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Espacios Públicos ISSN: 1665-8140 [email protected] Universidad Autónoma del Estado de México México Flores Vega, Misael; Espejel Mena, Jaime Corrupción y transparencia: una aproximación desde la filosofía política de Immanuel Kant Espacios Públicos, vol. 11, núm. 21, febrero, 2008, pp. 44-63 Universidad Autónoma del Estado de México Toluca, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=67602104 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Espacios Públicos

ISSN: 1665-8140

[email protected]

Universidad Autónoma del Estado de México

México

Flores Vega, Misael; Espejel Mena, Jaime

Corrupción y transparencia: una aproximación desde la filosofía política de Immanuel Kant

Espacios Públicos, vol. 11, núm. 21, febrero, 2008, pp. 44-63

Universidad Autónoma del Estado de México

Toluca, México

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=67602104

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Corrupción y transparencia: una aproximacióndesde la filosofía política de Immanuel Kant

Fecha de recepción: 2 de octubre de 2006Fecha de aprobación: 7 de marzo de 2007

Misael Flores Vega**Jaime Espejel Mena* **

RESUMEN

En sus escritos de filosofía política de Kant hay dos tipos de políticos:el político moral y el moralista político. El primero hace suyo los pre-ceptos de la moral para sus actuaciones públicas, lo cual permite pro-mover la transparencia en los asuntos públicos y personales. El segun-do, considera a la moral como mera retórica y carente de validez, loque permite auspiciar la corrupción por manejarse en secreto en losasuntos públicos y personales. El �imperativo categórico�, como prin-cipio formal de la moral, dicta una línea adecuada para que se cumplael deber, y esto es actuar con transparencia y en contra de la corrupciónen los asuntos públicos. La transparencia la respaldan dos principios,cuyo afán es actuar con pretensión de justicia, el moralista políticonunca los respeta por su elogio hacia el pragmatismo. El político moralelogia la transparencia y el moralista político la corrupción.

PALABRAS CLAVE: moralista político, político moral, corrupción, publi-cidad y moral

Corrupción y transparencia: una aproximacióndesde la filosofía política de Immanuel Kant*

* Se agradecen los comentarios críticos y sugerencias de la Dra. Dulce María Granja Castro, quien por buentiempo aclaró una serie de dudas para la redacción del presente manuscrito.

** Profesor de Filosofía Política en el Centro Universitario UAEM Zumpango.*** Profesor de Ciencias Políticas y Administración Pública en el Centro Universitario UAEM Zumpango.

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ABSTRACT

In its writings of political philosophy ofKant there are two types of politicians: themoral politician and the political moralist.First it does his the rules of the moral forits public performances, which allows topromote the transparency in the subjectspublic and personal. The second, itconsiders to the moral like mere devoidrhetoric and of validity, what allows tosupport the corruption to privily handle inthe subjects public and personal. Thecategorical imperative, like formalprinciple of the moral, it dictates a suitableline so that one is fulfilled to have, andthis is to act with transparency and againstthe corruption in the subjects public. Thetransparency endorses two principles,whose eagerness is to act with justicepretension, the political moralist neverrespects them by his praise towards thepragmatismo. The moral politician praisesthe transparency and the political moralistcorruption.

KEY WORDS: political moralist, moralpolitician, corruption, publicity and moral.

INTRODUCCIÓN

A pesar de que Immanuel Kant no redactóuna obra dedicada a la filosofía política�como sucedió con la filosofía jurídica, lamoral, la ética, la epistemología, las rela-ciones internacionales y la estética�, en al-gunas de sus obras más representativas seencuentran elementos de suma envergadu-ra para emprender un hilo argumentativo a

favor de una explicación de la corrupción yla transparencia o publicidad. Un filósofo,por más que piense en términos abstractos,siempre deja algún margen para lo fácticocomo la política; pues Hegel, Heidegger,Sartre, Fichte, Croce, Gentile, etc., así lohicieron, y el caso de Kant no es la excep-ción. La política no puede ser soslayada portodo aquel que sea un libre pensador, yaque en la esfera de la política es donde seencuentran elementos para pensar la reali-dad y un tiempo histórico; la política es parteinherente a la naturaleza humana, no sepuede huir de ella, y pobre de aquel que lohaga, pues estaría con los pies fuera de estemundo.

Kant le dio su lugar a la política, por estemotivo es uno de los filósofos que la abor-dan en el terreno de la moral, ya que uno desus objetivos primordiales fue apostarle poruna política que avanzara a la par con lamoral, en detrimento del pragmatismo queno tolera y reconoce la moral como aquelconjunto de normas objetivas que deman-dan obediencia. En pleno siglo XVIII estefilósofo de Königsberg, leyó muy bien eldevenir hasta nuestros días, y planteó acer-tadamente la moralización de la política ycondenó la política articulada con la inmo-ralidad por ser la fuente directa de la co-rrupción y la falta de publicidad o transpa-rencia en las relaciones gobierno-gobernado,o bien, de gobernante-gobernante. Este pen-sador alemán preconiza un gobierno repu-blicano que es el único, de las formas exis-tentes, interesado en reclutar a políticos conalto grado de moralidad con el afán de diri-gir los asuntos públicos en un marco de res-peto a la norma jurídica y moral.

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La moral ofrece un conjunto de normasobjetivas que demandan ser acatadas porlos hombres, y más específicamente por lospolíticos, esto con la pretensión de que estéen paralelo con la política. La forma devisualizar un político con moral es cuandove a sus semejantes como fines en sí mis-mos, y no como simples medios u objetoscarentes de dignidad. Si el político conside-ra a los hombres como fin, actúa con recti-tud por pretender acoplarse a un «reino defines». En caso de prevalecer un gobiernorepublicano dentro del Estado, existen ma-yores condiciones de posibilidad de privile-giar a la moral por encima del pragmatismo,lo que a la postre puede figurar un políticoque le rinda tributo a la moral, así como alderecho. Si este tipo de político no desco-noce la moral y el derecho, está en posibi-lidades de utilizar el principio de publicidadenmarcado por el propio Kant; fenómeno quecoadyuva a desplazar la corrupción de lavida pública y privada. Este político moralestá en una situación de ofrecer razones alpueblo sobre las tareas del gobierno.

El político que hace compatible sus tareaspúblicas con la moral, recurre al diálogopara encontrar el respaldo en sus interlo-cutores, esto es, utiliza como recurso a lapublicidad como el principio ad hoc parallevar por buen sendero los negocios públi-cos. En contraparte, un político que se dicellamar pragmático por mofarse de la mo-ral, o por desechar la eficacia de ésta, nopuede utilizar la transparencia o la publici-dad como principio mayúsculo de sus con-ductas, ya que su principal interés es ladominación y las conductas corruptas. Esinnegable el progreso de la corrupción en

las sociedades contemporáneas; se manifies-ta en el quehacer gubernamental y en lasrelaciones intersubjetivas de los particula-res. La razón por la cual va en ascenso sedebe a la ausencia del acatamiento de lasreglas morales y de los mandatos jurídicos.De acuerdo con Kant, la corrupción puedeser enfrentada mediante la publicidad o latransparencia en las actuaciones públicas,con el fin de actuar siempre con justicia yen el marco de la moral. Esta recomenda-ción prescriptiva no es errónea para sanara las sociedades modernas del cáncer de lacorrupción; pues a mayor publicidad de lasactuaciones, menor corrupción.

