Colegio La Inmaculada Cabrini - Nicaragua

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XXXI PROMOCIÓN NICARAGUA, 1974 COLEGIO LA INMACULADA CABRINI

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XXXI Promoción - 1974

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XXXI PROMOCIÓNNICARAGUA, 1974

COLEGIO LA INMACULADAC A B R I N I

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INTRODUCCIONUn grupo de exalumnas del colegio “La Inmaculada” de Managua, (Clelia, Ileana y Rina) nostálgicamente reunidas en Nicaragua una tarde de Abril del 2004, recordábamos los años felices que vivimos en el colegio y añorábamos el no haber podido reunirnos en todos estos años de separación. Esto nos motivó a celebrar los 32 años de haber estado juntas en nuestro colegio el Sábado 7 de Agosto del 2004.

En diciembre de 1972 un fenómeno natural cambió totalmente el curso de nuestras vidas. El terremoto ocurrido en Managua en esa fecha impidió que nos graduáramos en el colegio La Inmaculada de Managua, la que hubiera sido la XXXI Promoción del año 1974. Terminamos el bachillerato en diversos colegios de Managua, León y solamente una pocas se graduaron en el colegio La Inmaculada de Diriamba.

A esta primera causa de separación de nuestro grupo, le siguieron otras como la guerra y la situación político-económica que vivía Nicaragua, lo que provocó la salida del país de muchas de nuestras compañeras de colegio. Pocas nos hemos mantenido en contacto, de algunas otras hemos perdido la pista.

Sabemos que nuestras queridas compañeras Lucia Arellano y Merceditas Cruz, al igual que su padre, nuestro querido y recordado Profesor Manuel Cruz, las apreciadas Profesoras Rosa Victoria Blandino, Vilma Bermudez y Maritza Correa y los profesores Rafael Carrillo y Francisco David Andino, han partido a la casa del Padre Celestial. De las religiosas de esa época no tenemos información.

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Rebuscando en nuestra mente y en nuestros armarios hemos encontrado viejas fotografías de esos tiempos y algunos ejemplares de la revista “Cabrini”, donde muchas veces aparecieron artículos escritos por nosotras mismas, fotografías de los eventos del colegio, anécdotas de los retiros y otras actividades. Con este material hemos elaborado este ejemplar del Cabrini que tienen ahora en sus manos para que quede como un recuerdo tangible de este encuentro de exalumnas.

Esperamos que este esfuerzo sirva para fortalecer los lazos de amistad que siempre nos han unido a través del tiempo y la distancia y que también sirva como legado histórico familiar para nuestros hijos y nietos.

Elevamos una oración al Dios Trinitario, Padre, Hijo y Espíritu Santo y pedimos la intersección de Santa Francisca Javier Cabrini para que bendiga a esta gene`ración de exalumnas, religiosas, profesores y profesoras y para que tenga en su Santo Reino a los que ya han partido.

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RESEÑA HISTÓRICA DEL COLEGIO LA INMACULADAEl presente relato fue extraído de la brillante conferencia que el Sr. Pablo Antonio Cuadra, pronunciara durante el acto de conmemoración de las Bodas de Oro del Colegio “La Inmaculada” y en el Veinticinco Aniversario de la Canonización de Santa Francisca Javier Cabrini. (20 Junio 1921-1991 en Revista Cabrini. Colegio La Inmaculada, Nov. 1971).

Elena Arellano era una señorita nicaragüense nacida en la ciudad de Granada 14 años antes de que en Italia naciera la Santa Madre Francisca Javier Cabrini, fundadora del colegio de La Inmaculada en Nicaragua.

La historia se inicia cuando la señorita Arellano, mujer entregada a Dios en la vida laica y ardiente de celo por las cosas de Dios y por las necesidades del prójimo, el mismo celo que consumía allá lejos en Italia a Francisca Javier Cabrini. La señorita Arellano se desvive por llenar el enorme vacío de educación religiosa que padecía entonces Nicaragua, pues desde 1830 una ley había expulsado a todas las órdenes religiosas y el clero nacional, escasísimo, apenas daba abasto.

