Civismo - Jhon Jaime Correa
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Hacia las primeras décadas del siglo XX, la ciudad de Pereira experimentó un crecimiento
económico bastante significativo, como lo vivieron otras zonas del departamento cafetero
de Caldas. De este modo el paisaje urbano de Pereira se empezó a “modernizar”, siguiendo
los parámetros civilizadores de otras ciudades europeas, norteamericanas, latinoamericanas
e incluso colombianas, como Bogotá, Medellín, Barranquilla, Manizales, etc. Como si se
tratara de una nueva ciudad en la que los modos de vida rurales del pasado se iban borrando
paulatinamente de la faz pública, para dar lugar a la construcción de vías para ferrocarriles,
tranvías, cables aéreos, nuevas vías de comunicación terrestre y aeropuertos, así como para
la creación de nuevas industrias, la ampliación y diversificación de servicios públicos –
alumbrado eléctrico, acueducto y telecomunicaciones-, además de bancos, hoteles, clubes
sociales, teatros e instituciones educativas. A nivel demográfico, Pereira pasó de 19.036
habitantes en el año 1905 a 60.492 en el año 1938 y para el año 1951 contaba con 115.346
habitantes.
Según dejo constancia Antonio García en su famoso libro “Geografía Económica de
Caldas”1, Pereira era “el verdadero vértice geográfico de las vías interiores”, dada su
excelente ubicación intermedia y como paso obligado entre muchas vías y medios de
comunicación terrestre y ferroviaria en el occidente colombiano. Desde comienzos de los
años veinte, Pereira contaba con redes viales que le permitían establecer una comunicación
de viajeros y mercancías más fácil y dinámica con el occidente colombiano y con Armenia.
Durante esta misma década y hasta mediados del siglo XX, se habían iniciado diversos
frentes de trabajo para establecer comunicación por vía terrestre con poblaciones cercanas
como Santa Rosa de Cabal, Marsella, Cartago, Armenia y Riosucio, lo que contribuyó para
desarrollar una economía muy activa entre todas estas localidades, para el transporte de
confecciones, manufacturas, alimentos, cemento –este último era importado desde Estados
Unidos y luego introducido desde Buenaventura hacia el interior del país-, así como
diversos bienes del sector agropecuario –café y ganado, principalmente-, teniendo a Pereira
como el principal eje comercial. También debe tenerse en cuenta que a pesar de su
condición de provincia, Pereira disponía, desde finales del año 1927, de un moderno
sistema de tranvía que circulaba por las principales calles de la ciudad. Este aspecto, junto
1 GARCÍA Nossa, Antonio (1978). Geografía Económica de Caldas. Bogotá: Banco de la República.
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con el temprano arribo de las locomotoras del Ferrocarril de Caldas casi hasta el propio
centro de la ciudad y el establecimiento de la primera planta telefónica automática del país
en el año 1928, eran motivo de altísimo orgullo de los pereiranos frente a Manizales, la
capital departamental, ciudad con la cual ya se empezaba a manifestar cierta rivalidad qué
tres o cuatro décadas más tarde llevaría a la separación de Pereira del departamento de
Caldas, para empezar a ser la capital del nuevo departamento de Risaralda, a partir del año
1967.
Lo cierto es que el desarrollo de la economía pereirana y caldense, en general, se debe
entender –más allá del pregonado “recio empuje de los titanes”- en el marco de la
internacionalización de la economía del café2, que a su vez, se constituyó en el elemento
calve del crecimiento y dinamización del mercado interno en Colombia. De este modo, a
comienzos de los años 30, en el Departamento de Caldas había 237 kilómetros de líneas del
ferrocarril3, 106 kms. de cable aéreo –“donde se transportaban incluso personas”- y 663
kilómetros de carreteras:
Era una red formada por dos troncales y 6 transversales donde se construían aún varios tramos cortos; las vías troncales daban unidad económica a la unidad geográfica de la hoya del Cauca y complementaban el Ferrocarril de Occidente, buscando asegurar la zona de influencia del sistema vial del Pacífico; eran las vías obligadas de exportación4.
