Contexto Ed. 34

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Un acercamiento a la explotación minera en el pulmón de Antioquia. Págs. 8 y 9. Semillas tradicionales: identidad en riesgo. Págs. 12 y 13. ISSN 1909-650X Facultad de Comunicación Social-Periodismo UPB - Medellín, noviembre de 2012 Hacia dónde va Antioquia con el TLC. Págs. 6 y 7 Foto: Hebert Rodríguez García 34 No.

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Expectativas y retos del TLC en Antioquia, la calma tensa de la minería en Jardín y una investigación sobre ciencia, agricultura y semillas colombianas son los especiales de la edición. También encuentre historias de los barrios Carlos E. y Prado.

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Un acercamiento a la explotación minera en el pulmón de Antioquia.

Págs. 8 y 9.

Semillas tradicionales: identidad en riesgo.

Págs. 12 y 13.

ISSN 1909-650X

Facultad de Comunicación Social-Periodismo UPB - Medellín, noviembre de 2012

Hacia dónde va Antioquia con el TLC. Págs. 6 y 7

Foto: Hebert Rodríguez García

34No.

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Reflexiones sobre la democracia

Foto: Diego Sánchez Alzate.

Daniel [email protected]

A pesar de su ascenso y extensión, la democracia no ha dejado de luchar con el fantasma que creyó haber derrotado siglos atrás, como en una especie de revolución inacabada, que se renueva cada vez que el intruso se camufla entre sus alforjas y pretende salir sobre sus hombros para ahorcarla como traición. Las viejas fórmulas, a través de las que se abrió paso, han dejado al descubierto las cicatrices de su origen y su propia vulnera-bilidad en medio de sus grandes atributos porque, como dice Roberto Espósito, “el totalitarismo, a pesar de que se opone a la democracia, tiene sus raíces de modo embrionario dentro de ella y no en su exterior. La sigue como una sombra inexorable o como un fantasma siempre dispuesto a despertarse, no sólo cuando (y porque) hay poca democracia, sino también cuando (y porque), hay demasiada”1.

Arrebatar su vestido a la democracia y usar todo tipo de arti-mañas para que el totalitarismo se ajuste a ella y termine por agazaparse en ella, constituye el éxito de los ejercicios de poder contemporáneos, a los que sólo se les podría llamar “nuevos” por su acción claramente diferenciable con las de otros tiempos, pero que corresponde a prácticas ya identificadas en la historia pasada y reciente. Cortar los circuitos de la democracia es el requisito indispensable: supresión de derechos civiles, mordaza a la prensa indepen-diente y sobre exposición de la prensa oficial; desprecio por los artistas e intelectuales, cárcel como castigo para el crítico, deslegitimación de los valores que identifican al “otro” como distinto y la implantación de un único discurso capaz de mostrarnos el camino en momentos de conmoción.

De esta manera, el pensador italiano Giorgio Agamben2 nos recuerda cómo el Estado de Excepción se ha convertido, por ejemplo, en una de las modalidades más recurrentes de los gobernantes del orbe, por lo menos durante buena parte del siglo XX, para justificar la toma de decisiones por encima de la ley. Esta figura “se presenta más bien desde esta perspectiva como un umbral de indeterminación entre democracia y absolutismo”.

Discursos como los de la seguridad nacional, salvaguardar la democracia y el orden, emergencias económicas, terrorismo, intervencionismo y demás

recursos del lenguaje para enmendar nefastos propósitos, son los espejismos que traducen la tragedia de nuestro tiempo en las figuras del que llama Agamben el totalitarismo moderno o, como lo expresara Carl Smith, un tipo de dictadura presidencial.

La ilusión, la utopía, el pensamiento ilustrado, las revoluciones burguesas y su transformación estructural de la vida pública, pueden ser elementos que, como aquel horizonte perdido, aparecen cuando revisamos el estado de nuestras actuales democracias en Occidente. Las tensiones vividas por los proletarios del siglo XIX, las guerras mundiales, Auschwitz, la bomba atómica, Vietnam, Bosnia, Ruanda, el 11S, Irak y los acontecimientos alrededor de la Primavera Árabe, aparecen como un macabro telón de fondo en el acto central del fascinante proyecto que, en los supuestos, nos regalaría la seguridad y la tranquilidad necesarias para la realización plena de nuestra vida social.

Sin embargo, como lo expone Claude Lefort3, la democracia es, en sí misma, una institucionalización del conflicto, dado que una mayoría saliente de una consulta electoral a otra, debe respetar los derechos de las minorías, lo que constituye una competencia regulada entre hombres, grupos y partidos. Por tanto, concluye Lefort, la impronta del conflicto político, que revela ser consti-tutivo de su ejercicio, es la división.

Así, quienes en medio de las vicisitudes que viven nuestras democracias actuales, justifican una acción radical o por la fuerza, a pesar de sus debilidades y virtudes, no dimensionan la clase de monstruo que convocan desde su deseo de cambio, aparentemente natural e inocente y con un sentido altruista para el logro del bien público; lo mismo que quienes, en nombre de la misma democracia, ahora intentan imponer su poder.

1. ESPÓSITO, Roberto. Confines de lo político. Editorial Trotta. Madrid, 1996, pág. 41. 2. AGAMBEN, Giorgio. Estado de Excepción. Adriana Hidalgo Editores. Buenos Aires, 2004, pág. 26.3. LEFORT, Claude. La invención democrática. Editorial Nueva Visión. Argentina, 1990, pág. 190.

CONTEXTO, nueva imagen y nueva diagramaciónA partir de la próxima edición, el periódico universitario CONTEXTO tendrá nueva diagramación. Después de una convocatoria realizada a los estudiantes de Diseño Gráfico de la UPB, la propuesta ganadora fue la presentada por Es-tefanía Mesa y Carlos Pareja, en el módulo conducido por las profesoras Laura Durango e Isabel Zabala. El periódico CONTEXTO, realizado por los estudiantes de la Facultad de Comunicación Social-Periodismo, fue fundado en 1974. Este es el primer rediseño desde que comenzó su segunda etapa, en 2006.

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Rector: Monseñor Luis Fernando Rodríguez Velásquez / Decana de la Escuela de Ciencias Sociales: Érika Jaillier Castrillón / Director de la Facultad de Comunicación Social-Periodismo: Juan Fernando Muñoz Uribe / Coordinador del Área de Periodismo: Juan José García Posada / Directora de Contexto: Anacristina Aristizábal / Jefes de redacción: Laura Betancur Alarcón • Juan Pablo Ramírez Martínez / Editores gráficos: Hebert Rodríguez García • Catalina Rodas Quintero • Pablo Monsalve Mesa/ Redactores: Manuela Duque Carmona • Juan Pablo Ramírez Martínez • Hebert Rodríguez García • Catalina Rodas Quintero • Laura Betancur Alarcón • Carolina Betti Schmid • Carolina Bedoya Maya • Camila Reyes Vanegas • Pablo Andrés Monsalve • Manuela Saldarriaga Hernández / Foto portada: Hebert Rodríguez García / Corrección: Juan Carlos Rodas Montoya / Diseño y Diagramación: Ana Milena Gómez Correa, Editorial UPB / Impresión: La Patria / Universidad Pontificia Bolivariana • Facultad de Comunicación Social-Periodismo • Dirección: Circular 1a No. 70-01 bloque 7 • Teléfono: 354 45 57 • Correo electrónico: [email protected] • ISSN 1909-650 X

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Caricatura

Una ciudadanía crítica, educada, reflexiva y con opiniones bien fundamentadas es completamente necesaria para evitar el desborde de los poderes públicos. Por esto es tan importante aprender a expresar lo que se piensa, con criterio y con cono-cimiento de lo que se está diciendo.

Las instituciones de educación tienen la res-ponsabilidad de educar a los jóvenes, no solo en un hacer, sino, y sobre todo, en un pensar. No interesa qué tipo de educación se esté impartiendo: media, técnica, tecnológica o profesional. Ni si la educación tiene que ver con las ciencias exactas o con las ciencias sociales.

Una de las grandes herramientas para evitar que los poderes públicos de la democracia se corrom-pan es la vigilancia permanente de una ciudadanía educada capaz de medir con discernimiento las acciones de los gobernantes y funcionarios públi-cos. Y otra es que ese control ciudadano se haga con la altura de la civilización en la que se supone debe estar la humanidad después de 25 siglos de cultura escrita, sin necesidad de volver a la época de la caverna cuando todo se conseguía a punta de piedras y palos.

Hoy se siente ya una fuerza subterránea ciuda-dana que está aprendiendo a expresar su opinión y criterio por medio de los medios alternativos de comunicación basados en la Internet. Ya decía el columnista Álvaro Forero T. en El Espectador que este poder ciudadano está a punto de convertirse realmente en un “movimiento ciudadano”, pues “tiene dos de los tres requisitos que se requiere para ello: el desafío colectivo a las instituciones, el propósito común y la solidaridad. Sólo le falta pasar de incidentes aislados a una acción colectiva sostenida, para lo cual requiere organización”.

Dos muestras de eso que está pasando en Colombia son la caída que sufrió la Reforma a la Justicia a mediados de este 2012 y la destitu-ción que sufrió el senador Eduardo Merlano por intentar, en mayo de este mismo año, utilizar su investidura para evadir un simple control policial de alcoholemia.

En ambas situaciones hubo una asociación poderosísima y eficiente para ejercer ese control: los medios de información dieron la noticia e inme-diatamente los ciudadanos críticos hicieron sentir su voz de rechazo por medio de las redes sociales, logrando entre ambos (el cuarto poder: la prensa; y el quinto poder: la ciudadanía con las redes socia-les), ejercer control sobre los poderes tradicionales.

El poder de la ciudadanía frente a la famosa Reforma a la Justicia por medio de Twitter fue tan fuerte que el Canal RCN lo dejó registrado así en su sitio Web: “La Reforma a la Justicia ha generado reacciones en todos los ámbitos pero en uno en especial: las redes sociales. En Twitter los ciudada-nos se están desahogando”. Y la revista Dinero se preguntaba en un titular del 23 de mayo “¿Podrá una red social tumbar al senador Eduardo Merla-no?”. Cinco meses después, a mediados de octubre, la respuesta fue: sí. Fue tanta la presión que la Procuraduría destituyó al senador barranquillero.

Es un común denominador que las nuevas generaciones de colombianos, los jóvenes que hoy están terminando el bachillerato e ingresando a la universidad, sienten la desazón de un país atravesa-do por la corrupción y la inacción (y muchas veces

Que despierte la sociedad civil y ejerza el quinto poder

[email protected]

hasta complicidad) de los poderes tradicionales: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Incluso algunas veces, hasta el llamado “cuarto poder” (los medios tradicionales de comunicación) se involucra con la corrupción y sirve de idiota útil a los intereses de los egoístas que no tienen en cuenta el bien nacional.

Generaciones anteriores solo pudieron hacer oír su voz por medio de los grafitis, los volantes o las marchas. Hoy los grafitis son reemplazados por Twitter y los volantes por los blogs. El poder de las marchas sigue intacto y de hecho históricamente el ser humano ha visto la necesidad de marchar en mo-mentos precisos, cuando ha debido ejercer presión ante ciertos excesos de los poderes constitucionales.

Lo que hoy se debe hacer es fortalecer la so-ciedad civil y que los jóvenes sepan que pueden involucrarse con ella, conformada por aquellas organizaciones independientes del Estado que no estén encasilladas ni homogeneizadas, que son di-versas, que logran tener pensamiento y orientación ideológica diferentes y que por esto no se les puede ver como enemigas del Estado. El Estado ejerce el poder, pero la sociedad civil debe tener el poder para influir en las decisiones que toma el Estado.

