Configurar el ADN de la joven escritura cubana

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Configurar el ADN de la joven escritura cubana Published on Centro Onelio (http://www.centronelio.cult.cu) Configurar el ADN de la joven escritura cubana Texto leído en la presentación de los libros La zozobra en el ojo del huracán, de Diona Espinosa Naranjo, ganador del Premio Sed de Belleza, 2015, (y publicado por Sed de Belleza Ediciones, 2015); Buscando a Anna Veltfort, de Carmen Cutié Torres, Premio Reina del Mar (Reina del Mar Editores, 2015); Los macabeos, de Abel Fernández-Larrea, XV Premio Celestino de Cuento (Ediciones La Luz, 2015), y Homeland, de Ariel López, Premio Mangle Rojo de Poesía (Áncoras Ediciones, 2015). Por: Elaine Vilar Madruga Tomado de: AHS 9 de noviembre de 2016 Faulkner nos advirtió, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, acerca de la importancia de vivir el arte de la escritura desde el placer y la zozobra: placer por el nacimiento de un nuevo hijo textual, congratulación anticipada por sus primeros pasos simbólicos; zozobra —también ella— ante esa criatura de signos, nacida al mundo para sufrir la muerte y sufrir múltiples formas de vida, zozobra ante el hecho de conocer, de antemano, como todos los padres y los escritores saben que —a la larga o a la corta— un hijo no nos pertenece eternamente y que ha de recorrer un camino más allá de nuestra voluntad poética o, incluso, de nuestra imaginación. Los jóvenes creadores, como Faulkner, condensamos nuestro amor por la escritura en esa zozobra y placer que nos invitan a poner dedo sobre tecla, mano sobre hoja, huella digital sobre el alma imperecedera de los textos. Escribimos, pero no manuscritos para un fin del mundo, sino manuscritos para el comienzo de otro mundo, ese que los jóvenes viviremos, formaremos, curiosamente dibujaremos con el ADN de una época, una generación, un tiempo. Estos cuatro textos que hoy deseo introducirles como una invitación a la lectura —desde el ojo crítico de una lectora que se advierte escritora, y de una escritora que nunca ha dejado de ser lectora, o al menos lo intenta— son una muestra de parte de lo mejor de la producción joven nacional. Son libros que no han nacido huérfanos, sino acompañados por la mano de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), suerte de hada madrina creadora, positiva matriz para la conjunción de voces. Este año, a raíz del aniversario número 30 de la Asociación, no han sido pocas las acciones e intervenciones de promoción que han pretendido hacer visible la obra de las más jóvenes generaciones creativas en nuestro país. No se trata —en el espacio reducido que puede abarcar algunas cuartillas de pensamiento— de olvidar que queda mucho por hacer aún en los campos de la promoción, de la media, de la comunicación, pues no hay proyecto perfecto y completo en cada una de sus curvas; se trata, por el contrario, de encauzar los pasos críticos, objetivos, de una cultura del encuentro que permita precisamente eso: la conjunción de voces escriturales a través del sistema de publicaciones vinculado a las estructuras editoriales de la AHS. Cuatro textos y cuatro editoriales: La zozobra en el ojo del huracán, de Diona Espinosa Naranjo, ganador del Premio Sed de Belleza, 2015, (y publicado por Sed de Belleza Ediciones, 2015); Buscando a Anna Veltfort, de Carmen Cutié Torres, Premio Reina del Mar (Reina del Mar Editores, 2015); Los macabeos, de Abel Fernández-Larrea, XV Premio Celestino de Cuento (Ediciones La Luz, 2015), y Homeland, de Ariel López, Premio Mangle Rojo de Poesía (Áncoras Ediciones, 2015). No pretenden ser mis palabras un mapa textual que conduzca a un solo tipo de lectura, sino tan solo una invitación, un primer paso en busca de una teatralidad que trascienda el ámbito del texto y que permita al lector/espectador una construcción conjunta de la realidad textual de estas obras. La zozobra en el ojo del huracán, de Diona Espinosa Naranjo, más que un libro de entrevistas sobre el documental cubano realizado en el Período Especial, es un libro sobre la memoria cultural, semiótica y simbólica de nuestra nación. Puede hablarse, según creo, de un manuscrito contra la desmemoria, contra la “despoetización” de una realidad cruda, muchas veces soterrada en nuestros recuerdos como país, pero que continúa siendo una época de producción de sentido y de contenidos en todo el orden de la cultura. A través de quince entrevistas coherentemente articuladas por la autora, y un levantamiento textual de la memoria, La zozobra en el ojo del huracán condensa en sus Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba. Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera . © Todos los derechos reservados. 2015. deneme Page 1 of 4

