¿Cómo puede el hombre declararse inocente ante...
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¿Cómo puede el hombre declararse inocente
ante Dios?
Gálatas 2:15-21
Pastor Tim Melton
Cada ser humano tiene una pregunta y desea saber la respuesta. Es la misma pregunta que Bildad
y Job preguntaron en el libro de Job (Job 25:4; 9:2). Leemos que ambos preguntaron: “¿Cómo se
justificará el hombre delante de Dios?
Es una pregunta crucial. Leemos en Romanos 2:14-15: “Cuando los gentiles que no tienen la Ley
hacen por naturaleza lo que la Ley requiere… muestran que la Ley está escrita en sus corazones,
dando testimonio su conciencia y acusándolos o defendiéndolos sus razonamientos.”
Esto nos dice que aun la gente que nunca ha oído las leyes de Dios tiene un conocimiento básico
del bien y el mal. Los requerimientos de la ley de Dios han sido escritos en los corazones de cada
persona en el mundo. La ley que está escrita en nuestros corazones se pelea con la pecaminosidad
de nuestros corazones y se produce lo que Pablo describe en Romanos 2: “Nuestra conciencia da
testimonio y nos acusa.”
Tanto si nos damos cuenta como si no, hay una tensión permanente que nunca cesará para los
que no están justificados con Dios. De ahí la importancia de las preguntas de Bildad y Job: “¿Cómo
se justificará el hombre delante de Dios?”
Algunos intentan acallar las voces de sus conciencias culpables y de sus pensamientos acusadores
comparándose con otros peores, convenciéndose a sí mismos de que no son tan malos. Pero
Romanos 3 nos dice claramente: “Todos han pecado y no hay ni uno bueno.”
Otros intentan hacer buenas obras. Piensan que si sus obras buenas son más numerosas que sus
obras malas, de alguna manera, sus pecados serán olvidados. En realidad, una obra buena y
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superficial en el presente no arregla las obras malas del pasado que nos separan de Dios (Isaías
59:2).
Otros se distraen con su carrera, relaciones, entretenimientos, o formas positivas de pensar. Otros
intentan tapar su mala conciencia y las voces internas acusadoras con comportamientos adictivos.
Pero la pregunta permanece. ¿Qué hacemos con nuestra culpabilidad? “¿Cómo puede el hombre
declararse inocente ante Dios?”
Encontramos que esta es la pregunta clave que Pablo intenta contestar en el libro de los Gálatas,
tanto para los judíos como para los gentiles. No somos justificados con Dios por lo que somos ni
por lo que hemos hecho, sino por fe en Jesucristo. Se basa completamente en quién es Él y lo que
Él ha hecho. Esta es la verdad que debemos considerar hoy.
Que Cristo abra nuestras mentes como lo hizo con sus discípulos (Lucas 24:45) al considerar estos
versículos.
Antes de ver Gálatas 2:15-21, debemos recordar el contexto de estos versículos. Había una guerra
espiritual que giraba en torno a las verdades del evangelio. Algunos argumentaban que para
hacerse seguidor de Cristo, uno tenía que hacerse judío primero. Este ‘evangelio’ se basaba en la
idea de que la salvación por Cristo solo se conseguía según quiénes éramos y lo que habíamos
hecho. Pablo argumentaba a favor de otro ‘Evangelio’, el verdadero. Es imposible que alguien gane
la salvación por sus propios méritos. Todos hemos pecado. La salvación viene no por nuestras
buenas obras, sino por fe en Jesucristo. No se basa en lo que somos, ni en lo que hemos hecho. Se
basa completamente en quién es Cristo y lo que Él hizo.
En Gálatas 2 aprendemos que Pedro, uno de los pilares de la iglesia primitiva, viajó a Antioquía.
Esta era la primera iglesia donde los gentiles habían creído en Cristo. Se quedó bastante tiempo.
Mientras estaba allí, comía y se juntaba con judíos y gentiles en la iglesia. Pero cuando ciertos
hombres de la iglesia de Jerusalén llegaron a Antioquía, Pedro se apartó de los gentiles y se quedó
solo con los judíos. Este comportamiento propiciaba la idea de que los judíos eran una élite
espiritual y no debían relacionarse con los gentiles. Eso trajo división a la iglesia y amenazaba con
deshacer todo el bien que el evangelio había hecho entre los judíos y los gentiles.