2 Hacia el año 1930, la producción cafetera del departamento de Caldas copaba el 29.1% del total de la producción nacional y seguiría creciendo durante las décadas de los años 40 y 50, no obstante haber sido una de las regiones más afectadas por la Violencia. Cabe agregar que ya desde el año 1920, “el café representaba el 51% del total de exportaciones del país”. Pachón y Ramírez PACHÓN, Álvaro y RAMÍREZ, María Teresa (2006). La infraestructura del transporte en Colombia durante el siglo XX. Bogotá: Banco de la República-Fondo de Cultura Económica, p. 20. 3 Según un boleto de tren de la época, el recorrido del tren entre Manizales y Armenia constaba de 22 estaciones –de las cuales algunas aún se conservan sus edificaciones-, de la siguiente manera en sentido norte-sur: Manizales, Villamaría, El Arroyo, Río Claro, Chinchiná, Campoalegre, La Capilla, Guayabito, Santa Rosa de Cabal, Gutiérrez, Pereira, Nacederos, San Joaquín, Morelia, La Selva, Betulia, Sucre, Alcalá, Quimbaya, La Carmelita, Montenegro y Armenia, que hacían contraste con el verde paisaje de los sembrados de café, el sinnúmero de árboles frutales y las matas de plátano, con los sucesivos brotes de los islotes de guaduas y las altas montañas con sus bosques nativos, con un sinnúmero de pequeñas quebradas y los ríos Chinchiná, Otún, Consotá y La Vieja.4 LONDOÑO, Marta Lucía (1996). Encrucijada de itinerarios posibles. Surgimiento de la Universidad de Caldas. Manizales: Universidad Nacional de Colombia –sede Manizales-, p. 236. Aunque según Antonio García, el Departamento de Caldas distaba mucho de tener resuelto sus problemas viales, especialmente en los municipios “extremos” del Este y el Oeste, caso Samaná, Manzanares, Marquetalia, Pensilvania, Marulanda, Mistrató y Pueblorrico, donde –por contraste- se vivía “aún la etapa de los caminos de herradura”. GARCÍA Nossa. Op. cit., p. 408.
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Tren Pereira – Manizales 1937. FUENTE:
Luego vendría el impulso cívico para la construcción del Aeropuerto Matecaña en 1945,
labor en la que pusieron todo su empeño las personas más prestantes de la sociedad –tanto
de la Sociedad de Mejoras Públicas como del Club Rotario-, y que con el apoyo de la curia
y la prensa local, lograron motivar la participación de un gran número de personas de
diferentes condiciones sociales de la ciudad. Todos estos aspectos le merecieron a Pereira
exhibir orgullosamente el rótulo de ciudad prodigio, con el cual quería recalcar la
importancia de una ciudad con vocación progresista a través del trabajo mancomunado y
solidario de una sociedad civil cohesionada en sus diversas capas sociales y fortalecida por
los valores del civismo que abarcaban tanto los aspectos de la higiene como de las buenas
costumbres, de acuerdo con la moral burguesa y católica de la época. También se suele
referenciar el carácter hospitalario y tolerante de los pereiranos con las personas venidas de
muchas otras partes del país –antioqueños, vallunos, chocoanos, caucanos, tolimeneses,
cundinamarqueses, boyacenses, etc.-, de fuera del país –sirio-libaneses, judíos y uno que
otro ciudadano inglés, alemán o norteamericano- e incluso con las personas pertenecientes
a las logias masónicas, que también contribuyeron al crecimiento y progreso de la ciudad.
Se podría decir que en Pereira se vivía una especie de anhelo de circulación acelerada de
bienes y fuerza de trabajo, con miras a aprovechar los márgenes de ganancia en el comercio
exportador, asegurando sus respectivas ventajas competitivas, mediante el abaratamiento de
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los costos de transporte. No cabe duda entonces de la preponderancia económica de las
elites de la región cafetera durante estos años. Según Mauricio García Villegas “Caldas era
una de las regiones más prósperas de Colombia. Allí estaba el núcleo de la economía
cafetera que sentó las bases del desarrollo económico del siglo XX. En ese entonces, los
políticos del Caldas eran gente ilustrada y con un claro sentido de lo público” 5.
