaban por delante a guisa de estandarte. Les hizo asimismo saber que pensaba reposar aquí tres días por consideración a los cristianos y caballos heridos, y después partirían para tomarles antes de todo un puente de redes que había allí cerca, para que los enemigos fugitivos no lo pasaran y fueran a juntarse con Quizquiz en el Cuzco y con la guarnición de gente que tenía, la cual se decía que esperaba a los españoles en un mal paso cerca del Cuzco; pero que aun cuando fuese mucho más malo, esperaban en Dios que según el lugar que habían tenido aquella batalla, tierra tan áspera y pedregosa, no se podrían defender de ellos los indios en ninguna otra parte por difícil y trabajosa que fuese, ni ofender a los españoles en ningún mal paso; y que salido de aquí y pasado el puente que está a tres leguas del Cuzco, allí esperaría al Gobernador como le había informado, y que tuviera entendido que con indios ligeros le daría aviso de cuanto le aconteciera. Capítulo VIII Después de varias incomodidades sufridas en el viaje, habiendo pasado las ciudades de Bilcas y de Andabailla, antes de llegar a Airamba tienen cartas de los españoles por las cuales le mandan un socorro de treinta caballeros Habiendo recibido esta carta el Gobernador y todos los españoles que con él estaban, hubieron infinito contento -164- de la victoria que había alcanzado el Capitán, y al instante la mandó junta con otra a la ciudad de Xauxa, al Tesorero y a los españoles que se habían quedado allí, para que participaran con ellos del contento por la victoria del Capitán. Y asimismo mandó correos al Capitán y a los españoles que estaban con él agradeciéndoles mucho la victoria que habían alcanzado, rogándoles y aconsejándoles que en estas cosas se gobernasen más bien por la prudencia que por la confianza en su fuerza, y que de todas maneras le esperara pasado el último puente, para que después entrasen todos juntos en la ciudad del Cuzco. Hecho esto partió el Gobernador al día siguiente que fue

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de camino áspero y fatigoso, de montañas pedregosas y subidas y bajadas, de escalones de piedra, que todos creyeron que con dificultad pondrían sacar de ellas los caballos, considerando el camino andado y por andar. Fueron a dormir aquella noche a un pueblo que estaba de la otra parte del río, el que tenía asimismo un puente de red; los caballos pasaron por el agua y la gente de a pie con los criados de los cristianos por el puente. El día siguiente tuvieron buen camino junto al río donde encontraron muchas salvajinas, ciervos y gamuzas, y aquel día llegaron a hospedarse en ciertos aposentos cercanos a Bilcas, donde el Capitán que iba por delante había hecho alto para caminar por la noche y entrar en Bilcas sin ser sentido como entró, y aquí se recibió otra carta suya, donde decía que había partido de Bilcas hacía dos días y era llegado a un río cuatro leguas adelante, al que había vadeado por estar quemado el puente, y aquí había entendido que el capitán Narabaliba andaba huyendo con unos veinte indios y que se había encontrado con dos mil indios que le había mandado de socorro el Capitán del Cuzco, los cuales como supieron la derrota de Bilcas se volvieron huyendo con él, tratando de ir a juntarse con las reliquias esparcidas de los que huían, esperándolos en una población llamada Andabailla, y que él estaba resuelto a no detenerse hasta encontrarse con ellos. Entendidas estas nuevas por el Gobernador pensó mandarle socorro, pero luego no lo hizo porque consideró que si se había de dar la batalla, ya estaría dada, y no -165- llegaría a tiempo, y más bien determinó no detenerse ni un sólo día hasta que lo alcanzara, y de este modo se partió para Bilcas donde entró el día siguiente temprano, y por aquel día no quiso andar más adelante. Está puesta esta ciudad de Bilcas en un monte alto, y es gran pueblo y cabeza de provincia. Tiene una hermosa y gentil fortaleza, hay muchas casas de piedra muy bien labradas y está medio camino de Xauxa al Cuzco. A otro día fue el Gobernador a dormir de la otra parte del río a cuatro leguas de Bilcas, y aunque fue la jornada corta fue no obstante trabajosa, que todo fue bajar por una montaña, casi toda de escalones de piedra, y la gente vadeó el río con mucha fatiga porque iba muy crecido, y asentó su campo de la otra banda en unas arboledas. Apenas era llegado aquí el Gobernador cuando recibió una carta del Capitán que iba a la descubierta, en la que le daba a entender que los enemigos habían pasado cinco leguas adelante y esperaban en la falda de un monte en una tierra llamada Curamba, y que allí había mucha gente junta y habían hecho muchos reparos y puesto gran cantidad de piedras para que los españoles no pudiesen subir. El Gobernador entendido esto, aunque el Capitán no le pedía socorro creyendo que lo necesitaría ahora, hizo al punto que se alistase el mariscal D. Diego de Almagro con treinta caballos ligeros bien en orden de armas y caballos, y no quiso que llevara consigo peón alguno, porque le mandó que no se detuviera para nada hasta que alcanzara al Capitán que iba adelante con los otros, y habiendo partido partió asimismo el Gobernador, al día siguiente con diez de a caballo y los veinte peones que guardaban a Chilichuchima y apretó tanto el paso aquel día que de dos jornadas hizo una. Ya que estaba para llegar al pueblo donde había de dormir llamado Andabailla, vino un indio huyendo a decir que en cierta subida del monte que señaló con el dedo se había descubierto gente de guerra enemiga, por lo que el Gobernador así armado como estaba a caballo con los españoles que tenía consigo, fue a tomar lo

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alto de aquella cuesta y le registró toda sin hallar la gente que el indio había dicho, porque aquella era gente natural de -166- la tierra que venía huyendo de los indios de Quito, porque le hacían grandísimo daño. Llegado el Gobernador y la compañía a aquel pueblo de Andabailla cenaron y reposaron aquella noche; y a otro día llegaron al puebla de Airamba donde había escrito el Capitán que estaba junta la gente armada para esperarlos en el camino. Capítulo IX Llegados a un pueblo encuentran mucha plata en tablas de veinte pies de largo. Prosiguiendo su viaje tienen cartas de los españoles del reñido y adverso combate que habían sostenido contra el ejercito de los indios Aquí se hallaron dos caballos muertos de donde se hubo sospechado que al Capitán le hubiese sucedido alguna desgracia; pero entrados en el pueblo, por una carta que llegó antes de que se aposentaran se supo cómo el Capitán había encontrado aquí gente de guerra y que por ganar la montaña había subido una cuesta donde había encontrado gran cantidad de piedra junta, señal de que quisieron aguardar aquí, y que andaban en busca de los indios, porque tenían noticia de que no estaban muy lejos y que los dos caballos eran muertos de tanto calentarse y resfriarse. No escribió cosa alguna del socorro que le había mandado el Gobernador, por lo que se consideró que no le habría llegado todavía. Se partió de aquí a otro día el Gobernador y fue a dormir a un río, cuyo puente habían quemado los enemigos, de manera que fue preciso vadearlo con mucha fatiga, porque la corriente era crecida y el fondo del río muy pedregoso. Otro día fue a dormir a una villa en cuyos aposentos se -167- encontró mucha plata en tablones grandes de veinte pies de largo, uno de ancho y de un dedo o dos de grueso; y contaron los indios que aquí estaban, que aquellos tablones fueron de un gran cacique y que uno de los señores del Cuzco los ganó y se los llevó así en tablas, con las que el cacique vencido había hecho una casa. El día siguiente partió el Gobernador para pasar el puente del último río que era casi tres leguas de allí. Antes que llegara a aquel río, vino un mensajero con una carta del Capitán, en la que avisaba cómo era llegado a aquel último río con mucha diligencia para que los enemigos no tuvieran lugar de quemar el puente; pero al tiempo que llegó lo habían acabado de quemar, y por ser ya tarde no quiso pasar el río aquel mismo día, sino que se fue a quedar en una aldea que estaba al par de él. A otro día pasó el agua que daba al pecho de los caballos y siguió su camino derecho al Cuzco que estaba de allí doce leguas; y como en el camino fue informado que en una montaña inmediata se habían hecho fuertes todos los enemigos esperando que al día siguiente viniera Quizquiz en su ayuda con refuerzo de gente que tenía en el Cuzco para juntarse con ellos, por esta causa había aguijado con gran presteza con cincuenta caballos, porque los

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diez los había dejado guardando las cargas y cierto oro que se halló en la rota de Bilcas; y un sábado a hora de medio día empezaron a subir una montaña a caballo, y siendo larga que duraba bien una legua de camino, fatigados de la subida áspera y del calor del medio día, que era muy grande, se pararon un rato y dieron a los caballos maíz, que tenían por habérselo traído los naturales de un pueblo vecino, y prosiguiendo su camino el Capitán que iba delante de los otros como un tiro de ballesta, vio los enemigos en lo alto de la montaña que la cubrían toda, y que tres o cuatro mil bajaban para abajo para pasar por donde estaban ellos, por lo que habiendo llamado a los españoles para ordenarlos en batalla no pudo esperar a juntarlos, porque los indios ya estaban cerca, y venían contra ellos animosamente; pero con los que halló aparejados se adelantó a darles batalla, y los españoles que iban llegando subían por la cuesta del monte, -168- unos por una parte y otros por otra; entraron entre los enemigos que tenían delante sin atender mucho al principio a pelear sino a defenderse de las piedras que les tiraban, hasta que subieron a lo alto del monte en que veían consistir la victoria cierta. Los caballos estaban tan cansados que no podían tomar resuello para poder dar con ímpetu sobre tanta multitud de enemigos, y no cesando éstos de incomodarlos y hostigarlos de continuo con sus lanzas, piedras y flechas que les tiraban los fatigaron a todos de tal manera que apenas podían llevar los caballeros sus caballos al trote y algunos al paso. Percibiendo los indios el cansancio de los caballos, comenzaron a cargar con mayor furia, y a cinco cristianos cuyos caballos no pudieron subir a lo alto cargó tanto la muchedumbre que a dos de ellos les fue imposible apearse y los mataron encima de sus caballos. Los otros pelearon a pie muy valerosamente, pero al cabo no siendo vistos de los compañeros que hubieran podido socorrerles, quedaron prisioneros allí, y sólo uno de ellos fue muerto sin poder echar mano a la espada ni defenderse, antes fue causa de que quedase muerto con él un buen soldado, porque se había agarrado a la cola de su caballo que no lo dejó pasar adelante con los otros. Les abrieron a todos la cabeza por medio con sus hachas y porras; hirieron diez y ocho caballos y seis cristianos; pero no de heridas peligrosas, que sólo un caballo de éstos murió. Plugo a Dios Nuestro Señor que los españoles ganaron un llano que había en aquel monte y los indios se recogieron a una colina inmediata. El Capitán mandó que la mitad de los suyos quitasen los frenos a los caballos y les dieran de beber en un arroyo que pasaba por allí, y que luego hicieran lo mismo los otros, lo que se hizo sin que lo estorbaran para nada los enemigos. Después dijo a todos el Capitán: «Señores vámonos todos de aquí paso a paso por esta ladera de modo que los enemigos entiendan que huimos de ellos, para que nos vengan a buscar abajo, que si podemos traerlos a este llano daremos todos de golpe sobre ellos de manera que espero que ninguno se ha de escapar de nuestras manos, porque nuestros caballos están ya algo descansados, y si los ponemos -169- en fuga acabaremos de ganar lo alto del monte»; y así fue, que pensando los indios que los españoles se retiraban bajaron abajo algunos de ellos tirándoles piedras con sus hondas y flechas. Visto por los cristianos ser ya tiempo volvieron las riendas a sus caballos, y antes que los indios pudieran recogerse al monte, donde antes estaban fueron muertos unos veinte, lo que visto por ellos y como era poco seguro el lugar donde

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se hallaban, dejaron aquel monte y se fueron retirando a otro más alto. El Capitán con los españoles acabó de subir a lo alto del monte, y aquí por ser ya noche acampó con su gente, y los indios acamparon asimismo a dos tiros de ballesta, de manera que en cada campo se oían las voces del otro. El Capitán hizo curar a los heridos y apostó rondas y centinelas para la noche, y mandó que todos los caballos estuvieran ensillados y con los frenos puestos hasta el día siguiente en que había de pelear con los indios; y trató de animar e infundir valor a los suyos diciéndoles «que de todos modos era menester dar en ellos a la mañana siguiente sin aguardar un instante, porque había tenido nueva de que el capitán Quizquiz venía a los enemigos con un gran refuerzo, y que de ninguna manera convenía esperar a que se juntaran». Mostraron todos tan grande ánimo y esfuerzo como si tuvieran la victoria en la mano, y todavía les confortó el capitán diciéndoles «que tenía por más peligrosa la jornada del día pasado que la que les aguardaba al siguiente y que Dios Nuestro Señor como les había librado del peligro pasado así les daría victoria en lo de adelante, y que mirasen que si el día anterior estando sus caballos tan cansados habían atacado a los enemigos con desventaja, y los habían desbaratado y echado de sus fortalezas, no pasando ellos de cincuenta, y siendo los enemigos más de ocho mil, ¿qué no debían esperar estando frescos y descansados?». Con éstas y otras pláticas animosas se pasó aquella noche, y los indios se estaban en su campo dando grandes voces y diciendo, «esperad, cristianos a que amanezca que todos habéis de morir a nuestras manos y os quitaremos los caballos con cuanto tenéis», añadiendo palabras injuriosas, según suena en aquella lengua, teniendo determinado entrar a combatir -170- a los cristianos luego que amaneciera, creyéndolos cansados y a sus caballos por el trabajo del día anterior, y por verlos en tan corto número y saber que muchos de sus caballos estaban heridos. De esta manera, de una y otra parte concurrían en el mismo pensamiento, mas los indios creían firmemente que no se les escaparían los cristianos. Capítulo X Viene nueva de la victoria alcanzada por los españoles hasta poner en fuga al ejército indio. A Chilichuchima le mandan echar una cadena al cuello teniéndolo por traidor. Pasan por Rímac y allí se reúnen y luego todos juntos van a Sachisagagna24 y queman a Chilichuchima Estas nuevas alcanzaron al Gobernador cerca del último río, como queda dicho, el cual sin mostrar alteración en el semblante las comunicó a los diez de a caballo y veinte peones que traía consigo, consolándoles a todos con buenas razones que les exponía, aunque ellos se turbaron mucho en su ánimo, pensando que pues una corta cantidad de indios respecto al número ponderado había maltratado de tal modo a los cristianos en la primera acción, mayor guerra les habrían dado al otro día teniendo los caballos

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heridos y sin haber llegada todavía a los españoles el socorro de los treinta caballos que se les mandó; pero mostrando todos poner la esperanza en Dios llegaron al río, el que pasaron en balsas de la tierra llevando los caballos a nado por estar quemado el puente; y estando entonces el río muy crecido se tardó en pasarlo -171- el resto de aquel día y el otro hasta la hora de siesta; y queriendo el Gobernador partir sin aguardar a que pasaran los indios amigos, se vio venir un cristiano que reconocido desde lejos todos juzgaron que el Capitán con los caballos había sido roto y desbaratado, y que éste traía la nueva en fuga. Pero llegado a presencia del Gobernador dio gran consuelo a los ánimos de todos con la nueva que trajo, refiriendo que Dios Nuestro Señor, que nunca abandona a sus siervos fieles en la mayor extremidad, hizo que estando el Capitán con los otros por la noche a buen recaudo esperando el día y animando a los suyos para el combate de la mañana, llegó el Mariscal con el refuerzo mandado de los treinta caballos y con los diez que habían dejado atrás que en todo fueron cuarenta, y cuando se vieron todos juntos sintieron los primeros tanto placer como si hubiesen resucitado aquel día, teniendo por cierta la victoria para el día siguiente. Venido el día, que fue domingo, montaron todos al alba y puestos en ala para hacer mejor rostro, se fueron la vuelta de los indios que en la noche habían determinado acometer a los cristianos, pero viendo a la mañana tanta gente pensaron, como así era, que en la noche les había llegado algún socorro, por lo que no alcanzándoles el ánimo para hacerles frente, y viendo que venían la cuesta arriba en su busca, volvieron las espaldas retirándose de monte en monte. Los españoles no los siguieron por ser la tierra áspera, y además les cogió una neblina tan espesa que no se veían unos a otros, y con todo por la falda de un cerro mataron muchos enemigos. En esto venían mil indios en un escuadrón que mandaba el Quizquiz en socorro de los suyos, los que conforme vieron a los cristianos a caballo y tan a punto de guerra, tuvieron tiempo de retraerse al monte. Al punto se recogieron los cristianos a su fuerte, desde donde había enviado el Capitán este mensajero al Gobernador, avisándole que lo esperaría allí hasta que llegara. Entendida esta nueva por el Gobernador, se alegró mucho de la victoria que Dios Nuestro Señor le había dado cuando menos la esperaba, y sin detenerse en punto, mandó que se pasara adelante con el fardaje y los indios -172- que quedaban, porque juntamente con esta noticia había tenido aviso de que en la retirada de esta gente enemiga se habían apartado de los otros cuatro mil hombres, y que por tanto anduviera sobre aviso, y que asimismo, se daba por seguro que Chilichuchima disponía y mandaba todo esto y daba aviso a los enemigos de lo que habían de hacer, y que por eso lo llevara a buen recaudo. Pues el Gobernador vencida su jornada, hizo echar prisiones a Chilichuchima y le dijo: «Bien sabes de qué modo me he portado contigo y cómo te he tratado siempre, haciéndote Capitán que gobernara toda la tierra hasta que el hijo de Atabalipa viniera de Quito para hacerlo Señor, y aunque he tenido muchas causas para hacerte morir no lo he querido hacer, creyendo siempre que te enmendaras. Asimismo te he rogado muchas veces que para bien de todos dieras traza de que estos indios enemigos con los que de tú tienes influjo y amistad, se sosegaran y dejaran las armas, pues aunque habían hecho mucho daño y muerte a Guaritico que venía de Xauxa por mandato mío, los perdonaría yo a

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todos; pero a pesar de todas estas amonestaciones mías has querido perseverar en tu mal ánimo y propósito, pensando que los avisos que dabas a los capitanes enemigos fueran poderosos a lograr tu dañado designio; mas ya puedes ver cómo con la ayuda de nuestro Dios siempre los hemos desbaratado y lo mismo será en lo de adelante, y ten por cierto que no podrán escaparse ni volver a Quito de donde salieron, ni tú volverás a ver el Cuzco, porque tan luego como haya yo llegado a donde está el Capitán con mis gentes, te haré quemar vivo, porque has sabido guardar tan mal la amistad que a nombre del César mi señor concerté contigo, y de esto no te quepa duda si no das traza de que estos indios amigos tuyos dejen las armas y vengan de paz, como te he dicho otras veces». A todas estas razones estuvo atento Chilichuchima sin responder palabra, pero siempre obstinado en su endurecimiento dijo: «que no se hacía lo que él mandaba a aquellos capitanes porque no querían obedecer; que por él no había quedado de hacerles entender que vinieran de paz», con semejantes palabras se disculpaba de lo que se le atribuía; pero -173- el Gobernador, que ya sabía de cierto sus tratos, le dejó en su mal pensamiento sin volverle a hablar acerca de esto. Pues pasado el río ya tarde pasó adelante el Gobernador con esta gente y llegó por la noche a un pueblo llamado Rímac, una legua de aquel río. Y aquí llegó el Mariscal con cuatro caballos a esperarlo y después de hablarse se partieron a otro día para el campo de los caballos españoles, adonde llegó en la tarde, habiendo salido a su encuentro el Capitán y muchos otros, y se holgaron todos mucho de verse juntos. El Gobernador dio a cada uno las gracias, según sus méritos, por el valor que habían mostrado, y todos juntos partieron y en la tarde llegaron dos leguas más adelante a un pueblo llamado Sachisagagna. Los capitanes informaron al Gobernador de todo lo sucedido en la forma que se ha contado. Entrados a aposentarse en este pueblo, el Capitán y el Mariscal pidieron al Gobernador que hiciera justicia de Chilichuchima, porque había de saber que todo lo que hacían los cristianos lo avisaba Chilichuchima a los contrarios, y que él era el que les había hecho salir del monte de Bilcas, exhortándolos a venir a pelear con los cristianos que eran pocos, y que con los caballos no podrían subir aquellas montañas sino paso a paso y a pie, dándoles otros mil avisos de donde los habían de esperar y de lo que habían de hacer como hombre que había visto estos lugares y conocía las mañas de los cristianos, con los que había vivido tanto tiempo. Informado el Gobernador de todas estas cosas mandó que fuese quemado vivo en medio de la plaza, y así se hizo que los principales y más familiares suyos eran los que ponían más diligencia en prender el fuego. El religioso trataba de persuadirlo a que se hiciera cristiano diciéndole que los que se bautizaban y creían con fe verdadera en nuestro redentor Jesucristo, iban a la gloria del paraíso y los que no creían en él iban al infierno y a sus penas, haciéndoselo entender todo por un intérprete. Mas él no quiso ser cristiano diciendo que no sabía qué cosa fuera esa ley, y comenzó a invocar a Paccamaca y al capitán Quizquiz, que vinieran a socorrerlo. Este Paccamaca tienen los indios por su Dios, y le ofrecen mucho oro y plata, y es cosa verificada que el demonio está en ese ídolo y -174- habla con los que van a pedirle alguna cosa. Y de esto se habla largamente en la relación que se envió a S. M. desde Caxamalca. De este modo pagó este Capitán las crueldades que hizo en la conquista de

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Atabalipa, y las maldades y traiciones que fraguó en daño de los españoles y deservicio de S. M. Toda la gente de la tierra se alegró infinito de su muerte, porque era muy aborrecido de todos por conocer lo cruel que era. Capítulo XI Visítalos un hijo del cacique Guaynacaba con el cual conciertan amistad, y les hace saber los movimientos del ejército de los indios enemigos, con el que tienen algunos encuentros antes de entrar en el Cuzco, donde ponen por señor al hijo de Guainacaba Aquí reposaron los españoles aquella noche habiendo puesto buenas guardias en el campo por haberse entendido que Quizquiz estaba cerca con toda la gente; y a la mañana siguiente vino a visitar al Gobernador un hijo de Guainacaba hermano del cacique muerto, el mayor y más principal señor que había entonces en aquella tierra, que había andado siempre fugitivo porque no lo mataran los de Quito. Éste dijo al Gobernador que lo ayudaría en todo lo que pudiera para echar fuera de la tierra a todos los de Quito por ser sus enemigos y que lo odiaban y no querían estar sujetos a gente forastera. Éste era al que de derecho venía aquella provincia, y al que todos los caciques de ella querían por señor. Cuando vino a ver al Gobernador vino por los montes extraviando caminos, por temor de los de Quito, y el Gobernador recibió gran contento de su venida y le respondió: -175- «mucho me place lo que me dices y hallarte con tan buena disposición para echar fuera esta gente de Quito, y has de saber que yo no he venido de Xauxa para otro efecto sino para impedir que ellos te hicieran daño, y librarte de su esclavitud, y puedes creer que yo no vengo para provecho mío, porque estaba yo en Xauxa seguro de tener guerra con ellos, y era excusado el trabajo de hacer tan larga y difícil jornada; pero sabiendo los agravios que te hacían quise venir a remediarlos y desfacerlos, como me lo mandaba el Emperador mi señor. Y así puedes estar seguro de que haré en favor tuyo todo lo que me parezca conveniente, y también para libertar de esta tiranía a las del Cuzco». Estas grandes promesas le hizo y dijo el Gobernador para tenerlo grato, y para que de continuo le diera noticia de cómo andaban las cosas, y aquel cacique quedó maravillosamente satisfecho y lo mismo todos los que con él habían venido. Y respondiole: «de aquí en adelante te daré cabal noticia de todo lo que hagan los de Quito para que no puedan incomodarte»; y de este modo se partió de él y dijo: «iba yo a pescar porque sé que mañana no comen carne los cristianos, y me encontré con este mensajero que me dice que Quizquiz con su gente de guerra va a quemar el Cuzco y que está ya cerca, y he querido avisártelo para que pongas remedio». El Gobernador hizo luego poner toda la gente a punto, y aunque era ya hora del mediodía, conocida la necesidad no quiso detenerse a comer, sino que caminó con todos los españoles en derechura la vuelta del Cuzco, que estaba a cuatro leguas de

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aquel lugar, con intención de asentar su campo cerca de la ciudad para entrar en ella a otro día temprano; y andadas dos leguas vio a lo lejos levantarse una grande humareda, y preguntada la causa a unos indios, dijeron que era un escuadrón de los de Quizquiz que había bajado del monte y le habían prendido fuego. Dos capitanes se adelantaron con unos cuarenta caballos para ver de alcanzar este escuadrón, el cual con presteza se juntó con los de Quizquiz y de los otros capitanes que estaban en una cuesta una legua antes de llegar al Cuzco aguardando a los cristianos en un paso en medio del camino. Vistos por los capitanes y -176- españoles no pudieron evitar el encuentro con ellos, aunque el Gobernador les había hecho entender que esperaran a los otros para juntarse con ellos, lo que habrían hecho si no fuera porque los indios se movieron con mucho ánimo a encontrarlos. Y antes de ser acometidos les cayeron encima en la falda de un cerro y en breve espacio los rompieron haciéndolos huir al monte y matándoles doscientos. Otra escuadra de gente de a caballo traspuso por otra cuesta del monte en donde estaban de dos a tres mil indios, los que no teniendo ánimo para esperarlos, dejadas las lanzas que llevaban para poder mejor correr, echaron a huir. Y después que los primeros rompieron y desbarataron aquellos dos escuadrones y los hicieron huir a la alto, habiendo dos caballos ligeros españoles visto ciertos indios que de nuevo volvían abajo, se pusieron a escaramuzar con ellos y se vieron en gran peligro, sino que fueron socorridos y a uno le mataron el caballo, de lo que tomaron tanto ánimo los indios, que hirieron cuatro o cinco caballos y un cristiano, y los hicieron retirar hasta el llano. Los indios, como no habían visto hasta entonces huir a los cristianos, pensaron que lo hacían con arte para atraerlos al llano, y después acometerlos como lo hicieron en Bilcas, y entre ellos mismos lo decían, y por esta causa estuvieron sobre sí y no quisieron bajar abajo y seguirlos. En esto había llegado el Gobernador con los españoles, y por ser ya tarde asentaron el campo en un llano, y los indios se mantuvieron sobre el monte hasta la media noche a un tiro de arcabuz, dando gritos, y los españoles estuvieron toda la noche con los caballos ensillados y enfrenados; y a otro día al rayar el alba el Gobernador, ordenada la gente de a pie y de a caballo, tomó su camino para entrar en el Cuzco con buen concierto y sobre aviso creyendo que los enemigos vendrían a acometerle en el camino, pero no compareció ninguno. De este modo entró el Gobernador con su gente en aquella gran ciudad del Cuzco sin otra resistencia ni batalla, el viernes a hora de misa mayor, a quince días del mes de noviembre del año del nacimiento de Nuestro Salvador y Redentor Jesucristo MDXXXIII. Hizo el Gobernador alojar a todos los cristianos -177- en los aposentos que estaban alrededor de la plaza de la ciudad, y mandó que todos salieran a dormir con sus caballos a la plaza en sus toldos, hasta que pudiera verse si venían los enemigos y fue continuado y observado este orden por un mes continuo. El día siguiente el Gobernador hizo señor a aquel hijo de Guaynacaba por ser joven prudente y vivo y el principal de cuantos había allí en aquel tiempo y a quien (como queda dicho) venía de derecho aquella señoría e hízolo tan presto para que los señores y caciques no se fueran a sus tierras, que eran de diversas provincias y muy lejos unas de otras, y para que los naturales no se juntaran con los de Quito, sino que tuvieran un señor separado al que habían de reverenciar y obedecer y no se

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abanderizaran, y así mandó a todos los caciques que lo obedecieran por señor e hicieran todo lo que él les mandara. Capítulo XII El nuevo cacique va con ejército para echar a Quizquiz del Estado de Quito; tiene algunos encuentros con los indios, y por la aspereza de los caminos se vuelven, y de nuevo van allá con ejército y compañía de españoles, y antes que vayan, el cacique da la obediencia al Emperador Hecho esto luego dio orden a este cacique nuevo de que se juntara mucha gente para ir a debelar a Quizquiz y echar a los de Quito fuera de la tierra, diciendo que no era cosa regular que siendo él Señor otro permaneciera en la tierra suya contra su voluntad, y otras palabras que sobre esto dijo el Gobernador en presencia de todos, para que vieran el favor que él le daba, y el afecto que le mostraba, y esto no por bien o provecho que pudiera resultar -178- a los españoles, sino por el suyo particular. El cacique recibió mucho contento de esta orden y en término de cuatro días juntó cinco mil indios y más, todos bien a punto con sus armas, y el Gobernador mandó con ellos un Capitán suyo con cincuenta de a caballo, y él se quedó guardando la ciudad con el resto de la gente. Pasados diez días volvió el Capitán y contó al Gobernador lo que había sucedido, diciendo que al anochecer había llegado con la gente al real de Quizquiz a cinco leguas de allí, porque había ido rodeando por otro camino, por donde le había guiado el cacique; pero antes que llegara al real enemigo encontró por el camino doscientos indios apostados en una hoya y que por la tierra áspera no pudo quitarles el fuerte y adelantárseles para que no pudieran dar aviso de su ida, como lo dieron. Mas aunque esta compañía estaba en lugar fuerte no se atrevió a esperarlo y se pasó de la otra parte de un puente que era imposible el pasarlo, porque desde un monte que lo dominaba, adonde los indios se habían recogido, tiraban tantas piedras que a ninguno dejaban pasar, y por ser la tierra y el sitio de lo más áspero e inaccesible que se ha visto, se volvieron atrás, y todavía dijo que había muerto doscientos indios, y el cacique se alegró mucho de cuanto se había obrado, y al volver a la ciudad lo llevó por otro camino más corto, en el que halló el Capitán por muchas partes gran cantidad de piedras amontonadas para defenderse de los cristianos, y halló entre otros pasos uno tan malo y difícil, que sufrió grandes trabajos con toda su gente y no se podía seguir adelante, donde bien se conoció que el cacique tenía amistad verdadera y no fingida con el Gobernador y los cristianos, porque los apartó de aquel camino en donde no habría escapado ningún español. Dijo que después que se partió de la ciudad no anduvo un tiro de ballesta por tierra llana; que toda la tierra era montañosa, pedregosa y dificilísima de andar, y que si no hubiera sido porque era la primera vez que iban con el cacique y pudiera achacarlo a

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miedo, se hubiera vuelto para atrás. El Gobernador hubiera querido que se siguiera a los enemigos hasta echarlos del lugar donde estaban; pero oída la aspereza -179- del sitio quedó contento de lo que se había hecho. El cacique dijo que él había mandado su gente al alcance de los enemigos y que pensaba que les harían algún daño, y así dentro de cuatro días vino luego la nueva de que les habían muerto mil indios. El Gobernador encargó otra vez al cacique que hiciera juntar más gente, que él quería mandar con ella caballos suyos para que no parara hasta echar de la tierra a los enemigos. Vuelto el cacique de esta jornada se fue a ayunar a una casa que estaba en un monte, habitación que labró su padre en otro tiempo, donde estuvo tres días, y pasados vino a la plaza donde los hombres de aquella tierra le dieron obediencia según su usanza, reconociéndolo por señor y ofreciéndole el plumaje blanco, según hicieron en Caxamalca al cacique Atabalipa. Hecho esto hizo juntar todos los caciques y señores que había allí y habiéndoles hablado sobre el daño que hacían los de Quito en su tierra, y cuánto bien resultaría a todos de poner remedio, les mandó que llamaran y aparejaran gente para ir contra ellos y echarles del lugar en que se habían puesto, lo que hicieron al punto sus capitanes, y dieron traza de hacer gente en tan breve espacio, que en término de ocho días puso en aquella ciudad más de diez mil hombres de guerra, todos escogidos, y el Gobernador hizo alistar cincuenta caballos ligeros con un Capitán para que salieran el último día de la pascua de Navidad. El Gobernador antes que se hiciera aquella jornada, queriendo asentar paz y amistad con aquel cacique y su gente, dicha la misa por el religioso el día de Navidad, salió a la plaza con mucha gente de su compañía que hizo juntar, y en presencia del cacique y señores de la tierra y gente de guerra que estaba sentada junto con sus españoles, el cacique en un escabel y su gente en el suelo alrededor suyo. El Gobernador les hizo un parlamento como en semejantes casos suele hacerse, y por mí su Secretario y Escribano del ejército les fue leída la demanda y requerimiento que S. M. había mandado se les hiciera, y su contenido les fue declarado por un intérprete, lo entendieron bien y a todo respondieron. Requirióseles que fueran y se llamaran vasallos de S. M. y el Gobernador le recibió en su amistad con la misma solemnidad con que -180- se hizo la otra vez de alzar dos veces el estandarte real, y en señal de ello los abrazó el Gobernador con mucha alegría a son de trompetas, haciéndose otras solemnidades que aquí no se escriben por evitar prolijidad. Hecho esto se puso en pie el cacique y en un vaso de oro dio a beber por su mano al Gobernador y a los españoles, y luego se fueron a comer por ser ya tarde. Capítulo XIII Tienen sospecha de que el cacique quiere revelarse, resulta infundada, van con él muchos españoles con veinte mil indios contra Quizquiz, y de lo que les acontece dan aviso al Gobernador por medio de una carta

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Y habiéndose de partir dentro de dos días el Capitán español con los indios y el cacique para ir contra los enemigos, no pudiendo durar siempre las cosas en un mismo ser por estar sujetas a las varias vicisitudes del mundo que cada día acontecen, fue informado el Gobernador por algunos españoles e indios amigos y aliados naturales de la tierra, de que se trataba y platicaba entre los principales del cacique de juntarse con la gente de Quito, y otras cosas de que lo acusaban; de lo que habida alguna sospecha y para tener entera certificación de que era fiel y verdadera la amistad del cacique a los cristianos que lo querían tanto, queriendo saber la verdad del hecho, a otro dio llamada el cacique y otros principales a su aposento les dijo lo que se contaba de ellos, de lo cual hecha averiguación y dado tormento a algunos indios resultaron el cacique y los principales sin culpa ninguna, y se certificó que ni en dicho ni en hecho se había tratado cosa alguna en daño de españoles, pero sí que dos principales -181- eran los que habían dicho que puesto que sus antepasados no habían estado nunca sujetos a otro, no debían ellos ni el cacique someterse. Pero no obstante esto, por lo que se pudo comprender entonces y después, se conoció y creyó que siempre amaron a los españoles y no fue fingida su amistad con ellos. No salió esta gente a su jornada, porque siendo el rigor del invierno y lloviendo todos los días mucho, se determinó dejar pasar la fuerza del agua, principalmente por haber muchos puentes maltratados y rotos que era preciso componer. Venido el tiempo en que cesaron las aguas, el Gobernador hizo poner en orden los cincuenta caballos con el cacique y la gente suya que tenía dispuesta para la jornada, los cuales con el Capitán que él les dio se pusieron en marcha la vuelta de Xauxa para la ciudad de Bilcas, donde se tenía entendido que estaban los enemigos, y por estar los caminos cortados por las muchas lluvias del invierno y los ríos crecidos sin que hubiera puente alguno en muchos de ellos, los españoles pasaron con sus caballos con mucho trabajo, y uno de ellos se ahogó. Llegados por sus jornadas al río que está a cuatro leguas de Bilcas, se entendió que los enemigos se iban la vuelta de Xauxa. Y por estar el río crecido y furioso, y el puente quemado, hubieron de detenerse para hacerlo de nuevo, porque sin él era imposible pasarlo, ni con sus barcos que llaman balsas, ni a nado, ni de otra manera. Veinte días estuvo aquí el campo para reponer el puente, pues los maestros tuvieron mucho que hacer, porque la agua estaba crecida y desbarataba las crisnejas que se ponían; y si el cacique no tuviera aquí tanto número de gente para hacer este puente y para él pasar y tirar de las crisnejas, no se habrían podido hacer, pero habiendo veinticinco mil hombres de guerra, y volviendo a probar una vez y otra, valiéndose de cuerdas y de balsas, al cabo pasaron las crisnejas, y pasadas hicieron luego en breve espacio el puente; tan bueno y tan bien hecho, que otro semejante y tan grande no se halla en aquella tierra, que es de trescientos sesenta y tantos pies de largo, y de ancho podían pasar dos caballos a un tiempo sin riesgo alguno. Pues pasado aquel puente y -182- allegados a Bilcas, los españoles se aposentaron en la ciudad, desde donde dieron cuenta al Gobernador de cómo andaban las cosas. Aquí estuvo asentado el campo descansando algunos días para tener noticia del lugar en que estaban los enemigos, que no lo sabían más particularmente

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sino que iban la vuelta de Xauxa, y que pensaban ir a dar en los españoles que habían quedado allí de guarnición. Pues sabido esto se partió al punto el Capitán con los españoles en auxilio suyo, llevándose consigo a un hermano del cacique con cuatro mil hombres de guerra, y el cacique se volvió a la ciudad del Cuzco, y el Capitán envió al Gobernador la carta que el Lugarteniente escribía de Xauxa a gran prisa y era del tenor siguiente: «Cuando vuestra merced echó del Cuzco a los enemigos se rehicieron y vinieron la vuelta de Xauxa y antes que llegaran se supo por los nuestros cómo venían con gran pujanza porque de todos los lugares de la comarca sacaban la más gente que podían tanto para la guerra como para los mantenimientos y cargas, lo que sabido por el tesorero Alfonso envió cuatro caballos ligeros a un puente que está doce leguas de la ciudad de Xauxa, donde supieron que los enemigos estaban de la otra parte en una provincia principal, de manera que vueltos a Xauxa puso el Tesorero la mayor diligencia que pudo, así en la guarda de la ciudad y en el buen trato de los caciques que estaban dentro de la ciudad con él, como en informarse y entender sotilmente todos los pasos de los enemigos. Y la mayor sospecha que tenían era de los indios que estaban dentro de la población, que eran en gran cantidad, y de los comarcanos, porque casi todos estaban de acuerdo con los enemigos para venir a atacar a los españoles por cuatro partes. Con este acuerdo, los indios de Quito pasaron con intento de que un Capitán con quinientos de ellos viniera de la parte de un monte y pasaran el río que dista un cuarto de legua de la ciudad, y se pusiera en lo más alto del monte para asaltar la ciudad un día concertado entre ellos, y el capitán Quizquiz e Incurabaliba, que eran los principales capitanes, habían de venir por el llano con el mayor golpe de gente, lo que se supo pronto por medio de un indio a quien -183- se le dio tormento, de manera que el Capitán que había de pasar el río y embestir la ciudad desde el monte caminó mucho y llegó un día antes que la demás gente; y una mañana al amanecer vino nueva a la ciudad cómo muchos enemigos habían pasado el puente, de que nació grande alteración entre los indios naturales de Xauxa que servían lealmente a los cristianos, de donde se presumió que toda la tierra estaba alzada como se ha dicho. Proveyó principalmente el Tesorero que todo el oro de S. M. y de los compañeros que entonces había en la ciudad se pusiese en una gran casa donde hizo poner guardia de los españoles más flacos y enfermos, ordenando que los demás estuviesen prevenidos para pelear, y mandó que diez caballos ligeros fueran a ver cuanta cantidad de enemigos era la que había pasado el río para tomar el monte, y él se quedó en la plaza con la demás gente esperando por si el mayor número de enemigos viniera por el llano. Los corredores españoles dieron en los indios que habían pasado el puente, los cuales se retiran y las españoles hubieron de pasar el puente tras ellas con algunos peones ballesteros que les había mandado el Tesorero, de manera que los indios se volvieron huyendo con mucho daño. El golpe más grande de los otros que venía por el llano no llegaron al tiempo que habían concertado con los otros para asaltar la ciudad, y por esperarlos andaban entreteniendo el tiempo. Esta noche y el día se estuvo con mucha vigilancia en la ciudad y estuvo siempre la gente armada con los caballos ensillados, todos juntos en la plaza, pensando que la noche siguiente vendrían los indios a embestir la ciudad y a tratar de quemarla, como se

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decía que tenían intento de hacerlo. Pasados los dos cuartos de la noche viendo que los enemigos no parecían tomó consigo el Tesorero un caballo ligero y fue a ver en qué parte habían asentado el campo los indios enemigos y cuánto se habían acercado a la ciudad (porque los indios que de esto daban aviso no sabían dónde estaban, y asimismo porque los enemigos tomaban los caminos para que nadie diera aviso), de manera que aclarando el día se halló el Tesorero a cuatro leguas de la ciudad, y visto el lugar donde estaban los indios y la calidad -184- del sitio, se volvió a la ciudad a la que llegó después de mediodía. Visto por los indios enemigos que los españoles los habían descubierto, y temiendo mucho, se alzaron de aquel sitio y se fueron la vuelta de la ciudad, y en la noche se vinieron a poner un cuarto de legua de ella a la orilla de un río pequeño que entraba en el grande. Sabido esto por los españoles estuvieron aquella noche con mucho recaudo, y al día siguiente por la mañana después de oír misa tomó el tesorero veinte caballos ligeros y veinte peones con dos mil indios amigos, dejando en la ciudad otros tantos españoles de a caballo y otros tantos de a pie, previniéndoles que cuando los enemigos los acometieran por la otra parte hicieran una señal que ellos la pudieran ver para que vinieran a socorrerlos. Salidos de la ciudad los españoles con el Lugarteniente, vieron que los indios de Quito habían cruzado el río pequeño con sus escuadrones, en los que podría haber hasta seis mil de ellos, que viendo a los españoles se retiraron y volvieron a pasar de la otra banda. Pues viendo el Tesorero y los españoles que si ellos no acometían a los enemigos aquel día, la noche siguiente vendrían a saquear y poner fuego a la ciudad, de manera que se tendría mayor trabajo si se aguardara la noche, determinó de pasar el río y pelear con los enemigos, donde se tuvo una brava escaramuza así de tiros de ballestas y arcos como de piedras, y al Tesorero que iba delante de todos por el río abajo, le acertaron una en la coronilla de la cabeza que lo echó del caballo en medio del río, y atarantado se lo llevó el agua un gran tiro de piedra, de suerte que se hubiera ahogado si no lo hubieran socorrido unos ballesteros españoles que allí estaban, que lo sacaron con mucho trabajo. Dieron asimismo a su caballo una pedrada en una pierna que se la rompieron y murió luego. En esto cobraron grande ánimo los españoles y apretaron para pasar el río; y viendo los indios su determinación se retiraron huyendo a un monte agro donde murieron unos ciento. Los caballos los siguieron más de legua y media por el monte; y porque se habían recogido a lo más fuerte del monte a donde los caballos no podían subir, se retiraron a la ciudad. Y visto luego -185- que los enemigos no salían de aquella fortaleza del monte, se determinaron a volver de nuevo contra ellos, y salieron la vuelta de ellos veinte españoles con más de tres mil indios amigos, y los acometieron en aquel monte, donde estaban fortalecidos y mataron muchos echándolos más de tres leguas con muerte de muchos caciques comarcanos que estaban a favor suyo; con cuya victoria quedaron tan contentos los indios amigos como si ellos solos la hubieran alcanzado. Los indios de Quito se volvieron a juntar otra vez en un sitio que se llama Tarma distante cinco leguas de Xauxa, de donde asimismo fueron echados, porque hacían mucho daño en las tierras vecinas.

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Capítulo XIV De la gran cantidad de oro y plata que hicieron fundir de las figuras de oro que adoraban los indios. De la fundación de la ciudad del Cuzco, donde se hizo población de españoles, y del orden que en ella pusieron Sabidas estas buenas nuevas por el Gobernador las hizo publicar inmediatamente, de lo que todos los españoles hubieron sumo contento y dieron infinitas gracias a Dios de que se les hubiera mostrado en todo y por todo tan favorable a esta empresa. Luego escribió el Gobernador y envió correos a la ciudad de Xauxa dando a todos la enhorabuena y agradeciéndoles el valor mostrado, y en particular a su Lugarteniente, diciéndole que de todo lo que le sucediera en adelante, le diera asimismo aviso. En el entretanto se dio mucha prisa el Gobernador en partirse de allí, dejando proveídas las cosas en la ciudad, fundando colonia y poblando copiosamente la dicha ciudad. -186- Hizo fundir todo el oro que se había recogido, que estaba en pedazos, lo que hicieron en breve los indios prácticos en el oficio. Y se pesó la suma de todos y se hallaron quinientos ochenta mil doscientos y tantos pesos de buen oro. Se sacó el quinto de S. M. que fueron ciento diez y seis mil cuatrocientos sesenta y tantos pesos de buen oro. Y de la plata se hizo la misma fundición, y pesada en junto se hallaron ser doscientos quince mil marcos, poco más o menos, y de ellos ciento setenta mil y tantos eran de plata buena en vajilla y planchas, limpias y buenas y el resto no era así porque estaba en planchas y piezas mezcladas con otros metales conforme se sacaba de la misma. Y de todo esto se sacó asimismo el quinto de S. M. Verdaderamente era cosa digna de verse esta casa donde se fundía llena de tanto oro en planchas de ocho y diez libras cada una, y en vajilla; ollas y piezas de diversas figuras con que se servían aquellos señores, y entre otras cosas singulares eran muy de ver cuatro carneros de oro fino muy grandes, y diez o doce figuras de mujer, del tamaño de las mujeres de aquella tierra, todas de oro fino, tan hermosas y bien hechas como si estuvieran vivas. Éstas las tenían ellos en tanta veneración como si fueran señoras de todo el mundo y vivas, y las vestían de ropas hermosas y finísimas, y las adoraban por Diosas, y les daban de comer y hablaban con ellas como si fueran mujeres de carne. Éstas entraron en el quinto de S. M. Había además otras de plata de la misma hechura; y al ver los grandes vasos y piezas de aquella plata bruñida era cierto cosa de gran contento. Todo este tesoro lo dividió y repartió el Gobernador entre los españoles que fueron al Cuzco y los que se quedaron en la ciudad de Xauxa, dando a cada uno tanto de plata buena y tanto de mala con tantos pesos de oro bueno, y al que tenía caballo la parte conforme a su mérito y al de su caballo, y a las servicios que tenía hechos; y a los peones, lo mismo respectivamente según que se encontraba apuntado por su orden en el libro de las reparticiones que se hizo. Todo esto se acabó de hacer en ocho días y al cabo de otros tantos partió de aquí el Gobernador dejando poblada la ciudad del modo que

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se ha dicho. -187- En el mes de marzo de 1534 ordenó el Gobernador que se reunieran en esta ciudad la mayor parte de los españoles que tenía consigo, e hizo un acta de fundación y formación del pueblo, diciendo que lo asentaba y fundaba en el mismo ser y tomó posesión de él en medio de la plaza y en señal de fundar y comenzar a edificar el pueblo y colonia hizo ciertas ceremonias, según se contiene en la acta que se hizo, la que yo el Escribano leí en voz alta a presencia de todos; y se puso el nombre a la ciudad «la muy noble y gran ciudad del Cuzco», y continuando la población dispuso la casa para la iglesia que había de hacerse en la dicha ciudad sus términos, límites y jurisdicción, y en seguida echó un bando diciendo que podían venir a poblar aquí y serán recibidos por vecinos los que quisieran poblar, y vinieron muchos en tres años. De entre todos se escogieron las personas más hábiles para encargarse del gobierno de las cosas públicas y nombró su lugarteniente, alcaldes y regidores ordinarios, y otros oficiales públicos los cuales eligió y nombró en nombre de Su Majestad, y les dio poder para ejercer sus oficios. Esto hizo el Gobernador con acuerdo y consejo del religioso que traía consigo y del contador de S. M. que estaba entonces con él, con parecer de los cuales, vistas y consideradas las personas de los vecinos, hasta tanto que S. M. dispusiera lo que se había de hacer en el repartimiento de los naturales, en el intermedio fue a todos una cierta parte y cantidad señalada encomendando un número de ellos a los españoles que se quedaran para que los enseñaran y doctrinaran en las cosas de nuestra santa fe católica. Y fueron repartidos y dados en servicio de S. M. doce mil y tantos indios casados en la provincia del Callao, al medio de ella cerca de las minas, para que sacaran oro para S. M. de lo que se entiende le tendrá grandísimo provecho, considerada la riqueza de las minas que en ella hay, de las cuales cosas se hace larga mención en el libro de la fundación de esta colonia y en el registro del depósito que se hizo de los indios comarcanos, dejando a la voluntad de S. M. el aprobar, confirmar o enmendar estas cosas según que le parezca convenir mejor a su real servicio. -188- Capítulo XV Parte el Gobernador con el cacique para Xauxa, y tiene nueva del ejército de Quito, y de ciertas naves que vieron en aquellas costas unos españoles que fueron a la ciudad de San Miguel Hechas estas provisiones se partió el Gobernador para Xauxa llevándose consigo al cacique, y los vecinos quedaron guardando la ciudad, con ordenanzas que les dejó el Gobernador para que por ellas se gobernaran hasta tanto que él mandara otra cosa y caminando por sus jornadas el día de pascua vino a hallarse sobre el río de Bilcas, donde supo por cartas y noticias de Xauxa que la gente de guerra de Quito después que fue rota y

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echada de aquellos lugares últimos por el Capitán del Cuzco, se había retirado y fortificado a cuarenta leguas de Xauxa camino de Caxamalca en un mal paso en medio del camino, y habían hecho sus cercas para estorbar el paso a los caballos con unas puertas en ellas muy angostas y una calle para subir a una piedra alta donde el Capitán habitaba con la gente, que no tenía paso ninguno sino por esta parte donde habían hecho esta fuerza con estas puertas tan angostas, y que se pensaba que aquí esperaran socorro porque se tenía nueva de que el hijo de Atabalipa venía con mucha gente. Este aviso comunicó el Gobernador al cacique el cual despachó al punto correos a la ciudad del Cuzco para hacer venir gente de guerra, que no pasaran de dos mil, pero los mejores de toda la provincia, porque el Gobernador le dijo que era mejor que fueran pocos y buenos, que muchos e inservibles, porque los muchos destruirían las comidas de las tierras por donde pasaran, sin necesidad ni provecho. Escribió asimismo el Gobernador al Lugarteniente y Corregidor del Cuzco que favoreciera a los capitanes del cacique e hiciera diligencia de que la gente viniera pronto. Partió de este lugar el Gobernador el segundo día de pascua y por sus jornadas llegó a Xauxa donde supo por entero lo que allí había pasado en su ausencia, y en especial lo que -189- habían hecho los de Quito, y señaladamente le dijeron que después que los enemigos fueron ahuyentados de los alrededores de Xauxa, se habían retirado veinte o treinta leguas de allí en un monte, y que conforme el Capitán salió contra ellos con el hermano del cacique y cuatro mil hombres llegaron a la vista de ellos, después de descansar unos días fueron a acometerlos y los desbarataron y echaron de aquel sitio con mucho trabajo y peligro grande. Vueltos a Xauxa, el mariscal D. Diego de Almagro, que cuando el Capitán y españoles vinieron del Cuzco había venido con ellos por orden del Gobernador a visitar los indios comarcanos para ver y saber el estado en que estaban las cosas en aquella ciudad y de sus vecinos, salió a visitar los caciques y señores de la comarca de Chincha y Pachacama, y los otros que tienen sus tierras y viven en las postas del mar. En tal estado halló las cosas el Gobernador cuando llegó a Xauxa, y descansando del largo viaje sin proveer nada en los primeros días en cosa alguna, esperaba los indios para ir a echar a los enemigos del fuerte que habían tomado y acabar con ellos, cuando le llegó uno de dos mensajeros españoles que habían ido a la ciudad de San Miguel para ver cómo estaban las cosas de ella, el cual le dijo de esta manera: «Señor, partido que hube de aquí por orden del Mariscal me puse a caminar con gran diligencia por los llanos y la orilla del mar no con poco trabajo, porque muchos caciques de los que hay por el camino estaban alzados; pero algunos que eran amigos nos proveyeron de lo que necesitábamos y ellos nos informaron que por la costa del mar se habían visto cuatro navíos, los que yo vi un día, y considerando que yo era enviado a la ciudad de San Miguel para saber si habían llegado navíos del adelantado Alvarado o de otros, anduve nueve días y nueve noches por la costa, algunas veces a la vista de ellos, creyendo tomarían puerto y entendería así quiénes eran, pero con toda esta diligencia y trabajo no pude conseguir lo que quería, por lo que me puse a seguir mi viaje a la ciudad de San Miguel, y pasando del otro lado del río grande fui informado por los indios de la tierra -190- de que venían cristianos por aquel camino, y pensando yo que sin duda sería gente del adelantado Alvarado,

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anduvimos un compañero y yo sobre aviso para no encontrarnos con ellos de improviso; y llegados cerca de Motupe supe que andaban cerca de aquella tierra y esperé que viniera la noche, y al despuntar el día envié a mi compañero a hablar con ellos y a ver qué gente fuera, y le di ciertas señales para que avisara y finalmente supe ser gente que venía a la conquista de estos reinos, por lo que me fui a ellos y hablé largo diciéndoles la embajada que llevaba y ellos con retorno me informaron diciéndome haber venido a la ciudad de San Miguel en ciertos navíos de Panamá, y eran en número de doscientos cincuenta. Llegados a San Miguel, el Capitán que estaba en aquella ciudad con los doscientos, de ellos setenta de a caballo, se había ido a las provincias de Quito para conquistarlas, y ellos que serían hasta treinta personas con sus caballos sabiendo las conquistas que se hacían en el Cuzco y la falta que había de gente no quisieron ir con el Capitán a aquellas provincias de Quito y así venían para Xauxa, y les dieron noticia de todo lo sucedido aquí, y de la guerra que se había tenido con los indios de Quito, y para traer más presto las nuevas de lo sucedido allá, me volví desde aquel lugar sin ir a la ciudad de San Miguel, sabiendo de cierto ser ya partido el Capitán con su gente y que ya iba cerca de Cossibamba. Volviendo por mi camino la pascua pasada encontré al mariscal D. Diego de Almagro cerca de la tierra de Cena que es donde se aparta el camino de Caxamalca al que conté cómo pasaban las cosas, y cómo el Capitán que iba a Quito sospechaban algunos que no iba con buenas intenciones. El Mariscal, oído esto se partió al punto para alcanzar al Capitán que llevaba esta gente a la jornada de Quito, para detenerlo hasta tanto que proveyeran juntos a las necesidades de esta guerra. Pues esto es, señor, lo que me ha sucedido en este viaje durante el cual procuré de tener noticia de aquellos navíos pero no pude saber de ellos otra cosa. De Alvarado nada se sabe, sino que se piensa que haya desembarcado ya en esta costa del mar o haya pasado más adelante según lo que las cartas me dicen». -191- Capítulo XVI Labran en la ciudad de Xauxa una iglesia, y mandan tres mil indios con algunos españoles contra los indios enemigos. Tienen nueva de la llegada de muchos españoles y caballos, por lo cual mandan gente a la provincia de Quito. Relación de la calidad y gente de la tierra de Tumbes hasta Chincha y de la provincia Collao y Condisuyo El Gobernador recibió este mensajero, leyó las cartas que traía y le preguntó otras muchas cosas, y para proveer lo que le parecía conveniente en este negocio llamó a todos los oficiales de S. M. y habiéndose tratado de la ida de aquel Capitán a Quito, y como el Mariscal ya se habría avocado con él según la nueva traída por aquel mensajero, se acordó que él mandara un Lugarteniente suyo con poder bastante para aquella jornada, y

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escritas sus cartas a la ciudad de San Miguel y al Mariscal diciéndoles lo que se había de hacer, despachó con ellas tres cristianos para que fueran con más presteza y más seguras, mandándoles que se dieran prisa en el camino y de continuo fueran avisando lo que supieran. Proveído esto ordenó el lugar y sitio donde se había de levantar la iglesia en aquella ciudad de Xauxa, la cual mandó que hicieran los caciques de la comarca, y fue edificada con sus grandes puertas de piedra. En este intermedio llegaron como cuatro mil indios de guerra de la ciudad del Cuzco de los que el cacique había mandado llamar, y el Gobernador hizo alistar cincuenta españoles de a caballo y treinta peones para ir a echar a los enemigos del paso donde estaban, y se partieron con el cacique y su gente, el cual cada vez quería más a los españoles. Mandó el Gobernador al Capitán de estos españoles que persiguieran a los enemigos hasta Guanuco o más allá conforme lo creyera necesario, y que de todo le avisaran de continuo por cartas y mensajeros. Después de esto vinieron al Gobernador nuevas de los navíos, la vigilia de pascua del Espíritu Santo, y asimismo recibió carta de San Miguel -192- que le trajeron dos españoles y supo cómo los navíos por el mal tiempo se habían quedado a sesenta leguas de Paccacama sin poder pasar adelante, y que el Adelantado de Alvarado había arribado a Puerto Viejo hacía ya tres meses con cuatrocientos hombres y ciento cincuenta de a caballo, y que con ellos se entraba la tierra dentro la vuelta de Quito, creyéndose que llegaría allá al tiempo que el mariscal don Diego entrara en aquellas provincias por otro lado. Por todos estos avisos de la justicia y regimiento de la ciudad de S. Miguel, y de otras partes entró en cuidado el Gobernador, y para poner remedio con acuerdo de los oficiales envió a sus mensajeros por mar en un bergantín, con los cuales mandó poderes al Mariscal para que en nombre de S. M. con la gente que llevaba y con la demás que ya estaría a punto en la ciudad de San Miguel, a la cual mandaba que le dieran ayuda, conquistara, pacificara y poblara aquellas provincias de Quito. Proveyó así mismo otras cosas sobre esto, para que el Alvarado no hiciera daño en la tierra, porque así lo deseaba S. M., y asimismo determinó que a la venida de los navíos se mandara a S. M. razón de todo lo sucedido hasta aquella hora en esta empresa para que sea de todo informado, y pueda proveer en todo lo que tenga por más cumplidero a su real servicio. En este estado están las cosas de la guerra y lo demás obrado en esta tierra; y de la calidad de ella se dirá brevemente porque de Caxamalca se mandó relación de ello. Esta tierra desde la ciudad de Túmbez hasta Chincha tendrá diez leguas en la costa del mar, en partes más y en partes menos; es tierra llana y arenosa, no nace en ella yerba, ni llueve sino poco; es tierra fértil del maíz y frutas porque siembran y riegan las heredades con agua de los ríos que bajan de los montes. Las casas que habitan los labradores son de juncos y ramas, porque cuando no llueve hace gran calor, y pocas casas tienen techos. Es gente ruin, y muchos son ciegos por la mucha arena que hay. Son pobres de oro y de plata, que lo que tienen es porque lo cambian por mercadurías los que viven las sierras. Toda la tierra cercana al mar es de esta manera hasta Chincha y también cincuenta leguas más adelante. Se -193- visten de algodón y comen maíz cocido y crudo y la carne media cruda. Al fin de los llanos que se llaman Ingres hay unas sierras altísimas que duran desde la ciudad de San Miguel hasta Xauxa, que bien

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podrán ser ciento cincuenta leguas de largo, pero tienen poca anchura. Es tierra muy alta y fuerte de montes y de muchos ríos; no hay selvas sino algunos árboles donde siempre hay muy gran niebla. Es muy fría porque hay una sierra nevada que dura casi desde Caxamalca a Xauxa, donde hay nieve todo el año. La gente que allí vive es más racional que la otra, porque es muy pulida y guerrera y de buena disposición. Éstos son muy ricos de oro y de plata porque lo sacan de muchas partes de la sierra. Ningún señor de los que han gobernado estas provincias ha hecho nunca caso de la gente de la costa, por ser ruin y pobre como se ha dicho, que no se servían de ella sino para traer pescado y frutas, pues por ser de tierra caliente luego que van a aquellos lugares de sierras se enferman por la mayor parte, y lo mismo sucede a los que habitan las montañas, si bajan a la tierra caliente. Los que habitan de la otra parte de la tierra adentro tras de las cumbres, son como salvajes que no tienen casas, ni maíz sino poco; tienen grandísimas montañas y casi se mantienen de la fruta de las árboles; no tienen domicilio ni asiento conocido; hay grandísimos ríos, y es tierra tan inútil, que pagaba todo el tributo a los señores en plumas de papagayo. Por ser esta sierra la mayor de toda la tierra tan estrecha y angosta y por estar destruida con las guerras que ha habido, no se pueden fundar poblaciones de cristianos, si no es un pueblo muy apartado de otro. Desde la ciudad de Xauxa camino del Cuzco se va anchando la tierra apartándose del mar; y los señares que han sido del Cuzco teniendo su estancia y residencia en el Cuzco, a la tierra que quedaba hacia Quito llamaban Cancasuelo, y a la tierra adelante que se llama Callao, Collasuyo; y a la parte del mar, Condisuyo; y a la tierra dentro Candasuyo; y de este modo ponían nombres a estas cuatro provincias hechas a guisa de cruz donde se encerraba su señorío. En el Colao no se tiene noticia de mar y es tierra llana a la que se ha visto, y grande y muy fría, y hay en ella muchos -194- ríos de que se saca oro. Dicen los indios que hay en ella una laguna grande de agua dulce, y en medio tiene dos islas. Para saber el estado de esta tierra y su gobierno, mandó el Gobernador dos cristianos que le trajesen de ello larga información, los que partieron a principios de diciembre. La parte de Condisuyo hacia el mar en derecho del Cuzco, es tierra pequeña y muy deleitable, aunque es toda de montañas y piedras y la parte de la tierra dentro es lo mismo; corren por ella todos los ríos que no van a dar al mar de poniente; es tierra de muchos árboles y montes y está muy poco poblada. Esta sierra corre desde Tumbes hasta Xauxa, y desde Xauxa hasta la ciudad del Cuzco; es pedregosa y áspera, que si no hubiera caminos hechos a mano no se podría andar a pie cuanto menos a caballo por lo que había muchas casas llenas de materiales para hacer el piso, y en esto tenían tanto empeño los señores que no faltaba sino hacerlo. Todas las montañas agras están hechas a guisa de escalones de piedra, y de la otra parte del camino no tenía anchura por causa de unos montes que lo estrechaban de ambos lados y en uno habían hecho un espolón de piedra para que algún día no se cayese, y hay también otros lugares en que el camino tiene de ancho cuatro o cinco cuerpos de hombre, hecho y empedrada de piedra. Uno de los mayores trabajos que pasaron los conquistadores en esta tierra fue en estos caminos. Todos o la mayor parte de los pueblos de esas faldas de las sierras están y viven en colinas y montes altos; sus casas son de piedra y

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tierra; hay muchos aposentos en cada pueblo, y por el camino a cada legua o dos y más cerca, se encuentran los hechos para aposentar a los señores cuando salían a visitar la tierra, y de veinte en veinte leguas hay ciudades principales cabezas de provincia a donde los de otras ciudades pequeñas traían sus tributos que pagaban así de maíz y ropas como de otras cosas. Todas esas ciudades grandes tienen pósitos llenos de las cosas que hay en la tierra y por ser muy fría se coge poco maíz, y éste no se da sino en partes señaladas; pero en todas, muchas legumbres y raíces con que las gentes se sustentan, y también buenas yerbas, como las -195- de España. Hay también nabos silvestres y amargos. Hay bastante ganado de ovejas que anda en rebaños con sus pastores que lo guardan apartado de las sementeras, y tienen cierta parte de la provincia donde invernan. La gente, como se ha dicho, es pulida y de razón, y andan todos vestidos y calzados; comen el maíz cocido y crudo, y beben mucha chicha que es un brebaje hecho de maíz a modo de cerveza. Es gente muy tratable y muy obediente y belicosa; tiene muchas armas de diversas maneras como se refirió en la relación que fue de Caxamalca de la prisión de Atabalipa, según arriba se dijo. [...] Capítulo XIX En cuánta veneración tenían los indios a Guarnacaba cuando vino y lo tienen ahora después de muerto; y cómo por la desunión de los indios entraron con los españoles en el Cuzco, y de la fidelidad del nuevo cacique Guarnacaba a los cristianos La ciudad del Cuzco es la cabeza y provincia principal de todas las otras, y desde aquí hasta la playa de San Mateo y de la otra parte más allá de la provincia del Collao, que toda es tierra de caribes flecheros, todo está rendido y sujeto a un solo señor que fue Atabalipa y antes de él a los otros señores pasados, y al presente es señor de todo este hijo de Guarnacaba. Este Guarnacaba que fue tan nombrado y temido, y lo es hasta hoy día así muerto como está, fue muy amado de sus vasallos, -196- sujetó grandes provincias y las hizo sus tributarias; fue muy obedecido y casi adorado, y su cuerpo está en la ciudad del Cuzco, muy entero, envuelto en ricos paños y solamente le falta la punta de la nariz. Hay otras imágenes hechas de yeso o de barro las que solamente tienen los cabellos y las uñas que se cortaba y los vestidos que se ponía en vida, y son tan veneradas entre aquellas gentes como si fueran sus dioses. Lo sacan con frecuencia a la plaza con músicas y danzas, y se están de día y noche junto a él espantándole las moscas. Cuando algunos señores principales vienen a ver al cacique, van primero a saludar a estas figuras y luego al cacique, y hacen con ellas tantas ceremonias, que sería gran prolijidad escribirlas. Se junta tanta gente a estas fiestas que se hacen

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en aquella plaza, que pasan de cien mil ánimas. Salió muy bien el haber hecho señor a este hijo de Guarnacaba, porque venían todos los caciques y señores de la tierra y provincias apartadas a servirle y a dar por respeto suyo obediencia al Emperador. Los conquistadores pasaron grandes trabajos porque toda la tierra es la más montañosa y áspera que se puede andar a caballo, y se puede creer que si no fuera por la discordia que había entre la gente de Quito, y los naturales y señores de la tierra del Cuzco y su comarca, no habrían entrado los españoles en el Cuzco ni habrían sido bastantes para pasar adelante de Xauxa, y para haber entrado sería menester que hubieran ido en número de más de quinientos, y para poder mantenerla se necesitaban muchos más, porque la tierra es tan grande y tan mala, que hay montes y pasos que diez hombres los pueden defender de diez mil. Y nunca el Gobernador pensó poder ir con menos de quinientos cristianos a conquistarla, pacificarla y hacerla tributaria; pero como entendió la grande desunión que había entre los de aquella tierra y los de Quito, se propuso con los pocos cristianos que tenía ir a librarles de sujeción y servidumbre y a impedir los perjuicios y agravios que los de Quito hacían en aquella tierra y quiso Nuestro Señor usar merced con él. Ni nunca el Gobernador se hubiera aventurado a hacer tan larga y trabajosa jornada en esta tan grande empresa, a no haber -197- sido por la gran confianza que tenía en todos los españoles de su compañía, por haberlos experimentado y conocido ser diestros y prácticos en tantas conquistas, y avezados a estas tierras y a los trabajos de la guerra; lo que muy bien mostraron en esta jornada en lluvias y nieves, en atravesar a nado muchos ríos, en pasar grandes sierras y en dormir muchas noches al raso, sin agua que beber ni cosa alguna de que alimentarse, y siempre de día y de noche estar de guardia armados; en ir acabada la guerra a reducir muchos caciques y tierras que se habían alzado, y en venir de Xauxa al Cuzco donde tantos trabajos pasaron juntamente con su Gobernador, y donde tantas veces pusieron en peligro sus vidas en ríos y montes donde muchos caballos se mataron despeñándose. Este hijo de Guarnacaba tiene mucha amistad y conformidad con los cristianos, y por eso los españoles para conservarlo en la señoría se pusieron en infinitos afanes y finalmente se portaron en todas estas empresas tan valerosamente y sufrieran tanto, como otros españoles pueden haber hecho en servicio del Emperador, de manera que los mismos españoles que se han hallado en esta empresa se maravillan de lo que han hecho, cuando de nuevo se ponen a pensarlo, que no saben cómo están vivos y cómo han podido sufrir tantos trabajos y tan largas hambres; pero todo lo dan por bien empleado y de nuevo se ofrecen, si fuera necesario, a entrar en mayores fatigas para la conversión de aquellas gentes y ensalzamiento de nuestra santa fe católica. De la grandeza y sitio de la tierra antedicha se omite hablar, y sólo resta dar gracias y alabanzas a Nuestro Señor porque tan visiblemente ha querido guiar por su mano las cosas de S. M. y de estos reinos que por su divina providencia han sido iluminados y enderezados al verdadero camino de salvación. Plegue asimismo a su infinita bondad que de aquí en adelante vayan de bien en mejor, por intercesión de su bendita Madre, abogada de todos nuestros pasos, que los encamine a buen fin. Acabose esta relación en la ciudad de Xauxa a los 15 días del mes de julio

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de 1534, la cual yo Pedro Sancho, Escribano general en estos reinos de la Nueva Castilla y -198- Secretario del gobernador Francisco Pizarro, por su orden y de los oficiales de S. M. la escribí justamente como pasó, y acabada la leí en presencia del Gobernador y de los oficiales de S. M., y por ser todo así, el dicho Gobernador y los oficiales de S. M. la firman de su mano.- Francisco Pizarro.- Álvaro Riquelme.- Antonio Navarro.- García de Salcedo.- Por mandado del Gobernador y oficiales.- Pero Sancho. Fin de la Relación de la Conquista del Perú. Publicada en italiano por J. B. Ramusio, y traducida por primera vez al castellano por Joaquín García Icazbalceta.- (1849) Obras de D. J. García Icazbalceta.- Tomo VIII.- México.- Imprenta de V. Agüeros, Editor.- Año de 1898. -199- El cronista Pedro Pizarro -[200]- -201- Biografía del cronista Pedro Pizarro A diferencia de Agustín de Zárate, no se distingue este cronista por la corrección del lenguaje y lo pulido de la frase. Escribe en forma vulgar y defectuosa, como se ha notado más de una ocasión, pero su testimonio es muy valioso por ser el de un testigo presencial de los hechos que relata y amante de la verdad. «Los que me conocen, dice en sus escritos, saben ser yo amigo de la verdad y que la trato siempre, y así va aquí todo escrito con toda verdad». El cronista Pizarro fue en todo tiempo muy estimado por los investigadores y uno de ellos, Guillermo H. Prescott, lo cita a cada paso en su célebre Historia de la Conquista del Perú. Muy pocas noticias tenemos de él desgraciadamente. Sabemos que fue pariente de Francisco Pizarro y que con él pasó al Perú en 1530, luego de la capitulación que celebró este último con el monarca español para la conquista de la nueva tierra descubierta. -202- La obra de Pizarro: Relación del Descubrimiento y Conquista del Perú, se terminó de escribir el 7 de febrero de 1571 y permaneció por mucho tiempo inédita. El manuscrito fue conocido y utilizado por diversos historiadores y particularmente por Prescott. Se publicó por vez primera en 1844, en la Colección de documentos inéditos para la historia de España; posteriormente la obra se volvió a imprimir en la Colección de libros y documentos referentes a la historia del Perú, a cargo de Horacio Urteaga. y Carlos A. Romero. También se tradujo al inglés la obra de Pizarro y se publicó en Nueva York por los afanes de Means.

