Cómo Sobrevivir a La Ciudad Sin Saber Leer - Carlos Sánchez Rangel

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Cómo sobrevivir a la ciudad sin saber leer - Carlos Sánchez Rangel

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    Cmo sobrevivir a la ciudad sin saber leer1 julio, 2015

    Carlos Snchez Rangel

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    Jessica Rojas no puede leer estas lneas. Donde usted leer su historia, ella solamente distinguira una seriede signos que, lo sabe muy bien, para otros tienen un significado muy concreto y tal vez importante. Paraella son slo el recordatorio de un mundo al que no pertenece.

    Tiene 16 aos y jams ha usado Facebook ni navegado en internet. No est en los grupos de WhatsApp desus amigos, pues su celular lo usa slo para hacer llamadas. Tampoco se inspir nunca en Tom Sawyer oMafalda para sus travesuras cuando era ms chica. No podra distinguir un ensayo de una carta de amor.Pedirle que la contestara sera una broma de mal gusto.

    Jessica es analfabeta y originaria de Caazap, en el sur de Paraguay, cerca de la triple frontera. Fue a laescuela hasta el cuarto grado, que dej inconcluso porque su madre falleci y la familia entr en unapendiente de tristeza y desorganizacin de la que, cuenta, era difcil escapar.

    Un ao despus, en 2010, lleg junto a su padre a Buenos Aires. Aqu empez a acudir a la escuela paraadolescentes y adultos que funciona en la parroquia Nuestra Seora de Caacup, en la villa 21-24, unasentamiento irregular en el barrio de Barracas. Ironas de la vida: al ao siguiente de la llegada de Jessicaa la capital argentina, la UNESCO le concedi a esa ciudad el ttulo de Capital mundial del libro.

    A pesar de que en enero cumpli 12 meses como alumna, Jessica todava no es capaz de unir las letraspara entender una palabra, y de las frases ni qu decir. Esto se debe, en gran medida, a que la profesoratitular de su escuela se ausenta rutinariamente desde marzo del ao pasado, y los suplentes se ven

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    obligados a, prcticamente, empezar siempre desde cero. Y si la titular regresa, la labor del sustituto se vetruncada.

    Estas limitaciones son evidentes cuando Jessica habla. El esfuerzo enorme por encontrar los trminosprecisos para transmitir lo que piensa es ostensible, y eso parece producirle desesperacin. Esta sensacinde vulnerabilidad llega tambin a otros planos: evita salir de su barrio, ya que no sabe las calles y lepreocupa perderse; no le gusta hablar con gente a la que no conoce.

    La villa de Barracas es el mayor asentamiento irregular en la capital argentina y una de las zonas conmayores ndices de pobreza y delincuencia en la ciudad. Ah llega a vivir gran parte de los inmigrantesprovenientes de Bolivia y Paraguay que recibe Buenos Aires. Es por eso que la parroquia est consagrada ala Virgen de Caacup, a cuya advocacin est dedicada una importante baslica a 50 kilmetros al este deAsuncin.

    En la parte trasera de la parroquia hay unas escaleras oscuras y sucias que conducen a la escuela en laque estudia Jessica. El foco de 20 watts que hay en el aula no ilumina lo suficiente, por lo que cuestatrabajo ver con claridad. Como si ello no fuera suficiente, la pequea ventana en una de las sucias paredeses insuficiente para dejar pasar la luz del sol. Una reja que domina las escaleras para prevenir un robo le daal lugar un aire hostil.

    Los escritorios estn despintados y pareciera ms un bodegn abandonado que una sala para tomar clases.Junto a Jessica hay otros seis o siete alumnos. Todos son habitantes de la villa 21. Cuando llueve sonmenos: no es fcil recorrer las calles cuando son una zanja cubierta de lodo espeso. Son contadas laszonas de ese asentamiento que estn asfaltadas.

