CRISTO ES DIOS
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CRISTO ES DIOS
La clave para entender la Biblia y a Dios está en la
persona de Jesucristo. No hay ninguna otra persona en
la historia que haya afectado tanto a la humanidad
como Jesucristo. Ninguna persona ha sido tan honrada
y adorada como Jesucristo, y sin embargo, al mismo
tiempo, ha permanecido como un misterio para la mente
humana. Muchos historiadores lo han considerado un
gran líder, y muchos reformistas sociales lo han
considerado un gran maestro de la humanidad. Napoleón
se igualó con Alejandro Magno, Julio César y
Carlomagno, pero reconoció que Jesús estaba por
encima de todos ellos y pertenecía a una clase
diferente. Los primeros marxistas negaban que El
fuera Dios, y Engels incluso negó que Jesús hubiera
existido. Pero luego los marxistas admitieron que los
intentos por borrar a Jesús de la historia y la cultura
europea eran infructíferos y absurdos, y que Jesús es
“un ejemplo de los valores humanos más sagrados”.
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No obstante, ¿es Jesús de Nazaret sólo un gran
líder, un gran maestro y un modelo de los valores más
sagrados? ¿Quién es Jesús? Esta es una de las grandes
preguntas entre los hombres desde que nació Jesús
hace ya casi dos mil años. Los judíos de Su tiempo que
se le oponían dijeron que El era tan sólo un carpintero
de Nazaret, el hijo de José; dijeron que El era
solamente un hombre. Otros entre ellos dijeron que El
era Juan el Bautista o Elías o Jeremías o alguno de los
profetas. Los gentiles de las generaciones pasadas
dijeron que El era un religioso revolucionario, un gran
filósofo, un noble moralista, o un siervo sacrificado.
Un día Jesús tuvo el intenso deseo de revelarse a
Sus discípulos, así que los llevó a un lugar llamado
Cesarea de Filipo, lejos de Jerusalén donde la
atmósfera de la vieja religión judía llenaba los
pensamientos de todos los hombres. En Cesarea de
Filipo El les preguntó a Sus discípulos: “¿Quién dicen
los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron:
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unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías,
o algunos de los profetas” (Mt. 16:13-14).
Luego Jesús les hizo una pregunta muy tajante, que
todos debemos responder: “Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?” (v. 15). Sólo uno de los discípulos de Jesús,
Pedro, respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente” (v. 16). Al decir que Jesús era el Hijo del Dios
viviente, Pedro estaba diciendo que Cristo era Dios
mismo (Jn. 10:30, 33; 5:18; 1:1; 20:28; 1 Jn. 5:20; Fil.
2:6; He. 1:8). El Señor respondió a Pedro:
“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no
te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en
los cielos” (v. 17). Necesitamos la revelación celestial
para recibir la bienaventuranza de ver quién es Cristo
realmente.
El Evangelio de Juan cuenta la historia de un
discípulo llamado Tomás que rehusó creer a los otros
discípulos cuando le dijeron que habían visto a Jesús
después de Su resurrección. Tomás dijo: “Si no viera en
sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en
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el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado,
no creeré” (20:25). Ocho días después Jesús apareció a
los discípulos de nuevo, y esta vez Tomás estaba con
ellos. “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis
manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no
seas incrédulo sino creyente. Entonces Tomás
respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le
dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste;
bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (vs. 27-
29). La declaración de Tomás al creer fue que Jesús
era su Señor y su Dios. La respuesta de Jesús fue que
todo aquel que creyera como Tomás sería
bienaventurado.
Uno de los fundamentos más importantes de la fe
cristiana es la confesión de que Cristo es Dios. Cristo
no es sólo un gran hombre; El es Dios mismo. Cuando
Pedro, uno de los discípulos de Cristo, declaró que éste
era el Hijo del Dios viviente, estaba proclamando uno
de los mayores misterios del universo. La iglesia
cristiana está fundada sobre esta revelación de la
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persona divina de Cristo. Martín Lutero, el reformador
protestante, dijo: “Aférrese de Jesús como un hombre,
y descubrirá que El es Dios”.