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Tenemos que acudir a la obra del padre Rubén Vargas Ugarte S. J., Fuentes para la Historia del Perú, publicada en Lima en 1939, en busca de datos sobre Pedro Pizarro, pues es el que más ha logrado reunirlos. Transcribimos a continuación los que trae en su celebrado libro: «Primo hermano del Conquistador, vino en su compañía en 1530 y le siguió en la conquista, aunque por su corta edad no figura como soldado ni tiene parte en el botín de Cajamarca. Más tarde, en el Cuzco, se ciñe la espada y desde entonces hasta 1540, en que se traslada a Arequipa, donde se le reparten tierras e indios de encomienda no abandona la milicia. Las alteraciones que sobrevienen le obligan nuevamente a tomar las armas y, aunque propenso siempre a seguir las banderas del Rey, claudica un tanto durante la rebelión de Gonzalo Pizarro, motivo por el cual Jiménez de la Espada lo incluye entre los «cambiabanderas» o «tejedores» como diría Carvajal. »Pacificado el Perú por Gasca, vuelve nuevamente a Arequipa, donde contrae matrimonio en 1551 con doña María Cornejo, hija de don Francisco Simancas. El alzamiento de Hernández Girón lo saca nuevamente al campo; en la rota de Villacurí, luchando con los leales, escapa a duras penas con la vida y torna a Villa Hermosa, donde en 1555 es nombrado -203- Alcalde Ordinario. Ya de edad madura, pues debía tener 56 años, toma la pluma y escribe su crónica que titula: De la conquista deste Reyno del Pirú y de las guerras y batallas que en ella ha habido desde la conquista que Guaynacava hizo en Quito y de los Reyes, Señores naturales que en este Reyno ha habido y guerras entre Atahualpa y Huáscar y de los sitios que idolatraban y gobierno que tenían y modo de servirse y de seguir la guerra y provincias e indios que en ella había e de otras cosas, como en ella se contiene y riquezas que en esta tierra se hallaron. »Este libro que contiene 32 capítulos en 144 fojas, entregó Pizarro el 28 de marzo de 1572 a Damasio de Salcedo, residente en Salamanca, quien, a su vez, lo había de poner en manos del Rey. No sabemos la suerte que corriera el manuscrito, pero en 1844 lo publicaron en el tomo V de la C. D. I. H. de E., Fernández de Navarrete, Salvá y Sainz de Baranda, tomándolo, según parece, de los papeles de la Colección de Muñoz. Esta circunstancia nos induce a pensar que no es inverosímil se hayan deslizado errores y aun cometido omisiones en la transcripción. Lo reprodujo en El Ateneo (1.ª Época 1889. Tomo VII y VIII) D. Eugenio Larrabure y, modernamente, D. Carlos A. Romero en el tomo VI de la Colección de Libros y Documentos referentes a la Historia del Perú (Lima, 1917). »Pizarro, a diferencia de Jerez y Estete, escribe a larga distancia de los sucesos. En febrero de 1571 pone término a su trabajo y, como no cuenta con otros apuntes que los de su feliz memoria, no es posible exigirle precisión en los datos y cronología exacta. Las fechas se le escapan y, tal cual sucedido, ya ha comenzado a esfumarse de su mente, pero con todo, asombra la riqueza de su información. El resquemor de las contiendas civiles ha debido agriar un tanto su ánimo y le predispone contra los partidarios de Almagro, pero no es tanta su pasión que le obligue a tergiversar los hechos.

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Sin duda que estas dos -204- circunstancias le hacen menos fidedigno, pero en cambio ninguna de las crónicas precedentes le aventaja en extensión y en abundancia. Tanto al describir los sucesos de la conquista como sus primeras impresiones en el Cuzco y las peripecias del sitio puesto a la ciudad por el Inca Manco, Pizarro dice lo que otros ignoraron o no alcanzaron a ver. Su lenguaje rudo, sencillo, desprovisto de elegancia, es un indicio de su sinceridad y si bien al referirse a ciertos personajes de la época su pluma no corre tan serena como fuera de desear, en otros casos las condiciones de la tierra, costumbres de sus habitantes y reminiscencias incaicas la hacen todavía más apreciable. »De su vida, fuera de lo dicho antes, sólo agregaremos que en una escritura suscrita en 1557, en Arequipa y desempolvada por el canónigo D. Santiago Martínez, dice ser natural de Toledo e hijo de Martín Pizarro, natural de Trujillo y de Luisa Meneses. De su matrimonio con doña María Cornejo tuvo diez hijos, cinco varones y cinco mujeres y del segundo de ellos, o sea Martín, aún viven los descendientes. Debió fallecer entre los años de 1581 a 1589, pero se ignora la fecha exacta». (Obra citada, páginas 151 y 152) En la Miscelánea Americanista, editada en homenaje a la memoria de don Antonio Ballesteros Beretta en Madrid el año de 1951, tomo primero, escribió don Narciso Alonso Cortés una monografía titulada: El Cronista Pedro Pizarro. En ella reprodujo los documentos originales encontrados por él y que dan luz sobre Pizarro y permiten completar adecuadamente algunos datos de su vida. Sabemos así que en 1548 el licenciado don Pedro de La Gasca concedió a Pizarro, en premio de sus servicios a la causa real, no sólo la confirmación de la Encomienda de indios que la tenía en la ciudad de Arequipa, sino la ampliación de esa Encomienda, dándole todo lo que antes poseía Hernando de Torres. -205- El mismo don Narciso Alonso Cortés, ha publicado también el Testamento Cerrado que en Arequipa otorgó el día 24 de marzo de 1586 Pedro Pizarro. El testador declara ser hijo legítimo de Martín Pizarro, natural de la ciudad de Toledo y de Luisa Méndez (no Meneses), ya difuntos, vecinos de la ciudad de Trujillo. Declara estar casado con doña María Cornejo de Simancas y tener nueve hijos legítimos: cinco hombres y cuatro mujeres. Distribuye luego sus bienes, que no eran pocos, entre su mujer e hijos. Ocurrió el fallecimiento de Pedro Pizarro el día 9 de marzo de 1587, como aparece de la diligencia judicial en que su mujer comparece a pedir que se abra el testamento cerrado. En el expediente tramitado en Valladolid por dos hijos de Pizarro: Francisco y Luis, para probar su hidalguía, y que también reproduce Cortés, se expresa que «dicho Pedro Pizarro, natural de Toledo, pasó a las Indias muy mozo, con el marqués don Francisco Pizarro, el cual siempre le

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trató y reconoció por su pariente muy cercano; y allá el dicho Pedro Pizarro se avecindó en la dicha ciudad de Arequipa, que es en el Perú, donde anduvo siempre en las guerras, como caballero hijodalgo, en servicio del rey don Felipe y emperador don Carlos, nuestros señores, e hizo grandes servicios, por los cuales se le hicieron mercedes y dieron repartimientos» (Obra citada, página 76). Tales son los datos que investigaciones y estudios de estos últimos años nos dan sobre este pariente cercano del Marqués de los Atabillos y soldado cronista de la Conquista. Completaremos las informaciones sobre este Cronista con unos párrafos del doctor Porras Barrenechea, en el importante estudio de que antes hicimos mención publicado sobre Los Cronistas de la Conquista. Dicen así: «Los comentadores de Pedro Pizarro alaban en él principalmente su sencillez, su falta de pretensiones literarias, su sinceridad evidente. Esta falta de aliño -206- en la frase es acaso uno de los mayores atractivos del cronista. Habla de sí generalmente en tercera persona, como cuando dice 'Pedro Pizarro se defendía con una adarga que tenía embrazada y una espada en la mano'. Pero el calor del relato lo hace abandonar esta impersonalidad, particularmente al evocar las más dramáticas peripecias de su vida, las batallas en que estuvo, para lo que adopta orgullosamente la primera persona del plural. Así en el asalto de la fortaleza de Sacsahuamán donde dice: 'Pues aguardando Juan Pizarro y los que con él estábamos', o en el relato de Chupas, en donde dice: 'no los podíamos herir a ellos por estar armados y dábamos a los caballos y ansí los matamos y herimos casi todos', en la derrota de Huarina: 'los que salimos de Guarina con las vidas'. Pero hay todavía una nota más emocionada en el lenguaje del cronista y es cuando, queriendo comunicar la evidencia de lo que dice, y que le crean, recurre ya a hablar en primera persona como cuando, refiriendo conversaciones de Atahualpa, escribe: 'estando yo presente', o refiriéndose a Pizarro cuando se vio obligada a ejecutar al Inka: 'yo vide llorar al Marqués de pesar por no podelle dar la vida', o cuando afirma orgullosamente su lealtad, diciendo, 'me he hallado en todas las batallas en servicio de S. M. y de su estandarte real, si no fue en la de Quito que no me hallé porque Gonzalo Pizarro me había quitado los indios y desterrado a Charcas porque no quise seguirle'. »El sentimiento más hondo y arraigado en el ánimo de Pedro Pizarro es su orgullo de conquistador. Como su pariente don Francisco Pizarro y sus compañeros del descubrimiento, cree que la tierra les pertenece y se queja amargamente de 'los pretensores de agora a los que se dan tierras y repartimientos cuando antes no se daban, si no eran beneméritos que se habrían hallado en descubrir y conquistar esta tierra'. Y desconociendo el valor de las crónicas de Cieza, en unos pocos pasajes despectivos de su libro, surge airada y en primera persona su protesta de viejo -207- poblador de la tierra, contra los recién venidos: 'yo no le conozco con ser uno de los primeros que en este reino entraron'. »La obra de Pedro Pizarro es por todos estos méritos espontáneos una de las fuentes más seguras e interesantes para la historia de la

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conquista. Su técnica es rudimentaria, pero la compensa su naturalidad. A pesar de su rudeza exhibe méritos que no tienen los cronistas más cultos: recogió muchas noticias útiles sobre las costumbres inkaicas que intercala en su relato y hasta esboza ligeras semblanzas o retratos sicológicos de los héroes de la conquista y de sus compañeros de armas, precisos y sumarios, de gran interés. Su crónica, sobre todo, ofrece el perenne encanto que revisten las proezas juveniles relatadas con el tono sereno de la madurez. »El manuscrito de Pedro Pizarro fue entregado por un descendiente suyo al padre Bernabé Cobo, en la primera mitad del siglo XVII. En el inventario de los libros que hizo en el siglo XVIII el bibliotecario de la Biblioteca de Madrid don Francisco Antonio González (Tomo III, pág. 64), figura la Relación de Pedro Pizarro con este título Relación del descubrimiento y conquista del Perú y su estado antiguo.- Año 1571, y la signatura J 40. Muñoz (tomo 93) da la misma indicación. Means la da en 1928 como existente en la Biblioteca Nacional de Madrid, pero en el inventario de 1873 ya no existía en ella. »Los editores de Pedro Pizarro en 1844, dan una historia dudosa del manuscrito original, que acaso fuera el de la Nacional. Dicen que el manuscrito fue del doctor Martínez del Villar, Regente de la Diputación de Aragón, quien conoció al autor y copió la Relación de su propia mano. Para esto sería necesario que Martínez del Villar hubiera vivido en el siglo XVI y hubiera estado en el Perú. El manuscrito se hallaba en 1844 en poder del consejero de Marina D. Gregorio de la Torre Trasierra, quien lo franqueó para su publicación a D. Martín Fernández de Navarrete». -[208]- -209- Noticias contemporáneas de la captura de Atahualpa (Como la captura del Inca fue uno de los más memorables, así como de los más inicuos actos de la conquista, he creído del caso citar los testimonios, que afortunadamente poseo, de varios de los que se hallaron presentes). Relación del primer descubrimiento de la Costa y Mar del Sur, manuscrito A la hora de las cuatro comienzan a caminar por su calzada adelante derecho adonde nosotros estábamos, y a las cinco o poco más llegó a la puerta de la ciudad, quedando todos los campos cubiertos de gente, y así comenzaron a entrar por la plaza hasta trescientos hombres como mozos despuelas con sus arcos y flechas en las manos cantando un cantar no nada gracioso para los -210- que lo oyamos, antes espantoso porque parecía cosa infernal, y dieron una vuelta a aquella mezquita amangando al suelo con las manos a limpiar lo que por él estaba, de lo cual había poca necesidad porque los del pueblo le tenían bien barrido para cuando

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entrase. Acabada de dar su vuelta pasaron todos juntos, y entró otro escuadrón de hasta mil hombres con picas sin yerros, tostadas las puntas, todos de una librea de colores, digo que la de los primeros era blanca y colorada, como las casas de un axedrez. Entrando el segundo escuadrón entró el tercero de otra librea, todos con martillos en las manos de cobre y plata, que es una arma que ellos tienen; y ansí de esta manera entraron en la dicha plaza muchos señores principales, que venían en medio de los delanteros y de la persona de Atabalipa. Detrás déstos, en una litera muy rica, los cabos de los maderos cubiertos de plata, venía la persona de Atabalipa, la cual traían ochenta señores en hombros, todos vestidos de una librea azul muy rica, y él vestida su persona muy ricamente con su corona en la cabeza, y al cuello un collar de esmeraldas grandes, y sentado en la litera en una silla muy pequeña con un coxín muy rico. En llegando al medio de la plaza paró, llevando descubierto el medio cuerpo de fuera; y toda la guerra que estaba en la plaza le tenían en medio, estando dentro hasta seis o siete mil hombres. Como él vio que ninguna persona salía a él ni parecía, tuvo creído, y así lo confesó después de preso, que nos habíamos escondido de miedo de ver su poder; y dio una voz y dijo, «¿Dónde están éstos?». A la cual salió del aposento del dicho gobernador Pizarro el padre fray Vicente de Valverde, de la orden de los predicadores, que después fue Obispo de aquella tierra, con la bribia en la mano y con él una lengua y así juntos llegaron por entre la gente a poder hablar con Atabalipa, al cual le comenzó a decir cosas de la sagrada escriptura, y que Nuestro Señor Jesu-Christo mandaba que entre los suyos no hubiese guerra ni discordia, sino todo paz, y que él en su nombre ansí se lo pedía y requería; pues había quedado de tratar della el día antes, y de venir solo sin gente de guerra. A las cuales palabras y otras muchas que el frayle le dijo, él estuvo callando sin volver -211- respuesta; y tornándole a decir que mirase lo que Dios mandaba, lo cual estaba en aquel libro que llevaba en la mano escripto, admirándose a mi parecer más de la escriptura que de lo escripto en ella, le pidió el libro, y le abrió y ojeó; mirándole el molde y la orden dél; y de después de visto, le arrojó por entre la gente con mucha ira, el rostro muy encarnizado, diciendo: «Decidles a esos que vengan acá, que no pasaré de aquí hasta que me den cuenta y satisfagan y paguen lo que han hecho en la tierra». Visto esto por el frayle y lo poco que aprovechaban sus palabras, tomó su libro, y abajó su cabeza, y fuese para donde estaba el dicho Pizarro, casi corriendo y díjole «¿No veis lo que pasa? ¿Para qué estáis en comedimientos y requerimientos con este perro lleno de soberbia, que vienen los campos llenos de indios? ¡Salid a él!, que yo os absuelvo». Y ansí acabadas de decir estas palabras, que fue todo en un instante, tocan las trompetas, y parte de su posada con toda la gente de a pie que con él estaba, diciendo: «¡Santiago a ellos!», y así salimos todos a aquella voz a una, porque todas aquellas casas que salían a la plaza tenían muchas puertas, y parece que se habían fecho a aquel propósito. En arremetiendo los de a caballo y rompiendo por ellos todo fue uno, que sin matar sino sólo un negro de nuestra parte, fueron todos desbaratados y Atabalipa preso, y la gente puesta en huida, aunque no pudieron huir del tropel, porque la puerta por do habían entrado era pequeña y con la turbación no podían salir; y visto los traseros cuán lejos tenían la acoxida y remedio

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de huir, arrimáronse dos o tres mil dellos a un lienzo de pared, y dieron con él a tierra, el cual salió al campo, porque por aquella parte no había casas, y ansí tuvieron camino ancho para huir; y los escuadrones de gente que habían quedado en el campo sin entrar en el pueblo, como vieron huir y dar alaridos, los más dellos fueron desbaratados y se pusieron en huida, que era cosa harto de ver que un valle de cuatro o cinco leguas todo iba cuajado de gente. En esto vino la noche muy presto, y la gente se recogió y Atabalipa se puso en una casa de piedra que era el templo del Sol, y así se pasó aquella noche con -212- gran regocijo y placer de la vitoria que Nuestro Señor nos había dado, poniendo mucho recabdo en hacer guardia a la persona de Atabalipa, para que no volviesen a tomárnosle. Cierto fue permisión de Dios y grand acertamiento guiado por su mano, porque si este día no se prendiera, con la soberbia que trahía, aquella noche fuéramos todos asolados por ser tan pocos, como tengo dicho, y ellos tantos. Pedro Pizarro, descubrimiento y conquista de los reinos del Perú, manuscrito Poco después de haber comido, que acabaría a hora de missa mayor, empeçó a levantar su gente y a venirse hazia Caxamalca. Hechos sus esquadrones que cubrían los campos, y él metido en unas andas empeçó a caminar, viniendo delante dél dos mil indios que le barrían el camino por donde venía caminando, y la gente de guerra la mitad de un lado y la mitad de otro por los campos sin entrar en camino. Traía ansí mesmo al señor de Chincha consigo en unas andas, que parescía a los suyos cossa de admiración, porque ningún Indio, por señor principal que fuese, avía de parescer delante dél si no fuese con una carga a cuestas y descalzo: pues era tanta la patanería que traían d'oro y plata, que era cossa estraña, lo que relucía con el sol. Venían ansí mesmo delante de Atabalipa muchos indios cantando y danzando. Tardose este señor en andar esta media legua que ay dende los baños a donde él estaba hasta Caxamalca, dende ora de missa mayor, como digo, hasta tres oras antes que anochesciese. Pues llegada la gente a la puerta de la plaza, empeçaron a entrar los esquadrones con -213- grandes cantares, y ansí entrando ocuparon toda la plaza por todas partes. Visto el marquez don Francisco Piçarro que Atabalipa venía ya junto a la plaza, envió al padre Fr. Vicente de Valverde, primero Obispo del Cuzco, y a Hernando de Aldana, un buen soldado, y a don Martinillo Lengua, que fuesen a hablar a Atabalipa, y a requerirle de parte de Dios y del Rey se subjetase a la ley de Nuestro Señor Jesu-Cristo, y al servicio de S. Mag., y que el Marquez le tendría en lugar de hermano, y no consentiría le hiziesen enojo ni daño en su tierra. Pues llegado que fue el padre a las andas donde Atabalipa venía, le habló y le dixo a lo que iva, y le predicó coscas de nuestra sancta ffee, declarándoselas la lengua. Llevava el padre un breviario en las manos donde leya lo que le predicaba: el Atabalipa se lo pidió y él cerrado se lo dio, y como le tuvo en las manos y no supo abrille, arrojole al suelo. Llamó al Aldana que se llegase a él y le diese la espada, y el Aldana la sacó y se la mostró, pero no se la quiso dar. Pues pasado lo dicho, el Atabalipa les dixo que

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se fuesen para vellacos ladrones, y que los había de matar a todos. Pues oydo esto, el padre se volvió y cantó al Marquez lo que le avía pasado; y el Atabalipa entró en la plaza con todo su trono que traya, y el señor de Chincha tras dél. Desde que ovieron entrado y vieron que no parescía español ninguno, preguntó a sus capitanes, «¿Dónde están estos cristianos que no parescen?». Ellos le dixeron: «Señor están escondidos de miedo». Pues visto el marqués don Francisco Piçarro las dos andas no conosciendo quál era la de Atabalipa, mandó a Joan Piçarro su hermano fuese con los peones que tenía a la una y él yría a la otra. Pues mandado esto, hizieron la señal al Candia, el cual soltó el tiro, y en soltando lo tocaron las trompetas, y salieron los de a cavallo de tropel, el Marquez con los de a pie, como está dicho, tras dellos, de manera que, con el estruendo del tiro y las trompetas y el tropel de los cavallos con los cascaveles, los indios se embararon y se cortaron. Los españoles dieron en ellos y empeçaron a matar, y fue tanto el miedo que los indios ovieron, que por huir, no pudiendo salir por la puerta, derribaron vn lienzo de vna -214- pared de la cerca de la plaza de largo de más de dos mil passos y de más de un estado. Los de a cavallo fueron en su seguimiento hasta los baños, donde hicieron grande estrago, y hizieran más si no les anochesciera. Pues bolviendo a don Francisco Piçarro y a su hermano salieron como estaba dicho con la gente de a pie: el Marquez fue a dar con las andas de Atabalipa, y el hermano con el señor de Chincha, al cual mataron allí en las andas; y lo mismo fuera de Atabalipa, si no se hallara el Marquez allí, porque no podían derivalle de las andas, que aunque matavan los indios que las tenían, se metían luego otros de reffresco a sustentallas, y de desta manera estuvieron un gran rato fforcejeando y matando indios y de cansados un español tiró una cuchillada para matalle y el marquez don Francisco Piçarro se la rreparó y del rreparo le hirió en la mano al Marquez el español queriendo dar al Atabalipa, a cuya causa dio boces, diciendo, «¡Nadie hiera al indio, so pena de la vida!». Entendido esto, aguijaron siete o ocho españoles y asieron de un borde de las andas, y haciendo fuerça las trastornaron a un lado y ansí fue preso el Atabalipa, y el Marquez le llevó a un aposento y allí le puso guardas que le guardavan de día y de noche. Pues venida la noche los españoles se recoxieron todos y dieron muchas gracias a Nuestro Señor por las mercedes que les había hecho y muy contentos en tener presso al Señor, porque a no prendelle no se ganara la tierra como se ganó. Carta de Hernando Pizarro, apud Oviedo, Historia General de las Indias, manuscrito, libro XLVI, capítulo XV Venía en unas andas, e delante de él hasta trescientos o cuatrocientos indios, con camisetas de librea, limpiando -215- las pajas del camino, e cantando; e él en medio de la otra gente, que eran caciques e principales, e los más principales caciques le traían en los hombros; e entrando en la plaza subieron doce o quince indios en una fortaleza que allí estaba, e tomáronla a manera de posesión con bandera puesta en una lanza. Entrando hasta la mitad de la plaza reparó allí, o salió un fraile

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dominico, que estaba con el Gobernador, a hablarle de su parte; que el Gobernador le esperaba en su aposento; que le fuese a hablar; e díjole cómo era sacerdote, e que era enviado por el Emperador para que le enseñase las cosas de la fe si quisiesen ser cristianos; e mostroles un libro que llevaba en las manos, e díjole que aquel libro era de las cosas de Dios: e el Atabalipa pidió el libro, e arrojolo en el suelo e dijo: «Yo no pasaré de aquí hasta que me deis, todo lo que habéis tomado en mi tierra, que yo bien sé quién sois vosotros y en lo que andáis». E levantose en las andas, e habló a su gente, e obo murmullo entrellos llamando a la gente que tenían las armas e el fraile fue al Gobernador e díjole que qué hacía, que ya no estaba la cosa en tiempo de esperar más: el Gobernador me embió a decir: yo tenía concertado con el Capitán de la artillería, que haciéndole una seña disparasen los tiros, e con la gente que oyéndolos saliesen todos a un tiempo; e como así se hizo e como los indios estaban sin armas, fueron desbaratados sin peligro de ningún cristiano, los que traían las andas, e los caciques que venían alrededor dél, nunca lo desampararon hasta que todos murieron alrededor dél. El Gobernador salió e tomó a Atabaliva, e por defenderle le dio un cristiano una cuchillada en una mano. La gente siguió el alcance hasta donde estaban los indios con armas; no se halló en ellos resistencia alguna, porque ya era noche. Recogiéronse todos al pueblo, donde el Gobernador quedaba. -216- Número XI, véase la página 112 Noticia de las costumbres personales de Atahualpa estractada del manuscrito de Pedro Pizarro (Esta minuciosa relación de la persona y costumbres del cautivo Inca es de las más auténticas que pueden darse, pues procede de la pluma de quien tuvo la mejor oportunidad de hacer observaciones personales durante la prisión del monarca. El manuscrito de Pizarro es uno de los que últimamente han dado a luz los ilustrados académicos Salvá y Baranda). Este Atabalipa ya dicho era indio bien dispuesto, de buena persona, de medianas carnes, no grueso demasiado, hermoso de rostro, y grave en él, los ojos encarnizados, muy temido de los suyos. (Acuérdome que el señor de Guaylas le pidió licencia para yr a ver su tierra, y se la dio, dándole tiempo en que fuese y viniese limitado. Tardose algo más, y cuando bolvió, estando yo presente, llegó con un presente de fruta de la tierra, y llegado que fue a su presencia empeçó a temblar en tanta manera que no se podía tener en los pies. El Atabalipa alçó la cabeza un poquito y sonrriéndose le hizo seña que se ffuese). Quando le sacaron a matar, toda la gente que había en la plaza de los naturales, que avía harto, se postraron por tierra, dexándose caer en el suelo como borrachos. Este indio se servía de sus mujeres por la horden que tengo ya dicha, sirviéndole una hermana diez días o ocho con mucha cantidad de hijas de

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señores que a estas hermanas servían, mudándose de ocho a ocho días. Éstas estavan siempre con él para serville, que indio no entrava donde él estava. Tenía muchos caciques consigo: éstos estavan afuera en un patio, y en llamando alguno entrava descalzo y donde él estava: y si venía de fuera parte, avía de entrar descalzo y cargado con una carga; y quando su capitán Callicuchima vino con Hernando Pizarro y le entró a ver, entro así como digo con -217- una carga y descalzo y se hechó a sus pies llorando y se los besó. El Atabalipa con rostro sereno le dixo: «Seas bien venido allí Callicuchima»; queriendo dezir, «Seas bien venido Callicuchima». Este indio se ponía en la cabeza unos llantos, que son unas trenças hechas de lanas de colores, de grosor de medio dedo y de anchor de vno; hecho desto vna manera de corona y no con puntas sino redonda, de anchor de una mano, que encaxaba en la caveza, y en la frente una borla cossida en este llanto, de anchor de una mano, poco más, de lana muy ffina de grana, cortada muy ygual, metida por unos cañutitos de oro muy sotilmente hasta la mitad: esta lana hera hilada, y de los cañutos abajo destorcida, que era lo que saya en la frente; que los cañutitus de oro hera cuanto tomavan todo el llanto ya dicho. Cayale esta borla hasta encima de las cejas, de vn dedo de grosor que le tomava toda la frente y todos estos señores andaban tresquilados y los orejones como a sobre peine. Vestían ropa muy delgada y muy blanda ellos y sus hermanas que tenían por mujeres, y sus deudos orejones principales, que se la davan los señores y todos los demás vestían ropa basta. Poníase este señor la manta por encima de la caveça y atábasela debajo de la barba, tapándose las orejas: esto traía él por tapar una oreja que tenía rompida, que cuando le prendieron los de Guáscar se la quebraron. Bestíase este señor ropas muy delicadas. Estando un día comiendo, questas señoras ya dichas le llevavan la comida y se la ponían delante de unos juncos verdes muy delgados y pequeños. Estaba sentado este señor en vn dúo de madera, de altor de poco más de un palmo: este dúo era de madera colorada muy linda y teníanle siempre tapado con vna manta muy delgada, aunque estuviese el sentado en él. Estos juncos ya dichos le tendían siempre delante cuando quería comer, y allí le ponían todos los manjares en oro, plata y barro, y el que a el apetescía señalava se lo truxesen y tomándolo vna señora destas dichas se lo tenía en la mano mientras comía. Pues estando un día desta manera comiendo y yo presente, llevando una tajada del manjar a la boca, le cayó vna gota en el vestido que tenía puesto, y dando de -218- mano a la india se levantó y entró a su aposento a vestir otro vestido, y buelto sacó vestida vna camiseta y vna manta (pardo oscuro). Llegándome yo pues a él le tenté la manta que hera más blanda que seda y díxele: «Ynga, ¿de qué es este vestido tan blando?». Él me dijo, «Es de unos pájaros que andan de noche en Puerto Viejo y en Túmbez, que muerden a los indios». Venido a aclararse, dixo que era de pelo de murciélagos. Diciéndole, que de dónde se podría juntar tanto murciélago, dixo: «¿Aquellos perros de Túmbez y de Puerto Viejo qué avían de hazer sino tomar de éstos para hazer ropa a mi padre?», y es ansí questos murciélagos de aquellas partes muerden de noche a los indios, y a españoles y a cavallos sacan tanta sangre ques cossa de misterio, y ansí se averiguó ser vestida de lana de murciélago, y ansí hera la color como dellos del vestido que en Puerto Viejo y en Túmbez y sus comarcas ay gran cantidad dellos. Pues acontesció un día que viniendo

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a quexar un indio que un español tomava unos vestidos de Atabalipa, el Marquez me mandó fuesse yo a saber quién hera y llamar al español para castigallo. El indio me llevó a un buhío, donde havía gran cantidad de petacas, porquel español ya hera ydo, diciéndome que de allí avía tomado un vestido del señor; e yo preguntándole que qué tenían aquellas petacas, me mostró algunas en que tenían todo aquello que Atabalipa avía tocado con las manos, y avía estado de pies y vestidos que el avía desechado; en vnas los junquillos que le hechavan delante a los pies quando comía; en otras los guessos de las carnes o aves que comía, que él avía tocado con las manos; en otras los maslos de las mazorcas de mahíz que avía tomado en sus manos; en otras las rropas que havía desechado; finalmente todo aquello que él avía tocado. Pregunteles, que ¿para qué tenían aquello allí? Respondiéronme, que para quemallo, porque cada año quemavan todo esto, porque lo que tocaban los señores que heran hijos del sol, se havía de quemar y hacer seniza y hechallo por el ayre, que nadie avía de tocar a ello. Y en guarda desto estava un principal con indios, que lo guardava y rrecoxía de las mujeres que los servían. Estos señores dormían en el -219- suelo en unos colchones grandes de algodón: tenían unas frecadas grandes de lana con que se cubijaban: y no e visto en todo este Pirú indio semejante a este Atabalipa, ni de su ferocidad ni autoridad. Número X Relaciones contemporáneas de la ejecución de Atabalipa (Las siguientes relaciones son de testigos presenciales; porque Oviedo, aunque no estuvo presente, recogió los pormenores de los que presenciaron el hecho). Pedro Pizarro, descubrimiento y conquista del Perú, manuscrito Acordaron pues los oficiales y Almagro que Atabalipa muriesse, tratando entre sí que muerto Atabalipa se acababa el auto hecho acerca del tesoro. Pues dixeron al marquez don Francisco Pizarro que no convenía que Atabalipa biviese, porque si se soltava, S. Mag. perdería la tierra y todos los españoles serían muertos; y a la verdad si esto no fuera tratado con malicia, como esta dicho, tenían razón, porque hera imposible soltándose poder ganar la tierra. Pues el Marquez no quiso venir en ello. Visto esto los oficiales hiciéronle muchos requerimientos poniéndole el servicio de S. Mag. por delante. Pues estando así atravesose un demonio de vna lengua, que se dezía Ffelipillo, uno de los muchachos que el Marquez havía llevado a España, que al presente era lengua, -220- y andava enamorado de una mujer de Atabalipa, y por avella hizo entender al Marquez

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que Atabalipa hazía gran junta de gente para matar los españoles en Caxas. Pues sabido el Marquez prendió a Challicuchima que estaba suelto y preguntándole por esta gente que dezía la lengua se juntavan, aunque negaba y dezía que no, el Ffelipillo dezía a la contra trastornando las palabras dezían a quien se preguntaba este caso. Pues el marquez don Francisco Piçarro acordó enviar a Soto a Caxas a saver si se hazía allí alguna junta de gente porque cierto el Marquez no quisera matalle. Pues visto Almagro y los oficiales la yda de Soto apretaron al Marquez con muchos rrequerimientos, y la lengua por su parte que ayudava con sus rretrucos, vinieron a convencer al Marquez que muriese Atabalipa, porque el Marquez era muy zeloso del servicio de S. Mag., y ansí le hicieron temer, y contra su voluntad sentenció a muerte a Atabalipa mandando le diesen garrote, y después de muerto le quemasen porque tenía las hermanas por mujeres. Cierto pocas leyes avían leído estos señores ni entendido, pues al infiel sin haber sido predicado le davan esta sentencia. Pues el Atabalipa lloraba y dezía que no le matasen que no abría indio en la tierra que se menease sin su mandato, y que presso le tenían que ¿de qué temían?, y que lo habían por oro y plata, que él daría dos tantos de lo que avía mandado. Y vide llorar al Marquez de pesar por no podelle dar la vida; por cierto temió los requerimientos y el rriesgo que avía en la tierra si se soltava. Este Atabalipa había hecho entender a sus mujeres e indias que si no le quemaban el cuerpo, aunque le matasen avía de bolver a ellos; que el sol su padre le resucitaría. Pues sacándole a dar garrote a la plaza, el padre fray Vicente de Valverde ya dicho le predicó diziéndole se tornase cristiano; y él dixo que si él se tornaba cristiano si le quemarían; y dixéronle que no; y dixo que pues no le avían de quemar que quería ser baptizado, ansí fray Vicente le baptizó y le dieron garrote, y otro día le enterraron en la yglesia que en Xaxamalca teníamos los españoles. Esto se hizo antes que Soto volviese a dar aviso de lo que le hera mandado; y cuando vino truxo por nueva no aver visto nada ni aver nada, de que al -221- Marquez le pesó mucho de avelle muerto, y al Soto mucho más, porque dezía él, y tenía rrazón, que mejor ffuera envialle a España y que él se obligara a ponello en la mar: y cierto esto fuera lo mejor que con este indio se pudiera hacer, porque quedar en la tierra no convenía. También se entendió que no biviera muchos días, aunque le enbiara, porque él hera muy regalado y muy señor. Relación del primer descubrimiento de la Costa y Mar del Sur, manuscrito Dando forma cómo se llevaría Atabalipa de camino, y qué guardia se le pondría, y consultando y tratando si seríamos parte para defender en aquellos pasos malos y ríos si nos le quisiesen tomar los suyos. Comenzose a dezir y a certificar entre los indios, que él mandaba venir gran multitud de gente sobre nosotros: esta nueva se fue encendiendo tanto, que se tomó información de muchos señores de la tierra, que todos a una dijeron que era verdad, que él mandaba venir sobre nosotros para que le salvasen, y nos matasen si pudiesen, y que estaba toda la gente en cierta provincia ayuntada que ya venía de camino. Tomada esta información,

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juntáronse el dicho Gobernador y Almagro y los oficiales de S. Mag., no estando ahí Hernando Pizarro, porque era ya partido para España con alguna parte del quinto de S. Mag., y a darle noticia y nueva de lo acaecido; y resumiéronse, aunque contra voluntad del dicho Gobernador que nunca estubo bien en ello, que Atabalipa, pues quebrantaba la paz, y quería hacer traición y traher gentes para matar los cristianos muriese, porque con su muerte cesaría todo, y se allanaría la tierra: a lo cual hubo contrarios -222- pareceres, y la más de la gente se puso a defender que no muriese; al cabo insistiendo mucho en su muerte el dicho capitán Almagro y dando muchas razones por que debía morir, él fue muerto, aunque para él no fue muerte sino vida, porque murió cristiano y es de creer que se fue al Cielo. Publicado por toda la tierra su muerte, la gente común y de pueblos venían donde el dicho Gobernador estaba a dar la obediencia a S. Mag. pero los capitanes y gente de guerra que estaban en Xauxa y en el Cuzco, antes se rehicieron y no quisieron venir de paz. Aquí acaeció la cosa más estraña que se ha visto en el mundo, que yo vi por mis ojos, y fue: que estando en la iglesia cantando el oficio de difuntos a Atabalipa, llegaron ciertas señoras hermanas y mugeres suyas y otros privados con grand estruendo, tal que impidieron el oficio, y dijeron que les hiciesen aquella fiesta mucho mayor, porque era costumbre, cuando el grand señor moría, que todos aquellos que bien le querían se enterrasen vivos con él: a los cuales se les respondió, que Atabalipa había muerto como cristiano y como tal le hacían aquel oficio, que no se había de hacer lo que ellos pedían que era muy mal hecho y contra cristiandad; que se fuesen de allí, y no les estorbasen, y se dejasen enterrar, y ansí se fueron a sus aposentos, y se ahorcaron todos ellos y ellas. Las cosas que pasaron estos días, y los extremos y llantos de la gente son muy largas y prolijas, y por eso no se dirán aquí». -223- Pedro Gutiérrez de Santa Clara -[224]- -225- Biografía de Pedro Gutiérrez de Santa Clara Las Guerras Civiles del Perú han sido el acontecimiento más notable en todo el tiempo de la dominación española en América, antes de las Campañas de la Independencia. El estudio y relato de sus diversos incidentes ocuparon a numerosos Cronistas de Indias, y en el sencillo resumen que de sus vidas hemos trazado, con el afán de difundir su conocimiento, hemos señalado a algunos de ellos como lógica introducción a la lectura de sus páginas, seleccionadas entre las que se relacionan con los hechos sucedidos en nuestra Patria. Las Guerras Civiles tuvieron origen, como lo ha notado el benemérito historiador español don Manuel Serrano y Sanz, en las famosas Ordenanzas

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que un fraile de santo celo, como era el padre Las Casas, pero de mentalidad no siempre acorde con la realidad, inspiró a la Corona de España. Con ellas se pretendía impedir y cortar abusos que los encomenderos perpetraban en daño de los indios de América y lograr -226- al mismo tiempo la felicidad de los vencidos; por desgracia aquellas Ordenanzas no tenían en cuenta los intereses que podían reclamar en su favor los que con sus propios recursos, con esfuerzos y sudores, habían acometido la imponderable tarea de conquistar el Nuevo Mundo en beneficio de España, ciertamente, pero también en provecho propio, ya que una empresa privada como fue la del descubrimiento, había de resarcirse de sus gastos. Suponer que los que habían obtenido encomiendas de indios, con las que trabajaban la tierra, verían con agrado que se cortaban sus prebendas y que no opondrían resistencia, era desconocer por completo la naturaleza humana, esencialmente egoísta, cuyo individualismo sólo puede modificarse por la educación y por el arraigo que ella consigue de las normas morales en el alma del hombre, lentamente. No se puede por cierto defender los abusos del sistema de encomiendas ni los de los encomenderos. Don Primo Feliciano Velásquez, en su Biografía de Joaquín García Icazbalceta dice con razón que «es imposible persuadir que fuese bueno un sistema como el de las encomiendas que dio origen a abusos que todavía nos estremecen, pues, nunca parecerá, añade, demasiado negro el color que los pinte, lo que hizo que Prescott escribiera que más daño causaron los españoles en solos cuatro años que el Inca en Cuatrocientos» (Memorias de la Academia Mexicana de la Historia», abril junio de 1943). Las encomiendas tenían que modificarse. Las nuevas Ordenanzas eran justas en el fondo; su aplicación, empero, demandaba mucho tino; requería tiempo y prudencia; ductilidad, comprensión del gravísimo problema que surgía cuando se pretendía pasar súbitamente de un régimen de explotación y de injusticia a uno civilizado y humano, más aún si los que tenían las encomiendas habían hecho la Conquista «a su costa y minsión» como se leía en los documentos firmados por ellos y por las autoridades españolas. -227- Nadie menos llamado para aplicar las Nuevas Leyes que el Virrey designado para ello: Blanco Núñez Vela, «varón, dice Serrano y Sanz, digno de mejor fin y hombre recto y justo, pero falto de la prudencia necesaria para armonizar los intereses de conquistadores y conquistados». Si el arte de gobernar es el arte de transigir, según una célebre frase, el gobernante ha de darse cuenta de las circunstancias del momento, no para transigir con el crimen ni con los criminales, pero sí para saber cómo y cuándo aplicará las reglas que él estima han de mejorar al grupo social cuya suerte le ha sido confiada. El primer Virrey del Perú no aceptó las representaciones y súplicas de los encomenderos, que le rogaban aplazara momentáneamente las nuevas Ordenanzas, acerca de las cuales deseaban elevar representación al Rey. Surgió lógicamente la rebelión de Gonzalo Pizarro, con el funesto resultado de la guerra civil. Escribe a este propósito Serrano y Sanz: «Se levantó un nuevo incendio en las comarcas del Perú, asoladas ya par las reñidas luchas entre pizarristas y almagristas, viéndose el primer conato de independencia de un pueblo americano cuyo elemento

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director era aún puramente español, ni más ni menos que si el alma del imperio Incásico, herido de muerte en Cajamarca, hubiese encarnado con bríos en sus nuevos señores. General del felixcíssimo exército de la libertad del Perú, se llamaba Francisco de Carvajal en sus documentos; frase que a no constar en manuscritos originales y auténticas, parecería copiada de una proclama de Bolívar». (Guerras Civiles del Perú, de Gutiérrez de Santa Clara. Tomo Primero, página VII.- Madrid 1904) Sin duda alguna el Cronista más minucioso y connotado del trascendental acontecimiento en que se ha querido encontrar hasta «el primer intento de libertad de América», las Guerras Civiles del Perú, fue Pedro -228- Gutiérrez de Santa Clara, cuya obra abraza seis fuertes volúmenes, que en Madrid en el lapso de 1904 a 1929 editó don Manuel Serrano y Sanz, notable investigador al que hemos venido ya citando. La tituló como lo había querido su autor: Historia de las Guerras Civiles del Perú (1544-1548) y de otros sucesos de las Indias, trabajo ponderoso que se conoce también con el nombre más breve de Quinquenarios. Pedro Gutiérrez de Santa Clara, testigo presencial de muchos de los sucesos por él narrados, no se limitó a referir en su Historia las guerras civiles del Perú, se ocupó también en la civilización incásica, en la conquista de México, en la expedición de Garay a la Florida, en la entrada de Diego de Rojas al Río de la Plata. A pesar de todo ello tuvo la extraña suerte de que no se le tomara en cuenta por largos años, como él lo merecía. Fue preciso que llegara el siglo veinte en que vivimos y que Serrano y Sanz hallara el manuscrito de Gutiérrez en Toledo, en la Biblioteca Provincial, procedente sin duda alguna de la que reunió el cardenal Lorenzana, manuscrito por suerte perfectamente conservado, para que con su publicación se despertara el interés de los eruditos y el afán por conocer la vida y hechos del autor de tan extraordinario trabajo, que había permanecido casi totalmente ignorado tantos años. El investigador norteamericano Roberto B. Knox obtuvo el doctorado en la Universidad de Michigan el año de 1952 con su tesis sobre Algunos aspectos culturales de los Quinquenarios de Pedro Gutiérrez de Santa Clara, tesis que permanece todavía inédita y que anhelamos verla impresa cuanto antes. El mismo distinguido doctor acaba de darnos en la Revista de Historia de América, número 45, correspondiente a junio de 1958, una monografía de la más alta importancia, titulada: «Notes on the identity of Pedro Gutiérrez de Santa Clara and some members of his family». Contiene el estudio del señor Knox datos de primera clase para el conocimiento del gran historiador -229- de las Guerras Civiles, del que nada dijo Jiménez de la Espada, tan enterado en materia de Cronistas Primitivos y al que sus contemporáneos ni siquiera le mentaron, según observa Serrano y Sanz, añadiendo que «aun Cieza de León, tan prolijo en noticias de los sujetos más humildes que fueron protagonistas de las guerras civiles del Perú, jamás le cita para nada, con hablar a cada momento de Pablo Meneses con quien militó Gutiérrez y de Lorenzo de Aldana al que sirvió de

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Secretario». El autor, pues, de los Quinquenarios, a los que Roberto B. Knox califica como «una de las más importantes fuentes para conocer los acontecimientos que ahí se narran», ha permanecido totalmente menospreciado hasta hace poco. El publicista peruano doctor Raúl Porras Barrenechea, al que hemos mentado ya tantas veces, nos dio en la Revista de Historia de América, número 21, de junio de 1946, una notable monografía titulada: «Pedro Gutiérrez de Santa Clara. Cronista mexicano de la conquista del Perú (1521-1603)». Podemos decir así que son tres las fuentes principales para el conocimiento de nuestro Cronista: ante todo, la Introducción que su primer editor Manuel Serrano y Sanz puso al frente de los Quinquenarios; luego lo que escribió Porras Barrenechea y que acabamos de mencionar y por último las notas por demás preciosas de Roberto B. Knox sobre «La identidad de Pedro Gutiérrez de Santa Clara y algunos miembros de su familia». Cuando vea la luz la tesis doctoral del mismo investigador americano sobre el Cronista mexicano, tendremos una nueva fuente para su apreciación. Resumiendo lo hasta aquí publicado, en el afán de que el lector se entere, sin mayor esfuerzo, de quién es el Cronista, cuyas páginas hallará después, hemos de decir con el doctor Knox que Pedro Gutiérrez de Santa Clara nos ha dejado de él mismo unos pocos datos, que nos permiten deducir que nació en México; que su educación fue deficiente; que estuvo en las milicias del Perú, en la unidad que mandaba Pablo de -230- Meneses; que por un tiempo sirvió como Secretario de Lorenzo de Aldana; que recorrió todo el Perú; que más tarde combatió por largo tiempo contra los indios Chichimecos de México, habiendo escrito un libro que llamó Coloquios, que no se ha encontrado hasta la fecha. No hay duda ya, después de las investigaciones realizadas en los últimos años, que fue hijo ilegítimo de un español distinguido llamado Bernardino de Santa Clara y de una india mexicana, seguramente de clase elevada. Dice Robert B. Knox: «Aunque habla con admiración de Bernardino de Santa Clara, jamás identifica a éste como su padre, ni aún como a persona conocida por él. De otros parientes aparece haberse hecho una pequeña mención, pero ninguno se halla identificado como tal. Hubo de referirse a su hermano Bernardino, a Cristóbal Gutiérrez de Santa Clara, aunque nunca nos dice que son sus hermanos, y a su sobrino Francisco Hernández del Intornio, que naufragó con Alonso de Zuazo y su destacamento, pero no dijo que alguno de ellos fuera pariente del autor». Que la madre de nuestro Cronista fuera indígena de México, había sido ya sospechado por el historiador padre Francisco Clavijero, de la Compañía de Jesús, que así lo dijo en su Historia antigua de México. El notable bibliógrafo Beristain de Souza había llamado a Santa Clara «indio principal y erudito». Escribe Knox: «La confirmación del parentesco de Pedro Gutiérrez de Santa Clara con Bernardino, puede hallarse en la Sumaria relación de las cosas de la Nueva España (1604) de Baltazar Dorantes de Carranza, que

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enumerando los descendientes de Bernardino de Santa Clara menciona un hijo ilegítimo, Pedro, todavía vivo al tiempo en que escribía. Si Pedro de Gutiérrez estava vivo por lo menos en 1603, y era incuestionablemente ilegítimo, de él se trataba con certeza. El -231- mismo Pedro Gutiérrez de Santa Clara nos ha dado algunos datos sobre su padre, cuando dice: 'Este Bernaldino de Santa Clara fue uno de los principales hombres que hubo en la ciudad de México y era hombre de gran consejo, afable y amigo de los pobres, a los cuales remediaba en sus necesidades. Hernando Cortés y después los gobernadores del Rey que hubo en la tierra, le admitieron en sus consejos y tomaban de él su parecer y voto en las cosas que el Rey mandaba hacer y en las provisiones que venían oscuras él las declaraba con su buen juicio y buen entendimiento, y por sus buenas partes le tuvieron todos buena amistad. Tuvo gran amistad con el virrey don Antonio de Mendoza y murió y fue enterrado en la Iglesia mayor junto al altar mayor, por mandato del obispo don fray Juan de Zumárraga, que fue un gran amigo'». ¿Cuándo pasó de España a América Bernardino de Santa Clara, padre del Cronista mexicano? No sabemos con precisión la fecha, pero se supone que pudo haber sido en 1502, en la expedición de Ovando, como lo hizo un hermano suyo, llamado Cristóbal. Hay testimonios de su permanencia en el Nuevo Mundo desde 1507. Así el 7 de julio de ese año, Francisco de Escobar, de Sevilla, autoriza a Bernardino y a otro hermano suyo llamado Antonio, para que cobre para él doce mil maravedís que tiene que pagar Diego de Nicuesa, Gobernador de Veragüa. Un documento de 7 de setiembre de 1513 nos dice también que Bernardino y Antonio de Santa Clara eran mercaderes: «Bernardino de Santa Clara y Antonio de Santa Clara, mercaderes, se obligan a pagar a Juan Francisco de Grimaldo y a Gaspar Centurión, genoveses, 278 ducados de oro, que les prestaron para despacho de las mercaderías que llevan cargadas en la nao Buen Jesús, al puerto de Santo Domingo en la isla Española». En 1513 encontramos a Bernardino de Santa Clara, padre del Cronista, anheloso de pasar a Yucatán, -232- pues, no había podido prosperar en ninguna forma en Cuba en donde a la sazón se hallaba. Le hallamos en México cuando Pánfilo de Narváez fue enviado a inspeccionar la conducta de Cortés. Pasa Bernardino como Tesorero de la expedición y allá se opone valerosamente a que Narváez entre en guerra con Cortés. Su conducta tinosa y digna le granjea la consideración de todos. Narváez no se atreve a tomar medida alguna contra Bernardino, dada la estima y el respeto de que goza por parte de sus compañeros. Bernardino intervino también en la conquista de Guatemala y en ella y en México recibió encomiendas de indios, con lo cual mejoró su situación económica y se quedó a vivir definitivamente en tierra azteca. Desempeñó en México altas funciones, pues llegó a ser Mayordomo de la ciudad, cargo en el que fue reemplazado por Miguel Díaz de Aux en 1526. En 1527 es elegido Procurador de la ciudad. En el juicio de residencia que se sigue a Cortés, declara Bernardino de Santa Clara, con fecha 20 de marzo de 1529, y dice que tiene entonces cuarenta y siete años de edad y que ha conocido

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a Cortés por treinta años poco más o menos. Anota Knox: «Como Santa Clara vino de Salamanca, es probable que allí encontrara a Cortés, durante los últimos días de estudiante. Este largo conocimiento hace verosímil el informe de Pedro Gutiérrez de Santa Clara, sobre que, entre otros, Cortés pedía consejo a Bernardino». Está comprobado también plenamente que Bernardino mantuvo buenas relaciones de amistad con don fray Juan de Zumárraga, Obispo de México. Y es importante anotar que Pedro Gutiérrez de Santa Clara sufrió perjuicio en los bienes que había ordenado se le dieran en su testamento su padre, por haber sido alterado dolosamente aquel instrumento por los albaceas. El testamento original se había redactado el 6 de diciembre de 1537, dos días después, dice Knox, un cambio en el testamento, hecho con el pretexto de tranquilizar la conciencia del testador, suprimió los legados -233- a la mayor parte de los herederos naturales, incluso a Pedro, en favor de otro de los albaceas, Francisco Villegas. La posición social de Pedro Gutiérrez de Santa Clara fue en todo caso menos elevada que la de su padre y a parte de Dorantes de Carranza, cuya vida relató hace pocos años Ernesto de la Torre Villar, no hallamos mención de él entre sus contemporáneos. Su posición económica también fue precaria, más aún por el fraude de que se le hizo víctima por los albaceas de su padre. Serrano y Sanz cree que la fecha de nacimiento de Pedro Gutiérrez de Santa Clara debe fijarse entre 1518 y 1524. Vivía, agrega, aún en el año de 1603 y como se deduce del manuscrito de los Quinquenarios, conservaba en su ancianidad el templo vigoroso que se notó en muchos conquistadores. A los eruditos mexicanos corresponde, dice Serrano y Sanz, fijar la época de su muerte, buscando en los archivos parroquiales de su capital la partida de defunción, que servirá de clave para hallar el testamento y completar la biografía del insigne Gutiérrez de Santa Clara. Luego de encarecer la veracidad con la que éste ha redactado su Historia, lo que se advierte comparando su relato con el de otros escritores, como Cieza de León, por ejemplo, el editor de nuestro Cronista se expresa así: «Los cinco libros llamados Quinquenarios fueron para Gutiérrez la obra de toda su vida, pues se notan en ellos fechas muy distintas de redacción. Valiéndose de sus recuerdos y de los apuntes que había tomado, siguiendo una laudable costumbre que tenían muchos soldados del siglo XVI, comenzó a escribir la historia de las guerras civiles apenas acabaron éstas. Continuaba en su tarea por el año de 1562, pues, hablando del virrey Vaca de Castro dice que era fraile en Valladolid, y la proseguía aún hacia 1590. La obra estaba ya acabada antes de 1603. -234- »Si fuese lícito corregir los antiguos documentos históricos, bastaría suprimir en los Quinquenarios sus continuos pleonasmos y las abundantes repeticiones para que resultara una obra maestra de estilo. El lenguaje es rico, suelto y expresivo; las construcciones dislocadas son una excepción, y generalmente la narración fluye con la transparencia de limpidísima corriente. En esto supera a Cieza, cuyo estilo es pobre y casi nada tiene de literario. Pero hay también en Gutiérrez de Santa Clara otra cualidad aún más relevante,

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y es la animación del relato, la habilidad en trazar caracteres y el estudio íntimo de los personajes; quienes de lejos resultan seres abstractos, se hallan magistralmente dibujados y llenos de vida. »Lo que más vale en Gutiérrez de Santa Clara es la riqueza de datos, lo pintoresco y fácil del lenguaje y el talento narrativo, cualidades que le ponen al nivel de Cieza de León; los nombres de estos dos insignes cronistas, irán siempre unidos cuando se trate de las guerras civiles del Perú; español el uno y mestizo el otro, simbolizan la fraternidad hispanoamericana». En la monografía antes citada del doctor Raúl Porras Barrenechea, señala éste como fecha de nacimiento del Cronista el año de 1521 y el de 1603 como el de su muerte. De la Historia de Gutiérrez de Santa Clara dice el doctor Porras que es «la más vivaz y colorida de las crónicas y la más sugestiva y dramática por el asunto: la rebelión de Gonzalo Pizarro, con su cortejo de batallas, emboscadas, traiciones, crímenes, pronunciamientos, como porque en ella se yergue, sobre el fondo ascético de una plaza española, con una horca levantada en el centro, la figura siniestra de Francisco de Carvajal, el Demonio de los Andes». Gutiérrez de Santa Clara ha conservado en su relato todo el colorido de la época, como en los cuadros de la escuela veneciana. Un pintor podría escoger allí todos los materiales para un estudio de época. Descuella en la técnica del retrato y es así el único -235- cronista que domina este arte sutil y psicológico que requiere mayores refinamientos que los usados por la crónica notarial o soldadesca de la conquista. Los retratos de Gutiérrez de Santa Clara, apunta el erudito doctor Porras, recuerdan a los de Saint-Simon o el Cardenal de Retz. Y no es eso todo, pues recoge también todo el ambiente popular, el aire y el lenguaje de la multitud de la conquista. Es sin disputa el más documentado y minucioso cronista de las guerras civiles, testigo de vista, de sucesos capitales. Escribe Porras Barrenechea: «En 1543 o 44, debió pasar al Perú. Él declara haber presenciado los sucesos ocurridos desde que Gonzalo Pizarro avanzó del Cuzco a Lima. Perteneció como soldado a la compañía del capitán Pablo de Meneses, partidario del Virrey, y pudo haber asistido a la prisión de éste por los Oidores, que describe con gran animación. Vio luego la entrada de Gonzalo a Lima y se sumó a éste. Con su Capitán marchó a Panamá y vio desembarcar a Gasca. Meneses es luego enviado a Guayaquil y se incorpora al ejército de Gasca. Al salir Gasca de Xauxa para el Cuzco, Meneses iba como jefe de la retaguardia. El cronista estuvo, pues, seguramente en la batalla de Xaquixaguana. Como soldado debió viajar por casi todo el Perú, principalmente por la costa que revela conocer bien. Debió regresar con el presidente Gasca a Panamá, apenas terminada la guerra civil y pasar en seguida a México. Allí participó en la guerra contra los chichimecas y escribió algún capítulo sobre ellos, en un libro titulado Coloquios. En 1603 vivía aún en México. A más de su testimonio personal, Gutiérrez de Santa Clara utilizó muchos papeles que pasaron por sus manos como Secretario que fue de Lorenzo de Aldana y que copiaba

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para su obra. Ha tratado también la historia de los Incas recogiendo noticias a veces inéditas sobre su religión y costumbres y aun sobre los hechos. Le interesan particularmente las leyendas, creencias y supersticiones de los indios y, -236- como en la conquista española, la indumentaria y las costumbres suntuarias: fiestas civiles y religiosas, adornos, juegos, borracheras, sacrificios. Extensamente refiere el ceremonial de los sacrificios humanos, y la forma de ultimar a la víctima con una 'cachiporra de enzina y cobre'. En suma, en su crónica, hay atisbos y novedades muy interesantes sobre muchos aspectos de la historia incaica». No hay duda de que el cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara, es una de las glorias legítimas de México. Es lástima que su obra se halle a la fecha totalmente agotada, pues no se ha reimpreso la edición primera de Serrano y Sanz. -237- Historia de la conquista del Perú Con observaciones preliminares sobre la civilización de los Incas Por Guillermo Hickling Prescott Madrid. 1853 -[238]- -239- Historia de las Guerras Civiles del Perú (1544-1548) y de otros sucesos de las Indias. Tomo II Por Pedro Gutiérrez de Santa Clara Madrid. 1904 (Capítulos XXII, XLI y L. Págs. 196 a 205; 355 a 363; 453 a 462) -[240]- -241- Capítulo XXII De las cosas que Gonzalo Pizarro hizo en la cibdad del Quito, y cómo desposseyó de la flota al gran corsario y la dio a Pedro Alonso de

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Hinojosa, su primo hermano, para que fuesse a Tierra Firme por General della Después que Gonzalo Pizarro entró en la cibdad de Quito comenzó luego hacer Audiencia y a despachar negocios y proveer de otras cosas que le importaban mucho a su negociación, assí para la governación de toda la tierra como para el bien de los españoles y para el provecho y salvación y acrescentamiento de los yndios naturales porque no fuessen maltratados de los que más podían. En estos días despachó muchos correos a todas la cibdades, villas y lugares, a sus thenientes y capitanes y a los del cabildo y regimiento dellas, dándoles razón de su buena dicha y ventura, y les embió a mandar que gobernasen bien sus distritos y jurisdicciones haziendo lo que a buenos debían, manteniendo a todos en justicia, como si él la tuviera, porque assí cumplía al servicio de Dios y al de Su Magestad. En este medio tiempo se descubrieron en este territorio unas minas muy ricas de oro fino, en donde se sacó gran suma dello, de todo lo qual se aprovechó el tirano, pagando ante todas cosas los quintos y derechos que a Su Magestad se debían, porque dél no se dixesse alguna cosa; mas después los tomó para sustentar la guerra, para los pagar después. Assimismo puso en su cabeza todos los pueblos y repartimientos de yndios que estaban vacuos, que eran de los vezinos que estaban con el Visorrey, y otros quitó a otros vezinos porque se abían mostrado mucha parte con él mientras residió allí con ellos un poco de tiempo. De algunos destos repartimientos uvo grandíssima cantidad de oro fino, tanto que de solos los yndios de Rodrigo Núñez de Bonilla, Thesorero de Su Magestad, que estaba con el Visorrey, sacó en ocho meses poco más o menos, más de quarenta mill -242- ducados de buen oro. Assimismo tomó por fuerza todo el oro y la plata que tenían los thenedores de diffuntos, que fue gran cantidad dello, y dende a ciertos días tomó los quintos y derechos que pertenescían a Su Magestad, como hemos dicho diziendo que los abía menestar para ciertos effectos, mas que él los pagaría, como después se pagaron, de sus haziendas y tributos. Estando entendiendo en estas cosas con otras muchas, procuró de quitar la flota de los navíos al gran corsario, y esto fue por ynducimiento y consejo de ciertos capitanes que le querían muy mal, que los vnos eran porque tenían dél embidia, y la emulación que los otros le tenía era por los muchos males y daños que abía hecho. También los mercaderes y tratantes que truxo por fuerza de Tierra Firme y de los que prendió por la mar, se comenzaron bravamente todos a quezar del dicho en pública audiencia y en pública forma, expresando agravios. Esto se hizo ante Gonzalo Pizarro y ante el oydor Diego Vásquez de Cepeda, como era Justicia mayor, diziendo con grandes y formadas querellas que Hernando Bachicao con poco temor de Dios y en gran menosprecio de la Real justicia les avía tomado por fuerza y contra su voluntad muchas mercadurías y otros bienes que tenían, de que quedaban destruydos totalmente. Assimismo se quexaron bravamente muchos vezinos de Puerto Viejo, de Túmbez y del Guayaquil y de otros lugares en donde él avía andado, de los muchos males, daños, robos, fuerzas y agravios que él