En los dos apéndices de Hacia la paz per-petua (1999), Kant aborda con lucidez ymaestría la estrecha relación y la posibledivergencia entre «política» y «moral». Laargumentación plasmada en estos escritosdemuestra fehacientemente un sistema filo-sófico férreo, que se complica estructuraralguna crítica, antes bien, es más factibleretomar los planteamientos para introdu-cirse en la filosofía política desde una ópti-ca kantiana. Pues parece acertada la postu-ra de José Ortega y Gasset (1964: 65) cuan-do dice que para entender a Kant, esnecesario adentrase o vivir en él mediantesus escritos. Esta afirmación no resulta ob-via como puede parecer a primera vista, yaque al conocer la línea conducente de la fi-losofía política de este pensador es como sepodrá armar coherente y sistemáticamenteuna crítica a la postura kantiana, antes re-sultará complicado. Ante esto, nosotros nonos sentimos con la habilidad y capacidadpara criticar a Kant en el presente manus-crito, el interés primordial es retomar algu-

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nas de sus tesis para construir una modestaargumentación en aras de explicar la co-rrupción y la transparencia en la política.

LA CORRUPCIÓN DEL ��MORALISTA

POLÍTICO��

La filosofía de Kant contempla un cúmulode elementos políticos para entender estaactividad tan añeja como el mismo hombre.Quizás el objetivo que tenía en mente estefilósofo de Königsberg con sus apéndicesde Hacia la paz perpetua (1999) era con-denar las prácticas inmorales existentes enel mundo moderno, en específico en la es-fera de la política. Aunque no redactó unaobra dedicada al estudio de la ��corrup-ción�� y la ��transparencia��, sí ofrece ele-mentos en algunas de sus obras como: Lacrítica de la razón práctica (2005), Me-tafísica de las costumbres (2002) y laFundamentación de la metafísica de lascostumbres (1998) para contemplar unalínea de investigación en este rubro. De ahí,que la �corrupción� se encuentre en sincro-nía directa con la inmoralidad del �mora-lista político� y la �transparencia� se rela-cione con la labor desarrollada por el��político moral��. Este tipo de político es elque en verdad logra conciliar la política conla moral, teniendo como escenario un go-bierno republicano.

El ��moralista político��, tal como Kant loconcibe, será el representante inmediato delas acciones antimorales, quien considera ala moral como mera demagogia y retórica.Este tipo de político enaltece las conductaspragmáticas, es decir, visualiza todo su pro-

ceder como ganancia o fines inmediatos sinimportarle los medios. Esta aseveraciónpuede asemejarse a la celebre frase tan ad-judicada a Niccolò Machiavelli (2002): �elfin justifica los medios�, aunque no se tienela certeza si Kant lee a este canciller italia-no al momento de exponer el proceder deeste tipo de político. Por lo tanto, si un po-lítico se dedica a trabajar en aras del inte-rés personal y en perjuicio del interés pú-blico, puede ser considerado un políticocorrupto. Y si a esto le sumamos que me-noscaba la moral (como doctrina del dere-cho) para auxiliarse de máximas negativaspara tener mayor facilidad de actuar estra-tégicamente, resulta plausible la materiali-zación de todo aquello planeado premedi-tadamente.

Si el moralista político no respeta a la mo-ral, pero sí fetichiza la estrategia, está enun plano inmoral, pues no puede ser consi-derada �política� la actividad que se dicelleva a efecto. �La política dice: sed astutoscomo la serpiente y la moral añade (comocondición limitativa) y sin engaño como lapaloma� (Kant, 1999:113). En efecto, elmoralista político estará actuando como la�serpiente� en el tenor de abocarse a losprincipios estratégicos de la política, des-apareciendo por completo la �paloma� (ola moral) de la política. De suerte que unmoralista político seguirá a todo trance laguía otorgada por la �serpiente�, dado losbuenos resultados ofrecidos al gobiernomonárquico y su cuerpo corrupto de admi-nistrativos. La inmoralidad en la política esfuncional para el político en el poder, puesresultan benéficos los dividendos en el ejer-cicio del mismo.

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La inmoralidad del moralista político

El �moralista político� para Kant es aquelpolítico encargado de buscar la moral quemás convenga al gobernante; esto con elobjetivo de llevar a efecto una voluntad sub-jetiva o personal. En otras palabras, ��seforja una moral tal que resulte útil a lasconveniencias del hombre de Estado� (Kant,1999:115). La moral patrocinada por estetipo de político es la adecuada a los intere-ses de la clase política, y nunca para el in-terés público. Este tipo de moral no merecetal adjetivo por la sencilla razón de que elpolítico es práctico, es decir, considera lamoral como simple teoría carente de vali-dez, o bien, puede aseverar que la validezde la moral reside solamente en los gober-nados (o súbditos) pero no para él ni paralos integrantes del gobierno.

El pragmatismo del moralista político es unarazón para huir de los mandatos de la mo-ral, pues si obedeciera el contenido de éstano estaría en condiciones de posibilidad parabuscar intereses personales o de grupo. Elpolítico práctico, nos dice Kant, hace suyoel siguiente precepto:

�El que tiene el poder en sus manos nose dejará imponer leyes por el pueblo. UnEstado que ha llegado a establecerse in-dependientemente de toda ley exterior nose someterá a ningún juez ajeno cuando setrate de definir su derecho frente a los de-más Estados. Y si una parte del mundo sesiente más poderosa que otra, aunque éstano le sea enemiga ni oponga obstáculo al-guno a su vida, la primera no dejará derobustecer su poderío a costa de la segun-da, dominándola o expoliándola. Todos los

planes que la teoría invente para instituirun derecho político, de gentes o de ciuda-danía mundial, se evaporan en ideales va-cíos. En cambio, la práctica, fundada en losprincipios empíricos de la naturaleza hu-mana, no se siente rebajada ni humillada sibusca enseñanzas para su máximas en elestudio de lo que sucede en el mundo, y sóloasí pueden llegarse a sentar los sólidos ci-mientos de la prudencia política (Kant,1998: 237).

En efecto, el moralista político no respetala moral. La moral es una práctica objetivapor la razón de su existencia; nuestro filó-sofo aduce que:

�es el conjunto de las leyes obligatorias,sin condición, según las cuales ��debemos��obrar. Habiendo, pues, concedido al concep-to del deber plena autoridad, resulta mani-fiestamente absurdo, decir luego, que no se��puede�� hacer lo que él manda. En efecto;el concepto del deber se vendría abajo porsí mismo ya que nadie está obligado a loimposible� (Kant, 1998: 236).