Si usted quiere saber quién es un hombre, debe
preguntarle. A lo largo de la historia no ha habido
filósofo, líder religioso, ni sabio que se haya atrevido a
decir que es Dios. Sólo Jesús dijo que El era Dios.
EL NACIMIENTO DE CRISTO
POR MEDIO DE LA CONCEPCION
DEL ESPIRITU SANTO Y DE UNA VIRGEN
DEMUESTRA QUE EL ES DIOS
Hay muchas evidencias de que Cristo es Dios. La
primera prueba es la manera en que Cristo nació en la
tierra. La manera en que una persona nace dice mucho
acerca del origen de ella. Cristo nació de una virgen
llamada María (Mt. 1:18). El no nació por la concepción
humana, sino que fue concebido por el Espíritu Santo
(Mt. 1:20). Si El hubiese sido un mero ser humano,
habría venido del mismo modo que los demás. Pero
Jesucristo vino a la tierra de una manera diferente a la
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de todos los seres humanos. Todos los seres humanos
nacen de padres humanos, pero Jesús vino como la
mezcla del Espíritu Santo con el hombre. Durante los
siglos pasados mucha gente ha intentado refutar el
hecho histórico del alumbramiento por una virgen al
decir que tal acontecimiento es contrario a la ciencia.
Sin embargo, uno debe darse cuenta de que la ciencia
sólo puede explicar fenómenos naturales. Todos los
fenómenos sobrenaturales no los puede explicar la
ciencia; van más allá de toda investigación científica.
Ciertamente Dios, el Creador del universo y el Autor de
todos los principios científicos, no está limitado por las
leyes naturales. Es lo más razonable que Dios hubiese
venido a la tierra de una manera sobrenatural,
diferente a todos los otros mortales.
El hecho de que Cristo hubiera sido concebido del
Espíritu Santo y que naciera de una virgen humana
significa dos cosas. Primero, significa que Jesús llevaba
divinidad en Su ser. Una concepción humana lleva el
elemento humano, y una concepción divina lleva el
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elemento divino. Todo ser humano sólo lleva el elemento
humano. Solamente Jesucristo nació con el elemento
divino y el elemento humano. Esto comprueba que El es
el único Dios-hombre.
Segundo, todos los nacimientos humanos llevan
consigo el elemento del pecado. Pero un nacimiento que
es diferente del nacimiento natural no lleva el elemento
hereditario humano del pecado. Todos los hombres
nacen pecadores, pero Cristo nació sin pecado. Él era el
Dios-hombre sin pecado, el Dios completo y el hombre
perfecto.
El profeta Isaías habló del nacimiento de Cristo así:
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el
principado sobre Su hombro; y se llamará Su nombre...
Dios Fuerte, Padre Eterno...” (Is. 9:6). Unos
setecientos años antes del nacimiento de Jesús, Isaías
predijo que Jesús sería un niño nacido como Dios
fuerte y nos sería dado un hijo que sería Padre eterno.
El profeta Miqueas también dio una sorprendente
profecía como setecientos años antes del nacimiento de
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Cristo. El dijo que de la ciudad de Belén saldría uno que
sería Señor en Israel; y Sus salidas serían “desde el
principio, desde los días de la eternidad” (5:2). Esta
profecía indica que en la eternidad pasada Dios planeó
entrar en la humanidad. Así, en el nacimiento de Jesús,
Dios salió de la eternidad, pasó al tiempo y entró con
Su divinidad en la humanidad, y se mezcló con el
hombre. ¡Jesús es Dios mismo mezclado con la
humanidad!
LOS TITULOS DIVINOS DE CRISTO
INDICAN QUE EL ES DIOS
Cuando Jesús nació, Su nombre fue llamado
Emanuel, que significa “Dios con nosotros” (Mt. 1:23).
Este es un título que no cualquier persona puede
adoptar. Jesús podía tomar tal nombre porque Su
venida era la venida de Dios, y Su presencia era la de
Dios con el hombre. Ninguno de nosotros puede decir
que es “Dios con el hombre”, porque nosotros somos
solamente humanos. Pero la venida de Jesucristo era la
venida de Dios al hombre.