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y los soldados que con él andaban avían hecho en los pueblos y lugares no queriendo remediarlos. También los vezinos de Panamá y del Nombre Dios y de la Nata, de los que avía traydo por fuerza de por allá, hechos soldados, se quexaron reziamente de los males, ynsultos, fuerzas, muertes y robos que avía hecho en aquellas cibdades y en todas sus jurisdicciones y en el puerto. Principalmente le pussieron por cargo cómo avía despojado un navío del illustríssimo señor don Antonio de Mendoza, Visorrey de la Nueva España, sin tener para ello ocassión, ni menos razón alguna, sino sólo por lo querer hazer en tomarlo por fuerza. Yten, se le pusso por cargo que avía ahorcado a Pedro Gallego, natural de Sevilla, y al maestre que traya, solo por tomalle su navío, como se lo tomó, -243- y todo cuanto en él traya. Yten, se le pusso por cargo del bravo título y blassón que se avía puesto en llamarse Conde y Almirante, sin serlo, que avía en ello cometido atroz y grave delicto de crimen «lessa Majestatis»25 contra la Real corona del Rey Nuestro Señor; y assí dixeron contra él otras muchas cosas péssimas y detestables que avía hecho y cometido en la tierra y por la mar. Oyendo el tirano estas acussaciones y bravas querellas que daban contra Hernando Bachicao, determinó por vía de justicia y por consejo de guerra de le quitar la flota de los navíos y castigalle exemplarmente conforme a sus graves y atrozes delictos, por dessagraviar a todos los querellantes. Y para hacer esto mandó juntar a consejo para ver muy bien lo que en este casso se avía de hazer, y estas cosas se platicaron muchas vezes secretamente, en donde los unos favorescían el partido de Hernando Bachicao, y otros fueron contra él. De manera que en este caso uvo muchos y diversos paresceres, porque unos dezían que le fuesse quitada la flota por las causas y razones arriba referidas y que fuesse castigado conforme a sus delictos en las mayores y más graves penas en derecho establecidas, porque en ello se haría gran servicio a Dios y a Su Majestad. Otros uvo de parescer que no se le quitasse, pues avía hecho muchos y grandes servicios a Gonzalo Pizarro por los quales era digno y merescedor de que fuesse muy bien galardonado y que se le hiziessen grandes y señaladas mercedes, y que sería gran ingratitud no le pagar sus trabaxos y servicios; servicios llamaban éstos a los males que este corsario avía hecho. Y más dezían estos ciegos y mal ynconsiderados, que los servidores de Gonzalo Pizarro, oyendo y viendo esta yngratitud que se hazía a Hernando Bachicao, se eximirían de su servicio y se yrían al Visorrey y que después no avría ninguno que le quissiese seguir, ni menos servir. Los que dezían que se le quitasse a Bachicao la flota eran los dos licenciados Cepeda y Benito Juárez de Carvajal y los capitanes Pablo de Meneses, Martín de Robles, Juan de Acosta, don Pedro Luys de Cabrera, Hernán -244- Mexía de Guzmán, don Balthasar de Castilla, Juan Alonso Palomino y Lope Martín, portugués, con otros que desseaban lo mismo. Dezían estos capitanes que la flota se diesse a Pedro Alonso de Hinojosa, que era hombre muy sufficiente para tener el tal cargo, y que él podría yr a Tierra Firme y a otras partes donde Hernando Bachicao uviesse estado y andado, para que satisfficiesse a todos los querellantes y agraviados, y les pagasse en dinero o en ropa lo que se les avía tomado. El maestro de campo Francisco de Carvajal, Juan Vélez de Guevara, Martín de Castañeda, Pedro Cermeño, Pedro de Puelles, Juan de Morales y algunos capitanes que vinieron con él desde Panamá, fueron de contraria opinión, porque alegaron

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y dixeron muchas cosas en favor del gran corsario, diziendo que no avía razón ni era justo que a Bachicao se le quitasse la flota que avía ajuntado con grandes peligros y trabajo de la vida y persona, y que con ella avía hecho grandes servicios a Gonzalo Pizarro; mas que mejor era que se la dexassen y que se la tornassen a entregar, y sobre todo le hiziessen muchas y grandes mercedes. Demás desto dezían que pues Bachicao avía señoreado la mar y cassi toda la tierra con tan poca gente, con vn vergantinejo, que no era mucho que se quedasse con la flota, que él haría otros mayores servicios a Gonzalo Pizarro, pues la guerra no era acabada y el Visorrey estaba bivo en la tierra con alguna gente. Y que también se avía de tener atención que por su respecto y por temor que dél tenían no se le avían alzado muchos que lo querían hazer contra Pizarro, pues le vían tan pujante en la mar, y que por todas las vías y maneras que Bachicao pudo avía faborescido su partido a vanderas desplegadas. A estos votos y paresceres de los capitanes Francisco de Carvajal y Pedro de Puelles con los demás sobredichos, se les ajuntaron cassi todos los soldados que eran de los vandoleros que avía en el exército del tirano, quando supieron que andavan estos rumores26 y pláticas, assí que cada uno se arrimaba a sus capitanes por le dar favor y ayuda. Los demás capitanes y soldados principales -245- se allegavan al voto y parescer de los dos licenciados Cepeda y Carvajal y de los demás que desseavan quitar la flota a Hernando Bachicao, y assí se contrariavan los vnos contra los otros a porfía. De manera que el exército del tirano estava repartido en dos partes y en dos vandos y en muchas voluntades por causa deste gran corsario, y por esta razón avía gran dificultad en la negociación de todo lo que se platicaba, aunque a la verdad uvo muchos que no entremetieron en estos devaneos, ni se les daba cosa alguna que el vno o el otro tuviese la flota de los navíos. Gonzalo Pizarro desseaba en gran manera que su primo hermano Pedro Alonso de Hinojosa fuesse por General a Tierra Firme con toda la flota que estava en el puerto del Guayaquil, y como vido contrariar este negocio de tantos, le pessava grandemente, y por no lo hazer por fuerza, que bien pudiera, sino por vía de consejo y maña, por no descontentar a los que le contrariavan, que eran mucha parte con Hernando Bachicao, hizo lo siguiente: considerando, pues, las cosas arriba dichas, y porque se effectuasse lo que él tanto dessa(ba) y por mantener justicia, como si él la tuviera, a todos los querellantes, por desagraviar a los agraviados, dexó a Diego Vásquez de Cepeda que hablasse a Pedro de Puelles, Juan Vélez de Guevara y Martín de Castañeda, con los capitanes que Bachicao avía traydo de Panamá, que la mitad dellos eran los que votavan en su fabor, para que fuessen de su voto y parescer y no al de Carvajal. El licenciado Cepeda fue y habló con estos hombres y con otros a los quales dixo de como Gonzalo Pizarro estava mal yndignado contra ellos porque porfiavan tanto contra él sobre el negocio de Bachicao, y que le hiziessen tamaño plazer (que) fuessen contra la opinión de Francisco de Caravajal, y que si de otra manera lo hazían le darían gran pesar. Con estas palabras y con otras que les dixo prometieron de hazer y cumplir con la voluntad y mandado de Pizarro, y que si avían tratado algo en fabor de Bachicao, que a ellos les avía parescido ser aquél buen consejo y convincente parescer. Y que pues a Gonzalo Pizarro le pesaba de todo ello, que ellos cumplirían su mandado en todo y por todo, como se vería

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adelante; y dende a dos días entraran en -246- consejo y en el que se comenzó a tratar de la embiada de la flota a Panamá y a quién se daría. Cepeda, por complazer y agradar al tirano dixo delante de todos los capitanes muchas y competentes razones con muchos y diversos exemplos por los quales mostró no convenir que Hernando Bachicao fuesse a Tierra Firme, y que avía de mudarse el Capitán de la mar, como antiguamente lo avían hecho los romanos, los quales fueron los mejores guerreros que uvo en el mundo, assí por mar como por tierra, y que siempre avían salido victoriosos27. Y para effectuar esto convenía que se mudasse el Capitán de la mar y se diesse y entregasse la flota a Pedro Alonso de Hinojosa que era hombre muy sufficiente para el cargo, y por ser muy cercano pariente de Gonzalo Pizarro lo exercitaría28 con mucha fidelidad mejor que otro alguno; y assí dixo otras muchas cosas tocantes a este negocio. Todos los capitanes y consejeros, sin discrepar tan solo vno, dixeron que eran del mismo voto y parescer que assí se hiziesse y que sería muy bien hecho, ecepto Francisco de Caravajal, que porfió siempre en su opinión; mas ¿qué aprovecha, que su voto era unitivo, que no tuvo quien le ayudasse? Lo que él porfiava fue dezir que era muy necesario, útil y provechoso, que la flota se diesse a Hernando Bachicao y no se la quitassen, por las causas y razones que avía dicho y por las cosas muy grandes y señaladas que avía hecho en servicio de Gonzalo Pizarro, y que no se mirasse en cosa alguna en los delictos que dezían aver hecho, porque lo que avía hecho avía sido a buena fin. Y que en quanto a lo que se dezía del pagar a los querellantes, se hiziesse con persona que no tuviesse cargo ni mando alguno, sino que como hombre particular y de gran confianza hiziesse la dicha paga; y assí dixo otras cosas refutando las que Cepeda avía dicho, no menos con muchos exemplos que para ello dio, que era muy leído y experimentado en las cosas de la guerra. Mas ¿qué aprovecha?, que no fue admitido su voto en juycio, ni fuera dél; y con esto fue elegido y -247- nombrado Pedro Alonso de Hinojosa por General, para que fuesse a Tierra Firme, al qual tomaron juramento de derecho y se hizieron las cerimonias que en tal casso se requerían y se pusso todo por auto ante vn escrivano de Su Majestad. En lo que tocaba al castigo que Gonzalo Pizarro quería hazer a Hernando Bachicao, acudieron luego los amigos que tenía y le fueron a la mano para que no lo hiziesse, y Cepeda acudió también diziéndole que mirasse los muchos servicios que le avía hecho, y que no le sería bien contado29 si lo mandasse castigar. A esto dixo el tirano: «¡Por Nuestra Señora!», que era su manera de hablar, «que tenía ya determinado de le mandar corta la cabeza por los males y daños que hizo en muchas partes; mas él lo pagará algún día todo junto, según él es de tan mala y sobervia y endiablada condisción». Y con esto fue perdonado por agora, a ruego de sus amigos; mas, en fin, al fin lo pagó, como adelante diremos. Capítulo XLI De cómo el visorrey Blasco Núñez Vela hurtó el viento a Gonzalo Pizarro y no saliendo con el efecto se metió en la cibdad, la qual halló sin gente de guarnición, y de las cosas que en ella hizieron los soldados, y de lo

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demás que passó Haviendo llegado el visorrey Blasco Núñez Vela al río grande de Guaylabamba y aviendo sabido de los corredores donde estava el campo de su contrario, entendió luego como astuto y subtil Capitán el yntento que Gonzalo -248- Pizarro tenía, porque viendo el lugar y sitio donde su enemigo se había puesto le paresció que no era cordura pasar por allí, por ser fuerte y (que) estava bien fortifficado de muchos arcabuzeros que allí estavan puestos. Y para engañar a su enemigo con cierto ardid mandó a ciertos capitanes y soldados que hiziessen muestra con algunos arcabuzeros y gente de a caballo y con cinco vanderas, de passar el río por el vado, que era ancho, y subir por la cuesta arriba para sitiarse de la otra vanda dél y assentar su real enfrente de su contrario. Esto se hizo a fin porque tuviessen entendido sus enemigos ser verdadero su desigño y que de veras avían de passar para dalle batalla, y assí se hizo, que muchos de a caballo llegaron de la otra vanda del río a la vanda del tirano, mas como era muy tarde, que ya anochescía, se dexó el passaje. En el entretanto que esto se hazía, en el real del Visorrey (se) mandó luego traer mucha leña y hazer muchos y grandes fuegos para el effecto que luego se dirá, para que se paresciessen desde lexos, porque Gonzalo Pizarro y los suyos tuviesen entendido que todo el exército estaba allí assentado para que otro día se diese la batalla. Tenía el Visorrey grandíssimo desseo de dar un asalto en los enemigos, de noche, detrás de sus esquadrones, para los desbaratar, y no sabía cómo ni en qué forma, porque en la delantera estava muy fortifficado de arcabuzeros, que en ninguna manera les podían dañar por aquella parte. Por lo qual mandó llamar al adelantado Sebastián de Benalcázar para tomar del su parescer y consejo como hombre que avía conquistado aquella tierra, que sabría muy bien los passos y senderos de los caminos, y que él lo llevaría a donde pudiesse satisfazer bien su deseo. El Adelantado vino y el Visorrey le dixo lo que pretendía hazer, y él, como siempre fue cuerdo, no le quizo contradezir en cossa alguna, porque ya le conoscía muy bien que si no otorgavan con él lo que pretendía hazer luego se enojava. Y por esto le dixo que estava muy bien acordado lo que Su Señoría tenía pensado y que él lo llevaría por tal parte que pudiesse yr allá muy a su salvo, mas que era de muy malos passos y de muchas y grandes quebradas -249- muy hondas. Oydo esto se holgó dello en gran manera, porque tuvo cierta la victoria si dava en sus enemigos aquella noche aunque hubiera muchos estorbos del mal camino, por lo qual mandó que luego marchasse el esquadrón de la ynfantería con muy gentil ordenanza y con gran silencio, y después el esquadrón de la cavallería, llevando por adalid y guía al Adelantado, y el Visorrey se fue con él. Yendo todos desta manera con gran priessa y a más andar, passaron muchas quebradas y arroyatos muy malos y passos muy angostos y peligrosos, en donde se detenían mucho al passar, hasta que llegaron al río y lo vadearon muy apartados de sus contrarios, aunque bien mojados porque llovió aquella noche. Y de esta manera llegaron a una legua de la cibdad muy cansados y muertos de frío, y esto fue a la hora que ya amanescía, porque dieron una

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vuelta y contorno muy grande hasta allegar allí cerca de la cibdad. Y como vido que no avía podido effectuar su gran desseo en dar de noche sobre sus enemigos, le pessó en gran manera, mas en fin determinó de meterse en la cibdad creyendo estaría mejor en ella que en el campo para ynformarse del yntento del tirano, de los hombres que uviessen allí quedado. Yendo desta manera con sus esquadrones, que allí se ajuntaron porque yvan muy desparramados, encontraron en el camino a un Juan Gonzales que salía de la cibdad y se yva al campo de Gonzalo Pizarro, y éste les ynformó largamente de cómo el tirano tenía más de ochocientos hombres en el campo, los quales todos estavan armados y con mucha arcabuzería y con gran desseo de pelear, y assí le dixo otras cosas de que pesó a todos. Ya que querían entrar en la cibdad se llegó el Adelantado a caballo al Visorrey y le dixo: Señor, sepa v. s. que Gonzalo Pizarro está por aquí cerca con más de mill hombres, assí vezinos de las cibdades como de buenos soldados que son la flor de toda esta tierra. Soy de parescer, si v. s. no manda otra cosa, que se haga con él algún buen concierto, pues v. s. tiene tan poca gente, y para esto yo me desarmaré y podré yr a entender en este negocio y lo trataré con él muy largo para que por entrambas partes aya toda buena conformidad, -250- con muy excelentes medios. El Visorrey respondió: señor Adelantado, no somos aquí venidos sino en busca de nuestros enemigos para con ellos pelear, y no a tratar de negocios ni de conciertos, porque con tales traydores no ay que dalles palabra, pues ellos no la guardan con su Rey y señor natural. Por tanto es mi voluntad que no se trate dello en ninguna manera, que me darán en ello gran enojo y pesadumbre, y pues Su Magestad os hizo cavallero y su Adelantado, quiero que peleéys como tal contra estos rebeldes y traydores. En esto serviréis a Dios y a Su Magestad, a quien se endereza este tan buen servicio, para que podamos castigar a estos tan bravos tiranos, que para esso os di antier essa cota para que peleássedes contra estos rebeldes y cismáticos como buen cavallero, y no para darme alguno consejo. No le estuvo bien estas palabras al Adelantado y por esso respondió diziéndole: Señor, yo lo haré y pelearé en la delantera como v. s. me lo manda, o moriré en el campo en servicio de Su Magestad como su leal vasallo, y no lo haré, como dizen el real, de v. s., que siempre se pone en el esquadrón de la sanidad. A esto dixo el buen Visorrey: Yo os prometo, señor Adelantado, que vos me veáys agora de tal suerte en los delanteros que la primera lanza que se quiebre en los enemigos sea la mía; y assí lo cumplió después como Capitán animoso y esforzado. Estas palabras dixo el adelantado Sebastián de Benalcázar a causa que en las peleas, o siquier ensayes que por el camino se hazían, quedaba siempre el Visorrey con diez o doze de a caballo detrás del esquadrón de ynfantería mirando lo que se hazía, y assí tuvo entendido que avía de ser lo mismo al tiempo de dar la batalla; mas él se engañó, como adelante se dirá. Aviendo passado estas razones el Visorrey entró en la cibdad con las vanderas tendidas y se apoderó luego della porque no uvo quien se la deffendiesse porque estava sin gente de guarnición, y se apossentó en las casas de Sancho de Figueroa, y los capitanes y soldados en otras casas, que hallaron hartas vacías. Luego los soldados comenzaron a desmandarse yendo por las casas de los vezinos que estavan con el tirano, en donde hizieron muchos males -251- y daños en las haziendas y bienes que tenían, y esto se hizo sin la voluntad y consentimiento del

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Visorrey, que no lo supo hasta después de hecho. Assimismo tomaron cassi la mayor parte de la ropa y fardaje que los soldados del tirano avían allí dexado, por lo qual y por los males que hazían los soldados en la cibdad algunas mugeres se fueron al Visorrey y se quexaron bravamente dellos y que lo mandase remediar y les hiziesse bolver lo que a todos avían tomado. El Visorrey, como no tuviesse licencia por entonces para castigar a los suyos, por estar como estava en tal coyuntura, se hizo a todo ello sordo, manco y mudo y a las mugeres consoló con buenas palabras diciéndoles que (en) todo se pornía remedio y se les mandaría bolver lo que30 se les avía tomado, y assí lo mandó apregonar por toda la cibdad. Pues aviéndosse el Visorrey apoderado de la cibdad se ynformó luego de las mugeres, de la gente y fortaleza que tenía el tirano; ellas le dixeron todo quanto avían alcanzado a saber y lo que avían oydo dezir a sus maridos y de otros hambres, y assí le dixeron otras cosas más de las que avía. Estuvieron presentes a esta plática algunos capitanes y soldados principales, y éstos lo publicaron luego por toda la cibdad entre los demás soldados, por lo qual muchos dellos comenzaron a rezelarse de los pizarristas y de proponer de no hallarse en la batalla. Entendido esto por el oydor Juan Álvarez y por el maestro de campo Juan de Cabrera, se fueron al Visorrey y le dixeron que tuviesse por bien de tomar el consejo del adelantado Sebastián de Benalcázar y que se concertasse con Pizarro con algunos medios de paz que fuesen a todos buenos. Porque tenían conoscido en los soldados de su señoría que estavan de mala gana y de peor voluntad y no nada ganosos de pelear en la batalla, porque estavan cassi todos muy acobardados y temerosos, y que mirasse atentamente lo que hazía. El Visorrey respondió como valeroso y esforzado Capitán (y) no queriendo mostrar punto de covardía les dixo: Señores, a mí me pessa mucho de aquessa plática, porque el que no quissiere -252- pelear, no pelee, que yo solo y algunos de los leales cavalleros y servidores de Su Magestad que me queden, he de acometer a estos tiranos por muchos que sean. Y el que acobardadamente y de temor se quissiere yr, váyase en ora buena, porque más quiero morir en el campo peleando con los enemigos que hazer tan deshonestos partidos, porque ciertamente yo no tengo de poner mi persona y vida en manos de un traydor y fementido a su Rey y señor natural. Porque yo no sé cómo me ha de tratar, ca tengo creydo que en todo y por todo, como tirano, se ha de alabar de mi prisión, preciándose que me ha vencido, o que me puse en sus manos de temor que tuve dél; y assí mandó que ninguno le hablasse en cosa de partido, porque él no avía de hazer por quanto avía en el mundo. Como los suyos vieron que no quería hazer ningún partido le aconsejaron que a lo menos se fortifficasse dentro de la cibdad, porque tenían entendido que allí vencería al enemigo, y él no lo quiso hazer, antes se salió a dos oras al campo con más ánimo de buen soldado que con prudencia de Capitán. Después que se vido en el campo dixo a sus capitanes que no quería estar encerrado en donde tenía rezelo que sería preso o muerto sin aver batalla, sino que si mal le suscediesse avría hecho en sí lo que vn buen Capitán era obligado hazer. Mas por otra parte tenía su cavallo muy bien herrado, ca tenía en cada herradura doze clavos hechizos; era el caballo muy crescido, ruscio y bien hecho, que parescía pintado, que llamavan el cavallo frissón, y tenía buenas obras y por esso andaba cada día en él; y para dar la batalla a su enemigo ordenó su gente en esta forma y manera.

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Primeramente hizo un esquadrón de toda la ynfantería, que serían ochenta piqueros y ciento y veinte arcabuzeros, y dexó algunos para que fuessen sobresalientes y que ellos fuessen los primeros que comenzassen a travar la escaramuza, y dioles por Capitán al maestro de campo Juan de Cabrera, que quisso pelear aquel día a pie con un arcabuz en la mano. Los capitanes de la ynfantería fueron Sancho Sánchez Dávila, pariente del Visorrey, Rodrigo Núñez de Bonilla, Thesorero de Su Magestad, Pedro de Heredia, Francisco Hernández Girón; a los quales todos mandó vestir sendas -253- camisetas que los yndios ussan, para que se conosciessen en la batalla. Hizo también dos esquadrones de a cavallo: el uno dellos que era el mayor y mejor tomó para sí, haziendo a don Alonso de Montemayor que fuesse Mayoral de aquel esquadrón; yva también con él el capitán García de Bazán, y en este esquadrón yva el estandarte Real, que llevava Juan de Ahumada. El otro esquadrón encomendó al capitán Cepeda, Theniente de Pasto, y en este esquadrón yva el adelantado Sebastián de Benalcázar con otros capitanes y valerosos hombres, todos los quales yvan vestidos con sus camisetas de yndios, como tenemos dicho. El Visorrey yva en la retaguardia con doze arcabuceros y de a caballo para socorrer a donde más necesidad uviesse, y esto hizo por consejo del oydor Juan Álvarez, de don Alonso de Montemayor y del maestro de campo Juan de Cabrera; mas después fue el primero que quebró su lanza, que se pusso en la delantera porque se acordó de lo que el adelantado Sebastián de Benalcázar le avía dicho, como luego se dirá. Capítulo L De cómo el tirano, aviendo hecho muchas cosas en Quito, se partió della dexando allí a Pedro de Puelles por su Theniente y Capitán y se fue a los pueblos de Sant Miguel y de Truxillo, y de las cosas que proveyó yendo por su camino adelante Después de aver estado Gonzalo Pizarro en la cibdad de Quito mucho tiempo, que fueron seys meses ynclusive desde diez y ocho del mes de enero hasta doze de jullio de 1546 años, que fue en este mismo año quando Corpus -254- Christi y Sant Juan cayeron en vn día, y aviendo hecho y concluydo en ella31 muchas cosas, determinó de yrse a la cibdad de Los Reyes, que es en Lima. Para hazer esto tomó primero el parecer de sus capitanes, los quales le dixeron que estava bien acordado y que lo hiziesse assí porque era bien yr a visitar aquellas cibdades, villas y lugares que estavan a su devoción, porque avía días que no las avía visto. Pussieron por delante que tuviesse atención a las cosas de arriba, que estavan muy rebueltas y enconadas con el alzamiento de Diego Centeno, que podría ser que deste pequeño yncendio resultasse otro mayor y más bravo y perjudicial fuego, estando él ausente, y por estas cosas y otras se aderezó para la partida con muchos de los suyos. La causa de la estada y detenimiento de Gonzalo

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Pizarro en esta cibdad se cuenta32 de diversas formas y maneras como a cada vno le parescía o se le antojava y sospechava. Porque vnos dixeron que se avía detenido por saber con más brevedad lo que Su Magestad proveya acerca de sus negocios, y de la confirmación del cargo que los oydores de la Real Audiencia le avían encomendado, por ser por allí el camino y passaje derecho por donde todos van y vienen muchas vezes de España a esta tierra. Otros dixeron que por la comodidad y provecho que avía de las minas de oro que en este comedio se descubrieron en este territorio en el pueblo de Rodrigo Núñez de Bonilla, que fueron asaz muy ricas, de donde se sacó grandíssima cantidad de pesos de oro bermejo, que muchos quedaron ricos y dellos se fueron a España. Otros dixeron que Pizarro no se le dava nada por subir arriba, por tener como tenía guardadas las espaldas de muchos tenientes, capitanes y hombres principales que le eran muy afficionados, especialmente que andava por allá Francisco de Carvajal que era el coco con que a todos espantavan, y que éste pornía remedio en lo que conviniese por aquellas partes. Otros dixeron que no se avía detenido por estas causas y razones, sino por amores que tuvo con la -255- muger de aquel hombre llamado Fructos que Vicencio Pablo mató, como atrás queda dicho, la qual quedó preñada de Gonzalo Pizarro. Y al tiempo que parió vn hijo estando el tirano en la cibdad de Lima, arrebató la criatura el padre desta muger (y) la mató arrojándola contra vna pared, por lo qual, Pedro de Puelles, a quien quedó encomendada, ahorcó al agüelo de la criatura por aver cometido aquella crueldad. Preguntado al matador por qué avía muerto a su nieto, no teniendo la culpa sino la madre, respondió: «matelo por que no quedasse tan mala simiente de los Pizarros en esta tierra y en las demás, y quissiera que en esta criatura se acabaran de consumir todos los Pizarros, porque no quedara vno ni ninguno». Finalmente, aviéndose determinado Gonzalo Pizarro de partirse para la cibdad de Lima, se puso en camino con más de quinientos hombres bien armados, y antes de su partida nombró por su Theniente y Capitán a Pedro de Puelles, por ser hombre bastante para el tal cargo y por aver metido muchas prendas en todas estas jornadas, al qual dio grandes poderes y comissiones. Antes de todo esto avía embiado adelante a la cibdad de Lima al muy virtuoso y muy noble varón Juan Velázquez Vela Núñez, hermano del Visorrey, con Lucas Martín Vegaso, para que lo llevasse por la mar en son de preso. Pues yendo Gonzalo Pizarro por sus jornadas contadas llego a la villa de Sant Miguel, en donde hizo muchas cosas en pro y vtilidad de los vezinos y naturales de aquel territorio, y nombró por su Lugartheniente y Capitán a Bartholomé de Villalobos, al qual dio muchas ynstruciones y avisos de lo que avía de hazer en su servicio, ansí en la tierra como por la costa de la mar. En esta dicha villa dio al capitán Alonso de Mercadillo la conducta del generalato de la conquista de las tierras nuevas que los primeros conquistadores llamaron de la Zarza, en donde se tuvo por cosa cierta que era tierra muy rica de plata y oro y de grandes rebaños de ganado ovejuno y de otras cosas que los hombres suelen dessear, y le dio ciento y treynta soldados dándoles muchos oficios para la guerra y para quando poblassen alguna villa. Por apartar de sí a muchos que con grandes ymportunaciones -256- y ruegos le pedían de comer, pues le avían servido muy bien en la jornada, a los unos envió con el capitán Manuel de Estacio al pueblo del Guayaquil, que yva por su Theniente, para

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que por allá les diesse de comer, y así embió a otros a diversas partes para que por allá33 fuessen proveydos. Al capitán Juan Proceli le dio sesenta hombres para que fuesse a la conquista de los Bracamoros, que es en la gran provincia de los Chiquimayos, que después que poblaron llamaron la villa de Loxa, los quales todos fueron de muy buena gana porque avía fama que las tierras eran muy ricas de oro y plata y de muchos carneros de aquella tierra y de grandes poblazones de yndios. Y como todos ellos yvan bien armados y tenían muchos vestidos y cavallos que avían tomado del despojo de la batalla de Quito, y con el socorro que les dieron, yvan muy contentos y ufanos llevando por delante mucho servicio de yndios y de yndias. Prosiguiendo Gonzalo Pizarro por su camino adelante, de pueblo en pueblo, yvan sus capitanes y hombres principales tratando de muchas y diversas cosas entre los vnos y los otros por tener algún alivio en el camino, como se suele hazer muchas vezes, y un día parece que comenzaron a dezir que Su Magestad, como buen señor y xpianíssimo rey, no trataría de cosas passadas, ni miraría ni aun haría caso dellas, y que sin falta ninguna confirmaría a Gonzalo Pizarro la governación que la Real Audiencia le avía dado y encargado, porque él merescía tener este real cargo por los buenos servicios que le avía hecho en la tierra. Otros uvo que dixeron desvergonzadamente y sin ningún miramiento y con gran soberbia que aunque Su Magestad quissiese hazer otra cosa en contrario de lo que le avían de suplicar, no avría effecto, porque ellos lo deffenderían a capa y espada, o si no con muy buenos arcabuzazos. El licenciado Cepeda, por agradar en algo a Gonzalo Pizarro passava del pie a la mano con su desvergonzada plática, aprovándolo Hernando Bachicao y otros tales como él que eran hombres desatinados y mal yntencionados, -257- ymprudentes y nescios en todo y por todo; el qual dezía que los reynos y provincias del Perú competían a Gonzalo Pizarro por muy justos y buenos títulos y de derecho, pues él y sus hermanos las avían ganado a fuerza de armas quitándolas de poder de los yndios ydólatras y cultores34 de los demonios, pues no eran xpianos ni lo avían querido ser. Traya en consequencia y alegava a su propósito muchos exemplos de reynos, tierras y provincias que después de su origen y principio avían sido tiranizadas por hombres sobervios, y con la diuturnidad del tiempo que avía passado, el título se avía hecho bueno y estable y avían quedado hechos señores y reyes los que las tenían tiranizadas. Y con esto dezía que la nobleza procedió de mala fuente, por ser tiranía comenzada, mas después fue por virtuosos yllustrada. También traya en consequencia la differencia que uvo sobre el Reyno de Navarra quando lo conquistó el cathólico rey don Fernando y lo metió debaxo de la Real Corona de Castilla, que hasta oy lo poseen y se llaman Reyes de Navarra y lo tienen como cosa suya propia. Allende desto contava la razón y forma de cómo los reyes se armavan y de cómo se vngían y de las ceremonias que para ella hazían, y assí dezía otras cosas semejantes a éstas atrayendo, yncitando y persuadiendo al tirano se llamasse rey, afirmando que jamás hombre que al principio uviesse pretendido ser rey avía tenido tanto derecho a la tierra que governava, como él. Y como el licenciado Cepeda era tenido por muy leydo y de buen juycio y entendimiento y era gran letrado, todos aprovavan con él en todo lo que dezía y les parescía bien, y ninguno le contradezía por no desagradar al tirano. Mas, en fin, Gonzalo Pizarro se holgava grandemente en oyr estas

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cosas de gran locura y vanidad, las quales se platicaron muchas vezes delante dél estando presentes muchos de sus capitanes y soldados principales. Assimismo despachó desta villa al licenciado Benito de Caravajal para que fuesse a la mar y tomasse los navíos y gente que Juan Alonso Palomino avía traydo de Nicaragua, -258- con los demás navíos que estavan en el dicho puerto, para que con ellos proveyesse las cosas necesarias para la seguridad de toda aquella costa. De manera que él proveyó aquí muchas y diversas cosas, dando a entender a todos que lo hazía por el bien de toda la tierra, y su yntención principal fue tener siempre junta toda esta gente, aunque estuviesse en diversas partes repartida, para que quando tuviesse necesidad della y embiasse por ella, viniesse luego. Pues llegado a la cibdad de Truxillo se le hizo un muy solemne recibimiento (por) todo el cabildo y regimiento y vezindad della, y en los arcos triunphales que se pusieron por las calles (y) encrucijadas dellas por donde paso, uvo muchos epitaphios y letreros alabando sus hechos, y vna letra dellos35 dezía en esta forma y manera: De Vargas es mi linage y de Chaves mi opinión; de león tengo el corage y de rey la condición. Entrando Gonzalo Pizarro por la cibdad, los alcaldes y regimiento y vezindad lo llevaron a la yglessia mayor, en donde oyó missa, y de allí fue a las casas de su hermano el marqués don Francisco Pizarro, que están a un lado de la plaza; en donde se apossentó con mucha música de ministriles y trompetas y con gran salva de arcabuzes, y luego se asentó a comer porque era ya muy tarde. Asentáronse a comer a su mesa doze capitanes de los más principales y famosos que él tenía, los quales fueron Diego Vásquez de Cepeda, Juan de Acosta, Juan Vélez de Guevara, Diego de Mora, Juan Alonso Palomino, Martín de Robles, Juan de Saavedra, Alonso de León, Hernando Bachicao, Diego Maldonado el rico, Pedro Vergara y don Balthasar de Castilla. Después de aver comido preguntó a los regidores y a ciertos vezinos que presentes se hallaron quando comió, cómo se avían -259- y lo avían hecho las justicias que él avía dexado en aquella cibdad; que se lo dixessen porque ninguno estuviesse agraviado dellas. Y por otra parte hordenó otras muchas y diversas cosas para en pro y vtilidad del pueblo y de los naturales de toda aquella tierra, y puso en su cabeza el pueblo de Caxamalca, que fue de Melchior Verdugo, que rentava por año ochenta mil ducados de buen oro y plata y mahíz. Assimismo nombró por su Lugartheniente a Diego de Mora, natural de Cibdad Rodrigo, y le dio muchos y grandes poderes para que hiciesse todo aquello que fuesse menester al servicio de Su Magestad y en lo que conviniesse al suyo, y le encargó mucho que mirasse muy bien por toda la tierra. Yten le dio para la guarda de su persona veynte y cinco arcabuzeros para que estuviessen con él assistentes y les diesse de comer a su mesa, y que ninguno despidiesse sin su espresa licencia, pues le avían servido muy bien en la jornada contra el Virrey. Ase de saber que desde el día que Gonzalo Pizarro salió de Quito y comenzó de poner sus lugarthenientes en las cibdades, villas y

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lugares por donde passava, siempre les dio veynte y cinco o treynta arcabuzeros, a dos fines. Lo vno para que guardassen las personas y vidas de sus thenientes y que a cada vno los contentarse en les dar de comer y lo que buenamente uviessen menester, y la paga que se les avía de dar a los vnos y a los otros se sacasse de la caxa de Su Majestad y de vezinos y de mercaderes, por tercias partes. Y lo otro fue que como estos hombres estuviessen juntos en diversas partes y lugares, que no uviessen mucha difficultad de los ajuntar para alguna priesa o necessidad vrgente que tuviesse, o quando los enbiasse a llamar. En este comedio llegó el licenciado Benito Juárez de Caravajal, con los navíos, al puerto de Truxillo, el qual se vino a la cibdad y el tirano lo recibió muy bien porque entonces lo quería mucho, y lo mandó apossentar dentro en su palacio. Despachó deste pueblo al capitán Juan Alonso Palomino a Tierra Firme, con el qual escrivió a su pariente Pedro Alonso de Hinojosa y a los demás capitanes, muchas y diversas cosas, encargándoles que tuviessen especial cuydado de mirar -260- por la flota y le avisassen siempre de todo lo que por allá passava; el qual se embarcó en un navío y se fue a Panamá. Todas las cosas que Gonzalo Pizarro hizo de ay adelante fueron hechos con parecer y consejo deste Licenciado, y muchos capitanes y valerosos hombres se quissieron entremeter en su privanza, y no lo pudieron alcanzar por la gran privanza que este hombre tenía con él, eceptando como eceptamos, a los licenciados Diego Vásquez de Cepeda y Alonso de León, que también eran sus muy grandes privados y amigos. Como en aquel tiempo uvo tres capitanes llamados Caravajales, que servían entonces al tirano, muchos tienen creydo, los que no los conocieron, que lo que el licenciado Caravajal hizo en cortar la cabeza al Virrey, y lo que hizo Diego de Caravajal el galán, natural de Placencia, como adelante diremos, todo lo atribuyen a Francisco de Caravajal; en lo qual se engañan, como se verá en esta obra adelante. Yo no niego que el maestro de campo Caravajal no fuesse cruel, sino digo que él fue más36 cruel que Calígula y Nerón, que se puede comparar a otros muchos tiranos que uvo muy crueles en el mundo, y assí tengo escripto un libro particular, que es el tercero, en donde se verán largamente sus hechos y dichos y sus crueldades; y dexado esto aparte diremos agora cómo Gonzalo Pizarro entró en la cibdad de los Reyes con gran triunpho, y del solenne recibimiento que se le hizo en ella». Historia de las Guerras Civiles del Perú (1544-1548) y de otros sucesos de las Indias. Tomo III Por Pedro Gutiérrez de Santa Clara Madrid. 1905 (Capítulo XLIX: pág. 418 a 450; Cap. LVI: pág. 486 a 495; Cap. LVII: pág. 496 a 513; Cap. LXIV: pág. 554 a 576)

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Capítulo XLIX En donde se cuenta del linaje de los Yngas y de dónde salieron, cuándo conquistaron las provincias del Perú, y qué quiere dezir Ynga en la lengua propia del Cuzco, que es la que se vssa y se habla en estas partes tan remotas Bien tengo entendido que el benigno lector estará canssado de aver leydo tan por entero y particularmente los dessatinos y dessaffueros de Francisco de Caravajal el cruel, que paresce que no hemos tenido otro cuydado sino tan solamente contar sus crueldades y tiranías, con las cosas que hizo contra los servidores de su Real Magestad que tenían su real boz. Todo esto no se pudo hacer menos sino contar enteramente todo lo que passó en este tiempo en esta tierra entre los leales y rebeldes al Rey, porque de otra manera quedara nuestra obra manca y paresciera mal como el sayo cortado sin faldamentos y sin mangas. Por tanto el piadoso lector podrá perdonar con tan grande leyenda, que agora lo dexaremos por vn rato hasta que tornemos a encontrar con él, porque es el vno de los desta danza tragicomédica, por dezir y contar de dónde procedieron y salieron los primeros Yngas que fueron reyes y señores destas tan grandes y riquíssimas provincias. Quise poner esta narración en este lugar porque el lector se aparte vn poco del ruydo de las guerras más que civiles y de oyr tocar el atambor y el pífaro y las trompetas y el blasonar de las armas, porque el hombre que es pacífico y amador de la paz y quietud huye destas cosas y no le es agradable oyllas. Y por el contrario, los que tienen las ánimos ynquietos y llenos de sobervia y están hinchados de vna presumpsión, más querrán oyr tocar los atambores y píffaros que leer las calidades de las yervas y temples de las tierras que ay en el mundo; mas dexemos esto aparte, que pudiéramos alargar vn poco la mano, y comenzaremos nuestro cuento. Digo que desde el río que los indios naturales llamaron Pirú, hasta el estrecho que -264- descubrió Hernando Magallanes, tiene de largo por la costa de la mar del Sur, según los mareantes dizen, mill y doscientas y cincuenta leguas. Y passando el estrecho de Magallanes, yendo al Río de la Plata, que es en la mar del Norte, y contorneando por otras tierras hasta llegar a Sancta Martha y a Cartagena y de allí venir otra vez al río Pirú, por travessía de tierra tiene de ancho en partes mill leguas, y en partes menos, y boja en circuyto todas estas regiones quatro mill y seiscientas y cincuenta leguas de costa de la mar del Sur y del Norte. El primer hombre que tuvo noticia desta tierra del Pirú, según dizen, fue Francisco Bezerra, Capitán que fue del governador Pedro Arias Dávila el galán, y gran justador, natural de Segovia, que conquistó la gran provincia de Veragua. Otros dizen que fue el muy nombrado capitán Blasco Núñez de Balboa el que la descubrió muchos días antes, y que tuvo noticia de los indios de la mucha riqueza que avía en la tierra, de mucho oro, plata, esmeraldas y perlas con otras muchas cosas de gran valor; y este río Pirú, de donde se tomó denominación toda la tierra, está en dos grados de la equinocial hazia el Norte. De manera que este capitán Blasco

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Núñez de Balboa fue el primero que descubrió la mar del Sur, que fue en el año de 1525 a 21 días del mes de setiembre, en domingo, casi a medio día, el día de Sant Cleophe mártir, y este Balboa vino a Yndias con Antoño de Hojeda, natural de Cuenca, que fue Capitán de don Xpóval Colón, en el año de 1508, y después Francisco Bezerra fue el primero que navegó la mar del Sur por estas partes. Subiendo Vasco Núñez de Balaboa por una sierra muy alta con sesenta y siete compañeros, a los quales detuvo vn poco antes de subir bien a lo alto, él37 mismo se subió solo y se paró a mirar hazia la parte de Mediodía y vido las muy desseadas aguas del Occéano de la mar del Sur, el qual hincándose de rodillas en tierra y alzando los ojos al cielo dio muchas gracias a Nuestro Señor. Y luego llamando a todos sus compañeros los hizo subir y les mostró el mar Austral, de cuya vista se holgaron -265- en gran manera, por lo qual se hincaron de rodillas y dieron muchas gracias a Dios Nuestro Señor por tan grandes bienes y mercedes como les hazía. En quanto a lo que toca de los Yngas y señores que uvo en esta tierra ay muchas y diversas opiniones y variedades, y assí ay muchos cuentos y novelas fabulosas de dónde procedieron, porque unos yndios lo cuentan de vna manera, y otros de otra; mas yo me atengo a lo que dizen los muchos que desto hablaron verdaderamente. Quanto a lo primero digo que dizen los yndios muy viejos y antiguos y que la oyeron dezir a sus mayores y lo tienen oy día en sus memorias y cantares, que uvo seiscientos años primeros que no tuvieron reyes, sino vnos señoretes llamados curacas que los governavan cada vno en su provincia, y que después vinieron los Yngas que reynaron en todas estas provincias, que les turó más de seiscientos y cincuenta años. El primer señor yndio que comenzó a entrar por tierras agenas fue llamado Mango Ynga Zapalla, y este yndio dio principio a las guerras, el qual salió con gente armada de una grande ysla llamada Titicaca, la qual está en medio de vna laguna muy grande y bien honda en la gran provincia de Atun Collao. Este Mango Ynga Zapalla procuró de ser muy nombrado y aventajado señor más que todos los señoretes curacas que avía a la redonda de aquella laguna, por lo qual propuso, por consejo del demonio y de los hechizeros, de les ocupar la tierras por mill vías, modos y maneras que pudiesse, y ponellas debaxo de su señorío y mando. Y con esta determinación salió con mucha gente de la ysla en muchas balsas de cañas y madera seca y luego con halagos y amenazas atraxo para sí algunos curacas y señoretes, y los que no quisieron venir a su obediencia llamándolos, les dio mucha guerra hasta que los pusso debaxo de su dominio y mando. Después que se vido hecho señor desta gran provincia y que todos los curacas y principales yndios le servían como a señor natural, fundó vn pueblo nuevo que llamó Atuncollao, que quiere dezir el gran Collao. En este pueblo pusso su assiento y corte real porque no se le revelassen los yndios que avía conquistado, y después que los tenía ya pacíficos y -266- bien avassallados al cabo se cumplieron sus días y murió, según las gentes dixeron, de ciento y veinte años, aviendo governado la tierra setenta años en guerra y en paz. Este Ynga fue casado con vna Yndia llamada Mama Ocllo, hija de un curaca gran señor vasallo suyo, que era muy hermosa, aunque otros dizen que era su hermana, de la qual uvo vn hijo llamada Sinchiroca Ynga, con otros muchos que tuvo de sus mancebas. Destos hijos bastardos no tuvieron cuenta los yndios ni hizieron casso dellos, sino del heredero y de los que fueron

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valientes, y dizen deste Mango Zapalla Ynga no se qué boberías, que no tuvo padre ni madre, sino que nasció entre vnas peñas que están en la misma ysla y que el Dios su padre, que era el Sol, lo crió allí. Mango Ynga Zapalla, después que murió, quedó el govierno en su hijo Sinchiroca, el qual salió muy valiente y esforzado capitán, y tuvo después algunas guerras con ciertos curacas de los que su padre avía conquistado, que se le avían rebelado, por lo qual se hizo muy nombrado hasta que murió aviendo cinquenta años. Fue casado con vna mujer llamada Mama Coya, de la qual tuvo cinco hijos: el primero se llamó Llocuco Yupangue Ynga, y el segundo Cuxiguanan Chiri, y de los tres no supieron de sus nombres, porque no fueron valientes, y de sus mancebas tuvieran muchos. En lugar del diffunto comenzó a reinar Llocuco Yupangue Ynga, del qual dizen que no ganó ni conquistó pueblo alguno, sino fue sustentar lo ganado, porque fuy muy pacífico, aunque justiciero, y siendo de hedad de noventa años y no teniendo hijo heredero les paresció a sus vasallos que era ymposible tenello, ni menos virtud para engendrar. Y por tanto, vn criado suyo, hallándose muy pesante porque su Rey y señor natural no tenía hijo y oyendo que todos sus vasallos trataban dello, dizen que vn día tomó al Ynga en brazos y lo llevó adonde estava su muger, llamada Mama Caguapata, y engendró en ella vn hijo que se llamó Yndimayta Capac Ynga, y al cabo murió aviendo reynado sesenta años, siendo de hedad de ciento y veinte años. En el tiempo que Llocuco Yupangue reynava conquistó por sus capitanes algunos pueblos de la comarca, y que tuvieron -267- medio ganada la gran cibdad del Cuzco y que después la perdieron por descuydo que los suyos tuvieron y que el Ynga murió de pessar dello, como tenemos dicho. Sucedió luego su hijo en el reyno Yndimayta Capac Ynga, el qual salió muy valeroso y conquistó otros muchos pueblos. Los quales pusso debaxo de su vassallaje; después desto emprendió la guerra contra el curaca señor del Cuzco y como era valeroso se deffendió muy bien, y en esto murió ya viejo, aviendo governado la tierra sesenta y cinco años. Este Ynga tuvo de su muger Mamachianta vn hijo que se llamo Capac Yupangue Ynga, y dizen los yndios que tuvo otros hijos desta su muger, y muchíssimos de sus mancebas, de que no se acuerdan de los nombres dellos con la diuturnidad del tiempo, y porque también no eran valientes, porque si lo fueran los antiguos hizieran memoria dellos en sus cantares. Sucedió en el reyno Capac Yupangue Ynga, el qual dizen que fue para poco, pues no conquistó cosa alguna ni salió de la cibdad de Atuncollao y que ciertos pueblos que se le revelaron los apaciguó con los valerosos capitanes que avían sido de su padre. Fue casado con Mama Yndichiquia y della tuvo vn hijo que se llamó Ynga Roca Ynga, que quiere decir señor de las señores, y tuvo otros muchos hijos de diversas mancebas, de los quales no tuvieron memoria de sus nombres porque no hizieron cosas dignas de alabanza, y al cabo murió de hedad (de) ciento y catorce años aviendo governado sesenta y cinco años. Después de muerto este Ynca suscedió su hijo Ynga Roca Ynga, como su padre, que también fue para poco, que no hizo más de sustentar lo que sus antepasados avían ganado, aunque dizen dél que fue muy severo y justiciero y que por esto le tenían gran temor sus vasallos, por los capitanes y soldados que tenía puestos por guarniciones en diversas partes. Este Ynga fue casado con Mama Micoy, de la qual tuvo tres hijos llamados Guarguac Ynga Yupangui, Appomayta y Bilcaquiri, los quales fueron

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muy valientes, y de gran nombradía, y de sus mancebas muchos; murió aviendo reynado quarenta años y siendo de cient años. Muerto el Ynga, reynó su hijo Yaguarguac Ynga Yupangui, el qual siendo de hedad de tres meses -268- fue hurtado en vida de su padre y de ay a dos meses dizen que paresció en poder de vn curaca gran señor del pueblo de Jaxaguana, en donde se criava regaladamente por ser quien era. Assimismo affirman que en el tiempo que lo tuvieron hurtado le quissieron matar y porque lloró gotas de sangre lo dexaron, diciendo que era señal de alguna gran cosa y que primero querían ver el fin que avía de suceder adelante, y que por esto no le mataron, antes lo criaron muy bien. En este medio tiempo, vn tío que este ynfante tenía, llamado Guaylacanca, sabiendo donde estaba el príncipe su señor, como valiente y esforzado hombre fue al dicho pueblo en hábito de yndio pobre, y lo hurtó sin tener miedo del gran curaca ni de sus vasallos, y lo truxo a su reyno, en donde su padre y vasallos lo rescibieron muy bien. Aviendo crescido este Inga y tomando el Reyno y la possesión dél se mostró después por muy valiente y vellicoso, porque ganó y acrescentó a su reyno muchos pueblos, por lo cual tuvo gran reputación y conservó muy bien lo que sus mayores avían ganado, y de su muger Mamachiquia tuvo un hijo que se llamó Viracocha Ynga. También tuvo de esta muger otros hijos que se llamaron Apocama, Apomaroti, Yngamayta, Paguacynga, Gallimayca y Chimachauic, y déstos se acuerdan los yndios en sus cantares y memorias porque fueron valientes, y en fin, al fin reynó ochenta años. Suscedió Viracocha Ynga en el reyno, el qual salió muy valiente y guerrero y teniendo la tierra de paz, quatro curacas y señores se alzaron contra él de embidia y mala voluntad que le tuvieron, mas el Ynga fue contra ellos, a los quales venció valerosamente y les cortó las cabezas y los pueblos alzados se le vinieron a dar de paz. Este Ynga fue casado con Mama Yunto Cayan, de la qual tuvo hijos, los quales se llamaron Ynga Vrcon, Ynga Mayta, Cunayure, Chalicuro Yupangue, Capaz Yupangue, y el menor de todos se llamó Pachacoti Capac Yupangue, y como fueron valientes tuvieron los yndios memoria dellos. Turante el reynado de Viracocha Ynga se alzaron contra él dos hermanos llamados Guamán Guaraza y Aucos Guaraza y viniendo contra él desde la provincia de Andaguaylas, de donde -269- eran señores, que está treynta leguas del Cuzco, tomaron a Condesuyo y a Collasuyo, provincias muy grandes y bien ricas que estavan a devoción del Ynga. Sabido esto por Viracocha y queriendo yr contra ellos, no se atrevió a causa que era ya muy viejo y enfermo y porque venían muy pujantes de gente, y ninguno de sus hijos mayores quiso salir al campo, sino fue el menor de todos ellos que se llamava Pachacoti Capac Ynga Yupangue, el qual, como esforzado y animoso, salió con mucha gente contra los dos hermanos con el fabor que le dio vn tío suyo gran señor. Caminando con su exército encontró con los enemigos en el campo de Condesuyo, en donde se dio entre ellos vna brava y sanguinolenta batalla en donde Pachacoti Capac Ynga Yupangue venció y prendió a los dos hermanos Garazas con muerte de muchos de los suyos, y se hizo señor de los pueblos y del de Andagauylas, haziendo justicia de los hermanos, y pusso guarniciones en ellos, y con esto se bolvió a la cibdad. Sabiendo Viracocha Ynga que su hijo venía victorioso lo salió a rescebir con muchos de los principales yndios de la corte hasta vna legua, y de allí se vinieron38 a la cibdad y llegaron todos con mucho plazer y alegría, en donde fue rescebido con muchas

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fiestas y regocijos a la vzanza y modo que tenían los yndios. Donde a ciertos días mandó a todos sus vasallos lo rescibiessen por vniversal señor y soberano Rey de toda la tierra, lo qual se hizo con gran aplauso de todas las gentes y de consentimiento de sus hermanos, y dende a cierto tiempo murió el dicho Viracocha Ynga de edad de ciento y veinte años, aviendo reynado ochenta y cinco años. Siendo ya Rey y señor muy nombrado este Ynga Pachacoti Capac Yupangue, que quiere dezir buelta del mundo, hizo muchas y diversas cosas de memoria dignas y hordenó muchas y buenas leyes para en pro y vtilidad de sus vasallos, porque eran muchos, que habitavan en grandes provincias muy ricas de oro y plata. Hizo vna ley en que mandava a todos sus vasallos que sirviessen muy bien a los dioses de sus antepasados, con otras cosas que convenían -270- a las ceremonias y culto de sus ydolos, y otra ley contra los traydores y adúlteros, ladrones, vagamundos, y las penas que las justicias y sus mandones le avían de dar conforme a sus delictos. Mandó por ley que todos los yndios de cada provincia anduviessen señalados y por la señal que truxessen fuessen conoscidos, de manera que si parescían en la presencia del Ynga, por la señal que el yndio traya savía de qué provincia era, y por otra señal de que venía señalado en la ropa, por aquella entendía de qué millenario era y de qué centuria, que cierto fue cosa notable. Vnos trayan aros de palo como de cedazo, en las cabezas, muy encajados; otros, unas hondas rebueltas por las cabezas; otros andavan tresquilados. Y assí avía otras muchas señales con diversidades de colores, por las quales eran conoscidos. La magestad y grandeza destos Yngas39 fue muy grande, porque ninguno de sus vasallos de qualquier calidad, condisción y estado que fuesse, podía entrar donde él estuviesse sino descalzo. Y assí todos los grandes señores y principales yndios andavan en su presencia muy humildes y avasallados y ninguno dellos se assentava delante dél, porque no podía tener silla dentro de palacio si no le era concedido por especial priveligio y señalada merced. Haziendo todo esto con otras muchas y diversas cosas salió después de su tierra y fuesse a las agenas, las quales ganó con valeroso ánimo y gran esfuerzo, y estando en el campo salió contra él el gran curaca del Cuzco, y entre ellos se dio vna brava y sanguinolenta batalla donde murieron muchos yndios de vna parte y de la otra, y al fin salió el Ynga con la victoria. Quando el gran curaca se vido vencido se fue a su cibdad del Cuzco y no perdiendo punto de ánimo comenzó de ajuntar mucha gente con fabor y ayuda de muchos amigos suyos que eran señores de muchos pueblos, para yr contra el Ynga, ca le seguían muchos por la gran reputación que avía ganado en toda la tierra y le tenían por hijo del dios Sol y el se jactava dello. Venidos estos dos famosos capitanes al encuentro se dio entre ellos la batalla en los llanos de -271- Quispicanche, que fue azaz bien reñida y sangrienta de entrambas partes, que al cabo uvo de vencer al Ynga aunque salió mal herido, y el gran curaca se fue huyendo. Como los del Ynga uvieron la victoria, algunos dellos siguieron el alcance, en donde mataron a muchos yndios a porrazos y el gran curaca escapó a vña de su pie y los que quedaron con el Ynga lo tomaron y lo llevaron en unas andas, como él solía andar, al pueblo de Vrcus, que está siete leguas del Cuzco. Estando en este pueblo murió dende a pocos días de las heridas que le dieron en la batalla y del gran pessar que tomó de se ver herido, por lo cual

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rescibieron los pocos que lo sabían grandíssimo dolor y lástima, aviendo bivido ochenta años y reynado cincuenta y cinco años con gran loor y fama de sus grandezas y hazañas. Túvose (en) grandíssimo secreto su muerte, por ley hordenada desde los primeros Yngas en que se mandava que muerto el Ynga fuesse metido en los aposentos más secretos y apartados que uviesse en palacio y que no fuesse visitado sino de sus mugeres y de los médicos que le curavan, y con esta constitución no le vissitava nadie, ni sabían de cómo estava el Ynga. Estos médicos entravan en la cámara desde el día que el Ynga caya en la cama y de allí no salían del apossento hasta que se levantava o se moría, y guardávasse en esto tan gran secreto en lo tocante a la salud del Rey, que ninguno de los de fuera sabía si estaba mejor o peor. Y después que el Rey era ya muerto, la primera ceremonia que se hazía en este ministerio era tener los médicos y las mujeres del Ynga muy secreta su muerte por tiempo y espacio de vn mes y viendo los capitanes del Ynga quán valiente y animoso avía sido y quán guerreador se avía mostrado y de las leyes que avía hecho, tuvieron creydo muy de veras ser hijo del Sol, porque él mismo lo avía dicho muchas vezes a sus capitanes. Y que el Dios su padre le avía descubierto muchos y grandes secretos de naturaleza y que lo embiava a conquistar todas aquellas tierras porque en todas ellas no uviesse sino vn señor que los governasse y mandasse. De manera que como murió, los médicos y las mugeres del Ynga lo tomaron secretamente aquella noche y amarrándole -272- muy bien el cuerpo con mantas ricas y cuerdas de lana fina lo hecharon en el ojo de agua o lagunilla de Vrcos, que está a tiro de piedra de palacio adonde bivía, con mucha riqueza de oro y plata. Dende a ciertos días, passado el dicho mes, los capitanes y la demás gente que no sabían el secreto, como lo fuessen a visitar preguntaron a los médicos por el Ynga, respondieron que no sabían dél, porque aquella noche se avía desaparescido dellos y que el dios Sol su padre se lo avía llevado assí bivo como estava, porque se hallava vn poco mejor. Creyendo todos sus vasallos esta novela, luego lo deificaron y lo pussieron en el número de sus dioses haziéndole grandes ritos y cerimonias a su moda y usanza; y este Ynga fue casado con Mama Anauarque Micay, de la qual tuvo cinco hijos: el primero se llamó Topa Ynga Yupangue, Amaro Topa, Capac Guayri, Sinchiroca (y) Guayllipa; y sin éstos tuvo otros muchos hijos de sus mancebas, que como bastardos no hicieron caso dellos. Antes que passemos adelante es de saber que este nombre Ynga es de gran alteza entre estos yndios del Perú, que quiere dezir soberano señor o Rey soberano, que hasta entonces no se llamavan los señores del Cuzco, ni de los demás pueblos fiestas provincias, sino curacas, que quiere dezir tan solamente señor, y assí son llamados el día de oy los señores de los pueblos. Assí como el primero que ganó la cibdad del Cuzco y las demás tierras, como adelante diremos, se llamava Ynga, mandó a los demás que le suscediessen de ay adelante en el ymperio se llamasen Yngas, y assí lo tienen el día de hoy en costumbre, como los Césares en la ynclita cibdad de Roma y los Tholomeos en Egipto, y a los capitanes y soldados que tenían, que eran muchíssimos, mandó que todos se llamasen Yngas, como es dezir cesarianos. -273-

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Capítulo L En donde se prosigue y cuenta de linaje y prosapia de los Yngas, reyes y señores que fueron destas amplíssimas y riquíssimas provincias del Perú, y se relatan las cosas que mandaron hazer en todas estas tierras Después de muerto el muy nombrado y valeroso rey Pachacoti Capac Ynga tomó la possesión del Ymperio Topa Ynga Yupangue, el qual salió asaz muy valeroso en las armas y grandíssimo guerrero porque se avía criado en la disciplina militar, y supo tanto y más que su padre y assí hizo muchas guerras y dio grandes batallas a muchos curacas y señores yndios de diversos pueblos. La primera que entreprendió, dexando las otras que tenía que hazer, fue yr contra el gran curaca del Cuzco para lo matar en venganza de las heridas que dieron a su padre, y adereszadas sus cosas y la gente de guerra que avía de llevar fue contra él, con el qual tuvo grandes refriegas y batallas por muchos días, que los unos ni los otros no se podían vencer. En este comedio que las guerras turavan, que andavan muy encendidas y travadas, el Inga edifficó vna cibdad muy cerca del Cuzco en vna ladera junto a vn arroyo de agua, la cual nombró Annan Cuzco, que quiere dezir el barrio de arriba del Cuzco, para desde allí dar cruel guerra a su mortal enemigo. Estando en esa nueva cibdad el Ynga hizo tanto en armas contra el gran curaca que venciéndolo en la batalla se lo truxeron presso y maniatado, al qual el propio lo mató con sus manos con vn porrazo que le dio en el cogote y en la cabeza y lo mandó sacrificar a sus falsos dioses por el ánima de su padre, haziéndolo quemar. Y después de hechas estas cosas entró en la gran cibdad del Cuzco a fuerza de armas, y a pesar de sus enemigos y apoderándose della hizo muchos sacrificios a sus falsos ydolos, con muchas y diabólicas supersticiones. Assí como se apoderó de la cibdad luego hizo perdón general, por lo qual muchos curacas, capitanes, soldados y -274- principales yndios le vinieron hazer la «mucha», que es la devida reverencia y acatamiento que se hace a los Yngas con zahumerios de cosas olorosas, a los quales rescibió muy bien y les habló con buen semblante, que todos tuvieron por bien de le tener por universal señor y Rey natural. Después de passadas estas cosas, conquistó muchas tierras, que llegó hasta la provincia de Arequipa, que cae en la costa de la mar, y hasta las Charcas, que ay en ellas grandes provincias, que desde el Cuzco hasta allá ay ciento y veinte leguas tiradas, en donde hizo grandes y diversas cosas en armas. Haziendo estas guerras ajuntó de todos sus vasallos todo quanto oro y plata tenían y les mandó que de ay adelante le tributassen muchos de aquellos metales y que los buscassen en sus tierras, pues los avía en sus pueblos, todo lo qual se hizo como lo mandó. Y assí en pocos días le dieron gran summa de oro y plata y en texuelos y en tinajas, en cantaros, jarros, cubiletes, y otras vasijas de diversas maneras, todo lo qual fue de oro fino y pocas de plata, todo lo qual mandó guardar por mostrar en ello su grandeza y magestad. Mando assimismo que todos los yndios descendientes de los primeros yndios soldados que salieron de la ysla de Titicaca, y todos los

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que al presente andavan con él en las guerras y los que después anduviessen con sus descendientes, se llamasse(n) de ay adelante Yngas, como es dezir cesarianos. También mandó a los soldados que todos anduviessen tresquilados y se agujerassen las puntas baxeras de las orejas, porque fuessen conocidos y porque en las batallas se señalassen más que los otros que no eran yngas, porque déstos avía muchos en su exército. Dioles grandes y muchos privilegios y libertades quando los nombró Yngas, y los armó cavalleros para que gozassen de muchas franquezas y excempciones, como adelante diremos, y de la manera y como se armavan caballeros y se hazían hijosdalgo exemptos. Yten, les mandó que no sembrassen, ni se cargassen, ni tributassen cosa alguna, sino que como caballeros francos y libres le sirviessen tan solamente en la guerra, y el que le salía traydor le matavan cruelmente y le llamavan Zupay, que quiere dezir diablo. En todos los pueblos -275- que conquistó pusso en ellos mucha gente de guarnición y sus lugaresthenientes y governadores, que fueron de los más sabios y valientes Yngas que eran de su linaje, y en fin, al fin vino a ser muy famoso y nombrado en toda la tierra, y los que estavan muy lejos de su reyno le temían y aún le desseavan servir. Éste fue el primer Ynga que comenzó a hazer la fortaleza del Cuzco, aunque otros viejos dizen que Pachacoti Capac Ynga la comenzó a edifficar quando tuvo las competencias con el gran curaca del Cuzco, y que no la pudiendo acabar la dexó, y que después este Topa Ynga Yupangue la añadió mucha parte, desde donde dava mucha guerra al gran curaca. Assimismo dividió la cibdad en dos barrios grandes; el uno y el más principal llamó Annan Cuzco, que quiere dezir el barrio de arriba del Cuzco, y el otro se llamó Hurin Cuzco, que significa el barrio de abaxo. Hecho esto repartió el barrio de arriba en cinco partes: al primero y más principal llamó Ayllo Cappa, que quiere dezir el barrio del linage del Ynga; el segundo se llamó Yña Cappañaca; la tercera Cuccopanaca; la quarta Yllipanaca, y la quinta Cumapanaca, y a cada uno destos barrios señaló número de gente para que como vezinos perpetuos estuviessen en él. Del primer barrio hizo Capitán y señor a vn hijo que tenía que le avía de susceder en el reyno; el segundo y el tercero señaló para sus descendientes por línea transversal; el quarto a su abuelo y descendientes; el quinto a su visabuelo. El otro barrio segundo, que era la otra parte de la cibdad de abaxo, repartió en otras cinco partes: a la primera llamó Uzcamayta, y désta hizo Capitán a los descendientes del segundo hijo del primer Ynga que reynasse después dél; la segunda nombró Appomayta, de la qual constituyó por Capitán al hijo segundo del segundo Ynga. Y por esta orden mandó que en el tercero, quarto y quinto barrio suscediessen en la administración los segundos hijos del tercero, quarto y quinto Ynga, aunque después no cresció este Ymperio por la entrada que hizieron los españoles en la tierra. Assimismo este Ynga pusso el pueblo, que estava confusso y sin orden, a ciertos officios, distribuyendo la gente en ciertos lugares y hórdenes que fuessen -276- como coffradías y compañías de tales officios, que guando fuesse menester se congregassen también por horden en lugares señalados; de manera que fue hecha esta distribución confforme a las artes y officios que sabían. Hordenó que otros fuessen plateros de oro y de plata y de otros officios mecánicos, y otros que fuessen maestros de officios de olleros y de otros officios de diversas maneras que eran necesarios en el

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pueblo para la substentación de la vida de los hombres. A los soldados yndios pusso en tales lugares y tribus para que estuviessen prestos y puestos a punto para quando fuessen llamados, con las ynsignias y las armas con las quales havían de pelear, que eran offensivas y deffenssivas, que eran rodelas, armas de algodón, hondas, lanzas, y mazas con cachiporras con otras vissarmas. Dizen los yndios más viejos y antiguos que esta hordenación y repartimiento y divissión hizo Pachacoti Capac Ynga Yupangue, aunque otros dan el loor al Topa Ynga Yupangue de quien vamos tratando; hizo hazer los dos caminos tan sobervios que ay en esta tierra, como adelante diremos, y dio horden cómo por estos caminos uviesse chasquis, que son las postas que corren los yndios a pie para saver con brevedad lo que passava en todos sus señoríos y fuera dellos. Mandó edifficar los Templos que uvo en estas partes, que fueron muy sumptuosos, y de grandes edifficios para sus falsifficados dioses; en especial se hicieron tres muy sobervios en los pueblos del Cuzco, Pachacama y Caxamalca, porque señoreavan hasta la provincia de Manta. El templo que avía en el Cuzco tenía ocho cámaras grandes y quadradas, en las paredes de las quales, por dedentro y por defuera, tenía en los zaquizamíes muchas hojas de oro fino con muchas esmeraldas y otras piedras de gran valor entre ellas, que fue cosa maravillosa de ver la multitud dellas, las quales estavan fixadas y puestas en el oro en sus encages y assientos. Para el servicio del dios Sol mandó poner en las cámaras muchas donzellas muy hermosas que todas estavan dedicadas a él y ninguna salía del templo, y si alguna déstas remanescía preñada la dexavan parir y a la criatura sacrificavan al Sol y a ella enterravan biva por el sacrilegio que avía -277- cometido. De tal manera estavan estas monjas encerradas en estos monesterios, de donde jamás salían, y en muriéndose alguna dellas, ponían otra donzella en su lugar y avía de ser hija de algún principal Ynga o de algún gran curaca, que de las demás no hazían casso dellas. Las monjas que morían en los templos las enterraban en algunos cerros y quando la(s) yvan a enterrar yvan los sacerdotes y todo el pueblo al entierro, como cosa dedicada al dios Sol, y la llevavan en vnas andas los yndios más principales que avía. Capavan y cortavan las narices y labrios a los yndios que servían en estos templos y los matavan cruelmente si alguno dellos tenía deshonesta conversación con ellas, a los quales colgavan de los pies dándoles humo a las narices con axí seco hasta que muría raviando. Y después de muerto lo descolgavan y hazían pedazos y los quartos hechavan al campo como cosa maldita y descomulgada, y a la monja enterravan biva, y si algún pariente dellas llorava hazían dél lo mismo, y assí callavan todos. Estas monjas hilavan y texían mucha ropa de lana y de algodón con ilo de oro fino, y todo era para el servicio de sus falsos dioses, y assí hazían otras muchas cosas maravillosas de labores porque no estuviesen ociosas. Este Ynga fue el que enseñó a hablar a los yndios con el demonio, aunque ya de muy atrás lo vssavan, y dizen que éste le añadió y perfficionó en muchas cosas, el qual se les aparecía muy terrible y feo de catadura, y assí le pintan ellos. A los templos llamó guacas, en donde cada día le sacrifficavan muchos niños y esclavos tomados en las guerras, y les offrescían mucho oro y plata y mantas muy ricas de muchas labores de oro, haziendo muchas supersticiones péssimas, malas y horrendas, como adelante diremos. De manera que este Ynga fue muy gran hechizero y a la

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continua estava en los templos hablando con los demonios y por estas cosas dezían sus vasallos que era hombre sancto y muy amigo de los dioses, y con esto vino a morir siendo de hedad de ochenta años, aviendo gobernado cinquenta años. Estuvo casado con Mama Ocllo, que quiere dezir doña Ojo, de la qual tuvo quatro hijos llamados Guayna Cappa, Topa Ynga, Ancitopa Ynga, y -278- Anquitopa, y de sus mancebas tuvo muchos; según dizen fueron más de ciento y cinquenta y por ser tantos no se ponen los nombres dellos. Después de muerto Topa Ynga Yupangue quedó por vniversal señor del ymperio su hijo Guayna Capa Ynga, el qual salió muy valeroso y grandíssimo guerrero y como animoso Capitán conquistó muchas tierras en las sierras de los Andes y las metió debaxo de su ymperio y señorío. Ganó por sus capitanes parte de las tierras de la riquíssima provincia de Chile, que caen hazia el estrecho de Magallanes, que ay seiscientas leguas, poco más o menos, desde la cibdad de los Reyes, que es en Lima. Fue casado en el Cuzco con Mama Coya Pilico Vaco, hija de vn gran curaca señor de Vrcos, de la qual no tuvo hijo ninguno, y teniendo muchas mancebas uvo en ellas muchos y según fama fueron más que los de su padre y el mayor dellos se llamo Guáscar Ynga, que fue muy querido y amado de su madre, y éste heredó parte del ymperio. Los otros se llamaron Mango Ynga Zapalla, Paulo Ynga, Cuanca Auqui, Tito Antaychi, Yngil Topa, con otra infinidad dellos que sería gran prolixidad poner aquí todos sus nombres, porque vnos fueron valientes hombres y otros no; aunque eran hijos del Ynga no hizieron casso dellos. Desde aquí se fue a la gran provincia de Quito, que lo llevaron en hombros en vnas andas muy ricas, el qual llegado allá con mucha gente armada ganó por su persona aquel reyno, que era entonces muy grande y rico, y mató en el campo al Rey en vna batalla que le dio y después se casó con la Reyna viuda, que era moza y muy hermosa, y uvo en ella vn hijo llamado Atagualpa, que quiere dezir «gallo fuerte». Los otros hijos que tuvo en Quito de sus mancebas se llamaron Quillisca, Chauqui, Villaoma, Poma Caqui, Yllescas y Calicuchima. Estuvo en Quito desta hecha mucho tiempo hasta que acabó de conquistar todas las tierras y provincias de Guancabillica, Maricabarica, Ruparupa, Cayan, Pasto y los Cañares, con otras que son agora de los adelantados Sebastián de Benalcázar y de Pasqual de Andagoya, con más las que están junto a la marina. Dexó todas estas tierras que conquistó por acá abaxo, en paz y en quietud, y por herencia a -279- su hijo Atagualpa, y le dio la borla y señal de los reyes desta tierra, nombrándole por Ynga y vniversal señor de todas las tierras y provincias que por allí avía ganado. Muerta la Reyna de Quito, el Ynga se bolvió a la cibdad del Cuzco, cabeza de su ymperio, con gran triumpho y reputación, y los principales yndios de su corte lo llevaron en hombros en vna litera muy rica de oro y de esmeraldas muy finas que estavan encaradas en el oro y en la madera de las andas. Cuando entró en la cibdad le salió a rescebir vna legua de allí Guáscar Ynga, su hijo, con todos los yngas, curacas y principales yndios, porque éste avía quedado por Governador della, en donde bivió lo más del tiempo de su vida y acabó de hazer la fortaleza del Cuzco que sus passados avían comenzado. En el entretanto que este Ynga Atagualpa estuvo en sossiego engrandesció mucho más los templos del Sol, especialmente el templo del Cuzco, en donde hizo vn vergel de muchas y diversas plantas y de arboledas y de yervas que todo era de oro fino y plata, que parescían verdaderas plantas y cosas nascidas

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en la misma tierra del vergel. Assimismo avía en este vergel muchos pedazos de oro que parescían propiamente trozos y rajas de leña seca para quemar, y avía carneros, venados, patos, animales salvajes y domésticos de diversos géneros, todo al propio y sacado al natural, hechos de vaziadizo de oro fino con sus esmaltes. Las cañas de los mahizales y las hojas y mazorcas que estavan a manera de sembrados, era de otro y plata, con otras muchas cosas que avía de oro, y uvo pieza de oro en el dicho vergel que pesó vn quintal. Avía fuentes de agua con sus cañas y canales que el agua caya en vn lago donde avía muchos pescados, y aves en los árboles de toda ralea, y hombres que socavan agua del lago con cántaros, todo lo qual era de oro vaziadizo, porque estos yndios del Perú eran muy buenos plateros y grandes lapidarios, que fue tenido este lago o estanque (por) vna de las grandezas y maravillosas cosas del mundo. El Sol que estos yndios adoravan estava fixado en vna tabla y la tabla estava encarada en vna pared de vna cámara de las ocho cámaras que dicho tenemos; estava enfrente de vna puerta que era alta, la figura del -280- qual tenía el rostro del hombre, con sus rayos, como lo pintan los nuestros el día de oy, y estava tan bruñido y de tal manera puesto que en saliendo el sol verdadero lava los rayos en el fingido, que echava de sí gran resplandor. Como los yndios vían esto tenían entendido que era de suyo propio, y cada mañana que hazía buen sol yvan a le hazer la devida reverencia y adorarle postrados por el suelo, y al entrar por la puerta, aunque pocas vezes entravan, se descalzavan y se lavavan los pies, y allí le offrescían mucha coca, que es planta muy presciada, y otras cosas olorosas. Especialmente los sacerdotes que yvan allí a guayar y a hazer muchas supersticiones ante este dios Sol, el qual era tan grande como vna buena rodela y de canto y gordor de vn dedo, como ciertos españoles dixeron que lo vieron y tentaron, que estava todo llano sin relieve ninguno. Por estas cosas que Guayna Cappa mandava hazer y por los grandes dones muy ricos que offrescía al dios Sol y a los demás templos, y por la mucha cantidad y suma de oro que tenía, fue llamado Guayna Cappa, que quiere decir «mancebo rico»; mas al fin vino a morir de edad de sesenta y cinco años, aviendo governado la tierra quarenta años. Su entierro fue con mucha y grandíssima pampa y magestad en el templo del dios Sol su padre, y por mandado de Guáscar Ynga, que quedó por heredero de todo lo que40 por acá arriba se contenía, los sacerdotes lo deificaron y lo contaron por dios poniéndolo entre sus falsos dioses y se le hizo templo de por sí y se le pussieron en él nuevos sacerdotes. Todas las cosas que Topa Ynga y Guayna Cappa su hijo hizieron y hordenaron en esta tierra para el culto de sus falsos dioses, muchos de los antiguos dizen que ya estavan hechas y hordenadas muchos días avía y que Pachacoti Capac Ynga Yupangue las hizo y hordenó. Mas empero los dos Yngas que reynaron después dél las perfficionaron mucho más, añadiendo leyes sobre leyes con muchas supersticiones péssimas y terribles de gran terror y espanto, y mandó que todas y cada vna dellas -281- se cumpliessen como en ellas se contenía, so pena de muerte y de sacrílegos y traydores a los dioses y a los Yngas, y assí se guardaron.