Es tan importante la sociedad civil que el BID trabaja con ella: “El Banco considera que las orga-nizaciones de la sociedad civil (OSC), son actores claves en el desarrollo de los países de la región. El Grupo BID trabaja con estas organizaciones a varios niveles. Las OSC son aquellas que representan los intereses de diversos grupos involucrados directa o indirectamente en las operaciones del BID tanto a nivel de país, regional e internacional”.

Muchos jóvenes que han tenido la oportunidad de recibir educación entienden que las grandes transformaciones se consiguen más profundamen-te, por lo duraderas en el tiempo, por medio de la cultura que de los fusiles. Y ellos son los genios en el uso de las llamadas redes sociales. Ellos pueden lograr cambios importantes al constituirse como

sociedad civil y ejercer el quinto poder por medio del buen y oportuno uso de estos instrumentos que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación.

Y otro aspecto antes de terminar: esta presión ciudadana, ahora fortalecida por las TIC, obligará a que los grandes emporios comunicacionales examinen su quehacer diario.

Los medios de información tradicionales ten-drán que definirse de qué lado están: si siguen ejerciendo una función periodística en favor de los poderes corruptos, en cuanto algunos de ellos, por ser parte de los conglomerados económicos, se be-neficien de esas corrupciones, o si retornarán a los ideales puros y primeros, cuando la prensa tenía un sentido social y su función era la defensa de los ciu-dadanos, de los derechos humanos y ambientales, de la verdadera democracia y no de sus disfraces.

Anteriormente, la prensa fungía como la voz del pueblo. Ahora, el pueblo tiene su propia voz; los grandes y otrora poderosos medios están obligados a replantearse como, por ejemplo, ya lo está hacien-do la emblemática BBC de Londres, según reconoce David Cuen, su editor de Social Media: “No se trata únicamente de ofrecer contenido. Participar en las redes sociales es, sobre todo, escuchar y conversar. En BBC Mundo hemos decidido reforzar nuestra apuesta por estas comunidades en línea tratando de aportarles algo, pero al mismo tiempo nutriéndo-nos de ellas. Una de las cosas que más me interesa enfatizar es que estamos decididos a hacerlos más partícipes de nuestra cobertura”.

Lo que se necesita es que la ciudadanía se organice como sociedad civil, para que ejerza el quinto poder y controle los desbordes egoístas de la ambición que hacen torcer a quienes llegan a emplearse en los cargos públicos. Y a esto sí tendrán que temerle los corruptos, pues sus fechorías serán fácilmente conocidas y la gente irá madurando para, democráticamente, castigarlos con el voto.

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Catalina Rodas [email protected]

Doble moral: droga estúpida

Prohibir implica incitar. Incitar es azuzar a, desafiar a, estimular a, en este caso: consumir. El consumo de drogas y la polémica sobre si es debido o no legalizarla para erradicar el narcotráfico es una “papa caliente” que nadie ha querido atajar. Y es que el problema ha tras-cendido fronteras. Resulta que el mercado de la droga ya no es un asunto de la legalidad. Al pa-recer, el problema va más allá y se ha convertido en un debate moral. “¿Un asunto moral?”, se preguntarán algunos, “si llevamos décadas sufriendo las consecuencias por el consumo de alucinógenos”. Colombia, país de solapados e hipócritas, padece, hace tres décadas, de un conflicto producto del narcotrá-fico que nos tiene a nosotros, fieles cristianos, padeciendo, ¡Dios bendito!, los azotes de la lucha

contra la droga. Colombia, país de arrodillados, ha hecho manifiesto que quiere la legalización de las drogas. “¿Para qué?”, se preguntarán muchos. El mercado de estupefacientes, ilegal en muchas tierras, ha tenido grandes impactos de violencia en los países productores, en su mayoría latinoamericanos. Entre ellos está Colombia, gran aliado de su mercado meta: Estados Unidos, financiador de las políticas antidrogas que desde 1999 se aplican en nuestro país. En resumidas cuentas: nosotros las producimos, ellos las consumen. Y es aquí donde viene la prohibición. Al rey del capitalismo, el de las grandes industrias, el productor de la mayoría de deseos materiales del mundo, le hace falta una industria: la de las drogas. Así surgió la idea de prohibir. Estados Unidos, país puritano, rechazó ante el mundo el consumo de drogas. Hagamos memoria. Posguerra: Vietnam hizo vomitar con tanta violencia que el pueblo estadounidense, escandalizado por la prensa, pidió un alto. Nació el hipismo y con ello el consumo de drogas. El LSD, la marihuana y la cocaína se hicieron populares entre los jóvenes del norte y, muy posiblemente, algunos en el Gobierno pensaron: “No se ve bien que los jóvenes anden por ahí drogados, con los ojos enajenados, pensando disparates”, y el Gobierno emprendió una acción moral –aunque muchos dirán que fue una acción legal– y apareció la prohibición mundial del consumo y, al mismo tiempo, comenzó el fortalecimiento de una industria prohibida. Colombia, país obediente, aplicó la norma. Pero, como reza el dicho popular: “Hecha la norma, hecha la trampa”. La producción no se redujo y el consumo se disparó. Y como somos solapados y buenos embusteros empezamos a tolerar el asunto. Bueno, menos los ricos que, al ver esa clase que emergió de repente simulando ser como ellos, exigieron control. Se persiguieron narcos y se des-preció al vicioso. Pero se nos olvida que el cigarrillo y el alcohol también fueron perseguidos. Se nos olvida que también fueron industria y “vaquita lechera” de otras mafias, y que eran perseguidos. Se nos olvida también que alguna vez fueron prohibidos y mal vistos pero que, con la magia de la política, se hicieron legales y, con ello, bien vistos. Las drogas pagan policías, compran políticos y producen muertos. Todos lo sa-bemos, no nos las demos de santos. El problema es que pretendemos prohibir algo que con nuestras acciones ya hemos legalizado.

Más concursos de talento, no

de bellezaEn pocos días se realizará una nueva versión –la número 60– del Concurso Nacional de Belleza. Cartagena, otra vez, recibirá a las mujeres que han sido elegidas como las más bellas del país, quienes aspiran a ser corona-das como Señorita Colombia.Ante la proximidad de este evento, me pre-gunto: ¿Cuál es el sentido de este concurso? ¿Cuáles son los parámetros establecidos de belleza de quien debe ser coronada como reina? ¿Realmente sí es importante realizar este evento, incluso conociendo su alto costo?Para responder, es preciso aclarar que la mujer moderna –la mayoría– no puede ser vista como una muñeca de porcelana a la que sólo le interesa su físico, es decir, hoy no sólo se preocupa por su imagen externa, sino que, además, busca ser reconocida en otros ámbitos en los que deja ver sus poten-cialidades intelectuales y su capacidad para crear ideas que aporten en el desarrollo social.En este sentido, hoy vemos cómo las mujeres sobresalen en política, econo-mía, literatura, deportes y como activistas y defensoras de sus derechos de ciudadanas. Esta situación se puede explicar a partir del esfuerzo realizado por aquellas mujeres que, a lo largo del siglo XX, promulgaron una liberación femenina, que exigía libertad e igualdad en términos laborales, jurídicos y sexuales. Sólo hasta ahora se hacen notorios los cambios, incluso, muchas son protagonistas y se destacan por sus logros. Aunque, claro, todavía existe una brecha salarial entre hombres y mujeres.Con esta perspectiva, concursos como el reinado de belleza sobran porque la mujer actual no debe ser coronada por su belleza externa; en cambio, todas las mujeres talentosas que trabajan para el beneficio de su comunidad sí deben ser reconocidas con más fuerza. Hoy, la mujer es más que una cara hermosa y un cuerpo bonito.Y tanto la Gobernación de Antioquia como la Alcaldía de Medellín entendieron esto. Por medio del Concurso Mujeres Jóvenes Talento, buscan reconocer y premiar el talento de mujeres entre 16 y 25 años. En el Departamento se esta-blecieron cuatro categorías: liderazgo social y político, excelencia académica, deportes y artes y cultura; en Medellín las categorías son cinco: desarrollo social, deportes, ciencia y tecnología, emprendimiento empresarial y artes.Con estos concursos se muestra a la sociedad los múltiples y diversos ta-lentos de nuestras mujeres en ámbitos intelectuales y creativos. Sería una excelente idea ampliar estos certámenes para todo el país y que la “platica” que alcaldes y gobernadores invierten para preparar a las mujeres que asis-ten al Concurso Nacional de Belleza, sea invertida en apoyar y homenajear la labor de aquellas que sobresalen por algo más que por su belleza, pues ésta suele ser efímera, en cambio, el talento y las buenas ideas permanecen.

Hebert Rodríguez Garcí[email protected]

Mónica María Jiménez Ruiz

[email protected]

Me duele Colombia Me duele en sus calles, en su educación, en

su salud, en sus condiciones laborales. Me duele por su odio irracional hacia el otro. Me duele por el poco valor que le damos a nuestros recursos naturales y los regalamos arrodillados a empresas multinacionales.

Cierro los ojos, pienso en ella y parece que todo está mal: guerrilla, paramilitares, corrupción, narcotráfico, desconfianza, abusos, irrespeto, ex-plotación, opresión, mentiras…

Colombia, sumida en la globalización, ha pues-to como valor absoluto el capital, las decisiones políticas que se toman no importan, pues quienes definen el rumbo del país son los emporios eco-nómicos que, de acuerdo con el español Joaquín Estefanía, en su libro El poder en el mundo, están por encima de la ley, de la democracia y de la moral.

Paradójicamente se deja a un lado al ser hu-mano y se pone al dinero como eje central. Su principal consecuencia ha sido la ampliación de las desigualdades, pues quienes tienen más dejan de preocuparse por el otro, para dedicarse a acumu-lar y acumular, así aumentan su poder, mientras

que quienes tienen menos, se acercan a la extrema pobreza y son sometidos.

Los medios de comunicación, considerados un contrapoder, han sido adquiridos por los empre-sarios y se convierten en sus aliados, colaboran con el mantenimiento de estas desigualdades y son muy pocos los que conservan su misión de educar. A pesar de que, se supone, estamos en una democracia, si un medio empieza a develar alguna injusticia, es cerrado (recordemos el reciente caso de la Revista Cambio).

Por las razones anteriores, las ciudades colom-bianas se vuelven cada vez más caóticas, con me-nos espacios y más anomias. Queremos parecernos a países del “primer mundo” y olvidamos nuestra historia y nuestra cultura. “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contri-buye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”, expresó Gabriel García Márquez hace 30 años cuando ganó el Nobel de Literatura.

Lo más grave de la situación es que a la gente se le ha hecho creer que con los incumplimientos de sus derechos, con la extrema pobreza y con el hambre, no hay nada por hacer, está condenada. Pero abro los ojos y me doy cuenta de que hay personas que aún creen que el cambio es posible para que se construya un mundo diferente y, a través del arte, de la cultura, del deporte, del periodismo, de la fotografía y de la poesía quieren rescatar los sueños de la gente, la esperanza, lo estético que habita en cada ser humano.Me duele Colombia porque la amo y porque creo que es viable vivir con más sonrisas, con más abrazos, con más sueños y menos miedos.

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Es otra noche con olor a chocolate caliente recién hecho, de golpeteo de tambor y sonido de gaita. La hora de la cena le regresa la vida al res-taurante de las paredes de cal en Girón, Santander. El establecimiento, al igual que el pueblo en el que está ubicado, es una construcción de arquitectura colonial, que ha sido conservada con propósito de memoria.