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También fue llamado Jesús, que significa “Jehová el
Salvador” (Mt. 1:21). Jehová es el nombre personal de
Dios en el Antiguo Testamento. Decir que Cristo es
Jesús equivale a decir que El es Jehová. El no tuvo
temor de ser llamado Jehová el Salvador, porque Él es
el mismo Dios.
LAS PROPIAS DECLARACIONES
DE CRISTO
Cuando Jesús vivió en la tierra, El siempre estuvo
consciente de que El era Dios. El les dijo a los judíos:
“Antes de que Abraham fuese, Yo Soy” (Jn. 8:58). El
libro de Éxodo nos dice que el nombre de Dios es Yo
Soy (3:14). Cuando Jesús dijo: “Antes de que Abraham
fuese, Yo Soy”, los judíos tomaron piedras para
arrojárselas porque entendieron que se refería a que El
era Dios. Jesús como el gran Yo Soy es el Dios eterno
que siempre existe.
El llamaba a Dios “Padre” (Jn. 17:1), y no tenía temor
de llamarse Hijo de Dios (Mt. 16:16). Ningún líder
religioso jamás se ha atrevido a llamarse Dios. Ni
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Mahoma ni Confucio ni Sócrates, ni ningún líder
destacado jamás declaró ser Dios. Pero Jesús
repetidas veces proclamó que era Dios. Lo mataron
porque declaró que El era el Hijo de Dios (Mt. 26:63-
66). Sus discípulos declaraban abiertamente que El era
Dios.
Cualquier persona que afirme ser Dios o está loco o
es mentiroso o es Dios. Cristo no puede estar loco,
porque Sus palabras demuestran sabiduría y sobriedad,
y vinieron a ser la base de toda la civilización
occidental. El no es un mentiroso, pues ningún
mentiroso estaría dispuesto a sacrificar su propia vida
por su mentira. La única posibilidad que queda es que El
sea el mismo Dios. Algunos tal vez admitan que Jesús
tenía un nivel de moralidad muy elevado, pero aun así no
creen que Jesús sea Dios. Pero si usted admite que El
tiene una moral muy elevada, esto significa que usted
cree que El no es un mentiroso, entonces debe aceptar
que Su declaración de divinidad es verdad. Jesús
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muchas veces afirmó que El es Dios. Si usted admira Su
moralidad, también debe reconocer Su deidad.
Napoleón Bonaparte, cuando fue confinado a la isla
de Santa Elena, preguntó al Conde Montholon: “¿Puede
decirme quién fue Jesucristo?” Al no ser respondida la
pregunta, Napoleón dijo: “Bueno, yo se lo diré.
Alejandro, Cesar, Carlomagno y yo mismo hemos
fundado grandes imperios... por la fuerza. Pero Jesús
solo fundó Su imperio en el amor ... Le digo que todos
éstos fueron hombres, y ninguno es como El; Jesucristo
fue más que hombre ... El pide el corazón humano, y lo
exige incondicionalmente; aún así es concedido.
¡Asombroso! ... Todos los que creen en El sinceramente
experimentan ese notable amor sobrenatural para con
El... El tiempo, el gran destructor, no tiene poder para
extinguir esta flama sagrada... ¡Esto es lo que me
demuestra irrebatiblemente la divinidad de
Jesucristo!”
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LOS MILAGROS DE CRISTO
DEMUESTRAN QUE EL ES DIOS
Otra prueba de la deidad de Cristo son los milagros
que hizo en la tierra. Uno de los maestros judíos de Su
tiempo, Nicodemo, confesó que nadie podía hacer los
milagros que Cristo hacía a menos que Dios estuviese
con El (Jn. 3:2). Durante Sus tres años y medio de
ministerio, El sanó leprosos (Lc. 5:12-13), restauró
cojos (Mt. 11:5), mudos (Mr. 7:37), ciegos (Mt. 9:27-
30) e incluso resucitó muertos (Jn. 11:43-44). El echó
fuera demonios (Mt. 8:28-32) y calmó la tormenta (Mt.
8:23-27). El alimentó a cinco mil con cinco panes y dos
peces (Mt. 14:15-21). Transformó el agua en vino (Jn.