    Pero cada tarde Jessica est all, en su escritorio de madera gastada y con rayones, luchando contra lasletras para hacerlas suyas. Sabe que es el primer paso para llegar a la Facultad de Derecho, donde quiererecibirse de abogada, tome el tiempo que tome.

    Detrs de Jessica, como escondindose, se sienta Antonella Soto, 17 aos, de Formosa. Ms all de sutimidez y el bajismo volumen de su voz, que el grabador apenas logra registrar, hay unas metas que nofueron minadas por la discriminacin que sufri por no saber leer. No me tengo que rendir, se dijomuchas veces. Ya puede unir palabras y est segura de que quiere llegar a la universidad a estudiar unacarrera relacionada con el diseo. Su objetivo ms ambicioso? Escribir una novela.

    En los pupitres ms prximos al lugar de la maestra se sientan Ana Postigo y Mara Esther Centurin. Ellasson dos seoras que, invariablemente, acuden a la escuela de lunes a viernes, sin importar si llueve o si lamaestra falta.

    La situacin de estas mujeres, sin embargo, no es excepcional. En Argentina hay cerca de 770 mil personasmayores de 10 aos que no saben leer ni escribir, lo que representa un 2% de la poblacin, segn cifrasdel organismo de estadstica oficial, el Indec.

    Ese ms de medio milln de individuos, entre los cuales figuran residentes extranjeros, se encuentra aorillas de la sociedad moderna, toda vez que carece de las herramientas que le permitiran acceder a lainformacin necesaria para mejorar sus niveles de vida, conocer sus derechos y participar formalmente enla democracia. Pero tambin los priva de aspectos ms sencillos e ntimos: la emocin de leer sobre lavenganza de Edmond Dants en El conde de Montecristo o la satisfaccin de escribirle un mensaje de textoa alguien querido.

    De todo ello estuvo privada Ana Postigo durante 67 aos. Muy seria y sin mirar un punto fijo reflexiona:Antes de saber leer me senta muy sola, muy alejada de todo. Era como si estuviera fuera de la sociedad.

    Y es que en los hechos lo estaba. Nacida en Yucumo, una pequea ciudad en el noroeste de Bolivia, Anafue la nica mujer entre sus dos hermanos. La ruleta del gnero defini su suerte sin piedad. El entorno

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    machista, segn sus palabras, que predominaba en su familia, fij lmites estrictos de cmo ella habra devivir. Slo sus hermanos, por ser varones, fueron enviados a la escuela. Las palabras de los profesores quepedan que Ana asistiera a clases fueron vanas. Se toparon con la cerrazn de sus padres.

    A m no me hicieron estudiar porque tena que barrer, lavar, cocinar Todo tena que hacerlo yo, como sifuera una persona grande, recuerda. De seis aos yo ya saba lavar, cocinar haca todo. Por eso mimadre no me soltaba para nada. Ella se iba y cuando volva yo ya tena todo listo: acomodado, limpio,barrido, hecho el almuerzo. Yo era como una empleadita domstica, nada ms, dice con una firmeza queno asoma reproches.

    Una empleadita que jams ley los cuentos de los hermanos Grimm antes de dormir ni disfrut las tirascmicas del peridico un domingo por la tarde. Ni siquiera garabate su nombre en una hoja de papel; nopor falta de ganas, sino por estar fuera de ese universo que son las letras. Vea a sus hermanos asistir a laescuela sin envidia ni resentimientos: le daba gusto saber que al menos ellos tenan esa oportunidad.

    La edad adulta no trajo ms libertades para Ana, que se cas siendo adolescente y pas de hacerse cargode sus hermanos a criar a 10 hijos, seis hombres y cuatro mujeres. Todos estudiaron, de eso se asegurella misma. Cuatro de ellos, todos varones, llegaron a Argentina entre 2003 y 2008 en busca de mejortrabajo. Ana y su esposo se quedaron en Bolivia hasta que, hace siete aos, ella enviud.