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Configurar el ADN de la joven escritura cubana

Texto leído en la presentación de los libros La zozobra en el ojo del huracán, de Diona EspinosaNaranjo, ganador del Premio Sed de Belleza, 2015, (y publicado por Sed de Belleza Ediciones, 2015); Buscando a Anna Veltfort, de Carmen Cutié Torres, Premio Reina del Mar (Reina del Mar Editores,2015); Los macabeos, de Abel Fernández-Larrea, XV Premio Celestino de Cuento (Ediciones La Luz,2015), y Homeland, de Ariel López, Premio Mangle Rojo de Poesía (Áncoras Ediciones, 2015).Por: Elaine Vilar MadrugaTomado de: AHS9 de noviembre de 2016

Faulkner nos advirtió, en su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, acerca de laimportancia de vivir el arte de la escritura desde el placer y la zozobra: placer por el nacimiento deun nuevo hijo textual, congratulación anticipada por sus primeros pasos simbólicos; zozobra—también ella— ante esa criatura de signos, nacida al mundo para sufrir la muerte y sufrir múltiplesformas de vida, zozobra ante el hecho de conocer, de antemano, como todos los padres y losescritores saben que —a la larga o a la corta— un hijo no nos pertenece eternamente y que ha derecorrer un camino más allá de nuestra voluntad poética o, incluso, de nuestra imaginación.

Los jóvenes creadores, como Faulkner, condensamos nuestro amor por la escritura en esa zozobra yplacer que nos invitan a poner dedo sobre tecla, mano sobre hoja, huella digital sobre el almaimperecedera de los textos. Escribimos, pero no manuscritos para un fin del mundo, sinomanuscritos para el comienzo de otro mundo, ese que los jóvenes viviremos, formaremos,curiosamente dibujaremos con el ADN de una época, una generación, un tiempo.

Estos cuatro textos que hoy deseo introducirles como una invitación a la lectura —desde el ojocrítico de una lectora que se advierte escritora, y de una escritora que nunca ha dejado de serlectora, o al menos lo intenta— son una muestra de parte de lo mejor de la producción jovennacional. Son libros que no han nacido huérfanos, sino acompañados por la mano de la AsociaciónHermanos Saíz (AHS), suerte de hada madrina creadora, positiva matriz para la conjunción de voces.Este año, a raíz del aniversario número 30 de la Asociación, no han sido pocas las acciones eintervenciones de promoción que han pretendido hacer visible la obra de las más jóvenesgeneraciones creativas en nuestro país. No se trata —en el espacio reducido que puede abarcaralgunas cuartillas de pensamiento— de olvidar que queda mucho por hacer aún en los campos de lapromoción, de la media, de la comunicación, pues no hay proyecto perfecto y completo en cada unade sus curvas; se trata, por el contrario, de encauzar los pasos críticos, objetivos, de una cultura delencuentro que permita precisamente eso: la conjunción de voces escriturales a través del sistemade publicaciones vinculado a las estructuras editoriales de la AHS.