Con el aumento de la producción del café y el auge de nuevos medios de transporte, se
facilitó la importación de despulpadoras de café y se crearon varias casas trilladoras. Este
podría considerarse como un primer impulso industrial, al que siguieron unas cuantas
compañías textileras, de bebidas y alimentos. El historiador y economista Jaime Montoya
señala que sobre la base de la productividad y comercialización del café, y los desarrollos
de ciertas áreas del comercio y las artesanías, en los primeras tres décadas del siglo XX se
incrementó la capacidad de demanda de bienes manufacturados por parte de los habitantes
de Pereira. Según este mismo autor, con el arribo del tren hasta la ciudad, “… algunos
comerciantes locales establecieron negocios con las firmas exportadoras e importadoras,
como las de Santiago Eder en Buenaventura”, lo que sin duda contribuyó a generar una
relativa autonomía económica de esta ciudad frente a la capital de Caldas. De este modo,
“una mayor porción del excedente cafetero quedó en manos de los comerciantes locales, lo
que proporcionaría recursos para un primer intento de desarrollo industrial”6. Jaime
Jaramillo Uribe también hace referencia a este primer ciclo industrial de Pereira en los años
veinte, gestado por una nueva generación de hombres que establecían una ruptura con la
anterior generación de los fundadores, por su vocación progresista y civilizadora, en la que
prevalecía una visión más cosmopolita, expresada en la necesidad de viajar a Europa, de
educar a sus hijos en carreras técnicas, de generar nuevas formas de sociabilidad social y
cultural, de publicar, etc., aspectos que fueron determinantes en el paso de la aldea a la
ciudad moderna7. En la ciudad de Pereira se destacaron los nombres de Narciso Fajardo
5 Mauricio García Villegas. “Los males de Caldas”. El Espectador, enero 6 de 2012. (Edición online: http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-319798-los-males-de-caldas. Consultado: Enero 9 de 2012)6 MONTOYA Ferrer, Jaime (2004). “Los procesos de industrialización en Pereira”. En: Revista ADMINISTER, No 4, enero-junio, Universidad EAFIT, Medellín, p. 32.
7 JARAMILLO Uribe, Jaime, FRIEDE, Juan, DUQUE, Luís (1963). Historia de Pereira (1863-1963). Bogotá: Club Rotario de Pereira, p. 391.
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Barrera, Santiago Londoño, Alfonso Jaramillo, Eliseo Arbelaéz, Camilo Gutiérrez, Ernesto
Villegas, Epifanio Gaviria, Nepomuceno Vallejo, Manuel Mejía Robledo, Francisco Mejía
y Jesús Cano, quienes establecieron la Chocolatería de los Andes, la Compañía Vidriera de
Pereira, la Compañía de Hilados y Tejidos de Pereira, la Cervecería Tropical y la ya citada
Empresa Telefónica de Pereira, además de algunas compañías constructoras, mediante la
figura de sociedades anónimas8.
Como se ve, eran muchos los frentes de trabajo que convocaban las voluntades e intereses
de un gran número de empresarios de la región en función de hacer de cada poblado un
bastión de progreso económico y modernidad, no sólo en lo económico sino también en el
campo social y cultural. Por lo tanto, y poco a poco, se fueron introduciendo la práctica de
algunos deportes (o sports, como se solía decir), como el foot-ball9, el golf, el tenis y el
basket-ball. De igual modo apareció el Club Rialto, en donde se congregaban los miembros
de la elite tradicional y las familias de los proefesionales de una nueva clase social en
ascenso, así como los Teatros Caldas y Consotá, en los que se proyectaban muchas de las
películas taquilleras de la época y que también servían de escenario para la presentación
algunas compañías artísticas que itineraban por la región en sus largas correrías por
Colombia, aprovechando, sin duda, para aquel momento la conexión que se facilitaba con
los sistemas de ferrocarriles, carreteras y en algunos casos, los barcos a vapor por el río
Magdalena y el río Cauca. Aunque ya existía una breve tradición periodística en Pereira,
con periódicos El Esfuerzo (1905), de Don Emiliano Botero, El Martillo (1917), de Ignacio
Torres Giraldo, para esta época se lograron consolidar varias revistas de modas –Lengua y
Raza, Variedades, Panoramas- y El Diario (1929), de don Emilio Correa Uribe.