Actuar de acuerdo con la moral es cum-plir el deber que se tenga, sea subjetivo ointersubjetivo, en virtud de que las leyesmorales son mandatos que requieren for-zosamente obediencia. Por supuesto que,el moralista político no está de acuerdo conla aseveración precedente, razón por lacual su proceder cae en una inmensa in-moralidad, ya que siempre tiene posibili-dades de corromper a los demás o a lasinstituciones en las cuales labora. De estose deduce que lo inmoral y la corrupciónse deslizan y engarzan en un mismo pro-ceso.

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En contraparte, la moral puede ser vista,también, como doctrina del derecho, y lojurídico es aquella voluntad del hombretransformada en norma formal. Sin embar-go, el moralista político desdeña el derechoestratégicamente, pues nunca hará públicosu desacato. Son tres los aspectos que estepolítico menoscaba, a saber: a) la moral,b) el derecho y c) el deber. La moral es trai-cionada por soslayar su influencia y susordenanzas. El derecho es traicionado porno respetar la voluntad de los hombres, sinoacata solamente su voluntad en miras a bus-car beneficios para el jefe del Estado o paralos grupos de las élites políticas. El deberes desplazado como un criterio adecuadopara señalar los modos de vida buenos.

No hay forma más acabada de inmoralidadque traicionar el deber. El deber es la líneaconducente del hombre para caminar porlos horizontes de vida buena. Dejar el de-ber en segundo término, es darle prioridadal egoísmo o una conducta corrupta. Y esteegoísmo se refleja perfectamente en lasmáximas de corte negativo �o máximas desagacidad política� que enaltece el mora-lista político.

Los moralistas políticos obran siempre conastucia, que en un primer acercamiento pue-de parecer que actúan conforme al deber, alderecho y la moral, sin embargo es todo locontrario, en virtud de auspiciar la estrata-gema y la política de intereses. Por estemotivo, estos astutos hombres del Estadotergiversan su trabajo llevando a efectoprácticas que perjudican al pueblo y al mun-do entero con su enaltecimiento al poderpolítico (para no perder de vista sus intere-

ses particulares) siguiendo el camino deverdaderos juristas cuando ascienden a lapolítica (juristas artesanos no legisladores).Y como aplican las leyes, toda constituciónles parece la mejor aunque no lo sea, y si seefectúan reformas les parece la mejor aun-que sea errónea, ya que su postura es quetodo funciona correctamente.

El moralista político se jacta de conocer losprincipios que fundan la constitución, sevanaglorian de conocer al hombre sin co-nocerlo, y se acercan provistos de estos con-ceptos al derecho político y de gentes, talcomo la razón lo dicta, lo que permite quese acerquen al espíritu de los leguleyos si-guiendo sus procedimientos (el de un me-canismo de leyes dadas despóticamente) allídonde los conceptos de la razón fundamen-tan la coacción legal en los principios de lalibertad, coacción que hace posible unaconstitución política conforme al derecho.Este presunto pragmático, es decir, el políti-co sin un mínimo de moral, cree que puederesolver los problemas públicos, sean éstosnacionales o cosmopolitas por medio de prác-ticas inteligentes, cosa que resulta muy cues-tionable, pues ellos gobiernan siempre conuna dominación férrea hacia a los miem-bros de la sociedad, aplican prácticas en au-sencia de la norma, y emprenden políticascon beneficios particulares. Con estas prác-ticas, no puede más que darse un cauce di-recto a la corrupción y a falta de transpa-rencia en la gestión política y administrativa.

Así, las máximas estratégicas que utilizacomo recurso el moralista político son, porlo demás, inmorales y negativas, éstas a sa-ber son:

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a) Actúa y da una justificación. Esta máxi-ma está encaminada a aprovechar la cir-cunstancia favorable para apropiarse delos bienes de un Estado o de un pueblo.La justificación será fácil después delhecho, y la violencia será disculpada fá-cilmente antes del diálogo.

b) Si hiciste algo, niégalo. Esta máxima serefiere a negar los hechos cometidos poruno mismo para sumir al pueblo en ladesesperanza. Después adjudicarle a al-gún segmento de la sociedad toda la res-ponsabilidad, o en su defecto, argumen-tar que los hechos acaecidos son productode la desobediencia de los individuos, yno necesariamente del gobernante.

c) Divide y vencerás. Esta máxima consis-te en que si en tu pueblo existen perso-nas que te han elegido como gobernante(primero entre iguales) desúnelas yenemístalas con el pueblo; ponte luego dellado del pueblo, reclamándote de la fic-ción de una mayor libertad, de esta mane-ra todo dependerá de tu voluntad. Si setrata de Estados, insertar la discordia en-tre ellos es un medio de someterlos bajola pretensión de apoyar al más débil.

Estas máximas le dan dirección y sentidoal comportamiento del moralista político,mismas que son el basamento de la estrate-gia política, el pragmatismo y la corrup-ción. La política practicada de esta formase supedita a los intereses de jefe del Esta-do y de sus colaboradores, y recibe el nom-bre de �política de serpiente� en virtud deenaltecer al engaño y las prácticas inmora-les en la función política de una sociedad.

Esta teoría inmoral (de serpiente) incentivala práctica frecuente y sistemática de la sa-gacidad política para establecer la paz y elorden entre los hombres, además de pro-mover la aplicación del derecho, pero underecho tergiversado y desplegado única-mente para legitimar las malas prácticas delpolítico sin moral. De hecho, este políticoreconoce que el hombre no puede evadir alderecho, sea en sus relaciones privadas opúblicas, lo cual implica que en prácticasde sagacidad, el derecho no puede ser des-deñado. Sin embargo, en la vida fáctica elmismo derecho es eludido con excusas yescapatorias. Al respecto, Kant señala queestos �falsos representantes� no defiendenal derecho sino al �poder, del que toman eltono como si ellos mismo tuvieran algo quemandar, será bueno descubrir y mostrar elsupremo principio del que arranca la ideade la paz perpetua: que todo el mal que obs-taculiza su camino proviene de que el mo-ralista político comienza donde el políticomoralista termina y hace vano su propiopropósito de conciliar la política con lamoral, al subordinar los principios al fin�(Kant, 1999: 120).

Así pues, el moralista político aparte deactuar inmoralmente y de no acatar el de-ber plasmado en el principio formal delimperativo categórico, tampoco obedece ala moral como esa práctica objetiva convalidez para los hombres de razón. La in-moralidad de este político se plasma en laejecución de las máximas de la sagacidadcon un carácter negativo, que en concomi-tante destruye el orden en la sociedad civil,auspicia la corrupción y la falta de trans-parencia, y destruye la paz perpetua entre

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los hombres y las naciones. Es decir, la in-moralidad le da cauce directo a la corrup-ción, ya que los políticos corruptos ven a lamoral únicamente como un problema téc-nico que carece de importancia en la vidapolítica. En pocas palabras, la inmoralidadde los políticos se refleja tajantemente en lacorrupción de sus conductas.

Una idea de la corrupción

La ��corrupción�� es un término del lengua-je político que sirve para expresar una acti-vidad pública quebrantada por intereses pro-pios o de grupos en el poder político.Aunque este término es reservado común-mente a la esfera de la política y del gobier-no, también es utilizado para señalar lasmalas prácticas emprendidas en el campode la economía, la impartición y procuraciónde justicia, las relaciones internacionales,las transacciones entre particulares, seanéstos empresarios o simples ciudadanos. Sinembargo, Kant nos ofrece elementos desuma envergadura para poder explicar elporqué y el para qué de la corrupción en lasrelaciones gubernamentales y de la políti-ca, aunque estos elementos pueden coadyu-var a explicar la corrupción en otros cam-pos de la vida cotidiana.