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Capítulo LI En donde se cuentan y relatan las diferencias y debates que los hermanos Yngas Guáscar y Atagualpa tuvieron sobre la sucessión y herencia del reyno de Quito, hasta que llegó el marqués don Francisco Pizarro con los suyos a estas provincias Después de muerto Guayna Cappa Ynga, como he dicho, suscedió en el ymperio su hijo Guáscar Ynga, que quiere decir «soga de oro», que su padre antes que muriesse le avía dado la ynsignia real y borla y le avía alzado por Rey con mucha solennidad, y aviendo siete años que era muerto Guayna Cappa comenzó a tener grandes competencias y debates con su hermano Atagualpa Ynga que ya era Rey de la cibdad de Quito. La causa y razón que uvo (para) estos debates y grandes renzillas en donde uvo muchos rencuentros, fue sobre la herencia y propiedad de aquellas provincias del reyno de Quito que Atagualpa como propietario y verdadero señor posseyera en paz y con quietud. El Guáscar dezía que el reyno de Quito y todo lo demás de aquellas provincias que se contenían allá abaxo eran suyas y le pertenescían de derecho, lo vno por las aver conquistado su padre y metídolas debaxo el ymperio del Cuzco, encorporándolo todo en vno como lo avían hecho los Yngas sus antepassados. Y lo otro, le competía la herencia de todo por ser, como era, hermano mayor y vniversal señor de todas las tierras del Perú, y que Guayna Cappa Ynga no las -282- pudo desmembrar ni dividir por ser en perjuicio de tercero. Y que por tanto le rogava mucho le restituyesse el reyno de Quito en paz, pues eran hermanos, y que él le daría tierras muy buenas, en que biviesse muy a su plazer y contento con muchos vasallos, y no consintiesse que por estas cosas uviesse entre ellos algunos debates y renzillas. A esto respondió el Atagualpa diziendo que dado casso que Guayna Cappa era su padre y uviesse conquistado el reyno de Quito, que también era su padre, y que no hazía al casso ser él el mayor hermano, porque Guayna Cappa, padre de entrambos, antes que muriesse le avía dexado en vida por herencia el reyno y todas las provincias de Quito, que como señor vniversal que no tenía a quien dar cuenta lo pudo hazer de derecho. No obstante esto, que si él posseya el reyno de Quito lo avía heredado de la Reyna su madre, que derechamente era suyo y avía sido señora de todo ello y como verdadera propietaria se le avía dexado a la hora de su muerte como a legítimo hijo, y no natural, como él lo era; y que si renzillas y debates quisiesse tener con él, que no le huyría la cara, antes lo yría a buscar al Cuzco. De manera que entre los dos hermanos se comenzó de aver grandes réplicas y razones sobre la herencia, que no las quissieron poner en manos de los sacerdotes ni de otros yndios muy principales y parientes suyos que entendían bien la cosa, para los componer, y assí se pusso todo en armas y quien más pudiesse se llevase el reyno de Quito. Luego se comenzó con esto a encender vna brava y mortal guerra, porque no abastaron las razones y alegaciones que uvo entre los dos, antes dende41 algunos días el Guáscar Ynga embió dos capitanes muy famosos y parientes suyos con mucha gente contra su hermano. Quando el Atagualpa Ynga lo supo les salió al encuentro con mucha gente

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armada y topándose los vnos y los otros en los llanos de Tomebamba uvieron allí vna muy reñida y sanguinolenta batalla, en donde, según dizen, murieron más de veinte mil yndios de vna parte a otra. En esta batalla -283- fue preso Atagualpa Ynga que vino en persona a ella, y lo metieron en vna cámara poniéndole mucha gente de guarda para lo llevar o embiar al Ynga su hermano, y como los suyos se vieran sin el Rey, ni avía quien lo rigiesse, se fueron huyendo a muchas y diversas partes. Venida que fue la noche se huyó de la prisión en que estaba por vn agujero que hizo en la pared, que era de tapias, con vna barreta de plata que le dio vna vieja que le sirvía, y se fue a su reyno de Quito por caminos escondidos y no sabidos de todos, a pie y descalzo y con gran trabaxo. Los capitanes de Guáscar, queriendo otro día de mañana embiar al Atagualpa a su hermano y entrando en la casa, no le hallaron, porque la vieja les dixo que el dios Sol, su padre, lo avía sacado de donde estaba, y ellos quedaron pasmados, y assí se bolvieron al Cuzco, que no se atrevieron yr a Quito. Quando el Atagualpa Ynga llegó a Quito fue de los suyos muy bien rescebido porque ya le tenían llorado por muerto, y ellos, como buenos soldados y vasallos, querían vengar su muerte e yr en busca de los enemigos, creyendo que todavía estavan en el pueblo de Tomebamba y que de allí no se avían ydo al Cuzco. El Ynga les agradesció mucho lo que querían hazer y él les dio a entender que el dios su padre le avía librado y sacado por vn agujero pequeño en figura de culebra, y que le avía dicho que hiziesse y diesse mucha guerra a su hermano y fuesse luego contra él, porque él lo vencería y después sería Ynga y señor de toda la tierra. Pues dende algunos días el Ynga Atagualpa ajuntó cinquenta mil yndios de guerra y pússose en camino para la ciudad del Cuzco con propósito de prender y matar a su hermano Guáscar Ynga y a todos sus capitanes y tomalles el ymperio a fuerza de armas, como el dios Sol su padre se lo avía dicho en la prisión que avía tenido. Y llegando al pueblo de Tomebamba mandó a la gente de guerra que destruyessen el pueblo y matassen a todos quantos avía en él, no perdonando al chico ni al grande, porque los yndios de allí estavan a devoción del Guáscar Ynga y porque avía sido allí vencido y preso, lo qual se hizo prestamente como si los desdichados tuvieran alguna culpa. De aquí passó adelante -284- conquistando todos los pueblos que estavan por el Ynga su hermano, hasta que allegó al pueblo de Caxamalca, que se le dio de paz, y por ser el pueblo muy fértil y de muchos bastimentos assentó en él con todo su campo, y porque estava allí un templo muy sumptuosso y principal, de los tres que avía en toda la tierra. Desde aquí embió este Ynga contra su hermano quatro capitanes muy famosos, llamados Yllescas, Villaoma, Quizquiz y Calicuchima, con quarenta mil hombres de guerra, y dexó para la guarda de su persona diez mil soldados de los más principales y animosos que tenía en su campo. Yendo estos quatro capitanes para el Cuzco encontraron en el camino con el dicho Guáscar, el qual se avía apartado fuera del camino real, que venía cazando con algunos capitanes y soldados, que la42 demás gente yba por el camino real, al qual prendieron y los demás que venían con él, porque venían bien descuydados deste mal suceso. Después de preso vinieron los capitanes a soltalle, mas no pudieron porque lo tenían muy cercado los capitanes y soldados con protestación que si los otros arremetiessen lo matarían luego, y assí lo dexaron y se fueron al Cuzco y a otras partes sin hazer muestra de querer

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libertar a su señor y Rey natural. Los prendedores, como vencedores fueron tras los que se yvan huyendo y passaron adelante a toda furia, los quales yvan conquistando todos los pueblos que estavan a devoción del Guáscar Ynga hasta que llegaron a la ciudad del Cuzco, la qual tomaron a fuerza de armas y se quedaron en ella apoderados en nombre de su señor. Estando los quatro capitanes en esta ciudad mataron con gran crueldad muchos yndios principales, muchachos y niños de teta, y buscaron todos los hijos y parientes más cercanos que el Guáscar allí tenía, a los quales mataron y ahorcaron cruelmente con las mugeres que dixeron estar preñadas dél. Vna muger del Ynga, llamada Mama Barcay, cuando sintió estas aceleradas y crueles muertes pusso gran diligencia en escaparse con vna hija muy hermosa que tenía del Guáscar, -285- llamada Mama Coya Cuxi Barcay, y se fue a esconder a los valles de los Andes, que son unas sierras muy ásperas y fragosas y de mucha nieve. Hechas estas cosas con otras muchas y aviendo puesto todo aquel ymperio debaxo del dominio y mando del Atagualpa Ynga, se bolvieron los tres capitanes hazia el pueblo de Caxamalca, donde estava el otro Ynga, llevando preso y en buena guarda al Ynga Guáscar. El quarto capitán se quedó en la ciudad en guarda della con diez mill yndios de guerra, valientes hombres, de manera que tardaron estos quatro capitanes en yr al Cuzco y en venir de allá y en las guerras que en aquellas provincias tuvieron, más de seis meses. En este medio tiempo que turavan estas guerras civiles entre los dos hermanos tan riquíssimos señores, entró en la tierra el marqués don Francisco Pizarro con los demás conquistadores y prendieron al Atagualpa Ynga en el pueblo de Caxamalca y le desbarataron con toda la gente que tenía en la batalla que le dieron, como adelante diremos. Parésceme que será muy bien que digamos quién fue aquel afortunado hombre que ganó estas riquíssimas provincias del Perú, porque aviendo adquirido tanta reputación y ganado tanta honrra, no será razón que le quitemos su gloria y alabanza, sino que salgan a luz. Y es bien que se tenga noticia de las victorias que alcanzó en esta tierra, que será vna leyenda bien apacible para los lectores, aunque salgamos vn poco fuera de nuestro camino que después tornaremos a él, pues que es toda vna misma obra, que va encadenada43 de vn eslabón en otro. -286- Capítulo LVI De como estos yndios del Perú tuvieron dos dioses muy nombrados, y de las grandes supersticiones que los Yngas tenían hablando con el demonio, y de los templos que avía en estas provincias, y de los ritos y cerimonias que ussavan en sus sacrifficios En toda esta tierra, tamaña como es, que los Yngas señores avían, y todos los yndios que en ella habitavan, adoravan dos dioses, que el vno se dezía Cons y el otro Pachacama, como a dioses principales, y por accesores tenían al Sol y a la Luna (diciendo) que eran marido y muger y que éstos

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eran multiplicadores de toda la tierra; bien es verdad que Cons y Pachacama hazían estas operaciones, mas que no los vían, y a estos dos sí, cada día y cada noche. Y assí quando el sol se eclipsava lloravan todos y gritavan guayando como judíos, y luego le offrescían mucha sangre de niños, creyendo que por el eclipse les avía de venir algún mal y daño, diziendo que el sol estava enojado contra ellos y que no quería darles más de su luz y resplandor. Quando la luna se eclipsava, también lloravan y gritavan con muestras muy grandes de tristeza, y hazían muchas hogueras de fuego en donde quiera que se hallavan y allí echavan mucha sal y cocal, que es la yerva preciada y hazíanlo a manera de sacrificio, diziéndole que no estuviesse enojada, que ellos la sirvirían muy bien y a su marido el dios Sol. Assimismo tenían estos yndios por diosa a la tierra, y quando juravan, la tocavan con los quatro dedos de la mano derecha, y luego alzavan la mano44 en alto al sol, o a la luna, diziendo: jullol annan pacha ynde, o anan pacha quilla; y assí dezían lo que querían proponer en su dicho; Pacha llaman al Sol, hazedor de todas las cosas; ynde es el sol; quilla es la luna; anna es cosa alta; de manera que quiere decir: Juramento hago al sol, o al -287- hazedor de la gran tierra y de la luna, que passa esto y esto. Los yndios de la provincia de Manta, que es el Puerto Viejo, tuvieron por diosa a vna esmeralda de grandor de vn huevo de ánsar, la qual los españoles llamaron la huérfana, porque no avía otra piedra como ella en toda la tierra. El capitán Juan de Olmos, encomendero del pueblo de Manta, hizo mucho por averla y dio bravos tormentos a los yndios para que se la diesen, y nunca jamás la quissieron dar, porque dixeron que si la davan y la tocavan los xpianos, que luego se hundiría toda la tierra y que morirían todos, y que assí lo avía dicho el dios Sol, y a esta causa no la davan, antes se dexavan matar. Dizen los yndios muy antigos, que lo oyeron dezir de sus antepassados y lo dexaron por memoria, que a cabo de muchos años y tiempo se avían de morir el sol y la luna y las estrellas, y que en perdiéndose estas lumbreras se avía de acabar luego todo el mundo, mas que primero y ante todas cosas precedería grandíssima seca. Los templos que avía en estas partes de sus falsos dioses eran muy grandes y sumptuosos y bien ricos, porque todo el servicio de estos ydolos era de oro fino, porque dezían que aquello no pertenescía a los hombres terrenales, sino al Ynga, como supremo señor, y a los dioses del alto cielo. Ofrescían también al sol y a la luna muchas frutas, pan, vino de la tierra45, que se haze de mahíz mascado y de vna yerba que llaman quinua, que paresce mucho al bledo, y de vna fruta colorada, tamaña como garbanzos, que son como razimos de uvas, que hecha vn árbol alto y grande y bien gordo, llamado molli. Los ydolos que avía en estos templos eran de oro y de plata, de madera, de masa de mahíz y de barro, y avía tantos dioses como de oficios; no quiero dezir de nombres, porque cada vno adorava lo que se le antojava. De manera que avía muchos ydolos particulares, como los dioses Penates, mas los principales ydolos eran Pachacama, el Sol y la Luna, que estavan hechos de oro vaciadizo, ecepto la Tierra, que estava hecha de -288- barro. Dentro destos templos avía muchas figuras pintadas, con báculos en las manos y mitras en las cabezas, como obispos; dizen los yndios que lo oyeron dezir de sus mayores, y aquellos de sus antepassados, que ciertos hombres como aquellas figuras avían venido de tierras estrañas y avían señoreado toda esta tierra mucho

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antes que los Yngas viniessen. Y que después se subieron al cielo, aviéndoles primero enseñado buena doctrina y policía, y que esta doctrina se perdió con la diuturnidad del tiempo, y que a esta causa los tenían y reverenciavan por dioses; y assí los tenían en sus memorias y cantares que comenzava(n), naupa, que quiere dezir en el tiempo antiguo y passado. El gran sacerdote de los ydolos le llamaban Villahoma, al qual todos los sacerdotes y legos le acatavan grandemente, y todos ellos se vestían de blanco y andavan muy poco entre las gentes; no se casavan y ayunavan dos vezes en el año, especialmente quanda avían de sembrar o segar, o coger oro, o hazer guerra, o hablar con el demonio, y algunos dellos se quebravan los ojos para hablar con él. Usavan los sacerdotes mayores y menores de traer sandalias muy ricas, y es la sandalia propiamente aquel calzado que vemos en las pinturas antiguas, que no tienen más de vna suela, y por encima del pie, por el empeyne, se prendían con cordones delicados. Entravan generalmente todos los yndios en los templos, descalzos, y de bruzas, haziendo la devida mocha, que es la reverencia que se hazía a sus dioses y a los Yngas, y hablavan a los ydolos en lenguaje que ellos mismos no entendían, diziendo en boz alta y baxa vna plática muy larga y escora, que comenzaba prorrupe, etc. A los dioses que tenían no los tocavan con las manos sino con unas touajas muy blancas, y enterravan muchas vezes dentro de los templos las ofrendas que los yndios davan, assí de oro y plata como de otras cosas muy estimadas entre ellos. Sacrifficavan hombres y mugeres, niños y muchachos, animales bravos y mansos, como lo hazían los antiguos romanos, y muchas vezes sacrificavan a sus propios hijos, y esto hazían quando avía grandes terremotos, y pestilencias o señales espantosas en el cielo o en la tierra. Miravan y catavan -289- los corazones de los hombres y animales que sacrificavan, porque eran muy grandes agoreros y supersticioneros; gritavan reziamente quando llamavan a sus ydolos, a los quales vntavan las bocas, las ojos y las narizes con sangre humana porque los dioses les diessen fabor contra sus enemigos quando fuessen a la guerra. Los yndios de las provincias del Collao tuvieron vna mala costumbre del demonio, y hasta en nuestros tiempos la usaron, y era que quando Viracocha Ynga, octavo Rey del Cuzco, mando a todos los curacas y principales yndios que en cada vn año hiziessen en su memoria ciertos sacrificios al dios Sol, su padre, porque rogassen al dios Pachacama le perdonasse los males que avía hecho en este mundo contra su deidad, les46 mandó que después de hechos estos sacrificios al Sol hiziessen otros a las furias ynfernales, con ciertas cerimonias muy crueles y horribles, porque no le llevassen al ynfierno; y al demonio llaman Zupay. Algunos años paresce que hizieron estos sacrifficios, mas con la diuturnidad del tiempo se olvidaron de lo hazer, mas después no faltava quien les truxesse a la memoria lo que eran obligados de hazer por el Ynga Viracocha. Por tanto, luego hazían gran llamamiento de todos los yndios (e) yndias, y la junta era en vn pueblo el más principal que avía, y allí todos juntos baylavan y cantavan tan sólo aquel día, con mucho plazer y alegría, rogando a los diosses tuviessen por bien de perdonar al Ynga Viracocha y llevallo al cielo. Y luego al otro día por la mañana hazían todos vna gran borrachera con muchos sacrifficios malos y horrendos, ynvocando al demonio porque no llevase al Ynga a su región tartárea, el qual dizen se les aparecía muy feroz y horrible y

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hablavan con él, y delante dél cantavan y baylavan, haziendo cosas péssimas y descomulgadas. Pedían perdón en esta borrachera al Ynga, en aver dexado por olvido los sacrifficios que tan encarecidamente les avía encomendado, y que no estuviesse enojado y que ellos pondrían de ay adelante por la obra los sacrifficios divinales -290- y los ynfernales. Para aver de embiar algún mensajero al Viracocha a que le fuesse a dezir al cielo, o por mejor al ynfierno, como ya ellos ponían por la obra lo que les dexó mandado, ofrecíanse luego dos o tres yndios borrachos, los que eran más entendidos entre ellos, de yr con la embaxada, y que le dirían muy humilldemente las causas y razones por que avían dexado (de) hazer su mandado. Viendo los yndios principales de como aquéllos querían yr, hechavan los ojos en el más fuerte y bien razonado, al qual hablavan con muchas caricias y dulces palabras diziéndole que fuesse en hora buena y los desculpasse con el Ynga y lo mejor que pudiesse, y de la manera que lo hazían yr era en esta forma. Quanto a lo primero, le hazían vestir muy ricamente vnas ropas muy blancas de algodón, y le ponían muchas axorcas, brazaletes, anillos, zarcillos, collares, calzado, y vna guirnalda en la cabeza, que todo era de oro fino, porque fuesse assí más honrrado como buen embaxador. Puestas estas cosas le hazían estar en pie, y quatro yndios de los más rezios que avía tomavan las cabos de vn morrillo de tres brazas en largo y de gordor de la pantorrilla, y poníanselo debaxo de la barba, muy apegado al gaznate, que él mismo se hechaba sobre él. Y venía luego vn yndio de grandes fuerzas, el qual traya vna buena cachiporra de enzina y cobre, para dalle tras el cogote, y antes de le dar le dezían todos el gran descanso que avía de tener en la otra vida, y de cómo avía de comer y bever espléndidamente con el Ynga, y de las mozas que avía de gozar, y que teniendo allá esta vida no ternía desseo de bolver más acá. Estándole diziendo estas cosas y otras, le davan con gran fuerza vn terrible golpe en la cabeza, que lo derribavan redondo en el suelo, y luego le segundavan con otro, que lo acabavan de matar, y assí yva a cenar con el demonio. Después, los yndios tomavan el cuerpo y lo llevavan al templo de sus ydolos, y assí vestido lo enterravan, y en la sepultura hechavan muchas joyas de oro y plata y mantas muy ricas, y ollas de plata llenas de vino de mahíz, y mucha comida, porque dezían que avía un gran despoblado en el camino, sin comida ni bevida. Destos yndios que assí enterravan vide sacar -291- la ossamenta de dos dellos en el Gran Callao, que estavan ricamente vestidos, aunque la ropa estava ya podrida, y la plata cassi gastada y abollada, y el oro muy fino, aunque en los cantos paresce que estava algo gastado. El vn yndio déstos sacó de la sepultura don Martín de Guzmán, en el pueblo de Chocuito, y el otro sacó Francisco de Villacastín, en el pueblo de Puño, y tomaron la riqueza que hallaron, dando primero los quintos y derechos a los oficiales que pertenescían al Rey. Cuentan los yndios muy viejos que agora ay, que lo oyeron de sus passados, que el primer dios que uvo en la tierra fue llamado Cons, el qual formó el cielo, sol, la luna, estrellas y la tierra, con todos los animales y lo demás que ay en ella, que fue tan solamente con el pensamiento y con su resuello, y que passando por estas tierras, que eran todas despobladas, hizo y crió todas las cosas que se veen y parescen en ellas, y que formó con su resuello todos los yndios y los animales terrestres y aves celestes y muchos árboles y plantas de

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diversas maneras. Y que después desto se fue a la mar y que anduvo a pie enjuto sobre ella, y sobre los ríos, y que crió todos los peces que ay, con sola su palabra, y que hizo otras cosas maravillosas, y que después se fue desta tierra y se subió al cielo. Dezían más estos yndios que dende a mucho tiempo y a muchos años y siglos vino a la tierra vn otro dios más poderoso que Cons, llamado Pachacama, que quiere dezir Hacedor del mundo o reformador, y que destruyó con fuego y agua todo lo hecho y criado por el dios Cons, y que los yndios que avía los convirtió en simios y monas y los embió a bivir a los Andes y a los valles que ay por allí. En estos valles ay tanta cantidad dellos que es cosa estraña, que los vnos parescen frayles dominicos, con los hábitos negros y las caras blancas, y los otros con hábitos pardos y las caras negras, que parescen frayles negros del señor Sant Francisco; son grandes de vn codo, poco más o menos, y son muy bravos. Y que después de destruydas estas tierras, dizen los yndios que el dios Pachacama, como47 más poderoso en todas -292- las cosas y por otra parte misericordioso, las tornó a reformar y a mundificar, y que crió de nuevo otros yndios y muchas yndias bien hermosas, quales las ay por aquí, assí en la serranía como en los llanos. A los vnos hizo poblar la serranía, que estava fresca por la aver regado la anundación del diluvio, y a los otros mandó poblar los llanos de la marina, en unos valles de mucha agua que viene de la sierra y haze muy linda frescura con la mucha arboleda que tiene. Salidos fuera destos valles, es la tierra toda de grandes arenales que a las vezes se mudan de vna parte a otra, que no ay en ellos tan sólo vn árbol, porque lo quemó todo el fuego, y que la ceniza se tornó después en arena, y que después de hechas estas cosas, con otras muchas, dizen que (Pachacama) se tornó al cielo. De manera que estos yndios tuvieron por mayores y prominentes en superlativo grado a estos dos dioses Cons y Pachacama, porque fueron más poderosos que el Sol, ni la luna, ni la tierra; mas que idos estos dioses quedaron estos tres por dioses, pues los veen cada día, porque acrecientan, multiplican y clarifican lo que los otros hizieron y formaron. Esto me paresce que basta dezir en quanto a lo que toca a las supersticiones tan péssimas y tan malas que vsavan estos yndios en aquel tiempo tan feroz y de tanta ceguera en que el demonio los tenía engañados en muchas y diversas cosas de gran maldad y abominación de la sobervia. Mas, en fin, al fin todo uvo fin con la venida de los xpianos, y si se uviesse de contar todo por entero lo que ay en estas partes se hiziera vn gran volumen dello, y no de las guerras que uvo en estas provincias y reynos del Perú; y dexando todo, trataremos agora del temple y calidad de la tierra. -293- Capítulo LVII En donde se cuentan las calidades y temples de las tierras y provincias destos reynos del Perú, y de la cordillera de vnas sierras que ay en estas partes, y de muchas cosas incógnitas y maravillosas que avía en todas ellas

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Los primeros y antiguos conquistadores que ganaron estas tierras del Perú las nombraron y llamaron, lo que ay desde el río Pirú hasta la governación del Chile, la Nueva Castilla, a differencia de la Nueva España, en donde se incluyen las cibdades, villas y lugares que agora de nuevo se han poblado por los españoles. Primeramente, los pueblos que ay junto a la marina son éstos: Sanctiago del Guayaquil, que está en tres grados. Puerto Viejo, que es en Manta, que por allí passa, o junto a él, la línea equinocial; Sant Miguel, en Piura, está en cinco grados. Truxillo, en Chimo, está en nueve grados; la cibdad de Los Reyes, en Lima, está en doze grados. La cibdad de Arequipa está en treze grados y medio. Cassi todos estos lugares están apartados a dos o tres leguas de la marina, y quando mucho están a ocho leguas, en donde biven muchos españoles muy ricos y hazendados con muchas grangerías, que están tan arraygados, como si uvieron nascido en la tierra. Los pueblos que se contienen en la serranía, como es dezir la tierra adentro, son los siguientes: la villa de San Francisco, en Quito, está en dos grados; la villa de la Zarza, está en ocho grados; la villa de los Bracamoros, está en diez grados; la cibdad de León en Guanuco, está en onze grados. Y passando más adelante digo que Sant Juan de la Frontera, en Guamanga, está en treze grados. La cibdad de Toledo, en el Cuzco, está en quinze grados. La cibdad de Nuestra Señora de la Paz, en Chuquiabo, está en diez y nueve grados. La villa de la Plata, en las Charcas, está en veinte grados. Pues todas estas tierras y provincias se dividen en tres cordilleras o caminos, que son: los llanos, que están por la costa de la mar, y la serranía que -294- llaman menor, y los Andes, que son vnas sierras bien ásperas y confragosas y de muy grandes pizarrales, y como son altíssimas, están cassi todo el año muy blancas de la nieve que tienen sobre sí. Y porque mejor se entienda todo esto será bien dezir lo que se contiene en cada cordillera, y será la primera la serranía menor, porque es habitable, y después diremos de las otras cordilleras y lo que en cada vna de ellas ay. Quanto a lo primero, es de saber que la serranía menor es vna cordillera de sierras y montes que en algunas partes son muy altas, y en otras por la mayor parte son llanas y de buen andar, y corren estas sierras más de tres mill leguas, como abaxo diremos. Según los pilotos y mareantes lo dizen, que lo han cartaboneado y andado por mar y por tierra, todas estas sierras no se apartan de la mar del Sur, quando mucho, veinte leguas; por aquí llueve mucho en sus tiempos y son los temporales como en España, y en otras partes desta serranía nieva mucho en sus tiempos, como es en Pariacaca y en otras partes, y por eso haze muy grandíssimos fríos, que se admarean los hombres que passan por aquí, o se mueren de frío si no ay quien los socorra. Los yndios que biven entre este frío y la calor que procede de los llanos están en templada tierra, mas empero son por la mayor parte ciegos; o tueros de nuve, y assí por maravilla verán, quando se juntan dos o tres yndios desta serranía, que no hay entre ellos vn ojo bueno, y dizen que lo causa cierta constelación o estrella que predomina por aquí. Andan los yndios desta serranía rebozados, a dos fines; lo vno, por no cegar el que no está ciego, y lo otro, porque no les vean vnos rabillos de carne que tienen en el colodrillo, que lo tienen por afrenta si se los veen el

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que no los tiene. Por ser tan fría esta serranía no tienen ningún género de árboles, sino en mucha cantidad de céspedes y matorrales pequeños, y zumuzos, que quando se queman huele vn poco a encienso de Castilla. Ay vna cierta mohosidad que se cría encima de las peñas, que paresce vna poca de tierra, de la qual se haze muy excelente fuego quando está bien seco, que arde muy gentilmente como si fuera de carbón de enzina o de roble. Por aquí ay dos -295- géneros de pacos, que propiamente son carneros y ovejas desta tierra; la lana dellos es muy grosera; sirve de hazer mantas groseras y frezadas, y para colchones y paños de corte de los baladís que agora se hazen por acá. Y la otra lana es muy fina, de la qual se hazen las mantas y los vestidos muy ricos para los grandes señores, y desta lana muy fina se hazía la borla que trayan los Yngas por ynsignia real, que otra persona de qualquier estado y condisción que fuera no la podía traer en la frente, so pena que yncurría en crimen «lessa majestatis», y agora la traen los curacas después que los Yngas murieron. Otro sí, ay otros géneros de carneros, que a los vnos llaman guanacos, que son como venados berrendos y corren muchíssimo y andan por los despoblados a grandes manadas. El otro género llaman urcos, que son los carneros que se comen, y se traen a las cibdades a vender cantidad dellos y se pesan en las carnecerías para todos, y es muy buena carne y sabrosa de comer, que son estos carneros tamaños como asnos sardescos y son muy gordos. El otro género se dizen llamas; son muy grandes, los quales cargan como a cavallos o mulas que andan en las recuas, y ay grandíssimos rebaños dellos, que los yndios los crían, y son ellos muy mansos y comen gentilmente mahíz y andan enxaquimados como bestias asnales o mulares. De todos estos cinco géneros de carneros son48 muy buenos de comer, y el sebo dellos paresce manteca de puerco más que sebo de carnero, porque no empalaga, que con ello se guisa de comer y con ello se hazen pasteles y buñuelos y otros manjares de buen comer. Estos carneros y toda su generosidad no tienen hiel, como las palomas, o como los elephantes, según que Aristótiles lo refiere en su libro catorce De animalibus, y Pedro Mexía, coronista de Su Majestad, dice en sus Coloquios que el asno no tiene hiel y que por eso es muy manso y rezio, que sufre mucho la carga que le hechan. La manera de como se cazan los carneros bravos y silvestres que andan por los campos y despoblados, es en esta forma: -296- ajúntanse muchos yndios de todos los pueblos comarcanos y traen vnas cuerdas o lazos, de largor de braza y media y de gordor del dedo miñique, hechas de nervios de animales y de pita. A los cabos destas cuerdas tienen vnas pelotillas de oro, o de plata, o de cobre, muy bien encaxadas en ellas, que les hazen vnos agujeros por medio, y tomando del vn cabo de la pelota, rodeando la otra por encima de la cabeza, hondeando al tiempo que la quieren tirar, y como son muchos los yndios, van a los dichos montes y despoblados dando grandes bozes y alaridos que espantan a los carneros. Y como van puestos en paradas, cada vno por su parte, se van ajuntando poco a poco a vn cabo donde ay algún llano desembarazado; allí los yndios, desque veen junto el ganado desembrazan las cuerdas y las tiran reziamente y enlazan los carneros por los pescuezos, que los tienen muy largos, como cigüeñas, y queriendo huyr no pueden, porque están assidos de las cuerdas dos o tres dellos. Y desta manera los toman y cazan y luego los atan con otras cuerdas o jaquimas que traen de respecto, y los yndios les escupen en los ojos, porque si esto no

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hazen, ellos escupen a los yndios con lo que tienen en el buche, y assí los llevan a sus casas, y los amansan como cavallos para cargallos. También ay por aquí muchos leones pardos, tigres, osos, lobos, puercos monteses, adives muy grandes, liebres, conejos, zorras tan grandes como adives, venados pardos y berrendos, con otra ynfinidad de animales. Ay en esta cordillera, en diversas partes, vnos valles hondos, en donde haze grandíssima calor, como en la marina, que también se cría aquí la coca, con que tratan y contratan los españoles y los yndios con ella, que es la moneda que corre por estas partes, como los almendrones o cacao en la Nueva España. Ay en estas partes vna yerva que paresce propiamente al apio, que tiene la flor amarilla, que sana toda llaga podrida, y si se pone en parte sana come la carne hasta el hueso, de que se haze vno llaga muy grande. De manera que esta yerva es buena para lo malo y malíssima para lo que está sano, y aun dizen muchos que esta yerva es muy buena para sanar las almorranas quando están de fuera. Los yndios -297- desta serranía por el gran frío que haze a sus tiempos vsan todos de vnas ropas de lana y algodón, con unas camisetas sin mangas que les llega(n) hasta las rodillas, a manera de costales, y no traen calzones, y cobíjanse con vnas mantas sin atallas, sino que hechan la vna punta al lado izquierdo, como capa. Y traen en las cabezas vnas hondas ceñidas y largas, y son de grandes fuerzas y bien fornidos, y todos biven en buena policía y en razón, que no es poco entre yndios. Las mugeres destos yndios andan galanamente vestidas a su vsanza con ropas de algodón o de lana fina, hasta los pies, las quales se ciñen con unas fajas de tres dedos de ancho y de diez varas en largo. Traen vnas cubijas que se ponen sobre los hombros, que llaman líquidas, que les da hasta las corbas, y las traen prendidas en los pechos con unos alfileres de aro o de plata o de cobre, que llaman «topo», en esta figura <. Estos vestidos vsan en toda esta serranía, y son ellas, por la mayor parte, grandes trabajadoras, y ayudan mucho a sus maridos en sus labranzas y en las guerras quando peleavan. En algunos pueblos destos tenían de costumbre las mugeres labrar los campos, heredades y mahizales que tenían, y cargarse, y ellos se quedavan en sus casas texiendo, hilando y haziendo de comer para sus mugeres para quando viniessen de trabajar y de fuera. Las casas que tienen son de adobes y de piedra, y algunas dellas son de azotea, y en algunas partes las cubren galanamente con mucha paja que terná de gordor de vna braza, que tura más de cinquenta años, a lo que dizen los yndios. Estas sierras tan nombradas, según se afirma por muchos mareantes, dizen que comienzan desde la Nueva Galicia de la Nueva España, hasta dar en Guatimala, y allí se tuercen y van a dar a Panamá y al Nombre de Dios, atravesando por en medio destos dos pueblos marítimos, en donde se haze vna abra por donde passan de vn lugar a otro. Passan aún más adelante estas sierras y atraviessan por las tierras de la governación de Pasqual de Andagoya y por la Gorgona y por las Barbacoas, y corren por el adelantamiento de Sebastián de Benalcázar y atraviesan por los reynos del Perú, que van a dar a la governación de Chile, -298- y de allí van a dar hasta el estrecho de Magallanes. De manera que tura su correndilla por muchas provincias y regiones, que es cosa de considerar que serán más de tres mil y doscientas leguas, que la mayor parte dellas están pobladas de yndios ferozes y de guerra que, plaziendo a Dios, yrán los xpianos a visitallos.

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Capítulo LVIII En donde se da noticia de los muy grandes ríos que salen destas provincias y regiones del Perú, que van a dar a la mar del Norte, y cuenta quiénes fueron los que descubrieron por aquellas partes, y de la yerva escorzonela que ay Destas sierras arriba contadas y de las sierras de los Andes, como abaxo diremos, nascen los muy nombrados y poderosos ríos que van a parar a la mar del Norte, que son el río del Darien, el río de Veragua, el río de Cartagena, que descubrió el capitán Alonso de Hojeda, que está en diez grados de la línea equinocial. Más adelante está vn río muy grande, y luego el de Sancta Martha, que descubrió Rodrigo de la Bastida, en el año de mill y quinientos y veinte y quatro años, que está en onze grados de la línea equinocial. Yendo más adelante está otro río muy grande y poderoso que está hazia el poniente, y por aqueste subió el licenciado Xpóbal Ximénez, y después de aver atravesado por las tierras y señorío del gran curaca Bogotá, que era vn yndio muy avisado, passó adelante con los suyos hasta que llegó al cerro de las Esmeraldas, que es vn cerro alto, raso y pelado. El curaca y señor deste cerro se llamava Somodoco, el qual, haziendo pazes con los xpianos se fue de buena gana con -299- ellos al dicho cerro y comenzando a cavar en la mina sacaron más de mill y ochocientas esmeraldas grandes y chicas, y muy finas y enteras. Éstas son las que se vieron y se contaron, mas empero uvo muchas hurtadas y avn tragadas por los soldados y escondidas por los yndios de servicio, porque no se las tomasse el capitán Ximénez, que fue esta riqueza vna de las admirables grandezas que a avido en el mundo hasta este tiempo. En esta tierra de Sancta Martha ay vna yerva muy ponzoñoza y pestilincial que llaman la manzanilla, y con el zumo della vntan los yndios las flechas quando van a pelear con sus enemigos, y por pequeña herida que haga la flecha en los hombres, y aun en los animales, los despacha con muerte rabiosa; y esta manzanilla es a manera de vna enzina grande. También se halla aquí la contrayerva, que a ley de creo, es la hipérbaton que halló Alexandro Magno, Rey de Macedonia, con la qual curó a su grande amigo y capitán Tholomeo, que en Cataluña, a lo que dizen, se llama escuerzonela, aunque otros la llaman rosa silvestre, y los latinos la llaman «cinorrodon». La traza y manera desta yerva, o planta, según la refiere el doctor Monardes, es muy linda y hermosa a la vista de todos los que la miran, y la naturaleza la pintó muy galana, como cosa que avía de aprovechar a todo el género humano. Es de altura de vn codo, poco más o menos; tiene la hoja a manera de achicoria cuando está muy adulta, algo más ancha que angosta; es trepada y gruesa, que se esparce y se estiende por el suelo, como se a visto. Assimismo es luenga y aguzada al cabo, y tiene vn nervio que se sigue desde su nascimiento hasta la punta, y su

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colores verde claro; hecha muchos tallos redondos, delgados, duros y lignosos, en lo alto dellos hecha unos capullos luengos, nerviosos y redondos, con vnas puntas como dientes, que tiran algo a los capullos de las clavellinas. En el mes de mayo salen destos capullos vnas flores muy apretadas, de muchas hojitas, las quales, abiertas del todo, se haze vna flor grande y redonda, y aquellas hojas se hazen como rayos del sol, o como tornasol, que es de muy linda y graciosa vista. En fin del mes de junio se le caen las hojas, y los capullos -300- se tornan redondos y hechan de sí muchas aristas muy en redondo, que parescen muy bien, y en el otoño, en los vasitos que quedan, está la simiente, y pasada la simiente se caen las hojas de la punta. La rayz de ella es a manera de zanahoria, carnosa y pesada; acaba en punta y vasse engrosando hazia las hojas, y tiene la corteza delgada, pegada a la misma raya, de color pardo o ceniciento, que tira a negro, algo áspero. Cortada o quebrada hecha de sí vna aguosidad pegajosa como leche; es toda blanca por de dentro y pingüe y dulce, y nasce por la mayor parte en lugares montuosos que tienen humidad, y su complissión es caliente y húmida en el primer grado, de manera que tiene otras muchas virtudes. Tornando a nuestra obra digo que nasce por aquí el río muy nombrado que llaman de la Plata, que atrás hize minción dél, con otros muchos y bien nombrados ríos que todos se ajuntan muy lexos de aquí y van a parar a la mar del Norte, como otras queda dicho. En este Río de la Plata sembró Sebastián Gaboto cinquenta y dos granos de trigo en el mes de setiembre, y cogió cinquenmill granos en trigo por el mes de diziembre. Assimismo nasce en estas partes el río muy nombrado que descubrió Vicente Yañes Pinzón en el año de mill y quinientos y quarenta y dos, llamándolo el Marañón, el qual nace junto a la cibdad de Quito, en el pueblo de Moyobamba, que dizen ser el mayor río que ay en entrambos mundos, y en él ay muchas yslas pobladas. El qual tiene su corriente cassi siempre por debaxo de (la) línea equinocial, como afirman muchos que lo an visto y andado, que corre más de mill y quinientas leguas, y assí dizen que tiene de boca en la entrada de la mar cinquenta leguas de ancho. Pero por las grandes bueltas que va dando por la tierra se ha de entender que no corre tantas leguas, que por camino derecho serán no más de sietecientas leguas, poco más o menos, que con todo es de grande admiración, si es assí como se cuenta49 y por esto le llaman algunos el mar dulce. Otros dizen -301- que éste es otro río que descubrió Francisco de Orellana, el nombre del qual se le puso en el año pasado50 de 1543 quando fue con Gonzalo Pizarro a la conquista de la Canela. Cresce la marea51 por aqueste río arriba más de cien leguas, y el52 desembocadero dél está en tres grados de la línea equinocial y entra el agua del río por la mar más de veinte leguas sin rebolverse con el agua salada. Quando Gonzalo Pizarro fue por tierra desde Quito a esta conquista, abaxando por él mucho, riberas de aqueste río, vido los secretos dél, el qual, yendo por sus jornadas contadas llegó a vn pueblo llamado Zumadoco; en esta provincia ay mucha canela, aunque no buena ni fuerte. El árbol es muy grande y tiene la hoja como de laurel y unos capullos como bellotas de alcornoque, y la corteza, hojas, tallos, rayzes y la fruta tienen el olor y sabor de canela, aunque no tiene tanta fuerza y virtud como la que se trae de España. Yendo Gonzalo Pizarro más adelante con doscientos y veinte hombres y con ciento y cinquenta cavallos y con quatro mill yndios amigos

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y tres mill ovejas y puercos, llegaron al pueblo de Quixos, en donde le salieron muchos yndios de guerra, y arremetiendo a ellos desaparecieron. Estando en este lugar tembló la tierra terriblemente y se hundieron más de sesenta casas y se abrió la tierra por muchas partes y uvo tantos truenos y relámpagos y rayos y cayó tanta agua que tuvieron rezelo de anegarse allí, y assí quedaron todos maravillados; los españoles passaron más aún adelante del dicho pueblo más de cinquenta leguas, siempre el río abaxo, (y) llegaron a vn terrible y espantoso salto que haze este poderoso río por vna canal hecha en peña biva, que terná más de cien estados de hondura, y (es) la canal que llaman Pongo, que quiere dezir puerta; es ancha de quarenta pies por donde se cuela el agua. Y el salto que haze el río hasta abaxo, al parescer de todos los que lo vieron, dizen que terná más de ciento -302- y cinquenta estados, que cierto es cosa maravillosa, que en todo el mundo no avrá otro tal salto de río como éste. Gonzalo Pizarro y los suyos passaron de la otra vanda deste río por vna puente de madera que hizieron sobre la espantosa canal, porque los yndios naturales les dixeron que de la otra parte del río era mexor tierra y que allá avía vn gran señor yndio muy rico que la mandava toda. Por tanto, creyendo los españoles todo esto, passaron la canal llevando todos ellos los oydos atapados con trapos, o con algodón, por no ensordecer del ruydo muy grande que haze el agua al tiempo que cae abaxo en el plan del agua. Este grandíssimo ruydo oyeron antes que a él llegassen, más de treynta leguas, y tuvieron entendido siempre que era la resaca y tumbo que hazía la mar en la costa, y que estavan muy cerca della y nunca acabavan de llegar a ella. Pues caminando estos hombres vieron que los yndios les avían mentido, porque la tierra fue peor, que era más poblada y montuosa, porque no vieron al gran señor que les dixeron, sino muchos yndios muy pobres, sin hallar ninguna de la riqueza que buscavan, ni en donde pudiezen hazer alguna habitación para en ella descansar o tener de comer. Pues andando desta suerte les faltó la comida, que no la hallavan en las partes por do passavan, por lo qual, vista la gran necesidad que llevavan, se dieron a pescar en el río para suplir la hambre que tenían, y assí tomaron muchos pescados de diversas maneras, con que se mantuvieron muchos días. Aquí se halló vn pece ancho y ternilloso que llaman tramielga, y este género de pescado es liso y sin escamas, y tiene estraña propiedad, que se esconde entre la arena y desde allí entorpece y pasma a los demás peces que por allí passan, y assí los caza y se los come. La ponzoña del qual es muy grande, que hasiendo o picando en el anzuelo o cebo que tiene, passa por el zedal y va por la caña, hasta dar en el brazo, que los entumece de tal manera que queda el hombro sin sentido y pasmado. Desta manera aconteció con muchos destos soldados con aqueste pescado, mas después sanavan luego y ninguno murió dello, mas con todo esto no dexaron de pescar, por la mucha hambre que tenían, y -303- quando sacavan de la tramielga se la comían, que dizen que no les hazía ningún mal. Y con esto caminaron muchas más leguas adelante, descubriendo muchas tierras, en donde hallaron en este paraje algunas poblazones, aunque la gente desnuda, y sin hallar ninguna de la riqueza que buscavan. Por lo qual ivan los soldados muy desesperados y estuvieron muchas vezes a canto de matar a Gonzalo Pizarro porque los llevaba a morir por tierras pobres y no sabidas, sin hallar qué comer, ni mantas de algodón para hazer camisas y

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de vestir. Como los yndios que llevavan de servicio, juntamente los cavallos, como avían andado tantas leguas cargados del fardaje de los soldados, y como avían sido muy trabajados los unos y los otros, murieron muchos dellos en el camino, por lo cual hizieron una barca bien grande en aquel río, metieron en ella todo el fardaje que tenían y dieron el cargo de la barca al capitán Francisco de Orellana, con sesenta hombres que yvan enfermos, que ya no podían caminar de puro cansados y despeados y bien acallenturados; fueles mandado que llevasen la barca poco a poco riberas del río abaxo, y que cada noche parasse junto al real para tomar lo que uviessen menester los soldados, y assí se hazía, que atavan la barca a vn árbol grande con vnas cuerdas muy rezias que hizieron de los lazos y reatas que llevavan. Caminando más adelante toparon vn otro río muy grande mayor que el primero, en donde su tuvo gran dificultad en lo passar, y como no, lo passaron, dieron todos la buelta con mucho plazer y alegría, aunque con gran pessar de no aver hallado otro pueblo de Caxamalca y vn otro Atagualpa. El capitán Francisco de Orellana, como yva en la barca, llegó a la junta destos dos ríos tan poderosos, la qual passaron con grandíssimo peligro de las vidas por amor de la gran resaca que hazían estos dos ríos al tiempo que se ajuntavan el vno con el otro. Y quando Francisco de Orellana y los suyos yvan navegando por este río vieron en las riberas dél muchos yndios de guerra, y en vna parte dél vieron vna yndia varonil que peleava animosamente con arco y flechas y macana, por la qual el Orellana llamo al río, de las Amazonas. Como el Capitán llevava algunos bastimentos -304- y aviendo hecho otra barca bien grande en donde se metieron la mitad dellos, y sin tener lizencia de Gonzalo Pizarro, se fue a España con voluntad de los suyos que le avían de dar fabor y ayuda en su negocio. Y llegado a España pidió a Su Magestad la conducta y merced de la conquista de aquella tierra, atribuyendo a sí mismo los gastos y trabaxos y descubrimiento deste tan poderoso río, al qual llamó de su nombre, aunque otros dizen que lo nombró de las Amazonas. Su Magestad, teniendo entendido ser todo assí lo que Francisco de Orellana le avía ynformado y dicho juntamente con los suyos, le hizo la merced del Adelantamiento y Generalato de aquel río, con tantas leguas en circuyto de distrito y jurisdición, y estando haziendo la gente a costa del Rey y para yr a su conquista, le dio vna muy grande enfermedad de que murió en breves días. De manera que de doscientos y veinte soldados que Gonzalo Pizarro llevó a las tierras de la Canela no bolvieron ciento, y de los yndios de paz que avían llevado de carga y de servicio, cassi todos murieron, y también se les murieron muchos cavallos, de cansados, y dellos se comieron. Los pocos soldados que quedaron se bolvieron a la cibdad de Quito a pie como romeros, desnudos, descalzos y llagadas en las espaldas con mataduras como bestias, por traer acuestas sus comidas, que la ropa que tenían se la avía llevado Francisco de Orellana, y della se les avía podrido y hecho pedazos. De manera que todos estos tristes soldados llegaron a Quito muy lastimados en los pies y piernas, y las manos hinchadas y comidas de mosquitos, que los hay por aquí infinitíssimos; de noche avía de los zancudos, y de día los xexenes o zinifes. Llegaron, pues, a esta cibdad muy destrozados, flacos y desfigurados, y las barbas y cabellos bien crescidos y largos, que a duras penas los conoscían los vezinos que los vieron salir desta cibdad muy soberbios, hinchados y

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phanfarrones, a cabo de dos años y medio que por allá estuvieron. Aquí es donde se dize por los que fueron en esta jornada, que muchas vezes Gonzalo Pizarro llevava a cuestas a los soldados enfermos que ya no podían andar ni passar adelante, y les dava a comer yervas cozidas y rayzes no -305- conoscidas, de que recebían gran alivio y consuelo. De manera que todos estos ríos que van a parar a la mar del Norte son los que nascen en las vertientes de aquella parte, porque los que nascen a las vertientes de acá vienen a parar a esta mar del Sur, y quando llegan a los llanos no vienen tan grandes como los otros por lo que adelante diremos brevemente. Capítulo LXIV De la solenydad que los Yncas hazían quando agujeravan las orejas a sus vasallos, que era como dalles horden de cavaliería, y de las cerimonias que tenían quando salían fuera de sus palacios con su real corte Parésceme agora que será bien dezir de la manera y forma como estos señores Yngas agujeravan las orejas de sus vasallos, como atrás queda apuntado, porque coma Paulo Ynga, (que) después de bautizado se llamó don Xpóval Ynga, contava muchas vezes, esta53 manera de agujerarsse procedió desde Mango Ynga Zapalla, primer Rey que uvo en la tierra, que las tenía agujeradas. Que como fue hombre valiente y magnánimo y animoso en las guerras que hizo a las tierras que conquistó, a su ymitación y por memoria suya los demás Yngas que le sucedieron hixieron otro tanto, y la solenidad y manera de las agujerar era en esta forma. Los que se armavan y se hazían cavalleros eran hijos legítimos de otros Yngas orejones y grandes curacas de diversos pueblos, los quales -306- yvan a donde el gran señor Ynga estava y allí le pedían con gran humilldad que tuviesse por bien hazer cavalleros a aquellos mancebos sus vasallos. Y el Ynga les dezía que sí haría, más que primero hiziessen lo que eran obligados de hazer, y con esta respuesta yvan todos muy contentos a sus casas; las cerimonias que avían de hazer y cumplir eran éstas. Primeramente, los mancebos que se avían de hordenar en cavalleros avían de ayunar treynta días, que era abstenerse de llegar a sus concubinas y aun a sus mugeres legítimas, si alguno dellos era casado, y que no comiessen ninguna sal ni axí, que de las otras cosas bien podían comer en abundancia. En estos días del ayuno trayan todos los electos vestidas vnas camisas largas y muy blancas, de algodón, y en los pechos tenían vna manera de cruz †, y éstas no se las vestían en otro tiempo si no era en éste, y poníanse un calzado de totora, que significava que avían de trabajar mucho en servicio de sus dioses y del gran señor Ynga. A los quinze días del ayuno se ajuntaban en la plaza todos quantos se avían de hazer Yngas, o cavalleros, y de la plaza, si estavan en la ciudad del Cuzco, subían corriendo por vn cerro, en donde en lo alto del estado vna guaca que llamavan Guayna Cauri, que quiere dezir proeva de mancebos, y los que más presto subían y abajavan eran tenidos en

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mucho. Poníanse en medio de la plaza desde el primer día que ayunavan hasta el postrero, y sentávanse de cuclillas en el suelo, en horden, muy callados, y luego venía allí la parentela de cada vno dellos y ponían a cada mancevo vna lanza de palma en las manos, que las tenían juntas y puestas como quando están rezando. Y luego les dezían los parientes: mirad, hijos, y tened atención en la horden que agora avéis de recebir, que no es para jugar, ni para dormir, sino para trabaxar y pelear valientemente en las guerras en fabor del gran Señor, y no seréis malos, ni traydores, porque seréis semejantes a los demonios. Especialmente seréis muy obedientes a nuestros dioses y a vuestros padres y a vuestros mayores, que son los sacerdotes y viejos, y seréis muy diligentes en todas las cosas que hizierdes, y correréis mucho contra los enemigos y no huyréis dellos. Y quando el gran -307- Señor Ynga os embiaré a llamar, luego vernéis a ver lo que os manda, porque a él solo avéis de obedecer en todas las cosas, porque os quiera mucho. Y diziéndoles estas palabras y otras semejantes le davan quatro azotazos con vnas varas de mimbres, en cada brazo vno, que las camisas que trayan no tenían mangas, que eran hechas a manera de vn costal, y en cada pierna otro azotazo, y ellos no avían de hazer ningún movimiento, ni muestra que les dolía, y si alguno dellos lo hazía le tenían en poco. Llegado el postrer día del ayuno, el Ynga yva a la plaza con gran magestad y muy acompañado de todos los principales yndios de su corte y de sus capitanes y de los curacas, y llegado a ella le hazían luego todos la «mocha», que es la devida reverencia que se suele hazer a los Yngas, y luego se assentava en medio de todos ellos en vn assiento muy rico de oro. Y encontinente cercavan toda la plaza con vna cadena de oro fino que, según las gentes dixeron, era muy larga y de gordor de quatro dedos, que cercava toda la plaza, y la ponían sobre muchos horcones de plata que serían de alto como de vn estado de hombre, la qual cadena y horcones trayan muchíssimos yndios de servicio. El Ynga llamava a los mancebas electos para hazer cavalleros, a los quales hazía vna plática larga, amonestándoles a que fuessen buenos y leales a sus dioses y a su patria, y luego les preguntava si le avían de servir lealmente en las guerras y si querían ser Yngas; ellos respondían con humildad que sí. Yten más, les preguntava si avían de ser grandes sufridores de los trabaxos, y si avían de ser valientes hombres contra sus enemigos; ellos respondían a todas las cosas, diziendo que sí, y luego el Ynga les dezía: «pues yo lo quiero ver por experiencia en vosotros». Y assí luego mandava a los maestros de las cerimonias y a los oficiales de agujerar las orejas, que hiziessen sus oficios, los quales los hazían unos mejores que otros, con vnos ponzones de oro ardiendo como brassa, que las callentavan en vnos fuegos que tenían en unos brassericos. Después de agujeradas las orejas, los maestros de las cerimonias les ponían vnos zarcillos de oro, o de plata, si eran hijos de los grandes curacas o señores Yngas, y a -308- los demás les ponían los arillos de cobre o de ojo de palma, no pendientes, sino dentro de los agujeros, y les dezían ciertas palabras como que les hechavan algunas bendiciones. Estos arillos que les ponían a los Yngas que eran mancebos quando se armavan cavalleros, eran pequeños, y como andando el tiempo que ellos crecían más en hedad, assí yvan cresciendo y engrandesciéndosse las puntas de las orejas, más y más, y conforme como crescían se ponían los arillos, que los yvan

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engrandesciendo, y por esto tenían, como digo, las puntas de las orejas largas. Acabada esta gran solenidad, luego toda la parentela de los señalados en Yngas, que eran muy muchos, offrescían ciertos carneros y ovejas muy grandes y gordas, y allí los matavan y sacrifficavan al dios Sol, y los agoreros y hechizeros que allí estavan presentes para este effecto les catavan54 y miravan los corazones, y si estavan tiessos y rezios dezían que avían de ser valientes hombres y para mucho cuyos eran aquellos carneros. Y si no salía tiesso el corazón de cuyo era el carnero, dezían que avía de ser para poco, porque avía de dar en flaco y cobarde y de poco ánimo; mas no por esso lo despedían, antes lo dexavan hasta ver en él cómo aprobava después en esfuerzo y valentía. Después tomavan todos los carneros sacrificados y los hazían pedazos, y luego los cozían en grandes ollas, allá en las casas cercanas de la plaza, y traydos en diversas vasijas se repartía entre todos los que presentes se hallavan. Hecho esto, luego comían y bebían de la chicha o azua, y hazían grandes borracheras, baylaban y cantavan muchas canciones en alabanza de sus falsos dioses y de los Yngas passados, y los hechos buenos que avía hecho el Ynga que estava presente, en las tierras que avía conquistado. Acabadas estas solennes fiestas, los que se avían hordenado en cavalleros Yngas se yvan a sus casas, cada vno con su parentela, y quedávase el Ynga en vna tienda muy rica que se ponía en medio de la plaza, acompañándole las quatro parcialidades que avía en la cibdad, que eran Annan Cuzco, Hurin Cuzco, Tambo Appo y Masca Payta, -309- que eran todos cavalleros de su linage. El Ynga y todos los otros Yngas y curacas y señores que se quedavan con él en la plaza tornavan de nuevo a emborracharsse quatro días enteros con sus noches, y después se hazían allí otras muchas fiestas y passatiempos de gran regocijo por otros quatro días, de manera que eran ocho días enteros. Passados estos días de la borrachera se yva el Ynga a sus palacios con gran magestad, assentado en vna litera muy rica, de la manera que avía entrado en la plaza, y luego los yndios de servicio, que eran muchíssimos, que no eran Yngas, tornavan la cadena de oro y los horcones de plata y la llevavan (con) todo al templo del dios Sol para ponella en recaudo en la casa del thesoro. Desta cadena de oro dizen algunos que dieron noticia della a la Magestad del rey don Carlos quinto máximo deste nombre, para que hiziesse contraminar el monasterio del señor Sancto Domingo, donde dizen que estava guardada la dicha cadena, porque los quatro exploradores españoles que entraron primero en el Cuzco la vieron, y que después los yndios la escondieron, porque no paresció más. Su Magestad, como bueno y cathólico xpiano y zelocíssimo del servicio de Dios no lo quiso hazer, antes dixo que él no avía nascido para derribar los templos dedicados a Dios, por cubdicia de vn poco de oro, sino para edificar y levantar otros de nuevo en donde se alabasse y glorificasse su sanctíssimo nombre; palabras fueron estas dichas (dignas) de tal varón y de ánimo xpianíssimo. Todas las vezes que los Yngas salían de la cibdad o de sus casas para yr a los templos para hazer sus sacrifficios, llevavan delante de sí vn guión puesto en vna vara alta, hecho a manera de mitra grande y redonda, que tenía muchas plumas de diversas colores, y con mucho oro fino y esmeraldas que relumbravan mucho. Y la littera en que yva era chapada de oro y esmeraldas y plumajería muy buena de diversas colores, y lo llevavan los más principales yndios que avían en toda su corte, en los

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hombros, y se tenían por dichosos en llevalle, y por gran señor que fuesse en su corte no podía andar en littera si no era con su licencia. -310- Capítulo LXV En donde se cuenta brevemente el número de los meses que tenían los yndios del Perú en cada vn año, y de las cosas que hazían en ellos para el bien y provecho de sus repúblicas, y de otras cosas que ay muy curiosas de saber Acerca de lo que toca a los meses que esos yndios del Perú tenían digo que eran doze, como nosotros los tenemos; empero no tenían tantos días como los nuestros, y assí tenían treynta días y no más, y comenzaba el año dellos desde primero día de junio, que ellos llamavan Auca Ycuxqui Yquiz, que quiere dezir mes de las holganzas, y assí no trabaxavan estos días a causa que el otro mes venidero avían de trabaxar mucho. El segundo mes se dezía Chauaxa Yquiz, que quiere dezir mes de trabaxos, que es el mes de jullio; en estos días labravan y barbechavan las tierras todas, quantos yndios, yndias y muchachos avía, que avían de sembrar sus mahizales y otras legumbres. Y en estos días hazían todos ciertas ceremonias a sus falsos dioses, los quales derramavan en los ríos y acequias todos los brevajes y chicha del vino que tenían, para que sus falsos dioses les diessen muchas aguas y pluvias, con muchos fructos y mantenimientos de las cosas que avían de sembrar, y el yndio que más derramava era tenido en mucho. El tercero se dezía Cituya Yquiz, que es el mes de agosto, que quiere dezir mes de las sembraduras, y en este tiempo sembravan su mahíz y las semillas y legumbres que tenían, y venida la tarde dexavan temprano de trabajar y se holgavan mucho los vnos y los otro y jugavan sus juegos que tenían, y con aquello descansavan. El quarto se dezía Puzqua Yquiz, que quiere dezir el mes de las texidumbres, que es el de setiembre; en este mes texían, todas quantas mugeres avía de hedad, las mantas y camisetas que podían labrar y hazer, de -311- lana y algodón, que a la vista de todos parescían muy galanas y bien polidas, para que se vistiessen sus maridos y ellas en los días de sus fiestas. El quinto mes, de octubre, llamavan ellos Cantara Yquiz, que quiere dezir mes de los vinos, porque en este mes se ocupavan todas las yndias chicas y grandes de hazer mucha cantidad de chicha o azua, de mahíz y de quinua, y de la fruta de vn árbol llamado molli, que es muy preciado entre ellos, para el mes venidero. El sexto mes, que es el de noviembre, llamavan los yndios Layme Yquiz, que quiere dezir mes de los regocijos y de grandes fiestas, porque en este mes se ocupavan los Yngas en hazer las ceremonias arriba contenidas. Porque en este mes los Yngas armavan cavalleros a los dichos mancebos, en hazellos Yngas, en donde se gastavan los vinos de la chicha que los días atrás se

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avían hecho, porque estos días eran de grande plazer y alegría y de grande festividad, que todos los guardavan como fiestas de gran solenidad, que ninguna yva al campo a trabajar, ni a otra parte alguna; solamente (a) ver estas fiestas y grandes ceremonias. El séptimo mes que es de deziembre, se llamava Cama Yquiz, que quiere dezir el mes de los ensayamientos y representaciones de batalla en la tierra, y en este mes mandavan los señores Yngas a todos sus capitanes y soldados que se enssayassen vnos con otros a manera de batallas y él se ponía en vn alto con toda su corte para vellos muy bien. Poníanse, pues, los vnos a vna parte, y los otros a la otra, tantos a tantos, en sus esquadrones, y luego comenzavan a tirar con las hondas vnas ciertas fructas que eran duras, y con éstas peleavan muy gentilmente, que salían muchos yndios bien descalabrados, y algunos morían de las heridas que les davan; en fin, que para burlas era peligrosa, y para veras era cosa muy liviana, aunque pessada. El octavo mes, que es el de enero, llamavan Pura Opia Yquiz, que quiere dezir el mes de las venidas y de las correrías, porque en este mes se emborrachavan señores -312- y vasallos, chicos y grandes, que era gran lástima de ver quáles andavan. Y después de aver bebido mucho salían los hombres a vn campo llano con vnos tizones grandes ardiendo en las manos, y luego corrían vnos por la vna parte, y los otros por la otra, y el que más corría y el que más pruevas hazía le tenían en mucho. El noveno mes, que es hebrero, llamavan los yndios Cacma Yquiz, que quiere dezir el mes de las labranzas; en estos días limpiavan las tierras para sembrar adelante el mahíz tremes, y dezían que lo hazían por no estar occiosos y por no trabajar los días que venían, y para esto les ayudavan sus propias mugeres y los hijos. El dézimo mes, que es el de marzo, se dezía Rura Pauca Yquiz, que quiere dezir el mes de la esperanza; en este mes yvan todos a los templos de sus falsos dioses para hazer ciertas cerimonias diabólicas y péssimas, y después desto no hazían cosa alguna, antes andavan hechos vagamundos, passeándose por la cibdad y por el campo. Y con esto tennían gran esperanza de coger gran abundancia de las sementeras y legumbres y de las otras cosas que avían sembrado, porque ya en este tiempo se van secando todas ellas, y las fructas, flores y yervas del campo se van marchitando. Esto se entiende en las tierras de la serranía, porque en la costa y llanos de la marina son otros los temporales que coren por acá, porque nunca llueve, como atrás queda dicho, de manera que quando en la sierra es invierno, en los llanos de la costa es verano. El onzeno mes, (que) es el de abril, se llamava Arigua Yquiz, que quiere dezir mes de las cosechas, porque en este mes se cogían todos los mahizales, frisoles, coca y calabazas, con las demás legumbres que avía, y los fructos que producían de los chicos y grandes, de que holgavan mucho y andavan contentos y plazenteros. El dozeno mes, que es el mes de mayo, llamavan Anday Mura Yquiz, que quiere dezir el mes de los plazeres, y era después que avían cogido todos los fructos y los mahizales que avía; se ponían todos ellos y ellas -313- los mejores vestidos que tenían en sus casas, engalanándose mucho, y assí se holgavan, baylavan y cantavan ciertas canciones de gran plazer y regocijo.