Posteriormente vendrían las primeras emisoras de radio –La Voz Amiga, Radio Otún,
8 Es necesario hacer un breve hincapié en el análisis crítico que aporta Manuel Rodríguez Becerra, quien plantea -apoyado en el famoso libro de Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, 1810-1930-, que el desarrollo industrial de la región del Viejo Caldas fue tardío y lento: “el inversionista caldense siempre ha preferido las seguras ganancias ofrecidas por el negocio cafetero [o la especulación comercial], en un plazo relativamente corto, a aventurarse en los riesgos más altos que implica la creación de centros manufactureros”. RODRÍGUEZ Becerra, Manuel (1993). El empresario industrial del Viejo Caldas. Bogotá: Universidad de los Andes, p. 19.9 Otro aspecto que destaca el poderío económico y el anhelo modernizador de las elites del denominado Viejo Caldas es que en los inicios del fútbol profesional en Colombia, desde finales de la década de los años 40 y comienzos de la década de los años 50, no sólo la capital del departamento –Manizales- contaba con su propio equipo, el Once Caldas, sino que Pereira y Armenia también exhibían orgullosos en las principales canchas del país las nóminas de sus equipos locales, el Pereira y el Quindío, con jugadores extranjeros y colombianos, contando, incluso, con más equipos que los departamentos de Antioquia –Medellín y Nacional-, Valle del Cauca –América y Cali- y que la propia capital del país –Millonarios y Santafé-.
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Radio Quirama, La Voz de Pereira, etc.-. a través de las cuales se difundían las noticias
políticas de Colombia y el mundo, se divulgaban las nuevas modas y los cambios en las
costumbres del mundo moderno y se promovían, en particular, un sinnúmero de
propagandas y actividades cívicas en las que se convocaba a todos los sectores sociales de
la población para que participaran activamente en su ejecución10.
Se trata, pues, de una etapa fundamental en el desarrollo histórico de Pereira, en la que
además los reconocidos miembros de la elite adecuaron la ubicación dentro del espacio
urbano de las plazas de mercado –mejor conocidas con el nombre de galerías-, los
cementerios, las plantas eléctricas y las plantas purificadoras de agua, los cuerpos de
bomberos, las cárceles para hombres y mujeres, los correccionales, los asilos, etc. De este
modo se buscaba ordenar y clasificar el espacio público bajo modernos criterios de
planificación urbana, de acuerdo con los cánones de la época, y para todo ello se contaba
con la participación activa de los más destacados y selectos representantes –hombres y
mujeres- de sus respectivas sociedades, que buscaban imponer un verdadero cambio en la
cultura citadina –en las formas de vestir, consumir y vivir la ciudad- por contraposición a la
cultura rural o campesina, la cual se veía como vestigios de una cultura arcaica poco
civilizada.
LAS SOCIABILIDADES CÍVICAS, LA IDEOLOGÍA DEL PROGRESO Y EL
PROBLEMA DE LA COHESIÓN SOCIAL
Durante esa época, la cual marcó de manera significativa la mentalidad de una generación
en toda América Latina, que hacía el tránsito del siglo XIX al XX11, se hizo explícita una
renovada vocación cosmopolita entre los miembros de la elite, la cual repercutió en
variados aspectos de la vida política, económica, social y cultural del país. En la búsqueda
de alcanzar este ideal modernizador, los miembros de esta elite unieron sus esfuerzos,
10 También se encuentra un documental promocional de unos carnavales que se llevarían a cabo en Pereira en el año 1936, realizado por la Casa Filmadora “Venus” en cuyas imágenes quedó plasmada la sensibilidad modernizante y progresista de las elites de la época.11 El historiador argentino J. L. Romero señala que esta nueva mentalidad se caracterizaba “fundamentalmente por su progresismo, por su oposición al estancamiento y a la perduración de los viejos modos de vida. Y en ella subyacía una concepción de la sociedad latinoamericana, no referida tanto a su realidad –cargada de viejo problemas raciales y sociales- como a sus posibilidades de transformación”. ROMERO, José Luis (1984). Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Colombia: Siglo XXI Editores, p. 310.