Kant condena desde el siglo XVIII las malasprácticas públicas emprendidas por los ti-tulares del poder y su cuerpo administrati-vo, y también lo hace en las relacionesintersubjetivas de la vida cotidiana. Si elsujeto actúa motivado por el interés propioes una acción loable y legítima, sin embar-go la mala acción deviene cuando el sujeto

actúa con alevosía y ventaja ante los de-más, es decir, en el momento en que el suje-to utiliza como �medio� a su semejante. Laacción es catalogada como inmoral cuandoun individuo utiliza a los demás como me-dios y no como un �reino de fines� paraconseguir los intereses personales. Todaacción emprendida por el sujeto será inmo-ral si se buscan beneficios particulares y serecurren a los demás como simples medios;fenómeno que avanza en contraposición alimperativo categórico kantiano.

Las acciones inmorales de los hombres tie-nen cupo en cualquier área de la vida pú-blica o privada. Sin embargo, las accionescorruptas de los políticos, en este caso delmoralista político, tiene un efecto sin pre-cedente en la medida que contamina la vidapolítica y al mismo tiempo las relacioneshumanas en la vida social. Pero no hay queperder de vista que la corrupción está la-tente en dos esferas: la vida pública y lavida privada, y cada acción corrupta efec-tuada es distinta, pero en lo que convergenes en la intencionalidad de obtener benefi-cios que de otra manera sería imposible con-seguir. Bajo esta lógica, Jorge Malem (2002:13) argumenta:

Pero común a todos estos tipos de corrup-ción es la intención de los agentes que in-tervienen en ella de obtener un beneficioirregular que de otra manera no sería posi-ble conseguir. Esta pretensión se manifies-ta a través de la violación de un deber insti-tucional por parte de los corruptos. En estesentido la corrupción se muestra como unadeslealtad hacia la institución a la que sepertenece o en la cual se presta servicio.Su carácter desleal hace que los actos de

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corrupción se cometan en secreto, o al me-nos en un marco de discreción.

La corrupción puede entenderse como unapráctica negativa e inmoral por evadir losprincipios de la moral y del derecho en elafán de cumplir expectativas personales.El dolo en las pretensiones transforma laconducta en corrosiva al asumir a los otroscomo simples �medios� para alcanzar unhorizonte de oportunidades, que de otraforma sería difícil o imposible. Por talmotivo, la corrupción de un moralista po-lítico se acerca al pragmatismo voraz debuscar �medios� no importando cuálessean éstos, con tal de materializar una vo-luntad unitaria por encima de otras volun-tades.

En efecto, dependiendo del tipo de conduc-ta de los hombres, es como puede calificar-se si tiene una connotación corrupta o no.De cualquier forma, la carga inmoral quelas acompaña puede ser un buen criteriopara señalar si determinada conducta es ono corrupta. Hay otros elementos a consi-derar para calificar una conducta de estanaturaleza, independientemente de la �po-lítica de serpiente� imperante en la políticainmoral. Algunos de estos son: a) la ilegiti-midad; b) la ilegalidad, c) la injusticia; y d)la traición al �deber�.

El actuar del moralista político está impreg-nado de actitudes ilegítimas, en virtud delos intereses personales perseguidos. Enrealidad, la persecución de estos intereses,es considerada legítima en la medida que el�progreso hacia mejor� ha sido constituidoprecisamente por la iniciativa de los intere-

ses. Ahora bien, la ilegitimidad de las con-ductas efectuadas para materializar los in-tereses deviene al momento de elegir los�medios� para tales fines. La �ilegitimidad�emerge cuando se menoscaban los intere-ses de los otros hombres (en este caso losgobernados) con el afán de llevar a buenpuerto el interés personal del gobernante.Se visualiza la conducta ilegítima del go-bernante cuando el pueblo (o la voluntaddiscursiva e intersubjetiva) muestra eviden-cias de descontento con las formas de go-bernar, es decir, el pueblo no tolera las con-ductas emprendidas por su gobierno, eneste caso la monarquía, que es la criticadapor Kant.

La ilegalidad en la conducta del moralistapolítico se ve con precisión cuando éste trai-ciona al derecho, pero en el fondo la trai-ción es al pueblo porque éste es el que de-termina qué es y qué no es el derecho. Porlo tanto, este tipo de político estásubsumiendo la norma y hace imperar suvoluntad por encima de la ley y de la volun-tad del pueblo. En efecto, el moralista polí-tico traiciona la norma y la institución querepresenta, pues únicamente hace sentir lafuerza de su voluntad. La corrupción, pues,está en sincronía inmediata con la ilegali-dad, al tiempo que ambas convergen en elmenoscabo de la moralidad. Actuar, pues,ilegalmente es corromper la norma y la vo-luntad intersubjetiva que le dio vida a dichanorma.

Un criterio sine qua non para abordar lacorrupción o conducta tergiversada delmoralista político es la �injusticia�. Al pa-recer no hay argumento para refutar la afir-

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mación de que la corrupción se muestracomo una arista más de plena injusticia. Porinjusticia habría que entender la inequidadde las partes al momento de llevar a efectouna acción, y por supuesto el mayor bene-ficio estará destinado para el moralista po-lítico o algún individuo que menoscabe elinterés de otro en las relaciones cotidianas,pues la injusticia no es propia de las rela-ciones gobernantes-gobernados, sino hayposibilidades también en las relaciones en-tre sujeto-sujeto. Verbigracia, no hay másinjusto que un individuo pida prestado di-nero a otro sabiendo premeditadamente queno saldará su deuda, pues si afirma que nopagará el dinero, su propósito se ve frus-trado.

La traición al deber es una forma más decorrupción o descomposición. Actuar con-forme al deber implica auspiciar la buenavoluntad. Kant (1998: 23) nos dice al res-pecto:

�Nos ha sido concedida la razón como fa-cultad práctica, es decir, como una facultadque debe tener influjo sobre la voluntad, re-sulta que el destino verdadero de la razóntiene que ser el de producir una voluntad,buena, no en tal respecto, como medio, sinobuena en sí misma [�] Esta voluntad no hade ser todo el bien, ni el único bien; pero hade ser el bien supremo y la condición de cual-quier otro, incluso del deseo de felicidad, encuyo caso se puede muy bien hacer compa-tible con la sabiduría de la naturaleza�

El deber es regulado por la razón, quien esla encargada de hacer práctica las accio-nes. Sin embargo, el político moral desvíael deber para abocar su conducta a la in-

moralidad, esto es, su conducta queda con-taminada al momento de darle la espalda aldeber. Un político corrupto (o moralistapolítico) desconoce por completo la funcióncrucial del deber, no sabe con certeza cómose efectúa éste, lo único que tiene en menteson las conductas desbocadas por comple-to de la moral.