Galatas 2:15-21 es una continuación de la confrontación pública que Pablo hizo a Pedro:
“ 15 Nosotros —judíos de nacimiento y no pecadores de entre los gentiles—, 16 sabiendo que
el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros
también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las
obras de la Ley, por cuanto por las obras de la Ley nadie será justificado.”
A primera vista, el versículo 15 parece indicar que los gentiles son pecadores, pero los judíos
no, pero esto no concordaría con los escritos de Pablo en Las Escrituras. Por lo tanto, estos
versículos se entienden mejor así: “’Somos judíos’, o sea, descendientes de Abraham, con una
cultura impactada por el conocimiento del Dios Yahvé y las leyes religiosas, profecías y ritos
del judaísmo. No somos ‘pecadores gentiles’, o sea, un pueblo impío, pagano e ignorante que
no sabe nada de Dios.”
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Pero incluso nosotros, los judíos religiosos y cultos, sabemos que nadie, ni judío ni gentil,
podrá ser considerado justo ni inocente obedeciendo toda la Ley de Dios, porque esto es
imposible. “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).
Ninguno alcanzaremos una perfección inocente. La única manera de ser justificados es por fe.
¿Qué es la justificación? La justificación es un término legal. La idea es que alguien paga por
nuestros pecados, o que nuestra sentencia es anulada y así quedamos libres de tener que
pagar más, o de ser castigados más. Es lo que hizo Cristo por nosotros en la cruz. Romanos
6:23 nos dice: “La paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo
Jesús, Señor nuestro.” Y las noticias siguientes son aún mejores. Por la salvación en Cristo, a los
ojos de Dios, ahora se nos da la justicia de Cristo. Se nos cuenta como inocentes. En el mundo
legal, alguien que cometió un crimen y ha cumplido su sentencia en la cárcel estaría libre, pero
aun así, tendría ciertas limitaciones. No podría votar, ni hacer ciertos trabajos. En Cristo, esto no es
así. Por su muerte en la cruz la pena por nuestro pecado ha sido pagada y, además, Dios nos
considera, para siempre, inocentes. No porque seamos inocentes, sino porque ahora vestimos la
justicia de Cristo. Para empezar, la pena por nuestro pecado ha sido pagada, satisfecha, por lo que
no tendremos que pagarla en el infierno durante la eternidad. Y en segundo lugar, ahora vestimos
la inocencia de Cristo, y esto es lo que nos permite entrar en el cielo para estar en la presencia de
Dios.
2 Co. 5:21 resume esta idea: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que
nosotros seamos justicia de Dios en él.” Nuestro pecado fue contado como suyo, y ahora Su
santidad es contada como nuestra, si ponemos nuestra fe en Jesucristo.
Para mejor entender este versículo, debemos considerar la frase “obras de la ley.” Las obras de la
ley son las obras que Dios requiere. Cuando intentas hacer las obras que Dios requiere, suceden
dos cosas. Primero, la ley nos muestra el estándar de la santidad, y de esta manera nos hacemos
conscientes de la pecaminosidad de nuestras vidas. En segundo lugar, nuestra desobediencia
revela nuestra incapacidad de vivir una vida santa. La ley que condena también sirve para
empujarnos a Cristo, la única fuente de ser considerados justos delante de Dios.
“¿Qué, pues, diremos? ¿La Ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no conocí el pecado sino
por la Ley; y tampoco conocería la codicia, si la Ley no dijera: «No codiciarás».” (Romanos 7:7)
Incluso Abraham, el padre de los judíos, fue salvado por fe.
“¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? 2 Si Abraham hubiera sido
justificado por las obras, tendría de qué gloriarse, pero no ante Dios, 3 pues ¿qué dice la Escritura?
Creyó Abraham a Dios y le fue contado por justicia. 4 Pero al que trabaja no se le cuenta el salario
como un regalo, sino como deuda; 5 pero al que no trabaja, sino cree en aquel que justifica al
impío, su fe le es contada por justicia.” (Romanos 4:1-5)
Ahora, muchos intentan justificarse con buenas obras, fuerza de voluntad o siendo mejores
que los demás, pero intentar justificarse bajo la ley es una arrogancia espiritual y solo nos
lleva al fracaso total y a la condenación.
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Nadie será contado como justo por su obediencia a la ley (ser suficientemente bueno).