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especialmente de índole privado, para vincular las diversas economías regionales del país
con las demandas de la economía mundial capitalista, en una época en la que el Estado
colombiano seguía evidenciando una gran precariedad en el ámbito administrativo tanto
central como departamental y local. Algunos autores tienden a identificar o a relacionar a
estos nuevos grupos de elite con la “generación del Centenario”, es decir, una nueva
camada de grupos de elite que alcanzaron su mayoría de edad política e intelectual hacia
1910, al cumplirse 100 años de la Independencia de Colombia, y que buscaron hacer una
especie de paréntesis al sectarismo político bipartidista que había enfrascado al país en
numerosas guerras civiles y había ocasionado la pérdida de Panamá en 1903. Según
Henderson:
Aquellos dirigentes de la sociedad colombiana eran conscientes de que el destino de la nación estaba en sus manos. Altamente cultivados como grupo, miembros de una elite para la cual los viajes y los estudios en el extranjero eran algo común, se esforzaban por mantenerse al tanto de los acontecimientos que se desarrollaban en Europa y en otros lugares12.
Para alcanzar este propósito empezaron a promover nuevos espacios y formas de
sociabilidad centradas en el progreso, las bellas artes y los centros literarios -escenarios
propicios para el cultivo del ocio y el espíritu-, además de una marcada preocupación por
aspectos relacionados con el desarrollo de la cultura moderna citadina, como el ornato, la
higiene y las buenas costumbres. Cabe decir que en muchas de estas prácticas civilizatorias
subyacían ciertas ideas vinculadas con la necesidad de mejoramiento racial de la población,
tema que fue una preocupación constante de las elites durante este periodo, no sólo en
Colombia, sino en casi toda América Latina.
Esta generación promovió abiertamente ciertas ideas de progreso que en el aspecto material
se hallaban apalancadas en algunos paradigmas positivistas de su época, pero que en su
aspecto “espiritual” daban cuenta de la permanencia de ciertos valores jerárquicos con los
cuales justificaban su preeminencia social. En palabras de Keith Christie:
12 HENDERSON, James (2006). La modernización en Colombia. Los años de Laureano. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, p. 35.
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Apenas la sociedad de frontera empezó a urbanizarse y enriquecerse, de modo gradual la oligarquía fue poco a poco desarrollando un estilo más sofisticado de vida, que incluía una mayor preocupación por los adornos culturales de centros más cosmopolitas. Alrededor del cambio de siglo, las verdaderas pasiones de muchos caldenses educados fueron los círculos literarios y los periódicos locales. (…) La traducción de un poema del inglés, francés e italiano llegó a ser casi tan importante como explotar una finca productivamente u oponerse en forma constante a los adversarios políticos. (…) Esto reforzaba el sentido del carácter distintivo de las buenas familias frente a las masas, sin necesidad de aislarse físicamente de los pobres por los que continuaban exhibiendo una preocupación paternal13.
Y uno de los mecanismos de los cuales se sirvieron para impulsar esta tarea civilizatoria
fueron las instituciones cívicas, las cuales, a modo de organizaciones voluntarias de índole
privado, con un marcado acento elitista, sirvieron de espacio de sociabilidad y de canal
social para promover sus ideas respecto al celo de los ciudadanos de bien por los asuntos
públicos de la ciudad, para recoger fondos en los famosos convites cívicos, para movilizar
las instituciones estatales o presionar a los “hombres estorbo”, y así mismo en la tarea de
instruir a los demás capas de la sociedad en el respeto por las normas cívicas de
convivencia y urbanidad, dentro de un marco moral conservador.