Esta noche en el restaurante La Casona, las cocineras preparan una ración de tamales para recibir a un grupo numeroso de recién llegados. Estos, a pesar de las mesas debidamente puestas, se dirigen como poseídos hacia el único espacio libre que queda en el comedor: el lugar frente al quinteto musical que ameniza la noche, donde muy pronto las baldosas de arcilla serán azotadas por muchos pies.

La cumbia, el mapalé y el bullerengue se trans-portan desde la Costa Atlántica e inundan el pueblo, haciendo que todas las almas, incluso las jóvenes, vibren sin conocer el origen de estos ritmos. “Uno siente algo aquí”, dice Evelyn Zuluaga, una mucha-cha visitante, señalándose el corazón.

El grupo musical “Sandunga”, tiene cuatro voces femeninas, los hombres se encargan de la percu-sión, el llamalluvia, la carrasca y la gaita. Dos de ellas saben imitar los sonidos de algunas aves, así que el ambiente de cielo se toma la pista de baile. Los pájaros hacen coro a la voz principal, una mujer de canto grave que saca su mandíbula inferior hacia afuera cuando pronuncia las palabras, para que la canción suene más cóncava.

Los visitantes toman asiento después de una agitada jornada de baile. Mientras la gente termina de saborear el maíz y el chocolate que acompaña el plato, un sexto integrante de “Sandunga” llega al escenario y los alienta a continuar tocando. Va vestido con un pantalón de dril y una camisa de seda, contrario a sus compañeros de guayabera y otras prendas luminosas. Una “M” bordada con hilo amarillo se lee en un costado del pantalón: el nuevo cantante de cumbia también es un empleado de McDonald’s.

A pesar de que otras culturas transmiten sus imposiciones -quizá debido al fenómeno de la glo-balización-, aún se dan encuentros furtivos entre las personas y sus raíces. Es así como este cantante sale de su trabajo a interpretar lo que componían sus tatarabuelos y, también como Evelyn Zuluaga, visita un pueblito históricamente conservado y siente en el corazón las notas de los ritmos que toca “Sandunga” en un restaurante.

La arquitectura de Girón, como la de algunos otros pueblos colombianos, sirve para entender el contexto histórico en el que fueron construidos; para asimilar, incluso, por qué las familias colom-bianas son como son. Sin embargo, para muchos en la modernidad, la cultura ha pasado de ser algo remotamente interesante, al solo hecho de captar lo antiguo en fotografías. Pero, como reivindicación al desperdicio, en este suceso relatado, la música es terapéutica, transporta y transmite memoria.

La cumbia, palabra que sin duda aflorará de los labios de un colombiano al contestar un derrotero de símbolos típicos de país, sobre todo en el exte-rior, es un referente sincrético. “Esta danza es la fusión de tres culturas; la africana, la indígena y la española, que se combinaron para convertirse en la expresión coreográfica y musical más represen-

Lo que significa la cumbia

La memoria tangible de Colombia

Laura Bayer [email protected]

tativa. La cultura negra contribuyó con el ritmo y los tambores; la indígena con la caña de millo y la gaita, y el vestuario parece ser de origen español”, explican los docentes Hernán Humberto Botero y Luis Carlos Rodríguez de Interdis, un grupo de in-vestigación audiovisual musical de la Universidad Nacional, especializado en la realización de docu-mentales; y añaden que son “productos tangibles de recuperación patrimonial en el ámbito de la música clásica o académica creada por músicos colombianos, en una labor que no tiene precedentes en nuestro medio”.

“Una de las tareas más importantes de la uni-versidad pública es la de rescatar el patrimonio cultural local, regional y nacional”, agregan, porque vincular a la academia con las raíces musicales es reconocer el hecho de que tener composiciones que encarnen la esencia de la cultura colombiana es lo que le permite a esta identificarse e, incluso, reflejarse en otras.

El canto de un pueblo

En el pasado XXII Festival de Poesía de Medellín, el poeta Api-rana Taylor, de la nación Maorí, de Australia, pre-sentó un recital en el teatro Hora 25.. Taylor cree que la música y la poesía son hilos que están tejidos a través de su vida. “Yo escribo sobre la pérdida del lenguaje, la cultura y la identidad, tratando de recuperar lo que se ha perdido, para recons-truirlo. Escribo sobre el dolor del pueblo y la búsqueda de su cura-ción”, apunta.

Así, el hombre de ojos claros y comple-xión fuerte explica los relatos de sus instru-mentos, palpándolos con suavidad y hacién-dolos sonar con esfuer-zo, ya que están hechos de elementos naturales que difícilmente pue-den ser pulimentados sin ser destruidos, como conchas de mar, varas delgadas del ár-bol de abeto o incluso, trozos de estalactitas.

“Nosotros [los mao-ríes] hemos conservado en nuestros relatos tra-dicionales el registro de las épicas jornadas de conquista de Samoa y Tagoa, en nuestras

canciones y en nuestra poesía”, cuenta antes de solicitarles a los asistentes una canción colombiana, que le permita conocer cómo es este pueblo.

Entones los asistentes deciden entonar La Pi-ragua, célebre cumbia del maestro José Barros Pa-lomino, que cuenta la travesía de una embarcación que iría hacia Chimichagua, municipio inmortaliza-do en esta tonada por sus famosas “playas de amor”.

Otra vez aparece la cumbia pronunciando las jerigonzas colombianas, el aire folclórico más repre-sentativo del litoral atlántico y de origen africano, ritmo de gran riqueza expresiva y de gran influencia en la memoria de la patria.

Apirana Taylor aplaude con el público y valida la conexión entre dos regiones geográficamente aisladas diciendo que “el lenguaje no existe por sí mismo, proviene del alma del pueblo que habla la lengua… es parte de la cultura e identidad de un pueblo”.

Las calles de la antigua y colonial Colombia son memoria de un pasado que nos configuró y que aún se pueden disfrutar en muchos pueblos de la geografía nacional. Foto: Camilo Londoño Hernández.

La música que acompaña las historias de la antigua y colonial Colombia, cuenta con un significado que trasciende la belleza de sus letras

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Carolina Betti [email protected]

Manuela Duque [email protected]

El éxito o el fracaso del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos definirá el futuro económico y comer-cial de Antioquia con la entrada de nuevos productos a bajos precios. Esto llevará a que se requiera un avance tecnológico y humano en los diferen-tes sectores productivos de la región, con los que se pueda generar desarro-llo en las dinámicas monetarias.

Ese crecimiento económico está asociado con la creatividad, es decir, sólo las sociedades que están produ-ciendo nuevo conocimiento y opor-tunidades, reemplazando conceptos antiguos por nuevos, podrán prospe-rar y tener altas tasas de desarrollo.

En el contexto mundial, el cre-cimiento económico de los países más ricos ha decrecido por las crisis económicas. Los bloques dominantes, como la Unión Europea y Estados Unidos, por primera vez no le es-tán aportando a la evolución de la economía mundial. Hoy, este avance depende del comportamiento de las economías emergentes, como las de China y Latinoamérica.

En una economía como la actual, el concepto de los Tratados de Libre Comercio con diferentes países es indispensable a la hora de crear socie-dades consolidadas en aspectos como el tecnológico, el social y el económico, entre otros. En este sentido, un trata-do comercial puede ayudar a que un país como Colombia diversifique su mercado.

Esto se lograría si existe una sociedad incluyente, con un plan de desarrollo que apunte al avance en términos de educación, infraestructu-ra e innovación, según el economista de la Universidad Eafit, Jesús Alonso Botero García. El TLC puede desen-

cadenar fuerzas de creación en los sectores consolidados de la economía nacional pero, a su vez, podría desatar una destrucción creativa en los secto-res con un avance incipiente.

Uno de los aspectos relevantes para el éxito de los países que se vinculan mediante un tratado, es ge-nerar productos y servicios con valor agregado, pues sólo así se lograría un beneficio económico y social. Por ejemplo, el departamento de Antio-quia tiene, dentro de sus exportacio-nes, productos prioritarios como el oro con un 44%, el banano 10%, flores 6% y café con 4%, caracterizados por su bajo nivel diferenciador.

Una de las puertas que se abre para Colombia es el mercado estadouniden-se, que actualmente enfrenta una crisis que ha llevado sus tasas de desempleo del 2% al 8% en los últimos años, según Óscar Iván Zuluaga Escobar, econo-mista de la Universidad Javeriana y ex ministro de Hacienda y Crédito Público.

Frente a este panorama de cambio en el mapa económico mundial, un país debe tomar acciones políticas

que lo preparen para la entrada a la economía global: “Colombia crece más que el promedio de América Latina, por eso es un país atractivo debido a que tiene mucho para ofrecer en crecimiento económico”, afirma el ex ministro Zuluaga.

El economista Botero García ase-gura que existen cinco tipos de accio-nes básicas: “Primero, tienen que implementarse políticas que forta-lezcan la capacidad productiva de los sectores, es decir, el apoyo financiero e investigativo que el Estado brinda. Se-gundo, se debe formar capital humano adecuado para las necesidades que traiga el Tratado e identificar qué tipo de profesiones serán más valoradas. Tercero, se debe desarrollar estructu-ra física y de información. Cuarto, se debe crear una buena estructura de fi-nanciación, con mercados de capitales sólidos que permitan apalancar pro-yectos; y por último, se deben mejorar las políticas de comercio exterior, no sólo en la parte de aranceles, sino en las condiciones fitosanitarias del país”.

Sin estas condiciones, Colombia se encontraría con múltiples barreras para lograr un avance y equilibrio frente al Tratado con Estados Unidos.

Antioquia frente al TLC con Estados Unidos

Antioquia, una de las regiones más importantes del país, aporta la mitad de los ingresos económicos naciona-les, por lo que su avance en términos de infraestructura, talento humano y condiciones de innovación, ciencia y tecnología, son indispensables para pensar en una correcta evolución para el Tratado.

Sin embargo, el tema de infraes-tructura física tiene poca capacidad de logística y conectividad que puede afectar las condiciones competitivas de la región, pues Antioquia carece de puertos cercanos; “tenemos unas cir-cunstancias muy precarias para llegar a ellos y también a los embarcaderos de Urabá, que no tienen las condi-ciones apropiadas aún para prestar servicios de exportación. Y la lejanía con los puertos de Cartagena, San Bue-naventura y Santa Marta también nos resta competitividad”, asegura Andrés Cano Gamboa, director de Desarrollo de la Secretaría de Productividad y Competitividad de Antioquia.

Adicionalmente, la región no cuenta con condiciones adecuadas de transporte fluvial, no tiene navegabili-dad suficiente por el río Magdalena ni posee un sistema férreo que permita conectividad con puertos secos en diferentes puntos cercanos a Mede-llín, como al norte o al sur del Valle de Aburrá. Esto imposibilita, además, que haya una conexión directa con Cisneros y Puerto Berrío.

“La infraestructura física, en las condiciones del suroeste, en la vía hacia el mar, Urabá, occidente an-tioqueño y oriente lejano, son muy complicados desde el punto de vista de la pavimentación, las carreteras no tienen dobles calzadas y no hay condiciones adecuadas”, explica Cano Gamboa.

En cuanto al sistema aéreo, no existe un buen nivel de conectividad internacional del aeropuerto José María Córdova, puesto que sólo tiene once vuelos internacionales, lo que hace que Medellín no sea considerada como un punto abierto, a diferencia de Bogotá, lo que limita su capaci-dad de exportación. Por su parte, el aeropuerto Olaya Herrera tiene unas condiciones regionales que tan solo

En una economía globalizada y acelerada, los cambios que enfrentan las regiones no dan espera

Hacia dónde va Antioquia con el TLC

“Solo aquellas sociedades que están produciendo oportunidades distintas a las que tienen, son sociedades que realmente pueden prosperar y tener altas tasas de crecimiento”.Por qué fracasan las naciones, James Robinson y Daron Acemoglu.