Actuar conforme al deber �en términoskantianos� significa acomodar la conductaa la moralidad, para lo cual es menester te-ner como referencia inmediata el ��impera-tivo categórico�� que indica el sendero paratransitar por el deber y la moral. Este im-perativo reza de la siguiente forma: �Obrasólo según una máxima tal que puedas que-rer al mismo tiempo que se torne ley uni-versal� (Kant, 1998: 39). El político moralelimina la posibilidad de este mandato de lamoral, pues la menoscaba al contemplarlacomo mera retórica, ya que sus interesesno podrían sufrir el efecto deseado si estánpresentes estos mandatos objetivos. Por lotanto, la máxima de actuar en detrimentode la moral no puede universalizarse, ya quesólo los políticos morales están de acuerdocon ésta; los hombres con principios mora-les la rechazarán.

Así que, una forma de corrupción es actuaren contra de los mandatos de la moral. Des-viarse del deber es una forma más de co-rrupción en el sentido de alterar las accio-nes adecuadas y positivas para sustituirlaspor actitudes negativas para la especie hu-mana. La secuela de corromper el deberimplica resquebrajar la moral, el derecho,las instituciones en la sociedad civil y men-guar la paz perpetua entre las naciones.

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LA PROMOCIÓN DE LA TRANSPARENCIA

DEL ��POLÍTICO MORAL��

El moralista político es ese hombre dedica-do a la actividad política, quizá con voca-ción o sin ella, pero lo certero es que elogialos principios del pragmatismo, razón porla cual está inmerso en actos de corrupción.De cualquier manera, desarrolla una �polí-tica� sin sentido humano por estar conta-minada por la corrupción e inmoralidad. Sutrabajo se polariza en efectuar una domina-ción férrea sobre los súbditos con el objetode permanecer en el poder político, no im-portándole cuáles sean los medios utiliza-dos, no respetando la moral, eliminando laposibilidad de obediencia al derecho, o des-echando el respeto al deber. Este es el bos-quejo de un moralista político cargado devalores negativos y corrosivos para la vidainstitucional de la sociedad civil y la pazperpetua entre naciones.

Para Kant, la contraparte de este tipo depolítico es el ��político moral��, mismo quetoma distancia crítica del moralista políti-co, tanto en valores, conducta, como enobjetivos. El filósofo de Königsber lo cata-loga como �un político que entiende los prin-cipios de la habilidad política de un modotal que puedan coexistir con la moral�(Kant, 1999: 115). Y luego, agrega Kant,este tipo de político hace suyo el siguienteprincipio:

�Si alguna vez se encuentran defectos enla constitución del Estado o en las relacio-nes interestatales, que no se han podido evi-tar, en un deber, particularmente para losgobernantes, estar atentos a que se corrijan

lo más pronto posible y de acuerdo con elderecho natural tal como se nos presenta enla idea de la razón, incluso a costa de suegoísmo. Puesto que la ruptura de la uniónestatal o de la unión cosmopolita antes deque se disponga de una constitución mejorque la sustituya es contraria a toda pruden-cia política de conformidad en este puntocon la moral, sería incoherente exigir queel defecto sea erradicado inmediatamente ycon violencia. Lo que sí se puede exigir dequien posee el poder es que, al menos, ten-ga presente en su interior la máxima de lanecesidad de un reforma para permaneceren una constante aproximación al fin (lamejor constitución de acuerdo con precep-tos legales) (Kant, 1999: 115-116).

La labor del político moral es más que elo-giada por Kant, en virtud del respeto haciala moral y al buen proceder de su conductapolítica en la gestión de los negocios guber-namentales. Si se elogia el comportamientode este político es porque Kant reconoce elrespeto a la moral y al principio formal delimperativo categórico, pues no hay algo másdigno que actuar conforme al deber y labuena voluntad. Por otra parte, al recono-cer la trascendencia de la moral para ac-tuar en la vida pública, Kant también argu-menta a favor de la ��publicidad�� o la��transparencia��, que es un ingrediente másque coadyuva a fortalecer la moralidad,el respeto al derecho, y es compatible conel deber dictado por el principio formal delimperativo categórico.

El porqué de la publicidad en la filosofíapráctica kantiana tiene una respuesta cate-górica. Como el sujeto no puede permane-cer aislado per se, pues en todo caso sería

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una bestia o un dios como añade Aristóteles(2004: Libro I), se ve en la imperiosa ne-cesidad de promover la intersubjetividad,pues de no ser así, la especie humana esta-ría propensa a desaparecer. El objetivo dehacer públicas las pretensiones tiene comoprioridad buscar el respaldo de los demáso en su defecto el rechazo tajante si tienecomo base la injusticia o la inmoralidad.El fundamento de las decisiones del políti-co moral las otorga la publicidad, en lamedida que es un indicador para señalarel buen o mal camino para avanzar. Lapublicidad o transparencia de las preten-siones son un buen indicador para ver ladirección del progreso. Es así como Kantve a la publicidad, como un ingrediente delprogreso o del retroceso humano. La pu-blicidad es un aspecto ineludible del pro-greso hacia mejor, porque es la forma ade-cuada de que el pueblo se queje de losgobernantes. La publicidad en los aspec-tos políticos y sociales son una antesalapara el progreso de la humanidad, en casode no hacerlo de esta forma, el progresoqueda frustrado y se le niega simultánea-mente un derecho natural al hombre (Kant,1994).

Efectivamente, la publicidad avanza en con-comitante con el progreso hacia mejor enla medida que al hacer un uso público de larazón, se buscan y se ofrecen razones deprimer orden para entablar el diálogo entrelos hombres de manera coherente ysistematizada, es decir, entre gobernantes ygobernados, para deliberar las acciones degobierno adecuadas que persigan el interésdel jefe de Estado y sus colaboradores, asícomo el de los habitantes de la república.

Precisamente por someter al escrutinio lasdecisiones y modos de conducta del políti-co moral, la intersubjetividad deviene paradarle validez y efectividad. Por lo tanto, lamoralidad juega un rol relevante en los pro-cesos de publicidad con los que operan lospolíticos morales. En otras palabras, lamoral no es antitética a la publicidad, por-que no pueden prescindir los principios decada una, ambas se determinan. La fuenteinmediata de la publicidad o transparenciala encontramos en la moral, porque éstapropicia el diálogo inteligente entre las par-tes para deliberar qué máximas y qué deci-sión pública no dista de los planteamientosde la moral. Así que, un político con moralno actuará arbitraria y premeditadamenteen la gestión pública y política, sino busca-rá el escrutinio público de su acción paraque pueda ser objeto de validez, y ésta laotorga el consenso de las partes (Flores,2004).

La dicotomía publicidad-moralidad resultacompatible, pues en una dicotomía ningu-na categoría tiene más peso que otra(Bobbio, 1999). Si una decisión del políti-co moral no pasa la prueba de la publici-dad, luego entonces no puede ser moral; larazón reside en que el secreto prevaleció.En contraparte, si el político moral afirmaque la política de estrategia está acompa-ñada de los mandatos de la moral, pero nohace pública sus pretensiones o presuntasdecisiones, la transparencia o publicidadno tiene cupo. En fin, la citada dicotomíatiene raison d´être cuando ambas catego-rías sirven como criterio imprescindiblepara actuar, sea del político moral o decualquier hombre.