Cuatro textos y cuatro editoriales: La zozobra en el ojo del huracán, de Diona Espinosa Naranjo,ganador del Premio Sed de Belleza, 2015, (y publicado por Sed de Belleza Ediciones, 2015); Buscando a Anna Veltfort, de Carmen Cutié Torres, Premio Reina del Mar (Reina del Mar Editores,2015); Los macabeos, de Abel Fernández-Larrea, XV Premio Celestino de Cuento (Ediciones La Luz,2015), y Homeland, de Ariel López, Premio Mangle Rojo de Poesía (Áncoras Ediciones, 2015). Nopretenden ser mis palabras un mapa textual que conduzca a un solo tipo de lectura, sino tan solouna invitación, un primer paso en busca de una teatralidad que trascienda el ámbito del texto y quepermita al lector/espectador una construcción conjunta de la realidad textual de estas obras.

La zozobra en el ojo del huracán, de Diona Espinosa Naranjo, más que un libro de entrevistas sobreel documental cubano realizado en el Período Especial, es un libro sobre la memoria cultural,semiótica y simbólica de nuestra nación. Puede hablarse, según creo, de un manuscrito contra ladesmemoria, contra la “despoetización” de una realidad cruda, muchas veces soterrada en nuestrosrecuerdos como país, pero que continúa siendo una época de producción de sentido y de contenidosen todo el orden de la cultura. A través de quince entrevistas coherentemente articuladas por laautora, y un levantamiento textual de la memoria, La zozobra en el ojo del huracán condensa en susCentro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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pocas páginas, el testimonio de algunos de los más importantes creadores del género documental—es decir, del audiovisual en general— en nuestro país: Fernando Pérez, Enrique Colina, NiurkaPérez, Lissette Vila, por solo mencionar cuatro nombres de los tantos que aparecen en estemanuscrito. Desde las visiones personales (y muchas veces autorales) podemos observar eltranscurrir de una época que tuvo consecuencias devastadoras para una generación de creadores enun periodo donde no solo disminuyó la producción de obras, sino también se iniciaron otros múltiplesavatares que condujeron a una resignificación, a un replanteamiento, de manera conclusiva, a unpunto de giro. Es este un texto fiel, un texto mapa, una suerte de cartografía de voces que muestransu(s) realidad(es) en busca no de un estatismo conforme, una rigidez de «época pasada, mejorolvidada», sino que pretende ser guía para la comprensión, el debate, para la cultura del encuentroentre las generaciones, siempre en el rescate del pensamiento, el debate y la polémica; virtudes decomunión que han de ser salvadas por nuestra nación —como bien Diona Espinosa lo ha logrado—urgentemente.

Buscando a Anna Veltfort, de Carmen Cutié Torres, es un libro de cuentos (me atrevo a clasificar concierta reticencia, pues por el orden temático, la estructura interna de los textos y la recirculación dealgunos de sus personajes a lo largo de los diferentes relatos, muchas veces parece que se está enpresencia de un texto rara avis, cuentinovela circunstancial, galería de un particular y curioso museode cera en el ámbito moderno, novísimo, citadino de la realidad). A lo largo de once cuentos, onceentradas a una Matrix en la cual el ser humano se convierte en una batería, un objeto oxidado, uncargador de energía, la autora nos invita a sentirnos parte de la decisión de un tal Neo de los filmesde ciencia ficción, al ver en la mano de Morfeo dos píldoras: una que conduce al olvido, otra queconduce al despertar absoluto. Esta es una propuesta arriesgada: si el lector escoge la píldora deldespertar será entonces capaz de asistir a una distribución no articulada de la conciencia urbana—dígase el mundo como conciencia colectiva, conciencia hormiguero, conciencia panal—, donde lospersonajes, a pesar de compartir angustias, de (re)vivir parecen atrapados en sí mismos, en laciudad, en la imposibilidad del lenguaje, en la (no)(in)comunicación.