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Aquí damos fin y remate y hazemos parada en contar más de la descendencia y linage de los Yngas y reyes de la cibdad del Cuzco, y de la calidad y temple de todas estas provincias y regiones tan grandiosas y riquíssimas y abundantíssimas de muchas y diversas cosas. Por lo consiguiente, dexaremos de contar también de los caminos tan soberbios que avía en estas partes, y de los doze meses que tenían en el año estos yndios, porque si de todas las cosas que ay en ellas uviéramos de contar muy en particular, nunca acabáramos, y assí nuestra obra no fuera de las guerras más que civiles que uvo en el Perú, sino de las calidades y temple de la tierra. Mas, en fin, por dar remate y conclussión a estos cuentos, que con ellos avré dado harto fastidio al piadoso lector, diré en vn solo capítulo de ciertos gigantes bravos que aportaron a estas provincias, los quales vinieron de ciertas yslas de la mar del Sur, y con ellos daremos fin a la obra y tercero libro. Capítulo LXVI De cómo ciertos gigantes aportaron a la provincia de Manta, los quales salieron de vnas yslas de la mar del Sur, y después fueron quemados con fuego celestial, y cuenta de otras cosas que ay en la tierra Dezían los yndios muy antiguos y viejos que habitavan en Puerto Viejo, que son los de la provincia de -314- Manta, de cómo en el tiempo antigo y passado, quando reynava Topa Ynga Yupangue, que estando aquella tierra de paz se alborotó toda ella con la llegada que hizieron mucha cantidad de yndios gigantes, que eran de disforme altura y grandeza. Y que estos tales vinieron en unas barcas o balsas muy grandes, hechas de cañas y madera seca, los quales trayan vnas velas latinas trianguladas, de hazia la parte donde se pone el sol y de hacia las yslas Malucas, o del estrecho de Magallanes, y que entrando éstos por la tierra la comenzaron a tiranizar ganando por allí algunas tierras y matando muchos yndios, y a otros hechándolos fuera de sus pueblos. Los naturales de Puerto Viejo, quando vieron llegar a estos vestiglos con tan grande furia y sobervia, y de cómo las hazían tan mala vezindad, y de cómo no se podían deffender dellos, temieron con gran temor, por lo qual luego a la hora avissaron dello por la posta a Topa Ynga Yupangue, que a la sazón estava en la cibdad del Cuzco. Embiáronle a dezir en su embajada, como a gran señor y Rey poderoso que era de todas aquellas provincias, los remediasse de la endiablada furia y crueldad de aquellos luziferinos monstruos que avían aportado a su tierra, que el Capitán y Governador Ynga que allí estava en guarnición no los avía podido ni era bastante a hechallos fuera della. El Topa Ynga Yupangue, por sustentar su reputación y conservar en Paz a sus vasallos embió al curaca del valle de Chimo y al Governador Ynga55 que tenía en el pueblo de Piura, que eran grandes señores, con otros muchos yndios principales, por embajadores, para que considerando qué gentes eran

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hablassen con ellos y tratassen de paz si la querían tener con él, y si no que él les daría tanta guerra quanta ellos verían, de que les pesasse. Embiados estos mensajeros embió luego a llamar a sus capitanes y soldados que estavan en diversos pueblos en guarnición, para que si los gigantes no estuviessen en propósito de darse de paz, yr contra ellos y hechallos fuera de toda la tierra, o matallos a todos, pues eran tan pocos en número, aunque muchos -315- en ferozidad y braveza. Los embajadores fueron y hablaron con ellos por señas y los apaziguaron buenamente y les dieron tierras en donde biviessen, que era ésta su pretensión, aunque vna parcialidad dellos no quisieron la paz, sino seguir la guerra contra todos aquellos que no se les viniessen a dar por sus vasallos. Y assí partidos los menssajeros de allí, salieron luego a los pueblos comarcanos, en donde comenzaron hazer muchas muertes, crueldades y fuerzas, con otros muchos males y daños, y como eran éstos muy endiablados y ferozes no avía ningún natural yndio, por animoso que fuesse, (que) les osase a resistir, ni menos tomarse con alguno dellos. En esto llegaron otros embajadores de Topa Ynga Yupangue y dixeron a estos ferozíssimos gigantes perturbadores de la paz, como el gran señor Ynga venía ya de camino amenazándolos con guerra, hambre y mortandad. Allende desto, que no avía de quedar ninguno dellos que no fuesse muerto y hecho pedazos con crueldad; en fin, al fin, considerándolo bien estos los gigantes, se apaziguaron todos con buenos medios y partidos que les hizieron, quedando todos ellos por vasallos del Ynga. Dieron cuenta estos gigantes a los naturales desta tierra cómo avían salido de vnas yslas y tierras muy grandes que están en la mar austral hazia el poniente, y que fueron hechados dellas por vn gran señor yndio que allí avía, que eran tamaños y tan grandes de cuerpo como ellos. Y demás desto, que avían navegado por la mar muchos días a remo y vela, y que cierta borrasca y tormenta los avía hechado en aquellas partes, sin saber adónde yvan, sino que fortuna los llevasse a do quisiesse, y que más querían estar subjectos en tierras agenas, que libres en las suyas con continuas guerras como allá avían tenido, y assí dixeron otras cosas. Las armas con que estos tales peleaban eran piedras muy grandes, que arrojavan con las manos, que de cada pedrada matavan vn yndio si le acertaban, y con palos nudosos y porras que ellos hizieron después que llegaron a la tierra, porque ellos no truxeron ningunas armas, porque los sus enemigos se las56 -316- quitaron por vencimiento y concierto que entre ellos uvo. Éstos dieron gran noticia de las muchas yslas que avían visto por esta mar del Sur, que después las vieron los españoles que han navegado por estas mares del Occéano que se contienen en derecho destas tierras hazia la línea equinocial, o en la misma línea. Estas tierras, o yslas, no se han descubierto desde acá, a causa que se comenzaron por esta parte muy temprano las guerras más que civiles entre los españoles; que la vna dellas descubrió acaso el capitán Ribadeneyra, como ya queda dicho atrás. La tierra que el señor de Chimo y los embajadores del gran señor Ynga señalaron a estos gigantes, en donde hizieron después su habitación, fue en la punta de Tangarara, que después llamaron los españoles la punta de Sancta Elena, y esto hizieron por consejo de los yndios naturales de Manta. En esta punta que les fue señalada no avía agua, ni leña, y dióseles a dos fines: o que allí se muriessen de sed, o que se fuesen a vivir a otras partes más lexos, porque eran vezinos muy peligrosos, por no

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quebrar con ellos; que viniessen después a matarsse los unos y los otros. Viendo ellos que el señor curaca de Chimo y los demás embajadores, como les avían señalado aquella tierra tan estéril y mala, entendieron bien por qué lo avían hecho, mas ellos lo disimularon lo mejor que pudieron por no tener travacuenta con los naturales y con el gran señor Ynga, que ya sabían de su gran poder, y assí assentaron en la tierra hasta tanto que el tiempo les dixesse lo que avían de hazer. Lo primero que éstos hizieron fue cavar en vnas peñas bivas que allí están, en donde hizieron vnos pozos de grande hondura, de donde sacaron agua muy buena y bien fría, como el día de oy se paresce. Y en el entretanto que socavan el agua y se hazían los pozos, se proveyeron de agua y leña de otra parte, trayéndola toda con sus balsas y vasijas que truxeron de sus tierras, muy grandes, y edifficaron sus casas de paja para su bivienda, y assí hizieron otras cosas para en pro y vtilidad dellos. Ciertamente yo no sé, ni se puede averiguar, -317- con qué herramientas pudieron quebrar las peñas tan rezias y bivas de aquel pozo, y con qué cavaron esta profundidad que hizieron, que es yncreíble cosa ver la ondura que tiene, y los navegantes que agora passan por aquí se proveen destos pozos de agua, que aquí ay vn puerto muy bueno y limpio. Andando más el tiempo, ya que tenían sementeras y agua y leña, la qual trayan de muy lexos, y como ya naturales de la tierra, comenzaron de rebolverse con las yndias de allí y de las comarcanas; porque ellos no truxeron mugeres consigo, y como tuviessen por fuerza con ellas mala conversación, dizen que las matavan rompiéndolas. Agraviados los naturales desta gran maldad, tornaron de nuevo a los amenazar con el gran señor Ynga y con sus capitanes y soldados, y ellos por bivir en paz prometieron que de ay adelante no les harían ya ningún mal ni daño, ni les tomarían las mugeres, ni lo que tenían, y que les serían muy buenos y verdaderos amigos. Passadas estas cosas con otras muchas particularidades que dexo de contar, se dieron a la pesca, como los naturales lo hazían, y a caza de venados y liebres y de aves campestres y silvestres, de que se mantenían, de manera que no les faltavan ya carnes, ni pescado, que tomavan y pescavan con redes y fisgas. Viéndose estos endemoniados tanto tiempo sin mugeres, y el demonio, que los traya engañados y ciegos y distraydos de la razón natural, hizieron vna gran borrachera, en donde comenzaron a vsar el pecado nephando, y assí estuvieron en este diabólico vicio muchos años, que ya no tenían vergüenza, ni se les dava nada vssallo públicamente. Los naturales, quando supieron que estos yndios luziferinos vssavan este tan maldito peccado, dezían que aquéllos eran perros y brutos animales, o que eran demonios que avían salido del ynfierno a este mundo en figura de hombres para obstentación del mundo. Para mí tengo creydo que los yndios de Manta que vimos en nuestros días, deprendieron de sus antepassados y de los mayores destos gigantes este diabólico y horrendo vicio, porque el día de oy lo vssan ellos en sus ritos y cerimonias y en sus borracheras. Juan de Olmos, vezino de la villa de Puerto Viejo, quemó gran cantidad -318- destos perversos y diabólicos yndios, como Justicia mayor que era allí entonces, aunque el pueblo estava en su encomienda, para que se apartaran deste tan pestíffero y luziferino vicio, y nunca aprovechó cosa alguna, que todavía reyteran en él. Dizen más los naturales, que estando vn día estos gigantes en ciertos sacrifficios péssimos y vsando el pecado nephando, vino vn

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mancebo muy hermoso, bolando del cielo, con gran resplandor, y que derramó tanto fuego sobre ellos que los quemó a todos bivos, y que escaparon algunos dellos porque estavan dentro en la tierra. Todo esto que los naturales cuentan se tiene entendido aver passado ciertamente assí, porque en donde habitaron estos malditos hombres están oy día aquellos pozos muy hondables en las bivas peñas, y se veen muchos huessos de las canillas dellos que son yncreybles. Assí se parescen oy en día en este lugar que está junto a la marina, que se contiene harto espacio a ella, por los vestigios y señales que en él ay, en donde se halla mucha arena negra y ceniza, como que la tierra aya sido quemada en otro tiempo, y esto se vee, quando alguno cava la tierra, por lo qual se colige que allí devieron ser quemados. Después que el marqués don Francisco Pizarro conquistó estas tierras llegó vna vez a la punta de Sancta Elena, que es en Tangarara, y allí entendió claramente lo destos gigantes, porque vido, no muy lexos de aquí, todo lo arriba contenido, con la ossamenta que allí se mostrava. También vido, no muy lexos de aquí, vnas fuentes manantiales y corrientes que su licor dellas sirve muchas vezes de alquitrán, o de pez muy buena, con que se calaffatean y adoban oy día los navíos que van y vienen del Perú, que muchos vienen a parar a este puerto, sólo a este effecto. Después, andando el tiempo, llegó el marqués Pizarro al pueblo de Chimo, en donde halló otros huessos y calaveras de gran disformidad y vnas muelas de tres dedos de gordor y de cinco dedos de largor, y tenían vn verdugo negro por de fuera. Dizen agora estos yndios del pueblo de Chimo, y lo oyeron de los antiguos y passados, que estuvieron gran tiempo dos gigantes destos con vn gran señor curaca deste valle, los quales bivieron con él ciertos años. Y que -319- después el mismo señor los hizo matar porque comían entrambos de vna assentada mucho más que veinte yndios, y porque eran muy sobervios y follones, y assí se acabó la diabólica genealogía destos gigantes. En el pueblo de Quareta se hallaron dos negros finos, esclavos del señor Thoreca, que señalaron aver venido allí en balsas de hazia el poniente por esta mar del Sur, que oy día se llama la Nueva Guinea, que está camino de las yslas Philippinas, junto a la línea equinocial, o en ella. Porque quando van los navíos de la Nueva España a las dichas Philippinas, passan casi cerca de la ysla de los Negros, que descubrió Álvaro de Saavedra, Capitán del Marqués del Valle don Hernando Cortés, aunque otros dizen que el capitán Bernaldo la Torre la descubrió andando por aquellas yslas perdido. En el pueblo de Collique, arriba de la cibdad de Truxillo, ay vna laguna de agua dulce que tiene todo el suelo de sal quaxada y muy blanca, y los yndios sacan mucha cantidad della y la llevan a vender a diversos pueblos donde no la ay, y con ella compran las cosas necesarias que an menester en sus casas. En los Andes, detrás del valle de Jauxa, está vn río muy grande que siendo sal todas las piedras que tiene el57 suelo, es dulce el agua que passa por encima della, y es clara, y muy buena de bever, que no toma nada de la sal. Y en el mismo río de Jauxa y en medio dél nasce vna fuente de agua caliente, y sale el agua con gran ympetu y furia hazia arriba, que sobrepuja encima del agua bien alto, como si saliesse por bitoque de alguna pipa llena, y cae en el mismo río, y a la redonda desta fuente el suelo del río es toda sal. En la costa de hazia la villa de Sant Miguel están dentro de la mar y no muy lexos de la tierra, vnas peñas muy grandes y altas, que son de muy linda sal, que

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parescen unas ysletas pequeñas, y en ellas combaten las hondas de la mar, y están por encima dellas cubiertas de gran multitud de ovas de pescadas, que muchas veces los marineros se proveen de allí de sal y de ovas. También enfrente del puerto de Guaura está vna ysla grande, en donde toda ella es de sal, y -320- muy buena, que quando los navíos llegan a este paraje, los marineros y passageros se proveen della quanta quieren llevar, porque cierto es cosa estraña de ver tanta sal. Sin duda ninguna se podrán todos proveer della y llevarla a toda la Nueva España, y aun a toda Castilla, que aunque se llevasse mucha en cantidad en carracas y navíos no meng(u)aría, porque cresce y multiplica siempre y a la contina mucha en superabundancia. Assimismo dizen los yndios naturales que en todas estas tierras no avía ratones, ni sabían qué cosa era, y algunos de los conquistadores destas provincias y regiones juran y affirman que no los avía, ni los vieron ni sintieron al tiempo que entraron; y que entrando en ellas el visorrey Blasco Núñez Vela remanescieron mucha cantidad dellos, que fue cosa yncreyble y que puso en grande admiración a todos los bivientes. Crecieron y se multiplicaron después estos animalejos en tanta cantidad que destruyeron en muchas y diversas partes todo lo que hallaron sembrado, que no dexaron árboles de Castilla, que ya en este tiempo los avía, y muchos de diversas frutas, ni más ni menos los árboles y frutales de la tierra. Hecharon a perder las cañas de azúcar y las sementeras y legumbres de los yndios y la hortaliza que avía en las huertas de los españoles, y royeron las ropas de Castilla y de la tierra que estavan en las casas y fuera dellas, con otras muchas cosas que sin remedio las destruyeron y talaron todas, de que quedaron todos admirados desto. Después se dixo que fue pronóstico de los males sucedidos que se causaron en estas tierras con la venida del visorrey Blasco Núñez Vela, y más con los levantamientos y extorssiones que hizieron Gonzalo Pizarro y sus capitanes y sequaces, como queda ya dicho atrás muy largamente en esta nuestra obra mal limada y peor entendida. -321- Diego Fernández llamado «El Palentino» -[322]- -323- Biografía de Diego Fernández llamado «El Palentino» Es éste, sin duda alguna, el menos conocido y estudiado de los historiadores y Cronistas Primitivos de Indias, y ello es lamentable, pues fue testigo de muchos de los hechos por él narrados, ya que estuvo en América como uno de los conquistadores y soldados de España. Se sabe que nació en Palencia, de donde procede su cognomento de «El Palentino», sin que se haya determinado aún la fecha de su nacimiento. Vivía aún en 1571, y tampoco se ha precisado el año de su muerte. Parece que marchó al Perú hacia el año de 1545 y allí tomó parte en las luchas

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civiles de los españoles. Contra Francisco Hernández Girón, Capitán español, que se rebeló en el Cuzco el 27 de noviembre de 1553, defendió la causa real en los años de 1553 y 1554, a las órdenes de Alonso de Alvarado, Corregidor y Capitán General. Tras sucesos varios, Hernández Girón, abandonado por los suyos, fue preso en el valle de -324- Jauja el 24 de noviembre de 1554 y decapitado en Lima. La calma no se restableció completamente en el Perú hasta la llegada del Marqués de Cañete, Hurtado de Mendoza. El Virrey llamó a su lado a Diego Fernández, en calidad de historiógrafo y comenzó así a escribir su Historia del Perú. Tenía el Palentino el oficio de Escribano en la ciudad de Lima, y se le persuadió que pasara a España a perfeccionar la obra que estaba escribiendo y la presentara luego al Consejo de Indias. Lo hizo así, vendiendo antes la Escribanía que tenía. En la Península sometió su manuscrito al Presidente del Consejo de Indias, don Francisco Tello de Sandoval, y cediendo a las instancias de éste, acometió la ampliación del mismo con una «primera parte» en que trataba de la rebelión de Gonzalo Pizarro. Terminado el trabajo lo presentó a la Censura, la que fue confiada al licenciado Santillán. Presentó éste sesenta y ocho observaciones a la obra del Palentino y en ellas le acusaba o de omitir la verdad o de alterarla y contrariarla. Respondió el Palentino a todas estas observaciones de modo satisfactorio y entonces se designó al cronista Juan López de Velasco para que revisara la obra. Entre tanto se había ya impreso la Historia del Perú, según licencia que para ello se había dado en los años 1568 y 1569. La obra apareció en Sevilla en 1571, en un tomo in-folio, con el siguiente título: Primera y Segunda parte de la Historia del Perú que se mandó escribir a Diego Fernández, vecino de la ciudad de Palencia. Contiene la Primera lo sucedido en la Nueva España y en el Perú sobre la execución de las Nuevas Leyes y el alzamiento y castigo que hizo el Presidente Gasca de Gonzalo Pizarro y sus secuaces. La Segunda contiene la tiranía y el alzamiento de los Contreras y D. Sebastián de Castilla y de Francisco Hernández Girón, con otros muchos acontecimientos y sucesos. La obra había comenzado a circular cuando opinó Juan López de Velasco, con fecha 16 de mayo de -325- 1572, que debían recogerse los ejemplares y que era inconveniente el que la Historia pasara a las Indias. En sustancia decía el parecer del cronista Juan López de Velasco que no era dable dejar que circulara la obra del Palentino sin que antes la vieran personas de confianza y antiguas, de las Audiencias del Perú, para que ellas opinaran si no había peligro en que fuera conocida, pues, agregaba, en las historias de los tiempos presentes hay necesidad de este arbitrio «por el peligro que existe de errar y ofender por la diversidad e incertidumbre de la fama». La dicha Historia, continuaba López de Velasco, «tiene necesidad de mayor averiguación y examen de verdad, antes de publicarse, supuesto que muchos lugares de los reprendidos son en infamia y nota de deslealtad de algunos cabildos, de ciudades y personas públicas y particulares». Terminaba así: «Habiendo de suspender la publicación de la Historia o por no convenir o entretanto se hace averiguación, parece que se debería coger todos los libros impresos porque no pasen algunos a las Indias, y, para esto, tomar cuenta al historiador de los que imprimió, que según ha dicho delante de mí, son mil y quinientas cuerpos».

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Como se ha notado con justicia, al Palentino le ocurrió el más terrible suceso que podría pasar a un escritor, esto es que impresos ya, con las debidas licencias, mil quinientos ejemplares de su libro, se ordenara el secuestro de los mismos, con evidente daño del autor, cuyo patrimonio se había comprometido en la empresa editora. Signo es éste de la mentalidad reinante en las autoridades de ese entonces. Se volvió así rara en extremo la obra del Palentino. Si para la rebelión de Pizarro en el Perú y vida de la Gasca podemos contar con fuentes tan autorizadas como Cieza y Calvete de Estrella, para la de Hernández Girón, «el Palentino es la primera de todas», en frase del R. P. Rubén Vargas Ugarte que sobre él ha discurrido en su magnífico libro Fuentes para la Historia del Perú, cuya primera edición -326- se publicó en Lima el año de 1939 y del que se han hecho ya otras más. Vista la rareza de la obra del Palentino, el capitán Lucas de Torre volvió a editarla en Madrid en los años 1913 y 1914. Dice de Torre en el Prólogo que «la del Palentino es una de las menos conocidas de cuantas se refieren a la conquista y descubrimiento de América». Como Apéndice a la obra publicó el editor de Madrid las contestaciones dadas por Diego Fernández a las observaciones del licenciado Santillán. Garcilaso de la Vega atacó al Palentino y le tachó de parcial, mas parece que justamente la exactitud con la que narró los acontecimientos es lo que movió al Consejo de Indias a prohibir que en ellas se leyera al Palentino. Jiménez de la Espada acusó de plagiario a Diego Fernández y le afeó que hubiera hecho suya una relación anónima escrita en vista de los papeles de la Gasca, pero el mismo americanista connotado reconoció el mérito de la Segunda Parte de la Historia del Perú, en la que dice que el autor «escribe con originalidad, aseo en la frase y riqueza de pormenores, cualidades en que pocos le aventajan». Guillermo Hickling Prescott (1796-1859) en su célebre obra titulada Historia de la Conquista del Perú, con observaciones preliminares sobre la civilización de los Incas, consignó algunas anotaciones sobre Diego Fernández, que las copio tal como ellas constan en la tercera edición española de la misma, hecha en Madrid el año de 1853, pues todo lo que se refiere al Palentino es de importancia en razón de las pocas noticias que de él nos han quedado. Escribe así Prescott: «Diego Fernández de Palencia, o el Palentino, según comúnmente se le llamaba, pasó al Perú y sirvió como particular en el ejército real levantado para reprimir -327- la insurrección que estalló después de la vuelta de Gasca a Castilla. Entre sus ocupaciones militares halló tiempo para recoger materiales para la historia de aquel período, para cuya composición fue instado además por el virrey Mendoza, Marqués de Cañete, que según el mismo autor nos dice, le nombró cronista del Perú. Esta muestra de confianza en su capacidad literaria prueba mayores dotes en Fernández de las que se infieren de la humilde posición que ocupaba. Con el fruto de sus investigaciones el soldado cronista volvió a España, y al cabo de cierto tiempo completó su historia de la insurrección de Girón. »El Presidente del Consejo de Indias vio el manuscrito y quedó tan complacido con su lectura que excitó al autor a que escribiese de la

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misma manera la historia de la rebelión de Gonzalo Pizarro y de la administración de Gasca. El historiador fue además estimulado, según dice en su dedicatoria a Felipe II, por la promesa de una recompensa de parte de este monarca cuando terminase sus trabajos; promesa muy conveniente y política, pero que inevitablemente sugiere la idea de una influencia no enteramente favorable a la severa imparcialidad histórica. Esta idea no está en efecto en desacuerdo con la verdad, porque al paso que la narración de Fernández presenta con estudio la causa del Rey bajo el aspecto más favorable, hace muy escasa justicia al opuesto bando. No era posible ciertamente que un escritor pensionado por la corona disculpase la rebelión, pero hay siempre circunstancias atenuantes que, aunque condenemos el crimen, pueden servir para mitigar nuestra indignación contra los criminales; y estas circunstancias no se encuentran en las páginas de Fernández. Es desgracia para el historiador de tales sucesos, que sea tan difícil encontrar un escritor dispuesto a hacer justicia al rebelde vencido. El Inca Garcilaso, sin embargo, no se ha desdeñado de hacerla en el caso de Gonzalo Pizarro, y aun Gómara aunque vivía a la sombra o más bien al sol de la corte, ha -328- aventurado algunas veces una protesta generosa en su favor. »La comisión dada a Fernández le puso en disposición de adquirir los mejores datos, a lo menos por la parte tocante al gobierno, pues, además de la comunicación personal que tuvo con los jefes realistas, pudo leer su correspondencia, diarios y comunicaciones oficiales. Aprovechose bien de esta oportunidad, y su narración, tomando la historia de la rebelión desde su origen, continúa hasta su extinción final y hasta el término de la administración de Gasca. Así la primera parte de su obra vino a terminar en el principio de la segunda, y el todo presentaba un cuadro completo de los disturbios del país hasta que se introdujo un nuevo orden de casas restableciéndose de un modo permanente la tranquilidad. »La dicción es bastante llana sin aspirar a bellezas retóricas fuera del alcance del autor, ni guardar el carácter sencillo, de crónica. Las sentencias están arregladas con más arte que en la mayor parte de las pesadas composición es de aquel tiempo; y aunque no se advierten pretensiones de erudición ni de filosofía, la corriente de los sucesos sigue su curso de una manera ordenada, bastante prolija, es cierto, pero dejando una impresión clara e inteligible en el ánimo del lector. Ninguna historia de aquella época puede compararse con ésta en la abundancia de pormenores; y a ella han acudido historiadores más modernos como fuente inagotable para llenar sus páginas, circunstancia que es por sí sola bastante testimonio de la general fidelidad y de la copia de detalles de la narración. La Crónica de Fernández así arreglada en dos partes bajo el título de Historia del Perú, fue dada a luz en vida del autor en Sevilla en 1571, en un tomo en folio que era del tamaño del manuscrito». (Obra citada, página 236.- Madrid, 1853.- Gaspar y Roig, editores)

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-329- Primera Parte de la Historia del Perú Por Diego Fernández, vecino de Palencia II Edición revisada por Lucas de Torre Biblioteca Hispania Madrid. 1914 -[330]- -331- Capítulo LXXIV Llega el presidente Gasca al puerto de Manta y danle nueva de los pueblos que se han reducido. Dan nueva al Presidente de otros pueblos que se han reducido. Propiedad del pan de maíz. Escribe el Presidente a muchas partes su llegada. Llega mensajero de Guayaquil y da nueva que el pueblo está desamparado. Envía Gasca gente en favor de los de Guayaquil. Escribió Gasca a Pedro de Puelles Procuró el Presidente cuanto fue posible navegar en la galera la vuelta de Puerto Viejo, mas por causa de no se poder meter en ella a la mar por andar alta y ser la costa de muchas quebrazones y puntas para no poder seguramente navegar en la noche, érales forzado surgir cada tarde, y desta manera iban siguiendo a la galera el navío del Adelantado y otros dos que habían tomado encima de la bahía, los cuales habían llegado casi junto con ella al puerto de Manta, donde supieron la reducción de Trujillo, Piura, Gayaquil y Puerto Viejo, que les dio grandísimo contento. Luego el Presidente despachó a Puerto Viejo, haciendo saber su llegada, de donde con mucha presteza y alegría vinieron la Justicia y Capitán que por Su Majestad habían puesto cuando se redujeron, y con ellos otros muchos, y les llevaron refrescos y mantenimientos, de que tenían harta necesidad. Y éstos más particularmente informaron de la reducción, y de cómo Diego de Mora, Juan de Saavedra, Gómez de Alvarado y Juan Porcel estaban en Cochabamba con golpe de gente aguardándolos para se juntar con ellos. Luego encargó el Presidente a algunas personas de aquellos que sabían bien la tierra, que fuesen a los Quiximines a ayudar a Juan Pérez de Vergara a traer las bestias a Puerto Viejo, y llevasen maíz para ellas y comida para los que viniesen con ellas. Y asimismo ordenó que fuesen por todos aquellos lugares de indios donde se coge mucho maíz a recogerlo y traerlo, y hacer que se trajese todo el más pan cocido que se pudiese hacer dello. -332- Porque aunque en todo el Perú (y comúnmente en todas las partes donde se come maíz) el pan que dello se hace no se puede bien comer sino

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reciente, el de aquella parte se detiene tanto como el pan de trigo; y en esto pusieron todos mucha diligencia y proveyeron de mucho maíz en grano y cocido y de mucho pescado (que en aquella costa se toma) y aves de las de España y carne de puerco. Porque en aquel tiempo aún no había en aquella comarca vacas, ovejas ni cabras, porque en esta sazón se comenzaban a criar. De aquí escribió el Presidente su llegada a Guayaquil, Piura, Trujillo, y a los que estaban en Cochabamba, animándolos y diciendo que lo mismo ellos hiciesen a todos los otros pueblos y partes del Perú. Escribió asimismo a Hernán Mexía creyendo ya habrían llegado él y Lorenzo de Aldana y los demás a Lima, y que volverían con el galeón la costa abajo conforme a la instrucción que en Panamá les había dado; encargó este despacho a Esteban Jiménez, vecino de Puerto Viejo, y estando ya aparejando para le enviar al paso de Guayaquil, y que de allí en una balsa pasase treinta leguas de mar a Túmbez, y desde allí fuese por tierra dando cartas, llegó un mensajero que hacían desde Guayaquil a Puerto Viejo diciendo cómo los que en aquel pueblo habían quedado le habían desamparado y pasádose con sus haciendas e mujeres e hijos a la costa que estaba hacia Puerto Viejo, dejando la otra que estaba a la parte de Quito, porque Pedro de Puelles enviaba sobre ellos y pedían socorro a los vecinos de aquel pueblo. Porque es de saber que al tiempo que Lorenzo de Aldana y los otros capitanes llegaron a Trujillo y se alzó bandera en aquel pueblo por Su Majestad, venía un criado de Pedro de Puelles de Lima por Trujillo y vio lo que allí pasaba, cómo Piura estaba por Su Majestad. Y entendiendo cómo los de Guanuco, Chachapoyas y Bracamoros salían a juntarse con Diego de Mora, como fue llegado a Quito díjolo a su amo y aconsejole que pues estaba de todas partes tan cercado, no se quisiese perder, sino que hiciese lo que aquéllos habían hecho. Pedro de Puelles se enojó tanto por lo que le dijo, que estuvo por darle de puñaladas, -333- y luego procuraron hacer más gente y crecer della las dos banderas que allí tenían Pedro de Salazar y Diego de Ovando. Y supliolas a cada uno de doscientos hombres con intento de guardar aquello o irse a juntar con Gonzalo Pizarro. Y sabiendo después lo que en Guayaquil y Puerto Viejo se hizo y que habían muerto a los tenientes de Pizarro, envió contra ellos con gente a Lunar, vecino de Quito, y habiendo este mensajero entendido en Puerto Viejo la llegada del Presidente, había llegado a darle la nueva. Sabido, pues, por el Presidente luego a diligencia hizo que Pablo de Meneses con su nao y otras tres que eran llegadas tomase cantidad de la gente de Puerto Viejo y de la armada, que en mejor disposición venía y fuese a favorecer y defender los de Guayaquil, y que fuese con él Esteban Jiménez, para que de allí continuase su viaje a dar las cartas y despachos que con él enviaba. Y que asimismo fuese don Antonio de Garay (grande amigo de Pedro de Puelles) a persuadirle se redujese al servicio de Su Majestad. Y para ello el Presidente escribió a Pedro de Puelles, ofreciéndole no sólo perdón de lo pasado, pero gratificación de lo que hiciese, y así partieron luego para Puerto Viejo, para hacer lo que el Presidente les había mandado, puesto que en este tiempo ya a Pedro de Puelles le habían muerto, como se dirá.

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-334- Capítulo LXXV Tratan de matar a Pedro de Puelles. Muerte de Pedro de Puelles. Redúcese la ciudad de Quito al Rey Después que Pedro de Puelles despachó la gente contra Guayaquil, considerando Rodrigo de Salazar58, su Capitán, y de quien mucho se fiaba, y otros sus soldados lo que en servicio de Su Majestad habían hecho los otros pueblos, comunicaron entre sí y trataron de matar a Pedro de Puelles. Fueron, pues, en este concierto, Morillo, Tirado y Hermosilla y otros algunos soldados de quien más confianza Salazar tenía; y estando ya todos bien prevenidos, entró el capitán Salazar un domingo muy de mañana a visitar a Pedro de Puelles, el cual aún no era levantado, y entrando el Capitán en su cámara, le dijo Pedro de Puelles: «Qué hay por acá, señor Capitán, tan de mañana?». Salazar respondió que venía para se ir con él a misa, y que Morillo le había rogado le entrase a suplicar le hiciese volver una cierta india que se le había tomado, y que si era servido que él entraría a darle la razón de su demanda. Pedro de Puelles dijo que entrase en buen hora, que con tal tercero no se podía dejar de hacer todo lo que pidiese. Salazar entonces le llamó por su nombre, y él entró muy comedido, con la gorra en la mano, y comenzó a explorar su petición, y en diciendo dos palabras arremetió a él denodadamente y comenzole a dar de puñaladas, y al mismo punto entraron Tirado y Hermosilla y otros, y diéronle de estocadas y matáronle. Luego salieron fuera con las espadas desnudas y arcabuces con mechas encendidas, dando voces y apellidando ¡Viva el Rey y mueran traidores! Y aunque el otro Capitán y su Alférez y otros que con él se hallaron salieron contra el capitán Salazar y sus -335- aliados, no fueron parte, antes fueron algunos muertos y el pueblo reducido a la voz de Su Majestad. Luego fue cortada la cabeza a Pedro de Puelles, y se puso en el rollo donde él había puesto la del virrey Blasco Núñez, y porque Lunar, con la gente que llevaba, no hiciese algún daño en Guayaquil despachó el capitán Salazar (a quien el pueblo había hecho su Capitán y Justicia mayor por Su Majestad) un mensajero escribiéndole que volviese luego con la gente que llevaba, sin hacer daño a nadie, y darle la obediencia como a tal Capitán y Justicia, y ansí lo hizo; y este mensajero pasó delante a dar la nueva a Guayaquil de lo sucedido en Quito, y sabido por Pablo de Meneses, que a la sazón aquí llegó, envió este mensajero a Manta a dar la nueva al Presidente, con que él y todos mucho se holgaron así por la parte que era Pedro de Puelles como porque el adelantado Benalcázar y los del Nuevo Reino podían venir a juntarse con el Presidente sin impedimento alguno. Luego escribió el Presidente a Quito al capitán Salazar y a los del pueblo loándoles lo que habían hecho y haciéndoles saber su llegada, y envió a Salazar provisión de Capitán y Justicia mayor por Su Majestad en aquella ciudad, encargándoles que a Benalcázar y su gente y a la del Nuevo Reino (que por allí vendrían) avisasen y les enviasen las cartas que el mensajero llevaba en que les

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daba cuenta donde quedaba y lo sucedido en Quito y en los otros pueblos, mandando que estuviesen a punto para cuando los enviase a llamar. Escribió también a Pablo de Meneses recogiese todo el maíz que en la Puná y en la comarca se pudiese haber, y con ello y las naos se fuese a Túmbez, donde, con el ayuda de Dios, sería con él muy en breve. -336- Capítulo LXXVI Manera de enfermedad de verrugas como mal francés. Razón por que se causa esta enfermedad. Llega el Presidente a Túmbez. Llega Manuel de Carvajal a Gasca y dale la embajada de los de Arequipa. Especialísima gracia del presidente Gasca. Halla el Presidente en Túmbez mensajeros de diversas partes. Lo que hizo y despachó Gasca. Dio Loaysa al Presidente relación de lo sucedido y enviole a Quito Habiendo el presidente Gasca enviado a la ciudad de Quito la provisión de Capitán y Justicia mayor al capitán Rodrigo de Salazar, y hecho limpiar y dar sebo a los navíos, mandó sacar dellos todos los que venían enfermos (que eran muchos) y que los llevasen a Puerto Viejo para que allí se curasen. Porque allende la dolencia y flaqueza que traían, les dio allí un mal de verrugas tan grandes como una nuez y mayores que nacen en las puntas de las narices y en las cejas y en la barba, de un humor entre negro y bermejo que, al tiempo que se hacen y días después, dan dolores como mal francés; y así, los que las tienen, dan voces y se quejan, y suelen durar tres y cuatro meses hasta que se van marchitando y se resuelven, y quedan los que las han tenido después con buena disposición. Dícese que este mal, y otros que en aquel paraje hay, se causa por estar debajo la línea equinoccial, donde en el cielo debe haber algunas constelaciones que lo causan, que por ventura allí tienen más fuerza que en otras partes. Habiendo, pues, proveído esto, y recogido el maíz en grano y bizcocho que pudieron y dado orden y encargado a los vecinos de allí que proveyesen de lo necesario a Juan Pérez de Vergara para las bestias que traía y fuesen con ellas al paso de Guayaquil, y estuviesen allí hasta enviar por ellas, en veintitrés de junio se partieron de aquel puerto, y con la buena navegación que tuvieron llegaron en seis días a Túmbez a gran pieza de la -337- noche, donde halló el Presidente a Pablo de Meneses, que con sus navíos, y Manuel de Carvajal, mensajero de Arequipa, con su fragata, aquel día habían llegado. Manuel de Carvajal se llegó luego a la galeota y dio al Presidente la embajada que traía de los de Arequipa; y asimismo dio relación de todo en lo de arriba sucedido, y cómo los de Arequipa se iban a juntar con Diego Centeno. El Presidente le hizo alegres recibimientos (que cierto en esto tenía especialísima gracia) agradeciéndole mucho su trabajo y peligro en que se había puesto por venirle a dar tan alegre y buena nueva. Y atento que su vuelta de Arequipa por mar no era segura ni

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lo era tampoco la ida (si de allí iba a juntarse con sus vecinos) el Presidente mandó que fuese en su compañía por tierra, para que, cuando llegasen en parte segura, pudiesen partir con la respuesta. Y otro día de mañana (dejando quien guardase los navíos y galeota) se desembarcaron en balsas que para aquello allí hay de los indios, porque, a causa de ser de muy gran tumbo el mar de aquel puerto ordinariamente, no se puede desembarcar en él sino de mañana, que anda más manso, y en aquellas balsas que, por ser más anchas, no zozobran como los bateles. Empero, con todo esto, no faltaron muchos de ser bien mojados y aun algunos que corrieron riesgo de ser ahogados. En llegando el Presidente a Túmbez halló que le estaban esperando mensajeros de diversas partes de Lorenzo de Aldana y Hernán Mexía y de los que Cochabamba, de Diego de Mora, Juan de Saavedra y Mercadillo y de la ciudad de Quito. El Presidente los recibió con mucho amor y dio buen despacho a todos, escribiendo a todas partes la nueva de su llegada a aquel puerto, mandando lo que en cada parte se había de hacer; envió a Guayaquil para que los caballos y bestias se trajesen con brevedad, escribió a Quito para que Pedro de Salazar viniese con la gente a juntarse con él, y también a Benalcázar y licenciado Almendáriz para que se trajesen o enviasen solamente la gente que de su voluntad quisiese venir y que no hiciese falta en las granjerías ni defensa de sus -338- gobernaciones, y que fuese de manera como en el camino no hiciese daño ni desorden alguno, y envió a don Antonio de Garay para que viniese con esa gente. Luego, en llegando, dio provisión de Capitán y Justicia mayor de Piura a don Juan de Sandoval y mandó que residiese allí, así para la defensa del pueblo como para tener siempre aviso de Gonzalo Pizarro, por ser aquel pueblo buena comarca para ello. Halló el Presidente, entre otras personas que allí en Túmbez le esperaban, al padre Baltasar de Loaysa, que le dio entera relación de todo lo de la tierra, y persuadiole para que no mandase venir la gente de Santo Domingo y Nuevo Reino ni de otra parte alguna, dándole muchas razones para ello y afirmando que todos los vecinos que estaban con Gonzalo Pizarro le dejarían luego que viesen su presencia. Y de algunos dellos dio cartas que traía al Presidente, el cual mandó que Loaysa fuese a Quito con una instrucción que le dio para el capitán Salazar, y a él mandó que residiese en Quito y detuviese la gente que viniese de Bogotá y del Nuevo Reino. También llegó en esta sazón a Túmbez el padre Juan Rodríguez, que venía del Cuzco de parte de Diego de Centeno, avisando al Presidente lo que había hecho en el Cuzco, y supo que era ya partido e ido a recoger la gente de Arequipa que traía el capitán Jerónimo de Villegas. -339- Juan Cristóbal Calvete de Estrella -[340]- -341-

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Biografía de Juan Cristóbal Calvete de Estrella Es uno de los Cronistas de Indias, designado por la autoridad real. «Cronista mayor de las Indias, después de Gonzalo Fernández de Oviedo», le llama don Antonio Paz y Meliá, en el Prólogo importante que escribió para la Rebelión de Pizarro en el Perú y Vida de D. Pedro Gasca, obra escrita por Calvete de Estrella, según sus palabras, «después de setiembre de 1565, habiéndola terminado a fines de enero de 1567», y que Paz y Meliá editó en Madrid en dos volúmenes el año de 1889, dentro de la Colección de Escritores Castellanos, utilizando para ello un manuscrito del siglo XVI que hoy reposa en la Biblioteca Nacional de Madrid. Se basó Calvete de Estrella para su libro en los documentos reunidos por La Gasca, así en lo concerniente a su jornada del Perú, como en lo tocante a los hechos de su vida, anteriores y posteriores a ella. Como Diego Fernández de Palencia, llamado El Palentino, -342- ha narrado en su Historia del Perú, compuesta en el mismo tiempo que la de Calvete y Estrella, casi con las mismas palabras que éste los acontecimientos relativos a Gonzalo Pizarro y a La Gasca, ha surgido la duda de si el Palentino no hizo otra cosa que copiar a Calvete, por lo menos en parte. A este propósito escribe Paz y Meliá: «¿Quién de los dos utilizó el texto del otro? Persona tan competente en estas materias como el señor Jiménez de la Espada afirma que la primera parte de la Historia del Perú del Palentino, está literalmente copiada, con ligeras alteraciones, 'de otra historia o relación que compuso, u ordenó cuando menos, Dn. Pedro Gasca', y prueba el plagio cotejando trozos de aquella obra con otros de dicha relación, de letra de un secretario de Gasca, y que hoy existe en la Biblioteca particular de Su Majestad». Paz y Meliá insinúa la idea de que tanto el Palentino como Calvete, pudieron haber utilizado los mismos documentos: la relación o relaciones de La Gasca, y añade que habiendo el Consejo de Indias prohibido la circulación de la primera y segunda parte de la Historia del Perú, del Palentino, hizo que la obra se tornara rara, por lo cual la de Calvete llena ampliamente la necesidad de información sobre el período a que se refiere el Palentino. Prestó muy importante servicio a las letras castellanas don Antonio Paz y Meliá, nacido en 1842 y muerto en 1907, fecundo escritor, arqueólogo, archivero y bibliotecario adscrito a la Nacional de Madrid, cuya gran erudición corría parejas con su ejemplar modestia. Hizo, al editar a Calvete y Estrella, accesibles a todos los documentos que a éste le confiara La Gasca, para que pudiera narrar la vida del sacerdote diplomático que venció a Gonzalo Pizarro, antes que con las armas, con su extraordinaria astucia, acabando así con la rebelión que algunos han pensado fue la primera que surgió en América contra el poder de España, en el anhelo de tener aquí gobierno -343- propio, relatando también las peripecias de la guerra civil que ensangrentó una parte del territorio recientemente descubierto. Paz y Meliá nos dio, al propio tiempo, importantes datos sobre el Cronista

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autor de la vida de La Gasca y de la rebelión de Pizarro. Sabemos por ellos que Juan Cristóbal Calvete de Estrella nació en Sariñena (Huesca), hacia el año 1525 y que falleció en Salamanca en 1593. En Alcalá de Henares estudió humanidades y lengua griega. Acompañó a Felipe II en Flandes y en Alemania y fue maestro de sus pajes. Sus numerosas obras castellanas y latinas se distinguen por la pureza del estilo, por su elegancia y amenidad. No se ha encontrado hasta hoy los doce libros que contenía su Conquista del Perú, escritos en latín ciceroniano y que se guardaban en la Biblioteca de San Isidro en Madrid. Hemos escogido para esta selección de Cronistas, unas páginas de los capítulos II y IX del tomo primero de la obra de Calvete, editada por Paz y Meliá, por referirse directamente a acontecimientos ocurridos en nuestra patria durante la rebelión de Pizarro y por contener hechos que dicen relación con el estado de las costumbres en aquellos primeros años de vida de la Colonia. Para terminar consignamos el siguiente dato interesante: el doctor Raúl Porras Barrenechea en la revista Mercurio Peruano que se publica en Lima, número 289 del mes de abril de 1951, dice lo siguiente: «Sería interesante que el doctor Rafael Loredo diese a la publicidad la obra inédita del cronista Calvete de Estrella: De Rebus Indis, cuyo hallazgo nos comunicara en Madrid en 1939 y cuya publicación anunció entonces al Instituto Histórico del Perú». Hasta, la fecha no se ha hecho aquella publicación. Nada mejor que reproducir textualmente lo que ha publicado el mismo feliz investigador doctor Rafael -344- Loredo, sobre Calvete y Estrella y su manuscrito por él encontrado, en la misma revista de Lima, Mercurio Peruano, del año 1946, Año XXI, Volumen XXVII, Número 233. Dice así el doctor Loredo: «Creo conveniente que los pocos lectores peruanos que se interesan por estas publicaciones, sepan que por fin va a ver la luz la no menos importante fuente histórica De Rebus Indis de Juan Cristóbal Calvete de Estrella. Por una curiosa coincidencia, esa historia buscada hace tantos años y sobre la cual daba abundantes datos Paz y Meliá para que algún día 'pudiera encontrarse documento de tamaña importancia', se encontraba también en tres partes, o sea que existían tres copias de ella. Cuando estuve en España en 1939, encontré las tres, y al dar cuenta de este hallazgo a un amigo historiador, me indicó que debía inmediatamente publicarlo, porque era de suma importancia y que así vincularía mi nombre a esa publicación. Recuerdo que le contesté que no tenía interés en realizar el pesado trabajo que eso representaba, y que ésta era labor de otros, si no queríamos ir consumiendo la vida. Le agregué que después de dar cuenta de mi hallazgo, esperaría cinco años, y pasados procuraría encontrar quien realizara ese trabajo. Al volver al Perú en 1940, cumplí con indicar en la Revista Histórica, haber encontrado la obra de Calvete y por supuesto nadie se interesó. Ahora en España tuve otra idea: como la obra de Calvete se encontraba, según repito, en tres partes: en el Monte Sacro de Granada, en la Academia de Historia y en la Biblioteca Real; en esos tres lugares me ocupé de ella haciendo notar su importancia y la

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ayuda que prestaría su publicación a los investigadores e historiadores americanos. En el Monte Sacro, la mostré al bibliotecario, que se quedó sorprendido, indicándome que varios, sabiendo que ahí debía andar, se la habían pedido 'por carta' y que él había contestado que no estaba. En la Academia de la Historia creían que se había perdido. En realidad faltaba en la Colección -345- Muñoz, que ahí estuvo en dos tomos signados con los números 13 y 14, pero olvidaban que la tal colección había sufrido algunas dispersiones y no habían cuidado de buscarla en otro anaquel. Allí reposaba con el número 12-27-3, antigua numeración E. 66; porque lo curioso es que ingresó a la Academia mucho antes de que llegara la Colección Muñoz, de modo que esos dos tomos andaban perdidos -para la colección- cuando ésta se encontraba en otro lugar, pero después ahí se reunieron. En cuanto a la Biblioteca Real, estaba hasta en el catálogo, pero no se habían dado cuenta de identificar bien la obra y creían que se trataba de la parte de la Historia de Calvete ya publicada por Paz y Meliá. Más aún en el Índice habían bautizado a Calvete con el nombre de Gregorio. Ahora y gracias al celo de don Antonio Ballesteros, el conocido historiador español y gran americanista, que por feliz coincidencia es Bibliotecario de la Academia de la Historia y Director del Instituto Fernández de Oviedo, va a ser publicada. La publicación va a realizarla el padre José López Toro, Subdirector de la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid, eximio latinista y que acaba de publicar, por cuenta del Duque de Alva, otra obra de Calvete». (Páginas 409 y 410, de la revista citada) Desgraciadamente, han transcurrido muchos años ya desde que esto se escribiera y la obra de Calvete y Estrella no se ha publicado todavía. -[346]- -347- Rebelión de Pizarro en el Perú y Vida de don Pedro Gasca Escritas por Juan Cristóbal Calvete de Estrella y publicadas por Antonio Paz y Meliá Tomo I Madrid Imprenta y fundición de M. Tello 1889 -[348]- -349- Capítulo II

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Gonzalo Pizarro sienta sus reales junto a los del Virrey. Marcha éste a Quito y resuelve dar batalla a Pizarro. Sale el último a su encuentro y vienen a las manos. Muerte del Virrey. Victoria de Pizarro. Hace su Teniente General del Perú a Benito de Carvajal. El triunfo ensoberbece a Pizarro, que se entrega a la liviandad. Imítanle sus capitanes No poco se holgó Gonzalo Pizarro con saber que su general Hinojosa tenía en su poder la ciudad de Panamá y del Nombre de Dios, y que Francisco de Carvajal perseguía a Diego Centeno; pero con todo esto no le parecía estar muy seguro mientras el Visorrey fuese vivo, porque sabía que aunque llegó muy destrozado a la ciudad de Popayán, tenía ya más de cuatrocientos hombres de caballo y de pie bien aderezados; y, por deshacerle del todo, determinó de sacarle de allí con algún ardid y engaño. No podía ya sufrir Gonzalo Pizarro estar tanto tiempo fuera de la ciudad de los Reyes, de donde podía gobernar mejor a su voluntad las provincias del Perú y las costas del mar del Sur. Publicó que se iba a Lima y dejaba en Quito por su Teniente a Pedro de Puelles, e hizo que los vecinos que tenían indios entre Popayán y Quito lo publicasen, y que a cabo de pocas días dijesen que ya era partido con su ejército para Lima. Vinieron estas nuevas al Visorrey y envió desde Popayán otros indios y españoles para saber lo que pasaba; pero no pudieron sacar de los indios otra cosa sino que Gonzalo Pizarro era ido a Lima, y Pedro de Puelles quedaba en Quito, porque es tanta la fidelidad que los indios tienen a sus señores en guardarles sus secretos, aun después de muertos, que antes consentirán que los quemen vivos que descubrirlos. Tomáronle los caminos y pasos, y no dejaban pasar sino solamente aquellos que iban a derramar estas nuevas. -350- Teniendo el Visorrey por cierto que era así como lo decían, no quiso aguardar más, aunque fue contra el parecer de sus capitanes, sino partirse para Quito, porque le parecía que con razón Gonzalo Pizarro, por las alteraciones que se movían, dejaba a Quito, que estaba en la frontera, por ir a guardar y gozar de las grandes y ricas provincias del Perú. Vino el Visorrey a Otabalo, y nunca hasta allí supo de Gonzalo Pizarro, aunque él sabía muy bien las jornadas que el Visorrey hacía por los indios que le enviaba Juan Marqués, el cual estaba con algunos soldados en un lugar a veinticuatro leguas de Quito; y como supo que el Visorrey venía cerca, salió con su ejército a buscarle, y asentó su real a la ribera del río que llaman Guaylabamba, en un lugar muy fuerte y tan cerca del campo del Visorrey, que los corredores se hablaban, llamándose los unos a los otros traidores; y aunque el Visorrey venía con determinación de dar la batalla a Pedro de Puelles, que aún no sabía que estaba allí Gonzalo Pizarro, pero reconocido el sitio del real, pareciole mejor irse a Quito, como lo hizo antes de media noche, mandando hacer fuegos a los indios, y dejándolos con los toldos en el campo, fue por la sierra por muy ásperos lugares y sin camino, y entró al medio día en Quito sin resistencia ninguna, y allí supo que Gonzalo Pizarro estaba juntamente con Pedro de Puelles, aunque, según dicen, ya lo supo en Otabalo por Andrés Gómez, su espía, el engaño que le

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habían hecho. Aconsejábanle el adelantado Benalcázar y el oidor Juan Álvarez, que con algún medio y partido se entregase a Gonzalo Pizarro, o que se fortificase y defendiese en aquella ciudad; pero no lo quiso hacer por no ser preso y porque de ninguna parte esperaba socorro, que antes que saliese de Popayán sabía de la prisión de Vela Núñez, su hermano, y de Rodrigo Mejía, y que Juan de Illanas y Juan de Guzmán, sus capitanes, habían huido de Panamá, y así determinó de aventurarse y ponerlo a riesgo de batalla, porque si la perdiese pudiese salvarse. Luego a la mañana Gonzalo Pizarro supo por sus corredores la partida del Visorrey, y que iba camino de -351- Quito; levantó su campo y caminó con mucha orden hacia Quito, que estaba de allí cuatro leguas. Tenía más de setecientos españoles muy bien armados y ejercitados en la guerra, y que habían vencido muchas batallas en el Perú. Eran los ciento y cuarenta de caballo, y los doscientos arcabuceros y los otros piqueros. Reconoció la orden que el Visorrey traía en su ejército, el cual venía ya de la ciudad marchando contra los enemigos con sus escuadrones hechos. El uno era de toda la infantería que traían los capitanes Juan Cabrera, Sancho Sánchez de Ávila y Francisco Hernández de Cáceres. El otro, que era de la gente de caballo, y el mayor, llevaba el Visorrey, y del otro escuadrón, que también era de gente de caballo, y el menor, venían por capitanes el adelantado don Sebastián de Benalcázar, y Cepeda de Plasencia, y Pedro de Bazán. Gonzalo Pizarro siguió casi la misma orden, pero puso delante los arcabuceros y luego los piqueros, con los cuales cubrió los escuadrones de caballo, que no fue pequeño ardid. Comenzose a trabar la escaramuza entre los arcabuceros, que andaban sobresalientes; y fuese de tal manera encendiendo, que se juntaron de entrambas partes los escuadrones con gran furia y voces, y recibiéndose con muchos arcabuzazos; pero era grande la ventaja que los arcabuceros de Gonzalo Pizarro tenían a los del Visorrey, así por ser más en número, como por ser tan diestros que mataron a muchos de sus enemigos, y entre ellos a Juan Cabrera y a Sancho Sánchez de Ávila, y al capitán Cepeda de Plasencia y otros. Lo cual turbó a los del escuadrón menor en ver muerto a su Capitán, y se juntaron con el Visorrey, y arremetieron todos juntos contra el escuadrón de los capitanes Benito de Carvajal y Pedro de Puelles y Diego de Urbina, que venían en la retaguardia del lado derecho, y rompiéronlo, aunque recibieron gran daño de una manga de arcabuceros del capitán Juan de Acosta. Cayeron algunos de los caballos, y el Visorrey derribó a Alonso de Montalvo Zamorano. Venía el Visorrey en un caballo rucio, y traía sobre las armas una camisa india, por no ser conocido en la -352- batalla de sus enemigos. El cual, con el encuentro de Alonso de Montalvo, quedó tan torcido en la silla y quebrantado que no se pudo enderezar, porque en aquellas provincias los hombres de caballo traen unas lanzas largas de fresno y muy gruesas, metidas en unas bolsas de cuero, y que cuelgan de unas correas recias del arzón delantero, y vuelven por el pecho del caballo, y llévanlas cuando van camino enarboladas, y cuando han de encontrar en la batalla, ponen la lanza debajo del brazo, afirmándola en la bolsa, y como las correas vienen por el pecho del caballo, es el encuentro fortísimo, porque es con la fuerza del caballero y caballo, y si la lanza ceba, o pasa a su contrario o le derriba, y aun algunas veces a su caballo. Otros

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caen del gran encuentro caballeros y caballos juntamente; y si la lanza no se rompe y el caballero queda para ello, pelea como jinete, de manera que el encuentro al romper es mucho más recio y peligroso que con lanza de armas puesta en el ristre; y para poder pelear con aquellas lanzas como hombre de armas y jinete, cabalga ni tan largo como el uno ni tan corto como el otro, que es una nueva y aun temeraria manera de pelear. Estando, pues, el Visorrey desatinado del encuentro, diole Hernando de Torres, vecino de Arequipa, a manteniente con una lanza, o según dicen, con un hacha en la cabeza, y derribole del caballo, sin que bulliese pie ni mano, ni nadie le hubiese hasta entonces conocido, que lo fue por algunos de los que andaban a confesar los heridos, y quieren decir que estaba fuera de juicio, no tanto por la caída, cuanto porque le solía tomar mal de corazón, que entonces le sobrevino; y según el poco sentido tuvo cuando le cortaron la cabeza, así se puede creer; pero lo que más se afirma que estaba así tendido como muerto pensando de librarse a la noche, porque de día era imposible, por no haber en aquel campo donde se pudiese esconder, y también por la furia con que los enemigos perseguían y maltrataban a los suyos. Peleaban bravamente unos con otros, quebradas las lanzas, con hachas y estoques; pero íbales mal a los de -353- Pizarro. El cual arremetió con el escuadrón con tanta presteza por detrás de la infantería del lado izquierdo, que fácilmente, como los tomó de través los desbarató. Comenzaron a huir los del Visorrey, y fuéronlos siguiendo con tanta furia el licenciado Diego de Cepeda y Gómez de Alvarado y Martín de Robles, que pocos se escaparon sino fue Íñigo Cardo, que fue después muerto por el licenciado Polo en las Charcas y otros. Acabose de desbaratar la infantería que aún peleaba y se defendía contra la de Pizarro, viendo al Visorrey caído. Discurría por la batalla el licenciado Benito de Carvajal, buscando al Visorrey para le matar en venganza de la muerte de su hermano el factor Guillén Joárez de Carvajal, y llegó a la sazón que Pedro de Puelles donde estaba caído el Visorrey. Conocido que fue el Visorrey, queriendo Benito de Carvajal apearse del caballo para le cortar la cabeza, no le dejó Pedro de Puelles, y así él mandó a un negro suyo que se la cortase, y Pedro de Puelles la tomó y la puso en la picota de Quito. Luego que supo Gonzalo Pizarro que el Visorrey era muerto, mandó tocar las trompetas para recoger la gente que andaba muy derramada siguiendo el alcance. Pasó esta cruel batalla a veintiséis de enero de mil quinientos cuarenta y seis. Murieron pocos de la gente de Gonzalo Pizarro, y de la del Visorrey muchos, y entre ellos el mismo visorrey Blasco Núñez Vela, y Sancho Sánchez de Ávila, su primo, y los capitanes Juan Cabrera, y Cepeda de Plasencia, y el licenciado Gallego, y el oidor Juan Álvarez, que murió después de las heridas por ponzoña que Gonzalo Pizarro le hizo poner en ellas. Los demás fueron presos y hubo entre ellos muchos heridos, entre los cuales fue el adelantado don Sebastián de Benalcázar a quien Gonzalo Pizarro perdonó por intercesión de muchos caballeros, y por el respeto que a su persona y antigüedad se tenía, le hizo curar de las heridas, y le ayudó con dinero y gente para se volver a su gobernación de Popayán; con que le prometió que le sería amigo, y en ninguna manera iría contra él;

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aunque -354- envió desterrados a don Alonso de Montemayor y a don Rodrigo Núñez de Bonilla, Tesorero de Quito, y a otros a Chile; pero ellos se alzaron con el navío en que iban, y se fueron a la Nueva España. Hizo llevar Gonzalo Pizarro los cuerpos del Visorrey y de Sancho Sánchez de Ávila y de Juan Cabrera y del capitán Cepeda de Plasencia y del licenciado Gallego a Quito, donde los enterraron con gran solemnidad, y la cabeza estuvo en la picota hasta que el capitán Olea lo afeó a Gonzalo Pizarro, y él la mandó quitar y enterrar con el cuerpo; y el día de las exequias y entierro puso luto, y lo mismo hicieron los caballeros y capitanes del ejército; y por el contentamiento que tenía del licenciado Benito de Carvajal, por haber mandado a su negro cortar la cabeza al Visorrey, le hizo su Teniente General del Perú. Estuvo algún tiempo en Quito, y mandó quedar a algunas personas principales, amigos suyos, con quien se holgaba y más se comunicaba, y despidió la otra gente; dio a los unos indios, y a otros repartimientos, y a otros entradas y descubrimientos de nuevas tierras, y dio licencia a los vecinos de los pueblos para que se fuesen a sus casas, y proveyó tenientes en todas las ciudades e islas del Perú. Envió al capitán Guevara a la villa de Pasto, y trajo de allí entre otros presos a Castellanos, el cual y Pedro Antón y Pedro Bello y otros nueve hombres de quien Gonzalo Pizarro tenía gran queja, fueron ahorcados. Desterró a muchos, y perdonó a otros, de que después se arrepintió. Así que no se puede decir que la batalla y la victoria fue cruel, pues por ser tirano, usó con muchos de clemencia. Hizo saber su victoria por todas las partes del Perú, porque sus amigos se animasen y se confirmase más su tiranía; y envió al capitán Alarcón con un navío a Panamá para que lo supiese su general Hinojosa, y para que le trajese a su hijo y a Vela Núñez y a Rodrigo Mejía y a los otros presos. Aconsejábanle sus capitanes y letrados que hiciese venir la armada, y corriese toda aquella costa de Nicaragua y de la Nueva España, y tomase y quemase todos los navíos que hallase, -355- porque de ninguna parte se pudiese juntar un navío con otro, y después se viniese a residir al puerto de Lima, para que si algún navío viniese de España con despachos del Emperador, no hallando comodidad para pasar seguro al Perú, pudiese él hacer sus partidos con gran ventaja; pero Gonzalo Pizarro no quiso seguir su consejo ni creerlos, así por tenerle la soberbia muy enseñoreado después de aquella victoria, como por la gran confianza que tenía de Pedro Alonso de Hinojosa, su General, y de los otros sus capitanes que con él estaban en Panamá y en el Nombre de Dios, y porque pensaba que ya no había cosa que le pudiese contradecir, y ya que la hubiese, que fácilmente la resistiría. Fue y vino el capitán Alarcón, y cerca de Puerto Viejo ahorcó a Lerma y a Saavedra, dos valientes soldados, y lo mismo hiciera de Rodrigo Mejía, si no fuera por el buen tratamiento que siempre hizo al hijo de Gonzalo Pizarro; y llegados a Quito, Gonzalo Pizarro perdonó a Vela Núñez, amonestándole que se guardase, que la menor sospecha que de él tuviese sería causa de su muerte, y enviole con Lucas Martín Vegaso a Lima. Y como se vio señor de aquellas provincias y mar del Sur, comenzó a tratarse con la mayor reputación que hasta allí había hecho, dando, como Rey, a besar la mano a todos. Y como el ocio sea causa del vicio, no se entendía sino en holguras y regocijos; y vivía Gonzalo Pizarro y los que estaban con él en toda

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desorden, y no con aquella honestidad que se requería, porque Gonzalo Pizarro tenía conversación con una mujer hermosa, que era hija de un vecino de Quito, que él y su mujer fueron al descubrimiento de la canela con Gonzalo Pizarro, donde se pasaron grandes trabajos y le sirvieron en aquella jornada. Estaba casada aquella mujer con otro vecino de Quito, que se decía Frutos, al cual Gonzalo Pizarro envió a las minas de oro, por poder gozar mejor de su mujer. La cual se hizo preñada, y temiendo que el marido la mataría si así la hallase, mandó Gonzalo Pizarro a un griego, criado suyo, que fuese a las minas y matase a Frutos. Y llegado el griego a las minas, comunicó el negocio con un su amigo que allí estaba, y aquel quitó que no lo hiciese, y avisó a Frutos -356- cómo el griego venía a matarle por causa de su mujer, y muy afligido dijo: «¿No basta que me tienen a mi mujer, sino que me maten por ello?». Volviose el griego a Quito por ruego de un su amigo sin matar a Frutos; y aunque él se excusó de no lo haber podido hacer, le riñeron y le mandaron volver con una carta que se viniese y trajese la cuenta del oro que estaba sacado, que Gonzalo Pizarro lo pedía, y que se volviese Frutos, y que en el camino, viéndole seguro, le matase; y así lo hizo el griego como le fue mandado por Gonzalo Pizarro, o, como algunos dicen, por Pedro de Puelles y el padre de la mujer. Como quiera que ello sea, Gonzalo Pizarro dio mil pesos al griego, después que hubo muerto a Frutos, para que fuese a su tierra y porque no le descubriese, y escribió por él a Hinojosa que luego con el primer navío que fuese le enviase a España, y porque después le tornó a escribir que le hiciese matar, pareciéndole que el griego diría alguna cosa de él en España que no estuviese bien a su fama y honra; pero ya era embarcado cuando aquella carta llegó a Hinojosa. Supo luego Gasca cuando vino a la provincia de Tierra Firme lo que el griego hizo, y avisó al Consejo de Indias de la ida del griego a España y de las señas que tenía, y con las diligencias que se puso fue preso en Sevilla, y de allí se huyó a la isla de Santo Domingo, donde otra vez le prendieron y llevaron a Valladolid, donde por sentencia del Consejo de Indias fue ahorcado. Y también los que estaban con Gonzalo Pizarro hacían otras cosas enormes y feas, y entre ellas el licenciado Carvajal, por tener compañía a Gonzalo Pizarro, se envolvió con su huéspeda y quiso matar al marido porque un día los halló juntos, y le amenazó de tal manera, que de miedo se fue a sus indios, y de allí, porque entendió que Carvajal le haría matar, se huyó a Popayán; y porque él fue uno de los principales que engañaron al Visorrey y a Benalcázar para que viniese a Quito, creyendo que Gonzalo Pizarro era ido, Benalcázar lo mandó prender y ahorcar. Y así se cometían otros casos feos, no solamente en Quito, mas aun en otras ciudades, por los amigos y secuaces de Gonzalo Pizarro, y se regocijaban con su -357- victoria y muerte del Visorrey, sino eran aquellos que amaban la virtud, paz y sosiego y el bien público, y eran leales vasallos y servidores del Emperador. Y entre los que más se holgaron de aquella victoria fue Francisco de Carvajal, que lo supo por cartas del mismo Gonzalo Pizarro, yendo en seguimiento de Lope de Mendoza; y por animar más sus soldados, les dijo cómo el Visorrey era vencido y muerto en batalla, y porque lo creyesen, les mostró las cartas.