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La moralidad del político moral

Se ha hablado a menudo de moral en la vidapública y en el campo privado. Pero qué eslo que Immanuel Kant concibe como mo-ral. Esa respuesta la ofrece en sus manus-critos dedicados a la filosofía política. Seencuentran algunos esbozos en La funda-mentación de la metafísica de las costum-bres (1998), en Hacia la paz perpetua(1999), y en la Crítica de la razón prácti-ca (1998). Así y todo, Kant (1999: 113)escribe al respecto:

La moral es en sí misma ya una práctica ensentido objetivo, en cuanto suma de leyes,incondicionalmente obligatorias de acuer-do con las que debemos actuar; y es unaincoherencia manifiesta pretender decir queno es posible prestarle obediencia una vezque se le ha reconocido a este concepto deobligación toda su autoridad. En ese casose saldría este concepto, por sí mismo, dela moral (ultra posee nemo obligatur [Na-die está obligado a lo imposible]).

La moral, por tanto, es un enaltecimientode las buenas prácticas abocadas a la bue-na voluntad, ya que ésta siempre es buenapor sí misma. Y las buenas prácticasdevienen cuando la conducta está someti-da a las máximas del imperativo categóri-co. Pues, el imperativo categórico, o prin-cipio moral, tiene tres formulacionesrelacionadas estrechamente, que son: a) launiversalidad, b) la humanidad y c) el rei-no de los fines:

Estas tres formulaciones se enuncian, respec-tivamente, de la siguiente manera: a) Obrade modo tal que puedas querer que la máxi-

ma de tu voluntad se vea convertida en leyuniversal; b) Obra de modo tal que en lamáxima de tu voluntad consideres a la hu-manidad, tanto en tu persona como en lade los demás, siempre como un fin en símismo y nunca como mero medio; c) Obrade modo tal que tus máximas puedan servircomo leyes de un posible reino de fines comoreino de la naturaleza (Granja, citando aKant, 2005: 25-26).

Efectivamente, el imperativo categórico dic-ta la línea conducente a seguir en el afán decaminar por los senderos de la moral. Elpolítico moral obra en su actividad políticaacorde a máximas con pretensión de uni-versalidad, las cuales están cargadas de unfuerte matiz moral. Como la voluntad es li-bertad práctica, tiene que ser posible ver ala humanidad siempre como un fin es sí mis-mo, lo cual supone eliminar de facto comomedio al hombre, tal como sucede con elmoralista político. Finalmente, las máximasorientan al hombre o la especie humana, aver ésta como ley de un reino de fines comoreino de la naturaleza. Lo delineado por elimperativo categórico ofrece una vida y unaconducta más que moral al político que pre-tende materializar estos preceptos.

Los principios ofrecidos por el imperativocategórico son una referencia a no perderde vista para saber por qué y cómo actuarante determinadas circunstancias; verbigra-cia, saber cómo actuar frente al fenómenode la corrupción y por qué actuar en con-traposición a la conducta corrupta. FaviolaRivera (2003: 87-88) aclara este aspecto:

Usualmente se piensa que el imperativo [ca-tegórico] exige que actuemos de manera

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moralmente meritoria en ciertas ocasionesespecíficas; sin embargo es importante ob-servar que la exigencia del imperativo es ele-gir máximas morales, esto es, principios ge-nerales de conducta. Estrictamente, entonces,el imperativo no exige directamente la reali-zación de acciones particulares moralmentemeritorias, sino la adopción de máximas mo-ralmente buenas, lo cual equivaldría a teneruna voluntad buena o moralmente buenas locual equivaldría a tener una voluntad buenao moralmente perfecta, e implicaría, desdeluego, actuar de maneras moralmente me-ritorias en ocasiones específicas.

Así pues, habría que visualizar a la moral,como una cualidad de los seres humanos,en sí misma como teoría del derecho. �Lalegislación que erige una acción en deber yel deber en impulso (Triebfeder), es una le-gislación moral, mientras que aquella queadmite un impulso diferente de la idea deldeber es jurídica� (Córdova, 1976: 188).El político moral ve a la moral y al derechocomo referentes objetivos a ser obedecidospara cumplir el deber y hacer el bien. �Unprincipio de la política moral es por ejem-plo, que un pueblo debe convertirse en unEstado de acuerdo con los conceptos jurí-dicos generales de la libertad y de la igual-dad, y este tipo de principio no está basadoen la sagacidad, sino en el deber� (Kant,1999: 122). Una característica notable deeste político, en contraposición al moralis-ta político, es que no ve al derecho y sucuerpo de normas como simples cosas uobjetos que están ahí, las considera comoalgo a tomar en cuenta para moldear suconducta. En otras palabras, no busca pre-textos para no cumplir con la ley, la llevaefecto, y cumple con el deber que enuncia

el principio formal del imperativo categóri-co. No hay más moral elogiosa, que la prac-ticada por el político moral, mismo que sóloexiste en una forma de gobierno republica-na, tal como lo enuncia Kant.

Kant, como todo un humanista, está porsupuesto de acuerdo con el político moral,quien no desdeña la estrategia, pero la em-pata con la moral, lo cual resulta positivo.Si un político ve en los mandatos de la mo-ral una validez por el sólo hecho de respe-tarla, ve al hombre como su semejante entoda relación de intersubjetividad, y no comomedio como lo hace el moralista político.Un político moral ve a su otro como fin ensí mismo, y no como medio, y eso implicael respeto a la dignidad ajena. Kant argu-menta que

el hombre, considerado como persona, valedecir, como sujeto de una razón moralmen-te práctica, se eleva por encima de cualquierprecio, porque como tal (homo noumeno)no puede ser considerado como un mediopara alcanzar los fines de los demás, y nisiquiera los suyos propios, sino como fin ensí mismo, lo que quiere decir que él poseeuna dignidad [Würde] (un valor intrínsecoabsoluto), por medio de la cual constriñe alrespeto de sí a todas las demás criaturasracionales del mundo; es esa dignidad laque permite compararse con cada una deéstas y estimarse igual a ellas (Córdova,1976: 135).

Dos principios de publicidad

El político moral tiene la pretensión de ac-tuar con justicia, y no impone a sus seme-

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jantes sus criterios; no trata de universali-zar su modo de conducta, antes bien, buscahacer público su proceder para buscar elmayor consenso posible para proceder alfrente de los negocios de la gestión políticay gubernamental. Así pues, la publicidades un criterio a no soslayar para actuar ade-cuadamente en la vida social y política. Kantencuentra en este criterio el factor primor-dial para demostrar que la política estáinterconectada con la moral. De ahí que ladicotomía política-moral pueda caminaramalgamada en la conducta del jefe de todoEstado republicano, misma que no buscaráexcusas para evadirla.