Recordad la historia de Pablo. Su salvación no vino por su fuerza de voluntad y los ritos
religiosos. Había sido contado como uno de los “más justos” de los judíos, y aun así estaba
lejos de Cristo.
Filipenses 3 nos dice que Pablo había sido “circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la
tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; 6 en cuanto a celo, perseguidor
de la iglesia; en cuanto a la justicia que se basa en la Ley, irreprochable.” Era uno de los judíos más
religiosos, pero no le valió de nada en cuanto a conocer a Cristo. Solo fue por una revelación de
Cristo que le produjo fe, por la que fue justificado.
Gálatas 2:17 continúa diciendo:
“Ahora bien, si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros resultamos ser
pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado? ¡De ninguna manera!”
En otras palabras, “si en nuestros mayores esfuerzos de justificarnos delante de Dios,
nosotros, los judíos, también fuimos expuestos como pecadores, entonces somos todos
pecadores. Entonces ¿significa que Cristo vino para servir al pecado?”
Los judíos creían que la ley y la obediencia a la ley les hacía justos. Por lo tanto, alguien sin la
ley de Dios (los gentiles) debía ser pecador. Así que cuando Pablo dio la espalda a la ley, se
convirtió en pecador también. Pero no es así. Cuando dejamos de confiar en la ley (las reglas y
los ritos) es el comienzo de la senda hacia la fe y ser hechos justos delante de Dios. La
salvación se halla en una total confianza en Dios.
Aferrarnos a la ley muestra arrogancia espiritual y que pensamos que de alguna manera
podemos ser lo suficientemente buenos como para ganar la gracia de Dios. Sin embargo, esto
no es posible.
Hebreos 11:6 nos dice que “sin fe, es imposible agradar a Dios”.
Sin fe somos simplemente un pueblo pecador haciendo buenas obras externas. Pero si nuestro
corazón y nuestros motivos no son correctos, nuestras obras no valen para nada. Si nuestra
lealtad es al mundo y no a Cristo, entonces se puede decir de nosotros lo mismo que de los
judíos impíos en Isaías 64:6: “todas nuestras obras justas son como trapo de inmundicia.”
Los judíos consideraban que los gentiles eran pecadores, y que en cambio ellos eran el pueblo
santo elegido de Dios. En sus mentes un Dios santo se relacionaría, naturalmente, con un
pueblo santo. Pero Pablo está enseñándoles que Jesucristo, el santo mesías, vino a salvar y a
relacionarse con los pecadores. Pablo, adivinando su próximo pensamiento, dice, “¿Significa
que Cristo vino para servir al pecado?” Por supuesto que no. No hubo culpabilidad por
asociación. Cristo no fue manchado por el pecado del hombre.
Sí, Jesús es Emmanuel, Dios con nosotros, pero estar entre nosotros no le ensució de ninguna
manera. Nuestro mundo no le cambió. Él nos cambia a nosotros. No te confundas, Él es el
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agente del cambio. Jesús es el unigénito Hijo de Dios. El Admirable Consejero, Dios Fuerte,
Padre Eterno, Príncipe de Paz (Is. 9:6). El Dios Eterno (Is. 40:28), el Poder de Dios (1 Co. 1:24),
la Luz del mundo (Jn. 8:12), nuestro Abogado (1 Jn. 2:1), nuestro Redentor (Is. 59:20), el
Salvador del mundo (1 Jn. 4:14), el Santo de Dios (Mc. 1:24).
El sanó, perdonó y renovó a los que necesitaban un Salvador. Fue el agente del cambio.
“El Hijo del Hombre vino para buscar y salvar a los perdidos” Lucas 19:10. Lucas 5:31-32: “Los
sanos no tienen necesidad de un médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos
sino a los pecadores al arrepentimiento.” En la visión del mundo de los judíos, este tipo de
pensamiento no tenía cabida.
Pablo continúa:
“ 18 Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me
hago.”
Si volviera a la ley, a la que ya he renunciado, para de alguna manera justificarme con Dios, lo
único que sucedería es que, de nuevo, se expondrían por lo que son mi pecaminosidad, mi
auto-justificación y mi ineptitud de ganar mi propia justicia con mis fuerzas.
“19 Yo por la Ley morí para la Ley, a fin de vivir para Dios.”
