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CAPÍTULO V CONFLICTO ENTRE P AP A Y EMPERADOR EN EL SIGLO XI 1 EL LENTO PROCESO DE RECUPERACIÓN DEL PAPADO La situación lamentable del Papado a la que hemos aludido en el Capítulo III no era más que una expresión generalizada de la relajación moral de todo el estamento clerical. Buena parte de los problemas provenían del hecho de la in- serción de la organización eclesiástica en el mundo feudal. Unidades eclesiás- ticas como monasterios o parroquias podían ser feudos que el señor entregaba a quien le ofrecía más. El favorecido recibía de manos del señor la posesión o investidura de su feudo mediante la entrega simbólica del anillo y del báculo eclesiástico. El nombramiento de los papas era también objeto de negociación entre intereses de los poderosos. Era necesaria una reforma de la Iglesia. La reforma consistía ante todo en una mejor realización del ideal cristiano por parte de los eclesiásticos, es decir, una reforma moral, pero además era necesaria una mejor organización eclesiástica, independizada del poder laico. y la reforma se hizo. En la historia de esta reforma hay tres elementos decisi- vos que vamos a recordar sumariamente. En primer lugar, tienen un gran influjo una colección de textos y normas canónicas que se conocen con el nombre de las falsas decretales, llamadas tam- bién isidorianas por haberse atribuido a Isidoro Mercator, que consisten en más de un centenar de escritos atribuidos a los papas de los primeros siglos y en numerosas disposiciones atribuidas a concilios. Se produjeron en territorio fran- co a mediados del siglo IX con la finalidad de fortalecer la posición de los obis- pos contra deposiciones y confiscaciones de sus propiedades por los seglares. Para esto se dispone que todas las acusaciones y litigios contra los obispos sean llevadas ante el papa, que es «cabeza de toda la Iglesia». Por tanto, se afirma la supremacía del papa sobre toda la Iglesia universal y la independencia de la Iglesia respecto del poder temporal. Acontecimiento decisivo fue la fundación de la abadía de Cluny en 910, con el propósito de restaurar en su plenitud la vida monástica. Para conseguirlo, la abadia se mantuvo en total independencia en la administración de sus asun-

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CAPÍTULO V

CONFLICTO ENTRE P AP A Y EMPERADOR EN EL SIGLO XI

1 EL LENTO PROCESO DE RECUPERACIÓN DEL PAPADO

La situación lamentable del Papado a la que hemos aludido en el Capítulo III no era más que una expresión generalizada de la relajación moral de todo el estamento clerical. Buena parte de los problemas provenían del hecho de la in­serción de la organización eclesiástica en el mundo feudal. Unidades eclesiás­ticas como monasterios o parroquias podían ser feudos que el señor entregaba a quien le ofrecía más. El favorecido recibía de manos del señor la posesión o investidura de su feudo mediante la entrega simbólica del anillo y del báculo eclesiástico. El nombramiento de los papas era también objeto de negociación entre intereses de los poderosos. Era necesaria una reforma de la Iglesia.

La reforma consistía ante todo en una mejor realización del ideal cristiano por parte de los eclesiásticos, es decir, una reforma moral, pero además era necesaria una mejor organización eclesiástica, independizada del poder laico. y la reforma se hizo. En la historia de esta reforma hay tres elementos decisi­vos que vamos a recordar sumariamente.

En primer lugar, tienen un gran influjo una colección de textos y normas canónicas que se conocen con el nombre de las falsas decretales, llamadas tam­bién isidorianas por haberse atribuido a Isidoro Mercator, que consisten en más de un centenar de escritos atribuidos a los papas de los primeros siglos y en numerosas disposiciones atribuidas a concilios. Se produjeron en territorio fran­co a mediados del siglo IX con la finalidad de fortalecer la posición de los obis­pos contra deposiciones y confiscaciones de sus propiedades por los seglares. Para esto se dispone que todas las acusaciones y litigios contra los obispos sean llevadas ante el papa, que es «cabeza de toda la Iglesia». Por tanto, se afirma la supremacía del papa sobre toda la Iglesia universal y la independencia de la Iglesia respecto del poder temporal.

Acontecimiento decisivo fue la fundación de la abadía de Cluny en 910, con el propósito de restaurar en su plenitud la vida monástica. Para conseguirlo, la abadia se mantuvo en total independencia en la administración de sus asun-

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tos, eligiendo al abad y reforzando la autoridad de éste, que sólo dependía del papa y ya no del señor local. El hecho nuevo y de gran trascendencia es que las nuevas abadías que se fundan o las que se reforman según el modelo de Cluny quedan bajo la dependencia del abad de Cluny. Por tanto los monasterios clu­niacenses formaban virtualmente una orden religiosa centralizada, con lo que estaba preparada para ser vehículo de las ideas de reforma.