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Capítulo IX Arribo del Presidente a Manta, donde prosigue sus prevenciones contra Pizarro. Muerte de Pedro de Puelles a manos de Rodrigo de Salazar. Reducción de Quito. Abnegación de Ovando por los Pizarros. Crueldades ordenadas por Puelles. Nombra Gasca a Salazar Capitán y Justicia mayor de Quito. Comunica a Benalcázar las buenas noticias que va recibiendo. Expedición de Aldana. Traición del indio don Martín. Entra en Trujillo Acosta. Coge dos prisioneros que le aseguran que Gasca no llegaría en aquel año. Envía Pizarro a Acosta en persecución de Mora. Fortifícase éste entre dos ríos. Sabedor Pizarro de la marcha de Gasca y de la reducción de la armada, resuelve salir contra Diego Centeno. Ahorca Acosta a Mejía y a otros soldados. Fuga de Jerónimo de Soria a Trujillo con las cartas de Pizarro. Carvajal manda dar garrote al capitán Lope Martín. Salen Acosta y Pizarro contra Centeno. Reúnese toda la armada con el Presidente en Manta. Promesas de próximo socorro que recibe de Nueva España. Nuevas prevenciones para la guerra. Tumor pestilencial que sufre su gente. Arriba a Túmbez Pero volvamos a Gasca, que por andar la mar alta, navegaba con su galeota junto a la costa, y por causa de -358- las puntas y quebradas que por ella se hacen surgía cada día a la tarde, por el peligro que corría caminando de noche. Y el adelantado Andagoya, con su navío y otros que había tomado, la seguía dando bordes a una parte y a otra, y así llegaron juntos al puerto de Manta. Súpose allí de los que estaban en aquellas casas del puerto de Trujillo cómo estaban con Diego de Mora en Cajamalca los capitanes Gómez de Alvarado y Juan de Saavedra y Juan Porcel con copia de gente, aguardándole para se juntar con él, y cómo se habían reducido Piura y Túmbez y Guayaquil y la isla Pugna y Puerto Viejo, y que Diego Palomino y Juan Rubio habían tomado en el puerto de Paita el galeón de Calero de Nicaragua, que Villalobos había comprado, y lo enviaba a Gonzalo Pizarro, y metiéndose en él y Carrión con ellos, se habían ido a Panamá en su busca. De lo cual Gasca recibió muy gran contentamiento y alegría. Vinieron de Puerto Viejo el Capitán y Justicia y otros muchos a visitarle en aquel puerto, y trajeron refrescos y mantenimientos de que tenían gran necesidad. Proveyó estando allí que hombres que supiesen bien la tierra llevasen maíz para las cabalgaduras y comida para el capitán Juan Pérez y los que iban con él, y les ayudasen a traer las caballos y las otras bestias de los Quijimines a Puerto Viejo, y también que fuesen otros a los lugares de indios que están dentro de la tierra y recogiesen todo su maíz y carnes que hallasen, y que del maíz se hiciese gran copia de pan, porque aunque en las otras provincias del Perú y de las otras Indias no pueden comer el pan de maíz sino muy fresco, en aquella comarca se le tiene en tanto como al pan de trigo, en la cual hay gran abundancia de pescados y carnes. Por maravilla se hallaba carne de vaca ni de oveja ni de cabra,

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porque no había sido alguna para criar. Y con la diligencia que se puso, se trajo mucho pescado, maíz y pan cocido, tocinos y gallinas. Hizo saber Gasca de su venida a los de Guayaquil, Piura y Trujillo y a Diego de Mora y a los otros capitanes, loándolos lo que habían hecho como buenos y leales -359- vasallos del Emperador, y animándoles que estuviesen firmes y que trabajasen de inducir a otros para que hiciesen lo mismo. Y estando para se partir con aquellas cartas y otras Esteban Jiménez (vecino de Puerto Viejo, que era hombre de cuidado y ánimo, y sabía muy bien los pasos de aquella tierra) que llevaba para Hernán Mejía, porque se creía que ya de Aldana y los otros capitanes habrían llegado al puerto de Lima, y que él sería de vuelta con el galeón conforme a la orden e instrucción que llevaban, llegó un mensajero de Guayaquil cómo le habían desamparado los vecinos y se habían pasado con sus mujeres e hijos y haciendas a la costa que está a la parte de Puerto Viejo, dejando la de Quito, porque Pedro de Puelles quería venir sobre ellos, y venía a los de Puerto Viejo que los socorriesen, porque Pedro de Puelles enviaba sobre ellos al capitán Lunar, vecino de Quito, con un golpe de gente. Había ya llegado a aquel puerto Pablo de Meneses con tres navíos, y mandole que tomase gente de la de Puerto Viejo, y socorriese a los de Guayaquil, y que con él fuese Esteban Jiménez con el despacho que llevaba para que desde allí se encaminase a Túmbez, Piura, Trujillo y Cajamalca, y diese las cartas que llevaba. Envió también con aquellos navíos a don Antonio de Garay, que era grande amigo de Pedro de Puelles, para que pasase a Quito y procurase de le reducir al servicio del Emperador y le ofreciese, como también lo hacía Gasca con su carta, que no sólo si lo hiciese le perdonaría lo pasado, más aún le acrecentaría en honra y hacienda y le haría toda merced. Pero no tuvo tanto tiempo para que pudiese reconocerse, que antes que Pablo de Meneses llegase con sus navíos a Guayaquil, comunicando Rodrigo de Salazar, hermano de Juan de Salazar, vecino de Madrid, con algunos soldados de su compañía de quien se fiaba, cómo estaban cercados de todos los pueblos que se habían reducido al servicio del Emperador, y Gasca venía con su armada, y no sabían lo -360- que hacía Gonzalo Pizarro, y no era bien aguardar más, sino hacer alguna cosa señalada con que a su Rey sirviesen, y pusiesen aquella ciudad debajo de su real voz, y supiesen que Pedro de Puelles tenía puestos en nómina ante Oña, escribano de aquella ciudad, a Orellana y a él y más de otros treinta de ellos para los mandar matar, porque entendía que eran servidores del Emperador, y para aquello había hecho poner más de veinte palos por los caminos, y mirasen cómo había hecho matar a Ruiz en llegando de Lima, sólo por decirle que venía inducido por el licenciado Cepeda y el capitán Martín de Robles de matar y alzar aquella ciudad por el Emperador, y que ellos matarían a Gonzalo Pizarro, y que también había hecho ahorcar otros cinco soldados por la sospecha que de ellos tenía, y ya no era tiempo de aguardar más; oído esto que dijo Rodrigo de Salazar, se persuadieron todos de matar a Pedro de Puelles. Y con esta determinación, un domingo de mañana, que eran de guarda, se fueron a su posada y le dieron de estocadas, y con los arcabuces en las manos y mechas encendidas, apellidando a grandes voces: ¡Viva el Rey y

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mueran traidores! Acudieron a la voz del Rey muchos vecinos con sus armas, y por otra parte salieron los capitanes Diego de Ovando y Martín de Alarcón y algunos soldados de su compañía en nombre de Gonzalo Pizarro. Trabose entre ellos una brava contienda; pero luego fueron vencidos y muertos algunos de los soldados, y presos los capitanes Ovando y Alarcón, con que cesó la pelea y aquella ciudad fue reducida al Rey, y los vecinos y soldados de ella tomaron por su Capitán y Justicia mayor a Rodrigo de Salazar. El cual hizo poner la cabeza de Pedro de Puelles, que él había muerto, en el rollo, en el mismo lugar donde había estado la del visorrey Blasco Núñez Vela, y los cuartos de él en los palos que él había mandado poner por los caminos. Mataron también a Oña, escribano, y a cabo de tres días justiciaron a Diego de Ovando, el cual estaba tan -361- pertinaz, que cuando le dieron garrote dijo que él había dado su vida a los Pizarros, y así les daba y dedicaba su muerte y holgaba de pasarla por ellos. Fue desterrado Martín de Alarcón, natural de Medellín, con otros, a Popayán. Despachó luego Rodrigo de Salazar un mensajero al capitán Lunar, que volviese con la gente, sin hacer daño a los de Guayaquil, y viniese a le dar obediencia, como a Capitán y Justicia mayor de aquella ciudad, la cual, por la muerte de Pedro de Puelles, había reducido al servicio del Emperador. Y Lunar así lo hizo, y el mensajero pasó a los de Guayaquil a les dar aquella nueva. Y como la supo Pablo de Meneses, que entonces llegaba a Guayaquil, mandó al mensajero que pasase a Manta, donde hallaría a Gasca. El cual recibió gran contentamiento con aquella nueva, por perder Gonzalo Pizarro tan gran brazo y ayuda como tenía en Pedro de Puelles que, cierto, era la más principal y mayor que en el Perú le quedaba, aunque, según dijo el capitán Diego de Urbina, él estaba determinado de reducirse el día después que le mataron; pero como se tenía por cosa incierta, túvose por mejor haberle dado la muerte, que no era buen indicio para reducirse haber querido matar a su criado Morales cuando se lo persuadía, y hecho gente para ayudar a Gonzalo Pizarro, y enviado a Lunar con parte de ella a destruir los de Guayaquil; cuanto más que lo que el capitán Diego de Urbina decía no llevaba camino, como claramente se conoció por un mandamiento que don Antonio de Garay halló en poder de un clérigo de Tacunga, que es un repartimiento en tierra de Quito, el cual Diego de Ovando había usurpado al tesorero Rodrigo Núñez de Bonilla. Mandaba Pedro de Puelles por aquel mandamiento a Diego de Ovando, su Capitán y Alguacil mayor de Quito, que matasen a todos los que habían seguido y favorecido al visorrey Blasco Núñez Vela, y lo hiciese so pena de muerte; y que si en Tomebamba estuviesen algunos, enviase persona de confianza que los prendiese y ahorcase. Era hecho aquel mandamiento en Luisa, tierra de Quito, -362- a veinticinco de abril, año de MDXLVII, con fe en las espaldas, que Ovando la recibiera a veintiocho de abril. El cual, en cumplimiento de aquel mandamiento, ahorcó a Blasco Vela y a Ulloa, que eran sus criados y le servían desde la muerte del visorrey Blasco Núñez Vela. Rompió aquel mandamiento Diego de Urbina, por ser tan amigo de Pedro de Puelles; y así se creía, por haber casado tres meses antes a Diego de Urbina, su sobrino, con una hija de Pedro de Puelles. Y aunque los Urbinas, Capitán y sobrino, afirmaban que Pedro de Puelles, un día después

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que le mataron, quería reducirse y alzar bandera por el Emperador, no es de creer, porque él fue muerto a treinta de mayo, y a los veinticuatro de aquel mes escribió al capitán Alonso de Mercadillo, y a los veinticinco a Diego de Urbina para que se juntasen con él en servicio de Gonzalo Pizarro contra Gasca y Lorenzo de Aldana y los que seguían al estandarte real. Y aquel día que escribió a Diego de Urbina, ahorcó a Isabel Godínez, mujer que fue de Hernando Sarmiento, difunto vecino de Quito, que por seguir al Visorrey fue ahorcado, y hermana de Manuel Estacio. Hizo también Pedro de Puelles por Marmolejo matar a una hermana de Isabel Godínez, mujer de Juan Márquez, vecino de Quito, que también fue muerto por los de Pizarro. La causa porque Puelles ahorcó las dos hermanas, fue porque teniendo la una el licenciado Carvajal por amiga, y la otra Juan de Silveira, Sargento mayor de Gonzalo Pizarro, y viéndose ellas olvidadas y desamparadas de ellos, hablaban mal de las cosas de Gonzalo Pizarro y de los suyos. Había también mandado Puelles a Marmolejo que matase a Manuel de Estacio, porque no quedase ninguno de ellos para le poder pedir una gran suma de oro que les había tomado, y para les poder tomar lo que les había quedado. También se decía públicamente por Quito que Puelles había ahorcado a Isabel Godínez por hacer placer a una manceba suya. Estaba Isabel Godínez tan sin sospecha que se tratase de su muerte, que cuando llegó el Alguacil -363- a decirle que se confesase, le halló muy descuidada y sin pensamiento de tal cosa. Como quiera que sea, luego que fue ahorcada, Puelles le tomó toda su hacienda, lo cual no hiciera si no pensara de permanecer en su tiranía y crueldad, y la misma maldad y pertinacia pareció haber en sus capitanes Ovando y Alarcón, que apellidando Rodrigo de Salazar, después de la haber muerto, «¡Viva el Rey!», apellidaban ellos «¡Viva Pizarro!». Pero al cabo llevó Pedro de Puelles el pago que de sus crueldades y traiciones merecía, y con su muerte se quitó el impedimento que había en Quito, estando en poder de Pedro de Puelles con tanta gente, para poder venir seguro el adelantado Benalcázar con los vecinos de su gobernación y del Nuevo Reino de Granada a juntarse con el ejército de Gasca. Y por gratificar Gasca a Rodrigo de Salazar, le envió provisión de Capitán y Justicia mayor de aquella ciudad por el Emperador, y en su real nombre le agradecía por su carta y loaba lo que él y los vecinos de aquella ciudad habían hecho, y cómo había llegado a Manta con su armada, y que recibiesen y encaminasen al adelantado Benalcázar cuando allí viniese con su gente y la del Nueva Reino, y que le enviase con toda diligencia y a recado aquel despacho que para él el mensajero llevaba. Hacíale saber Gasca cómo quedaba en el puerto de Manta con su armada y lo que en Trujillo, Piura, Guayaquil y Quito había sucedido y en el Cuzco, con todo lo demás, que dio gran contentamiento al adelantado Benalcázar y a los que estaban reducidos y deseaban el servicio de su Rey, y confirmó a los dudosos e hizo estar quedos a los desasosegados y que estuviese muy a punto con su gente para venir cuando le llamase. Escribió también a Pablo de Meneses que recogiese todo el maíz y vituallas que hallase en la isla Puna y de aquella comarca, y prosiguiese su camino donde él con el resto de la armada iría. Estaba muy maravillado en parecerle que tardaba mucho Hernán Mejía en dar la vuelta con el galeón; pero como la navegación había sido tan larga y los

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tiempos recios y contrarios y la falta de las vituallas mucha, no habían podido aún llegar a Lima, que después -364- que salieron del puerto de Trujillo, apenas tuvieron mantenimientos hasta llegar al río de Santa, que no hay por tierra sino quince leguas. Despachó Aldana de aquel puerto el navío que había tomado al licenciado León, con cartas para Gasca, que no habían podido pasar del río Santa hasta aquel día, que eran cuatro de julio, que partían para Lima, y que de allí pasaría con los dos navíos y fragata a Arequipa, y Hernán Mejía se volvería con el galeón la costa abajo, y Francisco de Carvajal y Juan de Acosta iban por la costa para les quitar los mantenimientos, y Acosta había tomado a la boca del río Santa unos marineros que hacían agua, y cómo habían dejado en el puerto de Trujillo a Pedro Díaz con su navío cargado de bastimentos. Paráronse Aldana y los otros capitanes a hacer agua en aquel río, y de allí acordaron Lorenzo de Aldana y los otros capitanes que fuese fray Pedro de Ulloa, compañero del provincial fray Tomás, y con él D. Martín, indio y lengua antigua de los españoles, a su repartimiento de indios que tenía cerca de Lima, la costa arriba, que llamaba Guarney; y por la voluntad que él mostraba de servir al Emperador, aunque era uno de los que habían preso con el licenciado León, se confiaron de él y le dieron seiscientos castellanos para que comprasen maíz, tocinos y gallinas. Y echándolos en tierra, D. Martín dejó en su casa que tenía en el repartimiento de Guarney, a fray Pedro, y él, como que iba a comprar lo que llevaba a cargo, caminó con gran priesa para Lima, y dijo a Gonzalo Pizarro el engaño que había hecho a Lorenzo de Aldana, y cómo dejaba en su casa a fray Pedro, compañero del provincial fray Tomás. Luego que esto oyó Gonzalo Pizarro, envió a fray Pedro y a fray Gonzalo, de la Orden de la Merced, los cuales con sus arcabuces que siempre los dos frailes solían traer, y otros con ellos, fueron y le trajeron preso delante de Gonzalo Pizarro. Entregolo a Francisco de Carvajal, y él le tuvo preso y faltó poco que no le diese garrote, lo cual se dejó de hacer por respeto de fray Domingo, que era un religioso de la misma Orden, de gran -365- doctrina, santidad y vida, que rogó por él y se le entregó para que lo tuviese en su monasterio, sin que se consintiese que nadie le pudiese ver ni hablar. Estando los capitanes haciendo agua en Santa, llegó el capitán Acosta con su gente a Trujillo; y como todos los vecinos se hubiesen ido con Diego de Mora a Cajamalca, no halló sino viejos, mujeres y niños; y por no tener orden de Gonzalo Pizarro, no pasó a la Piura, que está de allí setenta leguas; y como vio que no podía coger a Diego de Mora ni a ninguno de los vecinos de Trujillo, para hacer justicia de ellos, fue la costa arriba, por entender lo de aquellos navíos de armada, y por les hacer el daño que pudiese. Y llegando al río de Santa, se huyeron algunos de los que hacían agua para él y le avisaron dónde los otros la hacían. Y dando de súbito sobre ellos, mató dos y prendió otros dos, y los otros se acogieron al barco, y dijeron a Lorenzo de Aldana lo que pasaba, y Acosta se fue con aquellos presos a Lima. De los cuales supo Gonzalo Pizarro la gran falta que de mantenimientos en los navíos había, y la poca gente que tenían por haberse muerto mucha, que cada día echaban enfermos en tierra, y así lo estaban todos, y los arcabuces y las otras armas y pólvora estaba tan

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perdida por la humedad, que era de poco provecho, y que de Gasca no sabían cosa ninguna, antes tenían por cierto que no vernía aquel año al Perú. Dio gran contentamiento esto a Gonzalo Pizarro y a los de su consejo, y mandaron que luego se publicase y escribiese a todas las partes del Perú, y que el capitán Acosta se volviese a furia con muchos de a caballo y arcabuceros que le siguiesen la costa abajo para impedir los navíos que no pudiesen bastecerse, ni tomar agua ni leña, ni proveerse de cosa alguna, y que dejando allí parte de la gente, la que le pareciese que bastase para impedir a los navíos, él pasase a Cajamalca a deshacer a Diego de Mora y los que con él estaban. Salió a la costa de Lima con su gente, y entonces conoció Gonzalo Pizarro cuán mal aconsejado había sido -366- en quemar los navíos, porque si él los tuviera en el puerto de Lima, muy fácilmente tomara los de Lorenzo de Aldana, Mejía, Palomino e Illanes, por venir tan maltratados y con tan poca gente y tan enferma, de lo cual recibiera gran daño la armada del Rey e hiciera el negocio muy dificultoso, y no dejaran de seguirse grandes inconvenientes y mudanza de ánimos y voluntades de muchos que estaban determinados de se declarar contra Gonzalo Pizarro y servir a su Rey. Supo luego Diego de Mora la salida de Acosta y de la gente con que iba y el intento que llevaba por los indios y españoles que tenía en Lima puestos por diversas partes para le dar aviso, lo cual le puso en mucha turbación y a los que con él estaban, que siempre habían estado con temor y recelo que Gonzalo Pizarro no enviase gente sobre ellos, y por la otra parte de Quito no viniese Pedro de Puelles, porque aún no sabían de su muerte, ni de haberse reducido Quito, y así a mucha priesa se mudaron del lugar donde estaban y se pusieron en un fuerte entre dos ríos el uno de los cuales estaba a la parte por do había de venir Acosta y el otro a la parte de Quito. Y por asegurarse más, quebraron los puentes que en los dos ríos había y pasaron dos barcos que estaban a las puentes donde ellos estaban. Estando muy confusos entendiendo en esto, llegó Esteban Jiménez con las cartas de Gasca y con la nueva de la muerte de Pedro de Puelles, y cómo Quito estaba por el Emperador, de lo cual recibieron grande alegría, y se animaron mucho, por parecerles que tenían las espaldas seguras, que ya que fuesen forzados de se retirar, lo podrían hacer con más facilidad a Quito, que irse a juntar con Gasca, por ser el camino muy largo y áspero de muchas sierras y montañas, y así lo escribieron a Gasca que lo harían, y que de allí se podrían ir donde él estuviese. Y con las cartas que Esteban Jiménez dio en Túmbez y Piura, y por lo que publicó por el camino, y lo que Diego de Mora y los otros escribieron a diversas partes, se derramó por todas las provincias del Perú la venida de Gasca con su armada a aquella tierra, lo cual puso -367- grande ánimo a los que deseaban servir al Emperador para que se animasen y estuviesen más firmes y se declarasen contra Gonzalo Pizarro. El cual, pocos días después que enviara a Acosta, tuvo aviso de la muerte de Antonio de Robles, y cómo la ciudad del Cuzco estaba por el Emperador, y que Diego Centeno iba con cuatrocientos hombres a las Charcas, y se había reducido Arequipa y los vecinos de aquella ciudad, llevando por Capitán a Jerónimo de Villegas, y se iban a juntar con él. Puso esta nueva no pequeña turbación en los ánimos de los de Gonzalo Pizarro, y parecioles que era bien ir a deshacer

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a Diego Centeno antes que pudiese en aquella tierra, que era tan rica y de mucha gente, rehacerse más, y también porque si se disimulaba algún tiempo, le acudirían de las otras partes muchos españoles, y podría hacerse tan poderoso, que con dificultad pudiesen valerse con él. Y así Gonzalo Pizarro envió a mandar al capitán Acosta que se volviese muy apriesa y recogiese de camino toda la gente, armas y municiones que pudiese. El cual, por la sospecha que tuvo de Mejía, caballero de Sevilla, y de otros que se le querían quedar, los ahorcó. Y aconteció que Jerónimo de Soria y Cardona, que iban delante por corredores, mataran otros dos españoles que también iban con ellos por corredores, por decirles que se volviesen a Acosta, que los llamaba para volverse a Lima; y muertos que los hubieron, se huyeron a Trujillo, y llegando Acosta a Lima, fue preso el capitán Lope Martín por Francisco de Carvajal, porque dio un caballo a Soria conque se huyera de Trujillo, y que por ser amigo del capitán Juan Alonso Palomino, había dado aquel caballo a Jerónimo de Soria para que se huyese a los navíos con las cartas y avisos que llevaba. Y aunque todo esto no era verdad, le hizo confesar y darle garrote. Y habiéndole dado ya una vuelta, llegó D. Antonio de Ribera, que había procurado librarle, por ser su amigo, con un guante de Gonzalo Pizarro para que no le matasen, porque quería informarse de él de ciertas cosas, y así, medio ahogado, le sacó de entre las manos del verdugo. -368- Llegado que fue Acosta a Lima, le envió Gonzalo Pizarro con quinientos hombres bien armados por la sierra, y procurase de recoger todos los españoles, caballos y armas que en Guamanga y Cuzco pudiese, y de allí caminase para las Charcas, que él iría con la otra gente por Arequipa, y se juntarían los dos sesenta leguas antes de las Charcas para ir contra Diego Centeno, porque les pareció que era mejor ir a deshacerle que no guardar la costa y quitar los bastimentos a Lorenzo de Aldana y a los navíos que con él venían, porque creían estar seguros que aquel año Gasca no vernía con su armada, y que por esto no había para qué hacer caso de aquellos navíos, por el poco daño que les podían hacer. Y con esto se partió el capitán Acosta con su gente por la sierra, y Gonzalo Pizarro quedó para se aderezar y juntar más gente y dejar de ella la que convenía en guarda de aquella ciudad, e ir para Arequipa a juntarse con Acosta. Ya en este tiempo habían llegado todos los navíos a Manta, donde Gasca con su galeota les esperaba, después que él enviara los despachos y provisiones de Capitán y Justicia mayor de la ciudad de Quito para Rodrigo de Salazar. Vino entre ellos en un navío García de Arias con cincuenta soldados de Nicaragua que enviaba el presidente Francisco Maldonado a Gasca, y le escribió que luego despacharía otros cuatro navíos tras aquél con gente, armas, caballos y vituallas. Y de las cartas que traía García de Arias de D. Antonio de Mendoza, Visorrey de la Nueva España, se entendía que para el setiembre de aquel año enviaría a D. Francisco de Mendoza, su hijo, con cuatrocientos hombres de a caballo y doscientos arcabuceros y otros tantos piqueros. Y el mismo aviso daba D. Juan de Mendoza, que había ido a la Nueva España a solicitarlo. Vinieron en aquel navío de García de Arias el contador Juan de Guzmán y Juan Navarro. Y porque venían los navíos de aquella navegación tan tardía

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y trabajosa, maltratados y sucios, los habían aderezado y limpiado y dado sebo. Partieron con dos navíos de aquellos Diego de Villavicencio y Orellana a la isla de Puna, a cargarlos de vituallas y llevarlas donde estuviese la armada. -369- Llegó entonces en una balsa Antón Andero, que era uno de los que el capitán Francisco de Olmos envió a descubrir los navíos de armada, y fue tomado por Lorenzo de Aldana, y desde Trujillo le dio libertad y a los otros, como está dicho. Contó éste como testigo de vista, que después que Diego de Mora salió de Trujillo para Cajamalca, Gonzalo Pizarro había enviado con gente para cobrar aquella ciudad de Trujillo, y que el capitán Juan Alonso Palomino había saltado en tierra con ochenta arcabuceros y metídose en ella, dejando por su Teniente del navío a Juan del Arco, y Lorenzo de Aldana había quedado con el galeón a guardar el puerto, y que Hernán Mejía con su navío y Juan de Illanes con la fragata habían acometido y tomado el navío, que era el en que venía el licenciado García de León, y Palomino con su gente se había vuelto a embarcar y a los XXV de junio aquellos capitanes se partirían para Lima. Venía el licenciado León a hacer requerimiento por parte de Gonzalo Pizarro a Gasca, que dejase pasar a sus procuradores a España y no viniese al Perú con mano armada. Entendido esto por Aldana, quiso que le hiciese aquel requerimiento y llevase los traslados de los perdones y de lo demás a Gonzalo Pizarro, y él lo aceptó con toda voluntad, como la tenía de servir al Emperador. Trajo también Antón Andero cartas del padre fray Loaisa, Obispo de Quito, que so color de tomar la posesión de aquel Obispado, venía de Lima para verse con Gasca y quedaba en Túmbez con Villalobos, y de su carta se entendía que Gonzalo Pizarro había enviado a Juan de Silveira, su Sargento mayor, a las Charcas, para que hiciese gente. Llegó también a Manta Martín de Aguirre, que lo enviaba Rodrigo de Salazar a poblar a Guayaquil, y que lo tuviese por él y la isla de Puna. Y así lo certificaba el capitán Francisco de Olmos a Gasca por Hernando de Ribera y Lope de Ayala, que vinieron con él. El cual, encontrando en el camino de Quito a don Antonio de Garay, le dijo cómo era muerto Pedro de Puelles y aquella ciudad reducida, y que oyéndolo, se había partido con los despachos que llevaba. -370- Holgó Gasca de oír lo que Aguirre le dijo de Quito y de don Antonio de Garay. Despachole luego con cartas para Rodrigo de Salazar y los otros capitanes, loándoles lo que habían hecho y animándolos que estuviesen firmes en servicio del Emperador, y con la más gente, armas y municiones que pudiesen se viniesen a Túmbez a juntarse con él, porque en breve pudiesen deshacer a Pizarro y reducir todo el Perú, como antes estaba, al servicio del Emperador. Y porque la entrada de mucha gente en el Perú podría ser muy dañosa y causar alborotos y alteraciones más de las que había, envió a mandar a Benalcázar y a Armendáriz y a Tobilla que sobreseyesen en sacar la gente hasta que viesen otra carta suya, y encargó a Aguirre que con diligencia enviase aquellas cartas en llegando a Quito y a Popayán. Venían muchos enfermos en los navíos, los cuales echaron en aquel puerto de Manta para que los llevasen a Puerto Viejo y los curasen, y enterrasen

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los que muriesen, que no fueron pocos. Encargose de ellos la justicia de aquel pueblo de Puerto Viejo y los vecinos que no fueron con Gasca. Saliéronles a los enfermos que iban a Puerto Viejo unas verrugas tan grandes y aun mayores que nueces en las narices, cejas y barbas, de un humor pestilencial entre negro y bermejo. Las cuales, cuando les nacían y algunos días después, causaban tan grandes dolores como el mal francés y les hacían dar gritos y voces. Suelen durar cuatro y cinco meses; hasta que comienzan a secarse no cesan de doler, y al cabo vienen a resolverse, y los que las han tenido quedan limpios y sanos. Piensan los de aquella tierra que aquellas verrugas y otras enfermedades que hay se causan por estar aquella región y paraje debajo de la línea equinocial, y que vienen a hacerse por causa de algunas constelaciones que allí hay y tienen más fuerza en aquella región que en otra parte por do pasan. Hizo recoger Gasca todo el maíz y bizcocho en los navíos que se pudo haber, y dio cargo a algunos vecinos de Puerto Viejo que proveyesen a Juan Pérez de Guevara y a las cabalgaduras que traía de maíz y comida, y -371- aguardase con ellas en el puerto de Guayaquil hasta que él le enviase a decir que viniese. Dada la orden de lo que convenía hacerse por Gasca, salió con la armada del puerto de Manta a los XXIII de junio, y con el buen tiempo que le hizo, el último del mismo mes entró con su galeote, ya muy noche, en el puerto de Túmbez, donde halló a Pablo de Meneses con sus navíos y a Diego de Villavicencio y al capitán Meneses y Orellana con el maíz que habían traído de Puna y la fragata de Arequipa, en la cual venía Garci Manuel de Carvajal y Diego García, y de ellos supo todo lo que Diego Centeno había hecho en el Cuzco, y lo que había pasado en Arequipa con Lúcar Martín Vegaso, y cómo al tiempo que él se partió con aquella fragata por mandado del capitán Jerónimo de Villegas y vecinos de aquella ciudad, ellos también se fueron para juntarse con Diego Centeno. Fue Carvajal con mucha alegría recibido de Gasca por tan buenas nuevas como le traía. Y porque no era seguro volverse con la fragata a llevar la respuesta de su embajada, quedose con Gasca para irse en su compañía por tierra hasta donde le pareciese que podría su salvo tornarse a Arequipa. Luego el siguiente día, que fue primero de julio del año MDXLVII, dejando en guarda de la galeota y navíos la gente que era necesaria, se desembarcó Gasca y el Arzobispo de Lima y el general Hinojosa y los demás en balsas que tienen allí los indios. Es tan grande el tumbo y furor de aquel mar, que no pueden desembarcarse sino por la mañana, que está más manso. Usan para se desembarcar de aquellas balsas, que por ser muy anchas no se zozobran ni trastornan como los bateles. Pero era tanto el deseo que tenían todos de salir en tierra, que con la priesa que se daban, se mojaron muchos, y algunos corrieron peligro de ahogarse en aquel puerto de Túmbez, al cual con tanto trabajo y peligro, pasando tanta hambre y fortuna, habían arribado. Fin del Tomo I Nicolás de Albenino

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Biografía de Nicolás de Albenino El último aporte del gran polígrafo chileno don José Toribio Medina al conocimiento del pasado de América, fue su hallazgo, en la Biblioteca Nacional de París, del rarísimo impreso realizado en Sevilla en 1549, en casa de Juan de León, que contiene la Relación que un italiano, nacido en Florencia y avecindado en la ciudad de Los Reyes, envió a Sevilla, a su amigo Fernán Suárez, acerca de los sucesos ocurridos en el Perú desde que allá fuera el virrey Blanco Núñez Vela, hasta la muerte de Gonzalo Pizarro, después de la batalla de Jaquijaguana en que le venció La Gasca. En la Bibliografía de don José Toribio Medina, publicada en Buenos Aires en 1931, su autor don Guillermo Feliú Cruz, consignó acertadamente datos que podían dar luz sobre la personalidad del italiano Albenino y su rarísimo impreso. Forzoso es acudir a esa fuente para discurrir sobre el tema. Cita el doctor Feliú Cruz lo que Ricardo Donoso dijo en El -376- Mercurio de Santiago de Chille el 18 de enero de 1931, y que es del tenor siguiente: «La última obra del señor Medina ha sido publicada por la Universidad de París, y es una curiosidad bibliográfica que luego la buscarán apasionadamente los aficionados a la historia americana. Es una reproducción facsimilar de la Verdadera relación de los reinos e provincias del Perú desde la ida a ellos del Virrey Blasco Núñez Vela hasta el desbarato y muerte de Gonzalo Pizarro, por Nicolao de Albenino, impresa en Sevilla en 1549, y de la cual no se conoce más ejemplar que el existente en la Biblioteca Nacional de París. Cuando hace dos años el señor Medina estuvo en Francia, insinuó al docto y conocido americanista doctor Paul Rivet, la conveniencia de publicar esta obra tan curiosa y escasa, y es así como ella ha sido impresa a expensas del Instituto de Etnología de la Universidad de París, con una introducción debida a la pluma de nuestro historiador. Apunta en ella el señor Medina, cómo este impreso se había convertido en un verdadero rompecabezas para los más eminentes bibliógrafos e historiadores de Europa y América, hasta el punto que muchos llegaron a dudar de su existencia. Antonio de León Pinelo no lo cita en su Epítome y su continuador, don Antonio González de Barcia, un siglo más tarde, sólo señala su existencia en manuscrito. Sólo en los primeros años del siglo XIX el notable bibliógrafo norteamericano Obadiah Rich pudo anunciar la posesión de un manuscrito idéntico al descrito por Barcia, lo que permitió al gran hispanista Henry Harrise señalar la existencia de la obra de Albenino». Hubo un momento, antes de 1930, en que Medina creyó tener en sus manos la Relación de Albenino. Fue, según escribe Feliú Cruz, en 1886, al examinar en la Biblioteca Nacional de París un impreso del que el investigador, arqueólogo y viajero norteamericano, Ephraim George Squier había sacado copia por encargo del gobierno del Perú, y que éste editó en Lima -377-

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en 1870, con el título de Relación de todo lo sucedido en la Provincia del Pirú desde que Blasco Núñez Vela fue enviado por S. M. a ser Virrey della, que se embarcó a primeros de noviembre del año MDXLIII. El volumen editado en Lima en 1870, es un in-cuarto de 213 páginas. La obra no trae nombre del autor. En la Introducción que Medina puso al frente de la auténtica Relación de Albenino, editada en París en 1930 por el Instituto de Etnología, leemos lo siguiente: «Utilizando las indicaciones bibliográficas dadas por Harrise, nos fue dable dar una inscripción un poco completa de la obra de Albenino, con el número 137, en nuestra Biblioteca hispano-americana (Santiago de Chile. Tomo I. 1898. Páginas 231-232. In-folio). En este artículo nos preguntábamos si la Verdadera relación de Albenino no podía ser la que se había publicado en Lima en 1870 con el título de Relación de todo lo sucedido en la Provincia del Pirú, desde que Blasco Núñez Vela fue enviado por S. M. a ser Visorrey della, que se embarcó a primero de noviembre del año MDXLIII, volumen in-cuarto de 203 páginas, según una copia tomada en París. Como puede notarse, el título de las dos obras es muy parecido, y si tomando en cuenta que falta el nombre del autor en el impreso de Lima, y que la relación de los acontecimientos se extendía hasta el primero de mayo de 1550, se podía desechar la sospecha de que las dos obras en el fondo eran una sola, decíamos, sin embargo, que sería necesario tener los dos libros a la mano. Hoy día en que hemos podido hacer esa comparación, hemos podido constatar que si bien las dos relaciones concuerdan en el fondo, la de Lima es mucho más extensa, y nada tiene que ver así con la que se reproduce en facsímil». Queda en claro, definitivamente, que la Relación de Nicolás de Albenino, hallada en París por -378- Medina poco antes de su muerte, no es la que copió Squier para el gobierno del Perú y que se publicó en Lima en 1870. Hay que aclarar y completar en este punto lo que Feliú Cruz consignó en la página 169 de su Bibliografía de Medina, para evitar todo equívoco. En el haber del incomparable investigador y bibliógrafo de Chile, tiene que constar el hallazgo del impreso de Albenino y su publicación facsimilar perfecta, confiada al doctor Rivet. La Relación de Albenino se refiere a acontecimientos que culminaron en el año de 1547. El autor, dice Medina, no ha puesto fecha en su relato, o ella no se ha conservado en el impreso. Puede sin embargo determinarse aquélla de modo casi exacto. Se la compuso en la ciudad de Los Reyes, es decir Lima, y de ello no hay duda alguna. Sabemos que el capitán Hernán Mejía, emisario enviado por La Gasca al Emperador para informarle del resultado de la misión que se le había confiado y que la había llenado con tanta felicidad, partió del Cuzco el 10 de mayo de 1548 y salió de Lima el 15 de junio, para llegar a Sevilla en la noche del sábado 8 de diciembre del mismo año 1548. No es, pues, aventurado sostener que entre estas dos fechas: 10 de mayo de 1548 y 15 de junio del propio año, ha de colocarse la en que se redactó la Carta de Albenino, entregada a Suárez o Xuárez,

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tan pronto como Mejía llegó a la ciudad del Betis. Suárez concedió tanta importancia al Relato, que, como él mismo lo dice, «a la hora en que a mis manos vino, casi sin dejarla reposar, luego trabajé cómo se estampase y divulgase». Llegada a Sevilla el 8 de diciembre de 1548, ya el dos de enero de 1549, antes de un mes, Juan de León anunciaba que había terminado de imprimirla. Medina pregunta por qué hubo tanta prisa en hacer conocer los acontecimientos ocurridos en el Perú, y contesta con una cita de Marcos Jiménez de la Espada: «La pacificación de las ricas provincias peruanas era para Sevilla, emporio del comercio ultramarino, -379- un acontecimiento de importancia suma; un negocio que le tocaba muy de cerca; y si el pueblo, al saber la felicísima victoria del clérigo La Gasca, necesitó, para calmar su avidez de noticias y sazonar su júbilo, de palabras que a guisa de romances de ciego se pregonaban por las calles y plazas, relatando el suplicio de Gonzalo Pizarro, ¿qué no harían las personas de calidad, mercaderes, letrados o nobles?». Agrega Medina: «El lector aceptará, con nosotros, la explicación de la prisa que se puso en imprimir la Verdadera Relación, y tal vez esta misma, puede aclararnos la destrucción rápida de los ejemplares entregados a la circulación». La Relación de Albenino pasaba de mano en mano, como ocurre hoy día con los impresos que llaman poderosamente la atención, acabando por desaparecer a fuerza del uso continuado a que ellos se ven sometidos. ¿Cuidó alguien de dejar en una Biblioteca la Carta del célebre italiano, para que allí se conservara? La importancia de la Relación es muy grande por ser la primera en el tiempo, después del descalabro de Pizarro. Su exactitud es de veras impresionante. Medina anota un solo error en ella: llamar a don Pedro de Valdivia, el Conquistador de Chile, «Don Pedro de Bobadilla». Queda por averiguar, desde luego, si fueron los tipógrafos de Sevilla los que cometieron esa equivocación o si efectivamente incurrió en ella el autor. El texto de la sentencia de muerte dictada contra Gonzalo Pizarro por Alonso de Alvarado y el licenciado Cianca, se conoció en Sevilla sólo por la Relación de Albenino, pues La Gasca no lo había dado en su Informe al Emperador. ¿Quién era el italiano Nicolás de Albenino? Don Toribio Medina y Marcos Jiménez de la Espada han tratado de averiguarlo. Según el primero, Albenino había nacido en Florencia en 1514; tenía por consiguiente treinta y cuatro años de edad cuando compuso su Relación. Sus padres le alejaron de Florencia -380- muy joven, como escribió el mismo Albenino, para apartarle de «aquella tan grande división que hubo entre aquel Senado y la Ilustrísima casa de Médicis con la cual en sanguinidad soy tan próximo, por cuyos bandos se ha derramado en tiempos pasados tanta sangre». Es probable, dice el erudito chileno, que pasara de Florencia a Sevilla a los diecisiete años de edad, o sea, en 1531, como militar y que de allí partiera al Perú hacia 1534, en compañía de dos parientes del beneficiado de Sevilla Fernán Suárez, con el que había trabado amistad, siendo el uno de ellos el abogado Benito Suárez y el otro el representante Illán Suárez de Carvajal, con los que mantendría buenas relaciones en el Nuevo Mundo. Lo indudable es que Albenino residía de ordinario en Lima y que allí estuvo durante la sublevación de Gonzalo Pizarro. Sólo un momento le

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hallamos en Trujillo, en donde cae prisionero del capitán Melchor Verdugo, enemigo de Pizarro, que se apresura a ponerle en libertad en cuanto se da cuenta de que también el florentino es adversario de Gonzalo Pizarro. Gran parte de los hechos narrados por Albenino los ha presenciado él mismo, y el resto lo ha sabido por una carta que Diego de Mora, testigo presencial de los sucesos, ha escrito desde el Cuzco a un amigo suyo y que Albenino ha incorporado en su Relación. El florentino nos ha dado así un documento de singular valía. Es el primer testimonio escrito y publicado de lo ocurrido en el Perú con motivo de las Nuevas Ordenanzas dictadas en beneficio de la clase indígena y del nombramiento del primer Virrey encargado de ponerlas en práctica. Terminada con la muerte de Pizarro la sublevación contra el poder real, Albenino pasó a radicarse en Potosí. Ya desde antes de 1551 le había preocupado la explotación de las minas de plata de la célebre montaña. En los Archivos de España se ha conservado -381- en parte la Relación de la visita que a Albenino hizo el virrey don Francisco de Toledo en Potosí y de los trabajos de descubrimiento y explotación en que había emprendido el italiano, en junta de otros mineros, para dar con la «Veta rica», por medio de una galería subterránea. El virrey Toledo pidió a Albenino que redactara el Informe del caso, por estimarle como el más capaz para ello. Don Marcos Jiménez de la Espada en el tomo segundo de sus afamadas Relaciones Geográficas de Indias, editadas en Madrid en 1885, ha publicado todo lo que existe de este documento y enuncia el siguiente juicio sobre el Albenino: «El autor era indudablemente persona de mucho ingenio, de mucha práctica y habilidad; y la mayor parte de los datos geológicos que acerca del cerro y sus minerales de plata suministra, y la teoría que expone sobre los filones y criaderos, de seguro no se leerán en ningún otro documento de los relativos a la célebre villa y cerro de Potosí». En el mismo documento sobre minas, esto es el Informe que con fecha 1573 dirige al virrey don Francisco de Toledo, asevera Albenino que lleva ya diecisiete paños de trabajar en Potosí y que en ello ha gastado ya más de treinta mil pesos, Medina expresa que desde aquel año de 1573 no se vuelve a tener noticia alguna del florentino. Como antes anotábamos, en 1930 el doctor Rivet realizó en París por encargo de Medina la edición facsimilar de la obra de Albenino. A los trescientos ochenta y un años de haberse publicado en Sevilla, se reprodujo así aquella pieza histórica, con los mismos caracteres góticos con que ella salió de la casa de Juan de León; con las abreviaturas del original, muchas complicadas y difíciles de entender para el lector de nuestros días; sin puntuación de ninguna clase y sin división de materias o capítulos que pudiera ayudar en su consulta. Esta última resulta así -382- penosa y demorada, cuando no hay costumbre de leer impresos góticos del siglo XVI. Añádase a todo ello que la edición facsimilar del Relato de Albenino, se halla totalmente agotada desde hace varios años. Entre tanto, el testimonio escrito de Albenino interesa profundamente a la

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historia de América y particularmente a la de Quito, en cuyo territorio ocurrió el descalabro y muerte del primer Virrey del Perú, Blanco Núñez Vela, y en donde actuaron Gonzalo Pizarro y Pedro de Puelles. Quito se halla citado repetidas veces por Albenino. Es Quito, dice, «provincia de las mejores y más provistas de las Indias y tiene ricas minas». Las Guerras Civiles del Perú ocuparon a muchas Cronistas: Calvete de Estrella, El Palentino, Cieza de León, Pedro Gutiérrez de Santa Clara, escribieron sobre ellas. Pese a todo ello, el testimonio del Albenino es altamente valioso: permite en pocas páginas tener una mirada de conjunto de los acontecimientos en que intervino el intrépido Gonzalo Pizarro, digno de mejor suerte, cuyo nombre se halla unido a tantas y tan extraordinarias empresas en América y en especial en nuestra tierra ecuatoriana. Al reproducir el escrito del Albenino, he creído del caso ponerlo en español de nuestras días, con la debida puntuación y con una adecuada división en capítulos que facilite su lectura y su consulta. Quince años habían corrido desde la Fundación de la ciudad de San Francisco de Quito, cuando en Sevilla se publicó el Relato de Albenino, al que juez tan imparcial y autorizado como Jiménez de la Espada llamó «ingenioso y activo florentino». -383- Nicolao de Albenino Verdadera y copiosa relación de todo lo nuevamente sucedido en los Reinos y Provincias del Perú desde la ida a ellos del virrey Blasco Núñez Vela hasta el desbarato y muerte de Gonzalo Pizarro. (Sevilla, 1549) Esta relación se hace, según que lo vio y escribió Nicolao de Albenino florentino, al beneficiado Fernán Suárez, vecino de Sevilla, dirigida al excelente señor don Luis Cristóbal Ponce de León, Duque de Arcos, Marqués de Zahara, Conde de Casares, Alcalde mayor de Sevilla, Señor de la villa de Marchena, etc. Epístola Al excelente señor don Luis Cristóbal Ponce de León, Duque de Arcos, Marqués de Zahara, Conde de Casares, Alcalde mayor de Sevilla, Señor de la Villa de Marchena, etc. Por pequeña cosa que sea, Excelente Señor, de que recibe contento el que ama y desea servir, a la hora querría hacer de ella particionero a la persona en cuyo servicio está dedicada su voluntad. Porque no mide el tamaño de lo que da como el merecimiento de a quien -384- lo ofrece, sino a ojos cerrados (como dicen) no sabe más que desear darle parte de todo lo que él piensa y cree que es ocasión de darle contentamiento. Esto suplico considere vuestra excelencia en esta relación de las cosas que en

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la revelación y nueva conquista del Perú han pasado, pues, a la hora que a mis manos vino, casi sin dejarla en ellas reposar, luego trabajé cómo se estampase y divulgase bajo el nombre y favor de vuestra excelencia. Cosa poca y vulgar es para ofrecerla a tan gran Príncipe y por eso no digna de parecer ante quien de tantas partes le vendrá mejor y más cumplidamente la relación de ello; pero qué había yo de hacer, porque como la leí y me supo bien, sin mirar más que Vuestra Excelencia la oyese leer, viendo el grande ánimo y valeroso corazón con que Vuestra Excelencia representa los gloriosos hechos de sus pasados, colegí cómo se holgaría de ver estos acontecimientos de guerra bajo el nombre y felicísimo auspicio de nuestro invictísimo César. A quien de tanta distancia de mares y tierras le vienen buscando los vasallos, que con sola la sombra de su nombre le obedecen y dan homenaje. Suplico a Vuestra Excelencia la reciba con la benevolencia y favor que merece mi deseo, el cual va procurando hallar cosas mayores con que mi ingenio sirva a Vuestra Excelencia, para recompensar lo que ella, por ser pobre, ocupa indignamente las manos de Vuestra Excelencia, cuya vida Nuestro Señor prospere con aumentos o mayores estados, en su servicio.- Capellán y criado de Vuestra Excelencia.- Fernán Suárez. Señor: Como por otras mías, aunque no tan largas como ésta, habrá vuestra merced visto y entendido lo sucedido en la batalla de Chupas que se dio por parte del licenciado Vaca de Castro, en la cual (como fue notorio) fue él el vencedor; y desde luego entendió en reformar la tierra -385- lo mejor que a él fue posible, y en hacer ordenanzas así en provecho de los naturales como de los pobladores y estantes en la tierra; y aunque del dicho Vaca de Castro hubo algunas quejas y contradicciones acerca de su gobierno, holgaran los de la tierra y todos generalmente que así la tuviera. De lo cual Su Majestad recibiera muy gran servicio. Pero porque tratar de esto sería hacer proceso infinito y salir de mi propósito, que es dar ahora a modo de aviso desde lo de allí adelante sucedido, lo mejor que pueda, que pasó así. Lo que ocurrió luego de la batalla de Chupas. Se conoce la venida del virrey Blasco Núñez Vela. Noticia de las ordenanzas nuevas Estando el licenciado Vaca de Castro en la ciudad del Cuzco, llegáronle avisos de personas particulares, así de Nueva España como de Tierra Firme y de otras partes, en que le hacían saber cómo Su Majestad había hecho ciertas ordenanzas acerca del buen gobierno y en pro y utilidad de los indios, naturales de estas partes, y cómo les daba ciertas libertades las cuales ellos bien merecían. Y que para la ejecución de ello había proveído por su Virrey en estas partes a Blasco Núñez Vela, el cual venía a asentar en esta ciudad el Audiencia Real por Su Majestad, conforme y como él la tenía y a la instrucción que para ello traía. Sabido por los vecinos y moradores de estas partes y cómo venía por ejecutor de dichas ordenanzas. El Blasco Núñez Vela ya tenía fama y era conocido por hombre que ejecutaba lo que Su Majestad le cometía, por la cual fama desde luego se comenzó a

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alborotar la tierra y a echar varios juicios. Y la principal causa del alboroto, fue porque sonaba que traía el Virrey orden de quitar los indios a todas las personas que se hubiesen hallado notablemente culpados en las pasiones pasadas entre Pizarro y Almagro, y que se entendía también a todos los que habían sido tenientes de -386- gobernador y a todos los oficiales de Su Majestad. Y porque los contenidos eran los más y más calificados, fue la principal ocasión de pasar adelante el alboroto. Llega el virrey Blasco Núñez Vela. Primeros actos de gobierno Estando en eso, dentro de pocos días llegó el Virrey a esta tierra, a un puerto que se llama Tumbes y hasta allí trujo muy próspero viaje porque desde Panamá a Tumbes vino en ocho días y como llegó comenzó, desde luego, a usar de sus provisiones y a despachar correos a todas partes, porque a todos fuese notoria su venida y estuviesen suspensos, y también mandó prender algunos, lo cual fue su total perdición, como adelante se dirá, y pasando adelante en su propósito púsose en camino y fue a la ciudad de San Miguel, donde allí quitó los indios a ciertos de la tierra que habían sido tenientes y a los demás puso tasa en lo que los indios les habían de dar, la cual tasación fue tan escasa que apenas se podían sustentar, por manera que si hasta entonces había habido escándalos, en adelante los hubo muy mayores. Sabido esto y todo lo que pasaba en esta ciudad de Los Reyes, donde al presente había muchos vecinos de toda la tierra, los cuales todos comenzaron a hacer el camino del Cuzco y caminaban cuanto más podían, por hallarse lejos de las ordenanzas y ejecución de ellas, que ya el Virrey las comenzaba a ejecutar y en lo que sobre todo más procuró fue poner en libertad a todos los indios, y mandó pregonar bajo graves penas que nadie pudiese sacar indios de la tierra. Vaca de Castro sale del Cuzco con dirección a Los Reyes Y así llegado a la ciudad de Trujillo se comenzó a saber todo el negocio por extenso, y vino a orejas de -387- Vaca de Castro que estaba en el Cuzco. Lo cual sabido se comenzó a bajar a la ciudad de Los Reyes trayendo consigo poco más de trescientos hombres, personas de calidad y muchas armas. Sobre la cual venida hubo muchos y varios juicios, diciendo qué fuese su intento, porque veía y conocía claramente que tenía deseo de quedarse en esta tierra y gobernar, en lo cual no me entremeto por no hacer más larga la relación de lo que conviene. Vaca de Castro llega a Jauja. Pasa luego a Los Reyes Llegado Vaca de Castro a la provincia de Jauja, treinta y cinco leguas de aquí, con toda la gente dicha, supo cómo el Virrey sería muy presto en

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esta ciudad, por lo cual hubo gran alboroto en el real de Vaca de Castro y al fin determinó venir aquí el dicho Vaca de Castro sola su persona con poca gente, y desde allí despidió toda la que traía dándoles licencia para que se fuesen donde mejor les estuviese. Por manera que toda la más gente y la de más calidad se volvieron al Cuzco, llevando consigo todas las armas que traían, y Vaca de Castro se vino aquí a esperar al Virrey, al cual salió a recibir fuera de la ciudad, más de media legua, acompañado de varios vecinos y fue recibido de todos como persona que traía tal cargo aunque, según pareció después, con ruines intenciones, y se cree que hubo votos de que no fuese recibido en la tierra. Llega Blasco Núñez Vela a Los Reyes. Aplica las nuevas ordenanzas En este tiempo que el Virrey llegó a esta ciudad, no pasaron muchos días que luego llegaron tras de él los Oidores de la Audiencia Real, y desde luego se asentó el -388- Audiencia en esta ciudad y siempre comenzando a ejecutar las Ordenanzas y aunque en Piura y Trujillo y aquí por los cabildos y regimientos fue de ella suplicado, no hubo remedio, sino que la que en ellas se contenía se hubiese de ejecutar, de donde se conoció la mala intención que el Virrey traía. Lo cual visto y sentido por las gentes de estas provincias comenzaran muchos a irse a la ciudad del Cuzco, como cabecera de toda la tierra, para que el cabildo de aquella ciudad hubiese de venir o enviar a suplicar de las dichas Ordenanzas ante la Audiencia Real. En el dicho cabildo hubo diferentes pareceres, sobre quién elegirían para que hubiese de venir a suplicar de aquellas Ordenanzas. En esto determinaron y nombraron por su Capitán y Procurador general a Gonzalo Pizarro que a la sazón estaba en Las Charcas, ciento y cincuenta leguas adelante del Cuzco, en unos indios suyos. Y aunque parecía estar descuidado de los negocios, era al contrario; por muchos días atrás había consultado con amigos suyos particulares, sobre este negocio, y aunque estaba lejos del Cuzco, tenía puestas postas de indios que en breve, de todo lo que pasaba, cosa por cosa, le traían relación. Y desde allí se carteaba con todos los vecinos de la tierra especialmente con los del Cuzco, procurando hacer amigos para adelante, con intención de aprovecharse de ellos, como en efecto se aprovechó. Gonzalo Pizarro pasa de Las Charcas al Cuzco. Los vecinos le nombran su Procurador ante el Virrey Así como vieron en el Cuzco nombrado a Gonzalo Pizarro por Procurador y Capitán General, en razón de lo dicho, proveyeron personas principales para que de parte del cabildo y regimiento del Cuzco fuesen a Gonzalo Pizarro a rogarle tuviese por bien de encargarse del dicho cargo, y así fueron y le contaron a lo que iban, y aunque mucho lo deseaba, fingió con disimulaciones no quererlo aceptar, hasta que otra vez fue requerido y pareciéndole -389- ser descomedimiento no hacerlo, hubo de dar el sí.