El campo es uno de los sectores al que se le debe inyectar mayor inversión económica y social para lograr sostenibilidad. Foto: Catalina Rodas Quintero.

Se necesitarán empresas con estándares altos de calidad. Foto: Diego Sánchez Alzate.

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cumplen la misión de conectar vuelos dentro del Departamento.

Talento humano para el TLC

Desde el punto de vista social, el talento humano tiene dificultades en cuanto a la calidad educativa, técnica y tecnológica, y la pertinencia con el sector industrial. Como lo expresa el economista Botero García, no tiene sentido que en Colombia se eduque o capacite gente en sectores poco competitivos, mientras se necesitan recursos humanos en espacios con mayores proyecciones.

“Actualmente no existen con-diciones favorables para generar competitividad a través de nuestro talento humano, pues apenas el 2% de los antioqueños habla un segundo idioma, siendo el bilingüismo un tema importante; no tenemos, además, suficiente nivel de acreditación ni de articulación con universidades internacionales para realizar inter-cambios; y no contamos con centros de investigación avanzados que permitan dinamizar la innovación”, afirma Andrés Cano Gamboa, de la Gobernación de Antioquia.

Entidades como el SENA carecen de un escenario propicio para estar articuladas con las condiciones in-dustriales y manufactureras de las regiones. Estas deficiencias educati-vas vienen desde el sistema nacional de educación, que no le brinda las mismas oportunidades a los jóvenes de bajos recursos: “Un estudiante que va a un colegio público estudia 150 horas menos que el que va a la institución privada, es por esto que a largo plazo no puede competir con los estudiantes de colegios privados, con lo que se genera una brecha que empeora en los sectores rurales donde el estándar educativo es más bajo”, explica el ex ministro Óscar Iván Zuluaga Escobar.

A su vez, afirma que son nueve millones de jóvenes los que se ven afectados en el país debido a este problema, lo que se podría mitigar a través de su inclusión en el sistema educativo primario, de manera que se incentive la innovación y, por tanto, la productividad.

La innovación en Antioquia tiene limitaciones muy amplias, tan solo el 17% de las exportaciones antioque-ñas tiene alta tecnología y el restante utiliza una tecnología precaria.

Desde hace diez años, en An-tioquia se viene implementando el

concepto de clúster, que ha apuntado a la alianza público-privada para for-talecer las empresas antioqueñas con el fin de innovar y acceder a nuevos mercados.

Los clúster, como explica el ex ministro Zuluaga, son mecanismos a través de los cuales se especializan las regiones en determinado bien o servicio y crean condiciones de economía de escala para permitir desarrollar productos de altos niveles de productividad.

Carlos Mario Bernal Jaramillo, di-rector del clúster de Construcción de la Cámara de Comercio de Medellín, asegura que esta estrategia “es un acuerdo para ver esa base social que está en ese territorio y preguntarse qué habría que hacer para que sea productiva, competitiva, innovadora y sostenible”.

En qué va Antioquia

Con el conocimiento que frente a los retos debe adquirir la región en materia de seguridad, pobreza e infraestructura, para lograr suplir las demandas del mercado, debido a la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, se adelantan diversas estrategias que plantean una Antioquia descen-tralizada.

Con el objetivo de “Antioquia la más educada”, desde la educación se han firmado pactos para mejorar la calidad en este tema en 65 municipios de las regiones de oriente, occiden-te, Urabá, Valle de Aburrá, norte y suroeste.

El Plan de Desarrollo Departa-mental de Antioquia ha posicionado la educación como uno de los motores para generar una transformación en la región, mejorando las experiencias educativas desde lo institucional e individual con el fin de optimizar, además, la cultura de la legalidad.

Proyectos como la construcción de 40 parques educativos, la crea-ción de concursos para estimular el talento creativo y el fortalecimiento del emprendimiento y la innovación empresarial son impulsados desde el programa Cultura E, con el propósito de suplir la necesidad de recursos hu-manos a la que se enfrenta Antioquia por el TLC.

Antioquia E es el modelo de em-prendimiento empresarial que desde la Gobernación de Antioquia ha gene-rado oportunidades en las diferentes regiones del Departamento, como explica Andrés Cano Gamboa, de la Gobernación de Antioquia.

850 ideas de negocio se han ins-crito al concurso Capital Semilla y las regiones antioqueñas han empezado a contar con Centros Antioquia E que buscan asesorar el fortalecimiento empresarial, la asociatividad, formali-zación y acceso a créditos y mercados.

Para el fortalecimiento empre-sarial debe haber una mejora en la infraestructura. Proyectos como Au-topistas para la Prosperidad buscan posicionar a Antioquia en el mapa de la competitividad nacional y regional. “El Departamento tiene cerca de 4 mil 700 kilómetros de vías secun-darias y se invertirán más de 258 mil millones de pesos para unir las cabeceras municipales y garantizar la movilidad”, según se establece en el Plan de Desarrollo.

Esto posibilitará la mejora en la productividad de los diferentes sec-tores porque se reducen las barreras arancelarias y no arancelarias, se generan mayores ingresos y una alta competitividad en el TLC.

Pero sólo con la mejora en la segu-ridad y la prevención de la violencia

se podrán enfrentar los retos. En este sentido, Antioquia ha pasado de un 30% a un 97% de municipios con un plan local de seguridad para con-trarrestar los riesgos de la violencia.

En espacios rurales golpeados por la violencia, en donde se encuentran sectores importantes dentro de la economía de la región, como los lácteos, se han generado acuerdos con los gremios lecheros para apoyar la cadena láctea del departamento. Otro sector que ha buscado mejorar la calidad en su valor agregado es el café, por lo que se adelantan proyec-tos de cafés especiales con más de 30 mil familias cafeteras, que buscan crear rutas turísticas y un plus en el producto que permita competir con las importaciones y combatir el desempleo.

Además, con el fin de descentra-lizar las industrias, se planea crear condiciones de ciudades intermedias paralelas a Medellín como Apartadó, Yarumal y Puerto Berrío en las que se propicien avances tecnológicos y productivos.

El TLC, como siempre, tendrá ga-nadores y perdedores. Los perdedo-res podrían llegar a ser las personas que cuentan con negocios y que no tienen los recursos para competir con un mercado tan grande como el estadounidense, mientras que los ganadores serán quienes aún se están preparando y estudiando.

A pesar de que el Plan de Desarro-llo de Antioquia ha planteado ciertas rutas de trabajo, aún faltan llevar a cabo muchas de ellas, pasando de las ideas a las acciones; todo esto tenien-do en cuenta que hoy contamos con un plazo de seis años para preparar-nos, debido a que al término de este plazo entran en vigencia todas las cláusulas arancelarias del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.

En este punto, el Estado no puede apostar por un ganador, deberá ser el sector privado el que busque la mane-ra de aprovechar las condiciones del Tratado con Estados Unidos. El apoyo de los gobiernos no puede estar diri-gido únicamente a entregar dinero, debe apostar a la investigación y a la innovación y empoderar a los ciuda-danos. Una sociedad que no genere oportunidades tiende al fracaso.

Los clúster se han encargado de fortalecer las industrias antioqueñas y potencian la calidad en la mano de obra. Foto: Laura Betancur Alarcón.

Las carreteras de Antioquia evidencian el atraso que presenta la región frente a un TLC que exige vías de calidad. Foto: Hebert Rodríguez García.

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A 134 kilómetros de Medellín, entre un ramal de montañas, se encuentra un Jardín. Amplio valle de 224 kilómetros que desde la desem-bocadura del río San Juan se extiende por los Andes hasta Caramanta, Tá-mesis y Jericó. Sus aguas brotan de lo más alto de los farallones del Citará mezclándose con las corrientes cáli-das del río San Juan. Valle de robles y nogales; de cedros y guayacanes. Valle de Chamíes, Catíos y Docatoes que habitaron la zona desde antes que Indalecio Peláez llegara, trazara calles y construyera caserones.

Esas montañas rocosas ocupadas inicialmente por indígenas han guar-dado por milenios un valioso tesoro. En el interior del macizo las vetas de oro se aferran al filón y en las vegas de los ríos y las quebradas, migajas de oro, se camuflan entre la arena.

Tal vez por eso fue que hace unos meses los lugareños vieron un grupo de hombres que mecían sus bateas junto al río. Jorge sabe que ahora alguien busca también esa fortuna. Ese sueño que lo mantiene vivo, que lo hace caminar. Intuye que debajo de esa tierra se encuen-tra un botín que alguien más anhela desenterrar.

Gabriel Poveda Ramos, en su libro Minas y mineros de Antioquia, cuenta que durante el siglo XVI la región entregó aproximadamente 65 toneladas de oro, y que para trabajar las vetas era necesario perforar hasta crear corredores y pozos a mano. Esta labor era inicialmente de los indios que usaban barras, cuñas y almádenas traídas de España. “La población indígena disminuyó velozmente en los primeros años del siglo XVII y pronto faltaron brazos para el trabajo en las minas. Por esa razón se trajeron los esclavos negros desde Cartagena; pero la gran distancia a ese puerto y la dificultad de transporte a pie, los hacía siempre escasos y muy caros en la provincia”.

Pero no todo el oro se lo llevaron con la colonización. Jardín no es por tra-dición un pueblo de explotación minera a cielo abierto o a gran escala, aunque algunos quieren imponerlo.

El oro que no se llevaron“¿Que los españoles se llevaron el oro de América?, mentira. Los españoles

no se llevaron nada. No se llevaron la milésima parte. El oro está acá todavía y se lo están regalando a las multinacionales. Esa es la realidad, una realidad muy cruel”, cuenta Jorge Rendón quien aún se dedica, a sus 65 años, a la minería tradicional en Jardín.

Al parecer, las apreciaciones de Jorge no son simples especulaciones. Según un estudio de la Escuela de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, titulada Geoquímica de bloques para predecir grandes depósitos minerales en el departamento de Antioquia, la región tiene un gran potencial en minerales y con los mapas geoquímicos una empresa minera puede hallar fácilmente cualquier elemento como oro o coltán.

En noviembre de 2011 un helicóptero sobrevoló el espacio aéreo de Jardín. Los jardineños se inquietaron al ver el ir y venir de la aeronave sobre la zona.

Daniel Ochoa, integrante de la Mesa Ambiental del municipio, comenta que desde la organización se informó al pueblo sobre las implicaciones de que un helicóptero de origen desconocido surcara los cielos sin aviso previo. “Quiénes son, de dónde vienen y qué quieren”, se leía el afiche que empapeló las coloniales paredes de la Plaza Fundadores.

La aeronave, que llevaba en el fuselaje un magnetómetro, cumplía labores de geointrospección para la empresa minera Júpiter S.O.M. La compañía Helyfly, encargada de sobrevolar por Jardín, más tarde y debido al inconformismo de los habitantes, dejó correr un afiche donde avisaba que su compañía y MPX Colombia S.A.S estaban adelantando estudios de geología para identificar minerales y que esto no causaría daño para el medio ambiente.

El Ministerio de Minas y Energía incluyó a Támesis, Valparaíso, Jardín, Jericó y Pueblorrico en el Plan Nacional Minero, municipios que no incluían dentro

de su vocación económica la minería, a pesar de estar sobre el denominado Cinturón de Oro de Colombia.

La riqueza del cinturón despertó el interés de empresas multinaciona-les como Anglogold Ashanti Colombia, que tiene en su poder cinco títulos mineros, y la empresa Bullet, posee-dora de dos títulos que abarcan casi 2.000 hectáreas.

