Configuración con Cristo

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Programa de Formación: Teología de la Perfección Cristiana. Principios Fundamentales de la Vida Cristiana: La Configuración con Jesucristo. 1 TEMA IV: PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA VIDA CRISTIANA LA CONFIGURACION CON CRISTO IDEA CLAVE: El hombre puede alcanzar a Dios a través de Jesucristo, su Hijo, quien dijo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. La configuración con Jesucristo es la finalidad misma de la vida cristiana. Esa configuración abarca tanto nuestra propia santificación como la glorificación de Dios, pues no podemos santificarnos ni dar gloria a Dios si no es por Cristo, con Cristo y en Cristo. Nadie se santifica si no es por El, porque El es el único Camino que conduce al padre. INTRODUCCION: Trabajamos para alcanzar la perfección cristiana o santidad basada en las siguientes formulas: 1. La santísima trinidad, nos inhabita, estamos llamados a vivir la plenitud, el misterio inefable de la inhabitación trinitaria. 2. La perfecta configuración con Cristo. 3. La perfección de la caridad. 4. La perfecta conformidad de la voluntad humana con la divina.

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Efecto de la gracia santificante en el creyente

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TEMA IV:

PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA VIDA CRISTIANA

LA CONFIGURACION CON CRISTO

IDEA CLAVE: El hombre puede alcanzar a Dios a través de Jesucristo, su Hijo, quien dijo: "Yo soy

el Camino, la Verdad y la Vida.

La configuración con Jesucristo es la finalidad misma de la vida cristiana. Esa

configuración abarca tanto nuestra propia santificación como la glorificación de

Dios, pues no podemos santificarnos ni dar gloria a Dios si no es por Cristo, con

Cristo y en Cristo. Nadie se santifica si no es por El, porque El es el único Camino

que conduce al padre.

INTRODUCCION: Trabajamos para alcanzar la perfección cristiana o santidad basada en las

siguientes formulas:

1. La santísima trinidad, nos inhabita, estamos llamados a vivir la plenitud, el

misterio inefable de la inhabitación trinitaria.

2. La perfecta configuración con Cristo.

3. La perfección de la caridad.

4. La perfecta conformidad de la voluntad humana con la divina.

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Según la segunda fórmula, la santidad consiste en la plena configuración con

Jesucristo, esta es la finalidad misma de la vida cristiana. Esa configuración abarca

tanto nuestra propia santificación como la glorificación de Dios, pues no podemos

santificarnos ni dar gloria a Dios si no es “por Cristo, con Cristo y en Cristo”, como

canta la doxología en la celebración de la Eucaristía.

Cuando hacemos las cosas por Cristo y con Cristo, El permanece todavía

extrínseco a nosotros y a nuestras obras, en cambio, cuando hacemos las cosas en

Cristo, Él nos introduce dentro de sí, identificándonos de alguna manera con El y

nuestras obras con las suyas.

DESARROLLO DEL TEMA: Según las palabras del evangelio de San Juan, Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Él es el único Camino para ir al Padre, la única forma posible de santidad según el plan trazado por Dios. Sólo por El, con El y en El podremos alcanzar la meta y el ideal trazado por Dios en la creación, redención y santificación. “Nadie puede ir al padre sino por El” (Jn 14,6). Él es el camino porque nos enseña como andar por la senda que nos lleva al Padre, dándonos ejemplo El mismo. Cuando Jesús nos dice que Yo soy el camino, nos quiere decir que El sí es capaz de llevarnos a la verdad y la consumación de nuestra vida. El como hombre no vivió a ciegas, se dejo guiar por Dios, supo obedecer a su padre en todo. Nació, vivió, hizo su propio camino, superando muchas dificultades, pero llegó a la meta verdadera, la meta de una perfecta humanidad, exaltado por Dios, ahora es el Señor y el Centro del mundo. El ha hecho la peregrinación verdadera del ser hombre, y ha llegado a la humanidad perfecta, a la vida verdadera y eterna.

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En nuestro catecismo, el numeral 1696, nos dice: “El camino de Cristo lleva a la vida, un camino contrario lleva a la perdición” (Mt 7,13; cf Dt 30, 15-20). La parábola evangélica de los dos caminos está siempre presente en la catequesis de la Iglesia. Significa la importancia de las decisiones morales para nuestra salvación. “Hay dos caminos, el uno de la vida, el otro de la muerte; pero entre los dos, una gran diferencia” (Didaché , 1, 1). Cristo es también la Verdad absoluta e integral. Él es nuestro modelo en sus obras, es decir, en sus virtudes admirables, practicó lo que enseñaba y enseñó lo que practicaba, su vida y su doctrina formaban un todo armónico y unitario. Santo Tomas nos dice que el motivo principal de la encarnación del verbo fue la redención del género humano. Pero, aparte de esta finalidad fundamental, la encarnación tuvo también otras finalidades altísimas, entre las que figura la de darnos en Cristo un ejemplar y modelo acabadísimo de todas las virtudes. Y esto no sin un designio adorable de la Divina Providencia. Pero Cristo es, ante todo y sobre todo, nuestra Vida. Este último es el «aspecto más profundo y al mismo tiempo más bello y conmovedor del “misterio de Cristo” con relación a nosotros. Cristo es nuestra vida porque nos mereció la gracia, que es la vida sobrenatural del creyente; también porque esa vida brota de El y porque nos la comunica a nosotros. El merecimiento de la gracia está relacionado íntimamente con su sacrificio redentor. Desde el pecado de Adán hasta la venida de Cristo a nuestro mundo toda gracia se concedió únicamente en atención a nuestro Señor, y toda gracia que recibirá la humanidad hasta la consumación del mundo brota del corazón de Cristo como de su única fuente y manantial, es decir, que a partir del pecado original la gracia de Dios nos viene a través de Cristo. Aunque la gracia se nos comunica de muchas maneras, el manantial de donde brota es absolutamente único: la humanidad de Cristo unida a la divinidad. Cristo como cabeza de la Iglesia ejerce su influencia vital sobre los miembros que permanecen unidos a él en esta vida por la gracia y la caridad. Esta influencia se realiza de muchas maneras, pero fundamentalmente se pueden reducir a dos: por