En Buscando a Anna Veltfort no hay encuentros: los personajes pasan frente a las pantallas de unatelevisión, frente a la arena de un circo romano, frente al canal de un chat simbólico que es, pienso,el tejido textual de este libro. Su principal mérito es producir inquietud, cierta cosquilla deextrañamiento en algún lugar del cuerpo, cierto sentimiento compartido de que algo no se encuentrabien: es este el mecanismo que articula la autora desde el lenguaje, desde la arquitectura de lospersonajes, desde el techo que coloca sobre sus cabezas para no permitir un despegue. Estaimposibilidad nos conduce a un particular Teatro del Mundo, ya no pleno en su belleza sinoabandonado, dígase las ruinas de una civilización, el pataleo de una hormiga que ve pasar su tiempoy se conforma con ser testigo, con el intento de la fábula, con ser el sujeto —y también objeto— deltestimonio. No asistimos a una realidad enrarecida, pienso, sino a un escenario final, a una poéticapara el fin del mundo que Carmen Cutié “textualiza”.

Los macabeos, de Abel Fernández-Larrea, es un libro —perdón por el lugar común, pero a veces soloél nos salva del ostracismo lingüístico o, peor aún, de la imposibilidad de la comunicación— quedisfruté medularmente. Se conduce por una rama narrativa diferente a buena parte —por no decir lamayor parte— de la creación joven que se ha asumido como mainstream desde Generación Cero.Sin ser este un ámbito para la crítica o la polémica —que sí para la opinión individual— y sin ignorarque también Abel Fernández-Larrea ha sido conceptualizado dentro de este bloque generacional,pienso que su propuesta de escritura camina con otros pies y hacia otro camino; una senda que nodeja de ser cubana aun cuando habla de realidades no insulares, porque este continúa siendo untexto que habla de la importancia de la conservación de la memoria (familiar, personal, memoria deADN, memoria de latido, colectiva). Sus personajes —muchos de ellos niños, casi todos, diría, ojóvenes— son perfectos mapas de relaciones humanas, vistos ellos desde el microscopio, la hendija,la lupa breve de breves relatos que pretenden, tan solo, condensar un momento de la vida, unaexperiencia, un paso por el mundo.

Los macabeos no es un libro de gritos. No posee una estructura lingüística compleja, no hacemalabares con el lenguaje, no complejiza sus personajes en un intento de convertirlos enconstructos de la postmodernidad. Los macabeos es un libro de susurros; susurros que nos obligan aaguzar el oído, a percibir la polifonía del casi silencio, susurros que nos conminan a bajar la voz y asentarnos a las puertas de una casa simbólica y esperar el encuentro con otra realidad. Pero no seCentro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. La Habana, Cuba.Desarrollador web: Juan Rey Hernández Cabrera. © Todos los derechos reservados. 2015.

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entienda esta realidad que Abel Fernández-Larrea propone como un espacio para el extrañamiento:no se habla de Cuba, no se habla de nuestra realidad citadina, pero se conversa en el lenguajehumano, universal, no reductivo. Sus espacios de dramatización no son otros que el ámbito social dela convulsión: constreñimiento, la Guerra Civil española, la guerra familiar contra la soledad y lamuerte, la resistencia individual en los albores de la Segunda Guerra Mundial, el exterminio de losjudíos, las puertas del caos que son tocadas tres veces por una mano extraña. Repito: estos espaciosno son cómodos, ni siquiera poéticos, pero en su dolor, en su espasmo, traen ciertos ecos derelumbre, galas perdidas de un mundo, recuerdos perdidos de un mundo. Quisiera hacer especialénfasis en la elección de personajes; como decía anteriormente, muchos de ellos niños oadolescentes, lo que confiere una especial crudeza a los hechos narrados, pero vistos desde un ojoinquieto, a veces alerta, a veces ignorante, pelotas de colores al sol. Abel Fernández-Larreaconstruye una arquitectura textual basada en las estructuras personales, en las relaciones humanas,y sobre ellas levanta un techo estructural de sencillez, que no simpleza, probablemente porque hadescubierto que importa más contar bien que hacer malabares con construcciones de paja y humo.