El 27 de mayo de este año, Jardín tuvo un cabildo abierto donde la comunidad, por petición de la Mesa Ambiental, planteó al Concejo Muni-cipal “la no inclusión de la minería en el Plan de Desarrollo Municipal y en el Esquema de Ordenamiento Territorial. El objetivo es reafirmar la vocación agrícola y turística del terri-torio y exigir el derecho al agua y a un ambiente sano. Esta vocación y estos derechos están amenazados por la expedición de licencias de exploración a multinacionales mineras”, según una carta publicada en el portal de la orga-nización ambiental Censat Agua Viva.

El oro no se comeSegún Carlos Enrique Londoño,

docente de Política y Problemas Colombianos de la Universidad Pon-tificia Bolivariana, el asunto de Jardín no puede verse como un problema aislado, pues “es toda la región del

suroeste que está afrontando el tema de la minería”. Además, afirma que la exploración destruye bosques y grandes fuentes de agua, ya que no existe ningún control y que gran parte de las exploraciones no requieren una licencia ambiental, las solicitan sólo cuando van a explotar comercialmente un territorio.

El tesoro aurífero es tan sólo una idea que la fiebre del oro, en nuestro país, ha erigido con asta y bandera de todos los colores menos el amarillo, el azul y el rojo. El poder transnacional parece más fuerte que los esfuerzos por detener una actividad que genera poca riqueza en términos reales para el territorio que es explotado. Todavía hoy resulta como una difícil tarea comprender lo benéfico del dorado mineral dentro de la tierra, más que fuera de ella, pues el oro no se come.

“Hoy pueden verse campesinos muy entusiasmados porque alguien les ofrece el doble del valor de su finca para obtener oro”, asegura el profesor Londoño y precisa que muchas veces ese poder mayor, que es ambicioso e insaciable, no prescinde de la corrupción para obtener lo deseado puesto que gran parte del boom minero es ilegal y puede estar encabezado no sólo por grandes multinacionales, sino también por la guerrilla, los paramilitares o bandas criminales, como sucede en otras regiones del país.

Por su parte, Germán Buitrago, subsecretario de Desarrollo Rural y Medio Ambiente de Jardín, afirma que “el tema acá más que ser uno de minería como tal, es un asunto que se ha planteado en defensa del territorio, de los recur-

Un acercamiento a la explotación minera en el pulmón de Antioquia

“La mayor riqueza es no tener ninguna ambición”

Manuela Saldarriaga Hernández Hebert Rodríguez García [email protected] [email protected]

Cuando Jorge Rendón habla de La Fortuna se le iluminan los ojos y deja ver una oscura sonrisa; se le acelera el corazón. Esa mina que por revelación se le apareció en sueños y a la que le ha dedicado 20 años para hallarla, hasta ahora no es más que una ilusión. -Soñé que se abría la montaña-, dice. –Luego vi que ardía, me acerqué y fue cuando lo vi. ¡Había oro!

Las manifestaciones de los jardineños pretenden conservar sus territorios libres de explotación minera y aseguran que con su llegada sería el fin del pueblo como hasta ahora se conoce. Foto: Catalina Rodas Quintero.

La población flotante que llega a los pueblos en busca de oro modifica el contexto social y transforma la dinámica económica del pueblo. Foto: Hebert Rodríguez García.

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sos naturales de los jardineños, del agua, de la vida, de la comida”.

Y esta “fiebre del oro” no es algo novedoso si se tie-nen en cuenta las apreciaciones de Francisco Antonio Zea aparecidas en el libro Minas y mi-neros de Antioquia, de Poveda Ramos, cuando en 1819 escribió para el congreso de An-gostura que sería necesario abrir la minería a la inver-sión extranjera, como única mane-ra de atraer capital e interés diplomá-tico y político ha-cia nuestro país. “Nuestras puertas se abren a todas las naciones. ¿Qué le importa al Esta-do que el propie-tario de una vasta plantación, de una mina de oro, sea ciudadano de París, de Londres, de Viena, de Petersburgo? Lo que importa es el buen cultivo, el beneficio bien entendido, la explotación acertada, la multiplicación de toda clase de productos; lo que le importa es el movimiento activo de la minería y la agricultura”.

“La favorabilidad de la ley colombiana es reprochable y la indiferencia del casco urbano es aún más desalentadora. Es claro que las políticas del Estado se toman desde unos escritorios en donde cabe poca gente, y con total desco-nocimiento de los territorios conceden los títulos, ignorando qué comunidades indígenas viven allí o la biodiversidad que pueden tener estos lugares”, asegura el ambientalista Ochoa, quien a través de la Mesa Ambiental busca promover la protección y la defensa del territorio.

Pueblo bonito que fuisteJardín, “el pueblo más bonito de Antioquia”, teme que la maldición de la in-

dustria minera, aquella que trae la peste a los ríos y tierras, termine por destruir el tejido social que por años ha identificado a esta comunidad conservadora, donde Manuel Mejía Vallejo inspiró parte de su novela La casa de las dos palmas.

Ese Balandú que Vallejo escribió en el papel, tiene un pedazo de vida en esa tierra pacífica que es Jardín.

Raúl asegura que la explotación de la minería traería “prostitución, pobreza y desunión en el pueblo”. Y como él, Roberto Díaz Chaverra, quien relata varias veces al día la historia de Jardín como guía del Museo, dice que “con la minería se acabaría el paraíso”.

Por el contrario, la Mesa Ambiental cree que no es tanto por la descomposi-ción del tejido social, y hace hincapié en que pesa muchísimo el DMI (Distritito de Manejo Integrado), compuesto por muchas hectáreas de bosque y de selva virgen que son casi como el pulmón de Antioquia. “¿Por qué una de las zonas más biodiversas permitiría una explotación de por lo menos unos 15 ó 20 años, a cambio de quedarse sin agua, sin monte, sin selva y sin aire? En realidad, la vocación de Jardín es la agricultura, la ganadería y el turismo, más que como puede llegar a serlo la minería”, asegura Daniel Ochoa.

Pero con las distintas opiniones que se per-ciben en el pueblo, el párroco afirma que “dos golondrinas no hacen llover y mientras unos están a favor y otros no, se irá explotando disi-muladamente”.

El mayor temor de los habitantes es que ocurra algo similar a otras regiones como el Bajo Cauca, donde el fenómeno minero incursionó a finales de los años ochenta y se modificó la dinámica de las tierras que eran de tradición ganadera y que, cuando se descubrió el oro de aluvión en las playas del río, atrajo a la población flotante y la ganadería quedó casi extinta.

Es más, paradójicamente, el helicóptero que sobrevoló Jardín fue el mismo que desapareció en el municipio de Argelia en el departamento del Cauca, y, en palabras de Ochoa, “en ningún momento ni un solo periodista preguntó qué hacía allí: ¿Geointrospección? Con la complicidad de los medios de comunicación nunca se informó que buscaban oro, y es quizá una razón que ex-plica el porqué la comunidad del municipio tomó medidas violentas de rechazo”.

Mario es habitante de Jardín y posee una tierra a una hora del casco urbano del pueblo en donde dicen, hay mucho oro: “Por allá se mantienen barequeando, hasta fue gente con retroexcavadoras de Amalfi-Zaragoza y no la dejaron traba-jar. Yo me pregunto entonces ¿por qué no dejan trabajar al que puede trabajar y al que lo sabe hacer?”. Pero Fabio Marín Correa, a diferencia de Mario, cree que la explotación minera sólo deja sinvergüencería y desastres ambientales: “Desde hace muchos años se han hecho protestas al respecto porque no se espera esa realidad de un pueblo turístico”, dice quien fuera concejal y alcalde encargado por tres meses en Jardín en el período 2001-2003.

“Siempre que hay minería la cantidad de gente es desproporcional al te-rritorio que se encuentra porque cualquier persona sin necesidad de ninguna experiencia puede lavar oro”, expone Claudia Avendaño Vásquez, historiadora de la Universidad Nacional y docente de la Universidad Pontificia Bolivariana. “El pueblo minero siempre es un pueblo miserable porque nadie quiere trabajar la tierra. Porque es demasiado trabajo mientras que lo otro es una labor itine-rante: vas, recoges y cuando te lo gastas, vuelves y recoges”, dice; y agrega que además del cambio de oficio de la región, la minería trae violencia y narcotráfico.

Además de la presencia de helicópteros en la zona, una camioneta recorrió el lugar con gente que pretendía hacer introspección en el territorio y fue ape-dreada por algunas personas de quienes no se tiene registro. “La gente no quiere la minería a cielo abierto en Jardín, porque sí ha sido una forma de economía, pero siempre se ha hecho de manera muy tradicional y artesanal en el pueblo. Por ejemplo, bajan al río y lavan lo que sacan de la tierra sin generar mayor contaminación, pero cuando es a mayor escala la cosa cambia”, afirma Fabio.

Y aunque la mayor riqueza es no tener ninguna ambición, Jorge, afanado por encontrar su soñada fortuna, pidió que le adjudicaran unas hectáreas de tierra para cavar socavones y encontrar su recompensa. La solicitud le fue denegada y la idea de encontrar ese amor que le quita el sueño aún no se cumple. “Yo voy a encontrar esa mina”, dice y se detiene a mirar unos segundos. “Esa mina en verdad existe y yo sólo pido un poco de tierra para tener eso que es mío”.

Jardín se caracteriza por ser un pueblo tranquilo y con la incursión minera la dinámica del pueblo cambiaría. Foto: Hebert Rodríguez García.

Jardín se opone a la minería y a través de manifestaciones exige que se respeten sus recursos y se proteja el medio ambiente. Foto: Catalina Rodas Quintero.

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10Ataviada en un conjunto de falda y camisa del

color de sus hierbas, Ana Yépez, a quien los años ya le han regalado algunas ajaduras en su rostro y cierto aletargamiento en su cuerpo, se sienta los siete días de la semana en un banco de madera a organizar hojas de bijao y a recetar bebidas, según ella curativas, a los clientes de la Placita de Flórez de Medellín.

Mientras “Mita”, como la llaman de cariño sus compañeros de la Placita, busca una rama de hinojo en la pared atestada de hierbas y flores amarillas, violetas y rojas -que le brindan al lugar la vitalidad que deben producir las plantas en sus compradores-, se acerca un hombre de sombrero, ruana y bastón pidiendo, con la boca a medio abrir, un “menjurje” para aliviar el hígado. Sus labios son el foco de su cara, están rajados y rugosos como una cáscara de nuez, de base amarilla con pequeñas incrustaciones rojas de sangre coagulada. El dolor debe ser tal, que su boca sólo se abre lo suficiente como para que, en medio de aquella resequedad, pueda salir su voz.

“Jumm vea, compre diente de león, ortiga y dien-ticaballo-”, le dice Ana al señor, en tanto diagnostica que la molestia de sus labios se debe a la fiebre que le produce la inflamación del hígado. “Usted cocina eso, le dice a su esposa que lo mezcle todo en un litro de agua y se lo toma tres veces al día”.

Ana, quien proviene de San Javier, de una familia con tradiciones campesinas, comenzó vendiendo legumbres cuando el sitio era apenas un plano don-de se reunían lugareños que llegaban desde Santa Elena, San Cristóbal, Marinilla, Rionegro, Sonsón y otros rincones de Antioquia para extender en costales los alimentos producidos en sus tierras, además de pollos y gallinas.