Finalmente, los papas trataron de impulsar la reforma liberando la elección del papa de la influencia del emperador y de los manejos de la nobleza de Roma. El concilio reunido en Letrán (1059) aprobó las normas que regulaban la elec­ción del papa: quedaba atribuida al colegio de cardenales residentes en Roma; el clero y el pueblo de Roma debían dar su consentimiento al elegido. Se pro­metía guardar respeto al emperador, pero se le excluía del derecho a nombrar pontífice.

En este largo proceso de consolidación de la figura del papa aparecen escri­tos en los que se defiende la primacía del pontífice romano con argumentos que permanecen dentro del agustinismo político, pero que afirman la superio­ridad del papa sobre el emperador. Este es el caso de San Pedro Damián (1007-1072), profesor primero y monje después, que sostuvo (en su Disceptatio synodalis yen sus cartas) que el emperador recibe su poder del papa y sólo lo ejerce legitimamente mientras permanece fiel al papa. En la Iglesia sólo hay una ca­beza: el papa, que tiene el poder entregado por Cristo a San Pedro y que abar­ca tanto el imperio celestial como el temporal. Es verdad que Pedro Damián magnifica al emperador, pero en tanto esté unido al papa, corno la naturaleza humana se dignifica en tanto se une a la naturaleza divina en Cristo.

2 LA LUCHA DE LAS INVESTIDURAS

La reforma en la elección del pontífice dio en seguida buenos resultados en la persona del monje cluniacense, Hildebrando que asumió el nombre de Gregorio VII (1073). No se puede negar a Gregorio VII sus intenciones espirituales de reformar la Iglesia. En esta reforma entró en conflicto con el emperador.

Gregorio VII prohibió en 1075 la investidura de los clérigos por parte de los seglares. Esta medida chocó con los intereses creados. El emperador Enrique IV se negó a obedecerla porque ello significaba un grave recorte de su poder, pues en el Imperio muchos obispos y abades poseían grandes territorios y era lógico que el emperador quisiera asegurarse de que esos grandes señores eran gente fiel controlando su nombramiento.

Enrique nombró al obispo de Milán. Gegorio protestó. Enrique reaccionó convocando un sínodo de obispos alemanes en Worms (enero 1076) que decla­raron depuesto a Gregorio. Gregorio replicó con la excomunión (7 de marzo 1080).

El efecto fue inmediato. Enrique vio en peligro su posición y, a pesar de la inclemencia del tiempo, cruzó los Alpes en busca del Papa. Lo encontró en el

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castillo de Canossa, propiedad de los condes de Toscana. Gregario tardó tres días en recibir al Emperador, que esperó haciendo penitencia sobre la nieve. Gregario levantó la excomunión.

Pero la humillación de Canossa no resolvió nada. Siguieron las hostilidades. Enrique dirigió su ejército contra Roma. Gregario huyó y excomulgó otra vez a Enrique.

El arreglo tardó muchos años en llegar. Se consiguió con el famoso con­cordato de Worms (1122). Se distinguía en la investidura el aspecto eclesiás­tico y el temporal. El emperador renunció al nombramiento de los obispos, pero conservó el derecho a dar elplacet antes de la consagración; el emperador trans­mitía al elegido sus dominios territoriales a cambio del homenaje como cual­quier otro vasallo.

Así se cierra esta primera fase de la controversia que ha sido llamada «lu­cha de las investiduras».

3 TEORÍAS POLÍTICAS

El supuesto ideológico de esta controversia son las ideas de San Agustín sobre la sociedad cristiana, en la cual también el poder político tiene una misión re­ligiosa, pues la sociedad ha de dar culto correcto a Dios. San Gelasio había enseñado la teoría de las relaciones entre las dos autoridades de la sociedad cristiana. En la práctica, según las circunstancias, una de las dos autoridades podía ejercer una superioridad de hecho. Hemos visto que en tiempos de Car­lomagno el papa aparecía como subordinado al emperador y en general así fue durante los siglos IX, X Y la mayor parte del XI. Cuando el Papado tomó con­ciencia de su propia identidad y se sintió fuerte, estalló el conflicto que ya he­mos reseñado.

En este conflicto hay un nivel de pensamiento muy superior al de las épo­cas anteriores, por lo que merece ser estudiado.

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Lo que Gregario VII pensaba sobre el Papado lo encontramos en el documen­to llamado Dictatus Papae (1075), que es una lista de 27 proposiciones. Parece que se trata del índíce de una colección de cánones elaborada para uso perso­nal del papa, que no se conserva. El Dictatus afirma la primacía del Pontífice romano en términos que correspondían a un monarca absoluto por Derecho divíno, sólo sometido a Dios; su legado debe tener preferencia sobre los obis­pos Y todos los demás dignatarios de la Iglesia; le es lícito deponer a los empe­radores; no puede ser juzgado por nadie; etc.