Fue la mujer nicaragüense la que llenó este espacio muerto en nuestra tradición religiosa. Ellas sostenían escuelitas en sus casas y recorrían los barrios catequizando. Y la señorita Arellano era una de las capitanas de aquel humilde pero hermoso movimiento femenino que salvo a Nicaragua, asolada también por las guerras y el odio localista, de hundirse en la oscuridad total. Pero la señorita Arellano veía que ese esfuerzo no bastaba. La mujer necesitaba formarse mejor, y con su propia fortuna.

El colegio de señoritas se fundó en 1877; un centro de enseñanza a la altura de los de Europa. Fue un éxito, pero en 1882 el gobierno trajo maestras de Estados Unidos y fundó otro colegio de enseñanza laica, hostil al Catolicismo. La novedad de las

profesoras extrajeras fue una dura competencia para la fundación de la Señorita Arellano, y ella humildemente comprendió que necesitaba conseguir maestros mas preparados, religiosas y religiosos que se hicieran cargo de la educación de la niñez y juventud nicaragüense masculina y femenina.

El espíritu de Madre Cabrini alentó entonces en ella y partió a Roma, donde se entrevista con la Santa Madre Cabrini, fundadora de las misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, dicha congregación estaba comenzando. Así fue que antes de un año de esta entrevista, en 1891, la propia Santa fundadora junto con 14 hermanas misioneras, entre ellas las hermanas Verónica, Ágape, Alacogue, Clara, Estefanía, Teresa, Pía, Dionira, y otras, emprendieron el viaje a New York, luego a Panamá y de allí a Nicaragua donde desembarcaron en el puerto de Corinto.

En los escritos de la Santa Cabrini podemos leer textualmente: “En la mañana del 25, el vapor entró en uno de los golfos mas hermosos que hayamos visto hasta ahora; era el de Nicaragua, junto al pueblo de Corinto.

Se detuvo la nave hacia las siete a la distancia de unos 80 metros del puerto, y luego en medio de los sonidos de una banda, armoniosa, vimos dos barcas embanderadas y dirigidas por militares, venir antes de las demás, hacia nuestro vapor. Al llegar junto a la nave un sacerdote y un señor anciano subieron las escaleras con otros acompañantes. Eran el representante del obispo enviado a nuestro encuentro; todos hicieron lugar para que llegaran hasta nosotras, que estábamos aparte, bien lejos de pensar que semejante honor fueran para nosotras” .

El cuadro del inesperado y triunfal recibimiento tan nicaragüense, vuelve a repetirse al pasar el tren por León, el pueblo llena la estación, les piden que se queden o que dejen allí a 7 de las 14 hermanas. Ellas les ofrecen que lo harán mas tarde, y el ten sigue. A las 5 de la tarde llegan a la ciudad de Granada, donde recibieron otro homenaje por toda la población y un Te Deum en la catedral.

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Era el año de 1891, las religiosas llegaron y no hubo descanso, la Señorita Elena ya les tenia lista una gran casa, su propia casa familiar, adaptada ya para escuela y vivienda de las religiosas. E1 colegio se abrió el 3 de Diciembre de 1891, era muy grande la cantidad de alumnas que querían ingresar pero sólo había capacidad para 50. Así se sembró y comenzó a florecer en Nicaragua el árbol de este instituto misionero.

Una Santa vino en persona a su siembra, 1a primera mujer canonizada que había pisado esta tierra Nica, y que ademas escribió sobre ella. Pero la hermosa historia pronto adquirió caracteres dramáticos y sombríos.

Había caído Don Roberto Sacasa, el gobernante que les abrió a las misioneras de Santa Cabrini las puertas del país. Sólo habían pasado tres años cuando al subir a la presidencia Don José Santos Zelaya, a pesar de haber tenido la Directora del colegio una entrevista con el propio Presidente y este prometerle que nada les sucedería y que estaba muy agradecido por el trabajo que ellas estaban desempeñando en la educación nicaragüense. Un mes después, en Agosto de 1894, el colegio fue rodeado de soldados con orden de llevar a las religiosas de Madre Cabrini escoltadas, para que abordaran el vapor en el lago de Granada y fueran expulsadas del país junto con otro gran número de religiosos, religiosas y sacerdotes, a pesar de que el pueblo se desbordara en las calles en protesta por la expulsión, pero el gobierno mediante la fuerza armada se los impedía.

La madre Cabrini escribió: “Si es del agrado de Dios, con el tiempo volveremos, pero no ahora, sino cuando exista un gobierno que garantice con su constitución a nuestros institutos el poder trabajar con santa libertad para bien de las almas”.