Según esta mujer de 76 años y cabello corto recogido, un poco en-trecano, por la década de los setenta la Placita de Flórez era una casa vieja con arboledas, frutales y sembrados de yuca y plátano alrededor, propie-dad de Rafael Flórez, quien, años más tarde, mandó a tumbar la edificación para donar el terreno al Municipio de Medellín. Éste construyó la plaza tal como se conoce hoy y es el recinto donde ella comercia con hierbas y flores, que ofrece como plantas y ex-

Costumbres campesinas en un oficio que pervive desde épocas ancestrales

“Mita”, la asediada yerbatera de la Placita de Flórez

En sus pupilas reposa el paso de más de cincuenta años de madrugadas para llegar a las cinco y media de la mañana a su local, donde comercia con la naturaleza y la vende como el medicamento que cura todos los

males del ser humano, incluidas enfermedades, mala suerte, desamor y disfunciones sexuales.

tractos con propiedades y aplicaciones medicinales. Marina Ordóñez, la sexta de los 12 hijos de la

yerbatera del mercado de la Comuna 10, La Can-delaria, cuenta que su madre, por ser del campo, conocía muchas ramas y para qué podrían servir, puesto que era “casi una tradición de la familia y de los abuelos”. Jorge Ordóñez, otro de sus hijos, relata que al principio todo no fue tan positivo: “Mi mamá tenía el puesto de legumbres y como a veces traía hierbitas, las vecinas envidiosas (que sí tenían un local destinado para la venta de plantas) ponían la queja a la administración y a “Mita” le tocaba pagar la multa de 200 pesos en ese tiempo”.

“Doña Ana, necesito unas ramitas”, dice Gloria Elena Medina, quien sufre de trombosis, es decir, de coágulos en los vasos sanguíneos; asegura que se tomará las aguas de gualanday, por sus propieda-des antisépticas y antibacterianas. “Fue mi papá el que me recomendó a doña señora porque él sufría mucho del colesterol y del azúcar, y con las ramitas de ella, se curó”, cuenta.

Y es que esta yerbatera, de joroba y abdomen prominentes, goza de una significativa popularidad en aquel mercado, pues muchos de sus vecinos de trabajo se escapan unos minutos de sus locales para saludar a la mujer que, según ellos, es quien más sabe de hierbas en la Placita de Flórez.

Aunque Cecilia Camargo, cliente desde hace más de 25 años del “puestico de ramas”, asegura que gracias a Ana le bajó el alimento materno para su primogénito cuando la mandó a tomar agua con se-millas de hinojo (planta que expele un olor similar al anís y sirve para la digestión). La propia “Mita” reconoce que no se las sabe todas, en el momento en que un hombre le pregunta por una rama de siempre viva para calmar la hemorragia y el cólico de una de sus sobrinas en los días de periodo, pues Ana hasta ese instante se entera de los beneficios de esa planta. “El propio médico le dijo a la niña que tomara agüitas de eso”, agrega el hombre.

La yerbatera aprovecha para contar que en el año 74, cuando el doctor Jaime Escobar Urrea tra-bajaba en el Seguro Social, además de ir y comprar, enviaba con frecuencia a sus pacientes para que adquirieran plantas que complementaran la fór-mula médica. “Algo similar hacían los dotores Jorge Carvajal y Elkin Quiroz cuando recetaban diente de león” (sic), para alergias y el cuidado del hígado y los riñones, lo que para Ana es una prueba de su hipó-tesis: “La medicina es necesaria, pero uno tiene que ayudarse con las ramitas. Lo único que se necesita para morir es estar vivo, pero hay que prevenir”.

Cuando “Mita” termina su anécdota, un hom-bre, con una pantaloneta que deja ver sus piernas escuálidas, se aproxima con sigilo hacia ella para pedirle, mediante un susurro cuasi imperceptible al oído de quienes están alrededor, la receta de un baño que llame la buena suerte, pues asegura que “últimamente he pisado todo con este pie”, al tiempo

que le da un leve golpe al suelo con su zapato izquierdo. La solución que propone Ana es hacerse el baño de las siete hierbas amargas y las siete dulces, las primeras para la limpieza, las segundas para la prosperidad.

Tal vez este mismo baño de bue-na suerte es el que se ha hecho Ana Yépez para conservar tanta clientela que por más de medio siglo ha creído en el poder medicinal de sus plan-tas. Quizá la canela, los clavos y el geranio sí funcionan para atraer las buenas energías y la prosperidad en los negocios, pues el suyo es de los más concurridos de aquel mercado antiguo de la ciudad.

Para esta yerbatera, el éxito del consumo de las hierbas depende de la constancia y de la fe. Foto: Hebert Rodríguez García.

Juan Pablo Ramírez Martí[email protected]

Foto: Juan Pablo Ramírez Martínez. Foto: Juan Pablo Ramírez Martínez.

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No eran grandes ni pequeñas, pero llamaban la atención. Esta-ban enterradas en el parque Los Almendros, simulando el campo de un cementerio en un sector que se caracteriza por la vida cultural. Las cruces de color blanco le dieron un aire lúgubre al verde de los árboles, alertando a los transeúntes sobre la construcción de una funeraria en un barrio que se formó alrededor de la Biblioteca Pública Piloto (BPP) hace más de 40 años.

Meses atrás, un grupo de jóvenes del Centro Cultural Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia, ubica-do donde antes funcionaba el Museo de Arte Moderno, intervino en el par-que de esta forma para mostrar una problemática social que se presenta desde hace tres años.

A partir de octubre de 2009 al-gunos habitantes, la Junta de Acción Comunal, políticos, administradores y visitantes han impuesto varias acciones jurídicas que expresan el inconformismo ante la idea de que viviendas e instituciones educativas y culturales, compartan el territorio con una funeraria.

“Un centro de velación traería insalubridad, impacto ambiental, difi-cultades en la vivienda y en la seguri-dad de la zona. Es una contaminación en todo sentido: las propiedades se desvalorizan, hay más carros y las personas se van yendo de sus apar-tamentos”, explica Marta Jaramillo Ángel, quien vive en el barrio hace más de 20 años.

El predio de carácter privado, ubicado donde antes funcionaba el Hipercentro Corona, fue comprado por la empresa bogotana Campos de Paz Ltda., que obtuvo la licencia de la Curaduría Urbana Tercera del Mu-nicipio para construir en este lugar.

Al respecto, la arquitecta de la Unidad de Ordenamiento Territorial de Medellín, Marta Luz Restrepo Ramírez, sostiene que al suelo se le está dando el uso correcto, ya que el lote está situado, según el Plan de Or-denamiento Territorial –POT–, en el Corredor de Actividad Múltiple Zonal, lo que indica que presenta diversidad de usos y actividades económicas.

La secretaria de la Junta de Acción Comunal del barrio, Beatriz Bernal Trujillo, expresa que la comunidad tiene la esperanza de que se amplíe la Biblioteca Pública Piloto, pues hace más de 5 años existe la propuesta, de la firma Gustavo Jaramillo Santander, de un anteproyecto que la convertiría en parque biblioteca. “Sin embargo, sentimos que es difícil porque no ve-mos voluntad política para solucionar la problemática”, afirma.

El concejal Luis Bernardo Vélez Montoya dice que el problema para

La resistencia del barrio es por la cultura de Medellín

La ciudad educa no solo desde las aulas de clase, sino desde los espacios donde hay un encuentro con la cultura y las artes, donde las personas pueden conversar libremente sobre su vida e intereses. Carlos E. Restrepo es considerado uno de estos pocos lugares, razón por la que continúa la oposición contra la

construcción de una funeraria en la zona.

Carolina Bedoya [email protected]

detener la construcción está en que la curaduría renovó la licencia, por lo tanto, así haya voluntad política, existe un permiso que hace legal la existencia de una funeraria en este predio. “No es competencia del Concejo parar la obra; quienes deben resolver la situación son las instancias judiciales, debido a que la comunidad ya interpuso una acción popular”, explica.

El argumento de esta acción es que el permiso viola la Ley general de educación que prohíbe la cons-trucción de una funeraria a menos de 80 metros de un recinto educativo. La respuesta que da la Subdirección de Planeación Territorial es que, por lo dispuesto en el POT, la Biblioteca es un lugar de tipo cultural y está en una zona con fines mixtos.

Beatriz Bernal Trujillo asegura que la BPP debe defenderse por ser declarada patrimonio cultural. Ade-más, se tiene un estudio realizado por

la Universidad Pontificia Bolivariana sobre la contaminación auditiva y del aire que traería el funcionamiento de la funeraria en el sector.

El arquitecto-constructor, PhD. en Historia, Patrimonio y Ciudad, de la Universidad Nacional, Fernando Gon-zález Escobar, afirma que la sede del Museo de Arte Moderno y la BPP per-mitieron que se uniera la universidad con otros escenarios y que se formara una visión intelectual en el barrio.

Asi mismo, opina que autorizacio-nes como la de la Curaduría Urbana Tercera deja ver que quienes gobier-nan no tienen en cuenta la historia de las comunidades. “No hay parti-cipación de las personas para hacer valer sus espacios, sus narrativas e historias barriales a la hora de dise-ñar el Plan de Patrimonio”, comenta.

El parque de Carlos E. puede considerarse un lugar único de la ciudad por su dinámica pacífica, por-que hay expresión de la palabra para conversar, cantar, discernir y conocer al otro, opina uno de los fundadores del Centro de Historia, del municipio de Bello, Sergio Spitaletta Hoyos. “Cuando la gente se reúne después de clases o de ver un concierto, se amplía el conocimiento y se produce un intercambio especial”.

González piensa que la norma-tividad debe ser coherente con la dinámica urbana, la cual debe ser cultural, recreativa y de interacción social. En este caso, la norma está generando un uso incompatible con la vocación del sector, pues en el lote se podría construir algo que amplíe

los servicios de la BPP, lo cual sería el vínculo directo de ésta con el parque Los Almendros.

El historiador y el arquitecto-cons-tructor afirman que Colombia y sus pueblos tienen “levedad de memoria”, razón por la que las clases dirigentes destruyen el paisaje urbano y cultural, las esquinas y los parques barriales en nombre del comercio y el progreso.

La construcción sigue en pie a pesar de los argumentos y las accio-nes legales que ha interpuesto la comunidad. A su vez, ésta continúa manifestándose en favor de un Parque Biblioteca que contribuya al desarrollo cultural y educativo de la ciudad.

La construcción de la funeraria avanza rápidamente, pero quienes están comprometidos con la causa siguen justificando que no es el lugar apropiado para que quede tan cerca de la BPP. Foto: Pablo Monsalve Mesa.

Carlos E. Restrepo pertenece a la Comuna 11 de Medellín y cuenta con una posición estratégica por su cercanía a varias universidades y al centro de la ciudad. Foto: Pablo Monsalve Mesa.

El barrio se creó en el año 1971, como un

ejemplo de urbanismo arquitectónico.

Inicialmente, estaba pensado para ser

habitado por obreros, pero terminó siendo para la clase media.

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12 Las semillas originarias del territorio colombiano son tesoros biológicos sin utilizar por los científicos colombianos; sin embargo, están en riesgo de ser manipuladas por organizaciones internacionales. La legislación entorpece y retrasa la investigación.