He reservado para el final a Homeland, de Ariel López, por considerarlo el «plato fuerte» de estasuerte de colección circunstancial de escrituras. Hablo, aquí —sea útil para la comprensión delpúblico— de un libro de poesía que pulsa las cuerdas de la memoria de nuestro país pero, másimportante aún, las cuerdas simbólicas de nuestra esencia como individuos humanos. Homeland,curiosamente, parte de un título en inglés para hablar de la tierra, concepto muchas veces ambiguo,antiguo, exiguo, olvidado. Ariel López no nos regala los versos, nos exige construir poesía junto a él,desde la forja de la lectura, con el dedo sobre el huso, con la maldición de cien años de sueño sillegas acaso a pincharte con la aguja de la desmemoria. Nos invita, desde cierta vocación hacia elconvite, casi religiosamente, al «levántate y anda», «al despiértate y anda» (la importancia radica enel infinito andar). El poemario recorre, casi como en una máquina del tiempo, ciertos sucesos de lamemoria social/cultural de nuestro país. Comienza —y este primer poema casi podría ser un exordio,un prólogo a las otras escrituras que le suceden— con el texto 1492:

[…]

Deseo inevitable de estar siempre en otra parte.

Empacaron entonces sífilis, vacas y caballos;

empacaron a Dios en sus bodegas

y a los setenta y nueve días escucharon los pájaros

volar toda la noche hacia el paraíso

donde las palmas en su hermosa deformidad

esperaban pacientemente a ser taladas.

Se habla aquí, también, de un texto galería, que no libro de historia, que desciende y asciende enuna curvatura de sucesos, en diferentes modos de concebir la poesía no como una pasta homogéneade circunstancias o maneras de construir, sino en orden de observación, casi comunión. Puedehablarnos de la manigua, de los huracanes o la convulsión, de las cargas al machete, de laconcepción de la insularidad sin detenerse todo el tiempo en la ya tan gastada frase «de la malditacircunstancia del agua por todas partes». Sí, porque aquí tenemos el agua, y está en todas partes,pero el poeta no se conduele ni se siente confinado, el poeta no es presa ni pasto para el destino:busca retratarse en los versos, por suerte para el lector, de manera incómoda, no complaciente, noplácida. Adviértase, no obstante, la importancia del territorio limítrofe, circundado por el agua quefunda y destruye: desde el primer poema y hasta el último, Ariel López es consciente de la utilidaddel agua como testigo, la usa a voluntad, se rodea de ella; el agua que ha avisado a cierto almirantede nuestra existencia, también ha subsistido durante más de quinientos años como una sombra enla sombra; sigue ahí cuando los hombres se hacinan contra las balsas o cuando Ariel afirma, en elpoema Nieve:

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Hay países que no existen. Nada puede desde aquí probar lo contrario. Mi padre, por ejemplo; estáfirmemente convencido de que Noruega es un país real. Dice que estuvo allí, justo antes de minacimiento […] Pero a mí, nada puede convencerme de estas presencias. Yo nunca he visto la nieve,y nada; ni las fotografías o las palabras dan fe de ello a mi imperturbable conciencia tropical. Miconciencia solo conoce el lomo de esta isla, se apega a él con fiereza sospechando de las luces queen noches adecuadas destellan allende el mar. […] como sé que no existen otros países no tengoenemigos,/no fundo tentaciones,/no fundo esperanzas/ni viajes/ni alegrías;/no fundo el amor/ni lanecesaria y despiadada tentación/de esta… o cualquier belleza.

Ariel López se poetiza como sujeto de la Isla, se objetualiza como composición de la Isla, se hacepalma, hermosa deformidad, navega en lo profundo y el agua, al final, lo aplasta, porque este es unlibro, también, de múltiples aplastamientos que no son definitivos, sino ubicua piedra de Sísifo que elpoeta carga hasta la cima de la montaña y que, no obstante, fiel al mito, cae una y otra vez. ArielLópez, sin embargo, le gana a la piedra, pues sus intentos por subirla a la cumbre, sus intentos pordevelar el poema, su persistencia a subir y bajar, en la búsqueda de un dominio poético superior, esquizás el viaje total, la ganancia de los versos. La piedra podrá caer, eso ya no importa, estamosacostumbrados a recogerla eternamente; sí importa el acto de levantarla y de confiar que esta vez,cuando lleguemos a la cima, nuestra generación la habrá derrotado definitivamente.

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