Pero la Señorita Arellano no se dió por vencida y volvió a Roma, hab1ó con otro santo, con Don Bosco, lo convenció de que enviara a los Salecianos a Nicaragua, y convenció también a las misioneras del Sagrado Corazón, y las puertas cerradas

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volvieron a abrirse. Volvieron sembradores del Evangelio de muchas órdenes y congregaciones, y entre ellas, repasando las huellas de su fundadora, llegaron en 1921 las hermanas misioneras que levantarían el colegio de “La Inmaculada”. Gracias a esas congregaciones y órdenes religiosas la fisonomía cristiana de Nicaragua se transformó. La Providencia de Dios quiso el florecimiento educacional católico.

Con el pasar de los años se establecieron dos colegios de “La Inmaculada” para señoritas que podían pagar los aranceles , uno en la capital de Managua y otro en la ciudad de Diriamba.

Parte de los aranceles servían para subsidiar obras de caridad y el mantenimiento de pequeños colegios vocacionales en barrios pobres como en el barrio Ducualí de Managua. Cuando el terremoto de Managua en 1972, que destruyó el recién estrenado edificio del colegio, que quedaba frente a la Universidad Centroamericana (UCA) actual edificio de la Universidad Nacional de Ingeniería, las misioneras se trasladaron al colegio de Diriamba.

Un grupo de alumnas de Managua continuaron sus estudios en aquella ciudad, algunas haciendo uso del servicio de internado con que contaba el colegio y otras viajando diario Managua - Carazo en buses del colegio, con la esperanza de que se reabriera el colegio en Managua y poder graduarse en el mismo, ya que la mayoría habían cursado desde el Kinder. Pero las malas condiciones económicas en que habían quedado las misioneras del colegio de Managua por el terremoto, impidieron la reconstrucción del edificio y lo tuvieron que vender.

Algunas de estas alumnas lograron bachillerarse pero en el colegio “La Inmaculada” de Diriamba, pocos años después al final de la década de 1980 también este colegio desapareció como tal y se transformó en un técnico, vocacional y estatal para personas de escasos recursos. Actualmente de aquellas misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, sólo quedan un grupo que continuaron la obra educacional en el Barrio Ducualí en Managua bajo el nombre de colegio Sagrada familia.

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PERSONAL DOCENTE Colegio ”La Inmaculada” Managua, 1972

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Los biógrafos de la Santa nos cuentan que solía jugar de niña en un arroyuelo haciendo barquitos de papel, en los que colocaba unas violetas. “¡A China!”, les decía. Un día se cayó en el riachuelo y desde entonces tuvo un miedo muy grande al agua la mujer que en su vida recorrería diecinueve veces el Océano.

En las violetas que viajaban en sus barquitos de papel alguien ha querido ver a las misioneras del Sagrado Corazón de Jesús que más tarde fundaría. ¡China! Al amor de la lumbre leían en el hogar, al caer la tarde, las vidas de los santos y los anales de la Propagación de la Fe. Los países de infieles la seducían.

Francisca Cabrini vino al mundo el 15 de julio de 1850. Fue la penúltima de once hermanos. En su casa conoció la virtud tradicional de unos honestos

SANTA FRANCISCAJAVIERA CABRINI

15 de julio 1850 - 22 de diciembre 1917

y sobrios trabajadores de la tierra. Nació en Italia, en Sant’ Angelo Logidiano, pequeño pueblo de Lombardía.

Su padre, Agustín, era un modesto propietario. Su madre, Stela Oldini, era modelo de madre tierna y hacendosa. La muerte irá llevando poco a poco a sus hermanitos. Vivirán únicamente Rosa, Juan Bautista y Francisca. Esta va creciendo débil y delicada.

Su hermana Rosa, que le lleva quince años, ayudará a su madre en la educación de nuestra Santa. Rosa es severa; tiene un rígido sentido del deber. Quiso ser religiosa, mas las necesidades de la casa se lo impidieron. Pero en los planes divinos contribuiría a forjar una santa. De su madre heredó Francisca la ternura de Rosa, un sentido de responsabilidad extraordinario.