2:1-11) y caminó sobre el mar (Mt. 14:25). El tenía
poder sobre la naturaleza y potestad sobre los
demonios. El ejerció Su poder y autoridad para traer el
reino de Dios, e incluso dio este poder y autoridad a
Sus discípulos. Algunos profetas del Antiguo
Testamento pudieron hacer milagros, pero ninguno hizo
los milagros que Jesús hizo. Jesús podía resucitar
muertos porque El es Dios y porque tiene el poder de la
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vida. El proclamó ser la resurrección y la vida (Jn.
11:25). El probó ser Señor sobre la naturaleza y sobre
Satanás. El Evangelio de Juan dice que estos milagros
manifiestan Su gloria (Jn. 2:11) y demuestran que El es
el Hijo de Dios (Jn. 20:30-31).
LAS PALABRAS DE DIOS
TESTIFICAN QUE EL ES DIOS
Aún más sorprendentes que los milagros de Cristo
son las palabras que El habló. El habló con autoridad y
vida (Mt. 7:28-29; Jn. 6:63). Muchos grandes líderes
del mundo han dejado palabras de sabiduría para la
posteridad, pero nadie en la historia ha afectado
tantas vidas como Cristo lo ha hecho con Sus palabras.
Sus palabras dan vida a millones y han hecho que un
sinnúmero de personas hayan muerto como mártires
por El. Napoleón podía persuadir a sus soldados a que
murieran por su causa mientras él aún vivía, pero
cuando murió, su causa murió con él. Sin embargo, dos
mil años después de la muerte de Cristo, hombres y
mujeres de todo el mundo están dispuestos a vivir y
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morir por El. Sus palabras son citadas en libros,
bibliotecas, congresos y escuelas en todo el mundo. Sus
enseñanzas acerca de la moral y las relaciones humanas
se convierten en la base de una sociedad justa y
humana (Mt. 5—7). Pero lo más sorprendente de Su
enseñanza no fue la sabiduría y la moral que habló, sino
Sus extraordinarias declaraciones acerca de Sí mismo.
El dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Jn.
14:6). También dijo: “Yo soy la resurrección” (Jn.
11:25). El dijo a los hombres que El era la luz del
mundo, y que aquellos que lo siguieran no andarían en
tinieblas (Jn. 8:12). El dijo que era el pan de vida y que
aquellos que lo comieran no tendrían hambre (Jn. 6:35).
De hecho, podemos decir que la parte más importante
de Su enseñanza es lo dicho acerca de Sí mismo.
Muchos líderes religiosos enseñan doctrinas a los
hombres, pero las doctrinas no tienen nada que ver con
los maestros mismos. Por ejemplo, el budismo enseña la
reencarnación, pero la reencarnación no tiene nada que
ver con el fundador del budismo. Pero las enseñanzas
de Cristo están estrechamente ligadas a la persona de
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Cristo. Si quitamos a Cristo, no queda más doctrina
para la fe cristiana. La fe cristiana está centrada en lo
que Cristo es. La persona de Cristo es la doctrina. Sin
Él, no hay doctrina.
Ghandi no podía decir que él era la luz del mundo,
tampoco Aristóteles dijo que él fuera el camino y la
verdad y la vida. Los más grandes filósofos del mundo,
cuando mucho, pueden decir que les muestran el camino
a los demás; ellos nunca pueden decir que son el camino.
Pero Cristo dijo que El es el camino y la verdad y la
vida. Un filósofo francés dijo una vez que si el relato
de los Evangelios fuese una farsa, el que lo hubiese
escrito estaría calificado para ser Cristo mismo.
QUE CRISTO NO TENGA PECADO
INDICA QUE EL ES DIOS
Cristo llevó una vida en la tierra sin pecado. Una vez
le llevaron una mujer que había sido descubierta en
adulterio. La ley judía de esa época requería que
cualquier persona que fuera sorprendida en adulterio
fuera apedreada hasta la muerte. Los que estaban
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alrededor de Jesús trataron de ponerle a prueba. Él le
dijo a la multitud que quienquiera que no hubiera
pecado tirara la primera piedra. Al oír esto, todos se
fueron, uno tras otro, empezando desde los mayores. Al
final, sólo quedó Jesús (Jn. 8:1-11). El podía desafiar a
otros porque El no tiene pecado. Si El tuviera pecado,
no habría tenido el denuedo para desafiarlos como lo
hizo. Su madre y Sus hermanos en la carne estaban
entre los que estaban con Él cuando estuvo en la tierra.