Siete flores rojas de la planta florizante, un litro de agua y 200 pesos en canela es la receta de Petrona para las hemorragias de la mujer. Cuando camina en medio del bosque para buscar la hierba debe fijarse en los rayos del sol antes de escogerla: el secreto de la cura está en determinar si a los pétalos de la flor los irradia el poniente o el saliente; de esto depende si la sangre cesará de correr o seguirá emanando del cuerpo femenino.“Tenemos todo experimentado, sabemos todas las plantas que están y para qué sirven”, asegura Gustavo Noble, el compañero de Petrona. Ella es partera y él, médico tradicional. Son los más con-sultados en temas de plantas medicinales, semillas y huertas en el Resguardo Indígena El Volado, de la comunidad Zenú Boca de Palmita, del municipio de Necoclí, Antioquia.En su parcela cultivan yuca y maíz, tienen 26 tipos de semilla de plátano y 20 de plantas medicinales. Comparten con las 232 personas del resguardo un banco de semillas tradicionales de la Costa Caribe colombiana. En el mapa genético de éstas se en-cuentra el conocimiento ancestral y la garantía de que las próximas generaciones puedan alimentarse.La tradición de los campesinos, los indígenas y los afrodescendientes con sus plantas, es uno de los puntos de partida de Carlos Hincapié Llanos,

ingeniero agroindustrial e integrante del Grupo de Investigaciones Agroindustriales (GRAIN) de la Uni-versidad Pontificia Bolivariana, para sus pesquisas en insecticidas de origen botánico.Sin embargo, para que el conocimiento tradicional de Gustavo y Petrona pueda contribuir a la in-vestigación en recursos biológicos y genéticos de científicos colombianos como Carlos, se presentan obstáculos burocráticos, legislativos y políticos, que impiden relacionar la preservación de los recursos naturales del país, la protección de las costumbres criollas y su aplicación en la agroindustria.Así, Colombia, que alberga el 10% de las especies vegetales y animales conocidas en tan sólo el 0,77% del área terrestre del mundo, en 15 años ha adjudi-cado sólo 16 licencias científicas, en contraste con los 7.800 contratos mineros que se han otorgado en 8 años, según el investigador Carlos Fernando Vélez, en el artículo Explotación minera contra investigación, publicado en UNmedios.

La semilla: color y memoria Maíz negrito, azulito, carioca, tacaloa y sangre toro, crece en los sembrados del resguardo El Volado. Gustavo Noble los reconoce por sus colores, tama-ños y cualidades. Al negrito, por el grano morado oscuro y brillante; al azulito, por su poca resistencia al verano; al carioca, por las hojas rojas y el grano amarillo; al tacaloa por la espiga morada y el cas-carón blanco; y, al sangre toro, por el grano rojizo y su mayor resistencia. En total, las comunidades reconocen 27 variedades de maíz criollo, que, en su mayoría, son blandos y harinosos, según la Red Agroecológica del Caribe-Recar. La siembra inicia en marzo con la preparación de las tierras y termina en agosto con la recolección del maíz. A la semilla la envuelven durante dos días en hojas de plátano, la curan con ceniza o plantas amar-gas como nim, paraíso, balsamina y tabaco, luego, la entierran entre 2 y 5 metros de profundidad. Los

tiempos de germinación, cosecha y selección, son determinados de acuerdo con el orden y las fechas que ya establecieron generaciones pasadas.Semillas como las de los zenúes son denominadas con los rótulos de primitivas, locales o criollas. De acuerdo con la investigación de Mario Lobo Arias, coordinador de la Red de Agrobiodiversidad de la Corporación Colombiana de Investigación Agro-pecuaria (Corpoica) en su Estado del arte de los recursos genéticos vegetales en Colombia: sistema de bancos de germoplasma, este tipo de semilla es importante para que exista la diversidad de espe-cies, por tanto, se conservan.

Ciencia y naturaleza separadas por la ley

Semillas tradicionales: identidad en riesgo

Laura Betancur Alarcón Catalina Rodas Quintero [email protected] [email protected]

Las leyes: imprecisas y extranjeras

Según las investigaciones de Patricia Gon-

zález y Sandra Patricia Duque, abogadas e in-tegrantes del Grupo de Investigación Derecho y Sociedad de la Universidad de Antioquia, el enredo jurídico y científico del acceso a los re-cursos genéticos y el conocimiento tradicional en nuestro país se debe a la confusión colombiana para aplicar acuerdos internacionales que cam-biaron en la década de los noventa.

Hacia 1983, la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, en sus siglas en inglés FAO, aprobó el “Compromiso internacional sobre los recursos fitogenéticos”, que consideró los recursos genéticos como pa-trimonio de la humanidad, por tanto, su acceso no debería ser restringido. Esto trajo avances en la investigación y los descubrimientos vegetales, pero “fue evidente que los países que proveían los recursos no estaban participando de los be-neficios que producían los nuevos productos”, afirman las investigadoras.

Esta tendencia prendió las alarmas sobre la futura carencia de recursos básicos para la alimentación del hombre, así en junio de 1992, 157 países, entre los que no se cuenta Estados Unidos, firmaron el Convenio sobre la Diversidad Biológica durante la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, que decide que los recursos genéticos son propios de cada nación y no de la humani-dad. Por esto formuló un contrato de acceso en el que el país de origen aprueba o no que otros exploten sus recursos y exige que la repartición de las ganancias sea equitativa.

Los países andinos establecieron el Régimen común de acceso a los recursos genéticos, con-tenido en la Decisión 391 de 1996. Éste exige que quien desee acceder, debe demostrar el consentimiento por parte de las comunidades.

Sin embargo, entre el Convenio de Diver-sidad Biológica y la Decisión 391 de 1996 hay diferencias en las definiciones que dejan en riesgo el recurso genético de las semillas tradi-cionales. El primer tratado comprende que son componentes intangibles el recurso genético y el conocimiento tradicional, mientras que la segun-da considera que el código genético es tangible y lo cultural no, es decir, el régimen protege lo biológico y lo genético, pero no lo relacionado con la tradición de los pueblos y sus prácticas ancestrales. “Lo que lo convierte en un bien de libre acceso, a pesar de que muchas veces sean precisamente los conocimientos tradicionales los que permiten las investigaciones realizadas en los laboratorios”, concluyen las abogadas de la Universidad de Antioquia.Petrona y Gustavo Noble esperan regresar a su territorio antes del Festival del Maíz. Hace dos meses viven en la casa de paso de

la Organización Indígena del Cauca en Prado Centro, debido a unos tratamientos médicos. Foto: Catalina Rodas Quintero.

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Según el investigador Rodrigo Hoyos Sánchez, del grupo de Investigación en Biotecnología de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, las semillas se clasifican en introducidas y tradicio-nales; las últimas, por estar siempre en territorios nacionales, buscan mecanismos para sobrevivir a través del tiempo. Por ejemplo, una planta criolla puede adaptarse a los cambios de su entorno. Esta habilidad escrita en el código genético es la que per-siguen investigadores y empresas para introducirla a productos foráneos. En nuestro país 18 entidades tienen bancos de semillas, entre ellas Corpoica, que alberga el 83,4% del total protegido. Esta institución se encarga de la administración de los bancos, pero la regulación sobre el acceso (por ejemplo para que un inves-tigador pueda solicitarlo) depende del Instituto Colombiano de Agricultura y del Ministerio de Medio Ambiente, Vivienda y Desarrollo Territorial.

El acceso: enredos burocráticos Cuando un investigador, entidad u organización nacional o internacional desea acceder al recurso genético de las semillas tradicionales del país, debe aplicar la Solicitud de contrato de acceso a recursos genéticos y sus productos derivados, establecida por la Resolución 620 de 1997. Ésta se dirige a la Oficina Jurídica del Ministerio de Ambiente, luego va a otras dependencias que emiten el dictamen técnico y legal sobre la procedencia o no de la solicitud para que sea firmado por el Ministro. Allí deben detallarse los beneficios económicos o productos académicos y de investigación que producirá el acceso.De acuerdo con la Guía de acceso al recurso natural, de la Universidad Nacional de Colombia, elaborada por la abogada Florelia Vallejo Trujillo, el tiempo de trámite de la solicitud es de 30 días, pero para que ésta sea aprobada por el Ministerio se tarda entre 3 y 7 años. “Puede demorarse bastantes años, incluso hay historias de gente que cuando termina la investigación apenas le llega el permiso”, asegura Carlos Hincapié Llanos, investigador de la UPB. La Ley 1518 que aprueba el “Convenio internacional para la protección de las obtenciones vegetales”, promulgada en abril de 2012, también afecta a los investigadores. Claudia Betancur Giraldo, directora ejecutiva de Biointropic, organización que reúne a 17 grupos de investigación de la ciudad que tra-bajan en las líneas de bioagrotecnología, bioingre-dientes, bioenergía y biotecnologías ambientales, asegura que la ley no diferencia el acceso biológico del genético, es decir, lo biológico se refiere a la flora y la fauna silvestres que se encuentran en los ecosis-temas, pero el genético sólo a los códigos del ADN de las plantas, frutos o semillas. “Si por ejemplo cogemos la jagua y sacamos un extracto natural de ella, nunca se toca su parte genética, pero la legis-lación exige un acceso al recurso genético”, explica.Otra de las preocupaciones es que el Gobierno exige un informe del impacto comercial de las investiga-ciones, que no se puede medir con precisión porque ni siquiera se ha accedido a los recursos. Para la investigadora, esta legislación puede desestimular la investigación y el interés de la inversión extran-jera, de la cual cree, las universidades colombianas pueden ser aliadas.No obstante, las alianzas comerciales con empre-sas apuntan a la visión capitalista de los recursos naturales y no se asegura que la explotación de los recursos nacionales produzca beneficios para las propias comunidades. “El sistema explota las necesidades de la gente. Hacen mejoras exclusivas y luego las venden. Y ahí está una de las grandes controversias entre quienes explotan los genes y quienes los necesitan. Son conceptos económicos distintos, el de las empresas privadas es tener plata, y el de la universidad es de impacto social”, afirma Rodrigo Hoyos Sánchez, de la Universidad Nacional.Con estas condiciones, los investigadores y los agricultores optan por trabajar desde la ilegalidad y se convierten en “biopiratas”. Las acciones para hacer cumplir estas leyes también rozan con lo ilógico. Por ejemplo, la Fiscalía tendría que revisar todas las publicaciones de artículos científicos para determinar qué investigadores manipularon o

modificaron cuáles materiales. Una tarea titánica e inimaginable con el sistema fiscal nacional.

Seguridad alimentaria: la esperanza, luego de los transgénicos En noviembre, Gustavo y Petrona, la pareja zenú, participan en el Festival del Maíz en San Andrés de Sotavento, en el departamento de Córdoba, lugar donde se reúnen todas las comunidades de su etnia. Cada una concursa con su mejor chicha y bollo, cuya base es el maíz. Para la preparación de estos platos típicos deben moler, mezclar, rallar, cocinar, oler y palpar el grano que, más que un alimento, es símbolo de su identidad. Para Germán Vélez, representante de la ONG Semi-llas, “las semillas han sido la fuente fundamental de la soberanía alimentaria de los pueblos y el de-sarrollo de la agricultura local. Al establecer estas normas restrictivas que prácticamente le quitan al agricultor el control de sus semillas, eso va a repercutir en la pérdida de las semillas criollas al entrar otras híbridas de alto rendimiento”.Por su parte, el investigador de la UPB Carlos Hin-capié, opina que también la producción de estas plantas modificadas ha hecho perder gran parte de la biodiversidad de los organismos para la alimen-tación como el maíz, la papa, el trigo y arroz, los cuatro alimentos fundamentales para la continua-ción de la humanidad puesto que los campesinos dejan de lado y olvidan sus semillas tradicionales por sembrar las comerciales.

Semillas transgénicas en Colombia

En el país hay 26 semillas genéticamente modifi-cadas que se pueden cultivar, de productos como claveles, algodón, rosas, soya, remolacha, trigo, lino y maíz, según los registros del Servicio In-ternacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas. En cuanto al maíz, hay 9 tipos de semillas mo-dificadas en el país, una de ellas, la NK603, es producida por Monsanto y resiste al Round-Up (herbicida de la multinacional), que fue investi-gada por el biólogo francés Gilles-Eric Séralini, quien demostró que el consumo de este pro-ducto en ratas, les provocó tumores, necrosis de hígado, insuficiencias renales y reducción de la expectativa de vida. Según la revista francesa Le Nouvel Observateur esta investigación acaba con la idea de la inocui-dad de las semillas y cuestiona los supuestos beneficios de los alimentos transgénicos.