Respecto al civismo y a las entidades que históricamente han promovido su ejercicio en
Colombia, son muchas las acepciones que se pueden ofrecer. Desde la perspectiva crítica
con la que se ha desarrollado la presente investigación, el civismo se asumió, durante el
periodo de estudio propuesto, como un proyecto ideológico de corte elitista, en el que se
conjugaron criterios de distinción social -propio de las “buenas familias”, como señala
Christie-, con algunas prácticas de paternalismo, control social y exclusión socio-cultural,
que contó con un amplio respaldo del clero local, constituyéndose en un mecanismo de
cohesión social dentro de la sociedad en proceso de transformación, reafirmando así la
tríada “religión, moral y autoridad”, que sirvió de base al modelo modernizador propuesto
por la elite de la época.
Y a pesar de que al interior de estas organizaciones se insistía que su interés por el
desarrollo de la ciudad en diferentes frentes o campos de acción discrepaba con la política,
entendida como prácticas sectarias de índole partidistas o de anhelos burocráticos, es claro
13 CHRISTIE, Keith (1986). Oligarcas, campesinos y política en Colombia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, p. 191.
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que su accionar público institucional tenía intereses políticos soportados sobre una visión
pragmática del desarrollo urbano estrechamente relacionada con su ethos empresarial o
comercial14.
De este modo las elites de la región, que cimentaron su poder sobre la base de una
dominación oligárquica tradicional asociada a la producción agrícola desde mediados del
siglo XIX, a medida que iban agenciando una serie de transformaciones materiales a nivel
urbano, también fueron introduciendo paulatinamente, durante la primera mitad del siglo
XX, nuevos hábitos mentales basados en los códigos de urbanidad –estrechamente ligados
con los catecismos cívicos del padre Gaspar Astete y el manual de urbanidad de Manuel
Carreño-, que permitieran adaptar a las exigencias civilistas y progresistas de la época a la
población de origen campesino que emigraba día tras días a estas ciudades en constante
crecimiento.
El proyecto ideológico del civismo estaba cargado de una fuerte concepciones morales que
trascendían de las virtudes individuales al celo colectivo a favor del progreso material y
espiritual-moral de la ciudad, que se difundía a través de instituciones y medios
tradicionales como la escuela y la prédica parroquial, así como por las nuevas
organizaciones cívicas y los nuevos medios de comunicación como prensa y radio, con una
doble connotación: por un lado, daba cuenta de la distinción, el recato, el altruismo social y
la visión progresista que se compartía en las altas esferas de la sociedad –en una especie de
relación horizontal entre pares-; por otro lado, se trataba de llevar a cabo una labor
educativa civilizadora con miras a imponer una serie de valores y de prácticas al conjunto
de una sociedad en tránsito hacia la modernidad en un sentido vertical, uniforme y
hegemónico, sobre una población predominantemente campesina y con altos niveles de
analfabetismo.
Al examinar la composición de estos grupos de elites en la región cafetera, se podría decir
que allí tenían cabida personalidades que provenían de familias de tradición e importancia
en el ámbito local de la ciudad –como los Marulanda en Pereira-, a los que se fueron
sumando algunos profesionales y comerciantes recién llegados a la ciudad provenientes de
14 En las instituciones cívicas de todo el país hizo carrera en aquellos años la famosa frase promulgada por uno de los principales promotores de Sociedades de Mejoras Públicas de Medellín, el señor Ricardo Olano, quien decía: “menos política y más administración”. (OLANO: 1930).
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otros departamentos o de otros municipios del mismo Departamento de Caldas –o algunos
extranjeros, como ocurrió con la reconocida colonia sirio-libanesa que se radicó desde
comienzos del siglo XX en la ciudad de Pereira-, y que lograron alcanzar muy rápidamente
cierto reconocimiento económico y social, lo que les permitió tener cabida en las nuevas
organizaciones cívicas en las que se expresaban los intereses y valores característicos de las
sociabilidades modernas occidentales.
Kermesse en Pereira, años 20.
También resulta muy significativo observar que una buena parte de los empresarios y
líderes cívicos que concurrieron a la creación de la Sociedad de Mejoras Públicas de Pereira
en 1925, también estuvieron presentes en la creación y posterior consolidación de la
Cámara de Comercio en 1926. Allí participaron “los personajes más connotados de la
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época”: Manuel Mejía Robledo, Alfonso Jaramillo Gutiérrez, Deogracias Cardona,
Nepomuceno Vallejo, Pedro Restrepo, Bernardo Mejía Marulanda, Emilio Trujillo, José A.