Gregario VII no pretendía tener competencias en asuntos temporales (ex­cepto las que derivaban de la administración de sus estados), pero pretendía una supremacía que de hecho colocaba al emperador en un puesto subordina-

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do, acabando con la idea de San Gelasio de dos autoridades de igual nivel, entre sí coordinadas. Parece que Gregario no tenía conciencia de las consecuencias que implicaban sus pretensiones y que solamente quería, dentro del sistema de doble autoridad, defender su posición de autoridad moral suprema y pro­teger la independencia de la Iglesia.

La exposición más completa de las ideas de Gregario VII se encuentra en dos cartas a Hermann, obispo de Metz (1076 y 1081).

El apoyo teórico más claro lo encontró Gregario en los canonistas entre los cuales el más importante fue DEUSDEDIT (?-1100), cardenal de origen alemán, que escribe el Libellus contra invasores et simaniacos. A petición de Gregario, Deusdedit se dedicó a recoger textos de los padres, cánones, códigos civiles, y hechos de la historia para justificar las prerrogativas del papa.

Los defensores del Papado también tomaron la línea de atacar la autoridad del emperador en sí misma. Esto no era posible mientras se mantuviera el ori­gen divino del poder del emperador. En aquella época era prácticamente im­posible atacar esta idea, pero era posible dar otra versión del poder imperial tomándola del mundo feudal. Esto fue lo que hizo MANEGOLD, un monje benedictino del monasterio de Lautenbach. Intervino en la polémica atacando a los imperiales con varios opúsculos escritos entre 1080 y 1085. El más conoci­do es el Liber ad Gebehardum, que justifica la deposición del rey cuando se hace tirano, idea que tiene su origen en la antigüedad y que nunca desapareció de la mentalidad de los europeos. Lo más interesante es que la confirma con la idea de que el poder real nace de un pacto entre el rey y el pueblo. Esta idea contractual del poder la ha tomado del mundo feudal.

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La defensa ideológica de Enrique IV tenía menos posibilidades en un uníverso mental cristiano. En principio tenía sólo una posibilidad: defender la doctrina tradicional de que el poder del emperador viene directamente de Dios y, por tanto, no está subordinado al papa. Esta defensa no tenía muchas posibilida­des argumentales, porque esta tesis nunca fue negada por Gregario. Los parti­darios de Enrique acusaron al Papa de que en la práctica negaba el poder del emperador y asumía los dos poderes.

La defensa del emperador y el ataque al papa tenían más posibilidades sa­cando el debate del terreno teológico y llevándolo al terreno jurídico. Es aquí donde se mueve PEDRO CRASO, profesor de Derecho romano en Rávena, con su Defensio Henrici IV regis (1084). Su argumentación se basa en la inviolabili­dad del derecho de herencia: Enrique ha recibido el trono por herencia de su padre y de su abuelo; ni el papa ni los súbditos pueden despojarlo de lo que legitimamente le pertenece. Pero además ataca directamente a Gregario VII negando la legitimidad de su pontificado, también con argumentos jurídicos, esta vez de derecho canónico: Hildebrando es un monje desertor y, de acuerdo con antiguos cánones del concilio de Calcedonia sobre los monjes, está excomul­gado, por lo tanto es un falso papa.

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En la misma linea de ataque al poder del papa, sin relación con la contro­versia Gregario-Enrique, pero con ocasión de otra controversia, esta vez entre Enrique 1 de Inglaterra y San Anselmo, arzobispo de Canterbury, se escriben por estos años (hacia 1100), los llamados folletos de York.! Partiendo de que el reyes miembro de la Iglesia, el autor afirma que la autoridad del reyes supe­rior a la de un obispo, que el rey debe regir a los obispos, que puede convocar y presidir un concilio (Folleto IV). Pero lo más importante es el ataque a la concepción del poder supremo del papa, que era lo defendido por Gregario VII. En un folleto escrito en defensa del depuesto arzobispo de Ruan niega el poder del papa sobre los obispos, porque en cuanto a potestad de orden todos los obispos son iguales. El poder del obispo de Roma sobre la Iglesia es una usurpación; ha nacido del hecho de haber sido Roma la capital del Imperio (Folleto IlI). Otro de los folletos defiende la concepción mística de la comuni­dad eclesial: sólo los hijos de Dios forman la iglesia; por tanto, no hay necesi­dad de poder dentro de la Iglesia (Folleto VI). Son temas que veremos apare­cer dentro de dos siglos en Marsilio de Padua.

1 Tractatus Eboracenses, por haber sido atribuidos a Gerardo, obispo de York.