    Mi esposo muri y eso me hizo ver que entonces no slo me faltaba el marido, sino tambin muchas otrascosas, confiesa. Un ao despus, en 2009, decidi seguir a sus hijos hasta Argentina, donde se instal enla villa 21-24. Su piel morena enmarca unos ojos pcaros, que no pierden detalle.

    Ver la ciudad por primera vez le result abrumador: No me gust. Quera volverme a Bolivia, se lo dije ami hijo, pero l me pidi que le diera un tiempo. Al mes ya tenamos un lugar en donde vivir ac en la villay l empez a trabajar de albail, as que nos quedamos. Ese tiempo yo sala mucho a caminar paraconocer la ciudad, no me importaba si iba sola. No entenda nada, vea los edificios y me preguntaba quser aqu?. Ahora eso ya no me pasa, pero sufr mucho al principio.

    Su primera gran dificultad en Buenos Aires fue moverse en la ciudad, pues el transporte pblico y la ciudadtoda son un sistema basado, primero que nada, en la lectura. Consciente de ello, una de sus hijas, que esdirectora de escuela, haba intentado ayudarla a aprender antes del viaje a Argentina. Pero Ana se resisti.Senta que si dejaba que mi hija me diera clases iba a perder mi autoridad de madre, dice.

    Fueron tiempos en los que pocas cosas la motivaban. Venda comida y se haca cargo de uno de sus hijos,en eso se agotaba su vida. Ni siquiera cobrar su paga le era fcil: lo nico que le permita diferenciar entreun billete de dos pesos y otro de cien era su color. Lo haca con todos los riesgos e imprecisiones queimplica el aprendizaje por asociacin. La falta de su marido acentuaba su sensacin de soledad y la lejanadel hogar empeoraba su nimo. Extranjera, viuda y sin educacin para aspirar a un empleo bienremunerado, Ana vea ante s una muralla que se elevaba a las alturas y no crea poder franquear.Entonces decidi quitarse la vida.

    Se detuvo. Su propia voz le habl: La vida es para crecer y para aprender. No puedes hacer esto, tienesque vivir. Dej ir la soga y con ella la sombra tentativa. Era hora de eso, de crecer, de aprender y devivir.

    De cierta forma esa Ana no existe ms. Desapareci cuando, en agosto de 2014, lleg a la escuela paraadultos. Aprendi a leer al cabo de dos meses. En ocho semanas Ana pas de ser incapaz de leer su propionombre a hacer suyo todo lo que la rodeaba.

    Para octubre ya saba a usar WhatsApp. Por ese medio le escribe su nieta, quien vive en Roma. Desdeaquella legendaria ciudad, de la que Ana an sabe muy poco, recibe fotos de plazas, monumentos ytemplos, algo que jams haba credo posible. Su ambicin tecnolgica no para ah: Mi hijo se compr unacomputadora y estoy empezando a apretar los botones, poco a poco.

    Desde que aprend a leer cambi mi forma de pensar, mi manera de conectar con la gente, de

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    expresarme. Una cosa es hablar y otra es tener dilogos. Claro que yo antes tambin tena dilogos, perome faltaba algo. Ese algo es la capacidad de conocer, reflexiona.

    Llegar a ese punto le tom tardes enteras de frustracin y esfuerzo. Al principio, admite, lo ms complicadoera reconocer las letras, aprender las vocales. La imagen podra ser la de un jardn de nios, pero cobraotra dimensin cuando quien sufre por entender las diferencias entre una A y una O es una mujer de casi70 aos.

    La noche del viernes, despus de su primera semana en la escuela, pens en no volver ms y desistir deese reto que le pareca complicadsimo, casi imposible. Pero entonces me dije: se van a rer miscompaeros si no voy ms. Eso me dio un nimo. Yo misma me di un nimo, cuenta con determinacin. Yhoy, a 10 meses de haber empezado las clases, se siente ms fuerte, super una barrera que la separabaculturalmente y tiene ansias de aprender lo ms que pueda. Distinguir las ramales de una ruta de autobsdej de ser una dificultad estresante.