Londoño, Enrique Ochoa, Marceliano Ossa, Emilio Correa Uribe, Juan E. Pérez, José
Martínez, Marco Vélez, Jesús Eduardo Gómez, Pablo Arias, Antonio J. Botero, Ricardo
Sánchez, Alejandro Gómez Mejía, Camilo Ángel, Carlos de la Cuesta Restrepo, Leonidas
Mejía, Ernesto Villegas, Efraín Ramírez, Eliseo Arbeláez, Valerio Salazar y Tiberio Isaza.
En los años siguientes irían apareciendo otros nombre de gran prestigio a nivel local en
Pereira, como fueron los señores Drews, el abogado Jorge Roa Martínez -emparentado con
Esther, una de las hijas de la familia Drews, y quien sería uno de los principales líderes
cívicos de esta ciudad y el principal gestor de la creación de la Universidad Tecnológica de
Pereira en el año 1961-. En relación con la Cámara de Comercio de Pereira, sus fundadores
fueron: Nepomuceno Vallejo E. (1er. presidente), Jorge Aristizábal, Jesús Cano M.,
Henrique Drews, Bernardo Mejía M., Ricardo Escobar Lince, José A. Londoño M., Alonso
Valencia A., y Manuel Mejía Robledo. (Memoria Anual Cámara de Comercio Pereira,
1934, p. 9. Copia Mimeografiada cedida en el área de Archivo de la Cámara de Comercio
de Pereira).
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FUENTE: Grupo de Fundadores de la Cámara de Comercio de Pereira, 1926. (Agradecimientos a Luis Fernando Botero por habernos cedido esta fotopara su divulgación académica)
El estudio de estas sociabilidades –que dentro de la teoría de los “tipo ideal” que planteó
Max Weber se relacionan con los “grupos de estatus”, los cuales se distinguen por su modo
de consumo y por sus prácticas sociales diferenciadas que dependen a la vez de elementos
objetivos (nacimiento, profesión, nivel educativo) y de otros puramente subjetivos
(consideración, reputación, etc.15)- permite entender la forma cómo las elites de la región
cafetera consolidaron de manera hegemónica su poderío económico -a través de gremios o
asociaciones productivas-, de la mano del importante rol que cumplieron las organizaciones
cívicas en ambas ciudades, tanto en relación con sus intereses particulares como con el
desarrollo urbano de cada ciudad16. Ya se ha dicho que en estos espacios de nuevas
sociabilidades se ponían en juego la honorabilidad, el buen gusto y la representación de los 15 “Introducción a Max Weber (1864-1920). En blog de Ramon Alcoberro “Filosofía i pensament”: http://www.alcoberro.info/V1/weber.htm “Weber no considera sólo la política como poder desnudo; es y ha de ser un poder basado en valores, en convicciones, en elementos de carisma y de racionalidad”. (consultado 12 de febrero de 2012). Y eso era precisamente lo que ponían en juego las elites organizadas en las sociedades cívicas.
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lazos familiares maritales católicos. Pero no se estaba poniendo en juego simplemente una
visión decorativa u ornamental de las ciudades objeto de intervención de las sociabilidades
cívicas; lo que realmente estaba en juego era todo un proyecto de cohesión y orden social, a
través de la promoción del progreso material y cívico. Entender este proceso es de suma
importancia, ya que se relaciona con el estudio de “la producción del poder social”, que
según Carlos Forment, se trata “del poder que generan los individuos cuando buscan
establecer lazos estables y solidarios entre sí”17.