Ninguno de ellos puso en duda Su declaración de que no
tenía pecado. Esto comprueba que El es Dios, porque
Dios es el único que no tiene pecado. La Biblia dice que
cuando El vivía en la tierra, era igual que nosotros en
todo, pero sin pecado (He. 4:15). Cuando fue llevado
ante el gobernador romano, éste declaró que no podía
condenarle de ningún pecado según la ley romana más
estricta (Lc. 23:4). El ladrón que fue crucificado junto
con El también declaró que Jesús no había hecho nada
malo (Lc.23:41). Judas, el discípulo que le traicionó,
confesó que había entregado sangre inocente (Mt.
27:4), y el centurión que le crucificó proclamó:
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“Verdaderamente este hombre era justo” (Lc. 23:47).
Antes de Su muerte fue juzgado y examinado por
nueve grupos de personas: 1) los ancianos del pueblo, 2)
los principales sacerdotes, 3) los fariseos celosos, 4)
los saduceos incrédulos, 5) los herodianos políticos, 6)
los legalistas doctores de la ley, 7) el gobernador
romano Pilato, 8) Herodes y 9) el sumo sacerdote. En
todos estos escrutinios se demostró que no tenía
pecado. El hecho de que Cristo no tuviera pecado
comprueba que El es Dios.
LA AUTORIDAD DE CRISTO
PARA PERDONAR PECADOS
COMPRUEBA QUE EL ES DIOS
Cristo no sólo no tenía pecado, sino que también
podía perdonar los pecados de otros. Una vez cuando le
trajeron un paralítico, El le dijo: “Ten ánimo, hijo; tus
pecados te son perdonados” (Mt. 9:2). Los escribas se
indignaron por lo que dijo, porque sabían que sólo Dios
podía perdonar al hombre sus pecados, y el hecho de
que Jesús perdonara pecados implicaba que El se creía
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Dios. El podía decir lo que dijo porque ¡sí es Dios! El
tiene la autoridad de perdonar pecados (Mt. 9:6). En
otra ocasión una mujer pecaminosa vino a Jesús, y éste
le dijo: “Tus pecados te son perdonados” (Lc. 7:48). Los
que estaban comiendo con El en la misma mesa se
dijeron: “¿Quién es éste, que también perdona
pecados?” (v. 49). Cristo podía perdonar pecados
porque Él es el mismo Dios.
LA MUERTE DE CRISTO
COMPRUEBA QUE EL ES DIOS
Después de treinta y tres años de estar en la tierra,
Cristo murió. Su muerte fue extraordinaria. Fue
diferente de la de cualquier otro hombre en la tierra.
Todos los líderes religiosos mueren como hombres y
son sepultados como hombres. Pero Cristo murió de
manera diferente de todos los demás. Su muerte fue
distinta de la muerte humana ordinaria en seis
aspectos:
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En primer lugar, El les habló a Sus discípulos de Su
muerte antes de que ocurriera. El mostró a Sus
discípulos que “le era necesario ir a Jerusalén y
padecer mucho de los ancianos, de los principales
sacerdotes y de los escribas; y ser muerto y resucitar
al tercer día” (Mt. 16:21). El no sólo predijo Su muerte
sino también que resucitaría tres días después. Esto
demuestra que Su muerte no fue una muerte accidental
a manos de hombres, sino que fue una muerte ordenada
de antemano por Dios.