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Y desde luego se partió de su casa y reposo y se vino al Cuzco, de donde salieron a recibirle todos los más honrados del pueblo y llevándole al cabildo le dieron poder, en nombre de toda la tierra, de Capitán y Justicia mayor de Procurador del común, y que como tal viniese a esta ciudad, donde estaba el Virrey, a suplicar de las dichas Ordenanzas. Todo lo que el dicho Gonzalo Pizarro aceptó y juro de usar bien de aquel cargo en procomún de toda la tierra; y para la gente de guerra que hubiese de haber, pidió dineros, los cuales se repartieron entre los vecinos y no sé la cantidad que se cogió, pero se asoldaron doscientos y cincuenta o trescientos hombres, a los cuales se dieron muy gruesas pagas, de a quinientos y de a seiscientos pesos de oro. Y así con los dichos comenzó a tocar tambor y a juntar gente, los cuales fueron repartidos en sus capitanías, así de infantería como de a caballo. Y puestos a punto para caminar, se proveyeron de armas, que las tenían muchas y muy buenas, de las que habían sobrado de la batalla que perdió Vaca de Castro en Chupas. Blasco Núñez Vela se maravilla de que nadie vaya del Cuzco a Los Reyes. Pizarro recoge toda clase de armas En este espacio de tiempo estaba el Virrey muy maravillado porque del Cuzco no venía persona alguna y no sabía cuál fuese la causa. Sobre la cual se echaban varios juicios y se decían mil mentiras. En esta ciudad se había juntado mucha gente de Trujillo y de San Miguel y de San Francisco de Quito y de las Chachapoyas y de otras partes, que todas tienen su asiento de esta -390- ciudad para abajo. La gente que estaba en la ciudad, la mayor parte se congregaba en secreto, sospechando por los indicios lo que había acaecido en el Cuzco y era la cosa del mundo que ellos más deseaban. La primera cosa que proveyó Gonzalo Pizarro, después de ser elegido, fue recoger las armas que pudo, para con ellas hacer incauto. Y envió un Capitán llamado Pedro de Hinojosa con cierta gente a Arequipa, a recoger las armas que hubiese y a otro Capitán envió a otra provincia a traer cierta artillería que había dejado Vaca de Castro, que era mucha y muy buena y toda la cual y las armas mandó se llevasen al Cuzco. El Virrey prohíbe salir de Los Reyes al Cuzco El Virrey supo todo lo que pasaba en el Cuzco, aunque no muy auténticamente por falta de que no venían personas de calidad del Cuzco, por las guardas que Gonzalo Pizarro tenía puestas en los caminos para que nadie pasase a dar aviso al Virrey de lo que él ordenaba. Lo cual por él sabido mandó a apregonar, aunque tarde, que, so pena de muerte, ninguno saliese de la ciudad para ir al Cuzco. Lo cual si hiciera con tiempo, no se hubiera hecho la junta de gente que se hizo. En este tiempo claramente se denunciaba la intención que tenían los del Cuzco y se decía sobre esto

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mucho más de lo que era, que fue causa de engendrar en la ciudad gran temor, porque decían que Gonzalo Pizarro venía sobre esta ciudad con ochocientos hombres de guerra, sobre lo cual aconsejaban muchos al Virrey que hiciese gente para resistirlo. De lo cual él se excusó muy mucho de no lo hacer y plugiera a Dios que, como lo determinó entonces, lo llevará hasta el cabo, que fuera causa de impedir tantas muertes como en estas tierras ha habido. -391- El Virrey resuelve resistir a Gonzalo Pizarro Y al fin, persuadido de importunaciones de los que le aconsejaban, se determinó en resistir a Gonzalo Pizarro, para lo cual mandó tocar atambores en esta ciudad y dio conducta a ciertos capitanes de infantería, que fueron: Martín de Robles y Pablo Meneses y Gonzalo Díaz, y de a caballo a don Alonso de Montemayor y por Capitán General de todos, a su hermano, llamado Vela Núñez. Nombrados los capitanes comenzaran a soldadar gente, en que hecha reseña en esta ciudad se hallarían ochocientos hombres. A los cuales dio de socorro el Virrey, de la hacienda de Su Majestad, pasados de doscientos mil pesos de oro. Y era tan lucida gente, cuanta en Italia tanta por tanta se habrá visto. Y si tuvieran la lealtad al Virrey que debían, con ellos fuera parte en aquel tiempo de desbaratar cuatro ejércitos de los que Gonzalo Pizarro trajera. Pero faltábales lo mejor, que era la voluntad, porque no había hombre de ellos que en sus entrañas no tuviese disimuladamente a Gonzalo Pizarro y lo esperaban, deseando en extremo su venida, antes para servirle que no para ofenderle. Y entre todos ochocientos no había cincuenta de quien pudiese fiar. Pedro de Puelles alza bandera por Gonzalo Pizarro en Huánuco Como el Virrey hubo hecho la gente, determinada de resistir a Gonzalo Pizarro, luego proveyó personas principales para que fuesen por la comarca a recoger más gente, entre los cuales fue uno Hernando de Alvarado, para que fuese con conducta de Capitán a Trujillo; y a las Chachapoyas al capitán Pedro de Puelles, que fuese a otra provincia a hacer lo mismo. El cual Pedro de Puelles fue ido con su provisión y llegado a la ciudad -392- de Huánuco en nombre del Virrey, recogió toda la gente que allá había, que serían por todos hasta ochenta hombres, los cuales se aderezaron a punto de guerra y comenzaron su camino, la vuelta de venir a servir al Virrey, y estando desviados dos jornadas de Huánuco, de consentimiento de todos los que consigo traía, alzó bandera por Gonzalo Pizarro y por el camino de la tierra se fue a juntar con él, que ya venía marchando para esta ciudad. Lo cual sabido por el Virrey recibió el pesar que debía y luego proveyó a su hermano Vela Núñez por Capitán General y a otro Capitán de quien confiaba, llamado Gonzalo Díaz, para que con cuarenta arcabuceros

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escogidos a la ligera, sin acémilas ni caballos, para que con toda diligencia posible por un camino de atajo fuesen tras el capitán Pedro de Puelles y lo prendiesen. Gonzalo Díaz alza bandera por Gonzalo Pizarro Caminando el capitán Gonzalo Díaz con toda la demás gente que llevaba, ya desviado de la ciudad treinta y cinco o cuarenta leguas, se alzó contra el Virrey y contra su hermano Vela Núñez, al cual quitaron las armas y caballo; y con sólo tres o cuatro hombres se volvió a esta ciudad y el dicho Gonzalo Díaz con sus arcabuceros fue tras de Puelles a servir a Gonzalo Pizarro. Llegado aquí el General, nótese lo que sentiría el Virrey, viendo que las personas de quien más confianza tenía se rebelaban a cada paso y se le tornaban enemigos. Al capitán Hernando de Alvarado también se juzgó del tener el mismo propósito, pero estaba más lejos, no tuvo el aparejo que los otros y estúvose entretenido hasta que llegase aquí Gonzalo Pizarro. -393- Descontento general contra el Virrey En este tiempo tenía esperanza todavía el Virrey de hacer algún fruto con las gentes que tenía, sacando más esfuerzo del que conocidamente tenía; procuró siempre de fortificarse lo mejor que pudo, porque ya Gonzalo Pizarro con su gente venía marchando con gran priesa para esta ciudad. Y toda la gente que el Virrey tenía era contra el decreto, hasta los mismos Oidores estaban descontentos de él y de sus obras, y aunque en público, de temor, no osaban declarar, entre ellos ocultamente hacían consultas con algunas personas que tenían por amigos, para que pudiesen ir a la mano del Virrey en las cosas que determinaba hacer. Blasco Núñez Vela da muerte a puñaladas a Illán Suárez de Caravajal Ya que Gonzalo Pizarro estaba cincuenta leguas de esta ciudad, entre algunos principales de ella ordenaron un motín en que una noche se juntaron cuarenta hombres, los cuales fueron dos sobrinos del factor Illán Suárez de Caravajal, caballero valeroso en estas partes. Y así idos poco más que a media noche, lo supo el Virrey y luego envió a llamar al Factor que estaba en su casa durmiendo bien descuidado. Y corno ante él viniese y el Virrey estuviese con su pena de lo pasado, todavía creyó que el dicho Factor fuese sabedor del motín y en aquel instante que ante sí le tuvo, él propio llegándose a él le dio de puñaladas. Como la gente toda estaba mal con el Virrey, visto el hecho se puede imaginar el odio que le cobrarían. Y luego, siendo de mañana, proveyó que el capitán don Alonso de Montenegro fuese tras los que se habían ido la noche antes, por lo que hubo tanto

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temor que parecía esta ciudad una nueva Babilonia. -394- Los Oidores apresan al Virrey Partido el capitán don Alonso de Montenegro tras los cuarenta hombres que se habían ido, luego en secreto ordenaron los Oidores de prender al Virrey, el cual hecho se cometió al capitán Martín Robles, que desde a dos días después de la muerte del Factor y de la partida del capitán don Alonso, debajo de ciertas mañas y con una provisión que le dieron los Oidores con una firma falsa, procuró el dicho Capitán, teniendo para este efecto atraída a sí toda la más gente, le prendió, en lo cual no hubo ninguna muerte, pero fueron tantos los juicios que sobre éste se echaron, que no bastaría péndola a escribirlo. En aquella prisión se robó en la posada del Virrey todo lo que había, y en dos días enteros no se entendió en otra cosa sino en tratar de lo que se haría de él. Unos decían que era bien se enviase a Castilla preso, con ciertas informaciones que los Oidores habían hecho contra él, e hicieron otras muy mayores con sus mismos enemigos. Otros eran de contrarios pareceres, pero al fin dentro de dos días que le tenían preso, del temor que de él hubieron le llevaron a una villa despoblada que está junto al puerto de la ciudad, donde le tuvieron hasta que determinaron lo que debían hacer, y allí estuvo con muy grandes guardas porque no se soltase. Pizarro ambiciona gobernar la tierra. Sale del Cuzco. Vecinos contra Pizarro Hase de notar que desde luego que Gonzalo Pizarro aceptó el cargo de Capitán General, tuvo gente asoldada y muchos amigos que le seguían. Desde luego se comenzaron a ver en él señales de mala intención y deseo de querer gobernar, o por fuerza o por grado. Lo cual visto y conocido, muchos vecinos de la tierra comenzaron a caer en el error que habían hecho y procuraban en secreto salirse de aquellas trapazas y dar cada uno mejor -395- color a sus hechos, a título de que no pareciese tan feo, procurando por las vías posibles tornarse al servicio de Su Majestad, porque bien conocían que Gonzalo Pizarro y todos sus secuaces iban en deservicio de su Rey y señor natural. Y alegaban para lo hecho, haber sido en defensa de sus haciendas y que no era servido Su Majestad que el Virrey pusiese en ejecución aquellas Ordenanzas, y querían y suplicaban a Su Majestad las suspendiese hasta que de nuevo proveyese sobre ello. Y decían más, que en tal caso le obedecerían pechos por tierra y no de otra manera. De modo que como los vecinos del Cuzco y los que al presente estaban con Gonzalo Pizarro tuviesen este pensamiento, hubo entre ellos algunos que se determinaron de venir a esta ciudad y apartarse de Gonzalo Pizarro. Y entre algunos trataron como, a seguro de sus vidas, lo pudiesen poner en efecto. Y así comenzaron a cartearse con amigos para haber de venir a servir al Virrey, cuando el tiempo les diese lugar. Estando ya a punto de

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partir Gonzalo Pizarro con toda su gente, para haberse de venir a esta ciudad, algunos de los que consigo traía le demandaron licencia para haberse de quedar en el Cuzco por algunos días, para efecto de aderezar sus personas, diciendo que antes de que llegase le alcanzarían. Y pareciéndole a Gonzalo Pizarro que no estaba en tiempo de dejar de agradarlos, se la concedió, y partiose dejando en el Cuzco puesta Justicia de su mano. Vecinos del Cuzco se movilizan para servir al Virrey No habían pasado muchos días que Gonzalo Pizarro caminaba, cuando veinticinco o treinta vecinos y los más principales del Cuzco, todos hechos una confederación, se partieron, por otro camino muy a la ligera y se vinieron a esta ciudad a servir al Virrey, y fue su llegada tres días después de ser el Virrey preso, que a llegar antes de su prisión fuera posible que los negocios no pasaran como pasaron, sino que el Virrey fuera señor y gobernara. -396- Como Gonzalo Pizarro que venía marchando a gran prisa supo la venida de aquellos vecinos, en continente se alborotó él y su gente, en tanta manera que faltó poco de que no dejar todos y perderse. Y pluguiera a Dios que así fuera, porque se hubieran excusado todas las muertes y desastres que ha habido después. Pero tornando en sí Pizarro y esforzando y acariciando a sus amigos, hubo de sustentarse, favoreciéndole la fortuna prósperamente, sin en dos años serle contraria en cosa alguna. Degüella Pizarro dos capitanes del Virrey En esta coyuntura ya los de su campo trataban de amotinarse, porque secreta y ocultamente el Virrey había enviado dos capitanes principales, llamados Gaspar Rodríguez y Felipe Gutiérrez, para que tratasen con amigos, que tenían de levantarse. Lo cual sabido por Pizarro (que no pudo ser tan secreto que no lo supiese) los mandó prender y degollar, las cuales muertes fueron hechas por Francisco de Caravajal, su Maestre de Campo. Puso esto mucho espanto en todos, que fue causa de asegurarse y mucho más cuando llegó el capitán Pedro de Puelles con la gente que se le vinieron al Virrey y Gonzalo Díaz con la suya y los cuarenta caballeros vecinos. Prisión de Vela Núñez hermano del Virrey. Recupera luego su libertad Como el Virrey estuviese preso en la isla, como he dicho, por los Oidores, donde a pocos días también hicieron prender a su hermano Vela Núñez y a otros amigos suyos, mandándolos meter en un navío que en este puerto está presto. Y no pasando muchos días los dichos Vela Núñez y sus amigos se

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alzaron con el navío y se fueron -397- con él a otro puerto distinto y desviado de éste no más de quince leguas. En este intermedio pasaron en esta ciudad muchas cosas, algunas de cantidad y otras no tanta, las cuales dejaré de contar para no hacer gran proceso. Blasco Núñez Vela recupera su libertad y envía a Quito un mensajero desde el puerto de Tumbes Los Oidores desde luego trataban de enviar a Castilla a Su Majestad al Virrey, entre los cuales comenzó a haber disensiones sobre quién sería la persona que se hubiera de encargar de llevarlo, y al último se resolvieron en que lo llevase un Oidor llamado el licenciado Álvarez, al cual vieron para que gastase en Castilla ocho o diez mil pesos de oro y para pagar la gente de guardia que consigo llevase. Y así poniéndoselo en la nave y dándole las probanzas que contra él habían hecho. Y como el Oidor se vio embarcado con el Virrey pareció ser que le tuvo miedo y comenzó a pedir testimonio cómo le parecía que no hacía el deber en llevarlo preso y que él no quería ir con él, antes determinaba soltarlo y servirlo, como a Lugar Teniente que era de Su Majestad y que en tal lugar le tenía y que desde luego le determinaba de morir en su servicio. Este hombre fue uno de los que le prendieron y el que fue uno de los primeros en el tracto de su prisión y el que firmó el mandamiento con que el capitán Martín de Robles le prendió. Puesto el Virrey en libertad, hízose a la vela, la vuelta de donde estaba su hermano, lo cual sabido en esta ciudad, comenzaron desde luego a temer. El Virrey con los que había adquirido, determinose en no salir de la tierra, antes de afirmarse en un puerto de ella, procurando por todas vías rehacerse de gente y enviar proposiciones a todas partes de las que él creía que le podrían acudir algunos. Y andando de esta manera llegó al puerto de Tumbes y desembarcándose allí hizo un mensajero a la -398- ciudad de Quito y de San Miguel, que están en aquella comarca, protestándole el daño que se les podría recrecer acudiendo a los Oidores o a Gonzalo Pizarro, los cuales iban contra las Ordenanzas y servicio de Su Majestad, y requeríales más, que todos con sus armas y caballos vinieran donde él estaba, y que para el dicho efecto gastasen de las haciendas de Su Majestad el oro o plata que bastase. Y como Tumbes es el puerto donde acuden todos los navíos que vienen de Nueva España y de Panamá y allí toman vituallas para las derrotas, vínole muy a cuento al Virrey este puerto, porque acudieron a él algunos navíos con gente, armas y caballos. Por manera que con los que por tierra vinieron y con los que recogió por la mar, juntaría poco más de doscientos hombres y su intento era juntar de quinientos para arriba, para con ellos procurar de se apoderar de la tierra. Apresan los Oidores a Vaca de Castro Cuando el Virrey estuvo en esta ciudad de Los Reyes, procuró examinar la

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vida del licenciado Vaca de Castro qué tal había sido y hacer probanza cómo había seguido la parcialidad de don Diego de Almagro y con él se habían hallado en la batalla. Los cuales todos eran capitales enemigos del Vaca de Castro. Y así comprobando con estos tales y con otros de este jaez, le pusieron muchos cargos y por estos respectos el Virrey hizo prender al Vaca de Castro. Y como después sucedió la prisión del Virrey, sospechosos los Oidores de Vaca de Castro, lo prendieron y metieron en un navío que estaba en este puerto, y guardándole con muchas guardas temieron desde luego que a esta causa habíase de haber algún nuevo alboroto en la tierra. -399- Gonzalo Pizarro se acerca a la ciudad de Los Reyes Estando los negocios en estos términos, los Oidores todavía cobraban sus salarios de la renta de la ciudad, teniendo por Presidente de ella a un licenciado Cepeda, que tenía una provisión para poderlo ser en ausencia del Virrey, teniendo solamente cuenta con interés que de ser Presidente se le seguía, teniendo entendido que Gonzalo Pizarro nunca sería contra el Audiencia Real, antes él y los demás siempre creyeron que Pizarro fuera en sustentarla. Por cuya causa desde que Gonzalo Pizarro llegó cerca de la ciudad a treinta leguas, luego los Oidores le enviaron a rogar que no entrase en la ciudad con mano armada ni con tanto cuerpo de gente como traía, que con ser a la sazón pasados de mil quinientos hombres y de día en día se llegaban más, porque en esta ciudad no quedaba un hombre que no le siguiese, y no embargante los ruegos de los Oidores que eran que solos con cuarenta de a caballo entrase, pero dándosele poco por ello, mandó mover todo su campo y artillería y afirmose en un arroyo que se hace una legua de la ciudad y allí no quedó hombre en toda ella que no salió a recibirlo y a besarle las manos. Y desde allí envió una noche a su Maestre de Campo a esta ciudad, con quince o veinte arcabuceros y entró secretamente y comenzó a prender a todos los vecinos del Cuzco que allí estaban, como arriba he dicho, que se habían venido de su servicio, que fueron treinta poco más o menos, y como los prendía, allí los ponía a muy buen recaudo en una cárcel, con muy buena guardia. Por manera que prendió los más y otros se le escaparon y huyeron de la ciudad por el camino de abajo, la vuelta del Virrey. Aunque verdaderamente en la ciudad se ignoraba dónde el Virrey estuviese. -400- Caravajal ordena ahorcar a tres vecinos del Cuzco Finalmente que aquellas prisiones que el maestre de campo Caravajal hizo y algunos destierros que los Oidores hicieron, fue la ocasión que iban los caminos llenos de gentes a servir al Virrey por temor que tenían a Pizarro y a los Oidores. En conclusión que todos se fueron a juntar al puerto de Tumbes. Otro día de mañana después de ser presos aquellos vecinos del Cuzco, tomó Caravajal maestre de campo, un escribano, pregonero y verdugo

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y con ellos, sin hacer contra los presos ningún auto ni probanza, mandó sacar tres caballeros de entre todos los más principales, que se llamaban: Pedro del Barco, Mochín de Florencia y Alonso de Saavedra, vecinos del Cuzco, a los cuales llevó fuera de la ciudad un cuarto de legua, la vuelta de donde estaba Gonzalo Pizarro con su real asentado, y mandoles ahorcar de un árbol a todos tres, sin más tela de juicio. Y fue su intento porque otro día había de pasar por allí el campo y fuese a todos notorio. Fue caso que a todos puso terror. El Pedro del Barco era hombre que tenía más de ochenta mil pesos de oro y el Mochín de Florencia más de treinta mil. Hecho esto, todavía se estaba Pizarro con su gente en el campo, aunque no descuidado de cartearse con muchos ni de procurar, por todas vías, que los Oidores le confirmasen el nombre de Gobernador por Su Majestad hasta que Su Majestad otra cosa proveyese. Los Oidores nombran a Pizarro Gobernador en nombre de Su Majestad. Entra en la ciudad Los Oidores no pudiendo hacer otra cosa hubieron de venir en lo que pedía, por estar el común de su parte y ser ellos los que lo demandaban y pedían por su Gobernador, creyendo que esto sería parte a impedir las guerras y disensiones que podría haber. En conclusión, que los Oidores hubieron de darle provisión de Gobernador -401- en nombre de Su Majestad, hasta que otra cosa proveyese en contrario. Y ya después de acordado lo que se debía hacer, enviáronle a notificar dónde estaba lo que el Audiencia había proveído, el cual con disimulaciones fingidas dio muestra de no querer aceptar el cargo de Gobernador y Capitán General hasta tanto que suplicándole otras muchas veces, lo hubo de aceptar, siendo la cosa que al presente más deseaba. Y luego el día siguiente hizo su entrada en la ciudad a punto de guerra, sus compañías de infantería delante y los de a caballo a retaguardia y él en el cuerpo de la batalla y por esta orden entró y afirmándose la gente en la plaza, pasaron todos hasta tanto que saliesen de cabildo, donde fue recibido Gonzalo Pizarro por su Gobernador y Capitán General, según y como la provisión que acerca de ello le habían dado los Oidores. Gonzalo Pizarro ejerce desde luego sus funciones Y desde luego comenzó a usar de sus cargos tan absolutamente como si los heredara de su patrimonio. Y luego quitó los indios a los conquistadores que en el discurso de atrás se le habían mostrado enemigos, y así mismo llevó por la misma medida a todos los que habían seguido al Virrey y dábalos a aquellos que él quería y le parecía y otros y los más principales ponía en su cabeza por gozar de los frutos y rentas de ellos. Como Gonzalo Pizarro se vio tan triunfante comenzó a enviar provisiones por todas partes y desde luego a acudirle toda la tierra, y proveyó por tenientes a aquellos de quienes más confianza tenía. Estando en esto, se

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supo en esta ciudad la verdad de la estada en Tumbes del Virrey y que ahí recogía a los que más podía y cómo todos los que de Gonzalo Pizarro se habían huido, que eran hartos de los principales, estaban con él. Visto y entendido por Gonzalo Pizarro lo que pasaba, comenzó a temer e hizo proveer de tres capitanes para que con gente se fuesen a -402- meter en San Miguel, que será cincuenta leguas de Tumbes y que por el camino recogiesen los más que pudiesen. Y así proveídos los capitanes se partieron por el dicho camino de Tumbes, que está doscientas leguas, poco más a menos, abajo de esta ciudad, pareciéndole a Gonzalo Pizarro que con la ida de estos capitanes podría vivir algún tanto descuidado en lo que tocaba al daño que del Virrey podía recibir. Pizarro no permite que los Oidores participen en el Gobierno Después que Gonzalo Pizarro entró en la ciudad, nunca más los Oidores se sentaron en los estrados de la Audiencia, ni cosa proveyeron por su autoridad, sino era solamente el licenciado Cepeda que era muy su amigo y era o fue la amistad de entrambos a causa que el Cepeda proveyera a Pizarro de toda cuanta moneda podía. Y vino la cosa en términos que no se hacía en aquella ciudad más de lo que Cepeda hacía y proveía. Hacia todo este tiempo Vaca de Castro estuvo preso en una nave del puerto de esta ciudad con buena guarda, el cual, como persona sabia que era, tuvo siempre deseo de salir de esta tierra y no sabía por qué vía, porque tenía temor a Pizarro que le mandaría matar, porque cuando Vaca de Castro gobernó, nunca dejó de estar sospechoso, temiéndose de Pizarro. Y acerca de esto tuvieron entre ellos grandes pasiones, las cuales no replico por ser cosa larga. Pizarro envía unas barcas con gente a Panamá. La gente de Quito apoya al Virrey Como ya el Virrey se iba apoderando en Tumbes de gente, y como de Quito le habían acudido todos los vecinos, -403- súpolo Gonzalo Pizarro, pero como no tenía ningún navío no sabía qué hacer. Y su intento era enviar un Oidor, de los que habían preso al Virrey, a dar cuenta a Su Majestad de lo acaecido en esta ciudad por la venida del Virrey. Y también quería enviar una compañía de gente a Panamá, para tomar por las espaldas al Virrey, pero como no tuviese navíos, ni en este puerto los hubiese más que dos barcas de pescadores, deshacía la rueda de sus pensamientos. Y viendo no tener otro ningún remedio, mandó alzar las barcas para haberlas de enviar a Panamá y en ellas envió por Capitán a Hernando Bachicao con trescientos arcabuceros, y en su compañía un Oidor, llamado Zereda y un mensajero para Su Majestad, llamado Francisco Maldonado. Y dio facultad Pizarro a dicho capitán Bachicao para que, en llegando a Panamá, despachase para Castilla al Oidor y a Maldonado y que procurase en Panamá hacer la más gente que pudiese, lo cual así lo hizo, como adelante se dirá.

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El Virrey se entera de la movilización de capitanes de Pizarro. Bachicao se apodera de una nave mercante Los tres capitanes, Gonzalo Díaz y Jerónimo de Villegas y Manuel de Estacio, ya estaban cerca de San Miguel, cuando dijeron en Tumbes al Virrey cómo tres capitanes de infantería con mucha gente venían sobre él. Incontinente proveyó que su hermano Vela Núñez, con ciento cincuenta hombres, les saliesen a resistir a los capitanes. En aquel tiempo que el hermano fue, se quedó el Virrey en Tumbes con sólo cincuenta soldados y en el mismo tiempo bajó por la costa el capitán Bachicao y llegó a Trujillo y tomó un navío cargado de mercaderías en la cual nave se metió y llevó consigo y repartió la gente que traía en las barcas y otra alguna más que tomó en Trujillo, y con todos juntos se fue la vuelta de Tumbes. Algunas personas que con el Virrey estaban, que se carteaban con el bando contrario, le hacían entender -404- al Virrey, por atemorizarlo, que Bachicao por mar y Pizarro por tierra, con gruesos ejércitos, venían sobre él. El Virrey no estaba falto de temor por verse con poca gente y esa que tenía haberla enviado con su hermano. Estando así en varios pensamientos una tarde vieron asomar las dos barcas y la nave. De ver esto el Virrey temió, creyendo que todo cuanto le habían dicho era la verdad, y esperaba a cada hora cuándo el ejército de por tierra le había de acometer. El Virrey huye de Tumbes. Bachicao se apodera del puerto y lo saquea en parte. Se le junta gente maleante Estaba así mismo cuidadoso porque de su hermano Vela Núñez, que había enviado con los ciento cincuenta hombres a San Miguel, no sabía cosa ninguna. Y como reconoció que las tres velas que asomaron eran las dos barcas y la nave, dos navíos que estaban en el puerto se fueron de allí y el Virrey hizo lo mismo, que con la más gente que pudo recoger se salió huyendo la vuelta de su hermano que iba por caminos muy ásperos y desesperados. Por manera que habiendo el Virrey desamparado el Puerto, las naves que en él estaban hicieron vela. Visto por el capitán Bachicao lo que pasaba, con su nave y con las barcas fue en seguimiento de ellas, dándoles caza, y tanto las siguió y apretó que de tres tomó las dos, y la otra, en que iba el capitán Juan de Llanos, se escapó por ser mejor de la vela que las otras, y fuese a Nicaragua. El capitán Bachicao volvió con la presa al puerto de Tumbes y allí robó y afrentó a ciertas personas, y desde allí se hizo a la vela con todos los navíos excepto con el que había vuelto de Trujillo cargado de mercaderías, y a este soltó con infinitas importunidades, y así se anduvo por la costa recogiendo gente, que fácilmente hallaba donde quiera que llegaba, por ser tanta la libertad que tenían con él, así de robar como de hacer otros cualquier daños, que no había ningún vagabundo -405- que sabido esto no le venía a buscar, por usar de aquellas libertades fundadas en maldad y en desafueros. Y así

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mismo recogió algunos navíos de manera que cuando llegó cerca de Panamá, traía ocho navíos y cien hombres de guerra. Bachicao se acerca a Panamá y luego desembarca allí. Gran temor de sus habitantes. Se hace de navíos y gente. Todos ansían pasar al Perú Como los vecinos de Panamá vieron aquella flota espantáronse y alborotáronse, que ya sabían parte de esas pasiones que pasaban en el Perú. Llegado Bachicao a Panamá, procuró tomar algunos navíos que estaban en aquel puerto que andaban al tráfago. Los de Panamá viendo esto, creyeron que en aquellas naves venían muchos de estas partes con ánimo de robar, por lo cual se pusieron en defensa y los navíos quisieran huir si Bachicao los dejara, y porque uno de los maestros de una de las naves se puso en defensa, mandolo tomar Bachicao y ahorcarlo de la antena de su nave. Lo cual visto por los de Panamá, les fue causa de muy grande alboroto, y desde luego comenzaron a ir embajadores los unos a los otros, especial de Bachicao a los de Panamá, diciéndoles que lo que querían y a lo que habían venido era a echar en tierra a un Oidor y a un caballero y encaminarlos como pasasen al Nombre de Dios y de allí a Castilla a Su Majestad, y que ni querían otra cosa ni a más habían venido. Lo cual oído por los vecinos, creyendo que así fuese y también porque era impedir el trato no hacerlo, acordaron dejarlo desembarcar, y también por tener grato a Gonzalo Pizarro, por cuyo mandato venía el Bachicao, de todo lo cual adelante se arrepintieron. Y desembarcado que fue, fueron tantos los que se le allegaron que dentro de pocos días tenía más de mil y cuatrocientos hombres con los cuales comenzó -406- a hacer y decir todo lo que quiso, así en Panamá como en Nombre de Dios en los cuales lugares o ciudades no dejó armas ni caballos ninguno que no tomó, y lo mismo hizo a la ropa y fue tanto lo que robó que no se puede escribir, y tanta la gente que se le llegó, que no quería tanta, todos a efecto de pasar al Perú, para la cual jornada ya el capitán Bachicao tenía quince navíos. Llega a Quito el virrey Blasco Núñez Vela. Es Quito provincia de las mejoras y más provistas de Indias. Tiene ricas minas Como el Virrey llegó a Quito con poco más de ciento y cincuenta hombres fue muy bien recibido, porque iban con él algunos vecinos de aquella ciudad que por el camino se le habían juntado, los cuales desde luego se le dieron por muy servidores y, por el contrario, enemigos de Gonzalo Pizarro. Y así mismo de la gobernación de Francisco (sic) de Benalcázar le acudieron mucha gente. De modo que en poco tiempo juntaría, sin los que había traído, pasados de cuatrocientos hombres bien aderezados de armas, y caballos, muy a la voluntad del Virrey. Y estando allí contentos, por ser la provincia de Quito una de las mejores y más bastecidas de estas partes, así de trigo como de carne, y muy sana, que es lo principal, y de muy

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ricas minas. Todo lo cual le vino al Virrey a muy buen cuento, y como se vio con tanta gente, pensó ser señor absoluto de la tierra, sin contradicción alguna. Lo cual no dejara de ser, si se estuviera en Quito y no se baja, como se bajó, a los llanos, porque, como es notorio, Quito está en la sumidad de las montañas. Y desde allí bajando, comenzó a marchar y venirse a San Miguel. -407- Sale el Virrey con dirección a San Miguel. Órdenes de Pizarro Lo cual fue sabido por los tres capitanes: Gonzalo Díaz y Fernando Villegas y Manuel de Estacio, que estaban juntos en San Miguel. Con doscientos soldados saliéronse de la ciudad y subiéronse a la sierra y pusiéronse en un paso do venía a dar el camino que traía el Virrey. Y aunque no sabían del todo la certidumbre de la venida del Virrey, pero no embargante se pusieron a esperarlo allí, certificados que no podía venir por ningún otro camino. En estos intermedios no faltó quien avisó a Gonzalo Pizarro de toda la determinación del Virrey y de cómo bajaba a los llanos y de la gente que traía. Para lo cual se aderezó lo más bien que pudo con intento de salir al encuentro al mismo camino que llevaba. Y para efectuarlo tomó cuatrocientos hombres y proveyoles de todo lo necesario muy largamente, así de armas como de caballos y de oro; enviolos a la ciudad de Trujillo que está de esta ciudad a ochenta leguas. Y proveyó que su Maestre de Campo, Caravajal, saliese por otra parte, y que Gómez de Alvarado, otro Capitán, saliese de las Chachapoyas con toda la gente que allí tuviese y para que más pudiesen recoger se bajasen a Trujillo, y que a las pueblos donde llegasen no dejasen vecino, ni ningún hombre que fuese para tomar armas, sino aquellos que fuesen menester, tasadamente, para sustentación de los pueblos. Llega a Trujillo Gonzalo Pizarro. El Virrey derrota a cuatro de sus capitanes Como Gonzalo Pizarro llegó a Trujillo con toda su gente, incontinente envió a mandar a sus capitanes que estaban en frontera que se retirasen con toda su infantería a otra provincia porque entendía que el Virrey venía muy pujante, lo que los capitanes ignoraban. El Virrey -408- tenía tomados muchos pasos, porque ya tenía adquirida mucha amistad con los indios y caciques, con facilidad lo podía hacer y dar sobre los cuatro capitanes sin ser sentido, especialmente por estar muy descuidados. Y aunque habían sido avisados de Gonzalo Pizarro y de otros amigos, no lo quisieron hacer, pareciéndoles ser menoscabo de honra ir con la gente que tenían, coma se les enviaba a mandar. Estando los negocios en estos términos, supo el Virrey el estado en que estas cuatro compañías se hallaban y conoció tenerles mucha ventaja, así por tener más gente que ellos como por estar algo descuidados. Determinose por un camino de atajo de acometerlos y así lo puso por obra. Y puesto en camino, al cabo de dos

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o tres días una mañana al alba dio con su gente sobre ellos, las cuales estaban desarmados y sin ningún temor, que por ser tan de mañana aún no habían tomado las armas. Fue la llegada del Virrey tan repentina y súbita, que no tuvieron lugar de armarse ni tomar ninguna defensa. Fueron presos muchos y otros huyeron, especialmente todos los capitanes y fue la causa de poderlo hacer, una muy gran niebla que sobrevino que no se veía un hombre a otro. El capitán Hernando de Alvarado fue uno de los que huyeron; éste nunca más pareció; créese que le comieron tigres, por haber muchos en aquella provincia. El Virrey victorioso avanza a Piura. Miguel Yánez muere en la horca Como el Virrey viese la victoria de aquella batalla, cobró grande ánimo y no solamente él, pero todo su ejército. El cual desde luego dio libertad a todos los que fueron presos, rogándoles quisiesen servir a Su Majestad, pues todo lo demás era error y engaño notorio. Y así con esta victoria y con toda su gente, al cabo de pocos días se fue a Piura, que es la ciudad de San Miguel, donde halló toda la tropa alzada y toda la más -409- gente huida. Ahorcó luego que llegó a un vecino de la dicha ciudad, llamado Miguel Yánez, y ahorcolo por los pies, en señal de haber sido traidor. Pizarro se entera de la derrota en Trujillo Gonzalo Pizarro, estando en Trujillo, supo el desbarato de sus capitanes y la venida del Virrey. Y desde luego mandó caminar su gente y él con ellos setenta leguas que hay de Trujillo a San Miguel; y llegando a los dos tercios del camino, se le juntaron poco más de cien hombres, de los capitanes Diego de Caravajal, que estaba en Huanuco, y Gómez de Alvarado en las Chachapoyas. Y serían ya por todos los que Gonzalo Pizarro tenía, pasados de quinientos hombres, tan bien aderezados de armas y caballos cuanto en Italia se pudiera hallar. Y allí hizo reseña y repartió la gente por capitanes, así de infantería como de a caballo. Manda el Virrey a su hermano por el camino de Trujillo. Es ahorcado Argüello Como el Virrey llegó a San Miguel, proveyó incontinente que su hermano, el capitán Vela Núñez, con cierta gente de a caballo fuese a correr el campo por el camino de Trujillo. Y corriendo más de dieciocho leguas de San Miguel, dio de sobresalto en unos bohíos donde había ocho o diez hombres, los cuales echaron a huir y uno solo que fue preso, fue ahorcado, porque se supo de cierto haber sido soldado de Gonzalo Pizarro, el cual llamaba Argüello. Y de éste supo cómo Gonzalo Pizarro iba la vuelta de donde el

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Virrey estaba y tan pujante que fue parte para que se hubiese de volver a donde el Virrey estaba al cual en secreto dijo lo que pasaba, sin que la -410- gente lo entendiese, porque por ventura sintiéndolo fuera parte a que algunos desmayaran. Y desde luego apercibirse para dar la batalla a Gonzalo Pizarro, que no se podía excusar topándose. Gonzalo Pizarro se acerca a San Miguel y celebra consejo con sus capitanes Habiendo hecho reseña Gonzalo Pizarro de la gente que traía y puesto en orden todo su campo, comenzó a marchar con él y andaría ocho leguas hasta llegar a un lugar de veinticinco leguas de San Miguel, y allí asentó su real, sin saber más certidumbre de cosas del Virrey, sino que estaba en San Miguel con cuatrocientos hombres, poco más o menos. Y por consiguiente tampoco el Virrey sabía la bajada de Gonzalo Pizarro. Estando en estos términos y Gonzalo Pizarro en el lugar que he dicho, llamó a consulta a todos sus capitanes sobre lo que se debía hacer, en la cual consulta se determinó que debían de dejar allí todo el carruaje y la gente superflua y marchar a la ligera (sin embarazo ninguno) aquellos y veinticinco leguas que hay desde allí a San Miguel, porque todas eran despobladas, de muy malo y perverso camino y falto de aguas. Aprobado y tenido el consejo por muy bueno, comenzaron a ponerlo por obra, dejando allí todo el carruaje, creyendo a cada paso encontrarse con el Virrey y con su gente. Y caminando todos quinientos hombres en ordenanza, dejándose todo el bagaje o ropa en que había muchos aderezos de casa, mucho oro y plata, lo cual todo fue después de los indios de las comarcas que lo hurtaron de aquel lugar, sin aprovecharse sus dueños de cosa ninguna de todo ello. -411- El Virrey decide salir de San Miguel Puesto en camino Gonzalo Pizarro con su gente, marchó algunas leguas con increíble trabajo, a causa de ser el camino malo y falto de aguas. Y así con esta necesidad llegó hasta ponerse cinco o seis leguas de San Miguel donde el Virrey estaba, que aun entonces no sabía por entero la pujanza con que su enemigo venía, y pensó desde luego esperarlo y darle batalla, pero como conociese en los suyos alguna falta de ánimo, a causa de no estar bien armados como los contrarios, ni ser tan expertos en la guerra, determinó con todos ellos retirarse y tornarse a subir a la sierra, y así lo puso por la obra, que fue causa este hecho de desanimar los suyos y que los enemigos cobrasen nuevos y mayores alientos. Gonzalo Pizarro emprende la persecución del Virrey al saber que salió de San Miguel. Pierde el Virrey toda su gente

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Y así salido de San Miguel fue luego avisado Gonzalo Pizarro y comenzó a seguirle y enviar capitanes a la ligera en su rezaga, por manera que la subida de la tierra le comenzó a dar caza y a matarle y tomarle la gente, y así le fue siguiendo hasta que no le quedaron al Virrey obra de cincuenta hombres, los cuales escaparon a uña de caballo, y éstos se fueron por el mismo camino que habían traído de Quito, con harta desventura. Robos y sevicias de la gente de Pizarro. Caravajal ahorca a gente de distinción y de valía Fueron tantos los robos, fuerzas y violencias que las gentes de Gonzalo Pizarro hicieron en aquel alcance, que -412- no bastara pluma a escribirlos. Pues se probó que de agujeta arriba no dejaron cosa. El Maestre de Campo de Pizarro, llamado Caravajal, ahorcó en aquel alcance muchos, todos los más personas de valor y calidad; y a ninguno daba lugar a que contestase y la cortesía que hacía al que había sido su amigo era que escogiese el árbol, por el canino, donde quería ser ahorcado. De manera que en este alcance pasaron muchas cosas notables, dignas de que de ellas se hiciera memoria, las cuales dejo, por evitar prolijidad; solamente diré cómo siguieron al Virrey pasadas de cuarenta leguas adelante de la ciudad de Quito, que fue uno de los bravos alcances que jamás se haya hecho ni oído, que fue más de ciento y sesenta leguas de donde le comenzó a dar en la recarga, hasta donde le dejó de dar caza, como adelante se dirá. El virrey Núñez de Vela llega en su retirada a la ciudad de Quito. Sale a Popayán. Pizarro llega a Quito Yendo el Virrey huyendo con poco más o menos de cincuenta de a caballo, como he dicho, llegó a la ciudad de Quito, donde halló algunos vecinos y otra alguna gente a quien mandó, so pena de muerte, que dentro de tercero día se apercibiese cada uno con sus armas y caballo, para haber de ir con él la vuelta de Popayán, que es la gobernación de Francisco (sic) de Benalcázar y llevar todo el oro y plata que pudiesen, así lo de Su Majestad como otro cualquiera, para salvarlo de Gonzalo Pizarro, que dentro de pocos días entró en Quito, al cual mando algunos fueron obedientes y otros se huyeron. Y dentro del término señalado se puso en camino y anduvo cuatro leguas y llegó a un pueblo sujeto a la gobernación de Benalcázar. Gonzalo Pizarro fue marchando cuanto pudo a la ligera tras el Virrey, tomándole siempre cuanta gente podía, hasta llegar a una provincia de indios llamada los -413- Lignates y ahí se reformó lo mejor que pudo con la gente que le quedaba, no queriendo Gonzalo Pizarro seguir más, pareciéndole que iba muy lejos y que no le podría alcanzar por mucho que anduviese.

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El Virrey mata tres capitanes suyos Cuando Gonzalo Pizarro comenzó a dar en la recarga del Virrey, desde luego procuró escribir muchas cartas a los capitanes de su contrario, rogándoles que lo matasen o prendiesen y se pasasen a él, y que él les prometía gratificarles y darles indios y repartimientos cual ellos los supiesen escoger en toda la tierra. Si los capitanes pensaron hacer lo que les aconsejaba o no, no me entremeto; pero parece que se temió el Virrey y mató a puñaladas, cuando se iba huyendo, tres de sus capitanes, y los más principales, que fueran: Rodrigo del Campo, Gaspar Gil y Serna. El capitán Bachicao sale de Panamá con gente y va a juntarse con Pizarro El capitán Bachicao que estaba en este tiempo en Panamá, a la sazón que el Virrey estaba haciendo gente en Quito para venir a San Miguel, tenía el dicho Capitán quinientos hombres de guerra, repartidos bajo ciertos capitanes, entre algunos de los cuales hubo determinación de matar a Bachicao, vistos los agravios infinitos y abominaciones que hacía en Panamá y las desvergüenzas que contra la Audiencia Real cometía. Y no haciendo tan secreta la conjuración como debía, fue avisado el Bachicao, y prendió tres o cuatro de ellos y sin ninguna información los mandó degollar sin darles lugar a que confesasen sus pecados. Degolló entre ellos a un vecino, conquistador de la tierra, nombrado capitán Bartolomé Pérez, -414- persona valerosa y que siempre en estas partes había mantenido mucha honra. Y luego hizo otros capitanes y comenzó a dar orden de pasar a esta tierra con quince navíos que tenía recogidos en Panamá, donde metió toda su gente y se hizo a la vela y en poco tiempo, llevando próspero viaje, llegó a Tumbes, en el cual camino también ahorcó y mató cuatro personas, que no era nadie para impedírselo. Cuando Bachicao llegó con el armada a Tumbes, estaba a la sazón el Virrey en San Miguel y envió provisiones a Bachicao para que se le pasase con aquella gente, prometiéndole que le gratificaría en la tierra aquel servicio y más, que tendría manera con Su Majestad para que le diese el hábito de Santiago. El Bachicao no quiso hacer cosa de las que el Virrey le pedía, que a hacerlo, el Virrey quedaba apoderado de la tierra. Y sabido por Bachicao cómo Gonzalo Pizarro había desbaratado al Virrey y que se iba a meter en Quito, y allí le llegó mandado de Pizarro, que se fuese a juntar con él en Quito. Temíase Gonzalo Pizarro del capitán Bachicao, por estar tan pujante de gente, armas y caballos, no se le tornase enemigo, porque estaba en coyuntura Bachicao de hacer importantes servicios a Su Majestad, pero él no curándose de nada, obedeció a Pizarro y fuese por mandado a una vista con toda el armada. Y desembarcando toda la gente y caballos en balsas y en un pueblo despoblado que está fundado sobre un río sondable, allí asentó su real. Y desde allí, a cabo de pocos días, se partió con toda ella por tierra la vuelta de Quito, a menos de diez leguas.

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Gonzalo Pizarro y Bachicao se meten en Quito Gonzalo Pizarro a la sazón había andado siguiendo al Virrey por otro camino y puestos en el mismo paraje, supo cómo su capitán Bachicao había llegado con su armada, al cual envió a mandar que dejase la gente a recaudo y se viniese a solas a ver con él. Algunos quisieron decir que hizo esto Pizarro de temor, pero al último -415- Bachicao hizo lo que se le mandó, pero no fue bien recibido de Pizarro, antes le mostró tenerle muy mala voluntad, por las muchas quejas que de él había oído y por las enormidades que en muchas partes había usado. Pero al fin Pizarro se metió en Quito y lo mismo hizo la gente de Bachicao, que hecha todo un cuerpo serían por todos mil y trescientos bien armados, y allí descansó algunos días. Pizarro envía a Panamá al capitán Hinojosa con el título de General Estando así, Pizarro determinó de enviar al capitán Pedro de Hinojosa a Panamá con trescientos hombres, los mejores de su ejército, recelándose que el Virrey no se fuese por la vía de Panuco a Panamá y que allí se tornase a fortificar y volviese sobre él pujante. Y dándole al Hinojosa el título de General de aquella gente, le envió, por ser el hombre de sus capitanes de quien tenía más confianza que en ningún otro, y envió en su compañía a los capitanes Rodrigo de Caravajal y a Juan Alonso Palomino. Y así marchando con la gente, llegaron al puerto donde Bachicao había dejado los navíos y embarcándose en ellos hicieron vela, la vuelta de Panamá, que no pasaron muchos días que no llegaron allá, como en su lugar se dirá. Los vecinos de Panamá deciden resistir a Bachicao y alzan bandera por Su Majestad Como Bachicao hubiera hecho tantas injusticias en Panamá durante el tiempo que en ella estuvo quedaron todos los vecinos de allí, los de Nombre de Dios como los de Panamá, tan mal con él que de todos era deseada la muerte y creyeron que llegado a Gonzalo Pizarro lo -416- tornara a enviar, para lo cual acordaron de ponerse en armas y a él y a otros cualquier capitanes defenderle la entrada. Y así como lo pensaron lo pusieron por obra y arbolaron bandera y a nombre de Su Majestad crearon un Capitán llamado Juan de Illanes, con cierta gente por virtud de ciertas provisiones que el Virrey les había enviado desde Tumbes. Por manera que los de Panamá juntarían de trescientos hombres para arriba y tenían sus guardas y centinelas por la costa, a título que no viniese navío ni barca, ni bergantín de Perú que no lo supiesen antes de acostárseles a tierra, recelándose de arma de Pizarro.

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Parte el Virrey a la Gobernación de Benalcázar. Es bien recibido Vista por el Virrey su perdición y cómo no era ya parte para contrastar con Gonzalo Pizarro, por la mucha pujanza que tenía de gente, armas y caballos, determinó de se ir a juntar con el gobernador Benalcázar, y de parte de Su Majestad requerirle que le diese favor y ayuda en su gobernación. Y así fue que Benalcázar, como bueno y leal a la corona real, hizo todo su posible y le favoreció con gente, armas y caballos y capitanes, y no solamente esto, pero con su persona se ofreció ir a servir a Su Majestad, como después en efecto lo hizo. Y como el Virrey ignoraba las grandes provisiones que Gonzalo Pizarro había hecho, especialmente en Panamá, determinose de enviar al capitán Vela Núñez su hermano, con otros capitanes a Panamá, por un puesto que está en la gobernación de Benalcázar, que se llama Buenaventura. Y como sabía que en Panamá debía de haber gente a nombre de Su Majestad, determinose de hacer ciertas provisiones y enviolas y hasta quince mil pesos que gastasen. Por manera que cuando el capitán Hinojosa, pizarreño, partió con su armada fuese derecho al puerto de la Buenaventura, donde por indicios alcanzó como tres o cuatro -417- leguas de que allí estaba Vela Núñez, hermano del Virrey, y se venía a embarcar en aquel puerto, con su gente en un navío sólo que él tenía. Hinojosa apresa a Vela Núñez y parte a Panamá Sabido y bien certificado de esto el capitán Hinojosa, mandó desembarcar toda su gente y envió de los suyos los que le pareció, por el camino donde había de venir el capitán Vela Núñez, los cuales se dieron tan buena maña que sin escapárseles ninguno de ellos les prendieron y echaron en muy fuertes prisiones y llevándolos presos en las naos sieron vela y al cabo de cuatro o cinco días llegó el capitán Hinojosa a Panamá donde hubo un gran alboroto con ver las velas, por lo cual salidos los de Panamá a la marina con sus banderas desplegadas, determinaron antes morir todos que permitir que hombre de Pizarro saltase en tierra. Hinojosa usa de astucia para entrar en Panamá Como el capitán Hinojosa dio vista a Panamá, surgió en el lugar más conveniente que le pareció y echó luego un mensajero en tierra con una carta a la justicia, haciéndales saber cómo él venía a aquella ciudad por mandato del gobernador Gonzalo Pizarro, no para agraviar a nadie, antes para desfacer los agravios y sinrazones que su capitán Bachicao había hecho, y que a esto venía y que también traía gran suma de oro para restituir a todos los que se les había tomado oro, o ropas, a título de

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que no hubiese ningún quejoso. Y que pues él venía con este buen propósito, que no se deberían alterar, ni se pusiesen en defensa, porque o por fuerza o por grado había de desembarcar su gente, y que en lo demás, que daba su palabra y fe de caballero que ningún daño ni -418- enojo, por él ni por los suyos se les haría. Vista la carta por la justicia y vecinos de Panamá, consultaron sobre lo que debían hacer y pararon en que se resolviesen de antes morir que hombre de Pizarro entrase en la tierra. Y ésta fue la respuesta que se le envió. El cual como hombre determinado, propuso morir antes que dejar de ejecutar a lo que venía. Y así con esta determinación, estando media legua de Panamá, mandó desembarcar toda su gente en una llanura. Los de Panamá que esto veían, salieron luego fuera de la ciudad y puestos en buena ordenanza representaron la batalla a los de Hinojosa, que también venían hechos sus escuadrones, los más arcabuceros. Por manera que se pusieron y afirmaron los unos de los otros a tiro de arcabuz y estuvieron así buen rato, tanto que se estimó por milagro aquel día no darse una cruda batalla según se conocía a todos el deseo de pelear. En conclusión que fue Nuestro Señor servido de poner su mano entre medias y fue de esta manera: que capitularon que la gente de Hinojosa no entrase en Panamá dentro de cuarenta días, sino que fuesen con su armada a una isla muy cerca de la ciudad, el cual estando allá tuvo tales mañas que a fuerza de cohechos, dentro de quince días se le pasó la más de la gente, y fue la causa de haber en la ciudad parcialidades diferentes, a una los mercaderes tratantes por no perder sus haciendas mitigaban cuanto podían; los otros eran los vecinos y soldados que tenían poco que perder, quisieran que se metiera a barata. Por manera que cumplidas las treguas de los cuarenta días, luego Hinojosa, sin resistencia ninguna, entró con toda su gente en Panamá, y de los de la ciudad que servían a Su Majestad se le pasó el capitán Juan de Illanes y otros de que no tengo entera la memoria. -419- Conoce Pizarro en Quito que el capitán Diego Centeno se ha alzado por Su Majestad en las Charcas. Centeno es vencido por fuerzas de Pizarro al mando de Toro Como Pizarro volvió a Quito donde había ido en seguimiento del Virrey, como dicho es, estaba poderoso, que tenía pasados de mil hombres de guerra y muy ufano en saber cómo su capitán Hinojosa había preso a Vela Núñez, hermano del Virrey, y a los demás y de cómo se había apoderado de Panamá. Estando en esto llegó un mensajero con cartas que le daban aviso cómo en las Charcas, que es una ciudad la postrera de la gobernación, que estará doscientas leguas más adelante del Cuzco, en el camino que va a Chile, estaba un caballero que se llamaba Diego Centeno y que se había alzado en nombre de Su Majestad, con algunos amigos suyos, y había muerto a puñaladas a un Capitán de Gonzalo Pizarro que allí estaba, llamado Almendras, que estuvo en la dicha ciudad de las Charcas por Teniente de Capitán de Pizarro, y tomó la más gente que pudo, con ánimo de venir sobre el Cuzco y apoderarse de él, y que como esto había sabido otro Capitán de Pizarro que estaba en el Cuzco, aderezose para ir contra Centeno, que

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sabía que venía. Lo cual sabido por Pizarro proveyó que su Maestre de Campo, Caravajal, a la ligera, saliese en su nombre a dar orden cómo apaciguar aquellos alborotos y castigase al capitán Diego Centeno. El cual luego se puso en camino y se recogió y juntó gente y moneda por los pueblos donde iba, para haber de efectuar la empresa; y llegado a la ciudad de Lima hizo en ella doscientos hombres, donde fueron hechas tiranías a muchos, como tiranos y traidores que eran, ahorcando y matando a todos aquellos que él creyera que no lo seguían de buena gana. Y si copiosamente se hubieran de escribir las hazañas de este Caravajal y sus maldades y desafueros, fuera un proceso infinito de sólo él y de sus cosas. Por manera que con la gente que juntó en esta ciudad de Los Reyes, se puso en camino, y en poco tiempo llegó a la -420- ciudad del Cuzco y dentro de ella halló al capitán Toro con alguna gente, que había dado ya batalla al capitán Diego Centeno y le había desbaratado y muerto alguna gente y otros muchos había ahorcado y justiciado. Y el capitán Diego Centeno se había escapado con alguna gente y se había ido con ciertos indios lejos de las Charcas y no sabía dónde se hubiese hecho. Melchor Verdugo se alza en Trujillo por Su Majestad. Albenino cae preso Estando los negocios en este estado, un vecino de la ciudad de Trujillo, llamado Melchor Verdugo, que era enemigo de Gonzalo Pizarro, y servidor del Virrey, determinó de alzarse con el pueblo de Trujillo, en nombre de Su Majestad, acompañado de algunos amigos suyos y así lo puso por obra. Y una mañana so cierto achaque juntaba todas las personas de quien más tenía confianza y llamábalos de parte de Verdugo, rogándoles que se fuesen a su casa, que tenía que negociar con ellos, por cuanto él estaba mal dispuesto, y de que los tenía allí los aprisionaba en diferentes aposentos. Por manera que en término de medio día tenía presos sesenta, o setenta personas, los de quien él más se temía. Y luego con mano armada prendió a todos los demás y alzó bandera por Su Majestad y tomó un navío que estaba en el puerto en el cual embarcó toda su hacienda y la de Su Majestad e hizo ciertos autos y mandó dar ciertos pregones en nombre de Su Majestad, y así hizo otras diligencias. Al cabo de ocho días se metió en el navío y él y sus amigos se hicieron a la vela, y desde a poco tiempo se fueron a Nicaragua, que es una provincia que confina con Nueva España, y allí desembarcó con propósito de hacer gente y volver a la costa del Perú, en demanda del Virrey y juntarse con él y servirle en todo lo a él posible. En este alzamiento de Melchor Verdugo vine yo su prisionero, aunque no tengo que quejarme de él, porque me hizo -421- toda cortesía y antes me favoreció que no me agravió en cosa. Francisco de Caravajal derrota al capitán Diego Centeno. Crueldades de Caravajal En este tiempo estaba en el Cuzco el maestre de campo Francisco de

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Caravajal fortificándose y haciendo gente, no con otro propósito sino de prender al capitán Diego Centeno y a otros que con él iban y hacer justicia, porque bien conocía tener en él un verdadero enemigo. Estando en esto, saltó por la parte donde estaba Diego Centeno un Capitán con doscientos y tantos hombres, que había más de tres años que eran idos a una entrada. El Capitán se llamaba Diego de Rojas e hizo la dicha entrada con provisiones de Vaca de Castro, después de la batalla de Chupas, y había entrado en la dicha tierra y había sabido salir y andaba perdido muchos días había; y diose tal maña con aquella gente el capitán Diego Centeno, que los atrajo a todos a su voluntad y juntos con él se tornó a meter en las Charcas, lo que sabido por el Maestre de Campo que estaba en el Cuzco, luego se puso en camino con su gente, y como Diego Centeno lo supo, hizo lo mismo, saliéndole al encuentro. Y llegados unos a vista de otros, como la gente de Centeno estuviese mal armada y por el contrario la de Caravajal mucho bien, fue luego desbaratado. El capitán Diego Centeno se retiró con sola su persona, y los que pudieron escapar hicieron lo mismo. Como el Maestre de Campo se vio tan victorioso, comenzó a usar de sus crueldades y ahorcó a unos y degolló a otros y robó a todos. Y viose otras muchas y muy grandes tiranías, que no se podría escribir. -422- Sale el virrey Blasco Núñez de Vela de la gobernación de Benalcázar con rumbo a Quito, en busca de Pizarro Durante el tiempo en que el Virrey estaba en la gobernación de Benalcázar haciendo gente, preparándose de armas y arcabuces y caballos, para venir contra Gonzalo Pizarro, halló muy buena voluntad en el gobernador Benalcázar, el cual le favoreció con todo lo a él posible. Y no solamente dándole lo que tenía y podía, pero aun ofreciéndole su persona para la jornada. El Virrey estaba con gran pena por verse tan mal afortunado y no acertar en cosa que hacía, y ver cómo le habían preso a su hermano Vela Núñez y a los demás capitanes en el puerto de Buenaventura, y de todo recibiendo la pena que he dicho, lo mejor que pudo juntó algunos más de cuatrocientos hombres de guerra, razonablemente armados. Y como con ellos se vio en campo, como hombre determinado de morir o vencer, se puso en camino, marchando la vuelta de Quito, donde al presente estaba Gonzalo Pizarro con setecientos hombres de guerra o poco menos. Algunos dicen que el Virrey pensó que Pizarro se hubiese salido de Quito, y se hubiese vuelto a Los Reyes y dejado en Quito al capitán Pedro de Puelles con trescientos hombres. Sabido por Pizarro cómo el Virrey se venía allegando contra él, apercibió su gente y púsola en orden lo mejor que pudo, y de que supo que llegaba diez leguas de Quito, salió Pizarro con su gente hacia donde el Virrey venía. Y una tarde estando Gonzalo Pizarro con todo su ejército desde al cabo de un río, vieron al Virrey que tenía asentado su real de la otra parte de él y a la ligera, por otro camino, fuese a meter en Quito. Visto otro día por la mañana por los de Gonzalo Pizarro que el carruaje se estaba en el mismo lugar, creyó que todavía estaba el ejército entero y luego, siendo medio día, se supo la verdad de todo lo que pasaba.

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-423- Gonzalo Pizarro piensa que el Virrey no quiere darle batalla y se sitúa media legua fuera de Quito. Combate el Virrey con Pizarro y es vencido. Muerte del Virrey. Benalcázar queda herido. Crueldades de la gente de Pizarro después de la batalla. Degüello de prisioneros y rendidos Y pensó Gonzalo Pizarro que el Virrey no le quería dar la batalla sino hurtarle el cuerpo y bajarse con su gente a los llanos y allí dio la vuelta sobre Quito, y otro día llegó a él y la gente del Virrey también a una legua. Por otra parte, Gonzalo Pizarro no se quiso meter en la ciudad, antes a media legua, poco más o menos, ordenó sus escuadrones para esperar al Virrey, el cual entró en la ciudad con toda su gente y asentó su real en medio de la plaza de Quito, y sin apearse del caballo hizo colación y salió con su gente por una calle de la ciudad que iba al campo donde estaba Gonzalo Pizarro, y en ordenanza marchó a vista de los enemigos, que como llegaron a tiro de arcabuz los unos de los otros, comenzaron a disparar su arcabucería en tanta manera que de las primeras rociadas fueron heridos y muertos, de ambas partes, más de doscientos y cincuenta hombres. Y arremetieron los unos a los otros; desde luego fue conocida la victoria por Gonzalo Pizarro. Y fueron tantas las crueldades y muertes que allí pasaron, que otras tales hasta entonces no se han visto. Entró en la batalla el Virrey con una camiseta de indio sobre las armas y luego que fue preso fue mandado degollar en el campo y con él otros muchos, hasta cantidad de trescientos hombres, de ellos en la batalla y de ellos después de rendidos. Entre ellos fue muerto el capitán Juan de Cabrera, General del gobernador Benalcázar y un sobrino del Virrey llamado Sancho Sánchez y otras muchas personas de calidad. Fueron heridos el gobernador Benalcázar y don Alonso de Montemayor y el licenciado Álvarez, Oidor de Su Majestad, y después los mataron a ellos y a otros muchos que -424- ahorcaron y degollaron. Y decía el pregón: ésta es la justicia que manda hacer Gonzalo Pizarro a estos hombres traidores. Y luego que cortaron la cabeza al Virrey, el capitán Pedro de Puelles la puso en la picota y allí la tuvieron hasta que Gonzalo Pizarro mandó que la quitasen y enterrasen el cuerpo, y a todos los demás, y para haberlos de enterrar hacían un hoyo y de cincuenta en cincuenta los echaban dentro. Fueron tantas las afrentas y muertes que los del Virrey pasaron, que no hay lenguas que lo puedan contar. Prisiones ordenadas por Pizarro. Manda a Benalcázar a su gobernación. Pedro de Puelles se queda en Quito por Pizarro, mientras éste parte a San Miguel. Destierros a Chile Luego que hubo dado la batalla, Gonzalo Pizarro mandó prender muchas personas de las más señaladas que con el Virrey habían andado, entre las cuales fueron don Alonso de Montemayor y el capitán Rodrigo Núñez de Bobadilla (sic) vecino de la ciudad de Quito, y al contador Francisco

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Ruiz, otro vecino de Quito, y otros muchos a los cuales desterró para la provincia de Chile, para lo cual proveyó por su Capitán a Antonio de Ulloa, para que llevase socorro de Villalobos que había siete años que andaba conquistando aquella tierra y por falta de gente no la había podido sujetar. Al gobernador Benalcázar mandó Gonzalo Pizarro curar de las heridas y que se tornase a su gobernación. Y como a Gonzalo Pizarro le pareciese que muerto el Virrey no había de quién temerse, determinó de bajar a los llanos y venirse a Lima, y así lo hizo, despidiendo la mayor parte de la gente. Y dejó en Quito por su Capitán General a Pedro de Puelles, con trescientos hombres. Y luego se partió camino de San Miguel, y a cuatro leguas dejó fundado un pueblo de trescientos vecinos, en una provincia de indios que hasta aquel tiempo había estado de guerra, y dejó dentro por Capitán a Mercadillo, y repartió en los trescientos vecinos -425- los indios de aquella provincia y dejó con el dicho Capitán alguna gente de guerra y vínose Gonzalo Pizarro a San Miguel, donde fue recibido con mucho triunfo y en la ciudad de Los Reyes lo mismo. Y mostraba en su aspecto y gravedad ser otro Julio César o Aníbal cuando entraban en Roma victoriosos. Y era tanta la majestad que este tirano tenía, que no se puede decir ni creer. Melchor Verdugo sale de Nicaragua para auxiliar al Virrey ignorando su descalabro. Combate con Pedro de Hinojosa y es derrotado por éste Melchor, que estaba en la provincia de Nicaragua, determinado de señalarse en el servicio de Su Majestad, pidió a la Audiencia Real que reside en aquellas partes, provisión de Capitán para con tal conducta hacer gente y con ella irse en socorro del Virrey, pensando hallarlo todavía poderoso. Y al último le fue dada la conducta por Su Majestad y ayuntó hasta cien hombres y en ciertos bergantines, navegando por la mar del Norte, fue con ellos y con los cien hombres que tenía juntados, a dar sobre Nombre de Dios, donde estaba por Capitán don Pedro de Cabrera, puesto en aquella ciudad por el general Pedro de Hinojosa. Y una noche llegado al puerto desembarcó con la dicha gente. Y como Pedro de Cabrera estaba sin sospecha y no tan proveído como debía, Melchor Verdugo se apoderó aquella noche del pueblo y don Pedro de Cabrera y Hernán Mejía, Veinticuatro de Sevilla, su yerno, se salieron y fueron a Panamá, donde hallaron al general Pedro de Hinojosa con trescientos hombres. Que como supo que el capitán Melchor Verdugo había entrado en Nombre de Dios, determinose, con la gente que tenía, de ir sobre él. Verdugo habíase dado tan buena maña con los de la ciudad de Nombre de Dios, que dentro de cinco días que llegó, tenía ya juntos cuatrocientos hombres, vecinos y estantes de la ciudad. Y como se vio con tanta gente y tan honrada, que los más -426- eran mercaderes, pensó de señalarse en hacer un notable servicio a Su Majestad. Y allí estando supo la nueva de la muerte del Virrey, su desbarato en Quito. Pedro de Hinojosa comenzó a marchar de Panamá, donde estaba, la vuelta del Nombre de Dios con doscientos y cincuenta hombres bien armados y al cabo de cinco días llegó donde estaba el capitán Verdugo y allí tuvieron reencuentro, en que los doscientos y cincuenta del tirano desbarataron los

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cuatrocientos del capitán Verdugo, que eran los que seguían la parcialidad de Su Majestad. Morirían de los de Verdugo cuarenta hombres y hubo otros tantos o más heridos. De la parte de Hinojosa murieron el capitán Rodrigo de Caravajal y su alférez Jerónimo de Caravajal y otros algunos señalados. Melchor Verdugo se escapó, huyendo en una nave que en el puerto estaba y fuese en ella a Cartagena y a Santa Marta, para recoger alguna gente y con ella tornar sobre Nombre de Dios. Verdugo se encuentra en Cartagena con don Pedro de La Gasca, quien le envía de inmediato a Castilla, para que informe de los sucesos hasta entonces ocurridos Andando en estas peregrinaciones, topó con el Presidente, el doctor Pedro de La Gasca, que Su Majestad le enviaba proveído a estas partes sobre los negocios de esta tierra; y lo topó sobre Cartagena y lo mandó fuese a dar cuenta y a informar a Su Majestad de todo lo pasado. El Presidente no quiso, como hombre sabio que era, entrar en la tierra con rigor sino con toda clemencia y desde allí despachó a Melchor Verdugo a Castilla, donde al presente está. -427- Pedro de Hinojosa informa a Pizarro la llegada de La Gasca Por la muerte del capitán Rodrigo de Caravajal, que fue muerto en Nombre de Dios, fue dado el nombre de Capitán en su lugar a Hernán Mejía, Veinticuatro de la ciudad de Sevilla, yerno del capitán Pedro de Cabrera, también de la ciudad de Sevilla, que tenía compañía de hasta cien arcabuceros y le dejó en Nombre de Dios el general Pedro de Hinojosa por guarda de la tierra, y tornándose él a Panamá, despachó en un navío un mensajero a Gonzalo Pizarro, dándole aviso del suceso de la batalla de Nombre de Dios y de la nueva habida de la venida del doctor de La Gasca por Presidente y cómo venía resuelto a pasar a estas partes del Perú a ordenar la tierra conforme a como él traía de instrucciones, lo cual hasta entonces no había querido manifestar ni descubrir a nadie, más que traía dos letrados que decían que eran para Oidores y que para ella venían proveídos de Castilla y que se había de asentar Audiencia Real en esta tierra, de lo cual todo bien cumplidamente avisó a Pizarro. Llega La Gasca a Nombre de Dios y pasa luego a Panamá desde donde escribe una carga a Gonzalo Pizarro por no poder pasar al Perú como lo deseaba Donde a pocos días llegó el Presidente a Nombre de Dios y fue muy bien recibido del capitán Hernán Mejía que en aquella ciudad residía, y quieren decir algunos, que así se debe creer, que sería que desde luego se ofreció

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con su gente al Presidente por servir a Su Majestad, aunque debajo de secreto, para cada y cuando de él hubiese necesidad. Dentro de a pocos días el Presidente se fue a Panamá, donde como Hinojosa supo su llegada le salió a recibir -428- alegremente, acompañado de otros capitanes. Venía a la sazón con el Presidente Alonso de Alvarado, persona muy valerosa en estas partes y hombre que tenía muchos amigos en la tierra, por haber siempre tenido en ella muy honrados cargos, así en la vida del marqués Pizarro como gobernando Vaca de Castro. Llegado el Presidente a Panamá, quisiera sin dar cuenta a nadie de lo que traía de comisión de Su Majestad y sin mostrar sus poderes y provisiones, pasar a esta tierra, lo cual el general Pedro de Hinojosa no quiso consentir, antes como persona poderosa le impidió, hasta que sobre ello escribiese a Gonzalo Pizarro, cuyo General era, para que en el caso le mandase lo que debiese hacer. Y sobre todo quisiera mucho Hinojosa que el Presidente se aclarara con él y le diera cuenta de la instrucción y provisiones que de Su Majestad traía, lo cual, como persona tan docta, jamás por entonces se pudo acabar con él, y en estas contiendas estuvieron algunos días. De manera que visto por el Presidente cómo le estorbaba la ida y pasaje de su persona a esta tierra, determinó de escribir una carta a Gonzalo Pizarro y enviarla con un mensajero y con los despachos, lo cual todo se hizo de consentimiento de Hinojosa. La carta era de tres pliegos de escritura y tan persuasiva del servicio de Su Majestad cuanto nadie tan bien y cumplidamente, ni con tanta melosidad ni clemencia la pudiera escribir. Refiriéndole el daño que de dejar de servir a Su Majestad se le podía recrecer, y por el contrario, la honra y utilidad de servirle, demás de la obligación con que nacimos de ser suyos y allende de esto, le envió un traslado de otra carta que Su Majestad enviaba a Gonzalo Pizarro desde Alemania, autorizada de escribano, para que se diese cumplido crédito y en nada pretendiese ignorancia. En la cual carta, Su Majestad le mandaba que en todo obedeciese al Presidente, como a su propia persona y que haciendo así, Su Majestad tendría respeto a los servicios del Marqués su hermano, y a los suyos. Por manera que habiendo escrito el Presidente todo lo susodicho, cerró sus despachos y en un navío suyo envió con ellos un criado llamado Pedro Hernández Paniagua, para que personalmente se presentase ante Gonzalo Pizarro, -429- que al presente estaba en Lima, y cobrase la respuesta y con la mayor brevedad posible tornase con ella a Panamá, porque así haría como viese. Pizarro celebra consejo con sus partidarios al saber la venida de La Gasca. Pide para sí el gobierno del Perú Como Pizarro recibió en esta ciudad los despachos que su general Hinojosa le envió con Diego Velásquez, en que le daba aviso de la venida del Presidente y de los Oidores, desde luego se temió que entrando en la tierra el Presidente, no le sucediese mal su propósito. Y llamó a sus capitanes, entre los cuales hubo consulta y allí mismo juntó en ella muchos de sus amigos, y al licenciado Cepeda, para tratar del medio que tendría para haberse de sustentar. Y al cabo de haber mucho tratado del

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negocio, acordó de enviar a su Teniente, que mucho tiempo había sido, llamado Lorenzo de Saldaña, que fuese a Panamá y que si ahí no hallaba al Presidente, se embarcase y viniese a Castilla a informar a Su Majestad de todo lo sucedido, y pidiese la gobernación de esta tierra para Pizarro, de la misma manera que lo había sido el marqués don Francisco, su hermano. Y para el Presidente llevó su parecer firmado de setenta vecinos, los más principales de esta tierra, en que le certificaban que para la pacificación de esta tierra no convenía que el Presidente pasase al Perú sino que desde luego diese el gobierno a Gonzalo Pizarro, y dejándose de hacer esto, no dejaría de haber en la tierra alborotos, muertes, robos y disensiones. Los vecinos del Perú que firmaron este parecer, todos o la mayor parte firmaron de miedo y contra su voluntad, por manera que con este requerimiento se tornase. Al cabo de un mes llegó a Panamá el mensajero y se vio con el Presidente. -430- Desdichada suerte de dos capitanes del virrey Núñez de Vela Habíaseme olvidado decir cómo cuando el General de Pizarro, Hinojosa, fue de Quito a Panamá, y en el puerto de la Buenaventura prendió a Vela Núñez, hermano del Virrey, y a otros tres capitanes y los llevó presos en un navío. Al cabo de algunos días, después de haber llegado a Panamá con el capitán Alarcón, deudo del general Hinojosa, los envió en un navío a Gonzalo Pizarro. Y como llegó el capitán Alarcón en un puerto cerca de Quito, escribió a Gonzalo Pizarro enviase a mandar lo que debía hacer de los prisioneros. El cual escribió luego, que a dos de ellos los ahorcase, de los cuales era el uno Sayavedra, que había sido Sargento mayor del Virrey, y el otro era Lerma, que había sido Capitán o Alférez. A otro Capitán, llamado Rodrigo Mejía, llevaron preso a Quito ante Gonzalo Pizarro, que después de haberlo visto, lo mandó soltar, con que diese fianza de vivir siempre a su servicio. Y de allí desde en adelante andaba con él, aunque tenía gente que miraba por ellos. La Gasca se atrae la confianza y simpatía de los capitanes de Pizarro en Panamá. Amplitud de los poderes que traía consigo Después que el Presidente despachó a Paniagua, su criado, a esta tierra de Panamá, con los despachos para Gonzalo Pizarro, luego procuró con su muy gran prudencia hacerse tan familiar y amigo de los capitanes que ahí estaban de Gonzalo Pizarro, que en pocos días hacía de ellos todo lo que quería, en tal manera que los capitanes Hernán Mejía, Juan Palomino y Pablo Meneses se le ofrecieron por sus servidores y de Su Majestad y que si Gonzalo Pizarro no quisiese hacer el mando del Presidente, -431- que por fuerza le harían que lo hiciese o se tornarían sus enemigos. Todo lo cual se trató secretamente entre el Presidente y el comendador Alonso de Alvarado y los tres capitanes, sin que de ello se diese parte, ni lo alcanzase el general Hinojosa, y todos se comprometieron poner en efecto a

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su tiempo lo concertado. Y como el Presidente tuvo de ellos la certidumbre, luego les mostró las provisiones que de Su Majestad traía, que fueron tan copiosas cuanto las que príncipe alguno haya dado más a su comisario; porque traía poder para perdonar en nombre de Su Majestad a cualesquier personas que hubiesen delinquido, aunque hubiesen cometido crimen de lesa majestad y que los perdones que hiciese fuesen tan firmes y válidos, como si la propia Majestad personalmente los hiciese. Y sobre esto traía provisiones para que en todas partes de Indias, así en el mar del Sur como del mar Océano, que en todas partes fuese obedecido ser Presidente el doctor de La Gasca, y favoreciesen su apellido como si la propia persona real lo mandase, así con gente de guerra, como con munición, caballos, bastimentos, navíos, oro, plata; que con todo le acudiesen a su voluntad, sin cuenta ni medida, sino por sólo su mandado, sin ningún otro requerimiento, bajo graves penas y de caer en caso de traidores. Y allende de todo ello, traía provisión para poder tomar prestado sobre las rentas de Su Majestad, toda la suma de oro o plata que por bien tuviese. Lo cual visto por los capitanes se esforzaron más en lo capitulado, con determinación de morir o de reducir la tierra al servicio de Su Majestad. Saldaña e Hinojosa hablan con La Gasca Como el capitán Lorenzo de Saldaña llegó a Panamá y se vio con el general Hinojosa, fueron ambos juntos y hablaron con el Presidente acerca de los negocios de la tierra, y nunca jamás concertaron cosa, porque como el -432- General sospechaba que el Presidente tenía poderes cumplidos de Su Majestad, importunaba diese la gobernación de la tierra a Gonzalo Pizarro, el cual no lo quiso hacer por ser cosa tan injusta. Y en éste y en otros muchos negocios trajeron siete u ocho días, sin efectuar cosa alguna. Tres capitanes tratan con Hinojosa y se someten a La Gasca. Hinojosa hace lo propio. Panamá alza bandera por Su Majestad Y al cabo de pocos días, los tres capitanes determinaron de aclararse con el General, y para habérselo de decir se ofreció al Presidente el capitán Palomino, el cual un día, acompañado de una docena de arcabuceros y bien armados, fuese a la posada del General y entrándose con él en su cámara le contó todo lo que estaba concertado entre él y sus compañeros y el Presidente; y certificándole que queriendo ser él también en ello, que quedaría por General del ejército de Su Majestad, y que de otra manera tenía gran riesgo. El general Hinojosa, como hombre cuerdo, respondió que era muy contento y que le certificaba que su deseo siempre había sido servir a Su Majestad y que desde luego se conformaba con la voluntad del Presidente. Y allí juntos se fueron a su posada, donde dieron orden en todo lo que adelante en nombre de Su Majestad se había de hacer.