Francisca, a los ocho años, recibe el sacramento de la confirmación, que la hace auténtico soldado de Cristo. La firmeza y su espíritu sobrenatural caracterizaron toda su vida y toda su obra. Al año siguiente recibe la primera comunión. Débil, tímida, abstraída, cuando llegue la hora su timidez se cambiará en la franca libertad de la mujer fuerte. A los once años ofrece al Señor su virginidad.

Renovará el holocausto a los diecinueve años, aunque a la sazón las circunstancias no fueran muy favorables para ser acogida en un Instituto religioso.

Teniendo trece años oye hablar a un misionero y decide ser religiosa. Su hermana Rosa la humilla: “¡Tan pequeña, tan ignorante, y soñando con ser misionera!” A los dieciocho años consigue en la Escuela Normal de Lodi el título de maestra. Es de entendimiento despierto y tiene un afán enorme por conocer.

Con la muerte de sus padres, ambos mueren en el espacio de once meses, cuando Francisca tenía veinte años, se cierra ese período de vida familiar tan rico en alegrías íntimas y de tan

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felices recuerdos. Su hermana Rosa acompañará a Juan Bautista cuando éste emigre a Argentina.

Para Francisca el Magisterio es un sacerdocio. Por consejo de su padre espiritual va a Vidardo, a suplir, para quince días se pensaba, a una maestra enferma, y permanece en este puesto durante dos años. Su labor en este pueblo es eminentemente apostólica y social. Por esta época un vómito de sangre le cierra las puertas de dos Institutos religiosos. Será una prueba providencial que alargará su permanencia en el mundo para lograr mayor experiencia de las personas y de las cosas.

El reverendo Serrati, párroco de Vidardo, es trasladado a la parroquia de Codoño. En este pueblo, de 8.000 habitantes, existe el Hospicio de la Providencia, muy necesitado de orden y de cuidado.

El nuevo párroco de Codoño sabe muy bien que Francisca, a pesar de sus veintitrés años, es capaz de poner las cosas en su sitio, gobernando una institución en la que un grupo de mujeres mal avenidas hacían gala de piadosas y tenian una responsabilidad para la cual no estaban preparadas. Cabrini viene por obediencia. Es el 12 de agosto de 1874.

Cuatro años antes este grupo de mujeres se había constituído en Instituto religioso. Vistieron el hábito y emitieron los tres votos. Francisca Cabrini emite los votos en este Instituto el año 1877 y el 30 de agosto del mismo año es nombrada superiora del Hospicio de la Providencia. Después vienen los enfados, las disensiones, las incomprensiones, los dramas íntimos.

Las lágrimas que sorberá la Santa en silencio serán rocío que vivificará esta rosa que nace entre las espinas. Pequeñas y grandes perfidias, envidias, sarcasmos. La respuesta es: paciencia.

El señor obispo disuelve el Instituto. El vino nuevo se colocará en odres nuevos. El prelado llama a Cabrini: “Tienes deseos de hacerte misionera: no conozco ningún Instituto de misioneras: funda uno”. Cabrini tiene treinta años cuando escucha estas palabras.

El 10 de noviembre de 1880 se firma en Codoño la compra de un edificio y a los cuatro días tiene lugar la consagración de Francisca Cabrini y de sus siete primeras hijas. Preside la imagen del Sagrado Corazón, como en todas las casas que erigirá el nuevo Instituto, que se llamará de Misioneras del Sagrado Coraztón de Jesús. El día 3 de diciembre, festividad de San Francisco Javier, lo celebran con gran fervor. Desde esta fecha Francisca se llamará Francisca Javier. También ella sueña con China

En 1881 obtiene la aprobación diocesana y en 1901 logrará la pontificia. El cardenal Vives y Tutó, prefecto de la Sagrada Congregación de Religiosos, afirmó en esta ocasion: Si en todo el período de mi prefectura solamente hubiera firmado este decreto, tendría bastante de qué gloriarme. El pensamiento de la Santa corre ahora hacia China, como aquellos barquitos de papel que llevaban violetas mecidas por la corriente del arroyuelo de su infancia.

El grano de mostaza empieza a expandirse. La madre Cabrini morirá a los sesenta y siete años, después de haber fundado personalmente 67 casas. En los comienzos figura la de Milán, residencia para las muchachas que emigran de los pueblos a la ciudad por razón de estudios. Con idéntico fin fundará otra en Roma poco después y más tarde en Génova.