Hay en el mundo una gran presión de los países desarrollados hacia los países con biodiversidad para que establezcan normas rígidas en propiedad intelectual, comercialización y control de las semillas. Foto: Catalina Rodas Quintero.

Es vital, entonces, la tarea que desde Necoclí hacen Gustavo y Petrona con el cuidado de sus huertas y semillas, ya que son éstas quienes preservan la riqueza genética y garantizan la alimentación de su comunidad. Pero su trabajo no puede darse sin una legislación que acerque este conocimiento a la investigación colombiana, inmóvil frente a un panorama internacional que desde la biotecnología y la política busca acceder a recursos naturales como los genéticos.

En nuestro país 18 entidades tienen bancos ex situ, entre ellas Corpoica que alberga el 83,4% del total protegido. Foto: Catalina Rodas Quintero.

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14Desde que Víctor inició en el mundo de las artes, encontró en la poesía

una forma de expresar el mundo, de comprenderlo. De retratar los fenómenos sociales y humanos.

Y, lo más importante, un refugio para narrarse a sí mismo.Mientras la noche cubre el café de Otraparte, un espacio acogedor en me-

dio de la naturaleza, Víctor dispersa dos libros sobre la mesa. Uno de ellos de color azul cielo con una figura abstracta en el centro llamado Antología poética.

Cuando empieza a hablar de su oficio como poeta, su voz es tranquila y cercana como la de un amigo con quien hace años se conversa; acompaña las historias con los gestos de su rostro y sus manos blancas y expresivas. Luego, hace una pausa para beber unos sorbos de su capuchino, mientras deja escapar sonrisas y recuerdos.

“Mi papá tenía un talento extraordinario para contar historias, historias muy campesinas. Él nació en un pueblo llamado Liborina y recuerdo que nos contaba historias de espantos, de brujas, de duendes... yo tenía siete años, era fascinante; a la vez que nos electrizaba, nos encantaba”.

Así, don Luis Emilio, el médico generoso y narrador preferido de sus hijos, que con toda paciencia contaba la historia de Juan Sin Mie-do, La Pata Sola y La Llorona, entre otras, estimuló el deseo de Víctor por la escritura y la lectura.

Con los años, cuando fue caminando a la época de su adolescencia, se acercó más a la literatura y exploraba asiduamente la biblioteca de su casa; leía poesía, novelas, cuentos, crónicas y ensa-yos... todo lo atrapaba. Y en las noches seguía escuchando a su padre.

Otras veces viajaba a Liborina, a la casa de su tío Miguel, un músico y lector consumado que le enseñaba de poesía, libros y autores, además de música y mística. Casi siempre acosaba a su sobrino para que le mos-trara los primeros trazos convertidos en poemas, crónicas o cuentos.

En las noches, compar-tían el silencio del campo y recitaban poemas de José Eustasio Rivera, Jorge Isaacs, Porfirio Barba Jacob, entre otros, que hicieron parte del repertorio literario. También El Quijote estuvo presente en los encuentros de aquellos años; el tío Miguel lo interpretaba y hacía de su casa un teatro. Desde entonces, se con-virtió en otra influencia artística en su vida.

Víctor sonríe y deja entrever emoción. Pero en el aire escapa la tristeza como si hubiera viajado a un rincón especial de su memoria. Después su mirada vuelve a aquietarse y bebe otro sorbo de café.

“Cuando estaba en cuarto de bachillerato leí una cosa que me pareció hermosísima, que fue La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, realmente me sacudió por el erotismo, la sensualidad y los personajes. Dentro de ellos había uno que se llamaba el Poeta y me identifi-qué con él porque era un ser justo, sereno, romántico y que vivía muy enamorado; otro momento, fue con un poeta que invitó un profesor de Español; su poesía no tenía rima, los versos eran corridos, rarísimos, muy locos. Y yo no entendía nada pero me fascinaban, tenía una sensibilidad enorme. Después me fui para la bi-blioteca y el libro de este poeta estaba sobre la mesa, entonces empecé a leerlo y yo era fascinado, medio entendía. Ahí pensé yo que se podía escribir poesía”.

El día de la graduación le pidió a su padre unos cuentos de Hans Christian Andersen, el escritor de

La vendedora de cerillas y La sirenita, que más tarde lo marcarían en la poesía y en el cine.

Luego, a los 19 años, Víctor formaría, con un grupo de amigos, el Taller Literario Nicanor Parra, en el que conversaban y escribían sobre diferentes temas como política, literatura, poesía, psicoanálisis, filosofía y la vida.

“Nos reuníamos en la casa de un amigo y asistíamos mi hermano Juan Gui-llermo, Fernando Herrera, Rubén Darío Lotero y otros que se hicieron grandes escritores. Allí leíamos a Dostoievski, Estanislao Zuleta, García Márquez, Borges, Freud, Tomás Mann, Marx, Levi Strauss... Vivíamos entusiasmados, era un época entregada a la lectura y a la creación de poesía”.

Las veladas, como recuerda, eran tardes y noches enteras en las que com-partían los poemas, departían como buenos amigos y se deleitaban con un banquete en compañía de melodías.

Entre tanto, en el recorrido llegó Acuarimántima, la revista de poesía di-rigida por Elkin Restrepo, José Manuel Arango y Miguel Escobar, entre otros escritores, que crearon un nuevo movimiento poético en la ciudad y aportaron con una profunda sensibilidad nuevas miradas y formas de hacer poesía.

Acuarimántima, como lo expresa con gratitud, fue el momento literario más importante y bello de su vida

porque conoció una infinidad de personajes vir-tuosos y grandes personas que lo acercaron

a la poesía; uno en especial, Helí Ramírez, de quien aprendió sobre la vida de las

comunas y de los muchachos de los barrios.

Más tarde, en 1982, la revista se extinguió y los poetas se

dispersaron; pero Víctor no abandonó el oficio y siguió escribiendo en las noches las imágenes de la cotidia-nidad: las calles, las mu-chachas, el amor, el dinero.

“Para mí cualquier cosa puede ser poesía y busco que las cosas de la vida co-tidiana entren a la poesía; desde este libro que tengo en la mesa, hasta la estrella

que alumbra, la mujer que camina, una carretera, los

paquetes que lleva alguien en la calle”.

De este modo, no hay un tema al que se aferre Víctor Gaviria, por-

que la cotidianidad en todas sus dimen-siones tiene color, textura y es susceptible

de ser narrada. En ella, se encuentran detalles e historias que merecen un lugar en la poesía: simples o comunes, feas y bellas.

Como dice, la diferencia entre el cine y la poesía es que en el primero son sus actores natu-rales, pero en la poesía es él: un hombre intuitivo, caminante, observador y ser humano, amante y sensible de la vida.

Por eso Víctor o Manuel son un camaleón en la poesía al retratar todas las imágenes que atrapan sus sentidos desde la ciudad, la gente, la naturaleza hasta las situaciones de la vida y la familia, que se encuentran dibujadas en las páginas de sus libros como una parte importante de su memoria y su alma.

“Yo le propongo al lector una poesía conver-sacional, donde le cuento una historia, dibujo una atmósfera, unos personajes, unas situaciones; así, en un lenguaje sencillo, lleno de imágenes, sentimientos y sensaciones”.

Sus gafas permanecen en su rostro, mientras busca otro poema para leer. La música suave y lejana del lugar, acompaña el pasar de las hojas, tan lento y placentero como es la poesía.

De la mano del cine, la poesía

Víctor Manuel Gaviria, el poeta “Alguna noche, de vuelta a la ciudad, vi un hombre con un ramo de flores blancas, ‘cartuchos’, les

dicen, que intentaba cruzar un río de carros que cegaban su cara y sus flores grandes como un niño”. Víctor Gaviria en “Paquetes”. Antología poética, 1978-2003.

Camila Reyes [email protected]

LADRÓN

Salí del teatro y vi alguienadentro de mi carro,

buscando algo con necesidad, con verdaderafuria... Pensé que era mi hermano, o mi amigo

que había abierto la puerta con la llave,pensé que era yo mismo que me había

extraviado en la acera, que me había olvidado de algo, que no recordaba

haberme partido en dos para salir del teatroantes de tiempo,

a buscar algo importanteque necesitaba con furia y con

amor...Qué bella presencia la del ladrón que nace

del aire invisible, y se esfuma

como se pierde una ideaen la sombra de la cabeza.

Víctor Gaviria

Foto: Cortesía Corporación Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia.

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La móvil élite medellinense (em-presarios, banqueros, cafeteros y comerciantes) fijó su residencia a partir de 1926 en el barrio El Prado, una idea y concreción de Ricardo Olano, miembro de la Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín y dueño de fábricas. El sector, de alto valor ambiental y arquitectónico, con olor a cadmios y adornado por guayacanes amarillos y lilas, duran-te varias décadas fue un símbolo de la mentalidad de los ricos de la ciudad.

Para algunos, como el narrador de la novela La mujer de cuatro en conducta, de Jaime Sanín Echeverri Prado representó el esnobismo de la clase alta, obnubilada por lo eu-ropeo. Todo se medía, como lo había dicho Tomás Carrasquilla, según el chic parisino.

Como sea, Prado fue hasta los sesenta, una suerte de emporio urbano residencial, de enormes caserones, arborización abundante, calles amplias y gente “de modo” (como se decía popularmente). Su decadencia comienza a la par de las industrias y se anuncia desde los tiempos en que vecinos suyos, como el festivo sector de Lovaina, lo asedian con sus rumores de lujuria.¿Por qué dejó de ser esencialmente residencial? ¿Por qué hoy es más un barrio corporativo? ¿Cómo era la vida privada? ¿Qué significa la in-clusión de Prado en los inventarios patrimoniales y de conservación en Medellín? El Semillero de Perio-dismo Urbano, de la Universidad Pontificia Bolivariana, pretende resolver estas y otras preguntas con una investigación iniciada en febrero de 2012.

Prado: de barrio de élite a zona sin identidadTexto Reinaldo Spitaletta

Fotografías Hebert Rodríguez Garcí[email protected]

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En 35 kilómetros, desde el parque Bicentenario de Boston hasta el río Medellín, los alumbrados tienen este año 18 millones de bombillos leds, 1.500 empleados y 300 madres de familia que construyen los modelos; aun así, los más admira-dos en esta época son los hombres de Empresas Públicas que, como arañas, se mueven hábiles por las alturas para cumplir con la fecha de entrega.Desde las ocho de la mañana hasta la una o dos de la madrugada, estos hombres trabajan poniendo tornillos, probando voltajes, cruzando cables y observando el río que divide la ciudad. Cada uno de los trabajadores cuenta con guantes, casco y ropa que los protege del sol y de la lluvia, gafas y tres o cuatro arneses o cables de vida.El resultado esperado tras la inversión de 12 mil millones de pesos, no se podría lograr sin la destreza, las agallas y la paciencia que manejan estos hombres

Hombres como arañas iluminan la Navidad

Texto y fotografías: Pablo Andrés Monsalve [email protected]

en el aire. Ellos dicen que al principio da mucho vértigo, mareos y cansancio por las incómodas posiciones y los movimientos que hay que hacer por estar colgados; sin embargo, con los años se aprende a trabajar en las alturas. Un oficio que requiere cualidades especiales.La primera prueba se realizará el 17 de noviembre para inaugurar la décima Conferencia de Ciudades Iluminadas, LUCI; la segunda le dará la bienvenida a Madonna, el 28 y 29 de noviembre, días de sus conciertos, que atraerán entre 70 u 80 mil visitantes. El sábado primero de diciembre se encenderán las luces que dan comienzo a la Navidad.