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Y capitulose que desde luego se le hiciese saber a Gonzalo Pizarro y a sus secuaces todo lo concertado. Y así mismo que se avisase generalmente a todos los delincuentes de la tierra, que en las alteraciones pasadas hubiesen sido culpados, que viniesen luego al servicio de Su Majestad y que de otra manera no gozasen del perdón general, y el que no viniese a dar la obediencia a Su Majestad, o al Presidente en su nombre, fuese publicado por traidor e incurriese en las penas en que caen los traidores -433- a su Rey. Y así esto como otras cosas capitularon en pro de la tierra y de los vecinos y pobladores de ella, y luego fue el capitán Palomino a un galeón de la armada que estaba en el puerto de Panamá y tomó la posesión por Su Majestad y alzó bandera en su nombre. Cuando el capitán Palomino fue a hablar a Hinojosa, su General, fue con determinación que diciéndole de no, darle de puñaladas. Pero él fue tan cuerdo que, conocida la razón y obligación que tenía de servir al Rey, hizo lo que debía. Y así quedó por General en nombre de Su Majestad, como con él se estipuló. La Gasca acopia refuerzos en Panamá Luego que el Presidente hubo reducido al General y capitanes al servicio de Su Majestad, sin pérdida de tiempo, a toda diligencia, hizo mensajeros a Nueva España y a la Española y a todas partes comarcanas, para que en todas ellas, a costa de Su Majestad se hiciese gente de guerra y comprasen caballos, armas y municiones y todo se enviase a juntar a Panamá, para de allí partir, cuando sirviese el tiempo, con gruesa armada al Perú. Por manera que a cabo de pocos meses se hizo la junta en Panamá de todo lo necesario para el dicho efecto. Juan Vedrel construye una galera para La Gasca y ella sale aunque pequeña muy gentil Luego mandó el Presidente que se hiciese una galera, para lo que se juntaron todos los carpinteros de ribera que pudieron ser habidos en toda aquella tierra y fueron a haberla de hacer a una isla cercana de Panamá, en el mar del Sur, llamada Las Perlas, y dio el encargo del negocio a Juan Vedrel, vecino de Panamá, mercader -434- catalán, que se dio tan buena maña, que dentro de tres meses la tuvo acabada, y aunque pequeña, salió muy gentil vaso, de cuarenta y tantos remos, que fue mucho para el lugar donde se hizo. Pizarro se ve forzado a enviar desde el Perú seis navíos a Panamá Como Gonzalo Pizarro tenía diez o doce navíos en el puerto de esta ciudad, y a la sazón el Presidente no sabía si pasaría tan presto. Pero no

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embargante, se apercibía con toda diligencia para que cada y cuando fuese menester partir, los tomase puestos en concierto, y a la sazón tenía el Presidente en Panamá más de ocho navíos, en los cuales era imposible pasar toda la gente. Y Gonzalo Pizarro no despachaba los navíos, aunque era importunado de los mercaderes que enviase navíos en que pudiesen pasar las mercaderías que tenía en Panamá. De manera que queriendo hacerles placer, envió seis navíos, en los cuales vinieron muchos mercaderes y trajeron gran suma de oro para emplearla en Panamá y cuando llegaron fueron bien recibidos del Presidente y luego mandó a todos los maestres que se aderezasen porque quería pasar en esta tierra para el fin del mes de marzo. Por manera que en todo se dio tan buena maña cuanto fue posible. Gonzalo Pizarro intenta inútilmente deshacerse de La Gasca en Panamá Como Gonzalo Pizarro estaba escandalizado y temeroso con la venida del Presidente, envió a la postre un navío a Panamá, con un recado a su general Hinojosa, en que le enviaba a mandar que degollase al comendador y mariscal Alonso de Alvarado, y a don Pedro de Cabrera -435- y a Hernán Mejía, por cuanto los tenía por sospechosos. Y que recogiese toda la más gente de guerra que pudiese y armas y caballos en Panamá y en Nombre de Dios, y tomase los más navíos que hallase y en ellos se retirase al Perú. Y antes que saliese de Panamá dejase embarcado al Presidente. Y así mismo que negociase cómo fuese por piloto uno que él enviaba, en el navío del Presidente para que diese con él al través. Lo cual no hubo lugar nada de ello, porque cuando llegaron estos despachos, ya el Hinojosa había alzado bandera por Su Majestad, y luego se publicó todo esto. Y desde luego se conoció muy abiertamente tener dañada la voluntad Gonzalo Pizarro, y querer tener tiranizada la tierra a Su Majestad o morir en la demanda, como en efecto fue, según que adelante se dirá. Gonzalo Pizarro ordena degollar a Vela Núñez, hermano del virrey Blasco Núñez. Destierra a Panamá al obispo Loaiza. Celada que Pizarro tendió a Vela Núñez. Ni entre moros se vio cosa semejante Como ya tengo dicho, Vela Núñez, hermano del Virrey, vino con Gonzalo Pizarro en son de preso, aunque preso, desde Quito, a esta ciudad, y como era persona valerosa y de tanta calidad, atento a que había recibido muchas afrentas y le habían muerto a su hermano el Virrey, recelándose no le hiciese algún motín, determinó de hacerlo matar y quisiera, para haberlo de poner en efecto, tener algún color; pero pareciéndole que bastaba el odio que le tenía, determinó de usar con él una maña y fue que un Capitán, llamado Juan de la Torre, se le hiciese muy amigo, y que ambos tratasen de huir en un navío, y aunque el Vela Núñez conoció que debajo de aquellas palabras podía haber algún engaño, era tanto el deseo que tenía de salir de la tierra por estar entre enemigos, que consintió en la huida. Lo cual como le hubieron prendado de palabra, luego lo acusaron ante

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-436- Gonzalo Pizarro, y el que denunció de él, el mismo Capitán, e incontinente se hizo información contra él y le fue dado tormento, en el cual, aunque no confesó, fue sentenciado a degollar, por el licenciado Cepeda, Teniente de Pizarro. Y luego fue sacado de la cárcel y puesto al pie de la picota de la ciudad de Los Reyes, con voz de pregonero que decía: a este hombre por alborotador de los reinos, que fue una crueldad jamás nunca vista aun entre moros, cuánto más entre cristianos. Y luego hecho esto, Gonzalo Pizarro despachó los demás navíos a Panamá y envió a su Maestro llamado Gómez de Solís, a que se fuese a Panamá a negociar cosas que le convenía. Y desterró en los dichos navíos al capitán Rodrigo Mexía, compañero de Vela Núñez y al Prior de la Orden de Santo Domingo y a un Guardián de San Francisco y también se fue en los dichos navíos el obispo Loaiza y así hizo a todos cuantos no eran sus amigos, los cuales enviaba con todos los diablos, como hombre que iba contra Dios y contra Su Majestad. La Gasca, para dar aviso del perdón de Su Majestad, despacha cuatro navíos desde Panamá Como estos navíos llegaron a Panamá y supo el Presidente la muerte de Vela Núñez y cómo Pizarro estaba tan encarnizado contra las personas que se mostraban servidores de Su Majestad, recibió gran pena, y desde luego entró en consulta con sus capitanes y trataron de la orden que se había de tener en la entrada de la tierra, recelándose de que Gonzalo Pizarro tenía mucha gente en Lima y estaba esperando a su maestre de campo Caravajal, que venía con trescientos hombres de la ciudad del Cuzco; y el capitán Pedro de Puelles tenía en Quito otros tantos, pero como Pizarro se había desposeído de los navíos, y el Presidente era absoluto señor de la mar, que tenía veinte navíos y mucha artillería y armas y municiones, entró en consulta con sus capitanes y determinó -437- de enviar un capitán con cuatro navíos bien armados, con provisiones en que hacía perdón general a todos los que viniesen a servir a Su Majestad y fueron los nombrados para esta jornada, por General, Lorenzo de Aldana, en un galeón con ochenta hombres y al capitán Juan Alonso Palomino en otro navío con cien hombres y Hernán Mexía, Veinticuatro de Sevilla, en otro, con otros ciento; y a Juan de Illanes, con veinte, que era por todo a trescientos, que no solamente iban muy bien armados, con mucha artillería, pero llevaban provisiones del perdón y otras muchas mercedes que Su Majestad quería hacer a los que le viniesen a servir. Estos cuatro navíos salieron a mediados de enero de Panamá, que es el mejor tiempo de todo el año para tomar la costa de esta tierra, y llevaban instrucciones de correr toda la costa y avisar a todos del perdón general y de las mercedes que Su Majestad quería hacer. Y llevaban así mismo mandado que ninguno de toda la gente saltase en tierra si no fuese a hacer algún salto, porque el Presidente era informado que muchos servían a Pizarro por temor y no por voluntad, y porque estos tales con la vista de los navíos, determinasen de alzarse contra Gonzalo Pizarro y se juntasen en algunas fronteras, porque el Presidente había de partir al fin de marzo

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y había de hallar la tierra revuelta y se le pasaría mucha gente, como en efecto fue según adelante se dirá. El presidente La Gasca se hace a la mar Habiendo el Presidente despachado estos cuatro navíos, comenzó desde luego a dar orden en despacho de su partida, porque como de todas partes acudió gente, armas y municiones y con setecientos hombres que tenía y dieciséis navíos gruesos y pequeños y la galera, dio orden de repartirlos por capitanes, y dio uno al capitán Pablo de Meneses y otro a don Pedro de Cabrera y a su gente y otro a don Baltazar y otro a Gómez de Solís y al -438- adelantado Pascual de Andagoya, y por General de todos ellos a Pedro de Hinojosa. Y los navíos que quedaban sin los dichos, dio a Juan de Vedrel y al Obispo de Los Reyes, y con toda esa armada se hizo a la vela que fue a los veinte de abril, que como era ya tarde y las brisas eran pasadas, llevó muy mala navegación. De manera que al cabo de un mes, poco más o menos, fue a reconocer el armada a una isla en el más ruin paraje de toda la costa, en la cual llueve por ordinario todo el año unos aguaceros que parece que el cielo se rompe. Saltó en la isla el Presidente y con todos los más capitanes hizo consulta, en que hubo parecer de que toda la armada arribase al puerto de la Buena Ventura y entrase en tierra del Perú por la gobernación de Benalcázar y fuese a dar a Quito, lo cual era muy gran trabajo porque había que caminar por la más mala tierra que hay en lo descubierto. Pero no parando en esto se hubieron de hacer a la vela. Y pasando inmensos trabajos llegó el armada al primer puerto del Perú, en el cual pueblo halló el Presidente que estaban ya alzados por Su Majestad, por la vista de los cuatro navíos que habían aportado por allí, como adelante se dirá. Ordena Pizarro se le avise la llegada de navíos Como a Gonzalo Pizarro no le hubiesen enviado despachos de Panamá tanto tiempo había, temió no se le hubiese alzado el armada, porque antes que Hinojosa se le hubiese levantado o alzado, cada mes le despachaba un navío con avisos de lo nuevamente sucedido. Y como había seis meses que no recibía ningún despacho de él, comenzó a escandalizarse y a temer, mayormente habiendo visto los despachos y cartas que Paniagua le había traído, sobre lo cual proveyó que cada y cuando fuesen vistos navíos por la costa, le avisasen de ello, para -439- lo cual tenía puesto postas de mulas en los caminos, para que llegados los navíos a Tumbes, en breve tiempo lo supiese. A la sazón tenía por Teniente al capitán Diego de Mora en Trujillo, y en San Miguel a Bartolomé de Villalobos, el cual corrió toda la costa del mar con ciento veinte de a caballo; en Puerto Viejo tenía puesto por Teniente al capitán Lope de Ayala, todos personas en quienes él mucho se confiaba. Como los cuatro navíos llegaron a la vista

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de Puerto Viejo y surgían cada noche una legua de tierra y no saltaban en ella, desde luego creyeron que era armada de Su Majestad, aunque no sabían de qué parte ni por qué vía viniesen. Sobre lo cual Lope de Ayala despachó correo a Gonzalo Pizarro. Puerto Viejo se declara por Su Majestad A la sazón hallose en Puerto Viejo un Francisco de Olmos que fue Capitán del Virrey y otro Diego Méndez que fue su Secretario. Éstos tenían muchos amigos y con ellos propusieron alzarse con el pueblo en nombre de Su Majestad, y así lo hicieron y prendieron al teniente Lope de Ayala y a su Alcaide, y pusieron Justicia de su mano en nombre de Su Majestad, y a un Morales, muy amigo que fue de Gonzalo Pizarro y aun harto delincuente en los negocios pasados, hicieron proceso contra él y ahorcáronlo y el Alcalde y Lope de Ayala quedáronse presos. Diego de Mora decide levantar los vecinos de Trujillo por Su Majestad Al cabo de pocos días llegó a San Miguel el aviso que le enviaba Gonzalo Pizarro, desde Puerto Viejo, Lope de Ayala, y tenía ordenado que sus tenientes siempre que por donde ellos estuviesen pasasen cartas para él, las pudiesen abrir y ver lo que contenían, para que conviniendo -440- hacer alguna provisión, ellos sin perder tiempo la hiciesen. Por manera que el Teniente que en San Miguel tenía, que era Villalobos, las abrió y vio lo que en ellas venían y era avisándole cómo habían visto los cuatro navíos, que se recelaba fuesen armada real que viniese contra él. Este Villalobos era criado de Pizarro, mucho tiempo había, y porque se temía de Diego de Mora, que lo tenía por sospechoso en los negocios, aportó un mensajero y enviole con aquellos despachos, avisándole cómo el armada de Panamá se le había alzado y que no le osaba escribir a Diego de Mora, por conocer de él no ser su amigo verdadero. Como el mensajero llegó a Trujillo, tuvo tal forma el Diego de Mora que hubieron de ir los despachos a su poder y visto y sabido lo que él tanto deseaba, determinó de levantar bandera por Su Majestad, en un navío que tenía en el puerto y con todos los vecinos de Trujillo irse a Panamá o a donde estuviese el Presidente. Y como lo pensó, luego lo puso por obra, y tuvo grande aparejo de lo necesario para la navegación, por haber días hartos que lo tenía pensado y platicado con algunos vecinos sus muy amigos, de que cada que hubiese nueva de armada de Su Majestad en estas partes, de se alzar contra Gonzalo Pizarro e irse en seguimiento de que tuviese voz de Su Majestad. Diego de Mora se embarca y se encuentra con cuatro navíos de La Gasca a

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los que suministra víveres. Regresa luego a Trujillo Por manera que Diego de Mora tuvo esta orden, que una mañana envió a llamar a la mayor parte de los vecinos de Trujillo, y díjoles a cada uno por sí, su determinación, y que el que quisiese ir con él, que de buena voluntad lo llevaría. Y luego dio pregón porque viniese a -441- noticia de los estantes y habitantes y teniendo recaudo de gente y bastimentos cargó su navío, en que llevaría setenta hombres, e hízose a la vela. De la gente que llevaba, la mayor parte eran casados y dejaron sus mujeres, hijos y casas para ir a servir al Rey. Y no estando ellos más de veinte leguas de Trujillo, encontraron los cuatro navíos de Su Majestad y como los cuatros viesen el uno, creyendo que fuesen pizarristas, comenzaron a bombardearle. Visto por Diego de Mora lo que pasaba, saltó en el batel con tres o cuatro hombres y fuese a la armada de Su Majestad, como hombre que creía era armada real, pero no porque tuviese certificación de ello. Mas usando de su esfuerzo fuese derecho al galeón, donde halló a toda la gente de él puesta en armas, y como entrando dentro supo ser armada de Su Majestad y que dentro venía el capitán Lorenzo de Aldana que era su muy gran amigo, hubo entre él y los suyos y los de la armada incomparable regocijo. La armada de Su Majestad venía muy falta de agua y de bastimentos, porque en ninguna parte habían tomado refresco en tres meses que había que navegaban. El capitán Mora traía en su nao mucho bizcocho, carne y agua. Repartiolo todo por los cuatro navíos, que les fue gran socorro, que a sucederles de otra manera, la armada de Su Majestad pasaba gran detrimento. Y así todos juntos los cinco navíos, determinaron de tornarse a Trujillo y con el favor de la armada hacer allí su asiento, y hacer más gente y sustentarse entreteniendo como mejor pudiesen, hasta que el Presidente viniese. Y antes de llegar a Trujillo, con ocho leguas saltó en tierra el capitán Diego de Mora con su gente y proveyó muchos mantenimientos a la armada. Y así refrescada el armada y proveído de lo necesario, envió a decir el capitán Aldana a Diego de Mora que se embarcase y que se fuese con los navíos a otro puerto de la ciudad de Los Reyes, y que después él se tornaría a Trujillo; pero pareciéndole al capitán Diego de Mora que no debía dejar a Trujillo, por tener a su mujer y hacienda dentro, se quedó e hizo ciento treinta hombres con que la poder -442- sustentar en nombre de Su Majestad, o morir en la demanda. Es apresado un navío de Pizarro al encaminarse a Trujillo No pasaron muchos días, que Pizarro no supo cómo Mora se había alzado y cómo se había ido en el navío y todo lo demás. Por lo que él repartió los indios de aquella ciudad a otros tantos que de los que le servían, cuantos eran los de Trujillo y enviolos en un navío con un Capitán su Teniente a Trujillo. El Capitán se llamaba el licenciado León y con mandato de Pizarro, que luego que desembarcasen en Trujillo, tomasen las mujeres e hijos de los vecinos que se habían alzado y las embarcasen y llevasen a Panamá.

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Por manera que como el navío llegaba a Trujillo, topó con la armada de Su Majestad y fue preso el navío y todos los que en él venían sin ninguna resistencia, que de todos no se escapó ninguno, sino fue uno de dos que salieron a nado, uno de los cuales fue a dar aviso a Pizarro de todo lo sucedido. Diego de Mora pasa a Cajamarca y se comunica con sus compañeros de armas. Mercadillo alza bandera por Su Majestad Diego de Mora, llegado cerca de Trujillo no quiso pasar dentro, recelándose que Pizarro a la ligera enviase sobre él algún grueso ejército y, por guardarse de este inconveniente, recogió toda la más gente de Trujillo y subió con ellos a una tierra, treinta leguas de Trujillo, en una provincia de indios de Cajamarca y de allí escribió a la ciudad de Huanuco al capitán Juan de Saavedra, y a las Chachapoyas a Gómez de Alvarado y a los Bracamoros -443- al capitán Juan Porcel y a las Perlas al capitán Mercadillo. Los cuales tenían consigo copia de gente, y a todos envió relaciones particulares de lo que pasaba, y así mismo provisiones de Lorenzo de Saldaña en nombre de Su Majestad, por el poder que tenía del presidente y doctor de La Gasca, requiriéndoles, en nombre de Su Majestad, se viniesen con toda su gente a juntar en Cajamalca. Y así todos lo hicieron muy en breve, excepto el capitán Mercadillo, por estar muy lejos, pero donde estaba alzó bandera por Su Majestad. De manera que en poco tiempo juntó cuatrocientos hombres en Cajamalca y con ellos se hicieron fuertes, que donde estaban no bastaban mil a empujarlos, porque como ellos eran señores de la tierra y tenían tomado el fuerte, con gran dificultad les pudieran entrar. Muerte de Pedro de Puelles en Quito. Rodrigo de Salazar alza bandera por Su Majestad en Quito. Es nombrado Justicia mayor y Capitán General por Su Majestad en Quito Sabido en Quito cómo los cuatro navíos habían pasado y que el Presidente venía tan pujante, luego el capitán Pedro de Puelles dio principio a hacer más gente, para que conviniendo ir a socorrer a Pizarro, estar prevenido. Este Pedro de Puelles era muy tirano de corazón y hacía muchas molestias y desafueros a los que conocía no ser de la parcialidad de Pizarro. En Quito estaba otro Capitán en compañía del dicho Pedro de Puelles, llamado Rodrigo de Salazar, el que determinó de matar a Pedro de Puelles, porque tenía aviso del alzamiento de Diego de Mora, y luego que lo pensó dio parte a algunos amigos suyos y hallando en ellos buen aparejo, una mañana entró en su casa y matolo a cuchilladas y desde luego tomó el apellido de Su Majestad y alzó bandera en su nombre, sin otro ningún escándalo. -444- Muerto que fue Pedro de Puelles, lo hizo arrastrar y cortar la cabeza y que fuese llevado por todas las calles de Quito y después mandolo hacer

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cuartos; fue puesto en cuatro caminos, con voz de pregonero que decía: a este hombre por tirano contra su Rey. Y luego el capitán Salazar hizo un mensajero al Presidente dándole aviso de todo lo que pasaba y que su señoría le enviase a mandar lo que debiera hacer y que viese dónde mandaba que fuese en su servicio con trescientos hombres de guerra que tenía muy bien armados. El mensajero tuvo tan buena diligencia, que alcanzó al Presidente y diole los despachos, que como él vio lo sucedido, tornó a enviarle con el mismo mensajero provisión de Justicia mayor y Capitán General por Su Majestad, de la ciudad de Quito, y agradeciéndole mucho sus buenos servicios y mandándole que con la más gente que pudiese estuviese muy a punto, hasta tanto que otra cosa se le mandase. Diego de Villalobos alza en San Miguel bandera por Su Majestad Como en la ciudad de San Miguel supo el capitán Diego de Villalobos que dentro estaba el alzamiento de Diego de Mora y de los capitanes Alvarado y Saavedra, procuró de se ir, con cincuenta de a caballo, la vuelta de donde estaba Pizarro, y salido para el efecto, poco menos de veinte leguas de la ciudad, los que andaban dentro alzaron bandera por Su Majestad. Y coma el capitán Villalobos supo cómo Diego de Mora le tenía tomado el paso por la tierra donde había de ir para llegar donde Gonzalo Pizarro estaba, de temor que tuvo no quiso pasar adelante, antes tornando en sí, con aquellos pocos que llevaba, alzó bandera por Su Majestad y se tornó a San Miguel, donde se encontró con la demás gente que allí estaba a nombre del Emperador y esto se cree que hizo, necesitado de poder hacer otra cosa, antes que de voluntad y gana de servir a su Rey. -445- Llega La Gasca y pasa luego a Tumbes A cabo de pocos días que el Presidente llegó al puerto de Manta, supo luego el alzamiento del capitán Diego de Mora, aunque no todo por entero, por la distancia del camino ser más de doscientas leguas, y con esta buena nueva recogió el Presidente todas las armas que pudo, y recogidas luego se hizo a la vela y en poco espacio de tiempo llegó a Tumbes, donde desembarcó con toda el armada. Y donde a cuatro días de allí llegado entró en el puerto un navío que despachó el general Lorenzo de Saldaña desde Trujillo al Presidente, que era el que había tomado a los vecinos que de nuevo mandaba poblar Gonzalo Pizarro. Y con dicho navío avisaba largamente así de los negocios de Diego de Saldaña como de todos los demás capitanes y que acabado de despachar aquel navío, luego se había hecho a la vela para el puerto de esta ciudad, donde estaba Pizarro. Gonzalo Pizarro junta hombres y armas en la ciudad de Los Reyes. Pizarro

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da una paga de gran valor a los suyos Sabido por Gonzalo Pizarro el suceso de todo, aunque no la muerte de Pedro de Puelles, ni el alzamiento de Puerto Viejo, despachó un su Capitán llamado Juan de Castro, que con cincuenta de a caballo, a la ligera, fuese a la ciudad de Trujillo y supiese lo que pasaba. El que obedeciendo el mandato del tirano fue y en pocos días anduvo aquellas ochenta leguas y llegó a Trujillo y no halló en el puerto sino solas las mujeres, porque todos sus maridos y la demás gente estaba con el capitán Diego de Mora, como dicho es. Y como no a ninguno de los que buscaba, tomó lengua de lo que sonaba, que era estar el Presidente en la costa del Perú. Y con estas nuevas se volvió a la ciudad de Los Reyes, donde estaba Gonzalo Pizarro, que como supo lo que pasaba, comenzó a recoger -446- toda la más gente que pudo, y dentro de pocos días vino al Cuzco su Maestre de Campo con alguna gente y fue bien recibido de Pizarro, y como conocieran el peligro de la guerra que se les aproximaba y para atraer gente a sí, determinose Pizarro de dar una paga muy brava, que fue la más copiosa y grande que en nuestros tiempos ha dado príncipe, porque de más de trescientos mil pesos de oro y plata que dio, fue casi otro tanto lo que montaron las armas y ropas y caballos que dio a socorro a todas las personas que las hubieron menester. Y así con esto, recogida la gente, desde a pocos días, hizo su alarde general en la plaza de la ciudad de Los Reyes, de ochocientos hombres. Dicen los que la vieron que fue de la lucida gente que se haya visto en Italia, que a no pasársele, como se le pasaron a servir a su Rey, tuviera trabajo el Presidente en sujetar la tierra, como adelante se dirá. Diego Centeno se apodera del Cuzco en nombre del Rey. La Gasca pide a Salazar salir de Quito y juntarse con él Después de ser desbaratado segunda vez el capitán Diego Centeno, por el Maestre de Campo de Pizarro, fuese huyendo muy secretamente a una provincia de indios llamada Ariquipa. Y como estando allá supo el suceso de Diego de Mora y de todos los demás capitanes, y de la venida de Lorenzo de Aldana con los navíos por Su Majestad, queriendo determinarse a probar otra vez la ventura, con el favor de algunos amigos suyos, comenzó a tomar el apellido de Su Majestad y a hacer junta de gente y de armas y caballos, y pudo juntar hasta cincuenta hombres, con los cuales determinó de se meter en el Cuzco, donde estaba un Capitán de Pizarro llamado Antonio de Robles con alguna gente. Y como Centeno llevaba tan buen apellido, mucha gente de la del Cuzco se cartearon con él y le prometieron de se le pasar y de -447- no pelear contra él; y con estas promesas se fue a meter en el Cuzco, donde un día estando el capitán Antón de Robles con toda la demás gente puestos en armas, entró el capitán Centeno con la poca gente que tenía en el Cuzco, y luego se le pasaron muchos. Por manera que con poca defensa se fortificó dentro y prendió al capitán Robles, al que hizo degollar. Y diose tan buenas mañas, que en término de pocos días tenía más de quinientos hombres, y luego lo supo Pizarro y también el Presidente, que estaba en Tumbes, que con la buena nueva se daba toda prisa para

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caminar por tierra hacia el camino de Cajamalca, donde estaba Diego de Mora y los demás capitanes, y escribió a Quito al capitán Salazar para que con toda prisa se pusiese en camino, porque él, como dicho es, se aderezaba para seguir con la gente de su armada, la vuelta de Cajamalca. Lorenzo de Aldana entra en el puerto de la ciudad de Los Reyes con cuatro navíos. Pizarro se niega a acatar la autoridad de Su Majestad Estando los negocios en este estado, entró Lorenzo de Aldana con sus cuatro navíos en el puerto de esta ciudad de Los Reyes, donde luego Gonzalo Pizarro mandó tocar alarma y juntar toda la gente en la plaza de esta ciudad, y en ordenanza fue marchando hasta una legua o poco menos de esta ciudad a un arroyo que está en el medio del camino del puerto donde estaban los navíos. Y en esta ciudad mandó pregonar, so pena de muerte, que todo género de hombres fuesen con él. Antes de hacer esto, había demandado prestado gran cantidad de dineros a mercaderes, que sobre no darle todo cuanto él quisiera, les hizo mil afrentas y molestias. Estando en este lugar Pizarro, se le huyó alguna gente, parte de la que se metió en los navíos del capitán Lorenzo de Aldana y parte se huyeron por tierra, escondiéndose por no ser hallados de la gente de Gonzalo Pizarro y por efectuar -448- el capitán Lorenzo de Aldana algunos buenos modos por dar fin a tantos trabajos, y procurar que Gonzalo Pizarro hiciese alguna virtud y conociese ser grande engaño ser tan notorio y manifiesto en pensar sustentarse en la tierra contra la voluntad de Su Majestad, enviáronle a decir que le querían enviar una persona principal de su armada a tratar con él algunos medios y conciertos, y que para seguridad de la tal persona que allá fuese, le enviase otra persona principal de su ejército a sus naos. Lo que Gonzalo Pizarro concedió y envió a su capitán Juan Fernández, vecino de la ciudad, persona de mucha calidad y muy principal, y Lorenzo de Aldana envió a Gonzalo Pizarro al capitán Peña, el cual declaró como embajador a Pizarro toda la voluntad que Su Majestad le perdonaba toda lo pasado, con tal que se tornase a su servicio, y que para ello el Presidente le daría toda la seguridad y fianzas que bastasen. El cual como hombre perdido y sin juicio no quiso, pensando por su parte para desbaratar al Presidente. Visto el capitán Peña, se volvió al armada y Juan Fernández a la ciudad. Pasóseme de la memoria decir cómo, cuando el capitán Juan Fernández le mandó Gonzalo Pizarro que fuese en rehenes a la armada, le encargó tratase en secreto con Lorenzo de Aldana le diese el armada y le daría doscientas mil pesos en oro. Lo cual, luego que llegó Juan Fernández, lo dijo en público, lo que se le mandó dijera en secreto, conociendo que Pizarro iba perdido. Lorenzo de Aldana comunica el perdón de Su Majestad a todos los que abandonen a Pizarro. Muchos de sus soldados abandonan a Pizarro

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Diose tan buena maña el capitán Aldana, que mandó echar en tierra gran cantidad de cédulas, todas de un tenor, que decían cómo Su Majestad perdonaba a todos los delincuentes con que dejasen a Gonzalo Pizarro y sirviesen a Su Majestad. Lo cual visto por muchos de ellos, -449- se vinieron a la armada y otros a otras partes, escondiéndose de Pizarro. Y entre ellos se vino un Capitán llamado Martín de Robles, que fue el que prendió al Virrey, y el licenciado Caravajal le cortó la cabeza, y otros muchos delincuentes, los cuales fueron recogidos en la armada. Y como Gonzalo Pizarro vido que toda la gente se le iba, determinó de irse al Cuzco, y antes que llegase el Presidente darle la batalla al capitán Centeno y desbaratarlo, y revolverse después sobre el Presidente, y así con este propósito se fue y sacó de esta ciudad más de seiscientos hombres, de los cuales se le huyeron más de los doscientos. Lorenzo de Aldana despacha un barco a Tumbes con cartas para La Gasca Pasado esto, el capitán Aldana despachó a Tumbes un barco con cartas para el Presidente, en que le hacía saber cómo Gonzalo Pizarro se había salido de este pueblo y se iba al Cuzco a dar batalla a Centeno, por lo cual convenía que, con toda diligencia, caminase con su ejército, así el que había venido de Panamá como el que en esta tierra estaba por Su Majestad. Y como llegó a Tumbes este despacho, luego el Presidente tomó el camino y avisó a todas partes, mandando que todos fuesen en su seguimiento, y se fuesen a juntar a una provincia de indios, treinta y cinco leguas de esta ciudad, llamada Jauja. Don Antonio de Rivera, cuñado de Pizarro, alza bandera en Los Reyes por Su Majestad, aprovechando de la ausencia de Pizarro Como Pizarro había salido de esta ciudad de Los Reyes, luego un vecino, cuñado suyo, nombrado don Antonio -450- Rivera, alzó bandera en nombre de Su Majestad, y estando Pizarro cincuenta leguas de Los Reyes, saltaron en tierra los capitanes Lorenzo de Aldana y Hernán Mejía, con toda la gente y fortificáronse en esta ciudad; porque muchos de los que habían de ir con Gonzalo Pizarro se recogieron debajo del estandarte real. Y luego el capitán Lorenzo de Aldana puso guarda en los caminos porque si por ventura Pizarro se volvía sobre la ciudad, no lo tomase desprevenido. Juan de Illanes se queda con los navíos Cuando el capitán Aldana desembarcó de los navíos, puso por Capitán en la armada a Juan de Illanes, como hombre de mucha confianza, el cual durante las alteraciones pasadas jamás siguió otro apellido sino el de Su Majestad.

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Diego Centeno sale al encuentro de Pizarro Ya el capitán Centeno sabía cómo Gonzalo Pizarro iba la vuelta del Cuzco, donde él estaba. Sobre lo cual algunos decían que iba a darle batalla. Otros tenían contrarios pareceres, afirmando no ser otro su propósito y voluntad sino huir, porque si quisiera muy bien pudiera irse a la provincia de Chile o a otras partes, si no quisiera dar la batalla. Con todo esto el capitán Centeno no tenía temor, porque tenía casi mil hombres, todos buena gente y bien aderezada, por cuya causa se salió del Cuzco, por la parte que pensaba que Pizarro había de venir, y tomarle el paso porque no pudiera huir. -451- La Gasca llega a Jauja Y a este tiempo marchó el Presidente con toda su gente hasta llegar por tierra a una provincia de indios, treinta y cinco leguas de esta ciudad, nombrada Jauja. Por ser tierra en buena comarca y abundante de bastimentos, determinó el Presidente de estarse de asiento y recoger toda su gente y recogida ir en seguimiento de Pizarro, porque tenía gran confianza en Centeno y en su gente, aunque se temía que Pizarro le diese batalla y lo desbaratase, y recelándose de esto le escribió enviándole a mandar que por ninguna manera diese batalla a Gonzalo Pizarro, antes procurase desviarse de él cuanto fuese posible, sospechoso, como es dicho, de lo que podía suceder. Diego Centeno combate con Pizarro en Guarina y es vencido. Pizarro se fortifica en el Cuzco Llegado el Presidente a Jauja, toda la gente de la tierra caminaba a gran prisa por llegar a donde estaba, pero como la tierra es tan larga y tan perversa de caminar, tardaron muchos días en recogerse, y de los primeros que llegaron fueron los capitanes Juan Alonso Palomino y Hernán Mejía, y otros algunos vecinos de diversas partes. Estando los negocios en estos términos llegó Pizarro cerca de donde estaba Centeno, el cual como había sido desbaratado dos veces, quiso probar ventura a la tercera y hacer todo lo posible por romper a Pizarro, que, a ser así, ganaba eterno renombre para él y sus descendientes. En conclusión, por acortar razones, se afrontaron los dos ejércitos en una provincia de indios llamada Guarina y junto a una laguna tuvieron batalla, que en el principio fue vista la victoria por el capitán Diego Centeno, por haber desbaratado del primer encuentro toda la gente de a caballo de Pizarro. Visto por su Maestro de Campo el desbarato y perdición, hizo arremeter la infantería -452- con tanto esfuerzo, que con muerte de más de trescientos y cincuenta hombres

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se retiró Centeno. Y así desbaratado se vino a esta ciudad de Los Reyes. De los de Pizarro morirían hasta ochenta hombres y como vio la victoria, siguió el alcance y prendió a muchos de los soldados de Centeno, y a todos los que eran personas de calidad mandó hacer de ellos justicia, y luego dio un pregón, que todos los soldados que se hubiesen hallado con el capitán Centeno en la batalla, como no fuesen vecinos, pareciesen seguramente ante él, porque no recibirían de él ni de sus capitanes mala obra, antes les socorrería con todo lo que hubiesen menester. Y con este propósito procuró recoger gente y hacer amigos, porque pensaba dar otra batalla al Presidente. Con esta victoria se metió Pizarro en el Cuzco, con intención de fortificarse en él, porque no llevaba artillería, por no tenerla, que la había enviado toda en el armada, por lo cual teniendo buen aparejo, procuró hacer algunos tiros, y dio la comisión de ello a un oficial griego que era gran maestro. La Gasca reúne más gente y se moviliza al Cuzco. Llega a tener más de dos mil hombres. Préstamo en oro de los mercaderes de Los Reyes Al cabo de pocos días supo el Presidente el mal suceso de Centeno y la victoria de Pizarro y la muerte de toda la gente y todos los más daños, que le causó gran pesar, por lo cual viendo que con pocos había desbaratado a tantos, envió capitanes particulares a diversas partes, para recoger mucha gente que se le había quedado por los caminos y por los pueblos por donde había venido y a esta ciudad envió al mariscal Alonso de Alvarado el cual pidió prestados a los mercaderes vecinos de ella, en dos veces, ciento y setenta mil pesos de oro, que entre ochenta mercaderes se le dieron, luego, de contado; y con estos dineros, en breve tiempo ha soldado mucha gente. -453- Por manera que dentro de dos meses juntó el Presidente en Jauja, pasados de dos mil hombres, en que habría ochocientos arcabuceros y quinientos de a caballo y el resto piqueros. Y como el Presidente se vio con tan lucida gente, dio cargo de su Maestro de Campo al mariscal Alonso de Alvarado, y con todo el ejército comenzó a marchar por el camino real del Cuzco, que como era invierno y los ríos venían tan grandes, pasó el ejército muy gran trabajo. El Presidente mandó al capitán Lorenzo de Aldana que no fuese en su seguimiento sino que se quedase en esta ciudad de Los Reyes, y que fuese por Su Majestad, Justicia mayor en ella y en todos los caminos comarcanos, y así mismo Capitán General de ellos y de la armada de mar, que estaba en este puerto. El cual cargo dio el Presidente al capitán Aldana, como hombre prudente y de buenos medios en todo lo que se puede ofrecer. Pedro de Bobadilla llega de Chile al puerto de Los Reyes y se une a La Gasca Estando la cosa en estos términos, llegó a este puerto un navío, dentro

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del cual venía de la provincia de Chile un Capitán que se llamaba Pedro de Bobadilla (sic), que cuando Hernando Pizarro dio la primera batalla a don Diego de Almagro y le prendió y degolló, era Pedro de Bobadilla Maestro de Campo de Pizarro, y desde aquella batalla el marqués Hernando Pizarro (sic) le dio aquella conquista de Chile. El cual fue allá con cierta gente y se ha estado en ella ocho años y la ha sustentado con harto trabajo. Así que vino este Capitán con veinte hombres y trajo sesenta mil pesos de oro. La causa de su venida fue a llevar para poblar y conquistar la provincia, por ser la más rica y mayor población que hay en todo lo descubierto. Y como este Capitán llegó a tan buena coyuntura, determinó de ir con el Presidente y como hombre de guerra -454- servirle en la batalla hasta morir o vencer, y así lo hizo. Y aderezose en esta ciudad y en breves días se fue a juntar con el Presidente, alcanzándole cerca del Cuzco, en una provincia llamada de Andaguailas. El cual capitán Bobadilla fue bien recibido del Presidente por ser tan buen hombre de guerra y haber sido soldado viejo en Italia, y diole el título de Coronel de todo el ejército. Aceptado el cargo, desde luego comenzó a usar de él. En esta provincia de Andaguailas hizo el Presidente su asiento por algunos días, porque así convenía y por estar ya tan cerca de los enemigos y era necesario ir muy bien apercibido, de modo que pues cada hora se podían topar, fuesen como convenía, sin faltarles cosa. Y también porque tenían por delante un muy potente y grande río. Y Gonzalo Pizarro tenía ya quemado el puente, para efecto de impedirles el paso, y, en efecto, de no hacerse puente, era muy dificultoso y trabajoso de pasar. Gonzalo Pizarro, a todo esto, estaba en el Cuzco, fortificándose de armas, caballos y gente, y habíase dado tan buena maña, que tenía juntos novecientos hombres y hechas ciertas piezas de artillería, y esperaba al Presidente cada hora para darle la batalla. Diego de Mora, testigo presencial de los sucesos, los describe desde la ciudad del Cuzco en carta a un amigo suyo Desde aquí en adelante, es un traslado de una carta que escribió el capitán Diego de Mora a un gran amigo suyo, desde la ciudad del Cuzco, dándole larga cuenta del suceso, desde la batalla que dio el presidente de La Gasca a Gonzalo Pizarro, por mejor decir, la manera que el Presidente tuvo en el desbarato que hizo a Gonzalo Pizarro. La cual carta comienza desde que el Presidente partió de la provincia de Andaguailas hasta que fue muerto y justiciado Gonzalo Pizarro, y la sentencia de muerte que dio contra él, lo cual todo es la certidumbre de la verdad, sin disminuir ni acrecentar en cosa, sino la verdad «de verbo ad verbum». -455- El día lunes nueve de abril del año 1547 El día lunes que se contaron nueve días del mes de abril del año mil y quinientos y cuarenta y siete, fue aciago e infeliz día para Gonzalo

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Pizarro, escribí a doña Ana mi mujer, con Martín de Loarte, y no a vuestra merced, por la gran priesa que entonces había, y ahora por haber algún tanto más de vagar, diré algo de lo mucho que hay que decir. Y es que ya habrá visto por mis cartas, escritas de atrás de ésta, desde Abancuay, cómo allí dejamos el camino real que venía al Cuzco y tomamos la vía de Condesuyo, hacia los Aymarais, un camino alto, trabajoso, de fríos y de altísimas sierras. Y caminando por ellas, venimos a Corabamba, pueblo del factor Guillén Suárez, donde tuvimos pascua de resurrección. Desde que llegamos a Abanguar y aun antes, mandó el Presidente hacer los puentes de Apurimas y Acotobamba, y en otro lugar; y hechas mandó poner infantería de guardia en todas, mandó hacerles preparamentos, como si por cada una de ellas hubiera de pasar. E hízose a efecto de desatinar a los enemigos, porque no impidiesen el paso estando certificados por donde íbamos; y siendo segundo día de pascua, un tal López Martín a quien se dio comisión de hacer uno de los puentes, que fue el de Cotabamba, echó tres cabos a la otra banda, sin se lo mandar ni saber nadie, todo contra la voluntad del Presidente, porque estaba acordado que no se hiciese hasta haber pasado de la otra parte doscientos arcabuceros que habían de pasar en balsas, para defensa del puente. Pizarro quema dos puentes construidos por La Gasca. Pedro de Hinojosa y Pedro de Valdivia, en acción Visto los enemigos los preparamentos arriba dichos, pusieron indios y cristianos, así para guardar como para llevar y traer avisos, que como avisaron que por allí se determinaba a querer pasar, enviaron sesenta arcabuceros, -456- sin la gente que estaba, a que diesen orden de quemarles lo que tenían hecho. Y como no hallaron resistencia de parte del Presidente, quemaron los dos puentes y creyendo que las dejaban todas quemadas, se tornaron al Cuzco, por el cual hecho no recibió poca pena el campo de Su Majestad. Sabido por el Presidente lo que pasaba, él propio en persona bajó al río y a gran furia, en un día y una noche, por el puente que quedó por quemar y en balsas, echó sesenta hombres de la otra banda y con ellos al general Pedro de Hinojosa y al capitán Pedro de Valdivia, los cuales fueron con intención de antes que fuese noche tomar un alto que tenía dos leguas de subida, creyendo que si lo tomaban tenía la jornada por suya. Y al fin, porfiando con su valerosidad de ánimos, lo tomaron. Pizarro envía a Juan de Acosta para detener el avance de La Gasca Como luego supo Pizarro que porfiábamos en hacer el puente, envió al capitán Juan de Acosta con ciento y sesenta hombres a toda diligencia, para que si no hubiésemos pasado, nos impidiese el paso, y si hubiésemos pasado, nos defendiese la subida de la cuesta, lo cual, según estaba de dificultoso, era bien fácil de hacer.

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Cuando el capitán Acosta vino, topó a Juan de Sandoval con diez arcabuceros que iban delante de los capitanes y gente dicha, con el cual incontinente se pasó un Juan Núñez de Prado, que venía con el capitán Acosta. Éste fue muy bien recibido, porque dio relación del estado en que se hallaban los enemigos. Y como Juan de Acosta vio a don Juan de Sandoval en lo alto, pareciole que no debía estar solo; hizo alto y envió a decir a Gonzalo Pizarro cómo ya habíamos pasado el río y teníamos tomada la cuesta. Que como lo supo, tocó a recoger y mandó que toda su gente saliese al campo y al cabo del -457- valle de Jaquijaguana, que es cuatro leguas y media de esta ciudad del Cuzco; por donde nosotros habíamos de venir envió quinientos y cincuenta arcabuceros y doscientos piqueros, con seis piezas de artillería; y púsose en una angostura, que había de la una parte unas sierras altísimas y de la otra un río, y por delante un muy gran llano, en el cual había muchos fosos y acequias de tiempo antiguo, y allí estuvo, habiendo desechado otro sitio que primero tomó, por no ser tan bueno. Y sin ningún propósito estuvo en este asiento cuatro días. En el entretanto que Pizarro estuvo allí, los que quedamos por pasar con el Presidente, hicimos el presente muy bien hecho y dentro de dos días pasó todo nuestro campo y subió arriba. El capitán Juan de Acosta en todos estos días aún no se había recogido a Pizarro, antes le envió a pedir otros cincuenta arcabuceros, y luego se los enviaron, con los cuales y con la gente que tenía, nos vino a dar una vista allí en lo alto donde estábamos, con muy buena determinación, de cuya causa tuvimos aquel día por muy cierta la batalla, porque creíamos que venía todo el campo de Pizarro. Y acaeció que de nuestra parte había salido a correr el campo el capitán Centeno y don Pedro de Cabrera, con ciento y cincuenta hombres, los cuales estaban en un paso fuerte y resistieron a Juan de Acosta la venida, y de esta ida se fue a recoger al asiento que dicho tengo, con Pizarro. Luego que nosotros tuvimos nuestro campo, marchamos la vuelta del Cuzco, no teniendo certidumbre dónde los enemigos estuviesen, pero todos los días enviábamos nosotros y ellos corredores, y pasaron entre medias grandes escaramuzas. Andando en esto viniéronse quince soldados y pasáronse muchos más, si no fuera por la grandísima guarda que traía Pizarro de indios que no salía hombre dos pasos del escuadrón cuando le mataban y cortaban la cabeza; pero no embargante esto, se pasaron otro día veinte arcabuceros, diez de los cuales fueron tomados y cortádoles las cabezas y los otros diez pudieron escapar y éstos contaron cómo de temor de Francisco de Caravajal, Maestro de Campo de Pizarro, no se pasaban -458- todos, y los que se pasaron eran soldados que salían a correr, porque de los demás no había medio. Los campos enemigos se sitúan sólo a media legua de distancia Después de lo arriba dicho, viniendo marchando el campo de Su Majestad para el Cuzco, sin tener certidumbre dónde los enemigos estuviesen, mas que los indios decían que habían salido la vuelta de nosotros, mandó el Presidente a un Capitán que con ciento y cincuenta de a caballo tomase la

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delantera a correr el campo, y yendo corriendo topó con los corredores de Gonzalo Pizarro, no una legua de donde habían partido, con los cuales tuvieron una escaramuza, y yendo ellos retrayéndose y los imperiales siguiéndolos, pasando una sierra al pie de ella descubrieron los enemigos, que estaban en escuadrón cerrado en el lugar que arriba he dicho, que no fue poco contento para nosotros; los cuales luego tornaron a hacer relación al Presidente, que tenía asentado su campo media legua de ellos. Y visto ser mejor sitio otro que teníamos descubierto, el mariscal Alonso de Alvarado porfió mucho porque nos mudásemos. Y como su parecer se tenía siempre en todo por lo mejor, húbose de tomar como él decía, y aquella noche dormimos los unos de los otros menos de media legua. Ellos en lo llano y nosotros en lo alto, y llegamos a aquel sitio como ahora de vísperas, poco más a menos. Trábase la lucha y Pizarro sufre el primer descalabro Luego que Pizarro se informó de sus corredores cómo todo nuestro campo estaba junto, y tan junto que desde su campo nos podía ver, salió en el escuadrón, mandando disparar su artillería y arcabucería, para darnos a entender -459- la mucha potencia que tenía. Y por dos lomos de sierra, que venían hacia donde nosotros estábamos, envió por la una y por la otra cada cincuenta hombres hacia nosotros, dando muestra de tenernos en poco, y que aquéllos bastaban para todos. Lo cual visto por nuestro campo, se le enviaron otros tantos contra aquéllos al encuentro y a arcabuzazos los hicieron bajar, tumbando aquéllos, lomos abajo. Todas aquellas noches y aun las demás, desde que se pasó el puente, estuvimos en escuadrón y armados, con gran recaudo. A la mañana, después de haber oído misa y almorzado, bajó el Mariscal y con él Pedro de Valdivia, y reconocieron un cabezo donde podía bien plantar la artillería, en el cual asentaron cuatro piezas, las más gruesas, y la primera vez que dispararon le mataron a Pizarro un camarero suyo que le estaba armando, y de otros tiros hizo mucho daño y puso tanto temor en los suyos, que desde luego se tuvieron por perdidos. Porque entre otras muy grandes mentiras que se les había hecho entender, era que el Presidente no traía artillería. Y pudieron tanto estas cuatro piezas que a veinte cañonazos los hizo retirar del lugar donde estaban, buen rato atrás, y allí todavía los visitaban las pelotas. Y esta retirada fue el primer trato de su perdición. Las tropas de La Gasca descienden de las alturas al llano y se ordenan para la batalla final Mientras esto pasaba, bajó nuestro campo a toda furia al llano, donde muy claramente nos veíamos los unos a los otros; y luego que bajamos y nos vieron, fueles causa nuestra vista de muy gran turbación, porque les habían certificado que no eramos más que ochocientos, y que los más de

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ellos se les habían de pasar. Ordenamos nuestros escuadrones en esta manera: el estandarte real con las compañías de Gómez de Alvarado y de Mercadillo y de don Pedro de Cabrera; se hizo de ellos un cuadro en el -460- que había casi doscientos de a caballo, y el general Pedro de Hinojosa por caudillo de este cuadro. Y de las compañías de Juan de Saavedra y Rodrigo de Salazar y de otros dos capitanes, se hizo otro cuadro, y la compañía de Alonso de Mendoza con cien hombres de a caballo quedó aparte, para dar por la retroguardia de la infantería de Gonzalo Pizarro. Y así mismo se hicieron dos escuadrones de infantería: en el uno había bien ochocientos hombres y en el otro seiscientos, cada uno de éstos con sus mangas bien ordenadas de arcabuceros. Demás de éstas iban otras dos compañías de arcabuceros sobresalientes. Y mientras estos escuadrones se afirmaban, bajó la artillería que arriba he dicho, que por todo eran once piezas, y pusiéronse en dos partes. Gonzalo Pizarro espera ser acometido. La Gasca desea que se pasen a él las tropas de Pizarro. Confusión en el campo de Pizarro. Diego Guillén le abandona. Las tropas de Pizarro vuelven las espaldas Gonzalo Pizarro estábase fuerte, esperando a que le acometiéramos, creyendo que íbamos a él desordenadamente, y nosotros estábamos en contraria opinión, que aunque fuera de allí a diez meses no le acometiéramos, porque nuestro fin era dilatar la batalla y dar lugar los que se quisiesen venir. Estando las cosas en este estado, el capitán Garcilaso de la Vega echó a correr, con veinte o treinta de a caballo y otros después de él, y algunos arcabuceros a pie se echaron a un riachuelo de cuatro en cuatro y de cinco en cinco. De los que les alcanzó algunos el capitán Pedro Martín, que fue después descabezado. Andaba un murmullo del diablo en sus escuadrones, que parte de ellos se quisieron pasar y otros tenían gran confusión de ver su perdición, y después de lo dicho, arremetió el licenciado Cepeda -461- para nosotros y salió a él capitán Pedro Martín y alanceole el caballo. Visto por Pizarro y por su Maestro de Campo cómo se pasaba la gente, acordó de arremeter y así como ellos mudaron para venir a nosotros, hicimos nosotros lo mismo para ir a él. Traía en un lado de su escuadrón a su capitán Diego Guillén, con ciertos sobresalientes, los cuales se le pasaron y él tras ellos. Los demás capitanes viendo que los soldados andaban remolineando por pasarse, echáronles cien arcabuceros por un costado, con una pieza de artillería con que detenerlos. Y como los imperiales dispararon la primera rociada de arcabucería, luego los enemigos volvieron las espaldas, sin que hombre de a caballo ni piquero arremetiese, y desde luego los tuvieron por desbaratados. Yo soy el desdichado de Gonzalo Pizarro. Prisión de Caravajal

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Como Gonzalo Pizarro vio huir a unos y pasarse a otros, dijo: puesto que todos se van con La Gasca, yo me quiero ir también con él. Visto por los nuestros cómo los enemigos corrían a rienda suelta, nuestra gente les comenzó a seguir, y el Sargento mayor de nuestro campo topó con Gonzalo Pizarro y no conociéndole le preguntó quién era, respondiéndole: yo soy el desdichado de Gonzalo Pizarro. El cual le prendió y le trujo ante el Presidente, y diole al Sargento el caballo, y armas y ropa, que valían mucho. El Maestro de Campo, Caravajal, yendo huyendo cayó en una ciénega y el caballo sobre él y fue preso por el capitán Almendras. -462- Total desbarato y muerte de Gonzalo Pizarro. Mueren también Caravajal, Guevara, Maldonado y Juan de Acosta Hechas estas prisiones, los soldados siguieron el alcance, en el que no mataron a nadie, ni les hicieron otro agravio sino robarles lo que traían. Diose en guarda aquella noche Gonzalo Pizarro al capitán Centeno. El maestro de campo Caravajal, se dio al Sargento mayor y el capitán Juan de Acosta que también fue preso, y así por capitanes fue cometida la guardia de los demás presos. Otro día, que fue martes por la mañana, se hizo justicia de Gonzalo Pizarro, conforme a la sentencia que adelante se dirá. Y a la tarde, de su Maestro, que murió como vivió, que fue arrastrado y hecho cuartos y fueron llevados los cuartos al Cuzco. Los capitanes Guevara y Maldonado fueron ahorcados y Juan de Acosta hecho cuartos. Los demás capitanes, Juan de la Torre, ni Bobadilla, ni el camarero, ni otros, no han parecido, pero no se pueden escapar. Murieron en la batalla, el Capitán de artillería de Pizarro y otros cuatro o cinco, y de los nuestros uno solo. Serena actitud de La Gasca. Entra en la ciudad del Cuzco Háseme olvidado lo más sustancia, que es decir la gran providencia y ánimo sereno del Presidente, que andaba entre los escuadrones mirando a un cabo y otro, proveyendo donde había necesidad, con tan buen denuedo y esfuerzo, como si toda la vida hubiera estado en Italia. Hecho esto, se vino al campo a esta ciudad, donde se le hizo un solemne recibimiento, y juntaríamos bien dos mil y quinientos hombres y de hoy más no se -463- entenderá sino en repartir la gente por provincias, satisfaciendo a cada uno según sus servicios. Sentencia de muerte que dieron contra Gonzalo Pizarro, Alonso de Alvarado y el licenciado Cianca Vista y entendida por nos el mariscal Alonso de Alvarado, Maestro de

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Campo, y por el licenciado Andrés de Cianca, Oidor de Su Majestad, de estos reinos y sus delegados por el muy ilustre señor el doctor Pedro de La Gasca, del Consejo de Su Majestad, de la Santa Inquisición, Presidente de los reinos y provincias del Perú, por lo infraescrito la notoriedad de los muchos graves y atroces delitos que el dicho Gonzalo Pizarro ha cometido y consentido cometer a los que le han seguido, después que a estos reinos vino el virrey Blasco Núñez Vela, en servicio de Su Majestad y de su preeminencia y corona real, y contra la natural obligación y fidelidad que, como su vasallo, tenía y debía a su Rey y señor natural, y de personas particulares, los cuales, por ser tan notorios de derecho ni se requiere orden ni tela de juicio, mayormente que muchos de los dichos delitos constan por confesión del dicho Pizarro, y la notoriedad de todos por la información que se ha tomado. Y hallamos que para la pacificación de estos reinos conviene sea hecha justicia con brevedad del dicho Pizarro. Hallamos, atento a lo susodicho, junta la disposición del derecho, que debemos declarar y declaramos el dicho Gonzalo Pizarro haber cometido crimen lesa majestatis, contra la corona real de España, en todos los grados y causas en derecho contenidas, después que a estos reinos vino el virrey Blasco Núñez Vela, y así lo declaramos, y condenamos al dicho Gonzalo Pizarro por traidor y haber incurrido él y sus descendientes, nacidos después que él cometió este dicho crimen y traición, los por línea masculina hasta la segunda generación y por femenina hasta la primera, en la infamia e inhabilidades en derecho -464- establecidas contra los tales traidores. Y como a tal condenamos al dicho Pizarro a pena de muerte natural, la que mandamos le sea dada en la forma siguiente: que sea sacado de la prisión en que está, caballero en una mula de silla, atado los pies y las manos y traído públicamente por este real de Su Majestad con voz de pregonero que manifieste su delito, sea llevado al tablado que por nuestro mandado está hecho en este real y allí sea apeado y cortada la cabeza por el pescuezo, y después de muerto naturalmente, mandamos que dicha cabeza sea llevada a la ciudad de Los Reyes, como principal ciudad de estos reinos y sea puesta y clavada en el rollo de dicha ciudad, con un rótulo en letras gruesas que diga: ésta es la cabeza del traidor de Gonzalo Pizarro, que se hizo justicia en el valle de Jaquijaguana, donde dio batalla campal contra el estandarte real, queriendo defender su traición y tiranía: ninguno sea osado a aquitarla de aquí. Y mandamos que las casas que el dicho Pizarro tiene en la ciudad del Cuzco sean derribadas por los cimientos y aradas de sal y donde agora es la puerta, sea puesta un pilar con un letrero de letra gruesa que diga: estas casas eran del traidor de Gonzalo Pizarro, las que fueron mandadas derrocar por traidor, ninguna persona sea osada a las hacer edificar, sin licencia expresa de Su Majestad, so pena de muerte natural. Condenámosle más en perdimento de todos sus bienes, de cualquier calidad que sean o le pertenezcan, los que aplicamos a la cámara y fisco de Su Majestad, y en todas las otras penas contra los tales, en derecho instituidas y por esta nuestra sentencia definitiva, juzgando así lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos.- Alonso de Alvarado.- El licenciado Cianca.- Pero López, Secretario.

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Éste es el fin de Pizarro Por manera que lo dicho es el fin de Pizarro. Y lo contenido en esta relación es solamente la sustancia de -465- las alteraciones, sin haber tratado de las tiranías, daños y agravios sucedidos en esta tierra, durante las revueltas; sin contar muertes de personas particulares, ni de otras muchas traiciones cometidas por Pizarro y por sus secuaces; ni menos se trata de muchas desvergüenzas y libertades en el hablar contra Dios Nuestro Señor y contra el Emperador Nuestro Rey y Señor Natural, a quien tanta obligación tenemos, después a Dios, servir y acatar. La Gasca se halla en el Cuzco Lo que más resta por decir es que el Presidente está en el Cuzco, tratando de castigar personas particulares que han seguido a Pizarro, porque de los principales ya se ha efectuado, y en los particulares se procede de esta manera: los muy culpados, se hacen cuartos, y los otros se ahorca, azota y echa a galeras; a otros destierra para las entradas. De manera que, por concluir, digo que el que mejor librare de los que han seguido a Pizarro, irá desterrado de los reinos perpetuamente. Allende de lo arriba dicho, a toda diligencia entiende el Presidente e distribuye toda la gente de guerra por las entradas y conquistas. Al capitán Bobadilla (sic) le ha dado la gobernación de los reinos de Chile, que es la mejor cosa que al presente hay en Indias. Y hasta ahora no se ha proveído capitanes para otras conquistas. Pero presto se repartirán mediante los servicios de cada uno. Plega a Nuestro Señor de darnos paz, que es lo que más habemos menester. De lo que más sucediere, será vuestra merced avisado; lo que por ésta suplico, es perdone el mal estilo en que va escrita esta relación y enmiende y supla con su prudencia la falta de mi elegancia. FIN

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Acabose la presente obra, en la muy noble y memorable ciudad de Sevilla, a dos días del mes de enero del año de Cristo de mil quinientos cuarenta y nueve... (MDXLIX). En casa de Juan de León. Siendo primero mandada ver y examinar por los muy reverendos y muy magníficos señores, los inquisidores, y con su licencia, mandada imprimir. Université de Paris.- Travaux et Memoires de L'Institud d'Ethnologie.- XI. Nicolao de Abenino Verdadera relación de lo sussedido en los Reynos e provincias del Perú desde la yda a ellos del Virrey Blasco Núñez Vela hasta el desbarato y muerte de Gonçalo Pizarro. (Sevilla, 1549). Reproducción facsímile con introducción de José Toribio Medina. París. Institut d'Ethnologie.- 191, Rue Saint-Jacques (5e) 1930.

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