El papa León XIII, que dió el sello al Instituto, le marcará también el camino. Cabrini buscaba China, los países salvajes. No quería para sus hijas la comodidad de la civilización, que entibiaría su espiritu. Pero...

Por aquel entonces regía la diócesis de Piacenza un santo y celoso prelado, monseñor Scalabrini. Hacía unos años que habia fundado una asociación de misioneros que tenia por finalidad asistir, principalmente en América, a millares de emigrados italianos que vivían en una deplorable situación moral y religiosa. Pero a todos ellos les faltaba la delicadeza y la ternura de una madre. Propuso la idea a Santa Francisca Javier. A la madre Cabrini no se le presentaba todavía esta labor en toda su grandeza. No por falta de celo ni de

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espíritu, sino porque no en balde habia acariciado la idea del Oriente durante treinta años.

León XIII conocía muy bien la triste situación de los emigrados italianos en ultramar. Hacía poco tiempo que habia lanzado un conmovedor grito de socorro a los obispos americanos para que vinieran en su ayuda. Cuando la madre Cabrini va a exponer al Santo Padre la proposición de monseñor Scalabrini, recibe una orden explícita perentoria: “Al Oriente, no; al Occidente”.

Cristo ha hablado por boca de su Vicario. China desaparece como nube arrebolada herida por el sol.

Bastaba recorrer el andén de Turín o asomarse a los puertos de Génova y Nápoles para ver el espectáculo: maletas, fardos pesados, y sobre ellos, sentados, hombres, mujeres y niños.

Muchos analfabetos. Todos sin orientación, sin rumbo fijo, sin ninguna asistencia. Han de buscar en otros horizontes lo que en su patria no encuentran. Victimas de engaños, sin recursos económicos, van a regar con su sudor y con su sangre los campos, las minas, las industrias de ultramar. Marchan a los grandes desiertos, a las enormes ciudades. A un mundo distinto y extraño, fundidos entre los nativos, entre los franceses, españoles, portugueses, irlandeses... En una mezcolanza impresionante de ideas, de credo y de razas.

Frente a una lucha a muerte contra todo lo que se opusiera al logro de sus legitimos deseos de mejorar o de vivir. Sin asistencia espiritual, sin colegios, sin asilos, sin orfanatos, sin hospitales, sin solidaridad nacional, sin recíproca comprensión, vivían o malvivían a la sazón en America cerca de un millón de italianos. Después este número ha crecido extraordinariamente. Faltaba una asistencia amorosa y paciente que conservara integra su fe, mantuviera su esperanza, diera a su camino áspero y duro un sentido noble de misión e hiciera consciente tanto dolor como medio de superación y elevación personal y colectiva. Faltaba una cultura, que de suyo constituye siempre una gran fuerza moral y brinda oportunidad para triunfar Tan lamentable espectáculo hizo decir a monseñor

Scalabrini: “Se me enciende el rostro de vergüenza. Me siento humillado en mi doble condición de sacerdote y de italiano”.

El 13 de julio de 1888 había partido para América el primer grupo de misioneros de monseñor Scalabrini: siete sacerdotes y tres legos. Llevaban un crucifijo y la bendición de León XIII. El 21 de marzo de 1889 el navío Bourgogne sale de El Havre llevando a Francisca Javier.

Va a Nueva York para hacer su primera fundación. En el camino se cruza un telegrama del arzobispo de Nueva York en el que le anuncia que desiste de sus propósitos de fundar un orfanato por haber fallado sus planes. Por eso, al llegar, las recibe únicamente la estatua de la Libertad. Van la madre y seis religiosas. El saludo de monseñor Carrigan es: “Me parece que la mejor solución es que regresen a Italia” Este comienzo es el pórtico de una vida llena de penalidades.

Alguien ha dicho: “Si Cristóbal Colón descubrió América, la madre Cabrini ha descubierto a todos los italianos en América”.

Y es verdad. Fue a su encuentro y los halló en los barrotes de la cárcel, en el campo de trabajo, en la orilla de los ríos, en los muelles de los puertos, en las tabernas, en las buhardillas.

Dondequiera que un alma de su tierra sufría y lloraba, allí llegó la madre Cabrini. Con su sonrisa ancha, con afán de servicio, con la ilusión de renovar el follaje seco injertándolo en el árbol perenne, siempre fresco, de la Iglesia.