La publicidad o la transparencia es un buenvehículo para encaminar las conductassubjetivas por una ruta de la justicia, puesde no hacerlo así, todo se torna injusto, yel derecho sería desconocido, ya que el de-recho se otorga desde la justicia. Toda pre-tensión jurídica tiene que ser hecha públi-ca para ver la viabilidad y aceptabilidadde los otros, no hacerlo sería practicar elsecreto o la opacidad. Sin embargo, ha-blar de publicidad o transparencia no tie-ne sentido, si no se despliegan criterios quepuedan guiarnos por este sendero. Con esteobjetivo, Kant (1999: 127) expresa unafórmula trascendental del derecho públi-co, el cual reza: �Son injustas todas lasacciones que se refieren al derecho de otroshombres cuyos principios no soporten serhechos públicos�.

Efectivamente, dice Kant, no basta con con-templar este principio como ético, resultaprimordial considerarlo como jurídico. Lacapacidad de hacer públicas las pretensio-

nes es loable en la medida que se expresanbuenas razones y se espera recibir razonesconvincentes. No solamente la creación dela ley requiere de publicidad, sino todasaquellas actividades vinculadas con la vidapública. Este diálogo intersubjetivo permi-te buscar y ofrecer razones en el afán deavanzar por una vía justa a la materializa-ción de todas las pretensiones. ArgumentaKant que la publicidad es un aspecto inelu-dible del progreso hacia mejor, porque esla forma adecuada de que el pueblo se que-je de los gobernantes. La publicidad en losaspectos políticos y sociales son una ante-sala para el progreso de la humanidad, encaso de no hacerlo de esta forma, el progre-so queda frustrado y se le niega simultá-neamente un derecho natural al hombre(Kant, 1994).

Una máxima que no pueda manifestarseen voz alta sin arruinar al mismo tiempoel propio propósito, que debería permane-cer secreta para prosperar y a la que nopuede reconocer públicamente sin provo-car inmediatamente la oposición de todos,es un máxima que sólo puede obtener estauniversal y necesaria reacción de todoscontra el particular, cognoscible a priori,por la secuela injusta del menoscabo a losintereses de los otros. Por lo tanto, es unprincipio negativo porque sirve únicamentepara conocer lo que no es justo para conlos otros. La publicidad, bajo la fórmulatrascendental, tiene límites que deb ser su-peradas.

El principio trascendental del derecho pú-blico reivindica la transparencia, es más queevidente. Sin embargo, este principio no está

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ajeno de antinomias, mismas que coadyuvana la opacidad. Para visualizar este proble-ma, recurramos a una interrogante kan-tiana. �¿Es la revolución un medio legiti-mo para que un pueblo se libere del poderopresivo de un, así llamado, tirano��(Kant, 1999: 128). No hay duda que losderechos del pueblo están oprimidos y queal tirano no se le hace ninguna injusticiaquitándolo de la distinción del ejercicio delpoder público.

La injusticia de la rebelión popular se ponede manifiesto en que de reconocerse pú-blicamente sus principios, sus propios pro-pósitos resultarían irrealizables. Habríaque mantenerlos en secreto, lo que no pue-de ocurrir necesariamente con el jefe deun Estado, ya que éste puede decir libre-mente que castigará toda revolución conla violencia o la muerte de los sujetos. Enefecto, el chef d´État no debe preocuparsede que la publicidad de sus principios en-torpezca sus propósitos si es consciente deque detenta el poder irresistible; pero encaso de que la rebelión del pueblo triunfe,el político retorna a súbdito sin posibili-dad de comenzar una rebelión para reto-mar el poder.

Por otra parte, únicamente puede hablarsede derecho de gentes presuponiendo algu-na situación jurídica (una condición ex-terna bajo la que se pueda atribuir al hom-bre un derecho), ya que este tipo de derechocomo público, implica la publicidad de unavoluntad general que determine a cada cuallo suyo, y este estado jurídico debe proce-der de algún contrato que no se funde enleyes coactivas (como en el contrato del

que surge el Estado), sino de un contrato deuna asociación duradera-mente libre, comouna federación de varios Estados.

Definitivamente en ausencia del estado dederecho que articule a las distintas perso-nas, sean físicas o morales, se estaría en uncompleto estado de naturaleza, en el queprevalece el derecho privado. Por ello sur-ge aquí un conflicto entre la política y lamoral, en el que el criterio de la publicidadde las máximas encuentra fácil aplicaciónen el presupuesto de que el contrato sóloune a los Estados en el afán de mantener lapaz entre ellos y frente a otros, pero en modoalguno, para realizar conquista. Veamosalgunos ejemplos.

En el caso de que un Estado haya prome-tido a otro alguna cosa como: ayuda, ce-sión de territorios o subsidios, etc., y estéen peligro la salud del Estado, la pregun-ta reside si puede deslindarse de la pre-gunta dada, acudiendo al recurso de quequiere ser considerado como una doblepersona, primero como soberano, no sien-do responsable ante nadie en su Estado, ydespués, como funcionario del Estado,que está obligado a rendir cuentas al Es-tado, concluyendo que la obligación queha contraído en su calidad de soberanono le afecta en su calidad de funcionariodel Estado. Por lo demás, si un jefe deEstado hiciera pública la máxima aludi-da, los otros Estados huirían o se aliaríancon otros para hacer contrapeso a sus pre-tensiones, lo que demuestra �dice Kant�que la política con toda su astucia, entor-pece sus propios propósitos en virtud dela publicidad.

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Cuando una potencia vecina está muy de-sarrollada es causa de preocupaciones, pue-de suponerse que, porque puede, tambiénquerrá oprimir; y se pregunta Kant (1999:130): �¿Da esto derecho a los menos poten-tes a un ataque (conjunto), incluso sin quese haya producido previamente una ofen-sa?�. Si un estado quisiera hacer públicasu máxima afirmativamente, causaría dañocon rapidez, dado que la potencia mayor seadelantará a la más pequeña, y la unión delas más pequeñas es un obstáculo endeblepara el que utiliza el divide y vencerás. Siuna máxima de sagacidad política se hacepública, su propósito se frustra y por con-siguiente es injusta.

Si un Estado más pequeño hace que otromayor tenga una estructura territorial di-vidida, necesitando aquél para su propiaconservación, ¿no tiene derecho el másgrande a someter al más pequeño y aanexionárselo? Con facilidad se ve que elEstado más grande no debe manifestar conantelación una máxima semejante, ya quelos Estados más pequeños se unirán rápi-damente u otras potencias lucharán por estebotín, por lo que su máxima se hace invia-ble por su publicidad.

No es un secreto el hecho de que la publici-dad trae aparejado conflictos en las rela-ciones internacionales de los Estados. Nobasta aplicar la publicidad, pues si se hacede esta forma, pueden surgir inconvenien-tes, mismos que no son factibles para loshombres y los Estados. Por esta razón, Kantapoya la publicidad de la fórmula trascen-dental, con un segundo principio, con elúnico objetivo de garantizar la justicia y la

moral en la vida pública. Este principio tras-cendental y positivo del derecho público es:

�Todas las máximas que necesitan de lapublicidad (para no fracasar en sus propó-sitos) concuerdan con el derecho y la políti-ca a la vez�.