En esta medida, es importante entender el interés renovado que tuvieron los miembros de la
alta sociedad por participar en la vida pública de las ciudades en transformación bajo los
nuevos códigos modernos de civilización y prestigio18, poniendo en escena la
representación de sí mismos en múltiples ocasiones, en carnavales, fiestas patrias, fiestas de
gala en los clubes de la elite, en los nuevos teatros y salas de cine, en los convites cívicos,
en los kermeses y hasta en las solemnes procesiones de semana santa, en las que se hacía
evidente el peso y el significado de su poder simbólico. Poder que si bien se legitimaría y
proyectaría en la convocatoria a nuevos convites como el de la Villa Olímpica en los años
60’s, en la celebración del Centenario (1963) y en el proceso de separación del
departamento de Caldas, también fue confrontado por una nueva clase política emergente,
que en cabeza de personajes como Camilo Mejía Duque o Oscar Vélez Marulanda, o de las
organizaciones políticas de izquierda, desafiaron abiertamente el poder de los notables de la
16 Para ratificar un poco más esta afirmación cabe citar un informe presentado en el Tercer Congreso Nacional de Sociedades de Mejoras Públicas, realizado en la ciudad de Medellín en el año 1934, en el que se decía que “ciudades capitales, pueblos florecientes y aldeas lejanas, en todo el vasto panorama de Colombia cuentan con Sociedades de Mejoras Públicas. Y al lado de los Concejos, como animadores y orientadores, unas veces, y ejecutoras, las más, asientan sobre sólidos cimientos una patria amable, sencilla, generosa y visible porque se deja acariciar en obras sencillas” (p. 4). Se trataba, sin duda, de un movimiento cívico de escala nacional, desde el que se pensaba la construcción de país en términos de progreso científico y moralidad pública. Lo que en otras palabras equivaldría a decir que el meridiano del progreso, de la educación y la cultura en la Colombia de la primera mitad del siglo XX, pasaba en gran medida por las organizaciones cívicas.17 FORMENT, Carlos A. “La sociedad civil en el Perú del siglo XIX: democrática o disciplinaria” (2002). En: SABATO, Hilda (Coord.). Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina. México: Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México, p. 206.18 Cabe resaltar -de manera anticipada- la participación de las mujeres de la elite local de cada ciudad en estos procesos cívicos, integrando los recordados “cuadros de honor” de las Sociedades de Mejoras Públicas, lo mismo que por su pompa en los bailes de gala, en los carnavales y en los reinados que se organizaban frecuentemente para la recolección de fondos destinados para las labores de tipo carititativo en pro de las personas más desvalidas o para obras de interés colectivo y general, como por ejemplo, para dotar de maquinaria y equipos al Cuerpo de Bomberos de sus respectivas ciudades.
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ciudad. Además debe tenerse en cuenta que el crecimiento desbordado de la ciudad a partir
de los años 50 a causa de la migración de miles de personas del campo hacia la ciudad por
la violencia entre liberales y conservadores, el incremento del desempleo, la prostitución, la
marginalidad social y urbana, constituyeron un reto político y social que lamentablemente
no ha sido bien asimilado por la clase política y dirigente tradicional. Y quizás eso hace que
el civismo no haya podido calar a través del tiempo como un referente común de cultura
ciudadana.
A manera de conclusión sólo queda decir que tratar de construir identidad cívica sobre una
doble obliteración –su ausencia actual y su desconocimiento como práctica de control
social- abren espacio para una mitificación del civismo como proceso histórico y proceso
social, como si todo tiempo pasado hubiese sido mejor y como si el presente fuese una
deformación del molde “original” de los pereiranos cívicos. Cuando se dejan de considerar
las condiciones específicos que permitieron que afloraran este tipo de organizaciones,
cuando se desconoce la forma en que los intereses particulares de las clases dominantes se
hicieron pasar como lo intereses generales de la ciudad, etc., se cae fácilmente en la
monumentalización del pasado, se sigue haciendo al juego a la memoria de unos
prohombres que hicieron la ciudad –como si fuera un patrimonio familiar de ellos- y no se
reconoce la ciudad como un proyecto más colectivo, más incluyente, que en medio de sus
transformaciones modernas capitalistas, también fue acumulando una serie de
problemáticas sociales, políticas, económicas y culturales, que ponen en duda el título de
Pereira como la “capital nacional del civismo” y nos obligan a verla como una ciudad muy
colombiana, con toda las problemáticas comunes del país –y algunas más graves, como en
el caso de la violencia, el desempleo, el clientelismo y la corrupción-.
JHON JAIME CORREA RAMÍREZ
Historiador – Magister en Ciencia Política
Docente UTP
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