En segundo lugar, Su muerte fue el cumplimiento
exacto de las profecías en cuanto al Mesías, predichas
por los profetas centenares de años antes. En el
Antiguo Testamento, Salmos 22:15-18, se describe la
escena de la muerte de Cristo: “Como una teja se secó
Mi vigor, y Mi lengua se pegó a Mi paladar, y me has
puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han
rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos;
horadaron Mis manos y Mis pies. Contar puedo todos
Mis huesos; ellos me miran y me observan. Repartieron
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entre sí Mis vestidos, y sobre Mi ropa echaron
suertes”. Esta es una descripción vívida de la manera en
que habría de morir el Mesías. Si leemos la narración
de los Evangelios, veremos que exactamente así murió
Cristo. Cuando El estaba en la cruz, Sus manos y Sus
pies habían sido traspasados. La deshidratación
causada por el derramamiento de sangre y agua con
toda seguridad hizo que Su lengua se pegara a Su
paladar y que Sus huesos se pronunciaran. Mateo 27:35
dice que cuando los soldados habían crucificado a
Cristo, “repartieron entre sí Sus vestidos, echando
suertes”, lo cual fue el cumplimiento exacto de las
palabras de la profecía del Antiguo Testamento.
En tercer lugar, ya se había presentado centenares
de años antes la hora y la manera que Cristo habría de
morir, en los tipos del Antiguo Testamento. En Éxodo
12 el relato de la fiesta de la Pascua nos dice que un
cordero había de ser preparado para la fiesta (vs. 3, 5-
6). Este cordero debía ser sin defecto y debía ser
examinado cuatro días antes de la Pascua. Se le debía
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matar el día catorce del primer mes en un palo que
tenía forma de cruz. Este es el cuadro completo de la
manera en que Cristo murió en la cruz. Antes de ser
puesto en la cruz, fue examinado seis veces, por los
judíos y los gentiles, y se le halló sin falta. También Su
muerte ocurrió el día catorce del primer mes, el día de
la Pascua (Mr. 14:12-17; Jn. 18:28).
En cuarto lugar, cuando Cristo murió, dijo:
“Consumado es” (Jn. 19:30). Cuando un ser humano
típico muere, se acaba su carrera. No importa cuán
grande sea la persona, una vez que sale del mundo, su
trabajo se termina. Pero la muerte de Cristo no era Su
final; al contrario, fue el punto culminante de Su obra.
La muerte marcó no sólo la terminación de Su carrera
sino también la culminación de Sus logros. Tal muerte
ciertamente no fue una muerte ordinaria, sino una
muerte que tiene mucho significado y que implica
grandes logros.
En quinto lugar, la muerte de Cristo inició eventos
sobrenaturales, lo cual demuestra la naturaleza
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sobrenatural de Su muerte. La muerte de los seres
mortales es la muerte de pecadores por sus propios
pecados; pero la muerte de Cristo es la muerte de Dios
en un ser humano por los pecadores. Como tal, fue una
muerte extraordinaria. Cuando Cristo murió, cayeron
tinieblas sobre la tierra en pleno mediodía. La tierra se
sacudió y las piedras se rompieron. Las tumbas se
abrieron, y muchos muertos resucitaron (Mt. 27:45,
51-53). En toda la historia, ¿quién ha tenido una muerte
semejante? El fenómeno fue tan asombroso que el
centurión y los que estaban con él vigilando sobre el
cuerpo de Jesús se espantaron en gran manera y
dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mt.
27:54). La creación se sacudió de temor y temblor
porque era el Creador quien había muerto en la cruz.
En sexto lugar, la Biblia dice que Cristo murió como
Sustituto de todos los pecadores (1 P. 3:18) y se
ofreció a Dios como sacrificio por los pecados de todo
el mundo (Jn. 1:29; 1 Jn. 2:2). Mientras Cristo estaba
clavado en la cruz, Dios puso los pecados del mundo
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sobre Él y lo consideró el único pecador, que sufría una
muerte sustitutiva por todos los hombres (2 Co. 5:14).
Ningún ser humano ordinario, aun si no tuviera pecado,
estaría calificado para ser el sustituto de todos los
hombres y llevar los pecados del mundo entero. Sólo un
hombre podía morir por los hombres y por los pecados
de ellos, y sólo Dios es lo suficientemente grande para
abrazar a todos los hombres y llevar todo el peso de los
pecados del mundo. Por consiguiente, Aquel que murió
por los pecadores y por sus pecados debe de haber sido
un Dios-hombre, el mismo Dios mezclado con el hombre
auténtico. Este es Jesucristo nuestro Salvador.