Mediante la publicidad es como puedelograrse su fin, lo es porque se adecuan alfin general del público (la felicidad), y latarea propia de la política es estar de acuer-do con este fin. Sin embargo, este fin debeestar en sincronía con el derecho del públi-co, pues sólo en el Derecho es posible launión de todos los fines.

En este sentido, la publicidad con estos dosprincipios no deja que el político moral sepierda por el ramal del árbol. Este políticoactúa con la pretensión de justicia por ha-cer público su interés, mismo que no es ter-giversado porque los dos principios citadossirven como molde de la conducta. Por ello,este tipo de político será justo con su pue-blo, con otros pueblos, y con otras nacio-nes. La transparencia en los asuntos públi-cos de la clase política promueve elprogreso hacia mejor, en la medida que ellolimita a los gobernantes en sus malas con-ductas y el pueblo forma parte de las discu-siones públicas. El optimismo kantiano serefleja en que preconiza a la república unpolítico moral, el cual se ayuda del dere-cho, de la moral y de la transparencia paraactuar con justicia y de acuerdo al deber.

Así pues, las máximas que concuerden conel derecho y la política, es porque pasaronla prueba de la publicidad. En primera ins-

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tancia puede parecer formal este proceso,sin embargo, no lo es, dado el contenidomaterial que posee. El político moral lo en-tiende perfectamente, y es el medio por elcual sus máximas son aplicadas en la ges-tión política y del gobierno dada la acepta-ción de los gobernados. La transparencia ola publicidad, por tanto, tiene mayores po-sibilidades de florecer en una república conpolíticos que no vean en la moral mera re-tórica, sino un cuerpo de normas objetivas.Por lo tanto, la dicotomía moral-publicidadcamina a la par, y no resulta antitética enlos negocios públicos y jurídicos.

CONCLUSIONES SIN CONCLUIR

Hoy por hoy, definitivamente hay una con-troversia entre la política y la moral en lavida práctica, o bien, en el espacio de in-fluencia de la voluntad, ejemplos de estadivergencia sobran, dada la constante in-moralidad en la que se encuentran las so-ciedades posindustriales. No existe tal con-flicto, y no parece que existiera, en el mundodel deber ser. Sin embargo, en el plano fác-tico dicha controversia emerge con lucidez;de cualquier forma, Kant rechaza semejan-te aseveración. Para él, tiene que poderse,de ahí que su filosofía se a práctica, com-plementar la moral y la política; una nopuede actuar sin considerar a la otra. Estasdos esferas se complementan y se conjugancuando un político o una simple conciencialas materializan en la forma de actuar, cum-pliendo el deber. En contraparte, Kant acer-tadamente plantea que la política y la mo-ral caminarán por caminos opuestos cuandoel político no le reconozca su validez a la

moral, y únicamente se aboque a ver elpragmatismo en la política, es decir, los in-tereses personales o de los grupos de poder,en el poder político. Dado que Kant preco-niza un gobierno republicano, será en estetipo de gobierno en donde el político veacomo un criterio certero a la moral, que porlo demás, guiará a este político en los nego-cios públicos. El derecho, por otra parte,no buscará burlarla ni la enaltecerá paradisfrazar la evasión de ésta. El deber, porende, será el objetivo a perseguir en los ne-gocios públicos en aras de vivir en un mar-co de plena moralidad.

Es innegable el acuerdo existente de Kantpor el ��político moral�� por razones obvias;éste hará suya la moral, vivirá dentro deella y la respetará en concomitante con susmandatos. Es evidente el desacuerdo de estefilósofo con el ��moralista político��, por-que es un símbolo innegable de la máximainmoralidad que puede haber con la llega-da de la modernidad. Así, no se puede ne-gar que la moral y la inmoralidad son unarealidad en el mundo moderno, sin embar-go, habría que ser optimistas, como lo fueKant, y dirigir la voluntad hacia una plenavida moral, lugar en el que el derecho searespetado y se materialice el deber.

Es irrebatible que el ��moralista político��es un político corrupto por menoscabar lamoral y burlarse de los mandatos del dere-cho, y dicho sea de paso, se mueve en espa-cios herméticos y con opacidad, es decir,no tiene la voluntad de deliberar con sussemejantes las buenas propuestas, las máxi-mas, las acciones, etc. Lo que él cree es loque hace, aunque la validez se la dé él úni-

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camente, tiene la pretensión de hacerlasvaler para todos mediante la imposición yla dominación. Y tampoco tiene la voluntadde hacer público sus objetivos, porque dehacerlo no podrá realizarlos dado el perjui-cio y la injusticia que causaría a los demás;esta es la razón por la cual se mueve bajo elmás puro secreto y menoscaba la transpa-rencia que debiera de existir en los nego-cios públicos. Este tipo de político no me-rece tal calificativo, ya que no persigue elinterés público, sino sólo el personal y losde los grupos comandados por le chefd´État.

El ��político moral��, por el contrario, es elprototipo de político necesario para dirigirel timón estatal debido a su conducta moraly respeto al derecho. Este político no seconduce mediante el pragmatismo, al con-trario, respeta la validez de la moral y aco-moda su conducta a ella. Rechaza tajante-mente a la política de serpiente (o inmoral)que cataloga a los hombres como simplesmedios para conseguir los propósitos per-sonales, él por el contrario, ve a los hom-bres como fines por sí mismos como partede un reino de fines. Esta afirmación mues-tra fehacientemente la moralidad del polí-tico moral. Por otra parte, orilla su con-ducta a la moral en su máxima expresióncuando actúa conforme a las máximas delimperativo categórico. Por lo tanto, estetipo de político no ve conflicto alguno en-tre la política y la moral, sino las articulapara encaminar su conducta por una víapacífica y moral.

En efecto, el político moral, aparte de ver ala moral como ese conjunto de normas ob-

jetivas, respeta al derecho y actúa confor-me a la moral, pero hay algo más, esto es,tiene la capacidad de hacer públicas sus pre-tensiones; su objetivo es deliberar con losdemás para llegar a un acuerdo, sean estasdecisiones, modos de conducta o máximas.La publicidad es un criterio para actuar conjusticia, sean las acciones, las decisiones olas máximas. Hacer públicas las pretensio-nes es racional, porque es el hombre única-mente el capaz de entablar un diálogointersubjetivo, y llegar a acuerdos justos.Cuando, el filósofo español José GómezCaffarena (1996: 73) se refiere a la publi-cidad escribe:

Necesitar (bedürfen) de la publicidad parala eficacia (para no fallar en los fines quese proponen), viene a ser una garantía deque no se esconde en ellas engaño e injusti-cia para nadie. Pues, al conocer tal inten-ción, el amenazado se pondría en guardia ypodría frustrarla. Es algo como lo que hoysolemos llamar transparencia en las actua-ciones públicas.

No hay duda que la paloma tendrá queguiar a la serpiente en las actuaciones pú-blicas con el apoyo de la moral, el derecho,la justicia y la transparencia o publicidad,o mejor dicho, tiene que poderse, tal comolo enuncia la filosofía trascendental deImmanuel Kant.

BIBLIOGRAFÍA

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