    De leer dependen aspectos tan bsicos para el da a da como saber las calles o el destino del transporte

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    pblico. Lo mismo ocurre con la comprensin de cualquier trmite, desde el cobro de una pensin hasta lafirma de un contrato de alquiler. El asunto sigue: leer los diarios es crucial para conocer y comprender lasociedad a la que uno pertenece. Y hay ms.

    Ese ms no puede sino abrumar a quienes se les conoce como analfabetos. Cinco slabas despiadadas conlas que es difcil amigarse. A quin se le puede llamar as de frente sin ser cruel? Cmo es ser analfabetoy vivir en la ciudad en pleno siglo XXI?

    Alguien podra decirles a Mara Esther y Jessica que quizs es tarde para aprender a leer y escribir. O quede poco les servir a Jessica y Antonella entender un libro en un entorno de pobreza como el suyo. Pero aellas y a muchos de los alumnos eso les tiene sin cuidado. El reto es consigo mismos y pasa por encima delo que pudieran opinar quienes los rodean. Ese aprendizaje es el que, justamente, les permitir relacionarsecon el mundo en el que viven.

    Cristina Lipobsky es la actual profesora suplente en la clase de Jessica. Desde las nueve de la maanacomienza su labor, en una escuela en la Boca; despus del almuerzo se traslada a Barracas, donde esperaen una esquina para que un vehculo de la escuela la transporte las tres cuadras que separan a la avenidaVlez Sarsfield de la parroquia Nuestra Seora de Caacup, al interior de la villa.

    En otro lugar asignar una combi para que una sola persona recorra tres cuadras sera un absurdo, pero eneste caso lo insensato sera caminar: en ese trayecto los asaltos son frecuentes. Puede atestiguarlo ladirectora de la escuela, Alicia Pasquinelli, quien sufri un asalto a mediados de junio de 2014 y otro tanslo un mes despus. La villa 21-24 es un lugar duro y, como se ve, en ocasiones peligroso.

    Lipobsky se toma, sin embargo, ese transporte de lunes a viernes, pese a no ser la titular de la clase.Segn explican alumnos y profesores de la escuela para adultos que funciona al interior de la parroquia, elsistema de licencias y permisos para faltar es muy flexible y ello impide que haya sanciones a los docentesque se ausentan constantemente, aun a pesar del impacto negativo en el rendimiento de los alumnos.

    Toda la labor de Lipobsky se trunca cuando la titular vuelve, y resulta difcil creer que a un maestro que hafaltado a su trabajo sistemticamente le preocupe el aprendizaje de sus alumnos. Muestra de ello es quevarios de los estudiantes llevan ms de un ao cursando el primer ciclo y an son incapaces de leer.

    Mara Esther Centurin es uno de esos casos. Hoy tiene 49 aos y dej la escuela cuando era muy jovenpara trabajar y ayudar a su familia, como le ocurre a muchsimos otros en la ciudad, que suma cerca de 12mil 400 analfabetos. Cursa la primaria de adultos desde marzo de 2013 y reconoce que est aprendiendode a poquito, por lo que te digo que a veces nos cambian mucho a la maestra o no viene.

    No saber leer es no saber nada, reflexiona Mara Esther. La crtica es dura porque ella conoce muy bien loque es esa situacin. Durante casi medio siglo se dedic exclusivamente a trabajar como niera o ayudantede casa. Cuando era ms joven ayudaba a su padre a juntar tachos de vidrio para reciclar.

    La pobreza y el analfabetismo la situaron en un contexto sui gneris: un trabajo duro y mal pagado afueradel cual no haba posibilidades de nada ms. Como vivir en la Edad Media, sin la oportunidad de conocer yasimilar el arte o la vida poltica de su pas. Sin poder plasmar sus ideas y sentimientos en un papel paraotras personas o para generaciones futuras; todo ello mientras a su alrededor una ciudad entera navegapor internet, compra las obras completas de Julio Cortzar y est en contacto con amigos y familiares atravs de mensajes de celular.