Por último, la eficacia eterna de la muerte
redentora de Cristo es una comprobación de que Cristo
es Dios. La eficacia de la muerte de Cristo es eterna,
sin límite en cuanto a espacio o tiempo. La muerte
eficaz de Cristo se aplica a cada creyente, sin importar
el espacio o el tiempo. La muerte sustitutiva de Cristo
efectuó una redención eterna por nosotros (He. 9:12,
14). Si Cristo hubiera muerto solamente como un
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hombre, la eficacia de Su muerte no habría sido eterna.
Sólo Dios es eterno, y sólo lo que Dios cumple puede
tener un efecto eterno. La sangre que Cristo derramó
en la cruz por nosotros no era sólo la sangre de Jesús
el hombre sino también la sangre del Hijo de Dios (1 Jn.
1:7), la “propia sangre” de Dios (Hch. 20:28). Por lo
tanto, puede purificarnos de todo pecado. El límite de
Su poder para limpiar es tan grande como el límite de
nuestros pecados. El hecho de que Cristo murió siendo
un hombre auténtico le califica para derramar Su
sangre para redimirnos como hombres, y el hecho de
que Cristo también sea Dios da la certeza de la eficacia
eterna de Su redención por nosotros. Así que, la
eficacia eterna de la muerte redentora de Cristo es
una prueba convincente de que El es el mismo Dios.
LA RESURRECCION DE CRISTO
COMPRUEBA QUE EL ES DIOS
El aspecto más maravilloso en cuanto a Cristo no es
sólo la manera en que murió, sino que El no se quedó en
la muerte. Estuvo en el sepulcro menos de setenta y
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dos horas. El tercer día Cristo se levantó del sepulcro
(Mt. 28:1-6). Este es un hecho histórico que ningún
historiador puede cambiar. El resucitó con un cuerpo y
se apareció a Sus discípulos muchas veces durante
cuarenta días (1 Co. 15:4-7; Hch. 1:3). Muchos críticos
modernos han considerado que la resurrección es un
mito o una historia que los primeros discípulos
inventaron. Pero el hecho de que tantos testigos hayan
visto a Cristo después de Su resurrección, y el hecho
de que tal encuentro con el Cristo resucitado causó
cambios profundos en sus vidas, comprueban de manera
convincente que la resurrección no es algo inventado.
Antes de la resurrección de Cristo los discípulos
estaban temerosos y desanimados; inclusive Pedro negó
al Señor tres veces (Lc. 22:54-62). Después de Su
resurrección el mismo grupo de personas llegó a ser
valiente y agresivo. Pedro fue el primero en levantarse
el día de Pentecostés para predecir ante más de tres
mil personas (Hch. 2:14). Ninguna invención puede
producir un cambio que transforma la vida misma;
tampoco podían los discípulos estar en alguna clase de
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alucinación religiosa, porque todos hablaban de manera
sobria y se portaban de manera responsable. La iglesia
original no era una comunidad de locos que estaban
engañados, sino que era cuerpo de creyentes normales,
rectos y sobrios. La resurrección de Jesucristo es el
hecho histórico más grande en la historia de la
humanidad. Cambió el transcurso de la historia humana
y abrió el camino para que el hombre tuviera una nueva
vida en Cristo.
LA ASCENSION DE CRISTO
Y SU VIVIR PARA SIEMPRE
COMPRUEBA QUE EL ES DIOS
Casi dos mil años han pasado desde que el Señor
Jesucristo resucitó. Durante estos dos mil años la
historia de la humanidad ha comprobado que nada
puede destruir ni quitar este Cristo de Su lugar en el
mundo. Los reyes y los imperios han venido y han
pasado. El Imperio Romano que en cierta época era la
gloria de la civilización antigua se ha desmenuzado,
pero el pequeño Jesús de Nazaret a quien persiguió, ha
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triunfado y permanece. Cuarenta días después de la
resurrección, Cristo ascendió a la diestra de Dios (Hch.