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medio de los sacramentos y por el contacto de la fe vivificada por la caridad, examinemos cada uno de estos dos modos. 1) POR LOS SACRAMENTOS: La Iglesia nos enseña Cristo es el autor de los sacramentos, pues estos son “signos sensibles que significan y producen la gracia santificante”. Sólo Cristo, manantial y fuente única de la gracia, podía instituirlos. Y los ha instituido precisamente para comunicarnos a través de ellos su propia vida divina: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Esos signos sensibles tienen la virtud de comunicarnos la gracia por su propia fuerza intrínseca únicamente como instrumentos de Cristo, aun por encima de nuestras miserias y flaquezas, lo cual nos da una confianza y seguridad absoluta de la eficacia de los divinos auxilios de ellos en nosotros, esto será realidad sólo si no ponemos en duda su eficacia santificadora al recibirlos, por que si así fuera, invalidaríamos su acción en nosotros, por ejemplo: la falta de arrepentimiento impide la recepción de la gracia en el sacramento de la penitencia. Entonces la medida de la gracia que en cada caso nos comunicaran los sacramentos dependerá no sólo de la mayor o menor excelencia del sacramento en si mismo considerado, sino del grado y fervor de nuestras disposición. Si nos acercamos a recibirlos con verdadera hambre y sed de unirnos íntimamente a Dios recibiremos en medida desbordante y plena la gracia que en ellos reside, comunicándonos la vida divina de Cristo e impulsándonos a darle un tributo de gratitud y de amor al acudir a ellos como medio de configuración con Jesucristo.

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2) POR LA FE: San Pablo dice: que Cristo habita “por Fe” en nuestros corazones, ¿que significan estas palabras? ¿Se trata de una presencia física de la humanidad de Cristo en nuestras almas, a la manera de la presencia de la Santísima Trinidad en el alma en gracia? No, de ninguna manera, la humanidad de Cristo viene físicamente a nuestras almas en el sacramento de la Eucaristía. Santo Tomás comentando las palabras de San Pablo las interpretó tal como suenan: POR LA FE CRISTO HABITA EN NOSOTROS, y por lo mismo la VIRTUD DE CRISTO se une a nosotros por la fe, entonces es la virtud de Cristo la que habita propiamente en nuestros corazones. Cada vez que nos dirigimos a El por el contacto de nuestra fe vivificada por la caridad, sale de Cristo una virtud santificante que tiene sobre nuestras almas una influencia bienhechora. El Cristo de hoy es el mismo del Evangelio, que todos los que se acercaban a El con Fe y con Amor participaban de aquella virtud que salía de El y sanaba las enfermedades de los cuerpos y de las almas. Entonces no dudemos que cuando nos acercamos a El por medio de los Sacramentos, con Fe, humildad y confianza, de El sale un poder divino que nos ilumina, nos fortalece, nos ayuda y nos auxilia. El alma, pues, que quiera santificarse ha de multiplicar e intensificar cada vez mas su contacto con Jesucristo a través de una Fe ardiente vivificada por el amor.

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CONCLUSION: La meta en nuestra vida cristiana es configurarnos con el Señor Jesús, Hijo de Dios

y de Santa María. En Cristo Dios se hizo hombre, por obra del Espíritu Santo, para

elevarnos a nuestra verdadera grandeza y dignidad humana, más aún, para

hacernos partícipes de su misma naturaleza divina. Él es el modelo de plena

humanidad.

Ser santo, ser santa, es llegar a ser verdadera y plenamente hombre, verdadera y

plenamente mujer, en la medida en que nos asemejamos cada vez más a Jesús,

en la medida en que crecemos hasta alcanzar su misma estatura, en la medida en

que Él vive en nosotros.

Configurarnos con Cristo implica vivir como Él vivió: «Quien dice que permanece

en Él, debe vivir como vivió Él». No se puede creer en Jesucristo sin ser discípulo

suyo. El que cree en Jesús comprende que Él es «el Camino, la Verdad y la Vida», y

por tanto se siente impulsado a recorrer ese Camino para dejarse transformar por

la Verdad que Él revela, a fin de alcanzar y participar de la Vida que es Él mismo

por acción del Espíritu Santo.

PROPOSITO DE LA SEMANA:

Dejarme encontrar por Jesucristo en el sacramento de la eucaristía,

frecuentándolo más de una vez a la semana y hacer cotidianamente el ejercicio

de pensar, sentir, vivir, amar como Jesús. Siendo consientes que nuestro contacto

con Él debe ser a través de una fe ardiente vivificada por el amor.

BIBLIOGRAFIA: -Teología de la Perfección Cristiana. Antonio Royo. -Biblia de Jerusalén.