    Mara Esther admite que leer un libro es algo que todava est fuera de su alcance, pero haber podidogestionar la jubilacin de su marido, quien muri en 2013 sin saber leer, es una meta que considera muyvaliosa. Ya no siente esa inseguridad que le produca no entender los precios de la comida cuando iba decompras.

    Recuerda que antes, cuando no poda leer absolutamente nada, la ciudad le pareca imponente y difcil deasimilar. Me daba miedo estar lejos de casa y no poder leer los carteles del colectivo para regresar. Un dayo tena que ir a un trabajo, que era cuidar a una nena en el hospital, y no saba cmo, no conozco la

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    capital y no s las calles, y la verdad es que tampoco quera pedirle a alguien que me ayudara. No queraque los otros se enteraran de que no saba leer. Tuve que rechazar el trabajo y me sent muy frgil, muytonta, cuenta.

    Y cmo no sentirse vulnerable frente a una mayora que da por sentado que todos saben leer. S, yopienso que s se discrimina [a los analfabetos], pero no de forma voluntaria; la velocidad con que se viveen la ciudad hace que uno no se pueda detener a mirar a aquel que no puede escribir, leer o hacer unacuenta, opina Lipobsky.

    De esa discriminacin fue vctima Antonella Soto. Es la mayor de tres hermanos y, sin embargo, la nicaque no sabe leer ni escribir. Dej la escuela cuando tena 12 aos, pero no saba leer. Haba muchosproblemas en mi casa y tuve que dejar de ir a clases, explica. Cuando ella tena dos aos su familia viajde Formosa, una de las provincias ms pobres del pas, a Buenos Aires en busca de trabajo, pero las cosasno mejoraron mucho. Pasaron de vivir en la pobreza del campo a la miseria urbana y gris que es la villa21.

    No saber leer me priv de tener amigos. La gente que conozco ac s sabe y algunas personas se alejaroncuando supieron que yo no. Los chicos de mi edad se burlaban de m porque era calladita y no saba leer.Me empujaban o buscaban pelear. Y yo me deca: tens que seguir adelante. As que volv a la escuela en2011. Mis paps siguen pelendose mucho, pero yo ya no me meto y mejor estudio, relata.

    Aprender a leer le dio fuerza: ahora, con 17, sabe que puede terminar la primaria, el secundario y cursaruna carrera. Antes, cuando las letras no le decan nada, Antonella perciba un panorama ms cerrado, mstriste. De chica le gustaba contemplar las imgenes en los libros, pero le resultaba desesperante nocomprender las letras que las acompaaban. Era, dice, como ver algo muy cercano pero a la vezinalcanzable.

    Ah fue cuando dije: necesito aprender a leer. Miraba las letras y quera saber qu significaban todas lascosas. Todo est lleno de letras y yo no poda entender nada, se lamenta. Ahora disfruta de los poemas ycuentos: Leo poquito, an no del todo, pero s avanc.

    Su proyecto de novela es slo una idea, pero asegura que la escribir. Por ahora, lo que ms leentusiasma, adems de construir su camino hasta la universidad, es ayudar a sus hermanos, de nueve y 11aos, con sus tareas de la escuela. Quiero que ellos aprendan todo lo ms rpido que puedan para que noles pase como a m, explica.

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    En la Escuela Repblica de Hait, tambin en Barracas pero fuera de la villa 21, estudia Gustavo Araujo, de28 aos. Sus manos delatan que trabaj como campesino: son speras y de piel dura. Pero habla con unaelocuencia y, en ocasiones, una prisa, que delatan una mente gil y atenta.

    Hace siete aos decidi dejar su pueblo natal, una zona rural al sur de Paraguay, para venir a trabajar aBuenos Aires. Mi padre me dijo cmo te vas a ir sin tener estudios?, no le hice caso y ahora veo quetena razn, dice con una sonrisa irnica.