“Trabajemos, trabajemos. Luego tendremos toda una eternidad para descansar”, decía constantemente. A los cuatro meses vuelve a Italia. ¿Cómo relatar ahora en tan breve espacio los diecinueve viajes que realizo a través del Océano?

Fundó en Italia, en Francia, en Inglaterra y en España. Creó personalmente hospitales, preventorios, orfanatos, colegios y asilos en Nueva York, Nueva Orleáns, Denver Los Angeles, Chicago, Seattle, Filadelfia, etc. En la América central fundó en Costa Rica, en Panamá y en Nicaragua.

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De la bahía de Costa Rica es esta anécdota: el barco ha fondeado cerca de la costa. En una barquita se acercan las religiosas a tierra para comulgar. Como preparación van cantando. De improviso unas aves, en ordenado vuelo, se colocan encima del esquife. La madre dice: “Son las jóvenes americanas que ingresarán en el Instituto”. Una religiosa le dice: “¿No serán las almas que por nuestro sacrificio se salvarán?” La respuesta es inmediata. Millares de aves acuáticas levantan el vuelo y giran en torno de la embarcación.

Este doble presagio se cumplirá: a la muerte de la madre Cabrini el Instituto contaba ya con dos mil religiosas. ¿Y quién podrá contar las almas que se han salvado y se salvarán por su mediación? ¿Quién podrá describir su paso por la cordillera de los Andes sobre una mula, y el encuentro con los icebers frente a Terranova, y las terribles tempestades, tras las cuales, sobre el lomo del mar pacificado, se veían innumerables restos de veleros hundidos, y sus viajes de siete días y siete noches en tren con altas fiebres?

¿Cómo enumerar las contradicciones de los nativos y connacionales, las estrecheces, las dificultades que surgieron por parte de las autoridades civiles y eclesiásticas, la guerra que le hicieron los masones, los liberales, las sectas acatólicas?

Hizo fundaciones en Buenos Aires, Rosario de Santa Fe, Mendoza. En el Brasil abre colegios en San Pablo y en Río de Janeiro.

El papa León XIII la recibía aun estando las audiencias suspendidas. El venerable anciano, con

admiración de los presentes, le ponía su cansada mano sobre la cabeza, acariciándola mientras decía: “La Iglesia abraza al Instituto”. Y añadía: “Trabajemos, trabajemos, que después será muy hermoso el paraíso”. Después repetiría la Santa: “Tengo asegurado el paraíso. Me lo ha dicho el Santo Padre”.

El día 22 de diciembre de 1917 la madre Cabrini entraba en el paraíso prometido. Moría en Chicago En la oración fúnebre el obispo de Seattle decía: “Fue una mujer extraordinaria, no solamente en la historia de América, sino en la historia del mundo entero”. El comisario de la Emigración en América afirmó: “La madre Cabrini ha hecho por los emigrantes mucho más que el Ministerio de Asuntos Exteriores”.

Pío XI la inscribió en el catálogo de los beatos el día 13 de noviembre de 1938. El papa Pío XII decretó su canonización el día 20 de junio de 1943.

Y el papa Pío XII, el gran papa de los emigrantes, el día de su canonización destacó en un precioso discurso lo fundamental, el impulso interno que animó todas sus obras: era un alma ricamente dotada por la naturaleza y por la gracia. En ella se dieron cita la audacia y el valor, la previsión y la vigilancia, la perspicacia y la constancia. La desconfianza en si misma se tradujo en confianza inmensa en Dios. Fue misionera del Corazón de Jesús, al que hizo conocer, adorar, amar y servir.

Pío XII recordó la frase de la Santa: “Yo siento que el mundo entero es demasiado pequeño para satisfacer mis deseos”. Y a continuación hacía hablar Su Santidad a Porcia, el personaje de Shakespeare, símbolo de la mujer estéril y aburrida: “Mi pequeño cuerpo está cansado de este gran mundo”. ¡Qué contraste! Fue humilde de corazón, obediente, desprendida y virginal. Vivió una vida de unión íntima con el Corazón de Jesús, autor de la gracia, y con el Corazón de María, Madre de todas las gracias.

JAVIER PÉREZ DE SAN ROMAN

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EX ALUMNAS Colegio ”La Inmaculada” Managua, 1972

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Encuentro de exalumnas y profesoras de La Inmaculada,

7 de Agosto del 2004

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