El estándar santo de la ley era inaguantable. Era inalcanzable. Requería un intenso esfuerzo
sin fin y una carga diaria. En medio de mis pecados y mi completa inutilidad, traía solo
culpabilidad y desesperación. Sin embargo cada momento que seguía procurando la santidad
por mis propias fuerzas representaba otro momento más de arrogancia espiritual, creyendo
que podía ganarme la justicia por mí mismo. Este esfuerzo inútil finalmente me llevó a
experimentar el quebrantamiento, y deseché toda esperanza y esfuerzo humano como camino
para ser hecho justo con Dios. Esa ley inclemente como un capataz de esclavos me llevó a los
brazos amorosos de Jesucristo y a la libertad, donde ahora he encontrado la gracia a través de
la fe. Ya he muerto a mi egoísmo, a mi propia justicia, a mis esfuerzos, y ahora vivo en la
gracia, el amor y la santidad de Cristo. Estaba muerto espiritualmente, pero ahora por fin
estoy espiritualmente vivo.
Debido al amor, gratitud y endeudamiento que ahora empujaba a Pablo a avanzar en su fe, la
culpa, el deber y la constante presión para ser santo fueron eliminados. Estaba muerto a mesa
presión o era inconsciente de ella. Confiado ahora en la justicia de Cristo, su justificación
estaba segura, por lo que ya no tenía que perseguir la obediencia por temor, culpa y
condenación. Su identidad eterna ya no estaba colgando de la balanza con cada decisión
moral que tomaba. El amor había expulsado todo temor. La carga finalmente había sido
levantada.
Mateo 11:28-30: "Venid a mí todos vosotros que estáis cansados y agobiados, y yo os daré
descanso. Cargad con mi yugo y aprended de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y
encontraréis descanso para vuestra alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana."
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Pablo continúa en Gálatas 2:20:
“ 20 Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo
que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí.”
¿Significa eso que Pablo también fue crucificado con Cristo físicamente? No. Entonces, ¿qué
significa? Se hace más claro cuando lo decimos con estas palabras: "El viejo yo" ha sido
crucificado con Cristo (Ro. 6:6). ¿Te acuerdas del "viejo tú"? Estábamos centrados en nosotros
mismos. Enamorados del mundo. Amantes del pecado. Ignorando nuestro pecado. Nuestros
corazones se endurecieron a Dios. Incluso nuestra búsqueda de Dios la estábamos haciendo
en nuestro propio poder impulsado por la culpa, la condenación, la inseguridad de tratar de
vernos lo suficientemente buenos ante los demás y de ser lo suficientemente buenos para
Dios. Ahora que estamos en Cristo, toda aquella "vieja" vida ha sido apartada por lo que Cristo
hizo por nosotros en la cruz.
El viejo "yo" ya no vive, mas Cristo ahora vive en mí. Ya no se trata de mi fuerza, ni de mi
bondad, ni de mi esfuerzo, ni de mi fuerza de voluntad. He muerto. Cristo vive ahora en mí. En
total sumisión, me pongo ante Él y me maravillo de la transición que Él hace en mi vida. Él es
el que me mueve a la justicia y me ha hecho una nueva criatura, con una nueva naturaleza y
nacido de nuevo en una nueva vida. Antes estábamos espiritualmente muertos en el pecado, y
ahora por primera vez estamos vivos… en Cristo.
Cristo vive en nosotros. Colosenses 1:27 dice: "Cristo en vosotros, esperanza de gloria."
Aunque no somos perfectos ante las tentaciones, tenemos acceso a Su fuerza. En el fracaso
encontramos misericordia. En nuestros corazones encontramos intimidad con Cristo. Ya no
buscamos la santidad bajo la carga de la ley, sino que ahora somos impulsados hacia la
santidad por el amor inspirador de Jesucristo.
Pablo continúa:
“ 21 No desecho la gracia de Dios, pues si por la Ley viniera la justicia, entonces en vano
murió Cristo.”
Yo no desprecio ni invalido el don gratuito de Dios, porque si pudiera ser considerado justo
por mis buenas acciones, entonces Cristo habría muerto por nada.
La Ley de Dios es nuestro santo estándar. Somos culpables de pecado. El salario del pecado
es la muerte, pero Jesús pagó la pena de muerte que debemos. Nuestro pecado y nuestro
viejo ser pecaminoso han sido eliminados, y ahora somos justificados delante de Dios debido
a nuestra confianza total en lo que Jesús hizo por nosotros en la cruz.