    Nunca fui a la escuela porque no me importaba. Una de mis hermanas, que vive en Paraguay, es maestrae intent ensearme muchas veces, pero no le hice caso. En el campo no me serva de mucho leer. Luegollegu a Argentina y me di cuenta de mi error. Hasta para andar en la calle se necesita, ni se diga paraviajar o trabajar, admite Araujo.

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    El amor y la vergenza lo llevaron a la escuela. Ac empec a estar de novio con una chica, y un da memand un mensaje al celular y yo no lo entenda. Slo usaba el telfono para llamadas. Tuve que decirle laverdad, que no saba leer, y pas mucha vergenza, recuerda. Ello y el deseo de un mejor trabajo ledieron la determinacin que faltaba. No quiero ocuparme en cosas del campo, y sin estudios no podaaspirar a ms, cuenta Gustavo, quien ahora trabaja como cargador en una fbrica de gaseosas y lamentael tiempo perdido con una frase que le pesa decir: Tengo 28 aos, a esta altura ya tendra un ttulo de launiversidad.

    Pese a ello, piensa que esta etapa de su vida es transitoria y mejorar si persiste en sus estudios. Cambimi vida. Ahora que leo domino ms todo lo que me rodea y quiero empezar a usar la computadora.Siempre que puedo compro el diario y en la calle no paro de leer todos los carteles, dice. Los mensajes detexto que le manda su novia ahora cumplen con su funcin.

    Si algo resulta evidente es que el analfabetismo est ligado a la pobreza y opera en un crculo vicioso delcual es complicado escapar. No saber leer ni escribir limita toda posibilidad de acceder a empleos mejorremunerados y la ausencia de recursos hace que muchas veces se tenga que sacrificar la escuela en pos detrabajar para sobrevivir. As le ocurri a la mayora de los entrevistados para esta investigacin.

    Un informe del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, publicado en 2014, explica que los barrios con unnivel econmico relativamente alto cuentan con menores niveles de analfabetismo y los ms pobrespresentan mayores ndices. En total, 0.5% de los habitantes de la ciudad no sabe leer ni escribir.

    Si bien la capital argentina registra ndices de analfabetismo bajos en comparacin con provincias comoChaco o Formosa (5.8% y 4.3%, respectivamente), con los niveles ms altos, es el nico distrito en el querecientemente ha aumentado y no disminuido el nmero de personas mayores de 10 aos que no sabenleer ni escribir.

    Una de las posibles explicaciones, comenta Mariano Narodowski, ex ministro de Educacin de Buenos Airese investigador de pedagoga, podra ser la creciente inmigracin proveniente de Bolivia y Paraguay:personas que vienen de territorios rurales o marginales, muchas veces sin saber leer.

    Alicia conoce muy bien a todos los alumnos de la escuela en Barracas. Sabe quines son los ms brillantesy ubica las principales dificultades de otros; los llama a todos por su nombre y conoce lo que ocurre en suscasas. Si no lees ests fuera de todo y lo que te rodea se vuelve inalcanzable. Lo que para alguien que leeson cinco kilmetros, para alguien que no es el otro lado del mundo, opina.

    Bajo la direccin de Pasquinelli estudian Anglica Paz y Ricardo Escobar, 60 y 55 aos, respectivamente, unmatrimonio que pas casi toda su vida sin saber leer pero que ahora es referente entre los alumnos yprofesores de la Escuela Repblica de Hait.

    Paz naci en San Javier, Misiones, y recuerda la ausencia de escuelas en un entorno rural. No haba unlugar donde los chicos pudiramos aprender. Luego el gobierno construy una escuela, pero no habamaestros, porque estbamos muy lejos de todo. Entonces quienes daban las clases eran unos gendarmes,que no saban mucho y no enseaban bien. No aprend nada y mi pap me dijo que no fuera ms,recuerda.