1:9; 2:33-36). Hoy El es el Rey de reyes y el Señor de
señores (Ap. 19:16). El es Dios y rige todo el mundo.
Grandes monarcas y dinastías imperiales han edificado
monumentos y edificios en conmemoración a sí mismos,
pero se caen en pedazos mediante los ojos de su
posteridad. Pero el nombre de Cristo ha permanecido, y
Su cruz brilló por las edades con una gloria que siempre
aumenta. Los reyes y los conquistadores han instituido
calendarios para conmemorar a sus reinados, pero el
único calendario que ha permanecido es el calendario de
Cristo. Actualmente, en el oriente y en el occidente,
desde la nación más industrializada hasta la más
atrasada, todos usan el calendario universal, el
calendario de Cristo. Sin darse cuenta, el mundo entero
reconoce que Cristo es el único Monarca y el Soberano
supremo.
Hoy día, todos los eventos mundiales están en manos
de Cristo. El es el verdadero Administrador del
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universo (Ap. 1:5). No ha permitido que el mal perdure,
y no ha abandonado al hombre a su propio destino.
Detrás de la gran rueda de la historia humana está la
mano omnipotente de Cristo.
Cuando los judíos mataron a Jesús, pensaron que
los discípulos que le rodeaban se dispersarían en corto
tiempo. No esperaban que en menos de dos meses la
situación cambiaría por completo y que miles se
convertirían a Cristo. El Imperio Romano
menospreciaba las pequeñas comunidades de cristianos
y pensaba que en poco tiempo su poder imperial
aplastaría un movimiento tan débil. No se daban cuenta
de que en menos de cuatro siglos los seguidores de
Jesús el nazareno se propagarían como fuego por todo
el dominio, aun hasta el punto de devorar el imperio
mismo. Hace setenta y cinco años los comunistas
proclamaron que el cristianismo moriría en esa misma
generación. No esperaban que los cristianos por todo el
mundo se multiplicarían en miles y millones, incluso
dentro de sus propios países ateos. Actualmente en
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Rusia, en China y en Estados Unidos, millones de
cristianos dan testimonio de la fe que han encontrado
en Jesucristo. Cada día miles de personas se vuelven a
Cristo y se le entregan sus vidas. La fe cristiana no
está muerta. Por el contrario, es más viva que en
cualquier otra época en la historia. Todo esto una vez
más comprueba que Jesucristo es Dios y que vive para
siempre.
CREER QUE JESUS ES DIOS
Un cristiano no es una persona que cree en una
religión muerta. Es una persona que cree en un Salvador
viviente. Jesucristo murió hace dos mil años, pero hoy
El vive para siempre (Ap. 1:18). Cuando una persona
invoca Su nombre y cree en El (Ro. 10:9), Cristo como el
Espíritu viviente entra en él y cambia su vida. Mahoma
murió, y su tumba todavía está en la Meca. Alejandro
Magno murió y todavía yace en su tumba. Todos los
grandes líderes mundiales murieron y están en sus
tumbas o mausoleos. Pero Jesucristo vive; Su sepulcro
está vacío, y El vive dentro de millones de Sus
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creyentes. Si usted invoca a Alejandro Magno, no
recibirá respuesta porque él está muerto. Pero si
invoca a Jesús, El entrará en usted y cambiará su vida.
El convertirá su vacío en realidad, su oscuridad en luz,
su debilidad en fuerza, su temor en valentía, y su pena
en gozo. Todos los que invoquen el nombre del Señor
Jesús ciertamente serán salvos (Ro. 10:13).
Un día Cristo aparecerá de nuevo en esta tierra y
establecerá Su reino celestial en la tierra (Ap. 11:15).
La Biblia dice que el cielo espera que venga ese día
(Hch. 3:21). Pero hoy usted puede experimentarle
creyendo en El. Si usted le abre su corazón, El entrará
en usted y establecerá Su reino en usted. Usted será
sacado del reino de las tinieblas y traído al reino de luz
(Col. 1:13). Cristo será la vida nueva para usted por
dentro (Col. 3:4), y usted será una persona nueva en
Cristo (2 Co. 5:17).