    Y no volvi a las aulas sino hasta 2009. Fue en ese ao cuando uno de sus hijos muri a causa de undisparo en una ria entre pandillas. La violencia de esta clase no es extraa en la villa 21, donde vive lafamilia. Venir a la escuela y enfrentar este reto me ayud a salir adelante con la muerte de mi hijo,cuenta. Y a partir de entonces todo fueron triunfos: Me encanta leer, me encanta hacer cartas, cuando lasescribo es como si hiciera un poema. Ahora leo cuentos, el peridico, poemas. El ao pasado me invitaron aleer un poema en la Feria del Libro, dice con mucha satisfaccin.

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    Uno de sus mayores logros, aunque ella no lo diga, es haber ayudado a su esposo a unirse a la escuela.Nacido en Avellaneda, Ricardo slo lleg al tercer grado en su niez, pero confiesa que al poco tiempoolvid lo que haba aprendido y pas el resto de su vida, hasta hace muy poco, sin poder leerabsolutamente nada.

    En esas condiciones el nico trabajo que encontr fue en la construccin. Se emple como albail y supersonalidad e inteligencia lo ayudaron a escalar posiciones a travs de los aos, pero lleg el da en queuna propuesta lo super: le ofrecieron ser supervisor de obra. Para ello tena que ser capaz de interpretarlos planos de ingeniera, qu contienen, escritos, detalles precisos de los que depende la seguridad de unedificio y de muchas personas. No saber leer fren de tajo su imparable ascenso.

    Tengo que venir a la escuela o me bajan, pens ese da mientras volva a casa. Me senta perdido, hastaese momento no me haba interesado leer. Era difcil viajar porque si no conoca la calle haba quepreguntarle al chofer, y eso me molestaba. Todo mundo anda apurado y no los puedes parar. Ahora viajotranquilo, sin ansias. Encontr que leer no era tan difcil como pens, comenta el ya supervisor de obra.Ah no terminan sus ambiciones: quiere llegar al secundario y, de ser posible, seguir. Leer le dio lacapacidad de estar al frente de un equipo, de ser, en cierta forma, un mejor lder de lo que ya era.

    Durante la ltima visita, antes de la publicacin de este texto, que se realiz a la escuela que funciona enla Parroquia de Caacup se constat que la profesora titular sigue ausente. Ana, Mara Esther y Jessica nohan cejado en su esfuerzo por terminar el primer ciclo. Tan es as que Ana, quien planea un viaje a suciudad natal, no piensa comprar su pasaje hasta que haya vacaciones. Para ella faltar a la escuela no esuna opcin. Slo ir de vacaciones, pues ahora que lee Buenos Aires le fascina.

    El resto de sus compaeros son caras nuevas. Hay un par de chicos que prestan poqusima atencin a lamaestra, uno de ellos incluso sale en busca de comida. Tres mujeres mayores no dejan de mirar suslibretas. Las sillas que sobran estn apiladas desordenadamente al fondo del aula. El lugar de Antonellaest vaco. Sus compaeros no saben de ella desde diciembre pasado. Ana y Esther creen que no vendrms. Entre esas dudas hay algo desalentadoramente cierto: en esa ausencia se diluye, gota a gota, lanovela que Antonella quera escribir.

    Cada uno de los miles de analfabetos en Buenos Aires millones en el mundo es eso, lo que no ser: elfantasma de un cuento que cambiara al mundo, el aborto de un estudio mdico revolucionario, la promesade un poema que muchos habran de recordar. Ser analfabeto es, tambin, ser vctima de la indiferencia deuna ciudad entera. En algn lugar de la villa 21 Antonella mira las letras que inevitablemente la rodean y,probablemente, trata de no pensar en el libro que ya no ser.

    Carlos Snchez RangelPeriodista.

    2015 Julio, Reportaje.

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    Un comentario en Cmo sobrevivir a la ciudad sin saber leer

    1. Manuel1 julio, 2015, 3:57 pm

    Ese periodista fuera de serie escribe una historia de lo que pasa dia con dia en nuestro pas , y losmaestros que no quieren ser evaluados, porque el sistema es laxo con ellos . muy buena historia .

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